Está en la página 1de 386

RELACIONES INTERNACIONALES

Rafael Calduch Cervera


Catedrático de Relaciones Internacionales
- Universidad Complutense de Madrid -
INDICE
Capítulo 1.- CONCEPTO Y METODO EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES
El objeto material de la ciencia de las Relaciones Internacionales.- El objeto formal de
las Relaciones Internacionales.- Consideraciones metodológicas: la dialéctica y la
sociología histórica.- Los niveles de análisis y la periodificación en las Relaciones
Internacionales.- La previsión en la ciencia de las Relaciones nternacionales.

Capítulo 2.- EL PODER Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES


Consideraciones generales.- Los diversos conceptos del poder: poder general; poder
material; poder humano y poder social.- Elementos característicos del poder
internacional.

Capítulo 3.- LA SOCIEDAD INTERNACIONAL


El concepto de sociedad internacional.- Elementos fundamentales de la estructura
internacional.- Modelos teóricos de la sociedad internacional: estáticos, dinámicos y
globales.

Capítulo 4.- LAS RELACIONES INTERNACIONALES


Las interacciones sociales y el concepto de relaciones internacionales.- Clasificación
de las relaciones internacionales.- Las relaciones internacionales de cooperación.- Las
relaciones internacionales de conflicto.- Las relaciones internacionales asociativas y de
comunicación.- Las relaciones internacionales y el fenómeno de interdependencia.

Capítulo 5.- LOS ACTORES INTERNACIONALES


Consideraciones generales.- Criterios de clasificación de los actores internacionales.-
Actores internacionales integrados y agregados.

Capítulo 6.- EL ESTADO, EL PUEBLO Y LA NACIÓN

El Estado como actor internacional: una aproximación crítica al concepto.- Los


conceptos de Pueblo y Nación.- Las relaciones entre el Pueblo, la Nación y el Estado.-
Elementos fundamentales del Estado.

Capítulo 7.- LAS SUPERPOTENCIAS, LAS GRANDES POTENCIAS Y LAS


POTENCIAS MEDIAS
La movilidad histórica de los Estados y la importancia de las grandes potencias.-
Concepto y elementos esenciales de las grandes potencias.- Las superpotencias:
concepto, caracteres generales y formación.- Las potencias medias: potencias
regionales potencias sectoriales.

Capítulo 8.- TEORIA GENERAL DE LA ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL


Antecedentes históricos y doctrinales.- Imprtancia del fenómeno organizativo
internacional: causas y efectos.- Concepto y caracteres generales.- Claisifación de las
organizaciones internacionales.- Continuidad e interdependencia entre las
organizaciones internacionales.

Capítulo 9.- LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES GUBERNAMENTALES


Concepto y caracteres generales.- Criterios de clasificación.- Constitución,
personalidad jurídica, órganos y funciones.- Las Organizaciones Intergubernamentales
y el concepto de supranacionalidad.
Capítulo 10.- LA ORGANZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS
La creación de las Naciones Unidas.- Los propósitos y principios de las Naciones
Unidas.- El ingreso de miembros en las Naciones Unidas.- La suspensión, retirada y
expulsión de las Naciones Unidas.- Estructura orgánica: consideraciones generales.-
La Asamblea General.- El Consejo de Seguridad.- El Consejo Económico y Social.- El
Consejo de Administración Fiduciaria.- El Tribunal Internacional de Justicia.- La
Secretaría General de las Naciones Unidas.- Los organismos especializados de las
Naciones Unidas.

Capítulo 11.- LOS ACTORES TRANSNACIONALES (I): LAS ORGANIZACIONES


INTERNACIONALES NO GUBERNAMENTALES
Las Organizaciones Internacionales No Gubernamentales: concepto, constitución y
personalidad jurídica.- Las ONG y sus relaciones con otros actores internacionales.-
Las internacionales de partidos políticos y los partidos políticos transnacionales.- Las
internacionales sindicales.- Los principales movimientos religiosos transnacionales.

Capítulo 12.- LOS ACTORES TRANSNACIONALES (II): LAS EMPRESAS


MULTINACIONALES
Evolución histórica de las Empresas Multinacionales.- Concepto y caracteres
generales de las Empresas Multinacionales.- Los efectos de las Empresas
Multinacionales en la Sociedad Internacional.- Reflexiones generales sobre el
fenómeno de las Empresas Multinacionales.- Las relaciones entre las Empresas
Multinacionales y otros actores internacionales.- El control y codificación de las normas
internacionales sobre Empresas Multinacionales.

Capítulo 13.- EL PÚBLICO, LA OPINIÓN PÚBLICA LA SOCIEDAD


INTERNACIONAL
Los conceptos de público, público internacional y opinión pública internacional.-
Requisitos para la formación de la opinión pública internacional.- Características
generales de la opinión pública.- El protagonismo internacional de la opinión pública.

Capítulo 14.- EL INDIVIDUO COMO ACTOR INTERNACIONAL


El individuo como sujeto y como objeto de las relaciones internacionales.- La teoría de
James N. Rosenau.

Capítulo 15.- LAS ARMAS DE DESTRUCCIÓN MASIVA (ABQ) Y LA DISUASIÓN


EN EL MUNDO ACTUAL
Consideraciones técnicas generales sobre las armas nucleares.- Las experiencias de
Hiroshima y Nagasaki.- Los efectos de las armas nucleares.- El proceso de
proliferación del armamento nuclear.- Características técnico-militares del arsenal
nuclear.- La disuasión nuclear: concepto y clasificación.- Las doctrinas estratégicas
nucleares de Estados Unidos.- Las doctrinas estratégicas nucleares soviéticas.- Las
armas químicas y biológicas.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 1

Capítulo 1
Concepto y método de las relaciones internacionales
1. El objeto material de la ciencia de las relaciones internacionales

El objeto material de una ciencia se define por la parcela de la realidad que


se intenta conocer mediante la formulación de teorías y la utilización de un método
científico. Naturalmente diferentes ciencias se distinguen entre sí por su objeto
material, es decir, por tomar como objeto de sus investigaciones distintas partes de
la realidad. Esto ocurre, por ejemplo, cuando establecemos la distinción entre las
ciencias físico-naturales y las ciencias sociales.

De lo que se trata, por tanto, es de intentar especificar cuál es el objeto


material propio de la ciencia de las relaciones internacionales, que nos permitirá
centrar nuestros estudios en aquel segmento de la realidad que se considera
fundamental para darles significado y contenido.

Existe unanimidad entre los autores al considerar que la ciencia de las


relaciones internacionales aborda una parcela de la realidad social en la que nos
encontramos inmersos. Se trata, por consiguiente, de una de las ciencias sociales.

Sin embargo, las discrepancias afloran cuando se intenta ahondar sobre los
fenómenos concretos de la realidad social que deben ser abordados por esta
disciplina. Un primer intento, ya clásico, ha sido realizado por aquellos autores que
han contemplado la realidad internacional bajo el prisma de las relaciones de fuerza,
de poder o de dominación. En el centro de esta corriente doctrinal se encuentra el
realismo político, tanto en su versión clásica (Niebuhr, Morgenthau, Aron, Carr,
Kissinger o Kennan), como en el denominado neorrealismo seguido por autores tan
diversos como Keohane, Waltz o Gilpin.

Rasgo común de estos autores es la consideración de la vida internacional


como una realidad esencialmente conflictiva en la que la anarquía y el dictado de la
inexorable «ley del más fuerte» constituyen sus fundamentos. Para esta corriente
doctrinal existe una identificación entre las relaciones internacionales y las relaciones
interestatales, núcleo de la política internacional, por un doble motivo. En primer lugar,
por cuanto ambas son abordadas desde la perspectiva política que domina el
horizonte de las preocupaciones y de la temática de los realistas. En segundo término,
porque únicamente los Estados monopolizan el poder y disponen de los medios para
utilizarlo en el interior y hacia el exterior. Es frecuentemente citada la frase de
Morgenthau, que resume la esencia misma de esta concepción en los siguientes
términos:
«La política internacional, como toda política, es una lucha por el poder.
Cualesquiera que sean los fines últimos de la política internacional, el poder es
siempre el fin inmediato». 1

La concepción realista se articula a partir de numerosos supuestos


gnoseológicos, fuertemente contestados, junto con un positivismo y racionalismo
metodológico que los propios defensores de esta posición teórica rara vez son
capaces de mantener en sus trabajos. Como tendremos ocasión de comprobar a lo
largo de los capítulos correspondientes, tres premisas básicas del realismo político
resultan a todas luces insostenibles:

1
- MORGENTHAU, H.J.- politics among Nations. The Struggle for Power and Peace.- Edit. Alfred A.
Knopf Inc. Nueva York, 1960. (traducción de F. Cuevas Cancino.- La lucha por el poder y por la paz.-
Edit. Sudamericana. Buenos Aires, 1963; pág. 43)
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 2

1.- El carácter exclusivo, o al menos preferente, de las relaciones de poder


como parte de la política internacional.

No se puede sostener con rigor que la diversidad de relaciones de poder que


se desarrollan entre los actores internacionales puedan hallar una explicación
adecuada desde un modelo que prime los fenómenos políticos sobre los económicos o
culturales. Sin llegar a caer en posiciones economicistas o culturalistas, no puede
negarse la existencia de una cierta autonomía de ambas parcelas de la vida
internacional, que justifican plenamente su incorporación al análisis internacional en
condiciones similares a las concedidas para los fenómenos políticos.

2. El predominio de la dimensión conflictiva sobre otras formas de relación


entre los actores internacionales.

Sin duda los conflictos forman una parte destacable de la realidad


internacional, pero desconocer o subestimar la cooperación y la com unicación como
sistemas relacionales que contribuyen también a la dinámica del mundo de los
estados, constituye una posición radical que está en abierta contradicción con la
evidencia empírica más elemental.

3.- La persecución del interés nacional, definiéndolo en términos de poder,


conduce a la anarquía o a un orden internacional impuesto por unas potencias
hegemónicas, en su propio y exclusivo beneficio, al resto de los países.

Una de las características esenciales del sistema capitalista, tanto a escala


nacional cono internacional, es la competencia entre los agentes económicos. A través
de ella cada uno de los agentes productores intenta garantizar su supervivencia y
expansión a costa de la de sus competidores. El resultado es bien conocido. Cuando
la competencia se desarrolla en condiciones próximas a la competencia perfecta, cada
agente productor obtiene una parcela de mercado acorde con la eficacia productiva
que es capaz de desarrollar y, paralelamente, los consumidores obtienen las
cantidades demandadas a los precios más bajos posibles. En resumen, la libre
competencia es una condición esencial para el funcionamiento del sistema de
mercado que, con todas las excepciones que se quiera, ha demostrado ser una de las
formas de organización económica, en el sentido de asignación de recursos, más
eficaces de toda la historia.

Si me he extendido en este ejemplo es para destacar hasta qué punto la


búsqueda del interés o el beneficio particular es perfectamente compatible con el
desarrollo de sistemas de ordenación social, en los que la diversa posición y poder de
sus miembros no equivale, necesariamente, al perjuicio de los más débiles en
beneficio de unos pocos muy poderosos. En otras palabras, la desigualdad de poder
no conduce necesariamente al caos social o a la dictadura de los poderosos, aunque,
evidentemente, tampoco impide ambas posibilidades.

A pesar de sus debilidades teóricas resulta innegable que el realismo político


constituye el paradigma doctrinal hegemónico en la disciplina de las relaciones
internacionales. Ello se debe a dos motivos principales. De una parte, entronca con
una corriente del pensamiento político occidental que desde Maquiavelo ha extendido,
con notable éxito, una concepción racionalista y amoral del ejercicio del poder como
fundamento último de una forma históricamente particular de organización política: el
Estado moderno.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 3

Un segundo motivo lo encontramos en el hecho de que el realismo político, y


no por casualidad, ha sido la corriente teórica y académicamente más extendida en los
Estados Unidos, país que en el ámbito político, económico y científico ha
desempeñado un protagonismo hegemónico tras la Segunda Guerra Mundial,
coincidiendo con el período de mayor auge de la disciplina de las relaciones
internacionales.

Una variante doctrinal se ha intentado articular introduciendo ciertos criterios


como el de la internacionalidad o el de la localización. Con tales criterios se intentan
desentrañar los rasgos que singularizan las relaciones que se dan en el contexto
internacional de las relaciones que se desarrollan en el seno de otros grupos sociales.
Con tal motivo, Max Huber afirmaba que la internacionalidad se configura como:
«(…) el conjunto de Ios fenómenos sociales que expresan relaciones de los
estados entre sí o influyen directa o indirectamente en estas relaciones o están por
ellas influidos (…)es internacional una relación cuando se refiere a relaciones entre
grupos sociales que están determinados por poderes estatales distintos, y son
internacionales en el sentido más es tricto, jurídico, las relaciones entre los estados
mismos». 2

Análogamente, Merle cree haber encontrado en el criterio de localización el


rasgo distintivo mediante el cual se puede delimitar la parcela de la realidad social que
correspondería a las relaciones internacionales y que, según este autor, están
constituidas por:
«(...) el conjunto de transacciones o de flujos (de transacciones) que atraviesan
las . fronteras o que incluso tienden a atravesarlas».

Ambos criterios presentan la ventaja de resultar intuitivamente sencillos y


aparentemente próximos a lo que la experiencia y el sentido común nos señalan como
fenómenos del mundo internacional. Sin embargo, a poco que reflexionemos
comprobaremos que ni la internacionalidad, tal y como la definió Max Huber, ni la
localización, apuntada por Merle, resultan guías útiles para distinguir la parcela de
relaciones sociales a las que el analista internacional debe dedicar su atención y sus
investigaciones.

El concepto de internacionalidad de Max Huber sufre de imprecisión, ya que


realmente pocos fenómenos sociales podemos considerar que no afectan directa o
indirectamente o no son afectados por las actuaciones recíprocas de los estados. Si
observamos las innumerables relaciones que los ciudadanos de un país desarrollan
diariamente resulta prácticamente imposible discernir cuáles de esas relaciones no
serán internacionales por no influir o ser influidas de algún modo por las relaciones
entre estados, aparentemente ajenos al país que tomemos como referencia.

Esta es una tendencia que históricamente se ha ido potenciando y


aumentando paralelamente al grado de interdependencia social en y entre los
estados. Por tanto, de seguir este concepto de internacionalidad, obtenemos el
resultado opuesto al que nos proponíamos al adoptarlo, es decir, en lugar de
especificar y limitar el ámbito de relaciones sociales que debemos analizar cada vez
nos veremos obligados a ampliarlo añadiendo nuevos fenómenos y procesos.

Por lo que respecta al criterio de localización, es innegable que en la versión


de Merle las relaciones internacionales se equiparan a relaciones transfronterizas. En

2
-Citado por TRUYOL, A.- La Teoría de las relaciones internacionales como sociología. (Introducción
al estudio de las relaciones internacionales).- Edit. Instituto de Estudios Políticos. Madrid, 2ª ed.,
reimpresión, 1973; pág. 62.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 4

este caso la imprecisión nos induce a un error teórico contrario al del caso anterior.
Nos enfrentamos con el problema de tener que excluir de nuestro campo de estudio
una importante y diversa gama de relaciones sociales que a pocos se les ocurriría
negar su naturaleza internacional.

Las relaciones entre las metrópolis y los territorios colonizados, las relaciones
entre los diversos pueblos y/o naciones incorporados al seno de un imperio, las
interacciones entre las comunidades políticas nómadas, tan importantes en ciertos
períodos históricos, junto con otros muchos fenómenos que aún quedando limitados
al ámbito interno de un país, debido a la posición hegemónica ocupada por ese
Estado, han influido de modo decisivo en su acción exterior y con ella en el resto de
la vida internacional. De acuerdo con este criterio ¿cómo deberíamos catalogar la
expansión del cristianismo en el seno del imperio romano?

Todas estas formulaciones doctrinales comparten el supuesto de considerar


al Estado como sociedad referencial para determinar las relaciones internacionales
de las que no lo son. En este sentido, una relación social se considera internacional
porque es interestatal o, al menos, porque transciende de algún modo el contexto de
la sociedad referencial: el estado.

Frente a esta posición se han alzado autores que han puesto el énfasis en
otros tipos de sociedades referenciales. Sin duda, han sido los teóricos marxistas los
que más han contribuido a aportar un cambio de perspectiva en este terreno. Desde
Marx y Engels se incorporó al estudio de los fenómenos internacionales un nuevo
grupo social de referencia: la clase social, que algunos autores como Gonidec han
intentado actualizar bajo el concepto de formación social.

Más recientemente, un nutrido grupo de teóricos han adoptado como base de


sus trabajos el modelo de referencia de la sociedad internacional. Para estos autores
la sociedad internacional, al menos la que contemplamos en la actualidad, presenta
una estructura y unos rasgos específicos que justifican su diferenciación de los
restantes grupos sociales, incluido el Estado, que coexisten en su seno. Desde esta
perspectiva no se trata de definir a la sociedad internacional como una sociedad
carente de los elementos estatales (poderes, instituciones, normas jurídicas, etc.).
Por el contrario, se intentan definir y precisar los elementos, actores y procesos cuya
existencia fundamenta la dinámica de una nueva categoría de colectividad humana:
la sociedad internacional.

El criterio de los grupos sociales de referencia suscita la dificultad de


determinar el concepto o los elementos que caracterizan cada una de tales
sociedades referenciales, evitando tanto las definiciones tautológicas como la
elección de modelos sociales de referencia, cuya validez queda restringida en el
plano histórico o geográfico.

Dentro de esta corriente, un nuevo criterio definitorio del objeto material de


nuestra disciplina fue aportado, hace ya varias décadas, por Schwarzenberger y ha
sido denominado el criterio de la relevancia de las relaciones internacionales que
este autor definía en los siguientes términos:
«Tenemos que preguntarnos a nosotros mismos si estas cuestiones, y en qué
grado, son pertinentes desde el punto de vista de la Sociedad Internacional
considerada como un todo (...) son asuntos internacionales las relaciones entre
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 5

grupos, entre grupos e individuos y entre individuos, que afectan de modo esencial a la
sociedad internacional en cuanto tal». 3

Recapitulando lo dicho hasta ahora podemos concluir que la realidad social


que debemos abordar desde la ciencia de las Relaciones Internacionales viene
definida por todas aquellas relaciones sociales, y los actores que las generan,
que gozan de la cualidad de la internacionalidad por contribuir de modo eficaz y
relevante a la formación, dinámica y desaparición de una sociedad internacional
considerada como una sociedad diferenciada.

De acuerdo con estos criterios, la ciencia de las Relaciones Internacionales


investiga el mundo de las relaciones sociales, ya se desarrollen entre individuos,
entre grupos o entre ambos, aceptando que en las relaciones intergrupales ocupan
un lugar preferente las relaciones entre los estados. Sin embargo, del vasto
panorama de las relaciones sociales que se nos presentan, el internacionalista debe
seleccionar aquéllas cuya dimensión internacional se demuestra precisamente por
mostrar una importancia destacable (relevancia) para la existencia y dinámica de una
determinada sociedad internacional.

El rasgo de la internacionalidad que se apunta es, desde luego, abstracto y


variable pero no impreciso. Es abstracto por cuanto no predetermina las
características que deben definir la sociedad internacional que sirva de referente. Es
variable por cuanto se modificará con cada sociedad internacional concreta que
tomemos como objeto de estudio. Pero no es impreciso, ya que una vez definimos el
marco internacional que nos sirve de referente, sea con criterios geográficos,
históricos, políticos, económicos, etc tan sólo serán considerados aquellos actores y
relaciones que verdaderamente resulten significativos para comprender y explicar la
dinámica de esa sociedad internacional.

De este modo si abordamos el estudio de la sociedad internacional


planetaria, los sujetos y relaciones internacionales que deberemos analizar serán
distintos de los que tendríamos que investigar si nos limitásemos al ámbito de una
sociedad internacional continental o regional. Análogamente ocurriría si
estudiásemos la sociedad internacional europea de la Alta Edad Media en
comparación con la de la Edad Moderna.

En resumen, no pretendemos afirmar que sólo sean internacionales las


relaciones sociales importantes en una determinada sociedad internacional. Sí
afirmamos, en cambio, que son internacionales este tipo de relaciones sociales, sean
cuales sean sus protagonistas y con independencia de que se desarrollen en el seno
de un Estado o transciendan sus límites fronterizos. Y estimamos que son estas
relaciones internacionales relevantes las que deben configurar el objeto material de
la ciencia de las Relaciones Internacionales.

2. El objeto formal de las relaciones internacionales.

Una vez determinados los criterios con los que seleccionaremos los
fenómenos que deben ser estudiados por la ciencia de las Relaciones
Internacionales, se impone interrogarnos sobre la existencia y alcance de una
perspectiva y metodología propias de esta ciencia o si, por el contrario, debemos

3
- SHWARZENBERGER, G.- Power Politics. A Study of International Society.- Edit. Steven & Son.
Londres, 2ª ed. Corregida y amentada, 1951. (Traducción de J. Campos y E. González. - La política del
poder. Estudios de la sociedad internacional.- Edit. Fondo de Cultura Económica – en adelante FCE-.
México, 1960; págs. 41 y ss.)
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 6

recurrir a los conocimientos y explicaciones aportados por otras ciencias sociales ya


consagradas. En otras palabras, lo que nos planteamos ahora es la existencia de un
objeto formal característico de la ciencia de las Relaciones Internacionales.

Para tratar de responder a esta cuestión abordaremos, primero, los


fundamentos de aquellas corrientes doctrinales que han negado la validez o utilidad
de una ciencia autónoma destinada a estudiar de forma especifica los fenómenos
internacionales. Más adelante, expondremos los esfuerzos realizados por distintos
autores para dotar a la disciplina de las Relaciones Internacionales de una teoría y
perspectiva particulares.

Una de las corrientes críticas a la singularidad de esta ciencia se ha


fundamentado en el argumento según el cual, siendo los fenómenos internacionales
objeto de explicación por otras ciencias sociales ya consagradas, sería suficiente
proceder a una adecuada articulación de los datos y explicaciones aportadas por
ellas para alcanzar un grado suficiente de conocimiento de la realidad internacional.

Semejantes objeciones son, en gran medida, una consecuencia directa de los


antecedentes científicos y de la propia génesis de la ciencia de las Relaciones
lnternacionales. Como lo han subrayado numerosos autores, el estudio de los
acontecimientos internacionales realizado por la Historia (tanto la Historia de los
Tratados como la Historia Diplomática), el Derecho Internacional o la Filosofía
Política, contribuyó decisivamente a postergar la aparición de una ciencia que
analizase, desde una nueva perspectiva, las grandes interrogantes sobre el mundo
internacional que la Primera Guerra Mundial había suscitado.

Habría que añadir que todavía, durante el período de entreguerras, los


historiadores y juristas siguieron reivindicando la exclusividad, o al menos, la
supremacía en el tratamiento de los acontecimientos internacionales desde sus
respectivas ciencias.
Ello fue así incluso cuando se hacía cada vez más evidente la incapacidad de
estas disciplinas para aportar un cuerpo teórico suficientemente explicativo de la
pluralidad de actores y relaciones que conformaban el sistema internacional.
Naturalmente no han sido ajenos a estas críticas y resistencias ciertos intereses,
más o menos inconfesables, vinculados a la posición hegemónica que en el ámbito
académico y universitario habían alcanzado estas ciencias y que ahora se veía
parcialmente cuestionado por los especialistas de la nueva ciencia.

No obstante, la fuerza de los hechos se impuso a las críticas teóricas y


academicistas de quienes cuestionaban la necesidad y posibilidad de una ciencia
autónoma dedicada a conocer los acontecimientos internacionales. Los efectos de
las dos guerras mundiales propiciaron una “toma de conciencia” sobre las
dimensiones universales de la sociedad internacional del presente siglo. Esta “toma
de conciencia” constituyó una auténtica revolución científica, en el sentido en que
Thomas Kuhn ha acuñado esta expresión, estimulando y consolidando
definitivamente la autonomía científica de las Relaciones Internacionales en relación
con el Derecho Internacional y la Historia.

El debate se trasladó entonces al terreno de dos ciencias sociales que se


encontraban en pleno proceso de expansión: la Ciencia Política y la Sociología. De
una parte, los autores que se adscriben a la corriente del realismo político, entre los
que se encuentran la mayoría de los especialistas norteamericanos, defienden la
necesidad de estudiar las relaciones internacionales como una parte especializada
situada en el marco teórico general de la Ciencia Política. Ello explica por qué la
mayor parte de sus obras abordan las cuestiones de la política internacional,
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 7

reservando capítulos especiales a los temas de la política exterior de las


superpotencias, y descuidan en cambio los análisis sobre otros fenómenos y actores
no estrictamente políticos. Por ejemplo, los fenómenos demográficos o ideológicos;
las organizaciones no gubernamentales; la opinión pública y los procesos de
comunicación internacional, etc.

Frente a ellos se han alzado las voces de quienes reivindican el estudio de la


realidad internacional como una parcela específica de la Sociología. Entre estos
autores, en su mayoría europeos, ocupa un lugar destacado el nombre de
Schwarzenberger, quien en 1941 ya escribía lo siguiente:
«El estudio de las relaciones internacionales es la rama de la sociología que
se ocupa de la sociedad internacional. Esto explicará por qué la ciencia de las
relaciones internacionales no puede tener una exclusiva e íntima asociación con
cualquier rama particular de la ciencia que no sea la sociología misma». 4

El debate entre los seguidores de una y otra corriente doctrinal no ha


concluido todavía, como lo demostró el renovado empuje con el que los
funcionalistas y los teóricos de sistema irrumpieron en el estudio de los fenómenos
internacionales durante las décadas de los sesenta y los setenta, si bien en la
actualidad existe un nutrido grupo de especialistas que desarrollan sus estudios sin
cuestionar la autonomía científica y la especificidad del objeto formal de las
Relaciones Internacionales.

Los esfuerzos realizados para dotar a las Relaciones Internacionales de un


estatuto científico propio, han contado con dos autores -destacados: Quincy Wright
y Raymond Aron. Para el primero de estos autores, la -única perspectiva científica
adecuada a la riqueza y complejidad de los fenómenos internacionales es la de la
multidisciplinariedad, entendida como el esfuerzo de conjugación de los diversos
conocimientos y explicaciones sobre la realidad internacional aportados por un
amplio elenco de disciplinas.

Semejante planteamiento tuvo el mérito de romper con las limitadas y


unilaterales visiones que aportaba cada una de las ciencias que había reclamado en
exclusividad el tratamiento del mundo internacional. Además, impulsó un proceso de
síntesis en los estudios internacionales imprescindible para comprender mejor la
sociedad internacional y poder iniciar la formulación de conceptos y modelos teóricos
propios.

Sin embargo, la multidisciplinariedad sostenida por Wright encerraba también


el peligro de convertir al especialista de las relaciones internacionales en un mero
recopilador de datos, sin articulación y coherencia explicativas. Al propio tiempo, el
esfuerzo dedicado a lograr tales conocimientos podía dificultarle el desarrollo de
unas hipótesis teóricas y unas investigaciones de los fenómenos internacionales
desde perspectivas propias, imprescindibles para satisfacer los requerimientos de la
disciplina que se pretende consolidar.

Ambas dificultades se han intentada soslayar propugnando la


multidisciplinariedad como base operativa de grupos o equipos de investigación, en
lugar de actuar como criterio de investigación individual. Ciertamente esta vía puede
facilitar el trabajo de investigación pero es dudoso que pueda facilitar la integración
de conocimientos científicos diversos si se carece de unos presupuestos teóricos
específicos, desde los cuales orientar las múltiples aportaciones de otras ciencias
hacia una explicación ordenada, coherente y global de la realidad internacional.

4
SCHWARZENBERGER, G.- op. cit. pág.8
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 8

Dichos presupuestos sólo puede aportarlos el especialista en las relaciones


internacionales a partir de categorías, hipótesis y modelos explicativos propios, lo
que nos remite, parcialmente, al problema inicial de encontrar un objeto formal para
las Relaciones Internacionales.

Todo ello ha orientado a diversos especialistas a reconsiderar los aspectos


más positivos del planteamiento de Quincy Wright para adaptarlos a las
necesidades actuales de las Relaciones Internacionales. Desde esta perspectiva,
Arenal considera más acertado, siguiendo a Shonfield, hablar de
transdiciplinariedad, que en su concepción significa que:
«(...) las Relaciones Internacionales se configuran como una disciplina de
integración y síntesis de los datos aportados por otras disciplinas, si bien el objetivo de
su investigación aporta un contenido superior que le confiere su especial carácter en el
seno de las ciencias sociales». 5

El debate sobre la perspectiva multi o transdisciplinar resulta, a nuestro juicio,


superficial y estéril. Superficial por cuanto es evidente que todas las ciencias
recurren, en mayor o menor medida, a los conocimientos aportados por otras
ciencias afines a !as que se les califica de ciencias auxiliares. En consecuencia,
todas las ciencias son también multi o transdisciplinares. Ahora bien, lo que hace
que los conocimientos aportados por las ciencias auxiliares resulten verdaderamente
útiles y, al mismo tiempo, diferenciables de la disciplina que las utiliza, es el hecho
de que tales conocimientos adquieren una función instrumental que facilita pero no
sustituye las explicaciones y conocimientos alcanzados siguiendo las teorías y
métodos propios de esa ciencia. Esto es aplicable a todas las ciencias sociales y, por
tanto, también a las Relaciones Internacionales.

Pero también es un debate estéril, ya que no exime al teórico de las


Relaciones internacionales de buscar una perspectiva particular, un objeto formal,
desde el que abordar la compleja parcela de la realidad social que ha acotado, y a la
que ha denominado relaciones internacionales, y para la que previamente ya ha
aceptado que las perspectivas de otras ciencias resultan insuficientes.

Por consiguiente, la multidisciplinariedad entendida como contribución de


otros campos científicos auxiliares al desarrollo de un cuerpo científico de la ciencia
de las Relaciones Internacionales, resulta imprescindible. Sin embargo, considerada
como el enfoque científico particular desde el cual analizar e interpretar los
acontencimientos internacionales resulta confusa y superficial.

En el marco de las disciplinas auxiliares, no todas ofrecen idéntico nivel de


importancia para la ciencia de las Relaciones Internacionales. Conviene distinguir
entre las ciencias auxiliares generales y las ciencias auxiliares parciales. Las primeras
aportan conceptos, métodos o explicaciones que afectan al conjunto de
conocimientos desarrollados por la ciencia de las Relaciones Internacionales. En
esta categoría debemos mencionar: la Historia, la Economía, la Ciencia Política, la
Sociología y el Derecho.

En cambio, las ciencias auxiliares parciales vendrán especificadas a tenor del


área concreta de las Relaciones Internacionales que estemos considerando. Por
ejemplo, en relación con los conflictos bélicos resulta adecuado recurrir a los
estudios de Geografía o de Estrategia Militar. Del amplio elenco de disciplinas

5
- ARENAL, C. del.- Introducción a las Relaciones Internacionales.- Edit. Tecnos. Madrid, 3 ed., 1990;
pág. 464
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 9

auxiliares parciales merecen citarse: la Estadística, la Geografía, la Psicología, el


Análisis de Sistemas, las Ciencias de la Comunicación y las Ciencias Militares.

Mucho más ambiciosa, profunda y enriquecedora resulta la aportación de


Aron, para quien el enfoque adecuado al tratamiento de las relaciones
internacionales se encuentra en la sociología histórica. Ciertamente, la formulación
aroniana va mucho más lejos de la simple delimitación del objeto formal de una
ciencia para entrar en el terreno de una propuesta teórico- metodológica. La
sociología histórica posee el mérito de combinar una perspectiva singular de
aproximación a la realidad internacional con un proceso metodológico para su
investigación y un modelo teórico de interpretación.

Lamentablemente, tan ambicioso proyecto no queda suficientemente reflejado


en la obra de Aron, que termina recluyéndose en el confortable y seguro campo de
la política internacional de claro corte realista. El grado de adhesión que el modelo
aroniano ha suscitado entre numerosos especialistas, particularmente en nuestro
país, nos sugiere darle un tratamiento más pormenorizado.

3. Consideraciones metodológicas: la dialéctica y la sociología historica

Tan amplios y polémicos como los debates sobre los ternas del objeto
material de las Relaciones internacionales, vienen siendo los relativos al método que
debe seguirse. La ya tradicional polémica entre los partidarios del método inductivo o
los defensores del proceso deductivo en las ciencias sociales se ha reproducido
también en esta disciplina. En relación con el carácter inductivo o deductivo que
debe presidir el proceso metodológico de las Relaciones Internacionales, Waltz ha
excluido la eficacia de ambos métodos en los siguientes términos:
«La construcción de, teorías involucra algo más que el desarrollo de las
operaciones lógicamente permisibles de los dalos observados. Nada puede ser
explicado por deducción, pues los resultados de la deducción se desprenden
lógicamente de las premisas iniciales. La deducción pede ofrecer ciertas respuestas,
pero nada nuevo; lo que se deduce ya está presente, o bien en las premisas
mayores teóricas o en las premisas menores empíricas que se ocupan de las
cuestiones observadas previamente. La inducción puede ofrecer nuevas respuestas,
pero nada seguro; la multiplicación de observaciones particulares no puede
respaldar nunca una afirmación universal. La teoría es fructífera porque transciende
el enfoque hipotético-deductivo, que es necesariamente estéril. Tanto la deducción
como la inducción son indispensables en la construcción de la teoría, pero su
utilización combinada sólo da nacimiento a una teoría si emerge una idea creativa». 6

No obstante, el debate metodológico puede superarse, desde nuestro punto


de vista, si adoptamos una singular forma de pensamiento o actitud mental y la
conjugamos con un determinado sistema metodológico. La forma de razonamiento
que resulta imprescindible para el internacionalista consiste en el pensamiento
dialéctico. El modelo metodológico, como ya anticipábamos, lo aporta la sociología
histórica.

En cuanto al pensamiento dialéctico, considerado como una específica


actitud mental del estudioso para enfrentar la realidad que aspira a conocer en su
interacción con la ciencia, a través de la cual trata de explicar dicha realidad,
debemos señalar que no coincide necesariamente, aunque tampoco la excluye,

6
- WALTZ, K.N.- Theory of Internacional Politics.- Edit. Addison-Wesley Publisher Comp, 1979
(traducción de Mirta Rosenberg.- Teoría de la política internacional.- Edit. Grupo Editor
Latinoamericano – en adelante GEL-, 1988; págs. 22-23.)
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 10

con una particular interpretación o filosofía social, como puede serlo el


materialismo dialéctico. Desde luego, la mezcla de temor y repulsa que el
materialismo dialéctico, formulado por Marx y Engels, ha provocado entre los
teóricos no marxistas constituye, sin duda, la razón fundamental por la que se ha
concedido tan escasa atención al razonamiento dialéctico en el contexto de las
Ciencias Sociales, en general, y de las Relaciones Internacionales en particular.

Cuando hablamos del pensamiento dialéctico tomamos como referencia


algo diferente. Lo que tratamos de destacar es el hecho de que frente al proceso
formal de razonamiento sobre la realidad social, cabe otro proceso distinto de
discurso mental, el proceso dialéctico. Este último rompe radicalmente con la lógica
tradicional, según la cual la relación entre la causa y el efecto se da de un modo
lineal y en una sola dirección. Quiebra también la dicotomía entre teoría y acción;
entre conocimiento y praxis, entre realidad objetiva y subjetiva.

El pensamiento dialéctico implica abordar la realidad social como un todo


dinámico en el que cada uno de sus componentes está condicionando e influyendo
a los demás al tiempo que es condicionado e influido por ellos. Supone investigar
las relaciones entre los fenómenos, no en términos de causa-efecto, sino en
términos de una dinámica generativa entre contrarios. Cada fenómeno de la
realidad lleva implícita su propia contradicción y, por tanto, la nueva realidad que
emane de él surgirá reforzando algunas de sus características fundamentales y
superando también algunas de sus carencias básicas.

En base a esta singular estructura de pensamiento, la separación radical


entre conocimiento y acción carece de significado, pues el desarrollo científico, que
en sí mismo es acción, afecta a la actuación humana que trata de conocer y
explicar. Análogamente, la vida social termina alterando las realidades objeto del
conocimiento científico e indirectamente a la propia ciencia.

El discurso dialéctico contribuye decisivamente a superar. el falso dilema


entre la realidad objetiva y la interpretación subjetiva. En efecto, el científico, en
tanto que individuo pensante y actuante, altera con su pensamiento el mundo que
le rodea, viéndose también condicionado por él en relación con sus propias
categorías teóricas. Es debido a esta permanente tensión creativa, exclusiva del
razonamiento dialéctico, por lo que constituye un eficaz revulsivo contra el
anquilosamiento del científico en ciertos paradigmas, conceptos, métodos o
categorías valorativas sobre el entorno social y material que le rodea y del que
también forma parte.

En un brillante estudio Hilary Putnam ha demostrado, frente a las tesis de


Kuhn y de Popper, que el desarrollo científico ha seguido una dinámica dialéctica
entre dos tendencias que denomina con los términos de tendencia crítica y
tendencia explicativa. En palabras de este autor:
«(.) El hecho es que la ciencia normal muestra una dialéctica entre dos
tendencias conflictivas (por lo menos, potencialmente conflictivas), pero
interdependientes, y que es el conflicto de estas tendencias lo que hace avanzar la
ciencia normal». 7

Sin duda, la más brillante explicación del proceso dialéctico nos la ha


dejado el propio Engels, quien escribió:

7
- PUTNAM, H. - “La corroboración de las teorías”.- HACKING, I (edit.).- Scientific Revolutions.-
Edit. Oxford University Press. Oxford, 1981. (Traducción de Juan José Utrilla.- Revoluciones científicas.-
Edit. FCE; págs. 143-144)
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 11

«(…) La gran idea cardinal de que el mundo no puede concebirse como un


conjunto de objetos terminados, sino como un conjunto de procesos, en el que las
cosas que parecen estables, al igual que sus reflejos mentales en nuestras cabezas,
los conceptos, pasan por una serie ininterrumpida de cambios, por un proceso de
génesis y caducidad, a través de los cuales, pese a todo su aparente carácter fortuito
y a todos los retrocesos momentáneos, se acaba imponiendo siempre una
trayectoria progresiva; esta gran idea cardinal se halla ya tan arraigada, sobre todo
desde Hegel, en la conciencia habitual, que expuesta así, en términos generales,
apenas encuentra oposición.
Pero una cosa es reconocerla de palabra y otra cosa es aplicarla a la realidad
concreta, en todos los campos sometidos a investigación. Si en nuestras
investigaciones nos colocamos siempre en este punto de vista, daremos al traste de
una vez para siempre con el postulado de soluciones definitivas y verdades eternas;
tendremos en todo momento la conciencia de que lodos los resultados que
obtenemos serán forzosamente limitados y se hallarán condicionados por las
circunstancias en las cuales los obtenemos; pero ya no nos infundirán respeto esas
antítesis irreductibles para la vieja metafísica todavía en boga: de lo verdadero y lo
8
. falso, lo bueno y lo malo, lo idéntico y lo distinto, lo necesario y lo fortuito».

