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Vacunas: una reflexión crítica
 
 
A partir de la historia de la medicina y de los últimos
descubrimientos en biología
  
 
 
Dr. Enrique Costa Vercher y Jesús García Blanca
Septiembre 2015
Título: Vacunas: una reflexión crítica
Autores: Enrique Costa Vercher y Jesús García Blanca
© 2015, del texto Enrique Costa Vercher y Jesús García Blanca
© 2015, Silversalud , S. L.
C/ Príncipe de Vergara, nº 36, planta 6ª
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cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento
informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o
préstamo públicos.
 
Diseño de cubierta: M. Jiher
Maquetación: José Vicente Aliaga
Edición libro electrónico: noviembre 2015
 
ISBN EPUB: 978-84-944533-3-5
 
 
 
“Cuando haces algo, tienes en contra a todos aquellos que hacen lo mismo,
tienes en contra a todos aquellos que hacen lo contrario, tienes en contra a
todos aquellos que no hacen nada”.
–Dr. Ryke G. Hamer.
Contenido
 
Palabras iniciales
 
Introducción
 
PRIMERA PARTE: La historia de las vacunas se confiesa
1. La nueva humanidad del tercer milenio
2. La medicina y la Revolución Industrial
3. Los creadores de la paranoia
4. Progreso, ciencia e impunidad
5. El poder creador y transformador del lenguaje
6. El resultado final de la obra del nuevo Prometeo
7. El falso mito de la longevidad de la nueva raza
Epílogo: Guía para perplejos
 
SEGUNDA PARTE: Microecología: una mirada global a la red de la
vida
1. Biología de la evolución
2. Energía vital: las mitocondrias
3. Nuestro océano interno
4. El secreto del cristal líquido
5. ¿Dónde está el cerebro?
6. ¿Existe un sistema inmunitario?
7. Las “enfermedades” son programas biológicos
 
TERCERA PARTE: Un cambio de paradigma en la medicina
1. La encrucijada fatal
2. Cuestionando la teoría microbiana de la enfermedad
3. Desmontando “el principal logro de la investigación biomédica”
 
Últimas palabras
 
Para seguir la pista

Notas
Palabras iniciales
 
Este libro es para ti. Para ti que, a pesar de todo, miras el futuro con
esperanza. Para ti que quieres contribuir a un mundo mejor para tus hijos,
tienes confianza en la vida que sientes bullir mientras comienza a
desarrollarse en tu interior o en el interior de tu pareja y escuchas esa voz
que resuena desde hace millones de años y que mantiene la vida en el
planeta: el instinto.
 
Para ti que quizá te sientes como un bicho raro porque compañeros de
trabajo, amigos y familiares —algunos con mucho cariño, otros con cierta
ansiedad bienintencionada, otros con más vehemencia, aludiendo incluso a
tu irresponsabilidad— te empujan hacia esos protocolos sanitarios
considerados sagrados e indiscutibles entre los que ocupan un lugar de
privilegio las vacunas.
 
Para ti, que confías en tu instinto pero necesitas puntos de apoyo, razones
que te den fuerza para tomar una decisión y que puedas expresar en tu
entorno. Y es que, aunque parezcan contradictorias, las razones del corazón
y las razones de la cabeza son en el fondo las mismas, de modo que las
primeras vienen impulsando la vida desde hace millones de años: inspiraron
a las antiguas civilizaciones que desarrollaron culturas milenarias con
ciencias de la salud basadas en la sabiduría de la naturaleza, y ahora
inspiran aún a científicos inquietos y desobedientes, investigadores que
desafían a los grandes poderes económicos que controlan las instituciones
científicas y médicas; y son esos sabios, esos exploradores rebeldes quienes
están redescubriendo los conocimientos ancestrales desde otro ángulo, con
otras herramientas y otro lenguaje.
 
Y así, el círculo se cierra y volvemos al principio: los recientes
descubrimientos de la biología abren puertas a la esperanza de un retorno al
equilibrio después de que la medicina moderna se desviara por un camino
autodestructivo que ha convertido a los sistemas sanitarios en enemigos de
la salud mientras las prácticas herederas del auténtico arte de curar, de la
visión holística de la naturaleza y la vida son apartadas por intereses de
poder.
 
Los autores de este libro cruzaron sus caminos por primera vez hace más de
veinte años, y ya entonces una de sus preocupaciones eran las vacunas y los
problemas de salud que estaban creando a través del miedo y la ignorancia
que sus defensores se encargan de promover. En aquel entonces, nuestras
inquietudes profesionales o intelectuales nos ayudaron a estar despiertos
ante conocimientos a contracorriente.
 
Ahora, pacientes y alumnos, pero muy especialmente los hijos de los que
hemos tenido el privilegio de aprender, nos han confirmado nuestras
razones de la cabeza con razones del corazón: la vida se impulsa a sí
misma, la naturaleza es sabia si no nos entrometemos, los mamíferos
humanos compartimos con el resto de los seres vivos capacidades aún por
conocer y comprender, y la guerra contra los microbios —incluidas las
guerras preventivas— son, como dice el gran biólogo, maestro y amigo
Máximo Sandín, autodestructivas, y ello por la simple aunque misteriosa
razón de que todos estamos integrados en la red de la vida.
 
De modo que no es extraño que —tras seguir nuestros propios derroteros en
el arte de la medicina y la educación respectivamente— ahora nos hayamos
reencontrado para unir nuestras fuerzas en una batalla crucial contra la
bestia, contra el sistema, contra los de Arriba, contra los poderosos, contra
la industria... Cada cual podrá darle el nombre que le parezca mejor. En
definitiva, una batalla por la vida.
Introducción
 
Nuestras células son el resultado evolutivo de la fusión de diferentes
microorganismos que continúan viviendo en simbiosis con nosotros. El afán
por controlar la naturaleza ha llevado a la sociedad moderna a romper el
equilibrio tanto externo como interno provocando enormes problemas de
salud. Las vacunas se basan en ideas superadas por la investigación
biomédica reciente y por aportaciones olvidadas o apartadas por intereses
de poder.
 
El animal humano es probablemente el ser vivo más complejo que
conocemos en el planeta Tierra. Las más recientes investigaciones apuntan
a que esa complejidad se debe a la capacidad que tiene la vida de
organizarse y de impulsar la cooperación entre distintas especies.
 
A la pregunta “¿Qué es la vida?”, la bióloga estadounidense Lynn Margulis
respondía: “bacterias”. Y añadía: “cualquier organismo o es en sí mismo
una bacteria o desciende por una u otra vía de una bacteria o, más
probablemente, es un consorcio de varias clases de bacterias”.
 
Así, vivimos en un ecosistema que las antiguas culturas llamaban Madre
Tierra y un ecólogo moderno denominó Gaia; y somos un ecosistema, una
microGaia resultado de una evolución de miles de millones de años, lo
micro y lo macro, sistemas dentro de sistemas... la Red de la Vida.
 
SOMOS MICROBIOS
 
En nuestro cuerpo viven cien billones de células y diez veces más bacterias.
Cada una de esas células es un complejo universo en el que se producen a
cada instante miles de reacciones bioquímicas perfectamente organizadas.
 
Nuestro ADN está integrado por fragmentos de información genética de las
bacterias que durante miles de millones de años han ido creando y
mejorando esa cooperativa vital que es la célula. Nuestras mitocondrias,
que producen la mayor parte de la energía necesaria para la vida, son
bacterias arcaicas que se reproducen independientemente y poseen
información genética clave para los procesos vitales.
 
Los virus, que viven en nuestro interior en cantidades muy superiores a las
bacterias, han posibilitado el intercambio de información entre especies y
conectan bacterias y células entre sí y con el exterior, regulando procesos
metabólicos, energéticos o el crecimiento del feto.
 
UNA CIENCIA REDUCCIONISTA
 
Durante mucho tiempo hemos vivido en armonía con Gaia y con esa
microGaia que es nuestro medio interno, el ecosistema de los simbiontes: la
Naturaleza ha ido desarrollando los mecanismos evolutivos necesarios para
ello. Pero ha habido un momento de nuestra historia en el que una serie de
circunstancias, creencias y realizaciones culturales nos llevó a pensar que
éramos capaces, no ya de comprender la Naturaleza y la inconmensurable
complejidad de lo viviente, sino de controlarla, someterla y modelarla a
nuestro antojo sacrificando la armonía y violando leyes que durante
milenios habían permanecido inmutables.
 
Y ese afán por el poder nos ha llevado, como decía el gran escritor
argentino Ernesto Sabato, a traicionar nuestra dimensión trascendente,
aquello que nos une al sentido de la vida y a nuestro lugar en el cosmos.
Así, a partir del siglo XVI, la filosofía, la ciencia y, como consecuencia de
ello, toda la cultura occidental rompió con la dimensión sagrada y sentó las
bases de un materialismo cada vez más alejado de lo verdaderamente
humano que ha dado lugar a una sociedad consumista en la que valoramos
el poder económico por encima de todo y que vive encerrada en los límites
estrechos de una ciencia al servicio de aplicaciones tecnológicas
despreciando todo aquello que no se puede medir o pesar.
 
GUERRA AUTODESTRUCTIVA
 
Las contradicciones han llegado tan lejos que la biología —esa biología
reduccionista que denuncian los auténticos científicos como Rupert
Sheldrake o Bruce Lipton— propone un modelo de la naturaleza, del
universo y de la vida concebido como una gran máquina; es decir, la ciencia
de la vida concibe un universo sin vida.
 
Las consecuencias de esta visión mecanicista en la concepción de la salud y
la enfermedad, y por tanto en el desarrollo de la medicina, han sido
igualmente catastróficas: la medicina moderna occidental —que se ha
impuesto en casi todo el planeta— observa al ser humano como otra
pequeña máquina, de modo que, en lugar de la visión holística tradicional
que integra lo físico, lo mental, lo emocional y lo espiritual, la medicina
científica reduccionista se ha quedado solo con lo puramente material y se
ha dividido en especialidades que estudian cada pieza del engranaje de
modo aislado y parcial.
 
Pues bien, uno de los soportes de esa medicina al mismo tiempo
reduccionista y dogmática es la teoría microbiana de la enfermedad,
desarrollada a partir de la invención del microscopio y el “descubrimiento”
de los microbios a los que se culpó de las enfermedades, reuniendo así gran
cantidad de intereses estratégicos que nada tenían que ver con la ciencia y
mucho menos con la salud de la gente: la teoría microbiana nos libra de la
responsabilidad sobre nuestra salud y desconecta las enfermedades de las
condiciones de vida, supone señalar causas concretas que pueden explicarse
aparentemente mediante mecanismos bioquímicos para enfermedades
concretas, posibilita un negocio fabuloso al transformar el cuidado de la
salud en una lucha permanente contra los microbios patógenos, supone una
concepción belicista de la salud que encaja con el modelo socioeconómico
dominante, y como remate permite explotar en su beneficio una de las
emociones básicas del ser humano: el miedo.
 
La misma sociedad que a partir de la Revolución Industrial había
comenzado a agredir el ecosistema macro, nuestro medio externo, ahora
declaraba la guerra a los microbios alterando también el ecosistema micro,
nuestro medio interno. Y el armamento estrella en esa guerra contra las
bacterias y los virus son las vacunas, presentadas como “el principal logro
de la investigación biomédica y una de las principales causas de la mejora
de la salud y la calidad de vida del ser humano”.
 
Sin embargo, el uso indiscriminado de vacunas, antibióticos y demás
arsenal farmacológico no solo no ha solucionado los problemas de salud,
sino que ha creado nuevas enfermedades, dependencia, endeudamiento de
los sistemas sanitarios, transformar las enfermedades agudas en crónicas y,
en definitiva, lo contrario de lo que proponían sus defensores, hasta el punto
de que los fármacos son ya la tercera causa de enfermedad y muerte en el
mundo.
 
UNA LECTURA CRÍTICA DE LAS VACUNAS
 
Hasta donde hemos podido llegar en nuestra investigación para componer
este libro, nadie ha enfocado las vacunas desde la perspectiva que vamos a
hacerlo nosotros: cuestionando el concepto de salud y enfermedad en el que
se apoyan para mostrar que las vacunas no tienen sentido bio-lógico, y por
tanto no pueden aportar ningún beneficio a la salud, ni evitar enfermedades,
ni erradicarlas, ni reducir la mortalidad, ni aumentar la esperanza de vida.
 
Vamos a dar los elementos clave que permitan a cualquier lector, sin
necesidad de estudios especializados, llevar a cabo una lectura crítica de las
vacunas y formarse una opinión sobre ellas para poder tomar decisiones
libres y responsables.
 
En la primera parte haremos un viaje en el tiempo para narrar la historia
olvidada de las vacunas, cómo surgieron y qué plantearon sus defensores y
detractores pioneros para comprender el origen del mito. Todo ello a partir
de información y referencias oficiales.
 
En la segunda parte vamos a acercarnos a los principales descubrimientos
antiguos y recientes que aportan otra visión de la biología, del origen y
evolución de la vida, del papel de los microbios, y que contribuyen a
recuperar la visión holística de la salud y la enfermedad presente en las
medicinas tradicionales.
 
Finalmente, en la tercera parte retornamos a las vacunas para contemplarlas
a partir de todo lo aprendido y comprender que no encajan en absoluto con
el funcionamiento de la vida, lo que explica por qué no han evitado ni
erradicado enfermedades, así como los numerosos daños documentados. Lo
que nos deja frente a una última pregunta: si no han sido motivos científico-
médicos, ¿qué ha llevado a la imposición casi universal de las vacunas?
 
Comencemos el viaje.
PRIMERA PARTE:
La historia de las vacunas se confiesa
 
“Si comprendes… las cosas son como
son. Si no comprendes... las cosas son
como son”.
–Adagio budista.
 
Las vacunas son el producto de un cambio radical en la historia de la
medicina: desde los viejos médicos vitalistas y artesanos que se apoyaban
en su complicidad con la Naturaleza para tratar a cada persona mediante la
vix natura medicatrix a la moderna medicina industrial que pretende
mejorarla con los elixires del nuevo Prometeo.
 
En esta primera parte pretendemos proponer al lector una visión lógica y
racional de la historia de las vacunas, es decir, de esos productos o
sustancias químicas que, en la actualidad, forman parte de nuestra cultura
higiénica, de nuestra intimidad familiar, de la vida de nuestros animales y
de nuestro devenir biológico, como un elemento más de nuestra vida. La
vacunación es una nueva conducta higiénica que se ha vuelto
imprescindible, e incluso necesaria para desarrollar nuestra vida con
normalidad en nuestra sociedad del bienestar.
 
Si comparamos la historia de las vacunas con una película, podríamos decir
que esta empezó hace poco más de un siglo y que dura hasta el día de hoy y
que nosotros, los ciudadanos del tercer milenio, somos los actores actuales;
somos los últimos que hemos llegado y estamos interpretando la parte final
de esa película que no sabemos cuánto tiempo durará. Durante estos cien
años han pasado muchas cosas, han actuado muchos actores, la película ha
tenido momentos de terror y esperanza, de lucha y competencia, de ciencia
y de negocio, de bondad y maldad, de verdad y de mentira, como en todas
las películas.
 
Lo que proponemos al lector es aprovechar la posición de ventaja de ser los
últimos actores de esta película para que desde esta posición final podamos
repasar toda la trama. Esta visión retrospectiva, cien años después, nos
permitirá, con el conocimiento científico actual y con la experiencia social
que hemos acumulado a lo largo de todo este tiempo, tener otra visión de
todo lo que se ha narrado en ella. Somos los últimos de la película y la
única ventaja que tenemos es que podemos ver lo que ocurrió y analizarlo a
agua pasada, con objetividad y pudiendo comprobar lo que pasó y lo que no
pasó, lo que se dijo y lo que se ocultó…, lo que fue verdad o mentira…,
porque la película está ya hecha, estamos al final y todo lo anterior ha
quedado filmado.
 
El tiempo transcurrido y el conocimiento médico y biológico actual serán
nuestros aliados para explicar al lector que en el seno de la propia historia
de las vacunas, es decir, en el propio entramado de la película de las
vacunas, está la clave de su falsedad y de su toxicidad…, pero solo se ve
claramente… al final de la película. Y nosotros, que somos los últimos
actores de esta, estamos viviendo un mundo que es el desenlace final de una
historia que estaba llena de personajes e intereses espurios.
1. La nueva humanidad del tercer milenio
 
“¿Quién como la Bestia? ¿Y quién
puede luchar contra ella? Se le
concedió hacer la guerra a los santos
y vencerlos; se le concedió poderío
sobre toda raza, pueblo, lengua y
nación”
–Apocalipsis, capítulo 13.
 
UN NUEVO GRUPO HUMANO MAYORITARIO: LOS
VACUNADOS
 
En el último siglo, a los diferentes grupos o comunidades históricas,
conocidas por todos, se ha añadido un nuevo par de grupos sociales más,
perfectamente diferenciados por sus ideas sobre la medicina, la higiene, la
salud, la relación que debe mantener el hombre con el medio natural: el
grupo de los humanos vacunados y que vacunan a sus hijos, y el de los no
vacunados y que no vacunan a sus hijos. Esa diferencia dentro de la
sociedad actual no solo está entre los ciudadanos, sino que también lo está
en el ámbito médico.
 
Y por esa razón existen, en la actualidad, médicos que no vacunan a sus
pacientes y cuestionan la eficacia de las vacunas y, además, advierten de sus
peligros a quien quiera escuchar; eso sí, sin obligar a nadie.
 
Este pequeño porcentaje de médicos que estamos en contra de las vacunas
no lo hacemos para fastidiar, ni por excentricidad, ni porque seamos unos
temerarios irresponsables que nos guste exponer nuestra salud y nuestra
vida y la de nuestros hijos y pacientes. Los médicos y resto de ciudadanos
que no nos vacunamos tenemos nuestras razones para no hacerlo, y estas
razones no son argumentos mágicos, ni místicos, ni esotéricos, ni religiosos,
ni emocionales[1], sino que son argumentos científicos, antropológicos,
biológicos y, sobre todo, lógicos y de sentido común, y que pueden ser
comprendidos y reflexionados por cualquier ciudadano de cultura media,
posibilitando con ello la comprensión de la realidad del tema de las vacunas
sin necesidad de ser médico o biólogo.
 
Exponer al lector los argumentos científicos y las razones lógicas que
motivan nuestra negativa a ponernos vacunas es la intención de este estudio
que presentamos, pretendiendo con ello explicarle cuáles son las razones
científicas, la visión de la realidad, la experiencia acumulada durante cien
años y la filosofía de vida de los ciudadanos que formamos el grupo de no
vacunados.
 
En el momento actual (verano del 2015), las distintas tendencias sociales
clásicas e históricas (derechas e izquierdas, creyentes y ateos…) siguen más
o menos como siempre, con su equilibrio inestable. Pero la reciente división
social entre vacunados y no vacunados no está equilibrada en absoluto,
puesto que, según datos oficiales del Ministerio de Sanidad, el 93% de la
población española está vacunada.
 
La vacunación se ha extendido por todo Occidente de una manera mucho
más rápida y extensa que cualquier religión histórica; es más, tiene una
dimensión transversal que la hace perfectamente aceptable por muchas de
ellas, y de ahí que todo el mundo se vacune; no importa ser católico o
protestante, ateo o creyente[2], del norte o del sur, capitalista o comunista…
La vacunación ha traspasado todas las fronteras, ideologías y religiones; en
menos de un siglo ha convencido y satisfecho a casi todos los habitantes del
planeta; ninguna religión ni ideología se había expandido nunca a la
velocidad a la que lo ha hecho este fenómeno; y, en el momento actual, la
vacunación es el “sacramento” o el rito de “iniciación” por excelencia en
nuestra sociedad moderna entre los humanos actuales del tercer milenio.
 
Si esta división social y antropológica producto de la vacunación fuera una
decisión política que se pudiera resolver en las urnas, no habría ninguna
duda: toda la sociedad civil y los médicos actuales que parecen pensar que
las vacunas son necesarias ganarían la votación aplastantemente, de igual
manera que si en la Edad Media hubiesen sometido a votación si el Sol da
vueltas a la Tierra o la Tierra al Sol, casi el cien por cien de la gente hubiera
votado por la primera opción. Con este ejemplo histórico queremos apuntar
que la interpretación y el conocimiento veraz de la realidad cósmica no
dependen para nada de la opinión popular. Esta certeza lógica con la que el
lector seguramente estará de acuerdo nos da una pequeña posibilidad real a
los no vacunados de no habernos equivocado en nuestra opción personal y
familiar; nos da una posibilidad real de explicarnos el hecho de haber
tomado una decisión que nosotros consideramos más higiénica, más sana y
más de acuerdo con nuestra naturaleza humana, aunque esta opción sea tan
minoritaria en la sociedad del tercer milenio como lo fue el heliocentrismo
en la Edad Media.
 
Este grupo de humanos no vacunados no tiene ni pretende tener la osadía de
imponer sus puntos de vista sobre la inmensa mayoría, pero, ciertamente,
tiene que soportar una presión social ambiental que le va cercando, le va
obligando, lo sanciona y lo señala como peligro social.[3]
 
LA LIBERTAD A LA PROPIA VIDA. INQUISICIÓN MÉDICA
 
“Y hace que todos, pequeños y
grandes, ricos y pobres, libres y
esclavos, se hagan una marca en la
mano derecha o en la frente, y que
nadie pueda comprar nada ni vender,
sino el que lleve la marca con el
nombre de la Bestia o con la cifra de
su nombre”.
–Apocalipsis, capítulo 13, 16.
 
Los ciudadanos no vacunados se sienten minoría y, aunque piensan tener las
ideas claras, en la actualidad son extraños en su tierra y quizá algún día,
como ocurrió con tantas naciones humanas a lo largo del planeta, sean
encerrados en reservas y desaparezcan. O les mantengan como un recuerdo
antropológico para enseñar a los estudiantes de la nueva especie de
humanos cómo era el hombre genuino, el hombre sin atributos añadidos
industrialmente, el homo sapiens sin vacunar.
 
Esperamos que no llegue nunca ese día, pero no lo descartamos dado el
cariz de los acontecimientos en la política mundial: por ejemplo, hace unos
días, las telenoticias nos decían a todos que se hacía obligatoria la
vacunación contra el sarampión en California. Y eso que ese país ha
presumido siempre de la libertad individual y se considera a sí mismo como
abanderado de los derechos humanos, pero la política paranoica del sistema
y los intereses económicos tienen muchísimo poder de convicción y
pueden, si se ponen a hacerlo, cambiar las leyes y la personalidad de un
país.
 
Con esta ley de obligatoriedad californiana se produce una situación
surrealista y difícilmente explicable: resulta que se pueden cultivar frutas y
verduras e, incluso, ganadería con métodos ecológicos; la propia medicina
moderna recomienda la comida biológica y natural, y, por tanto, exenta de
productos industriales y de medicamentos, pero los humanos californianos
no pueden ser ecológicos; no pueden permitirse el deseo de ser como sus
frutas y verduras y tienen que someterse y someter a sus hijos a un
tratamiento químico-médico-industrial.
 
Se podría expresar con toda propiedad que los vegetales y animales
californianos superan en derechos humanos… a los humanos. Esta situación
“churrigueresca” y esperpéntica supera con mucho la imaginación de
Kafka.  Sin embargo, la obligatoriedad de las vacunas no tiene ningún
sentido epidemiológico, es decir, no puede tener efecto de prevención
colectiva, puesto que se ha demostrado en Olot, según la autoridad sanitaria
que ha llevado el caso, que tanto la población de vacunados (portadores
sanos) como la de los no vacunados, las dos poblaciones, tienen los mismos
microbios; repetimos: los mismos microbios, que supuestamente pueden
contagiar a los demás; por tanto, las dos poblaciones tienen la misma
capacidad de transmitir la enfermedad.
 
Según la doctrina oficial de prevención de enfermedades infecciosas por
medio de la vacunación preventiva, las vacunas no tienen ningún efecto
germicida o antibiótico, por tanto, no destruyen ni aniquilan a los
microbios del organismo de los vacunados; simplemente… protegen
(supuestamente) a los organismos vacunados de la agresión de los gérmenes
suyos y de los demás. Entonces, ¿qué pueden temer los vacunados
(portadores sanos) de los grupos no vacunados?; ¿qué sentido y beneficio
puede tener para los vacunados (portadores sanos) el que haya más o menos
gente vacunada? Si ellos son portadores como todos los demás y pueden
infectar como todos los demás, entonces, ¿cómo evitar los focos de
contagio?
 
Como mostraremos al lector en este estudio, la historia de la vacunación
está llena de situaciones surrealistas, contradictorias y chocantes que
difícilmente se armonizan con la lógica más elemental.
 
En la sociedad actual, el noventa y tantos por cien de la población[4] no
parece tolerar la pequeña diferencia de ese diminuto grupo de humanos y,
en general, aplaude ese tipo de medidas de obligatoriedad. Se definen a sí
mismos como demócratas y tolerantes de las minorías, pero no pueden
disimular su deseo íntimo de la igualdad total, su intolerancia al
pensamiento distinto; no pueden soportar la inseguridad que les produce
que otros elijan un camino distinto del que ellos han elegido. De ese miedo
e inseguridad que les produce el pensamiento diferente nace la manía y el
odio que lleva a la acusación, y esta a la justificación de que hay que acabar
con todo aquello que es diferente y que perturba la paz social y la
uniformidad tranquilizadora, el pensamiento único. Antes de que esta
situación llegue a más extremos, ahora que todavía podemos escribir y
expresar nuestra opinión en España, donde está protegida la libertad de
expresión, queremos dirigirnos al lector libre para explicarle una versión
histórica del fenómeno de las vacunas que quizá no conozca; una historia
real cuya veracidad el mismo lector podrá comprobar con facilidad por las
referencias que le daremos; hablaremos del último siglo de la historia de la
medicina y de la sociedad, que aportará unas consideraciones, unos datos,
unas fechas, unos personajes, unos intereses y unas ideas que permitirán al
lector hacerse una perspectiva más completa de la que tenía hasta ahora
sobre el tema de las vacunas; le permitirá también hacerse unas reflexiones
que quizá antes nunca se hizo y llegar a nuevas conclusiones...
 
Este estudio que escribimos va dirigido especialmente a los lectores que no
se vacunan siguiendo su sano instinto vital; a los que todavía tienen alma
silvestre y una conexión física y emocional con el latido del cosmos y viven
con un grado de complicidad genuina con su hábitat de forma natural y
sencilla, con la sensación de que no se necesita nada artificial para vivir;
viven con naturalidad y sin temor, pero sin tener demasiadas razones
científicas o biológicas para explicar su postura ante la presión social a la
que son sometidos.
 
Este estudio pretende explicarles esas razones que ellos no conocen, pero
que su inteligencia natural intuye genuinamente y hace que no se sometan a
la alucinación colectiva. Si logramos nuestro objetivo, el lector tendrá
posibilidades de ser más libre para tomar decisiones importantes sobre lo
único que verdaderamente puede llamar suyo, lo único que le pertenece por
derecho inviolable: su decisión libre y consciente sobre cómo quiere vivir
su propia vida, asumiendo los riesgos que quiera asumir, puesto que nadie
puede evitar que su vida tenga riesgos.
 
LAS VACUNAS… ¿NECESARIAS O INNECESARIAS?
 
“Necio es el hombre (o la sociedad)
que se complace en sus necesidades”.
–Versos áureos pitagóricos.
 
Para empezar a explicar abiertamente el tema, tenemos que decir que esta
división social entre vacunados y no vacunados existe desde hace
poquísimo tiempo, si lo comparamos con los tiempos de la humanidad;
concretamente, la práctica de la vacunación tuvo sus inicios a escala
industrial y su implantación definitiva a finales del siglo XIX y principios
del XX, aunque desde hacía cien años se había utilizado ya la vacuna
antivariólica de Edward Jenner y sus variantes, sobre todo aquí en España.
Y hay, también, referencias orientales anteriores a estos tiempos que no
vamos a entrar en ellas[5].
 
Como explicaremos en los próximos capítulos, en la primera mitad del siglo
pasado la proporción entre vacunados y no vacunados era inversa a la
actual, más o menos; es decir, más del 90% de la población no estaba
vacunada y nacía una minoría de gente vacunada que fue poco a poco
creciendo en proporción.
 
La gran inversión de la población, la vacunación masiva y casi total de la
población infantil de Occidente se produjo después de la Segunda Guerra
Mundial, como explicaremos; con estos datos cronológicos queremos situar
al lector en la perspectiva real que le permita ver claramente que la historia
de las vacunas es una historia reciente y novedosa; el tiempo que lleva esta
práctica entre nosotros es de un poco más de cien años, siendo muy escasa
su implantación sobre la población civil en los primeros cincuenta años y
generalizada, casi total, en los cincuenta últimos.
 
Este dato temporal no carece de importancia, puesto que nos lleva a la
primera reflexión que proponemos al lector: si las vacunas llevan con
nosotros unos cien años, está claro que no son un elemento vitalmente
necesario para la supervivencia de la humanidad, puesto que esta lleva,
según la ciencia más actual, centenares de miles de años migrando por el
planeta, construyendo pirámides y civilizaciones, guerreando y huyendo,
poblando montañas y llanuras y sobreviviendo y reproduciéndose en todos
los climas y latitudes del planeta, y todas esas adaptaciones y esas proezas
históricas de nuestros antepasados humanos de todos los pueblos las
llevaron a cabo viviendo su vida con lo que les había dotado la madre
Naturaleza, con su organismo de humano genuino sin añadidos industriales
y con su fuerza vital natural, adaptándose a los distintos hábitats con sus
capacidades innatas… y sin vacunas.
 
Por tanto, la larga historia biológica de los humanos descarta, lógicamente,
la necesidad de las vacunas para la supervivencia de la humanidad. A esta
reflexión añadimos una consideración y unas cuantas preguntas:
considerando que nuestros antepasados han demostrado, eso sí, a agua
pasada, que la humanidad puede sobrevivir durante cientos de miles de años
sin vacunas, ¿podrá decir lo mismo esta nueva humanidad que necesita las
vacunas y las considera imprescindibles para vivir? Quizá al lector le
parezca rara esta pregunta, pero a medida que profundice en el estudio se
dará cuenta de por qué la planteamos.
 
Desde el punto de vista de la supuesta evolución humana, ¿hemos ganado o
hemos perdido, hemos evolucionado o involucionado? Esta pregunta
también la resolverá el lector a lo largo de este sencillo análisis.
 
Pero una cosa ha quedado clara: hace tan solo cien años pertenecíamos a
una especie humana que no necesitaba de vacunas para vivir y progresar, y
ahora, según sus partidarios, se ha vuelto necesario e, incluso,
imprescindible y casi obligatorio que todo el mundo esté vacunado.
 
Sin embargo, para todo biólogo o naturalista y también para toda persona
con sentido común resulta evidente que, al haber ganado una necesidad
artificial que no tenía anteriormente la nueva humanidad, no ha salido
ganando sino perdiendo, y haciéndose dependiente de una necesidad en
forma de productos industriales; una necesidad que no tenían sus
antepasados humanos para llevar una vida completa.
 
Como apreciará el lector, no estamos discutiendo, en estos momentos, si las
vacunas pueden o no mejorar nuestra salud, si son convenientes o no o si
son tóxicas o no. Lo que estamos diciendo es que la historia biológica de la
especie humana demuestra que ni han sido ni son imprescindibles, y por
tanto no pueden ser necesarias.
 
El razonamiento que llevamos hasta el momento creemos que puede ser
comprendido por cualquier ciudadano con una cultura media y sin
necesidad alguna de ser médico; basta con utilizar la lógica y el sentido
común[6]. Precisamente estas virtudes de lógica y sentido común nos
acompañarán a lo largo de todo este trabajo. Ellas nos ayudarán a hacernos
preguntas y a hallar respuestas que satisfagan nuestra coherencia mental,
pero, además, vamos a contar con la eficaz colaboración de un elemento
clave en esta historia: el tiempo.
 
El tiempo es ese componente del cosmos al que, por su profundo misterio,
muchas civilizaciones divinizaron; Kronos, le llamaron los griegos, y le
dieron el título de padre de todos los dioses; todo pasa en su seno, de donde
nacen las historias verdaderas y falsas, los acontecimientos buenos y malos,
donde todo lo que sube baja, lo que nace muere, y donde lo que estaba
oculto pasa a la luz del día…
 
Pues con estos elementos (la lógica y el paso del tiempo) pretendemos
proponer al lector unas reflexiones sobre las vacunas y su breve historia de
cien años, y analizar las causas y razones por las que en este corto periodo
de tiempo se ha producido un cambio en la historia biológica de la
humanidad. Un cambio que, por su dimensión social (más del 93% de la
población) en el momento actual, se está convirtiendo en un cambio
“evolutivo” dentro de la especie humana que nos va a llevar, según el
sistema de salud y la cultura oficial, a ser una nueva especie; naturalmente,
una especie superior.
 
Pero hay algo en ese “cambio para mejor” que no obedece a la lógica más
elemental, puesto que lo que propone no es perder una dependencia y ser
más autónomo; propone una dependencia, propone ganar una necesidad
para ser superior. Cuando toda la especie humana haya sido vacunada por
varias generaciones, ¿qué habremos ganado como especie?, ¿una necesidad,
un artefacto, un producto de consumo nuevo del que hacernos dependientes
por ser, a partir de ahora, necesario? La respuesta es evidente.
 
Eso no puede ser llamado evolucionar, sino involucionar, pasando de ser
una especie animal autónoma y capaz de vivir, reproducirse y adaptarse a
los diversos cambios que se producían en su entorno en virtud de su propia
capacidad natural, en virtud de su propia vitalidad, en virtud de su propio
poder personal, y transformarse en otra “nueva” especie de humanos que
creen que su supervivencia depende de estar vacunados.
 
Los personajes científicos, políticos e industriales que han creado y
esparcido esta nueva necesidad biológica de la vacunación dicen estar
convencidos de que esa nueva costumbre biológica nos ha convertido en
una nueva raza de humanos más sanos y longevos, ha mejorado nuestras
defensas contra los microbios agresivos que nos rodean por doquier y, en
definitiva, ha mejorado nuestro organismo y nuestros sistemas internos. El
sistema oficial de salud, además, presenta estas conclusiones como dogmas
de fe y no permite que nadie las ponga en duda.
 
Nosotros, sin embargo, nos sentimos con derecho a hacernos preguntas y a
poner en duda los dogmas científicos, puesto que si son dogmas no pueden
ser científicos; por ello, vamos a proponer al lector unas reflexiones sobre si
la nueva especie a la que pertenecemos desde hace un siglo, el nuevo homo
sapiens vacunatus, es superior o inferior a aquella a la que pertenecieron
nuestros abuelos.
 
Y para ello no recurriremos a mucha bibliografía científica o técnica; no la
necesitamos para nada[7]; bastará con recordar al lector datos conocidos
por todos, noticias y acontecimientos que han marcado todo el escaso
tiempo biológico en que los humanos nos hemos transformado en una
nueva especie dependiente de unos productos industriales. Bastará con
aprovechar nuestra posición de ventaja en el final de la película, y de que,
por llegar los últimos, sabemos y conocemos cosas y acontecimientos que
los anteriores actores desconocían; tenemos información que ignoraban, han
sucedido cosas y se han realizado nuevos descubrimientos… Y ahora, desde
el final, se puede ver todo en perspectiva. Desde aquí, podremos ver cómo
ha transcurrido todo y el final de la película, que es la realidad de la
sociedad del tercer milenio, y definitivamente podremos comprobar con
nuestra propia experiencia, con datos conocidos y aceptados por todos, si
verdaderamente ha mejorado la calidad y el nivel de salud del nuevo
hombre, la nueva superespecie de homo sapiens vacunatus.
 
EL DISEÑO INTELIGENTE DEL COSMOS ES INSUPERABLE
 
“Hay Algo inherente y natural en
todas las cosas, que existió antes del
Cielo y la Tierra, lo llena todo y
nunca se extingue. No conozco su
nombre… Si me fuerzo a darle un
nombre, le llamaré Tao”.
–Tao-Te-King, capítulo XV.
 
Los ciudadanos que no nos vacunamos, lógicamente, no creemos que
hacernos dependientes de un producto industrial sea un beneficio para
nuestra salud ni que mejore nuestra calidad de vida; sabemos que no hay
ninguna demostración científica de la eficacia protectora de las vacunas y,
además, creemos que, como nuestros antepasados, somos capaces de vivir
en este planeta sin necesidad de que nadie incorpore a nuestro organismo
ningún producto industrial con la intención de mejorar su naturaleza y el
funcionamiento de sus órganos y sistemas.
 
Nosotros no creemos que tal cosa, mejorar el diseño inteligente de los seres
vivos, sea posible; esta incredulidad nuestra no la tenemos por espíritu de
negación, ni por hacer la contra a la cultura tecnológica, ni por ser
escépticos ante la capacidad científica; nada de eso; simplemente, no lo
hemos visto nunca, es decir, no hemos podido comprobar jamás hasta el día
de hoy que el humano y su industria haya podido igualar el funcionamiento
de ningún sistema vivo. Ni siquiera en los tiempos recientes de tecnología
de última generación hemos visto que un artefacto humano haya superado
el diseño inteligente de la Naturaleza y de sus seres vivos, y no es porque
no se haya intentado y se esté intentando desde el mundo tecnológico.
 
Los médicos que nos oponemos a la manipulación del sistema defensivo
humano nos confesamos ignorantes de conocer a fondo todo el detalle y las
variables que intervienen en el funcionamiento integral de cualquier sistema
biológico vivo, por simple que este sea. Nosotros confesamos esa
ignorancia y, además, nuestra impotencia de poder alterar, con el fin de
mejorar, ninguna estructura viva ante la complejísima perfección que
demuestran tener los sistemas biológicos.
 
Nosotros no vacunamos simplemente porque reconocemos que la
perfección de nuestro sistema defensivo orgánico en estado de normalidad o
de salud es insuperable, o mejor dicho, es todo lo perfecto que puede ser
para cumplir su misión biológica en el conjunto de las funciones del
cosmos.
 
Los modernos médicos industriales que proponen la vacunación creen,
desde hace cien años, que esos sistemas orgánicos vivos, aunque reconocen
su enorme complejidad, no son todo lo perfectos que pudieran ser y, por
tanto, son mejorables por la tecnología y la ciencia. Desde que adoptaron
esta creencia, han intentado mejorar nuestro sistema defensivo y otros
sistemas orgánicos humanos, y cien años después nos anuncian que lo han
logrado. ¡Han logrado perfeccionar un sistema orgánico por primera vez en
la historia biológica de la humanidad!
 
Nosotros lo ponemos en duda en este estudio. Seguimos pensando que es
una cosa imposible desde el punto de vista de la biología y de la medicina,
pero explicaremos al lector que desde el punto de vista mediático, político y
académico es una realidad incontestable. De ahí que el lector estará
acostumbrado a leer y escuchar en los medios de comunicación que, en
estos últimos años, hemos mejorado la calidad de nuestro sistema
inmunitario y de los demás sistemas orgánicos gracias a la nueva medicina
industrial y a los productos médico-industriales que esta ha ido
“incorporando” e introduciendo en nuestras estructuras biológicas innatas.
 
Quizá nuestra negación de la posibilidad por parte del hombre de mejorar
cualquier sistema vivo le parezca demasiado rotunda al lector, pero, si
presta atención a su propia cultura científica de hoy en día, comprobará que
en todo este tiempo de Revolución Industrial y científica todavía está por
demostrar que la ingeniería y la industria del hombre sea capaz de imitar la
perfección de funcionamiento de cualquier sistema biológico vivo.
 
La ciencia y la tecnología actuales han intentado imitar a muchos de ellos,
llevan años tratando de copiar y reproducir artificialmente el diseño
inteligente de los sistemas vivos, pero son tan complejos y perfectos, son
tan sutiles que parecen tener inteligencia propia; no están quietos y a veces
parece que improvisan, y la tecnología del hombre con todo su empeño no
ha logrado aproximarse ni de cerca; en ese sentido, ya le gustaría al
progreso industrial humano haber logrado producir un material textil
inteligente como la seda de la araña, construir una membrana celular
artificial con la “inteligencia” y selectividad como la que tienen las
membranas celulares de las simples bacterias, construir un riñón con toda la
inteligencia vital de un riñón normal, crear un ojo inteligente como el de
cualquier animal, reproducir el vuelo del colibrí, fabricar un líquido tan
nutritivo como la miel… Y así podríamos seguir hasta el infinito sin agotar
los casos en que el diseño inteligente del Cosmos ha resultado inimitable
por el artificio y la industria del hombre.
 
Incluso en sistemas vivos menos complejos que los del mundo animal, en el
mundo vegetal, la mano del hombre no supera el diseño inteligente del
Cosmos; y así, en su afán de imitar y superar a la naturaleza, la ingeniería
vegetal de los modernos invernaderos ha llegado a reproducir frutos
hidropónicos que incluso son más grandes, más vistosos, más “higiénicos”,
más comerciales, crecen en cualquier tiempo…, pero todos los ciudadanos
actuales, médicos, ingenieros, cocineros y futbolistas, los comemos y todos
comentamos que les falta ese “algo”, aroma, gusto, textura… que tenían las
frutas de antes, que venían a su tiempo y maduradas sin prisa a lo largo de
un ciclo calmado y completo entre el cielo y la tierra; los consumidores
modernos que no han conocido otra cosa quizá no noten nada, pero los
buenos sibaritas y los chefs de cocina de calidad que buscan la excelencia
no tienen dudas al respecto.
 
Por tanto, los que somos conscientes de esa realidad, los biólogos y gente
con mentalidad ecológica que sentimos respeto y veneración por los
procesos vitales, todavía no hemos sido testigos de ninguna acción o acto
humano que haya podido mejorar ninguna función de ningún sistema
orgánico vital en cualquiera de los tres reinos de la naturaleza; nunca hemos
presenciado un caso en que la obra del hombre se acerque a la perfección de
la naturaleza. Si algún lector conoce un caso que haya sido así, le
rogaríamos encarecidamente que nos lo comunicara.
 
Como hasta ahora no se ha dado el caso, nosotros, los médicos que no nos
vacunamos ni vacunamos a nadie, seguimos pensando que el Orden
cósmico y el diseño inteligente en el que hemos sido creados no ha sido ni
será superado por el artificio humano.
 
Y, basados en esta certeza, estamos convencidos de que el diseño vital de
nuestro sistema de defensa orgánico, aquello que nuestros antepasados en el
oficio médico llamaban vis natura medicatrix o fuerza de curación
natural, y que ellos afirmaban que estaba en todos los seres vivos, es un
sistema vital inteligente y muy complejo; es integral, involucra a todos los
demás sistemas del organismo y posee una inteligencia innata y una
perfección en el funcionamiento que impresiona al estudiante que se
adentra en su conocimiento. Nosotros, los que no nos vacunamos y por ser
médicos conocemos algo[8] de este gran sistema orgánico que nos permite
la adaptación a los diversos cambios medioambientales y, por tanto,
sobrevivir, simplemente no nos creemos que un producto industrial, un
artefacto de biotecnología o una proteína sintética pueda mejorar en nada
nuestro sistema de defensa milenario ni ningún otro sistema vivo natural.
 
Por tanto, no son razones de empecinamiento las que motivan nuestra
oposición a ponernos vacunas y otros productos industriales modernos y no
tenemos nada que decir a los que lo hacen; lo que nos mueve a cuidar
nuestro cuerpo de forma higiénica y natural es nuestra filosofía de vida,
nuestro sentido lógico, nuestra creencia vital en un Orden Inteligente[9] y,
en última instancia, es nuestra alma natural silvestre que todavía tiene la
sensación de vivir en su propio planeta, en su casa cósmica, donde fue
creada y vivieron sus antepasados. Los que no nos vacunamos tenemos la
suerte del loco que, en su locura, es capaz de escuchar el latido del cosmos,
la música de las esferas y el espectáculo hermoso de la Naturaleza. Nos
sentimos capacitados para vivir por nosotros mismos y llamados a danzar
en armonía y sin miedo la danza de la vida y la supervivencia en este
planeta.
 
Pero, además de esta visión mental de armonía con nuestro hábitat, los que
nos oponemos a la manipulación industrial de cualquier sistema vivo
tenemos el conocimiento empírico y la experiencia real y cotidiana de que
el diseño natural del cosmos sigue siendo en todas partes insuperable por la
obra humana. Esa experiencia real nacida del conocimiento, y que todavía
no ha podido ser negada, es la que nos invita a aceptar el riesgo de vivir
sencillamente, creyendo que si nuestros antepasados lo lograron… nosotros
también podremos; y aceptamos los riesgos que esa complicidad con
nuestra naturaleza conlleva, que, por otra parte, nosotros creemos que
nuestros riesgos son menores que los riesgos a los que se exponen los
vacunados, que manipulan sus sistemas inmunitarios con el fin de
mejorarlos, pero sin conocerlos en su totalidad.
 
A LOS QUE SE VACUNAN Y CREEN QUE DEBEN HACERLO
 
No queremos terminar este capítulo sin dirigirnos a los lectores que se
vacunan y vacunan a sus hijos porque creen en el efecto protector de estos
productos; incluimos también a los médicos que vacunan con buena
intención y que quizá nos critiquen con más o menos vehemencia. A todos
ellos queremos expresarles el profundo aprecio y reconocimiento que les
profesamos y, por ello, queremos decirles que les respetamos y respetamos
su decisión totalmente; y lamentaríamos que alguna de nuestras palabras
pudiera herir su persona; para nosotros, las personas que vacunan a sus
hijos no son unos irresponsables que exponen a sus hijos a nuevas prácticas
médicas.
 
Como explicaremos en las próximas líneas, toda la población occidental
(incluidos los médicos) ha sido sometida durante un siglo a una información
y educación en las escuelas, en la prensa, en la cultura, en todas partes, que
ha producido en la población un estado de conciencia inquietante, una
mentalidad y una cultura que denominaremos en este estudio la paranoia
de vivir, que es una manera de entender nuestra vida en el planeta, como si
el hombre fuera una presa de unos depredadores invisibles: los microbios.
 
Todos los ciudadanos actuales que se vacunan han nacido en una cultura
belicista contra la Naturaleza; todos conocen relatos de historias aparecidas
en la prensa, novelas y películas que les han acostumbrado a vivir con un
nivel de paranoia contra los gérmenes que les impele a buscar soluciones a
ese estado de terror; buscan protección ante esa amenaza que, además,
saben que les rodea por todas partes, y, naturalmente, confían en quienes les
han educado.
 
Su actitud de protegerse ante esos microbios agresivos es lógica si la
información que tienen y en la que confían les ha convencido del peligro
mortal que suponen y de la consecuente bondad y necesidad de las vacunas.
 
Con esas ideas inquietantes en la cabeza, es lógico que quieran protegerse;
nosotros sabemos que lo hacen porque aman a sus hijos y les quieren
proteger, quieren darles lo mejor, quieren evitarles el dolor, como nosotros
mismos hacemos con los nuestros; sabemos que su bondad y su sentido de
la responsabilidad es igual al nuestro; no les consideramos extraños; ellos y
nosotros buscamos la verdad y la bondad, y por eso les amamos y
respetamos.
 
El pequeñísimo grupo de no vacunados es muestra de que es muy difícil y
extraordinario, en la sociedad actual, no creer en las vacunas, y por eso
comprendemos la postura de la mayoría de los que se vacunan. Solo
pretendemos exponer nuestras razones lógicas sin ánimo de proselitismo y,
de paso, reivindicar nuestra libertad personal y que cada cual tome las
riendas de su vida, a las cuales tiene todo el derecho del mundo.
 
Esta primera parte del estudio contiene pocas afirmaciones y casi ninguna
es del autor, puesto que lo que propone este son más bien reflexiones sobre
datos conocidos por casi todos; propone también preguntas al lector,
preguntas que quizá hallen respuesta en la propia reflexión del lector, o
quizá no, pero que sin duda le abrirán horizontes mentales nuevos que quizá
cambien o simplemente maticen o amplíen su visión del tema. A lo largo
del texto, a veces insistiremos repetidamente sobre algún concepto, pero
será por necesidad de dar importancia a lo que de verdad la tiene para
entender toda la exposición.
 
No vamos a utilizar gran cantidad de cifras, análisis, estadísticas y fechas;
no quisiéramos que los árboles no nos dejaran ver la realidad del bosque.
 
No es este un tratado técnico de microbiología, ni de confrontación de datos
de investigaciones de médicos disidentes y estadísticas, ni de discusiones
sociales y morales, puesto que no juzgamos a nadie; es más bien un estudio
de lógica aplicada a la biología y a la salud, y de reflexión sobre filosofía de
la naturaleza humana.
 
Sin salirnos de estos marcos de referencia, intentaremos explicar al lector la
filosofía errónea y el sentido contranatural de la vacunación preventiva;
descubriremos o desenmascararemos la historia manipulada por la
propaganda y la apología del sistema de salud dominante, sus historias
ocultas, sus métodos… y, finalmente, con la ayuda inestimable del paso del
tiempo, veremos a dónde nos ha conducido, después de más de cien años de
historia, esta novedosa práctica de ingeniería médica e industrial.
2. La medicina y la Revolución Industrial
 
“Así piensan los impíos, pero se
equivocan, pues les ofusca la maldad.
No conocen los secretos de Dios, ni
esperan recompensa para la virtud, ni
valoran el precio de una vida
intachable”.
–Sabiduría, capítulo II.
 
EL ATEÍSMO, EL MATERIALISMO Y EL UTILITARISMO
CIENTÍFICOS
 
La medicina, la música, la arquitectura, la danza, las artes y las ciencias de
cada época histórica y de cada pueblo son el reflejo, en la actividad
cotidiana y en la creatividad artesana, de los mitos y creencias que tratan de
explicar el mundo metafísico y el orden cosmológico y del conocimiento y
pensamiento colectivo, es decir, de la visión integral y de la interpretación
de la realidad cósmica y de su causa primera (Dios, Tao, Brahma…) de
cada uno de esos pueblos y civilizaciones, o, lo que es lo mismo, del modo
o manera en que ese pueblo ve e interpreta la realidad de la existencia.
 
Por esta correspondencia que existe entre la concepción mental de la
realidad y la actividad humana, para entender la naturaleza de una
“creación” o de un invento humano que ha cambiado a la humanidad como
son las vacunas tenemos que remontarnos al final del siglo XIX y primera
mitad del XX, período este que fue la cuna temporal y el marco cultural, no
de su invención, pero sí de su introducción medianamente masiva en la
sociedad, contando con la ayuda y la publicidad de gobiernos y con ayuda
del comercio a gran escala y también de la prensa.
 
Lo que quizá no sepa el lector es que las vacunas se introdujeron en la
sociedad hace poco más de cien años, pero en contra de la opinión y del
consejo de la mayoría de los propios médicos de la época; en realidad, las
vacunas no tuvieron un origen médico sino industrial; no nacieron como
una creación del pensamiento y la ciencia médica de esa época sino más
bien en contra de la filosofía, la deontología y prácticas médicas de la
época, como explicaremos al lector a lo largo de esta primera parte.
 
De hecho, esos nuevos elixires de inmortalidad (vacunas), que iban a
intentar mutar o cambiar a la especie humana, aparecieron en el escenario
mundial en el lugar justo (Europa) y en el momento histórico perfecto (la
Revolución Industrial) para instalarse y quedarse hasta nuestros días como
una práctica de consumo generalizada.
 
Sin embargo, para ser fieles a la verdad y en concordancia con lo que
estamos diciendo, la idea de las vacunas había hecho su aparición en el
siglo anterior de la mano de un médico inglés llamado Edward Jenner.
 
Pero en esta primera ocasión no cuajó el invento, no se instaló en la
sociedad, puesto que no apareció en el momento idóneo, había llegado a
deshora, se había adelantado al tiempo propicio que resultó ser el que fue,
es decir, a finales del siglo diecinueve y principios del veinte.
 
¿Qué tenía esta época más cercana a nuestros días que no tuviera la de
Edward Jenner en el siglo dieciocho? ¿Qué había cambiado en la
mentalidad de los europeos entre un siglo y otro? ¿Habían cambiado las
concepciones científicas sobre la interpretación del cosmos? ¿Habían
cambiado las creencias ancestrales de los europeos? ¿Había aparecido la
Revolución Industrial? ¿Habían aparecido la prensa, la comunicación a
distancia y la capacidad de viajar y comerciar a gran escala?
 
La respuesta a todas estas preguntas, como todo el mundo sabe, es
afirmativa: sí, muchas cosas cambiaron definitivamente en el siglo
diecinueve; todos esos cambios formaron la matriz ideal para que las
vacunas se implantaran y formaran parte, desde entonces, de la naturaleza
humana de la nueva raza de hombres y mujeres dependientes de las
vacunas. Y fue en ese tiempo de Revolución Industrial cuando empezó la
película de la teoría de la infección y de las vacunas. Entonces dio
comienzo un relato de miedo y de paranoia contra nuestros propios
gérmenes que nos ha acompañado durante toda nuestra vida.
Vamos a analizar y a poner en consideración, aunque de manera breve y
sintética, cuáles fueron los cambios más importantes en la teología,
cosmogonía y ética médica que se produjeron en las mentes de los médicos
de principios del siglo pasado, puesto que esos cambios en la manera de
concebir cuál debe ser la deontología de la práctica médica son los que
permitieron concebir, crear y aplicar la vacunación a los humanos por
primera vez en su historia. Si no se hubiesen producido esos cambios en la
ética médica de los profesionales de la salud de hace un siglo, las vacunas
no se hubieran podido ni concebir y mucho menos aplicar.
 
Veamos: en primer lugar, señalaremos las diferencias a nivel de creencias
espirituales, puesto que la mayoría de los médicos anteriores a la época de
las vacunas eran creyentes y practicaban la moral religiosa. Por ser
creyentes eran creacionistas, es decir, creían en la existencia de un Ser
omnipotente y creador del cosmos; creían que Dios había diseñado el
Cosmos a la perfección y con un diseño inteligente imposible de superar
por ninguna acción humana. Esa es una certeza que, de una manera u otra,
por fe religiosa o por instinto vital, compartimos con aquellos médicos
vitalistas de antaño los ciudadanos que no nos vacunamos, y esta es la razón
primaria o la idea fundamental de nuestra falta de confianza en las
vacunas; es decir, los médicos vitalistas actuales no creemos en la
posibilidad de mejorar el diseño de la vida orgánica de los seres por medio
de la acción humana, pero además de nuestra creencia o convicción
tenemos, también, nuestra experiencia de que eso, mejorar un sistema vivo
por la acción industrial, no ha sido logrado después de más de ciento
cincuenta años de intentos y promesas de lograrlo.
 
Ante esa imposibilidad de superar a Dios en el diseño de la naturaleza, los
médicos anteriores a las vacunas pensaban que el hombre y los animales, si
nacían sanos y bien formados, eran todo lo perfectos que podían ser y
tenían toda la capacidad para realizar sus destinos biológicos que les
permitía su propia naturaleza: el cachalote tiene la capacidad inexplicable
de bajar a 4.000 metros de profundidad sin ser aplastado por la enorme
presión y de subir a la superficie inmediatamente sin explotar; el águila
tiene su vista y su vuelo inimitable; los flamencos son capaces de
alimentarse en charcos salobres; las garzas tienen la facultad de volar a
7.000 metros de altura sin asfixiarse y sin congelarse…
 
Ese poder de adaptación y supervivencia que tenían todos los seres era
llamado por los antiguos vis natura medicatrix; era concebido como una
fuerza “inteligente” natural y suficientemente capaz de mantenerles vivos y
permitirles realizar su misión o su destino vital particular en este planeta
que es el suyo, y en armonía y equilibrio con el conjunto de los demás seres
vivos. Pensaban, con su actitud humilde, que el médico con su acción sobre
el paciente jamás puede superar a la naturaleza y que, por tanto, no puede
mejorar o perfeccionar un sistema orgánico con su manipulación.
 
La veneración por la Naturaleza era total y todo el saber médico de ese
tiempo giraba en torno al conocimiento de los ciclos naturales, de conocer
las propiedades de las plantas medicinales y su tiempo de recogida, de los
minerales, de las estaciones y sus cambios en el organismo. Esos médicos
vitalistas entendían su oficio artesano como una cooperación con las fuerzas
y fenómenos naturales, practicaban su arte médico en total complicidad
con la Naturaleza, que, para ellos, no era un enemigo a abatir o dominar o a
transformar, sino que era su mejor aliada contra la enfermedad y la única
fuente de salud y de vida.
 
El hombre capaz de vivir de acuerdo con su propia naturaleza y en armonía
con el medio era considerado como un hombre sano, sabio y santo para
todas las civilizaciones del mundo. El humano completo y perfecto es aquel
que es capaz de vivir en este planeta en simbiosis con los otros seres, sin
miedo ni agresividad innecesarios, con atención y respeto y sabiendo que
cada cual, cada ser pequeño o grande, simple o complejo, sutil o compacto,
cumple su función; es sano y sabio aquel que es capaz de comprender que
cada ser es un hilo en el telar de la trama cósmica, un trazo indispensable,
una pequeña línea o un punto, quizá un destello o una inapreciable nota
musical en el diseño inteligente y formidable que dirige todo el hermoso
despliegue de la creación.
 
EL DARWINISMO, EL AZAR Y EL NUEVO PROMETEO
 
“Dios no juega a los dados”.
–Albert Einstein.
 
Este pensamiento que integraba todo el orden cósmico bajo el diseño
inteligente de la Divinidad empezó a ponerse en duda por los nuevos y
flamantes filósofos ateos y materialistas que proliferaron entre el siglo
diecinueve y veinte. El hombre europeo en plena Revolución Industrial
estaba experimentando y disfrutando del poder del Progreso y la
Tecnología, esos nuevos poderes recién adquiridos que le proporcionaban
una fuerza titánica inusitada. El humano en general y el científico
decimonónicos se sintieron como Prometeo; habían robado el fuego de los
dioses (el progreso industrial) y se dispusieron a crear con él un nuevo
mundo. Un mundo a la medida del mismo hombre, incluso a su antojo; ¿por
qué no?; si ahora tenía el poder de los dioses, él mismo podía diseñar el
cosmos[10].
 
La civilización industrial le había permitido dominar y conquistar el mundo
entero con todos sus continentes; el nuevo hombre europeo no iba a
permitir que nada ni nadie le impidiera crear un mundo industrial, un
mundo de consumo, la sociedad del bienestar, aunque para ello tuviera que
“superar” viejas supersticiones morales y algunos de los antiguos valores
espirituales y filosóficos que, de mantenerlos, le hubieran impedido avanzar
tecnológicamente e industrialmente.
 
Estos cambios en los valores espirituales de los científicos europeos quizá
no le parezcan importantes a algún lector, pero fueron el origen del cambio
de mentalidad de los médicos de la época; ese cambio de conciencia hizo
posible la aparición de las vacunas y, además, la transformación de la
medicina, que en ese preciso período de tiempo dejó de ser una actividad
artesana y se transformó en una actividad industrial.
 
Las nuevas filosofías ateas parecía que podían explicar la realidad cósmica,
la manifestación universal, la vida y los seres vivos sin necesidad de la
existencia de un Dios creador y sin la existencia de un orden cósmico
perfecto.
 
Entró en la escena intelectual de occidente Charles Darwin con su teoría de
la evolución de las especies; proponía que la materia tenía el poder que
anteriormente se le atribuía exclusivamente a Dios. Los cambios internos de
la materia habían dado origen a toda la creación sin un diseño inteligente
previo, solo por acción aleatoria del azar, por pura casualidad, y fue
clamorosa su acogida en la comunidad científica atea decimonónica; por fin
alguien había propuesto una teoría que podía descartar la milenaria creencia
en Dios creador y en el Orden cósmico.
 
Desde ese momento, la ciencia occidental tendió a creer que la materia es el
origen de todo; ya no había necesidad de un diseño inteligente y casi toda la
comunidad científica europea asumió que el universo es un producto del
azar, como un juego azaroso de dados, como proponía el genio inglés de
Darwin[11].
 
No existía la perfección en el cosmos, puesto que este todavía se estaba
haciendo por medio del proceso evolutivo. Las especies actuales mejorarían
por la evolución para hacerse más perfectas, todo evolucionaba y se
perfeccionaba… En realidad, todo estaba por hacer, se estaba haciendo, no
había necesidad intelectual de un Creador inicial e inteligente; las cosas y
los seres se hacían por azar y todo, o casi todo, o algo, o cualquier cosa,
estaba por hacer.
 
Por otra parte, Dios había muerto (Nietzsche) para el nuevo hombre
industrial y para el científico materialista; desapareció la moral religiosa; el
hombre había descubierto que no era descendiente de los dioses, como
creían los antiguos, y, por tanto, creer que estaba poseído por una chispa
divina o espiritual era una falacia, una superstición. El hombre creyó, por
primera vez, que descendía de los animales, incluso era un animal más; eso
sí, el más evolucionado de todos, la culminación de la evolución de la vida
en el planeta, y, si era el culmen de la vida y Dios ya no existía, tenía que
ser el hombre consciente de su superioridad evolutiva y en virtud de su
ciencia y su tecnología el que pudiera diseñar el propio cosmos cambiante e
imperfecto. Ahora poseía el fuego creador de los antiguos y superados
dioses, y, como Prometeo, se creyó capaz de utilizarlo en su propio
provecho.
 
El hombre se sintió por primera vez en el lugar de Dios y pensó que debía
dominar el cosmos y mejorarlo. El lector quizás no lo sepa todavía, pero de
esa concepción de la existencia, de esa idea de creerse un dios demiurgo, ha
nacido toda la cultura industrial y tecnológica que ha producido una serie de
cambios en nuestra naturaleza humana, la de los últimos de la película, y en
nuestro medio ambiente que nos va a llevar a la extinción en un corto
período de tiempo; quizá piense que exageramos, pero lo irá entendiendo a
lo largo del presente estudio.
 
En el mundo médico también caló, aunque algo más tarde que en las demás
ciencias, el espíritu materialista y mecanicista de la época y el darwinismo,
lo cual produjo dos cambios importantes en la actitud mental y en las ideas
que tenían los médicos clásicos hasta entonces.
 
El primer cambio fue que los nuevos médicos dudaban o negaban la
existencia de un Principio divino, inteligente y perfecto que había creado un
cosmos con unas leyes igualmente inteligentes y perfectas. Esta era una
creencia milenaria de la que partían todas las leyes cosmológicas, físicas y
biológicas de la medicina tradicional clásica, la tradición médica
mediterránea europea.
 
Los nuevos médicos darwinistas negaban la existencia de ese Principio
divino perfecto y, como consecuencia, negaban la perfección del cosmos. El
cosmos era algo que se podía perfeccionar y el médico científico moderno,
el nuevo Prometeo, se creyó capaz de hacerlo, se dispuso a mejorar la
naturaleza humana, se dispuso a mejorar los sistemas orgánicos con ayuda
de la tecnología y la industria.
 
El segundo cambio de la medicina tradicional que se produjo ante las
nuevas filosofías fue la del sentido de complicidad que los antiguos
maestros tenían con la Naturaleza. Como ellos sentían veneración por la
perfección de la Naturaleza, nunca pensaron en transformarla ni en
mejorarla; pensaban que el hombre debía adaptarse a los ritmos y fuerzas
que rigen el mundo natural, y sobrevivir y progresar utilizando esas mismas
fuerzas, pero sin oponerse nunca a ellas.
 
El nuevo Prometeo industrial, sin embargo, veía a la naturaleza imperfecta
y hostil, y con esa visión paranoica era lógico pensar que el hombre, para
sobrevivir, tiene que enfrentarse y luchar contra la naturaleza y dominarla,
tiene que explotarla y transformarla a su antojo y necesidad, con su poder
demiúrgico tecnológico y su ciencia.
 
El humano, si quiere sobrevivir, tiene que someter o exterminar a los seres
que se le opongan, tiene que cambiar los paisajes, tiene que alterar las
plantas y los animales; incluso tiene que poder cambiar la misma naturaleza
del propio ser humano y mejorarla, y la nueva medicina industrial creía y
cree en la actualidad que es capaz de hacerlo. De hecho, afirma en todos los
medios de comunicación que lo ha conseguido durante este último siglo y
todo el mundo se lo ha creído.
 
Pero, en este caso, esta afirmación es gratuita y prematura, porque quien la
dice es juez y parte. Nosotros vamos a invitar al lector a profundizar en el
tema y analizar las afirmaciones gratuitas, las historias contadas, los
supuestos logros y las bondades que todos conocemos y que se han dado
por ciertas.
 
Esta primera parte del estudio que presentamos al lector va a consistir, en el
fondo, en la confrontación de estos dos puntos de vista científico-médicos o
de estas dos perspectivas de la Realidad: ¿El orden o el azar? ¿Cosmos
perfecto o perfeccionable? ¿Naturaleza cómplice o enemigo a abatir y
eliminar? ¿El ser humano es perfecto o se puede mejorar por la tecnología
humana? ¿Puede el hombre mejorar el funcionamiento de los sistemas
vivos?
 
La primera premisa de todas estas preguntas, propia de los médicos
tradicionales, no admitía la posibilidad de que la industria del hombre
pudiera perfeccionar el cosmos, y, por tanto, estaban en contra de la
introducción de las vacunas y de las medicaciones industriales.
 
La segunda premisa era propia de los nuevos médicos poseídos por el
espíritu de Prometeo, que estaban convencidos del poder de la acción
creadora y transformadora del hombre sobre el cosmos; pensaban que la
Naturaleza no era tan perfecta como creían esos viejos científicos, ni mucho
menos sagrada y digna de veneración; la Naturaleza era verdaderamente
hostil; demasiado fría o caliente, demasiado húmeda o seca, demasiado
temprana o tardía, pero, para solucionar esas deficiencias naturales que
presentaba el cosmos, había nacido el nuevo Prometeo, el hombre
tecnológico y su industria. Y ese nuevo Prometeo, además, no había tenido
que robar nada a los dioses, puesto que estos no existían para él; el fuego de
los dioses que poseía el nuevo hombre industrial había nacido de su propia
inteligencia, algo que él poseía en exclusividad y que había conseguido por
una evolución azarosa de la materia; este nuevo fuego creador era
propiedad del nuevo Prometeo.
 
