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Objetivos
A partir de la lectura del módulo y del trabajo propuesto en él, se espera que los participantes logren:
Comprender las diferentes implicancias de los modos en que se establecen los roles dados en la
escena educativa y su significación. .
Introducción
En este módulo se incluyen materiales a través de los cuales se procurará abordar las siguientes cuestiones:
¿Qué desplazamientos es posible detectar hoy con respecto a aquel modelo fundacional?
Para comenzar a trabajar estas preguntas procuraremos atender a las condiciones teóricas y sociales en las
que la educación institucionalizada adquiere su formato disciplinario y da lugar al dispositivo escolar.
1
Normalización y escuela: el problema de la reproducción.
Desde finales del siglo XVII la vida humana fue siendo progresivamente modulada en sus
detalles cotidianos por nuevas instituciones. Estas instituciones y sus sistemas de normas
encontraban arraigo último en el poder estatal, como articulador y procurador de significatividad.
Instituciones modernas como la cárcel, el ejército, el hospital y el hospicio, la escuela y la
familia, hallaron sus modos de ser, hacer y pensar en un horizonte y un suelo de carácter
estatal. Sobre este suelo se construyen la mentalidad y la sociedad moderna, con el
consecuente abandono de las estructuras heredadas.
Así concebida, la escuela se nos revela como un problemático espacio que anuda
reproducción y novedad. Esta tensión, ya presente en el imaginario ilustrado del siglo XVII, da
cuenta de la educación como mecanismo de disciplinamiento y reproducción, pero
también como factor privilegiado de transformación social.
Kant entiende a la crítica como el mecanismo por el cual se establecen los límites
gnoseológicos, éticos y políticos del uso de la razón. Es decir, establece el campo legítimo de su
aplicación. Esto no significa que censure a la razón restringiéndola a un ámbito determinado ad
hoc, sino antes bien, pone de manifiesto la necesidad de establecer criterios fundados para su
ejercicio. Todos podemos disponer de nuestro entendimiento con completa libertad, y de hecho
eso es justamente dejar de ser menor de edad.
En este punto Kant establece una significativa distinción entre los usos de la razón. Para
consolidar el abandono responsable de todas las tutelas que restringían la libertad del
entendimiento, aquellos que respondieron afirmativamente a la ilustrada consigna ¡Sapere aude!,3
tendrán que considerar que ese ejercicio racional se sitúa entre dos exigencias: pensar y
obedecer.4 Estas exigencias responderán, correlativamente, a la diferenciación entre las
2
Kant, I., “¿Qué es la Ilustración?”, en Filosofía de la Historia, Buenos Aires, Nova, 1978.
3
¡Atrévete a conocer!
4
“¡Razonar tanto como queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!”, en Kant, op. cit. 3
condiciones individuales e institucionales, o dicho de otro modo, éticas y políticas. 5 Atendamos al
texto:
Habrá entonces, por un lado, un uso público de la razón, y por otro, un uso privado. El uso
público será aquel que ligado a un ejercicio libre de la razón, el razonar propio de quien, en tanto
entendido, manifiesta su pensamientos, posiciones y razones. Sus fines están establecidos
5
Foucault, M., “¿Qué es la Ilustración?”, en Saber y verdad, Madrid, De la Piqueta, 1991, pp. 197-207.
6
Kant, I., op. cit. 4
libremente por el solo hecho de razonar. Por el contrario, el uso privado de la razón será aquel
que se ejercita en tanto se cumple una función específica en unas circunstancias dadas. En otras
palabras, el uso privado es aquel que se hace en tanto se es una parte de una maquinaria, de un
todo mayor, el cual determina la finalidad de ese razonar. En el primer uso se razona como
miembro de la humanidad, en el segundo, como integrante de una institución. Para Kant, ambos
usos –y esto es lo esencial– no se excluyen mutuamente, sino que, antes bien, se articulan entre
sí. Siempre y cuando el principio político al que se obedece sea conforme a la razón, estará
garantizado que obediencia y libertad no se vean contrapuestas.
Esta significativa tensión entre obediencia y libertad constituirá el núcleo central del
proyecto educativo moderno, y será codificada en términos de normalización y emancipación. Los
sistemas educativos públicos centralizados –que encuentran sus primeras materializaciones
fundamentalmente a partir del interés de las asambleas revolucionarias francesas por establecer
un sistema de educación nacional–, irán perfilándose bajo el signo de aquella doble condición.
