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I.

El poema lírico
III. El epíteto, la comparación y la metáfora

Probablemente el acto literario más básico, más esencial, sea la distinción de las cosas a través de los
adjetivos y los adverbios, que sirven para describir en una o pocas palabras a los seres y las acciones,
respectivamente. La palabra “perro”, por sí sola, no nos dice algo lo suficientemente específico, pues
perros hay muchos y de abundantes tipos. Pero si a esa palabra le agregamos un adjetivo como “viejo”,
entonces ya podemos imaginarnos a un perro en particular.
De modo semejante, si sólo decimos la palabra “veía”, nos imaginaremos a alguien viendo como
si nada, como cualquiera ve normalmente; pero si en cambio le añadimos a esa palabra el adverbio
“fijamente”, entonces podremos imaginarnos a ese alguien viendo de una manera especial, de una
manera que se distingue.
En general, a los adjetivos y los adverbios, en la literatura, se los llama “epítetos”. El epíteto
describe y en consecuencia distingue al objeto o a la acción al cual se está refiriendo. Acaso la
diferencia es que el epíteto incluye descripciones más extensas, como, por ejemplo, en la oración “los
pies que andan despacio”, “que andan despacio” es un epíteto: una descripción tan amplia que es más
que un adjetivo: es también un verbo y un adverbio.
A decir verdad, el uso de adjetivos y adverbios es muy frecuente en la vida cotidiana.
Cualquiera puede decir, por ejemplo, “Por fa’ pásame esa pluma roja”; y el uso del adjetivo “roja” no
tendrá nada de literario. Así pues, para que un epíteto se pueda considerar literario, hace falta que
éste sea de alguna forma revelador: que nos muestre algo de veras especial de esa cosa o de esa
acción que está describiendo. Y los poetas son expertos en conseguir este efecto. Veamos un ejemplo.

LA CATEDRAL Pálida y triste, pobre y abatida,


(Fragmento) llora el favor de los hundidos años;
José Zorrilla reina sin corte, anciana y desvalida,
por sus hijos robada y los extraños.
Por vestir el espectro de su nada,
Ese montón de piedras hacinadas, hoy convoca sus hijos a las fiestas,
morenas con el sol que se desploma, celebrando su mal, desesperada,
monstruo negro de escamas erizadas con campanas, con órganos y orquestas.
que alienta luz y música y aroma;
a quien un pueblo inválido rodea
con pies de religión, frente de miedo,
que tan noble lugar mancha y afea,
es catedral de lo que fue Toledo.

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LA CATEDRAL que tan noble lugar mancha y afea,
(Fragmento) es catedral de lo que fue Toledo.
José Zorrilla Pálida y triste, pobre y abatida,
llora el favor de los hundidos años;
reina sin corte, anciana y desvalida,
Ese montón de piedras hacinadas, por sus hijos robada y los extraños.
morenas con el sol que se desploma, Por vestir el espectro de su nada,
monstruo negro de escamas erizadas hoy convoca sus hijos a las fiestas,
que alienta luz y música y aroma; celebrando su mal, desesperada,
a quien un pueblo inválido rodea con campanas, con órganos y orquestas.

con pies de religión, frente de miedo,

A los poetas –en general, a todos los escritores– les gusta hacer comparaciones. En la literatura,
comparar unas cosas con otras sirve para hacer más vivas, más memorables y a veces también más
fáciles de entender las imágenes que se nos están describiendo o, también, las escenas que se nos
están narrando.
A las comparaciones también las podemos llamar “símiles”, porque nos hacen notar cierta
semejanza, cierta similitud, entre las cosas que están siendo comparadas. Uno puede decir, por
ejemplo, que los ojos de tal persona son bellos como el cielo; que las manos de alguien son suaves como
el terciopelo; o que los brazos de Fulano son duros como la piedra…
En todos estos ejemplos de comparaciones lo que estamos haciendo es señalar alguna similitud
entre dos cosas distintas, resaltando cierta característica que, pese a las diferencias, tienen en común
las dos cosas comparadas:
1. unos ojos y el cielo: la belleza;

2. ciertas manos y el terciopelo: la suavidad;

3. los brazos de Fulano y la piedra: la dureza.
Para la buena literatura, sin embargo, estos ejemplos tienen un defecto: son demasiado
predecibles. Decir que alguien o algo es alto como un árbol, bello como el mar u oscuro como la noche,
en realidad no es decir nada impresionante. La buena literatura se construye con comparaciones
inauditas, sorpresivas, incluso intrigantes o de momento difíciles de entender, pues esos rasgos
hacen que las comparaciones nos llamen más la atención y se nos queden mejor grabadas en la
memoria.
En la literatura, las mejores comparaciones son los símiles arriesgados, impredecibles: decir,
por ejemplo, que los ojos de alguien son bellos como la honestidad; que ciertas manos son suaves como
el silencio; que los brazos de Fulano son fuertes como el rencor… Estas comparaciones, a diferencia de
las anteriores, nos construyen en la mente unas imágenes extrañas y, por ello, quizás más poderosas,
más atractivas.