Para mejorar a su gusto y su criterio el cosmos, el nuevo científico
industrial recrearía el diseño y mejoraría al hombre y sus sistemas
orgánicos, destruiría a los que molestasen, modificaría las especies,
cambiaría los climas, viviría en los polos y elevaría rascacielos en los
desiertos. Desde entonces, el ciudadano actual, sea obrero, funcionario o
médico, cree que el hombre tiene derecho y poder de cambiar las leyes de la
naturaleza impunemente, sin consecuencias, pero, ahora que han pasado los
años, los últimos de la película, que somos los biznietos de esos primeros
hombres que creyeron que podían cambiar el mundo a su antojo, hemos
heredado ese mundo cambiado y transformado; ellos no tuvieron tiempo de
saber ni conocer cuáles iban a ser las consecuencias de esas
transformaciones cósmicas que la industria iba a producir; eran los primeros
actores de la película que recién empezaba. Pero los que estamos al final sí
que podemos vivir las consecuencias de la industrialización: un mundo
agónico, contaminado hasta la última playa de residuos industriales, un
mundo con un futuro incierto y oscuro. Ahora que estamos al final de la
película, nosotros, los últimos actores, los ciudadanos del tercer milenio,
podemos ver y juzgar ese mundo recreado por el nuevo Prometeo, porque
ese mundo, después de estos cien años, es el nuestro.
 
EL ARTE MÉDICO DE CURAR Y LA INDUSTRIALIZACIÓN
 
Pero en ese tiempo de la Revolución Industrial en Europa no se podían
prever los desastres que la industria iba a producir en el planeta ciento
cincuenta años después, es decir, en nuestro tiempo; y, ajenos a esta realidad
y llenos de euforia y alegría, la incipiente industria se dispuso y concentró
su atención en fabricar productos para calmar todas las necesidades de los
ciudadanos, incluso, por qué no, a inventarles necesidades que no tuviesen
en principio, pero que pudiesen calmar con un producto industrial; los
ciudadanos se iban a acostumbrar a que cada necesidad que tuvieran sería
satisfecha por un producto industrial de consumo.
 
Con ese nuevo método de producir cosas, el método industrial, cualquier
máquina o utensilio que hiciera más cómoda la vida del ciudadano se podría
producir y vender en grandes cantidades y hacer inmensamente rico a quien
lo inventara, al que lo produjera y al que lo vendiera.
 
Occidente se llenó de nuevos inventos y patentes industriales; los científicos
que los inventaban se hacían ricos y eran admirados por la sociedad; eran
los nuevos héroes que estaban cambiando el mundo para mejor: el tren, la
electricidad, los motores de explosión, los automóviles, el telégrafo, la
aviación… y un larguísimo conjunto de nuevas máquinas y artefactos más
tenían totalmente admirados a los ciudadanos de Occidente. “La ciencia
avanza que es una barbaridad”, se murmuraba alegremente en todas partes,
y todo el mundo estaba excitado y encandilado a la vez por el progreso
tecnológico e industrial imparable.
 
El progreso científico e industrial era el fuego creador del nuevo Prometeo,
la moral religiosa fue sustituida por la moral darwinista de “la ley del más
fuerte”, “la ley de selección natural con la supervivencia del más
evolucionado frente a los otros”, teorías sobre “la superioridad de la raza
blanca”; y, con toda esta nueva ideología propia de la Revolución Industrial
y esta nueva “religión” y culto al progreso tecnológico, toda depredación de
recursos naturales y de abusos y esclavización de gentes de todos los
lugares del planeta estaba justificado, era inevitable ante el avance de la
civilización de Prometeo, era lícito y conveniente si al final el resultado era
el avance imparable del Progreso y la Civilización del más fuerte, si el
resultado final era la adquisición de nivel de vida y productos de consumo,
si el resultado final era más comercio e industrialización[12].
 
Los médicos también querían participar en ese jolgorio colectivo y de esa
euforia del progreso de la que disfrutaban los demás científicos europeos y
americanos que vendían sus productos, sus artefactos y máquinas en
cantidades industriales y se hacían ricos y famosos. Pero no sabían cómo
hacerlo, porque la naturaleza de la ciencia que profesaban, es decir, la
naturaleza intrínseca del arte de curar, la medicina, no es susceptible de
dejar de ser una actividad artesana y de industrializarse.
 
Ni la consulta médica con su diálogo de persona a persona, ni el diagnóstico
de un desequilibrio orgánico o psíquico, ni la solución o cura de la
enfermedad a la que ha dado lugar el previo desequilibrio son susceptibles
de aplicarse a otra persona que no sea al propio paciente. Es decir, la
relación médico-paciente, para que sea provechosa y útil, debe ser personal
y distinta de las demás, puesto que no hay enfermedades, sino enfermos,
y cada uno de ellos es tan irrepetible como sus huellas dactilares o como el
iris de sus ojos.
 
Para los médicos artesanos de aquella época eran inconcebibles los
tratamientos industriales en serie; por ejemplo, aplicar una misma
medicación a cientos de personas a la vez, como en las vacunaciones, y
después sacar estadísticas sobre porcentajes de buenos y malos resultados.
Para los médicos vitalistas, cada persona era un mundo y sus pacientes
requerían cosas distintas: uno precisaba de tratamiento y otro necesitaba
cambiar su dieta; uno era delgado, otro grueso; uno alto, otro bajo; uno era
moreno, otro era blanco; uno necesitaba parar y otro ponerse en marcha;
uno necesitaba una medicación y otro necesitaba cambiar de conducta. El
médico vitalista era un artesano y no tenía protocolo industrial para ejercer
su oficio; ese antiguo arte requería de la atención exclusiva de cada caso y
circunstancia personal del paciente.
 
Ese arte médico que practicaban los últimos médicos vitalistas, además de
su naturaleza artesana, se basaba en unos principios éticos y deontológicos
que impedían los experimentos en animales, y no experimentaban con
humanos porque era pecado mortal y una práctica abominable. Tenían una
veneración y una complicidad con las fuerzas naturales que les impedía
creer que la mano del hombre tuviera capacidad para mejorar, con sus
artefactos, el hermoso e inteligente diseño que subyace en el interior íntimo
de los seres vivos y de sus sistemas orgánicos.
 
Con estas ideas en la cabeza, comprenderá el lector que a estos médicos les
resultara imposible asimilar el espíritu industrial, y también que se
opusieran a la introducción de modos y métodos industriales en la
medicina. Pero, con su actitud, sus “manías” con la deontología y sus
métodos artesanales y sus principios religiosos y éticos, se estaban
oponiendo a la cultura del nuevo Prometeo; se oponían a la Revolución
Industrial y a la nueva civilización, y por eso fueron desplazados y
sustituidos.
 
Los médicos (e industriales) más lanzados de finales del diecinueve no se
amedrentaron ante esta dificultad en industrializarse que presentaba la
ciencia médica y pensaron en desafiar viejas teorías éticas y abolir en la
práctica médica principios médicos clásicos que insistían en la naturaleza
poco industrial del arte de curar.
 
Empezaron por industrializar medicamentos como la quinina, al ácido
salicílico, los bicarbonatos, las tinturas… En consecuencia, fueron
desapareciendo poco a poco los antiguos boticarios que preparaban
fórmulas magistrales personalizadas, luego aparecieron las vacunas como
elixires de larga vida que protegían ante las epidemias, inmediatamente los
productos químicos contra los microbios; y así nació, por primera vez en la
historia, la industria farmacéutica.
 
LA PRENSA Y LA CREACIÓN DEL NUEVO MUNDO
 
“No levantarás falso testimonio. No
mentirás”.
–Séptimo Mandamiento.
 
En ese tiempo de Revolución Industrial y de incipiente consumo masivo
que iba a industrializar la medicina y las demás artes y ciencias, hizo su
debut en esta película un personaje que iba a tener una importancia de
primer orden en la transformación de la sociedad y en la posterior
consolidación del nuevo mundo: la prensa.
 
Hasta la época, las noticias, los acontecimientos, los descubrimientos
científicos, las buenas o malas nuevas tardaban semanas y meses en viajar
por toda Europa… y años para llegar a todo el mundo. Pero el nuevo
Prometeo había creado un nuevo mundo donde las distancias ya no eran
problema; con su fuego creador había dado a luz al telégrafo, al teléfono, al
cine, a la prensa internacional, y las noticias podían dar la vuelta al mundo
en un día.
 
El nuevo hombre se sintió satisfecho de la posibilidad de estar informado,
prontamente informado y “verazmente” informado. La comunicación en
masa y en tiempo récord se consideró un avance del nuevo Prometeo, pero
desde siempre se sabe que la palabra dicha, escuchada o escrita puede ser
verdad o mentira. ¿Cómo discernir con acierto? ¿Cómo saber si aquello que
te dicen es porque te aman o te odian, te cuidan o te explotan, te sanan o te
enferman? Este personaje nuevo, la prensa, iba a tener muchísimo más
poder de creación de la nueva sociedad que los otros, con diferencia.
 
Industriales, políticos y académicos vieron rápidamente el poder
demiúrgico de la prensa, el poder de cambiar la mentalidad de las gentes, y
decidieron que ellos, los hombres superiores, iban a controlar esa
información; ellos iban a decidir qué era lo que los ciudadanos debían
escuchar y creer; iban a ser los verdaderos diseñadores mentales del nuevo
mundo.
 
Ellos iban a crear la nueva conciencia del nuevo hombre; le iban a enseñar
la verdadera naturaleza de las cosas, lo que hay que hacer y lo que no. Ya
había desaparecido la creencia en Dios y en sus leyes y la moral que
derivaba de ellas; ahora el Prometeo que domina el fuego creador de la
prensa es el que dice lo que está bien y lo que está mal, lo que conviene y lo
que no, lo que se debe y lo que no se debe.
 
Y con el desarrollo de la prensa industrial nació otro fenómeno nuevo: la
propaganda, las noticias sensacionalistas, las historias que se comentaban
en los hogares de todo el mundo, las novelas y las películas que nos
impresionaron a todos, que nos llenaron de terror al microbio y de
esperanza en la ciencia triunfante; historias con las que nos han educado en
las escuelas, con las que hemos crecido y las hemos contado a nuestros
hijos.
 
Veremos en los próximos capítulos la grandísima importancia de la prensa
y de la propaganda en el tema de las vacunas. De hecho, si la
telecomunicación instantánea por cable se hubiera inventado en el siglo
dieciocho, la primera vacuna de Jenner hubiera iniciado la nueva era; no fue
así, entre otras cosas, porque su invento tardó tiempo en difundirse, puesto
que no existía la telecomunicación, aunque aquí en España se realizaron
varias vacunaciones antivariólicas en el siglo dieciocho.
3. Los creadores de la paranoia
 
DOS VISIONES DISTINTAS SOBRE LOS MICROBIOS: ¿AMIGOS
O ENEMIGOS?
 
Hacía un siglo que Isaac Newton había establecido el método científico
experimental como único válido para hacer, enseñar y escribir todo aquello
que se llamaría ciencia en tiempos de la Ilustración; los médicos ilustrados,
como el resto de científicos, tomaron el método científico como marco
protocolario para interpretar la medicina.
 
La medicina pasó a estudiarse en los nuevos laboratorios de fisiología,
donde se pesaban tejidos y huesos, se aislaban gases y secreciones, se
medían ciclos y ritmos cardiorrespiratorios y hormonales, se calentaban o se
enfriaban cobayas, se les inyectaban sustancias, se recogían muestras, se
aplicaban corrientes eléctricas; todo eran pruebas y experimentos que
trataban de redescubrir y explicarse, en lenguaje científico y con pruebas
experimentales, el funcionamiento del organismo humano y de sus
sistemas.
 
Este nuevo método experimental, llamado científico, era estupendo y muy
valioso para la descripción y el estudio de los fenómenos físicos y
materiales, y para la tecnología y fabricación de máquinas; no en vano era
un método mecánico nacido de las leyes físicas de la mecánica universal de
Newton.
 
Es un buen método para estudiar fenómenos físicos, pero tenía y tiene serias
dificultades para observar y estudiar otras realidades más allá del mundo
material; por ejemplo, es perfectamente inútil para observar y estudiar los
fenómenos del mundo psíquico, puesto que los pensamientos, los
sentimientos o las emociones no se someten a medida, ni de peso, ni de
longitud ni de temperatura; el mundo psíquico estaba y está fuera del
alcance de este método científico experimental.
 
Debido a esta deficiencia, los médicos vitalistas no aceptaron el método
científico que proponía la cultura dominante; no lo consideraban útil
precisamente porque excluía el conocimiento del mundo psíquico y,
además, como ya hemos apuntado, consideraban abominable la
experimentación en animales y pecado mortal la utilización de cobayas
humanas, pero había llegado el tiempo de cambio de paradigmas y todos
estos médicos iban a desaparecer poco a poco del mapa ante la avalancha de
nuevos médicos ilustrados que no tenían demasiados problemas éticos y
aceptaban el nuevo método experimental e industrial.
 
En la ciencia europea de ese tiempo, todo era un continuo descubrimiento
de fenómenos físicos y de inventos de artefactos tecnológicos que iban
transformando la vida de los ciudadanos con una continua y nueva
aplicación de esos nuevos útiles a su vida cotidiana. Reinaba también en la
comunidad médica cierta euforia con la nueva tecnología aplicada al
estudio de la medicina clásica.
 
A principios del diecinueve, otro simple pero revolucionario artefacto, el
microscopio, inventado un siglo antes, iba a romper la productiva armonía
que reinaba en la comunidad médico-científica de la época. Esa pequeña
máquina mostró por primera vez a los científicos que existía todo un mundo
invisible en nuestro entorno más inmediato; estábamos rodeados de seres
invisibles que vivían en el agua, en el pan, en el vino, en nuestras bocas, en
nuestra piel, en todos los rincones de nuestra vida.
 
¡Vaya!, exclamaron todos los científicos, pasmados ante semejante nueva
realidad. Aquel descubrimiento debió ser algo parecido a como si ahora, en
2015, descubriéramos sin ningún tipo de duda que estamos rodeados de
extraterrestres y que viven con nosotros desde hace tiempo. Como
seguramente ocurriría ahora entre nosotros, el descubrimiento de ese mundo
lleno de seres invisibles dividió a la comunidad científica en dos bandos
irreconciliables, ante la siguiente pregunta: ¿los nuevos invitados son
amigos o enemigos?
 
Los médicos vitalistas pensaron lógicamente que el hecho de que los
hubiera puesto en evidencia el microscopio no significaba que no estuvieran
antes ahí, y que si estaban ahí desde siempre no podían ser peligrosos, y
pudiera ser que desarrollasen algún tipo de acción beneficiosa o que
contribuyesen de alguna manera a mantener nuestro equilibrio orgánico.
Pero ya hemos dicho que estos médicos practicaban una complicidad con la
naturaleza desconocida por los médicos actuales; estaban acostumbrados a
utilizar los ritmos y pulsiones de las leyes naturales para curar a sus
enfermos, conocían la fuerza curativa que palpita en el interior de los seres
y vivían sin miedo a la naturaleza, y su acción médica era siempre de
acuerdo a sus leyes.
 
Los nuevos médicos, en cambio, con el nuevo espíritu científico e
industrial, habían empezado a abandonar la Naturaleza; en los nuevos
tiempos de la industrialización, todo cambió para siempre: la enseñanza de
la medicina se impartía en los laboratorios de fisiología entre probetas y
matraces y en salas de disección anatómica; por primera vez, las
medicaciones y pócimas se producían con los nuevos productos químicos
de los laboratorios industriales farmacéuticos; los nuevos médicos ya no
tenían necesidad de conocer las plantas medicinales, ni la influencia de las
lunaciones, ni los biorritmos, que hasta entonces habían tenido mucha
importancia para comprender y aplicar correctamente el arte médico. Se
empezaba a perder ese contacto directo con el latir del cosmos, y con el
paso firme del Progreso y la asimilación mental por la nueva sociedad de la
teoría de un cosmos hostil y agresivo se esfumó la antigua complicidad
entre médico y fuerzas naturales. Estos nuevos médicos industriales vieron
en los nuevos seres descubiertos, los microbios, a un enemigo peligroso que
había que destruir.
 
Los científicos europeos en general estaban impregnados del espíritu de la
época, como todos los demás ciudadanos en su mayoría; el poder sobre la
naturaleza que les había dado repentinamente la tecnología y la industria, el
Progreso, el darwinismo, el materialismo… cambiaron la visión de armonía
y complicidad con la naturaleza que tenían los antiguos científicos… por
una visión darwinista de la existencia… Modernas consignas como “la
supervivencia del más fuerte”, que es lo mismo que “el pez grande se come
al chico”, cambiaron también la actitud de los europeos hacia la Naturaleza;
esta ya no sería más un cómplice sino un enemigo a abatir[13]. Ya no sería
nuestra casa, saldríamos de ella, nos apartaríamos de los bichos agresivos y
viviríamos en ciudades artificiales asépticas y limpias, libres de gérmenes…
 
Para el nuevo Prometeo, el hombre industrial, los seres visibles e invisibles
que comparten el planeta con nosotros, una de dos:
 
· O son nuestros competidores y depredadores y quieren nuestra vida
y, en ese caso, tenemos que destruirles con todo lo que podamos.
 
· O bien son nuestras presas y nos los vamos a comer a todos[14]. Es
la ley de la evolución, la ley del progreso y la civilización del tiempo
de la Revolución Industrial, del siglo de las revoluciones y los
grandes inventos, y es la ley que dura hasta el día de hoy.
 
En la actualidad, cien años después, los actores del final de la película, los
biznietos de los que pensaban así, estamos experimentando directamente el
resultado catastrófico en el medio ambiente planetario que ese tipo de visión
sobre la existencia, la visión industrial, ha producido. Pero no solo se nota
en el medio ambiente, sino sobre todo en el medio interno del organismo
humano de los ciudadanos actuales, como expondremos al lector a lo largo
de estas líneas. No podría ser de otra manera, puesto que somos hijos del
planeta y la cultura industrial ha contaminado todo: la tierra y el agua, lo de
arriba y lo de abajo, lo de dentro y lo de fuera, a los padres y a los hijos.
Desde esta posición temporal que ocupamos, los actores del final de la
película somos los herederos de aquellos pioneros que, por primera vez, se
sintieron capaces de cambiar el cosmos, y nuestra herencia ha sido ese
cosmos cambiado, industrializado y contaminado; intentaron cambiar al
hombre y sucedió lo mismo. Ahora, al final de la película, nos preguntamos
si podemos volver atrás o si ya hemos sobrepasado el punto de no retorno.
 
LA NATURALEZA COMO ENEMIGO A ABATIR. LA PARANOIA
DE EXISTIR
 
El espíritu de la época, es decir, toda la cultura y la ideología civil y
científica occidental, consideraba la naturaleza como hostil, transformable
e, incluso, perfectamente perfeccionable por la industria y la tecnología que
el hombre había creado con su ingenio en los últimos años, las cuales le
permitían vivir al margen de la Naturaleza y, desde ahí, combatirla,
explotarla y manipularla.
 
Desde entonces, el médico moderno no vive en la Naturaleza, sino que vive
contra la Naturaleza[15]; ha perdido la complicidad y la veneración de los
antiguos maestros y la ha sustituido por el abuso, la explotación, la
contaminación y la paranoia.
 
La historia a veces esconde detalles que son muy significativos, casi
simbólicos; este es el caso del científico que encabezó en la Europa
decimonónica la tendencia belicista y paranoica en contra de los microbios,
Louis Pasteur. Todo el mundo lo conoce como el doctor Pasteur y le tiene
como un gran médico salvador de vidas. Sí, es verdad, tenía el título de
doctor, pero no en medicina sino en química. No era médico sino químico
industrial.
 
El biógrafo de Pasteur, Dr. Paul de Kruif, en su libro Cazadores de
microbios, que el lector puede encontrar en Internet[16], dejó escrito lo
siguiente en su capítulo dedicado a este industrial francés: “Para empezar,
Pasteur jamás había tomado el pulso a nadie, ni ordenado a un enfermo
que sacase la lengua. Dudo que fuera capaz de distinguir un pulmón de un
hígado, y casi seguro que no sabía agarrar un escalpelo…”. El biógrafo
oficial, con esta descripción que hace del ilustre industrial Pasteur, quiere
remarcar la escasa preparación médica y la falta de conocimientos técnicos
en el arte de curar de este buen señor, que, recordemos, fue el padre y
creador de la teoría de la infección y uno de los más relevantes
introductores de la vacunación en el mundo.
 
En realidad, este industrial francés hizo sus estudios universitarios para
dedicarse a lo que en principio se dedicó, la industria de fermentación de
vinos y cerveza. Más tarde cambiaría esa industria civil de los licores por la
de sus vacunas, lo cual le produjo la gloria y la fortuna que perduran hasta
día de hoy.
 
En el caso de Pasteur, por carecer de ese sentido de complicidad con la
Naturaleza que profesaban los médicos vitalistas, le resultó muchísimo más
fácil asimilar la primera de las dos hipótesis en discusión en la época; es
decir, la belicista, paranoica e industrial, que la hipótesis vitalista propia de
los que conocían y practicaban el arte de curar. Él no era médico, no
conocía los principios y leyes que regían en la medicina de su tiempo, no
conocía qué podría ser aquello que los médicos conocían con el nombre de
vis naturae medicatrix ni había tenido charlas entre compañeros sobre la
fuerza vital, no conocía los mecanismos fisiológicos encargados del
equilibrio orgánico interno, no tuvo tampoco conflictos morales y
deontológicos para experimentar con cobayas animales y humanas ni
ningún problema mental al aplicar los métodos de la industria a la medicina,
simplemente porque desconocía la naturaleza artesana del arte de curar.
 
Precisamente esa ignorancia de la ciencia médica le permitía elaborar
teorías que contradecían, entonces y lo siguen haciendo hoy en día, los
principios más elementales de la Higiene. Su biógrafo cuenta que tuvo
períodos de su vida cargados de paranoia contra los gérmenes y las
infecciones; veía bichos acechando por todas partes y les acusaba de
producir enfermedades. Propuso varios planes a las autoridades francesas
para el exterminio en grandes áreas geográficas de los gérmenes agresivos,
con la utilización de toneladas de desinfectantes.
 
La necesidad biológica de las vacunas se había iniciado de manos de la
industria; al principio, esa visión belicista contra los microbios era
minoritaria entre la clase médica en comparación a la cantidad de médicos
vitalistas que había en ese tiempo. La inmensa mayoría de los maestros de
medicina de la época, por no decir todos, se opusieron inicialmente al
nuevo elixir de inmunidad. Sin embargo, a la prensa, que también estaba
tomando un puesto de poder en la nueva sociedad industrial, le encantó el
tema; no podía resistirse a las noticias sensacionalistas que las nuevas
vacunas y nuevas medicaciones producían; no podían dejar de explotar el
morbo colectivo, el morbo del terror de los nuevos microbios, la ansiedad
que se calma con esperanza, la heroicidad y ciencia de los autores… La
gente compraba los periódicos con avidez, se radiaron a todo el mundo
historias de los milagros de las vacunas, la paranoia flotaba en el aire y, al
mismo tiempo, se contaban maravillas de las nuevas vacunas. Era un juego
de palabras, mensajes sensacionales, llamadas de alarma y comentarios e
historias que hablaban del terror a la muerte epidémica a manos de los
enemigos voraces y de la esperanza en la ciencia. En ese ambiente nadie
podía mantener sus emociones al margen y todo el mundo buscaba y
consumía información con voracidad.
 
LAS PRIMERAS VACUNAS Y LOS PRIMEROS MÉDICOS
INDUSTRIALES
 
Poco a poco, los viejos médicos artesanos fueron desapareciendo y la visión
paranoica e industrial de Pasteur sobre los gérmenes ha acabado por
imponerse aplastantemente porque, además, estaba en sintonía con el
espíritu europeo de la época con el Progreso y la tecnología que se
presentaba capaz de transformar el cosmos y superar a la Naturaleza.
 
Esa visión paranoica de los microbios favorecía a la industria y el comercio;
eso iba a traer mucho dinero (como sucedió); el dinero abundante puede
crear premios científicos como el Nobel (casi todos los descubridores de
vacunas, nuevos microbios y nuevos medicamentos contra los gérmenes
agresivos fueron premiados con este y otros premios internacionales y de
las academias de ciencias); el dinero puede sobornar a políticos (como
repetidas veces hemos conocido los ciudadanos); el dinero puede manipular
la prensa y esta hacer apología de lo que haga falta; el dinero puede hacer
publicidad hasta atontar a cualquiera… La hipótesis belicista contra los
microbios era débil y sin fundamento científico, pero tenía alma industrial
e iba a convertirse en la fuente y origen de una gran industria que fabricaría
toneladas de vacunas, antibióticos, antisépticos, desinfectantes,
quimioterápicos, etc., para calmar esa paranoia cósmica que iba a
apoderarse de la sociedad occidental.
 
La publicidad y la prensa, hermanas industriales de las vacunas, iban a
cambiar la mentalidad de los ciudadanos: les explicarían que están rodeados
de enemigos invisibles, les harían sentir que están en peligro; si lograban el
ambiente de paranoia entre los ciudadanos, estos accederían e, incluso,
demandarían con avidez y esperanza esos nuevos productos para
protegerse. No lo dudaron; se transmitieron noticias de “milagros” de las
vacunas en toda la prensa, se hicieron películas y se escribieron novelas
donde los microbios asesinos amenazaban de muerte a comunidades, las
cuales eran salvadas por la llegada de la vacuna o el suero que mataba a los
bichos.
 
Con la prensa totalmente empeñada y comprometida en difundir la teoría de
la infección, todos nosotros hemos nacido en un mundo en guerra contra los
microbios, nos hemos vacunado contra ellos, los hemos matado, los hemos
envenenado… En nuestro tiempo actual, la hipótesis belicista y paranoica
es la que domina con mucha diferencia.
 
Sin embargo, a esta forma industrial de concebir los tratamientos y la
prevención en la medicina se oponían la mayoría de los médicos de la
época, aunque parezca mentira hoy en día; a la cabeza internacional de esta
otra forma de ver el tema de los microbios estaban el gran fisiólogo, doctor
en medicina y en ciencias naturales Claude Bernard y muchos otros
catedráticos de renombre, como D. Santiago Ramón y Cajal[17],  nuestro
premio Nobel en medicina nacional.
 
La oposición de todos estos catedráticos y de los médicos rurales y urbanos
de aquella época que todavía no tenían mentalidad industrial protegió a la
sociedad civil de ese tiempo de sufrir los estragos que produjeron las
primeras vacunaciones por inoculación, que, como explicaremos, se
llevaron a cabo casi exclusivamente sobre población no civil: militares,
huérfanos, asilos de pobres…
 
El lector quizá se sorprenda al saber que los primeros opositores de las
vacunas fueron los propios médicos. No debe extrañarle, sin embargo,
puesto que eran médicos y conocían la enorme complejidad y especificidad
de los fenómenos vitales. Se basaban en principios que se habían mantenido
durante toda la tradición médica clásica, como: “La fuerza natural que hay
en el interior de cada uno de nosotros es la mejor arma de la que dispone el
médico y la naturaleza para curar las enfermedades”, sentencia médica que
había dejado escrita Dioscórides, un médico vitalista romano del siglo
primero.
 
El Dr. Claude Bernard era un médico que aceptó el lenguaje del Progreso y
que utilizó el método científico y la experimentación sobre cobayas
animales; por tanto, ya no era vitalista, pero, aun así, después de muchas
comprobaciones en su laboratorio de fisiología, acuñó aquella frase famosa
entre los universitarios y similar a la de Dioscórides: “El microbio no es
nada; el sistema defensivo orgánico lo es todo”, aludiendo a que, en el tema
de los microbios, los cuales siempre habían estado ahí, lo importante era
tener buen nivel de vida para no padecer carencias y llevar una vida
saludable; no había que hacer nada más, puesto que nuestro sistema de
equilibrio orgánico, si estaba sano, nos mantenía a salvo y, además, sin
gastos añadidos ni zarandajas…, gratuitamente[18].
 
Pero, además de estar convencidos de la importancia que tenían la higiene y
los hábitos saludables para mantener la salud, pronto pudieron tener
experiencia de las alteraciones, las fiebres y las muertes que se producían en
algunas personas que se habían vacunado por primera vez. Naturalmente
que lo denunciaron y se negaron a aplicar las vacunas. Como vamos a
relatar en los próximos párrafos, esa oposición médica generalizada de los
primeros tiempos impidió y retrasó que las vacunas se generalizaran en la
población europea hasta después de la Segunda Guerra Mundial[19].
 
Vamos a explicar al lector quiénes fueron los inventores y fabricantes de las
vacunas, cómo lo hicieron, a quién se las pusieron, qué males y
enfermedades erradicaron supuestamente, y examinaremos todos estos
eventos con la perspectiva que nos proporcionará nuestro mejor aliado
después de la reflexión lógica: el tiempo.
4. Progreso, ciencia e impunidad
 
“No matarás”.
–Quinto Mandamiento.
 
LOS PRIMEROS COBAYAS HUMANOS DE LA MEDICINA
 
El tiempo y las personas que vamos a analizar tienen unas características
especiales que vamos a tener en cuenta: la primera es que ni el que escribe
estas líneas ni los posibles lectores han vivido este tiempo; sin embargo,
casi todos nosotros hemos crecido con historias de la época, hemos leído
algo de su literatura, hemos visto películas y reportajes de ese tiempo, todo
lo cual nos ayudará a poder hacernos una imagen bastante exacta de la
Europa de principios del siglo pasado.
 
Y la segunda deriva es consecuencia de la primera, y es que todo lo que
sabemos de lo que pasó respecto de las vacunas y sus inventores nos lo han
contado; son relatos de unos tiempos en que vivían nuestros bisabuelos.
Tenemos que confiar en lo que nos han contado y no hay posibilidad de
vivirlo y experimentarlo por nosotros mismos.
 
Y lo que nos han contado y que está en los libros de historia de todos los
colegios es que en esa época existieron unos científicos que amaron mucho
a la humanidad y que por ese amor se sacrificaron abnegadamente; pero,
además, fueron unos genios que inventaron las vacunas, que erradicaron
enfermedades ancestrales y nos han convertido en seres humanos más
dotados que nuestros antepasados humanos biológica y psicológicamente, y
que vivimos una vida mucho más segura ante los embates de los microbios.
Esto es más o menos lo que sabemos, lo que creemos en un noventa y
tantos por cien; eso es lo que nos han contado.
 
Los nombres de esos grandes hombres han quedado escritos en las esquinas
de nuestras calles y plazas públicas. Todo el mundo sabe y cuenta a sus
hijos que estos héroes de la humanidad, con su ciencia y sacrificio, nos
libraron del peligro ancestral de enfermar a causa de las epidemias. Y que
no dudaron en exponer sus vidas con el único fin de desterrar para siempre
las terribles pestes que diezmaban a la humanidad.
 
Pero el lector no tiene que perder de vista que estos médicos industriales ya
no se sentían atados a los principios morales, éticos y religiosos que
profesaban sus mayores, los médicos artesanos tradicionales; estos últimos
tenían como primero de sus principios para poder ejercer su arte primum
non nocere (lo principal es no hacer daño). Esta prohibición expresa de no
dañar nunca al paciente que ha venido a pedirte ayuda impedía que estos
médicos, ni de lejos, se plantearan hacer experimentos en la persona de un
paciente.
 
Los nuevos médicos industriales no parecían tener estas manías morales de
sus predecesores; eran los tiempos de la Revolución Industrial, Dios había
muerto, el hombre era un animal en evolución, se competía para ser el más
fuerte y había que ganar, y no tuvieron problemas a la hora de saltarse a la
torera ese viejo principio de ética médica inviolable hasta entonces.
 
En esta primera parte del estudio que presentamos, no vamos a contar una
historia diferente de la que nos han contado, ni a debatir los resultados ni las
opiniones, ni las discusiones científicas de los distintos médicos y
científicos de la época, pues, como hemos dicho, enturbiaría el tema más
que aclararlo; de hecho, nos limitaremos a traer a la atención del lector los
testimonios, afirmaciones, negaciones y toma de posturas de los propios
médicos de la época sin discutirlas. Simplemente, relataremos al lector
cómo se desarrollaron algunas de las primeras vacunas y sueros
antibacterianos, cómo lo hicieron, a quién se las pusieron; haremos que la
historia se confiese por sí misma, y estamos seguros de que el lector sacará
sus propias reflexiones sin necesidad de nuestra ayuda.
 
Para mantenernos en una posición neutra, vamos a utilizar dos fuentes
oficiales de información ya mencionadas en el capítulo anterior y que nos
describen con toda claridad, incluso diríamos con toda impunidad, la ética
médica, la deontología y el modo de operar que tuvieron los grandes genios
médico-industriales y padres de la teoría de la infección.
 
La primera referencia histórica que proponemos al lector es el famoso libro
del médico y microbiólogo Paul de Kruif, autor muy conocido y leído por
todos los estudiantes de medicina: Cazadores de microbios[20].
 
Este libro, que cuenta las biografías de los más famosos cazadores de
microbios, no puede ser sospechoso de ser antivacunas, puesto que está
escrito por un microbiólogo que dedicó toda su vida profesional a la
microbiología; el libro, más bien, es una apología de las vacunas y de sus
inventores, pero, como nos hemos comprometido a utilizar información
oficial, este libro provacunas nos servirá para hacer unas reflexiones lógicas
al lector.
 
La segunda referencia bibliográfica que proponemos proviene de la cátedra
de historia de la medicina de Valencia, que nos narrará la implantación
histórica de la vacunación en nuestro país[21].
 
Estas dos referencias oficiales y al alcance de todos serán más que
suficientes; nos servirán para llevar al lector al escenario histórico donde se
decidió introducir las vacunas por primera vez en nuestro mundo cotidiano
y en nuestra historia biológica como especie evolutiva.
 
Empezaremos por decir que en todas estas fuentes de información de la
época, aunque las hemos buscado con interés, no hemos encontrado
grandes muestras de abnegación y autosacrificio por la humanidad sufriente
por parte de los grandes descubridores de microbios y de vacunas, puesto
que desde el mismo predecesor de todos, el médico inglés Edward Jenner,
pasando por Pasteur y siguiendo con todos los demás, aunque afirmaban
estar seguros de los resultados beneficiosos de sus nuevas vacunas y de su
carácter inocuo, y de que no tenían ningún inconveniente, ninguno de esos
grandes amantes de la humanidad las experimentó en su propia persona.
 
Todos, sin excepción alguna, utilizaron cobayas humanos. Edward Jenner
utilizó de cobaya a un niño de 8 años (ver Wikipedia); Pasteur, para probar
los efectos de la primera vacuna de la rabia[22] en humanos, utilizó a otro
niño, esta vez de nueve años; este es el testimonio del biógrafo Paul de
Kruif, que copiamos literalmente de mencionado libro:
 
“Hubo un momento en que resurgió en Pasteur el actor, el hombre de los
bellos gestos teatrales: «Me siento muy inclinado a empezar conmigo
mismo, a inocularme la rabia y tener después las consecuencias, porque
empiezo a tener mucha confianza en los resultados», escribía a su amigo
Jules Vercel”.
 
“Afortunadamente, la contristada madame Meister, de Maissengott, en
Alsacia, arrancó la terrible decisión de las inseguras manos de Pasteur.
Esta mujer llegó llorando al laboratorio, conduciendo de la mano a su hijo
José, de nueve años, al que, dos días antes, un perro rabioso había mordido
en catorce sitios diferentes de su cuerpo; el niño se encontraba en un
estado lamentable, un puro quejido, casi no podía andar.
 
—Salve usted a mi hijo, M. Pasteur —rogaba insistentemente aquella
madre.
 
Pasteur le dijo que volviera aquella misma tarde a las cinco, y entretanto
fue a ver a dos médicos, Vulpian y Grancher, grandes admiradores suyos,
que habían estado en el laboratorio y sido testigos del modo perfecto cómo
Pasteur podía preservar de la rabia a los perros gravemente mordidos. Por
la tarde fueron al laboratorio para examinar al niño mordido, y, al ver
Vulpian las sangrientas desgarraduras, instó a Pasteur a que diera
principio a la inoculación:
 
—Empiece usted —dijo Vulpian—. Si no hace usted algo, es casi seguro que
el niño muera.
 
Y, en aquella tarde del 6 de julio de 1885, fue hecha a un ser humano la
primera inyección de microbios atenuados de hidrofobia: después, día tras
día, el niño Meister soportó sin tropiezo las restantes inyecciones, meras
picaduras de la aguja hipodérmica. Y el muchacho regresó a Alsacia y
jamás presentó el menor síntoma de la espantosa enfermedad. Pasteur
perdió el miedo después de esta prueba”.
 
Con este relato, el lector puede apreciar el grado de autosacrificio y de
abnegación del que eran capaces estos hombres. El mismo biógrafo relata
con toda candidez cómo ningún investigador de todos los que describe a lo
largo y ancho en su libro nunca probó en su propio organismo las virtudes
curativas o preventivas de sus elixires; siempre lo probaron en los cuerpos
de los otros, en cobayas humanos, generalmente niños.
 
Lo que nos relata el Dr. Paul de Kruif sobre el descubrimiento y aplicación
del primer suero antidiftérico por parte del famoso médico alemán Dr.
Behring nos muestra que este practicó el mismo grado de abnegación y
ética médica que sus predecesores, pero, además, aporta una serie de
reflexiones que no carecen de importancia para el lector, puesto que este
podrá sacar unas conclusiones lógicas que estamos seguros le darán una
idea bastante exacta de cómo se gestaron las vacunas y los sueros
antibacterianos que la historia nos presentó como grandes logros del saber
médico de estos grandes hombres; copiamos directamente del texto del
propio libro:
 
“Hacia el final del año 1891, había en la clínica Bergmann, de la
Ziegelstrasse de Berlín, muchos niños que morían de difteria. La noche de
Navidad, un niño en estado desesperado gritaba y pataleaba débilmente al
sentir en su tierna piel el pinchazo de la primera inyección de toxina
antidiftérica. Los resultados parecían milagrosos; unos cuantos niños
murieron; el hijo de un médico famoso de Berlín falleció misteriosamente
unos cuantos minutos después de la inyección de suero, y con este motivo
hubo un gran revuelo; pero, no obstante, las grandes fábricas alemanas se
encargaron después de preparar antitoxina, empleando rebaños de ovejas.
A los tres años, habían sido inyectados veinte mil niños, que fueron otros
tantos propagandistas del procedimiento, y Biggs, el eminente médico de la
Sanidad de los Estados Unidos, que se dejó arrastrar por el entusiasmo,
cablegrafió dramática y autoritariamente al doctor Park, de Nueva York:
«La toxina antidiftérica es un éxito; empiece a prepararla»”.
 
Este pequeño texto biográfico no tiene desperdicio para la reflexión del
lector, puesto que reúne en pocas palabras todo el espíritu, el método, la
ética y el carácter industrial y comercial de la teoría de la infección y de las
vacunas, es decir, de gran parte de la medicina moderna. Para no quedarnos
en la simple afirmación, invitamos al lector a un análisis en profundidad del
texto biográfico:
 
El autor dice que “los resultados parecían milagrosos”. ¿Milagrosos?,
extraña palabra para un biógrafo científico, pero llena de esperanza,
impactante para la prensa incipiente, que debió estampar las palabras
“milagro”, “curación milagrosa de la difteria”, “suero milagroso”… en
todas las primeras páginas de los más importantes periódicos del mundo, y
sigue el texto: “pero unos cuantos niños murieron; el hijo de un famoso
médico de Berlín falleció misteriosamente unos cuantos minutos después de
la inyección del suero, y con este motivo hubo un gran revuelo”. Unos
cuantos niños, no dice cuántos…, y además dice que murieron
misteriosamente. El biógrafo “científico” vuelve a utilizar una palabra
extraña para la ciencia y hace referencia a un misterio inexistente, puesto
que este misterio se resuelve inmediatamente (con los conocimientos
actuales sobre los efectos de esos sueros) si se sabe que unos minutos antes
se les ha inyectado un suero de oveja.
 
Y los otros niños que murieron, ¿quiénes eran, cuántos eran? ¿Alguien hizo
alguna reclamación o eran simples huéspedes de los numerosos orfanatos
de la época?
 
Pero estos pequeños fracasos, este número “insignificante” e “indefinido”
de niños muertos no iban a impedir el firme paso del Progreso, ni el avance
de la medicina industrial ni el gran negocio que se iba a iniciar, y por eso el
Dr. de Kruif escribe inmediatamente después de nombrar ese “montoncito
indeterminado” de muertes “misteriosas”: “…pero, no obstante, las grandes
fábricas alemanas empezaron a preparar antitoxina, empleando grandes
manadas de ovejas”. Los pequeños problemas “misteriosos” no iban a ser
capaces de impedir el gran negocio en el que se convirtió la empresa.
 
Este corto relato biográfico sintetiza en sí mismo el modelo de conducta
médico-industrial que se siguió en todos los casos de aplicación de las
demás vacunas y sueros, es decir, siempre se repetía el mismo protocolo:
 
La aplicación producía una serie de muertes “misteriosas” que no se
voceaban y que deberían haber parado el experimento, pero las fábricas
estaban llenas de “milagrosas vacunas y sueros”; solo faltaba encender la
mecha de la esperanza por medio de la proclamación de las “milagrosas”
vacunas por la prensa mundial, y se producía la explosión en todos los
casos de nuevos microbios, y nuevas vacunas y sueros.
 
En España no se querían perder el tren de la Revolución Industrial y
algunos médicos incluso se adelantaron; así, el Dr. Jaime Ferrán fue el
primero del mundo mundial en aplicar, en cobayas humanos que no eran él,
la primera inoculación del vibrión colérico, con el objetivo de prevenir el
cólera. Transcribimos aquí lo que describe una crónica de la época, sacada
de un trabajo de investigación de la Dra. Mª José Báguena, de la Cátedra de
Historia de la Medicina de Valencia[23]:
 
“Ferrán inoculó a las monjas y a los acogidos en el asilo de las
Hermanitas de los pobres, en el que el cólera había causado muchas
defunciones. Ferrán advirtió que la vacuna era ineficaz para las personas
ya invadidas, las cuales se hicieron constar en el registro de vacunaciones.
Todas ellas murieron y la polémica [con los médicos opositores] se
desató”.
 
Aunque la historiadora de la medicina dice que hubo polémica, que no
piense el lector que esta historia macabra tubo graves consecuencias para el
Dr. Ferrán; en realidad no tuvo ninguna, puesto que esto pasaba en 1885 y
el propio catedrático de historia de la medicina Dr. José Mª López Piñero
nos cuenta en el mismo libro, en la página 8: “...la Academia de Ciencias
de París concedió a Ferrán el premio Bréant en 1907 y los más destacados
especialistas en bacteriología, comenzando por máximas figuras como
Pierre Roux y Paul Ehrlich...”.
 
No solamente ocurrió esto con Ferrán; todos los introductores de vacunas y
sueros famosos y conocidos (Koch, Pasteur, Neisser…), todos sin
excepción, tuvieron sus resultados “milagrosos” y sus fracasos
“misteriosos” que acababan con parte del conjunto de cobayas humanos.
Ninguno de ellos fue juzgado por ello ni nadie les pidió ningún tipo de
responsabilidad.
 
Es posible que el lector se quede asombrado ante tanta impunidad, ante
tanto engaño y manipulación, pero debe recordar que estábamos a
principios del siglo veinte, antes de la Primera Guerra Mundial, en plena
Revolución Industrial y sin derechos sociales. En Europa se estaba haciendo
la revolución industrial y científica, los países competían en esa carrera
frenética del Progreso tecnológico, científico, industrial y militar. Todo eso
en una sociedad victoriana y kaiseriana donde millones de obreros y
campesinos pobres no podían ni siquiera soñar en poder demandar a un
médico o profesor de universidad; la vida del pobre o del soldado no tenía
ningún valor ante el paso firme del Progreso y el desarrollo industrial.
 
Ese frenesí de competencia por el Progreso entre países y el poco valor que
se le daba a la vida de la gente lo atestiguarían los millones de ciudadanos
que iban a ser sacrificados en masa… unos años después, en lo que se llamó
la Gran Guerra.
 
Esa guerra, que causó la mayor matanza que había conocido la humanidad,
supuso la introducción del espíritu industrial en el arte de la guerra, de la
misma manera que la aplicación de las vacunas en el arte médico supuso la
introducción de este mismo espíritu en la medicina y que la iba a convertir
en una actividad industrial, como lo es en la actualidad.
 
La prensa y la comunicación a distancia, como ya hemos apuntado, fueron
capitales para predicar las maravillas de la ciencia y acabar de instaurar en
Occidente el espíritu industrial. Otra vez el mismo biógrafo reconoce la
importancia que iba a tener la prensa en la creación y cristalización del
nuevo asunto de las vacunas, y así, en uno de los capítulos que habla de
Koch y su vacuna contra la tuberculosis, dice:
 
Si doscientos años antes hubiese hecho el viejo Leeuwenhoek un
descubrimiento tan trascendental como este, habrían tenido que transcurrir
meses para que la Europa del siglo XVII se enterase de las novedades;
pero, en 1882, la noticia de que Koch había descubierto el microbio de la
tuberculosis trascendió aquella misma tarde la sala donde estaba reunida
la Sociedad de Fisiología, y por la noche fue trasmitida por cable a
Kamchatka y a San Francisco, y apareció por la mañana como información
sensacional en la primera plana de los periódicos.
 
Por eso hemos afirmado que las vacunas llegaron en el momento histórico
justo; los gobiernos europeos competían entre ellos en todos los campos,
como en aquella famosa película titulada Aquellos viejos chiflados con sus
locos cacharros, con celo nacionalista. Los gobiernos europeos mimaban a
sus celebridades en tecnología, industria e ingeniería y les permitían un
grado de impunidad grande con el fin de no poner obstáculos al Progreso.
Era el espíritu darwinista propio del siglo, que incitaba a pensar en la lucha
por la supervivencia y el derecho del mejor a quedarse con todo.
 
Por otra parte, a los medios de información no les interesaba demasiado la
ética médica, ni el grado de deontología de sus científicos, ni los resultados
“misteriosamente” fracasados; les interesaba, como ahora, ser los más
leídos y los más escuchados, y buscaban ávidamente nuevos
acontecimientos, nuevos milagros y nuevas hazañas que dejaran
boquiabiertos y lo más impresionados posible a los ciudadanos ante los
logros de la nueva cultura del nuevo mundo industrializado.
 
LOS ÚLTIMOS MÉDICOS QUE NO CREÍAN EN LAS VACUNAS
 
Para los médicos tradicionales vitalistas parecía totalmente imposible
industrializar el arte de curar, puesto que el acto médico se realiza dentro de
una relación personal entre el médico y el enfermo, como ocurre entre el
maestro y el alumno o entre un entrenador y su pupilo…, y por tanto es
individual e intransferible.
 
Para el espíritu del Progreso no parecía haber nada imposible, y, como
había hecho con el soldado, con el artesano y con el agricultor, tentó al
médico y al boticario tradicionales, que muchas veces eran la misma
persona, con la proposición siguiente:
 
”Si sois capaces de olvidar esa visión cósmica e integradora de la
medicina, esa devoción y respeto por las leyes de la naturaleza; si os saltáis
unos pocos principios éticos de nada y os atrevéis a desafiarlas y a
contradecirlas, a anularlas y a retrasarlas con los nuevos métodos y
productos del progreso y con la nueva biotecnología, seréis capaces de
grandes proezas. Además, los que destaquen en medicina y farmacopea
modernas serán famosos y ricos, los presentaremos como héroes y santos, y
todos les venerarán.
 
El progreso fabricará toneladas de utensilios, artefactos de tecnología
punta y medicamentos; los aplicaremos y los venderemos gracias a la
publicidad que dominamos perfectamente; convenceremos a los gobiernos,
o los sobornaremos, de manera que la distribución y venta de los productos
sea generalizada e incluso obligatoria para todos los ciudadanos; cuando
la industria médica esté instalada y seamos ricos, nos haremos
imprescindibles y ya no podrán dejar de consumir”.
 
La mayoría de los médicos no se dejó tentar ni convencer hasta la Primera
Guerra Mundial e, incluso, algunos se mantuvieron en sus trece hasta la
Segunda; y esa actitud libró a la gran mayoría de ciudadanos europeos de
exponerse a esas vacunas primitivas y novedosas que, como hemos
explicado de fuentes totalmente oficiales, producían “misteriosos” casos de
muertos inmediatamente después de ser inoculadas, lo cual demuestra que
en algunos casos tenían un efecto fulminante, como el propio relato
biográfico relata sin problemas[24].
 
Todo estaba justificado en nombre del Progreso y nadie ni nada (ni siquiera
esos pequeños problemas fatales) podría impedir que la medicina dejara de
ser un acto personal y se convirtiera en un acto protocolario de la industria
y el comercio. Nada ni nadie podría impedir que dejara de ser un arte y se
convirtiera en una actividad industrial como el resto de las actividades
artesanales y de expresión personal de la creatividad humana. Pero eso
llevó su tiempo; los viejos maestros médicos se resistían, y en realidad las
vacunaciones masivas y casi totales a las que estamos sometidos hoy en día
no empezaron a ponerse en marcha hasta después de la Segunda Guerra
Mundial, es decir, la década de los cincuenta del siglo pasado.
 
En el tiempo actual la visión paranoica y belicista está instalada en nuestro
consciente colectivo; por eso ya casi nadie cree que nuestra vitalidad
natural es suficiente para vivir nuestra vida de humanos en nuestro propio
planeta. No se permite creer a nadie, sea médico o no, que es posible la vida
humana normal en armonía con la naturaleza y en complicidad con ella. La
medicina industrial nació de la visión darwinista de la lucha por la
supervivencia y eso nos convierte en depredadores y presas de todos los
demás; estamos contra todos y todos contra nosotros. Estamos en guerra
permanente y, como en cualquier guerra, necesitamos armas ofensivas y
defensivas que nos ha proporcionado con gusto la industria
farmacéutica[25].
 
El espíritu de la Revolución Industrial, el progreso y la cultura del consumo
nos han presentado una nueva visión del mundo: concibe el cosmos como
un lugar totalmente ajeno a la naturaleza humana, como si acabáramos de
aterrizar en un planeta inhóspito, y a los humanos como presas indefensas y
acechadas por mil enemigos sedientos de nuestra vida. Con esta nueva
visión de la existencia humana y de las intenciones agresivas de la
naturaleza que nos circunda, lo lógico es estar en guerra contra nuestro
entorno.
 
La mayoría de estos gérmenes fueron identificados como agresores por
aquellos genios de las vacunas; era la primera vez que aparecían en la
realidad del hombre; rápidamente les identificaron como culpables de la
enfermedad; pero, ahora que ha pasado el tiempo, sabemos que no son
enemigos sino amigos; ahora sabemos que toda la guerra que hemos hecho
contra ellos la hemos llevado a cabo contra nosotros; pero entonces, en el
principio de la película, los primeros actores no sabían lo que sabemos los
últimos de la película.
 
LOS MICROBIOS ALIENÍGENAS QUE RESULTARON SER LOS
GÉRMENES DE NUESTRA VIDA
 
Como ya sabe el lector, los médicos del siglo diecinueve, al ver a los
gérmenes o microbios por primera vez, unos pensaron que debieron estar
siempre ahí, que se habían hecho evidentes a la nueva tecnología del
microscopio y que, en todo caso, deberían ser inofensivos, puesto que no les
acusaron de provocar ninguna enfermedad que ellos desconocieran con
anterioridad, puesto que los médicos vitalistas y tradicionales del
diecinueve y de siglos anteriores ya conocían la difteria, llamada
popularmente “garrotillo”, antes de que acusaran al bacilo de la difteria de
producir la enfermedad.
 
Ya conocían la tos ferina y el cólera, el sarampión y la varicela y la
pulmonía, y las trataban, y las curaban; eso sí, sin vacunas ni antibióticos;
pero entonces los médicos preindustriales conocían las plantas medicinales
y sus poderosos efectos, recetaban cataplasmas y pócimas milenarias, eran
artesanos y se tomaban su tiempo.
 
Sin embargo, otro grupo de médicos con un espíritu más en sintonía con los
tiempos nuevos los identificaron como alienígenas, como invasores
agresivos y los causantes, desconocidos hasta entonces, de enfermedades
que ya se conocían y trataban, como hemos dicho, pero que ellos, los
revolucionarios, querían reinventar y redescribir. Y pensaron que, si
lograban descubrir con sus experimentos que esos nuevos invitados eran
peligrosos agresores de los que había que defenderse, podrían fabricar
vacunas y medicamentos que acabaran con esos alienígenas y salvar
definitivamente a la humanidad. Y, de paso, con esos productos se harían
ricos y famosos, serían tenidos por héroes y crecería la industria. ¡Todos
contentos!
 
Cien años después, la opinión de este último grupo de médicos industriales
es la que prevalece aplastantemente desde hace 60 años, y casi todos nos
hemos vacunado contra los gérmenes.
 
Pero, ahora que sabemos muchas cosas más sobre los gérmenes, algunos
médicos actuales que nos hemos criado en una cultura sanitaria de vacunas
nos hemos hecho la siguiente pregunta: ¿Contra qué o contra quién nos
hemos vacunado?
 
Tomemos, por ejemplo, una de las primeras vacunas inoculadas que, como
hemos relatado, se experimentaron por primera vez sobre humanos en
España: la vacuna contra el cólera que el Dr. Ferrán inoculó en el asilo de
los pobres de Valencia. Naturalmente, aquellas primeras vacunas toscas no
son las que se administran ahora, aunque, como las vacunas actuales, en su
tiempo fueron presentadas como elixires salvadores e inofensivos… Pero
en estos momentos, con los conocimientos en fisiología adquiridos cien
años después, si algún médico nostálgico de los maestros inoculara alguna
de aquellas vacunas a algún paciente actual sería acusado de intento de
homicidio por cualquier jurado médico actual. Sin embargo, a los que las
aplicaron al principio se les otorgó la gloria y la inmortalidad. Pero creemos
que el lector tiene derecho a hacerse la siguiente reflexión ante esta
información innegable: ¿puede un producto médico catalogado de peligroso
de causar la muerte en 1950 haber sido una vacuna “salvadora” e
“inofensiva” a principios de siglo? La respuesta es evidente.
 
El estudio que nos presenta la cátedra de historia de la medicina de Valencia
y que nos sirve de referencia de aquellos tiempos en España[26] llama al
cólera con el apelativo de “morbo asiático”, un nombre exótico y
amenazante. Pero ¿por qué se le llamaba morbo asiático? Pues porque no se
le creía europeo; se pensaba que venía de tierras lejanas, que era un ser
ajeno a nuestra vida, y, como en las colonias asiáticas se declararon
epidemias diarreicas que estaban afectando mucho a las tropas
expedicionarias europeas, pensaron que sería a causa de algún microbio
“nativo”.
 
En aquel tiempo de los inicios en el conocimiento de la microbiología,
Pasteur, Koch y los demás les suponían a los gérmenes un origen externo;
eran alienígenas y, desde luego, asesinos; no podían imaginar ni de lejos
que los microbios asesinos habitaban en nuestro organismo.
 
Según estos cazadores de microbios, estos esperaban al acecho en el cuerpo
de animales o escondidos en la naturaleza, esperando el momento de atacar
al hombre y destruirle. Por ese motivo, estos dos investigadores fueron
enviados a Alejandría, a petición propia, para encontrar allí al bacilo que
causaba el cólera morbo. Pasteur envió a su ayudante Roux, que acabó
teniendo una temporada de caguetas de la que se recuperó sin vacunas, al
mismo tiempo que la epidemia de supuesto cólera infeccioso desaparecía en
la población en general tan rápidamente como había aparecido. Su propio
biógrafo comenta que Koch se deprimió al comprobar que la temible
epidemia producida por el buscado culpable se desvanecía ante sus ojos,
como niebla que dispersa el viento, sin que ellos hubieran hecho nada.
 
Habían viajado a Egipto porque había una supuesta epidemia producida por
un germen alienígena que todavía no conocían; habían ido allí para cazarle,
pero he aquí que tal como había aparecido la supuesta epidemia de cólera
desapareció en pocos días, espontáneamente, sin vacuna alguna, puesto que
todavía no existían.
 
La desaparición espontánea del “cólera” en Alejandría ocurrió antes de que
encontraran al supuesto culpable, y eso frustró los planes de los
investigadores franceses y alemanes que competían por prestigio personal y
por sentimiento patriótico, puesto que en ese tiempo los dos países e
Inglaterra se disputaban fieramente el liderazgo científico, industrial,
económico y militar. Recuerde el lector que la cultura del más fuerte
dominaba las mentes de ciudadanos, políticos y militares hasta tal punto
que finalmente les llevó a destruirse entre ellos en dos grandes guerras
mundiales.
 
Seguramente ese espíritu de competición chauvinista, esa prisa en ser el
primero y el estrés político y mediático les impidió hacerse una pregunta
que seguramente les hubiera iluminado algo el pensamiento: ¿por qué ha
desaparecido la epidemia de cólera en Alejandría, rápidamente y sin
intervención alguna de vacunas o medicamentos?
 
Si se hubieran tomado la molestia, y el tiempo, y el interés de saber algo,
les hubiera bastado con preguntar a los propios médicos musulmanes
egipcios, los cuales conocían desde hacía miles de años que en las zonas del
delta del Nilo se producen todos los años, periódicamente cada final de
verano y principios de otoño, muchos casos de diarreas y cuadros
abdominales que la medicina moderna denomina como diarreas disentéricas
o coleriformes. Estos cuadros se presentan de manera numerosa en esa
época del año debido al calor y la humedad excesiva de esa tierra pantanosa
del delta del Nilo donde se ubica la ciudad de Alejandría.
 
Los médicos egipcios, si les hubieran preguntado, les habrían explicado que
esas diarreas, por supuesto, no las causaba ningún germen sino que eran el
producto de una serie de reacciones orgánicas periódicas que
experimentaban los habitantes de allí, precisamente para adaptarse a ese
periodo anual de exceso de calor y humedad. Con unos cuantos días de
diarrea y fiebre, los organismos de los egipcios reequilibraban el exceso de
humedad y calor de su cuerpo, volvían a su tono normal y reanudaban el
ciclo. Los médicos egipcios, si les hubieran dado la oportunidad, les habrían
explicado que para ellos, como para los viejos médicos vitalistas europeos,
el cosmos no es el enemigo a abatir sino el amigo o aliado a conocer.
 
Pero si estos grandes catedráticos con sombrero de copa que viajaban por
Egipto en automóviles ya despreciaban a los vitalistas europeos, que eran
blancos y vestían como ellos, cómo se iban a rebajar y preguntar a los
egipcios; estaban en plena competición, en plena carrera tecnológica y
científica, y tenían prisa por ganar. No se hicieron muchas preguntas y
Robert Koch, obsesionado por encontrar al alienígena asesino que le haría
famoso, viajó a la India, donde finalmente halló una bacteria en el intestino
humano y en las aguas residuales; la llamó vibrio cholerae y la acusó
formalmente de provocar epidemias de cólera mortales históricas, las de su
época y las futuras.
 
Nos cuenta su biógrafo, el Dr. de Kruif, que fue recibido en Alemania como
un general y el propio emperador le otorgó la Orden de la Corona, con
estrella. Y, aunque el biógrafo no lo relata, los alemanes, su emperador y su
prensa dijeron a los franceses: “¡Chúpate esa! Hemos sido nosotros los que
hemos descubierto al asesino venido de Oriente y los que vamos a fabricar
vacunas y medicación”[27].
 
En todo ese tiempo, los gobiernos y los medios de comunicación de cada
país pugnaban por mantener el liderato de su ciencia, de su tecnología y de
su medicina industrial, y ensalzaban a sus propios pioneros y les otorgaban
inmunidad legal para que ningún obstáculo “insignificante” interrumpiera la
carrera hacia la gloria de ser el primero y mejor de todos, el más fuerte y
civilizado.
 
Pero ha pasado el tiempo, los microscopios se han ido perfeccionando,
muchas generaciones de científicos con mejor tecnología han explorado y
descrito todo un mundo microscópico mucho más variado, mucho más
complejo y, curiosamente, mucho menos agresivo; incluso, con las nuevas
apreciaciones, ese gran grupo de gérmenes que fueron identificados como
enemigos parecen formar parte de nuestra realidad biológica como un
elemento del que no nos podemos separar sin sufrir las consecuencias de
esa separación[28]. Forman parte de nuestro ego biológico, no son
alienígenas sino que viven en nuestro interior desde siempre, no son
agresivos sino necesarios, no nos agreden sino que nos ayudan; son los
gérmenes de nuestra vida.
 
Los médicos vitalistas europeos y egipcios tenían razón: los microbios que
nos habitan son nuestros aliados y socios, siempre han estado y estarán con
nosotros, desde que nacemos hasta el final, y todo lo que hagamos contra
ellos lo habremos hecho contra nosotros (como explicaremos en los últimos
capítulos de esta primera parte).
 
Koch pensó (estaba obligado a pensar) que el vibrión colérico era un tipo
“específico” de bacteria; ahora sabemos que hay muchas especies de
bacterias que tienen la misma forma que el vibrión que descubrió Koch. Por
esa similitud se las denomina genéricamente coleriformes, que incluyen
tantas especies y subespecies que, en el momento actual, se desconoce el
número de ellas. Además, parece ser que casi todas ellas poseen una
capacidad llamada “pleomorfismo”[29], que les permite cambiar de forma
y de subespecie, convirtiéndose unas en otras en función de algunas
variables como son el tipo de alimento predominante, el clima, la estación y
en general cualquier factor capaz de producir cambios en el ecosistema
digestivo humano. Ese pleomorfismo o cambio de forma constante dificulta
la clasificación de subespecies; por esa razón, la microbiología actual tiene
dificultades para saber el número exacto de especies coleriformes y de
enterobacterias. Y eso mismo que pasa en nuestro tubo digestivo pasa en
nuestra piel, en nuestros conductos urinarios, en nuestro pelo, en todos los
rincones y superficie de nuestros cuerpos.
 
La microbiología actual reconoce que este gran grupo de bacterias viven en
simbiosis con nosotros y por tanto no son alienígenas que vienen de
Oriente, sino que, como decían los médicos vitalistas, siempre han estado
ahí.
 
Pero el industrial en química Pasteur y los suyos y su gobierno y el médico
que industrializó la medicina, Koch y los suyos, no conocían toda la
realidad; estaban al principio de la película y no conocían a todos los
actores ni los papeles que interpretaban en realidad, no les cuadraban todos
los datos, no las tenían todas, pero eso no importó; estaban compitiendo en
plena Revolución Industrial, tenían prisa por descubrir algo, por demostrar
que eran los más sabios; deseaban su gloria y la de su país; sus gobiernos y
su prensa nacional los animaban y los adoraban; tenían que demostrar que
sus científicos industriales y su ciencia eran los mejores del mundo
mundial; estaban en el siglo donde se pensaba que solo sobrevive el mejor y
había que ser el primero, costara lo que costara; había que ser el mejor
aunque fuera mentira.
 
La prensa de cada país buscaba con avidez a sus cazadores de microbios y
cada vez que anunciaba el descubrimiento de un nuevo germen los
ciudadanos se apuraban a comprar los periódicos. Se vendían historias en
las que una vacuna había hecho “milagros”, los escritores más famosos
incluyeron la paranoia a los microbios en la trama de sus novelas, los
misioneros cristianos repartían vacunas a los indígenas en sus misiones.
Todos esos mensajes volaban por el aire y llegaban a todas partes, a las
escuelas y los hogares. No se contaban los “misteriosos” muertos, puesto
que eran parte del precio del Progreso; solo daba prestigio personal y
nacional inventar “milagros” de la nueva ciencia médica; solo producía
beneficios vender esperanza, vender inmortalidad, ante la agresión
continuada de un cosmos agresivo y hostil, y el nuevo mundo industrial se
presentaba a sí mismo como el salvador y protector, como el único camino
que debía seguir la sociedad para mantenerse a salvo y sobrevivir ante un
medio ambiente y una naturaleza hostil.
 
LAS PRIMERAS CIFRAS CAMUFLADAS EN ASILOS Y
SOLDADOS
 
Los primeros médicos vacunadores, como ya hemos dicho, habían olvidado
los principios morales de sus mayores, y ese olvido les permitió carecer de
escrúpulos para utilizar como cobayas humanas a colectivos sin poder de
decisión, como fue el caso de los asilos de pobres y de huérfanos, donde,
como ya hemos contado, los muertos en los experimentos no eran
reclamados por nadie. En Europa se utilizaron para las primeras vacunas a
los mismos colectivos y, además, al ejército, refiriéndonos claramente a la
tropa, que tampoco tenía poder de decisión sobre sus vidas. Esto era debido
a la oposición general de los médicos rurales y urbanitas de entonces, que,
como hemos dicho, se oponían a la vacunación entre la población civil.
 
Los gobiernos, el ejército y la prensa en general apostaron por la nueva
medicina industrial y no se publicaron, en general, los pequeños problemas
“misteriosos” que presentaban las vacunas, y los ejércitos que ya tenían
experiencia en vacunaciones desde hacía un siglo[30] incluían a los muertos
por vacunación en las listas de bajas regulares.
 
Hace unos años, este médico que escribe estaba viendo en la televisión un
episodio de una serie de carácter histórico que emitía TVE; creo recordar
que se llamaba Memoria de España. Eran unos documentales filmados en
blanco y negro de la época, y trataban de la historia de España en la guerra
de Cuba. De pronto, el narrador dio un dato que seguramente pasó
inadvertido para la mayoría de la gente, pero no para este médico. Dijo: “Al
final de la contienda, el Ejército español había contabilizado 64.000 bajas,
de las cuales solo una cantidad entre dos y tres mil fueron bajas en
acciones de guerra; el resto, más de sesenta mil, fueron bajas en la
enfermería del campamento…”.
 
Ante la desproporción de las cifras, seguramente hay que preguntarse: ¿qué
pasó con las tropas expedicionarias españolas?, ¿tenían echada una
maldición?, ¿quizá alguien las envenenó con la comida o con el agua?,
¿quizá hubiera algún tóxico en el equipo de guerra? A primera vista, queda
claro que lo que fracasó en Cuba no fue la infantería, ni la armada, ni el
cuerpo de ingenieros; lo que falló estrepitosamente fue el cuerpo de
sanidad; y, hablando del cuerpo de sanidad militar, nos queda una pregunta
por hacernos: ¿fueron inoculadas las tropas españolas con aquellas primeras
vacunas contra el cólera del Dr. Ferrán que, en aquellos mismos años, se
utilizaron en colectivos humanos sin capacidad de decisión personal? ¿Esas
mismas vacunas que si alguien las inoculara en el día de hoy podría ser
acusado de intento de homicidio? ¿Las mismas vacunas que, por su
composición indeterminada, hacían desaparecer por muerte “misteriosa” a
los colectivos de los hospicios de pobres? La respuesta es afirmativa: las
tropas expedicionarias españolas recibieron varias inoculaciones de esa
naturaleza. Y, si esas vacunas fueron capaces de vaciar por defunción, en
pocas semanas, a un asilo por muertes “misteriosas”, bien pudieron
aniquilar a un ejército expedicionario.
 