El proceso del razonamiento dialéctico se armoniza con el modelo aroniano


de la sociología histórica. Según este autor, el teórico de las Relaciones
Internacionales debe desarrollar su tarea siguiendo cuatro fases sucesivas y
complementarias.

La primera de ellas consiste en la formulación de una o varias teorías sobre


la realidad internacional, mediante la elaboración y ordenación de una serie de
conceptos, hipótesis y principios relativos a su configuración y su funcionamiento.
Desde luego esta etapa teórica de la investigación entraña una limitación, dado que
los modelos teóricos elaborados suponen una representación esquemática y más o
menos simplificada del contexto internacional. Al propio tiempo y debido,
precisamente, al carácter simplificado de las teorías, nos resulta más inteligible la
extraordinaria complejidad de la sociedad internacional. Ahora bien, para que la
teoría demuestre su capacidad explicativa, es necesario someterla a un doble
proceso de contrastación.

De una parte, y puesto que cada sociedad internacional, cada relación o


cada fenómeno internacional, se producen en unas condiciones singulares, en un
momento histórico particular, los conceptos y las hipótesis teóricas deben ser
suficientemente flexibles y precisos para asumir y destacar la dimensión histórica
del mundo internacional. Cuando el esquematismo y la rigidez de una teoría nos
impide captar la especificidad histórica de los principales acontecimientos
internacionales, por ejemplo, de la Revolución Francesa, el modelo teórico resulta
inadecuado.

En segundo término, la simple contrastación histórica de una teoría no


asegura su funcionalidad desde las necesidades de la ciencia de las Relaciones
Internacionales. El modelo teórico formulado deberá también contener leyes o
regularidades suficientemente generales y abstractas para que nos permitan
descubrir los elementos comunes a diferentes sociedades internacionales en
diversos momentos históricos.

8
- ENGELS, F. - “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”.- MARX, C; ENGELS, F.-
Obras Escogidas.- Edit. Progreso. Moscú 1976; vol. III, págs. 381382)
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 12

La disciplina científica que nos ocupa comparte, con otras ciencias sociales,
la búsqueda y formulación de proposiciones generales en relación con las
sociedades internacionales. En base a esta dimensión sociológica, el experto en
las relaciones internacionales intentará que su teoría asuma también los rasgos o
elementos comunes que puedan existir entre los diversos fenómenos y sociedades
internacionales que se han producido en el transcurso histórico, por ejemplo, entre
la Revolución Francesa y la Revolución Bolchevique.

Finalmente, y puesto que el conocimiento científico de la sociedad


internacional no se agota en sí mismo, Aron señala, como última etapa de su
modelo, la necesidad de una praxeología (ciencia de la praxis). 9 Es precisamente
la praxeología la piedra de toque de todo el método aroniano. Con ella adquieren
sentido los conocimientos alcanzados sobre la realidad internacional, ya que nos
presenta las alternativas de futuro que encierra la sociedad internacional presente.
A tenor del conocimiento de las posibilidades insertas en las realidades presentes,
el científico convierte sus conocimientos en propuestas y acciones en favor de
cualquiera de esos futuros posibles (futuribles).

De este modo, el teórico asume un compromiso personal con la propia


realidad internacional que estudia y con el resto de sus conciudadanos. El teórico
se ve inducido a abandonar su torre de marfil especulativa, convirtiéndose en un
protagonista activo más de la sociedad y de la historia.

El propio Aron ha descrito claramente este ineludible compromiso del


científico, en relación con el peligro de un conflicto nuclear, en los siguientes
términos:
«Sería indigno dejarse hundir por las desgracias de nuestra generación y
por los peligros del futuro próximo hasta el punto de cerrarse a la esperanza, pero
no lo sería menos abandonarse a la utopía y desconocer los trastornos de nuestra
circunstancia. Nada puede impedir que tengamos dos deberes, que no siempre son
compatibles, uno hacia nuestro pueblo y otro hacia todos los pueblos. Uno de
participar en los conflictos que constituyen la trama de la Historia . y otro de trabajar
por la paz». 10

9
ARON, R.- “Qu’est-ce qu’une théorie des Relationes Internationales”.- Revue Française de Science
Politique; vol. XVV, nº 5 (1967); pág. 911.
10
- ARON, R.- Paix et guerre entre les nations.- Edit. Calmann-Lévy. París, 1962. (traducción de Luis
Cuervo.- Paz y guerra entre las naciones.- Edit. Revista de Occidente. Madrid, 1ª ed., 1963; pág. 911)
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 13

4. Los niveles de análisis y la periodificación en las relaciones


internacionales.

Tomando en consideración los debates que han surgido en torno al objeto y


la metodología de las Relaciones Internacionales, así como al extraordinario
interés y la proliferación de estudios e informaciones que sobre los acontecimientos
internacionales se han producido en las últimas décadas, a nadie puede extrañarle
la confusión en los distintos niveles de análisis que han caracterizado los progresos
científicos de esta disciplina.

Suele ser frecuente que los estudiosos de las relaciones internacionales


sitúen en el mismo plano de sus investigaciones y teorías fenómenos, actores y
relaciones que, en rigor, pertenecen a planos diferentes de la realidad y que, por
consiguiente, deberían ser objeto de una diferenciación analítica. Por ejemplo,
carece de toda racionalidad equiparar fenómenos como el de la disuasión nuclear o
la deuda internacional, cuya magnitud y consecuencias afectan al conjunto de la
sociedad mundial, con otros como las relaciones entre la R. P. China y Japón o la
actividad del Fondo Monetario Internacional que, aun admitiendo su importancia y
la necesidad de su estudio, no afectan del mismo modo al funcionamiento del
sistema internacional.

Se impone, por tanto, adoptar una distinción entre dos niveles de análisis
que denominaremos: macrointernacionalidad y microinternacionalidad. EI
primero aborda las cuestiones relativas a la sociedad internacional en su conjunto,
sus estructuras e instituciones, sus diversas categorías de actores y las formas de
relación más significativas. El marco de referencia de los estudios
microinternacionales lo constituye el análisis de los diversos miembros, o categoría
de ellos, que participan en la sociedad internacional. Incluye la organización
interna, los procesos de decisión y las formas de actuación o relación de algún
actor internacional o de un reducido número de ellos.

La teoría de las Relaciones Internacionales debe incluir conceptos,


regularidades y modelos que permitan desarrollar los estudios en ambos planos del
análisis. Sin embargo, debemos mantener metodológica y conceptualmente la
diferencia entre ambas categorías, ya que las descripciones y explicaciones que
las Relaciones Internacionales realizan de los fenómenos macrointernacionales no
son aplicables al ámbito de la microinternacionalidad y viceversa. Por ejemplo, el
problema del agotamiento de materias primas o energéticas para un grupo de
países puede resolverse mediante el comercio con otros países productores de
tales materias o recursos; sin embargo, el mismo problema a escala de la sociedad
mundial impide aplicar este tipo de solución.

Observemos que en la medida en que aceptemos como actores de la


sociedad internacional a grupos de carácter no estatal, la microinternacionalidad
abordará en sus estudios la existencia, configuración y comportamiento
internacional de tales grupos. La conclusión resulta obvia, sólo en la medida en
que excluyésemos a tales actores no estatales y considerásemos a las
organizaciones intergubernamentales como simples instrumentos de sus miembros
estatales, el plano de la microinternacionalidad se identificaría con el de la política
exterior y el de la macrointernacionalidad con el de la política internacional. Pero
como apuntábamos con anterioridad, tales supuestos teóricos son tan restrictivos
que en la actualidad ya no los sustentan ni tan siquiera los doctrinarios del realismo
político.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 14

Análogamente, la teoría de sistemas se orienta claramente al análisis


macrointernacional, pero ello no nos permite reducirlo o identificarlo con un
determinado tipo de sistema internacional (político, económico, etc.), sino que
debemos estudiarlo a partir de un modelo de sistema complejo, o si se prefiere
multiestructural, en el que algunos de sus subsistemas desempeñan una diversidad
de funciones económicas, culturales, políticas, jurídicas, etc.

Como podemos apreciar con ambos ejemplos, la distinción de los niveles


analíticos de la realidad internacional que analicemos en cada momento constituye
un requerimiento metodológico básico y previo a la determinación de la propuesta
teórica que resultará más adecuada para interpretar dicha realidad. En caso
contrario podemos cometer el error que caracterizó a los autores del realismo
clásico: creer que porque su propuesta teórica era la más adecuada para explicar
la política exterior de los Estados, especialmente de las grandes potencias, era
igualmente útil para comprender la configuración y dinámica política del conjunto
de la sociedad internacional.

Junto a la cuestión de los niveles de análisis de las Relaciones


Internacionales, se impone suscitar otra problemática que tradicionalmente ha sido
ignorada por los autores de esta ciencia. Se trata del papel que la dimensión
temporal desempeña en el contexto metodológico de las Relaciones
Internacionales.

Es interesante constatar que en ninguna de las obras consideradas clásicas


en las Relaciones Internacionales, se haga una referencia específica a la
necesidad de realizar una división temporal, una periodificación de los procesos y
fenómenos internacionales, como un elemento metodológico imprescindible para
dar rigor a los estudios realizados. Sin embargo, resulta evidente que la
consideración del factor tiempo como una de las coordenadas esenciales, junto con
el factor espacio, en las que se incardinan las relaciones internacionales conduce,
inexorablemente, a la necesidad de establecer unos criterios de periodificación que
guíen la labor teórica.

Desde luego la complejidad del objeto material de esta disciplina introduce


ciertas dificultades para lograr unos criterios de periodificación adecuados. En
efecto, mientras la política exterior de una potencia mundial puede cambiar en
períodos temporales relativamente breves, como lo demuestran los cambios que se
produjeron en la Unión Soviética y los países de Europa Central entre 1985 y 1991,
otros fenómenos internacionales exigen plazos muy amplios para que se puedan
apreciar alteraciones sustanciales en su evolución, como sucede, por ejemplo, con
las tendencias demográficas mundiales.

En consecuencia, los criterios de periodificación que deben establecerse


tendrán que respetar los dos niveles de análisis que hemos indicado y,
simultáneamente, deberán señalar unos plazos temporales suficientemente
precisos para que nos permitan asignar los diversos fenómenos internacionales a
una u otra de las categorías periódicas establecidas.

En el ámbito de la microinternacionalidad la periodificación seguirá una


combinación de dos criterios: la configuración estructural interna de los actores
internacionales y la unidad de acción desarrollada por estos. Básicamente:
debemos distinguir tres períodos: el corto, el medio y el largo plazo.

El corto plazo comprende una fase temporal generalmente breve, pero


durante la cual uno o varios actores internacionales son capaces de formular y
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 15

ejecutar una determinada línea de acción en el contexto internacional. Se puede


estimar razonable, dentro del corto plazo, un período que oscile entre 1 y 5 años.
Durante este período los principales factores y estructuras internas de los actores
internacionales estudiados experimentarán cambios secundarios, al tiempo que el
orden básico imperante en la sociedad internacional permanecerá inalterado, ello
nos permite metodológicamente considerar que el entorno en el que se desarrollan
las actuaciones internacionales de los actores analizados es constante. Este último
supuesto teórico se aproxima, aunque no se identifica totalmente, con la condición
«caeteris paribus» adoptada por la teoría económica. Algo que también resultaría
aplicable en nuestra disciplina.

Por medio plazo debe estimarse una etapa un poco más amplia, entre 5 y
10 años, durante la cual las diversas estructuras y factores endógenos de los
actores internacionales experimentarán cambios significativos que afectarán a su
influencia o capacidad de actuación en la vida internacional. Por ejemplo, es un
plazo en el que puede cambiar el Gobierno o las condiciones económicas y
sociales de un país. Un plazo medio suele ser también la duración temporal
adecuada para elaborar y desarrollar nuevas estrategias o programas de política
exterior de los Estados.

Durante el curso de una década, el orden internacional habrá


experimentado ciertos cambios en su funcionamiento y en sus instituciones debido,
fundamentalmente, a los cambios operados en las relaciones entre sus miembros y
en el panorama de sus factores más dinámicos, por ejemplo, el factor tecnológico
en el mundo actual, aunque tales cambios todavía no habrán ocasionado
transformaciones decisivas e irreversibles en las estructuras de la sociedad
internacional.

Finalmente, entendemos como largo plazo un período que comprenda


varias décadas. Durante este período, los actores internacionales experimentarán
profundas modificaciones internas, en gran parte inducidas por los cambios en el
panorama internacional. Debido a ello, los actores internacionales se verán
obligados a modificar también sus estrategias y programas de actuación, la política
exterior en el caso de los estados, para adaptarse a las nuevas circunstancias de
su entorno internacional.

A largo plazo la sociedad internacional experimentará también algunas


alteraciones irreversibles en sus estructuras fundamentales que, observadas
retroactiva o proyectivamente nos señalarán las tendencias generales de cambio,
evolutivas o involutivas, que afectarán a la propia configuración y continuidad de
esa sociedad internacional considerada en su conjunto.

Trasladándonos ahora al nivel de la macrointernacionalidad, podemos


distinguir también otras tres etapas: la génesis, el desarrollo y la crisis de una
sociedad internacional. La fase de génesis de una nueva sociedad internacional
suele superponerse, al menos parcialmente, con la fase de crisis de la sociedad
internacional precedente según el siguiente modelo:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 16

REPRESENTACION GRAFICA DE LAS ETAPAS DE EVOLUCION HISTORICA DE LAS


SOCIEDADES INTERNACIONALES
( GRAFICO nº 1 )

EVOLUCION
DE LA
DESARROLLO
SOCIEDAD
INTERNAC.

DESARROLLO
DECRECIENTE
DESARROLLO
CRECIENTE

CRISIS

GENESIS

TIEMPO
PUNTO DE RUPTURA

Estos períodos de transición, que Rosenau ha denominado de cambio


turbulento, se caracterizan por mostrar unas estructuras simbióticas en las que
coexisten actores, factores y relaciones de la sociedad emergente con los de la
sociedad decadente. Ello les confiere una dificultad añadida para poder adscribirlos
teóricamente a una u otra de ambas sociedades.

Esta dificultad se puede resolver metodológicamente, debido a que durante


los períodos de transición se desarrollan acontecimientos internacionales cuya
importancia y singularidad se debe precisamente a que resumen las contradicciones
entre la vieja y la nueva estructura internacional convirtiéndolos, desde una
perspectiva analítica, en los datos de referencia para descubrir y señalizar
teóricamente la desaparición de una sociedad internacional y la aparición de otra
nueva. A estos fenómenos los denominaremos puntos de ruptura.

En cada una de las tres etapas de la vida de una sociedad internacional,


concurren cuatro categorías de elementos o rasgos comunes que permiten
diferenciarlas entre sí y que afectan a: la naturaleza de los actores, especialmente de
los actores hegemónicos; las principales relaciones internacionales; la dinámica que
experimentan las estructuras básicas de la sociedad internacional y los valores-guía
que imperan en la configuración institucional y jurídica del orden internacional.

En las etapas de génesis los rasgos comunes que las definen son:

a) La aparición de nuevas categorías de actores internacionales y/o una


fuerte movilidad entre los actores dominantes de cada estructura
internacional.

b) La emergencia de nuevas formas de relación internacional.


Calduch, R.- Relaciones Internacionales 17

c) Importantes desajustes en los ritmos de cambio de las diversas estructuras


internacionales.

d) La potenciación de los valores de creatividad y novedad (innovación),


como valores-guía de las relaciones internacionales.

Las fasse del desarrollo de una sociedad internacional suelen mostrar una
duración mayor que los períodos de génesis y crisis ya que en ellas se suceden dos
períodos diferentes que se corresponden con un desarrollo creciente y un desarrollo
decreciente. El primero de ambos períodos es la continuidad de la etapa de génesis
pero en un contexto de nuevos actores y relacionaciones ya consolidado. En cambio,
el período de desarrollo decreciente preludia la etapa de crisis sin que el deterioro de
los actores y sus relaciones haya provocado todavía una quiebra irreversible de las
estructuras internacionales básicas. Durante su transcurso la sociedad internacional
sigue experimentando una dinámica evolutiva, pero con unas pautas bien definidas y
fácilmente reconocibles:

a) Ampliación del número de actores pertenecientes a las nuevas categorías


y consolidación de los actores dominantes en cada estructura internacional.

b) Institucionalización organizativa y jurídica de las principales formas de


relación internacional.

c) Desarrollo de una interdependencia funcional entre las diversas estructuras


internacionales.

d) Hegemonía de los valores de estabilidad y orden, como valores referentes


para determinar la aceptación o el rechazo de actores y relaciones
internacionales.

Finalmente, las etapas de crisis de la sociedad internacional que, no lo


olvidemos, se solapan parcialmente con los inicios, todavía incipientes y con
frecuencia encubiertos, de la sociedad internacional sucesora, los siguientes rasgos:

a) La desaparición de algunos actores junto con la creciente incapacidad los


actores hegemónicos para ejercer su liderazgo internacional, con frecuencia
precedida o acompañada de conflictos y convulsiones en el seno de tales
actores.

b) Una creciente conflictividad, no necesariamente bélica, en las relaciones


internacionales, que pone de manifiesto la insuficiencia o ineficacia de las
instituciones internacionales como instrumentos de regulación u ordenación
de tales relaciones.

c) La aparición de importantes disfunciones en y entre las estructuras


internacionales. Tales disfunciones se manifiestan especialmente en la
creciente incapacidad para dar respuesta a los nuevos retos o problemas que
se les plantean a los distintos actores o a la sociedad internacional en su
conjunto.

d) En el plano de los valores internacionales lo característico de estas fases


es la ausencia de unos valores hegemónicos de aceptación universal. Tales
vacíos valorativos nacen en parte debido al cuestionamiento o rechazo de los
valores dominantes que imperaron durante la etapa de desarrollo, pero
también por el intento de extender la validez de esos valores dominantes a
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 18

situaciones y fenómenos sustancialmente distintos de aquellos a los que


hasta ese momento se aplicaron con éxito.

Naturalmente entre los planos micro y macrointernacionales existe una íntima


conexión que puede afectar a las divisiones temporales adoptadas para cada uno de
ellos. Por ejemplo, el largo plazo microinternacional suele coincidir con una parte de
las etapas de génesis o de crisis de la sociedad internacional. No obstante, resulta
oportuno reiterar que tales coincidencias no tienen que producirse necesariamente,
ya que, al fin y al cabo, los marcos de referencia temporal que adoptamos para cada
uno de los dos niveles de análisis son claramente distintos.

5. La previsión en la ciencia de las relaciones internacionales.

Uno de los temas que ordinariamente suelen plantearse en relación con las
ciencias es el de su capacidad para dar explicaciones sobre la realidad, a partir de
las cuales sea posible realizar predicciones o previsiones sobre la evolución futura
de esa realidad y así poder encontrar soluciones a los problemas que suscita o, al
menos, poder eludir los efectos estimados indeseables de fenómenos considerados
inevitables. Esta dimensión predictiva, que sustenta otra más pragmática u operativa
se encuentra, de un modo más o menos explícito, en todas las ciencias. Como ha
escrito Putnam:
«(...) La importancia primordial de las ideas es que guían la práctica, que
estructuran formas completas de vida. Las ideas científicas guían la práctica en la
ciencia, en la tecnología y, a veces, en la vida pública y privada. En la ciencia nos
interesa tratar de descubrir ideas correctas, contra lo afirmado por Popper, esto no es
oscurantismo sino responsabilidad». 11

La primera idea que debemos desterrar al abordar esta cuestión es la que


asocia el carácter «científico» de un conjunto ordenado de conocimientos a su
capacidad para establecer leyes generales que sirvan como fundamento para
formular predicciones sobre el funcionamiento y/o comportamiento futuro de ciertos
fenómenos de la realidad. Esta presunción está muy generalizada y sirve,
habitualmente, para sostener la «superioridad» científica de las ciencias físico-
naturales respecto de las ciencias sociales.

Desde luego existen diferencias entre las ciencias a la hora de determinar sus
conocimientos en base a leyes generales o leyes restringidas. 12 Análogamente
existen ciencias en cuyo cuerpo doctrinal adquieren un mayor peso los elementos
meramente descriptivos o explicativos sobre los elementos operativos o prácticos.
Sin embargo, en ninguno de ambos supuestos las diferencies permiten concluir, con
rigor, que las ciencias sociales, en general, o las Relaciones Internacionales, en
particular, se encuentren incapacitadas para sustentar previsiones o predicciones y,
mucho menos, deducir de ello su supeditación respecto de aquellas otras disciplinas
de probada utilidad y pragmatismo.

Hasta ahora hemos utilizado indistinta y simultáneamente dos términos:


previsión y predicción. Sin embargo, ambos conceptos no son idénticos. La previsión
(visión previa) podemos definirla con Braillard como:

11
- PUTNAM, H.- op. cit. pág. 149.
12
- Las leyes científicas generales son las que establecen teóricamente las relaciones de causalidad
aplicables a todos los fenómenos de la realidad que pertenecen a una misma categoría, por ej. las guerras;
el comercio; la propaganda; etc. En cambio, las leyes restringidas son las que establecen teóricamente las
relaciones de causalidad para un número limitado de fenómenos que pertenecen a una misma categoría,
por ej. las guerras coloniales; el comercio de armas; la propaganda terrorista; etc.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 19

«(.) la actividad que busca desvelar, a través del análisis del presente y del
pasado, un cierto número de futuros posibles, de futuribles, de potencialidades
susceptibles de realizarse en el futuro». 13

Según esta definición, la previsión descansa siempre sobre un supuesto de


condicionalidad no determinista respecto de la realidad social presente, que se
constituye en el nexo de vinculación entre sus antecedentes históricos y sus
posibilidades futuras. Además, la previsión puede sustentarse a partir de leyes
restringidas y no necesariamente de leyes absolutas.

Por lo que se refiere a la predicción (decir previamente), este mismo autor la


define como:
«(…) un proceso que pretende manifestar un futuro que debe acaecer
necesariamente». 14

La predicción constituye, pues, una forma restringida y más rigurosa de


previsión, ya que el supuesto de condicionalidad de ésta se convierte en un supuesto
determinista o de certeza sobre el modo en que el presente conduce hacia un
suceso futuro.

Planteados en estos términos las posibilidades de análisis de los


acontecimientos futuros, parece claro que la previsión se ajusta mucho mejor, desde
una perspectiva estrictamente metodológica, a los requerimientos de la ciencia de
las Relaciones Internacionales. Ello es debido a ciertas razones que el
internacionalista no puede ignorar.

En primer lugar, las Relaciones Internacionales intentan conocer y explicar


una parcela de la realidad social caracterizada por su complejidad y el elevado
número de variables significativas que deben ser tomadas en consideración. En este
sentido, cuanto mayor es el número de fenómenos o variables consideradas por el
teórico sobre la realidad internacional, más se aproxima el modelo teórico a la
realidad misma, aunque análogamente se hace más difícil la formulación de leyes
científicas, generales o restringidas, sobre las que basar las previsiones.

Esto constituye un fenómeno común a todas las ciencias, y no sólo a las


Relaciones Internacionales. Naturalmente el número de variables depende en gran
medida del período que tomemos como referencia para llevar a cabo nuestras
previsiones, pues ya veíamos que en el plano de la microinternacionalidad un
período breve de tiempo permite considerar constantes o cuasi constantes las
variables que afectan a las estructuras de la sociedad internacional en su conjunto,
situación que desaparece a medida que ampliamos el período de referencia para las
previsiones o nos trasladamos del plano de la micro a la macrointernacionalidad.

En segundo término, en la ciencia de las Relaciones Internacionales todavía


no se han realizado los avances y ajustes teóricos necesarios, para permitir que
ciertos métodos o técnicas aplicados por otras ciencias sociales puedan ser
utilizados en el estudio de los fenómenos internacionales. Ello permitiría que ciertas
áreas de la disciplina de las Relaciones Internacionales alcanzasen un mayor grado
de rigurosidad en sus proyecciones de futuro del que gozan actualmente. La
importancia de este esfuerzo no debe desconocerse, aunque por sí sólo no sea
garantía suficiente para alcanzar el estadio de una ciencia netamente predictiva.

13
- BRAILLARD, Ph.- “Réflexions sur la prévision en relations internacionales”.- Études
Internationales, vol. IX; nº 2 (1980); pág. 213.
14
BRAILLARD, Ph.- op. cit. Pág. 213.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 20

Tampoco podemos olvidar que las Relaciones Internacionales, como el resto


de las ciencias sociales, presenta la particularidad de que el simple conocimiento o
divulgación de los estudios predictivos puede inducir cambios en los patrones de
comportamiento de los actores internacionales. Tales cambios son, por su propia
naturaleza, difíciles de conocer «a priori» y mucho más de incorporar como variable
significativa para garantizar el nivel predictivo de esta ciencia. Como lo subraya
Gibson:
«(...) en líneas generales diremos que toda persona que trata de hacer una
predicción ha de tener en cuenta, primero, todos los efectos que la predicción o la
publicación de la misma pueden ejercer sobre sus propias acciones o sobre las de los
demás». 15

Finalmente conviene destacar que la capacidad de las ciencias para alcanzar


un cierto grado de predicción en sus explicaciones depende de la especificación de
enunciados auxiliares que sean verdaderos. Estos enunciados auxiliares son, según
Putnam:
«(...) útiles sobresimplficaciones de la verdad, que deben asociarse a la teoría
para obtener una explicación». 16

Gran parte de la actividad científica está destinada a descubrir estos


enunciados auxiliares sin los cuales las teorías pierden gran parte de su poder
explicativo, y también predictivo, por carecer de un número suficiente de
conocimientos sobre las condiciones iniciales y limítrofes que gobiernan la realidad.

En el campo de los fenómenos internacionales, la tarea de descubrir y


formular los enunciados auxiliares ha sido frecuentemente postergada en pro de la
formulación de modelos teóricos más o menos complejos. En otras ocasiones los
enunciados auxiliares formulados simplemente eran falsos. Un ejemplo de enunciado
auxiliar en el marco del realismo político sería el principio del interés nacional
definido en función del poder. Una de las consecuencias de esta despreocupación
por lograr precisar enunciados auxiliares en las Relaciones Internacionales ha sido
una merma sustancial del grado de predictibilidad de los acontecimientos
internacionales futuros.

Estas razones nos permiten explicar por qué la previsión es una etapa
posible, y añadiría que deseable, del proceso científico de las Relaciones
Internacionales. Sin embargo, también nos evidencian las dificultades, hoy por hoy
no superadas, para aspirar a unos análisis estrictamente predictivos.

El desarrollo de estudios previsivos en el seno de las Relaciones


Internacionales, posee la importante función de facilitar la adopción de aquellas
decisiones o actuaciones que potencian los aspectos más deseables de la realidad
internacional o inhiben aquellos otros más rechazables. Por ejemplo, el estudio de
las previsiones sobre los riesgos y efectos de la carrera de armas nucleares ha
sustentado en buena medida la formación de los movimientos antinucleares y las
presiones que se han ejercido sobre los gobiernos de las potencias nucleares para
concluir con la acumulación de tales armas.

Sin embargo, no cabe considerar a las Relaciones Internacionales como una


ciencia normativa, en el sentido de que su principal finalidad no es la de establecer

15
- GIBSON, Q.- The Logia of Social Enquiry.- Londres, 1959. (traducción de J. Melgar.- La lógica de
la investigación social.- Edit. Tecnos. Madrid, 2ª ed., reimpresión, 1968; pág.282)
16
- PUTNAM, H.- op. cit. pág. 137.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales 21

normas o principios de comportamiento de los actores internacionales o de los


propios individuos. Debido a ello, la previsión realizada en el contexto de esta
disciplina constituye la puerta de acceso a otros dos procesos que caen ya fuera del
ámbito científico de las Relaciones Internacionales y que Braillard ha denominado
con los términos de prospectiva y planificación.

Para concluir, debemos referirnos a los dos modelos más comunes de


desarrollo de los estudios de previsión: el modelo de la extrapolación y el modelo del
cambio. El modelo de la previsión por extrapolación se sustenta en dos supuestos
complementarios entre sí. El primero considera que en la realidad internacional
presente se encuentran todos los actores y factores fundamentales que
condicionarán la realidad internacional futura, si bien tales actores y factores no han
desarrollado plenamente sus capacidades y condicionamientos. El segundo
supuesto estima que el proceso de evolución de la realidad internacional sigue unas
tendencias regulares y lineales. A partir de ambos supuestos, la previsión se formula
por una extrapolación o proyección, generalmente matemática, de las tendencias
observadas en las principales variables explicativas de la dinámica internacional
pasada y presente.

El modelo de previsión basada en el cambio, se fundamenta en el supuesto


de que toda realidad internacional está en permanente proceso de cambio. En
consecuencia, lo más importante, según este modelo, es descubrir en la realidad
internacional presente los procesos de inestabilidad, las casualidades nacientes, que
en su desarrollo conducirán a una realidad internacional futura sustancialmente
distinta. En definitiva, la previsión del modelo del cambio trata de encontrar las
variables transformantes de una sociedad internacional que, junto con el
conocimiento de las leyes que provocan y controlan ese cambio, permitirán discernir
las nuevas y diferentes características de la sociedad internacional venidera.

Una adecuada combinación de ambos modelos permitirá al teórico de las


Relaciones Internacionales realizar sus previsiones con suficiente rigor, cumpliendo
una función práctica, que unido a la función explicativa justificará plenamente su
cualidad científica y su importancia académica.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

CAPÍTULO 14
EL INDIVIDUO COMO ACTOR INTERNACIONAL
EL INDIVIDUO COMO ACTOR DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Introducción
El tema de la determinación de la cualidad de «sujeto» u «objeto» del individuo, y
por tanto de cada persona en particular, en el marco general de las relaciones
internacionales constituye una de las cuestiones más significativas y, al propio tiempo, más
deficientemente tratadas por las diversas teorías desarrolladas en nuestra disciplina. En
este terreno, como en tantos otros, ha imperado durante mucho tiempo el condicionamiento
de otras disciplinas, primordialmente de la Historia, el Derecho Internacional Público y la
Ciencia Política, hasta el punto de convertir en paradigma incontrovertido la perspectiva
estatocéntrica del mundo internacional. Ya hemos tenido ocasión de criticar los
fundamentos y consecuencias de esta visión tan simplificada de la realidad internacional,
pero el problema no quedaría suficientemente resuelto si además de incorporar otros
grupos sociales distintos del Estado al panorama de los actores internacionales no
recordásemos, con el mismo interés, que unos y otro están configurados por una diversidad
de seres humanos, de personas, que constituyen, en último extremo, su soporte vital y su
razón de ser última. La conclusión que se desprende de semejante aseveración no por
obvia resulta menos necesario afirmarla, dada la facilidad con la que gobernantes y
doctrinarios la «olvidan», a saber: son los grupos sociales y, en nuestro caso, los principales
actores internacionales los que deben servir como instrumentos del desarrollo y
perfeccionamiento de las personas, y no éstas las que se transformen en meros objetos
instrumentales al servicio de los fines de la colectividad o, más exactamente, de quienes
gobiernan y controlan el grupo social.

Se podrá alegar que semejante disociación entre sociedad e individuo es puramente


teórica y arbitraria. Naturalmente estaríamos de acuerdo con semejante objeción si no
hubiésemos partido y valorado, al mismo tiempo, la evidencia de la desigualdad y el poder
que existe e impera en las relaciones humanas, individuales y societarias, con el inevitable
corolario que de ello se desprende en orden al distinto grado de participación y beneficios
que para cada persona se deriva de su pertenencia a cada colectividad social que ostenta
un cierto protagonismo en la vida internacional. No resulta extraño, desde esta perspectiva,
que los individuos, espontáneamente, hayan desarrollado, a lo largo de la historia, formas
de organización y participación activa en los asuntos internacionales por encima, al margen
o en contra de los propios estados. A esta tendencia responden muchas de las llamadas
organizaciones internacionales no gubernamentales, y en nuestros días, la opinión pública
internacional o determinadas formas poco estructuradas, pero efectivas, de participación
internacional que denominamos genéricamente bajo el término de movimientos
internacionales.

1. EL INDIVIDUO COMO SUJETO Y OBJETO DE LAS RELACIONES


INTERNACIONALES

El análisis, parcial y fragmentado, que los internacionalistas han realizado en torno al


protagonismo del individuo en los acontecimientos internacionales ha girado en torno a tres
supuestos fundamentales.

1. El individuo como sujeto del Derecho Internacional Público


Ciertamente, aunque el Derecho Internacional Público como realidad jurídica, y no
como ciencia, excluye al individuo como agente creador de normas susceptibles de generar
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2

derechos y obligaciones internacionales, y en este sentido posee plena validez la expresión


de DUPUY de que «el hombre, persona privada, está exiliado en la sociedad de estados»,
también resulta cada vez más irreal desconocer la subjetividad jurídica internacional de los
individuos, en tanto que destinatarios de derechos y obligaciones que el orden internacional
les atribuye y les permite ejercer de modo personal, y no sólo colectivamente. En esta
perspectiva, BARBERIS ha señalado muy oportunamente que es sujeto del Derecho
Internacional:
«Aquel cuya conducta está prevista directa y efectivamente por el derecho de gentes
como contenido de un derecho o de una obligación.
La calidad de sujeto no depende de la cantidad de derechos u obligaciones de que
una entidad es titular».

Naturalmente el individuo, en tanto que destinatario de normas jurídicas


internacionales que regulan su actuación, ha gozado de un protagonismo jurídico muy
irregular a lo largo de la historia. En la actualidad resulta indiscutible semejante
protagonismo, tanto en el Derecho Internacional General como Particular, al amparo del
desarrollo de tratados o convenios internacionales reguladores de derechos humanos,
individuales y colectivos, pero también de procesos de integración económica y política
internacional (como ocurre en el marco del Consejo de Europa y de la Comunidad Europea)
en los que los individuos llegan a gozar de una capacidad de participación y actuación
procesal directa ante organismos internacionales.

2. El individuo como representante de una colectividad


Este supuesto de interpretación de la capacidad activa internacional del individuo se
ha desarrollado como síntesis de una vieja polémica entre los historiadores. En efecto,
frente a los defensores de una interpretación «individualista» de los acontecimientos
históricos se desarrolló, especialmente a partir del siglo pasado, una concepción «social»
del devenir histórico que tomaba como centro de atención no tanto a los individuos aislados
cuanto a los grupos sociales.

Entre ambas posiciones extremas fue tomando cuerpo una interpretación ecléctica
que muy pronto arraigó entre los historiadores de las relaciones internacionales. En efecto,
autores como RENOUVIN o DUROSELLE al mismo tiempo que reconocen la importancia
de ciertos grupos sociales no estatales en la vida internacional, destacan la relevancia del
«hombre del estado» en su doble condición, de una parte como actor que participa
individualmente en las relaciones internacionales y a las que imprime sus propios valores,
ideas y rasgos psicológicos. De otra, en cuanto representante de un determinado grupo
nacional o estatal y de las fuerzas sociales, económicas e ideológicas que operan
profundamente en su seno. En la misma línea se orientan autores como VELLAS o
REYNOLDS que atribuyen una singular importancia a los gobiernos de los estados a la hora
de explicar su política exterior.

Desde luego resulta teóricamente muy atractiva la cuestión de dilucidar si, por
ejemplo, fue HITLER el que mediante su personal megalomanía arrastró a Alemania hacia
la Segunda Guerra Mundial, o por el contrario fueron determinados sectores de la sociedad
alemana, con notable poder político y económico, los que encumbraron a HITLER y
permitieron su omnímodo autoritarismo a comienzos de la década de los años - treinta,
cuando escasamente una década anterior su ideología le bahía llevado a la cárcel,
precisamente porque HITLER simbolizaba sus valores, ideas y ambiciones colectivas. Este
ejemplo podríamos repetirlo y actualizarlo formulando las cuestiones respecto a REAGAN o
GORBACHOV En cualquier caso, bajo estas interrogantes y la respuesta a ellas subyace,
de modo latente, el reconocimiento de un cierto protagonismo internacional al individuo o, al
menos, a ciertos individuos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3

3. El carisma personal como explicación del protagonismo internacional de ciertos


sujetos individuales.
Se admitan o no los supuestos precedentes, ningún teórico internacionalista
cuestiona seriamente la importancia que determinadas personalidades han desempeñado, y
desempeñan, en la vida política o económica o ideológico-cultural de las sociedades
internacionales. En efecto, el impacto provocado por personajes como CONFUCIO,
JESUCRISTO, MAHOMA o MARX, en el terreno ideológico, o en el ámbito político
internacional por caudillos o dirigentes de la talla de ALEJANDOR MAGNO,
CARLOMAGNO, NAPOLEON, SIMÓN BOLÍVAR, V.I. LENIN o MAO ZE DONG y,
finalmente, en el plano económico, de familias o personalidades como los FUGGER, los
TASSI, los ROSTCHILD, los FORD, ADAMSMITH o JOHN MAYNARD KEYNES, por citar
tan sólo, algunos nombres relevantes, resulta incuestionable si pretendemos conocer en
toda su amplitud y profundidad la dinámica de los acontecimientos internacionales. Tales
personalidades lograron imprimir una orientación específica a la historia a partir de sus
características y cualidades personales, por lo que no podemos por menos de suscribir lo
escrito por MEDINA:
“Ciertos individuos pueden desempeñar un papel fundamental en la evolución de la
sociedad internacional (...)
El poder político de los individuos puede depender de una base de poder político
propio, heredada o adquirida, pero a veces es independiente de toda organización política y
se basa en el simple carisma”

Idéntica posición parece sostener el propio MORGENTHAU cuando reconoce que el


carisma puede constituir por sí mismo o en combinación con otros elementos una fuente de
influencia y poder político.

La consideración de estos tres supuestos de análisis de la capacidad de actuación


internacional de los individuos, no ha excluido la firme y generalizada convicción entre los
internacionalistas de que la persona constituye en realidad un “objeto” más que un
verdadero “sujeto” de la vida internacional. En general, los tres supuestos, mencionados
poseen en común el reconocimiento de un cierto protagonismo internacional del individuo
pero como un fenómeno extraordinario que no logra romper el paradigma de que los
actores internacionales son, básicamente, los estados o, con un carácter más amplio, una
pluralidad de grupos sociales en relación con los estados.