Los Estados nacionales requerirán de dispositivos institucionales que aseguren poblaciones con
marcas homogéneas y fidelidades compartidas. Estas instituciones y el diseño de sus prácticas,
se implementarán en nombre de la igualdad, la libertad y la fraternidad, pero configurarán un
campo que excederá en mucho estos conceptos. La educación institucionalizada no podrá ser
cabalmente entendida si se la reduce a la consecución de aquellos valores abstractos, sino que
más bien, pondrá de manifiesto requerimientos de otra índole. Una primera aproximación a esto
nos la brinda Louis Althusser en Ideología y aparatos ideológicos de Estado:
5
En otros términos, la escuela (y también otras instituciones del Estado, como la
Iglesia, y otros aparatos como el Ejército) enseña las “habilidades” bajo formas que
aseguran el sometimiento a la ideología dominante o el dominio de su “práctica”.
Todos los agentes de la producción, la explotación y la represión, sin hablar de los
“profesionales de la ideología” (Marx) deben estar “compenetrados” en tal o cual
carácter con esta ideología para cumplir “concienzudamente” con sus tareas, sea de
explotados (los proletarios), de explotadores (los capitalistas), de auxiliares de la
explotación (los cuadros), de grandes sacerdotes de la ideología dominante (sus
“funcionarios”), etcétera.7
Este fragmento nos enfrenta a uno de los extremos de la tensión antes mencionada. La
educación institucionalizada, según se afirma, perpetúa un estado de cosas dado, y lo hace
ocultando sus operaciones de sometimiento bajo la modalidad de transmisión de saberes. De
esta manera, las reglas de la convivencia, la moral y la conciencia cívica y profesional se
evidencian, según Althusser, como reaseguros del orden establecido, del tipo de sociabilidad
vigente, de las relaciones sociales hegemónicas.
Esto significa que en la formación ciudadana y laboral que los sistemas educativos
imparten arraiga la reproducción de las condiciones de sometimiento a una ideología dominante,
y no el reaseguro de la autonomía necesaria para la emancipación de los hombres. Así,
amparándose en su laicidad, la escuela inculca saberes supuestamente desprovistos de
ideologías. Pareciera entonces que Althusser ve a la escuela, ya no como un operador de la
Ilustración, un espacio de proliferación de las Luces, sino más bien, como un neto dispositivo de
sumisión de las voluntades a tutelas injustas y abusivas.
Queda así planteada una tensión indisoluble constitutiva de la educación moderna: ¿cómo
es posible educar para la libertad? ¿Cómo no caer en la riesgosa asimilación entre la transmisión
de saberes legitimados socialmente y la reproducción del status quo?
Según afirma Ariès, a partir del siglo XVII tiene lugar una transformación muy significativa:
comienza a documentarse cierta sensibilidad por la infancia. Si bien las condiciones demográficas
siempre fueron un factor relevante a la hora de conceptualizar el valor de la infancia, aun cuando
no se registraban modificaciones significativas en los índices de mortalidad infantil entre los siglos
Xlll y XVll comienza a aparecer una nueva sensibilidad que otorga a los niños (seres frágiles, no
7
Althusser, op. cit., pág. 15 6
propiamente humanos aún) una particularidad ignorada hasta ese momento: el alma del niño
también es inmortal. Esto abre consideraciones sobre personalidad del niño. 8
Por su parte, la sociedad moderna identifica a la educación como una de sus problemáticas
centrales, que no solo encontrará arraigo en los dispositivos escolares, sino también en el modelo
familiar a que dará lugar.
Ese modelo familiar establece un vínculo que no lo reducirá a una institución de derecho
privado para la transmisión de bienes y apellido. Muy por el contrario, la familia cumplirá una
función central en el ámbito moral y espiritual, será quien forme los cuerpos y las almas. La moral
de la época exigirá dar a los hijos (no solo al mayor, no solo a los varones) una formación para la
vida. Será la escuela quien se encargue de esta preparación, sustituyendo aprendizaje tradicional
por procedimientos disciplinarios garantizados por la justicia y la policía.