Pero todas estas historias han quedado en la oscuridad; la civilización y el
progreso no contabilizaba los fracasos y las muertes de la tropa y los
pobres; lo importante era lo que se decía en la prensa, los resultados
globales, el avance del Progreso y la Civilización. Mientras tanto, todos los
ciudadanos, los que mandaban y los que obedecían, los que hablaban y los
que escuchaban, los que morían y los que sobrevivían, todos estaban
encantados y felices por los avances de la ciencia y la tecnología y por
pertenecer a la sociedad industrial y moderna.
 
Este caso fue un anticipo premonitorio de lo que está pasando en la
sociedad actual, donde están apareciendo una serie de enfermedades
nuevas de carácter fatal y, sin embargo, la medicina actual admite que no
sabe de dónde vienen; solo es capaz de advertir o darse cuenta de que cada
vez son más frecuentes en la sociedad del tercer milenio y admite que
desconoce su naturaleza, sus causas y, lo peor de todo, desconoce cómo
tratarlas. En los últimos capítulos explicaremos al lector la naturaleza y las
causas de esas enfermedades nuevas de nuestra sociedad actual.
 
En la actualidad (gracias al conocimiento científico) no queda rastro de
aquellas vacunas contra el cólera, el paludismo y las disenterías; fueron
retiradas con horror del mercado médico-industrial entre los años 30 y 50
del siglo pasado.
 
Los propios avances de la microbiología actuaron, como abogados de turno
de oficio, en defensa de las enterobacterias coleriformes; efectivamente, se
supo unas décadas después que no son alienígenas ni orientales, sino que
son universales y viven dentro de nosotros y las compartimos con todos los
mamíferos del planeta; además, nos rodean por todas partes porque viven
en el agua, en nuestros alimentos, en la carne y en los dulces, en la leche y
en el pan de cada día.
 
Esto que decimos es tan comprobable y de dominio público que, en la
actualidad, los ministerios de sanidad de todos los países del mundo, a la
hora de evaluar la salubridad de los alimentos y declararlos aptos para el
consumo, permite unos niveles de población de bacterias coleriformes,
incluido el vibrio cholerae[31], perfectamente normalizados: frutas y
verduras de 10 a 100 U.I. por mm, y para carne hasta 400 U.I. por mm, por
ejemplo; y cada una de esas U.I. (unidades internacionales) equivalen a
miles de bacterias por mm. Estas bacterias que nosotros consumimos con
normalidad en nuestros productos de supermercado eran las mismas que el
glorioso e inmortal Robert Koch identificó como vibrio cholerae y que
producían el cólera. Si hubiera sabido que le rodeaban por todas partes, no
habría tenido que recorrer medio mundo para encontrar al dichoso bacilo.
Pero era la primera vez que veía a una enterobacteria y pensaba que era
alienígena, única y agresiva. Ese desconocimiento casi completo del tema
de las enterobacterias no le impidió ni fue ningún obstáculo para elaborar la
teoría de la infección y poner en marcha las primeras vacunas.
 
Pero en la actualidad los ministerios de sanidad permiten la ingesta normal
de esos bacilos junto a nuestros alimentos. Eso es reconocer oficialmente la
realidad de que no nos podemos separar de este tipo de bacterias. Y, si eso
es así, las reflexiones que proponemos al lector son las siguientes: ¿cómo
podríamos contagiarnos unos a otros de cólera? Todo lo más que podemos
hacer es un trueque: yo te doy unos cuantos miles de mis bacilos y tú me
das otros cuantos miles de los tuyos. ¿Qué sentido tiene ponerse la vacuna
contra el cólera (aunque sea la actual, que sabemos que no es tan tóxica
como las primeras), si las bacterias que supuestamente lo producen viven en
nuestro interior, son simbiontes de nuestro medio interno? ¿De quién trato
de defenderme entonces?, ¿de mis gérmenes? Si las vacunas son para que
mi sistema defensivo reaccione contra esos gérmenes, en el caso, muy
dudoso, de que la vacuna cumpliese su promesa de inmunizarme contra ese
tipo de bacterias, ¿no se iniciará en mi medio interno una lucha de mi
sistema defensivo contra mis propios gérmenes simbiontes? ¿No provocaré
con la vacunación una enfermedad autoinmunitaria? ¿No provocaré un
conflicto allá donde había una convivencia armónica? ¿Tiene sentido
vacunarse contra nuestras propias bacterias coleriformes y contra las demás
con el conocimiento que tenemos en la actualidad?[32]
 
LA REACCIÓN DE LA MEDICINA INDUSTRIAL ANTE LOS
NUEVOS HALLAZGOS
 
La medicina y la microbiología actuales no han podido evitar (aunque lo
han intentado) llegar a las mismas conclusiones que a las que seguramente
ha llegado el lector con esta exposición, puesto que son tan lógicas que no
ofrecen casi ninguna otra posibilidad para el pensamiento coherente: los
gérmenes que fueron identificados como alienígenas y agresores a
principios del siglo veinte y responsabilizados de producir enfermedades
epidémicas históricas, gracias a los avances en microbiología de los años
treinta, han resultado ser habitantes simbióticos y necesarios para mantener
nuestra salud. La microbiología de las últimas décadas se ha mostrado al
médico y ha confesado los fallos y las equivocaciones de los pioneros;
ahora sabemos que son nuestros gérmenes y les necesitamos.
 
Y todas las operaciones y actos que hemos desplegado contra ellos eran
acciones hostiles contra nuestra propia identidad biológica que tarde o
temprano iban a manifestarse en la población sometida a este tipo de
prácticas médicas, porque en medicina no se puede optar por una elección
equivocada y contranatural y sobrevivir a ello; en el cosmos toda acción
produce una reacción tarde o temprano, y la reacción a la acción de haber
confundido a nuestros amigos por enemigos y haber llevado una guerra
contra ellos ha producido una reacción propia de haberse equivocado desde
el principio de esta película… como veremos en los próximos párrafos.
 
Pero lo más importante de este asunto es que esos hallazgos de la nueva
microbiología realizados en los años treinta del siglo pasado debieran haber
sido capaces de parar la práctica de la vacunación. Volver a replantearse la
teoría de la infección, admitir que los microbios no eran alienígenas sino
simbiontes, admitir los fallos e incongruencias, admitir las muertes
“misteriosas” y aceptar que esos grandes médicos y catedráticos de la
medicina industrial estaban equivocados, eran unos paranoicos y en vez de
salvar gente la habían intoxicado. Tendrían que aceptar que los humildes
médicos vitalistas tenían razón, y que la medicina industrial y su guerra
contra los microbios era un error contra nuestra propia realidad biológica.
Demasiado que admitir, demasiadas cosas para reconocer, demasiado
prestigio que perder, demasiado dinero que dejar de ganar, y no pudieron
parar el tema de las vacunas; prefirieron huir hacia delante.
 
Por no ser capaces de renunciar a ese beneficio, la industria farmacéutica,
en connivencia con los médicos de mentalidad industrial, a pesar que se ha
demostrado que los bacilos no son agresivos, no ha querido renunciar a
todo. Y desde los años cincuenta ha desechado a las antiguas vacunas de
composición desconocida, con células enteras con sus mitocondrias, su
ARN y sus lisosomas, restos de proteínas animales, sales minerales… No,
eso ya no; estas vacunas han desaparecido del mercado. Con el
conocimiento biológico que tenemos hoy en día no sería posible su
utilización, puesto que son cócteles mortales y provocarían demasiados
muertos “misteriosos”; las leyes han cambiado y la sociedad actual no
permite el grado de impunidad que tenían los pioneros de la medicina
industrial a principios del siglo veinte.
 
Ante esta dificultad, la industria médica ha reaccionado produciendo
vacunas que ya no son cócteles mortales; ahora ya no inyectan células
completas o partes de ellas; ahora las vacunas llevan el toxoide más o
menos modificado y unos excipientes a base de compuestos variados y
variables.
 
Sí; en efecto, el lector debe saber que las vacunas actuales ya no producen
efectos mortales “misteriosos” inmediatos por lo general, que, por otra
parte, nuestra sociedad actual no toleraría, aunque la vacunación actual,
incluso con los cambios a la que ha sido sometida, no puede impedir que se
produzca algún que otro caso “misterioso” de vez en cuando[33]. Pero en
general, después de las correcciones en la composición química, se ha
logrado disminuir bastante los efectos “misteriosos” a corto plazo.
 
Los efectos a corto plazo han sido evitados, pero dedicaremos unos
capítulos a las consecuencias a largo plazo de estas vacunas modernas,
cuyos efectos no son aparatosos e inmediatos por lo general, pero que
existen; y, aunque están siendo ocultados por el sistema, afloran como un
torrente en la sociedad del tercer milenio…, como no podría ser de otra
manera, puesto que toda acción crea una reacción y la reacción a la acción
de haber estado vacunándonos con productos industriales contra nuestros
propios gérmenes durante medio siglo debe haber producido consecuencias
que nosotros vamos a presentar a la atención del lector.
 
Como hemos explicado, después de la Segunda Guerra Mundial la medicina
ya sabía que aquellos gérmenes que había presentado como agresivos no lo
eran en absoluto, pero, como pasó en aquel caso histórico que relata el
biógrafo Dr. Paul de Kruif al referirse al suero antidiftérico que mató
“misteriosamente” a los primeros niños berlineses a los que se les inyectó,
en la Europa de los años cincuenta las fábricas de la industria farmacéutica
tenían ya los almacenes llenos de antibióticos, desinfectantes, vacunas y
sueros; es decir, el negocio de la paranoia contra los gérmenes estaba en
apogeo y con perspectivas de multiplicarse por mil; y, como cuenta el
biógrafo de Kruif, que estuvo en Berlín a finales del diecinueve, esta
circunstancia industrial y comercial tuvo más influencia y más peso
específico a la hora de planificar la salud de los europeos que la verdadera
realidad que decía que nuestros microbios eran inofensivos, que vivían
armónicamente con nosotros realizando funciones orgánicas que solo ellos
pueden realizar y que no había duda de que eran nuestros socios.
 
Entre parar la práctica de la vacunación y su propaganda y sus campañas en
todo el mundo, y replantearse su sentido a la luz de los nuevos hallazgos en
microbiología y reconocer la falsedad de todas aquellas historias radiadas,
cinematografiadas y contadas en las escuelas, que ya formaban parte de la
vida de los ciudadanos, y seguir el tema de la vacunación, la comunidad
médico-industrial escogió esta última opción como la más idónea.
 
Esta decisión tenía demasiadas ventajas como para que no fuera del agrado
de los médicos, de los políticos, de los periodistas, de los industriales, de los
docentes… Seguir de alguna manera con las vacunas evitaría tener que
reconocer demasiada mentira escrita y radiada, demasiada equivocación,
demasiada precipitación e interés industrial, demasiadas muertes
“misteriosas”.
 
Pero, si todo eso se callaba y se corría un tupido velo sobre el reciente
pasado, si se seguía predicando el mérito de los grandes pioneros, si se
publicitaba bien, se podría mantener la paranoia ante los microbios y la
doctrina de las vacunas, que, por otra parte, ya había sido introducida en la
vida cotidiana de todos y tenía realidad absoluta en la conciencia colectiva
de los ciudadanos.
 
Ahora que todo el mundo había asimilado la realidad paranoica como
normal, se haría posible su distribución a gran escala, puesto que, a estas
alturas, la clase médica está convencida del carácter agresivo de los
microbios y, sobre todo, las autoridades y los organismos nacionales e
internacionales de salud no tendrían que pedir disculpas, y los docentes no
tendrían que rectificar demasiado sus enseñanzas, la prensa no tendría que
desmentir todas las grandes portadas que había vendido en los últimos 60
años y los ciudadanos no tendrían por qué saber que se les ha engañado, que
se les ha contaminado, que se les ha vacunado por una equivocación en la
interpretación de su realidad biológica, y si no lo saben seguirán con la
cultura de la paranoia y, por tanto, adeptos a los productos varios
(antibióticos, antisépticos…) que creen necesitar para defenderse de los
muchos microbios que constantemente les acechan para matarles a ellos y a
sus hijos.
 
Podríamos decir que el descubrimiento y descripción del verdadero carácter
pacífico de los gérmenes, en lugar de ser una buena noticia de la ciencia, no
pareció agradar a nadie. Volver a la idea de que no estábamos en guerra
contra nuestra naturaleza, que no todos los bichos que nos rodean están para
agredirnos, recuperar la relación de complicidad con los fenómenos
naturales, esa vieja concepción de la vida no gustó a nadie. Los catedráticos
de medicina, las autoridades, los gobiernos y todos los organismos públicos,
todos habían aceptado la idea paranoica de una Naturaleza agresiva; se
habían gastado mucho para convencer a la gente, y ahora todos tenían que
reconocer lo equivocados que estaban, y eso no gusta a nadie[34].
 
Los que tenían que hacerlo no lo hicieron y, como dice el refrán, no hay
peor ciego que el que no quiere ver. Y, como no quisieron ver, la medicina
inició una huida hacia delante que le llevaría a reciclar todo el tema,
cambiando lo que fuese necesario, suprimiendo sus impurezas,
simplificando sus composiciones químicas para poder seguir con su teoría
belicista y seguir produciendo medicaciones de carácter agresivo, armas
para la guerra contra nuestro hábitat externo e interno.
 
Ese fue el origen de las vacunas antibacterianas de segunda o tercera
generación que conocemos los ciudadanos actuales, que, como hemos
explicado, no tienen los problemas “misteriosos” que tenían sus homólogas
de antes de mitad de siglo.
 
Estas vacunas, según los médicos del sistema, actualmente todavía nos
protegen de enfermedades históricas, como la difteria, la tos ferina y el
tétanos, pero vamos a proponer al lector un análisis de esas enfermedades y
de sus respectivas nuevas vacunas que nos ha tocado experimentar a
nosotros por ser hijos de estos tiempos.
5. El poder creador y transformador del lenguaje
 
DIFTERIA: UN NOMBRE MALDITO PARA UNA ENFERMEDAD
COMÚN Y CORRIENTE
 
De todas las nuevas vacunas antibacterianas que nos hemos puesto los
ciudadanos actuales del tercer milenio, vamos a tomar la de la difteria como
ejemplo de todas ellas, pero informando al lector de que su historia y la
información que aportaremos es semejante a la de todas las demás, es decir,
todas las vacunas para prevenirnos de infecciones bacterianas tienen, como
decimos, la misma historia científica, la misma historia mediática y
comercial. Por eso, estudiando la difteria, que es una de las primeras
vacunas antibacterianas que reciben nuestros hijos, las damos todas por
estudiadas.
 
Como hemos dicho, la difteria era una enfermedad conocida desde antiguo;
los médicos españoles vitalistas de la época la llamaban “garrotillo” y la
trataban como una amigdalitis aguda (anginas) y la curaban. Como
explicaremos más adelante, estos nombres históricos, el castizo garrotillo y
el internacional difteria, en realidad quieren nombrar o se refieren a un
cuadro patológico (enfermedad) de lo que comúnmente se conoce en la
actualidad como unas anginas o adenoides febriles y con placas; los
médicos actuales, en nuestro argot técnico, lo llamamos una “faringo
amigdalitis aguda con placas y fiebre”. ¿Hay algún lector que no conozca o
que no haya pasado el garrotillo? ¿Hay algún lector de más de cuarenta
años al que no le hayan extirpado las anginas? Pues, si así es, puede afirmar
que ha tenido difteria y la curó, puesto que si el lector actual hubiera
padecido ese cuadro de anginas, por ejemplo, en 1940, se le hubiera
etiquetado de diftérico. ¿Por qué? Pues porque las anginas agudas que casi
todo el mundo conoce por experiencia y la terrible difteria son la misma
enfermedad, como explicaremos inmediatamente.
 
Esa enfermedad tenía terrible fama de causar muertes a montones, sobre
todo en poblaciones hacinadas en las ciudades industriales que nacían en
toda Europa, en hospicios de pobres y en comunidades miserables de
obreros y mineros, y también era frecuente su aparición masiva en los
países que se hallaban en guerra o en posguerra, situación muy frecuente en
la sociedad europea altamente competitiva del siglo de la Revolución
Industrial y de la primera mitad del siglo XX.
 
La difteria (o amigdalitis aguda) era bien conocida y descrita por los
médicos vitalistas que atribuían su presencia masiva, por temporadas, al
hambre y la miseria en general, y en particular a las malas condiciones
climáticas y ambientales: fríos y humedades, hambre y suciedad,
hacinamiento e insalubridad; sabían todo esto por pura experiencia
milenaria, puesto que, si el lector quiere tomarse la molestia de repasar las
epidemias de difteria del último siglo aquí en Europa, comprobará que la
difteria aparece en épocas de guerra o de posguerra, de crisis económica, de
inviernos fríos y falta de infraestructuras, y en general cuando el nivel de
vida de una comunidad se derrumba por una razón o por otra; es decir, con
la aparición del hambre, la miseria y el frío aparece el “garrotillo”, o sea “la
difteria”, o sea las “amigdalitis”, las faringitis, las bronquitis, las sinusitis y
otitis, y las neumonías; es decir, para los médicos vitalistas las anginas eran
una consecuencia de la miseria y el frío.
 
En nuestra sociedad de abundancia, calefacción y confort, las
faringoamigdalitis agudas o anginas o difteria son más escasas, pero
existen; son consecuencia de excesos de bebidas frías, aires acondicionados,
excesos alimentarios y helados… Actualmente, en un medio con recursos e
infraestructura suficiente, estas afecciones se suelen curar, con o sin
tratamiento, en una semana de cuidados caseros u hospitalarios. Pero estas
enfermedades, tan comunes y fáciles de curar en nuestra sociedad actual,
resulta que en situación mísera y a la intemperie, sin alimentos, sin
calefacción y sin caldos calientes pueden ser mortales, como lo fueron en
las abundantes guerras y posguerras europeas, cuando se les llamó y
catalogó a todas estas situaciones de amigdalitis aguda febril como
epidemias de difteria.
 
Parece ser que algo de razón tenían aquellos médicos vitalistas, puesto que
en tiempos recientes, con el desmembramiento en la década de los 90 de la
U.R.S.S., se produjo una crisis económica en Rusia, y, mientras se
reorganizaba, bajó su nivel de bienestar; al derrumbarse la economía,
algunos ciudadanos no pudieron, durante unos años, disponer de energía
suficiente para calefacción, y la falta de liquidez monetaria produjo escasez
extrema y la alimentación bajó de calidad, aumentó el alcoholismo, etc., y
precisamente en ese país donde se presumía, con toda la razón, de tener a
toda la gente vacunada, durante esos años de crisis, de miseria social,
pobreza y hambre, reaparecieron unas cuantas epidemias invernales de
difteria[35].
 
La reaparición de esos brotes de difteria en Rusia rompía un silencio de esa
enfermedad de cuarenta años. Toda la gente estaba vacunada; ¿cómo
pudieron aparecer tantos miles de casos de difteria? ¿No habían funcionado
las vacunas? No podemos responder a esta pregunta, pero lo que podemos
asegurar es que su “efecto preventivo y protector”, si es que lo tiene, no
pudo compensar el efecto negativo del frío y del hambre que sufrieron los
ciudadanos rusos, aunque estuvieran todos obligatoria y previamente
vacunados contra la difteria. Los médicos vitalistas hubieran recomendado
comida caliente y abundante y refugio seguro para prevenir y curar esos
casos rusos de difteria o amigdalitis agudas.
 
Pero, como ya hemos contado, los vitalistas iban a ser desplazados del
escenario médico y, en 1880, Löffler presentó al presunto bacilo asesino
chorinebacterium difteriae como la causa de la difteria, como ocurrió con el
cólera unos años antes; también se le creyó un bacilo agresivo, alienígena y
único responsable y causa primera de la difteria. Como había ocurrido con
Koch, el gobierno alemán lo condecoró, la prensa lo vitoreó y recibió todos
los premios académicos. Ya hemos dicho que la historia del descubrimiento
de microbios y aplicación de vacunas es igual en todos los casos, por lo que
evitaremos repetir la historia que ya hemos contado.
 
Décadas después, en los años cincuenta del siglo veinte, con los adelantos
en microbiología se supo que este bacilo no solo no es extranjero, no es un
alienígena, sino que no tiene otro hábitat que el humano, es decir, no
compartimos su presencia con otros animales; el bacilo que supuestamente
causa la difteria es en realidad una especie endémica y exclusiva del
hombre. Nosotros mismos somos el ecosistema donde habita de forma
natural este pequeño ser y sus familias afines. Acusarle a él de infectarnos
es como si un naturalista acusara a los pinos y robles, a los ciervos y
comadrejas y demás habitantes de un ecosistema de ser seres que infectan
dicho ecosistema y quieren acabar con él.
 
Y, además, cuando los microscopios se hicieron más potentes se vio con
facilidad que poseemos varias especies de dicho bacilo y que habita en casi
todas las partes de nuestro cuerpo: mucosas, piel, vías urinarias o tracto
digestivo, y que tiene funciones protectoras, defendiéndonos por su propia
presencia de la colonización de esporas, hongos y otros posibles invasores
externos.
 
Pero, como ocurrió con las otras vacunas, estos nuevos conocimientos de la
microbiología no llevaron a la clase médico-industrial a replantearse la
utilidad y el sentido biológico de las vacunas; no se podía contradecir a los
creadores de la idea después de haberles idolatrado; no podían reconocer el
error de esa visón paranoica de la Naturaleza; los mismos médicos en activo
habían participado de toda la paranoia de los microbios; los catedráticos en
activo llevaban años de docencia enseñando a sus aprendices las ventajas de
las vacunas, haciendo apología de las nuevas medicaciones para matar
microbios; y los industriales no pensaban en perder el negocio precisamente
ahora, cuando dominaban el negocio y eran los que controlaban la política
sanitaria mundial y la enseñanza académica de toda la cultura científica y
médica.
 
No iban a perder el negocio ni el prestigio; nadie tenía que reconocer nada;
ahora la industria médica domina los espacios académicos y por eso se
sigue enseñando a los aprendices de médico que las vacunas siguen
teniendo sentido y además son necesarias; no se permite discusión alguna.
Y advierten a todos que no van a tolerar preguntas ni réplicas, y los médicos
vitalistas que queden y que adviertan a la población serán acallados, serán
denunciados y expulsados de los colegios de médicos.
 
EL LENGUAJE COMO CREADOR Y TRANSFORMADOR DE
REALIDAD
 
Los voceros de las vacunas dominan todos los organismos oficiales de la
salud, nacionales e internacionales (no podría ser de otra manera con una
mayoría en la población por encima del 90%), dominan todos los ámbitos y
salen en los medios públicos diciendo y asegurando que las vacunas han
hecho desaparecer enfermedades históricas, que está demostrado
científicamente, como si eso fuera posible, y nadie les contradice[36].
 
Pero sigamos analizando el caso de la difteria como ejemplo de las demás
enfermedades supuestamente causadas por bacterias. Últimamente ha salido
un caso en los medios que ha levantado la alarma: el caso de difteria en
Cataluña. Los técnicos daban por erradicada la difteria en España desde
hacía 30 años, y además afirmaban y afirman sin lugar a dudas, puesto que
tienen el don de la “infalibilidad”, que esa desaparición de la difteria se
debía a la implantación de la vacuna.
 
Como hemos prometido al lector desde el principio, nos serviremos de
información exclusivamente oficial para no ser sospechosos de manipular
los datos o presentar datos propios, y, por ello, mostramos un gráfico del
Ministerio de Sanidad y Consumo (figura), donde el lector podrá apreciar la
verdadera influencia que tuvo la vacuna en la desaparición de la difteria en
España, que es ninguna.
 

 
Por tanto, el lector, cuando vuelva a oír a un representante de la sanidad
decir que la vacuna de la difteria acabó con esta enfermedad, debe
sospechar que le están engañando; le están vendiendo algo con
prevaricación y con una finalidad espuria, con un punto de estafa.
 
Este gráfico, sin embargo, nos revela algo que los del ministerio de Sanidad
no pretendían ni mucho menos: nos indica con toda claridad que la máxima
incidencia de la supuesta difteria se produce en los años finales de los
treinta y principios de los cuarenta, que eran años de inmediata posguerra
civil, años de hambres mortales, de carencia y destrucción, de fríos
inviernos y poca calefacción; años de miseria que nuestros mayores
recuerdan con horror, lo que demuestra que los médicos vitalistas que
atribuían la difteria o el garrotillo a situaciones de miseria tenían razón.
 
Este gráfico debe sugerir algunas reflexiones a tenor de lo que llevamos
dicho hasta aquí. Veamos: si la vacuna ha sido un factor importante para la
desaparición de la difteria a partir de los años sesenta, debe haber habido un
factor mucho más importante en los años cuarenta, puesto que descendió la
frecuencia de la difteria 10.000 veces más rápido. ¿Cuál pudo ser ese factor,
más eficiente que la vacuna, que hizo descender tanto la epidemia de
difteria? Los médicos vitalistas responderían sin ninguna duda: la paz y la
reconstrucción de las casas y las infraestructuras del país devastado por una
guerra que había acabado el año 39; por tanto, la paz y la reconstrucción
fueron los factores más decisivos para la disminución drástica de la difteria
de la posguerra.
 
Algún lector, al mirar el gráfico con atención, podrá decir que, aunque muy
pequeña, sí parece haber ejercido una cierta influencia la vacuna en la
erradicación total de la enfermedad desde su introducción en los años
sesenta y su desaparición total en los setenta. Eso es lo que expresa el
gráfico, efectivamente.
 
Nosotros, lógicamente, no le otorgamos ningún efecto a la vacuna DTP en
la desaparición de la difteria, pero reconocemos que el gráfico señala la
erradicación. Y habrá que preguntarse: si no fue debido a la vacuna, ¿a qué
fue debido? Pues fue consecuencia de cambiarle el nombre a la enfermedad
y tratarla de otro modo.
 
La explicación es la siguiente: en esos años de implantación de la vacuna
DTP, es decir, en los años sesenta, ya se había rehecho la infraestructura
sanitaria y se puso de moda en la medicina española la amigdalectomía.
Este método de cirugía menor se extendió por nuestro país de una forma
inusitada. ¿Hay algún lector de más de cuarenta años que no esté operado
de anginas?[37]
 
Lo cierto es que casi todos los nacidos en España entre los años cincuenta y
sesenta no tenemos amígdalas en la garganta; estamos amigdalectomizados,
y sin amígdalas no se puede tener un cuadro clásico de difteria, no se
produce la obstrucción en la garganta, puesto que esa obstrucción que
producía la muerte por asfixia era producida por la presencia de las
amígdalas inflamadas; sin anginas no hay obstrucción, no hay difteria.
 
Los catedráticos de la década de los sesenta empezaron a hablar a los
nuevos aprendices de médico de la difteria, pero refiriéndose a ella como
una historia del pasado, una enfermedad epidémica felizmente superada que
ya no se la encontrarían con facilidad; estos profesores insistían a los
alumnos que lo que se encontrarían con más asiduidad en nuestros tiempos
serían cuadros de amigdalitis aguda estrepto o estafilocócicas, que ya se
podían tratar con antibióticos en una semana o, si eran recidivantes, con la
extracción quirúrgica.
 
Y, desde entonces, todos los médicos preparados a partir de los años
sesenta, ante una amigdalitis aguda con placas, ya no se les ocurría pedir un
cultivo de la bacteria chorinebacterium difteriae; la identificaban con una
amigdalitis estreptocócica vulgaris, unas anginas; la trataban con
antibióticos y se curaba en una semana, y si se resistía y recidivaba se
proponía la amigdalectomía.
 
El cuadro patológico y clínico que presentaba la terrible difteria histórica
cambió de nombre al final de los sesenta y cambió su tratamiento, y
desapareció la enfermedad del mapa y de los gráficos estadísticos. Al
cuadro patológico de amigdalitis aguda con placas y fiebre ya nunca se le
denominó “difteria”; se le llamó anginas y se les trató con antibióticos o
con una extracción quirúrgica, y pasó a ser una enfermedad común que
hemos pasado la mayoría de españoles, y bastante fácil de curar. Se cambió
la denominación del cuadro patológico y nunca más se llamó difteria, y
desapareció la difteria de España. Es un caso auténtico del tremendo poder
de creación y transformación de la realidad de las cosas que posee el
lenguaje.
 
La difteria pasó a llamarse amigdalitis aguda en placas (estrepto o
estafilocócica), se trató con amigdalectomía y antibióticos y, desapareciendo
el terrible nombre de difteria y cambiando el nombre, desapareció la terrible
e histórica enfermedad.
 
Fue un cambio de nombre que, casualmente, tuvo su efecto favorable sobre
la salud de los españoles, los cuales no volvieron a padecer la difteria y a
recibir peligrosos sueros antidiftéricos desde los años sesenta, desde que se
cambió de nombre a la enfermedad y, por tanto, cambió su tratamiento…, y
hasta ahora.
 
EL HECHIZO DE LA PALABRA EN SENTIDO INVERSO. OLOT
2015
 
Pero, si eso ha sido posible, si ha sido posible la desaparición de una
enfermedad porque erradicamos su nombre para siempre, ¿sería posible que
volviera la difteria a España si volviéramos a llamar a ese mismo cuadro de
amigdalitis aguda con placas con el terrible nombre de difteria? ¿Sería
posible volver atrás, revirtiendo el sentido de lo que pasó en los años
sesenta? ¿Si volviéramos a nombrar a un cuadro de anginas con el nombre
de difteria, esta volvería a aparecer por el poder transformador del
lenguaje? Por mucho que le pueda sorprender al lector, la respuesta es
afirmativa… Y así ha ocurrido en España.
 
Se ha vuelto a producir la transformación en sentido inverso al de los años
sesenta, y así, en este año de 2015 en que escribimos estas reflexiones, se ha
producido el primer caso de supuesta difteria, en treinta años, en España; ha
vuelto la difteria y concretamente se ha manifestado en un niño no
vacunado de la ciudad de Olot… ¡Vaya, hombre, en un niño no vacunado!
 
Enseguida, todos los representantes de la sanidad oficial han salido en todas
las televisiones del país vociferando dos mensajes malintencionados y,
desde luego, carentes de toda lógica, pero con un interés espurio, que decían
claramente dos cosas:
 
Lo primero que han dicho es que el niño de Olot ha sido la primera víctima
de difteria en 30 años, por la sencilla razón de que no estaba vacunado. ¡No
se había pronunciado la palabra difteria en España desde hacía treinta años!
Pero esta vez alguien pronunció la palabra que había sido desterrada de la
realidad, del lenguaje y de la práctica médica de estos últimos 30 años, y se
volvió a producir el hechizo, y la difteria apareció en Olot. Lo explicaremos
seguidamente.
 
Y lo segundo que han dicho, según esa lógica suya, es que los padres han
sido los responsables, por no haber vacunado a sus hijos. Estos,
desbordados por tremenda acusación, se han disculpado diciendo que
habían seguido el consejo de algún médico o de algún colectivo de salud
natural que les había aconsejado no vacunar al niño.
 
Debido a que el que escribe estas reflexiones es uno de esos pocos
supervivientes médicos vitalistas que proponemos a nuestros enfermos que
reflexionen sobre la necesidad de las vacunas, no voy a esconderme ahora
de que nos acusan colectivamente de ser responsables “ideológicos” de este
caso de difteria.
 
Efectivamente, este médico, humilde servidor de todos vosotros, como
aquellos médicos vitalistas, siempre ha recomendado a sus pacientes que no
se vacunaran, enseñándoles a la vez que la mejor forma de prevenir
cualquier tipo de enfermedad es llevando una vida lo más natural y
conforme a la naturaleza particular de cada uno, respetar y amar a la
naturaleza y sus leyes, es decir, vivir higiénicamente y mantenerse lo más
alejado posible de conocidos tóxicos industriales que invaden todos los
ecosistemas en que nos movemos, e incluimos también como tóxicos
muchos de los medicamentos industriales y vacunas actuales.
 
Aclarada cuál es nuestra visión y práctica de la medicina, volvamos al caso
de difteria declarado en España, el único declarado desde hace 30 años: los
técnicos que han llevado el caso lo primero que han tenido que buscar
según su propio protocolo es el foco de infección, y no tardaron mucho. En
unos pocos días encontraron varios focos y después lo hicieron público: el
foco de infección provenía de varias personas del entorno del niño que
estaban vacunados; les llamaron portadores sanos y explicaron que estos
vacunados habían transmitido el bacilo asesino al niño no vacunado.
Llegados a esta conclusión, volvieron a cargar, en todos los medios de
comunicación, contra los irresponsables padres que no vacunan a sus hijos.
 
LA INOCENCIA DE LOS QUE NO SE VACUNAN. LA FALACIA DE
LA INMUNIDAD DE REBAÑO
 
Llegados a este punto, proponemos al lector un análisis de la información
oficial que nos han proporcionado. Otra vez, no son datos nuestros que
hayamos encontrado después de muchas investigaciones y mucha
bibliografía…; son datos ofrecidos por las autoridades oficiales que han
llevado el caso y lo han transmitido y comunicado por todos los medios de
información, pero que nosotros los vamos a aprovechar para ponerlos a
disposición del lector e invitarle a reflexionar y que así pueda descubrir la
verdad de toda esta historia.
 
Durante mucho tiempo, los que hemos decidido prescindir de las vacunas
por unas u otras razones hemos tenido que soportar la acusación de ser un
peligro para los vacunados, es decir, para la inmensa mayoría. Esa
acusación de ser un peligro para los demás iba seguida de otra acusación: la
de ser unos parásitos sociales que nos aprovechábamos de la “inmunidad de
rebaño”, es decir, de que los vacunados no nos podían infectar a nosotros.
Esta acusación, que ha resultado ser falsa, es la que sirve de excusa y razón
suficiente para que muchos médicos y ciudadanos consideren justa la
obligatoriedad de la vacunación.
 
Pero, mira por donde, el caso de Olot, según la propia información oficial,
desmiente de forma indiscutible esta acusación que ha pesado sobre los
ciudadanos no vacunados, porque desde el principio del caso han afirmado
en varios medios de comunicación que el foco de infección estaba en gente
vacunada; es decir, según la doctrina oficial, los vacunados están protegidos
por el supuesto efecto protector de la vacuna, está bien, pero, además,
pueden infectar a otros que no lo estén.
 
Este caso de contagio de la difteria de un vacunado a otro que no lo está
desmiente totalmente el pretendido efecto de inmunidad de rebaño, puesto
que el rebaño, como han afirmado oficialmente, puede infectar y ha
infectado a uno que no era del rebaño. Un niño no vacunado que era
acusado de beneficiarse de la inmunidad de rebaño de vacunados ha sido
infectado por este; entonces, ¿dónde está el beneficio y la acción parasitaria
de los no vacunados? Este caso ha demostrado claramente que los focos de
infección siempre están presentes, incluso si toda la población en su
totalidad estuviera vacunada. Los ciudadanos vacunados y, por tanto,
portadores sanos continuarían siendo focos de infección; entonces, ¿qué
importancia tiene que haya un grupo, grande o pequeño, que no se vacune?
 
La reflexión lógica de la información oficial nos lleva a concluir que no se
puede acusar al grupo de no vacunados de propagar entre los vacunados
enfermedades infecciosas, puesto que estos últimos son portadores sanos
que pueden infectar a otros. En todo caso, los vacunados portadores sanos,
que son el 93% de la población, tienen mucha más probabilidad de infectar
a los no vacunados, que son una minoría, y de reinfectarse entre ellos.
 
Como, además, la función de la vacuna es proteger a los vacunados y no
tiene acción germicida alguna, ¿de dónde se deduce que los no vacunados
son un peligro para alguien que no sean ellos mismos? Si la mayoría de la
población son portadores sanos, ¿qué importancia tiene que haya un
pequeño grupo de portadores no vacunados? ¿Qué importancia tiene el
tamaño de un perro u otro, si los dos tienen pulgas?
 
A los no vacunados se les puede tachar, desde el punto de vista del sistema
oficial, de ilusos, de masoquistas, de hippies, de temerarios o de
irresponsables, pero ha quedado bien claro que no se les puede acusar de ser
un peligro para los demás ciudadanos que están vacunados, puesto que
estos son portadores sanos que pueden infectar, y además, según la doctrina
oficial, no pueden ser infectados: ¿qué peligro les acecha, entonces? De lo
cual se desprende lo inútil y sin ningún sentido lógico que sería obligar a
todo el mundo a vacunarse para acabar de erradicar una enfermedad, puesto
que el caso de Olot ha demostrado que los focos de infección han sido los
vacunados.
 
Lo que muestra que ese deseo político y “religioso”, ese empecinamiento
fanático de imponer la obligatoriedad de las vacunas contra la lógica más
evidente no obedece a un sentido coherente y racional, sino a un abuso de
poder que esconde obscuros y espurios intereses.
 
Esta reflexión que proponemos al lector debe servirle para argumentar
contra todos aquellos que esgrimen que los no vacunados son parásitos de
los demás. Ha quedado bien claro, por las propias declaraciones oficiales,
que los no vacunados no tienen ni pueden tener más capacidad de
contagiar a alguien que los vacunados, y que, en todo caso, según la propia
doctrina oficial, estos son unos irresponsables y unos temerarios. Está bien;
nosotros tenemos nuestras razones, que explicamos en este estudio, pero ha
quedado claro que no somos un peligro para nadie.
 
Después de esta primera reflexión, vamos a seguir con el análisis del caso
de Olot y con la propia información oficial que nos han servido las
autoridades sanitarias, puesto que este caso resume todas las
contradicciones, confusiones de lenguaje y mentiras que han caracterizado
toda la historia de la teoría de la infección y de las vacunas.
 
Veamos: los médicos que han llevado el caso han dicho que el niño no
vacunado se ha infectado precisamente por no estarlo. Sabemos que en la
misma ciudad de Olot hay varias decenas de niños no vacunados y, en el
resto de España, varias decenas de miles, que, como el niño de Olot, están
rodeados por la inmensa mayoría de niños vacunados y portadores sanos,
como los que rodeaban al nombrado niño… Entonces…
 
¿Cómo es posible que se haya producido un solo caso en toda España y en
Olot mismo en un período de 30 años? ¿Tiene sentido lógico que no haya
habido ningún caso en miles de niños no vacunados, rodeados por otros
muchos más miles de niños vacunados y con capacidad de infectar a los
primeros?
 
Quizá el lector se pregunte ante esta realidad tan extraña: ¿es muy difícil y
complicado el mecanismo de infección de la difteria? ¿Se necesita quizá
contacto intravenoso o visceral entre individuos para que se produzca el
contagio, como se afirma en los casos del sida o en la hepatitis B o C?
Puesto que, si el contagio de la difteria fuera muy difícil y complicado,
quizá esa dificultad podría justificar la ausencia de contagio durante un
período de treinta años.
 
La respuesta a estas preguntas es negativa, puesto que la difteria, según
todos los manuales oficiales de salud, se contagia a través del aliento. ¿Hay
algo que compartan e intercambien más los niños que juegan juntos que el
aliento?
 
Sabiendo esto, el lector se puede preguntar con mayor razón: si la difteria se
contagiara verdaderamente y si, además, fuera por medio del aliento,
¿pueden pasar treinta años sin que haya habido un solo caso de contagio
cuando viven decenas de miles de niños no vacunados rodeados de más
miles de niños portadores sanos con capacidad de infectar a otros no
vacunados? Si eso no es posible lógicamente, simplemente es que es
imposible.
 
Por tanto, lo que ha ocurrido no es, ni puede ser, ni ha sido un caso de una
enfermedad epidémica, como se le supone a la histórica difteria, sino que ha
sido un cuadro de amigdalitis aguda con placas y fiebre alta, es decir, un
cuadro de anginas; un cuadro medianamente frecuente en nuestros días y
que cualquier médico internista español atiende varias decenas de veces al
año. Por tanto, el niño se presentó con un cuadro de anginas y fiebre, solo
que inversamente a lo que pasó en España en los años sesenta, que se
cambió el nombre de difteria por el de amigdalitis aguda y desapareció la
difteria; por el mismo efecto transformador del lenguaje actuando en
dirección opuesta, es decir, llamando con el nombre de difteria a un cuadro
de amigdalitis aguda, ha vuelto la difteria a la realidad española, porque en
realidad no son enfermedades distintas, como ya hemos explicado; son un
único y mismo cuadro; la difteria y las amigdalitis son la misma
enfermedad, son el mismo perro pero con diferente nombre en el collar…
¿Curioso, verdad?
 
Esta conclusión que ofrecemos a la reflexión del lector la vamos a explicar
con más detalle, y para ello nos serviremos de nuevo de los acontecimientos
hechos públicos por los técnicos oficiales que han llevado el caso, y que hay
que decir que han dado bastantes datos en los medios de comunicación,
aunque lo hayan hecho con intención de escenificar su papel de protectores
y salvadores y también, cómo no, para arremeter contra los irresponsables
que no se vacunan.
 
EL TEST DE LA VERDAD: LA ÚLTIMA PALABRA DE LA
CIENCIA
 
Vamos a presentar al lector un “personaje” nuevo en esta larga historia
médico-industrial. Otra vez se trata de un invento tecnológico, un producto
de nuestra biotecnología de última generación que, según la comunidad
médica oficial, es capaz de diagnosticar sin ninguna duda y distinguir una
amigdalitis aguda con placas común de otra amigdalitis diftérica; y, aunque
nosotros afirmamos que son la misma enfermedad con distinto nombre, en
la actualidad existe un test que parece querer insistir en que son dos
enfermedades distintas. Este test es de tan reciente creación y utilización (7
años) que es totalmente desconocido por la mayoría de médicos en activo y
que hemos sabido de él y de su existencia gracias al confuso caso de difteria
en Olot.
 
Pedimos atención especial al lector, porque en las reflexiones sobre esta
prueba diagnóstica, este test moderno que es el único método objetivo y
aceptado por el sistema oficial, capaz de hacer un diagnóstico diferencial
correcto entre unas anginas y una difteria, encontrará la respuesta a toda la
realidad de la historia de las vacunas; ahora que estamos llegando al final de
la película, va a descubrir la verdad.
 
Veamos: diversos medios que han informado sobre el caso del niño de Olot
han dicho que el niño ingresó en el centro médico con un cuadro de
faringoamigdalitis con placas y fiebre alta (anginas) y que a un médico
(cuyos antepasados habían sido supuestamente atacados por el bacilo de la
difteria, hace unos sesenta años) se le ocurrió la idea de que ese cuadro
faríngeo de anginas con placas y con fiebre podría ser difteria.
 
Como no hay manera de poder diferenciar un cuadro patológico de difteria
de un cuadro de amigdalitis aguda (anginas) clínicamente, es decir, por los
síntomas que presenta el enfermo, pensamos que este colega, que
sospechaba de la presencia de difteria, ante lo extraño que podría resultar el
caso, y para asegurarse del diagnóstico de difteria, que era lo que le
apuntaba su extraordinario ojo clínico, se le ocurrió hacer una prueba
analítica y no meter la pata y no dar la nota en un país donde no había
habido ningún caso en treinta años. Y, para asegurarse bien, pidió un test de
difteria que se realizó en Madrid, en el Centro Nacional de Microbiología.
Este test de diagnóstico parece ser, según la última opinión médica oficial,
la prueba definitiva que decide el diagnóstico diferencial entre los cuadros
de anginas y distingue claramente las anginas que son de origen diftérico de
las anginas digamos “corrientes”.
 
Este moderno test se basa en la PCR (reacción en cadena de la polimerasa),
una prueba de biología molecular complicada, descubierta en 1993, que
solo se realiza en centros altamente equipados desde hace pocos años;
concretamente, en España se puede realizar ese test en el Instituto de Salud
Carlos III y desde el año 2007. Estos datos cronológicos tienen mucha
importancia para las reflexiones que vamos a proponer al lector en las
próximas líneas.
 
El resultado positivo del test realizado por la Dra. Silvia Herrera en Madrid
hizo seguramente gritar “¡Bingo!” al médico alemán Schneider, que había
llevado el caso desde el principio; no son de extrañar sus saltos de alegría y
regocijo, puesto que, contando solo con su olfato y ojo clínico, había
conseguido detectar y descubrir el único caso de difteria desde hacía treinta
años en España, un país de más de cuarenta millones de habitantes. El lector
debe tener en cuenta, para admirar el talento intuitivo del médico, que este
tenía una oportunidad entre varios cientos de millones en estos treinta
años… y acertó.
 
No me dirá el lector que no es un caso absolutamente impresionante de ojo
clínico y de clarividencia extraordinaria, casi casi divina; pues bien, este
personaje, que podríamos calificar sin duda de extraordinario, fue el médico
que atendió al niño que venía con una faringoamigdalitis aguda febril; es
decir, unas anginas agudas; si le hubiera atendido otro médico español, uno
normalito, es completamente improbable que hubiera pensado en una
difteria, puesto que desde los años setenta se da por desaparecida y, desde
entonces, en las facultades españolas nos entrenan a los médicos a tratar los
cuadros de anginas con placas como tales; nadie piensa en la difteria y, por
eso, a nadie se le ocurría pedir un cultivo de bacterias; y, como el test era
algo del futuro, tampoco nadie ha pedido esos test nunca. Y, como nunca se
han pedido porque no habían sido creados todavía y, por tanto, no
conocíamos de su existencia, no podía haber casos de difteria en España.
 
Durante los últimos cuarenta años, los médicos europeos actuales no
piensan en la difteria ante los miles de casos de amigdalitis aguda con
placas que anualmente se presentan en las distintas consultas de medicina
interna. Es por lo que nos atrevemos a asegurar que ningún médico normal
hubiera sospechado que el cuadro que presentaba el niño era algo distinto a
lo que parecía presentar, es decir, una amigdalitis aguda con placas
(anginas).
 
Pero el desventurado niño no se cruzó con un médico normalito, sino con
un médico con unas características especiales que le hicieron pensar
inmediatamente en la difteria y, además, por si fuera poco, este médico
estaba presuntamente dotado con el don de la profecía, puesto que ya había
advertido hacía unos años a los irresponsables padres españoles que decían
que no vacunaban a sus hijos del peligro al que se exponían. Llevaba años
de vocero de las vacunas en tierras de Cataluña, pero se quejaba del poco
caso que algunas pocas familias hacían de sus advertencias, y un día en el
que él estaba de servicio sospechó de difteria ante un cuadro febril con
amígdalas que presentaba un niño no vacunado. Este era el caso que estaba
esperando; por fin se iban a cumplir sus predicciones proféticas, y pensó, al
ver al niño abotargado por la fiebre y las anginas: ¡por fin se ha cumplido
mi advertencia y se ha infectado uno! Unos días después, añadía en los
medios de comunicación: ¡ya se lo había advertido; son unos
irresponsables!, dirigiéndose a los padres para reprender su rebeldía y su
supuesta irresponsabilidad.
 
El resultado del test que nadie hubiera pedido, excepto el extraordinario
médico Schneider, iba a cambiar fatalmente el destino del niño, porque
desde que dio positivo al test pasó, de un minuto a otro, de tener un vulgar
cuadro agudo de anginas con placas, el cual se trata, en la salud pública, con
unos antibióticos y antipiréticos y se suele curar en más o menos una
semana, a un cuadro de la temible difteria histórica.
 
Se había producido el “hechizo” semántico que convertía una enfermedad
en otra. Ese “hechizo” había transformado la terrible difteria en anginas
en los años sesenta; el mismo “hechizo” semántico utilizado en sentido
inverso transformó a las anginas en difteria en Olot en 2015, y volvimos
a tener difteria en España. Es el mismo efecto del “poder creador y
transformador de las palabras”, pero utilizado en sentido inverso.
 
La nueva situación que se había presentado con la aparición del nombre de
difteria asustó a los padres, a los médicos y los ciudadanos, pero sobre todo
complicó el tratamiento del niño, puesto que ya no era asunto de unas
anginas gordas e inflamadas, sino de difteria; ahora se requería, además de
la carga tóxica y abundante de antibióticos, calmantes y antipiréticos, de un
suero antidiftérico.
 
El tratamiento con suero antidiftérico, como hemos dicho, es tan antiguo y
peligroso que había sido totalmente abandonado por la práctica médica en
Europa occidental; por eso tuvieron que encontrarlo en Rusia. Este país
conservaba algunas unidades de suero antidiftérico que usaron en la década
de la disolución de la U.R.S.S., como hemos contado antes. El que pudieran
encontrar este suero de hace más de veinte años en Rusia, puesto que no
quedaban en los países de nuestro entorno, no fue un acontecimiento
afortunado para el pequeño paciente, puesto que ya no había excusa:
habíamos vuelto atrás en el tiempo, el hechizo había revertido su sentido y
se había hecho realidad la difteria; había vuelto el terrible mal y pensaron
tratarlo como siempre, y se lo administraron intravenoso para curarle, como
en los viejos tiempos de la terapia de los sueros de animales. El niño murió
“misteriosamente” después de unos días de administrarle el suero
antidiftérico, a pesar de estar en una moderna unidad de cuidados intensivos
de uno de los mejores hospitales.
 
Las terapias con sueros antidiftéricos habían sido abandonadas en todos los
países occidentales a partir de los años sesenta, por la cantidad de
problemas de reacciones inmunológicas que ocasionaban en los tiempos en
que se utilizaron. Los sueros de animales provocan en el receptor una
reacción inmunológica de rechazo de tejidos, y los médicos que se atrevían
con ellos sabían que siempre que se administren se tenía que temer la
reacción del receptor a los sueros, es decir, del paciente, puesto que en un
porcentaje importante de casos se producen reacciones graves de rechazo,
shocks anafilácticos y reacciones inflamatorias generalizadas. Precisamente,
cuando en los años cincuenta y sesenta se empezaron a utilizar los
antibióticos, se abandonaron definitivamente los tratamientos con sueros.
 
No podemos comprender la elección del tratamiento de suero de animal en
un hospital moderno, como ha ocurrido en el caso del paciente de Olot.
Pero ¿por qué son tan tóxicos estos sueros? Esto es debido a que esos
sueros antidiftéricos se sacan de la sangre de caballos y que su inoculación
en el medio interno causa una reacción inmunológica casi imposible de
prever y de controlar. Por estas razones, excepto en la U.R.S.S., su
utilización había sido abandonada en toda Europa y Estados Unidos.
 
El niño de Olot se tuvo que enfrentar a esta terapia tan agresiva; había sido
“señalado” por un moderno test. Después de un mes de UCI, murió
“misteriosamente”. Pero, a pesar de todas estas vicisitudes que hemos
sacado exclusivamente de la propia información oficial, las autoridades
salieron en los medios de comunicación diciendo dos cosas: el niño había
fallecido a causa de la difteria, sin ninguna duda. No comentaron nada del
agravamiento que sufrió el niño después de haberle administrado el suero;
no comentaron cómo pudo morir un niño (aunque fuera de difteria) en una
moderna unidad de cuidados intensivos; solo añadieron la sentencia de que
los responsables eran los padres por no haberle vacunado.
 
El caso ha durado poco más de un mes en los medios de comunicación y
luego desaparecerá de la memoria colectiva; la velocidad de la existencia en
este tiempo que nos ha tocado vivir lo exige así. Y en el consciente
colectivo y en las estadísticas nacionales aparecerá este caso como un caso
único en España desde hace 30 años. Pero, antes de que eso pase a la
historia, queremos proponerle al lector, como siempre, unas cuantas
reflexiones que quizá le ofrezcan unas respuestas que no esperaba.
 
Veamos: lo primero que podemos sacar del relato de los hechos descritos
por los técnicos oficiales que han llevado el caso es que, según la medicina
moderna, lo único que puede diferenciar un cuadro de amigdalitis con
placas de un cuadro típico de difteria es el test que le realizaron en el
Instituto Carlos III. Si este test hubiera dado negativo, el niño hubiera
seguido siendo tratado de una amigdalitis vulgar con antibióticos y
antipiréticos, y seguramente se habría curado en una semana.
 
Este test parece ser la fórmula definitiva de diagnosticar la difteria, pero
recordemos que se afirma eso del test después de más de cien años de
asegurar que la presencia de bacilos era la prueba y la causa de la
enfermedad. Nosotros no valoramos ni discutimos la inhabilidad del test,
pero la ciencia médica oficial dice que es la prueba definitiva y que está a
disposición de los médicos españoles desde el año 2007.
 
Pero si todo esto es verdad, como afirman los responsables de Sanidad, y
solo por medio de un test de hace siete años se puede saber científicamente
si unas amígdalas inflamadas son diftéricas o no, nosotros no lo discutimos
porque como nuestro venerado filósofo, el viejo Sócrates, no sabemos
nada… Solo nos hacemos preguntas y se las proponemos al lector:
considerando que la difteria se puede diagnosticar con seguridad y
diferenciarla de las anginas comunes desde hace ocho años, por mediación
del único test o prueba analítica infalible admitido por la ciencia
actual[38], podemos preguntarnos lógicamente...: ¿cómo se diagnosticaba la
difteria a principios del siglo veinte, sin la existencia del test? ¿Cómo
hemos podido diferenciar los médicos españoles, durante toda nuestra vida,
un cuadro de anginas de un cuadro de difteria, admitiendo que nunca hemos
utilizado el nuevo test?
 
Naturalmente, no lo hemos utilizado porque siempre hemos tratado los
cuadros de amigdalitis como si fueran casos de amigdalitis; no teníamos
dudas y no teníamos sospechas, ni un ojo clínico tan poderoso como el del
Dr. Schneider; simplemente, los tratábamos como un cuadro de anginas y
los curábamos con o sin antibióticos. Y esa es la causa de que los médicos
españoles y europeos no tengamos conciencia de habernos encontrado
nunca con un caso de difteria.
 
La amigdalitis aguda nunca ha sido un cuadro difícil de tratar, y este médico
no recuerda ningún caso de amigdalitis aguda que no se curase en un
periodo de más o menos una semana. Hemos tratado cientos, quizá miles,
en más de treinta años de ejercicio de la medicina, y no creemos que las
amigdalitis sean difíciles de tratar; nunca se nos ha presentado un caso que
terminara fatalmente, y estamos seguros de compartir esta opinión con la
mayoría de los médicos en activo en consultas de la seguridad social de
todo el país.
 
Otra información, perfectamente oficial, que nos ha llegado del caso es que,
para buscar el supuesto foco de la infección, se les hizo el infalible test a las
personas del hábitat más cercano al niño, e, inesperadamente para los
técnicos, dieron positivo al test varias personas que estaban vacunadas,
concretamente 8 entre un total de 57, es decir, un 18%. Inexplicablemente,
se les administraron antibióticos, aunque estaban sanos y sin ningún tipo de
molestia ni síntoma. No tenían ninguna molestia, pero se les administró
antibióticos porque el test decía clara y analíticamente que tenían la
difteria.
 
Si alguno de ellos hubiera presentado una amigdalitis en ese mismo
momento, ¿se le hubiera administrado el suero antidiftérico?
Afortunadamente, estos portadores sanos no presentaban amigdalitis y eso
quizá les salvó de ser etiquetados de diftéricos y de que les inyectasen el
suero.
 
Pero si en el entorno limitado del niño de Olot han encontrado,
analíticamente, “difteria” con facilidad y rapidez en varias personas sanas,
hay que seguir haciéndose unas reflexiones lógicas y contestárselas: ¿qué
pasaría si nos hicieran el test a toda la población? Hay que pensar que,
como ha ocurrido en Olot, habrá que esperar que muchos vacunados (un
18% de la población) y no vacunados (no sabemos cuántos) den positivo al
test que denuncia que padecemos la enfermedad, la supuesta difteria.
 
¿Qué les hubiera pasado a las generaciones de españoles que, como el autor,
padecimos de anginas en los años sesenta y nos las extirparon? ¿Qué nos
hubiera pasado si nos hubiesen sometido al test? Lo lógico es que muchos
(no sabemos cuántos; un 18% o más) hubiéramos dado positivo y, en vez de
recibir antibióticos y amigdalectomía, hubiéramos tenido que enfrentarnos a
los sueros antidiftéricos. Menos mal que los médicos que nos tocaron en
suerte ya habían abandonado la costumbre de nombrar y de pensar en la
difteria cuando veían un cuadro de anginas y no tenían, todavía, a su
disposición el test definitivo.
 
¿Qué hubiera pasado con los miles de casos de amigdalitis aguda que
hemos atendido los médicos españoles en estos 30 últimos años, si les
hubiéramos sometido al nuevo test? La respuesta es clara: en vez de
tratarles y curarles con facilidad una amigdalitis, a muchos de ellos les
hubiéramos diagnosticado de difteria. Y ellos como pacientes y nosotros
como médicos nos hubiéramos tenido que enfrentar a los peligrosos sueros
antidiftéricos que hubiéramos tenido que prescribir. Por fortuna para
pacientes y médicos españoles, las amigdalitis agudas con placas o anginas
solo han sido eso y nada más; las hemos tratado como lo que eran; nunca
pedimos ese test durante treinta años y se han curado.
 
¿Serían las estadísticas las mismas que han sido sin el test? Naturalmente
que no. No llevaríamos 30 años sin casos de difteria, como se ha
demostrado claramente en Olot. Si a los médicos españoles que fuimos
formados en los setenta se nos hubiera entrenado para hacer el diagnóstico
diferencial entre una difteria y una amigdalitis aguda con placas, con ese
test, con los datos que tenemos y nos han relatado las autoridades técnicas
que han llevado el caso, hay que concluir lógicamente que no llevaríamos
30 años sin difteria en España, sino que, como mínimo, el 18% de la
población de ciudadanos que han tenido anginas y que están operados de
amígdalas hubieran tenido en realidad difteria.
 
Y, por último, ¿qué pasaría si a raíz del caso de Olot, y siguiendo el ejemplo
de Schneider, a partir de ahora los médicos españoles hacemos el test en
todos los casos que nos encontremos de amigdalitis en placas? Si lo
aplicamos a partir de ahora, es lógico pensar que volverá la difteria (de
hecho, ya ha vuelto en Olot, donde el 18% de la población da positivo al
test de difteria) a las estadísticas españolas, y volveremos a tener que
fabricar sueros y aplicarlos a los niños con amigdalitis, que durante todos
estos años se han curado las amigdalitis con placas sin necesidad de utilizar
sueros.
 
HISTORIAS DE TODA UNA VIDA… QUE NO ERAN VERDAD
 
Llegados a este punto, la propia información oficial del caso de Olot
todavía ofrece un punto de reflexión y unos detalles que, si los analizamos
con sentido racional, seguramente llegaremos, junto con el lector, a unas
conclusiones que van a desvelar que toda esta larga película de las vacunas
y de los microbios, de epidemias y sueros salvadores y de microbios
asesinos han sido historias de nuestra vida que resultaron no ser verdad.
Veamos: sabemos que solo hay un método científico y seguro para saber si
hay difteria, según los propios técnicos del sistema oficial. Este método
nuevo es capaz de diagnosticar la difteria y de distinguirla claramente de
una amigdalitis; es el test PCR, con menos de diez años en el mercado.
 
Con estos datos y estas fechas, y con la ayuda de nuestro mejor aliado, el
implacable tiempo, ahora que estamos al final de la película y podemos ver
a todos los actores, podemos preguntarnos con sentido lógico: ¿con qué
grado de objetividad científica puede afirmar una estadística del ministerio
de Sanidad como la que hemos mostrado que en el año cuarenta había
muchos casos de difteria y que en los setenta ya no había difteria en España,
si ni en la primera fecha ni en la segunda se había aplicado el test infalible
que distingue, según la doctrina médica de última hora, a la amigdalitis
aguda de la difteria? ¿Cómo fue hecho el diagnóstico diferencial en ese
periodo, si faltaban 50 años para que inventasen el test? ¿A ojo de buen
cubero? ¿O a base de ojo clínico, como Schneider? ¿Y cómo fue hecho ese
diagnóstico diferencial en tiempos de Löffler (1880) y a principios del siglo
veinte, cuando la prensa anunciaba epidemias de difteria por todas partes y
predicaba y aplicaba sueros antidiftéricos?
 
¿Qué fue en realidad aquella famosa epidemia de difteria de Alaska, mil
veces narrada y cinematografiada, que nos dejó boquiabiertos a todos los
ciudadanos y convencidos de la “divina” bondad y de la necesidad
imprescindible de los sueros antidiftéricos?[39] ¿Cómo distinguían en
aquellos tiempos las amigdalitis con placas de la verdadera difteria?
Faltaban setenta años para que apareciera la prueba analítica infalible, el
test determinante de la PCR, que se empezó a utilizar en microbiología
después del año 2000 y que descubrió que en Olot hay varios casos de
difteria, cuando se pensaba que en España llevábamos treinta años sin ella.
 
Algún lector enterado en microbiología, para responder a esta última
pregunta, podrá intentar explicar que a principios de siglo veinte ya se
podían lograr cultivos bacterianos, y que con esos cultivos se podía detectar
la presencia del bacilo diftérico en las gargantas de los amigdalíticos. Ante
esta explicación, hay que decir lo que ya hemos explicado antes: todos los
ciudadanos normales tenemos los cuatro tipos de especies de bacilo
diftérico viviendo con nosotros, sin causarnos el menor daño. Por eso no
sirven los cultivos como diagnóstico, puesto que siempre daría positivo.
 
Pero si informamos al lector de que en el año anterior, 1923, se había
creado en la Fundación Pasteur la segunda generación de sueros
antidiftéricos, que son más o menos los que se han mantenido en el
mercado hasta ahora, quizá con esta información comprenda con mayor
facilidad lo oportuna que fue esta historia impresionante y transmitida a
todo el mundo para los intereses comerciales de la industria de los sueros,
que multiplicó la producción y la venta por todo el mundo. Pero toda esa
historia, las que les siguieron, la cantidad de películas que nos han
convencido de la realidad paranoica eran historias que no eran verdad.
Como símbolo de la poca verdad de esas historias ha quedado el
monumento al perro guía de esa expedición salvadora erigido en el Hyde
Park de Nueva York. El Dr. González nos cuenta que el perrito que está allí
representado no es el verdadero; está suplantado por otro; hasta el recuerdo
escultórico es una historia impresionante y emotiva, pero que no es verdad.
 
Esa es la causa de la reciente introducción de ese nuevo test de la PCR, que,
según la opinión oficial, es la única prueba que juzga el diagnóstico
diferencial entre amigdalitis y difteria, pero llega ciento cincuenta años
tarde. Durante todo este tiempo, durante toda la larga película ha habido mil
epidemias anunciadas oficialmente, se han administrado toneladas de suero
antidiftérico, se ha vacunado a millones de personas, se han escrito leyes y
libros, se han contado leyendas y se han hecho películas que nos han
llenado a todos de terror ante el microbio cruel y hostil, y luego nos han
devuelto la esperanza con sus productos salvadores; y resulta que, si
hilamos bien los hilos de la realidad real, la verdad es que tan solo desde
hace unos diez años se puede verdaderamente y científicamente saber si un
enfermo con amigdalitis (anginas) tiene o no tiene difteria. Resulta que en
esta película, ahora que estamos al final, estamos descubriendo que todo era
mentira: los microbios no eran enemigos sino amigos, no eran alienígenas
sino propios; ahora sabemos que las primeras vacunas no podían proteger
de nada sino que eran altamente peligrosas; las epidemias históricas que nos
han contado cuyos nombres nos llenaban de terror ahora sabemos que no
podían tener nombre, porque los tests que se lo podían poner faltaban
décadas para que fuesen creados. Ahora sabemos que los gráficos y
estadísticas históricas y oficiales no tenían un criterio objetivo para poder
tener realidad.
 
¿No tiene el lector la impresión de que nos han engañado a todos? ¿De que
todas esas historias que hemos escuchado de terror y de muerte han estado
trucadas para justificar la necesidad y conveniencia de vacunarnos? ¿No
tiene la impresión de que nos han contado una película de terror para
crearnos una necesidad que nunca tuvimos?
 
El análisis del caso de Olot, junto a la información oficial que lo acompaña,
curiosamente debe conducir al lector a la conclusión lógica y decepcionante
de que toda la leyenda de la difteria ha sido una farsa para vender vacunas
haciendo pasar una afección aguda de garganta y muy frecuente, la
faringoamigdalitis febril con placas, que es un cuadro común, corriente y
fácilmente tratable en un ambiente favorable, bien atendido y sin miseria,
por una enfermedad causada por un alienígena asesino, el bacilo de la
difteria, una enfermedad con fama de mortífera, de terrible, y que los
médicos industriales afirman que sin sueros o vacunas produce la muerte.
 
Pero ha pasado mucho tiempo y una mentira no puede vivir eternamente, y
este caso de falsa difteria en España ha desvelado las falsedades y
contradicciones que tiene la teoría de la infección de la difteria.
 
Las estadísticas que nos han presentado todos estos años, el relato de las
vidas que se salvaron históricamente gracias a los sueros eran mentira. Era
mentira que existiera un bacilo alienígena porque es endémico. Era mentira
que nos podíamos infectar unos a otros porque todos los tenemos. Era
mentira que los sueros antidiftéricos curaran porque son peligrosísimos.
Todo era falso, todo estaba manipulado, los datos eran imaginarios y todo
estaba hecho para hacernos creer a los ciudadanos que no éramos
autosuficientes, que había peligros terribles que podían matarnos porque
superaban con creces nuestra capacidad vital de enfrentarlos y vencerlos, y
que por eso necesitábamos desesperadamente de su sabia protección, de su
poder demiúrgico, de su bondad y de su desinterés por la ganancia, de sus
inventos, de sus nuevas medicaciones y de sus “milagrosas” vacunas.
 
La existencia de la difteria es, en realidad, un problema del lenguaje que se
utiliza; es una cuestión de entender la naturaleza de los fenómenos y de
utilizar una palabra u otra, de nombrar a un mismo fenómeno con uno u
otro nombre.
 
Si encuentras un médico que entienda que tu cuadro es una amigdalitis
aguda, unas anginas, y que tus bacilos son amigos, estás salvado. Si te
encuentras a otro y te dice que lo que tienes es difteria y que hay que
neutralizar las toxinas de unos bacilos enemigos que hay en tu interior,
prepárate a recibir una dosis importante de antibióticos y de suero de
caballo y a sobrevivir a la prueba. Según el nombre con el que el médico
designe a la enfermedad, está la clave del pronóstico y del destino del
paciente. Pero eso no cambia la verdadera naturaleza del cuadro que
presentas; es el mismo.
 