Naturalmente sería descabellado negar que para un amplio elenco de relaciones


internacionales la posición de los individuos es la de meros objetos o destinatarios de las
decisiones, acciones o derechos adoptados por determinados grupos poderosos que, rara
vez valoran adecuadamente la dimensión humana de las personas. Basta con echar una
ojeada a problemas tan característicos de la sociedad internacional de nuestros días, como
son la estrategia de disuasión nuclear, la violación de las normas jurídicas (nacionales e
internacionales) de protección de los derechos humanos y libertades fundamentales, los
desequilibrios económicos o la destrucción de los ecosistemas, para darnos cuenta de la
escasa consideración que en el plano internacional se posee de los intereses y necesidades
de la inmensa mayoría de los seres humanos que compartimos este planeta Tierra.

Pero aceptar estas realidades no puede llevarnos a desconocer, siguiendo un


escepticismo derrotista sobre nuestro futuro individual y colectivo, tan nocivo e ingenuo omo
la posición contraria, que los individuos siguen desempeñando un protagonismo
internacional que lejos de ser declinante y excepcional adquiere, cada día más, un auge
significativo. Tomar conciencia de que cada uno de nosotros, en tanto que persona
individual, genera y participa, en mayor o menor medida, en una pluralidad de relaciones
internacionales y de que con nuestros actos contribuimos al mantenimiento o modificación
de las estructuras internacionales que subyacen y posibilitan tales relaciones
internacionales, constituye una inexcusable obligación y paso previo obligado, y en sí
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4

mismo “revolucionario”, en el proceso de desarrollo y perfeccionamiento de la realidad


internacional que, como seres humanos, no podemos ni debemos renegar.

Siguiendo la concepción de ROSENAU comprobaos que el comportamiento que


cada uno de los individuos realiza siguiendo su diversa y desigual participación en
numerosas colectividades sociales posee una incidencia nada despreciable, a medio y largo
plazo, en la evolución de las relaciones internacionales.

En efecto, el individuo en tanto que productor o consumidor, como agente


comunicante o como miembro de la opinión pública, como elector o como candidato político,
como turista o como terrorista, para utilizar los propios términos de ROSENAU, constituye
un sujeto activo de la vida internacional operando en el específico marco de sus
capacidades, poderes o competencias individuales que son, al mismo tiempo, también
sociales.

Pongamos un ejemplo extraído de acontecimientos recientes. Con motivo de la


política beligerante desarrollada por Estados Unidos respecto de Libia se ha generado una
cierta tensión en el Mediterráneo que, junto a ciertos atentados terroristas acaecidos en
países de Europa Occidental (como Fancia o la R.F. de Alemania), ha provocado una
drástica reducción del turismo de ciudadanos norteamericanos a Europa, que se ha
traducido inmediatamente en una caída de los ingresos de divisas por este concepto
reflejado en la balanza de pagos de estos países. Evidentemente tales fenómenos no han
sido el resultado de una política deliberadamente dirigida por la Administración
norteamericana para perjudicar a las economías europeas. Dicho fenómeno ha sido la
consecuencia de millares de decisiones individuales de ciudadanos norteamericanos que,
tal vez, influidos, pero nunca obligados, por los acontecimientos, han desistido de viajar a
Europa. Ahora bien, en la medida en que estos millares de decisiones individuales se han
producido simultáneamente y en idéntico sentido, sus efectos se han dejado sentir de modo
apreciable en las relaciones económicas internacionales, más allá o por encima de la
voluntad de sus gobiernos o de las políticas exteriores seguidas por ellos.

2.- LA TEORÍA DE JAMES ROSENAU SOBRE LAS FORMAS DE


RELACIÓN DEL INDIVIDUO CON LOS GRUPOS SOCIALES

Sin duda el esfuerzo analítico, más reciente y acabado, de estudio sobre el papel del
individuo como miembro activo de la sociedad internacional, ha sido aportado por JAMES
N. ROSENAU en un artículo publicado en 1979 bajo el título: “El turista y el terrorista o los
dos extremos del continuo transnacional”.

Para esta autor, los grupos sociales se constituyen siguiendo dos procesos básicos
de agregación o agrupación colectiva, a los que designa con los términos de “agregación
accidental” y “agregación deliberada”. A la agregación accidental la describe así:

«La agregación accidental sobreviene, cuando una multiplicidad de microunidades


manifiestan un comportamiento idéntico para satisfacer sus fines personales propios. Cada
acción está destinada a servir a las necesidades de cada microunidad o a hacer progresar
sus objetivos individuales. Pero como las acciones son similares, incluso si los objetivos son
diferentes, es posible llevar a cabo la suma de las acciones individuales. Si la suma tiene
consecuencias para el funcionamiento de una u otra macrounidad terminará por ser
reconocida y destacada por los portavoces de las macrounidades. Una vez que ello
retraduce por la emergencia de un macrofenómeno, éste pertenece al ámbito público y sus
componentes (los microactos, sin relación, pero similares) se habrán agregado...
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5

En un cierto momento, las consecuencias acumulativas de estos actos privados (el


impacto de la crisis de la población o de la energía, el desequilibrio comercial) son
percibidos por los periodistas, los investigadores, funcionarios o por otros muchos
representantes de las macrounidades. La publicidad subsiguiente sobre las implicaciones
de una agregación accidental se transmiten a continuación a las estructuras y procesos del
universo político mundial».

Esta agregación accidental puede ser, en opinión de ROSENAU, articulada o


inarticulada. La articulación se produce cuando la totalidad de los actos de las
microunidades que se desarrollan espontáneamente de modo idéntico y simultáneo, una
vez han sido reconocidos públicamente por los representantes de las macrounidades,
p1sán.,a c9nvertirse en actos individuales, pero cuya transcendencia política en el ámbito
internacional es ya «consciente» para los propios individuos que los ejecutan.

Por el contrario, la denominada agregación deliberada se diferencia netamente de la


anterior en cuanto que:
«Consiste en un comportamiento identificado por las microunidades, emprendido al
mismo tiempo y explícitamente concebido para tener consecuencias sobre las
macroestructuras».

Como ejemplos representativos de ambas formas de agregación ROSENAU cita las


actividades turísticas, para la agregación accidental, y las actividades terroristas respecto
de la agregación deliberada.

Como podemos apreciar, en ambos casos las características y el funcionamiento de


las macrounidades (grupos sociales descansa y presupone las características y actuaciones
de las microunidades (individuos) que las componen. Además, ROSENÁU reconoce que un
aspecto importante en los procesos de agregación social lo constituye el reconocimiento,
primero, y la publicidad, más tarde, del alcance y efectos derivados de la acumulación de
los actos individuales idénticos y coincidentes. Estas tareas de reconocimiento y divulgación
pueden ser realizadas por los propios órganos institucionales de la colectividad, o bien por
determinadas personas individuales que se convierten de este modo en representantes y/o
portavoces de los intereses y actuaciones de las microunidades individuales.

Este último aspecto, el de a l s funciones de representación y participación que


desempeñan determinados sujetos en el seno de la colectividad convirtiéndolos en
dirigentes y/o portavoces de los millares o millones de personas que la integran nos permite
conjugar adecuadamente los supuestos 2.° y 3.° que exponíamos en el apartado
precedente. Pero además de ello, y en la medida en que estas funciones de representación
y participación también pueden y suelen ser desempeñadas por las instituciones y órganos
que dominan a la macrounidad o grupo social, podemos explicarnos cómo el protagonismo
«carismático» de ciertas personalidades históricas no descarta ni excluye el protagonismo
internacional de los actores colectivos.

Así, por ejemplo, la génesis y el desarrollo del Movimiento de Países no Alineados


va indisolublemente unida a la intervención de ciertos líderes políticos como NEHRU,
NASSER o TITO, pero tales personajes lograron catalizar y movilizar en torno a ciertos
principios políticos y actuaciones internacionales, no sólo a los países que gobernaban sino
también a la inmensa mayoría de los estados y pueblos del Tercer Mundo, hasta el punto
de que en la actualidad el Movimiento de no Alineación subsiste aun cuando todos sus
dirigentes fundacionales hayan desaparecido de la escena internacional.

Por último, al distinguir expresamente entre la agregación accidental, en sus dos


formas de articulación, y la agregación deliberada, ROSENAU introduce en su esquema
teórico la singular importancia que la «toma de conciencia» desempeña a la hora de definir
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6

los comportamientos humanos, individual y colectivamente, así como las diferencias


profundas que separan los actos realizados de modo individual para alcanzar determinados
objetivos particulares de aquellos otros que además son ejecutados por los individuos
buscando expresamente provocar determinados efectos en las estructuras colectivas. Es
precisamente en este contexto teórico en el que debemos situar la formación de muchos de
los movimientos sociales, políticos o ideológicos que han surgido a la vida internacional en
los últimos siglos, y también el marco en el que hemos situado nuestro análisis del papel
desempeñado por la opinión pública como auténtico actor de la sociedad internacional
presente.

Hoy en día no cabe ya desconocer o subestimar la importancia del individuo y de


sus decisiones y acciones ,personales en el panorama de las relaciones que se desarrollan
a escala internacional. Algunos de los grandes fenómenos que se desarrollan en la arena
mundial están íntimamente vinculados con las actuaciones individuales, y no siempre con
las actuaciones colectivas o grupales. Cuestiones como la de la explosión demográfica o la
movilidad de apreciables masas de población entre diversos países; ciertas corrientes
comerciales mundiales vinculadas a determinados patrones de consumo masivo o a sus
cambios; importantes alteraciones de los esquemas ideológicos y culturales, etc., no se
pueden comprender y modificar adecuadamente si no tomamos como referencia no sólo a
los actores internacionales colectivos, sino también a los propios seres humanos
individualizados.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

CAPÍTULO 15
LAS ARMAS DE DESTRUCCION MASIVA (ABQ) Y LA DISUASION
NUCLEAR EN EL MUNDO ACTUAL

1. CONSIDERACIONES TECNICAS GENERALES SOBRE LAS ARMAS NUCLEARES

Antes de estudiar las estrategias político-militares que se han desarrollado en torno al


armamento nuclear, conviene explicar brevemente algunas de las características técnicas y de los
efectos destructivos que diferencian este tipo de armas del armamento convencional o, incluso,
químico y bacteriológico.

La propia denominación de armamento nuclear se debe a que su potencia destructiva está


íntimamente asociada a la liberación de energía procedente de la manipulación del núcleo de los
átomos de ciertos productos o sustancias. Existen dos sistemas de producción de energía nuclear
que han dado origen a otros tantos tipos de armas nucleares.

El primer procedimiento descubierto fue denominado el sistema de fisión o ruptura de los


núcleos atómicos de ciertos productos radiactivos, como el Uranio 235 o el Plutonio 239, de ahí el
nombre de bomba atómica, obteniéndose la liberación de una gran cantidad de energía tal y como
lo había ya establecido Einstein en su teoría de la relatividad al señalar la existencia de una
relación entre masa y energía según la ecuación E= mxC2, en la que E es la energía, m es la
masa y C es la constante igual a la velocidad de la luz (300.000 km/seg.).

Existen dos principales problemas en relación con el sistema de fisión, El primero de ellos
radica en la escasez de Uranio 235. En efecto, la mayoría del uranio que se encuentra en la
naturaleza pertenece al Uranio 238 (el 99,30 por 100 del total de uranio natural) que es muy
estable. Ello exigía tener que utilizar centenares de toneladas de este tipo de uranio para extraer
las cantidades necesarias del isótopo 235. Alternativamente se ha desarrollado un procedimiento
de alta tecnología para el «enriquecimiento del uranio» que, sin embargo, requiere importantes
inversiones en infraestructura, aunque permite aumentar la producción del Uranio 235 o la
obtención del Plutonio 239.

La otra dificultad reside en la masa crítica que es aquella cantidad de Uranio 235 o
Plutonio 239 a partir de la cual la reacción en cadena y la explosión que ella provoca se genera de
modo espontáneo e incontrolado. Esta masa crítica varía con la forma de la masa del material
radiactivo pero, en general, se establece en 10 kg de masa de Uranio 235 con forma esférica. La
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2
existencia de la masa crítica genera enormes riesgos en la manipulación del material radiactivo y
complica extraordinariamente la fabricación de las armas atómicas. Al propio tiempo, la existencia
de esa masa crítica impone un límite máximo al crecimiento de la capacidad destructiva de las
bombas atómicas, calculado en unos 500 kilotones, equivalente a 35 veces la bomba de
Hiroshima, según la explosión realizada por Estados Unidos en 1952.

Durante la década de los treinta, numerosos científicos alemanes, soviéticos y


norteamericanos desarrollaron las investigaciones teóricas e iniciaron la experimentación en
laboratorio destinada a crear las bases de la física nuclear. El desencadenamiento de la Segunda
Guerra Mundial aceleró los trabajos de investigación orientándolos hacia la búsqueda de un arma
capaz de aprovechar las inmensas potencialidades ofrecidas por la energía nuclear.

En 1942 el Presidente ROOSEVELT aprobó el proyecto de construcción de una bomba


atómica, conocido como el Proyecto Manhattan, encargándose los trabajos a un equipo de
científicos dirigidos por OPPENHEIMER. El complejo proyecto se desarrolló principalmente en tres
grandes laboratorios:
- Los Alamos (Nuevo México) en donde se construyeron las bombas atómicas y se realizó
la primera explosión nuclear con carácter experimental.
- Oak Ridge (Tennessee) en donde se obtuvo el Uranio 235 utilizado en la bomba de
Hiroshima.
- Hanford (Washington) en el que se contruyeron los reactores gracias a los que se pudo
obtener el Plutonio 239, utilizado en la bomba arrojada sobre Nagasaki. En este laboratorio
se obtuvo la primera reacción nuclear controlada el 2 de diciembre de 1942.

La primera bomba atómica fue experimentada con éxito en Alamogordo, en el desierto de


Nuevo México, el 16 de julio de 1945, siendo ya Presidente HARRY TRUMAN.

El otro procedimiento de obtención de energía nuclear consiste en el sistema de fusión o


unión de átomos de dos isótopos del Hidrógeno, el Deuterio y el Tritio, obteniéndose un átomo de
Helio y liberándose un neutrón superveloz que, a su vez, es capaz de penetrar en el núcleo de un
átomo de Uranio 238 provocando su fisión.

El sistema de fusión no presenta las limitaciones señaladas para el sistema de fisión ya


que el Hidrógeno, a partir del cual se obtienen sus dos isótopos, es muchísimo más abundante en
la naturaleza que el Uranio y además no existe una masa crítica. En cambio existe una dificultad
técnica apreciable derivada de la energía necesaria para poder iniciar el proceso de reacción.

Para damos una idea de la cantidad de energía que se requiere en el desencadenamiento


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3
de este proceso de fusión, bastará con decir que la fusión del Tritio requiere una temperatura de
1.000.000° C, mientras que el Deuterio exige unas temperaturas de 50.000.000° C. A la
temperatura de 1.000.000° C el proceso de fusión absorbe más energía de la que libera, lo que
convierte al proceso en técnica y económicamente ineficaz. Únicamente a partir de varios millones
de °C se logra que la reacción de fusión se realimente. Semejantes temperaturas sólo pueden
alcanzarse técnicamente mediante un proceso de fisión.

El resultado ha sido que las bombas de Hidrógeno (bombas H) desarrollan su poder


destructivo según un proceso de fisión-fusión-fisión. En efecto, la explosión de una pequeña
bomba atómica libera la energía capaz de fusionar los átomos de Deuterio y Tritio, en esta
reacción se liberan neutrones superveloces que rompen los núcleos de la capa de Uranio 238 que
recubre la bomba y completan el proceso con una reacción de fisión en cadena que realimenta
todo el ciclo.

Existe una variante técnica calificada, no sin cierto cinismo, como la bomba de Hidrógeno
limpia en la que la envoltura de Uranio 238 es sustituida por una capa de Bismuto que al ser un
elemento muy pesado, ni se fisiona, ni se fusiona. Evidentemente el nivel de radiactividad en este
tipo de bombas de fisión-fusión es menor que en la variante sucia, aunque todav ía estamos
refiriéndonos a un tipo de armas nucleares en las que los modelos menos potentes equivalen a
varias veces las bombas atómicas utilizadas contra Japón.

En las bombas de Hidrógeno, al no existir masa crítica, se han alcanzado efectos


destructivos fantásticos. La explosión experimental más importante realizada con este tipo de
arma la llevaron a cabo los soviéticos el 30 de octubre de 1961 con una potencia de 58
Megatones, equivalente a casi 120 veces la potencia de la mayor bomba atómica y a unas 4.000
veces la potencia de la bomba de Hiroshima.

2. LAS EXPERIENCIAS DE HIROSHIMA y NAGASAKI

Hasta la actualidad todo lo que se conoce sobre los efectos destructivos que se derivarían
del uso de armas nucleares en un conflicto bélico toman como referencia el uso, por Estados
Unidos, de armas atómicas contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en el contexto
de la Segunda Guerra Mundial.

Ciertamente, las fechas del 6 y 9 de agosto de 1945 han pasado a la historia como las
únicas fechas en las que el hombre utilizó la energía nuclear contra otros seres humanos con fines
destructivos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4
Desde el punto de vista estrictamente militar la experiencia fue decisiva ya que ocasionó la
capitulación inmediata de Japón. Ello demostró que el arma atómica no sólo era un arma
estratégica, sino que era un arma decisiva en el sentido de que quien la poseyese podría
amenazar y, en su caso, utilizarla para derrotar de modo concluyente, al adversario en un conflicto
bélico. Desde este prisma resulta acertado sostener que las experiencias de Hiroshima y
Nagasaki conmovieron las bases teóricas y doctrinales de los estrategas de todo el mundo.

Desde la perspectiva política el resultado fue mucho más incierto al propiciar una
aceleración en las investigaciones soviéticas y británicas con objeto de dotarse de esta arma tan
mortífera, fenómeno que muy pronto se haría extensivo a otras potencias como la República
Popular China, Francia, India, Israel y tal vez, Pakistán. En una palabra, provocó la proliferación
nuclear y la carrera armamentista asociada a ella.

Desde la dimensión económica propició la desviación de una parte muy importante de


recursos humanos y financieros hacia la investigación nuclear con fines directamente militares
retrasando el desarrollo de la tecnología nuclear con fines directamente civiles (centrales
eléctricas nucleares, equipos para tratamiento sanitario, etc).

Pero sobre todo, Hiroshima y Nagasaki constituyeron, desde el punto de vista humanitario,
la prueba dramática e irrefutable del alcance mortífero y del salto cualitativo en la capacidad
destructiva que se había logrado con las nuevas armas nucleares. Des de entonces, como ha
señalado NOEL-BAKER, los cálculos especulativos sobre los efectos de un ataque y/o guerra
nuclear han tomado siempre como punto de referencia la experiencia de las ciudades japonesas.

Según los datos aportados por las propias autoridades japonesas, los efectos de la bomba
de Hirosima fueron los siguientes:
Población total (incluidas las tropas): 300 000
Muertos o desaparecidos: 100 000
Heridos: 100 000
Necesitados de examen médico regular 10 años después de la explosión: 98 000
Destrucción de edificios y otras propiedades inmuebles: 50 000

A estos datos habría que agregar los 70000 muertos ocasionados hasta la fecha por la
explosión de Nagasaki. Semejante destrucción se ocasionó en tan sólo unos pocos minutos, lo
que nos permite hacemos una idea clara de la diferencia cuantitativa y cualitativa que las armas
nucleares representan en relación con las armas convencionales.

En relación con la decisión del Presidente Truman de utilizar las armas atómicas en la
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5
guerra contra Japón, se ha suscitado un interesante debate entre los politólogos e historiadores
con objeto de determinar hasta qué punto esta decisión evitó una prolongación de la guerra y, por
tanto, contribuyó a reducir sustancialmente las víctimas, militares y civiles de ambas partes
contendientes, en mayor medida que los muertos y heridos que produjo.

Este es un debate abierto que nunca podrá zanjarse definitivamente, puesto que los
hechos históricos no permiten aventurar cuánto podría haber durado el conflicto bélico y cuál
podría haber sido el número de víctimas que hubiese ocasionado.

Lo que ciertamente se puede afirmar, a la luz de los documentos históricos y de los


testimonios de dirigentes tan destacados como el propio CHURCHILL, es que entre las principales
razones que decidieron los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki se encontraban las
de evitar una lucha sangrienta y prolongada, junto con la posibilidad de eludir la intervención
militar soviética contra Japón, que de otro modo era imprescindible. Como ha escrito el propio
estadista británico:
«(...) Sea como fuere, nunca hubo la menor discusión de si debería usarse o no la bomba
atómica. Impedir una enorme carnicería, lograr el final de la guerra, traer la paz al mundo y curar
las heridas de los pueblos torturados, mediante la manifestación de un poder abrumador
expresado por unas cuantas explosiones, nos parec ía, después de todas nuestras fatigas y
peligros, un milagro.
El 4 de julio, antes de que se hubiera efectuado la prueba, se había dado en principio el
consentimiento británico para la utilización del arma. La decisión final estaba ahora en manos del
Presidente Truman, que era quien poseía el arma. Yo nunca dudé que la utilizarla, como nunca he
dudado desde entonces que hizo bien en utilizarla. El hecho histórico, y así debe ser juzgado en
los tiempos venideros, es que nunca se puso en duda si se usarla o no la bomba atómica para
obligar a Japón a rendirse. Un acuerdo unánime, automático y sin titubeo reinó en nuestra mesa
de conferencias, y yo ni siquiera oí la más leve sugerencia de que actuáramos de otra forma».

Todos los indicios apuntan la idea de que los japoneses no tenían la intención de aceptar
una rendición incondicional en julio de 1945, pero tampoco estaban dispuestos a realizar una
resistencia «encarnizada» y desesperada como estimaban los norteamericanos y británicos,
especialmente tras los bombardeos de Tokio, del 9 y 10 de marzo de 1945, que causaron 83.000
muertos y que habían demostrado la capacidad destructiva de la fuerza aérea aliada en el propio
corazón del imperio nipón. En este contexto y ante la inminente declaración de guerra de la Unión
Soviética, que finalmente se produjo el 8 de agosto de 1945, los japoneses intentaban alcanzar
una paz negociada con los aliados.

Podemos, pues, apreciar claramente que los bombardeos de Hiroshima y, sobre todo,
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6
Nagasaki, se debieron a una compleja conjunción de decisiones políticas, militares y tecnológicas,
a las que no fueron ajenos el deseo aliado de una rendición incondicional de Japón y una
sobreestimación de la capacidad y voluntad de resistencia bélica de este país.

Fuesen cuales fuesen los motivos y la «oportunidad» política y militar de la decisión


adoptada por el Presidente TRUMAN, el hecho histórico irrefutable es que las explosiones
nucleares de Hiroshima y Nagasaki determinaron la capitulación japonesa, el 2 de septiembre de
1945, iniciando una nueva etapa histórica de la humanidad conocida como la Era atómica.

3. LOS EFECTOS DE LAS ARMAS NUCLEARES

A la luz de lo ocurrido en las ciudades japonesas y de las numerosas explosiones


nucleares que con carácter experimental se han realizado durante la segunda mitad del siglo XX,
los expertos y estrategas disponen de una idea aproximada de los efectos destructivos
provocados por las armas nucleares (bombas A y bombas H).

Básicamente estos efectos suelen dividirse en tres grandes categorías:


1. Efectos físico-mecánicos.
2. Efectos térmicos.
3. Efectos radiactivos.

Cada uno de estos efectos presenta características diferenciadas en relación al tipo de


destrucción que ocasionan, su alcance espacial, su duración, etc., pero todos ellos actúan
conjuntamente como resultado de un mismo tipo de arma, por lo que no pueden disociarse de su
uso más que en términos estrictamente teóricos. En otras palabras, toda estrategia político-militar
que contemple el uso de este tipo de armamento debe considerar sus resultados destructivos a
partir de una combinación indisociable de estas tres categorías de efectos. En caso contrario
dicha estrategia resulta irreal y, por consiguiente, peligrosa en el marco del proceso de toma de
decisiones por cualquier gobierno.

El principal efecto físico-mecánico de una bomba nuclear, como el de cualquier otro


explosivo, es su onda expansiva provocada por el exceso de presión causado en el epicentro
(punto central de la explosión), en relación con la presión medioambiental, lo que ocasiona una
esfera de aire comprimido que se extiende a la velocidad del sonido (330 m/seg.) arrasando
cuanto obstáculo encuentra en su camino, al tiempo que va reduciendo su exceso de presión.

Asociado a la onda expansiva se genera un efecto huracán con vientos cuya velocidad
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 7
puede alcanzar los 300 km/h, a más de 15 km de distancia. La combinación de ambos efectos es
capaz de destruir todos los edificios, por sólida que sea su construcción, en un área de 3 ó 4
millas cuadradas desde el epicentro de una bomba de 20 kilotones. Este impacto devastador
provoca un elevado número de víctimas que según el Informe del Gobierno indio supuso el 20 por
100 de las bajas, muertos o heridos, de Hiroshima.

Los efectos térmicos ocasionados por las armas nucleares son la resultante de las
ingentes cantidades de energía liberadas que se transforman en energía lumínica y caloríf ica. En
el momento de la explosión el destello lumínico que provoca es capaz de producir la ceguera
temporal o definitiva, en todas aquellas personas que se encuentren al aire libre a una distancia
entre uno y varios kilómetros.

Sin embargo, los daños causados por el efecto calorífico son, sin duda, los más
importantes. Hay que pensar que en el epicentro de una bomba atómica se alcanza una
temperatura de varios millones de grados centígrados que va disminuyendo a medida que nos
alejamos del epicentro y a medida que transcurre el tiempo. A pesar de todo provocará numerosos
incendios masivos en varios kilómetros cuadrados, y las personas quedarán literalmente
abrasadas en las zonas próximas o suf rirán quemaduras mortales a distancias que en el caso de
una bomba atómica de 150 kilotones alcanzarían los seis kilómetros.

Las evaluaciones realizadas en la explosión de Hiroshima estimaron que el 60 por 100 de


las muertes y el 75 por 100 de las bajas totales fueron producidas por las quemaduras
directamente resultantes de la explosión o indirectamente por los incendios provocados por ella.

En relación con los efectos radiactivos debemos diferenciar entre las radiaciones X y
gamma producidas como un efecto inmediato de la explosión nuclear y la radiación retardada, que
se dejará sentir durante un período de tiempo variable para cada uno de los residuos radiactivos
resultantes de la explosión nuclear y que variará también dependiendo de que el arma sea
atómica o de hidrógeno.

En general, los efectos de los rayos X no rebasan el perímetro de la esfera calorífica, por lo
que las víctimas de este tipo de radiación habrán sucumbido ya a las quemaduras antes de
experimentar los síntomas de radiación. Por lo que se refiere a los rayos gamma su alcance es
mayor, aunque también limitado. El nivel de radiación media mortal para el organismo humano es
de 450 rems. En el caso de una explosión nuclear, de 1 megatón, cuyas partículas radiactivas se
esparciesen uniformemente por un área totalmente plana de 1.600 kms, al cabo de 10 h. la dosis
de rayos gamma a un metro del suelo sería de 250 rems por hora.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 8
Mucho más graves son los resultados mortíferos de la radiactividad retardada, más
conocida como lluvia radiactiva, y que está formada por el depósito lento de las partículas
radiactivas de agua, polvo y cenizas que impulsados en el momento de la explosión a alturas de
unos 10 kms., el característico hongo gigante, producen una nube radiactiva que los vientos
arrastrarán a distancias variables antes de que las partículas en suspensión vuelvan a precipitarse
sobre la superficie terrestre o marítima. En el momento de su precipitación estas partículas
contaminarán de radiactividad cuantos objetos o seres vivos impregnen.

Naturalmente, las dosis de radiación dependerán de la cantidad de lluvia radiactiva


recibida y análogamente los trastornos ocasionados por esa radiación se dejarán sentir desde las
primeras horas posteriores a la explosión hasta varios meses, e incluso años, más tarde. Resulta
interesante señalar que puesto que la radiación es incolora, inodora e insípida, el mayor riesgo de
contaminación para amplios sectores de la población no expuestos a los efectos inmediatos y
directos de la explosión nuclear radica en el contacto e ingestión de alimentos radiactivos. En este
caso los isótopos se fijan en el organismo humano y provocan una acumulación de radiactividad
que puede llegar a ser letal pero cuyos síntomas no se dejarán sentir hasta mucho tiempo
después.

En cuanto a la lluvia radiactiva que se depositase a partir de las 10 h. siguientes a la


explosión, sus efectos radiactivos en una persona contaminada serían del 40 por 100 al cabo de 4
días y de un 25 por 100 transcurridos 40 días.

A diferencia de los efectos de la onda expansiva y de la esfera térmica, las consecuencias


de la radiación retardada ocasionan mayor sufrimiento al prolongar la agonía de la muerte con
fuertes dolores en las víctimas. A ello habría que añadir los efectos en las futuras generaciones
resultantes de alteraciones genéticas en aquellas personas que sin haber quedado expuestas a
radiaciones mortales han acumulado niveles de radiación superiores a lo normal. En estos casos
son frecuentes los abortos, malformaciones de los fetos e importantes taras físicas y psíquicas en
los recién nacidos. Por último se aprecia un incremento en el índice de enfermedades
cancerígenas entre la población que ha sobrevivido a una explosión nuclear.

Con idéntica potencia del arma nuclear el alcance destructivo de estos tres tipos de
efectos, derivados de la explosión nuclear, varían sustancialmente dependiendo de diversos
factores y circunstancias en el momento de la explosión; Principalmente debemos considerar
cuatro de ellos:
1° La altura de la explosión nuclear.
2° La orografía del terreno.
3° La climatología y vientos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 9
4° La densidad demográfica.

Respecto a la altura, los efectos radiactivos, especialmente de la lluvia radiactiva, varían


de modo inversamente proporcional. Así cuanto más alto sea el punto de explosión sobre la
superficie, menor será el efecto radiactivo. En cambio ocurre lo contrario con la onda expansiva y,
en menor medida, con la esfera calorífica. De este modo si se quiere aumentar los efectos
radiactivos las bombas deberán ser explotadas muy próximas a la superficie terrestre o marítima,
aunque en este caso una parte importante de las ondas de sobrepresión y calor serán absorbidas
y amortiguadas por el terreno. Si lo que se desea es reducir el efecto radiactivo incrementando la
devastación por el calor y la presión, el ingenio nuclear deberá ser explotado a varios centenares
de metros sobre la superficie del objetivo. Las explosiones de Hiroshima y Nagasaki acaecieron a
una altitud entre 500 y 600 metros.

También la orografía influye decisivamente en los efectos combinados de la explosión


nuclear. Cuanto más llana es la superficie, menor resistencia y amortiguación reciben las ondas
expansiva y térmica, así como la mediación, lo que ocurre en las explosiones marítimas o en
terrenos esteparios. Por el contrario una superficie muy accidentada con valles y cadenas
montañosas tenderá a concentrar los efectos de la explosión en determinadas áreas y dificultará
la difusión de los efectos destructivos de forma regular.

Las circunstancias climáticas unidas a los vientos y las corrientes marinas condicionan el
área afectada por los efectos radiactivos, especialmente de la radiación retardada. Por ejemplo,
en la explosión experimental del atolón de Bikini realizada en de marzo de 1954 en la que los
Estados Unidos utilizaron una bomba de fisión-fusión-fisión de 15 Megatones, los habitantes del
atolón de Rongelap a 160 kms. de distancia, recibieron graves radiaciones debido a que los
vientos empujaron la nube radiactiva en la dirección de sus islas.

Finalmente, una de las principales variables que determinan el número de víctimas y los
efectos destructivos del uso de armas nucleares radica en el grado de concentración demográfica
que existe en la zona de explosión y en las áreas circundantes. Existe una relación directa entre la
densidad de población de un área geográfica y el efecto destructivo medido en número de
víctimas humanas provocado por una explosión nuclear. Según esta apreciación las explosiones
más destructivas son las que se producen en o cerca de grandes conurbaciones mientras que las
explosiones en áreas desérticas o marítimas ocasionan un escaso número de víctimas.

La conjunción de todas estas circunstancias influyen decisivamente en los resulta dos


destructores de una explosión nuclear. En los bombardeos nucleares contra las ciudades
japonesas, los resultados demostraron que la explosión de Hiroshima a pesar de poseer menor
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 10
potencia, unos 15 kilotones, que la de Nagasaki, unos 20 kilotones, provocó más víctimas debido
principalmente a poseer un mayor número de habitantes y que el terreno era llano mientras que la
ciudad de Nagasaki era un puerto situado en un valle rodeado de colinas.

4. EL PROCESO DE PROLIFERACION DEL ARMAMENTO NUCLEAR

Aunque en 1945, los Estados Unidos era el único país del planeta que disponía del arma
atómica, semejante situación de monopolio nuclear estaba llamada a desaparecer en favor de una
proliferación nuclear por varios motivos. Ante todo debido a que los científicos soviéticos venían
ya trabajando en la física nuclear con anterioridad a la Segunda Guerra Mundial, lo que permitía
prever que en un plazo de tiempo, mayor o menor, lograrían desarrollar la tecnología que les
permitiese construir armas atómicas.

Además, la inexorable tendencia histórica en favor de la difusión de los conocimientos


científicos y tecnológicos entre las sociedades terminaría facilitando el acceso de las comunidades
investigadora de otros países a la tecnología nuclear con fines militares. Este efecto de difusión se
aceleraría en la medida en que las aplicaciones de la energía nuclear se desarrollasen también
con fines civiles y pacíficos ya que en estos casos la incorporación de las empresas
multinacionales a la investigación y la tecnología nucleares facilitaría su transferencia
internacional.

A fines del mes de julio o principios de agosto de 1949 los soviéticos realizan la primera
explosión experimental de una bomba atómica, hecho que sería confirmado por, una declaración
oficial del Presidente TRUMAN el 23 de septiembre de ese mismo año. De este modo la URSS se
había adelantado a las previsiones más pesimistas elaboradas por los expertos norteamericanos.
Este acontecimiento reforzó la convicción de la Administración Truman de la necesidad de
proseguir las investigaciones de la bomba de Hidrógeno con el fin de mantener la supremacía
alcanzada en el terreno nuclear.

Por estas fechas, los ingleses estaban desarrollando sus investigaciones atómicas, que
culminan con su primera explosión nuclear el 3 de octubre de 1952 cerca de las costas de
Australia. Casi un mes más tarde, el 1 de noviembre, los Estados Unidos hacen estallar su
primera bomba de hidrógeno en Eniwetok (Islas Marshall). Nueve meses más tarde, el 12 de
agosto de 1953, los soviéticos explotaban su primera bomba de fusión. Semejante experiencia la
llevarían a cabo los británicos en el área del Pacífico el 8 de noviembre de 1957.

El proceso de investigación y experimentación nuclear sufría una constante aceleración al


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 11
tiempo que se iniciaba una preocupante proliferación. Cuatro años habian separado las
experiencias atómicas de Estados Unidos y la Unión Soviética, pero este período se había
reducido a menos de un año para los ingenios nucleares de fusión. En sólo cinco años, el Reino
Unido había logrado demostrar su dominio de ambos tipos de armamento nuclear.

A finales de la década de los años cincuenta, se aprecian ya algunos fenómenos que se


convertirán en constantes del proceso de acumulación de arsenales nucleares. El primero de ellos
es la iniciativa que en la investigación, experimentación y producción de armas nucleares
ostentará Estados Unidos. Semejante supremacía técnico-militar constituirá un estímulo para el
desarrollo de los arsenales nucleares en otros país es, especialmente en la Unión Soviética que
demostrará su capacidad de equilibrar la ventaja nuclear inicial de los Estados Unidos en cada
etapa.

En segundo lugar, la dinámica de acción-reacción, referida a la acumulación y


perfeccionamiento de las armas nucleares provocará un distanciamiento creciente entre los
Estados Unidos y la Unión Soviética, de una parte, y el resto de países que acceden a la
tecnología nuclear con fines militares. Surgen de este modo dos potencias cuya capacidad de
destrucción nuclear supera cuantitativa y cualitativamente al resto de las potencias mundiales, es
decir, se configura la realidad de las superpotencias.

Por último, la incipiente carrera de armamentos nucleares demostrará, de modo cada vez
más claro, que la disponibilidad de esta categoría de armas no evitaba la acumulación de otro tipo
de arsenales (convencionales, químicos, etc.) ni su constante desarrollo tecnológico. En otras
palabras, con las nuevas armas los gastos militares se aumentaban vertiginosamente al no lograr
que sustituyesen de modo completo la función político-militar asignada a las armas
convencionales.

Durante la década de los años sesenta otros dos países: Francia y la República Popular
China, accederán a la categoría de potencias nucleares. En el caso francés la decisión de
desarrollar una fuerza nuclear propia está íntimamente asociada con la traumática experiencia de
la pérdida de sus colonias, especialmente tras la retirada de Indochina y la guerra de Argelia, que
había puesto en peligro la propia estabilidad política de la metrópoli. Con la instauración de la Vª
República, en 1958, el Presidente De Gaulle cambió sustancialmente las bases de la política
exterior francesa intentando restaurar la privilegiada posición que había ocupado con anterioridad.

En este marco es en el que se sitúan algunas de las principales decisiones que marcarán
la política defensiva de este país. Una de ellas fue la de disponer de una force de frappe nuclear
que concediese una mayor independencia y credibilidad a la acción exterior de Francia tanto
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 12
respecto de sus aliados, especialmente los Estados Unidos y Gran Bretaña, como frente a sus
potenciales enemigos, como era el caso de la Unión Soviética.

El 13 de febrero de 1960 los franceses realizaban su primera experiencia atómica en el


desierto sahariano. Todavía tardarían varios años en experimentar con una bomba de fusión,
hecho que se produjo el 24 de agosto de 1968 al hacer estallar una bomba de hidrógeno en el
atolón de Muroroa, en el océano Pacífico.

En el interregno, la República Popular China había desarrollado su propia capacidad


nuclear para hacer frente a la doble amenaza percibida por Pekín, la de los norteamericanos y,
sobre todo, la de los soviéticos con los que el conflicto político-ideológico de comienzos de esa
misma década había convertido en potenciales agresores a lo largo de la extensa frontera entre
ambos países. Estas circunstancias explican suficientemente la rapidez con que los chinos
desarrollaron sus arsenales de armas de fisión y fusión. El 16 de octubre de 1964 experimentaban
su primera bomba atómica y sólo tres años más tarde, el 17 de junio de 1967, asombraban al
mundo al hacer estallar una bomba de hidrógeno, de una potencia aproximada de 3 Megatones,
en la provincia de Sinkiang.