De esta manera, en la modernidad, familia y escuela retiran al niño del ámbito de los
adultos. Por su parte, la escuela encierra a la infancia en un régimen disciplinario cada vez más
estricto, que, en los siglos XVIII y XIX incluso conducirá a la reclusión total en el internado. 10
Toma a su cargo niños de todas las clases sociales desde el jardín de infantes,
y desde el jardín de infantes les inculca –con nuevos y viejos métodos, durante
muchos años, precisamente aquellos años en los que el niño, atrapado entre el
aparato Estado-familia y el aparato Estado-escuela, es más vulnerable– “habilidades”
recubiertas por una ideología dominante (el idioma, el cálculo, la historia natural, las
ciencias, la literatura) o más directamente, la ideología dominante en estado puro
(moral, instrucción cívica, filosofía).11
8
Ariès, P., El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, Madrid, Taurus, 1987, pág. 9.
9
Ibídem, pág. 9.
10
Ibídem, pág. 21.
11
Althusser, op. cit., pág. 16. 7
Vemos cómo el surgimiento de los Estados nacionales modernos, los sistemas educativos
centralizados, la familia y la infancia se encuentren firmemente articulados. No es de extrañar que
hoy estas instituciones manifiesten síntomas de crisis simultáneamente.
Normalización y escolaridad
8
una distribución entre polo positivo y polo negativo; toda la conducta cae en el campo
de las buenas y de las malas notas, de los buenos y de los malos puntos. Y por el
juego de esta cuantificación, de esta circulación de los adelantos y de las deudas,
gracias al cálculo permanente de las notaciones en más y en menos, los aparatos
disciplinarios jerarquizan los unos con relación a los otros a las "buenas" y a las
"malas" personas. A través de esta microeconomía de una penalidad perpetua, se
opera una diferenciación que no es la de los actos, sino de los individuos mismos, de
su índole, de sus virtualidades, de su nivel o de su valor. La disciplina, al sancionar los
actos con exactitud, calibra los individuos "en verdad"; la penalidad que pone en
práctica se integra en el ciclo de conocimiento de los individuos. 12
Conclusiones
En este módulo hemos procurado realizar una progresión teórica respecto de algunas
concepciones clásicas que desde la filosofía abordan el fenómeno de la educación moderna.
Partimos de Kant y del clima de confianza ilustrada de su época. En ese contexto, la educación
institucionalizada y centralizada por el Estado es un acontecimiento recibido con aprobación. Da
cuenta de un movimiento de ampliación en lo que a acceso y dimensión de saberes y valores
respecta. Para la Ilustración, la educación como desarrollo de la voluntad y el entendimiento
12
Foucault, M.; Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Buenos Aires, Siglo XXI, 1989. 9
representa una fuente de cambio y progreso. Educar al soberano será, con el tiempo, una
consigna ligada a este espíritu de época. Para Kant, la cuestión podía ser planteada casi en
términos de provocación: ¡Sapere Aude! El ejercicio autónomo de la razón, será aquí, el llamado
al abandono de toda tutela.
No obstante, las aproximaciones posteriores que abordan la institucionalidad educativa
desde otras perspectivas críticas, y –es necesario aclararlo– desde otros contextos históricos, dan
cuenta de un rostro diverso de lo escolar. Desde el planteo althusseriano, vemos a la escuela
como un aparato ideológico que tiene por todo objeto la conservación de ciertas condiciones de
desigualdad. Desde la propuesta foucaultiana, la escuela es vista como un segmento privilegiado
del complejo institucional disciplinario, a través del cual se producen subjetividades
predeterminadas.
Todo lo dicho puede ser incorporado a nuestra mirada de lo escolar, sin que sea necesario
desestimar alguna de las posiciones. De hecho, consideramos indispensable poder realizar esa
articulación y no condenar de plano a los dispositivos escolares por, inevitablemente, habitar la
tensión entre normalización y emancipación, ya que entendemos que a pesar de mostrar
asiduamente su rostro reproductivo, la escuela abre espacios y posibilidades de creación, de
lazos y de pensamiento. Allí apuntaremos en el tercer módulo de este curso, centrándonos
específicamente en las continuidades y discontinuidades pasibles de detectar entre nuestras
instituciones y la herencia moderna.
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