Como hemos dicho al principio de este capítulo, el caso de la historia de la
difteria es totalmente equivalente al de cualquiera de las enfermedades
infecciosas históricas y altamente publicitadas e introducidas en el
consciente colectivo de los ciudadanos, como la tos ferina, el tétanos, el
cólera, la neumonía, la meningitis, etc. Todas ellas fueron desapareciendo
del mapa a partir de los años sesenta y, aunque el sistema oficial y su
propaganda anunciaba que esa desaparición era efecto innegable de la
vacunación masiva, el lector ya sabe que fue un efecto lingüístico: se les
cambió de nombre y, como ocurrió con la difteria, desaparecieron del
mapa… y si se les vuelve a nombrar pueden hacerse reales[40].
 
Todas ellas requieren del moderno test o prueba de la PCR para ser
diagnosticadas, puesto que todos, sanos y enfermos, poseemos a los bacilos
(neumococo, meningococo y otros muchos cocos más) que fueron acusados
de producir esas enfermedades en la historia de las epidemias y de las
infecciones. Y en todos los casos de las demás enfermedades infecciosas
atribuidas a nuestros propios gérmenes tampoco hay respuesta a las mismas
preguntas lógicas: ¿cómo se podía saber en los años 50 que se había
declarado una epidemia de tos ferina o de neumonía infecciosa sin el test
que aparecería casi 50 años después? ¿Con qué bases de datos se han
elaborado todos los gráficos y estadísticas oficiales que nos han
acompañado durante todos estos años? ¿Quién ponía nombre a las
enfermedades y cuál era su criterio y su método objetivo? No hay respuesta
oficial, pero el lector tiene elementos suficientes para hacerse una idea más
real sobre esta historia y esta cultura de la paranoia que todos llevamos
dentro.
 
Creemos que, con esta información, el lector debe tener claro en virtud de
su reflexión las siguientes realidades sobre la teoría de la infección, las
vacunas y nuestros gérmenes:
 
· 1.º Que nuestros gérmenes no son alienígenas sino que son
simbiontes; incluso muchos de ellos son endémicos de la especie
humana y no se encuentran en otro hábitat. ¿Cómo es posible, pues, la
infección por gérmenes alienígenas?
 
· 2.º Que todos los bacilos que habían sido identificados como únicos
culpables, con DNI personal y exclusivo: vibrión colérico, bacillum
difteriae, bordetella pertusis… en realidad no son ni únicos, ni
extranjeros, ni culpables de nada, sino que son indispensables para
mantener nuestro equilibrio orgánico.
 
· 3.º Que los históricos padres de las vacunas “salvaron “a la
humanidad con unas vacunas que en la actualidad, si alguien las
administrara, sería acusado de intento de homicidio, pero que
entonces no les pasó nada porque los cobayas humanos que fueron
sacrificados en nombre de la ciencia no tenían derechos y, sin
embargo, ellos tenían toda la impunidad que les daba el Progreso. Esa
impunidad y el apoyo incondicional de la prensa hicieron posible la
permanencia de esas vacunas primitivas hasta los años cuarenta del
siglo pasado.
 
· 4.º Que los avances en medicina de la mitad del siglo pasado que
revelaban la naturaleza benéfica y la relación de simbiosis de nuestros
gérmenes, en lugar de ser una buena noticia que hubiera puesto fin a
la paranoia, sin embargo no fue bien acogida esta novedosa realidad
entre la clase académica, política y mediática, puesto que contradecía
la visión belicista que se había seguido; después de tantos años, todos
estábamos implicados.
 
· 5.º Como ya no se podía sostener que nuestros gérmenes, que están
presentes en todos nosotros en estado de salud y de enfermedad
indistintamente, fuesen los causantes de las enfermedades de las que
se les acusaba, para mantener toda la historia admitieron que nuestros
bacilos son buenos, pero si les ataca un virus se vuelven malos como
antes y, por tanto, sigue siendo necesaria la vacuna.
 
· 6.º Que después de toda esta larga historia de la cultura de la
paranoia que se nos ha metido en el seno de nuestra existencia, que
nos ha llevado a manipular nuestros cuerpos y los de nuestros hijos
para protegerles de tantas epidemias históricas, cinematográficas y
novelescas, resulta que solo podemos saber que verdaderamente
fueron lo que fuesen desde hace diez años gracias al último test de la
verdad; aunque, conforme han transcurrido las cosas, sería mucho
más apropiado llamarle el test de la mentira.
 
LOS ÚLTIMOS INVITADOS, LOS VIRUS… Y VUELTA A
EMPEZAR
 
El microscopio electrónico y los avances en fisiología, que habían
contribuido a cuestionar la teoría de la infección por nuestros propios
gérmenes y la eficacia y conveniencia de los sueros y las vacunas antiguas,
introdujeron a la vez en la historia de la biología humana a unos nuevos y
desconocidos invitados: los virus.
 
Estos nuevos invitados iban a producir dentro de la clase médica una nueva
división de puntos de vista, semejante a la que había producido la aparición
de las bacterias cien años atrás: unos cuantos médicos, muy pocos a estas
alturas, conservaban la antigua visión vitalista de sus mayores, y cuando
aparecieron los virus imaginaron que siempre habían estado ahí y que era
bastante improbable que causaran enfermedades. Que lo más probable era
que fueran productos de desecho de las propias células humanas. Otra vez
se empeñaban en decir que esos virus no eran alienígenas asesinos, sino
parte de nuestra realidad fisiológica, y que tarde o temprano, como había
ocurrido con los microbios, se descubriría su verdadero origen y función en
el organismo y su fisiología.
 
La mayor parte de los médicos de los años cincuenta en adelante ya poseían
una visión industrial de la medicina y la teoría de la infección formaba parte
de su ADN, y en las facultades se seguía enseñando la teoría de la infección
como toda la vida; aunque se hubiesen abandonado las antiguas vacunas y
sueros, se seguía enseñando que los microbios y/o sus toxinas producían las
antiguas enfermedades. El error es difícil de asumir e incluso hoy en día se
sigue enseñando de la misma manera[41].
 
Para estos médicos modernos, la aparición de los virus supuso más de lo
mismo, es decir, nuevos enemigos a los que combatir con nuevas vacunas y
nueva medicación. Se volvía a inaugurar otra etapa cuando estaba a punto
de expirar la vieja. Desde entonces hasta nuestros días, el 90% de nuestros
niños reciben múltiples vacunas contra enfermedades supuestamente
causadas por virus.
 
Estas campañas, casi totales, de la población han podido llevarse a cabo por
varias razones: porque las nuevas y “depuradas” vacunas contra las antiguas
epidemias, como hemos explicado, y las nuevas vacunas contra los virus
que se fabricaron a partir de entonces ya no tenían los tremendos
“inconvenientes” y no producían reacciones de rechazo como sus
antecesoras. Ahora, con los pocos inconvenientes a corto plazo que tenían
las nuevas vacunas, se hizo posible su introducción y que fueran aceptadas
popularmente por médicos y ciudadanos.
 
Otra razón que consideramos de importancia capital es el factor
psicológico, o mejor el factor cultural, o la psicología cultural dominante:
todos los ciudadanos actuales hemos crecido dentro de una atmósfera de
desinfectantes, antibióticos, vacunas… Hemos vivido con paranoia vital. Y,
contra la continua sensación de inseguridad producida por un cosmos
agresivo y una naturaleza hostil, comprar inmunidad y ganar seguridad ante
la muerte por infección simplemente con un producto que te regala el
gobierno o lo adquieres por módico precio es una idea demasiado dulce de
tragar como para que no sea mayoritaria en nuestra sociedad de consumo.
Y, con el paso de los años y las generaciones, las vacunas ya forman parte
de nuestro concepto de salud; vacunar a nuestros hijos es una etapa más de
su formación y crecimiento. ¿Cómo archivar todo eso? ¿Cómo desarraigar
una costumbre que nos transmitieron nuestros padres? ¿Y cómo renunciar a
la sensación de seguridad que la vacuna produce en el consciente colectivo?
 
Después de todos estos avances en el conocimiento médico, después de los
ajustes, las rectificaciones, los ocultamientos y silencios, los cambios de
tratamiento, los cambios en la composición de las nuevas vacunas
antibacterianas, los nuevos médicos habían logrado salvar en parte, y a
duras penas, la teoría de la infección y las vacunas, y de pronto aparecían
unos nuevos enemigos cósmicos que vendrían, como enviados del cielo,
para reforzar la teoría paranoica de los enemigos invisibles que habíamos
estado a punto de superar.
 
Les llamaron virus y eran “seres” más pequeños que las células, como
trozos de ellas, y tenían núcleo y una membrana y una composición química
igual a la de la célula. Si los virus tienen los mismos componentes
bioquímicos que las células a las que “supuestamente” atacan, ¿por qué
pensar que son alienígenas?, ¿por qué no pensar que tienen un origen
interno a la célula?, ¿por qué no pensar que son producto de procesos de
recambio de material celular, o de desecho, o de muerte celular, puesto que
están hechos de las mismas sustancias que forman la estructura de las
células?[42]
 
Como verá el lector, las dos viejas visiones sobre la relación del hombre
con el cosmos se volvieron a enfrentar, y vuelta a empezar. Se inició una
historia casi igual a la que hemos narrado sobre la de las vacunas contra las
bacterias; como dice el refrán: “los mismos perros pero con diferentes
collares”; historias similares, métodos similares, científicos similares,
intereses mediáticos y comerciales similares, que no vamos a volver a
describir por no agotar al lector y porque sería redundar en lo mismo que
hemos escrito hasta aquí, eso sí, con algunos matices y cambios de forma
importantes, como las modernas vacunas ya de última generación y con
menos accidentes “misteriosos”.
 
Los médicos y académicos que dirigían la salud de Occidente, como habían
hecho cien años antes ante la aparición de las bacterias, no dudaron en
acusar a esos nuevos invitados de agresivos voraces que tenían la misión de
destruir al hombre, y les acusaron formalmente de ser la causa de
enfermedades ya conocidas y de algunas nuevas. Y de proponer, una vez
restaurada y reforzada la teoría paranoica, la creación y aplicación de
nuevas vacunas y medicación para protegerse de ellos y si es posible
destruirlos, borrarlos de la faz de la tierra (y, en algunos casos, dicen que lo
han conseguido).
 
Los partidarios de la teoría de la infección y de las vacunas se pusieron a
reiniciar el tema, pero esta vez no iban a fabricar las nuevas vacunas contra
los virus con los mismos inconvenientes y errores de las del pasado; la
tecnología médica del momento lo hacía posible y no lo dudaron.
Aparecieron nuevas vacunas para tratar viejas enfermedades: el sarampión,
la rubéola… y también nuevos virus que parecían provocar nuevas
enfermedades que requerirán nuevas vacunas. Hasta el día de hoy, cada año
aparecen más clases de virus, y lo que te rondaré morena.
 
A partir de los años sesenta hasta nuestros días, vivimos en una sociedad
vacunada en más del 90%; desde entonces, múltiples vacunas han aparecido
en los mercados y todo el mundo que vive en la sociedad del bienestar se
siente seguro, más seguro que sus ancestros, y cree que parte de esa
seguridad se la proporciona la existencia y el consumo masivo, casi global,
de vacunas.
 
El sueño de Prometeo se ha hecho realidad cien años después de que se
gestara en la mente del hombre industrial. Este nuevo humano se propuso
cambiar el mundo y lo ha conseguido, pero ¿lo ha mejorado? Si lo hubiera
mejorado, ¿estaríamos hablando en la actualidad de los graves problemas de
contaminación planetaria, de deforestación, de desertización, de extinción
de especies, de calentamiento y de cambio climático? También se propuso
cambiar nuestro organismo y nuestros sistemas orgánicos con el
convencimiento de poder hacerlo y con la promesa de lograr mejorar y
superar al propio diseño natural, y ese Prometeo afirma que lo ha
conseguido y ha logrado crear una nueva raza de humanos que son más
perfectos, sanos y longevos que sus antepasados humanos, que no habían
disfrutado del fuego creador de la industria.
 
Si fuera así, quizá hubiese valido la pena tanto enredo y tanta historia, tanto
esfuerzo y sacrificios humanos, pero nada bueno puede salir de la mentira,
nada bueno puede salir de una guerra contra nosotros mismos, nada bueno
puede venir del intento de haber querido mejorar un sistema biológico y no
haberlo logrado, nada bueno puede resultar de haber confundido a los
amigos por enemigos. Y ahora que estamos al final de la película vamos a
poder ver, o mejor, vamos a poder vivir y experimentar personalmente el
desenlace final, el resultado de una historia que ha sido más mentira que
verdad; se lo expondremos al lector en los próximos párrafos.
6. El resultado final de la obra del nuevo Prometeo
 
EL TIEMPO Y LA RESOLUCIÓN DEL DILEMA
 
Nosotros, a estas alturas de la película, reconocemos el poder del hombre y
la civilización industrial, el poder titánico del nuevo Prometeo para actuar
sobre la Naturaleza y cambiarla; reconocemos que con sus productos
industriales ha cambiado también el organismo y los sistemas vivos que nos
han mantenido vivos durante milenios; eso es evidente e innegable; lo que
negamos rotundamente es que esos cambios y transformaciones artificiales
e industriales hayan mejorado nuestra realidad biológica, sino que más bien
nos han llevado y nos están llevando a una situación inquietante, a un
estado de salud que, aunque la prensa del sistema diga lo contrario, apunta a
la catástrofe.
 
Si ese efecto de mejora del sistema inmunitario prometido por la práctica de
la vacunación se hubiera producido, sería de esperar que, una vez que toda
la población hubiera sido manipulada, pudiera hablarse de que hemos
mejorado la especie. Y, además, se habría demostrado que los productos
industriales verdaderamente son capaces de mejorar incluso los
complicadísimos sistemas biológicos, y por tanto acelerar el lento devenir
cósmico y mejorar la especie humana. No estaría nada mal, y en ese caso
hubiera valido la pena toda esta historia. Pero ¿es esa la realidad real?
¿Somos los ciudadanos actuales, con nuestros sistemas biológicos
manipulados por Prometeo, una raza o una especie humana superior
biológicamente a nuestros padres y abuelos? ¿La manipulación industrial de
nuestros sistemas nos ha aportado alguna capacidad biológica o psicológica
que no tuvieran nuestros antepasados?
 
La doctrina oficial y su prensa así lo afirman, y todo el mundo lo cree y,
además, los ciudadanos actuales se sienten afortunados de pertenecer a este
tiempo y esta sociedad de Prometeo, una sociedad industrial de gran
cobertura médica, donde todo el mundo tiene consciencia de que se vive
más y mejor y se puede disfrutar de los logros de la civilización moderna.
Ante esta “realidad” cultural de la superhumanidad actual, el lector quizá se
pregunte: ¿cómo decían los antiguos vitalistas que ningún producto de la
industria podría mejorar jamás la función de sistema orgánico alguno?,
¿cómo afirmaban que no se puede mejorar el cosmos?, ¿en realidad tenía
razón el hombre industrial, el Prometeo que afirmaba podía mejorar el
cosmos, podía perfeccionar la naturaleza humana y crear seres superiores?
La prensa y la cultura actuales tienen convencidos a los ciudadanos del
tercer milenio de que pertenecen a una sociedad más sana y más longeva
que la de sus mayores, pero, aunque todo el mundo esté convencido de esa
“realidad”, vamos a ver que esta es un producto de consumo más que, para
ser creído y vendido, basta con que esté bien publicitado; no importa ni que
sea verdad ni que esa “realidad” sea real. Pero nosotros vamos a poner a la
disposición del lector unos datos que demuestran de manera demoledora
cuál es la verdadera realidad de esa “realidad” publicitada por Prometeo y
que todo el mundo vive como la realidad real.
 
Veamos: ha pasado el tiempo como para que casi toda la población esté
vacunada; ya son varias generaciones en que padres, hijos y nietos han sido
vacunados. Dijimos que el tiempo era nuestro aliado para encontrar la
verdad, y ha pasado el suficiente. Es el momento en que nos planteemos un
dilema: si la visión correcta de nuestra realidad biológica y nuestra
naturaleza es la visión de la moderna medicina industrial, el resultado no
puede ser otro que hemos mejorado nuestro sistema inmunitario gracias a la
medicación industrial. Hemos dado un salto evolutivo y nos hemos hecho
hiperinmunes con respecto a nuestros antepasados. El nuevo Prometeo, el
hombre industrial con su fuego demiurgo, ha creado un nuevo mundo que,
naturalmente, debe ser mejor que el que encontró.
 
Si la visión correcta de nuestra naturaleza y la del cosmos es la de los
vitalistas que afirmaban (y afirmamos) que ningún artificio humano, mucho
menos un producto industrial, puede mejorar en lo más mínimo el diseño
Inteligente de los sistemas vivos, por simples que sean (o parezcan), y que
el hombre no tiene poder demiúrgico suficiente como para mejorar la
naturaleza, entonces no puede esperarse nada bueno del hecho de haberlo
intentado, y mucho menos de haber simulado resultados positivos y de
ocultar los negativos con el único fin de simular que sus métodos
industriales eran válidos y de haberlos mantenido empecinadamente sobre
la población.
 
Ha pasado el suficiente tiempo como para que podamos plantearnos estas
dos visiones opuestas sobre cuál es el verdadero poder del hombre frente a
la naturaleza y cuál es el verdadero papel del humano: o bien somos
Prometeos y tenemos el poder de cambiar el cosmos a nuestro antojo y
mejorarlo con nuestra ciencia y nuestra tecnología o somos seres integrados
en ese cosmos, hilos que forman parte del gran tapiz de la creación y que
contribuyen con su existencia a la expresión y manifestación del diseño
inteligente de la Existencia única.
 
Le proponemos al lector que resuelva este dilema contando solo con la
información que todo el mundo conoce por haber salido en los medios de
comunicación y, además, por haber sido temas de gran repercusión social.
Es decir, le proponemos al lector llegar a una respuesta coherente para
resolver este dilema con la información general de los últimos treinta o
cuarenta años. No necesita para nada de estudios y referencias
bibliográficas ni estudios estadísticos, ni ningún número de cifras y
resultados; solo la historia mediática y cultural de los últimos años le
procurará las respuestas con naturalidad y claridad racional.
 
LA LOCURA DEL CENTINELA: EL ENEMIGO ESTÁ DENTRO
 
La vacunación sistemática y global de la población se inició, como hemos
dicho, hace cincuenta o sesenta años. La propaganda estatal hacía apología
de las vacunas y nos mostraba a todos ese tipo de gráficos que ya hemos
podido comprobar que eran muy “fiables” y realizados con “criterios
válidos y constantes”, que todos hemos consumido; y la prensa cantaba
todo tipo de logros en sanidad y anunciaba la desaparición de antiguas
epidemias, todo gracias a las vacunas y antibióticos; todo el mundo se
sentía seguro y vacunaba a todos los seres vivos que amaba.
 
En ese tiempo, los médicos actualmente sesentones nos preparábamos en la
facultad y nos sentíamos formando parte de esa sociedad moderna y segura.
Al llegar a los cursos de patología (3.º y 4.º curso), los catedráticos y
profesores empezaron a hablarnos a los estudiantes por primera vez de unas
enfermedades nuevas que tenían nuevos nombres y nuevos síntomas, que
no estaban descritas en los tratados médicos de siempre y no eran
infecciosas; es decir, no podían ser atribuidas a los gérmenes, pero lo que
más preocupaba a nuestros maestros era su pronóstico, puesto que
terminaban a medio plazo con la discapacidad grave de los pacientes e
incluso con la muerte. Otra cosa que también les preocupaba y que les
llevaba a levantar la voz de alarma era la circunstancia de que cada día esas
nuevas enfermedades desconocidas eran más y más frecuentes, y
paradójicamente afectaban a la población más protegida sanitariamente.
 
Para que el lector no crea que exageramos la nota, vamos a transcribir aquí
el texto de un libro que los estudiantes de los años setenta teníamos, por
consejo de los profesores, como libro de consulta y referencia: era un
tratado reciente de patología básica del Dr. Robbins[43]; pues bien, este
catedrático, al dirigirse a los estudiantes, dice así en el inicio de su capítulo
VI, el cual trata sobre el estudio de las enfermedades del sistema
inmunitario: “La inmunidad y los trastornos inmunológicos son, para la
medicina actual, lo que la bacteriología y las enfermedades bacterianas
fueron para el mundo médico a principios del siglo XX; en la literatura
médica actual hay nuevas enfermedades del sistema inmunitario…”.
 
Efectivamente, en los años sesenta y setenta los médicos de la sociedad del
bienestar, que ya no tenían necesidad de enfrentarse a las enfermedades
infecciosas, tuvieron que enfrentarse a unas nuevas enfermedades que
empezaban a ser descritas en las publicaciones médicas y en los tratados de
patología más novedosos con nombres, también, nuevos y desconocidos:
lupus, esclerosis lateral amiotrófica, popularmente conocida por ELA,
enfermedad de Crohn, esclerodermias y dermatitis alérgicas, cuadros
asmáticos alérgicos, distrofias y atrofias musculares alérgicas. La nueva
palabra “alergia” empezó a adjetivar una gran cantidad de nombres de
nuevas enfermedades.
 
Los estudiantes pronto aprendimos qué era lo que pasaba con esas
enfermedades alérgicas que aparecían en la nueva sociedad; los propios
profesores nos lo enseñaron claramente: esta vez no era un enemigo exterior
que nos amenazara, no era un microbio; el ataque a los sistemas orgánicos
no provenía de “algo” externo que nos había invadido; el enemigo estaba
dentro de la fortaleza, era el guardián que nos tenía que defender: el
causante de esas nuevas enfermedades era nuestro sistema inmunitario.
 
Lo tuvieron tan claro que desde el principio las denominaron enfermedades
y alteraciones autoinmunitarias, y así nos lo enseñaron a nosotros. El
causante estaba claro que era el sistema inmunitario, pero ¿por qué el
sistema inmunitario reaccionaba contra los propios sistemas orgánicos, en
lugar de defenderlos como había hecho siempre? La respuesta a los
estudiantes en principio fue el silencio.
 
La ciencia médica actual no admite conocer (o reconocer) qué ha podido
pasar con ese sistema cien años después de haber estado manipulándolo
industrialmente con el objetivo de mejorarlo; no, no puede explicarse qué es
lo que ha podido pasar. La propia medicina se ve obligada a explicar que en
esas nuevas enfermedades autoinmunes el sistema inmunitario está
alterado y ataca a los propios sistemas orgánicos; no reconoce las propias
estructuras y tejidos como propios y los ataca como si fueran gérmenes
invasores.
 
Nuestro ejército interno, nuestro sistema defensivo, que había actuado
durante miles de años de centinela y guardián de nuestra fortaleza orgánica
defendiendo nuestro yo biológico, se ha vuelto loco o traidor, por alguna
razón desconocida (¿desconocida?), y ataca a la propia población.
 
Si el lector quisiera comprobar este gran aumento de enfermedades graves y
de origen inmunitario en la población, no tiene más que ponerse en contacto
por teléfono con las nuevas asociaciones nacionales de enfermos españoles
que padecen este tipo de enfermedades autoinmunes: Asociación española
de enfermos de Crohn, de ELA, de colitis ulcerosa, de esclerodermia, de
lupus eritematoso, de artritis reumatoide… En estas asociaciones de
enfermos le informarán de lo siguiente: que son de nueva creación; nacieron
en los años setenta u ochenta. Desde entonces no para de crecer
vertiginosamente el número de miembros y de familias afiliadas, a pesar de
que se trata de enfermedades de muy mal pronóstico y casi todas ellas
acaban con la muerte del paciente. A pesar de que hay muchas defunciones,
no deja de aumentar el número de afectados de todas las edades; les tratan
con inmunosupresores y antiinflamatorios, saben que por ahora no tienen
cura, esperan con ansiedad que la medicina les proporcione alguna
solución, y nunca les hablaron, ni remotamente, de la posibilidad de
relacionar la cantidad de vacunas que les administraron para mejorar su
sistema inmunitario y el hecho de que ese mismo sistema sea el que
funcione mal.
 
Como hemos explicado, la medicina oficial conoce perfectamente que el
sistema responsable es el inmunitario, pero, en vez de preguntarse qué ha
pasado, ha preferido huir hacia delante, otra vez, y proponer sus soluciones
industriales: si el sistema inmunitario funciona mal y agrede al resto del
organismo, pues nos cargamos al sistema inmunitario ¡y santas pascuas!;
desaparece el problema y no tenemos que hacernos preguntas ni rendir
cuentas.
 
Para lograr tan inteligente y responsable propósito, la industria médica creó
unos medicamentos nuevos; eso no iba a ser un problema para la industria
sino todo lo contrario, ya que, si aparecen nuevas enfermedades, pues
sintetizamos más medicaciones y las distribuimos. Y así aparecieron los
inmunosupresores, los antihistamínicos, los corticoides sintéticos… Estos
medicamentos, efectivamente, logran calmar o aminorar algunos de los
síntomas, pero no curan la enfermedad y acaban de destruir nuestro sistema
inmunitario y el sistema hormonal y el óseo… Los cuadros de
enfermedades autoinmunitarias, como hemos dicho, tienen un pronóstico
fatal a medio plazo.
 
El poder académico dice desconocer la causa de este cambio de
comportamiento de nuestro sistema defensivo; lo hemos repetido varias
veces a propósito, porque queremos preguntar al lector si tiene alguna
sospecha de cuál puede haber sido la causa desconocida por la ciencia
médica. Si no se le ocurre nada, propondremos nosotros una pregunta:
¿puede existir alguna relación entre la aparición, por primera vez en la
historia, de nuevas enfermedades y trastornos del sistema inmunitario y el
hecho o la circunstancia de haber intentado manipular con productos
industriales, por primera vez en la historia, ese mismo sistema inmunitario?
 
Creemos que esta pregunta resulta lógica en vista a cómo se han
desarrollado los acontecimientos históricos a los que nos hemos referido, y
seguramente el lector se la haya respondido con lógica coherente. Pero la
medicina oficial, el poder político y el poder académico no se han hecho esa
pregunta; es más, no permiten que nadie se la haga. No toleran que ningún
médico (¿traidor?) apunte ninguna relación entre la manipulación industrial
del sistema inmunitario y su posible estropicio. A los que se atrevan a
proponer dudas, moratorias o datos que pongan en entredicho el carácter
exclusivamente benéfico y sin efectos secundarios de las vacunas, los que
propongan preguntas y reflexión, los que no sean adeptos y se opongan al
dogma serán expulsados de la comunidad médica, serán suspendidos en los
colegios de médicos.
 
El sistema médico-industrial no tolera críticas, no admite errores, no hace
correcciones, no responde a preguntas; tiene “infalibilidad faraónica” y
poder político, mediático, académico y legal suficiente como para eliminar
a cualquiera que se le oponga. Eso le permite todos los excesos y esa huida
hacia delante sin perder ningún privilegio y conservando toda la autoridad
patriarcal que se ganó gracias a la teoría de la paranoia contra los gérmenes
que ahora sabemos que fue falsa, inventada, radiada y cinematografiada
hasta que nos la metieron en el alma; nos metieron en el ADN una mentira,
un mensaje espurio y bien comercializado.
 
Pero no ha terminado ahí la historia del sistema inmunitario del homo
sapiens vacunatus; la medicina de los años sesenta y setenta había asistido a
la irrupción de las nuevas enfermedades autoinmunes y, como hemos dicho,
sintetizó nuevas medicaciones industriales (inmunosupresores) para no
tener que mirar atrás, recapacitar y corregir, y poder seguir su huida hacia
delante.
 
SÍNDROME DE INMUNODEFICIENCIA ADQUIRIDO. VIH, EL
ÚLTIMO FORAJIDO
 
Pero esa huida hacia delante no podía ser eterna, porque ante las leyes
naturales no se puede escurrir el bulto y, como pensaban los antiguos
médicos vitalistas, no es posible mejorar un sistema vivo con medios
artificiales, y querer solucionar un cuadro de intoxicación industrial que
había producido estragos en el sistema inmunitario añadiendo más de lo
mismo es imposible; y, efectivamente, unas décadas después empezaron a
aparecer las señales del colapso del sistema inmunitario.
 
En los años ochenta, en pleno corazón de la sociedad del bienestar, en la
ciudad de San Francisco se detectó otra nueva enfermedad, desconocida
hasta entonces y que también afectaba al sistema inmunitario; a la nueva y
desconocida enfermedad la llamaron sida, que son las siglas de “síndrome
de inmunodeficiencia adquirida”; llamamos la atención del lector sobre el
adjetivo adquirida, puesto que es muy apropiado; acaso habría que añadir
que la adquisición de ese síndrome es reciente, desconocido con
anterioridad, por eso se catalogó como enfermedad nueva.
 
Enseguida aparecieron millones de ciudadanos en Estados Unidos, en
Europa, en todo el mundo con inmunodeficiencia, pero ¿cómo
inmunodeficiencia? Pero si esas generaciones de ciudadanos ya pertenecían
por completo a la nueva especie de humanos, homo sapiens vacunatus e
hipermedicatus; todos habían sido vacunados contra múltiples posibles
enfermedades infecciosas; deberían ser supermanes de la inmunidad; eran
los niños que históricamente habían tenido cobertura con vacunas desde los
primeros años de vida; deberían tener un sistema inmunitario
preparadísimo, un nivel de vitalidad elevado. Eso sí, si esas vacunas
hubiesen tenido los efectos que sus promotores aseguraban que tenían.
 
Seguramente a estas alturas el lector ya habrá resuelto el dilema que le
planteábamos al principio del capítulo, y es posible que empiece a estar más
de acuerdo con el punto de vista de los médicos vitalistas; pensamos que, si
es así, da muestras de coherencia mental y de lógica elemental; sin
embargo, la medicina industrial sigue sin querer mirar atrás y rectificar;
sigue empecinada en mantener sus tesis. Pero hay más realidades biológicas
que caracterizan a la nueva raza superior además de la de tener un sistema
inmunitario aberrante, autoagresivo y deficiente.
 
Todo se desmorona, pero la comunidad médica no quiere replantearse nada
y, para poder seguir su huida hacia ninguna parte, vuelve a afirmar con su
conocida infalibilidad faraónica que el reciente síndrome de
inmunodeficiencia no tiene, ni puede tener, ni siquiera se puede proponer
que tenga relación alguna con las vacunas y los inmunosupresores ni con
ningún otro producto industrial que haya nacido en los santos hornos de la
industria farmacéutica, e impone por dogma indiscutible que nada de esto
ha podido estropear nuestro sistema inmunitario. Hay que buscar a un
culpable “exterior y agresivo” que cargue con todo, que sea el único
responsable del descalabro del sistema inmunitario del súper homo
vacunatus.
 
No tardaron en encontrar a un culpable en la “persona” de un nuevo virus,
desconocido hasta la fecha, que nunca se supo de dónde había salido,
aunque se barajaron diez mil teorías; la prensa, como había hecho a lo largo
de toda esta historia, aprovechó el morbo sociológico que lógicamente
provocaba semejante amenaza a la supervivencia de la humanidad. El sida y
su responsable, el virus VIH, salieron en todas partes; se hicieron películas,
documentales, novelas y prospectos que se repartieron por todo el mundo;
se repetía la historia de la paranoia, pero esta vez a mayor escala y a mayor
velocidad. Bien pronto la inmensa mayoría de los ciudadanos eran
conscientes de que el sida era una nueva enfermedad del sistema
inmunitario y que, sin ningún tipo de dudas, la producía un nuevo virus, y
esa es la idea que tienen hasta la actualidad tanto ciudadanos como
médicos.
 
Pero el lector debe saber, puesto que seguramente no lo sabe, que desde el
principio han existido médicos y biólogos moleculares de gran renombre
dentro del mundo científico que se opusieron a esta farsa, por ejemplo el
premio Nobel Dr. Kary Mullis o el Dr. Duesberg de la Universidad de
California, que, en el tiempo que apareció el sida, era considerado el mayor
retrovirólogo del mundo, y este valeroso médico acusó directamente a las
vacunas y a los antibióticos de ser los responsables del sida, y eximió de
responsabilidad al acusado retrovirus VIH de estropear el sistema
inmunitario de los humanos de la nueva especie, homo sapiens vacunatus.
 
Este acto de auténtico amor a la humanidad le costó la marginación, la
sanción y el desprestigio al Dr. Duesberg y a los demás médicos y
periodistas delatores del sistema; este no iba a consentir que nadie, sea
médico o no, le acusara de algo, ahora que tenían convencidos a todos de
que un inédito retrovirus era el culpable de todo y que explicaba el
derrumbe masivo del sistema inmunitario; y, lo más importante, si acusaban
al virus VIH de destruir el sistema inmunitario, podían desvincular
totalmente ese desastre inmunitario del posible efecto secundario de las
vacunas. No iban a consentir que nadie negara la existencia de ese nuevo
virus, ni su agresividad extrema, ni por supuesto su exclusiva
responsabilidad en la destrucción del sistema inmunitario de los homo
sapiens vacunatus.
 
Habían encontrado al culpable que les libraba de replantearse nada y tomar
responsabilidad y, además, podían seguir con el modo industrial de
medicina que les había llevado a lo más alto. Desde entonces, como el
lector quizá sepa, se fabricaron medicaciones industriales para matar el
virus, tan caras que muchos países no se las han podido permitir (no hay
mal que por bien no venga), y, si nadie lo impide, dentro de poco todo el
mundo incorporará a su currículum vital la enésima nueva vacuna[44].
 
Pero el lector de este estudio ya tiene información suficiente como para
resolver el dilema que hemos planteado al principio del capítulo. ¿La
manipulación histórica del sistema defensivo humano, vistos los resultados
y contadas las habas, ha sido un éxito o un fracaso? ¿Tenían razón los
médicos vitalistas que lo creían imposible de mejorar por métodos
artificiales o los médicos industriales que se creían capaces de mejorarlo
con productos industriales?
 
LA NUEVA RAZA “SUPERIOR” DE HUMANOS EN PELIGRO DE
EXTINCIÓN
 
Sabemos a estas alturas por los propios acontecimientos de las últimas
décadas que ese intento de mejorar el sistema defensivo del humano no lo
ha mejorado; lo ha vuelto autoagresivo y deficiente, según todos los datos,
incluidos los oficiales, aunque esa deficiencia que se admite oficialmente se
achaque a un nuevo virus que solo existe para ellos. Pero lo cierto, lo que es
innegable es que ese homo sapiens vacunatus, esa especie humana nueva se
diferencia de sus antepasados, entre otras cosas, por tener un sistema
inmunitario alterado y autoagresivo y peligroso para la propia integridad
del propio organismo.
 
Hace unos veinte años, cuando todavía estábamos asimilando que éramos
inmunodeficientes con la aparición del sida y empezaban a hacerse
comunes las enfermedades autoinmunitarias, apareció otro fenómeno
nuevo, fruto de esa transformación para “mejorar” en la que estaba
embarcado el nuevo hombre de la nueva raza industrial; en los años 70 y
80, de una manera súbita, comenzaron a nacer niños con unas enfermedades
tan extrañas y desconocidas que la propia comunidad médica las denomina
enfermedades raras.
 
No está mal el nombre, puesto que con él parece que se quiera admitir de
entrada que no se tiene ni remota idea ni de su causa, ni de su curso, ni, por
supuesto, de su solución; a lo máximo que ha llegado la medicina moderna,
desbordada ante la magnitud y la repentina aparición del tremendo
acontecimiento, es a llamarlas con nombres poéticos: enfermedad de la piel
de mariposa, síndrome de los huesos de cristal, síndrome de vejez
prematura, niños burbuja… Aunque los cuadros son variadísimos, todos
tienen en común el desequilibrio, la disfunción o la destrucción caótica de
varios de sus sistemas orgánicos básicos, los pilares de la existencia, que
debieran funcionar bien y no lo hacen.
 
Y la segunda característica que tienen en común estas enfermedades raras
es el alarmante aumento de su frecuencia en la sociedad del bienestar, en la
raza “superior”, en los nuevos humanos nacidos en la nueva sociedad
industrial de Prometeo. Para que el lector sepa que no exageramos, le
bastará, como en el caso anterior, con llamar por teléfono a la asociación de
dichas enfermedades[45] o entrar en el INE (Instituto Nacional de
Estadística)[46].
 
La prensa no suele hablar de esto, pero de vez en cuando se le escapa algo
por aquí o por allá, y así, sin más, en la televisión española informaron de
que en España, en la actualidad hay 3.000.000 de casos de enfermedades
raras. ¡Tres millones en un país de cuarenta! 27.000.000 en Europa y
25.000.000 en Estados Unidos, y estos nuevos humanos han aparecido en la
sociedad “avanzada” en veinte o treinta años.
 
Es un fenómeno médico social absolutamente desconocido por su
magnitud y por la velocidad de su aparición y generalización. Otra
característica de este fenómeno gigantesco y terrible es que es endémico y
exclusivo de las sociedades más desarrolladas, más industrializadas, más
vacunadas y medicadas con productos industriales. Estas enfermedades
nuevas son propias de la Raza superior, de los humanos “transformados”, de
los hijos y criaturas nacidas del sueño y de la locura civilizada del hombre
de la Revolución Industrial, los hijos de Prometeo y de Frankenstein, y son
los últimos actores de la película.
 
Nunca antes, ni siquiera en las historias imaginarias, verdaderas o falsas
contadas por la prensa[47] de todos los tiempos, se había hablado de una
epidemia de tal magnitud: un 8% de los hijos del nuevo homo sapiens, es
decir, de la nueva especie superior, nacen con enfermedades raras, y la
proporción va en aumento. ¿Qué está pasando con la gestación y crianza de
los nuevos fetos, en la nueva especie desde hace 20 años? Nadie responde,
nadie sabe, alguien apunta que estas enfermedades raras son de origen
genético o resultado de malas gestaciones, o que las madres están
contaminadas por tantos tóxicos…
 
¿Están perdiendo las superhembras de la nueva especie la capacidad de
gestar correctamente? ¿Quizá el exceso de medicación y de vacunación con
productos industriales y la polución general con productos tóxicos de toda
clase esté afectando al sistema de gestación de la nueva especie?
 
Ante esta última pregunta, el sistema de salud oficial se apresura a
responder que de ninguna de las maneras…, que no existe ni puede existir
relación alguna entre la manipulación reciente de todos los sistemas
orgánicos del nuevo homo sapiens con productos químicos e industriales y
la casi inmediata aparición de esas enfermedades raras. El sistema no tiene
ni admite dudas al respecto, pero, aún sin necesidad de ser médico, ¿cuál es
la opinión del lector?
 
Otro problema relacionado con la capacidad de procreación del ciudadano
del tercer milenio, del superhumano de la nueva especie, también se ha
producido en los últimos treinta años: la castración tóxica de sus jóvenes
varones. ¿Castración química de los varones de la nueva especie? La
respuesta es afirmativa; para constatar esta gran epidemia de infertilidad de
los nuevos jóvenes, nacidos y criados en el seno de la sociedad del
bienestar, no hacen falta grandes estudios ni investigaciones; basta con
escuchar las noticias.
 
Hace poco pudimos escuchar con toda tranquilidad en las noticias los datos
de esterilidad de los varones españoles; según los noticiarios, los bancos de
semen están rechazando al 90% de los donantes por la falta de calidad y
vitalidad de su esperma. El problema de la calidad y cantidad de semen de
nuestros jóvenes de cuarenta años hacia abajo, es decir, de aquellos que han
recibido todos los cuidados médico-industriales desde el nacimiento, es
gravísimo; se ha convertido en un tema tan general y común en nuestra
sociedad del bienestar que estamos seguros que el lector conoce,
personalmente y en su entorno familiar, a alguna pareja de jóvenes que
tienen necesidad de recurrir a la fecundación artificial.
 
En un telediario de TVE hace unos meses, pudimos escuchar a las locutoras
que informaban de la incidencia de la infertilidad en las distintas
autonomías españolas, y, entre risitas, como si de una competición
deportiva se tratara, explicaron que los campeones de la infertilidad eran los
catalanes y los madrileños, seguidos de cerca de los vascos.
 
En esta esquemática exposición se ve claramente que estas poblaciones son
las más modernas e industrializadas de la península, las que han estado más
a la última en cobertura médica, las zonas de más alto nivel económico e
industrial y donde las campañas de sanidad industrial se han llevado con
más eficacia, y donde los ciudadanos hipermedicados se sienten más
protegidos por el sistema y con mayor nivel sanitario. Muchos de esos
jóvenes pasan muchos años utilizando condones y cuando deciden ser
padres se dan cuenta de que son estériles. Según el INE, la fertilidad del
semen de los jóvenes españoles ha disminuido más de un 50% desde la
década de los 80 en una curva progresiva que no para. La castración
químico-industrial de los varones, la alteración del sistema inmunitario y las
enfermedades raras son endémicas en las sociedades desarrolladas; son
propias y exclusivas de la raza superior. ¿Es el castigo de Prometeo?
 
Para cualquier naturalista, biólogo o médico, y para cualquiera que lo
piense, esta castración de los varones de la nueva especie, que afecta a más
de la mitad de su población y que va en aumento de año en año, va a
suponer la extinción de la especie en unas cinco generaciones, más o
menos; es una catástrofe sin remedio. Ya no se trata de unos casos de
intoxicación o de una epidemia que afecta un área geográfica; esta vez se
trata de toda la población en su casi totalidad; se trata de toda la
colectividad de nuevos humanos. La intoxicación por productos industriales
ya no es personal o individual sino colectiva; los tóxicos industriales
acumulados durante generaciones han tocado la raíz colectiva y eso va a
secar la totalidad del árbol.
 
La extinción de la nueva especie de humanos no puede tardar, puesto que,
por una parte, tenemos que los que tienen capacidad reproductora, que son
capaces de engendrar y gestar niños, los tienen pero con alergias, con
inmunodeficiencia y con enfermedades raras; y, por otra, tenemos a los que
no pueden engendrar siquiera. Y si además los dos grupos han aparecido en
los últimos treinta años y van en rápido aumento y afectan a las
generaciones jóvenes, ¿qué futuro hay?
 
HUIDA HACIA UN MUNDO FELIZ
 
La cultura médica oficial, ante el fracaso del sistema reproductor del nuevo
homo sapiens, sigue con su carrera hacia delante y le ha propuesto a este
que no se preocupe de haber perdido su capacidad genuina de procrear,
como podían hacer sus abuelos o sus padres; no debe preocuparse porque la
tecnología médica actual le va a permitir procrear y reproducirse industrial
y artificialmente, que no va a haber ninguna diferencia, y si la hay va a ser
para mejor; porque tenemos tecnología y podemos manipular el proceso de
fecundación y mejorarlo y, de esa manera y forma, podrá tener niños sin
enfermedades, con los ojos del color que quiera, más inteligentes y
buenos… Entonces, ¿por qué preocuparse? En realidad, para la cultura
médica del hombre industrial, la pérdida del sistema reproductor humano no
ha sido una catástrofe para nada; ha sido un acontecimiento del Progreso
humano que nos transformará, esta vez sí, y nos llevará a crear otra nueva
especie de superhumanos, la segunda en menos de cien años, esta vez
directamente fabricados en laboratorios cada vez más y más
sofisticados[48].
 
El mundo de nuevas criaturas del nuevo Prometeo, en el mejor de los casos,
va a convertir nuestra sociedad de humanos con capacidad genuina de
reproducirse por sí mismos en el “mundo feliz” de la novela del médico y
escritor Aldous Huxley: una sociedad de estériles, cuyos ciudadanos eran
fabricados en factorías madre; eran programados desde la probeta de
fertilización in vitro para desarrollar determinada función social,
programados para ser eficientes y productivos, programados para no pensar
ni amar, para no sentir dolor ni compasión, para no sentir inquietud ni
angustia, para no saber nada ni preguntar nada, solo producir y consumir sin
pena ni gloria durante un número programado de tiempo; un mundo feliz.
 
Y con esa nueva promesa del Progreso se han creado miles y miles de
centros de reproducción artificial. Ya hay millones de niños de la primera
generación artificial y todo el mundo se siente a salvo bajo la cúpula de
cristal. La cultura y la medicina industrial siguen prometiendo proezas,
como han hecho durante más de un siglo; siguen insistiendo en que pueden
dominar a la Naturaleza y superarla, pero el lector ya sabe la historia, ya
puede analizar los resultados, ya puede sacar sus conclusiones nacidas de la
experiencia real, ya tiene grado de consciencia suficiente que le permita
salir de la alucinación colectiva, que le permita escapar del sueño de
Prometeo y de sus creaciones demiúrgicas y de sus resultados monstruosos.
7. El falso mito de la longevidad de la nueva raza
 
MITOS VERDADEROS, FALSOS MITOS Y PROPAGANDA
 
Los mitos son relatos narrados en lenguaje poético y alegórico que tratan de
explicar a los pueblos realidades de orden metafísico y cosmogónico, pero
el que utilicen ese tipo de lenguaje, tan alejado del de la ciencia moderna,
no significa que no sean verdad; simplemente, tienen que ser leídos y
entendidos de manera simbólica. Pero los humanos, incluso los de
mentalidad materialista e industrial, necesitan de los mitos para dar sentido
a sus vidas.
 
Uno de esos mitos de la era del nuevo Prometeo es la supuesta longevidad
de los ciudadanos de la sociedad del bienestar, lo que se viene llamando “la
vida media de los ciudadanos”. Todo el mundo tiene la creencia de que el
nuevo hombre nacido de los hornos del Prometeo industrial es más longevo
que sus antepasados; y decimos que tienen la “creencia” porque, como
vamos a explicar al lector, no es ni puede ser una afirmación científica y
comprobada con objetividad rigurosa; y, sobre todo, no concuerda con la
realidad social que el lector pueda encontrarse en el devenir cotidiano de su
existencia ni en su realidad familiar y social.
 
Para empezar a analizar este falso mito de la longevidad del nuevo hombre,
hay que tener en cuenta su extensión en el consciente colectivo de
Occidente. Lo inventaron, naturalmente, los médicos industriales en forma
de promesa mesiánica que les permitió la impunidad y el poder que hemos
descrito en páginas anteriores; les siguieron los mediáticos, los políticos y
los industriales, que alimentaron y publicitaron la creencia en el falso mito
de la longevidad de las generaciones de humanos prometeicos.
 
Los ciudadanos, receptores pasivos de los mitos, después de haberse
sometido a las prácticas industriales, han aceptado de buena gana la
información de que eso que les han hecho, ese dejarse manipular el
organismo con productos nuevos, ha servido de algo; y, si ese algo es nada
menos que algo tan deseado como la longevidad, al ciudadano no le ha
costado ningún esfuerzo aceptar la estupenda “realidad” de ese mito de
Prometeo, porque a nadie le amarga un dulce, y por eso este falso mito de la
longevidad se ha introducido con gran facilidad y rapidez en el consciente
colectivo del hombre moderno.
 
Esta creencia, como ocurre con la vacunación, es compartida por más del
90% de la población y a todos los niveles; es una verdad absoluta o una
especie de dogma de fe moderno que a nadie se le ocurre discutir. Todo el
mundo afirma que ahora, en nuestra sociedad del bienestar, se viven muchos
más años que en las sociedades históricas del pasado; es más, se llega a
creer y a afirmar que nuestros antepasados no vivían mucho más allá de los
45, 50 o 60 años y que los octogenarios y nonagenarios actuales son
prácticamente las primeras generaciones de ancianos de la historia de la
humanidad; lo hemos oído muchas veces a políticos, médicos,
economistas… Todo el mundo lo cree con naturalidad. Estamos seguros de
que el lector es una de esas personas, y no nos extraña, puesto que esta
creencia está generalizada y es felizmente aceptada.
 
Como en este estudio estamos desmontando con análisis racional, con datos
y noticias conocidas por todos y con la inestimable ayuda del tiempo todos
los falsos mitos de la medicina industrial, quizá podamos hacer lo mismo
con el más falso de todos: el de la mayor longevidad de los hijos de
Prometeo.
 
Para empezar, si el lector quiere poner luz a este tema, le bastará con tomar
una enciclopedia universal y ver con sus propios ojos que muchísimos
personajes de la antigüedad, de la Edad Media, del Renacimiento… fueron
venerables octogenarios y nonagenarios: el filósofo Demócrito vivió 90
años, al bondadoso Sócrates le condenaron a muerte a los 72 años y gozaba
de salud y vitalidad, su discípulo Platón vivió 81 años a pesar de su azarosa
y vapuleada existencia, Erasmo de Rotterdam vivió 80 años, Isaac Newton
vivió 85, Lamarck 85…
 
Con un sencillo repaso a estos datos enciclopédicos se puede disipar una de
esas irrealidades que incluye el falso mito: la de que la gente de antes no era
longeva y que por tanto no había ancianos de 70, 80 o 90 años. Sin
embargo, siempre los ha habido. En los hogares españoles de hace
cincuenta años hemos conocido a nuestros abuelos y bisabuelos que eran
octogenarios y nonagenarios y estábamos entonces al principio del cambio
industrial, es decir, al principio de la creación del nuevo hombre, pero ellos
ya estaban ahí desde hacía muchos años y habían sobrevivido sin todas esas
transformaciones que nos iban a convertir en la raza nueva y longeva, lo
cual excluye que su longevidad natural se haya debido a haberse
beneficiado de los adelantos de la sociedad de Prometeo.
 
UNA REFERENCIA EN EL TIEMPO: LOS AÑOS CINCUENTA
 
Para seguir con el análisis necesitamos recordar al lector las numerosas
veces que, a lo largo de esta primera parte, nos hemos referido a la época
del final la Segunda Guerra Mundial, como fecha de iniciación generalizada
sobre la población y a escala total de todas las prácticas médicas de
naturaleza industrial. En los años cincuenta y sesenta (según los lugares de
Europa) se inició el gran experimento y la gran transformación de la
población a nivel casi total, exceptuando alguna valerosa oposición y
algunos lugares y pueblos recónditos.
 
A partir de esos años, por primera vez en la historia biológica de la
humanidad, todos los niños eran inoculados con vacunas desde los tres
meses de vida; todos o casi todos fueron tratados con antibióticos o con
algún producto médico-industrial desde el primer año de vida. Pero el
lector, para tener en cuenta los tiempos, no debe olvidar que cuando toda
esta transformación empezaba a materializarse, en ese mismo tiempo de los
años 50 y 60, en nuestras casas ya estaban nuestros ancianos de 70, 80, 90
años, que habían llegado a esas edades de una forma natural y genuina, sin
toda esa revolución que se desplegaba ante sus ojos por primera vez en la
historia.
 
Es importante tener un punto de referencia temporal para poder comprender
el análisis que proponemos al lector, y ese punto de inflexión o de cambio
social lo colocamos precisamente en las décadas cincuenta y sesenta. Y esta
fecha nos va a servir para dividir a la población en dos mitades que
actualmente conviven juntas: los que nacieron antes de 1950-60 y los que
nacieron después.
 
Los que nacieron antes, por decirlo aproximadamente, estaban poco
medicados; habían nacido a deshora y no se “beneficiaron” de la acción de
Prometeo, y por esa circunstancia podemos considerarles humanos de los de
siempre, de los de toda la vida y la historia. Y los que nacimos en esos años
y posteriormente hemos sido los primeros humanos de la historia que
verdadera y objetivamente nos hemos “beneficiado” de una manera global.
 
Este último grupo es la nueva humanidad, el nuevo hombre salido de la
forja industrial de Prometeo, el primer hombre que ha estado desde el
momento de la gestación, a través de la madre y desde el primer año de
vida, en contacto íntimo (orgánico) con sustancias industriales que le eran
administradas con el objetivo de mejorar sus funciones innatas y de hacerle
inmune ante los ataques de los microbios supuestamente agresivos.
Creemos que ha quedado suficientemente clara la diferencia esencial entre
los dos grupos de humanos que en estos momentos compartimos la
existencia en este planeta. El más antiguo, al que llamaremos tradicional, es
el de las personas de sesenta años para arriba, que, naturalmente, va
descendiendo en proporción a medida que crece el número de ciudadanos
de las jóvenes generaciones nacidas con toda la cobertura médico-industrial
de hace sesenta años. A éstos últimos, los llamaremos jóvenes Prometeos.
 
GRÁFICOS Y ESTADÍSTICAS LIGERAMENTE ADELANTADAS
EN EL TIEMPO
 
A estas alturas del estudio, creemos que ha quedado demostrado el poco
valor objetivo y la poca realidad científica que han tenido los gráficos y
estadísticas oficiales que el sistema de salud ha ido presentando durante
muchas décadas. Ya sabemos que eran falsas, pero han sido y son muy
útiles para mantener la alucinación colectiva y la creencia en el mundo de
Prometeo; y, como son muy útiles, se siguen utilizando en todas partes y en
todos los ámbitos se comenta y se da por asumido que los jóvenes
Prometeos son gente que vive más que sus antepasados.
 
Pero vamos a mostrar al lector que esas estadísticas sobre la supuesta
longevidad de las nuevas generaciones de jóvenes Prometeos son falsas
como sus hermanas anteriores; pero, sobre todo, están desubicadas en el
tiempo, están trucadas, se adelantan a los acontecimientos y ocultan datos;
es decir, son falsas aunque agradables de creer y de publicar y de comentar
por los ciudadanos.
 
Los libros de historia y sociales que estudian nuestros niños les enseñan con
toda naturalidad cifras de vida media de los ciudadanos de distintas épocas,
y aseguran que la vida media ha subido en los últimos años y que en general
esta cifra va disminuyendo a medida que nos adentramos hacia atrás en la
historia. De tal modo está asimilado este pensamiento que muchas personas
creen que, por ejemplo, un hombre de 50 años del Renacimiento era un
anciano y, como hemos dicho antes, creen también que en esos tiempos no
existían los ancianos nonagenarios.
 
Es incluso corriente encontrar en tratados modernos de demografía y, desde
luego, si son oficiales, gráficos estadísticos que detallan la vida media de los
ciudadanos en distintas áreas geográficas, llegando incluso a matizar
porcentajes: por ejemplo, estadísticas que parecen demostrar que la vida
media del siglo diecinueve era de 45 años en Italia, de 50 años en Francia,
etc. Pero el lector debe saber que la estadística, como ciencia aplicada,
empezó a introducirse en la medicina de una manera muy tímida a finales
de los años treinta e inmediatamente después vino la Segunda Guerra
Mundial, donde se produjeron cerca de cien millones de muertos, y decimos
cerca de cien millones porque los historiadores no se ponen de acuerdo si
fueron 70, 80, 90 o más de 100 millones. Esta falta de acuerdo entre los
historiadores de varias decenas de millones puede dar idea al lector del
grado de exactitud y del valor real de la estadística inicial de esos tiempos,
los años cincuenta.
 
Teniendo en cuenta estas fechas, queda explicado que cualquier gráfico
demográfico de carácter médico y relacionado con temas de salud que hable
de acontecimientos acaecidos antes de los años cincuenta es falso, es
inexistente, es imaginario. Las únicas estadísticas que pueden tener algún
valor real son las que se hayan hecho a partir de los años cincuenta; todas
las anteriores son producto de la fantasía, el pensamiento y la intención de
quien las creó y difundió. Es el mismo caso que hemos explicado al
referirnos a los gráficos y estadísticas oficiales que durante todo el siglo nos
han hablado de la existencia de epidemias aquí o allá, pero décadas antes de
tener la prueba definitiva (test de la PCR), décadas antes de poder saber
objetivamente distinguir unos bacilos de otros.
 
Por otra parte, estas estadísticas oficiales modernas que tratan de mostrar a
los jóvenes Prometeos que son una raza superior también son falsas. Esta
vez son falsas por ser prematuras; se adelantan en el tiempo porque
incluyen a los ancianos actuales como si fuesen jóvenes Prometeos, y
hemos explicado claramente que no lo son, puesto que nuestros ancianos
octogenarios y nonagenarios actuales son miembros del grupo tradicional,
es decir, nacieron y crecieron antes de la manipulación industrial de los
años sesenta. Si mezclamos los dos tipos de población, no podremos saber
si hay diferencia entre ellas. Por ejemplo, ponemos a Picasso (1881-1973),
o a la reina madre de Inglaterra, que fue centenaria y murió al final la última
década del siglo XX, o incluso a los padres de este médico, que murieron
nonagenarios en la última década del siglo. Cuando murieron estos ancianos
nuestros, hacía décadas que Prometeo llevaba anunciando la longevidad de
los nuevos humanos y, además, utilizaba a estos personajes famosos y
longevos como ejemplos de que la longevidad se estaba haciendo cada vez
más grande.
 
Pero el lector tiene que tener en cuenta la división de población que hemos
hecho anteriormente, donde poníamos de referencia haber nacido antes o
después de los años sesenta, porque es muy diferente el destino biológico
de una y otra población. Si tomamos los ejemplos referidos, podemos ver
que Picasso, la madre de la reina de Inglaterra y mis propios padres
vivieron esta sociedad industrial durante la segunda mitad de sus vidas,
pero hay que tener en cuenta que en los años sesenta, cuando empieza la
gran transformación biológica, estas personas ya tenían 50, 60, 70 años o
más; por cuestión de tiempo se libraron de toda esa transformación
industrial que, además, tuvo un carácter masivamente dirigido a los niños, y
por tanto todos aquellos que en esas fechas ya no eran infantes se libraron
de recibir todo ese programa de protección y prevención con productos
industriales que iban a recibir desde los primeros meses y años de vida los
nuevos miembros de la nueva raza de los jóvenes Prometeos.
 
Es decir, que incluir en las estadísticas a los octogenarios y nonagenarios
actuales en el grupo de jóvenes Prometeos es faltar a la realidad, puesto que
aquellos nacieron varias décadas antes del inicio de las vacunaciones y la
utilización de antibióticos y demás medicación industrial. Por unos años se
libraron de ser miembros de la nueva raza de humanos esos nuevos
individuos que desde antes del nacimiento, desde el primer año de vida y
con repetición de la jugada a intervalos de tiempo, durante toda la infancia
y hasta la adolescencia iban a ser vacunados de múltiples supuestas
infecciones, iban a recibir antibióticos y otros tóxicos industriales con el fin
de hacer de esos nuevos niños los futuros miembros de la nueva raza de
jóvenes Prometeos.
 
Con esta explicación de las referencias históricas y de los elementos que
deben ser tenidos en cuenta, está claro que hacer estadísticas que
demuestran que el hombre actual, el joven Prometeo, vive más que sus
antepasados es, por lo menos, prematuro, puesto que los jóvenes Prometeos
tienen como máximo sesenta años; no pueden tener más, puesto que ese es
el tiempo de su existencia sobre la Tierra; nacieron de la aplicación masiva
de la medicina industrial hace como máximo seis décadas y, por tanto, no
han llegado a agotar todas sus posibilidades vitales. Por esa simple razón de
cronología, hacer estadísticas que tratan de demostrar que los jóvenes
Prometeos son más longevos es adelantarse a la realidad.
 
Esta costumbre de adelantar acontecimientos logrados y conseguidos, pero
al inicio de cada aventura médico-industrial, como ha comprobado el lector,
ha acompañado al mensaje de Prometeo durante toda esta historia de la
nueva y revolucionaria medicina; no es nada nuevo, pero una cosa es hablar
y otra repartir trigo.
 
LOS VERDADEROS VALORES ESTADÍSTICOS ESTÁN DELANTE
DE NUESTRAS NARICES
 
Está claro que la afirmación de que las generaciones de jóvenes Prometeos
son más longevas que sus antepasados es por lo menos prematura, puesto
que estas generaciones tienen como máximo sesenta años y habrá que
esperar a que pasen, por lo menos, más de treinta años más para poder
demostrar que superan a sus predecesores. En las competiciones deportivas
hay que esperar a batir la última marca para poder decir que ha sido
superada; nunca se anuncia el nuevo récord… antes. Por tanto, aquellos que
afirman que hemos batido el récord de longevidad simplemente se
adelantan con el deseo o la idea fanática y se oponen a la realidad social y
matemática más evidente.
 
Por tanto, para saber con objetividad el resultado de la competición
biológica entre los dos grupos de humanos, los tradicionales y los jóvenes
Prometeos, habrá que esperar unas pocas décadas, pero no muchas, porque
ha ido pasando el tiempo, incluso para los jóvenes Prometeos, que ya no
son niños “afortunados” a quienes se les había prometido, incluso
asegurado, mayor nivel de salud hace 60, 50, 40 o 30 años. Como hemos
dicho, no han llegado todavía a la ancianidad, pero ya llevan una cantidad
de vida suficiente, ya han pasado unas cuantas décadas y muchos ya no son
niños; ahora son padres que dan a sus hijos todavía más cobertura médico-
industrial que la que ellos recibieron. Ha pasado suficiente tiempo como
para poder vislumbrar si esa promesa de Prometeo lleva trazas de cumplirse
y si esa nueva raza de hombres va a ser más longeva que sus mayores.
 
Y, si prestamos atención y oteamos el horizonte, podemos ver con facilidad
que los signos que muestra esta nueva raza no apuntan a que cuando acabe
la competición biológica de la longevidad y la salud sea la raza victoriosa.
Veamos: si el lector acude a través de Internet al Ministerio de Sanidad y al
INE (Instituto Nacional de Estadística), encontrará con facilidad la
siguiente y curiosa realidad: las únicas enfermedades que se dan por
disminuidas en frecuencia y número de defunciones, incluso algunas se dan
por erradicadas, son las de origen infeccioso, las históricas epidemias
supuestamente producidas por nuestros gérmenes, cuyos gráficos y
estadísticas ya hemos mostrado al lector que son imposibles y, por tanto, no
pueden ser verdad. En esta historia todo el argumento ha sido una mentira
desde el principio hasta el final, y por eso, como colofón, el lector lo único
que puede encontrar en las estadísticas oficiales es que han disminuido,
incluso han desaparecido, unas enfermedades que el lector que haya
entendido bien todo lo que le hemos explicado ya sabe que esas
enfermedades infecciosas nunca existieron de verdad. Curiosamente,
estas enfermedades son las únicas que los ministerios reconocen que han
disminuido o desaparecido.
 
Pero, además, se encontrará en todos los estudios estadísticos oficiales
realizados desde la década de los sesenta hasta ahora con algo que no
concuerda con esa promesa de longevidad; son datos estadísticos que no
indican la mejora de la raza, son realidades inquietantes, son datos objetivos
que indican sin lugar a dudas que aumentan las enfermedades llamadas
degenerativas y tóxicas.
 
Los cánceres de todo tipo baten récords cada década sin que se logre parar
su aumento, los infartos de miocardio y las enfermedades circulatorias que
hace cuarenta años eran propias de gente de más de sesenta años ahora se
presentan a los 45 o 50 años, y también crece cada año el número de niños
que nacen con cáncer y con malformación de órganos, aumentan los
trastornos mentales y las enfermedades neurológicas. Todos los datos
oficiales que el lector pueda encontrar al respecto en estos organismos
oficiales, de una forma natural, sin tener que forzar la inteligencia, le
llevarán a pensar que los jóvenes Prometeos, por mucho que lo quieran
ocultar, no tienen ni la más mínima pinta de ser biológicamente superiores a
sus abuelos, sino todo lo contrario.
 
Si a esta información oficial le añadimos las nuevas enfermedades
directamente causadas por la medicina industrial que hemos explicado al
lector en capítulos anteriores, es decir, las graves alteraciones de los
sistemas orgánicos encargados de la gestación y la reproducción que afectan
a millones de jóvenes Prometeos y, para colmo, los millones de niños con
enfermedades raras que tienen catalogados los modernos ministerios de
salud, después de toda esta realidad, ¿le quedan ganas al lector de pensar
que ahora somos más longevos?, ¿le quedan argumentos coherentes para
pensar que la medicina industrial de Prometeo ha mejorado biológicamente
al ser humano?
 
Los jóvenes Prometeos no tienen ya las capacidades biológicas básicas que
tenían sus antepasados; las han perdido a lo largo de esta película, han sido
víctimas de una promesa falsa y ahora son miembros de una nueva raza que
se cree longeva y superior,pero que apenas tiene tiempo y posibilidades de
evitar su extinción, a no ser que logre despertar de su estado hipnótico, a no
ser que logre recordar quién es en realidad y cuál es su lugar y su verdadera
función en el cosmos.
Epílogo: Guía para perplejos
 
Después del análisis y la descripción de la realidad de la sociedad de
Prometeo, se nos ha quedado un sabor amargo en la boca que seguramente
compartimos con el lector que ha llegado hasta este punto. Es fruto de la
perplejidad que sentimos al ir descubriendo la enorme capacidad que
tenemos los hombres de alucinar y de crear con nuestra necedad intelectual
una sociedad monstruosa y de hacer inhabitable nuestro propio planeta, y de
insistir en ello hasta el final.
 
A pesar de esa perplejidad que sentimos unos pocos ciudadanos, la cultura
de Prometeo está en su apogeo y es creída por la inmensa mayoría de la
población; esa realidad social, como hemos dicho, será absolutamente
insostenible en el plazo de 20 o 30 años, y empezará a ser evidente para
todos, aunque demasiado tarde. Nosotros no creemos que la sociedad
reaccione antes, y por eso estamos convencidos de que la solución y el
escape a la extinción va a ser cuestión individual o, como máximo, cuestión
de pequeños grupos marginales que se empecinen en su creencia en la vida
genuina y natural y se abstengan de participar en la intoxicación industrial y
rechacen la idea y el deseo de pertenecer a esa raza superior.
 
Algunos de los lectores, a estas alturas del estudio, tomarán consciencia de
que son auténticos jóvenes Prometeos, ellos y sus hijos; otros incluso
estarán experimentando en sus carnes los efectos de pertenecer a la supuesta
raza superior, y algunos habrán participado más o menos. Ya hemos dicho
que les amamos y que tienen toda nuestra consideración y compasión, pues
todos hemos sido por activa o por pasiva los actores de esta película y
todos, los nuevos ejemplares y los de siempre, juntos formamos la
humanidad desde la noche de los tiempos.
 
A las personas o pequeños colectivos que, habiendo comprendido el sentido
del mensaje que mandamos desde aquí, quieran mantenerse al margen de la
cultura de Prometeo, incluso habiendo participado de ella hasta la fecha,
deben abstenerse en lo sucesivo de ingerir o inyectarse productos
industriales, deben volver a ser receptivos de las fuerzas naturales, deben
vivir en armonía con su medio y deben volver a creer en sus posibilidades
innatas, y si tienen que sobrevivir lo harán.
 