La creciente tendencia a la proliferación nuclear con fines militares trató de ser limitada en
1968 con la conclusión del, Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares. Sin embargo ello no
impediría que ciertos países que mantenían muy avanzadas sus investigaciones se negasen a
firmarlo. Entre ellos merece citarse la India, que el 18 de mayo de 1974 experimentó con una
bomba atómica en la región de Rajastán, demostrando su capacidad nuclear a sus principales
rivales, la República Popular China y Pakistán.

Más problemática ha sido la investigación de la capacidad nuclear de países como Israel,


cuyas instalaciones del desierto de Dimona son utilizadas, desde comienzos de la década de los
setenta para la construcción de ingenios militares atómicos, según consta por las declaraciones
directas del personal que ha trabajado en este complejo. Las informaciones actuales no permiten
confirmar definitivamente las capacidades nucleares de carácter militar disponibles por países
como Pakistán y Sudáfrica.

Visto en su conjunto, el problema de la proliferación de los arsenales nucleares se ha


mantenido muy lejos de las posibilidades que la difusión de la tecnología nuclear con fines civiles
permitía temer hace un par de décadas. Efectivamente, en la medida en que el Plutonio 239 es un
residuo radiactivo que se desprende en los procesos de fisión de los reactores de las centrales
nucleares se temía que el acceso de diversos países a esta tecnología, les permitiría acumular
suficiente material radiactivo para construir sus propias armas atómicas. Se estima que en 1975
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 13
existían ya instalados 168 reactores de centrales nucleares .y que en 1980 un total de 29 países
habrían accedido, total o parcialmente, a la, tecnología nuclear civil. Entre estos países podemos
mencionar: Argentina, Bélgica, Bulgaria, Canadá, España, Italia, Japón, Países Bajos, R. D.
Alemana, R. F. de Alemania, Suecia, Suiza y Checoslovaquia, etc.

No ha sido totalmente así y en ese sentido la afirmación de BRODlE de que «ha habido
una ausencia de proliferación algo sorprendente de armas nucleares entre otras potencias» podría
aceptarse con ciertas reservas. No se debe olvidar que el 7 de junio de 1981 la aviación israelí
bombardeó la central nuclear en construcción de Tamuz, cerca de Bagdad y justificó su acción en
la amenaza que supondría para el Estado de Israel que el régimen iraquí de SADAM HUSEIN
llegase a desarrollar su propia capacidad atómica.

5. CARACTERISTICAS TECNICO-MILITARES DEL ARSENAL NUCLEAR

Al iniciarse el periodo de la postguerra mundial, el monopolio nuclear norteamericano


descansaba en la Fuerza Aérea (US Strategic Air Command), ya que era la única capaz de
transportar en sus aviones B-17 y B-29, las pesadas bombas atómicas de 4500 kgs de peso y de
un diámetro de 1,50 m. hasta los posibles objetivos, situados a largas distancias, como se había
demostrado en los bombardeos nucleares sobre las ciudades japonesas.

Muy pronto la utilización de nuevos materiales radiactivos más inestables permitió reducir
sustancialmente el volumen y peso de las bombas de fisión. Ello incrementaba la potencia
destructiva de los nuevos bombarderos norteamericanos B-36 y B-50, convirtiéndolos en una
auténtica fuerza estratégica nuclear frente a los soviéticos.

En 1954 los norteamericanos iniciaron sus investigaciones sobre misiles intercontinentales


del tipo Titan (ICBM-lntercontinental Ballistic Missile), ampliando sus proyectos al año siguiente al
incluir los proyectos de investigación y desarrollo de misiles balísticos de alcance intermedio
(IRBM-lntermediate Range Ballistic Missile) de los tipos Júpiter y Thor. En 1956 iniciaron las
investigaciones de los misiles del tipo Polaris capaces de ser lanzados desde submarinos (SBLM-
Submarine Launched Ballistic Missile) y en 1957 de los lCBM det tipo Minuteman.

Simultáneamente, los soviéticos estaban desarrollando investigaciones similares, si bien


su ventaja tecnológica en el campo aeroespacial demostrada por el lanzamiento, el 4 de octubre
de 1957, del primer satélite artificial situado en una órbita terrestre (Sputnik 1, de 83 kgs.)
contribuía a reducir la superioridad que durante los años anteriores habían demostrado los
Estados Unidos. En diciembre de 1957 los norteamericanos lograron realizar el primer vuelo
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 14
experimental de un lCBM denominado Atlas A.

En 1960 los Estados Unidos realizaron el despliegue de los primeros lCBM al tiempo que
entraba en servicio el primer submarino nuclear estratégico equipado con 16 SLBM del tipo
Polaris. Los soviéticos comenzarían el despliegue de sus lCBM en 1961.

El resultado de este intenso esfuerzo económico y tecnológico, desarrollado por ambas


superpotencias, significó que a comienzos de la década de los sesenta los principales tipos de
armas nucleares (fisión y fusión) junto con los diversos medios técnicos para su transporte hasta
los objetivos, se habían alcanzado plenamente.

Básicamente las armas nucleares pueden clasificarse según tres criterios técnico-militares:

1. Por su alcance
Se entiende por alcance la distancia máxima desde la cual un determinado tipo de
armamento es capaz de proyectar su capacidad destructiva sobre el enemigo. Desde esta
perspectiva el alcance de un arma establece un límite material a los objetivos sobre los que puede
ejercerse una amenaza destructiva creíble. No obstante la mayor parte de este arsenal se
configura como sistemas de armas nucleares integrados por la conjunción de una o varias cargas
nucleares junto con determinados medios de lanzamiento y/o transporte (lanzadores o
transportadores).

Según este criterio las armas nucleares suelen dividirse en los siguientes tipos:
a) Sistemas de armas nucleares tácticas o de corto alcance. Poseen un alcance máximo
de 1000 kms., una distancia que cuando es inferior a 500 kms. Permite establecer una
subcategoría, la de las armas de muy corto alcance.

Se les denomina equívocamente armas tácticas debido a que el corto radio de acción las
hace óptimas para su hipotético empleo en un conflicto bélico en los frentes de batalla
(vanguardia) pero en cambio les inhabilita para amenazar eficazmente las áreas logísticas y los
principales centros urbanos y económicos de la retaguardia. Se las considera como armas
nucleares antifuerzas, es decir, destinadas a destruir las fuerzas militares (convencionales o
nucleares) del enemigo.

b) Sistemas de armas nucleares de teatro o de alcance intermedio. Su radio de acción se


sitúa entre los 1.000 y los 5.500 kms. y por consiguiente son capaces de proyectar su amenaza
tanto sobre los frentes de batalla como sobre la retaguardia. En este sentido se estima que son
armas nucleares antifuerzas y anticiudades ya que permiten sustentar ambos tipos de estrategias
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 15
bélicas.

c) Sistemas de armas nucleares estratégicas o intercontinentales. Su alcance se sitúa por


encima de los 5.500 kms., distancia tomada como referente en el Acuerdo SALT 1 por estimarse
que es la distancia mínima que separa los territorios de Estados Unidos y la URSS si se excluye,
claro está, el territorio de Alaska.

A diferencia de las dos categorías anteriores, el alcance de este tipo de armas permite
proyectar la amenaza recíproca entre ambas superpotencias sin necesidad de un despliegue fuera
de sus respectivos territorios y soberanías. Naturalmente esta amenaza se puede proyectar sobre
cualquier otro país que se sitúe dentro de sus respectivos radios de acción.

2. Por los sistemas lanzadores y/o transportadores


Se consideran sistemas lanzadores y/o transportadores aquellos medios o instrumentos
técnicos a los que va asociado el material nuclear y gracias a los cuales es posible su traslado,
colocación y explosión sobre el objetivo elegido.

De acuerdo con las características de los sistemas lanzadores y/o transportadores


podemos clasificarlos en: bombas de gravedad, obuses y misiles. Estos últimos se diferencian
básicamente según su trayectoria. Si es similar a la de los obuses, es decir, con una trayectoria
elíptica en la que en el tramo inicial ascendente es propulsado por un motor mientras que en el
tramo final descendente es acelerado por la fuerza de la gravedad terrestre, son denominados
misiles balísticos (Ballistic Missile) si, por el contrario, su trayectoria se desarrolla desde el
momento del lanzamiento hasta el punto de destino impulsada por un motor capaz de neutralizar
la fuerza gravitatoria se conocen bajo el nombre de misiles de crucero (Cruisse Missile). Los
primeros misiles fueron las bombas volantes V-I y V-2 utilizadas por los alemanes durante la
Segunda Guerra Mundial para bombardear ciudades inglesas.

Las bombas de gravedad son lanzadas desde los aviones y fueron el sistema utilizado en
Hiroshima y Nagasaki, en la actualidad los bombarderos estratégicos del modelo B-52 pueden
alcanzar varios miles de kilómetros. Los obuses son lanzados por cañones situados en tierra o
sobre navíos de guerra y poseen un alcance de varios kilómetros por lo que suelen ser
considerados un ejemplo característico de armas nucleares tácticas.

Los misiles pueden también diferenciarse según sean lanzados desde bases terrestres,
marítimas o aéreas y según el carácter fijo o móvil de las mismas. De este modo podemos
configurar el siguiente esquema para los misiles:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 16
- ICBM. (Intercontinental Ballistic Missile) = Misil Balístico Intercontinental.
Ej. Minuteman II y III (EE.UU) Y SS-1I y SS-25 (URSS).

- GLCM. (Ground Launched Ballistic Missile) = Misil de crucero lanzado desde tierra.
Ej. Cruise (EE.UU) y SS-20 (URSS).

Lanzadores móviles
a)Terrestres.
- ICBM. Misil Balístico Intercontinental. Ej. MX (EE.UU.)
- GLCM (Ground Launched Cruise Missil) = Missil de Crucero lanzado desde tierra.
- SRBM (Short Range Ballistic Missile)= Misil Balístico de corto Alc ance.
Ej. Lance (EE.UU.) o SS-2l Y SS-23 (URSS).

b) Aéreos.
- ALCM (Air Launched Cruise Missile) = Misil de Crucero lanzado desde el Aire.
Ej. Pershing (EE.UU.).
- ASBM (Air-Surface Ballistic Misile) = Misil Balístico Aire-Superficie.

c) Marítimos.
- Superficie.
SLCM (Sea Launched Cruise Missile) = Misil de Crucero lanzado desde el Mar.
Ej. Tomahawk (EE. UU.) y SS-N-22 (URSS).

- Submarinos.
SLBM (Submarine Launched Ballistic Missile) =Misil Balístico lanzado desde submarinos.
Ej. Poseidón y Trident (EE.UU.) o SS-N-20 Y SS-N-23 (URSS).

3. Por las cabezas nucleares


Se denomina cabeza u ojiva nuclear a cada una de las bombas nucleares (de fisión o de
fusión) susceptibles de ser proyectadas por un misil.

El desarrollo de la tecnología nuclear, aeronáutica y aeroespacial, ha permitido generar


misiles cada vez más sofisticados no sólo por su alcance y la variedad de sistemas de
lanzamiento sino también por su capacidad destructiva nuclear. Ello se puede lograr aumentando
la potencia de la única ojiva nuclear situada en un misil o desarrollando misiles capaces de
transportar varias cabezas nucleares. De este modo han surgido sucesivas generaciones de
misiles nucleares.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 17
Inicialmente se desarrollaron los misiles con cabeza única. Muy pronto, a comienzos de la
década de los sesenta tanto Estados Unidos como la URSS disponían de los misiles MRV
(Multiple -but not indepently targetable- Reentry Vehicles), es decir, misiles con varias cabezas
nucleares con una misma trayectoria. Las diversas cabezas se separaban del ingenio lanzador a
escasa distancia del fin de la trayectoria, lo que aumentaba parcialmente el efecto destructivo al
lograr que las diversas cabezas se dispersasen en un área mayor que en los casos de una sola
cabeza nuclear. En 1964 los Estados Unidos había desplegado misiles Polaris A-3 dotados de 3
vehículos de reentrada con cabezas múltiples.

En 1970 las fuerzas norteamericanas desplegaron los Minuteman IlI, dotados cada uno
con 3 ojivas de 170 kilotones, y en 1973 los soviéticos desarrollaban su programa de misiles SS-
I7. Ambos modelos incorporaban un avance respecto de los misiles MRV. En efecto se trataba de
misiles MIRV (Multiple Independently Reentry Vehicles), misiles con varias cabezas cuyas
trayectorias de reentrada son independientes. De este modo las diversas ojivas nucleares se
separan del cuerpo central del misil en distintos momentos de la trayectoria de reentrada pudiendo
alcanzar varios objetivos muy distantes entre sí, aunque situados todos ellos en la trayectoria del
misil. Estos misiles nucleares permitían una cierta capacidad de manipulación por el centro de
control que decidía el momento de separación de cada una de las ojivas y de este modo se
lograba amenazar un mayor número de objetivos con el mismo misil, dificultando
extraordinariamente la eficacia de los sistemas defensivos antimisiles.

En la actualidad se han experimentado los misiles MARV (Manouevrable Reentry


Vehicles), misiles dotados con varias cabezas nucleares cuya trayectoria de reentrada puede ser
modificada desde el centro de control. El desarrollo y despliegue de estos misiles supondría un
salto cualitativo respecto a los misiles MIRV ya que con un mismo misil se podrían atacar objetivos
situados en distintas trayectorias de reentrada aumentando sustancialmente su capacidad
ofensiva al tiempo que incrementaría la incertidumbre respecto de los objetivos elegidos y
paralelamente imposibilitaría una defensa eficaz.

Los arsenales nucleares, sobre todo los de ambas superpotencias, no sólo han aumentado
en cantidad, potencia destructiva y alcance sino que simultáneamente las bombas, obuses y
misiles han logrado una mayor precisión para alcanzar los blancos asignados.

Técnicamente el grado de precisión de un proyectil se establece por el CEP (Circular Error


Probable) que es el radio de un círculo cuyo centro es el blanco establecido y cuya área sería
alcanzada por el 50 por 100 de los proyectiles lanzados. En la actualidad se estima que el CEP
aceptable para los misiles ICBM se sitúa entre 100 y 300 ms., cifras que varían entre 100 y 1.000
m. para los SLBM. En la reciente guerra del Golfo Pérsico se ha comprobado la eficacia de los
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 18
misiles de crucero de los modelos Scud (soviéticos) y Tomahawk (norteamericanos), ambos sin
carga nuclear, aunque es fácil imaginar el efecto devastador que hubiesen causado los misiles
caídos sobre Tel Aviv, Haifa, Riad o Bagdad si hubiesen transportado ojivas nucleares.

Finalmente la eficacia militar potencial de cualquiera de las modalidades de sistemas de


armas nucleares es una resultante de la combinación de todos los elementos que hemos referido
(potencia destructiva, alcance, sistema de lanzamiento, precisión, nivel de protección y defensa,
etc.). Cada uno de estos sistemas presenta sus ventajas e inconvenientes, de ahí que los
arsenales nucleares de las superpotencias incluyan todas las variantes.

Así los misiles con bases fijas de lanzamiento poseen mayor precisión, pero en cambio,
son de fácil detección y destrucción al conocerse los emplazamientos de los silos donde se
encuentran almacenados. Los sistemas de bases móviles de lanzamiento resultan más
difícilmente detectables pero su precisión es sensiblemente menor. Entre estos últimos, los
aviones presentan un grado mayor de vulnerabilidad mientras que los sistemas ubicados en
submarinos son los de más difícil localización y destrucción. Las bases móviles terrestres se
sitúan a medio camino entre ambas modalidades.

Una prueba de la diversa vulnerabilidad de los misiles, en función del carácter fijo o móvil
de sus bases de lanzamiento, se ha obtenido durante la guerra del golfo al comprobarse que la
fuerza aérea aliada, con sus sistemas de detección altamente sofisticados, (AWACS, satélites,
radares: etc.) no logró destruir totalmente los vehículos móviles de lanzamiento de los misiles
Scud, lo que parece que sí logró realizar con las rampas fijas de lanzamiento de estos misiles.

Toda esta compleja panoplia nuclear, desarrollada por las dos superpotencias, permite
concluir que desde el punto de vista técnico-militar no existe solución de continuidad entre las
armas nucleares de muy corto alcance y baja potencia (en tomo a 1 kilotón), y los misiles
intercontinentales con una potencia destructiva de varios megatones. Ello permite una escalada
nuclear progresiva con distintos niveles de destrucción, pero análogamente se convierte en una
traba para limitar la nuclearización de un conflicto bélico tan sólo a los niveles más bajos.

Con ello, los grandes interrogantes que se suscitan en tomo a la disponibilidad y posible
utilidad militar de los arsenales nucleares, en caso de conflicto bélico, no pueden dilucidarse por
una referencia exclusiva a las características tecnológicas de los numerosos sistemas
armamentistas descritos. Tales interrogantes sólo pueden abordarse desde planteamientos
políticos y es en ese ámbito donde debemos buscar las respuestas. BRODIE ha destacado muy
acertadamente este planteamiento cuando escribe:
« (...) Se nos ocurren otros interrogantes subsidiarios. Sin embargo, debemos advertir que
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 19
todos ellos son en parte, aunque en grados variables, interrogantes políticos, es decir, no pueden
contestarse adecuadamente sin referencia a lo que podríamos llamar en términos generales,
consideraciones y datos políticos. Pero la dimensión política de estos interrogantes ha sido de
ordinario olvidada por completo o tratada de forma superficial y arbitraria.
La dimensión política resulta quizá más difícil de advertir en cuestiones tales como las
relativas a la seguridad de nuestras fuerzas de represalia, que parecían estar gobernadas
totalmente por consideraciones tecnológicas. Por supuesto, las consideraciones tecnológicas
pertinentes son importantes, pero no de modo exclusivo. (...)».

6. LA DISUASION NUCLEAR: CONCEPTO y CLASIFICACION

Cuando se aborda el estudio de. la disuasión nuclear y las diversas doctrinas estratégicas
que durante casi medio siglo se han elaborado para dar credibilidad a los arsenales nucleares y a
su posible utilización frente al adversario, resulta imprescindible formular una reflexión preliminar:
toda doctrina nuclear posee un carácter estrictamente hipotético ya que no existen datos o
experiencias históricas que permitan contrastar, confirmando o refutando, la validez de los
supuestos y efectos que sustentan y articulan tales doctrinas.

En otras palabras, teniendo en cuenta que desde Hiroshima y Nagasaki nunca se han
utilizado las armas nucleares en un conflicto bélico, cualquier consideración que se realice sobre
las condiciones de uso de tales armas, la conducta seguida por los beligerantes y los efectos
políticos, militares, sociales, etc., derivados de la escalada nuclear no pueden basarse en los
hechos empíricos sino tan sólo en simples argumentos, más o menos razonables o especulativos,
cuya fiabilidad es puramente subjetiva y perfectamente discutible.

Si intentamos aproximamos a las consideraciones políticas, militares, económicas e


ideológicas que han presidido las decisiones de los gobernantes y estrategas de las potencias
nucleares, observaremos fácilmente que tales consideraciones son la resultante de las respuestas
que se han dado a up escaso número de interrogantes cruciales. Estas cuestiones podemos
resumidas en las siguientes:

1° ¿Cuál es la verdadera eficacia de las armas nucleares en relación con las guerras?
2° En el supuesto de que estalle una guerra convencional entre potencias nucleares, ¿se
puede evitar o, al menos, limitar la escalada hacia la nuclearización del conflicto bélico?
3° En el caso de que la escalada nuclear de la guerra sea imposible de evitar, ¿se puede
alcanzar una ventaja militar y política decisiva sobre el adversario utilizando el arma
nuclear?
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 20
4° ¿Existe algún nivel óptimo de arsenales nucleares?
5° ¿Es posible realizar un proceso de reducción de los arsenales nucleares que permita en
el futuro eliminarlos evitando los riesgos que entrañan?

Los aspectos esenciales de estas interrogantes fueron abordados, en unos términos que,
básicamente, se han mantenido inalterados hasta hoy por dos obras publicadas en 1946. En The
Absolute Weapon, BERNARD BRODIE sostenía la idea de que las armas nucleares
desempeñarían una función disuasoria ya que una guerra nuclear no podría ser ganada por
ninguno de los contendientes al carecerse de medios de defensa eficaces frente a esta nueva
categoría de armamentos. En tales condiciones los propios países nucleares se verían obligados
a desarrollar su rivalidad en el terreno de la disuasión nuclear mutua en lugar de dirimirla en los
campos de batalla.

La otra obra, publicada por WILLIAM BORDEN bajo el título There WiII Be No Time,
sostenía una concepción radicalmente distinta. Según este autor el arma atómica podía ser
utilizada en una guerra sin por ello ocasionar un cambio sustancial de su naturaleza, antes al
contrario, si se utilizaba el arma atómica contra las fuerzas adversarias permitía alcanzar una
ventaja estratégica decisiva. BORDEN sostenía también la posibilidad de desarrollar sistemas
defensivos eficaces contra el arma atómica. La conclusión general era que las guerras se podían
nuclearizar, bajo determinadas circunstancias, y que una adecuada combinación de ofensiva
atómica con una defensa contra los ataques nucleares del adversario podían dar una victoria
decisiva en la guerra.

Ambos planteamientos se hallaban directamente influidos por la experiencia japonesa,


pero mientras la concepción de BRODlE concedía especial atención a los riesgos futuros
derivados de la proliferación nuclear y las consecuencias de un uso bélico masivo del armamento
atómico, las consideraciones de BORDEN enfatizaban la superioridad que en el terreno atómico
ostentaban los Estados Unidos y las ventajas político-militares que de ella podían derivarse
mediante la amenaza o el uso de un arma que en la Segunda Guerra Mundial se había
demostrado decisiva. En definitiva, cada uno de estos autores formuló uno de los dos grandes
temas que han dominado los debates estratégicos sobre las armas nucleares: BRODlE plante6la
cuestión de la disuasión nuclear, su importancia, su lógica interna, su alcance y limitaciones,
mientras que BORDEN formuló el tema de la guerra nuclear limitada, sus condicionamientos y
ventajas estratégicas'16us exigencias armamentistas, sus efectos, etc.

Durante las más de cuatro décadas transcurridas, la respuesta a la primera interrogante


resulta inequívoca. La principal eficacia de las armas nucleares ha sido la de sustentar una política
disuasoria creíble que evitase un enfrentamiento bélico directo entre las dos superpotencias. En
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 21
ningún momento se ha recurrido al arma nuclear en intervenciones bélicas y, por consiguiente, no
se puede confirmar o refutar la utilidad militar de estas armas en una guerra nuclearizada de la
que se desconoce por completo cual seria su naturaleza, limitada o total, y su alcance, regional o
universal. Como indica HAMON:
«Hay pues, que separar, a partir de ahora, la función de disuasión de la función de empleo
físico. La ascensión revolucionaria de una de ellas y el carácter suicida de la otra imponen
actualmente dos estudios distintos...»

No obstante, esta dudosa utilidad militar de los arsenales nucleares, ha estado influyendo
decisivamente en las doctrinas estratégicas oc cidentales y soviéticas, afectando decisivamente la
credibilidad de la disuasión nuclear, contribuyendo a la proliferación internacional de las armas
nucleares y a la espiral de la carrera de armamentos (nucleares y convencionales) entre ambas
superpotencias.

Detengámonos a explicar en qué consiste la disuasión nuclear. Como ya hemos señalado


al referimos al Poder social, una de las formas que adquiere la vinculación psicológica entre quien
ostenta el poder y su destinatario es precisamente la persuasión coactiva o disuasión. La
disuasión consiste en una relación mediante la cual una de las partes (disuasor) intenta inducir a
la otra (disuadido) para que realice o evite realizar ciertas conductas, amenazándole con algún
grave perjuicio. Cuando la amenaza que se realiza consiste en la utilización de las armas
nucleares la denominaremos disuasión nuclear. HOLSTI ha resumido la disuasión en una fórmula
simple y suficientemente expresiva:

EFECTO DlSUASOR = CAPACIDAD ESTIMADA X INTENCION ESTIMADA.

Según la fórmula de HOLSTI el efecto disuasor es la resultante directa de la capacidad de


ejecución de la amenaza, que el disuadido estima en el disuasor, por la intención de ejecución de
la amenaza que se le puede atribuir al disuasor, en el caso en que el disuadido no actúe según la
conducta esperada. A esta fórmula cabria añadirle un tercer elemento constituido por el perjuicio o
daño estimado por el disuadido. De este modo proponemos una versión mejorada de la fórmula
de HOLSTI que seria la siguiente:

EFECTO DlSUASOR= CAPACIDAD ESTIMADA X INTENCION ESTIMADA X DAÑO


ESTIMADO

Observemos que si alguno de los tres elementos del producto adquiere un valor O, es
decir nulo, el efecto disuasor también es nulo. Ello puede deberse a que el disuadido estime que
el disuasor carece de la capacidad de ejecutar la amenaza. Por ejemplo, la Unión Soviética no
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 22
podía disuadir nuclearmente en 1948 porque su amenaza nuclear no habría sido capaz de
ejecutarse.

Puede ocurrir que teniendo la capacidad de ejecutar la amenaza, el disuadido considere


que la intención de ejecutarla por el disuasor no existe en el supuesto concreto que se está
contemplando. Este es el caso de las guerras de Vietnam o Afganistán en las que las respectivas
superpotencias estimaron que no existían razones suficientes para emplear sus arsenales
nucleares. Ello los convirtió en conflictos bélicos convencionales tanto para Vietnam del Norte
como para la guerrilla afgana. Este supuesto fue definido muy gráficamente por MAO-ZE-DONG
con la expresión: «El tigre de papel», refiriéndose a la posición de los EE.UU. en la guerra de
Vietnam.

Por último cabe suponer que incluso cuando la amenaza se ejecuta, si los daños o
perjuicios que el disuadido esperaba recibir son nulos, tampoco existirá un efecto disuasor. Esta
situación se produce cuando el disuadido ha logrado desarrollar eficaces sistemas defensivos y de
protección contra los medios de ejecución de la amenaza.

En el caso de la disuasión nuclear, tanto la capacidad de amenaza estimada como los


daños estimados son extraordinariamente elevados. En esas condiciones incluso cuando la
intención estimada sea muy baja (próxima a 0), bastará con que no sea nula para que el efecto
disuasor resultante sea también muy importante. Esa es la razón por la qué con los arsenales
nucleares disponibles y los devastadores efectos de tales arsenales no se puede descartar
totalmente el efecto disuasor de las superpotencias. En otras palabras el planteamiento de MAO,
no se puede sostener como una máxima política absoluta. En el mejor de los casos explicó las
autolimitaciones nucleares norteamericanas en Vietnam, pero esa experiencia histórica no es
automáticamente aplicable a otros conflictos bélicos en circunstancias distintas.

Para poder desempeñar una efectiva disuasión, HAMON estima que deben cumplir se tres
condiciones mínimas:
1. Disponer de la capacidad de inflingir un daño intolerable.
2. Hacer veros ímil el uso de esta capacidad.
3. Hacer que parezcan duraderas esta capacidad y esta verosimilitud.

La primera de estas condiciones explica, al menos parcialmente, la espiral de acumulación


y diversificación de los arsenales nucleares así como su proliferación por un número creciente de
países. La segunda condición nutre la formulación de doctrinas estratégicas nucleares y la
elaboración de planes de contingencia e impone el despliegue y demostración (maniobras,
explosiones experimentales, etc.), de las fuerzas nucleares disponibles. La última condición obliga
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 23
a la revisión de las estrategias nucleares y a la permanente modernización del armamento
nuclear.

La doctrina suele distinguir diversos tipos de disuasión nuclear, así HERMAN KHAN
distingue entre disuasión pasiva y disuasión activa. HAMON, por su parte distingue los diversos
tipos de disuasión en función de tres elementos:
1. Por las acciones que se quieren impedir.
- Disuasión de un ataque nuclear directo.
- Disuasión de una provocación nuclear grave.
- Disuasión de una provocación grave nuclear o convencional.
- Disuasión de una provocación convencional moderada.

2. Por los objetivos.


- Disuasión defensiva.
- Disuasión ofensiva.

3. Por la estabilidad de la relación.


- Disuasión estable.
- Disuasión precaria.

El general BEAUFRE ha establecido una clasificación muy útil y sencilla de la disuasión


atendiendo a los siguientes criterios: al tipo de acción de la que se quiere disuadir, a los
beneficiarios de la disuasión y a las modalidades de empleo de la fuerza que se intenten
neutralizar.

Según el primero de estos criterios, debemos diferenciar entre la disuasión defensiva que
trata de evitar una acción del adversario, que resulta perjudicial para el disuasor y la disuasión
ofensiva que trata de evitar que el disuadido se oponga a una acción que el disuasor desea llevar
a cabo. Un ejemplo característico de disuasión nuclear defensiva, fue la que ejercieron los
Estados Unidos durante la crisis de los misiles de Cuba en 1962. En cambio, la disuasión nuclear
ofensiva se ha utilizado muy eficazmente por ambas superportencias para cubrir sus respectivas
intervenciones militares en Vietnam y Afganistán.

Cuando el beneficiario de la disuasión resulta ser uno de los países que intervienen en la
relación disuasora, nos encontraremos ante una disuasión directa, en cambio cuando se realiza
en favor de un tercer país ajeno a la relación, la calificaremos de disuasión Indirecta. Ejemplo de
disuasión nuclear directa es la que se ha mantenido entre ambas superpotencias durante
décadas, y que ha estado destinada a evitar una posible agresión nuclear por una de estas
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 24
superpotencias contra el territorio de la otra. No obstante, la disuasión nuclear bilateral, ha
terminado teniendo efectos protectores sobre los países europeos aliados con cada una de ellas.

Por último, hablaremos de disuasión total, cuando afecta a todas las posibles modalidades
de fuerzas que pueden ser utilizadas por el adversario. Cuando únicamente afecta a ciertas
categorías de fuerzas (nucleares o convencionales), la denominaremos disuasión limitada. La
disuasión ejercida con armas nucleares estratégicas por las superpotencias pertenece a los casos
de disuasión total, mientras que la disuasión realizada por las fuerzas nucleares de Francia o
Israel se incluiría en la categoría de disuasión limitada.

En su origen, la disuasión nuclear surge como la resultante de varias circunstancias que


concurren tras la Segunda Guerra Mundial. Tal vez la primera, y con inusitada frecuencia olvidada
circunstancia fue el fracaso del proyecto para la creación de una Autoridad Internacional para el
Desarrollo Atómico (lADA), presentado el 14 de junio de 1946 ante la Comisión de las Naciones
Unidas, por el delegado norteamericano Bernard Baruch, conocido como el Plan Baruch, debido a
la oposición soviética que rechazaba cualquier intervención internacional que pudiese limitar o
controlar su programa atómico en su fase final.

Esta fracasada experiencia debe incardinarse en el progresivo deterioro de las relaciones


norteamericano-soviéticas, perceptible ya desde la Conferencia de Potsdam, que amenazaba
peligrosamente la estabilidad política en Grecia, Turquía, Austria, Italia y Francia. Ciertamente
entre 1947 y 1948 la Administración Truman consideró la política expansionista soviética como la
principal amenaza contra los intereses y la seguridad de los Estados Unidos. La respuesta se
articuló mediante la proclamación de la doctrina de contención, la puesta en práctica del Plan
Marshall y la creación de la OTAN.

En este contexto la presión del complejo militar-científico-industrial norteamericano para


que se prosiguiesen las investigaciones y pruebas destinadas a alcanzar la bomba de hidrógeno,
así como para adoptar oficialmente doctrinas estratégicas que reconociesen expresamente el
recurso a los arsenales nucleares en caso de conflicto bélico, se convirtió en una de las razones
que más directamente influyeron en la decisión soviética de desarrollar su propio arsenal nuclear.
Esta motivación ha sido reconocida por KENNAN:
«Pero debemos recordar que han sido los estadounidenses quienes, casi a cada paso del
camino, han tomado la delantera en el desarrollo de este tipo de armas. Nosotros fuimos quienes
primero las produjimos y las probamos, los primeros en elevar su destructividad a un nuevo nivel
con la bomba de hidrógeno, quienes introdujimos las ojivas múltiples, quienes hemos declinado
toda propuesta para renunciar al principio del primer uso, y sólo nosotros, Dios nos socorra,
quienes hemos usado el arma con furia en contra de otros, en contra de miles de inocentes no
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 25
combatientes.
(...)
¿Qué otra cosa sino nuestra propia voluntad, y no la supuesta maldad de nuestros
opositores, es lo que nos ha colocado en esta situación?
Me parece que la respuesta es clara. Primordialmente, es el impulso interno, el impulso
independiente de la carrera armamentista misma; las compulsiones que surgen y se apropian de
las potencias cuando entran en una competencia para construir los mayores armamentos de
cualquier tipo».

El proceso de emergencia de la disuasión nuclear aparece asociado, por tanto, a


fenómenos de conflictividad internacional, pero también a procesos de estímulo interior de ambas
superpotencias. Paradójicamente, la disuasión nuclear alimenta la carrera de armamentos
nucleares, y convencionales, precisamente porque a diferencia de la disuasión convencional, la
acumulación de armas nucleares no aumenta la efectividad militar y política de su uso en una
posible guerra si no que la reduce progresivamente.

En este sentido resulta particularmente interesante constatar el círculo vicioso de la


nuclearización militar y que se podría enunciar de este modo: un incremento en el arsenal nuclear
de una potencia, incrementa la posibilidad de un ataque devastador y decisivo contra su
adversario que se ve obligado a incrementar, paralelamente, su propio arsenal nuclear para
reducir la probabilidad del ataque con la consiguiente reducción de la credibilidad de la amenaza
nuclear inicial. Ello aumenta la percepción de inseguridad de la potencia instigadora de la
escalada nuclear que, de este modo, se ve impulsada a realizar una nueva acumulación y
perfeccionamiento de sus arsenales para restaurar la credibilidad y eficacia iniciales de su
amenaza disuasora.

Este proceso acumulativo de armas nucleares no logra restaurar la seguridad de cada


superpotencia más que de un modo temporal, y por esta razón puede seguir alimentando la
carrera de armamentos, y de hecho así ha sido, hasta que uno de los adversarios quede
económica y tecnológicamente derrotado. Tras cada incremento de armas nucleares, su
posibilidad de ser empleadas en una guerra se reduce sustancialmente salvo que se asuma
también la propia autoinmolación lo que, por cierto, deja desprovista de significación política y
militar la propia relación bélica.

Desde esta óptica, la disuasión nuclear presenta una diferencia sustantiva respecto de la
disuasión convencional. En esta última, la eficacia disuasoria del arsenal que se posee radica en
su creciente capacidad destructiva y en la elevada probabilidad de que se utilice si el adversario,
desconociendo o despreciando dicha posibilidad, realiza la agresión. Por el contrario, en la
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 26
disuasión nuclear, la eficacia depende tanto de la creciente capacidad destructiva como de la
elevada posibilidad de evitar su uso en caso de agresión con objeto de poder seguir amenazando
nuclearmente. En caso de utilización del arma nuclear la destrucción masiva propia, aunque no
necesariamente total, se convierte en una certeza de difícil legitimación política.

Ello encierra una auténtica paradoja, conocida como la paradoja nuclear, que impide la
aplicación automática de las leyes que regulan la disuasión convencional a la disuasión nuclear.
Como lo señaló muy acertadamente ARON hace ya tres décadas:
«¿Dónde reside la novedad de la disuasión en la era nuclear? La respuesta se nos viene a
la imaginación por sí sola: la novedad está en las consecuencias materiales de la ejecución de la
amenaza ».

SENGHAAS ha apuntado tres problemas que arrojan serias dudas sobre la pretendida
coherencia y objetividad del proceso de la disuasión nuclear. En palabras de este autor:
«1. La planificación de contingencias dentro de la política de disuasión, puede convertirse
en un perpetuum mobile: no se puede demostrar, ni positiva, ni negativamente; si el agresor
potencial se abstiene de atacar como resultado de la política de disuasión, o si bien desde el
comienzo no ha tenido jamás ninguna intención seria de atacar.
(...)
2. Desde el comienzo mismo de la política de disuasión, la amenaza del empleo de armas
de aniquilación masiva ha conllevado la autodisuasión. Pero si la disuasión se traduce en
autodisuasión, su credibilidad se ve minada.
(...)
3. La política de disuasión carece en sí misma de perspectivas políticas».

La disuasión nuclear y la carrera de armamentos, constituyen, por tanto, una parte decisiva
del modo en que se han desarrollado el antagonismo político e ideológico entre los Estados
Unidos y la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial. Como ya hemos visto, la forma, el
alcance y las consecuencias de la disuasión nuclear, se necesitan para una correcta comprensión
de las doctrinas estratégicas nucleares que han diseñado y dirigido la actuación de ambas
superpotencias.

Para llevar a cabo el estudio de tales doctrinas, los autores suelen establecer diversas
etapas atendiendo a la estrategia nuclear dominante en cada una de ellas así como a distintos
factores, principalmente los avances tecnológicos del armamento nuclear, que explican el tránsito
de unas doctrinas a otras.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 27
ANIBAL ROMERO señala tres: la etapa del monopolio nuclear norteamericano (1945-
1953), la etapa de la superioridad nuclear norteamericana (1953-1960) y la etapa del equilibrio
estratégico norteamericano-soviético (1960-1972). Por su parte, HAMON indica cuatro fases: la
fase del monopolio nuclear norteamericano (1945-1950), la fase de la superioridad
norteamericana (1950-1956), la fase de la reducción de la superioridad norteamericana (1956-
1960) y, por último, la fase del equilibrio soviético-norteamericano y de la proliferación nuclear a
Francia y China. Finalmente, KHAN diferencia también cuatro etapas que abarcan el período entre
1945 y 1965: la era primitiva de la fisión y del bombardero nuclear con la entrada de la URSS
como potencia atómica (1945 - 1950), la era primitiva de las armas termonucleares con la entrada
del Reino Unido en el club atómico (1951 - 1955), la era primitiva de los misiles y la edad media de
las armas termonucleares (1956-1960), la edad media de los misiles y la entrada de Francia y
China entre las potencias nucleares (1961-1965).

