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INNOVACIÓN AZUL

Por: Xavier Ferrás


27 agosto, 2020

https://xavierferras.com/2020/08/innovacion-azul/

Hay cuatro tipos de innovación básicos, representados por cuatro colores. Nuestra
estructura empresarial es muy buena en innovación “roja” (de bajo retorno y baja
complejidad). Es innovación incremental. Simple mejora continua. Se trata de competir en
mercados saturados (océanos “rojos” de la sangre de los rivales). Sobrevivir “haciendo más
con menos”. Es innovación necesaria, pero insuficiente en el medio plazo. Según el
añorado Clayton Christensen, substituir un producto por una nueva versión renovada, o
automatizar una línea productiva no genera crecimiento económico agregado. Hacer más
con menos a menudo significa expulsar fuerza de trabajo y deprimir la demanda. Japón
estaría en estagnación, en parte, por un modelo de innovación roja orientada al
incrementalismo.
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El segundo tipo es la innovación “dorada” (de retornos rápidos y elevados, y baja
complejidad). Es innovación “de oro”, muy interesante para el sistema financiero.
Innovación guiada por las oportunidades de mercado, que parte de ideas ingeniosas, a
menudo simples, sencillas de experimentar y fácilmente escalables. Airbnb, Tripadvisor,
Uber, Youtube, Whatsapp, Ikea, o McDonalds entrarían en esta categoría. Innovación en
modelos de negocio, hoy complementada por la digitalización y el e-commerce. Zona
startup, dominio del capital riesgo en busca de su unicornio (empresas valoradas en más de
1000 M€), repleta de nómadas digitales y vibrantes emprendedores. En la zona dorada
nadan también los tiburones financieros en busca de su «pelotazo» particular

La Covid nos ha dejado algunas lecciones: ¿debemos sentarnos a esperar que un fondo
de capital riesgo o un emprendedor encuentre espontáneamente una
vacuna? Obviamente no: hay otros tipos de innovación estratégica y transformadora
que, por su nivel de riesgo y complejidad, debe ser acelerada por las administraciones,
en aras de la seguridad y la prosperidad colectiva. Para ello necesitamos impulsar las
fronteras del conocimiento humano. Aparece un tercer tipo de innovación, la innovación
“blanca”, la nacida en laboratorio, la dirigida por la ciencia: una innovación altruista, de
alta complejidad que no espera un retorno económico inmediato, pero que es
imprescindible para el progreso humano a largo plazo. Necesitamos investigación en
bioquímica, física teórica, matemáticas fundamentales, o ciencia de los materiales, entre
otras. Debemos entender las leyes de la naturaleza para resolver problemas de ingeniería,
medioambiente o medicina. La innovación blanca no es cosa de post-its, ni el resultado de
generosas inversiones de empresarios filantrópicos: es la consecuencia de largas y pacientes
inversiones públicas en investigación. La ciencia crea la base imprescindible para un cuarto
tipo de innovación, la innovación azul, la más interesante y estratégica, económica y
socialmente, aquélla que genera realmente crecimiento y empleo de calidad. Innovación de
alta complejidad, que da lugar a productos, servicios e industrias enteras con elevados
retornos económicos y sociales. Es la innovación que se origina por la introducción en el
mercado de nuevas tecnologías, sin demanda previa del mismo, creando “océanos azules”
libres de competidores, sirviendo a nuevos e inéditos grupos de usuarios. Internet, las
comunicaciones móviles, las energías limpias, la inteligencia artificial, la biotecnología o
los semiconductores son tecnologías creadoras de grandes campos de riqueza en innovación
azul. Ese tipo de innovación es el que genera prosperidad, empleo, crecimiento económico,
y ventajas competitivas sostenibles.

Somos muy buenos en innovación roja (nuestras empresas están imbuidas en la


cultura de la excelencia, y nuestros empresarios son extremadamente eficientes).
Disponemos de incipientes y reconocidos clústeres de innovación dorada (estamos
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creando un importante referente emprendedor, y somos capaces de atraer inversiones
crecientes en capital riesgo). Despuntamos en innovación blanca (nuestras
universidades y centros de investigación generan extraordinarios científicos). Pero el
campo de batalla está en la innovación azul. En la disrupción tecnológica acelerada, y en
la agregación de recursos de investigación orientada en sectores estratégicos. Y hacemos
muy poca innovación azul: el capital privado prefiere quedarse en la zona roja o
dorada, mientras que los fondos públicos van a innovación blanca, altruista, aséptica y
pura. La innovación azul no tiene quien le escriba. Si embargo, la combinación de alta
tecnología y desarrollo de negocio es imbatible en el largo plazo. Las empresas que
compiten en el dominio tecnológico no han sufrido la pandemia. Apple se ha revalorizado
un 126% en los últimos 12 meses. Microsoft, un 55%. Amazon, un 78%. Google, un 29%.
Taiwan Semiconductors, un 93,9%. Tesla, un estratosférico 651%. Nvidia (empresa
fabricante de chips electrónicos), un 208%.

Hemos llegado a un punto de no retorno: la tecnología es el driver definitivo de la


economía tras la Covid. Será el activo fundamental en la valoración y el futuro de las
empresas. En este escenario, Europa es un continente enano ante los dinosaurios
americanos o chinos. Apple vale ya el doble que todo el IBEX, y más que el CAC entero
(40 principales empresas francesas). Microsoft tiene un valor financiero similar al PIB
español. Amazon supera el valor de todo el DAX alemán (el índice bursátil de las 30
principales empresas germanas: Daimler, Allianz, Bayer, Basf, Deutsche Bank, Siemens, y
Volkswagen…). Alibaba sobrepasa el PIB belga. Hay prisas en Europa. Toda empresa
europea es insignificante ante los gigantes tecnológicos dominantes. Francia o Alemania
son minúsculas en el nuevo escenario de competición industrial entre EEUU y China. El
plan de reconstrucción “Next Generation UE” es una excelente noticia, pero no es un
ejercicio de generosidad, sino de supervivencia. Ningún país europeo tiene potencia ni
mercado para afrontar las inversiones masivas en innovación azul de EEUU o
China. Europa debe construir océanos azules propios en 5G, inteligencia artificial,
renovables, semiconductores y ciberseguridad al nivel de China o EEUU. En cinco
años, Europa debería ser un continente azul y cohesionado, recuperando 8 décadas de
somnolencia e ingenuidad.

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