La vis natura medicatrix, la fuerza natural de curación que subsiste en cada
ser vivo, esa potencia vital que veneraban los antiguos médicos, funciona
mientras lata un suspiro de vida y trata de mantenernos vivos; ni los
médicos vitalistas actuales ni los antiguos conocemos hasta dónde llega su
potencial, que no deja de sorprendernos con su poder de curación y de
transformación. Por tanto, la única salida que vemos para el hombre
moderno es la de toda la vida; es volver a la naturaleza y vivir en armonía
con el cosmos y todos sus seres, volver a retomar la danza de la existencia y
recargar de nuevo el poder vital que nos pertenece gratuitamente.
 
No vamos a proponer consejos particulares, pero vamos a proponer a los
lectores una guía para conservar la salud y la longevidad; es una antigua
guía y no se necesitan gastos añadidos; la hemos extraído de un tratado de
medicina antiguo, un texto chino de hace cuatro mil años, escrito a modo de
diálogo entre el legendario emperador amarillo Hoang-Ti y su médico
personal, el sabio Chi-Po. Es un diálogo donde el emperador le pregunta a
su médico sobre la salud y vigor vital de la población de su tiempo, y el
médico le describe con sencillez cuál es el camino de la salud del hombre y
cuál es la conducta a seguir para alcanzar la plenitud de la vida humana.
Nosotros creemos que, 4.000 años después, esas palabras del viejo médico
vitalista chino no han perdido valor, y, desde entonces, marcan el mismo
camino, señalan en la misma dirección: hacia la plenitud de la vida humana.
 
“He oído decir que la gente de la alta antigüedad vivía más de ciento
veinte años, sin manifestar debilidad y manteniendo su vigor. ¿Se debe esto
a cambios en el entorno natural o es culpa del hombre?” A lo que su
médico responde:  “Los hombres de la antigüedad conocían las leyes del
Tao[49] (Principio metafísico) y las seguían, obedecían la alternancia del
Ying y del Yang, que es el modelo permanente del Cielo y la Tierra,
permanecieron en armonía con los ritmos y los números que rigen los
principios de la naturaleza humana, comieron y bebieron con moderación y
vivieron su vida cotidiana siguiendo un modelo ordenado sin excesos ni
abusos. Por ese motivo sus mentes y sus cuerpos permanecieron en perfecta
armonía entre ellos y con el cosmos; consecuentemente, pudieron vivir
entera la duración natural de su vida y mantener su vigor a la edad de más
de ciento veinte años…”[50]
SEGUNDA PARTE:
Microecología, una mirada global a la red de la vida
 
“El cambio profundo en el
conocimiento científico de las ciencias
naturales progresa de la antibiosis a
la simbiosis”.
–Heinrich Kremer.
 
Un recorrido por los principales descubrimientos antiguos y recientes que
aportan otra visión de la biología, del origen y la evolución de la vida y del
papel de los microbios contribuye a recuperar una visión holística de la
salud y nos ayuda a tomar decisiones responsables más acordes con la
naturaleza.
 
Como Afrodita, hemos nacido del océano. Somos burbujas de agua marina
habitadas por incontables organismos y compartiendo un equilibrio nutricio.
Es una larga historia que dio comienzo hace miles de millones de años, pero
que podemos sintetizar en una única palabra: simbiosis, que en griego
significa “vivir juntos”. Esa es la palabra que nos acompañará durante toda
esta segunda parte, inspirándonos para acercarnos de otro modo a la
naturaleza y a los secretos de la vida y, por supuesto, para tomar decisiones
sobre nuestra salud y la de nuestros hijos.
 
Desde que Ernst Haeckel propusiera en 1869 el término “ecología”,
muchos investigadores en distintos campos del conocimiento vienen
ayudándonos a recuperar la antigua sabiduría de los pueblos ancestrales
conectados con la Madre Tierra: Kropotkin y su filosofía del apoyo mutuo,
Murray Bookchin y el concepto de ecología social que propone nuevas
relaciones sociales que integren a la humanidad en el ecosistema mediante
un equilibrio dinámico; la teoría de la simbiogénesis —origen bacteriano de
nuestras células— de Lynn Margulis, que, junto con James Lovelock,
también propuso la idea del planeta como un ser vivo, una idea que
conectaba con los descubrimientos de Wilhelm Reich sobre la energía vital
cósmica en la que se encuentra inmerso nuestro planeta, como el resto de
los planetas, estrellas y galaxias.
 
Ese océano de energía que nos envuelve y alimenta es también el sostén de
los procesos vitales sometidos a una pulsación constante. Y esa pulsación,
ese flujo y reflujo que constituye el secreto de la vida, se produce en una
diminuta ameba microscópica y en la formación de huracanes y tornados: el
mismo principio de carga y descarga vital de energía se repite en orgasmos
y tormentas; “como es arriba es abajo”, dice el Kybalión, el libro de
sabiduría tradicional egipcia.
 
Autores más cercanos, como Arne Naess, Humberto Maturana o Fritjof
Capra han ido mucho más allá de la mera preocupación por el medio
ambiente haciendo propuestas radicales sobre el crecimiento, el consumo y
los modos de vida respetuosos con la naturaleza. Son solo los nombres más
conocidos de una corriente que crece y desborda los límites de la biología
conectando saberes e inquietudes más allá de los dogmas que —como
denuncia el biólogo británico Rupert Sheldrake— están bloqueando el
avance de la ciencia.
 
Vamos a recoger y poner en relación algunos de esos descubrimientos libres
de prejuicios y de condicionantes económicos, que nos ayudarán a
contemplar de otro modo la salud y la enfermedad, y en particular el tema
central de este libro: las vacunas.
1. Biología de la evolución
 
Formamos parte de un ecosistema y también somos un ecosistema.
Las bacterias hicieron posible la vida sobre la Tierra y se unieron
para crear la célula, impulsando así la evolución hacia organismos
más complejos, que dieron origen a los hongos, las plantas y los
animales, incluyendo el animal humano.
 
“Somosbacteriasyvirus”
–Nombre de la página oficial
del biólogo y ecólogo Máximo
Sandín.
 
Si contenemos la respiración, podemos comprobar de modo directo e
inmediato cuál es nuestro margen de independencia: al cabo de uno, dos o
pocos minutos nos vemos obligados dramáticamente a retomar nuestro
contacto con el ecosistema; es decir, a volver a tomar aire.
 
A pesar de la brutal industrialización de los alimentos, sabemos bien que
dependemos de los frutos de la tierra para nutrirnos, y, a pesar de la
degradación a la que ha llegado la sociedad moderna, especialmente en las
grandes ciudades, sabemos muy bien que no se tiene la misma calidad de
vida viviendo junto a un polígono industrial que en un pequeño pueblo de
montaña o junto al mar.
 
Así que todos sabemos —aunque lo vamos olvidando poco a poco— que la
salud humana está enraizada con la salud del planeta. Con estas palabras lo
expresaba un viejo jefe indio: “La savia que circula por las venas de los
árboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas”. Somos uno y somos
muchos; somos Gaia y somos trillones de seres microscópicos navegando
en un océano de energía cósmica y conectados por una conciencia global.
 
Si nos asomamos a esta compleja red desde nuestra mirada de animales
humanos, vemos que se extiende hacia arriba y hacia abajo: formamos parte
de un ecosistema, pero también somos un ecosistema. Si miramos hacia
arriba, hacia el exterior, nos veremos como parte de una multitud de seres
vivos que habita Gaia, la Madre Tierra, el ecosistema planetario; y si
miramos hacia abajo, hacia nuestro interior, podremos ver o intuir otra
multitud de entidades vivas que nos conforman: células y microorganismos
viviendo en simbiosis.
 
UNA BIOLOGÍA QUE NO SE OCUPA DE LA VIDA[51]
 
Desgraciadamente, la biología que se estudia en los institutos y las
universidades fue concebida durante la primera mitad del siglo XIX bajo la
influencia de las ideas de un economista llamado Thomas Malthus y del
naturalista Herbert Spencer, firmes defensores de la desigualdad, el
racismo y la ley del más fuerte. Charles Darwin y sus seguidores aplicaron
estas ideas sociales a la totalidad de las especies, pretendiendo así explicar
la evolución como resultado de un permanente enfrentamiento en el que
triunfaba el más apto.
 
Pero, aunque los neodarwinistas han conseguido que se relacione la idea de
evolución con Darwin y que cualquier cuestionamiento resulte
inmediatamente tachado de “creacionista”, lo rigurosamente cierto es que la
primera teoría integral de la evolución se debe a Jean-Baptiste-Pierre-
Antonine de Monet, Caballero de Lamarck, un naturalista francés que
vivió entre 1744 y 1829, quien modernizó la clasificación taxonómica,
describió nuevas especies y acuñó el término “biología”. En su libro
Filosofía zoológica, publicado en 1809 —cincuenta años antes que El
origen de las especies—, expuso su teoría sobre el cambio orgánico
planteando que las dos fuerzas responsables de los cambios evolutivos son
la tendencia hacia el progreso desde formas sencillas a otras más complejas
y la adaptación al ambiente.
 
Estas fueron las ideas que tergiversaron los darwinistas, hasta el punto que
el profesor Haughton, autor de una biografía de Darwin, se refirió así a su
teoría evolutiva: “todo lo que había en ella de nuevo era falso, y todo lo
que había de cierto era viejo”.
 
El libro de Darwin El origen de las especies sirvió, por su parte, para dar un
refrendo científico a las ideas eugenésicas de su primo Francis Dalton.
Veamos, por ejemplo, este párrafo extraído del capítulo V del mencionado
libro:
 
“Existe en las sociedades civilizadas un obstáculo importante para el
incremento numérico de los hombres de cualidades superiores, sobre cuya
gravedad insisten Grey y Galton, a saber: que los pobres y holgazanes,
degradados también a veces por los vicios, se casan de ordinario a edad
temprana, mientras que los jóvenes prudentes y económicos, adornados
casi siempre de otras virtudes, lo hacen tarde a fin de reunir recursos con
que sostenerse y sostener a sus hijos [...]. Resulta así que los holgazanes,
los degradados y, con frecuencia, viciosos tienden a multiplicarse en una
proporción más rápida que los próvidos y en general virtuosos [...]. En la
lucha perpetua por la existencia habría prevalecido la raza inferior, y
menos favorecida sobre la superior, y no en virtud de sus buenas
cualidades, sino de sus graves defectos”.
 
Todos los hijos de Darwin destacaron posteriormente como líderes del
movimiento eugenista y algunos como presidentes de la Eugenics
Education Society, la sociedad eugenésica de Londres.
 
Estos planteamientos retrógrados —que llegaron a inspirar leyes de
mejoramiento de la raza en diversos países y culminaron con los horrores
del nazismo— se combinaron con la concepción de la Naturaleza al modo
de una máquina en la cual una serie de piezas encajan de forma lineal,
previsible y fácilmente manipulable, dando lugar a una biología que poco o
nada tenía que ver con la vida y su maravillosa complejidad. Como ya nos
enseñaba la historia del Doctor Frankenstein, en lo vivo la suma de las
partes no es igual al todo. Podemos desmontar un reloj y volver a montarlo,
pero no podemos hacer lo mismo con un ser vivo: hay algo inasible que se
nos escapará siempre.
 
Aun así, los poderosos intereses de grupos financieros y grandes empresas
multinacionales —especialmente químicas y farmacéuticas— impusieron
de forma dogmática estas y otras teorías que han sido determinantes en el
origen y desarrollo de la medicina moderna, entre ellas la teoría microbiana,
desarrollada por Louis Pasteur, Robert Koch y otros, que considera a los
microbios como causantes de enfermedades, y su complementaria, la teoría
de la inmunidad, que postula un ejército interno en nuestro cuerpo para
enfrentarse a los microorganismos patógenos.
 
TODO ESTÁ INTERRELACIONADO
 
Esta concepción militarista continúa dominando los sistemas sanitarios del
planeta, provocando enormes daños a la salud y generando miedo y
dependencia. Por el contrario, el concepto de salud que deriva de los nuevos
conocimientos de la biología nos devuelve nuestra capacidad de decisión,
porque nos aporta una explicación racional de los problemas de salud
relacionándolos con nuestros hábitos de vida y con las condiciones del
entorno en el que vivimos, lo que abre el camino a la prevención mediante
un cambio de esos hábitos y de las condiciones de nuestro hábitat, es decir,
a actuaciones individuales pero también sociales.
 
Para penetrar en los secretos de la vida, tenemos pues que mirar hacia arriba
y hacia abajo: hacia el macrocosmos y hacia el microcosmos. La Naturaleza
es mucho más que esa máquina que concibieron los darwinistas y que
siguen defendiendo sus representantes actuales. Por ejemplo, el zoólogo
británico Richard Dawkins, en su libro El gen egoísta,  dice: “Somos
máquinas de supervivencia, vehículos robóticos ciegamente programados
para preservar las moléculas egoístas conocidas como genes”[52].
 
Desafortunadamente para Dawkins y afortunadamente para la humanidad,
no es solo que los genes no sean egoístas; es que sencillamente se trata de
un concepto que ha dejado de tener sentido en biología desde que el
llamado Proyecto ENCODE —una serie de observaciones directas del
genoma de nuestras células— ha demostrado que la información genética es
el resultado del trabajo coordinado de ingentes cantidades de elementos
dispersos por todo el genoma, incluyendo esa parte que los soberbios
mecanicistas denominaron “genoma basura” porque simplemente no habían
logrado averiguar para qué servía. No son los genes los que controlan la
vida, sino que son las condiciones del entorno, el ecosistema en el que se
encuentra la célula, lo que determina el comportamiento del genoma.
 
“Lo que hagamos a la tierra nos lo hacemos a nosotros mismos”, dijo el
Jefe Seattle en su famoso discurso. Los nuevos biólogos han redescubierto
recientemente esa sabiduría ancestral: el profesor Máximo Sandín —
pionero en España de la nueva biología— dice que la vida tiende a la
complejidad, de modo que la evolución ha consistido en un permanente
proceso de integración de sistemas en otros sistemas más complejos,
produciendo transformaciones bruscas que explican los cambios en las
especies. Colaboradores esenciales en ese proceso han sido los virus, a los
que Sandín llama “mensajeros” por su papel de trasmisión de información
entre diferentes especies.
 
EL LENGUAJE DE LAS BACTERIAS
 
Los microorganismos conectan el mundo orgánico y el inorgánico,
haciendo posible la vida: las bacterias purifican el agua, reciclan productos
de desecho y sustancias tóxicas, regeneran suelos y ecosistemas marinos y
terrestres, posibilitan la utilización del nitrógeno por las plantas... Más aún:
todos los gases de la atmósfera son producidos por el metabolismo de
diferentes tipos de bacterias.
 
En los últimos años se están realizando descubrimientos que comienzan a
acercarnos a los sistemas de comunicación de las bacterias. Podemos decir
que todas las bacterias pueden “hablar” entre sí fabricando “palabras”
químicas que reconocen y que les sirven como consignas para llevar a cabo
acciones de grupo que únicamente surten efecto cuando son secundadas
masivamente debido al pequeño tamaño de la bacteria.
 
La Vivrio fisheri es una bacteria que vive en simbiosis con un calamar frente
a las costas de Hawái. Se trata de un calamar que durante el día permanece
dormido, enterrado en la arena, y sale de noche a cazar. Su sofisticado
sistema de protección contra depredadores es el siguiente: proyecta un rayo
de luz que tiene la misma exacta intensidad que la luz que recibe desde la
luna o las estrellas, escondiendo así su sombra. ¿Cómo lo consigue? En su
espalda tiene detectores para percibir la intensidad de luz que recibe y por
debajo posee un obturador que abre o cierra, permitiendo que se proyecte la
luz de las bacterias que viven en su interior, una luz cuya potencia depende
de que todas se pongan de acuerdo para emitir luminiscencia.
 
Junto al cuerno de África se produce otro fenómeno de bioluminiscencia de
gigantescas proporciones: el llamado mar de Adora puede alcanzar los 250
kilómetros de largo por 50 de ancho. Son Vibrio harvery, que se coordinan
para iluminar el océano y atraer a los peces para ser comidas, ya que en los
intestinos de estos peces podrán incubar la siguiente generación[53].
 
La Vibrio fisheri o la Vibrio harvery solo son ejemplos llamativos —e
incluso teñidos de peculiar belleza— de algo que las bacterias hacen
constantemente: comunicarse para cooperar. Y así se han observado gran
cantidad de fenómenos que muestran lo sofisticada y compleja que puede
llegar a ser su organización[54]:
 
· La formación de biopelículas, que requiere decisiones conjuntas de
multitud de bacterias para recubrir superficies y segregar sustancias;
habitualmente crean estas estructuras enormemente complejas
presionadas por el estrés.
 
· Utilizan un método que se ha denominado “detección de quórum”
para decidir comportamientos en función de la cantidad de bacterias
presentes.
 
· Algunos tipos de bacteria son capaces de transformarse en
endosporas, un tipo de célula enormemente resistente, capaz de
resistir altas temperaturas, radiación, desecación o desinfectantes.
 
· Bajo estrés antibiótico, las bacterias se organizan para maximizar la
disponibilidad de nutrientes o para intercambiar genes de resistencia
entre miembros de diferentes especies.
 
· Existen indicios de que este intercambio se ha producido incluso
entre bacterias que no han llegado a tener contacto.
 
Para comprender esto último, debemos entrenarnos a fondo hasta conseguir
otra mirada del mundo, muy distinta de la que nos grabaron a fuego en el
instituto. Lynn Margulis: “Los organismos vivos visibles solo funcionan
gracias a sus bien desarrolladas conexiones con la red de vida bacteriana
[...] toda la vida está embebida en una red bacteriana autoorganizadora,
que incluye complicadas redes de sistemas sensores y de control que tan
solo empezamos a percibir[55]”.
 
En 2008 se descubrió un pueblo de origen yanomami perdido en la selva
amazónica y que no había tenido contacto con el exterior. Un estudio puso
de manifiesto que el grado de diversidad de especies bacterianas que
presentaban los integrantes de esta tribu era el doble que la de los
estadounidenses. Pero lo más sorprendente es que, a pesar de su aislamiento
y de que el dispensario médico más cercano se encontraba a dos semanas a
pie entre montañas, resulta que las bacterias de estos yanomami habían
desarrollado resistencia a antibióticos sintéticos de última generación con
los que no habían tenido contacto.
 
LOS MENSAJEROS DE LAMARCK
 
El número de virus es mucho mayor que el de bacterias, algunos expertos
creen que unas veinticinco veces mayor. Como hemos apuntado, el profesor
Sandín[56] atribuye a los virus un papel clave en la transferencia de
información genética entre especies a lo largo de la evolución, y su papel
actual en el ecosistema incluye el mantenimiento del equilibrio entre
especies de plancton marino y de la cadena alimenticia, y muy
posiblemente en los suelos terrestres, donde se unen a otra multitud de
pequeños seres vivos denominados “ingenieros del ecosistema”: lombrices,
termitas, hormigas y raíces de plantas, que producen recursos aprovechables
para otros seres vivos en una cadena compleja de la que todos formamos
parte.
 
En el ecosistema micro, los virus tienen también —continúa el profesor
Sandín— un papel fundamental: la inmensa mayoría de los genomas
animales y vegetales está formada por virus endógenos y elementos móviles
y secuencias repetidas derivadas de virus, todo ello considerado hasta hace
muy poco como “ADN basura” y que solo muy recientemente se está
comenzando a comprender. Dos ejemplos de esas funciones desarrolladas
por los virus endógenos son su contribución a la formación de la placenta y
a la inmunosupresión materna durante el embarazo.
 
LOS ORÍGENES DEL MICROBIOMA
 
Más aún, al conjunto de todos los microorganismos —bacterias, arqueas,
levaduras, eucariotas unicelulares, helmintos, hongos y virus— que viven
en nuestro interior como simbiontes se le denomina “microbioma” o
“microbiota”. La primera descripción se la debemos al microbiólogo
Joshua Lederberg, quien recibió el Premio Nobel de Medicina por este
trabajo en 1958.
 
Hasta hace muy poco se creía que el feto era estéril, es decir, libre de
microorganismos en el interior del útero materno, y que las primeras
colonizaciones se producían en el tracto genital durante el parto y
posteriormente a través de la leche materna. Sin embargo, investigaciones
muy recientes publicadas en 2013 demuestran que en animales de diferentes
especies —incluido el animal humano— la madre trasmite poblaciones
de microbios al feto durante su estancia en el útero. Se han encontrado
bacterias en la placenta[57], el cordón umbilical, en el líquido amniótico, en
membranas fetales y en el meconio[58].
 
En un artículo titulado Mami lo sabe mejor: la universalidad de la
trasmisión microbiana materna, publicado en la revista PLOS Biology en
agosto de 2013, sus autores concluyen: “Con una contribución microbiana
del 99% a la información genética presente en el cuerpo humano, la
trasmisión microbiana materna debería contemplarse como un mecanismo
adicional de gran importancia en los cambios genéticos y funcionales de la
evolución humana. De modo similar a las mutaciones nocivas en nuestro
código genético, las alteraciones de la adquisición microbiana materna
durante la infancia podrían “mutar” la composición de la comunidad
microbiana, provocando interacciones inadecuadas huésped-microbio que
podrían resultar perjudiciales durante el desarrollo. La trasmisión materna
es también un factor clave en la conformación de la estructura del
microbioma en las especies animales a lo largo de la evolución [...] por
tanto, las implicaciones de la trasmisión microbiana materna tanto interna
como externa representan un cambio de paradigma para las ciencias básicas
y biomédicas”.
 
De este modo, las primeras poblaciones de microbios llegan al feto a través
de la sangre y procedentes de la boca de su madre, del interior de sus
pechos y del útero. Posteriormente, se suman las que se trasmiten durante el
parto vaginal —de ahí su importancia y los inconvenientes de una cesárea
— y una vez nacido mediante el contacto piel con piel con la madre y a
través del calostro y la leche, que contienen más de 700 especies
bacterianas cuya función es aún desconocida, pero que muy probablemente
tendrán relación con los mecanismos de equilibrio y convivencia que
caracterizan la simbiosis[59].
 
De hecho la investigación muestra que los niños nacidos por cesárea —
especialmente si es programada— tienen más posibilidades de padecer a lo
largo de su vida obesidad, asma, enfermedades celíacas y diabetes tipo I, y
ello debido a las diferencias en la microbiota con respecto a los niños
nacidos por el canal vaginal.
 
Tan importante es la “colonización vaginal” que ya se están desarrollando
protocolos para compensar a los bebés que nacen por cesárea. La Dra.
María Gloria Domínguez-Bello, profesora asociada en la Escuela de
Medicina de la Universidad de Nueva York para el Programa Microbioma
Humano, plantea llevar a cabo una “siembra” colocando una gasa en la
vagina de la madre antes de la cesárea y exponiendo posteriormente al bebé
recién nacido a la gasa para que las bacterias pasen a su boca y el resto de
su cuerpo[60].
 
Existen asimismo estudios que han relacionado el exceso de limpieza y la
obsesiva esterilización habitual en nuestra sociedad con una mayor
incidencia de obesidad, diabetes, dermatitis atópica, enfermedades
autoinmunes, alergias y enfermedades degenerativas.
 
Un estudio de la Universidad de Cambridge que recoge datos de 192 países
publicado en agosto de 2013 relaciona la esterilización de los ambientes
industrializados con una mayor incidencia de Alzheimer[61]. Asimismo, un
reciente estudio publicado en 2014 en el Allergy and Clinical Immunology
concluye que los niños expuestos a un menor contacto con
microorganismos presentan tasas más altas de alergias y asma[62].
 
Y es que el entrenamiento para la convivencia con los microbios continúa
durante toda la infancia entrelazado con los procesos de aprendizaje, el
desarrollo de la psicomotricidad, la exploración del mundo y la búsqueda de
su autonomía, que comienza arrastrándose por el suelo, tocando la tierra,
cogiendo piedrecitas, arañando la arena o pisando charcos: un mundo lleno
de vida invisible al que no debemos temer sino comprender.
 
NECESITAMOS UN CAMBIO RADICAL
 
Hemos visto, pues, que las condiciones del entorno influyen en nuestro
estado de salud, pero nuestro comportamiento también repercute en la salud
del planeta, un comportamiento que de un tiempo a esta parte no es
precisamente de armonía ejemplar: pesticidas, hidrocarburos,
contaminación electromagnética, metales pesados, radiactividad, ruidos,
nanopartículas, cultivos transgénicos, industrialización acelerada,
desaparición de cultivos tradicionales, control de alimentos y agua potable
por las grandes corporaciones multinacionales, destrucción de culturas y
hábitats, inundaciones, huracanes, encogimiento de las capas de hielo,
aumento del nivel del mar, pérdida de diversidad biológica, desaparición de
grandes bosques y selvas, avance de los desiertos, hambrunas, pobreza,
desigualdad, guerras, invasiones... Todo esto no son meras agresiones
aisladas; estamos ante una actitud destructiva generalizada y enraizada en
nuestro sistema social.
 
Así lo describe un reciente manifiesto titulado “última llamada”: “La crisis
ecológica no es un tema parcial, sino que determina todos los aspectos de
la sociedad”. El texto advierte sobre “la dinámica perversa de una
civilización que si no crece no funciona y si crece destruye las bases
naturales que la hacen posible”. Es obvio que tenemos que cambiar
radicalmente nuestro modo de vida, de producción y de consumo, la
organización territorial, el diseño de las ciudades y, por encima de todo, los
valores que rigen nuestro modo de vida[63].
 
¿Cómo podremos revertir esta situación de crisis absoluta? ¿De dónde
sacaremos la fuerza, la convicción, la conciencia necesaria para ese cambio
radical? Un buen puñado de autores se ha planteado esta cuestión desde
hace años. El científico ruso Vladimir Vernadsky publicó en 1926 su libro
La Biosfera[64], en el que describe el planeta como una serie de cinco
esferas concéntricas: las dos primeras conformarían la parte geológica: la
litosfera y la atmósfera; la tercera, la biosfera, sería el conjunto de los seres
vivos; la tecnosfera es el resultado de las alteraciones que las sociedades
humanas han venido produciendo; y la quinta esfera, a la que denominó
noosfera, es la “capa mental de la Tierra”, la esfera del pensamiento, de la
conciencia, que estaría latente hasta que las contradicciones y alteraciones
de la tecnosfera condujeran a un punto límite que haga preciso un cambio
total. ¿Ha llegado ese momento?
 
Otros autores —científicos, filósofos, biólogos— han planteado ideas muy
cercanas a las de Vernadsky: los campos morfogenéticos de Rupert
Sheldrake, el cerebro global planetario de Peter Russell, la conciencia
supramental de Sri Aurobindo, el campo psi planetario de Oliver Reiser o
la misma Gaia de James Lovelock. De algún modo, todos apuntan a una
última esperanza que hará consciente la conexión colectiva, la pertenencia
de toda la humanidad —de todos los seres vivos— a una misma red que nos
ampara y nos condiciona al mismo tiempo.
 
Y, para comenzar a abrirnos a esa conciencia, a ese futuro deseable hacia el
que vamos, quizá un primer paso debería ser averiguar de dónde venimos.
 
DESCENDEMOS DE LAS BACTERIAS
 
Así se expresaba la bióloga estadounidense Lynn Margulis, a quien
debemos el impulso fundamental a una nueva visión del origen y la
evolución de la vida en el planeta:
 
“La vida es bacteriana, y los organismos que no son bacterias han
evolucionado a partir de organismos bacterianos [...] La vida es el extraño
nuevo fruto de individuos que evolucionaron a partir de una simbiosis [...]
las bacterias del Proterozoico, que vivían en asociaciones íntimas, dieron
lugar a miríadas de quimeras, una progenie en expansión de seres mixtos
de la cual nosotros representamos una mínima fracción [...] la vida es una
trama de alianzas entre reinos”[65].
 
Conocida como simbiogénesis o más precisamente como teoría de la
endosimbiosis seriada (SET en sus siglas inglesas para Serial
Endosymbiosis Theory), se trata de una idea anticipada por el biólogo ruso
Konstantin Merezhkovski en 1909, en su trabajo Teoría de los dos
plasmas como base de la simbiogénesis, nuevo estudio sobre el origen de
los organismos. Aunque probablemente fue el biólogo Ivan Wallin, nacido
en 1883, el primero en hablar explícitamente del papel de la simbiosis en la
evolución.
 
En 1896, el zoólogo y embriólogo Edmund Beecher Wilson plantearía en
su libro La célula en el desarrollo y la herencia la similitud entre
mitocondrias, cloroplastos y microbios de vida libre. Durante los años
treinta del siglo XX se realizan experimentos en Alemania y Reino Unido
que servirían para establecer que las mitocondrias de levaduras y hongos
tienen genoma propio. Posteriormente, dos botánicos —Hugo de Vries y
Carl Correns— demuestran por separado que los cloroplastos de las
células vegetales tienen también su propio genoma. Y durante los años
sesenta numerosos experimentos mostrarían la presencia de información
genética fuera del núcleo de las células animales.
 
TEORÍA DE LA ENDOSIMBIOSIS SERIADA[66]
 
Para conocer la idea que plantea Margulis, debemos retroceder cuatro mil
millones de años:
 
· Primera fusión: arqueobacterias fermentadoras que utilizaban azufre
y el calor del Sol como fuente de energía se unieron a espiroquetas,
bacterias nadadoras, dando lugar a la primera célula eucariota (con
núcleo), que se convertiría posteriormente en la base de células de
animales, vegetales y hongos. Este antepasado remoto vivía en el
océano utilizando la energía solar para romper las moléculas de agua
y obtener el hidrógeno que le servía de “alimento”. Como
consecuencia de ello, un gas venenoso, el oxígeno, fue acumulándose
hasta saturar la biosfera terrestre y posteriormente penetró en el mar,
amenazando con exterminar a sus diminutos habitantes.
 
· Segunda fusión: la incorporación de bacterias capaces de obtener la
energía mediante el uso del oxígeno que ahora estaba disponible en
abundancia. Estas bacterias son los antepasados de las actuales
mitocondrias, generadoras de energía en las células animales. Con
esta incorporación se formó la célula completa, de la que derivan
animales y hongos.
 
· Tercera fusión: por último, las cianobacterias aportaron la capacidad
de realizar la fotosíntesis y dieron lugar a las plantas.
 
En definitiva, aunque no sepamos aún cómo surgió la primera bacteria ni
hayamos podido establecer cuándo y cómo se originó la vida en la Tierra,
cada vez disponemos de más evidencias de que el proceso de formación de
las actuales especies no fue gradual, regido por el azar y la competencia,
sino mediante saltos “bruscos” promovidos por la cooperación y la
trasmisión horizontal de información. Esa trasmisión, que no se realiza de
madre a hijo mediante la herencia, sería realizada, como hemos visto, por
los virus a los que el profesor Sandín asigna un papel de mensajeros.
 
Sin entrar en un debate científico excesivamente especializado sobre
dominios, reinos y demás clasificaciones, podemos decir que existen
básicamente dos clases de seres vivos: los que están formados por células
sin núcleo —bacterias y arqueas; estas últimas son en realidad un tipo
peculiar de bacteria— y los que están formados por células con núcleo
protegiendo una parte de su información genética: los unicelulares:
protistas, y los pluricelulares: hongos, plantas y animales (incluido el
animal humano). Dos elementos clave permitieron esta transformación:
 
· Energía vital: la fusión de especies, sumando capacidades y muy
especialmente la capacidad de usar el oxígeno, rentabilizando así la
producción de energía.
 
· Océano interno: la formación de un microentorno que reproduce
exactamente las condiciones bioquímicas del océano primigenio en el
que vivían las bacterias.
 
Vamos a verlos un poco más detenidamente.
2. Energía vital: las mitocondrias
 
Las mitocondrias son antiguas bacterias integradas en nuestras
células y producen la mayor parte de la energía vital necesaria. Las
células utilizan un programa especial para respirar sin oxígeno al
abrir el núcleo para dividirse con el fin proteger el ADN de las
reacciones químicas de oxidación.
 
“Durante los últimos siete años, el
autor ha estudiado la naturaleza de
las mitocondrias y ha llegado a la
indudable conclusión de que estos
organismos en el interior de la célula
poseen una naturaleza bacteriana”.
–Ivan E. Wallin.
 
Hemos visto que la biología mecanicista de orientación darwinista pretende
que la evolución se produjo mediante cambios genéticos debidos al azar en
un mundo en el que las especies estarían, como en el salvaje oeste, librados
a la ley del más fuerte. Sin embargo, el boceto ha cambiado y los trazos que
la nueva investigación va poco a poco añadiendo nos muestran un mundo
que tiende a la vida y a la complejidad mediante la cooperación y no
mediante el enfrentamiento.
 
Así, mientras los seguidores de Darwin se centraron en la información, la
herencia, que identificaron con los genes situados en el núcleo celular, la
nueva biología contempla otros factores no genéticos que intervienen en la
herencia y pone el acento en la energía como clave evolutiva, desplazando
así la atención del núcleo de la célula a las mitocondrias.
 
La historia de esta intensa investigación se inicia en 1890, cuando un
patólogo alemán llamado Richard Altmann comenzó a estudiar las
relaciones de la célula con pequeños organismos en su interior, a los que
Altmann llamó “bioblastos” y propuso como unidades últimas de la vida.
Aunque las teorías de Altmann no tuvieron aceptación por parte de la
comunidad científica, sí que impulsaron la investigación de esos pequeños
organismos, que acabarían denominándose mitocondrias. Entre finales del
siglo XIX y principios del XX, numerosos investigadores confirmaron
descubrimientos de Altmann y añadieron otros nuevos sobre las
propiedades de las mitocondrias. En 1920, el ya mencionado Konstantin
Merejkovsky planteó que los cloroplastos de las plantas podían ser
simbiontes y estar relacionados con las mitocondrias.
 
Pero quizá el antes y después de la investigación relacionada con estos
orgánulos fascinantes lo marcó en 1927 el libro Symbionticism and the
Origin of Species (Simbionticismo y el origen de las especies), del profesor
de anatomía de la Universidad de Colorado Ivan E. Wallin, en el que se
plantea de modo riguroso que las mitocondrias son antiguas bacterias y se
propone la teoría del simbionticismo para explicar la presencia universal de
microorganismos en todas las células animales y vegetales[67].
 
Desde los años ochenta, se sabe que las mitocondrias son los generadores
de energía de las células animales —del mismo modo que los cloroplastos
lo son en las vegetales— y constituyen la interconexión con la biosfera, ya
que más del noventa por ciento de la energía necesaria para la vida se
produce en el interior de sus membranas, utilizando el oxígeno que
tomamos del exterior al respirar.
 
La energía producida en las mitocondrias se sintetiza en forma de adenosín
trifosfato (ATP por sus siglas en inglés), una molécula que utilizan todos los
seres vivos para proporcionar energía en las reacciones químicas y que no
puede ser almacenada, por lo que es preciso producirla constantemente.
Pues bien, el modo de respiración anaeróbico —sin intervención de oxígeno
— obtiene entre 1 y 2 moléculas de ATP por cada molécula de glucosa; sin
embargo, el modo de respiración aeróbico llevado a cabo en las
mitocondrias obtiene 38 moléculas de ATP por cada molécula de glucosa,
lo que representa un enorme incremento en la producción de energía
que posibilitó especies más complejas.
 
Cuanto mayor sea la necesidad de energía de una célula en relación con la
función que debe cumplir, más cantidad de mitocondrias tiene. Las células
normales tienen varios cientos, las musculares varios miles, y las que
desarrollan trabajos especiales —como las células del hígado o los óvulos
— llegan a tener cientos de miles.
 
Las antiguas tradiciones nos hablan de una energía vital primordial que
alienta el cosmos: el chi o el ki de las tradiciones de Extremo Oriente, o el
prana en el hinduismo. Tanto la concepción de la salud como los
fundamentos de la medicina en estas tradiciones partían de ese concepto
que la ciencia moderna simplificó, privando a la medicina moderna de
importantes claves a la hora de comprender los problemas de salud y
abordar su prevención y tratamiento. Esta idea de energía universal se
trasmitió a través de la antigua Grecia y Alejandría, a movimientos
occidentales más recientes como el vitalismo y el Romanticismo, y a
comienzos del siglo XX comienza el redescubrimiento de esos
conocimientos tradicionales, cuando la física cuántica, buscando los últimos
constituyentes del átomo, llegó a la paradójica conclusión de que lo que
llamamos materia no existe como tal y es realmente energía.
 
FLUJO Y PULSACIÓN
 
A partir de los años treinta, los descubrimientos de Wilhelm Reich nos
devolverían el antiguo conocimiento ancestral de la energía cósmica
universal. Partiendo de su trabajo como psicoanalista, Reich llegó a la
biología y la biofísica: los problemas que observaba en sus pacientes lo
llevaron a conectar lo emocional y las frustraciones con lo físico,
planteando que los bloqueos psicoemocionales tenían un anclaje en la
musculatura, alterando o impidiendo el flujo de energía vital.
 
Sus trabajos sirvieron para relacionar lo físico y lo emocional, lo individual
y lo social, y más tarde lo biológico y lo cósmico, planteando una fórmula
única para ese flujo de energía: tensión-carga-descarga-relajación. Con
este enfoque, la sexualidad era una forma de gestionar la energía vital, que
pasaba de ser la “libido” abstracta de Freud a una energía palpable: el
“orgón”.
 
La energía orgónica es la energía original que constituye la base de las
emociones y la sexualidad, y carga todos los materiales con más o menos
intensidad. Es también un océano de energía en movimiento que
interrelaciona fenómenos, trasmite perturbaciones electromagnéticas,
provoca cambios en la circulación del aire, en la temperatura, presión y
humedad, y forma potenciales tormentas influyendo en los seres vivos y la
propia Gaia, nuestro ecosistema global.
 
EL GENOMA MITOCONDRIAL
 
Los trabajos del médico alemán Heinrich Kremer[68] sobre flujos
energéticos en los seres vivos en el marco de la biología de la evolución
ponen en relación los descubrimientos de Margulis sobre simbiogénesis y el
papel clave de las mitocondrias junto a otros que vamos a tratar en
próximos capítulos: nuestro mar interno y las verdaderas funciones de ese
sistema erróneamente denominado “inmunitario”. Kremer aborda el tema
de las mitocondrias desde un ángulo muy diferente al de Margulis. Como
médico, su preocupación es aprender sobre las claves de la salud y los
mecanismos de la enfermedad.
 
Al tratarse de antiguas bacterias, las mitocondrias poseen su propio material
genético y se reproducen independientemente de la célula. Este material
interacciona con el que se encuentra en el interior del núcleo, jugando así
un papel clave en numerosos procesos vitales, pero carece de protección y
de mecanismos de reparación como los que sí tiene el ADN nuclear, lo que
supone una mayor vulnerabilidad ante posibles agresiones, las cuales se
trasmitirán a las siguientes generaciones, ya que otra peculiaridad de las
mitocondrias es que se trasmiten de la madre al feto —sin intervención del
padre— de modo que un bebé femenino nace con cuatrocientos mil óvulos,
en cada uno de los cuales medio millón de mitocondrias guardan el impulso
vital y las claves de información vital para las células.
 
Las mitocondrias, como antiguas bacterias, poseen un genoma propio
(genoma-mt), presente como un plásmido circular en el citoplasma de la
mitocondria (que no tiene núcleo); el genoma-mt, a diferencia del nuclear,
no tiene un mecanismo de reparación efectivo ni proteínas protectoras a su
alrededor; cualquier daño en el genoma-mt se refleja en la producción de
ATP en la cadena respiratoria y, por lo tanto, en el suministro de energía de
toda la célula, en cada órgano; los daños tóxicos al ADN-mt, endógenos y
exógenos, interfieren con la exportación e importación de ácidos nucleicos
y proteínas a y desde la mitocondria al ADN nuclear; el genoma-mt,
incluyendo cualquier daño genético irreparable, se trasmite exclusivamente
a través de los óvulos al hijo.
 
EFECTO WARBURG: RUPTURA DE LA SIMBIOSIS
 
Durante su prolija investigación sobre el origen del cáncer y otras graves
enfermedades que la misma medicina farmacológica ya admite que pueden
tener un origen mitocondrial, el Dr. Kremer rescata un viejo descubrimiento
“olvidado” (olvidado con toda la intención, de ahí las comillas).
 
En 1931, el fisiólogo alemán Otto Heinrich Warburg[69] recibió el
Premio Nobel de Medicina por el “descubrimiento de la naturaleza y el
modo de acción de la enzima respiratoria”. ¿En qué consistió su
descubrimiento y por qué tras la concesión de uno de los premios más
prestigiosos y codiciados fue completamente olvidado? Warburg lo había
explicado siete años antes en su obra El metabolismo de los tumores: ciertas
células sintetizan ATP (la molécula básica de energía) fuera de las
mitocondrias, es decir, en el citoplasma celular a partir de productos de
degradación de la glucosa y con la ayuda de determinadas enzimas.
 
Visto desde el punto de vista evolutivo, esto supone una especie de
retroceso en el tiempo, un retorno a la lejana época en la que las
antepasadas de nuestras células obtenían energía sin la intervención del
oxígeno. Las implicaciones de este descubrimiento son enormes: para
empezar, aportan la clave para comprender el origen del cáncer, ya que esta
célula en estado de emergencia vital que retorna a la fermentación no es
otra cosa que lo que la medicina oficial denomina “célula cancerosa”.
 
Pero lo más importante es que este cambio de enfoque estaba señalando el
camino para intervenir en la cura y la prevención, no solo del cáncer, sino
de muchos otros problemas de salud, ya que, si ciertas condiciones habían
llevado a la célula a romper la simbiosis y a un estado de emergencia
crónico, era lógico pensar que cambiando esas condiciones quizá podríamos
revertir la situación y que la célula recuperase su funcionamiento normal, es
decir, que cerrara el programa de emergencia. Que la investigación no haya
seguido ese camino nos está diciendo claramente cuáles son los verdaderos
intereses que orientan la medicina moderna, y desde luego no son la salud
de la gente.
 
Pero el descubrimiento de Warburg no acaba aquí. Este programa de
emergencia no es exclusivo de las células “cancerígenas”; todo lo contrario,
es un programa habitual de protección de la información genética que
se lleva a cabo en todas las células cada vez que se dividen, ya que para
ello el núcleo debe abrirse, dejando expuesto el material genético a las
peligrosas reacciones químicas de los procesos oxidantes que intervienen en
la obtención de energía. Y lo mismo sucede en las células embrionarias, que
repiten el proceso de la evolución en pocos días cambiando temporalmente
la alta rentabilidad energética por una mayor seguridad.
 
¿Cómo se lleva a cabo esta compleja organización para coordinar
adecuadamente los dos sistemas de producción de energía con el proceso de
división celular? Como hemos dicho, en el origen de nuestras células se
encuentra la fusión de dos microorganismos: una arquea y una bacteria cuya
herencia permanece aún en nuestro genoma. Se calcula que un 60% de
nuestro ADN procede de las arqueas y domina la fase de síntesis de la
división celular en la que se replica el ADN, mientras el otro 40% procede
de las bacterias y domina durante la fase de diferenciación celular llamada
G2; todo ello controlado por el genoma mitocondrial.
 
EL FLUJO DE ELECTRONES
 
Tanto la respiración aeróbica (que utiliza el oxígeno) como la anaeróbica
(mediante fermentación) consisten en una cadena de enzimas que
transportan electrones, del mismo modo que una cadena humana se
organiza pasándose cubos de agua para apagar un fuego. Por el camino, los
electrones liberan una cierta energía que finalmente se utiliza para sintetizar
la molécula ATP.
 
El elemento que cede electrones se llama “agente reductor” y el que los
recibe “agente oxidante”. El flujo de electrones —el flujo vital de energía—
se expresa, pues, en su potencial de reducción-oxidación —más conocido
como potencial redox—. Cuando más complejo es un organismo más alto
es su potencial redox, lo que significa un flujo de electrones más potente.
 
Desde el punto de vista químico, las reacciones de reducción-oxidación
suceden cuando un elemento cede electrones y otro los recibe, de modo que
el primero se denomina “agente reductor” y el segundo “agente oxidante”.
 
En nuestro caso, ese flujo lo asegura la respiración: cada día unos 13.000
litros de aire pasan por nuestros pulmones, desde donde son transportados
por 7.000 litros de sangre, a través de casi cien mil kilómetros de venas,
arterias y capilares a la matriz extracelular que alimenta a su vez a todas las
células.
 
UNA GUERRA AUTODESTRUCTIVA
 
La palabra “antibiótico” debería trasmitir una sensación inquietante. Y es
que quien bautizó así a los productos diseñados para atacar y exterminar a
las bacterias era perfectamente consciente de que las bacterias son la vida,
de ahí que llamara a estas sustancias “antivida”.
 
Decir que los antibióticos han salvado vidas es tan obvio como decir que el
ejército estadounidense ha salvado vidas, siempre y cuando recordemos que
ha salvado determinadas vidas en mitad de conflictos provocados por ellos
mismos en los que muchas otras personas han muerto.
 
Si lográsemos cambiar de raíz la cultura sanitaria en la que estamos
inmersos desde hace un siglo, es muy probable que los antibióticos dejaran
de tener sentido y quedaran relegados a un uso puntual, cosa que por otra
parte ocurriría con la inmensa mayoría del arsenal farmacológico, que
constituye uno de los mayores negocios del mundo y la tercera causa de
enfermedad y muerte.
 
Lo que hemos aprendido sobre el origen de la vida nos permite ver
claramente cuáles son los enormes peligros del uso indiscriminado de los
antibióticos. Si los microbios cumplen funciones vitales en el planeta y en
nuestro cuerpo, resulta trágicamente obvio que la guerra contra ellos es —
como afirma Sandín— una guerra autodestructiva.
 
Los primeros antibióticos actuaban principalmente en el exterior de la
célula, ya que estaban diseñados para bloquear la producción de proteínas
en la superficie de las bacterias. Pero, conforme los microbios se fueron
haciendo resistentes, desarrollaron y lanzaron al mercado —y al medio
interno de las personas— nuevas generaciones de productos diseñados para
bloquear la formación de ADN y capaces de penetrar en el interior de las
células.
 
Al tratarse de antiguas bacterias que conservan su misma estructura
biológica, las mitocondrias se ven convertidas en objetivos para los
antibióticos. La agresión a las mitocondrias se traduce en primer lugar en
un déficit en el suministro de energía vital. Por otra parte, se producen
problemas en la interacción del genoma mitocondrial y el genoma del
núcleo, lo que trae consigo alteraciones en diferentes procesos
biológicos[70].
 
Pero el problema es más grave aún. El hecho de que las mitocondrias se
reproduzcan independientemente de la célula y que no dispongan de
mecanismos de reparación como los que tiene el ADN nuclear implica que
trasmiten su información genética —exclusivamente desde el óvulo al feto
— y con ella los posibles daños, acumulando las agresiones a lo largo de
varias generaciones y provocando gran cantidad de problemas de salud,
como cánceres, diabetes tipo II, Alzheimer, Parkinson, inmunodeficiencias
y hasta ciento veinte enfermedades ya documentadas.
 
Pero el abuso de antibióticos no se queda en el campo de los usos médicos.
El médico murciano especialista en salud pública Juan Gérvas nos informa
de que “los antibióticos se han incorporado al arsenal terapéutico y
alimentario empleado en la agricultura y la ganadería, donde el control es
todavía menor que en la medicina... No es raro utilizar antibióticos para
fumigar campos o añadir 100 kilos por hectárea de piscifactoría
salmonera”[71]. Se calcula que más del 70% de los antibióticos usados en
Estados Unidos se toman a través de la carne de gallina, cerdo y ganado. Y
a esto debemos añadir su empleo en productos de limpieza ampliamente
utilizados en los hogares.
 
Puede decirse que la industria ha llegado a un callejón sin salida: ya no hay
posibilidad de fabricar antibióticos más potentes, de modo que la resistencia
desarrollada por los microbios se ha convertido en un problema clave para
la sanidad mundial.
 
Veamos un ejemplo gráfico con la penicilina: en 1946, el 88% de las
infecciones por estafilococos podían curarse con penicilina. En 1950, la
penicilina solo podía matar el 61% de los estafilococos. En 1982, menos del
10% de casos de estafilococos podían curarse con penicilina. Actualmente
esta cifra está por debajo del 5%.
 
Se ha constatado que las bacterias aguantan temperaturas extremas tanto de
frío como de calor, ausencia de agua, altas presiones, radiaciones, falta de
humedad, ambientes hipersalinos, alcalinos y ácidos. Las bacterias poseen
en sus membranas mecanismos para bombear los fármacos con rapidez
suficiente para impedir que estos les afecten; fabrican enzimas especiales
que modifican los antibióticos para volverlos inefectivos; pueden incluso
cambiar sus propias moléculas para que los fármacos no puedan
identificarlas y actuar contra ellas. Y, como remate, son capaces de trasmitir
todas estas habilidades con una rapidez increíble a sus descendientes o
mediante mecanismos sofisticados de intercambio de información. Su
capacidad para enfrentarse a las agresiones parece, pues, virtualmente
ilimitada.
 
La resistencia a los medicamentos es una de las primeras causas de muerte
en Estados Unidos (más de setenta mil muertes cada año según cifras de los
NIH) y la situación en el resto del mundo industrializado no será muy
distinta[72]. Lógicamente, los hospitales se han convertido en auténticos
bastiones de microbios resistentes, de modo que, de unos cuarenta millones
de pacientes hospitalizados cada año, dos millones adquieren alguna
infección, que en el 60% de los casos está relacionada con bacterias
resistentes a antibióticos[73].
 
Desde las más altas esferas internacionales hasta el más humilde médico de
familia de cualquier pueblecito europeo saben que los fármacos se utilizan
mal, pero ninguna voz se alza para cuestionar las raíces profundas de este
problema. Lo chocante es que la OMS lleva décadas diciendo exactamente
lo mismo: detectando los mismos problemas y recomendando las mismas
soluciones que la práctica demuestra que no sirven para nada. Se publican
documentos y guías, se organizan congresos, se crean comisiones asesoras y
dispositivos de vigilancia, se destinan recursos millonarios... y el problema
persiste.
 
El 16 de marzo de 2013, la directora general de la OMS, Margaret Chan,
realizó las siguientes declaraciones: “El mundo se encamina a una era
postantibiótica en la que muchas infecciones comunes no tendrán cura y
volverán con toda su furia... esto está marcando el fin de la era de la
medicina segura... y cosas tan comunes como una infección de garganta o
un rasguño en la rodilla de un niño podrían nuevamente volver a
matar”[74].
 
Las causas fundamentales que estos y otros organismos apuntan tras
décadas de análisis son: la capacidad de las bacterias para la supervivencia,
el uso inadecuado de medicamentos, los usos no médicos de los antibióticos
y la imposibilidad de desarrollar otros nuevos. Todo el esfuerzo que se ha
hecho no solo no ha conseguido solucionar el problema, sino que lo ha
multiplicado. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que nadie se ha replanteado
el papel de los antibióticos y de los microbios.
 
Y menos aún la medicina moderna, atrapada entre los dogmas de la
infección-inmunidad, la dependencia de la industria farmacéutica y la fe
ciega en los avances tecnológicos, aunque ese arsenal del que se muestra
tan orgullosa se haya utilizado de modo irresponsable, insensato y
arrogante. Así lo considera la propia OMS al considerar que “más de la
mitad de los medicamentos se prescriben, dispensan o venden de forma
inapropiada”, lo que supone efectos nocivos para el paciente y desperdicio
de recursos. En una nota informativa de mayo del 2010, constata que “más
del 50% de los países no aplican políticas básicas para fomentar el uso
racional de medicamentos” y que “en los países en desarrollo, la proporción
de pacientes tratados de conformidad con directrices clínicas es inferior al
40% en el sector público y al 30% en el sector privado”. Y pone ejemplos
concretos aplastantes: “La proporción de niños con diarrea aguda que
reciben rehidratación oral necesaria es inferior al 60%, pero más del 40%
reciben antibióticos innecesarios”[75].
3. Nuestro océano interno
 
Nuestro medio interno es un océano en el que viven las células;
ocupa todo el organismo y sirve de conexión entre todos los
sistemas y órganos, modulando reacciones químicas, eléctricas y
electrónicas, y manteniendo un equilibrio dinámico.
 
“El mar cura todos los males de los
hombres”.
–Eurípides.
 
Como hemos visto, al abandonar el océano, los seres multicelulares
tuvieron que resolver un problema fundamental: un medio estable en el que
las células pudieran continuar viviendo en las mismas condiciones en que lo
hicieron en el agua. El contacto directo y permanente de los seres
unicelulares con el medio marino les permitía mantener el equilibrio y la
comunicación necesarios para la vida. La solución fue un medio vital que
reproduce exactamente las condiciones del océano primigenio.
 
Como en tantos otros campos del conocimiento, las antiguas civilizaciones
ya sabían lo que la ciencia moderna apenas ha comenzado a descubrir, y
tenemos noticias del uso de plantas y sustancias de origen marino en
Mesopotamia, Egipto o China. Estos remedios se utilizaron asimismo en la
antigua Grecia y durante la Edad Media europea.
 
La investigación científica moderna comenzó durante los siglos XVIII y
XIX: se postularon entonces distintos modelos para describir el medio
básico de interconexión de diferentes sistemas con las células del organismo
y de estas entre sí. El “mesénquima” de Hertwig, el “sistema básico” de
Buttersack o el “agua animada” de Vernadsky son algunas de las más
conocidas, aunque quizá la descripción más completa de su composición y
funciones se la debemos a Alfred Pischinger[76].
 
Podemos imaginar este medio interno como grandes bolsas de agua con
propiedades similares al agua de mar en lo que se refiere a temperatura,
composición y estado, y en cuyo interior bucean las células. De este modo,
la conexión de terminales nerviosos, linfáticos y sanguíneos se hace a través
de este abrevadero que alimenta las células y mantiene unas condiciones
estables en todo el organismo.
 
Además, este abrevadero, cuya denominación más extendida actualmente es
“medio extracelular”, ocupa todo el organismo con excepción de las capas
más superficiales de la piel y las mucosas, lo que posibilita reacciones
globales en todo el organismo al servir de conexión entre todos los sistemas
y órganos, modulando las reacciones químicas, eléctricas y electrónicas con
el fin de mantener la homeostasis, es decir, la estabilidad del medio a través
de un equilibrio dinámico de compensación constante.
 
La membrana de estas bolsas constituye un filtro de entrada y salida de
materiales que asegura un medio correcto de alimento para las células, de
modo que un criterio básico de salud es mantener este medio vital en
condiciones adecuadas para favorecer la simbiosis en lugar de luchar contra
ella introduciendo productos tóxicos o forzando el desequilibrio mediante
una alimentación incorrecta, aire contaminado y otras agresiones.
 
La mejor forma de mantener ese equilibrio es alimentarlo
adecuadamente y respetar las relaciones de cooperación con los
simbiontes que allí viven: las mitocondrias celulares —descendientes de
bacterias arcaicas integradas en nuestras células como generadores de
nuestra energía vital—, una multitud de bacterias de diferentes tipos y con
funciones de regulación fundamentales, una ingente cantidad de virus y
otros microorganismos que posibilitan la comunicación entre bacterias y
fragmentos de genomas bacterianos y víricos integrados en nuestro genoma
en el curso de la evolución.
 
Además, este medio vital cumple muchas más funciones de enorme
importancia, entre las que destacan:
 
· regula el ritmo de las decenas de miles de reacciones bioquímicas
que se producen cada instante en cada célula manteniendo una
temperatura constante de 37 grados centígrados y la composición
salina adecuada;
 
· regula las conducciones eléctricas entre diferentes partes del cuerpo;
 
· elimina materiales de desecho a través de capilares sanguíneos y
linfáticos;
 
· trasmite información nerviosa; regula el equilibrio ácido-base;
 
· media en procesos de cicatrización;
 
· crea espacios de almacenamiento de grasas de reserva.
 
El equilibrio de este sistema determina el equilibrio de las células, de modo
que las alteraciones celulares son consecuencia siempre de las alteraciones
de la matriz extracelular, que pierde flexibilidad y volumen, se esclerotiza y
se hace rígida debido a:
 
· situaciones de estrés crónico, angustia, miedo, tensión...
 
· falta de agua y de nutrientes en la sangre por consumo de alimentos
desmineralizados, industrializados, faltos de vitaminas y ácidos
grasos poliinsaturados —que son imprescindibles para la flexibilidad
de las membranas celulares y mitocondriales;
 
· sustancias tóxicas procedentes de la industria alimentaria, química,
petrolera, atómica, tabacalera...
 
· falta de oxígeno debido a una respiración inadecuada, insuficiente,
bloqueada;
 
· impacto de ondas electromagnéticas, radiaciones, microondas...
 
EL PLASMA DE QUINTON
 
Claude Bernard, el autor en 1895 de una de las obras más emblemáticas
de la medicina moderna, Introducción al estudio de la medicina
experimental, ya se refirió a un “medio líquido interior” en el que las
células de los animales podrían continuar disfrutando de las mismas
condiciones originales del comienzo de la evolución. Primero consideró que
ese líquido era plasma sanguíneo y posteriormente añadió el plasma
linfático para finalmente, en 1878, definirlo como “la totalidad de los
líquidos del organismo” y destacar su función reguladora, amortiguando,
neutralizando y transformando las agresiones exteriores para mantener unas
condiciones fisicoquímicas constantes.
 
Sin embargo, es el apasionamiento de René Quinton[77] —autodidacta
cuyos logros científicos fueron reconocidos por la Academia de Ciencias
francesa— lo que conduce a descubrimientos prodigiosos partiendo de una
intuición: si la vida comenzó en el agua, muy probablemente en la época
precámbrica, el medio interno de los vertebrados debe ser el agua de mar.
Quinton prefería llamarlo “medio vital”, ya que solo desde nuestra
perspectiva es interno; para la célula es un medio exterior que impregna
todos los tejidos orgánicos y que está formado por el plasma de la sangre, la
linfa, las cavidades serosas y los plasmas de todas las sustancias unificantes
y permeables de todos los tejidos, conjuntivos, mucosos, cartilaginosos...
Todo ello formando un conjunto homogéneo de composición idéntica en
todas las partes del cuerpo y constantemente purificada y renovada por la
circulación sanguínea y linfática y por los fenómenos de difusión.
 
De entre los numerosos experimentos que Quinton realizó para desarrollar y
poner a prueba su hipótesis, vamos a describir brevemente uno
especialmente significativo por dos motivos: por su radicalismo y por el
rotundo éxito que obtuvo a pesar de tratarse de condiciones límites. 1897:
laboratorio de fisiología patológica de estudios superiores del Collège de
France. En presencia de varios investigadores, Quinton extrae toda la
sangre de un perro callejero de diez kilos; 425 gramos de sangre a través de
la arteria femoral extraídos en 4 minutos. A continuación, Quinton inyecta
532 centímetros cúbicos de agua de mar isotónica a 23 ºC. El perro está
completamente abatido, no puede andar, respira jadeando y permanece
inmóvil. Ha perdido más de la mitad de sus glóbulos rojos. En pocos días,
su cuerpo comienza a reponer los glóbulos rojos y las plaquetas,
transformando el agua marina en sangre hasta recuperarse totalmente.
 
A partir de sus numerosos experimentos, Quinton formuló la Ley de la
Constancia Marina: “La vida animal, aparecida en estado de célula en los
mares, tiende a mantener las células constitutivas de los organismos para
su funcionamiento celular elevado, a través de las series zoológicas, en el
medio marino de los orígenes”. Y posteriormente la complementó con otras
referidas al mantenimiento de la temperatura y la composición salina
existentes en los orígenes.
 
Otra aportación genial de Quinton: analizando cenizas de animales y
vegetales marinos, elaboró una nueva lista de los elementos constituyentes
del agua de mar, en la que incluyó 17 elementos nuevos que no habían sido
detectados mediante análisis. Y posteriormente se enfrentó al reto de
comprobar que esos elementos se encuentran efectivamente en nuestro
medio interno. Cotejar la presencia de los elementos reconocidos —cloro,
sodio, potasio, calcio, magnesio, azufre, fósforo, carbono, silicio, nitrógeno,
hierro y flúor— fue relativamente fácil. Pero, a partir de ahí, Quinton tenía
un reto mucho más complicado: establecer en nuestro líquido extracelular la
presencia de una serie de elementos aún no reconocidos, aunque más
adelante irán adquiriendo una enorme importancia para la salud y que por
su presencia tan escasa en el cuerpo recibirán el nombre de oligoelementos.
 
Mediante un trabajo ingente de revisión de comunicaciones, artículos,
trabajos especializados y estudios casi totalmente desconocidos y
diseminados en multitud de bibliotecas y archivos, consigue comprobar la
presencia de 12 de esos 17 elementos: yodo, bromo, manganeso, cobre,
plomo, zinc, litio, plata, arsénico, boro, bario y aluminio. De los restantes,
considera probable el oro y casi comprobados el estroncio, el cesio y el
rubidio; solo se le resistió el cobalto. Pero la conclusión es rotunda: la
composición del agua del mar y de la matriz extracelular es idéntica.
 
Todas estas afirmaciones han sido comprobadas posteriormente, al
disponerse de medios de investigación más desarrollados, solo que no se ha
hecho en el contexto de las hipótesis de Quinton, sino de modo disperso y
sin relacionar.
 
En 1897 Quinton utiliza por primera vez el agua de mar con un enfermo
terminal de tifus que había sido desahuciado y se recupera en tan solo siete
horas. Entre 1897 y 1904 utiliza con éxito el agua de mar isotónica, que
mejora con agua de manantial filtrada, para tratar gastroenteritis, sífilis y
tuberculosis. La sanidad francesa reconoce el agua de mar y lo incluye en el
servicio público como terapia.
 
En 1904 Quinton publicó su obra fundamental, El agua de mar, medio
orgánico, que dos años después recibiría el beneplácito de la institución
académica más importante del momento: el Institut de France. En poco
tiempo, consigue también la admiración de intelectuales y políticos de
distintos partidos. Se publican numerosos estudios sobre su método,
prestigiosos doctores de todo el mundo comienzan a utilizarlo, se presentan
varias tesis doctorales sobre el uso del agua de mar, y lo más importante:
consigue espectaculares resultados en lactantes con atrepsia —atrofia
general en recién nacidos. Durante una epidemia de cólera infantil, se
consigue salvar al 100% de los niños tratados con el plasma de Quinton. El
sociólogo Gustave le Bon le propone escribir para la prestigiosa Biblioteca
de Filosofía Científica de la Editorial Flammarion y Quinton responde que
tiene deberes más apremiantes que escribir. “¿Qué deberes?”, le preguntó le
Bon. “Salvar vidas humanas”. “¿Pero cómo?”. “Abriendo dispensarios”.
 
En años subsiguientes se abren dispensarios de agua marina en París; el
plasma de Quinton logrará salvar la vida a miles de niños y adultos
desahuciados: tifus, cólera, tuberculosis, enteritis coleriforme,
enfermedades gastrointestinales, intolerancia láctea, hipotrofias, atrepsia,
niños prematuros... Comienzan entonces los primeros ataques subrayando
los pocos casos de muerte en vez de los miles de curados, acusando a la
terapia marina de “cuento chino” y señalando que Quinton no tiene título de
médico.
 
Entre 1911 y 1912 el método de Quinton se introduce en Estados Unidos —
adoptado oficialmente por el American Institute of Homeopathy— y en
Egipto, país al que Quinton fue invitado debido a que ese verano estaban
muriendo cientos niños cada semana en El Cairo debido al cólera, y en el
que obtiene resultados espectaculares con tratamientos de 18 días a base de
inyecciones de suero marino.
 
Se produce entonces una importante ruptura: comienza la Primera Guerra
Mundial y Quinton se alista voluntariamente, se comporta como un héroe
de película, es condecorado múltiples veces, nombrado Caballero de la
Orden de San Leopoldo, se le sube a un pedestal patrio..., pero entretanto
sus teorías y su trabajo comienzan a caer en el olvido. Su muerte en julio de
1925 marcará la frontera final, coincidiendo —y no por casualidad— con el
lanzamiento de los primeros antimicrobianos. Se abrirá entonces un
paréntesis de silencio sobre su obra que cerrará André Mahe[78] en 1956,
comenzando una labor de recuperación gracias a la cual existen ahora
numerosos dispensarios marinos en diferentes países, se celebran
conferencias y congresos sobre el agua de mar y comienza incluso a estar
presente en sistemas sanitarios como el de Nicaragua, gracias al enorme
trabajo de la doctora catalana Teresa Ilari[79].
4. El secreto del cristal líquido
 
Los descubrimientos de los últimos 25 años han derribado todos
los dogmas de la genética determinista, basada en Darwin y
Mendel. El ADN es una compleja molécula fluida que cambia para
adaptarse al entorno y constituye un sistema regulador de la
ingeniería natural que conforma y mantiene la vida.
 
“El determinismo genético está
muerto, y ha estado muerto al menos
los últimos veinte años”.
–Mae Wan Ho.
 
Si Darwin y la evolución en su versión neodarwinista constituyen uno de
los grandes pilares de la biología mecanicista, el otro es sin duda George
Mendel, otro viejo conocido de los estudiantes de secundaria y bachillerato,
a los que una vez más se les está contando una historia que nada tiene que
ver con la realidad.
 
Hace años que sabemos que las famosas “Leyes de Mendel” no son de
Mendel ni se basan en sus célebres experimentos con guisantes hacia 1866,
sino que fueron inventadas por Thomas Hunt Morgan en 1916 como
argumento retórico en una discusión sobre trasmisión de genes. Además, las
revisiones que se han hecho de los cuadernos de trabajo de Mendel
muestran que el 95% de sus observaciones no encajaban en el modelo
estático que él pretendía demostrar, de modo que las ignoró[80].
 
En 1936, la revista Annals of Science ya publicó un artículo detallado
explicando que “los datos de la mayoría, si no de todos los experimentos,
habían sido falsificados para hacerlos coincidir fielmente con las
previsiones de Mendel”. ¿Cómo se explican entonces los resultados que
obtuvo Mendel? Según la genetista británica de origen chino Mae Wan Ho,
fundadora y directora del Instituto de Ciencias en Sociedad (ISIS), utilizó
un conjunto muy restringido de caracteres observados durante un número
limitado también de generaciones en condiciones ambientales constantes; y
añade: “existían muchos caracteres que no encajaban con el prolijo modelo
de la herencia mendeliana, pero Mendel se concentró solamente en los que
sí encajaban; por lo tanto, la teoría resultante solo puede ofrecer, en el mejor
de los casos, una descripción muy parcial e idealizada de la herencia”[81].
 