7. LAS DOCTRINAS ESTRATEGICAS NUCLEARES DE ESTADOS UNIDOS

Durante el período que medió entre 1945 y 1953, coincidiendo con el fin de la guerra de
Corea, la nueva Administración Eisenhower, y la experimentación soviética de la bomba de
hidrógeno, la posición del monopolio nuclear de los Estados Unidos eximió de la formulación de
una doctrina estratégica nuclear de forma oficial. Sí existía, en cambio, la doctrina de Truman que
contemplaba la posibilidad de una intervención militar norteamericana en defensa de sus aliados
frente al expansionismo soviético. Esta intervención, siguiendo con la experiencia de la Segunda
Guerra Mundial, consideraba seriamente la eventualidad de una guerra total en la que el recurso
al arsenal atómico constituiría la garantía última de la victoria de los Estados Unidos. Por tanto, lo
característico de esta etapa era que el arma atómica aparecía incorporada a la estrategia general
de una guerra convencional total.

La fuerza operativa encargada de mantener abierta esta posibilidad de nuclearización


estaba constituida por el SAC, Mando Aéreo Estratégico, que mediante una extensa red de bases
aéreas en tomo a la Unión Soviética, hacía posible la proyección de la fuerza atómica.

No obstante, semejante concepción estratégica operó realmente como una amenaza


disuasoria que evitó su utilización al tiempo que fortaleció la posición diplomática norteamericana
frente a los soviéticos. En efecto, aunque el propio Presidente TRUMAN, ante el peligro inminente
de una derrota en Corea, declaró el 30 de noviembre de 1950; «Está siendo activamente
estudiada una posible utilización del arma nuclear», finalmente nunca autorizó su uso en dicho
conflicto bélico.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 28
- La doctrina de la represalia masiva de John Foster Dulles .

La formulación de esta doctrina se llevó a cabo por el Secretario de Estado norteamericano


JOHN FOSTER DULLES, en un discurso, pronunciado el 14 de enero de 1954, en el que
declaraba que en caso de un ataque soviético contra los intereses vitales norteamericanos,
incluyendo a sus aliados europeos, los Estados Unidos intervendrían con todas las armas a su
alcance y no descartarían un bombardeo nuclear contra las principales ciudades y centros de los
países agresores.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 29

La doctrina de la represalia masiva descansaba en el uso de las dos categorías de armas


nucleares. Mientras las bombas atómicas eran contempladas como armas tácticas destinadas a
ser empleadas principalmente contra las fuerzas agresoras, las bombas de hidrógeno (armas
termonucleares) podrían ser utilizadas como armas estratégicas contra las ciudades y centros
industriales debido a sus extraordinarios efectos dev astadores. Las primeras, en tanto que armas
tácticas, servirían como factor equilibrador de la inferioridad de fuerzas convencionales
americanas y se emplearían con anterioridad a los bombardeos con armas termonucleares, cuyo
uso quedaría reservado al supuesto extremo de una derrota inminente.

Esta estrategia ofrecía la ventaja de evitar el mantenimiento de poderosas fuerzas


convencionales norteamericanas en Europa, aprovechando la superioridad de los Estados Unidos,
cuyos arsenales nucleares eran diez veces superiores a los soviéticos. Sin embargo, también
presentaba algunos inconvenientes, especialmente el de amenazar con una escalada nuclear total
ante una posible agresión soviética convencional, reforzando, de este modo, la percepción
soviética de la urgente e ineludible necesidad de dotarse de un amplio arsenal nuclear capaz de
equilibrar el poderío norteamericano.

Esta doctrina no podía por menos de suscitar un intenso debate sobre las posibilidades de
limitar la guerra, mediante el empleo táctico de armas atómicas, en unas circunstancias en las que
los soviéticos empezaban a disponer de sus propios arsenales atómicos. Autores como
KISSINGER, el Almirante BUZZARD o LlDDELL HART, debatieron durante el final de los años
cincuenta la solidez y credibilidad de la doctrina de la represalia masiva a la vista de la
superioridad convencional soviética y de su constante incremento de armas nucleares. La
conclusión que se fue poco a poco imponiendo era la de una necesaria disuasión creíble, basada
en una graduación de las respuestas a las posibles amenazas soviéticas.

- La doctrina de la respuesta flexible y graduada de Robert S. McNamara

En 1960, el general norteamericano MAXWELL TAYLOR, publica la obra The Uncertain


Trumpet, en la que critica abiertamente la doctrina de DULLES. Con el acceso de la nueva
administración Kennedy, en enero de 1961, se nombra a ROBERT S. MCNAMARA como
Secretario de Defensa, quien convierte al general TAYLOR en su consejero personal. La doctrina
de la respuesta flexible y graduada se convierte de este modo en la doctrina estratégica oficial de
los Estados Unidos.

Esta doctrina sostenía la necesidad de dar una respuesta adecuada a las diversas
amenazas soviéticas, allí donde se produjesen y con el nivel de fuerzas que se utilizasen. Esta
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 30
respuesta debería ser flexible en el sentido de que debería ofrecer a los dirigentes
norteamericanos diversas opciones, en cuanto al nivel de fuerzas a utilizar y los lugares de
respuesta, para poder optar por la que estimasen más adecuada. De este modo se intentaba
romper el automatismo implícito en la doctrina de la represalia masiva.

La doctrina debía contemplar también, para poder ser flexible, una escalada graduada en
las fuerzas y arsenales usados como respuesta a la agresión o amenaza soviética. Esta escalada
graduada debía permitir el incremento progresivo de la amenaza y capacidad destructiva desde
las fuerzas convencionales a las fuerzas nucleares estratégicas, pasando por las armas químicas
y las armas nucleares tácticas y de teatro.

A diferencia de la estrategia precedente en la que la fuerza ofensiva era nuclear, mientras


que las armas convencionales eran básicamente defensivas, la nueva estrategia se sustentaba en
un planteamiento opuesto. Los conflictos bélicos deberían mantenerse en el plano convencional y
protegerse con una escalada nuclear limitada. Semejante planteamiento, para compatibilizar la
eficacia disuasoria con unos costes económicos asumibles por los Estados Unidos, exigía un
reparto de cargas y tareas entre los diversos aliados de la OTAN. Las fuerzas nucleares
norteamericanas deberían diversificarse en su despliegue y medios de proyección (bombarderos
estratégicos, misiles de largo, medio y corto alcance, fuerzas navales de superficie y submarinas
con armamento nuclear,.etc.), mientras que los países europeos occidentales deberían mantener
importantes fuerzas convencionales y desplegar en sus territorios armas nucleares tácticas
(propias o norteamericanas).

El incremento cuantitativo y el constante aumento del alcance y precisión de los arsenales


nucleares soviéticos consigue, a finales de los años sesenta, la paridad nuclear o equilibrio
estratégico con los Estados Unidos a través de la Destrucción Mutua Asegurada (Mutual Assured
Destruction). A partir de ese momento, la credibilidad de la doctrina de la respuesta flexible y
graduada, comienza a verse minada. Nuevamente surge la necesidad de una revisión de la
doctrina, y nuevamente esta revisión va precedida de un intenso debate teórico.

La Destrucción Mutua Asegurada y la doctrina Schlesinger

La idea de que una vez alcanzada la paridad nuclear entre ambas superpotencias, la
probabilidad de que en un primer ataque nuclear (first strike) se lograra aniquilar todo el arsenal
nuclear del adversario era prácticamente nula, lo que permitiría a la potencia agredida responder
con un segundo ataque nuclear (second strike) que ocasionaría un nivel de pérdidas humanas y
materiales inaceptable para el agresor, provocó una auténtica convulsión entre los estrategas.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 31
Si la destrucción mutua de ambas superpotencias, fuese cual fuese el agresor, constituía
una certeza, debido a los arsenales nucleares acumulados, carecía de significado intentar disuadir
al adversario con unas armas cuyo uso resultaba tanto o más inaceptable para quien las utilizaba
que para su destinatario. En definitiva, había serias razones para sospechar que ante un ataque
convencional soviético, los Estados Unidos se resistirían a realizar una escalada hacia la
nuclearización de la guerra que podría terminar provocando una respuesta nuclear masiva por
parte de la URSS.

En este contexto, sostener que era posible nuclearizar un conflicto bélico manteniendo
limitada la escalada nuclear, sólo parecía aceptable bajo el supuesto de que la ofensiva nuclear
limitada debería orientarse prioritariamente contra las fuerzas, convencionales y nucleares
adversarias, para reducir al máximo su capacidad de respuesta, sobre todo su capacidad de
respuesta nuclear estratégica. Por contra, la estrategia defensiva de la potencia que sufría el
ataque nuclear debería concentrarse en un contraataque nuclear dirigido prioritariamente contra
las ciudades y los centros productivos del adversario con el fin de provocarle el mayor número de
pérdidas posibles que le disuadieran de la escalada nuclear. En resumen, la ofensiva nuclear
debería ser antifuerzas y la defensiva nuclear se concentraría contra las ciudades. En palabras de
uno de los principales estrategas franceses, el general ANDRE BEAUFRE:
« (...) Así se llegó a descubrir que la capacidad de réplica era la clave de la disuasión
nuclear, mientras que la aptitud para reducir la réplica era la clave de la iniciativa nuclear ».

Esta redefinición parcial o, más exactamente, esta precisión del contenido de la respuesta
flexible y graduada trataba de eludir la contradicción de amenazar con el arma nuclear en las
condiciones de la paridad nuclear y la MAD. Su formulación se realizó por el Secretario de
Defensa de la Administración Nixon, JAMES SCHLESINGER, en el Memorándum 242 sobre las
decisiones relativas a la seguridad nacional (NSDM-242), adoptado el 17 de enero de 1974 y
ratificado oficialmente por el Presidente CARTER mediante la Directiva Presidencial nº 59 del mes
de agosto de 1980 en la que se formulaba la doctrina Schlesinger bajo el nombre de Estrategia de
contrapeso (Countervailing Strategy).

Esta estrategia mantenía la posibilidad de prolongar una guerra nuclear limitada, sin una
escalada hacia la nuclearización total, mediante el recurso a sucesivos ataques nucleares tácticos,
contra las fuerzas y los centros de decisión, ya fuesen como respuestas a los ataques ofensivos o
como medidas destinadas a prevenir las iniciativas nucleares soviéticas estimadas inminentes. De
este modo, se intentaba reforzar la credibilidad de la estrategia nuclear norteamericana y restaurar
el juego de la disuasión.

La Iniciativa de Defensa Estratégica


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 32

Hasta los primeros años de la década de los ochenta, las sucesivas doctrinas nucleares
norteamericanas que sustentaban la relación disuasora habían seguido la vieja máxima militar
según la cual la mejor defensa era el ataque (o la amenaza de realizarlo), lo que imponía la
necesidad de una concepción estratégica de primer golpe o de ofensiva nuclear que descansaba
en un ataque prioritariamente antifuerzas y de modo subsidiario también anticiudades.

El carácter ofensivo de estas estrategias nucleares se podía alcanzar por dos caminos
diferentes o una combinación de ambos. El primero consistía en disponer de fuerzas nucleares
suficientes para poder destruir las fuerzas nucleares soviéticas en número tal que impidiese a la
URSS realizar una respuesta nuclear masiva. Pero también se podía alcanzar este resultado
estableciendo un eficaz sistema defensivo contra la capacidad de respuesta nuclear soviética, de
tal modo que la protección de las propias fuerzas, convencionales y nucleares, y ciudades
permitiese continuar la escalada nuclear o realizar un contraataque nuclear (un tercer golpe).

Este sistema defensivo debería constar de dos sistemas muy complejos y articulados entre
sí. En primer lugar un sistema de detección y control suficientemente rápido y eficiente para alertar
sobre los misiles intercontinentales o de crucero lanzados por los soviéticos. En segundo término
un sistema de protección, integrado por misiles antimisiles y cualquier otro tipo de ingenios
militares, capaz de destruir los misiles soviéticos antes de que alcanzasen sus objetivos militares
y/o civiles.

Esta opción de potenciar la credibilidad de las fuerzas nucleares norteamericanas,


reforzando con complejos sistemas de defensa su invulnerabilidad ante un eventual ataque
soviético, no se valoró adecuadamente durante las dos primeras décadas debido a la notable
superioridad nuclear de los Estados Unidos que hacía imposible que la totalidad de sus arsenales
nucleares fueran destruidos por los misiles intercontinentales soviéticos. Tan sólo cuando se
alcanza el equilibrio nuclear entre ambas potencias y se hace evidente la destrucción mutua
asegurada, comienzan los norteamericanos a considerar seriamente las posibilidades de
desarrollar un sistema defensivo antinuclear. La firma del Tratado sobre limitación de sistemas
antimisiles balísticos (SALT I), el 26 de mayo de 1972, en el que se limitaban a dos sistemas para
cada superpotencia... y que con posterioridad quedó reducido a uno, ocasionó la suspensión de
los programas de defensa antinuclear por ambas partes.

Con la llegada de la Administración Reagan, se retorna el interés por los aspectos


defensivos de la estrategia nuclear norteamericana. El 6 de enero de 1985 el Presidente firma la
directiva de seguridad nacional nº 119 por la que se aprueban las investigaciones para un amplio
programa de defensas estratégicas espaciales conocido bajo el nombre de Iniciativa de Defensa
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 33
Estratégica. Los cambios en la dirección soviética y los acuerdos alcanzados entre REAGAN y
GORBACHOV confinaron este ambicioso programa al terreno experimental sin que, por el
momento, se contemple su producción y despliegue.

En esencia, la Iniciativa de Defensa Estratégica contempla la adopción de un sistema de


alerta y control basado en una red de satélites, de sofisticados instrumentos de comunicaciones y
de centros de mando, gracias a los cuales sena posible detectar el lanzamiento de centenares de
misiles ICBM o SLBM, calcular sus trayectorias y posibles variaciones de las mismas, determinar
los medios más adecuados para su destrucción y, finalmente, coordinar y comunicar las órdenes y
datos necesarios para que fuesen destruidos. Esta destrucción correspondería ejecutarla a un
sistema de protección integrado por satélites y misiles antimisiles. ¡Y todo ello en tan sólo unos
pocos minutos.

Desde luego, el planteamiento de la IDE parecía coherente con la estrategia nuclear


americana de primer golpe antifuerzas, ya que reforzaba su efecto disuasorio al situar a los
soviéticos ante la posibilidad de que su respuesta nuclear, sensiblemente mermada tras el primer
ataque nuclear de Estados Unidos, quedase anulada por el sistema defensivo adoptado. Además,
al reducir las probabilidades de éxito de una represalia soviética anticiudades aumentaba la
posibilidad de la escalada nuclear graduada y flexible, sostenida por los norteamericanos, ya que
resultaba más plausible, pues los soviéticos difícilmente considerarían una respuesta nuclear total
ante la cual su posición de inferioridad, por carecer de un sistema defensivo similar, resultaría
demasiado evidente.

Muy pronto, se oyeron voces autorizadas, contrarias a la IDE. Los artículos y declaraciones
de especialistas tan prestigiosos como JAMES SCHLESINGER, MCGEORGE BUNDY, GEORGE
F. KENNAN, ROBERT S. MCNAMARA o HAROLD BROWN cuestionaban seriamente la viabilidad
técnica y la contribución dé la IDE a una mayor estabilidad de la disuasión nuclear. En lo esencial
las objeciones fueron de dos tipos. De una parte las objeciones técnicas argumentaban que se
necesitarían varias décadas y extraordinarias inversiones en I+D hasta lograr resolver
satisfactoriamente los innumerables problemas tecnológicos que la IDE planteaba. En cuanto a las
objeciones estratégicas se concentraban en dos ideas fundamentales: la dificultad para resolver el
dilema entre la defensa de las fuerzas nucleares o la defensa de las ciudades y la provocación
implícita en el desarrollo de la IDE que podría inducir a los soviéticos a realizar una acción
ofensiva antes de que la IDE fuese operativa, precisamente para impedir su desarrollo.

8. LAS DOCTRINAS ESTRATEGICAS NUCLEARES SOVIETICAS


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 34
Para intentar comprender la naturaleza y el alcance de las principales orientaciones
estratégicas nucleares desarrolladas por la Unión Soviética resulta necesario apuntar algunas
consideraciones previas. En primer término conviene considerar que la orientación de la política
exterior soviética, durante los cincuenta últimos años, ha dado pruebas inequívocas de su
voluntad de no intentar realizar una invasión, total o parcial, de los países de Europa Occidental y
mucho menos una agresión militar directa contra territorio o intereses norteamericanos.

Al contrario, numerosos datos avalan la tesis de que durante los mandatos de STALIN,
JRUSCHEV y BREVNEV, para no mencionar a GORBACHOV, los soviéticos cumplieron sus
compromisos de respetar la división europea surgida tras la Segunda Guerra Mundial. Desde
luego los efectos devastadores sufridos por la URSS durante las dos guerras mundiales han
constituido, y siguen constituyendo, un factor decisivo para comprender los límites y la moderación
de la política exterior soviética en Europa.

Ciertamente aprovecharon todas las ocasiones que se les brindaron para vincular el mayor
número de países, en Europa y fuera de ella, a su esfera de influencia. Los casos de
Checoslovaquia, R. D. Alemana o Cuba son otros tantos ejemplos que confirman esta
aseveración. Sin embargo, en esta tendencia expansionista los soviéticos no actuaron de modo
diferente a los norteamericanos, los británicos o los franceses y, desde luego, nunca estuvieron
dispuestos a arriesgar el equilibrio mundial con la agresión de un país adscrito netamente a la
esfera occidental. Esta tesis ha sido sostenida en numerosos escritos por un experto en los temas
soviéticos de la talla de KENNAN. En uno de sus artículos escribe:
«El esfuerzo de ayudar al acceso al poder a facciones en países distantes, cuyas metas
parecen razonablemente compatibles con la propia, no es, como ya he hecho notar, ajeno a la
práctica normal de las grandes potencias, incluyendo a los Estados Unidos. Por qué causa tal
sorpresa o alarma si proviene de la Unión Soviética, es algo que no entiendo.
(...)
En términos generales, entonces, los temores a la búsqueda rusa de un "dominio del
mundo" que se han usado para justificar llamados a una actitud totalmente negativa, hostil y
militarista hacia la Unión Soviética, tiene poco sustento y no responden al perfil del problema real
que representa la existencia del poder comunista en Rusia para los dirigentes de los Estados
Unidos".

En segundo término, los métodos principales en los que se basa la acción exterior
soviética difieren notablemente de los utilizados por los norteamericanos. En efecto, la infiltración
ideológica, la manipulación de los partidos comunistas, el apoyo a las insurrecciones internas,
etc., demuestran, como lo ha puesto de relieve el general BEAUFRE, una estrategia de acción
indirecta que sólo tiene posibilidades de éxito si se encuentra respaldada por una estrategia militar
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 35
de carácter defensivo, destinada a garantizar el territorio de la URSS y a impedir la libertad de
acción de sus aliados. En otras palabras, las fuerzas militares soviéticas están destinadas
prioritariamente a misiones defensivas de la URSS y funciones de policía en sus países satélites.

Por último, la superioridad nuclear norteamericana de las primeras décadas impuso a los
soviéticos una estrategia nuclear de disuasión defensiva o contradisuasión, centrada en las
amenazas de represalia anticiudades. Ello se debe a que tanto la ideología como la experiencia
histórica de la URSS habían alimentado los temores y prevenciones ante la naturaleza agresiva
de las potencias capitalistas occidentales que hacía inevitable la guerra entre las potencias de
ambos sistemas. Desde la óptica soviética, la nueva situación creada por el arma atómica
norteamericana y su insistencia en la proclamación del recurso a dicha arma en el caso de un
conflicto bélico, constituía una prueba definitiva de la veracidad de sus doctrinas políticas y del
acierto de sus estrategias defensivas .

Frente a los cambios en las doctrinas nucleares introducidos por las diversas
administraciones norteamericanas, lo primero que se percibe al estudiar las doctrinas nucleares
soviéticas es la constancia de sus principios estratégicos y la resistencia a verse influidos por los
cambios políticos y militares internacionales. Básicamente podemos señalar tres fases o etapas
en la evolución del pensamiento nuclear soviético:
1° La etapa de Ia defensa convencional estratégica.
2° La etapa de la disuasión nuclear defensiva.
3° La etapa de la defensa nuclear suficiente.

1. La etapa de Ia defensa convencional estratégica.


Durante el período que media entre 1945 y la segunda mitad de los años cincuenta,
especialmente a partir del XX Congreso del PCUS en 1956, la situación militar soviética carecía
de la capacidad nuclear estratégica, bien porque hasta 1949 no dispuso del arma atómica o bien
porque disponiendo de ella carecía de los bombarderos estratégicos de largo radio de acción
(Thpolev 95 A) capaces de alcanzar el territorio norteamericano.

La concepción política oficial sobre la guerra seguía sustentando su inevitabilidad entre los
países capitalistas y socialistas, además la experiencia histórica soviética, desde la guerra civil
hasta ese momento, demostraba que la contienda se desarrollaría en el continente europeo y que
sería una guerra predominantemente terrestre y aérea. A partir de estos supuestos políticos y
militares, los estrategas soviéticos desarrollaron la doctrina militar basada en tres principios:
a) Una superioridad convencional disuasora.
b) Una estrategia militar de defensa avanzada.
c) La creación de un arsenal nuclear y su utilización táctica.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 36

Teniendo en cuenta las limitaciones nucleares soviéticas señaladas, los dirigentes del
Kremlim consideraban que la función disuasora frente a las potencias occidentales debería
sustentarse en el mantenimiento y la demostración de su voluntad de utilizar, llegado el caso,
unas fuerzas convencionales notablemente superiores a las disponibles por los Estados Unidos y
sus aliados europeos (Francia y Gran Bretaña). Estos últimos, por otra parte, se encontraban con
unas economías maltrechas que difícilmente podían enfrentar elevados presupuestos de defensa.

ULAM ha estimado que en 1948, y tras la desmovilización posterior a la Segunda Guerra


Mundial, las tropas soviéticas ascendían a 2.874.000 hombres, lo que suponía, aproximadamente,
una cuarta parte del total de fuerzas movilizadas durante la contienda mundial. Estas cifras
coinciden con las señaladas por DEUTSCHER, quien agrega que a comienzos de la década de
los años cincuenta, la cifra había ascendido a 5.500.000 hombres. Estos datos corroboran la idea
de que los soviéticos, durante los primeros años de su acceso a las armas nucleares, seguían
confiando prioritariamente en la capacidad de intimidación de su poderoso arsenal convencional.

No obstante, la eficacia del potencial militar soviético dependía, en gran medida, de la


adopción de una estrategia adecuada que le permitiese, en caso de guerra, reducir la ventaja
nuclear norteamericana, facilitar la movilización bélica de los inmensos recursos humanos y
materiales existentes en la URSS protegiendo al máximo su capacidad industrial Y los centros de
decisión política. Esta estrategia debía ser, por tanto, de carácter defensivo, pero
simultáneamente debía situar la primera línea defensiva lo más alejada posible del corazón de la
Unión Soviética. Se trataba de una estrategia de defensa avanzada.

La estrategia de defensa avanzada consistía, básicamente, en el establecimiento de dos


líneas defensivas. La primera se situaba en el territorio de los países aliados de Moscú. Ello
requería el despliegue de tropas soviéticas a lo largo de una amplia red de bases situadas en
dichos países que, combinadas con las unidades militares nacionales, configuraban un auténtico
«telón de acero». La garantía de este primer cinturón defensivo exigía como condición política la
existencia de unos gobiernos cuya fidelidad a las directrices del Kremlin estuviese fuera de toda
sospecha. En el plano militar, los ejércitos de los países aliados debían hallarse bajo la
coordinación de los altos mandos militares soviéticos, lo que se conseguía mediante la presencia
de «instructores soviéticos» y la formación de los mandos militares nacionales en las doctrinas y
por los estrategas de Moscú. El ejército soviético establecido en los países del Centro y Este de
Europa desempeñaba así una doble misión: de defensa militar y de control político.

La segunda línea defensiva se situaba en el propio territorio de la Unión Soviética


siguiendo un doble sistema. Por un lado el despliegue de fuerzas convencionales en las zonas
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 37
fronterizas. En segundo término, concentrando unidades militares altamente operativas y muy
especializadas en las principales ciudades del país. Las primeras tenían por misión servir de
refuerzo a las unidades soviéticas situadas en los países aliados o, alternativamente, constituir
una segunda defensa militar en la frontera misma del país, dificultando, de este modo, el posible
avance de las fuerzas adversarias. Las segundas tenían como principal misión, defender los
principales centros políticos o económicos y proteger, llegado el caso, la retirada del personal y el
equipamiento industrial más allá de los Urales.

Esta concepción defensiva requería un elevado número de efectivos militares


convencionales, pero concedía dos importantes ventajas estratégicas. La principal era que al
alejar las primeras líneas defensivas de los principales objetivos, considerados estratégicos por
los norteamericanos, hacía muy difícil el éxito de un ataque aéreo nuclear decisivo. En efecto, los
bombarderos americanos debían atravesar sucesivos sistemas de alerta y defensa antiaérea
antes de llegar a las principales ciudades o centros industriales soviéticos, aumentando de este
modo el riesgo de derribo y el tiempo de evacuación o protección de los objetivos.

Además, la defensa avanzada concedía espacio y tiempo para recurrir al uso táctico de
armas atómicas contra el adversario y, simultáneamente, realizar una retirada general de las
fuerzas militares de retaguardia, la población civil, y los recursos económicos, con vistas a
preparar una posterior contraofensiva. En este punto el éxito alcanzado contra las tropas
alemanas, durante la Segunda Guerra Mundial, había influido decisivamente en la doctrina militar
soviética.

En el marco de la defensa avanzada, la disponibilidad de armamento atómico no cambió


los principios estratégicos. Los estrategas soviéticos consideraban muy importante el uso de las
armas nucleares, pero sólo a efectos de táctica ofensiva. Consideraban que las armas atómicas
podían ser eficaces para detener el avance enemigo, sobre todo en el territorio de los países
satélites, pero carecían de la capacidad de represalia nuclear masiva y dudaban seriamente de
que sólo con el recurso a las armas atómicas pudiesen lograr la derrota militar del agresor
occidental. En consecuencia los soviéticos concedían un valor estratégico exclusivo a las fuerzas
convencionales.

2. La etapa de la disuasión nuclear defensiva


En el transcurso de los primeros años del mandato de JRUSCHEV se produjeron
importantes cambios políticos y militares que influyeron de modo decisivo en los principios
estratégicos soviéticos. En el plano político, el proceso de reformas y desestalinización alcanzó
tanto a la política exterior como a la defensa.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 38
La proclamación de los principios de la coexistencia pacífica significaron el abandono de la
doctrina de la inevitabilidad de la guerra entre los países capitalistas y socialistas. Naturalmente
que la guerra pudiese evitarse no significaba que los soviéticos pudieran descartar tal
eventualidad, como lo pondría en evidencia el ingreso de la R. F. de Alemania en la OTAN y la
crisis de Suez de 1956, lo que necesariamente les obligaba a revisar la validez de los principios
estratégicos vigentes durante la fase anterior.

Esta revisión se hacía tanto más necesaria cuanto que los avances tecnológicos
alcanzados por la Unión Soviética en la industria aeronáutica y espacial, les concedían la
capacidad de proyectar, su fuerza nuclear sobre el propio territorio de los Estados Unidos gracias
al despliegue de los primeros bombarderos estratégicos de largo alcance y al desarrollo de los
primeros misiles balísticos intercontinentales que serían operativos a partir de 1961.

En esta fase, los principios básicos de la estrategia soviética fueron los siguientes:
a) Una fuerza nuclear disuasoria.
b) Una estrategia nuclear defensiva.
c) Una superioridad convencional táctica.
d) Una concepción política de la escalada nuclear.

El objetivo de disponer de una fuerza nuclear propia, tanto atómica como termonuclear,
constituía uno de los objetivos prioritarios de la política de defensa soviética. Los dirigentes y
militares soviéticos trataban de disponer del suficiente arsenal nuclear para poder enfrentar con
éxito la amenaza que para ellos constituía la doctrina de la represalia masiva. De este modo
intentaban inducir un cambio de posición en la estrategia norteamericana con el fin de reducir o
eliminar la posibilidad de una escalada desde la guerra convencional a la guerra nuclear.

En definitiva, la principal finalidad del arsenal nuclear soviético era disuadir a los Estados
Unidos, y en menor medida también a Gran Bretaña, Francia y la R. P. China, estos últimos desde
mediados de los sesenta, de la percepción de impunidad que podían tener sobre la nuclearización
de los conflictos bélicos. Esta finalidad disuasoria de los arsenales nucleares soviéticos era
coincidente con el objetivo político de evitar una guerra total con Estados Unidos y/o sus aliados
europeos propiciando unas relaciones mutuas basadas en los principios de la coexistencia
pacífica. Dicho objetivo se mantuvo como una de las más poderosas motivaciones del rearme
nuclear soviético, hasta alcanzar una paridad o equilibrio que garantizase la destrucción mutua
asegurada).

Pero para que el poderío nuclear soviético pudiese desempeñar su función disuasora,
debía sustentarse en una estrategia militar creíble que no permitiese la menor sombra de duda
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 39
sobre la firmeza de los dirigentes del Kremlin de recurrir a la fuerza nuclear soviética bajo ciertas
circunstancias. KENNAN ha señalado los tres supuestos en los que las fuerzas militares soviéticas
se comprometerían en un conflicto bélico internacional. Estos supuestos serían:
1. La invasión o agresión del territorio de la URSS o de sus más directos aliados.
2. El apoyo a una oposición interior (comunista) cuyo objetivo sería el derrocamiento del
Gobierno.
3. El apoyo a una oposición interior independista y/o anticolonialista.

De estos tres posibles «casus belli», KENNAN estima que únicamente en el primero de
ellos, el Ejército soviético asumiría la carga de la lucha armada generalizada y directa. La
conclusión resulta evidente y el propio KENNAN la formula abiertamente:
« (...) El concepto de una guerra civil o "guerra de liberación" dirigida exclusivamente o
fundamentalmente por las fuerzas armadas soviéticas, sobre la base de una iniciativa soviética,
ante la pasividad general de parte de quienes se supondría serían los beneficiarios de la acción,
estaría en conflicto con los postulados básicos de la doctrina comunista, que ve el cambio social y
político útil como proveniente primordial y necesariamente de la acción espontánea de las masas
oprimidas" del país en cuestión.
Más allá de esto, la ideología comunista no contempla otro uso, sobre la base de una
iniciativa soviética, de las fuerzas armadas soviéticas para acciones fuera del país. Así no deja
lugar. por consiguiente. para la iniciación sin provocación de hostilidades en contra de otra gran
potencia....

Si se acepta el planteamiento de KENNAN, y existen abrumadores datos que lo avalan,


resulta obvio que la estrategia nuclear soviética tenía que orientarse fundamentalmente a la
defensa del territorio de la URSS y de sus países satélites frente al riesgo de una agresión nuclear
occidental. Dicha estrategia nuclear defensiva se concentraba prioritariamente en una acción de
respuesta nuclear (segundo golpe) contra las principales ciudades y centros políticos o
económicos vitales de Estados Unidos y sus aliados europeos. Secundariamente, esta estrategia
defensiva consideraba también el ataque contra las fuerzas nucleares occidentales para evitar una
nueva represalia nuclear.

Esta estrategia nuclear defensiva tenía tres cualidades altamente valoradas por los
estrategas soviéticos. En primer lugar, constituía una estrategia disuasoria pero no singularmente
agresiva para los Estados Unidos. Al fundamentarse sobre el reconocimiento de la iniciativa
nuclear norteamericana, como condición previa y necesaria para el recurso a las armas nucleares
soviéticas, inducía a los estrategas del Pentágono a estimar que mientras no adoptasen la
decisión de la represalia nuclear masiva no deberían temer un ataque nuclear represivo por parte
soviética. Pero al mismo tiempo, también desempeñaba su papel disuasor por cuanto
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 40
contemplaba de modo inequívoco el uso del arma nuclear por Moscú.

En segundo término, la estrategia era creíble por cuanto se correspondía suficientemente


con la cantidad, la tipología y el despliegue del arsenal nuclear soviético. Por ejemplo, el peso
importante adquirido por los ICBM, de lanzadores fijos terrestres y con una ojiva nuclear de gran
potencia, sobre los SLBM y los bombarderos estratégicos se correspondería con el carácter
defensivo de la estrategia nuclear. Ello se debe a que los SLBM y los bombarderos estratégicos,
al ser objetivos móviles, resultarían más difíciles de localizar y destruir en un primer ataque que
los ICBM, situados en silos terrestres fijos.

Por último, esta estrategia nuclear resultaba menos costosa en términos económicos, ya
que no requería un número de armas nucleares estratégicas idéntico al de los Estados Unidos, si
no tan sólo el número de armas nucleares estratégicas suficiente para que no pudiesen ser
destruidas en su totalidad durante el primer ataque y subsistiese una cierta capacidad de
respuesta nuclear capaz de ocasionar pérdidas inaceptables para los occidentales.

El carácter defensivo de la estrategia nuclear debía ser compensado militarmente por una
indiscutible superioridad en armas convencionales. Dicha superioridad sólo tenía para los
soviéticos una finalidad táctica. Con ella se pretendían obtener, en éste caso de agresión
convencional, una rápida y aplastante ventaja militar antes de que los Estados Unidos se hubiesen
decidido por la escalada hacia la nuclearización total. Los soviéticos estimaban poder evitar, o al
menos demorar, el recurso a sus arsenales nucleares defensivos sin perder la capacidad de
inducir, en las potencias occidentales, una solución negociada del conflicto bélico en condiciones
ventajosas para Moscú.

De todos modos, los dirigentes soviéticos, especialmente JRUSCHEV, sostenían que en el


caso de que se desencadenase una contienda bélica nuclear entre ambas superpotencias, fuese
cual fuese el resultado militar, carecería de significado político al no existir objetivos ideológicos,
políticos o económicos, que justificasen los desastres de una contienda termonuclear.

Una de las conclusiones más importantes de esta concepción soviética de la guerra


nuclear, como una guerra total, es la de que toda decisión de escalar en la guerra hacia la
nuclearización, por limitada o graduada que fuese, implicaba una decisión política cualitativamente
distinta de la de utilizar la escalada únicamente en el uso de armas convencionales. Los soviéticos
nunca han llegado a compartir plenamente la visión occidental, singularmente la de los Estados
Unidos, de que la escalada desde el armamento convencional al nuclear de corto alcance podía
realizarse sin alterar sustancialmente el carácter limitado de la guerra.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 41
Para los dirigentes y estrategas soviéticos, una vez se había dado el paso hacia una
nuclearización mediante las armas nucleares tácticas, había que evaluar seriamente las
posibilidades de una respuesta nuclear, defensiva que disuadiese a los norteamericanos de
proseguir la escalada hacia las armas nucleares estratégicas. Desde esta óptica, tanto la decisión
norteamericana de nuclearizar una contienda bélica, así como la decisión soviética de dar una
respuesta nuclear constituían decisiones de naturaleza esencialmente política, que muy poco
tenían que ver con las características técnicas de las armas nucleares empleadas y mucho, en
cambio, con la voluntad de los dirigentes de Washington y Moscú de arriesgar las consecuencias
de una guerra nuclear total. En otras palabras, los soviéticos interpretaban la posibilidad de esta
decisión como un acto de irracionalidad política. o cuando menos de irresponsabilidad, en la
conducción de la guerra y de la que no podían confiar que quedase limitada al teatro de
operaciones.

Durante la época de BREZNEV, los principios doctrinales de la estrategia nuclear soviética


se mantuvieron sin cambios sustanciales. Como lo ha señalado ROMERO estos principios que
aparecen formulados en la obra del mariscal SOKOLOVSKIJ de 1962 subsisten en el manual
redactado por el mariscal GRECHKO en 1975. Sin embargo, Moscú aceleró su programa de
modernización y rearme nuclear estratégico. Entre 1965 y 1968 aumentó sus ICBM de 270 a 800,
lo que nos da una idea aproximada del esfuerzo realizado. Este rearme nuclear estuvo
directamente relacionado tanto con los cambios estratégicos nucleares norteamericanos cuanto
por la aparición de dos potenciales rivales nucleares, Francia y la R. P. China, país este último
cuya extensa frontera con la URSS y las rivalidades políticas e ideológicas hacían particularmente
temible para los soviéticos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 42

De cualquier modo, el equilibrio estratégico nuclear alcanzado a fines de los años sesenta
era interpretado por lo soviéticos como una garantía frente al riesgo de una agresión occidental y,
sobre lodo, al peligro de una escalada hacia la nuclearización del conflicto bélico. Naturalmente
desde esta óptica el rearme nuclear, en tanto que desempeñando una función esencialmente
defensiva, era perfectamente compatible con un rearme convencional cuya principal función era la
de garantizar una ofensiva estratégica que mantuviese creíble la posibilidad de un triunfo militar
soviético y sin el recurso al armamento nuclear. Los dirigentes y estrategas soviéticos seguían
considerando que el salto en la nuclearización de un conflicto bélico era una decisión
esencialmente política y no técnico-militar como subyacía en las doctrinas norteamericanas.

Teniendo presenta esta concepción, defensiva nuclear y ofensiva convencional, junto con
el hecho de que en la ideología marxista-leninista los estados agresores eran por definición los
países capitalistas es posible comprender que los dirigentes del Kremlin, concediesen tanta
importancia política a su declaración unilateral de renuncia a ser los primeros en recurrir al arma
nuclear en caso de conflicto bélico. Paralelamente la negativa estadounidense a realizar una
declaración similar, que ciertamente hubiese anulado la débil credibilidad de la doctrina de la
respuesta limitada y flexible, confirmaba los temores soviéticos sobre el carácter ofensivo de los
arsenales nucleares de Estados Unidos y sus aliados europeos.

El rearme nuclear soviético del período Breznev ha sido interpretado por PAPP como una
prueba de la concepción soviética de utilizar la capacidad disuasora del arma nuclear respecto de
los arsenales nucleares y convencionales de Occidente. Semejante interpretación carece de
fundamento ya que de haber sido así los soviéticos hubiesen procedido a una significativa
reducción de sus fuerzas convencionales, cosa que no ocurrió.

Sin embargo y paralelamente a la consolidación y diversificación del arsenal nuclear


soviético, el desarrollo de las negociaciones SALT I y II permiten iniciar una vía de distensión
Este-Oeste, reforzada políticamente con la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea y la
firma del Acta de Helsinki en 1975.

Gracias a esta vía: los soviéticos comienzan a explorar la eficacia de una seguridad
basada en medidas militares pero complementada por medidas de confianza política mutua. Se
inicia una revalorización lenta pero progresiva de las ideas de una seguridad colectiva como
instrumento de solución de conflictos periféricos y de estabilización político-militar en Europa, de la
que la Ostpolitik alemana fue una prueba plenamente asumida por la URSS.