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Además, se trata de símiles que nos revelan un rasgo que tal vez no habíamos notado en el
segundo elemento de la comparación: que la honestidad es bella, que el silencio es suave, que el rencor
es fuerte, tenaz… Estos símiles se destacan porque comparan cosas que a la primera uno no
consideraría posible comparar porque pertenecen a diferentes tipos de cosas: los ojos, las manos y
los brazos son cosas físicas, sensibles; la honestidad, el silencio y el rencor, en cambio, son acciones o
actitudes, son, en fin, otro tipo de cosas.

La buena literatura empieza con las comparaciones ingeniosas, pero alcanza sus mejores momentos en
las metáforas. La metáfora es un símil en el que en lugar de comparar dos cosas, se las funde,
dándole lugar a una nueva cosa. La mayoría de las veces, para construir una metáfora, sólo se
necesita que uno suprima el “como” y algunas palabras más que nos indican que se está haciendo una
comparación… Por ejemplo, en lugar de decir: “Tus manos son suaves como el silencio”, podemos decir:
“La suavidad de tus manos es la del silencio”; también, de una manera más enigmática, podemos decir:
“Tus manos son el suave silencio”. Desde luego hay muchas otras fórmulas igualmente útiles, como por
ejemplo: “Tus manos suaves, silenciosas”; y, claro, la imagen extrema de: “Tus manos silenciosas”.

En resumen, las comparaciones sirven para construir imágenes literarias. Las imágenes más efectivas
son las impredecibles, las que lo toman a uno por sorpresa. Y la forma máxima de la comparación es la
metáfora, la cual, más que comparar, funde las cosas, creando imágenes que son nuevas cosas. En
algunos casos, podemos decir incluso que la metáfora cristaliza en epítetos.
Ahora veamos un ejemplo de poema, donde podremos identificar símiles afortunados y buenas
metáforas, que a veces además cumplen la función de epítetos.

LA SUAVE PATRIA que rondan los palomos colipavos,


(Fragmentos) las campanadas caen como centavos.
Ramón López Velarde
[…]
Suave Patria: tu casa todavía
Patria: tu superficie es el maíz, es tan grande, que el tren va por la vía
tus minas el palacio del Rey de Oros, como aguinaldo de juguetería.
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros. Y en el barullo de las estaciones,
[…] con tu mirada de mestiza, pones
la inmensidad sobre los corazones.
Sobre tu Capital, cada hora vuela
ojerosa y pintada, en carretela; ¿Quién, en la noche que asusta a la rana,
y en tu provincia, del reloj en vela no miró, antes de saber del vicio,
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del brazo de su novia, la galana y en tu provincia, del reloj en vela
pólvora de los juegos de artificio? que rondan los palomos colipavos,
las campanadas caen como centavos.
[…]
Tu barro suena a plata, y en tu puño […]
su sonora miseria es alcancía; Suave Patria: tu casa todavía
y por las madrugadas del terruño, es tan grande, que el tren va por la vía
en calles como espejos se vacía como aguinaldo de juguetería.
el santo olor de la panadería.
Y en el barullo de las estaciones,
con tu mirada [como] de mestiza, pones
LA SUAVE PATRIA la inmensidad sobre los corazones.
(Fragmentos)
Ramón López Velarde ¿Quién, en la noche que asusta a la rana,
no miró, antes de saber del vicio,
del brazo de su novia, la galana
Patria: tu superficie es el maíz, pólvora de los juegos de artificio?
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz […]
y el relámpago verde de los loros. Tu barro suena [como] a plata, y en tu puño
[…] su sonora miseria es alcancía;
y por las madrugadas del terruño,
Sobre tu Capital, cada hora vuela en calles como espejos se vacía
ojerosa y pintada, en carretela; el santo olor de la panadería.


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