La visión reduccionista, egoísta, belicista y mecanicista de la vida que se
desprendía de las ocurrencias de Darwin y las trampas de Mendel llevó a
una visión similar de cada ser vivo y, por extensión, de la salud y de la
medicina; una forma de ver las cosas que se impuso definitivamente tras el
descubrimiento de la llamada “doble hélice”, es decir, de la molécula —que
denominaron ácido desoxirribonucleico, ADN— en la que afirmaron que se
encuentra el manual de instrucciones de montaje de la vida y cuya
estructura fue descrita en 1953 por James Watson y Francis Crick,
quienes contribuyeron a que la investigación se centrara en el núcleo celular
y olvidara la enorme complejidad del resto de la célula y su entorno.
 
Pero, en la década de los setenta del siglo XX, una serie de investigadores
retomaron la visión de Lamarck y comenzaron a estudiar cómo se
relacionan entre sí los componentes de la célula y esta con su entorno,
sentando las bases de la epigenética, que impulsó un enfoque dinámico de
la genética frente a la vieja concepción rígida mecanicista. Pero esto no fue
más que el principio: a estas alturas, toda la genética determinista ha saltado
por los aires, hasta el punto de que para ser correctos y honestos habría que
dejar de utilizar el término “genética” —enseguida veremos por qué.
 
UN REPASO A LA GENÉTICA DETERMINISTA
 
La molécula de ADN es una larga cadena de bloques contenida en el núcleo
de cada célula y que se compone de cuatro elementos o bases llamados
“nucleótidos”: citosina (C), guanina (G), timina (T) y adenina (A). Estos
elementos se unen para formar “palabras” dando lugar así al mensaje
genético, y sirven para producir los aminoácidos que posteriormente forman
las proteínas.
 
Habitualmente nos proponen imaginar el ADN como una escalera de
caracol retorcida donde el fosfato y el azúcar serían las barandillas y las
bases unidas los peldaños. Las bases de una barandilla se unen a las de la
otra siguiendo unas reglas fijas: la A solo se une con la T y la G solo lo hace
con la C. De ese modo, cada fragmento del mensaje genético estaba escrito
en un lenguaje que todos los seres vivos en cualquier circunstancia leerían
del mismo modo, y por tanto lo entenderían y ejecutarían exactamente
igual.
 
Además, como solo han conseguido identificar “genes codificantes” —es
decir, genes con instrucciones para fabricar proteínas— en poco más de un
uno por ciento del genoma, han zanjado el asunto denominando al resto
“genoma basura”, lo que equivale a afirmar que la naturaleza se habría
dedicado miles de millones de años a perfeccionar una molécula de la que
casi un 99% no sirve para nada.
 
Pero la ciencia moderna compensa en dólares lo que no puede invertir en
tiempo, así que gastaron miles de millones de dólares en el denominado
Proyecto Genoma Humano y, tras trece años, entre 1990 y 2003, afirmaron
haber cuantificado “aproximadamente entre 20.000 y 25.000” los genes que
producen proteínas —siempre las mismas— y generan determinadas
características.
 
El mecanismo para producir esas proteínas sería lineal con la ruta fija ADN-
ARN-proteína, es decir, el ADN genera una molécula denominada ácido
ribonucleico (ARN) que sirve de mensajero, y a través de este se forma la
proteína mediante la unión de los aminoácidos que la componen. Todo
controlado, pues. Pero la vida, afortunadamente, es imprevisible...
 
¿EXISTEN LOS GENES?
 
Una serie de hallazgos en los últimos veinte o veinticinco años han ido
derribando uno por uno todos estos postulados[82]:
 
· El lenguaje genético no es universal. Esto quiere decir que el mismo
mensaje puede ser leído de modo distinto por diferentes seres vivos, e
incluso por el mismo ser vivo en otro lugar o situación. Por tanto, no
es posible transferir información genética controlada de un organismo
a otro, y si se hace existe un grave peligro de provocar alteraciones y
en última instancia problemas de salud.
 
· La información no fluye linealmente en una única dirección. Aunque
el “dogma central de la biología molecular”, formulado por Francis
Crick en 1958, establecía un origen único de la información y una
dirección única para la expresión de los genes, muy pronto se
encontraron “excepciones” a esta regla, por ejemplo con el
descubrimiento de una enzima que precisamente se denominó
retrotranscriptasa, porque era capaz de hacer la trascripción en sentido
opuesto. Posteriormente, las excepciones se convirtieron en norma y
actualmente podemos decir que la información fluye en múltiples
direcciones, dentro y fuera del núcleo, partiendo del ADN o del ARN
e incluso de proteínas que no tienen un gen que las codifique.
 
· La información genética no se encuentra exclusivamente en el
núcleo de la célula. Las complejas interacciones que acabamos de
mencionar se producen tanto en el núcleo como en los orgánulos del
citoplasma, los más conocidos las mitocondrias y los cloroplastos.
 
· No existe una estructura material que pueda denominarse “gen”.
Aunque el concepto de “gen” viene poniéndose en cuestión hace
décadas, es el reciente Proyecto ENCODE el que ha acabado
definitivamente con el pilar básico de la genética.
 
Desde 2003 y durante diez años, 442 científicos estudiaron 147 tipos
diferentes de células humanas mediante 24 experimentos que mostraban
con enorme detalle el funcionamiento del genoma. Los resultados han
comenzado a publicarse mediante una serie de treinta artículos en diferentes
revistas científicas, y son tan rompedores que a sus propios autores les está
costando trabajo liberarse de sus prejuicios para extraer las conclusiones
que de ellos se desprenden. Aun así, ENCODE avala la visión dinámica que
preside los descubrimientos de los últimos treinta años: para empezar, el
propio concepto de “gen” que viene aplicando la genética mecanicista
queda desprovisto de todo sentido desde el momento en que los elementos
que actúan para fabricar las proteínas no conforman una estructura fija, sino
que están dispersos por todo el genoma y en permanente movimiento,
influidos por el entorno; además, el genoma absurdamente calificado de
“basura” tiene funciones determinantes de coordinación de estos elementos
dispersos[83].
 
De modo que en un primer momento se pensó que la genética era una
cadena de mando militarizada con protocolos rígidos y automatizados, y
resulta que en vez de un cuartel tenemos una comuna hippie o una casa
okupa: hay normas, pero no son normas fijas impuestas por arriba, sino que
surgen de las circunstancias del momento, y por tanto pueden cambiar.
 
Los trabajos de la Dra. Mae Wan Ho que hemos mencionado han aportado
dimensiones innovadoras y han abierto caminos de investigación que
trascienden la biología y la genética para explorar la urdimbre de un
universo que no acaba en lo puramente material. Ho reúne investigaciones
dispersas sobre el genoma, la bioelectricidad, las propiedades insólitas del
agua o la fisiología de plantas, animales y hongos para proponer un
universo vivo en el que las formas y los patrones son generados por
procesos dinámicos en el interior de las células a partir de moléculas de
ADN que son cristales líquidos —un estado entre lo líquido y lo sólido—
compuestos por elementos hipermutables y otros ultraconservadores,
condiciones ambas que han asegurado la continuidad y la evolución de la
vida durante miles de millones de años[84].
 
Las implicaciones que estos descubrimientos tienen para la salud y la vida
son enormes. La caída de la genética mecanicista deja sin base científica
alguna a todos los desarrollos tecnológicos que se habían apoyado en
ella: la ingeniería genética, las terapias génicas, los tests genéticos y, muy
especialmente en relación con nuestro tema, las vacunas producidas
mediante la autodenominada “ingeniería genética”.
 
Es por eso que hemos apuntado la necesidad de un cambio en la
terminología que responda más adecuadamente a los contenidos reales de
esta ciencia. Si el concepto de gen ha dejado de tener sentido, tampoco lo
tiene que sigamos utilizando las palabras que se derivan de ese concepto
obsoleto: genética, genoma, epigenética, metagenoma... Sin pretensiones de
exclusividad, aquí nos lanzamos a proponer un término que creemos recoge
las características emergentes de toda esta red de procesos: fluidoma.
 
Por otra parte, lo que se ha presentado como “borrador del mapa genético”
en el marco del Proyecto Genoma es en realidad un collage de pequeños
trozos de información clonados y pegados uno tras otro, algo que cualquier
estudiante de secundaria hubiera podido anticipar si en vez de los viejos
dogmas se le hubiesen explicado los nuevos hallazgos que venimos
mencionando y que el lector ya habrá deducido sin necesidad de ser biólogo
molecular: ¿cómo sería posible presentar un mapa fijo de un territorio en
constante cambio? El biólogo titular del CSIC en el Instituto de Recursos
Naturales y Agrobiología de Salamanca, Emilio Cervantes, escribe en su
blog: “no solo no se ha secuenciado ningún genoma eucariótico completo,
sino que se sabe muy bien que existen secuencias que eluden los programas
de secuenciación de genomas y cuando aparecen son ignoradas o
evitadas”[85]. Un abismo de conocimiento separa el genoma mecánico del
genoma fluido; un abismo que separa las máquinas de los seres vivos.
5. ¿Dónde está el cerebro?
 
Habitualmente utilizamos la palabra cabeza para referirnos a la
parte de nuestro cuerpo que piensa y da órdenes. Sin embargo, ya
se ha identificado presencia masiva de neuronas en otras dos partes
del cuerpo: el corazón y los intestinos. La coordinación entre ellos
es de vital importancia.
 
“Si nuestro cerebro fuera tan sencillo
como para poder entenderlo, seríamos
tan tontos que, de todos modos, no lo
podríamos entender”.
–Jostein Gaarder.
 
Uno de los grandes lastres que nos ha dejado la ciencia mecanicista es el de
la localización anatómica: todos tenemos más o menos asimilados esos
dibujos que ilustraban nuestros libros de ciencias naturales de los años
mozos que, lejos de emocionarnos con los misterios de la vida, nos
trasmitieron la idea de que nuestros cuerpos —al igual que el de los
animales y las plantas— eran mecanismos de relojería en los que cada cosa
tenía su lugar perfectamente localizado y una función perfectamente
definida.
 
Así que uno de los primeros esfuerzos que debemos ir haciendo si
queremos recuperar la fascinación por la vida es acostumbrarnos a su
constante fluir y pulsar, a su movimiento sin límites o —como decía
Margulis— a entenderla como un verbo más que como un sustantivo. Así
que, para empezar, las cosas no están donde nos dijeron que estaban.
 
EL CEREBRO EN EL CORAZÓN[86]
 
Recientes descubrimientos en el campo de la neurobiología nos muestran
una visión totalmente nueva del cerebro, repartido, que sepamos por ahora,
en tres zonas: la ya conocida en el interior del cráneo, las paredes del
intestino y el corazón, órgano que alberga más de cuarenta mil neuronas y
todo un sistema nervioso independiente asistido por neurotransmisores,
proteínas y células de apoyo que lo facultan para aprender, recordar,
percibir y tomar decisiones. Esto supone que estamos ante otra palabra a
cambiar, ya que la palabra latina de la que deriva, cerebrum, conserva la
raíz indoeuropea ker, que significa “cabeza”.
 
Según la investigadora francesa Annie Marquier, que dirige hace 30 años el
Instituto para el Desarrollo de la Persona, este cardio-cerebro se conecta
con el craneal por cuatro vías diferentes[87]:
 
· neurológica: mediante impulsos nerviosos;
 
· bioquímica: produciendo hormonas como la atriopeptina (ANF), que
libera a su vez oxitocina y contribuye a regular la homeostasis;
 
· biofísica: a través de ondas de presión impulsadas por los latidos;
 
·  energética: el corazón genera el más poderoso y extenso campo
electromagnético del cuerpo, 60 veces más grande que el craneal y
5.000 veces más potente.
 
Investigadores de la Universidad de Stanford en California vienen
realizando también asombrosos descubrimientos en este campo y
planteando retos a los viejos conceptos reduccionistas que veían el corazón
apenas como una bomba para impulsar la sangre. Tan solo dos semanas y
media después de la fecundación, el corazón del embrión humano comienza
a latir, antes de que se forme el cerebro: ¿de dónde vienen esos latidos?,
¿qué o quién los provoca? ¿De dónde proviene la inteligencia para iniciar y
regular los latidos del corazón en un ser apenas formado? Quizá el cerebro
más pequeño sea el centro, el origen de toda la expansión cerebral que aún
estamos lejos de conocer y comprender.
 
Marquier nos explica cómo los sentimientos cambian los patrones de ritmo
cardíaco, de modo que el campo electromagnético que generan —y que
puede percibirse y medirse a varios metros de distancia— aparece
desordenado cuando sentimos ira o frustración, y organizado y armónico
cuando sentimos amor o aprecio.
 
Así pues, las emociones negativas desorganizan esta compleja red de
interacciones, aunque podemos armonizarlas abriéndonos a los demás,
aceptando sus diferencias, manteniendo frecuentes contactos con la
naturaleza, trabajando en equipo, buscando momentos de soledad,
meditando y viviendo con sencillez.
 
EL CEREBRO EN EL INTESTINO[88]
 
El Dr. Michael D. Gershon, jefe del departamento de anatomía y biología
celular de la Universidad de Columbia en Nueva York, es considerado
padre de una nueva ciencia denominada neurogastroenterología. La
palabreja designa la versión moderna de conocimientos ancestrales como el
Hara de las artes marciales japonesas o el Dan Tien de la medicina china;
en ambas ciencias tradicionales se consideraba que la clave del control del
organismo a nivel físico, mental, emocional y espiritual estaba en los
intestinos.
 
El significativo título de la obra de Gershon es El segundo cerebro[89], y es
que, aunque la presencia de neuronas en nuestro sistema digestivo se
descubrió a mediados del siglo XIX, no se sospechaba la importancia de ese
órgano expandido y oculto entre los pliegues de nuestro intestino. Tras los
trabajos pioneros de Johannis Langley y Byron Robinson —británico y
estadounidense respectivamente— a comienzos del siglo XX, la
investigación sobre el “cerebro abdominal y pélvico” quedó en el olvido
hasta que Gershon la retoma en la década de los noventa.
 
Investigaciones muy recientes nos detallan que se trata de quinientos
millones de neuronas distribuidas en dos redes: una más externa —el
llamado plexo de Auerbach— y otra más interna —el plexo de Meissner—,
ambas desparramadas por esófago, estómago, intestino delgado y colon.
 
Esta masa de neuronas, también denominada sistema nervioso entérico,
conectado con el sistema nervioso periférico a través del nervio vago y la
espina dorsal, envía y recibe impulsos nerviosos del cerebro craneal,
recuerda experiencias, aprende, responde a emociones, produce
neurotransmisores... Durante un tiempo se creyó que se limitaba a obedecer
instrucciones del primer cerebro, pero muy pronto se demostró que la
comunicación es bidireccional; de hecho, es la única parte del cuerpo
conocida que es capaz de rechazar una orden cerebral.
 
Poco a poco, la investigación ha ido desvelando más y más datos sobre este
órgano sorprendente: como ocurre con el cerebro craneal y con el resto de
los componentes del sistema nervioso, la maduración y el desarrollo del
segundo cerebro depende de factores neurotróficos y citoquinas
contenidas en la leche materna; al igual que el cerebro localizado en el
cráneo, se soporta sobre células gliales, produce neurotransmisores —se
han identificado cuarenta en el cerebro intestinal y cien en el cerebro
craneal— y segrega sustancias psicoactivas: la inmensa mayoría de la
serotonina —un 95% frente al 5% del primer cerebro—, dopamina,
noradrenalina, benzodiacepinas, neuropéptidos —que comunican las
neuronas entre sí y con las células inmunitarias—, glutamato y óxido
nítrico.
 
Ambos cerebros están también conectados a nivel de ritmos biológicos
sutiles: el cerebro craneal mantiene durante el sueño una resonancia de
ondas muy lentas —con ciclos de 90 minutos— con etapas intercaladas de
frecuencias mucho más rápidas correspondientes a un sueño más ligero y
caracterizadas por el movimiento rápido de ojos que ha dado nombre a esa
peculiar fase: REM. Pues bien, los movimientos musculares intestinales
mantienen una frecuencia similar —90 minutos— y también con
frecuencias rápidas intercaladas. Más aún, los problemas intestinales suelen
reflejarse en alteraciones de la fase REM.
 
En el curso de la evolución, los dos cerebros se formaron por separado,
incluso hay autores que consideran que el segundo cerebro fue en realidad
el primero en formarse en animales muy simples, compuestos casi
enteramente por un tubo digestivo. A medida que las especies fueron
haciéndose más complejas, se desarrollaron también sistemas nerviosos a la
medida de sus necesidades, pero las funciones digestivas —y otras
asociadas al sistema nervioso entérico— quedaron delegadas hasta que
ambos cerebros se conectaron.
 
Este mismo proceso se repite en cada individuo durante el desarrollo
embrionario: la cresta neural se divide para formar por separado el sistema
nervioso central y el entérico, que posteriormente se conectarán mediante el
nervio vago.
 
DISBIOSIS INTESTINAL
 
El segundo cerebro comparte, pues, un hábitat especialmente delicado con
la mayor concentración de simbiontes de nuestro organismo: la
erróneamente denominada “flora intestinal”; y decimos erróneamente
porque obviamente no se trata de plantas, sino de bacterias, levaduras,
hongos y otros microorganismos. En 2008 se calculaba que al menos habría
unos 40.000 tipos de bacterias en el tracto intestinal, muchas de ellas aún
sin describir[90].
 
La enorme proporción de microbios, la multitud de funciones vitales
asociadas al intestino y la complejidad de los procesos biológicos
implicados —absorción de nutrientes, producción de enzimas digestivas y
vitaminas, maduración del linfocitos y mantenimiento del ambiente
adecuado para la convivencia simbiótica— hablan por sí mismos de la
necesidad de preservar unas condiciones adecuadas para la buena
convivencia en esa zona especialmente sensible, así como de analizar sus
múltiples conexiones con el resto de órganos y sistemas para poder prevenir
o tratar posibles trastornos, desequilibrios o dolencias.
 
Factores que alteran la pulsación intestinal: impactos emocionales, estrés
crónico, fármacos —especialmente antiinflamatorios y esteroides—,
deficiencias nutricionales —por alimentos proinflamatorios como el café, el
alcohol, los lácteos, el azúcar, los fritos, procesados, picantes—, respiración
inadecuada o insuficiente, masticar poco los alimentos...
 
Los alimentos que no son digeridos adecuadamente se pudren y fermentan,
generando gases y elevando la temperatura, lo que aumenta aún más la
fermentación y la irritación. Se produce una inflamación —acompañada de
posibles migrañas, palpitaciones, irritabilidad, dolores menstruales o
mareos— que provoca una disminución en la permeabilidad de las paredes
del intestino —que tienen tan solo unas micras de grosor para permitir el
paso correcto de los nutrientes—, lo que deja pasar tóxicos, proteínas largas
y elementos extraños a la matriz extracelular y activa el crecimiento de
levaduras y cándidas de diferentes especies.
 
Algunas cándidas se transforman en micelios micóticos y producen rizoides
(largas raíces) que penetran la mucosa intestinal; otras segregan sustancias
tóxicas como el acetaldehído, que produce reacciones nerviosas, de pánico,
taquicardias y sofocos; otras segregan histamina, que bloquea enzimas
metabólicas, destruye la vitamina B6, protectora de las membranas, y el
glutatión y la cisteína, elementos controladores del estrés, como veremos en
el próximo capítulo.
 
Esta intoxicación generalizada produce un círculo vicioso, generando más
inflamación y retomando la cadena de distorsiones. Además, el aumento de
sustancias tóxicas sobrecarga el órgano dedicado a filtrar químicos, el cual
necesita unos nutrientes extras que no tiene debido a la deficiente absorción
de nutrientes. El resultado es una inflamación crónica que causa o potencia
dolores musculares y articulares, fiebre, insomnio, enfermedad de Crohn,
las llamadas “intolerancias alimentarias” y “alergias”, insomnio,
depresión... y altera las reacciones inmunitarias, el 80% de las cuales se
producen en el intestino.
6. ¿Existe un sistema inmunitario?
 
Lo que en un primer momento, debido a la influencia de la teoría
microbiana, se interpretó como un sistema defensivo es, a la luz de
las nuevas investigaciones, un sistema de limpieza y reciclaje, de
aprovechamiento de la energía vital y de regulación de la
convivencia con los microorganismos.
 
“Una máquina debe ser perfecta. El
perfeccionismo es una característica
esencial del pensamiento mecanicista.
La Naturaleza es imprecisa. La
Naturaleza no opera mecánicamente
sino funcionalmente”.
–Wilhelm Reich.
 
En lógica correspondencia con la teoría microbiana —que nos habla de los
ejércitos invasores— fue desarrollándose una investigación para dar cuenta
del “otro bando” en el marco de esta visión belicista de la salud: los
ejércitos defensores. La Enciclopedia Británica nos explica de este modo en
qué consisten: “La inmunidad frente a la enfermedad la confieren en
realidad dos sistemas de defensa cooperativos, llamados inmunidad innata
no específica e inmunidad específica adquirida. Los mecanismos de
protección no específicos repelen por igual a todos los microorganismos,
mientras que las respuestas inmunes específicas se adaptan a tipos
particulares de invasores. Ambos sistemas funcionan juntos para impedir
que organismos penetren y proliferen dentro del cuerpo”[91].
 
Vemos, pues, que la propuesta de ese “sistema inmunitario” viene a reforzar
dos ideas que se han demostrado totalmente erróneas: que los microbios son
los causantes de enfermedades y que vienen del exterior, y añade una
tercera complementaria: que disponemos de un sistema dedicado
específicamente a neutralizar o destruir a esos peligrosos invasores y que
gracias a él conseguimos inmunidad, es decir, nos convertimos en
invulnerables.
 
Debido a la mirada “pasteurizada” o “bacterofóbica”, los descubrimientos
relacionados con los mecanismos biológicos que de un modo u otro tenían
relación con microorganismos fueron interpretados siempre en un contexto
belicista y clasificados como parte de un supuesto “sistema defensivo” en la
“guerra contra los microbios” decretada por los seguidores de Pasteur. Y
ello a pesar de que se estaban produciendo hallazgos de crucial importancia
que fueron inmediatamente arrumbados en los cajones del olvido porque no
encajaban con la teoría destinada a convertirse en uno de los dogmas
fundamentales de la medicina occidental moderna. Y junto a esos logros
surgían preguntas sin respuesta para quienes basaban su teoría en la
oposición “propio/extraño”: ¿Por qué el sistema inmunitario no reacciona
contra el embrión, al que podemos considerar un cuerpo extraño? ¿Cómo se
explican las enfermedades llamadas autoinmunes en las que el sistema
inmunitario se vuelve contra el propio cuerpo? ¿Por qué el ejército
defensivo no actúa contra la flora intestinal o contra las células cancerosas?
¿Cómo es posible que, si el VIH destruye las “defensas”, se sigan
produciendo anticuerpos?
 
Es muy posible que, a estas alturas de nuestra exposición, el lector se haga
una pregunta mucho más trascendente que estas, una pregunta para la que
no hace falta formación especializada alguna sino más bien lo contrario:
estar libre de los prejuicios que suponen estudiar una carrera de biología o
medicina totalmente escorada hacia un enfoque determinado de la vida y la
salud. La pregunta es la siguiente: ¿tendría sentido que la vida hubiese
impulsado la cooperación entre microbios hasta el punto de
convertirlos en parte de nuestro ser y al mismo tiempo nos dotara de
armas para exterminarlos?
 
Por supuesto, se trataba de una pregunta retórica. Si nuestra propia intuición
no nos proporcionaba la respuesta, la síntesis de los descubrimientos que
hemos expuesto no nos deja casi margen para la duda: no, no tendría el
menor sentido. Pero lo que sí tendría sentido, y mucho, es que la evolución
se haya ocupado de desarrollar herramientas biológicas que nos sirvan
para regular y mantener la colaboración con los simbiontes. Y gran
parte de esas herramientas —que han sido capaces de mantener y
desarrollar la vida durante cuatro mil millones de años— son precisamente
las que se han interpretado incorrectamente como sistema defensivo debido
al prejuicio belicista pasteurizado.
 
La mayoría de las técnicas que se inspiran en las medicinas tradicionales o
naturales hablan de un “sistema autocurativo”. Se trata de un término
propuesto desde la mirada médica, desde un punto de vista que, aunque
holístico y muy alejado del reduccionismo de la medicina moderna, se
centra en el ser humano sin tener en cuenta la perspectiva global ecológica
que venimos exponiendo. Desde esa perspectiva que observa al animal
humano como parte de una comunidad viviente colectiva interconectada
mediante la simbiosis, ese sistema, esas herramientas tienen repercusión
sobre la salud en la medida en que actúan sobre la simbiosis, y tendrían que
denominarse de otro modo.
 
Puesto que los sistemas orgánicos suelen recibir su nombre en relación con
la función que cumplen —sistema digestivo, sistema respiratorio, sistema
excretor...—, proponemos hacer lo mismo con este sistema, cuyo propósito
no es en absoluto conferir inmunidad —algo que sería muy difícil, por no
decir imposible, hablando de lo viviente—. De modo que el paso siguiente
es exponer cuáles son —a la luz de las nuevas investigaciones— las tareas
que este sistema desarrolla.
 
SISTEMA DE REGULACIÓN DE LA SIMBIOSIS
 
Los últimos cálculos realizados —publicados por Annals of Human Biology
en 2013[92]— para establecer la cantidad de células de nuestro cuerpo
arrojan un resultado de 3,72x10[93], es decir algo más de 37 billones de
células, un uno por ciento de las cuales —o sea, 372 mil millones— muere
cada día y deben ser repuestas mediante división celular.
 
Parte de los restos de las células muertas son aprovechables; otra parte hay
que eliminarla, incluyendo los productos de desecho del metabolismo
celular. Es algo así como la gestión de las basuras en un pueblo: una parte
puede reciclarse si se recoge y procesa adecuadamente, y otra parte debe ir
al vertedero. Se trata de tareas fundamentales para la salud
medioambiental en el pueblo y para la salud humana en el caso de las
células: es indispensable eliminar la basura. Y, además, es indispensable
hacerlo a diario para impedir que se acumulen, y hacerlo por la noche,
cuando el resto de los trabajadores está descansando.
 
¿Quién hace esa tarea? ¿Quiénes son los basureros del cuerpo? Una pista:
¿sería posible confundir a los basureros con sus camiones y escobas con un
ejército desplegado en plena noche en nuestras calles con tanques y fusiles?
Pues eso es exactamente lo que ha ocurrido con nuestros barrenderos y
basureros: se ha confundido a las células que realizan la inmensa y crucial
tarea de reciclaje y limpieza celular con un ejército defensivo; de ahí que
se les denomine precisamente “defensas” cuando en realidad habría que
llamarlas “basureros”.
 
Tenemos, pues, identificada una primera labor, quizá la más importante,
pero que pasa desapercibida por llevarse a cabo de modo cotidiano, con
enorme eficacia y en silencio, es decir, sin provocar “síntomas” visibles.
Pero hemos visto también que, por cada célula, en nuestro cuerpo viven al
menos diez bacterias y cien virus, y, mucho más importante, que nuestra
célula es el resultado de la integración de distintos tipos de
microorganismos que permiten realizar las complejas tareas necesarias para
la supervivencia; entre ellas, una absolutamente ineludible es la generación
de energía vital. De este modo, a las tareas de limpieza hay que añadir las
que garantizan una correcta producción de energía y la de regulación de
la convivencia interna.
 
Para llevar a cabo todas esas tareas y como fruto de la interacción con el
entorno durante miles de millones de años, hemos desarrollado un sistema
que desde el paradigma belicista se ha denominado “sistema inmunitario”,
considerando que se trata de un ejército defensivo, y que desde el
paradigma de la cooperación, si aplicamos el criterio de darle nombre en
función de la tarea que cumple, podríamos denominar “sistema de
reciclaje”, “sistema de regulación de flujos de energía”, “sistema de
emergencia antiestrés”... o, procurando reunirlos todos y simplificar,
podríamos sencillamente llamarlo “sistema de regulación de la simbiosis”,
haciendo referencia a la finalidad última de todas esas tareas: la buena
convivencia.
 
Aunque el funcionamiento de este sistema implica numerosos elementos en
interacción con otros sistemas, como el linfático, el hormonal, el nervioso,
el circulatorio, el respiratorio o el termorregulador, con los ritmos
biológicos, los procesos de crecimiento y desarrollo, el psiquismo y las
emociones, todo ello conectado a través del océano interno con las células y
los simbiontes, vamos a destacar algunos elementos fundamentales a partir
de investigaciones recogidas y puestas en conexión por el Dr. Heinrich
Kremer en su libro ya citado, La revolución silenciosa en la medicina del
cáncer y del sida.
 
Los operarios encargados de llevar a cabo los trabajos que hemos descrito
son una multitud de células especializadas producidas en la médula ósea,
entre las que destacan dos tipos:
 
· Linfocitos T (que maduran en el timo): se encargan principalmente
de la labor diaria, casi silenciosa pero enorme, de reciclar y eliminar
las células que mueren, fijándose a las células que navegan en el
océano interno.
 
· Linfocitos B (bone marrow: médula ósea): actúan de forma puntual
para corregir desequilibrios ecológicos en la microGaia, eliminando
elementos que rompen la armonía de la convivencia que implica la
simbiosis y que pueden resultar tóxicos.
 
Estos dos grupos de células trabajan, como hemos señalado, en
coordinación con otras y con numerosos órganos y tejidos, y en última
instancia implican al organismo en su conjunto, ya que la salud y la vida
dependen de la eliminación de la basura, pero también de asegurar el
equilibrio en los flujos de energía, la cooperación con los simbiontes y la
recuperación del equilibrio cuando se pierde.
 
Vamos a centrarnos ahora en este segundo grupo de tareas.
 
SISTEMA DE EMERGENCIA ANTIESTRÉS[94]
 
Cuando se producen agresiones —que pueden tener un origen tóxico,
psíquico, traumático, nutritivo o microbiano— este sistema actúa como un
mecanismo de emergencia, provocando una serie de reacciones celulares y
hormonales con el objetivo de restablecer el equilibrio perdido.
 
Para comprenderlo mejor, vamos a retomar lo que explicamos en el capítulo
2 sobre las reacciones redox, situándolo ahora en el contexto de todo el
conjunto de reacciones bioquímicas y procesos fisicoquímicos que tienen
lugar en el organismo y que denominamos metabolismo.
 
Estos procesos pueden dividirse en dos categorías opuestas y
complementarias:
 
· Catabolismo: consiste en deshacer moléculas para obtener energía.
 
· Anabolismo: consiste en fabricar moléculas a partir de los nutrientes
utilizando la energía disponible.
 
En ambos procesos tiene una importancia capital el transporte de electrones
para la liberación de energía. Y, como ya señalamos, el paso de electrones
de una sustancia a otra se llama reacción redox —reacción de oxidación y
reducción—, en la que la sustancia que “suelta” o “cede” electrones
aumenta su estado de oxidación, mientras la sustancia que los “capta” o
“recibe” aumenta su estado de reducción. Pues bien, las células T están
constantemente vigilando el equilibrio redox del medio interno para que se
produzcan adecuadamente los flujos de energía y sustancias. Y ese
complejo equilibrio dinámico está moderado por los simbiontes y por una
molécula muy especial denominada óxido nítrico (ON).
 
En 1860 el respetado médico, anestesista y fisiólogo inglés Benjamin
Ward Richardson desaconsejó el uso medicinal del nitrito de amilo y la
nitroglicerina debido a sus peligrosos efectos. Tan solo siete años después,
otro respetado médico, en este caso escocés, estaba planteando lo contrario:
el nitrito de amilo podía utilizarse de modo eficaz para prevenir la angina de
pecho, ya que dilata los capilares sanguíneos y provoca una bajada en la
presión de la sangre. Posteriormente, el bioquímico H. H. Mitchell llegó a
la conclusión de que el óxido nítrico se producía de forma natural en el
cuerpo y por tanto debía tener una función. Pero ¿cómo es posible que una
sustancia tan peligrosa pueda ser fabricada por el organismo y qué función
biológica podría cumplir un gas considerado como tóxico?
 
A partir de 1973, se reactivó la investigación del óxido nítrico,
produciéndose descubrimientos en una veintena de disciplinas y
especialidades, entre las que destacan la inmunología, hematología,
cardiología, oncología, investigación del sueño, del estrés, diabetes, sepsis,
pulmón, trasplantes de órganos, investigación cerebral y del sistema
nervioso, la esclerosis múltiple o la medicina sexual. En 1992, la revista
Science la nombró “molécula de la década”, y en 1998 los investigadores
que habían descubierto sus importantes propiedades recibieron el Premio
Nobel.
 
Prácticamente todos los tipos de células del organismo producen pequeñas
cantidades de gas ON. Además, las enzimas que sintetizan el ON son únicas
entre miles y, sin embargo, similares entre mamíferos —incluido el humano
— y bacterias, y han mantenido sus funciones a lo largo de la evolución:
 
· Regulación de las reacciones redox dentro de las células y entre
células.
 
· Servir como neurotransmisor entre el sistema nervioso central y el
periférico.
 
· Eliminación de elementos extraños o peligrosos dentro de las
células.
 
· Modulación de los perfiles químicos de los linfocitos T.
 
Si se producen agresiones que impiden el mantenimiento del equilibrio
redox en el interior de las células, salta un sistema de emergencia que actúa
más allá en la matriz extracelular, modulando y adaptando las reacciones
siguiendo siempre las mismas leyes biológicas evolutivas
independientemente del origen de la agresión, de tal modo que en
condiciones normales se produce la siguiente cadena de reacciones:
 
· La alteración produce un desequilibrio en las reacciones redox
hacia la oxidación.
 
· La reacción oxidante cambia el perfil de las citoquinas —pequeñas
proteínas que a su vez regulan el perfil químico de los linfocitos T. En
1986, Tim Mosmann y Robert F. Coffman identificaron dos perfiles
químicos para los linfocitos T, a los que denominaron Th1 y Th2 (por
las iniciales inglesas de células T-ayudantes: T-helper).
 
· Se produce un cambio del perfil Th1 a Th2: el primero activa
macrófagos y produce óxido nítrico; el segundo activa linfocitos B y
produce anticuerpos.
 
· El cambio a Th2 provoca el repliegue de Linfocitos T a ganglios
linfáticos y, por tanto, disminuye o cesa el reciclaje celular y las
tareas de limpieza.
 
· Se inhibe la producción de gas ON, que actúa dentro de las células
para eliminar agentes tóxicos o una proliferación excesiva de
microbios.
 
· Se estimula la producción de linfocitos B, lo que se traduce en un
aumento en la producción de anticuerpos.
 
· El organismo se inclina hacia el catabolismo, segregando adrenalina
y liberando proteasas y radicales libres, sustancias que se ocupan de
“cortar” moléculas; con ello aumenta la oxidación y se acumulan
residuos.
 
· Dependiendo de la intensidad de la agresión, se produce un
determinado estrés oxidante, provocando un gasto extra de
sustancias antioxidantes.
 
· Se segregan grandes cantidades de cortisol para controlar la
inflamación.
 
· Solucionada la emergencia, se restablece el equilibrio redox; vuelve
a cambiar el perfil de las citoquinas, lo que provoca un retorno al
perfil Th1; el metabolismo pasa del catabolismo al anabolismo y se
vuelven a activar los linfocitos T y, por tanto, las labores de reciclaje
y limpieza de los restos acumulados.
 
Algunos de los factores que pueden desatar esas reacciones son: lesiones
repetidas, operaciones quirúrgicas, el agua contaminada, las proteínas
coagulantes, el esperma en las relaciones anales, los metales pesados
presentes en empastes (mercurio, aluminio, plomo, arsénico...), alimentos,
agua, vacunas, antibióticos, quimioterapia, fungicidas, insecticidas,
conservantes y aditivos, las reacciones inflamatorias prolongadas, el déficit
de sustancias antioxidantes o el abuso de sustancias oxidantes.
 
Este mecanismo de emergencia actúa —a veces sin que seamos conscientes
de ello— en el caso de pequeñas agresiones puntuales que tienen incluso su
sentido biológico y que son indispensables para la supervivencia. Sin
embargo, si la situación que genera el desequilibrio persiste, el estrés se
convierte en crónico, las reacciones redox están fuertemente inclinadas a la
oxidación, el organismo se estanca en una situación de catabolismo con
consecuencias fácilmente deducibles: la limpieza y el reciclaje se detienen
de modo permanente, lo que produce un estado creciente de intoxicación, se
gasta más energía de la que se produce, se fabrican anticuerpos que acaban
actuando contra las propias células y se descontrola la proliferación de
microbios y hongos, es decir, se rompe la convivencia, pero, al estar
inhibida la producción de gas ON, no pueden ser controlados, y, aunque se
segregan grandes cantidades de cortisol, el estrés anula su efecto, por lo que
el organismo entra en un estado de inflamación sistémica que en casos
extremos puede llevar a la muerte.
 
¿CÓMO SE DESARROLLA EL SISTEMA REGULADOR DE LA
SIMBIOSIS?
 
Los antropólogos no se ponen de acuerdo para explicar por qué el embarazo
del mamífero humano es tan corto, al menos si lo comparamos con el
tiempo de vida media de cada mamífero. Algunos lo achacan al hecho de
que el parto debe producirse antes de que la cabeza del bebé supere el
umbral máximo del canal a través del coxis de la madre; otros apuntan una
razón de tipo energético: a la altura del noveno mes, la madre ya emplea el
doble de energía de la que puede generar[95].
 
En cualquier caso, lo que sí es evidente es que el mamífero humano nace
sin haber completado su desarrollo, y por eso Wilhelm Reich decía que hay
que considerarlo como un feto al menos durante el primer año de vida fuera
del útero.
 
Desde esta perspectiva, podemos considerar la leche materna como un
fluido de conexión entre la madre y el bebé una vez cortado el cordón
umbilical que los mantenía en íntimo contacto mientras estuvo en la
cavidad amniótica. De modo que este “segundo cordón umbilical” —al
igual que lo hacía el primero— garantiza la nutrición, y al mismo tiempo
asegura un desarrollo saludable de los distintos sistemas durante al menos
los dos primeros años de vida.
 
Todos los mamíferos —incluyendo el humano— mantienen una serie de
programas neurológicos idénticos regulados por su cerebro arcaico y están
conectados con el sistema hormonal, muy similares en todas las especies y
cuya finalidad es satisfacer cuatro necesidades básicas que estaban
garantizadas en el útero: oxígeno, nutrición, calor y protección.
 
Una vez en el exterior, lo que garantiza la interrelación madre-bebé y el
estímulo recíproco para un desarrollo adecuado es el contacto piel con piel
con el cuerpo de la madre; de este modo, el bebé estimula la segregación de
las hormonas que necesita para nutrirse y completar su desarrollo
neurofisiológico.
 
A partir de las investigaciones del neonatólogo sudafricano Nils Bergman,
sabemos que sacar al bebé de su hábitat, o sea del cuerpo de la madre, cierra
el programa biológico de nutrición y abre uno de defensa: segregación de
cortisol y hormonas del estrés, que pueden dañar el sistema neurológico y
potenciar la percepción del dolor.
 
La separación sumada a condiciones de luz intensa, ruido, manipulaciones
y análisis habituales en las unidades de cuidados del hospital pueden
multiplicar por diez el nivel de cortisol, constituyendo un grave peligro de
daño cerebral. Se ha comprobado que, en esas condiciones, los bebés
devueltos a los brazos de sus madres recuperan los niveles normales en tan
solo una hora.
 
Si la separación se mantiene y el estrés persiste, el bebé pone en marcha un
tercer programa de emergencia, un programa de desconexión para evitar a
toda costa el sufrimiento, pero que puede provocar secuelas
psicoemocionales y patologías de distinto tipo: trastornos en el sueño,
retrasos en el crecimiento, alteraciones alimentarias, dificultades en el
desarrollo psíquico, relacional y afectivo y una mayor vulnerabilidad a
enfermedades.
 
Podemos decir, pues, que la lactancia materna es nutrición solo en una
pequeña parte; el resto de sus funciones tienen que ver con la estimulación
de los órganos que han completado su formación en el útero pero necesitan
una larga etapa de maduración garantizada solo por la interacción de la
díada madre-bebé:
 
· El bebé regula la producción de leche según sus necesidades en cada
momento del día y a lo largo de su crecimiento, impulsando los
cambios necesarios en cantidad y composición.
 
· Mamá y bebé poseen un mecanismo de regulación mutua de la
temperatura: tras el parto, la temperatura de la madre es un grado más
alta de lo habitual y puede subir o bajar según lo necesite el bebé.
 
· Además de los nutrientes necesarios, en la proporción y cantidad
adecuada a cada momento y etapa, la leche materna contiene
hormonas, factores de crecimiento, células madre para
emergencias, linfocitos T para su uso a largo plazo, compuestos
antiinflamatorios y factores neurotróficos necesarios para la
maduración de los sistemas nerviosos y neuronales repartidos por
todo el cuerpo.
 
· Por último, la leche materna contiene los elementos necesarios
para la maduración y puesta a punto del sistema de regulación de
la simbiosis: células, enzimas, citoquinas, prebióticos y una multitud
de especies diferentes de microorganismos que van poco a poco
sumándose a los adquiridos en la placenta y durante el parto.
 
Aunque no se conoce con precisión el desarrollo de esta compleja trama de
sistemas y, por tanto, no se puede establecer con exactitud su duración,
investigaciones realizadas en diferentes campos —neurología, psicología,
neonatología, endocrinología, bioquímica, entre otras— van añadiendo
poco a poco elementos a un proceso estimado en torno a los dos años.
 
Lo que sí sabemos es que los linfocitos T que pasan a la placenta durante el
embarazo producen citoquinas de perfil Th2 mediante el incremento de los
niveles de progesterona por motivos de protección y seguridad debido a que
las enzimas que inducen ese perfil impiden la síntesis y difusión del óxido
nítrico, potencialmente tóxico en el caso del recién nacido, y de citoquinas
proinflamatorias (IL-1B y TNFa). De hecho, se ha demostrado en
experimentos con animales y humanos que si predominara el perfil Th1 el
embarazo podría verse interrumpido.
 
Esto tiene como consecuencia que el bebé nace con un perfil Th2, y por
tanto necesita un “entrenamiento” biológico para poner a punto las
complejas reacciones de reequilibrio que implica el círculo que hemos
descrito, en el que participan ambos perfiles químicos, Th1 y Th2, así como
la compleja red de procesos hormonales y neurológicos que los acompañan.
 
Ese entrenamiento lo llevan a cabo mediante el contacto progresivo con
comunidades bacterianas, desde su estancia en el útero, durante el parto y
posteriormente a través de la leche materna y el cuerpo de la madre. Y son
los síntomas visibles, a veces más intensos, de ese entrenamiento, lo que
desde la óptica pasteurizada se considera enfermedades bacterianas y contra
las que se emplean habitualmente vacunas y antibióticos que —al igual que
las vitaminas sintéticas, fármacos, nutrición inadecuada y los traumas
causados por embarazos, partos y crianzas no ecológicas ni respetuosas con
la autorregulación natural— obstaculizan el proceso de maduración de los
linfocitos T, manteniendo la tendencia a un desequilibrio hacia los Th2,
distorsionando todos los procesos íntimamente ligados y dando lugar a
problemas de alergia, asma, inmunodeficiencia y otros.
7. La “enfermedad” como programa biológico
 
El concepto de salud que se desprende de los nuevos
conocimientos de la biología nos devuelve nuestra capacidad de
decisión porque explica los problemas de salud desde su relación
con los hábitos de vida y con las condiciones del entorno en el que
vivimos, estimulando la autogestión, la cooperación y el activismo
para transformar el medio desde la conciencia.
 
“Yo también hablo de la vuelta a la
Naturaleza, aunque esa vuelta no
significa ir hacia atrás, sino hacia
delante”.
–Friedrich Nietzsche.
 
Tienes frío, tiemblas, la frente te arde, el sudor envuelve tu cuerpo y sientes
que brazos y piernas te pesan abrumadoramente. Sientes náuseas y mareos
al intentar levantarte. La tos atenaza tu garganta. Todos hemos sentido
alguna vez estas molestias sin pararnos a reflexionar sobre su causa y sobre
cómo actuar. Si nos tomamos ese tiempo, podremos comparar dos visiones
muy diferentes de la salud, de la enfermedad y de la medicina.
 
Según la medicina moderna, occidental, que domina en los sistemas
sanitarios de prácticamente todo el planeta, lo que tienes es un resfriado
común o —si los síntomas son más intensos— una gripe. En ambos casos,
el causante es un virus que “has pillado” por mala suerte o porque estás
“bajo de defensas”; la estrategia de prevención para la gripe es la
vacunación —a pesar de que cada año se hace evidente su completa
inutilidad— y el tratamiento —además de los consabidos antibióticos— es
invariablemente sintomático: analgésicos para el dolor, antitusígenos para la
tos, antipirético para la fiebre, antihistamínicos para la congestión nasal, y
así sucesivamente.
 
Existe otra forma de contemplar estos síntomas: como avisos de nuestro
cuerpo agotado por un modo de vida agresivo, en continua tensión, rodeado
de prejuicios, miedos y emociones negativas, alejado de la naturaleza,
obligado a trabajar de modo aberrante, a consumir aire y agua
contaminados y alimentos desnaturalizados y llenos de productos químicos.
 
La primera concepción se basa —como hemos visto con detalle— en una
visión militarista de la salud y la enfermedad en la que nuestras defensas
luchan constantemente contra invasores extraños que quieren destruirnos.
La segunda se basa en conocimientos tradicionales complementados
por investigaciones recientes que, partiendo de una visión global,
aportan otra visión de la salud y otro modo de actuar cuando se pierde.
 
Existe una diferencia crucial entre vivir atemorizados y a la defensiva,
dependiendo de otros para que nos protejan, y vivir abiertos al mundo,
siendo responsables de nuestra vida y del modo de vivirla: cada una de estas
actitudes determina desde la raíz nuestro estado de salud.
 
Un factor clave para el triunfo y la imposición del enfoque belicista —junto
con la dinámica histórica del estamento médico y su relación de autoridad
con los pacientes— fue el apoyo interesado de la entonces naciente
industria farmacéutica, que vio inmediatamente el potencial lucrativo que
supondría el desarrollo y la comercialización de productos para luchar
contra los microbios o paliar los síntomas que alteran nuestras rutinas.
 
Todo ello acabó imponiendo un modelo médico que combina el
mecanicismo simplista con los remedios farmacológicos a corto plazo,
un modelo deshumanizado que clasifica a las personas y aplica protocolos
estandarizados para tratar los problemas de modo desconectado y agresivo,
dejando intactas las condiciones que los generaron.
 
UNA VISIÓN HOLÍSTICA
 
Desde el otro punto de vista —que vamos a denominar holístico para
expresar que se trata de una visión global que tiene en cuenta la enorme
complejidad de la vida y las interrelaciones de los seres vivos entre sí y con
la naturaleza— nos sobra la palabra “enfermedad” y cualquier otro término
que tenga una carga negativa.
 
A partir de la visión de la vida que hemos ido relatando, desarrollamos otra
visión de la salud y, al mismo tiempo, otra visión de los trastornos como
avisos, desequilibrios, agotamiento, agresiones tóxicas o emocionales, pero
también como señales de que nuestro sistema autocurativo ha puesto en
marcha un programa biológico para recuperar el equilibrio perdido.
Lo que necesitamos en ese momento es dejar actuar a la naturaleza en
lugar de bloquearla o reprimirla.
 
Esta visión —que constituye la base de la higiene vital[96], que se remonta
a las civilizaciones antiguas y que fue relanzada en Estados Unidos a finales
del siglo XIX y difundida en España, básicamente en Euskadi, por el
colectivo Sumendi[97] o los médicos Eneko Landaburu, Antonio
Palomar y Karmelo Bizkarra— retoma las enseñanzas tradicionales, que
no se llamaban medicinas sino ciencias de la salud, y las complementa con
descubrimientos recientes: la función cooperadora de bacterias y virus, la
importancia de nuestro océano interno para los procesos vitales, la
interrelación de nuestras células con el microecosistema en el que viven y
con el macroecosistema en el que vivimos todos los seres vivos del planeta,
la complejidad de la red de la vida y de todos los procesos ligados a ella, no
solo en el plano fisicoquímico y energético, sino en el mental, el emocional
y el espiritual.
 
UN MODELO MÉDICO AL SERVICIO DEL PODER
 
Todo ello supone un cambio radical —desde la raíz— de nuestro modo de
concebir la salud, empezando por el lenguaje mismo, ya que nuestros
esquemas mentales están construidos con ese lenguaje negativo,
fragmentario, mecanicista, reduccionista, que determina nuestro
comportamiento y nuestra visión del mundo. Es preciso devolver a los
procesos biológicos el significado positivo que realmente tienen,
desterrando expresiones como “he pillado...”, “me han contagiado...”,
“estoy bajo de defensas” o términos como “patógenos”, “infección”,
“virulento”, y buscar una terminología que describa correctamente lo que
suponen esos programas bio-lógicos que mantienen la vida y la salud.
 
Pero también es preciso interiorizar estos cambios en nuestro día a día,
sustituyendo lo que la medicina llama “prevenir y curar” por cambios en
nuestros hábitos de vida que favorezcan el equilibrio y la salud, pero
también la capacidad de colaborar con nuestro cuerpo cuando necesita
hacer un alto, recuperarse, reequilibrarse.
 
La mayoría de las personas, sobre todo en los países industrializados, no
decide sobre su salud. Por una parte, la salud está en manos de las
grandes corporaciones farmacéuticas y alimentarias, y, por otro, los
sistemas sanitarios colocan a los médicos en una posición de autoridad que
arrebata a los pacientes —nunca mejor dicho— la capacidad de decidir e
incluso de recibir información sobre lo que le pasa y sobre las pruebas y
tratamientos que se le prescriben.
 
El modelo médico dominante se basa así en la autoridad. Por una parte, la
autoridad de la ciencia, monopolizada por intereses de poder que la han
convertido en una herramienta de dominación imponiendo de modo
dogmático sus planteamientos mecanicistas totalmente alejados de la
naturaleza. La práctica totalidad de los sistemas sanitarios del mundo sigue
obedientemente las consignas que marcan las agencias del Departamento de
Salud estadounidense, entre las que destacan la FDA (Food and Drugs
Administration: Administración de Medicamentos y Alimentos), que
autoriza los fármacos y alimentos que pueden comercializarse, y los CDC
(Centers for Disease Control: Centros para el Control de las Enfermedades),
que marcan los criterios de definición, diagnóstico y tratamiento de las
enfermedades[98].
 
Por otra parte, la autoridad más cotidiana e inmediata, la que ejercen los
propios médicos con una mezcla de superioridad y paternalismo,
manteniendo conocimientos básicos de salud apartados de la gente y
favoreciendo así la ignorancia y el miedo, allanando el terreno para la
manipulación bajo influencia de los laboratorios farmacéuticos, una de las
industrias más poderosas del mundo que, con la complicidad de los
médicos, ha transformado el cuidado de la salud en la gestión de la
enfermedad. Incluso las llamadas medicinas alternativas —aunque utilicen
productos menos tóxicos— actúan en gran parte siguiendo esta misma
lógica errónea.
 
La psicología y la psiquiatría académicas complementan este modelo
domesticador del ser humano, aportando justificación para medicalizar
todas aquellas conductas que se aparten de lo establecido y para
intervenciones manipuladoras y represivas que alteran el desarrollo natural
e imponen definiciones de normalidad en el terreno educativo, laboral,
clínico y social.
 
ECOLOGÍA DE LA ENFERMEDAD
 
Lo más importante para comenzar a cambiar este estado de cosas es tomar
la decisión de dejar de ser “pacientes” en manos de otros, sean estos
practicantes de la farmacología, la homeopatía o el naturismo. Aprender
que la salud y la enfermedad son dos aspectos complementarios de lo vivo,
que la vida es un continuo fluir de procesos de equilibrio, desequilibrio
y reequilibrio, que eso que la medicina farmacológica llama “enfermedad”
no es producto de la mala suerte o de microbios que nos invaden, sino un
reflejo de nuestra forma de vida y del entorno en el que vivimos, y en
última instancia la expresión biológica de la pérdida del equilibrio y del
proceso necesario para recuperarlo.
 
No se trata, por tanto, de poner medios artificiales —habitualmente
perjudiciales y ni siquiera de poner remedios “naturales” menos agresivos
— para no padecer una enfermedad o para tapar sus síntomas, sino de
acercarnos a la naturaleza lo más posible —respirar aire limpio en las
montañas, caminar descalzos por la arena, respetar los biorritmos,
ionizarnos en las playas, alimentarnos de modo natural y ecológico—, de
modo que no necesitemos la enfermedad, pero si a pesar de todo se
produce, entender la función que cumple y colaborar con ella:
 
· La regla básica podría ser: conocer los hábitos saludables —
alimentación, ejercicio, descanso, relajación, biorritmos, geobiología,
meditación— y procurar practicarlos en la medida de lo posible sin
obsesionarse y sin culpa. Cuanto más nos aproximemos a ese
comportamiento ideal más integrado en la naturaleza, más equilibrio
y más flexibilidad para recuperarlo si se pierde.
 
· En caso de padecer una dolencia crónica, será preciso ser más
estrictos, incidiendo de modo especial en algunos de estos hábitos
relacionados con ella. Y, si se nos presenta puntualmente una
enfermedad aguda, será el momento de ponerlos en práctica a
rajatabla, creando así las condiciones adecuadas para que nuestro
organismo solucione el problema del modo más rápido y
armónico posible.
 
· A la hora de tomar decisiones, es importante tener presente que los
aspectos fisicoquímicos de nuestro cuerpo forman un todo con los
aspectos psicológicos, emocionales y espirituales. Emociones
reprimidas pueden aflorar en forma de dolencias físicas, del mismo
modo que padecimientos crónicos —dolor, dificultades, antiguas
heridas— pueden provocar estados de ánimo depresivos, ansiedad,
sentimientos de culpa...
 
· Por último, el hecho de tomar nuestras propias decisiones no implica
que no consultemos con un terapeuta experimentado cuando
sintamos que estamos al límite de nuestros conocimientos. No
perdemos el control sobre nuestra salud por el hecho de acudir a un
médico, de la orientación que sea —aunque mejor cuanto más global
y menos especializada sea su visión— si lo hacemos por decisión
propia, porque confiamos en sus conocimientos y experiencia, y
porque nos reservamos la capacidad de decidir sobre posibles
tratamientos o pautas vitales.
 
El gran pionero de la recuperación de esa visión holística del animal
humano presente en las culturas tradicionales fue Wilhelm Reich, cuyas
inquietudes y geniales intuiciones lo llevaron a conectar el cuerpo, la mente,
las emociones, lo social y lo ecológico abriendo numerosos caminos a la
comprensión de la enfermedad y del sufrimiento y planteando el desafío
enorme de la necesidad de un cambio social para un desarrollo armónico de
las criaturas. Reich, además, fue el primer investigador que contempló en
un microscopio el surgir de la vida a partir de esas partículas que denominó
“biones” y que lo pusieron en la pista de su mayor descubrimiento: la
energía de la vida[99].
 
Ó
PROGRAMAS BIOLÓGICOS DE SUPERVIVENCIA
 
Veinte años después de la muerte de Reich, y cincuenta desde que Warburg
recibiera el Premio Nobel, los descubrimientos del médico y teólogo
alemán Ryke Geerd Hamer —expuestos en sus cinco leyes biológicas—
ponen en relación gran parte de los elementos que hemos venido
analizando: los aspectos psíquicos, la importancia del cerebro, los procesos
energéticos, la evolución de las especies y el desarrollo del embrión junto
con las funciones de colaboración de los microbios.
 
Vamos a resumir los elementos fundamentales[100]. El descubrimiento
clave de Hamer es la existencia de una serie de programas biológicos de
supervivencia desarrollados a lo largo de miles de millones de años de
evolución e integrados en las diferentes especies con distintos niveles de
complejidad. El propósito de estos programas específicos es devolver al
organismo a la normalidad cuando se produce un shock violento que nos
conmociona simultáneamente a tres niveles: psíquico, cerebral y corporal.
 
Para distinguirlo de los conflictos o traumas psicológicos —que son
previsibles y de larga duración, propios de humanos y explicables desde un
contexto sociocultural—, Hamer denomina a este tipo de shock biológico
“síndrome Dirk Hamer” (DHS) en memoria de su hijo[101], y especifica
que se caracterizan por ser agudos, inesperados, compartidos con otras
especies animales y explicables desde la historia de la evolución, y
generadores de cambios y readaptaciones cerebrales y orgánicas. Cuando
uno de estos DHS se produce —como la muerte repentina de un ser querido
o un despido fulminante que trastorna nuestra vida laboral y personal—, se
pone en marcha un programa biológico específico en tres niveles casi
simultáneos:
 
· Psique: estrés variable según el conflicto: miedo, pánico, tristeza,
duelo, angustia, desvalorización, culpabilidad...
 
· Cerebro: salta un relé (interruptor) cerebral en el foco directamente
relacionado con el contenido biológico del DHS observable mediante
una tomografía computerizada.
 
· Órgano: en la parte del órgano relacionada con el conflicto y
controlada por la zona del cerebro afectada, se produce un
crecimiento o un decrecimiento celular o una disfunción, todo ello
como parte del programa biológico aunque interpretado por la
medicina moderna como “enfermedades”.
 
Estos programas se desarrollan siempre en dos fases:
 
· Una fase activa con predominio del sistema nervioso simpático, en
la que predomina el ritmo diurno y que se caracteriza por
pensamientos no elegidos y recurrentes sobre el conflicto, falta de
apetito y de sueño, un ritmo cardíaco elevado, pérdida de peso,
náuseas, manos frías, presión sanguínea alta...
 
· Una fase resolutiva con predominio del sistema nervioso vago, en la
que predomina el ritmo nocturno y que se caracteriza por
recuperación del apetito y del sueño, pensamientos de bienestar en
relación con el conflicto, fatiga, manos calientes, debilidad y
enfermedades inflamatorias.
 
En la historia de la evolución (filogénesis), el cerebro ha ido cambiando de
una especie a otra, pero con cada salto importante ha conservado el cerebro
anterior junto con los programas biológicos relacionados con los conflictos
de esa especie. Podemos dividir el cerebro humano actual en cuatro zonas
correspondientes a cuatro saltos evolutivos que han conservado los cerebros
correspondientes a cada especie:
 
· El tronco cerebral, que corresponde a conflictos primitivos o
arcaicos, relacionados con necesidades básicas de supervivencia:
respirar, comer, reproducirse, eliminación de líquidos.
 
· El cerebelo, que se desarrolla a partir de la salida del agua con las
necesidades de protección del sol, preocupación por el nido y
conductas mamarias.
 
· La médula o sustancia blanca, cuando las especies comienzan a
desplazarse: conflictos de soporte y desvalorización: quieres hacer
algo pero no puedes; tienes que hacer algo pero no quieres.
 
· El córtex o sustancia gris, la más reciente y relacionada con la
comunicación, las jerarquías, las relaciones sociales, el territorio, la
sexualidad y la identidad.
 
El desarrollo del embrión (ontogénesis) repite en unos meses miles de
millones de años de evolución de las especies, incluyendo los distintos
cerebros como partes del cerebro humano más desarrollado y complejo. En
las primeras semanas, comienzan a diferenciarse distintas capas
embrionarias que se corresponden con el desarrollo evolutivo de las
especies, están controladas por los distintos cerebros o partes del cerebro
actual y dan lugar a una serie de tejidos que forman órganos específicos
relacionados con los programas evolutivos controlados por esa parte o
partes del cerebro:
 
· El tronco cerebral controla el endodermo, hoja germinal más
interna y en la que se forman los tejidos que formarán el grueso de los
órganos más antiguos derivados del intestino primitivo: boca y
faringe, iris, oído medio, tubas auditivas, glándulas, alvéolos
pulmonares, tubo digestivo, próstata y útero.
 
· El cerebelo controla el mesodermo antiguo, parte más antigua de la
capa intermedia en la que se forman los tejidos relacionados con
órganos de protección: dermis (corion), cubierta de los pulmones y de
la cavidad abdominal, pericardio y glándulas mamarias.
 
· La médula controla el mesodermo nuevo, parte nueva de la capa
germinal intermedia en la que se forman los tejidos relacionados
sobre todo con órganos relacionados con la estructura y el
desplazamiento: huesos, cartílago, tendones, ligamentos, vasos y
ganglios linfáticos, vasos sanguíneos, músculos, bazo, así como
ovarios y testículos.
 
· El córtex controla el ectodermo, hoja germinal más joven y externa
en la que se forman los tejidos que complementan órganos de otras
capas y órganos de naturaleza más avanzada: mucosas, partes clave
del ojo y el oído, revestimientos de conductos del aparato digestivo,
cuello uterino, epidermis, arterias y venas coronarias, glande del pene
y clítoris.
 
La filogénesis y la ontogénesis determinan los detalles del programa
biológico que se dispara para responder a los conflictos. Si se trata de
conflictos arcaicos relacionados con el tronco cerebral y el cerebelo, se
genera tejido durante la fase activa para responder a funciones que se
perciben como vitalmente necesarias; por ejemplo, un niño pequeño sufre
un accidente grave y es hospitalizado; su madre desarrolla un tumor en el
pecho cuya intención biológica es generar más células con las que
amamantarlo.
 
Si se trata de conflictos correspondientes a las partes nuevas del cerebro, el
objetivo es fortalecer y preparar órganos para enfrentar futuros conflictos, y
ese fortalecimiento se produce tanto en la fase activa como tras la fase de
reparación. En estos casos, la ulceración —por ejemplo, en bronquios o
arterias— tiene como objetivo extender su recorrido durante la fase activa,
y posteriormente, en la fase resolutiva, quedan fortalecidos tras la
reposición del tejido.
 
LA FUNCIÓN DE LOS MICROBIOS
 
Los diferentes tipos de microbios aparecieron en la historia de la evolución
asociados a diferentes especies y aparecen en el desarrollo embrionario
asociados a los mismos elementos del cerebro para cumplir funciones
especializadas relacionadas con los programas evolutivos controlados por
esa parte del cerebro.
 
Los microbios relacionados con el conflicto desatado crecen en diferentes
fases del conflicto: los hongos y micobacterias lo hacen durante la fase
activa, las bacterias durante el final del conflicto y los virus durante la fase
de resolución. Pero todos actúan exclusivamente en esta última fase.
Cuando se producen conflictos antiguos en los que hay crecimiento celular,
hongos y micobacterias colaboran en su caseificación y eliminación; cuando
se trata de conflictos relacionados con el cerebro nuevo en los que se
producen pérdidas y ulceraciones, las bacterias y los virus colaboran en su
reposición.
 
Desgraciadamente, los síntomas que estos procesos producen en el
organismo, cuando son intensos —inflamación, pus, sudores, fiebre, dolor,
especialmente en la fase resolutiva, y por supuesto los tumores de la fase
activa en los conflictos antiguos— son interpretados como enfermedades o
tumores malignos y combatidos con fármacos sintomáticos o con
quimioterapia, radioterapia o cirugía sin comprender el proceso global,
interrumpiéndolo, agravándolo o complicándolo en vez de colaborar en su
desarrollo a favor de la naturaleza.
 
UN FINAL CON ESPERANZA
 
Frente al negro panorama que nos pintaba la biología trasnochada
mecanicista, en el que vivíamos luchando unos contra otros en medio de un
permanente asedio de peligrosos invasores, la nueva biología nos devuelve
la esperanza de un mundo lleno de misterios por desvelar que puede
retornar a su equilibrio ecológico si somos capaces de recuperar la
consciencia de nuestra situación en la red de la vida y desarrollar una
medicina respetuosa con la Madre Naturaleza.
 
Afortunadamente, la capacidad de Gaia para limpiarse, curarse, restituir las
conexiones rotas, cicatrizar las heridas que le infligimos y retomar los flujos
de energía trastornada es mucho mayor de lo que sospechamos.
 
La vida perdurará. Toda la tecnología producida por la soberbia humana no
será más que un puñado de polvo reciclado por nuevas especies de bacterias
y el recuerdo de nuestros temores apenas una leyenda sobre el final del Kali
Yuga y el comienzo de un nuevo ciclo en el que nuevas comunidades de
animales humanos reconciliados con la Madre Tierra recomenzarán la
aventura al mismo tiempo pequeña y maravillosa de vivir cada día.
TERCERA PARTE:
Un cambio de paradigma en la medicina
 
“El mundo moderno sufre una crisis,
ha llegado a un punto crítico; es
inminente una transformación más o
menos profunda; en breve plazo
deberá inevitablemente producirse un
cambio de orientación, de grado o por
la fuerza”.
–René Guénon.
 
La medicina industrial moderna se ha levantado sobre una concepción
errónea de los procesos biológicos y del papel de los microbios. La guerra
contra bacterias y virus, y en particular las vacunas, carecen de base
científica y médica, y por eso su uso masivo viene provocando un deterioro
global de la salud que solo un cambio de paradigma podrá detener y
revertir.
 
Hemos hecho un largo viaje. Hemos recorrido nuestra historia cultural
reciente para asistir al nacimiento de la medicina industrial y miles de
millones de años de nuestra historia biológica para empezar a comprender
cómo funciona la vida.
 
Y aquí estamos de nuevo, con las manos posadas suavemente sobre el
vientre, o sobre el vientre de nuestra pareja, preguntándonos qué hacer ante
ese maravilloso acontecimiento que se acerca. Cómo actuar para que
nuestro bebé pueda continuar viviendo en armonía cuando abandone ese
refugio ancestral de agua y salga al mundo exterior.
 
¿Cómo podemos aplicar los nuevos conocimientos al problema concreto de
las vacunas? ¿Qué nos dicen esos descubrimientos sobre su posible uso o su
rechazo? ¿Cómo pueden ayudarnos a tomar una decisión concreta que
afecta a nuestra vida y a la de nuestros seres queridos? ¿No están los
médicos para eso? ¿No hay un comité especializado en asesorar sobre
vacunas? ¿No se han desarrollado las vacunas tras numerosos estudios
sobre eficacia y seguridad? ¿No han sido las vacunas aprobadas tras un
cuidadoso procedimiento de control? ¿No se ha estudiado cuál es el
momento adecuado para administrarlas? ¿No están recomendadas por la
inmensa mayoría de los médicos e instituciones internacionales,
comenzando por la OMS?
 