El alcance de esta orientación de la política de seguridad soviética iba más aIlá de la


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 43
coexistencia pacífica formulada en tiempos de JRUSCHEV. Era el germen de una nueva
mentalidad soviética, cuyos efectos hemos podido apreciar una década y media más tarde, y que
no podemos ocultar tras los datos estadísticos del presupuesto de defensa o del aumento del
arsenal nuclear soviéticos de los últimos años de la década de los setenta.

3. La etapa de la defensa nuclear suficiente


Tras el período de reforzamiento del antagonismo nuclear desencadenado por el
despliegue de los misiles soviéticos SS-20 y SS-21, que ocasionó como respuesta la doble
decisión de la alianza atlántica, adoptada en 1979, por la que se procedió al despliegue de los
euromisiles y el endurecimiento de Washington con la puesta en marcha del proyecto de la IDE,
es lo cierto que la llegada de Gorbachov a la Secretaría General del PCUS en 1985 supuso la
consagración de la perestroika y con ella la aceptación oficial de un nuevo pensamiento
estratégico.

La formulación del nuevo pensamiento soviético en materia de seguridad se produjo con


motivo del discurso de Gorbachov durante el XXVII Congreso del PCUS (25 febrero-6 marzo
1986), en el que introdujo la necesidad de una reducción de los arsenales compatible con su
seguridad a unos niveles de «suficiencia razonable». Poco después este principio era incorporado
a la doctrina estratégica del Pacto de Varsovia en la Declaración de Berlín del 29 de mayo de
1987, en la que se afirmaba que las fuerzas militares de esta alianza debían estructurarse para
ser capaces de mantener una capacidad de «defensa suficiente».

Ambos términos traducen una misma concepción de la seguridad soviética y de los medios
adecuados para alcanzarla. Según esta concepción la seguridad debe asumirse en la era nuclear
como un problema mundial cuyas causas e implicaciones rebasan ampliamente el ámbito militar y
afectan sustancial mente a las esferas política, económica, medioambiental y cultural de las
relaciones entre los países. En virtud de esta visión global de la seguridad, la solución a la
problemática que suscita no puede proceder exclusivamente del éxito o fracaso de las doctrinas
de disuasión nuclear sino que debe extenderse al armamento convencional y comprender también
el conjunto de la polít ica exterior de todos los países y, evidentemente, de la propia Unión
Soviética.

Como ha escrito el propio GORBACHOV:


«El principio fundamental de la nueva perspectiva política es muy sencillo: la guerra
nuclear no puede ser un medio para conseguir objetivos políticos, económicos, ideológicos o de
cualquier otra clase. Esta conclusión es verdaderamente revolucionaria, ya que significa descartar
las nociones tradicionales de guerra y paz. Es la función política de la guerra la que la ha
justificado siempre, atribuyéndole una explicación "racional". La guerra nuclear carece de sentido:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 44
es irracional. No habría ni vencedores ni vencidos en un conflicto nuclear global, y la civilización
mundial perecería inevitablemente. Seda un suicidio, más que una guerra en el sentido
convencional de la palabra.
(...)
De la imposibilidad de una solución militar, o sea nuclear, para las diferencias
internacionales, deriva una nueva dialéctica de fuerza y seguridad. La seguridad ya no puede
quedar garantizada por medios militares, ni por el uso de armas o elementos disuasivos, ni por el
perfeccionamiento continuo de la "espada" y el "escudo". Todo intento encaminado a conseguir
una superioridad militar es absurdo.
(...)
La nueva perspectiva política exige el reconocimiento de un axioma muy simple: la
seguridad es indivisible. Se trata de una seguridad igual para todos, o de lo contrario ninguna
seguridad para nadie. El único fundamento sólido para la seguridad es el reconocimiento de los
intereses de todos los pueblos y países y de su igualdad en los asuntos internacionales. La
seguridad de cada nación debería acoplarse con la seguridad para todos los miembros de la
comunidad internacional ».

Toda esta larga cita podría ser interpretada como mera retórica de los dirigentes del
Kremlin si no hubiese sido avalada por la firma en diciembre de 1987 del Tratado INF
(Intermediate Nuclear Forces). Tratado para la reducción de armas nucleares de alcance
intermedio. El primer tratado de desarme nuclear de toda la Historia.

Situados en el marco específico de la estrategia nuclear, la nueva concepción de la


defensa nuclear suficiente se formula en función de los siguientes postulados:
1. La acumulación de armamento nuclear constituye un factor de riesgo e inestabilidad.
2. La seguridad es global e indivisible.
3. La disuasión nuclear resulta ineficaz.
4. Es necesaria una defensa nuclear mínima.
5. Es posible articular un sistema de seguridad compartida.
6. La nueva concepción soviética de la seguridad es compatible con una política exterior
progresista.

Repasemos brevemente cada uno de los principios que sustentan la concepción


estratégica soviética. El punto de partida de toda la revisión que sobre la política de seguridad y
defensa se viene realizando por los políticos y militares soviéticos durante el último quinquenio
radica en la convicción de que la acumulación de arsenales nucleares constituye un factor de
riesgo e inestabilidad.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 45
Esta convicción es coherente con la historia de la nuclearización soviética, en la medida en
que fue inducida por el monopolio ejercido por los Estados Unidos durante la década de los años
cuarenta. También significa asumir plenamente la concepción de la MAD (destrucción mutua
asegurada) sobre las consecuencias destructivas de una guerra nuclear total. Finalmente, este
principio enfrentaba el reto de una nueva carrera nuclear destinada a desarrollar sistemas
defensivos antibalísticos, como la IDE, cuyas consecuencias económicas, políticas y militares son
consideradas por el Kremlin como inciertas a largo plazo pero fuertemente desestabilizadoras a
corto y medio término.

El riesgo que entraña la carrera militar está en función de dos factores básicos. En primer
lugar de la creciente probabilidad de que un conflicto bélico convencional termine nuclearizándose
de forma total. En segundo lugar, debido a los peligros de accidentes que entraña el creciente
almacenamiento de armas nucleares y las consecuencias catastróficas que ello podría suponer
para la propia población civil y militar. EI accidente de la central nuclear de Chernobil, ocurrido el
26 de abril de 1986, constituyó un punto de referencia sobre las consecuencias que se derivaban
de los accidentes por incorrecta manipulación de la energía nuclear.

Pero la carrera de armamentos nucleares resultaba además fuertemente desestabilizadora


nacional e internacional mente. Era desestabilizadora a escala interna por cuanto había generado
una sustancial desviación de recursos humanos, técnicos y económicos a la investigación y
producción de nuevos sistemas armamentísticos en detrimento de la economía civil de consumo.
Como se ha reconocido por los propios dirigentes soviéticos (conservadores, reformistas o
radicales) el peso de la economía militar en el conjunto de la economía soviética ha sido
desproporcionado y una de las causas del atraso en la expansión de la industria de bienes de
consumo.

Pero la carrera de armas nucleares genera también una precariedad en las relaciones
entre ambas superpotencias y con los países del Tercer Mundo al anteponer una política de
rivalidad y confrontación que necesita ser alimentada a través de unas ideologías y de una
propaganda destinadas a presentar una imagen distorsionada de la potencia rival.

En un mundo en el que la interdependencia entre todos los países viene afectada, en gran
medida, por el riesgo de una guerra nuclear total ha inducido a los dirigentes soviéticos a
reconocer que la seguridad es global e indivisible. Sostienen que resulta inaceptable una
concepción de la seguridad nacional sustentada sobre la amenaza a la seguridad de otros países.
Cualquier política de seguridad entre las superpotencias exige tomar en consideración los
intereses y las demandas de seguridad del resto de los países del sistema internacional.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 46
Paralelamente, la política de seguridad afecta a múltiples sectores de la vida nacional e
internacional, no es únicamente una cuestión político-militar. Una adecuada política de seguridad
no puede establecer separaciones tajantes entre sus aspectos políticos, económicos,
tecnológicos, etc. Tampoco puede sustentarse en distinciones artificiales como las que se
establecen entre armas nucleares y convencionales, ofensivas o defensivas, etc.

Un tercer principio cuestiona seriamente la eficacia de las doctrinas de la disuasión nuclear


como fundamento para una política de seguridad estable. Como ya hemos mencionado con
anterioridad, la doctrina estratégica soviética nunca ha aceptado totalmente el concepto de
disuasión nuclear, tal y como se formula por los estrategas occidentales. Desde la perspectiva de
los estrategas soviéticos la disuasión, entendida como contención de la tendencia expansionista
occidental, sólo puede operar en el marco de las fuerzas convencionales y carece de sentido
extenderla al terreno de las fuerzas nucleares. Ello es la consecuencia ineluctable de la convicción
de que la amenaza del uso de las armas nucleares no impide la posibilidad de los conflictos
bélicos convencionales y, al mismo tiempo, su efectiva utilización no lograría dar ventaja real a
ninguno de los contendientes.

Sin embargo, el nuevo pensamiento político no desconoce la tradición del pensamiento


estratégico de la URSS, de signo eminentemente defensivo y asume la necesidad de una política
de defensa centrada en la disponibilidad de una capacidad militar, nuclear y convencional, capaz
de garantizar la integridad territorial y la independencia del Estado frente a toda agresión.
Semejante política defensiva debe cimentarse sobre el principio de la defensa suficiente y
razonable, para la que resulta imprescindible contar, al menos a corto y medio plazo, con una
fuerza nuclear mínima que permita sustentar el sistema defensivo general de la URSS.

Desde luego nadie en la Unión Soviética se ha atrevido a especificar cuantitativamente


esta fuerza nuclear mínima, entre otras razones porque ello depende de la posición que
sostengan las restantes potencias nucleares y, muy especialmente, los Estados Unidos. Pero de
las diversas propuestas soviéticas de desarme nuclear cabe deducir que la capacidad nuclear
mínima se situaría entre un 50 por 100 Y un 95 por 100 de las armas nucleares estratégicas, a
través de fases sucesivas .

Esta defensa nuclear mínima tendría como principal ventaja la eliminación del riesgo y la
inestabilidad que la carrera de armas nucleares conlleva, permitiendo la nuclearización del
conflicto en caso de agresión y limitando sus efectos destructivos.

No es el momento de realizar un análisis detallado de la viabilidad de este principio,


bastará con apuntar algunas ideas importantes para profundizar en el estudio de esta cuestión. En
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 47
primer lugar hay que percatarse que cuanto menor sea el número de armas nucleares mayor
eficacia e importancia adquieren los sistemas defensivos antibalísticos y, en último extremo,
mayor sería la ventaja que Estados Unidos alcanzaría con el desarrollo de la IDE.

Además, cuanto menor sea el número de armas nucleares más limitados serán sus efectos
destructivos y, por tanto, mayor puede ser la tentación de realizar la escalada hacia la
nuclearización de un conflicto bélico convencional.

Por último, la adopción de una defensa nuclear mínima tiene que ser compartida por todas
las potencias nucleares, lo que impide su ejecución unilateral por parte soviética convirtiéndolo, a
corto y medio plazo, en un principio estratégico inútil para cimentar la reestructuración de la
política de defensa soviética.

En línea con todos los principios anteriormente formulados, el quinto supuesto afirma la
necesidad de una nueva filosofía de la seguridad internacional centrada en el criterio de: la
seguridad compartida. Como han señalado algunos expertos, esta concepción abandona el viejo
supuesto, propio de la disuasión, según el cual la seguridad de una superpotencia suponía la
inseguridad de la otra. El principio de seguridad compartida presupone que la seguridad de una
superpotencia no sólo es compatible con la seguridad de la otra sino que, además, sólo puede ser
eficaz una política que aspire a lograr una seguridad aceptable, simultáneamente, para ambas
superpotencias. En otras palabras, se pasa de la teoría de juegos de suma nula a la de juegos de
suma positiva.

Esta seguridad compartida requiere, en opinión de los dirigentes de Moscú, la potenciación


de las siguientes medidas.
a) Un desarme negociado, general y progresivo que comprenda las fuerzas
convencionales y las armas nucleares, químicas y bacteriológicas.
b) La potenciación de medidas de confianza recíproca a través de organismos o foros
internacionales, bien de carácter universal (Naciones Unidas) o bien de alcance regional
(CSCE).
c) La búsqueda de soluciones pacíficas y negociadas a los conflictos bélicos y periféricos
(Centroamérica, Oriente Medio, Angola, Camboya, etc.).
d) La construcción de un sistema de cooperación política, militar y económica en el
continente europeo: la casa común europea.

Finalmente, la nueva orientación estratégica soviética se incardina como un instrumento


privilegiado en el marco de una política exterior que los políticos del Kremlin reclaman fiel a la
tradición progresista, heredada de la Revolución de 1917, Y según la cual la Unión Soviética sigue
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 48
desempeñando la función de una potencia defensora de los intereses de los pueblos oprimidos y
de los países del Tercer Mundo frente a las tendencias imperialistas occidentales.

Esta compatibilidad entre la política defensiva y la política exterior soviéticas, de una parte,
y la función progresista y liberadora de la URSS en el plano internacional, de otra, demuestra
hasta qué punto el «nuevo pensamiento político» de los dirigentes de Moscú sigue estando
condicionado y limitado por unos principios ideológicos, relativos a la misión redentora de la
humanidad que la URSS está llamada a realizar, que han permanecido inmutables desde 1917, a
pesar de los cambios en las doctrinas estratégicas, y cuya similitud con la ideología
norteamericana del destino manifiesto va más allá de las diferencias retóricas.

9. LAS ARMAS QUIMICAS y BIOLÓGlCAS

Según el informe elaborado por expertos de diversos países a petición de Naciones Unidas
y presentados en julio de 1969 por el secretario general bajo el título: Las armas químicas y
bacteriológicas (biológicas) y el efecto de su eventual empleo; se consideran como agentes de
guerra química aquellas sustancias químicas (gases, líquidos o sólidos) que podrían ser
empleados debido a sus efectos tóxicos sobre el hombre, los animales y las plantas.

En cambio los agentes de guerra bacteriológica son aquellos organismos vivos, cualquiera
que sea su naturaleza, o sustancias extraídas de tales organismos utilizados para causar la
enfermedad y la muerte de o
l s seres humanos, los animales y las plantas y cuyos efectos
dependen de su poder de multiplicarse en las personas, animales o plantas infectados.

Aunque el envenenamiento de los alimentos o las aguas han sido técnicas utilizadas en las
guerras desde la antigüedad, las armas químicas en su versión actualizada comenzaron a
investigarse durante el siglo XIX y conocieron su más importante y dramática utilización durante la
Primera Guerra Mundial.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 49

Los alemanes fueron los primeros en utilizar armas químicas durante la Primera Guerra
Mundial. El 22 de abril de 1915, lanzaron una nube de gas de cloro (Clorina) contra las tropas
francesas, británicas y canadienses situadas cerca de Ypres (Bélgica). Este suceso daría nombre
a uno de los primeros gases tóxicos utilizados: la Yperita o gas mostaza.

Muy pronto las tropas aliadas recurrieron al uso de gases tóxicos, como los gases de
arsénico, perfeccionaron instrumentos de lanzamiento de los gases tóxicos, como el lanzagases
Livens, y desarrollaron los primeros sistemas de protección personal contra las armas químicas,
las máscaras anti-gas. Los Estados Unidos, por su parte, desarrollaron un nuevo tipo de agentes
tóxico mucho más letal que los anteriores y con una mayor capacidad de difusión, aunque no
llegaron a utilizarlo durante la Primera Guerra Mundial.

El resultado de esta escalada hacia el armamento químico supuso un total de 1.300.000


víctimas directas de las que 100.000 fueron muertos. Sin embargo, no se puede decir que el uso
masivo de las armas químicas provocara cambios estratégicos decisivos para el resultado final de
la contienda bélica.

Aunque durante la Segunda Guerra Mundial no se utilizaron armas químicas de forma


masiva, todas las potencias beligerantes desarrollaron arsenales químicos propiciando el
desarrollo de nuevos productos capaces de ser utilizados como armas. Algunos de ellos fueron
utilizados por los alemanes para el asesinato masivo de los detenidos en los campos de
concentración (judíos, gitanos, comunistas, etc.) como el Zyklon B. Los japoneses utilizaron
también armas químicas (Yperita y Lewisita) en la ocupación de China. Subsiste la interrogante
sobre los motivos que inhibieron a las potencias del Eje y a las potencias aliadas a recurrir al uso
militar y directo de las armas químicas. Se pueden aportar numerosos argumentos, todos ellos
perfectamente lógicos y de peso, pero sigue existiendo una laguna en la investigación histórica de
tan importante cuestión.

En la actualidad se ha avanzado extraordinariamente en el grado de toxicidad alcanzado


por las armas químicas, especialmente por los gases nerviosos, así como en la configuración del
armamento destinado a permitir su transporte y diseminación.

Tanto por su composición como por los efectos que provocan los diversos agentes
químicos, nos permiten clasificarlo del siguiente modo:
I. Gases nerviosos o neurotóxicos
Provocan graves alteraciones del organismo humano al incidir en el sistema linfático,
respiratorio y, sobre todo, neuronal. La muerte se produce por asfixia. Los más importantes son:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 50
Tabún o agente GA
Fue descubierto por los alemanes en 1936 a partir de la investigación de insecticidas.
Constituye la base para la obtención de otros muchos gases nerviosos, especialmente del Sarín.

Sarín o agente GB
Es casi tan volátil como el agua y se utiliza como gas para la contaminación del aire, su
dosis letal se calcula en 1 mg por persona y entre 100 y 3000 kg por km cuadrado.

Agente VX
Es mucho más denso y se utiliza mediante aspersión o rociado. Es mucho más mortífero
que el Sarín, ya que se puede ocasionar la muerte con dosis de 0,4 mg por persona o 300 kg por
km cuadrado.

La aparición de estos gases nerviosos permitió avanzar técnicamente respecto de los


anteriores agentes químicos más comunes: el ácido cianhídrico y el gas mostaza, aunque ello no
ha impedido que estos últimos sigan constituyendo una parte importante de los arsenales
químicos de muchos países y que hayan sido empleados en los conflictos bélicos. Por ejemplo
Irak fue acusada de haber utilizado gas mostaza en la guerra contra Irán.

Gases paralizantes
A diferencia de los gases nerviosos, estos agentes químicos no provocan la muerte. Su
finalidad inmediata es provocar alteraciones transitorias del sistema nervioso que impidan un
comportamiento coordinado durante varias horas o días.

El principal de ellos es el llamado Agente BZ, una droga sicotrópica anticolinérgica que
puede llegar a provocar graves trastornos psíquicos y conductas incontrolables, lo que le convierte
en extremadamente perjudicial.

Gases irritantes
Este tipo de agentes químicos provoca alteraciones e irritaciones en las vías respiratorias y
en las mucosas nasales y oculares, de ahí su denominación genérica de gases lacrimógenos.
Aunque estos productos químicos no son en principio mortales, sin embargo, la aspiración de los
mismos en altos niveles de concentración pueden llegar a provocar la muerte por asfixia. Los más
conocidos son los obtenidos a partir de los agentes CS y CR. Su uso no sólo está permitido sino
que es frecuente por las fuerzas de seguridad de los países para hacer frente a disturbios,
reducción de delincuentes, etc. Estados Unidos llegó a utilizarlos ampliamente en la guerra de
Vietnam.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 51
Productos Ecocidas
Una de las categorías de productos químicos utilizados ampliamente en los conflictos
bélicos son aquellos destinados a destruir la vegetación y contaminar las tierras de cultivo. Se
trata de poderosos herbicidas (fitotoxinas), como las utilizadas por Gran Bretaña en Malasia, con
un alto grado de resistencia o de productos defoliantes, como el Agente Naranja, utilizado
profusamente por las tropas norteamericanas en la guerra de Vietnam.

Desde el punto de vista de su utilización, los agentes químicos pueden proyectarse sobre
un área de múltiples formas:
- Mediante obuses lanzados por la artillería, fija o móvil.
- Mediante bombardeo o aspersión aérea.
- Mediante misiles.
- Mediante minas, granadas, etc.

Básicamente las armas químicas presentan cuatro características diferenciales respecto


de las armas convencionales:
1. Alcanzan un efecto mortífero en un área superior a la de los explosivos convencionales.
2. Dentro del área efectiva del agente químico toda persona que no está especialmente
protegida será afectada.
3. La duración del efecto letal es siempre mayor que con los explosivos convencionales.
4. Los sistemas de protección química, sobre todo colectivos, resultan mucho más
complejos y caros que los de protección convencional.

Una de las principales dificultades técnico-militares que presentaban este tipo de armas, se
debía a la dificultad y peligro en su almacenamiento, manipulación y transporte. El riesgo de
accidentes concedía a este tipo de armamento notables dificultades logísticas. En la actualidad el
desarrollo de los sistemas binarios de agentes químicos ha permitido superar estos riesgos y
dificultades, propiciando su proliferación y aumentado las probabilidades de su utilización.

Los sistemas binarlos de armas químicas consisten en la utilización de dos productos


químicos que tomados aisladamente resultan inocuos pero que comb inándose reaccionan
químicamente dando origen a un gas neurotóxico.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 52

La protección contra los efectos de las armas químicas se realiza mediante la conjugación
de tres procedimientos:
a) Procedimientos de aislamiento.
b) Procedimientos de inmunización.
c) Procedimientos de descontaminazi6n.

Los procedimientos de aislamiento comprenden tanto los equipos individuales, compuestos


de tejidos poliméricos (plásticos) o de caucho y de las máscaras anti-gas, como colectivos
mediante la construcción o preparación de recintos herméticamente cerrados. La finalidad de
estos procedimientos es evitar el contacto físico con los agentes químicos.

La segunda categoría de procedimientos consiste en la inoculación de sustancias


químicas, principalmente la atropina, que reaccionan con los agentes neurotóxicos neutralizando
sus efectos letales. Su finalidad es evitar los daños físicos y/o psíquicos derivados de un contacto
o intoxicación con los productos químicos.

Por último, los procedimientos de descontaminación consisten en eliminar los residuos de


los agentes químicos de la superficie corporal de las personas, de los equipos de aislamiento o del
suelo, aguas y demás objetos del área contaminada por el empleo de las armas químicas.

No se conoce a ciencia cierta el número de armas químicas que están almacenadas en los
arsenales de las grandes potencias y, mucho menos, de los países del Tercer Mundo. No
obstante, debido al bajo coste de producción de estas armas y a la facilidad de su
almacenamiento, transporte y utilización, las armas químicas han experimentado una mayor
proliferación que las armas nucleares.

En la actualidad numerosos países de escaso nivel de riqueza han conseguido fabricar sus
propios arsenales químicos, lo que les confiere una gran capacidad destructiva en caso de guerra
y una capacidad disuasoria de la que carecen con los arsenales convencionales. Todo ello ha
inducido a numerosos periodistas a considerarlas, con una analogía poco afortunada, como la
bomba atómica de los pobres.

Desde la Segunda Guerra Mundial, las armas químicas han sido utilizadas frecuentemente
en los conflictos bélicos, bien contra las tropas o contra la población civil. A pesar de ello, es
dudoso que el empleo de este tipo de armamento pueda plantearse en términos estratégicos con
garantías de efectividad. Existen varias razones para ello. En primer lugar, la experiencia de la
Primera Guerra Mundial demostró que dada la facilidad actual para disponer de armas químicas,
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 53
una escalada en el conflicto bélico mediante el empleo unilateral de estas armas tendría muchas
probabilidades de propiciar una respuesta química por los demás beligerantes. En tal caso la
posible ventaja estratégica inicial podría perderse o, incluso, transformarse en desventaja
estratégica.

En segundo término, la protección individual contra los efectos de las armas químicas es
muy eficaz y relativamente barata. Ello ha hecho que la mayoría de los ejércitos puedan disponer
de sistemas de protección contra los agentes químicos. Por la misma razón resulta difícil
garantizar la protección de la población civil. La consecuencia es que el uso de armas químicas en
los conflictos bélicos suele dirigirse, preferente aunque no exclusivamente, contra la población civil
aumentando las víctimas de la contienda pero sin que ello se traduzca necesariamente en
cambios estratégicos importantes.

Finalmente, el recurso de las armas químicas suele ser más adecuado a una estrategia
defensiva que a una estrategia ofensiva. En la primera uno de los objetivos es el control del
territorio y posiciones fortificadas, lo que se hace más sencillo dificultando el avance del enemigo
por el territorio intermedio que separa ambos ejércitos. Por la misma razón, quien debe desarrollar
una estrategia ofensiva posee escasas razones para recurrir al uso de esta categoría de armas.

Las armas bacteriológicas resultan mucho más peligrosas por la impredecibilidad de la


extensión y duración de sus efectos. A diferencia de las arma nucleares y químicas, las armas
bacteriológicas no han sido utilizadas en los conflictos bélicos. Ello no ha impedido que algunos
países experimentasen este tipo de armamentos para conocer sus efectos. Por ejemplo, los
japoneses durante la Segunda Guerra Mundial realizaron experimentaciones con toxinas del
botulismo, el antrax, el cólera o la peste, entre los prisioneros de los campos de concentración en
China.

La principal diferencia de las armas bacteriológicas respecto de las armas convencionales,


nucleares y químicas, radica en el efecto multiplicador que posee a medida que transcurre el
tiempo. En efecto, en todos los demás sistemas de armas de destrucción masiva el transcurso del
tiempo constituye un factor de amortiguación de sus efectos destructivos y/o mortíferos. En las
armas bacteriológicas, por el contrario, el tiempo propicia la multiplicación de las bacterias y su
difusión por extensas áreas gracias a la intervención de los propios seres humanos, los animales,
los vientos o las aguas, como agentes transmisores de las enfermedades.

Todas estas consideraciones convierten a las armas bacteriológicas en instrumentos


militarmente de escasa o nula utilidad estratégica. Ni tan siquiera le otorgan una mínima
funcionalidad desde el punto de vista disuasorio. Tal vez por ello haya resultado relativamente
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 54
sencillo alcanzar un eficaz acuerdo de desarme para este tipo de armas biológicas.

En efecto, la Convención para la prohibición de la preparación, producción y


almacenamiento de armas bacteriológicas (biológicas) o con toxinas y para su destrucción, entró
en vigor el 26 de marzo de 1975. Esta convención constituye uno de los supuestos más completos
de desarme ya que no sólo prohíbe la investigación, producción, almacenamiento o uso de estas
armas sino que además obliga a la destrucción de los arsenales existentes, así como de todos los
equipos necesarios para su lanzamiento. Incluso establece un plazo temporal para llevar a cabo
esta destrucción de los arsenales. Esta convención únicamente presenta una laguna en relación
con el establecimiento de procesos de inspección y verificación de su cumplimiento.

La amplitud de la convención sobre armas bacteriológicas, contrasta ampliamente con el


alcance y eficacia demostrados por el Protocolo relativo a la prohibición del empleo en la guerra
de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos, suscrito en Ginebra el 17 de
junio de 1925 y al que hasta 1989 se habían adherido 117 estados. En el Protocolo de Ginebra tan
sólo se prohíbe el uso de las armas químicas o bacteriológicas, pero la prohibición no se extiende
a la producción y almacenamiento. Además numerosos estados han formulado reservas al
articulado del protocolo reduciendo ostensiblemente su eficacia.

En la actualidad, los esfuerzos de las principales potencias y numerosos estados se


centran en alcanzar un acuerdo de desarme químico general, si bien tales intentos han fracasado,
hasta el momento, por la oposición de algunos países del Tercer Mundo a suscribir semejante
compromiso internacional que les privaría de lo que, a nuestro juicio y a la vista de la experiencia
en la reciente guerra del golfo, consideran un instrumento de presión militar frente a sus rivales o
enemigos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

Capitulo 2
El poder y las relaciones internacionales
1. Consideraciones generales

Uno de los temas centrales en las investigaciones sobre la realidad social, y


también uno de los temas más debatidos y complejos con los que tiene que
enfrentarse el teórico de las Relaciones Internacionales lo constituye el fenómeno del
poder.

El origen de esta aparente paradoja se debe al hecho de que adentrarnos en el


conocimiento del poder significa introducirnos en una de las facetas esenciales de la
vida humana. En el fenómeno del poder convergen las dimensiones individual y social
del hombre. Por ello caben tantas ideas o interpretaciones del poder como
orientaciones científicas o concepciones filosóficas sobre el ser humano puedan
sustentarse. Pretender establecer unos principios absolutos y unos axiomas
inmutables sobre el fenómeno del poder, sus diversas manifestaciones y sus efectos
constituye una tarea utópica que suele conducir a dogmatismos difíciles de
compaginar con la investigación científica.

Al mismo tiempo, abandonar la búsqueda de la teoría del poder no significa


restarle importancia, ni nos exime del esfuerzo intelectual de formular una teoría del
poder que guíe nuestras observaciones sobre el mundo internacional. Significa, tan
sólo, relativizar su contenido y hacernos conscientes de sus limitaciones explicativas,
lo que permitirá prevenirnos contra el espejismo de cualquier doctrina del poder que se
nos presente con los destellos de la verdad categórica.

Hechas estas consideraciones introductorias, pas aremos a exponer nuestra


concepción personal del poder en las relaciones internacionales. Para ello,
procederemos mediante sucesivas aproximaciones conceptuales, desde las formas
más simples y generales de manifestación del poder a aquellas otras más específicas
y complejas que se dan en la vida internacional.

2. Los diversos conceptos del poder: poder general, poder material, poder
humano y poder social.

El término poder, en un sentido genérico, es definido por el diccionario de la


Real Academia como sinónimo de: «fuerza, vigor, capacidad, posibilidad, poderío».
Esta acepción del término lo asimila a cualquier tipo de conexión causal entre dos
fenómenos o, incluso, a su mera posibilidad. Ello supone una gran imprecisión
conceptual del término, aunque presenta la ventaja de que nos permite aplicarlo a
cualquier ámbito de la realidad.

Nos surge, por tanto, la necesidad de establecer una primera distinción teórica
entre los fenómenos de poder que se generan en la naturaleza, según unas relaciones
de carácter puramente material y que siguen unas leyes mecánicas o impersonales,
de aquellos otros fenómenos de poder que nacen de la actuación de los seres
humanos y que, en su condición de seres pensantes, desarrollan formas particulares
de dominio o influencia sobre la propia naturaleza.

A las relaciones de poder que se desarrollan en el ámbito del mundo de la


naturaleza, las denominaremos con el término de poder natural. A ellas solemos
referirnos cuando señalamos el poder destructor de la naturaleza (por ejemplo:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2

seísmos, huracanes, inundaciones, etc.), o su poder creador y reproductor (fertilidad


de la tierra, la fecundidad de los animales, etc.).

En cambio, cuando nos referimos a un tipo particular de poder que se,


constituye como un atributo exclusivo del ser humano, de cualquier hombre por el
simple hecho de serlo, lo denominaremos con el término de poder humano. El poder
humano podemos definirlo diciendo que es la utilización consciente de las
capacidades humanas en orden a generar ciertos efectos o resultados en la naturaleza
o en la realidad social.

De este concepto podemos deducir una serie de consideraciones importantes


para nuestro análisis:
1. El poder humano se genera . como una conjugación de las dos dimensiones
básicas del hombre, la material o biológica, y la espiritual o sicológica. No-se
puede excluir ninguna de estas dos dimensiones del ser humano ya que éste
nace y se desarrolla gracias a su interacción, aunque en cada .manifestación
concreta podemos destacar más una u otra de ambas dimensiones.

2. Si consideramos que el hombre es un ser limitado en sus capacidades


(físicas o psíquicas) resulta lógico concluir que el poder humano alcanzará
hasta. donde lo permitan tales capacidades. En otras palabras, el poder.
humano posee unos límites o condicionamientos absolutos derivados de los
que posee la propia condición humana en las dimensiones antes mencionadas.
Tan imposible resultan al hombre ciertos actos, por evidentes limitaciones
biológicas, por ejemplo, la reproducción ovovivípara, como por
condicionamientos psicológicos, por ejemplo, vivir sin emociones o
sentimientos.
Junto a las limitaciones absolutas, el poder humano goza también de unas
limitaciones o condicionamientos históricos, es decir, actividades que
resultaban imposibles para el hombre en ciertas etapas y que en cambio puede
realizar en períodos posteriores. La transcendencia de estas limitaciones
históricas ha sido posible gracias a la sociabilidad humana que le ha permitido
descubrir, movilizar y perfeccionar sus propias capacidades individuales en el
transcurso del devenir histórico. Por ejemplo, el hombre de cromañón no podía
realizar un transplante de riñón, actividad que resulta frecuente en la sociedad
actual.
Es precisamente mediante el juego recíproco de los límites absolutos e
históricos, como podemos determinar el campo concreto que abarca el poder
humano en cada hombre y para cada sociedad.

3. Para que la capacidad utilizada por el hombre pueda considerarse como


poder humano, en su sentido estricto y diferenciado del poder natural es
necesario que sea ejercida de un modo consciente. Dicho de otro modo, sólo
los actos humanos realizados conscientemente los consideraremos actos
propios del poder humano. Desde luego existen numerosos actos realizados
por el hombre de una forma mecánica o preconsciente, por ejemplo, la
respiración o los latidos del corazón, que aun cuando pueden resultar
imprescindibles para su supervivencia no los incluiremos en el concepto del
poder humano. Semejante restricción se fundamenta en la idea de que el
elemento de consciencia constituye un factor diferencial básico entre los seres
humanos y otros seres vivos. Gracias a él los seres humanos pueden controlar
sus actos y aprender conductas, y de esta forma influir en su entorno natural o
desarrollar procesos de acumulación social de sus poderes individuales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3

4. Que los actos del poder humano tengan que ser actos conscientes no
significa, ni presupone, que sean actos totalmente racionales. En efecto,
muchos actos humanos son conscientes y racionales en su ejecución, pero
inconscientes y/o irracionales en su motivación, sin dejar por ello de ser actos
del poder humano. Es frecuente que entre actividades que diariamente
realizamos como expresión de nuestro poder humano individual, algunas de
ellas posean motivaciones perfectamente racionales; sin embargo, otras
muchas las realizaremos como consecuencia de móviles irracionales
(creencias, sentimientos, impulsos, etc.) de los que seremos conscientes o no,
pero que en todo caso afectarán a la racionalidad de nuestras actuaciones. En
estos supuestos si nos interrogan sobre las razones que nos inducen a obrar
de determinado modo y no de otro distinto, probablemente encontraremos
argumentos y explicaciones que racionalizarán «a posteriori» los motivos,
desconocidos o inconfesables, que afectaron nuestros actos de poder humano.
Ello demuestra que somos conscientes de su realización, aunque no,
necesariamente, de su motivación. En tales casos podemos afirmar que el
poder humano es un poder ejercido conscientemente, pero no podemos
sostener que es un poder completamente racional.
Esta sutil pero decisiva distinción entre consciencia y racionalidad complica
extraordinariamente la investigación de las actuaciones humanas individuales y
sociales, cuestionando seriamente la premisa de aquellos teóricos . que
enfatizan la-dimensión racional en el ejercicio del poder, y desconocen o
subestiman esas otras dimensiones no estrictamente racionales, pero cuya
influencia en la esfera del poder humano es indiscutible. En definitiva, para que
el hombre ejerza su poder es necesario que sea consciente de sus
capacidades y las utilice aunque no sepa racionalmente por qué ejerce su
poder.

5. De todo lo anterior se desprende un corolario muy importante. El poder


humano aun cuando no siempre es racional en sus motivaciones o en su
ejercicio puede, sin embargo, estudiarse y conocerse siguiendo un análisis
racional. En otras palabras, la irracionalidad de muchos de los actos humanos
del poder no impide su investigación racional y científica, pues, al fin y al cabo,
junto a la lógica de la razón existe también una lógica de la sinrazón.

6. Evidentemente de la definición del poder humano que hemos formulado no


cabe esperar una interpretación unilateral y cerrada mediante la cual el poder
del hombre conduzca, inexorablemente, a unos efectos específicos o unas
consecuencias predeterminadas.
Las causas, formas de ejercicio y consecuencias resultantes del poder humano
son muy diversas y varían en función de las capacidades de las personas, de
su voluntad, del contexto en el que actúan, de los fines a los que aspiran, y
naturalmente, de la percepción y valoración que los propios individuos posean
de todos estos factores. Cada uno de estos elementos no sólo condiciona el
ejercicio del poder humano sino que relativiza su estudio. El conocimiento del
poder humano es, por tanto, el conocimiento de los poderes de todos y cada
uno de los hombres y de las condiciones concretas en las que lo ejercen. Es
precisamente esta dimensión contingente y particular del poder humano la que
más obstaculiza la formulación de una teoría general del poder.

Hasta ahora hemos estado considerando un concepto abstracto y genérico del


poder humano. No obstante, en la medida en que el poder de cada persona concreta
depende en cierto modo de sus capacidades (físicas y psicológicas), y teniendo en
cuenta que la experiencia de las capacidades son distintas y desiguales entre las
diversas personas, resulta imprescindible concluir que el ejercicio del poder humano
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4

es diferente y desigual, que permite sustentar unas relaciones sociales caracterizadas


por su diversidad y desigualdad, relaciones sociales que nacen y reproducen el
fenómeno del poder entre los propios seres humanos.

Pero también podemos argumentar en sentido opuesto, afirmando que el poder


social engendra una diversidad y desigualdad de condiciones y capacidades en cada
uno de los individuos, y de este modo contribuye decisivamente a concretar el poder
humano de cada persona.

De esta forma, y a través del juego dialéctico del poder humano, en sus
dimensiones individual y colectiva, se desarrolla también la asociación entre dos
facetas de la realidad humana: la desigualdad y el poder. Ambos elementos
constituyen el anverso y el reverso de una misma realidad, sin que podamos
comprender y explicar al hombre tal y como conocemos de su existencia histórica,
desconectado de las desigualdades y de las actuaciones de poder.

BART LANDHEER ha destacado esta vinculación entre poder y desigualdad de


un modo magistral al escribir:
«… No hay igualdad en la realidad social, sino más bien desigualdad. La
desigualdad es, verdaderamente, la razón de ser de la sociedad.
Si se admite que la sociedad global posee necesariamente una estructura, el
problema de la evolución social aparece bajo un punto de vista diferente. El mundo
que se desarrolla no es igualitario sino, por el contrario, fuertemente diferenciado. Esto
deriva de la desigualdad de capacidad de los grupos sociales, y esta capacidad
desigual es, a fin de cuentas, un fenómeno biológico que es necesario aceptar en la
medida en que escapa enteramente a la voluntad humana.»