Es muy probable que los lectores que hayan tenido la paciencia de llegar a
este punto de nuestro trabajo tengan ya la respuesta a muchas de estas
preguntas. Nosotros vamos a dedicar esta tercera parte a compartir las
nuestras, fruto de nuestra experiencia y del esfuerzo que hemos dedicado a
investigar y reflexionar sobre ello. No es nuestra intención decirle a nadie lo
que debe hacer, sino justamente lo contrario: poner nuestro granito de arena
en capacitar a la mayor cantidad posible de personas para tomar decisiones
más libres y mejor fundamentadas.
 
Somos conscientes de que eso no es fácil en la situación actual: vivimos en
lo que el gran filósofo Gilles Deleuze denominaba “sociedades de control”,
un control sutil que no se ejerce mediante la disciplina y el castigo, sino
mediante la fabricación de ciudadanos obedientes a través de los sistemas
educativos y numerosos recursos de manipulación disponibles. Es por eso
que planteamos la necesidad de un cambio de paradigma, cambio que se ha
producido en algunas parcelas de la ciencia, como la cosmología, la
mecánica, la geometría o la física, y que sería necesario y urgente en las
llamadas ciencias sociales, que afectan de lleno a nuestras vidas cotidianas
y a nuestra relación con el mundo: necesitamos una economía solidaria, una
educación liberadora y una medicina holística; necesitamos transformar
esas disciplinas que actualmente están al servicio de unos pocos poderosos
en ciencias liberadoras que promuevan la solidaridad, la autorregulación y
la autogestión.
1. La encrucijada fatal
 
La medicina se basa en una concepción errónea de la vida. Las
investigaciones a contracorriente nos aportan la clave para volver
atrás, poner en evidencia los errores y transformar el belicismo en
convivencia y cooperación con los microbios.
 
“Intentad ser fuertes, sacudíos todos
los miedos y haced progresar el bien
en el mundo mediante un trabajo
desinteresado que ocupe toda vuestra
vida”.
–Sabio hindú.
 
Si algo hemos aprendido en esos dos viajes que hemos realizado en las
páginas precedentes es que la medicina se basa en una concepción errónea
de los microorganismos y de los procesos biológicos, lo que ha conducido
lógicamente a una concepción errónea de la enfermedad —y por tanto de
cómo debemos tratarla— y de la salud —y por tanto de cómo debemos
protegerla, mantenerla, impulsarla..., y ello nos ha llevado a una situación
de deterioro biológico, cultural y ético imposible de revertir mientras sean
los mismos los que administren, no la salud, sino la enfermedad y, sobre
todo, los “remedios” para las enfermedades.
 
Se hace por ello urgente cuestionar todo el modelo médico-industrial
moderno en su conjunto, y muy especialmente las vacunas por tratarse de
un fármaco que se administra, no a una minoría enferma de la población,
sino a la mayoría sana, especialmente a bebés y niños.
 
¿De dónde partimos para ese cuestionamiento? Si ponemos en relación las
dos historias que hemos relatado y acudimos a investigadores y médicos
honestos que enfrentan el descrédito y las represalias[102] para desvelar y
corregir los errores y mentiras, abriendo puertas a la esperanza,
obtendremos la clave: esa encrucijada en la que la medicina dejó atrás su
tradición de ciencia y arte para desplegar sus aplicaciones industriales y
tomar un camino equivocado que la alejó cada vez más de su esencia de
servicio a la humanidad; ese momento en el que unos pocos decidieron que
los microbios eran nuestros enemigos e iniciaron la deriva belicista y
paranoica. Es ahí donde debemos volver y transformar el belicismo en
convivencia y cooperación, la antibiosis en simbiosis: detener la guerra
contra los microbios y aprender a convivir con ellos.
 
¿Y qué significa aprender a convivir con ellos? Es muy simple: aprender a
respetar lo que venimos haciendo desde hace miles de millones de años,
porque lo cierto es que nuestro cuerpo sabe convivir con ellos, no es
preciso que le enseñemos: él sabe perfectamente cómo mantener unas
buenas relaciones de convivencia, sabe actuar si esta convivencia se rompe,
sabe arreglar los posibles conflictos y volver nuevamente al equilibrio, a la
armonía, a la cooperación. Lo sabe desde hace mucho tiempo. Pero la
imposición de una medicina industrial contraria a la naturaleza y nuestra
propia renuncia a ocuparnos de nuestra salud han hecho que lo olvidemos.
Así que nuestra tarea consiste en recuperarlo: recuperar ese conocimiento y
ese respeto. Así es al menos cómo nosotros interpretamos y hacemos
nuestra la frase de Friedrich Nietzsche que hemos citado: la vuelta a la
Naturaleza no significa ir hacia atrás, sino hacia adelante.
 
RECUPERAR LA SABIDURÍA BIOLÓGICA
 
Y eso es precisamente lo que hemos comenzado a hacer a lo largo de este
trabajo: impulsar la recuperación de esa sabiduría biológica olvidada que
nos permita recordar que la naturaleza ha dispuesto todo lo necesario para
potenciar y proteger la vida, la gestación, el nacimiento, la crianza... Todos
son programas biológicos perfectos e imposibles de controlar o reproducir.
 
Y, del mismo modo que la naturaleza realiza el “milagro” de dividir una
célula, de regular el crecimiento de billones de células, de ponerlas en
conexión entre sí y con trillones de microbios, también ha dispuesto
mecanismos de reequilibrio para que el flujo de la vida siga su curso, entre
la carga y la descarga, la expansión y la contracción, el yin y el yang.
 
¿Por qué es tan fácil aceptar que un programa biológico regula la
complejidad inefable del desarrollo de un embrión y tan difícil pensar que
haya otros programas para protegerlo que vienen funcionando durante
millones de años en los que no han hecho falta antibióticos ni vacunas ni
manipulación genética?
 
La clave para ese cambio, pues, no es curar de otro modo las enfermedades,
sino entender de otro modo qué son las enfermedades, lo que nos permitirá
comprender que salud y enfermedad no son opuestas, sino partes de un
mismo proceso en constante movimiento.
 
NADAR A CONTRACORRIENTE
 
Uno de los más graves problemas a la hora de impulsar este debate es que la
institución médica oficial adquirió un enorme poder al converger con la
industria farmacéutica, la tercera más poderosa del mundo tras las armas y
las drogas (ilegales)[103]. Esta alianza —cuyo elemento clave es la teoría
microbiana de la enfermedad— ha facilitado su control social, la
imposición de verdades intocables y, más importante aún, la implantación
de los criterios y las herramientas que deciden lo que es científico y lo que
no lo es, que en los tiempos que corren es lo mismo que decir lo que es
verdad y lo que no lo es.
 
Además, la teoría microbiana ha desplazado el foco definitivamente hacia
culpables externos concretos que permiten el desarrollo de productos y
tecnología para luchar contra ellos, y lo ha retirado de las condiciones de
vida, que exigiría cambios profundos personales y sociales. Es por eso
que quienes siguen la corriente y defienden las verdades establecidas —no
solo en el campo de la medicina, evidentemente— lo tienen mucho más
fácil y cómodo que aquellos que nadamos a contracorriente y cuestionamos
las verdades impuestas dogmáticamente.
 
Y al poder económico con el que se condicionan instituciones científicas,
publicaciones y responsables políticos, al control social y la influencia
intelectual y académica, debemos añadir un factor simple, directo y brutal
que viene funcionando durante toda la historia de las culturas autoritarias, y
que la teoría microbiana ha permitido reformular en lenguaje científico: el
miedo, el miedo que paraliza, el miedo que nos hace indolentes, el miedo
que impulsa a las ovejas descarriadas a regresar al redil, el miedo que
aplasta los más nobles sentimientos e incluso los instintos más primarios, el
miedo que hace que te convenzas de que permitir que tu bebé recién nacido
te sea arrebatado para inocularlo con el subproducto de una aberración de la
soberbia humana es algo bueno, más aún, solidario, y para muchos incluso
obligatorio[104].
 
La literatura a favor de las vacunas es abrumadora en cantidad, como todo
lo que se refiere a las verdades oficiales, todo lo que sigue la corriente y
disfruta de sus ventajas inmediatas[105]. Sin embargo, las verdades no se
deciden por mayoría. Los que ostentan el poder pueden imponer “verdades”
a su medida y mantenerlas mediante la violencia, la represión o,
modernamente, mediante métodos más sutiles, pero la historia de la ciencia
nos enseña que las verdades científicas nacen de los desobedientes, de los
rebeldes, de la crítica de las minorías, de aquellos que precisamente
cuestionan esas “verdades oficiales”. Eso sí, la fuerza de las mayorías y de
las autoridades es enorme, tanto que incluso quienes defienden a ultranza el
método científico —que teóricamente descarta argumentos de autoridad y
opiniones subjetivas— acaban cediendo a la tentación de las mayorías y las
autoridades[106].
 
¿CÓMO SE FABRICA UNA OPINIÓN MAYORITARIA?
 
En una obra muy breve titulada El arte de tener razón, que se publicó poco
después de su muerte, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer explicaba de
modo claro, sintético y contundente cómo las opiniones se convierten en
universalmente aceptadas.
 
“No existe ninguna opinión —escribe—, por absurda que sea, que los
hombres no se lancen a hacerla propia apenas se ha llegado a convencerles
de que tal opinión es universalmente aceptada. El ejemplo vale tanto para
sus opiniones como para su conducta. Son ovejas que van detrás del
carnero guía adondequiera que las lleve. Les resulta más fácil morir que
pensar”.
 
Y explica así el mecanismo:
 
“En un primer momento, fueron dos o tres personas quienes asumieron y
presentaron o afirmaron, y se fue tan benévolo con ellos que se creyó que lo
habían examinado a fondo; prejuzgando la competencia de estos, otros
aceptaron igualmente esta opinión y a estos creyeron a su vez muchos otros
a quienes la pereza mental los empujaba a creer de golpe antes que
tomarse la molestia de examinar las cosas con rigor. Así creció de día en
día el número de tales seguidores perezosos y crédulos.
 
Los que vinieron después creyeron que tan solo podía tener tantos
seguidores por el peso concluyente de sus argumentos. Los demás, para no
pasar por espíritus inquietos que se rebelan contra opiniones
universalmente aceptadas, por sabidillos que quieren ser más listos que el
mundo entero, fueron obligados a admitir lo que ya todo el mundo
aceptaba. En este punto la aprobación se convierte en un deber.
 
En adelante, los pocos que son capaces de sentido crítico estarán obligados
a callar y solo pueden hablar aquellos que, del todo incapaces de tener una
opinión y juicio propio, no son más que el eco de las opiniones ajenas. Y
además son los defensores más apasionados e intransigentes de esas
opiniones.
 
De hecho, en aquel que piensa de modo diferente, ellos odian no tanto una
opinión diferente a la suya cuanto la audacia de querer juzgar por sí
mismos, cosa que ellos no pueden hacer y en su interior lo saben pero sin
confesarlo.
 
En suma, son muy pocos los que piensan, pero todos quieren tener
opiniones. ¿Y qué otra cosa les queda más que tomarlas de otros en lugar
de formárselas por su propia cuenta? Y dado que esto es lo que sucede,
¿qué puede valer la voz de cientos de millones de personas? Tanto, por
ejemplo, como un hecho histórico que se encuentra en cien historiadores,
cuando se constata que todos se han copiado unos a otros, con lo que
finalmente todo se reduce a un solo testimonio”.
 
Vamos a hacer ese camino de retorno a la encrucijada fatal, al punto en el
que la medicina moderna tomó un desvío equivocado que la ha conducido
al callejón sin salida en el que se encuentra, por mucho que señalen hacia la
oscuridad haciendo creer a la mayoría que quiere creerlo que hay una
salida, allá en algún sitio..., siempre y cuando acepten su guía.
 
LA ENCRUCIJADA FATAL
 
A principios del siglo XIX, el francés Louis René Villermé era la figura
más sobresaliente de una corriente denominada higienista, que defendía la
relación directa entre las condiciones de vida y las enfermedades. En su
obsesión por las estadísticas, Villermé tuvo la idea de cruzar los datos de
mortalidad de cada distrito de París con el nivel de renta de los habitantes.
Resultado: los niveles más bajos coincidían con los de mayor mortalidad.
Estudiando la epidemia de cólera de 1832, Villarmé y sus colaboradores
encontraron que la sobremortalidad no se repartía por igual, sino que, una
vez más, se relacionaba con las condiciones sociales[107].
 
Estas ideas se extendieron a otros países, influyendo en la elaboración de
nuevas leyes que, sin embargo, pusieron buen cuidado en centrarse en las
condiciones medioambientales y dejar de lado los condicionamientos
sociales y laborales. Estaba muy claro que la industrialización —primero en
Inglaterra y después, metiéndonos ya en el primer tramo del siglo XX,
extendiéndose incluso al otro lado del Atlántico— estaba causando un
enorme impacto en la salud de la población: los obreros, en gran parte
niños, soportaban largas horas de duro trabajo sin apenas descanso, una
alimentación aberrante y expuestos, en las fábricas, a una multitud de
sustancias tóxicas —arsénico, mercurio, aluminio, cobre, fósforo—, así
como a las humedades artificiales requeridas en las industrias del algodón,
el lino, la seda o la lana. Todas estas condiciones provocaban anemia,
úlceras, ceguera, parálisis, pulmonías... pero ¿quién iba a atreverse a frenar
el progreso?
 
Las medidas se concentraron, pues —y esto ya significó un avance
sustancial—, en ampliar las redes de alcantarillado, mejorar la retirada de
basuras, impermeabilizar los pozos negros y extender el sistema de water
closets. Esas medidas —allá donde se pusieron en práctica— permitieron
una reducción considerable de las enfermedades sin tocar el meollo de la
cuestión: las diferencias sociales, que desde entonces han ido aumentado en
progresión geométrica.
 
Hablando sobre “el contagio”, que era el nombre que la gente daba a la
peste, Marcel Sendrail, en su libro Historia cultural de la enfermedad,
relata las epidemias acaecidas en Francia, Inglaterra, Holanda, Alemania,
Prusia, Sicilia, Provenza o Marsella entre 1600 y 1786, y añade:
 
“Estas epidemias permiten numerosas observaciones: las medidas de
limpieza son eficaces, [resulta perjudicial el] exceso de gentes en locales
insalubres, [...] la enfermedad ataca a descuartizadores de animales,
carniceros y molineros, pero no a marineros embarcados [...] existencia de
numerosos cadáveres de ratas, [...] se constata que el haber sufrido una vez
la peste no impedía volverla a sufrir de nuevo”.
 
Más adelante, hablando del denominado tifus exantemático, apunta:
 
“En 1760 existía en estado endémico en las regiones pobres, donde hacía
reinar la miseria y bajo la forma de epidemia durante las guerras. Ataca en
primer lugar a los soldados en lucha, en malas situaciones físicas, que
viven en condiciones de higiene deplorables [...] Se asocia con frecuencia a
la disentería [...], lo encontramos durante la Guerra de los Treinta Años,
luego en el sitio de Lovaina, y en las guerras [ataca a] los prisioneros y a
los ejércitos en lucha”.
 
Sendrail destaca incluso las observaciones de autores de la época,
invocando:
 
“El calor, el enfriamiento, la humedad, una alimentación defectuosa en los
famélicos, el abuso de frutas verdes y carne salada, así como la frecuencia
de la enfermedad en los que beben agua de los pozos situados cerca de las
letrinas”.
 
Y finalmente recoge que:
 
“En Europa hace estragos fundamentalmente en las desembocaduras de los
ríos, en los deltas, en las regiones donde existen pantanos, aguas
estancadas[108]”.
 
Pues bien, estas observaciones, que tan razonables parecieron en un
principio a los higienistas, fueron fulminantemente aplastadas por dos
acontecimientos que han marcado desde entonces la concepción de la salud
y la enfermedad:
 
· La naciente industria de la farmacia
 
· Una mirada microscópica de la enfermedad
 
La primera se consolidaría durante las dos guerras mundiales y la segunda
irrumpió entre 1865 y 1885 y monopolizó la medicina adaptándola a las
necesidades de la industrialización, rompiendo hasta el día de hoy la
relación entonces evidente entre condiciones de vida y enfermedad[109]. La
hemos denominado “microscópica” porque —como hemos relatado en la
primera parte— fue ese artefacto el que posibilitó que se pudiera culpar de
las enfermedades a unos seres vivos que debido a su tamaño solo entonces
consiguieron ver por primera vez: las bacterias.
 
Fue, decimos, la confluencia de intereses de esos dos grupos de poder —
el industrial y el científico-médico— la que elevó a categoría de verdad
establecida una teoría errónea, fruto de interpretaciones apresuradas,
prejuicios científicos y culturales, soberbia, empecinamiento y afán de
grandeza.
 
La poderosa industria farmacéutica-alimentaria-biotecnológica necesita al
estamento médico pasteurizado, y viceversa. Así, la industria paga la
formación, los currículums y los privilegios a los médicos; y los médicos,
investidos con esa autoridad, promocionan, recomiendan y “venden” los
productos de la industria para que el dinero fluya y retorne en un círculo
vicioso que se ha convertido en uno de los más potentes enemigos de la
salud, siendo además la tercera causa de muerte en todo el mundo.
 
La teoría microbiana prestó, pues, un doble servicio al proceso de
industrialización: por una parte, ofreció a la industria farmacológica —y
posteriormente a la biotecnológica— la posibilidad de crear y vender
productos contra las enfermedades; por otra, liberó al resto de las industrias
de la responsabilidad de estar deteriorando la salud de la gente —y del
planeta— con sus productos, residuos y condiciones laborales. No es de
extrañar que la Enciclopedia Británica defina así a Pasteur: “químico
francés y microbiólogo cuyas contribuciones estuvieron entre las más
variadas y valiosas en la historia de la ciencia y la industria”[110].
 
Y así, en nombre de esa alianza, se decidió que las bacterias disponían de
“armas de destrucción masiva” ocultas y se pasó a la siguiente fase: la
guerra preventiva contra ellas, es decir, las campañas de vacunación.
2. Cuestionando la teoría microbiana de la enfermedad
 
Los cuadernos de notas de laboratorio ocultados por Pasteur y su
familia durante más de cien años desvelan que su trabajo se basó
en el plagio y el fraude científico. Los postulados de Koch no
demuestran la teoria microbiana, sino que la refutan.
 
“No hay forma de poder sobre la
gente que pueda ejercerse si no es a
través de la mentira”.
–Agustín García Calvo.
 
Vamos a desmontar esa guerra preventiva, comenzando por un
cuestionamiento de la teoría que le presta sostén: la théorie microbienne,
germ theory o teoría microbiana de la enfermedad. Retomamos, pues, lo
que hemos narrado desde una perspectiva histórica para exponerlo
brevemente desde un enfoque sistemático. Vamos a cuestionar esa teoría, es
decir, vamos a hacernos preguntas sobre ella —y vamos a hacerle preguntas
a ella— desde diferentes puntos de vista, que nos llevarán a la conclusión
irrevocable de que —como ocurrió en 2003 en Iraq— las armas de
destrucción masiva solo estaban en la imaginación y la avaricia
depredadora de quienes acusaban, y por tanto se trata de una teoría errónea
que no justifica la declaración de guerra.
 
¿Qué nos dice la lógica y el sentido común? ¿Y la historia? ¿Fue realmente
Pasteur un benefactor de la humanidad, un científico abnegado, un genio? Y
poniéndonos más estrictos: ¿por qué Pasteur pidió a su familia que ocultara
sus notas de laboratorio? ¿Dónde están las pruebas de su teoría? ¿Con qué
criterios debemos valorarla? ¿Existen otras explicaciones para los mismos
fenómenos? Como venimos haciendo a lo largo de este trabajo, vamos a
aportar nuestras respuestas, fruto de la reflexión crítica y animados por la
búsqueda de la verdad y del deseo de ayudar a quienes nos lean con un
espíritu abierto.
 
Si la teoría microbiana fuese cierta, y considerando que las bacterias son los
seres vivos más antiguos y abundantes del planeta, capaces de resistir las
más extremas condiciones de vida, parece razonable pensar que la
humanidad —y, si apuramos, toda especie animal y vegetal a la que
“atacaran”— se habría extinguido, exterminados por ellas. Podemos
suponer una situación equivalente: ¿qué ocurriría si abandonáramos en una
isla desierta a una docena de personas junto con cientos de asesinos
psicópatas armados hasta los dientes?
 
PASTEUR: FRAUDES Y PLAGIOS
 
Existen tres análisis rigurosos y demoledores, realizados en 1923, 1940 y
1995, que ponen en claro quién se escondía tras el mito de Louis
Pasteur[111].
 
Pasteur plagió a su predecesor, el biólogo y profesor de farmacia Pierre
Jacques Antoine Béchamp, y a otros científicos, y se apropió del trabajo
de sus colaboradores, atribuyéndose personalmente todo el mérito de sus
descubrimientos. Por una parte, tergiversó y confundió los planteamientos
de Béchamp —que postulaba que los microorganismos cambian de forma y
funciones a partir de las condiciones del entorno (pleomorfismo)— para
afirmar que, en lugar de consecuencia, los microbios son causantes de las
enfermedades. Una idea que tampoco era suya, ya que cien años antes, en
1762, el Dr. M. A. Plenciz había publicado ya un libro titulado Germ
Theory of Infectious Disease (Teoría microbiana de las enfermedades
infecciosas).
 
Además, Pasteur “arregló” los resultados de sus experimentos para que
encajaran con el revoltijo mental que había sacado de sus apropiaciones:
todo muy científico, como puede verse. Eso explicaría, quizá, por qué,
contando aún 55 años, pidió a su familia que sus cuadernos de trabajo de
laboratorio no se hicieran públicos. ¿Por qué alguien que dedicó años a
alimentar su propia leyenda, alguien que introducía todos sus trabajos
citándose a sí mismo, arrebatándole todo mérito a sus colaboradores y que
fue considerado un héroe nacional al que el estado francés estipuló una
pensión de 25.000 francos que pasaría a su descendencia, le levantó un
centro de investigación que aún hoy se considera de los primeros del mundo
y le pagó incluso un entierro de lujo a su muerte, no querría mostrar el
testimonio más genuino de su genio, de su legendaria labor diaria durante
cuarenta años?
 
Las notas de trabajo de otros científicos, como Michael Faraday o Claude
Bernard, han servido para admirar y conocer en profundidad su trabajo o
para observar debilidades que han inspirado nuevas investigaciones. Sin
embargo, no pudimos disponer de los 102 cuadernos con las notas que
Pasteur tomó durante cuarenta años hasta la muerte de su nieto en 1971.
Cuatro años después, un historiador de Princeton, el profesor Geison, llevó
a cabo un estudio exhaustivo de las diez mil páginas ocultas durante ocho
décadas. En 1993, Geison presentó un informe a la Asociación Americana
para el Avance de la Ciencia en el que desvelaba que Pasteur publicó
información fraudulenta y que era culpable de mala conducta científica al
violar las reglas de la medicina, la ciencia y la ética.
 
Cuando se consulta una enciclopedia, en papel o en la red, sobre la teoría
microbiana, se afirma que Pasteur la “demostró” aludiendo a sus trabajos
sobre fermentación y descomposición, pero ya hemos visto en la segunda
parte que se trata de procesos biológicos que nada tienen que ver con la
posible toxicidad de las bacterias, sino más bien al contrario: con programas
de emergencia para solucionar desequilibrios. Lo cierto es que toda la
generación de grandes hombres que culparon a las bacterias, empezando
por Pasteur, no tenían ni la más remota idea de cuál podría ser el
mecanismo biológico por el que provocaban la enfermedad, de modo que
hicieron sus afirmaciones así, a ojo de buen cubero.
 
KOCH: POSTULADOS A LA CARTA
 
Ahora bien, si se profundiza algo más o se pregunta a quienes defienden
esta teoría paranoica de los enemigos invisibles, entonces indefectiblemente
salen a colación los famosos postulados de Koch, aludiendo a Robert
Koch, de cuyas andanzas hemos dado cuenta en la primera parte de este
trabajo y otro de los principales protagonistas de la avanzadilla contra los
microbios. La popular y nada sospechosa de disidente Wikipedia recoge así
sus postulados[112]:
 
1. El microorganismo tiene que ser encontrado en abundancia en
todos los organismos que sufren la enfermedad, pero no en
organismos sanos.
 
2. El microorganismo tiene que ser aislado del organismo enfermo y
cultivado en cultivos puros.
 
3. El microorganismo cultivado debe causar la enfermedad al
introducirse en un organismo sano.
 
4. El microorganismo tiene que ser aislado de nuevo del organismo
en el que ha sido inoculado e identificado como idéntico al agente
causal específico original.
 
Como observará el lector, un ejemplo de rigurosa lógica al más puro estilo
teutón. El problema es que son tan lógicos y rigurosos que no se cumplen
para ninguna enfermedad considerada infecciosa. Una aseveración que
no hacemos nosotros, sino que apareció tal cual el 29 de marzo de 1909 en
la prestigiosa revista The Lancet: “los postulados de Koch se cumplen
raramente o nunca”. Así que, mientras Pasteur se dedicó a adaptar la
realidad a sus previsiones teóricas manipulando sus experimentos, Koch
hizo lo contrario: adaptar sus postulados a una realidad pertinaz que se
resistía a plegarse a ellos.

Lo primero que desapareció en todos los documentos fue la coletilla del


primer postulado, “pero no en organismos sanos”, debido a la gran
cantidad de personas sanas en las que encontraba la “bacteria causal”, cosa
perfectamente obvia, puesto que somos su hábitat natural, como hemos
visto. Pero estos grandes hombres ya no prestaban atención a lo obvio:
estaban decididos a pasar a la historia... y tenían detrás enormes poderes
dispuestos a echarles una mano.
 
Fíjese también el lector en otro detalle interesante: los postulados 1, 2 y 4
son tajantes en su formulación: “tiene que”, mientras el postulado 3 suaviza
el tono: “debe”. Esta distinción se produce exactamente igual en inglés:
“must” para los postulados fuertes y “should” para el tercer postulado, y en
alemán con los verbos “muss” y “solte”. ¿A qué se debía este
aparentemente pequeño matiz? Muy sencillo: Koch se encontró con otra
impertinente resistencia de la realidad: no todo el que era expuesto al
“agente infeccioso” enfermaba. Aun así, para mantener a toda costa su
teoría, llamaron a estos casos “infecciones latentes, silenciosas o
subclínicas”, ¡pero infecciones!..., a pesar de la ausencia total de síntomas
clínicos.
 
De modo que los postulados no han servido tampoco para demostrar la
validez de la teoría microbiana, sino que más bien puede decirse lo
contrario: que han servido para refutarla. Pero este inconveniente no ha
importado demasiado a sus defensores, a pesar de que la constatación de
que se trata simplemente de una verdad asumida, de un dogma en el más
estricto sentido de la palabra, tiene ya más de un siglo: “Toda la estructura
de la teoría microbiana de la enfermedad descansa sobre asunciones, las
cuales no solo no han sido probadas, sino que son imposibles de probar, y
muchas de ellas pueden ser contempladas como el reverso de la verdad”,
palabras pronunciadas por el Dr. M. L. Leverson durante una conferencia
en Londres el 25 de mayo de 1911.
 
Y así, transcurridos más de cien años, uno puede explorar PubMed —uno
de los más potentes motores de búsqueda de artículos de investigación
biomédica, con 4.800 revistas de 70 países— hasta la extenuación sin
encontrar un solo artículo que demuestre la relación causal entre bacterias
y enfermedades, pero encontrará fácilmente miles, decenas de miles —que
se convertirán en centenares de miles— de artículos que asumen esa
relación.
 
LAS TEORÍAS CONTRARIAS A PASTEUR SÍ HAN SIDO
DEMOSTRADAS
 
Al contrario de lo que vemos que sucede con la teoría microbiana, los pocos
científicos que continuaron las investigaciones sobre el pleomorfismo[113]
—iniciadas hacia 1.800 e impulsadas por Béchamp— no han sido
precisamente glorificados en los altares ni se les ha concedido pensiones
vitalicias de ningún gobierno, y apenas constan en las historias de la
medicina y la ciencia si no es para descalificarlos o directamente
considerarlos estafadores, a pesar de que ellos sí que han aportado
evidencia empírica, lógica y rigurosa de sus teorías.
 
En los años veinte, Royal Raymond Rife diseñó y construyó un
microscopio capaz de alcanzar los 60.000 aumentos manteniendo los
cultivos vivos; el microscopio electrónico, desarrollado también por esa
época, alcanzaba el medio millón de aumentos, pero la potente radiación
mata todo lo que se coloca bajo su lente. De este modo, el microscopio de
Rife —5.862 piezas y 14 cristales de cuarzo esmerilado— podía observar
los procesos vitales en vivo. Así es como Rife observó unos diminutos
microelementos en hongos y levaduras que podrían tratarse de las
microzimas propuestas ochenta años antes por Antoine Béchamp como las
unidades más pequeñas de la vida, las mismas que Gunther Enderlein
describiría en su libro publicado en 1925 Bakterien Cyclogenie (El ciclo
vital de la bacteria),  denominándolas prótidos; Wilhelm Reich hallaría en
los años treinta, llamándolas biones; y Gaston Naessens en los años
setenta, denominándolas somatides.
 
El fenómeno que todos estos investigadores han planteado con diferentes
nombres y desde distintas perspectivas, y que en definitiva consiste en la
capacidad de las bacterias de cambiar de forma según las condiciones en las
que se halle y la función que deban desempeñar, ha sido experimentalmente
probado.
 
En 1914, el Dr. Edward C. Rosenow llevó a cabo un experimento
controlado en el Mayo Biological Laboratory, Rochester, Minnesota,
durante el cual observó cómo estreptococos se transformaban en
neumococos al alterar el medio introduciendo materia orgánica muerta; una
vez revertido el cambio, las bacterias retornaron a su forma original. Este
experimento se ha repetido en otras ocasiones, constatando la
transformación de cocci en bacilli o de coccus de la neumonía en bacillus
del tifus.
 
Teoría microbiana monomorfismo (Pasteur): las enfermedades provienen
de los microorganismos que viven fuera del cuerpo. Debemos luchar contra
los microorganismos. La función de los microorganismos es constante. Las
formas y colores de los microorganismos son constantes.
 
Teoría celular pleomorfismo (Béchamp): las enfermedades provienen de
microorganismos en el interior de las células del cuerpo. Estos
microorganismos normalmente cumplen funciones de construcción y
asistencia en procesos metabólicos. La función de los microorganismos
cambia cuando el cuerpo muere o sufre agresiones mecánicas o químicas.
Los microorganismos cambian sus formas y colores en relación con el
medio. Cada enfermedad está asociada con un microorganismo específico.
Los microorganismos son agentes causales primarios. Las enfermedades
pueden atacar a cualquiera. Para prevenir las enfermedades debemos
“construir defensas”. Cada enfermedad está asociada a una condición
particular. Los microorganismos se convierten en “patógenos” cuando la
salud del cuerpo se deteriora. Esta condición es el agente causal primario.
Las enfermedades aparecen bajo condiciones no saludables. Para prevenir
las enfermedades debemos crear condiciones saludables.
 
¿UNA PRUEBA INDIRECTA?
 
Llegados a este punto, es posible que el lector se pregunte si el hecho
“evidente” de que los antibióticos “funcionan” no representa una especie de
prueba indirecta que nos está diciendo que la teoría microbiana puede ser
cierta. Como consideramos que es una pregunta legítima teniendo en cuenta
lo profundamente que ha calado la visión belicista y paranoica de la
enfermedad y a pesar de lo explicado desde un punto de vista más técnico
en el capítulo 2 de la segunda parte, vamos a plantear un ejemplo que nos
permitirá comprender desde un punto de vista más simple y lógico la
importancia que tiene replantearnos esa visión.
 
Pongamos que nuestra vivienda se encuentra en un estado lamentable: las
tuberías están deterioradas debido a la mala calidad del agua, la instalación
eléctrica está sobrecargada por la cantidad de electrodomésticos que
utilizamos diariamente y los fusibles saltan constantemente, las paredes
están llenas de humedad porque no ventilamos adecuadamente las
habitaciones. La situación ha llegado a tal extremo que contratamos a una
cuadrilla de operarios —albañiles, electricistas y fontaneros— para reparar
los daños.
 
Un buen día empiezan a trabajar a razón de ocho o diez horas diarias y
entonces comenzamos a sufrir las molestias que supone el trasiego por
nuestra casa de varias personas extrañas cargadas con herramientas, cubos,
sacos y demás materiales, el incordio del ruido de los taladros, las
cortadoras y los martillazos, y la contrariedad que suponen los cortes de
electricidad porque no podemos ver tranquilamente la televisión.
 
Entonces les pedimos a los operarios que, en lugar de trabajar diez horas
diarias, lo hagan solo cuatro, para reducir las molestias. Inmediatamente
sentimos alivio: los ruidos estridentes desaparecen toda la tarde y podemos
ver sin interrupciones nuestro programa favorito. Estamos tan contentos y
aliviados que no nos hemos dado cuenta de algo: las reparaciones tardarán
el doble, quizá más.
 
Los días pasan y las molestias, aunque solo por las mañanas, continúan. De
modo que llegamos a tal punto de sofoco que mandamos parar
completamente a los operarios. Es entonces cuando nos damos cuenta de
algo: las molestias eran algo tan inmediato y concreto que las habíamos
identificado con nuestro problema y habíamos olvidado que el verdadero
problema era el deterioro de la casa. De este modo, cuanto más suavicemos
las molestias, más tiempo tardará la reparación. Si identificamos las
molestias con el problema, la reparación no se realizará; si somos
conscientes de que el problema es la reparación y las molestias un
inconveniente necesario, podemos hacer el esfuerzo de aguantar lo máximo
posible para que la reparación se termine también lo antes posible.
 
Pues bien, si sustituimos las reparaciones de la casa por nuestros verdaderos
problemas de salud, las molestias de los operarios por los síntomas del
trabajo de reparación y reequilibrio de nuestros sistemas biológicos, y la
reducción de horario de trabajo o la parada total con los antibióticos,
tenemos el cuadro completo: los antibióticos no curan enfermedades; lo que
hacen es reducir síntomas molestos —a veces muy graves, y por ello
podemos valorar la necesidad de utilizarlos—, pero siempre al precio de
alargar o cortar el proceso curativo o de reequilibrio.
 
La clave está, pues, en nuestro concepto de “enfermedad”: una fiebre no es
una enfermedad; una inflamación no es una enfermedad; una tos no es una
enfermedad; los temblores, vómitos, mareos, falta de apetito, subidas de
temperatura... son las molestias del trabajo de reequilibrio. Antibióticos,
antipiréticos, antiinflamatorios y en definitiva antiprocesos de reequilibrio
tan solo consiguen aliviar al precio de retrasar o impedir la verdadera
solución del problema, que no tardará en volver a presentarse con mayor
intensidad.
 
Y este ejemplo nos permite también situar en un contexto adecuado la
utilidad de los llamados “remedios naturales”. Si en vez de utilizar un
antibiótico o cualquier otro fármaco con potentes efectos secundarios
utilizamos recursos no agresivos, lo que haremos es aliviar los síntomas
muy suavemente, permitiendo así continuar la reparación y sin apenas
efectos secundarios. Y hay una tercera posibilidad: aguantar el tirón
ayunando o tomando zumos o caldos de verdura y reposando al máximo
para facilitar que el proceso de reparación se lleve a cabo de la forma más
espontánea posible al ritmo de la naturaleza.
 
UN EXPERIMENTO SENCILLO Y REVELADOR
 
Para finalizar esta sección, vamos a proponer el siguiente razonamiento
lógico aprovechando el rigor de las propuestas de Koch: vamos a aplicar
sus postulados a las causas de enfermedad que defendieron los médicos
higienistas del siglo XIX: las condiciones de vida. Podríamos rescribirlos de
este modo:
 
1. Condiciones de vida, comportamientos y hábitos insanos, como
una alimentación industrializada, trabajo agotador con horarios de
esclavitud, falta total de descanso y relajación, estrés constante,
contaminación del agua, la tierra y el aire, ciudades superpobladas...
tienen que ser encontradas en abundancia en todas las personas que
sufren la enfermedad, pero no en personas sanas.
 
2. Estas condiciones tienen que ser aisladas e identificadas en la
persona enferma, distinguiéndolas cuidadosamente de otros
comportamientos saludables.
 
3. Si estas condiciones las imponemos a una persona sana y hacemos
que las integre en su modo de vida, deben causar la enfermedad.
 
4. En esta persona tienen que poder identificarse estos hábitos
insanos.
 
Ahora proponemos al lector el siguiente experimento: que tome estos
postulados que hemos reformulado —y pedimos humildes disculpas por
enmendar la plana al egregio profesor— y los aplique a su entorno
inmediato o a sí mismo, y compruebe hasta qué grado se cumplen.
3. Desmontando “el principal logro de la investigación
biomédica”
 
Las vacunas no tienen sentido bio-lógico ni base teórica; como
consecuencia de ello, no han erradicado enfermedades ni pueden
proteger contra ellas; todo lo contrario: son peligrosas para la salud
y la vida, aunque se mantienen debido al poder de sus fabricantes y
nuestra dejación de responsabilidad.
 
“Información no es conocimiento”.
–Giovanni Sartori.
 
Una formulación concisa de la visión oficial del “principal logro de la
investigación biomédica” podría ser la siguiente: las vacunas son un tipo de
fármaco que se administra desde el mismo momento de nacer, para entrenar
el sistema inmunitario y que fabrique anticuerpos específicos para luchar
contra bacterias y virus, previniendo o erradicando las enfermedades que
causan.
 
Examinemos uno a uno los elementos de esta descripción.
 
LAS VACUNAS SON UN TIPO DE FÁRMACO...
 
Según las fichas técnicas disponibles en la página web de la Asociación
Española de Pediatría[114], desde la que puede accederse a todas las
vacunas que se comercializan para cada enfermedad concreta, las vacunas
contienen, por una parte, virus vivos, atenuados, fraccionados o inactivados
—en algunos casos cultivados en embriones de pollo o en huevos de
gallina, y en otros producidos mediante ingeniería genética—, antígenos
(componentes) de virus o toxoides, es decir, toxinas bacterianas atenuadas;
y, por otra, una serie de sustancias adyuvantes (potenciadoras) o
conservantes: pertactina, fimbrias (apéndices bacterianos), virosomas
(cápsulas con proteínas de virus pero sin información genética),
fenoxietanos, aluminio, formaldehído, etanoles, neomicina, estreptomicina
y albúmina humana recombinante.
 
Las consecuencias que este arsenal de sustancias tiene en el organismo,
especialmente en bebés y niños, no se conocen con exactitud, y ello por la
sencilla razón de que hay poco o nulo interés en conocerlas[115]. Lo que sí
sabemos es que toda sustancia extraña introducida en el cuerpo provoca
una reacción[116]. Muchos médicos y personal sanitario han observado
reacciones inmediatas en el momento de administrar las vacunas, pero lo
cierto es que se niegan o minimizan la mayoría de las reacciones graves y,
en prácticamente todos los casos, las familias pasan por un largo proceso
antes de conseguir que se reconozcan e indemnicen en aquellos países en
los que esto sucede.
 
Según la FDA (Administración de Drogas y Medicamentos) del
Departamento de Sanidad estadounidense, solo se notifica un 1% de las
reacciones adversas graves; solo en Estados Unidos esto representa mil
reacciones graves y 200 muertes[117]. En Estados Unidos 3.000 niños
mueren en los 4 días siguientes a la administración de vacunas, pero
ningún médico menciona la posible relación; de hecho, se estima que se
producen cada año entre 5.000 y 10.000 muertes debido al síndrome de
muerte súbita del lactante, y la máxima incidencia se registra entre los 2 y
los 4 meses, coincidiendo con las primeras vacunas[118].
 
Recientemente, la inmunóloga de la Universidad de Harvard Tetyana
Obukhanych ha dirigido una carta abierta a responsables políticos de
Estados Unidos en la que, entre otros muchos datos y referencias, cita un
reciente estudio llevado a cabo en Ontario, Canadá[119], según el cual las
vacunaciones provocan la visita a urgencias de un niño de cada 168
vacunados a los doce meses, y de uno de cada 730 vacunados a los 18
meses.
 
Los efectos adversos documentados abarcan un amplísimo abanico de
dolencias y problemas de salud: alteraciones digestivas, diarrea, psoriasis,
parálisis, insuficiencia renal, epilepsia, enfermedades pulmonares,
reumatismo, convulsiones, vértigo, encefalitis, neumonía, tetraplejia,
síndrome de West, enfermedad de Hodgkin, alteraciones cromosómicas,
malformaciones y envenenamiento[120].
 
La investigación que el neurocientífico y neuropsicólogo Andrew
Moulden[121] realizó hasta su reciente fallecimiento en 2013 muestra que
todas y cada una de las vacunas causan, en mayor o menor medida,
alteraciones del flujo sanguíneo —algunas inmediatas, otras retardadas;
algunas agudas, otras crónicas— que provocan daños cerebrales que por
acumulación pueden llevar a la muerte.
 
El Dr. Moulden diseñó un sistema de detección y medición de estas
“quemaduras” microscópicas, provocadas por la respuesta del cuerpo, y en
particular de la sangre, a las sustancias extrañas contenidas en las vacunas y
que penetran en la sangre y los tejidos de modo continuo durante los años
que dure el proceso de las vacunaciones, aunque una vez iniciado el proceso
de deterioro puede continuar por sí mismo aunque no se continúe
vacunando.
 
La acumulación de glóbulos blancos que llegan en tropel a hacerse cargo de
los tóxicos inoculados hace que en los capilares sanguíneos microscópicos
se obstruya el flujo de la sangre, provocando hipoxia o falta de oxígeno y
nutrientes. Además, para impedir que esta aglomeración termine vertiendo
plasma hacia los tejidos, los capilares se autocauterizan. Cuando esto ocurre
masivamente, comienzan a producirse daños que pueden llegar a ser muy
graves:
 
· en el cerebro: hemorragia intercerebral;
 
· en los huesos: huesos frágiles;
 
· en el tronco cerebral: muerte súbita del lactante (al perderse el
control automático de la respiración), meningitis, encefalopatías o
síndrome de West;
 
· en vías motoras: parálisis, síndrome de Guillain-Barré, convulsiones;
 
· en órganos internos: colitis, colon irritable, fibromialgia, fatiga
crónica, trastornos psiquiátricos;
 
· en bebés y niños: trastornos del espectro autista, déficit de atención,
trastornos de aprendizaje, síndrome de Asperger...
 
...QUE SE ADMINISTRA DESDE EL MISMO MOMENTO DE
NACER...
 
Aunque hay variaciones entre los calendarios de las diferentes comunidades
autónomas, tomando como referencia el calendario de vacunaciones de la
Asociación Española de Pediatría 2015[122], las vacunas se dividen en tres
categorías:
 
· “Sistemáticas”: hepatitis B, difteria-tétanos-tos ferina, haemophilus
influenzae tipo B, poliomielitis, meningococo C, neumococo,
sarampión-rubéola-parotiditis, virus del papiloma humano.
 
· “Grupos de riesgo”: gripe, hepatitis A.
 
· “Recomendadas”: meningococo B, rotavirus, varicela.
 
La mayoría se administran a los 2, 4 y 6 meses; algunas se refuerzan a los
12-15 meses, otras a los 15-18 y otras a los 2, 6 y 11-12 años. A destacar
una vacuna cuya primera dosis se administra al nacer: la de la hepatitis B,
que incluye antígenos de superficie de la hepatitis B producidos en células
de levadura mediante tecnología de ADN recombinante, es decir, mediante
ingeniería genética.
 
Además, hay un grupo importante de vacunas “sistemáticas” y
“recomendadas” que se administran entre los 2 y los 18 meses, que, según
hemos visto, corresponde al período sensible en el que el bebé realiza un
proceso complejo y delicado de maduración para integrar sistemas
metabólicos, endocrinos y neurofisiológicos, incluyendo muy especialmente
los procesos de reciclaje que la medicina moderna llama
inmunológicos[123].
 
Es muy importante insistir en que —hasta el momento y a pesar de que una
mayoría de la población parece abogar por un cambio legal en este
sentido[124]— las vacunas infantiles no son obligatorias en España ni en la
mayoría de los países del mundo. Aunque la clasificación de la AEP induce
a error distinguiendo entre “recomendadas” y “sistemáticas”, todas son
recomendadas con la salvedad de que se declare una emergencia[125].
 
...PARA ENTRENAR EL SISTEMA INMUNITARIO...
 
En el capítulo 6 de la segunda parte hemos visto cómo el concepto belicista
que la medicina moderna tiene del sistema inmunitario es totalmente
erróneo hasta el punto de que sería más razonable cambiar el nombre por
otro más acorde con sus funciones; nuestra propuesta ha sido “sistema de
regulación de la simbiosis”.
 
Una muestra reveladora de las simplificaciones de la medicina moderna y
los errores a los que puede conducir es que en el marco del sida se
consideren los linfocitos T como “las defensas”, despreciando totalmente el
papel de los linfocitos B e incluso considerando los anticuerpos como señal
negativa, como un diagnóstico de condena; y, sin embargo, en el marco de
las estrategias de vacunación ocurra exactamente lo contrario: se identifica
la inmunidad con los anticuerpos y se olvida el resto de las células y
reacciones, incluso reconocidas oficialmente.
 
Llegados a este punto, disponemos de unos mínimos conocimientos que nos
permiten ver claramente cómo ambos se equivocan:
 
· Se equivocan los especialistas del sida al considerar que los
linfocitos T (CD4) son “las defensas”, en primer lugar porque su
labor básica es la limpieza y el reciclaje de células muertas, y en
segundo lugar porque solo miden un 2-4% que hay en sangre, sin
tener en cuenta que la mayoría se encuentra realizando sus tareas en
diferentes lugares de la matriz extracelular y órganos.
 
· Se equivocan los especialistas en vacunas al considerar que los
anticuerpos protegen contra los microbios, en primer lugar porque
quien regula las poblaciones de microbios y las controla si se
desmadran son los linfocitos T[126]—con su perfil Th1, que produce
gas ON—, y, en segundo lugar, porque no existen anticuerpos
específicos para cada tipo de microbio, como veremos a continuación.
 
...Y QUE FABRIQUE ANTICUERPOS ESPECÍFICOS PARA
LUCHAR CONTRA BACTERIAS Y VIRUS...
 
A lo apuntado sobre las interpretaciones erróneas de las reacciones
inmunitarias, añadiremos aquí algo más sobre la supuesta especificidad de
los anticuerpos, una de las claves en las que se apoyan las vacunas.
 
La “reacción anticuerpo-antígeno” se considera “una de las piedras
angulares en la respuesta inmunitaria” cuya característica básica es la
especificidad, hasta el punto de que la imagen más utilizada para referirse a
esta reacción es la de “llave-cerradura”. Por otra parte, se han extendido los
tests de anticuerpos para diagnosticar infecciones basándose precisamente
en esa especificidad, de modo que si se detecta un determinado anticuerpo
es porque en la sangre del paciente está presente el antígeno específico
contra el que se formó.
 
Pues bien, en 1969 el ilustre inmunólogo australiano Sir Gustav Nossal
escribió[127]: “Una molécula de anticuerpo que se forma a continuación
de que se inyecta un antígeno a menudo también se puede combinar con
un segundo antígeno… Es decir, el anticuerpo produce una reacción
cruzada con el segundo antígeno”.
 
El término “reacción cruzada” implica reconocer que el antígeno no es
específico, aunque se resistan a decirlo claramente y utilicen el adjetivo
“cruzada” para sugerir que es una reacción “desviada”. El inmunólogo
John Marchalonis lo explica así: “Durante largos años se consideró que
un anticuerpo particular ligaba solamente al antígeno para el que se había
formado… En realidad, surgió el concepto de que los anticuerpos
monoclonales [que son todos la misma molécula] tienen que ser
monoespecíficos [solamente reaccionan con un antígeno]. La comunidad de
inmunólogos se escandalizó cuando supo que las células B [cuyas
superficies cuentan con moléculas de anticuerpos adheridas a las mismas]
podrían ser polireactivas cuando se trata de ligar a su superficie antígenos
múltiples que eran complejos y que aparentemente no estaban relacionados
entre ellos”.
 
Es decir, nuevamente, todos perplejos ante la evidencia y contra las ideas
preestablecidas. Pero la cosa ha ido más lejos: en el 2005 Predki y sus
colegas escribieron lo siguiente: “La literatura científica está repleta de
ejemplos de anticuerpos que producen reacciones cruzadas… Si se la
ignora, dicha reactividad cruzada puede llegar a tener consecuencias
adversas. La capacidad de evaluar e identificar a la reactividad cruzada de
los anticuerpos es un requisito importante tanto para la investigación como
para las aplicaciones clínicas, pero a menudo no se lo aborda
adecuadamente”.
 
Predki ilustró este problema mediante un anticuerpo monoclonal que
analizó y que halló que reaccionaba con cuarenta diferentes antígenos
proteicos, ligándose a dieciséis de ellos con más fuerza que al antígeno
por el cual el anticuerpo había surgido[128].
 
Lo que estos y otros científicos están diciendo a las claras es que no existen
anticuerpos específicos fabricados contra antígenos específicos. Los así
llamados “anticuerpos” en el habitual lenguaje belicista son proteínas
tridimensionales sujetas a cambios debidos a numerosos factores y capaces
de reaccionar con numerosos antígenos. No es cierto, por tanto, que las
vacunas estimulen la creación de anticuerpos específicos contra
determinados microorganismos.
 
...PREVINIENDO O ERRADICANDO LAS ENFERMEDADES QUE
CAUSAN.
 
Estudios independientes han demostrado rigurosamente que las vacunas no
han servido para erradicar enfermedades: los momentos álgidos y las
bajadas de intensidad o incluso la desaparición de enfermedades como la
viruela, la tuberculosis o la rubéola se corresponden con cambios en las
condiciones de vida e higiene y no con la introducción de vacunas. En otros
casos, el desequilibrio biológico introducido por la propia vacunación es lo
que provoca el recrudecimiento de la enfermedad.
 
Posteriores estudios realizados para cada enfermedad considerada infecto-
contagiosa han demostrado que se producen regresiones similares en grupos
vacunados y no vacunados, que se producen expansiones a pesar de la
vacunación y que la introducción de las vacunas no afecta a la evolución de
las enfermedades, más determinada por las condiciones de vida de la gente;
por ejemplo, se producen picos en los años correspondientes a las dos
guerras mundiales.
 
Todo ello puede verse, por ejemplo, en el minucioso informe de Fernand
de la Rue titulado Salud e infección: auge y decadencia de las
vacunas[129], que también dedica varios capítulos a explicar cómo se han
manipulado estadísticas, criterios diagnósticos, protocolos y datos
epidemiológicos para ocultar el fracaso de las vacunas y conseguir su
aceptación.
 
Una simple gráfica nos sirve para ver cómo se cocinan las estadísticas para
presentarlas de modo que favorezca; en este caso, se produjeron muchas
más muertes de personas vacunadas, pero, al presentarlas como porcentajes
sin mencionar las cifras de muertes totales, se invirtió el efecto, dando la
impresión de que había más fallecidos no vacunados:
 
116 casos de viruela
Vacunados: 112. Muertes: 13. Cómo se comunicó: 12% de muertes.
No vacunados: 4. Muertes: 2. Cómo se comunicó: 50% de muertes.
 
Otras veces, las estadísticas se presentan cortando desde el momento de la
introducción de la vacuna, impidiendo apreciar que la enfermedad ya estaba
en claro descenso antes de la vacunación[130]. Algunos ejemplos extraídos
del libro de De la Rue:
 
· Congreso de Colonia, 1881: valoración de la campaña de
vacunación obligatoria de la viruela llevada a cabo entre 1819 y 1873
en Londres: los cinco primeros años se vacunó a un 10% de la
población y la mortalidad fue de 292 personas; en los años en que la
vacunación ascendió hasta el 95% murieron 679 personas.
 
· Revista Lancet: resultados de esa campaña en varias ciudades:
Sutherland, el 95% de los afectados había sido vacunado; Sheffield, el
83%; Londres, el 70%.
 
· Escocia: la difteria retrocedió casi completamente sin vacunación.
 
· Hungría: campaña de vacunación rural mientras la capital, Budapest,
quedó sin vacunar; la declinación de la difteria se produjo por igual
en todo el país.
 
· Leicester: finales del siglo XIX: el 95% de los bebés vacunados
contra la viruela; en 1871 se produjo una epidemia y la enorme
cantidad de enfermos y fallecidos dejó en evidencia la inutilidad de la
vacuna; cuando las autoridades abandonaron la vacunación y tomaron
medidas higiénicas, la viruela desapareció más rápidamente que en
ninguna otra ciudad industrial vacunada.
 
· Francia: cinco millones de niños vacunados contra el tétanos entre
1943 y 1947; la tasa de mortalidad no varió.
 
· Segunda Guerra Mundial: la frecuencia del tétanos en el ejército
griego, no vacunado, fue siete veces menor que en el francés, que sí
había sido vacunado.
 
· Estados Unidos: un cambio de definición ordenado por los CDC
hace efectiva la vacuna de la polio: entre 1951 y 1960 se habían
diagnosticado 70.000 casos de polio y ninguno de meningitis; con el
cambio de criterio en los 20 años siguientes, la polio se redujo a 589
casos, mientras se notificaron cien mil de meningitis.
Últimas palabras
 
“Emancipate yourselves from mental
slavery; none but ourselves can free
our minds... How long shall they kill
our prophets, while we stand aside
and look? Won’t you help me sing
these songs of freedom? Redemption
songs, redemption songs...”[131]
–Bob Marley.
 
La medicina moderna está enteramente basada y construida sobre la ciencia
moderna, que se ha limitado a contemplar únicamente una parte de la
realidad, la parte puramente material que puede percibirse con los sentidos
y medirse con instrumentos y cuantificarse.
 
Por añadidura, los representantes de esa medicina autodenominada
“científica” han impuesto las reglas de juego, de modo que solo vale lo que
está refrendado por esa ciencia reduccionista, es decir, lo que puede
reducirse a esos límites estrechos que no permiten comprender la
complejidad de lo viviente.
 
En su enorme soberbia —y despreciando la tradición histórica de su propia
profesión— declaran que solo hay una medicina, la suya, la que “funciona”
según sus criterios[132], la que puede presentar pruebas “objetivas”
mediante sus reglas de juego, pruebas construidas y financiadas por una
industria interesada en todo aquello que encaje con sus intereses y
publicadas en las revistas que ella controla.
 
Nosotros no hemos presentado pruebas “objetivas”, y ello por una sencilla
razón: no somos objetos; somos sujetos y, como tales, subjetivos. Así que
hemos presentado pruebas contaminadas de naturaleza humana. Y a través
de esas pruebas y de la reflexión crítica, hemos mostrado algunas ideas, que
recapitulamos aquí:
 
· Las vacunas no tienen sentido bio-lógico, es decir, no se
corresponden con la lógica de los procesos vitales.
 
· Las vacunas no tienen base teórica, puesto que no existe una teoría
que explique de tal modo el origen de las enfermedades que las
vacunas puedan cumplir un papel preventivo.
 
· Como consecuencia de ello, podemos afirmar que las vacunas no
han erradicado enfermedades ni pueden proteger contra ellas.
 
· Más bien sucede lo contrario: son peligrosas para la salud y la vida y
responsables con toda probabilidad de una multitud de nuevas
enfermedades graves, crónicas y degenerativas.
 
· Las vacunas se mantienen gracias al enorme poder de sus
fabricantes[133] y el abandono de nuestra salud en manos ajenas y no
por motivos científico-médicos.
 
La información plural es clave para tomar decisiones libres y responsables.
En el caso particular de las vacunas, la manipulación, la ocultación de datos
cruciales, el bombardeo a que se somete a la opinión pública con supuestos
beneficios, la estrategia del miedo y la explotación de la confianza ciega en
la autoridad médica cobran especial intensidad. Y exigen, por tanto, un
mayor esfuerzo para combatirlas.
 
Así que nos vamos a permitir unas palabras sobre esta compleja cuestión
del Poder antes de despedirnos. La base fundamental para el ejercicio de ese
poder es el hecho de que la industria farmacéutica condiciona en mayor o
menor medida todos y cada uno de los factores implicados en la salud-
enfermedad[134].
 
Por una parte, controlan la formación de los médicos[135], tanto la
universitaria como las múltiples vías por las que se continúan formando,
especializando y actualizando, incluyendo congresos, jornadas,
conferencias, encuentros, másteres y, por supuesto, el reciclaje diario a
través de los visitadores médicos, que, además de ser la fuente habitual de
la que se nutren las recetas cotidianas, aportan sustanciosos incentivos a los
profesionales poco escrupulosos[136].
 
La investigación privada y la mayor parte de la pública está financiada
igualmente por la industria, lo que —teniendo en cuenta los enormes
recursos necesarios para llevar a cabo cualquier estudio— garantiza que
solo se investigará lo que sirva a sus intereses; cualquier estudio o análisis
que pueda ponerlos en peligro será bloqueado, y, si alguien consigue los
fondos de alguna institución independiente, será neutralizado con otros
estudios, impedida su publicación en revistas de élite o silenciada si se
publica.
 
En algunos casos, han forzado a las publicaciones a retractarse de estudios
que ponían en peligro sus intereses —como en el caso del equipo de Gilles
Seralini, que demostró los graves daños del herbicida Roundup de
Monsanto, y el artículo fue retirado tras la incorporación al equipo editorial
de un empleado de Monsanto como editor de temas de biotecnología[137].
 
Y es que, además, las farmacéuticas controlan la mayoría de la información
especializada que llega a los profesionales a través de las revistas científicas
y la divulgativa que llega al gran público a través de revistas y medios de
comunicación de masas.
 
Los filtros, la censura, la ocultación de datos, el fraude y el llamado
ghostwriting —consistente en autores prestigiosos que firman artículos que
realmente han sido redactados por los propios fabricantes— son fenómenos
habituales en las publicaciones científicas médicas[138], hasta el punto de
que ha sido denunciado por editores de las propias publicaciones[139]: las
declaraciones más recientes han sido del editor en jefe de la prestigiosa The
Lancet, Richard Horton, acusando de fraudulentas a la mayoría de las
investigaciones publicadas[140].
 
Por otra parte, los grandes laboratorios condicionan a los miembros de
mayor influencia en asociaciones profesionales, sociedades científicas y
médicas, comités asesores especializados, centros de investigación,
redacciones de publicaciones, asociaciones civiles y organismos
internacionales, empezando por la propia OMS[141]. En el tema concreto
de este estudio, hemos constatado que todos y cada uno de los miembros
del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría
tienen lazos comerciales —los llamados “conflictos de intereses”— con los
fabricantes de vacunas, colaborando en actividades docentes financiadas por
ellos, como investigadores en ensayos clínicos, como miembros de consejos
asesores de los laboratorios en cuestión: Novartis, Pfizer, Sanofi Pasteur y
GlaxoSmithKline[142].
 
Puntualmente, y en caso de que todos los condicionamientos anteriores
fallen, debido a la honestidad y perseverancia de algunos investigadores y
médicos, financian campañas de descrédito, descalificación o ataques
directos mediante demandas. Así ocurrió en el caso del Dr. Andrew
Wakefield, contra quien se montó una campaña de desprestigio en la que
colaboró el British Medical Journal, publicando falsas acusaciones que lo
llevaron a perder su licencia y verse obligado a marcharse de Reino Unido
para poder continuar su investigación[143].
 
Se nos ocurren dos motivos para que algunos se nieguen a ver esta realidad:
o bien son unos ingenuos rematados o bien son cómplices. La ingenuidad
puede superarse haciendo el esfuerzo de aprender; en cuanto al resto,
entendemos que cada cual elige dónde situarse en un mundo dividido entre
opresores y oprimidos: nosotros hemos hecho y vamos a seguir haciendo lo
que en conciencia creemos que debemos hacer, sin esperar resultados, sin
medida, sin expectativas, sin temor, sin pausa... Con esperanza, esa cualidad
irracional del ser humano que nos hace más humanos; por eso estamos del
lado de la gente, incluso de la gente que no puede o no quiere participar en
esta contienda que en definitiva libramos por los niños del futuro.
 
Enrique Costa Vercher, médico,
Denia, Alicante
Jesús García Blanca, escritor,
Almuñécar, Granada
Principios de septiembre de 2015
Para seguir la pista
 
Historia de las vacunas
 
—BAYLY, M. Beddow. The case against vaccination.
1936. http://www.whale.to/vaccines/bayly.html
 
—FRANKHAUSER, David B. History of
Microbiology: http://biology.clc.uc.edu/fankhauser/Labs/Microbiology/Hist
ory_of_Germ_Theory.htm
 
—McBEAN, Eleanor. The poisoned needle. Suppressed facts about
vaccinations. 1957. http://www.whale.to/a/mcbean.html
 
—OBOMSAWIN, Raymond. Universal immunization. Medical miracle or
masterful mirage. Soil and Health Library,
1998. http://www.whale.to/a/obomsawin_b1.html
 
—WALLACE, A. R. Vaccination, a delusion. Its penal enforcement a
crime, proved by the official evidence in the reports of the Royal
Commission. London, Swan Sonnenschein & Co, 1898.
http://www.whale.to/vaccine/wallace/comp.html
 
—WHITE, William. The Story of a Great Delusion. E. W. Allen, 1885.
 
Simbiosis
 
—CAPRA, Fritjof. La trama de la vida. Barcelona, Anagrama, 2009.
 
—HIGA, Teruo. Una revolución para salvar la tierra. Okinawa, EM
Research Organization, 1993.
 
—MARGULIS, Lynn y SAGAN, Dorion. ¿Qué es la vida? Barcelona,
Tusquets, 1995.
 
—MARGULIS, Lynn. Planeta simbiótico: un nuevo punto de vista sobre la
evolución. Madrid, Debate, 2002.
 
—SANDÍN, Máximo. Pensando la evolución, pensando la vida. Ediciones
Crimentales, S.L., 2006.
 
—SERALINI, Gilles-Éric. ¿Nos envenenan? Transgénicos, pesticidas y
otros tóxicos. Barcelona, Nedediciones, 2013.
 
—SHELDRAKE, Rupert. El espejismo de la ciencia. Barcelona, Kairós,
2013.
 
—VARIOS AUTORES. Microbiótica. Nutrición simbiótica y
microorganismos regeneradores. Madrid, Ediciones i, 2014.
 
—VARIOS AUTORES. Ecofilosofías: diseñando nuevas formas de vida.
Cuadernos Integral, Barcelona, 1984.
 
—WALLIN, Ivan Emmanuel. Symbionticism and the origin of species.
Baltimore, Williams & Wilkins Company, 1927.
 
—Página de Máximo Sandín: http://www.somosbacteriasyvirus.com/
 
—Gaia: formulación: Lovelock y
Margulis: http://www.mountainman.com.au/gaia.html
 
—Gaia: actualización: http://www.gaiatheory.org/ y
http://www.gaia.org/gaia/
 
—Océano interno: http://www.aquamaris.org/cronologia-del-metodo-
marino-de-rene-quinton/
 
—Institute of Science in Society (Mae Wang Ho): www.i-sis.org.uk
 
—Noticias de abajo: noticiasdeabajo.wordpress.com
 
—Blog de Emilio
Cervantes: www.madridmasd.org/blogs/biologia_pensamiento/author/pensd
amiento
 
—Los secretos del segundo
cerebro: http://neurosciencestuff.tumblr.com/post/38271759345/gut-
instincts-the-secrets-of-your-second-brain
 
—Efecto
Warburg: http://www.jmordoh.com.ar/clases/metabtumor2013.pdf  http://w
ww.biounalm.com/2009/05/entendiendo-el-efecto-
warburg.html  http://cancerintegral.com/las-causas-del-cancer-el-efecto-
warburg-i-el-metabolismo-tumoral/#sthash.men5138F.dpbs
 
—Heinrich
Kremer: http://ummafrapp.de/skandal/heinrich/kremer_the_lifesaving_kno
wledge_on_healing.pdf
 
Teoría microbiana
 
—Béchamp: http://www.whale.to/v/bechamp1.html y
http://www.whale.to/w/kal.html
 
—Pleomorfismo: http://www.whale.to/p/bird.html y
http://homeopatiaahora.blogspot.com.es/2012/09/del-origen-endogeno-de-
los.html
 
Vacunas
 
—AUSTRALIAN VACCINATION NETWORK: Vaccination Roulette:
Experiences, Risks and Alternatives. Australia, Australian Vaccination
Network, 1998.
 
—BERTHOUD, Françoise: Vacciner nos enfants? Le point de vue de trios
médecins. Suiza, Vivez Soleil, 1985.
 
—BOAZ, Noel: Evolving Health – The Origins of Illness and How the
Modern World is Making us Sick. Nueva York, Willey, 2002.
 
—CAVE, Stephanie y Deborah MITCHELL: What your doctor may not tell
you about children’s vaccinations. Nueva York, Warner, 1995.
 
—CHAITOW, Leon: Vaccination and Immunization: Dangers, Delusions
and Alternatives – What every patient should know. Inglaterra, C. W.
Daniel, 1987.
 
—COUZIGOU, Yves: Phobie des microbes et manie vaccinale. Francia,
Vie et Action, 1965.
 
—HUMPHRIES, Suzanne y BYSTRIANYK, Roman. Desvaneciendo
ilusiones. Las enfermedades, las vacunas y la historia. Barcelona,
Octaedro, 2015.
 
—JAMES, Walene: Immunization – The Reality Behind the Myth. Estados
Unidos, Bergin and Garvey, 1988.
 
—JARA, Miguel. Vacunas, las justas. ¿Son todas necesarias, eficaces y
seguras? Península, 2015.
 
—MILLER, Neil Z. Vaccines – Are they really safe and effective? Estados
Unidos New Ablenteam Press, 2002.
 
—MILLER, Neil Z. Vacunas, ¿son realmente seguras y efectivas? Una
guía de inmunización para padres. New Atlantean Press,
2014. http://www.thinktwice.com/spanish_vaccine_book.pdf
 
—QUENTIN, Marie-Thérèse: Les vaccinations – Prévention ou
aggression. Suiza, Vivez Soleil, 1995.
 
—SIMON, Sylvie: Vaccination, l’overdose – Désinformation, scandals
financiers, imposture scientifique. Francia, Ed. Déjà, 1999.
 
—Libros online sobre vacunas: http://www.whale.to/vaccines/books.html
 
—361 artículos sobre efectos secundarios, contraindicaciones, y otros
problemas con
vacunas: http://www.greenmedinfo.com/sites/default/files/gpub_58635_anti
_therapeutic_action_vaccination_all.pdf
 
—International Medical Council on Vaccination. Critical Thinking for a
Critical Dilemma. http://www.vaccinationcouncil.org/
 
—Detengan la vacuna: http://detenganlavacuna.wordpress.com
 
—Disiciencia: http://disiciencia.wordpress.com/tag/vacunas/
 
—Libre vacunación (Argentina): http://www.librevacunacion.com.ar
 
—Miguel Jara: http://www.migueljara.com
 
—http://vacunacionlibre.org
 
—http://real-agenda.com/tag/vaccines
 
—http://www.thinktwice.com
 
—http://drtenpenny.com
 
—http://www.vaclib.org
 
—http://www.whale.to/vaccines.html
 
—http://www.vaccination.inoz.com
 
—http://vran.org
 
—http://www.nccn.net/~wwithin/vaccine.htm
 
—http://www.holisticmoms.org
 
—http://www.nvic.org
 
Estadísticas y gráficas
 
—Las vacunas no nos salvan. Dos siglos de estadísticas
oficiales: https://childhealthsafety.wordpress.com/graphs/
 
—Estadísticas sobre vacunaciones: http://www.whale.to/m/statistics.html
 
—Gráficas oficiales que desvelan la
manipulación: http://www.whale.to/a/graphs.html
 
—Las enfermedades descendieron antes de la introducción de las
vacunas: http://www.whale.to/vaccines/decline1.html
 
—Evidencia gráfica que demuestra que las vacunas no nos
salvaron: http://www.vaclib.org/sites/debate/web1.html
 
Vídeos
 
—Página de la Editorial Cauac sobre simbiosis, ecología, culturas
ancestrales, transgénicos, maternidad, crianza y educación, vacunas, sida,
economía solidaria, permacultura, percepción y conciencia, política, historia
y sociedad, salud: http://www.cauac.org/?page_id=1140
 
—La biología en situación esquizofrénica (Máximo Sandín; Lynn
Margulis): https://www.youtube.com/playlist?
list=PLrIcmCGF_hBKzgYc7KkWDxsy6NhlTj_Hq
 
—Vacunación 101. Dra. Ghislaine
Lanctôt: https://www.youtube.com/playlist?list=PL7A522DFCA0B3D288
 
—Mafia farmacéutica al descubierto: https://www.youtube.com/playlist?
list=PLE147C7BEBCE89158
Notas

[1] El Dr. Carlos González es un médico español que ha escrito un libro recientemente, titulado En
defensa de las vacunas, con la voluntad de hacer apología de la vacunación en España y de arremeter
contra los médicos que estamos contra la vacunación. Con este fin, este colega afirma que los
médicos que ponemos en duda las bondades y beneficios de las vacunas lo hacemos para fastidiar.
Queremos dirigirnos, con respeto, a este colega y decirle que a nosotros no nos molesta tanto como a
él la diferencia del otro; no tenemos nada en contra de los que se vacunan y creen que deben hacerlo.
Si nos molestara la diferencia del prójimo, no tendríamos remedio, puesto que en este tema de las
vacunas somos diferentes a más del 95% de la población. Sin embargo, el Dr. González no parece
que tolere con facilidad la diferencia del otro, el pensamiento diferente, la diferente opinión y, sobre
todo, una conducta higiénica distinta de la suya; no le gusta que haya gente distinta de él, aunque
sean poquitos.

Este hombre vive en medio de una sociedad donde más del 90% piensa y actúa como él y, sin
embargo, le fastidia que una pequeñísima parte de la población y unos escasísimos médicos no
pensemos como él. Se siente tan molesto y disgustado, según él, que ha tenido que dedicar mucho
tiempo a escribir un libro a favor de las virtudes de las vacunas en un tiempo donde la casi totalidad
de la población las consume sin problemas y, además, todos los organismos “oficiales y serios” están
por la vacunación, como él mismo afirma en su libro.

Escribir un libro de apología de la vacunación en nuestra sociedad actual es como irse a predicar el
catolicismo al Vaticano, y molestarse por las pocas excepciones y por los escasos médicos herejes de
la doctrina mayoritaria es tener vocación de inquisidor.

¿Por qué un tratado de proselitismo de las vacunas en una sociedad hipervacunada? ¿No soporta este
colega la más mínima discrepancia de pensamiento? Si ha escrito un libro para arremeter contra los
pocos médicos que nos oponemos a la vacunación porque dice sentir fastidio y desconcierto, no
podemos imaginar qué sentiría si perteneciera a esa minoría a la que ataca y, por tanto, tuviera que
enfrentarse a una diferencia de pensamiento de la casi totalidad de la población. Por su salud mental,
le aconsejamos que nunca se deje convencer por nosotros, los que no recomendamos las vacunas; no
lo soportaría, y a nosotros no nos molesta que piense distinto.

[2]Las religiones occidentales no oponen ninguna objeción a la práctica de la vacunación; todo lo


contrario: en su función de proselitismo religioso, han incluido también un buen paquete de mensajes
“civilizadores” que han acompañado con vacunas y medicaciones industriales tóxicas y
contranaturales; en su afán bienintencionado, no lo dudamos, han predicado y esparcido la cultura de
la medicina industrial y de las vacunas por todo el mundo.

[3]Los partidarios de la obligatoriedad de las vacunas, como el Dr. González, arguyen que los
pequeños grupos de no vacunados son focos de infección para los vacunados y, además, se benefician
del buen estado general de la población vacunada; “inmunidad de rebaño” llama a este efecto
benéfico. Visto así, los no vacunados son un peligro social y, además, unos parásitos; no me extraña
que haya gente que piense que debieran ser obligatorias. Pero recientemente hemos tenido en España
un caso de supuesta difteria (el primero en treinta años) seguido por los medios de información y
donde las autoridades sanitarias han afirmado con toda seguridad que el foco de infección de ese caso
de difteria provenía de niños vacunados, llamándoles portadores sanos. Este caso, presentado por la
propia autoridad sanitaria, desmiente claramente la supuesta peligrosidad de los no vacunados, puesto
que estos son minoría frente a la inmensa mayoría de portadores sanos vacunados con capacidad de
infectar. Podemos afirmar, lógicamente, que los posibles casos de reinfección que se pudieran
presentar tendrían mayor posibilidad de que tuvieran su foco de infección en la población muy
mayoritaria de portadores sanos, como así ha ocurrido en Olot en el 2015 según los propios
comunicados oficiales.

[4]Como ejemplo de esa intolerancia contenida (hasta ahora) tenemos las ideas del Dr. González
expresadas en el primer capítulo de su libro, donde el autor, después de señalar lo inadecuado que le
resulta el nombre del foro de Internet “Foro para la libre vacunación”, aludiendo que actualmente la
vacunación es libre en España, unos cuantos párrafos más adelante añade que esa libertad debiera
acabarse en caso de epidemia. Es decir, en España somos libres de momento porque el nivel de
paranoia del Dr. y del sistema oficial es aguantable, pero si se asustan más nos cogerán de piernas y
brazos y nos meterán las vacunas a nosotros para que ellos estén tranquilos.

[5] Para la historia de las vacunas, ver sección “Para seguir la pista”.

[6]Volvemos a recalcar que no es necesario ser médico y biólogo para entender el sentido lógico de lo
que vamos a explicar sobre la vacunación, porque nos hemos encontrado muchas veces que la gente
que no es médico no se atreve a razonar sobre el sentido de su vida higiénica y de la medicación que
usa aludiendo a su ignorancia en medicina. A ellos tenemos que decirles que la medicina, como todas
las ciencias racionales, debe de ser lógica; toda ciencia debe poder explicarse con coherencia
racional, y si no es así no es ciencia. Todos los ciudadanos de un índice mental medio tienen el
sentido lógico y pueden discernir si una ciencia es lógica o es incoherente, aunque desconozcan su
parte técnica.

[7]A diferencia de los estudios sobre vacunación que hay en la calle, este estudio nuestro no va a ser
prolífico en presentar estudios, estadísticas, datos técnicos… y contrastarlos con otros; no vamos a
entrar en una guerra de cifras contra cifras, estudios contra estudios… Creemos que esas discusiones
enturbian el tema más que lo aclaran. Nosotros utilizaremos algunas cifras y un solo gráfico y
algunas referencias bibliográficas que ya decimos, desde ahora, que son de fuente oficial y asequibles
por el lector. Lo haremos así porque en este estudio apelamos a la mente del lector, a su sentido
crítico racional y a su lógica. Solo con estas herramientas propias de todos los ciudadanos de cultura
mediana se podrán comprender las razones coherentes por las que todavía hay médicos y ciudadanos
que no creen en el efecto protector de las vacunas.

[8]La propia medicina actual admite sin problemas que todavía hay muchos aspectos, funciones y
sustancias desconocidas en los sistemas orgánicos humanos. Esa circunstancia hace posible que cada
año se descubran nuevas cosas, nuevas funciones, nuevas interconexiones, nuevas sustancias, nuevas
especialidades… que hacen replantearse conclusiones anteriores, y así va haciéndose la nueva
medicina. Pero hay una cuestión lógica que hacerse: ¿cómo se puede predecir el comportamiento
ante un estímulo de un sistema vivo y altamente complejo sin conocer todas las posibles variables
que intervienen en el funcionamiento de dicho sistema? ¿Cómo se puede afirmar que unas vacunas
son capaces de hacer reaccionar al sistema inmunitario con intención de mejorarlo si todavía lo
estamos estudiando y conociendo a día de hoy, como a los demás sistemas orgánicos? ¿Cómo
podemos apostar por el comportamiento de algo vivo y dinámico que desconocemos en su totalidad?

[9] El origen de este orden inteligente es lo que las religiones llaman Dios; los antiguos médicos
vitalistas eran en su mayoría creyentes y por esa razón, entre otras, se oponían a la supuesta bondad y
necesidad de las vacunas. Estaban convencidos de que nada puede perfeccionar el diseño inteligente
del Creador. Como hemos visto, las religiones actuales creen sin dificultad, como los científicos
materialistas actuales, que el diseño inteligente de Dios es perfeccionable por la mano del hombre
industrial; por eso hacen apología de la vacunación entre los pueblos del tercer mundo. La vida da
tantas vueltas…

La mitología cuenta que Prometeo fue castigado por Zeus por robar el fuego creador y fue atado
[10]
a una roca donde un águila le comía el hígado cada día. No se puede escapar de los dioses y el
Prometeo mítico fue castigado. ¿Lo iba a ser también el nuevo Prometeo industrial? La respuesta es
afirmativa, puesto que nadie escapa a los dioses.

Le resultaron tan simpáticas las ideas ateas de la evolución a Karl Marx, que este ideólogo
[11]
materialista le dedicó a Darwin el prólogo de su obra El Capital.

[12]Al cambiar los principios morales tradicionales por las nuevas ideas darwinistas, materialistas y
ateas, no tuvieron problemas morales para utilizar la mejor tecnología de guerra del momento para
hacerse dueños de todo el mundo mundial. La Revolución Industrial y la tecnología les había
procurado las mejores armas y los mejores barcos de guerra de la historia; esa circunstancia les
convertía en los más fuertes en el momento histórico justo en que la ciencia había hecho saber al
hombre europeo que el más fuerte físicamente tiene derecho legítimo a todo, como un macho alfa
animal. Ese estado de consciencia le permitió toda su actividad genocida a lo largo del planeta sin
padecer de escrúpulos y creyendo, además, que llevaba la “civilización y la cultura”.

[13]Como imágenes que testifican esa cultura industrial de enfrentamiento entre el hombre civilizado
y la naturaleza, nos han quedado aquellas fotografías de color sepia donde aparecían los civilizados
ricos americanos y europeos que se inmortalizaban junto a un montón de cadáveres de animales
cazados sin sentido en sus “safaris” africanos. Esa imagen del cazador blanco con fusil y pisando a su
presa con postura altanera simboliza a la perfección el pensamiento del hombre industrial e ilustrado;
es decir, del hombre que se cree dueño y señor de los seres que comparten con él nuestro planeta, el
civilizador del mundo moderno, y nosotros somos sus descendientes.

[14]Este tipo de pensamiento paranoico era tan general en la cultura europea que todos los gobiernos,
incluido el español, promulgaron leyes para premiar a los ciudadanos que eliminaban “alimañas”. En
todos los pueblos se inició una guerra contra los buitres, águilas, zorros, mochuelos… Una guerra a
muerte contra la Naturaleza que, como sabemos los últimos de la película, ha llegado a hacer
desaparecer muchas especies.

[15]Una enorme cantidad de actos médicos que se llevan a cabo en la medicina actual van en contra
del funcionamiento genuino de los sistemas orgánicos; es decir, son contranaturales, porque tratan de
interferir, anular, adelantar, retrasar, potenciar o aniquilar sus funciones, sus ritmos… Este es el caso
de los anovulatorios, los antihistamínicos, los abortivos, las hormonas o antibióticos sintéticos e
industriales. Son medicaciones que los antiguos maestros no se hubiesen permitido por las razones ya
dichas, pero que actualmente son los productos más usados en una cultura que no vive en armonía
con las pulsiones naturales, sino en contra, y necesita de ayuda industrial para poder hacerlo.

[16] Por ejemplo, en este


enlace: http://www.eduteka.org/gestorp/recUp/51b832659d4bcb92fa3580fb22ea996a.pdf.

[17]Este ilustre Nobel español, que por entonces era catedrático de anatomía en la Facultad de
Valencia, escribió en su libro  Estudios sobre el microbio vírgula del cólera y las inoculaciones
profilácticas la siguiente conclusión: “La inoculación de la vacuna contra el cólera no producía un
cuadro de cólera atenuado en los enfermos, sino una nueva enfermedad de peor pronóstico
producida por el bacilo al vivir fuera de su medio natural”. Junto a Cajal estaban la mayoría de los
catedráticos españoles, como los catedráticos valencianos Francisco Moliner y Juan Bautista Peste,
etc. El catedrático de Madrid Mariano Graells publicó en la revista Crónica médica nº 8 y 9 de los
meses de agosto del año 1885. En esos artículos el catedrático de biología explica con argumentos
lógicos y conocidos que los gérmenes no pueden ser productores de enfermedad. Toda esta
información está al alcance del lector en el primer capítulo del libro:  La inoculación preventiva
contra el cólera morbo asiático (1886). Es un trabajo de recopilación que publicó la cátedra de
historia de la medicina de la Facultad de Valencia en 1985 y fue patrocinada por la Generalitat
Valenciana, por lo que está accesible al lector interesado en ampliar este tipo de información
normalmente desconocida. El libro está en todas las bibliotecas públicas de la Comunidad
Valenciana. Además, se puede acceder a los archivos de la cátedra de historia de la medicina o a la
biblioteca de dicha facultad por medio de Internet.

[18]Este carácter gratuito de la salud que tenían los vitalistas no agradaba al espíritu industrial. Este
era más partidario de que la salud requiriese de algún producto artificial que pudiera ser fabricado,
vendido e incorporado a la naturaleza del hombre; un nuevo concepto de salud que permita a la
cultura industrial fabricar y vender algo bajo el pretexto de la necesidad.

[19]Esta referencia histórica y cronológica, la Segunda Guerra Mundial o la mitad del siglo pasado,
tiene su importancia, y por eso será repetida a lo largo del texto; es debido a que en esa época es
cuando empieza de verdad la vacunación masiva de todos los ciudadanos de Occidente. Hasta
entonces, las campañas de vacunación se habían aplicado a poblaciones más o menos restringidas,
debido precisamente a esa oposición inicial de los médicos.

[20] El lector puede acceder a la biografía de este médico investigador y escritor simplemente
tecleando su nombre o el de su libro en Wikipedia. Comprobará sin dificultad que dicho autor es un
forofo de los microbios y sus descubridores, y todo su libro es una gran apología de la teoría de la
infección, de las vacunas y sobre todo de sus descubridores y primeros aplicadores. Nadie en su sano
juicio puede ver en este autor, que tomamos como referencia, a un antivacunas.

[21]La inoculación preventiva contra el cólera morbo asiático (1886). Monografías sanitarias, serie
B, número 1. Generalitat Valenciana. Artes gráficas, Valencia, 1985. (Cátedra de historia y biblioteca
de la universidad).

[22]Curiosamente, estas dos vacunas, que fueron las primeras de la historia, tratan de prevenir dos
enfermedades infecciosas producidas, según la doctrina oficial, por virus. Los virus fueron
descubiertos por primera vez en los años 30 del siglo XX. Otra vez nuestro aliado, el tiempo, nos
vuelve a demostrar que estos primeros vacunadores no tenían, ni podían tener, ni la más remota idea
de lo que estaban inyectando en el interior de sus pacientes.

[23] La inoculación preventiva contra el cólera morbo asiático (1886), página 16.

[24]En las décadas de los 50 y 60 del siglo XX, sesenta años después de estos acontecimientos, la
medicina ya se podía explicar con todo detalle por qué se producían esos casos “misteriosos” de
muerte súbita o retardada de los pacientes, puesto que entonces se empezó a conocer gran parte de lo
que hoy se sabe que es el sistema inmunitario, y se abandonaron con horror esas vacunas que hasta la
fecha estaban catalogadas de elixires “milagrosos”.

[25]Lo que la fisiología moderna llama sistema inmunitario en realidad es una parte de lo que los
antiguos y actuales médicos vitalistas llamaban vis natura medicatrix: estos tenían una visión mucho
más amplia e integral del sistema defensivo orgánico, que actuaba como una unidad de
funcionamiento implicando a todo el organismo.

[26] La inoculación preventiva... ya citado.

[27]El lector puede encontrar esta historia de la busca y captura del bacilo del cólera en el referido
libro de Kruif en las páginas 46, 47 y 48.

[28]En los años ochenta, cuando la medicina industrial llevaba ya treinta años con la utilización de
antibióticos en su lucha paranoica contra nuestros propios microbios, empezaron a aparecer por
primera vez alteraciones digestivas debido a que los antibióticos habían aniquilado gran parte de los
microbios que nos habitan. La propia medicina reconoció este efecto secundario del tratamiento
generalizado con antibióticos y predicó su utilización limitada. En la actualidad se están tratando
estas enfermedades con métodos de repoblación de la flora digestiva, utilizando material fecal de
individuos sanos y con una flora digestiva normal y abundante. Ver libro  Microbiótica en la
sección Para seguir la pista.

[29] Ver sección Para seguir la pista.

[30]La Armada española ya había utilizado la escarificación antivariólica en el siglo dieciocho;


incluso realizó vacunaciones masivas en Perú y Filipinas mucho antes del tiempo de Pasteur.

[31]Cuando Koch y los demás cazadores de microbios vieron por primera vez a una bacteria
coleriforme, fuera la que fuese, no podían saber a cuál de las más de doscientas especies podría
pertenecer. A la primera que identificaban en el portaobjetos del microscopio la “cazaban”, la
“capturaban” y la “acusaban” de producir el morbo asiático y le ponían el nombre de vibrio cholera.

[32]El Dr. González acusa en su libro a los actuales médicos vitalistas de incongruencia, porque dice
él que decimos que las vacunas no hacen nada, y que no es lógico que digamos a la vez que no hacen
nada y que son peligrosas. ¡Bravo! Eso demuestra que nuestro médico del sistema también utiliza la
lógica, pero está mal informado; intentaremos ayudarle. Al decir que no hacen nada, debe entenderse
que no tienen ninguna de las propiedades protectoras que él y el sistema les otorgan. Porque los
médicos vitalistas sabemos desde antiguo que nuestro organismo reacciona a toda sustancia e
influencia fisicoquímica que se ponga en contacto con él, mucho más si esa sustancia química o
influencia física se le introduce en el interior (como las vacunas). Sabiendo esto, no podemos pensar
ni afirmar que no hacen nada; simplemente negamos que hagan nada para proteger de las
enfermedades, cosa que demuestran cada año los miles de ciudadanos que se vacunan de gripe y
padecen la enfermedad. Y precisamente por saber que el organismo reacciona ante cualquier estímulo
es por lo que afirmamos que tienen su peligro, porque el sistema defensivo reacciona contra todo
elemento extraño a su mundo personal, y esa reacción será pequeña o grande, producirá más o menos
daño, tardará más o menos, pero se producirá. Y, como nosotros pensamos que el sistema inmunitario
no puede ser mejorado por ningún producto industrial, pensamos que lo más probable es que, en vez
de mejorarlo, lo estropee. La historia de las vacunas está llena de esos estropicios.

[33]El propio sistema médico y el Dr. González admiten estos “misteriosos” casos que se complican
y acaban con la muerte “inexplicable” del paciente. Incluso admite que deberían mejorarse los
controles que se han llevado hasta ahora. Pero al sistema y a él le valen la pena ese pequeño número
de resultados “misteriosos”, puesto que creen que son compensados por la inmensa masa que se
beneficia del supuesto efecto protector de las vacunas actuales. Queda claro que al sistema le
compensa, pero ¿le compensa igualmente al paciente que le ha tocado ser el caso “misterioso”? ¿Les
compensa a sus familiares y amigos?

[34] Los médicos españoles y europeos contemporáneos hemos nacido y crecido en esa sociedad
paranoica con respecto a nuestros gérmenes y, al igual que los demás ciudadanos, hemos sido
educados en la teoría de la infección y las vacunas. Cuando fuimos a la universidad ya se sabía que
nuestros gérmenes eran simbiontes, pero, no obstante, nuestros profesores nos educaron como si ese
conocimiento no existiera y nos siguieron enseñando lo mismo que ellos habían estudiado. Por esa
razón, la inmensa mayoría de médicos está a favor de las vacunas. Unos pocos de esos médicos se
dieron cuenta de la realidad, la mayoría de veces después de haber aceptado mentalmente la doctrina
que se les había enseñado y de haberla puesto en práctica; es decir, muchos médicos que no estamos
por la vacunación hemos prescrito vacunas durante algún tiempo de nuestra práctica médica.
Nosotros lo reconocemos y confesamos que estábamos equivocados; nos costó reconocerlo y
cambiar, sufrimos el dolor de sabernos equivocados, y finalmente aceptamos la realidad. Por ello,
sabemos que no es fácil hacerlo y que no es fácil asumir que aquello que has hecho por bien sea un
mal. Nosotros, los que logramos asumir que nos habíamos equivocado, no somos ni pretendemos ser
los jueces de los demás.

[35]Los países comunistas llevaron una política de vacunaciones casi totales desde el final de la
Segunda Guerra Mundial. Presumían de paternalismo estatal y llevaron la vacunación hasta los
lugares más recónditos de sus países. Cuando llegó la crisis económica y energética y apareció la
miseria social, volvieron los viejos fantasmas: la difteria, la tuberculosis y la tos ferina, pero sobre
una población que estaba vacunada contra esas enfermedades durante generaciones. ¿Dónde estaba el
efecto protector, en las vacunas o en la comida y la calefacción?

[36]El 18 de mayo de 1980, la OMS declaró solemnemente la erradicación mundial de la viruela, nos
cuenta el Dr. González en su libro, y le faltó añadir: “y se quedaron tan panchos”. Invitamos al lector,
otra vez, a analizar con sentido lógico la sentencia faraónica de la OMS: “declaró solemnemente”.
¿La solemnidad era una muestra de certeza científica o una forma de dar seriedad y rigor a una
imposibilidad biológica? ¿Se puede acabar con una especie microscópica que se distribuye por todos
los continentes y afecta a todas las razas? Si esa imposibilidad fue lograda por el hombre en 1980,
¿cómo no han podido acabar con los chinches, o con los mosquitos tigre del delta del Ebro, o con los
piojos que invaden a millones de nuestros hijos? Todas estas especies son visibles al ojo humano, y
por tanto sería mucho más fácil su control, tanto en la reproducción como en la extinción de todos
sus individuos. Aun así, sería una labor imposible; se tendrían que dedicar todos los gobiernos del
mundo al unísono y rebuscar en todos los rincones del mundo mundial y, además, en todos los
rincones anatómicos de todos los habitantes del planeta. La solemnidad de la declaración de la OMS
es una farsa más al servicio de la doctrina paranoica que ha llegado a convencer a mucha gente,
incluido el Dr. González, pero que no resiste un análisis llevado a cabo con un poco de sentido
común.

[37]Este médico que escribe nació a mitad de los años cincuenta; ya no había hambruna en España,
pero no había llegado la calefacción actual. A la edad de siete u ocho años ya había padecido varios
cuadros de amigdalitis aguda que hubieran sido catalogados de difteria diez años antes.
Afortunadamente para mí y para mis numerosos compañeros que habían padecido cuadros de
amígdalas agudas, estos cuadros ya no eran nombrados como difteria, sino como amigdalitis; y,
además, ya no eran tratados con los peligrosos sueros antidiftéricos, sino con antibióticos y
extracción. Ese cambio de nombre y de tratamiento del cuadro de unas anginas inflamadas
posiblemente me salvó la vida a mí y a muchísimos más españoles de mi generación.
[38] Se utilizan dos test: el Elek, para distinguir la bacteria que se considera capaz de segregar la
toxina que produce la difteria de otras denominadas “difteroides”, y la PCR, que detecta la presencia
del gen de la toxina y es el que se considera definitivo. Sin embargo, los propios documentos
oficiales de los protocolos de actuación ante casos de difteria reconocen su falta de fiabilidad. Así,
el Protocolo de Vigilancia de Difteria elaborado por la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica
dice en la página 106 sobre la PCR aplicada a la difteria: “Sin embargo, no demuestra si la cepa
expresa la toxina diftérica, por lo que sus resultados deben ser interpretados con cautela, ya que
algunos aislamientos de las especies toxigénicas de Corynebacterium poseen el gen de la toxina,
pero biológicamente no la expresan”. Documento completo en Internet:
http://www.isciii.es/ISCIII/es/contenidos/fd-servicios-cientifico-tecnicos/fd-vigilancias-
alertas/PROTOCOLOS_RENAVE.pdf. El asunto es mucho más grave cuando se sabe algo
desconcertante: que además de las diftéricas existen otras bacterias capaces de producir la toxina de
la difteria, como la C. ulcerans y la C. pseudotuberculosis (Efstratiou, A., George, R.C., “Laboratory
guidelines for the diagnosis of infections caused by Corynebacterium diphtheriae and C. ulcerans”.
Commun Dis Public Health 1999: 2: 250-7;
https://www.gov.uk/government/uploads/system/uploads/attachment_data/file/355490/guides_coryne
.pdf.

[39] El Dr. González, en su libro en defensa de las vacunas, también confiesa que esta historia de
Alaska le impresionó en la infancia, tanto que nos la vuelve a contar por si hubiese alguien que no la
conociera. Esa historia y sus diversas versiones cinematográficas impresionaron a todo el mundo;
todos nos quedamos asombrados del valor y el sacrificio de los salvadores que llevaban el suero y
finalmente nos relajamos cuando vimos que la gente, por la acción del suero, se curaban, y todos
quedamos convencidos de la bondad de los sueros, de las vacunas y de la ciencia médica que nos
protegía de los gérmenes. Pero ahora el lector tiene información para saber que en aquel tiempo
(1924) faltaban más de 70 años para que apareciera el test que permitiría diferenciar sin ninguna
duda unas anginas con fiebre no diftéricas de otras diftéricas; entonces, ¿cómo sabían que era una
epidemia de difteria? Las amigdalitis son frecuentes en invierno; ¿por qué alguien decidió, ese año de
1924, que las anginas de ese invierno iban a ser diftéricas? ¿Por qué se radió a todo el mundo
explicando lo terrible que era la difteria y lo buenos que eran los sueros, si no se podía saber si era
difteria? Faltaban más de 80 años para que apareciera el test de la verdad y no existía forma objetiva
o científica de saberlo.

[40]Los cuadros, por ejemplo, de la terrible tos ferina que habían sido frecuentes en las posguerras
europeas a partir de los años cincuenta se empezaron a llamar “bronquitis agudas”, “bronquiolitis del
lactante”, “bronquitis asmática”, “traqueitis aguda”… Estos cuadros son tratados por la medicina
moderna con antibióticos, broncodilatadores y oxígeno con relativa facilidad, pero en los años
cuarenta eran mortales y se atribuían al microbio pasteurella pertusis. Los cuadros de cólera morbo
histórico pasaron a llamarse “gastroenteritis”, “colitis aguda”, “disentería” o “diarrea coleriforme”, y
desapareció el cólera. Las neumonías infecciosas por el neumococo pasaron a llamarse “neumonías
agudas”, “neumonías víricas”, “neumonías tóxicas”… Cambiaron los terribles nombres históricos y
desaparecieron las enfermedades infecciosas.

[41]El Dr. González, digno representante de la oficialidad, mantiene en su libro esa ambigüedad: por
una parte, acusa al corinebacterium difteriae de producir la difteria, aunque luego dice que el bacilo
no la puede producir y que de hecho no la produce, para luego acabar diciendo que es la toxina la
finalmente responsable de la enfermedad. En la actualidad es ese tipo de enseñanza ambigua la que se
imparte en las facultades, que mantiene una indefinición y una ambigüedad que permite que las
campañas de vacunación contra nuestros propios gérmenes continúe impunemente.
[42] En esta primera parte, como ya advertimos al lector, solo nos hemos referido a los avances
médicos y las teorías médicas oficiales, a los acontecimientos tal y como nos los han narrado la
prensa, la política y la ciencia del sistema oficial. No hemos hablado de los científicos disidentes del
sistema, que naturalmente han existido, eso sí, al margen del sistema y fuera de los círculos
académicos oficiales y alejados del mundo mediático. Estos científicos y sus puntos de vista
totalmente alejados de la paranoia de vivir serán expuestos en la segunda parte por mi compañero y
amigo Jesús García Blanca.

[43] Robbins, Stanley y Angell, Marcia. Patología básica. Interamericana, 1979.

[44]Desde las primeras críticas realizadas por Duesberg, el cuestionamiento de la versión oficial del
sida ha crecido exponencialmente, profundizando en sus múltiples facetas: científica, médica,
sociopolítica, económica, mediática... En estos momentos, miles de científicos y médicos de todo el
mundo han firmado la declaración inicial pidiendo una reevaluación de la teoría viral, y se ha
presentado evidencia para cuestionar todas las afirmaciones oficiales relacionadas con el sida, así
como para razonar que no se trata de un problema científico-médico, sino de un montaje que debe
resolverse en el terreno sociopolítico e incluso criminal.

Libro pionero en España cuestionando la teoría viral del sida: Sida: juicio a un virus inocente. Costa
Vercher, E. Mandala, 1994.

Análisis reciente abarcando todos los aspectos del montaje sida: La Sanidad contra la Salud. García
Blanca, J. Ediciones i, 2015.

[45] http://www.enfermedades-raras.org/index.php.

[46] http://www.ine.es/inebmenu/mnu_salud.htm.

[47]Esta es una ocasión más donde se demuestra que la prensa no está de parte de los ciudadanos y
que colabora con el sistema, tanto cuando habla como cuando guarda silencio; porque ¿cómo es
posible que este problema de las enfermedades raras no haya estado nunca en los debates públicos?
Con ese volumen de población implicada, ¿cómo es posible que no hayan ocupado ninguna primera
página ni portada? ¿Piensan acaso los de la prensa que este fenómeno es una nimiedad?

[48]Si toda esa fantasía fuera tan fácil de conseguir, como afirman la publicidad y la prensa, en lo
primero que habría que pensar al “encargar a un niño” a la probeta sería que volviese a recuperar la
capacidad natural de tener hijos, como podían hacer sus padres. Pero esa elección volvería a hacer
desaparecer los centros de fertilización artificial, por lo que seguramente esa petición no estará
incluida en la carta.

[49]Para evitar discusiones sobre el significado del Tao y su equivalencia al concepto cristiano de
Dios, nos ayudamos directamente del libro canónico del taoísmo Tao-Te-King de Lao-Tzu, que en su
capítulo XXV dice: “Hay ‘algo’ inherente y natural que existió antes que el Cielo y la Tierra. Es
inmóvil e insondable. Lo llena todo y nunca se extingue. Le podemos considerar madre del universo.
No conozco su nombre porque es inefable, pero me veo forzado a darle un nombre y por eso le llamo
Tao, el que trasciende todas las cosas…”. Nosotros pensamos que, si eso no es Dios, se parece
mucho a lo que se puede entender por tal nombre.

[50] Sou Wen Nei King. Capítulo primero.


[51]Los datos para este apartado, incluida la cita de Darwin, se han extraído de varios artículos del
profesor Máximo Sandín recogidos en Pensando la evolución, pensando la vida (ver sección  Para
seguir la pista).

[52] Dawkins, Richard. El gen egoísta. Salvat Editores, 2014.

[53] Bassler, Bonnie. El lenguaje secreto de las bacterias. Conferencia dictada en el TED
2008: http://www.ted.com/talks/bonnie_bassler_on_how_bacteria_communicate?language=es.
 
[54] Santos Leal, Emilio. “Los microorganismos de nuestro cuerpo. Formas que tienen de ayudarnos”.
En Microbiótica, Madrid, Ediciones i, 2014.

[55]Citado por Sandín, M. “Los ciegos y el elefante”. Noviembre 2000, GEAM, 2. Facultad de
biología, Universidad Autónoma de
Madrid: http://www.uam.es/personal_pdi/ciencias/msandin/ciegos.html.

[56] Ya citado: Pensando la evolución, pensando la vida.

Aagaard, K. y equipo. “The placenta harbors a unique microbiome”.  Science Translational


[57]
Medicine, 21 May 2014: vol. 6, issue 237, pp. 237-265.

[58]Funkhouser, l. J. y Bordenstein, S. R. “Mom Knows Best: The Universality of Maternal


Microbial Transmission”.  PLOS Biol. 11(8): e1001631:  http://journals.plos.org/plosbiology/article?
id=10.1371/journal.pbio.1001631.

Cabrera-RubIo, R. y equipo. “The human milk microbiome changes over lactation and is shaped
[59]
by maternal weight and mode of delivery”.  Am J Clin Nutr September 2012 vol. 96 no.  3 544-
551: http://ajcn.nutrition.org/content/96/3/544.full.

[60]Song, S. J., Domínguez-Bello, M. G., & Knight, R. “How delivery mode and feeding can shape
the bacterial community in the infant gut”. Canadian Medical Association Journal, 185(5), 373-374,
2013.

[61] http://www.cam.ac.uk/research/news/better-hygiene-in-wealthy-nations-may-increase-
alzheimers-risk

[62]Lynch, S. V. y equipo. “Effects of early-life exposure to allergens and bacteria on recurrent


wheeze and atopy in urban children”. The Journal of Allergy and Clinical Immunology, Sep. 2014,
volume 134, issue 3, pages 593–601.

[63] https://ultimallamadamanifiesto.wordpress.com/el-manifiesto/.

[64] Vernadsky, Vladimir. La biosfera. Fundación Argentaria-Visor Dis, 1997.

[65] En su libro ¿Qué es la vida? (ver sección Para seguir la pista).

Margulis, Lynn. Origin of Eukaryotic Cells. New Haven, Yale University Press, 1970; Margulis,
[66]
L. “Serial endosymbiotic theory. Undilopodia, mitosis and their microtubulic systems preceded
mitochondria”, en Endocytobiosis and Cell, 5, 1988, pp. 133-162.
Datos sobre la investigación de las mitocondrias en el primer cuarto de siglo extraídos del libro
[67]
de Wallin:  Symbionticism and the Origin of Species, Baltimore, Williams & Wilkins
Company, 1927: https://archive.org/details/symbionticismori00wall.

[68]Kremer, H. The silent revolution in cancer and AIDS medicine. New fundamental insights into the
real causes of illness and death confirm the effectiveness of biological compensation therapy. Xlibris
Corporation, 2001.

[69]Warburg, O. Wasserstoffübertragende Fermente, Verlag Werner Sänger, Berlin, 1948; Warburg,


O., “On respiratory impairment in cancer cells”. Science, 1956. 124: p. 269; Warburg, O., “On the
origin of Cancer Cells”. Science, 24 February 1956, volume 123, number 3191; Warburg, O. Oxygen,
the Creator of Differentiation, Biochemical Energetics, Academic Press, New York, 1966.

[70]En estos momentos hay una lista creciente que ya incluye 200 enfermedades sistémicas,
miopatías, encefalopatías, diabetes, afecciones cardíacas, esclerosis múltiple, cáncer, trastornos
similares al Alzheimer y el Parkinson y numerosas enfermedades geriátricas debidas a los daños
producidos en el genoma mitocondrial (Wallace, D. C. “Mitocondrial diseases in man and mouse”.
Science, 283:1482-1488; Johns, D. R. “The other human genome: mitochondrial DNA and disease.
Mutations in mitochondrial genes are increasingly implicated in human disease”. Nature Medicine, 2:
1065-1068.

[71]Gérvas, J. “La resistencia a los antibióticos, un problema de salud pública”. Economía y Salud,


35, junio 1999: http://www.aes.es/Publicaciones/eco_sal_35.pdf.

[72] O’Shea, T. “The Post-Antibiotic Age: Germ Theory”:  http://www.life-enthusiast.com/post-


antibiotic-age-germ-theory-a-67.html.

B. Murray, M.D., “Multiple antibiotic resistant pathogenic bacteria”,  New England Journal of
[73]
Medicine, vol. 330, 17, 28 de abril 1994, p. 1247.

[74]Red del Tercer Mundo, 162, 9 de mayo, 2014: “OMS da nueva voz de alarma ante la resistencia a
los antibióticos”:  http://agendaglobal.redtercermundo.org.uy/2014/05/08/oms-da-nueva-voz-de-
alarma-ante-la-resistencia-a-los-antibioticos/.

[75] “Promoción del uso racional de medicamentos: componentes centrales”. OMS, Ginebra,
septiembre 2002: http://apps.who.int/medicinedocs/pdf/s4874s/s4874s.pdf.

[76]L. Bordeau, Recherches sur le tisú muqueux ou l’organ cellulaire, París, 1767; F. Buttersack,
Latente Erkrankungen des Grundgewebes, insbesonders der serosen Haute. Stuttgart,  1912; H.
Eppinger, Die Permeabilitatspathologie als Leeré vom Krankheitsbeginn, Verlag Springer, Viena,
1949; O. Hertwig, Entwicklung des mittleren Keimblattes der Wirbeltiere, Jena,  1881-82; W.
Mollendorf, Lehrbuch der Histologie und Mikrosk. Anatomie des Menschen, Verlag Fischer, Dena,
1943. Zischka-Kono, W. Thumb, N. El sistema básico de Pischinger:
http://www.terapianeural.com/index.php?option=com_content&task=view&id=43&Itemid=26. Guyt
On, A. C.; Hall, J. E. Textbook of Medical Physiology. Barcelona: Elsevier/Gea, Consultoría
Editorial, 2011.

Los datos relativos a René Quinton se han extraído del libro El plasma de Quinton (ver sección
[77]
Para seguir la pista).
[78] Ver sección Para seguir la pista.

[79] http://www.unmundodebrotes.com/2013/04/agua-de-mar-entrevista-a-la-dra-maria-teresa-ilari/.

Marks, J. “The Construction of Mendel’s Laws”, Evolutionary Anthropology, 17: 250-253, 2008;


[80]
Di Trocchio. F. “Mendel’s experiments: a reinterpretation”. Journal of the History of Biology, 24,
1991, pp. 485-519.

[81] Ho, M-W. Ingeniería genética, ¿sueño o pesadilla? Gedisa, 2009.

[82] Aranda-Anzaido, A. “The gene as the unit of selection: a case of evolutive delusion”, Ludus
Vitalis, 5, 9, 1997, pp. 91-120; De Duve, Ch. “El origen de las células eucariotas”, Investigación y
ciencia, junio de 1996; Friedman, T. “Problemas de la terapia génica”, Investigación y ciencia,
agosto de 1997; Moreno Muñoz, M. “La determinación genética del comportamiento humano. Una
revisión crítica desde la filosofía y la genética de la conducta”, Gazeta de antropología, 11, 1995, pp.
46-58; Regal, Ph. J. “Metaphysics in genetic engineering: cryptic philosophy and ideology in the
“science” of risk assessment”, en Coping with Deliberate Release: The limits of Risk. International
Centre for Human and Public Affairs, Tilburg/Buenos Aires, 1996; Sandín, M. Lamarck y los
mensajeros: La función de los virus en la Evolución, Istmo, Madrid, 1995; Sandín, M. “Teoría
sintética: crisis y revolución”, Arbor, 623-624, pp. 269-303; Sandín, M. “La función de los virus en
la evolución”, Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural (Actas), 95, 1998, pp. 17-
22; Torres, J. M. “The importance of microevolutionary tenets in the debate on germ-line human
gene therapy. A research in contemporary bioethics”, Ludus Vitalis, 2, 3, 1994, pp. 137-149; Vicedo,
M. Arbor; 566, 1993, pp. 41-58.

[83] Página web oficial del Proyecto ENCODE: http://www.genome.gov/encode/.

[84]Ho, M-W. Living Rainbow H2O, Singapore; River Edge, NJ: World Scientific, 2012. The
Rainbow and the Worm, the Physics of Organisms, Singapore; River Edge, NJ: World Scientific,
1998. Living with the fluid genome, London, UK: Institute of Science in Society; Penang, Malaysia:
Third World Network, 2003.

[85] http://www.madrimasd.org/blogs/biologia_pensamiento/2010/01/11/130900.

[86] https://www.heartmath.org/.

[87] Marquier, Annie. El maestro del corazón. Luciérnaga, 2010.

[88]Williams, S. “Gut Reaction: The Vibrant Ecosystem Inside the Human Gut Does More than
Digest Food”, Howard Hughes Medical Institute Bulletin, 14-17, August 2010; Newgreen, D. y
Young, H. M. “Enteric Nervous System: Development and Developmental Disturbances”. Pediatric
and Developmental Pathology, 5, 224–247, 2002; Goyal, R. K. y Hirano, I. “The Enteric Nervous
System”. N Engl J Med 1996; 334:1106-1115 April 25,
1996: http://www.anaesthetist.com/anaes/patient/ans/Findex.htm; http://www.psyking.net/id36.htm.

[89]Gershon, M. The second brain: the scientific basis of gut instinct & a groundbreaking new
understanding of nervous disorders of the stomach & intestines. Harper Perennial, 1999.

[90]Frank, D. N. “Gastrointestinal microbiology enters the metagenomics era”. Curr Opin


Gastroenterol. 2008 Jan;24(1):4-10.
[91] Enciclopedia Británica (http://global.britannica.com/EBchecked/topic/283636/immune-system).

BIanconi, E. y equipo. “An estimation of the number of cells in the human body”. Ann Hum Biol.
[92]
2013 Nov-Dec;40(6):463-71.

[93]Gran parte de lo expuesto en este apartado se apoya en el libro del Dr. Kremer ya citado y en las
investigaciones que llevó a cabo entre 1995 y 1999 el Grupo de Estudio sobre Inmunidad y
Nutrición  dirigido por el Dr. Alfred Hässig, especialista en microbiología y profesor emérito de
inmunología en la Universidad de Berna (Suiza) además de consejero de la Organización Mundial de
la Salud (OMS), del Consejo de Europa y de la Liga de Organizaciones de la Cruz Roja. Hässig, A.;
Kremer, H.; Liang, W.-X. y K. StampfIi: «Pathogenesis of inmune suppression in hypercatabolic
diseases. AIDS, septicaemia, toxic shock syndrome and protein calorie malnutrition». Continuum, 6,
vol. 4, 1997 (http://www.virusmyth.com/aids/hiv/ahpathogen.htm);  Hässig, Liang Wen-Xi and K.
Stampfli “Stress-induced suppression of the cellular immune reactions. A contribution on the
neuroendocrine control of the immune system”. Medical Hypothesis (1996) 46: 551-
555 (http://www.virusmyth.com/aids/hiv/ahstress.htm).

[94] Junto con el ya citado libro del Dr. Kremer, los datos para este apartado se han extraído de:
Fichter, M. y equipo. “Breast milk contains relevant neurotrophic factors and cytokines for enteric
nervous system development”.  Mol Nutr Food Res. 2011 oct;55(10):1592-
6;  https://www.youtube.com/watch?v=zDMyXAgUSPA (entrevista en el programa Redes con la
psicoanalista Sue Gerhardt, autora del libro El amor maternal: la influencia del afecto en el
desarrollo mental y emocional del bebé (Editorial Albesa, 2004); https://www.youtube.com/watch?
v=Kb_4DSrmdZQ (documental Recuperando el paradigma original, del neonatólogo Nils
Bergman).

¿Por qué dura nueve meses el embarazo humano?  http://www.sinapsit.com/por-que-dura-9-


[95]
meses-el-embarazo-humano/.

[96]Merien, Desiré: Los fundamentos de la higiene vital. Palma de Mallorca, Puertas abiertas a la
nueva era, 1993. Landaburu, Eneko.  ¡Cuídate compa! Manual para la autogestión de la salud.
Tafalla, Txalaparta, 2006.

[97] http://www.sumendi.org/.

[98]García Blanca, J. La Sanidad contra la Salud. Una mirada global para la autogestión. Madrid,
Ediciones i, 2014.

Reich, Wilhelm. The bion experiments on the origin of life. Farrar, Straus and Giroux, 1979. Ver
[99]
también la sección Para seguir la pista.

[100]Los datos para este apartado se han extraído de Mambretti, Giorgio y Séraphin, Jean. La
medicina patas arriba: ¿Y si Hamer tuviera razón? Barcelona, Obelisco, 2009. Hamer, Ryke Geerd.
La génesis del cáncer. Asociación Stop al Cáncer, Chambéry, Francia, 1991.

[101] El punto de partida de los descubrimientos de Hamer fue la muerte violenta y repentina de su
hijo Dirk poco después de recibir un disparo. Tanto Hamer como su mujer desarrollaron tumores y
esto lo llevó a buscar una posible relación, que efectivamente acabó encontrando.
[102] El desgraciado caso Olot se ha convertido en impulsor de un debate latente que niegan las élites
de los organismos oficiales y que pretenden callar al precio que sea. El 4 de junio ya se produjeron
unas declaraciones del conseller de Salut de la Generalitat, Boi Ruiz, mostrándose partidario de una
vacunación “responsable y obligatoria”, contradicción que no logramos interpretar, ya que ¿cómo
puede alguien hacerse responsable de hacer algo a lo que se le obliga por ley? Pero el fallecimiento
del chico intensificaría aún más las reacciones contra los erróneamente denominados “antivacunas”.
Por una parte, asistimos al vergonzoso espectáculo que supone que un medio de comunicación
público tenga que pedir perdón por ofrecer información plural; nos referimos al defensor del
espectador de TVE, que pidió disculpas por “dar cobertura a los antivacunas”. Por otro lado, está el
peligro de los médicos disidentes: el presidente del Colegio de Médicos de Barcelona aseguraba que
“aquel médico que sin una razón clínica no indica una vacunación sistemática está incurriendo en
mala práctica”, ya que estaría incumpliendo el código deontológico de la profesión y se le podría
retirar la licencia en caso de reincidencia. Como es habitual, estas y otras declaraciones, propuestas y
exigencias de castigo en la plaza pública y obligatoriedad de inocular a nuestros hijos asumen como
verdadera y probada la teoría microbiana. Ni por lo más remoto se la cuestionan, como venimos
haciendo nosotros. Y es que, si se admitiera esa posibilidad, si se avanzara abiertamente en esa
investigación y se pusiera en evidencia el error, entonces resultaría que quienes están incumpliendo el
código deontológico son precisamente todos los que aconsejan las vacunas y contribuyen de un modo
u otro a mantener su mito en la sociedad.

[103] Según denuncia Peter Gøtzsche, director y profesor en el prestigioso Nordic Cochrane Center,
los fármacos son también la tercera causa de enfermedad y muerte en el mundo tras las enfermedades
cardiovasculares y el cáncer. En su reciente libro Medicamentos que matan y crimen organizado (esta
última expresión se refiere a la industria farmacéutica), cifra en 200.000 los muertos anuales por
fármacos en Estados Unidos. En la introducción a la edición española, el farmacólogo Joan Ramon
Laporte calcula que la cifra para Europa es de 197.000 personas.

[104]A raíz del caso de Olot, se ha producido una auténtica avalancha de peticiones para hacer
obligatorias por ley las vacunas, desde los responsables de colegios médicos hasta las personas de a
pie comentando en las redes sociales, pasando por ciertos blogs de fanáticos científicos que piden que
el gobierno emule al gobernador de California —donde acaba de aprobarse una ley para exigir las
vacunas a los niños desde el jardín de infancia— o al australiano —que ha establecido ventajas
fiscales para los padres que vacunen, comprando así el derecho de consentimiento informado de sus
ciudadanos. La propuesta no es en modo alguno original: ya en 1850 se aprobaron leyes de
vacunación obligatoria en Estados Unidos que se equiparaban con las de esterilización eugenésica
obligatoria y que sirvieron para reforzar el movimiento crítico contra las vacunas.

[105] A pesar de lo que parece sugerir su título, el libro En defensa de las vacunas, de Carlos
González —al que ya hemos aludido—, no organiza su contenido como un alegato en favor de las
vacunas, sino más bien contra los “antivacunas”, centrándose concretamente en responder a dos
libros: Los peligros de las vacunas, de Xavier Uriarte (Ática, Barcelona, 2002) y Vacunaciones
sistemáticas en cuestión, de Juan Manuel Marín Olmos (Icaria, Barcelona, 2005). Podríamos decir
que todo su libro se basa en tres elementos clave que le permiten desarrollar su argumentación: (1)
asume la teoría microbiana: a lo largo del libro no se discute en absoluto, no se demuestra, no se
analiza, ni siquiera se expone formalmente para explicar en qué se basan las vacunas; simplemente se
da por sabida, demostrada y aceptada; (2) obvia las relaciones de poder, falseando así todo el
contexto en el que se desarrolla cualquier fenómeno social, y (3) construye una etiqueta
“antivacunas” a la medida de sus argumentos y en la que entran médicos “equivocados” y padres
“muy informados pero muy mal informados” que creen que todos los médicos son idiotas o están
comprados, que ocultan los peligros de las vacunas para ganar dinero...; una caricatura tan evidente
que se desarma por sí misma, como la trampa de contraponer la “mala información” obtenida de
Internet a las revistas “serias”, como si esas no estuviesen también en Internet. Por supuesto, no falta
el tan querido por los adalides de la ciencia moderna adjetivo descalificativo “conspiranoico”, y es
que algunos parecen vivir en un mundo maravilloso en el que no hay opresores y oprimidos, las
multinacionales son benefactoras de la humanidad y los científicos seres luminosos elevados por
encima de las miserias humanas.

[106]Sin ir más lejos, Carlos González utiliza el siguiente argumento para convencernos de la bondad
de vacunar en edades tan tempranas: “Cientos de científicos de decenas de países, con años de
experiencia, tras leer los resultados de cientos de estudios científicos, han llegado a la conclusión de
que la mejor edad para vacunar son los 2 meses”. Está claro que tantos científicos, de tantos países
con tantos años de experiencia y tras la lectura de tantos estudios ¡no pueden estar equivocados!

[107]Rodríguez Ocaña, Esteban. Por la salud de las naciones. Higiene, microbiología y medicina
social, Madrid, Akal, 1992.

[108]SendraIl, Marcel. Historia cultural de la enfermedad. Las enfermedades contribuyen a la


definición de una cultura. Cada siglo tiene un estilo patológico propio. Espasa-Calpe, 1983.

[109]La Dra. Suzanne Humphries explica con todo detalle y documenta con rigor y profusión de
datos esta relación, aplicándola a la historia de las vacunaciones en su libro Dissolving Illusions.
Disease, Vaccines and the Forgotten History, 2013: http://vaksini.eu/Dissolving__Illusions.html.

[110]No está de más comentar que la famosa Enciclopedia Británica publicó su última edición “libre”
entre 1875 y 1890, ya que a partir de entonces fue comprada por la Standard Oil Company, propiedad
de la familia Rockefeller, que por esos años comenzaba a desplazar su radio de acción del petróleo a
los medicamentos, estableciendo lazos con su homólogo en Europa,  IG Farben, cuyos dirigentes
fueron juzgados en Núremberg por crímenes contra la
humanidad. http://www.reformation.org/britannica.html.

[111]Hume, Ethel Douglas. Béchamp or Pasteur? A Lost Chapter in the History of Biology, 1923;
Pearson, R. B. Pasteur: Plagiarist, Impostor. The Germ Theory Exploded, 1942. Reeditados por
Bechamp.org en 2006: http://www.mnwelldir.org/docs/history/biographies/Bechamp-or-Pasteur.pdf.
Geison, Gerald l. The private science of Louis Pasteur. Princeton University Press, 1995. Dos
capítulos clave disponibles en la red: http://www.mini4stroke.tweakdsl.nl/Histmedsc/Geison.pdf.

[112] https://en.wikipedia.org/wiki/Koch%27s_postulates.

[113] Más detalles y referencias sobre pleomorfismo en la sección Para seguir la pista.

[114] http://vacunasaep.org/profesionales/fichas-tecnicas-vacunas/resultados?diseases=31.

[115] A nadie se le escapa la obviedad de que los fabricantes no estén interesados en indagar
demasiado en los problemas, peligros y falta de efectividad de sus productos. A título de ejemplo,
una revisión de la prestigiosa Colaboración Cochrane de la triple vírica (MMR) concluía que “el
diseño y la información sobre eventos de seguridad en los estudios sobre la vacuna MMR, tanto pre
como postventas, son totalmente inadecuados”. Demicheli, V., Rivetti, A., Debalini, M. G., Di
Pietrantonj, C. Cochrane Database Syst Rev. 2012 Feb 15; 2:CD004407.
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/22336803.
[116] El Tribunal Supremo de los Estados Unidos parece compartir nuestra opinión sobre la
peligrosidad de las vacunas: en uno de sus pronunciamientos —que puede leerse íntegramente en este
enlace: https://www.law.cornell.edu/supct/html/09-152.ZD.html— dice:  “las vacunas son
inevitablemente inseguras”. En todo caso, como sin duda habrá observado el lector, no hemos
querido centrar nuestro análisis crítico de las vacunas en este aspecto especialmente llamativo, pero
que no deja de ser una consecuencia más de la cuestión clave que descalifica las vacunas: su falta de
sentido biológico. El lector interesado puede ampliar información en la sección Para seguir la pista.

Alan G. Phillips, “Dispelling vaccinations myths: An introduction to the contradictions between


[117]
medical science and immunization policy”, 2007 (www.vaccinerights.com).

[118] http://www.concienciadeser.es/Vacunas/Disipando_mitos_vacunacion.html.

Wilson et al. (2011), “Adverse events following 12 and 18 month vaccinations: a population-
[119]
based, self-controlled case series analysis”. PLoS one 6:e27897.

[120] A partir de documentos citados en la sección Para seguir la pista.

[121]http://vactruth.com/2009/07/21/dr-andrew-moulden-interview-what-you-were-never-told-about-
vaccines/.

[122] http://vacunasaep.org/sites/vacunasaep.org/files/CalVacAEP_2015_PRINCIPAL_tabla.pdf.

[123]Carlos González se sorprende en su libro de que algunas personas consideren una contradicción
su posición respecto a las vacunas y su defensa de la lactancia materna y la crianza con apego, y
explica que él simplemente defiende todas esas cosas porque las recomienda la OMS. Pues bien,
nosotros sí creemos que existe tal contradicción, puesto que nuestro criterio no se basa en los
dictados de una institución demostradamente corrupta, sino en la coherencia con una determinada
concepción de la salud y de la vida. Por eso nos parece una contradicción estar a favor de la lactancia
natural y el apego —lo que supone respetar los ritmos de la Naturaleza y reconocer su capacidad para
favorecer el desarrollo saludable y armónico de la nueva vida— y al mismo tiempo defender la
introducción de sustancias extrañas y tóxicas en un bebé durante el período más sensible de su
desarrollo, saltándonos a la torera los ritmos establecidos por la Naturaleza. Siguiendo su línea de
argumentación, es más que probable que González se muestre de acuerdo con el pediatra
estadounidense Paul Offit, creador de la vacuna Rotateq —691 millones de dólares vendidos en 2013
— y que afirmó sin despeinarse que los bebés sanos podrían recibir hasta 100.000 vacunas en un solo
pinchazo —eso sí, posteriormente corrigió su afirmación y cambió la cifra a 10.000. La publicación
original puede verse en el siguiente enlace: http://www.whale.to/vaccine/Offit%20June%202006.pdf.

[124]Los resultados de una encuesta online realizada el 5 de junio por el diario La Vanguardia no
pueden ser más rotundos: de 3.738 respuestas a la pregunta “¿Cree que la vacunación infantil debe
ser obligatoria por ley?”, un 86% fueron favorables a la obligatoriedad, un 12% se mostraron en
contra y un 2% no se definió. No obstante, hemos podido leer en una de esas miles de revistas con
refrendo oficial en la que se ha analizado el impacto de la información crítica sobre vacunas que
“acceder a una web crítica con las vacunas entre cinco y diez minutos incrementa la percepción de
riesgo de la vacunación y disminuye la percepción de riesgo de no vacunarse, así como la intención
de hacerlo”. Resulta verdaderamente sorprendente que cinco minutos en la red le basten a un
ciudadano medio para contrarrestar la abrumadora información provacunas que inunda la sociedad.
Betsch, C., Renkewitz, F., Betsch, T., Ulshöfer, C., “The influence of vaccine-critical websites on
perceiving vaccination risks”. J Health Psychol. 2010 Apr;15(3):446-55.
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/20348365.

[125]Que sepamos, la única vez que se ha hecho uso de esta medida excepcional fue en 2010, cuando
un juez ordenó la vacunación forzosa de 35 niños tras producirse un “brote” de sarampión con medio
centenar de casos en el barrio del Albaicín, Granada. Hasta donde sabemos, una parte de esos niños
continúa sin vacunar a día de hoy, ya que sus padres se niegan a cumplir la orden. Este caso contrasta
con otro producido dos años después en un barrio marginal de Sevilla: a pesar de que la cifra de
casos fue muy superior —1.759 casos—, no se tomó ninguna medida judicial. La diferencia:
mientras que el caso de Sevilla se atribuye a motivos de “marginalidad social”, en el caso de Granada
se trataba de padres que habían tomado la decisión consciente de no vacunar —lo que la
administración denomina “motivos ideológicos”.

[126]Una publicación de 2012 en la revista Immunity recoge la perplejidad de los investigadores al


comprobar que, por una parte, “ratones infectados con el virus VSV (vesicular stomatitis virus)
pueden sufrir una invasión fatal de su sistema nervioso, incluso cuando poseen altas concentraciones
de anticuerpos contra el VSV en su sistema”, y, sin embargo, observando la infección por VSV en
ratones con linfocitos B que no podían producir anticuerpos, los ratones sobrevivían mediante
mecanismos bioquímicos que no precisaban anticuerpos. Khanna, K. M. and Lefranc, L. “B cells, not
just for antibody anymore”; Moseman, E. y equipo. “B cell maintenance of subcapsular sinus
macrophages protects against a fatal viral infection independent of adaptive immunity”. Immunity 36,
415–426, March 23, 2012.

[127]Referencia para citas de Nossal y Marchalonis: “The emperor’s new virus?”. Commentary by
the Perth Group, 20th Sep 2011, pp. 45; nota
19: http://www.theperthgroup.com/OTHER/ENVCommentary.pdf.

[128] Predki, P y cols. Human Antibodies, nº 14, 2005, p. 7-15.

[129]De la Rue, Fernand: Salud e infección. Auge y decadencia de las vacunas. México D. F.,
Editorial Nueva Imagen, 1980. Más información y referencias en la sección Para seguir la pista.

En la sección Para seguir la pista encontrará el lector varios enlaces a páginas web con
[130]
numerosas gráficas que documentan las manipulaciones, engaños y alteraciones que estamos
mencionando.

[131]“Emancipaos de vuestra esclavitud mental; nadie excepto nosotros mismos puede liberar
nuestras mentes... ¿Durante cuánto tiempo seguirán matando a nuestros profetas mientras miramos
sin hacer nada? ¿Me ayudarás a cantar estas canciones de libertad? Canciones de redención,
canciones de redención...”.

[132]Estos criterios, como no podía ser de otro modo en una medicina contaminada por la industria,
se basan exclusivamente en lo que denominan “eficiencia”, es decir, la capacidad de cualquier
producto o técnica para conseguir los objetivos que se propone con el mínimo coste —tanto en dinero
como en peligrosidad y efectos indeseados, que a la postre terminan traduciéndose también en dinero.
De este modo, cada vez que alguien alude a un producto natural o terapia alternativa, se le exigen
inmediatamente los correspondientes estudios que demuestren su eficiencia, estudios que en la mayor
parte de los casos no interesa hacer y que cuando se hacen suelen descalificar las técnicas naturales
por el simple motivo de que es como medir agua con una regla. Ahora bien, ¿qué ocurre cuando
aplicamos estos criterios a la medicina farmacológica? Pues no tenemos necesidad de especular
porque hay un proyecto llamado Clinical Evidence, de la revista British Medical Journal, que lleva a
cabo esos estudios de forma periódica, con unos resultados absolutamente demoledores: el 89% de
los tratamientos empleados habitualmente no han conseguido demostrar su eficiencia. Esos son los
resultados que presenta un modelo médico que hace oídos sordos e incluso desprecia todo lo que
considera “alternativo”, “natural”, “tradicional” y en definitiva todo lo que no comulga con sus
creencias. Permítasenos conjeturar que si el exiguo 11% que sí parece haber demostrado eficiencia se
evaluara por manos independientes de la industria, el porcentaje descendería drásticamente, quizá
hasta casi desaparecer...

[133] Aunque los autores de este estudio no consideramos que el puro beneficio económico sea la
principal motivación de quienes promueven las vacunas y tampoco el más importante motivo de
crítica, no somos tan ingenuos como para no tener en cuenta un negocio de estas características: el
informe más reciente que hemos podido consultar corresponde a las ventas de 2013 y desvela que el
90% del mercado de las vacunas lo controlan cinco laboratorios: GlaxoSmithKline (con ingresos de
5.370 millones de dólares), Sanofi-Pasteur (5.111 millones), Pfizer (3.974 millones), Merck (con una
cifra algo inferior) y Novartis (1.987 millones). El informe calcula que estos cinco laboratorios
venderán en 2018 32.600 millones de dólares en vacunas. Y es que, aunque las vacunas están
consideradas un producto de bajo beneficio, hay que tener en cuenta la cantidad abrumadora de
“clientes”: virtualmente, todos los niños del planeta.

Para una exposición detallada de todos estos aspectos relacionados con las herramientas de
[134]
poder en el terreno de la salud-enfermedad y para bibliografía y referencias de la síntesis que
hacemos, recomendamos consultar La Sanidad contra la Salud (ver sección Para seguir la pista).

[135]Recientemente, en un intercambio llevado a cabo en Internet en el blog de un médico sobre


nuestras diferentes concepciones de la medicina, nos hacía esta sorprendente y valerosa confesión:
“Yo no puedo prescindir fácilmente del lavado de cerebro que supuso seis años de carrera de
medicina, tres más de doctorado en biología celular, cuatro más de especialidad y otros seis que
empleé en dos másteres. Han sido casi veinte años alimentando paranoias y llevo solo siete
intentando zafarme de ellas”. Sin comentarios.

[136] Al menos tres de las seis revistas científico-médicas más prestigiosas han denunciado
públicamente este desagradable asunto: el New England Journal of Medicine considera “habitual” la
influencia de la industria en los médicos, el British Medical Journal desvela la “participación de los
patrocinadores en la formación de miles de médicos de cabecera”, y el Journal of the American
Medical Association denuncia que “la profesión médica en todos sus aspectos —clínico, educativo e
investigador— ha sido inundada por una profunda influencia de la industria médico-farmacéutica”.
Más claro, agua. El lector puede ampliar información en la sección Para seguir la pista.

[137] http://www.dsalud.com/reportajes/los-pesticidas-mucho-mas-peligrosos-de-lo-que-se-reconoce.

[138]Matías-GuIu, J. y García-Ramos, R. “Fraude y conductas inapropiadas en las publicaciones


científicas”. Neurología, vol. 25. Núm 01, enero-febrero 2010: http://www.elsevier.es/es-revista-
neurologia-295-articulo-fraude-conductas-inapropiadas-las-publicaciones-13148433.

[139] Casi telegráficamente apuntamos algunos ejemplos: Journal of the American Medical
Association: revisados 359 estudios sobre nuevos medicamentos publicados en las más prestigiosas
revistas, resultó que 333 de ellos mentían u omitían datos; Richard Smith, editor de The British
Medical Journal: “el fraude de las investigaciones clínicas es como el abuso infantil; una vez que se
reconoce que existe, se empieza a observar lo frecuente que es”; British Medical Journal: un artículo
denuncia que el 50% de los textos relacionados con fármacos habían sido elaborados por autores
fantasma; Project on Goverment Oversight: en algunas áreas específicas, como la de los
antidepresivos pediátricos, los autores fantasma escriben la totalidad de los artículos. Referencias y
más información en la sección Para seguir la pista.

[140] https://detenganlavacuna.wordpress.com/2015/07/15/editorthelancet/.

[141]El organismo que mejor expresa la confluencia de intereses industria-capital privado-organismos


públicos en el terreno de las vacunas es la Alianza GAVI (siglas para Global Alliance for Vaccines
and Immunization), creada y financiada por la Fundación Bill and Melinda Gates con la colaboración
del Banco Mundial, la OMS y la UNICEF y que trabaja en coordinación con otras organizaciones
públicas y privadas y, por supuesto, con los grandes fabricantes y vendedores de vacunas. En enero
de este año, estas organizaciones —implicadas en escándalos relacionados con el uso de poblaciones
de países en vías de desarrollo como conejillos de indias para la experimentación con fármacos y
vacunas— pusieron en marcha la iniciativa más ambiciosa que conocemos en relación con las
vacunaciones y cuyo objetivo es obtener fondos para vacunar a trescientos millones de niños. Ese es
el futuro que nos espera.

[142] An Pediatr. 2015;82:44.e1-44.e12 vol. 82 núm. 1:


http://www.analesdepediatria.org/es/calendario-vacunaciones-asociacion-espanola-
pediatria/articulo/S1695403314005128/.

[143]Para un relato detallado de la campaña contra Wakefield y una contestación pormenorizada a


todas las falsas acusaciones contra él: http://www.dsalud.com/reportajes/las-vacunas-pueden-causar-
autismo.

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