Desde luego cualquier pretensión igualitaria se mueve más en el terreno de los


deseos utópicos que en el de las realidades humanas, tal y como se nos presenta
desde diversos campos científicos. Sin embargo, admitir la desigualdad y el poder
entre las sociedades o los individuos como una realidad, no significa negar la común
naturaleza humana y, desde luego, no puede jamás confundirse con una justificación
de la opresión y la injusticia que de ambos fenómenos puede derivarse como uno, y no
el único, de sus posibles efectos.
Tanto la desigualdad como el poder humano permiten no sólo la dominación y
el conflicto sino que también promueven la cooperación y la solidaridad humanas;
fundamentan la vida humana en grupos sociales organizados de modo cada vez más
complejo y avanzado, y fomentan la colaboración social a través de relaciones cada
vez más justas y pacíficas. En una palabra, la desigualdad y el poder permiten el
progreso humano tanto como propician procesos de estancamiento o degradación de
la humanidad. Que en cada momento y circunstancia el hombre, cada uno de
nosotros, utilice sus desiguales capacidades y ejerza sus poderes en una de ambas
direcciones, no puede atribuirse a la naturaleza justa o inicua de la desigualdad o el
poder, sino al grado de conciencia y responsabilidad de cada persona y sociedad.

Hasta aquí nos hemos, referido al concepto de poder humano de un modo


genérico, pero el poder humano encierra diversas formas de poder que debemos
diferenciar. Estas se pueden reconducir básicamente a dos categorías: el poder
material y el poder social.

El poder material podemos precisarlo afirmando . que es el ejercicio del poder


humano sobre el entorno material . que . rodea al hombre, considerado individual o
colectivamente, y en el que éste se desarrolla.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5

La existencia y subsistencia de los hombres y las sociedades descansa en una


constante interacción con el medio natural que le circunda. La necesidad de toda
persona de proveerse de unos recursos materiales (alimentos, vestidos, vivienda, etc.)
le obliga a utilizar sus capacidades productivas (o destructivas) aplicándolas a su
medio ambiente, al que también debe adaptarse en cierta medida, dando origen a una
de las formas más primarias e importantes de manifestación del poder humano.

Debido a la transcendencia vital que posee la interacción entre el poder


material del hombre y el poder natural de su entorno medioambiental, resulta inevitable
que esta dinámica produzca efectos decisivos en el propio contexto social, es decir,
entre las relaciones humanas. Algunas de las manifestaciones más enraizadas de la
desigualdad social, pero también más enraizadas en la conducta humana, se han
desarrollado como consecuencia de las desigualdades de poder material entre los
individuos o las sociedades. La desigualdad del poder material origina relaciones de
desigualdad y de poder en y entre las sociedades.

Esta dimensión social del poder material del hombre se debe a la propia
tendencia societaria de los individuos. Esta sociabilidad humana constituye una de las
pocas limitaciones absolutas que posee. En su origen se encuentran causas de tipo
biológico, por ejemplo, la función reproductora que asegura la supervivencia y
continuidad de la humanidad resultaría imposible fuera de un marco societario; pero
también es debida a causas de carácter psicológico, pues es bien sabido que la
dimensión mental del hombre únicamente puede desarrollarse con plenitud en relación
con su participación en ciertos grupos sociales. La soledad dificulta, cuando no
traumatiza, dos de las facultades más específicamente humanas: al pensamiento y la
comunicación.

La dimensión social del ser humano constituye el sustrato sobre el que se erige
el poder social, que podemos definir como el ejercicio del-poder humano con. objeto de
generar, mantener, alterar o impedir ciertos comportamientos o actuaciones de las
personas tomadas individual o colectivamente. En otras palabras, el ejercicio del poder
humano proyectado en las relaciones internacionales.

La primera consideración que se desprende de esta definición del poder social,


es que esta forma de poder únicamente se da en las relaciones entre los seres
humanos. Debemos diferenciarlo, por tanto, del ejercicio-del poder del hombre sobre
las cosas, o de éstas sobre el hombre, aunque en estos dos supuestos se produzcan
resultados que afectan, más o menos directamente, a las relaciones sociales de poder.

Como veíamos, el poder material del hombre sustenta y condiciona ciertas


relaciones sociales de poder. Sin embargo, semejante supuesto no es identificable
con el poder social. Por ejemplo, el poder del hombre para cultivar la tierra ha dado
origen tanto a la propiedad privada como a la propiedad colectiva de la tierra, e incluso
a la propiedad de unos hombres sobre otros destinados al cultivo y explotación de
ciertas tierras (esclavos, siervos de la gleba, etc.). En definitiva el mismo. poder
material ha fundamentado diversos tipos de relaciones sociales de poder
ostensiblemente diferentes entre sí.

En segundo lugar: en la medida en que el poder social posee como promotores


y destinatarios a las personas, su estudios tiene que realizarse considerándolo como
parte integrante de las relaciones sociales. Atendiendo a esta faceta relacional
podemos afirmar que el poder social no se posee sino que se ejerce. Como lo ha
señalado ARON, al referirse al poder político:
«El poder político no es un absoluto, sino una relación humana.»
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6

Paradójicamente esta es una de las cuestiones más discutidas por la doctrina,


que suele identificar el poder con las capacidades, y no con el ejercicio de
capacidades. Naturalmente, la mayoría de esos mismos autores no tiene ningún
reparo en contradecirse, señalando que no siempre la disponibilidad de ciertas
capacidades termina materializándose en una actuación de poder.

Esta no es una cuestión secundaria y requiere alguna aclaración. Es cierto que


en términos coloquiales se afirma de tal persona o grupo tiene poder porque dispone
de ciertas capacidades (económicas , políticas, jurídicas, etc.), de las que carecen
otros miembros de la sociedad. Sin, embargo, ello sólo no bastaría para que se le
atribuyese un cierto poder social si en alguna ocasión aunque no necesariamente de
modo constante esa persona o grupo no hubiese demostrado prácticamente que
utilizando esas capacidades lograba afectar de algún modo el comportamiento de
otras personas o grupos.

Es lógico, por tanto, que en términos generales se identifique la posesión de


ciertas capacidades, que es una condición necesaria, aunque no suficiente, para el
ejercicio del poder social, con la propia relación de poder. No obstante, este
planteamiento resulta inadecuado cuando nos movemos en el terreno científico, ya
que omite algunos otros elementos fundamentales del poder social cuya importancia
se pone de manifiesto en algunas de las relaciones internacionales que más están
afectando a la sociedad internacional actual, por ejemplo, el poder internacional
alcanzado a partir de la disponibilidad de importantes arsenales nucleares.

Tercero, en función de las observaciones anteriores podemos concluir que el


poder social, como expresión y fundamento de una parcela esencial de las relaciones
sociales, se manifiesta y desarrolla en las tres dimensiones básicas de la vida social,
dando origen a otras tantas formas básicas del poder social y a las que denominamos:
poder. económico, poder político y poder cultural.

Cada una de ellas presenta características particulares y se desarrolla entre


unos agentes o destinatarios sociales distintos. Ello no es obstáculo para que entre
estas formas básicas del poder social existan influencias recíprocas o para que
algunos grupos participen simultáneamente en varias de ellas.

El poder económico podemos definirlo como aquella forma del poder social que
se desarrolla entre los miembros (individuales o colectivos) de un determinado.
Proceso económico en base a su condición de productores, distribuidores o
consumidores.

En cambio, consideramos el poder político como aquel poder social establecido


para organizar la convivencia y garantizar la seguridad e independencia de las
sociedades.

Finalmente, podemos decir que el poder cultural es la forma adquirida por el


poder social en base a la existencia de una comunidad de valores, conocimientos,
ideologías o experiencias entre los miembros de una sociedad.

Cada una de estas manifestaciones del poder social engendra y desarrolla


otras tantas estructuras sociales, en las que se plasman la organización y las
contradicciones imperantes en las relaciones sociales de poder.

En cuarto y último lugar, el poder social fundamenta, y en la mayoría de los


casos se subsume parcialmente, en el poder estatal. Ahora bien, el Estado no sólo
descansa en las relaciones de poder social, sino que también reúne partes
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 7

significativas del poder material de la sociedad al estar asentado sobre un espacio


territorial definido.

Por otro lado, en la medida en que el Estado existe para ordenar e


institucionalizar la convivencia entre los miembros de una sociedad, su columna
vertebral está constituida por el poder político con el que habitualmente se le identifica.
Pero e! Estado también requiere el ejercicio de un cierto poder económico y de un
importante poder cultural, sin cuyo concurso dejaría de poder realizar una parte
importante de sus funciones de cara a la sociedad.

En resumen, el Estado constituye la organización institucional de una parcela


limitada, pero decisiva, de las relaciones de poder de una sociedad. Por esta razón, el
Estado, cada Estado en concreto, es una emanación de la sociedad a la que
pertenece, así como de sus relaciones y estructuras de poder, y por consiguiente, el
estudio del poder estatal sólo es comprensible en el marco general del poder social, y
no a la inversa.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 8

3. Elementos comunes a las diversas formas del poder social.

A pesar de las diversas formas que puede revestir la relación del poder social,
existen una serie de elementos comunes a todas ellas, gracias a las cuales podemos
estudiarlas como expresiones de una misma categoría de poder. Estos elementos son
los siguientes: las capacidades, el vínculo psicológico y la acción.

a) Las capacidades
Como cualquier otra forma de poder, también el poder social requiere una serie
de capacidades como precondición necesaria, aunque no suficiente, para que pueda
ejercerse a través de una relación social. Estas capacidades no deben confundirse con
el propio ejercicio del poder, pero desde luego su estudio facilita la comprensión de las
posibilidades o potencialidades de ejercicio de ese poder que se le ofrecen a los
miembros de una colectividad o a la sociedad misma.

Cuando estas capacidades concurren en unas personas tomadas


individualmente y les facultan para poder ejercer un cierto poder social, las
denominaremos capacidades individuales de poder. En cambio, si las capacidades
son ostentadas por un grupo social las denominaremos capacidades sociales de
poder. Son estas últimas las que analizaremos más detenidamente, ya que afectan
directamente a las relaciones de poder entre los actores internacionales. Estas
capacidades sociales podemos clasificarlas en las siguientes categorías:

1. Capacidades materiales o recursos


Entre ellas podemos mencionar el territorio y su extensión; su configuración
(orográfica, hidrográfica), su situación (continental, peninsular, insular), su
climatología, sus materias primas y recursos minerales y energéticos, etc.

2. Capacidades demográficas
Están integradas por el conjunto de la población de la sociedad o grupo, así
como por sus características estructurales (cantidad, distribución por edades, sexos,
razas o etnias, etc.) y dinámicas (tasas de natalidad y mortalidad, movilidad espacial y
social, etc.).

3. Capacidades organizativas
Formadas por cuantos órganos o instituciones facilitan el establecimiento de un
orden en el grupo o sociedad. Entre ellas destacan: los órganos administrativos,
políticos, económicos; el sistema educativo y científico, las instituciones culturales, el
sistema de leyes y costumbres, etc.

4. Capacidades relacionales
Se basan en los medios que permiten el desarrollo de relaciones entre los
miembros de una sociedad o de ésta con otras sociedades. Podemos mencionar: los
idiomas, los medios de comunicación e información, los medios de transporte, etc.
Desde luego los actores internacionales no tienen que disponer de todas y
cada una de las categorías de capacidades enunciadas, aunque es cierto que con
frecuencia podemos encontrar que un mismo actor internacional coparticipe de varias
de estas capacidades simultáneamente. Sin duda, el caso más paradigmático de este
supuesto lo constituyen los estados, pero también lo podemos encontrar en ciertos
grupos religiosos (Iglesia Católica) y sociales (opinión pública).

Precisamente por que las capacidades constituyen un soporte necesario del


poder social, los autores suelen deducir el poder de una colectividad mediante a l
identificación, cuantificación y valoración de sus capacidades. No obstante resulta
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 9

necesario recordar que los datos sobre las capacidades de una sociedad no avalan la
atribución del poder social que una colectividad ejercerá en un momento determinado.

Además, debemos considerar que en la medida en que la disponibilidad de


ciertas capacidades es un requisito imprescindible para mantener o aumentar el poder
social, estas capacidades no son sólo unos medios, sino también unos objetivos para
las sociedades que intentarán alcanzar recurriendo al uso de su propio poder social.

b) El vínculo psicológico
En toda relación social de poder subsiste siempre una vinculación psicológica,
entre quien ejerce el poder y el destinatario del mismo, que aunque es difícil de captar
y analizar, no puede por ello ser desconocida. En efecto, para que una, persona o
grupo social alcance a ejercer un cierto poder respecto de otras personas o
sociedades, res ulta imprescindible que se desarrolle algún tipo de vínculo psicológico,
gracias al cual los destinatarios del poder social aceptan adecuar sus conductas y
capacidades a las demandas o intereses de quienes lo ostentan y ejercen. Si este
vínculo psicológico no existiera o se quebrase por el rechazo de los destinatarios del
poder, éste terminaría por desvirtuarse total o parcialmente.

Este vínculo psicológico podemos configurarlo a partir de los siguientes


elementos:
- Las imágenes sociales dominantes respecto de la propia sociedad y de las
sociedades con las que se mantienen esas relaciones de poder.
- Las expectativas sobre la correlación medios-fines que inducen al ejercicio del
poder por parte de una sociedad.
- Las diversas formas que puede adquirir la vinculación psicológica.

Para que una sociedad sea capaz de utilizar sus capacidades con objeto de
ejercer un cierto poder respecto de sus miembros o de otras sociedades, exige que
posea algún tipo de imagen o representación sobre sus capacidades y sobre sus
limitaciones, así como de las capacidades y limitaciones de los otros grupos con los
que se relaciona. En una palabra, deberá poseer algún tipo de imágenes valorativas
sobre el ejercicio de su poder y el de las demás sociedades.

La mayor o menor adecuación de estas imágenes sociales a la realidad


condicionará decisivamente las posibilidades del éxito o fracaso en el uso del poder.
La Historia está plagada de ejemplos en los que una sobrevaloración o subestimación
de las capacidades propias o ajenas ha provocado triunfos o fracasos espectaculares
en el ejercicio de poder por parte de una sociedad.

Uno de los elementos que influye en la formación, el reforzamiento o la


modificación de las imágenes valorativas del poder es, sin duda, la experiencia
acumulada históricamente por cada sociedad, sobre los aciertos o errores realizados
en el ejercicio de su propio poder. De este modo, las sociedades humanas van
tejiendo imágenes, más o menos estereotipadas, de las formas y medios que
consideran óptimos o inadecuados para consolidar o acrecentar el uso del poder.

En este terreno, las ciencias históricas aportan unos conocimientos y análisis


insustituibles para comprender la imágenes valorativas del poder que, acertada o
erróneamente, cada sociedad ha forjado y que condiciona sus actuaciones de poder.
Descubrir las tendencias o regularidades históricas sobre las formas y límites en el uso
del poder que las sociedades demuestran constituye un elemento inapreciable,
aunque no definitivo en sí mismo, para poder prever sus líneas futuras de conducta en
las relaciones de poder.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 10

Naturalmente estas imágenes valorativas del poder social guardan una


estrecha relación con el desarrollo de las expectativas que cada sociedad sustentará
sobre el logro de ciertos fines mediante el uso de un cierto poder. Las expectativas
recaen sobre la idoneidad o adecuación de ciertas formas de poder para alcanzar los
objetivos o fines deseados. El juego de las expectativas refuerza o debilita la voluntad
o decisión de una sociedad para disponer, en mayor o menor medida, de sus
capacidades con vistas a ejercer un cierto poder. También contribuyen a aceptar o
rechazar los efectos resultantes del uso del poder social, particularmente cuando se
reputan perjudiciales para la propia sociedad, lo que es muy frecuente en relación con
los conflictos bélicos.

Entre las imágenes valorativas y las expectativas sobre el uso del poder, existe
una sutil pero importante relación por la qué una falsa imagen de las capacidades,
propias o ajenas, puede inducir falsas expectativas sobre el poder adecuado para
lograr determinados objetivos. Semejantes situaciones suelen provocar un efecto de
frustración social que nace de la constatación «a posteriori» de las diferencias entre lo
esperado y lo alcanzado con el poder.

Con frecuencia, esta frustración puede. surgir aun cuando se hayan alcanzado
parcialmente los resultados deseados aunque no en la cuantía o con la intensidad
esperadas. La frustración social provocará una. cierta inseguridad o incerridumbre
colectiva sobre la eficacia o la capacidad de ejercicio del propio poder que la sociedad
había imaginado ser capaz de movilizar.

En resumen, las falsas expectativas sobre el ejercicio del poder y los fines que
pueden ser alcanzados con él, pueden llegar a generar una frustración social, origen
de una apreciable inseguridad colectiva que puede manifestarse a través de una
tendencia a la inhibición social o, por el contrario, hacia manifestaciones de creciente
agresividad social.

La inhibición social proporcionará un repliegue de esa sociedad hacia sí


misma, una tendencia aislacionista, unido a un apreciable debilitamiento de su poder
social más allá de lo que sus capacidades permitirían suponer. Por el contrario, la
agresividad social conducirá a esa sociedad hacia la prepotencia, el abuso en el
ejercicio del poder y la conflictividad, más allá de lo que una prudente y ponderada
estimación de sus capacidades aconsejaría para evitar una reacción contraria a los
intereses de esa sociedad.

En cambio, si las expectativas son correctas, inducidas por unas acertadas


imágenes valorativas de las relaciones de poder, actuarán como factores de estímulo y
reforzamiento de las formas de poder utilizadas en esas relaciones mediante dos
procesos.

En primer lugar y como consecuencia de la satisfacción de sus expectativas y


el logro de los resultados esperados se acentuarán la confianza y autoestima social.
Ello potenciará la seguridad propia y facilitará las relaciones de cooperación. Por otra
parte, la satisfacción de los fines esperados contribuirá al reforzamiento de sus
capacidades y aumentará la credibilidad que las demás sociedades conceden a la
voluntad de ejercicio del poder.

El segundo supuesto consiste en la posibilidad de establecer algún tipo de


jerarquía universal de prioridades sobre los fines deseados por las sociedades
admitiendo, lo que resulta más difícil, que es posible cuantificar o determinar de algún
modo la relación comparativa entre las capacidades utilizadas para el ejercicio del
poder y los resultados alcanzados. Habitualmente las expectativas se configuran en
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 11

base a unas correlaciones, más o menos precisas, sobre la relación medios-fines


antes que sobre la correlación costes-beneficios o beneficios-perjuicios.

Finalmente, el panorama de las funciones desempeñadas por las expectativas


en relación con el poder se completa considerando las imágenes valorativas que una
sociedad posee sobre las expectativas de aquellas otras sociedades con las que se
relaciona. Un supuesto teórico de estas influencias entre expectativas propias e
imágenes de las expectativas ajenas lo encontramos en la disuasión nuclear. Es la
conocida hipótesis en la que el temor de una superpotencia a que su rival estuviese
considerando un ataque nuclear (masivo o limitado) por sorpresa, le podría inducir a
anticiparse, en función de sus expectativas sobre el comportamiento del adversario,
lanzando su primer «golpe» nuclear, que podría convertirse en el desencadenante de
una guerra nuclear total promovida, precisamente, por quien temía ser agredido.

Entre los diversos métodos y fuentes disponibles para un conocimiento


riguroso de estos aspectos psicológicos del poder podemos mencionar, además de los
estudios históricos, el análisis de las declaraciones (orales o escritas) de los
representantes oficiales o los líderes de opinión, las encuestas y sondeos, las
informaciones aparecidas en los principales medios de comunicación de masas, etc.
Una consideración global de varias de estas fuentes permiten alcanzar una versión
fiable de las imágenes y expectativas que una sociedad posee de sí misma y de las
demás.

Junto a las imágenes valorativas dominantes y las expectativas sociales sobre


el uso del poder, debemos considerar también las diversas formas que puede adquirir
la vinculación psicológica. Estas formas descansan en dos poderosos impulsos o
motivaciones del comportamiento humano que son: la convicción y el miedo. Ambas
motivaciones, que no son excluyentes entre sí, dan origen a las dos formas básicas de
relación psicológica que sustentan el ejercicio del poder: la persuasión y la amenaza.

La persuasión confiere legitimidad al poder social, dotándole de una notable


eficacia y estabilidad que nacen de la comunidad de intereses, valores o convicciones,
entre quienes ostentan el poder y sus destinatarios. De esta forma reduce la
necesidad de las sanciones y el recurso a la fuerza a supuestos excepcionales de las
relaciones sociales.

No obstante, la persuasión presenta una dificultad intrínseca para garantizar


una relación social de poder. Ello se debe a la necesidad de que exista una comunidad
de intereses, valores o convicciones entre los sujetos que participan en la relación de
poder. Esta comunidad de intereses ' entre quienes mandan y quienes obedecen, nace
y debe ser constantemente estimulada por medio de efectivos procesos de
comunicación social. La existencia y control de los principales instrumentos o canales
de esa comunicación social, especialmente de los diversos medios de información de
masas, se convierte en una de las garantías del uso del poder social mediante la
persuasión.

En el otro extremo del espectro de las formas de vinculación psicológica figura


la amenaza o coacción psíquica. Su fundamento es el miedo, que es un sentimiento
universal que transciende las barreras raciales, lingüísticas, económicas o nacionales.
Ello significa que la amenaza no presenta los condicionamientos de la persuasión a la
hora de sustentar una relación social de poder.

Sin embargo, para que la amenaza garantice el ejercicio del poder social debe
cumplir dos condiciones: la credibilidad y la efectividad. La credibilidad está asociada a
la disposición de los medios materiales y/o sociales susceptibles de imponer, llegado
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 12

el caso, la sanción temida. En último extremo exige el recurso a la fuerza o la violencia


como medio extremo de ocasiona los daños objeto de la amenaza.

Pero la amenaza requiere también ser conocida, es decir debe, ser


comunicada por los que ejercen el poder a quienes se someten a él. Ello nos conduce,
de nuevo, al papel central de los medios de comunicación social como instrumento de
propagación de una amenaza sobre la que es posible cimentar una relación de poder.

La efectividad de la amenaza está íntimamente unida a su credibilidad, de tal


manera que surge una mutua influencia. Una amenaza creíble será efectiva aun
cuando sólo de forma ocasional requiera la ejecución de las sanciones o perjuicios
previstos. Por el contrario, la sistemática falta de aplicación de los daños con los que
se amenaza, bien sea por carencia de capacidad o por ausencia de voluntad, en
aquelIos supuestos en los que existe una resistencia, abierta o encubierta, al ejercicio
del poder, terminará por minar la credibilidad de la amenaza, haciendo peligrar la
relación psicológica sobre la que descansaba el ejercicio del poder social.

Conviene, no obstante, subrayar que la efectividad de la amenaza depende en


buena medida de que el miedo o temor a las sanciones (daños materiales y/o
morales, pérdida de beneficios esperados) por quienes obedecen no sea vencido o
superado, lo que es posible precisamente por la naturaleza subjetiva de este
sentimiento. En efecto, la existencia de unos medios de sanción, incluso la ejecución
real de tales sanciones, y el conocimiento de la amenaza no son una garantía absoluta
para la existencia de una obediencia por los destinatarios del poder. En ocasiones,
aunque no de un modo habitual, éstos pueden resistirse o rebelarse frente a los que
les mandan, asumiendo el riesgo o la certeza de los más graves perjuicios. Llegados a
este punto, las amenazas pierden toda su efectividad y la relación de poder cimentada
sobre ellas queda reducida o anulada.

En la compleja realidad de las relaciones sociales rara vez descubrimos alguna


de estas formas de vinculación psicológica (persuasión o amenaza) en su expresión
pura o ideal, es decir, tal y como las hemos descrito. Lo más frecuente es que el poder
social descanse en vínculos psicológicos complejos, en los que se combinan, en
distinto grado, la convicción y el miedo, la persuasión y la amenaza. Esta simbiosis de
vínculos psicológicos da origen a una de las formas más habituales sobre las que se
desarrolla la relación de poder, la disuasión o amenaza persuasiva.

Aunque el término disuasión suele referirse a la disuasión nuclear o militar,


resulta oportuno dejar bien sentado que este término afecta a una amplia gama de
fenómenos y relaciones mucho más extensa y cotidiana, aunque no por ello más
importante, que la disuasión mantenida entre las dos superpotencias en función de los
arsenales nucleares disponibles. HOLSTI afirma que:
«La noción de intentar influir en otros mediante amenazas de sanciones es tan
antigua como la diplomacia».

Planteamiento similar al que realiza JERVIS cuando escribe:


«Un actor disuade a otro convenciéndole de que el valor esperado de una
determinada acción es compensado por el castigo esperado. Este último está
compuesto de dos elementos: el coste percibido de los castigos que el actor puede
inflingir y las probabilidades percibidas de que los inflingirá».

La disuasión como sustrato psicológico de una relación de poder conjuga tres


elementos importantes. En primer lugar, una oposición de valores y percepciones que
se plasma en actitudes antagónicas . entre quien ejerce . el poder y quien se somete a
él.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 13

La disuasión requiere también la existencia de una amenaza de sanciones o


daños, gracias a la cual se teme la ruptura de la relación de poder.

Por último, la disuasión exige la convicción, compartida entre todos los


miembros de la relación de poder, de que dicha relación debe mantenerse y de que los
cambios que en ella se produzcan deberán alcanzarse prioritariamente a través de
métodos negociados, antes que por procesos de ruptura o conflicto.

Las distintas dimensiones psicológicas de la relación de poder constituyen una


parte esencial de su ejercicio. El propio MORGENTHAU reconoce la importancia de
este vínculo psicológico cuando refiriéndose al poder político afirma:
«El poder político es una relación sicológica entre aquellas que lo ejercen y
aquéllos sobre los cuales es ejercido. El da a los primeros el dominio sobre ciertos
actos de los segundos a través de la influencia que los primeros ejercen sobre la
mente de los segundos. La influencia proviene de tres fuentes: la espera de beneficios,
el temor a circunstancias adversas y el. respeto o aprecio por hombres e
instituciones».

c) La acción
El tercer elemento común a las distintas formas del poder social lo, constituye
la acción, pues sin ella resulta imposible que pueda surgir o. desarrollarse cualquier
tipo de relación social, incluidas las de poder. Por importantes y necesarias que sean
las capacidades disponibles y los vínculos psicológicos entre quienes mandan y
quienes obedecen, no podríamos hablar con propiedad de la existencia del poder
social si aquéllos no lograsen generar, alterar o impedir ciertas actuaciones de estos
últimos.

El poder humano, es decir, el poder de cada persona individual, se transforma


en poder social en la medida en que transciende la propia y limitada esfera personal
para proyectarse y condicionar a otros seres humanos en sus decisiones y en sus
actos. Desde esta óptica, se puede decir que el poder social se configura como
expresión de las relaciones de poder individuales.

El carácter necesario y sustantivo de las acciones interindividuales, como parte


del poder social, nos ayudan a comprender la dimensión de relaciones sociales
básicas que en toda colectividad poseen las manifestaciones del poder, y constituye
una de las razones por la que todo estudio de la estructura y dinámica social conduce
necesariamente a enfrentarse con los fenómenos y relaciones de poder.

Los actos de poder obligan, a una utilización de las capacidades, a un proceso


de movilización por el que los medios disponibles se orientan hacia un específico
ejercicio del poder social. En este proceso de movilización o transformación de las
capacidades sociales en actuaciones de poder se experimentan siempre unas
pérdidas por resistencias sociales que deben ser conocidas en cada caso.

Las pérdidas de capacidad por resistencias sociales obedecen a múltiples


orígenes. El principal de ellos es la existencia de diferencias o contradicciones entre
quienes mandan y quienes obedecen, bien sea respecto de los objetivos que se
desean alcanzar o los medios más idóneos para alcanzarlos. Además, las pérdidas
pueden producirse por disfunciones organizativas, informativas, de decisión, etc.

Existen otro tipo de pérdidas de las capacidades utilizadas en el ejercicio del


poder que podemos denominar pérdidas por dispersión del poder. La causa de estas
pérdidas se debe a la necesidad de alcanzar los fines o necesidades a través de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 14

múltiples actos de poder. En tales condiciones, las sociedades no pueden nunca


movilizar la totalidad de sus capacidades para un solo fin y a través de un único acto
de poder. Esta es una de las dificultades mayores para poder determinar, a partir de
unas capacidades determinadas, el poder que será ejercido efectivamente por una
sociedad en un momento concreto y para un fin específico.

El poder social puede ejercerse mediante actos unilaterales o a través de una


relación social. En este último caso, debemos considerar las actuaciones de poder de
todos los actores sociales que participan de esa relación. En otras palabras, una
relación de poder social se articula como la resultante dialéctica de las dinámicas de
poder de sus actores sociales.

En términos generales, los actos de poder social dan origen a tres formas de
relación: la cooperación, el conflicto y la asociación. Las tres nacen del poder social,
pero existen notables diferencias entre ellas. Es importante subrayar, en contra de una
creencia muy generalizada, que el ejercicio del poder social no conduce siempre a una
relación de conflicto, y mucho menos a una situación de conflicto violento. Las
relaciones de cooperación o asociación son también posibles gracias a la existencia
de distintos grupos capaces de ejercer su poder con el fin de colaborar o asociarse
con otras colectividades.

4. Los ámbitos de ejercicio del poder social.

El poder de una sociedad puede ejercerse, y habitualmente se ejerce, en dos


contextos diferentes: el nacional o el internacional. La existencia de diferencias en
cuanto a las causas, formas y efectos del ejercicio del poder social, en cada una de
estas esferas, no permite presumir una desconexión entre ellas. Ni tan siquiera cuando
abordamos el estudio de esa parte del poder social constituida por el poder del Estado.

Entre estos dos ámbitos de ejercicio del poder social existen recíprocas
influencias y condicionamientos. En efecto, el poder ejercido en el seno de una
sociedad constituye la base indispensable para que pueda organizar y movilizar sus
capacidades en orden a ejecutar sus actos de poder respecto de otras sociedades, es
decir, para proyectar su poder en el contexto internacional. De modo semejante, la
evolución en las relaciones internacionales de poder provocará modificaciones en los
medios y actos de poder, desarrollados en el ámbito interno (nacional) de esa
sociedad.

Las sociedades, al igual que los individuos, han ido transcendiendo


históricamente sus localismos y su aislamiento. En la medida en que han evolucionado
y se han intensificado las relaciones entre las distintas sociedades, el ámbito
internacional de ejercicio del poder social ha experimentado una progresiva
ampliación, aumentando su importancia e influencia sobre el ámbito nacional. Esta es
una de las razones por las que cada vez resulta más difícil disociar la política exterior y
la política interior de los Estados.

De las ideas precedentes cabe deducir el concepto de poder internacional,


entendiéndolo como la expresión del poder social interno, el de cada grupo o
sociedad, en un marco social exterior y diferenciado, que es la sociedad internacional.

Desde luego, las relaciones de poder en el ámbito internacional (poder


internacional) presentan diferencias de las que se desarrollan en el ámbito nacional,
pero ello se debe fundamentalmente a los condicionamientos y particularidades que
existen de elementos sustancialmente diferenciables entre los procesos de poder
desarrollados en los dos ámbitos señalados.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 15

5. Elementos característicos del poder internacional.

La proyección del poder social en el contexto internacional (poder


internacional), nos muestra varios elementos característicos:

1. Es un poder directa y fundamentalmente ejercido por grupos sociales


Las relaciones de poder en el mundo internacional nacen de, y se desarrollan
entre, grupos humanos y/o sociedades que constituyen directamente los auténticos
protagonistas de la sociedad internacional.

Para que un grupo humano, que por el simple hecho de serlo manifiesta unas
relaciones de poder entre sus propios miembros, sea capaz de ejercer un cierto
protagonismo en las relaciones internacionales, es imprescindible el cumplimiento de
dos condiciones.

Primero, que posea una mínima autonomía para proyectar su poder hacia el
exterior, hacia el campo de las fenómenos internacionales. En segundo término, que
ejerza su poder a través de relaciones internacionales significativas para el conjunto
de la sociedad internacional.

La autonomía de poder hacia el exterior que ostenta una sociedad existe desde
el momento mismo en que es capaz de ejercer un cierto poder social de un modo
directo y sin mediación en alguna parcela de las relaciones internacionales.

Por el contrario, cuando un grupo humano se encuentra mediatizado por otros


grupos sociales en el ejercicio de su poder en todos los campos de sus actuación
exterior, dicha colectividad carece de autonomía, y por consiguiente no puede
convertirse en un actor con poder internacional.

También habrá que tener presente que aun cuando un grupo pueda ejercer de
modo autónomo su poder en el exterior, si las actuaciones que realiza o las relaciones
en las que participa resultan irrelevantes para la estructuración y dinámica de la
sociedad internacional, nos permitirá . excluirlo del análisis.

En línea con lo apuntado, la consideración de los individuos, al margen de los


grupos en los que participan, carece de importancia para el estudio de las relaciones
del poder internacional. No obstante, este aspecto del problema sigue siendo objeto de
profundos, y todavía no zanjados, debates doctrinales.

Esta dimensión social del ejercicio del poder internacional fue ya destacada por
QUINCY WRIGHT, cuando definió las relaciones internacionales como:
«Las relaciones entre grupos poderosos».

2. Es un poder descentralizado
Si consideramos los innumerables grupos que gozan de autonomía suficiente
para ejercer un cierto grado de poder internacional, comprenderemos una de las
causas por las que este poder se encuentra fuertemente descentralizado o disperso.

Al carecerse internacionalmente de centros únicos, o unificados, para el


ejercicio del poder, la sociedad internacional experimenta una complejidad mayor que
otras formas más simples de agrupación social, y en consecuencia, resulta mucho
más difícil la adopción de pautas de comportamiento que gocen de una aceptación o
rechazo universal. Esta mayor complejidad de las relaciones de poder en el mundo
internacional provoca unas trabas y/o distorsiones que dificultan la «estandarización»
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 16

de las conductas de los actores internacionales, y su plasmación en normas o


instituciones que unifiquen las formas y limites del ejercicio del poder internacional.

Muchos autores han creído encontrar en esta descentralización del poder la


causa de la anarquía imperante en el contexto internacional. Nada más lejos de la
realidad. La existencia de unas relaciones de poder internacionales genera un orden
jerárquico entre los miembros de la sociedad internacional.

Paralelamente podemos comprobar que la dispersión del poder nos evidencia


la tendencia hacia una mayor participación. En efecto, cuanto más descentralizado
está el poder en una sociedad mayor es también su carácter participativo, y también
resulta mucho más compleja su organización normativa e institucional.

La evolución histórica de las sociedades internacionales muestra una tendencia


recurrente entre las formas centralistas y dispersas de organización de las relaciones
del poder internacional. En las épocas en que han dominado unas estructuras de
poder fuertemente centralizadas, por ejemplo, en el contexto de los grandes imperios
coloniales, la sociedad internacional ha logrado implantar fórmulas e instituciones
(jurídicas, económicas, ideológicas, etc.) ampliamente generalizadas y
extraordinariamente eficaces. Sin embargo, el precio de esta eficacia y de este
centralismo ha sido el de mantener una sociedad escasamente participativa y
democrática. Resulta interesante contrastar esta situación con la emanada del proceso
de descolonización iniciado a fines del siglo XVII.

Conviene destacar que el aspecto participativo de la sociedad internacional, en


tanto que una consecuencia derivada del mayor o menor grado de descentralización
del poder entre sus miembros, no coincide totalmente con la idea de interdependencia.
Ciertamente el grado de interdependencia entre los actores internacionales ha
experimentado en los últimos siglos una notable acentuación, pero todavía se
encuentra muy lejos del que impera en el seno de los propios actores internacionales.
Por ejemplo, existe mucha más interdependencia entre los miembros de un estado o
una empresa multinacional que entre distintos estados o empresas multinacionales.

3. Es un poder fuertemente inestable


El ejercicio del poder internacional contiene, intrínsecamente, un alto grado de
inestabilidad. La inestabilidad se manifiesta en la dificultad, o incapacidad para
mantener inalteradas ciertas relaciones de poder a lo largo del tiempo.

Esta inestabilidad deriva de dos causas fundamentales. En primer lugar, del


alto grado de descentralización del poder internacional. En segundo término, es una
consecuencia del carácter grupal de los actores internacionales, ya que toda crisis o
alteración significativa de las relaciones internas de poder en uno o varios actores
terminarán por afectar sus actos internacionales de poder, y con ellos la propia
estabilidad de las relaciones internacionales en las que participan.

El conjunto de las características apuntadas confieren al ejercicio del poder


internacional unas diferencias que deben ser estudiadas detenidamente, con vistas a
descubrir y precisar las regularidades que existen en las relaciones internacionales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

Capítulo 3
La sociedad internacional
1. El concepto de sociedad internacional

Al explicar el concepto de relaciones internacionales, apuntábamos ya que uno


de sus elementos diferenciadores lo constituía su relevancia para la sociedad
internacional. Más adelante, señalábamos también que esas relaciones, en cuanto
traducían unas relaciones sociales de poder, se desarrollaban en un contexto distinto
del que imperaba en el seno de los grupos que gozaban de un protagonismo
internacional. Llegados a este punto, se impone una reflexión en torno a ¿qué
entendemos por sociedad internacional?

Cuando la doctrina ha intentado dar respuesta a la interrogante que hemos


formulado ha seguido tres orientaciones principales. Algunos autores simplemente han
considerado inadecuado o imposible dar una definición de la sociedad internacional,
limitándose al estudio de sus miembros y la evolución de las relaciones sostenidas
entre ellos.

Un segundo grupo de teóricos, en cambio, ha procedido a la especificación de


aquellos rasgos o elementos considerados como característicos de la sociedad
internacional por contraposición a los de otros grupos sociales. Desde esta
perspectiva, la interrogante que se intenta responder es la de ¿cómo es la sociedad
internacional?, siendo irrelevante, desde la óptica de estos autores, la formulación o no
de un concepto teórico de la misma.

Finalmente, existe una corriente doctrinal creciente, que estima, no sólo posible
sino incluso necesario, proceder a una definición del término «sociedad internacional»,
a partir de la cual pueda abordarse mejor el estudio de los fenómenos y relaciones que
se desarrollan en su seno. Esta posición no excluye, en absoluto, la posibilidad de
destacar los rasgos propios de esta sociedad.

Participando plenamente de las tesis sostenidas por esta última corriente


doctrinal, entendemos por sociedad internacional aquella sociedad global
(macrosociedad) que comprende a los grupos con un poder social autónomo, entre los
que destacan los estados, que mantienen entre sí unas relaciones reciprocas,
intensas, duraderas y desiguales Sobre las que .se asienta un cierto orden común.

Tomando en consideración este concepto de sociedad internacional podemos


deducir varias reflexiones:
a) La sociedad internacional es una sociedad global de referencia
Efectivamente, la sociedad internacional constituye un marco social de
referencia, un todo social en el que se hallan insertos todos los demás grupos
sociales, sea cual sea su grado de evolución y poder. La sociedad internacional
constituye, por tanto, una sociedad de sociedades, o macrosociedad, en cuyo seno
surgen y se desenvuelven los grupos humanos, desde la familia hasta las
organizaciones intergubernamentales, pasando por los estados.

b) La sociedad internacional es distinta de la sociedad interestatal


La existencia de los estados como actores privilegiados del mundo
internacional no basta para identificar los conceptos de sociedad internacional y
sociedad interestatal.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2

Junto a los estados siempre han existido otros grupos sociales cuya autonomía
de poder les ha permitido participar activamente en el complejo entramado de las
relaciones internacionales.
En determinadas sociedades internacionales, la base interestatal ha sido
suficientemente importante para poder comprender y explicar su configuración y
dinámica esenciales. Esto es particularmente cierto respecto de la esfera jurídica. Sin
embargo, nunca ha bastado para alcanzar una comprensión totalizadora de la realidad
internacional. Como afirma Truyol: «… esencialmente, pues, la sociedad internacional
es fina sociedad de comunidades humanas con poder de autodeterminación, de entes
colectivos autónomos».

c) La sociedad internacional requiere una dimensión relacional


No cabe considerar la existencia de una sociedad internacional, en su sentido
estricto, si sus miembros no mantienen unas relaciones mutuas intensas y perdurables
en el tiempo. La mera existencia de unas actuaciones esporádicas y ocasionales, no
basta para considerar la existencia de una sociedad internacional.
Por ejemplo, la consideración de una sociedad internacional, de la que forman
parte el continente americano o los imperios del Extremo Oriente, es impensable con
anterioridad a la etapa de las colonizaciones, en los primeros siglos de la Edad
Moderna, aunque existen datos históricos que demuestran contactos ocasionales en
siglos anteriores.
Por otro lado, los límites espaciales y funcionales de cada sociedad
internacional a lo largo de la Historia, vienen determinados por la duración e intensidad
de las relaciones entre los grupos con un protagonismo internacional, constituyendo la
raíz última del fenómeno de la interdependencia que tanto se predica de la sociedad
internacional de nuestros días.

d) La sociedad internacional goza de un orden común


La existencia de un orden internacional común es una consecuencia directa de
la dimensión societaria del mundo internacional. Sus protagonistas, desde el momento
mismo en que participan de la vida internacional, comparten y contribuyen a la
existencia de ese orden social internacional, incluso cuando aspiran a modificarlo
pacífica o violentamente.
En efecto, en radical oposición con la tesis de la anarquía de la sociedad
internacional, sostenemos la idea de que sin una cierta ordenación de los miembros y
relaciones internacionales, es decir, en un contexto de caos social, no podría existir la
sociedad internacional, ni podría sostenerse, con rigor, una concepción doctrinal
basada en este principio.
Una parte sustancial de los debates, en torno a esta cuestión, derivan de una
larga tradición filosófico-política que se remonta a autores como Maquiavelo o Hobbes.
A ello han venido a sumarse las confusiones entre quienes identifican la existencia de
un orden internacional con el carácter igualitario y pacífico del mismo, o al menos con
la existencia de un orden jurídico internacional.
El orden internacional puede emanar, y con frecuencia es así, de la simple
correlación de fuerzas y poderes entre los actores internacionales. Esta es una forma
de ordenación de la realidad internacional impuesta y cimentada en la dominación,
pero no por ello dejará de ser un tipo de orden internacional empíricamente
demostrable y analíticamente cognoscible.
Por ejemplo, el colonialismo fue un tipo de orden internacional, común a las
metrópolis y a las colonias, emanado directamente del poder de las primeras sobre las
segundas y legalizado a través de ideologías, instituciones y normas jurídicas
internacionales.
De cualquier modo, la existencia de la sociedad internacional va siempre unida
a la vigencia de algún tipo de ordenación común a todos sus miembros y a las
relaciones mantenidas entre ellos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3

2. Elementos fundamentales de la estructura internacional

Todo grupo humano presenta algún tipo de estructura interna que, por
pertenecer a una colectividad social, podemos calificarla de estructura .social. Esta
estructura social se puede definir, siguiendo a MEDINA, como «la trama de posiciones
e interrelaciones mutuas, mediante las cuales se puede explicar la interdependencia
de las partes que componen la sociedad». Naturalmente, la sociedad internacional
presenta también una estructura social propia y característica a la que denominaremos
estructura internacional.

La estructura internacional contiene una serie de elementos fundamentales,


mediante las cuales es posible conocer y explicar su configuración y evolución, a
través de los distintos momentos históricos. Estos elementos de la estructura
internacional son los siguientes:
1. La extensión espacial.
2. La diversificación estructural.
3. La estratificación jerárquica.
4. La polarización.
5. El grado de homogeneidad o heterogeneidad.
6. El grado de institucionalización.

Naturalmente, cada uno de estos elementos estructurales se configura de un


modo diferente en cada sociedad internacional concreta. No podemos confundirlos,
por tanto, con los que apreciamos en la sociedad mundial de nuestros días. Nuestra
propuesta teórica pretende ser más general y abstracta, para dar cabida, también, a
las realidades internacionales históricamente trascendidas. Pasemos revista, pues, a
cada uno de estos elementos básicos de la estructura internacional.

1. La extensión espacial
La sociedad internacional es una sociedad territorial. No resulta extraño, pues,
que uno de los primeros elementos estructurales que debamos analizar en cada
sociedad internacional sea, precisamente, el marco espacial en el que dicha sociedad
se encuentra asentada.

Por otra parte, el principal actor internacional, el Estado, se ha desarrollado


también a través de un proceso de creciente sedentarización, estimulado por motivos
políticos, económicos y culturales, contribuyendo poderosamente al aumento de la
influencia espacial en la vida internacional.

Como consecuencia de lo anterior, la sociedad internacional experimenta


transformaciones sustanciales en su estructura y dinamismo, cada vez que su
extensión espacial se ve alterada, o cuando alguno de sus principales miembros
estatales ha experimentado cambios significativos en sus límites fronterizos.

Podemos observar, por ejemplo, que las sociedades internacionales de la


Antigüedad o de la Edad Media gozaban de una limitada extensión espacial que, unido
a significativos niveles de centralización política y de autarquía económica, permitían
sustentar una visión de la realidad internacional restringida a un escasísimo número de
miembros. Se desconocía la existencia de otras comunidades internacionales, como
por ejemplo los grandes imperios de la América precolombina, o cuando se tenía
conocimiento de su existencia, los contactos eran ocasionales e indirectos. Ello
contribuía a sustentar una imagen de tales sociedades internacionales marginal y
distorsionada, considerándolas, con frecuencia, como civilizaciones inferiores y
primitivas. Las concepciones del mar Mediterráneo, como «Mare Nostrum», y de las
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4

fronteras del Imperio Romano, como zona de protección frente a posibles invasiones
de los pueblos «bárbaros» (extranjeros), al igual que la imagen plana del mundo, que
durante tantos siglos gravitaron en la configuración de los sistemas internacionales
eurocéntricos, nos exime de mayores comentarios.

Desde esas épocas hasta nuestros días, las sucesivas sociedades


internacionales han experimentado notables cambios en sus estructuras, a medida
que se operaban constantes ampliaciones en su marco territorial, hasta alcanzar las
dimensiones de una sociedad internacional auténticamente planetaria.

Este proceso de constante expansión geográfica de la sociedad internacional


ocasionó conflictos y mutaciones en los actores internacionales, así como en las
relaciones de poder entre ellos. Unos y otras se generaron ante los inevitables
procesos de ajuste, resultantes de la imbricación de sociedades internacionales y/o
comunidades políticas, con distinto grado de evolución económica, política y cultural, y
que hasta entonces habían permanecido desconectadas entre sí.

Algunas de estas mutaciones han sido tan profundas y radicales que


contribuyeron decisivamente a la desintegración de comunidades internacionales
multiseculares y a la emergencia de otras nuevas. En este sentido, se puede afirmar
que la expansión ultramarina, tanto hacia Oriente como hacia Occidente, acaecida
durante los siglos XV-XVI-XVII y XVIII, dejó sentir sus efectos no sólo en Europa sino
también en América y Asia. Sus consecuencias para la vida internacional fueron tan
intensas y perturbadoras, que tal vez sólo sean paragonables con las ocasionadas por
la descolonización de los siglos XVIII-XIX y XX.

Al mismo tiempo, estos procesos de colonización y descolonización condujeron


a constantes reordenaciones políticas que propiciaron la coexistencia internacional de
estados con un poder y presencia activa intercontinental, con otros cuya capacidad de
intervención en los asuntos internacionales quedaba restringida a la parcela
geopolítica del continente o región en la que estaban situados. En otras palabras,
ambos procesos influyeron en la formación y dinámica tanto de las potencias
mundiales como de las potencias continentales o regionales.

La sociedad internacional, una vez ha alcanzado dimensiones planetarias, se


encuentra enfrentada en nuestros días con una problemática nueva y difícil: la
limitación objetiva de su dimensión espacial. Este nuevo reto que durante largo tiempo
estará presente, mientras otros factores, especialmente la tecnología, no permitan
atenuarlo o modificarlo, presionará en favor de una reordenación de las estructuras
internacionales e internas de sus principales actores, los estados, con objeto de
ajustar las demandas y necesidades de sus pueblos a la escasez de recursos
disponibles en nuestro planeta.

Es imaginable que en él futuro ciertos cambios tecnológicos, demográficos,


económicos, etc. permitan la creación o explotación de recursos (alimenticios,
energéticos, minerales) no utilizados hasta el momento, como, por ejemplo, la energía
nuclear por fusión. También cabe suponer una ampliación, para ciertos fines, del
espacio extraatmosférico. Sin embargo, mientras estos cambios no se produzcan con
la suficiente envergadura, la humanidad seguirá encarando el reto de compartir
necesariamente un limitado espacio común, y tendrá que asumir las tensiones y
conflictos que de ello se deriven.

Fenómenos como los del expolio y agotamiento de las riquezas naturales, el


crecimiento exponencial de la población, el deterioro ambiental ocasionado por la
contaminación terrestre, aérea y acuífera; la creciente nuclearización (civil o militar) de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5

los espacios, la utilización del espacio ultraterrestre, con fines pacíficos o bélicos, y un
sinnúmero de problemas, tan acuciantes y graves como los enunciados, está
obligando, de forma lenta pero irreversible, a una reestructuración de la sociedad
mundial.

2. La diversificación estructural
En la estructura de la sociedad internacional, como en la de todas las grandes
sociedades, se pueden apreciar tres subestructuras o estructuras parciales diversas
entre sí, pero de cuya correlación mutua surge la configuración del orden internacional
imperante. Cada una de estas subestructuras se corresponde con una de las áreas
imprescindibles para la existencia de la sociedad n i ternacional en su conjunto. Al
mismo tiempo, sus vínculos mutuos nacen de la existencia de actores internacionales
que participan, simultáneamente, en varias de estas áreas. No obstante, y a efectos
teóricos, convendrá diferenciarlas entre sí para comprender mejor los actores
relevantes en cada una de ellas y la naturaleza de sus relaciones fundamentales.

La primera de ellas está formada por la subestructura económica. En ella nos


encontraremos con la base material y productiva indispensable para la existencia de
los grupos humanos que integran la sociedad internacional. Incluimos, dentro de la
subestructura económica, tanto los factores y fuerzas de producción como el conjunto
de relaciones internacionales íntimamente asociadas al proceso económico en su
conjunto (producción, comercio y consumo).

La segunda estructura parcial que debemos considerar en toda sociedad


internacional es la político-militar. Está compuesta por las comunidades políticas y
organismos internacionales, así como por las relaciones de autoridad y/o dominación
que mantienen entre sí en virtud de normas jurídicas o mediante el ejercicio de) poder
militar, y en último extremo, a través del recurso a la guerra.

La tercera subestructura con significación internacional es la cultural-


ideológica, o simplemente cultural. Está formada por los actores y relaciones
internacionales desarrollados a partir de la existencia de conocimientos, valores o
ideologías comunes a distintas sociedades humanas y de los procesos de
comunicación que de ello se derivan.

Resulta imprescindible señalar que la subestructura cultural desempeña una


función de mediación entre las otras dos subestructuras al trasladar al plano político
las realidades económicas, y viceversa, a través de la actuación de ciertos grupos
encargados de generar, sustentar y difundir los aspectos fundamentales de cada
cultura. Esta función mediadora, que es característica de la subestructura cultural,
condiciona también el protagonismo de cada actor internacional al influir directamente
sobre las imágenes y expectativas que posee de sí mismo y del mundo internacional
que le rodea.

La división tripartita de la estructura internacional que hemos expuesto ha sido


estudiada por B0RNSCHIER y se aparta del tradicional dualismo de las estructuras
sociales, defendido, entre otros, por MARX y ENGELS, y que ha sido incorporado al
ámbito jurídico internacional por autores como LANDHEER, para quien existe una
clara distinción entre la estructura funcional y la estructura formal. A la primera la
define como «… la división del trabaja social en un momento determinado»; en
cambio, la segunda la explica en los siguientes términos: «… En la idea que el grupo
se hace de sí mismo, están todas sus aspiraciones, sus estados de tensión, la
proyección de sus esperanzas, su voluntad de continuidad y de organización, y esta
figura de sí mismo se refleja en lo que denominamos estructura formal del grupo: su
tipo de cultura, sus principios morales y jurídicos, su ideología, etc.».
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6

Naturalmente, cada una de las estructuras parciales referidas está conformada


de un modo particular, pues junto a los actores y relaciones comunes a varias de ellas
existen otros que son exclusivos de cada subestructura. Sus respectivas evoluciones
siguen ciclos o ritmos de distinta intensidad y duración, provocando tensiones,
desajustes y crisis, tanto entre los grupos que las capitalizan como en el conjunto de la
sociedad internacional.

En este contexto, resulta significativo comprobar que el Estado es el único tipo


de sociedad que ha gozado históricamente de una capacidad de actuación efectiva en
las tres subestructuras. En base a ello, el Estado se convierte en el principal
protagonista de la vida internacional, y también en el centro de convergencia, en la
expresión más clara, de las fuerzas y tensiones que dominan la estructura
internacional total.

Si nos trasladamos a la sociedad mundial de nuestros días, la diversidad


estructural se nos muestra de forma incuestionable. En el plano de la economía,
observamos la existencia de un orden internacional esencialmente capitalista que
contrasta con la diversidad de sistemas económicos nacionales. Al mismo tiempo, la
economía internacional se encuentra ya directamente afectada por la intervención,
junto a las economías nacionales, de grupos y organismos transnacionales, cuyo
poder económico es cada día mayor. Todo ello se enmarca en un esquema de
relaciones económicas internacionales, denominadas frecuentemente relaciones
Norte-Sur, caracterizadas por la creciente desigualdad en beneficio de un reducido
número de actores que dominan el sistema, y en detrimento de la inmensa mayoría de
la humanidad.

Por su parte, la subestructura política mundial agrupa en su seno a un


significativo número de estados independientes, surgidos en su mayoría de la
descolonización, que sin embargo se han encontrado sometidos a una rígida dualidad
de bloques, impuesta por las dos superpotencias a través de su permanente amenaza
nuclear, y que costosamente intenta flexibilizarse mediante la actuación de organismos
intergubernamentales de carácter universal, como la ONU, o de alcance regional,
como el Consejo de Europa, la OUA, la OEA, etc.

Finalmente, la dimensión cultural de la sociedad internacional se caracteriza


por su diversidad y fragmentación. Diversidad que nace de la riqueza de ideologías y
de la ausencia de valores morales con una aceptación universal, incluso cuando se
refieren a problemas que afectan a toda la humanidad, como los Derechos Humanos,
la paz internacional, etc. La fragmentación es una consecuencia de a l necesaria
convivencia de culturas diferentes, complicada por la presencia de numerosas
organizaciones y movimientos, cuyo protagonismo internacional está propiciado por
los avances tecnológicos en los medios de comunicación y transporte.

En definitiva, las diferencias que existen entre cada una de estas tres
subestructuras de la suciedad internacional de nuestros días, le confieren unas
características propias respecto de otros períodos históricos, al tiempo que evidencian
signos de transformación hacia una nueva estructura mundial, cuya configuración
última resulta difícil determinar, y de la que ya se atisban algunos de los que serán sus
principales protagonistas.

3. La estratificación jerárquica
La sociedad internacional constituye una realidad extensa y compleja, en cuyo
seno podemos descubrir varios niveles o estratos ocupados por sus miembros según
la desigualdad de poderes que ostentan. Entre estos niveles existe una jerarquía, un
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 7

orden de mayor a menor importancia e influencia en los asuntos internacionales.


Podemos, pues, avanzar una definición de la estratificación jerárquica, diciendo que es
el conjunta de los diferentes y desiguales posiciones ocupadas por los actores
internacionales en cada una de las estructuras parciales que . forman parte de la
sociedad internacional.

La primera observación que se desprende de esta definición es la de que la


jerarquía internacional no es única o inmutable en cada sociedad internacional o para
las tres subestructuras. Naturalmente las posiciones ocupadas por los estados, como
actores de la economía internacional, no coincidirán con la que ocupan como
miembros de la subestructura política o cultural. Junto a ellos debemos considerar
aquellos otros grupos internacionales cuyo protagonismo queda limitado a ciertas
áreas de la vida internacional, por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional, para la
subestructura económica; el Pacto de Varsovia, en la política; la Agencia de noticias
Reuter, en el plano cultural.

La estratificación jerárquica en cada una de las parcelas de la estructura


internacional puede realizarse atendiendo a las distintas categorías de actores
(estados, OIG, ONG, E. multinacionales, Opinión Pública, etcétera), o bien tomando en
consideración cada uno de los grupos con capacidad de participación en las distintas
subestructuras. Este último método resulta mucho más riguroso y eficaz, al permitirnos
descubrir la posición realmente ocupada por cada actor en cada subestructura
internacional, eludiendo los riesgos de una excesiva generalización, y resaltando las
dificultades y contradicciones que cada actor internacional posee para ejercer su poder
en los distintos tipos de relaciones en las que participa.

La investigación de la estratificación jerárquica en cada una de las parcelas de


la sociedad internacional nos permite una radiografía, una reproducción estática del
panorama internacional en el momento que hayamos tomado como referencia en
nuestro análisis. Ello nos facilitará el estudio de sus actores y de sus relaciones
fundamentales, permitiéndonos una comparación histórico-sociológica con otras
sociedades internacionales. Sin embargo, la estratificación jerárquica internacional no
permanece inalterable durante el período de vida de una determinada sociedad
internacional. Inexorablemente se irán produciendo cambios en las correlaciones de
poder entre sus actores, que afectarán, a medio y largo plazo, a sus respectivas
posiciones en el contexto internacional.

Los cambios parciales y secundarios que se producen en la estratificación


jerárquica internacional, como resultante de las alteraciones en las relaciones de poder
y en las posiciones ocupadas por ciertos actores a corto plazo, podemos denominarla
movilidad coyuntural de la sociedad internacional. A su vez, cuando estos cambios son
generales y afectan de forma fundamental a la estratificación jerárquica internacional,
al cabo de un amplio período de tiempo, podemos denominarlos bajo el término
movilidad estructural de la sociedad internacional.

Ambos tipos de movilidad están íntimamente relacionados. La movilidad


coyuntural nos refleja las alteraciones que se operan en el microcosmos de los actores
internacionales, bien de forma individualizada o en pequeñas colectividades
(sectoriales y/o regionales). La movilidad estructural nos muestra las modificaciones
experimentadas por el conjunto de la sociedad para cada una de sus estructuras
parciales. La movilidad estructural nace de la movilidad coyuntural desarrollada en el
seno de una sociedad internacional concreta, pero, a su vez, condicionará futuros
cambios coyunturales en la estratificación jerárquica, en un proceso de sucesión
histórica que nos muestra el ascenso y ocaso de los principales actores de cada
sociedad internacional, principalmente de las llamadas grandes potencias.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 8

4. La polarización
La polarización, o simplemente polaridad de una sociedad internacional,
podemos definirla como la capacidad efectiva de uno o varios actores internacionales
para adoptar decisiones, comportamientos o normas internacionales aceptadas por los
demás actores, y mediante las cuales alcanzan o garantizan una posición hegemónica
en la jerarquía internacional.

Naturalmente la polaridad internacional, es decir, en alguna o todas sus


subestructuras, es fruto del poder ejercido por los diversos actores de la soc iedad
internacional, e influye directamente en su estratificación jerárquica. Ahora bien,
mientras la estratificación jerárquica considera al conjunto de los actores, y sus
posiciones relativas, en el marco de cada subestructura internacional, la polaridad
contempla únicamente a los actores que dominan las relaciones básicas de cada
subestructura internacional, y que, por consiguiente, ocupan las posiciones superiores
de su estratificación jerárquica.

La correlación entre polaridad y estratificación jerárquica es, y debe ser,


analizada en términos dialécticos. Dado que los polos son, por definición, aquellos
actores que deciden y establecen la forma y desarrollo de las principales relaciones
internacionales que los restantes sujetos internacionales acatan, bien por imposición o
por aceptación, se convierten en los principales beneficiarios y defensores de la
estructura imperante.

A medio y largo plazo, los polos de cada subestructura internacional verán


afectada su posición hegemónica por una doble vía. De una parte, sus intentos de
conformar el orden internacional en concordancia con sus valores, intereses y normas,
provocará inevitables confrontaciones con otros polos internacionales, o incluso con
otros actores internacionales que, gozando de cierto poder, se consideran relegados
en la jerarquía internacional por el mantenimiento de ciertas relaciones básicas que
intentarán modificar en su provecho.

Pero la polaridad internacional se ve afectada también por el hecho de que los


actores que dirigen cada una de las subestructuras internacionales se ven obligados a
intervenir de un nodo constante y creciente en las relaciones internacionales, con
objeto de perpetuar su hegemonía, ocasionándoles, a largo plazo, un drenaje de sus
recursos y capacidades hacia proyectos o actuaciones exteriores que terminan por
debilitar su poder social interno.

Básicamente pueden señalarse tres tipos de polaridad internacional. La


monopolaridad que existe cuando un solo actor es capaz de dirigir, de modo decisivo,
la dinámica de una determinada subestructura internacional. Un ejemplo, ya clásico,
de monopolaridad político-militar está representado por el Imperio Romano, entre la
derrota de Cartago (año 136 a. de C.) y su división y posterior desmembramiento (año
476 d. de C.), en la sociedad internacional mediterránea de la Antigüedad.

La bipolaridad surge cuando la dirección de una subestructura se realiza


simultáneamente por dos actores internacionales. Como ejemplos podemos
mencionar, en el plano político, los casos de Esparta y Atenas, en la Grecia clásica; de
Roma y Cartago, más tarde, o de los Estados Unidos y la Unión Soviética, en nuestros
días.

Finalmente, existe multipolaridad cuando concurren más de dos actores en el


dominio de una subestructura internacional. Un caso de multipolaridad económica lo
encontramos en la sociedad internacional actual, dado que junto a las grandes
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 9

potencias económicas (Estados Unidos, Japón, la Unión Soviética, etc.) aparecen


ciertas organizaciones intergubernamentales (Comunidad Económica Europea, Fondo
Monetario Internacional), e incluso algunas empresas multinacionales (Exxon, Royal
Dutch-Shell, General Motors, Citicorp, Bank America, etc.).

Una nota común a la bipolaridad y a la multipolaridad es la ausencia de una


hegemonía o dirección única, que obliga a los distintos polos a tomar en
consideración, en sus actuaciones internacionales, los intereses y normas que guían la
conducta de sus copartícipes. Ello introduce una mayor complejidad y aleatoriedad en
las relaciones internacionales.

Desde luego la investigación de la polaridad internacional suele centrarse en el


protagonismo de los estados, y aunque, efectivamente, la polaridad estatal es la más
importante, no es la única forma de polaridad. El concepto, tal como lo hemos definido,
permite incluir a otros actores no estatales: Por ejemplo, en el marco de las relaciones
jurídico-políticas actuales, la ONU desempeña una cierta polaridad que se acentúa
claramente en relación con las restantes OIG.

5. El grado de homogeneidad o heterogeneidad.


Toda sociedad internacional se encuentra condicionada también por la
presencia o ausencia de un índice de homogeneidad entre los miembros que
participan de un mismo tipo de relaciones internacionales.

La homogeneidad internacional no es un término unívoco ni evidente en sí


mismo, por lo que requiere una precisión definitoria. Podernos considerar que existe
homogeneidad internacional cuando se aprecian identidades o similitudes internas
fundamentales entre los actores que pertenecen a una misma categoría y participan
en una misma subestructura internacional, principalmente entre los actores estatales.
Por el contrario, cuando constatamos la existencia de divergencias internas básicas
entre tales actores, hablaremos de heterogeneidad internacional.

Lógicamente, si partimos de la premisa de que en una misma sociedad


internacional existen unos actores con distinta naturaleza, composición, poder y
objetivos, el estudio del grado de homogeneidad o heterogeneidad internacionales
sólo será válido en la medida en que comparemos la configuración interior de actores
internacionales que pertenezcan a una misma categoría. Resultaría incorrecto,
científicamente, pretender comparar los elementos básicos de los estados en el marco
político-militar, con los de otros actores internacionales, por ejemplo las OING y las
OIG, pues aunque pueden existir similitudes circunstanciales entre unos y otras, no se
puede negar la evidencia de sus diferencias esenciales.

La existencia de un elevado índice de homogeneidad en una subestructura


internacional tampoco es transferible, automáticamente, a las otras dos
subestructuras. Así, podemos observar que las relaciones políticas son homogéneas
y, en cambio, presentan una significativa heterogeneidad internacional en el marco
cultural o económico.

El grado de homogeneidad o heterogeneidad imperante entre los actores


internacionales de una misma categoría nunca alcanza un carácter absoluto o total. Su
determinación requiere especificar previamente cuáles son sus elementos internos que
tomamos como esenciales a efectos comparativos. Además, exige un cierto
relativismo y gradación en el análisis internacional. Ambos aspectos nos evidencian la
dificultad de investigación de este rasgo de la sociedad internacional, advirtiéndonos,
al propio tiempo, de los riesgos que entrañan las afirmaciones basadas en meras
generalizaciones o estudios sobre coincidencias meramente formales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 10

Las consideraciones sobre el grado de homogeneidad o heterogeneidad se


encuentran muchas veces implícitas cuando aceptamos expresiones como las de
países desarrollados frente a países subdesarrollados, países occidentales y países
socialistas, países del Norte versus países del Sur; etc. Detrás de tales expresiones se
intentan evidenciar ciertas identidades o rasgos comunes entre los países de una
misma categoría, o se utilizan para legitimar universalmente ciertos modelos de
organización o funcionamiento social. Por ejemplo, el intento de implantar en los
diversos países de América Latina un modelo de organización política del Estado
idéntico al de las democracias europeas o al de los Estados Unidos.

Aron ha escrito que «los sistemas homogéneos implican, en un primer análisis,


una mayor estabilidad». Esta afirmación la fundamenta alegando que la
homogeneidad en los sistemas internacionales permiten una mayor previsibilidad en la
política exterior de los estados.

Ciertamente el razonamiento aroniano resulta sólido, pero peca de


inconcreción y es excesivamente categórico. Constituye un ejemplo característico del
abuso en el estudio del grado de homogeneidad como elemento definidor de una
sociedad internacional.

Detengámonos, brevemente, en algunas consideraciones. Lo primero que


debemos destacar es que el propio término de estabilidad es polisémico. Como lo ha
subrayado BOULDING, caben, al menos, dos interpretaciones de este concepto:
a) La estabilidad como capacidad del sistema internacional para mantener su
estructura a través del tiempo.
b) La capacidad del Sistema internacional para mantener la paz entre sus
miembros.

Tomando como referencia la primera de ambas acepciones, resulta chocante


que sociedades internacionales con subestructuras políticas tan heterogéneas como el
concierto europeo de grandes potencias, en el siglo XIX, o el sistema de bipolaridad de
las superpotencias, en la segunda mitad del siglo XX, hayan demostrado un elevado
nivel de estabilidad.

En cambio, si nos atenemos al segundo de sus significados, las diferencias


entre la homogeneidad política del sistema de estados europeos, durante la segunda
mitad del siglo XVII y el XVIII, y el concierto europeo decimonónico, no revelan
diferencias apreciables en el número e intensidad de los conflictos bélicos. De hecho
ambas sociedades desaparecieron tras sendas guerras generales (guerras
napoleónicas y Primera Guerra Mundial) que resultaron imposibles de evitar.

No resulta superfluo recordar que numerosos conflictos bélicos encuentran sus


causas en móviles económicos o ideológicos que poco tienen que ver con la
homogeneidad o heterogeneidad política entre los estados. Por ejemplo, la
homogeneidad de los regímenes políticos en Europa, durante la primera mitad del
siglo XVII, no impidió las guerras de religión que durante décadas enfrentaron a unos
monarcas con otros.

Por otra parte, las guerras, o para ser más exactos, ciertos tipos de guerras,
constituyen una institución internacional que refleja la homogeneidad entre los estados
en determinadas épocas históricas. Por ejemplo, las llamadas guerras dinásticas o
sucesorias, constituyeron durante siglos una institución aceptada por todas las
monarquías, para permitir el acceso al trono vacante de un reino por cualquiera de los
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 11

candidatos que ostentase un título hereditario o vínculo dinástico con la familia


reinante.

6. El grado de institucionalización
Las consideraciones precedentes nos permiten introducirnos en el último
elemento fundamental para el conocimiento de una sociedad internacional, y que, en
cierta medida, es un resumen de todos los anteriores. Se trata del grado de
institucionalización.

El grado de institucionalización de una sociedad internacional está formado por


el conjunto de órganos, normas o valores que, con independencia de su carácter
expreso o tácito, son aceptados y respetados por la generalidad de los actores
internacionales de una misma subestructura, permitiendo, de este modo, la
configuración y el mantenimiento de un cierto orden internacional.

Este concepto traduce, por tanto, el nivel de entendimiento y consenso social


que impera entre los miembros de la sociedad internacional, a la hora de crear,
participar o modificar sus relaciones mutuas. En la medida en que la sociedad
internacional se organiza en torno a tres estructuras parciales, cuyos miembros y
relaciones difieren entre sí, las instituciones internacionales se engendrarán en
cualquiera de ellas. En virtud de ello, el grado de institucionalización no puede quedar
reducido únicamente al estudio de las normas jurídicas internacionales. Existen
algunas importantes instituciones internacionales que no quedarán recogidas en el
Derecho Internacional, aunque en él se sintetizan la mayor parte de las instituciones
fundamentales de una sociedad internacional.

Tras el estudio de las instituciones internacionales y de sus cambios nos


aparecerá compendiado el orden internacional, su estructura y dinamismo, pues al
igual que cualquier otro tipo de sociedad también la sociedad internacional requiere
tinos valores y normas, comunes a todos sus miembros, sobre los que poder cimentar
su organización y funcionamiento sociales.

Las instituciones internacionales pueden surgir del interés y la voluntad de


ciertos actores internacionales que gozan de apreciable poder y que se configuran
como polos directivos en las relaciones internacionales. También pueden ser una
resultante de la homogeneidad imperante entre los miembros de una subestructura,
pues es frecuente que cuando sus elementos fundamentales internos son idénticos
terminen proyectándose en sus actuaciones y relaciones exteriores.

Los cambios en la polaridad y en la homogeneidad internacionales han


provocado alteraciones en el esquema institucional de la sociedad internacional. Un
caso significativo de cómo el cambio de polaridad ha alterado una institución
internacional, lo encontramos en los supuestos del reconocimiento de estados o de
gobiernos. El impacto del proceso descolonizador y de los cambios revolucionarios
acaecidos durante los dos últimos siglos, permitió la formación de nuevas potencias,
como los Estados Unidos, y el declive de otras. Al amparo de estas transformaciones
se impusieron nuevos principios (principio de efectividad) y doctrinas (doctrina
Stimson) en los procesos de reconocimiento.

Se pueden mencionar también ejemplos de desaparición de instituciones


internacionales pluriseculares, tales como los matrimonios dinásticos y el comercio de
esclavos. La primera institución, de marcado origen étnico-familiar y naturaleza jurídica
privatista, constituyó durante varios siglos una institución jurídico-política en las
relaciones entre los regímenes monárquicos. Gracias a ella, los estados podían
fusionarse, anexionarse nuevos territorios, aliarse, etc.; en definitiva constituía un
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 12

instrumento importante de la política exterior de los estados monárquicos. En la


actualidad, el matrimonio entre miembros de distintas dinastías no deja de constituir un
acontecimiento anecdótico en las relaciones políticas entre los estados.

Por lo que se refiere al comercio de esclavos, su desaparición se debió a la


imposición inglesa para legalizar semejante práctica internacional. Ya en el Congreso
de Viena (1815), Inglaterra declaró contrario a sus principios e intereses (económicos)
el comercio internacional de esclavos y su disposición a utilizar su poder marítimo para
combatirlo. Esta imposición se confirmó en los tratados concluidos ese mismo año con
España y Portugal, y más tarde, en 1818, con Holanda, principales beneficiarios de
este comercio, así como mediante la prohibición general proclamada en 1833.

En la medida en que las instituciones internacionales reflejan un entendimiento


básico y generalizado entre los actores internacionales, respecto de la forma de
conducir sus relaciones, resulta lógico pensar que este entendimiento puede recaer
tanto sobre sus vínculos de cooperación como respecto de sus discrepancias o
antagonismos.

La diplomacia, el comercio o la guerra son formas de relación internacional


presentes en diversos tipos de instituciones internacionales. No cabe, por tanto,
excluir, en el análisis del grado de institucionalización de una sociedad internacional,
aquellos valores o normas que emanan directamente de la existencia de conflictos
bélicos en el seno mismo de esa sociedad.

Al igual que apuntábamos en el punto anterior, la existencia de un desarrollado


sistema institucional no garantiza, por sí mismo, una sociedad internacional más
pacífica y estable. Podemos considerar, sin embargo, como hipótesis teórica, que
cuanto mayor sea el nivel institucional en el contexto internacional mayores serán
también las posibilidades de limitar la escalada en los conflictos bélicos e impedir su
transformación en guerras generales y/o totales que amenacen a toda la sociedad
internacional.

La aceptación universal de las instituciones internacionales induce una mayor


capacidad de previsión en el comportamiento de sus actores, que propicia la seguridad
en las decisiones y la confianza mutua, incluso cuando se combaten, lo que confiere
una mayor estabilidad a !as relaciones internacionales. Por el contrario, la crisis del
sistema institucional aumentará la desconfianza e inseguridad entre los actores
internacionales dificultándose sus relaciones de cooperación y liberando los conflictos
bélicos de las trabas que impedían su extensión e intensificación. El resultado puede
ser una aceleración dela crisis general de todo el orden internacional imperante y, por
tanto, la desaparición de la sociedad internacional y la emergencia de una nueva.

3. Modelos teóricos de la sociedad internacional: estáticos, dinámicos y


globales.

La enorme complejidad de los fenómenos internacionales constituye una de las


principales dificultades con las que tropieza el internacionalista. Ello ha obligado a
formular modelos teóricos que tratan de reflejar, de un modo más o menos simple, la
multiplicidad de actores y relaciones que componen la realidad internacional. Estos
modelos podemos clasificarlos en tres categorías: modelos estáticos, modelos
dinámicos y modelos globales.

Los modelos estáticos descansan en el paradigma de la estabilidad o


permanencia de un cierto orden internacional que permanece inalterable en su esencia
a pesar de los cambios que se operan en el panorama de los actores internacionales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 13

En otras palabras, admite una dinámica coyuntural y una estabilidad estructural en el


seno de la sociedad internacional.

Los modelos estáticos tratan de dar una representación teórica que explique la
aparente paradoja que supone el que las sociedades internacionales, a pesar de su
aparente anarquía por carecer de unos órganos centralizados de poder, logran
perdurar durante largos períodos históricos, en ocasiones pluriseculares, asumiendo la
permanente dinámica internacional sin alterar sus estructuras fundamentales.

Sin duda alguna, el modelo estático que ha alcanzado una aceptación más
generalizada en la doctrina internacionalista es el modelo del equilibrio o balanza de
poder. Una formulación clara de este modelo figura ya en los escritos de algunos
autores del siglo XVIII, tan destacados como DE VATTEL o VOLTAIRE. La
formulación de este modelo durante la etapa de auge de las ciencias físico-naturales,
particularmente la física newtoniana, y de consolidación del racionalismo, debió ejercer
una importante influencia en la admisión de este modelo como paradigma científico
explicativo de la sociedad internacional.

El modelo del equilibrio de poder descansa en ciertos supuestos básicos. En


primer lugar, contempla el mundo de los estados y de sus relaciones político-
económicas, como el núcleo central de la vida internacional. En segundo término,
considera la existencia de unas relaciones de poder entre estos estados gracias a las
cuales existen ciertos países cuyo poder les permite mantener unos vínculos de
dominio sobre el resto de la comunidad de estados, ejerciendo de ese modo una
función de «cuasi gobierno» internacional. Tercero, las potencias internacionales
deben utilizar su poder para impedir que cualquiera de ellas logre concentrar suficiente
poder como para lograr dominar a las demás. En cuarto lugar, debe impedirse que el
«directorio de potencias» experimente alteraciones, cuantitativas y/o cualitativas,
importantes, por cuanto ello terminaría minando la estabilidad del orden político
internacional. Finalmente, todas las potencias deben estar interesadas en evitar que
los conflictos bélicos entre ellas se extiendan a todo el sistema internacional, es decir,
las guerras se admiten como un instrumento necesario, aunque deben ser unas
guerras limitadas.

El modelo del equilibrio de poder ha gravitado sobre las doctrinas y la práctica


internacional de los tres últimos siglos. En el marco específico de nuestra disciplina ha
recibido un renovado impulso de la mano de los teóricos del realismo político
norteamericano, pero también desde el campo de la teoría sistémica, concretamente
de las aportaciones realizadas por MORTON KAPLAN, que estableció como uno de
sus principales modelos sistémicos el sistema de equilibrio de poder. Incluso en
nuestros días, este modelo teórico impregna la mayor parte de los análisis estratégicos
nucleares. Un autor tan destacado como KISSINGER ha escrito, a propósito del
equilibrio de poder: «Si algo enseña la historia, es que no puede haber paz sin
equilibrio, ni justicia sin contención o moderación. (...) Los guardianes del equilibrio del
siglo XIX estaban dispuestos a ajustarlo según los cambios en la estructura de poder.
Los responsables de la política de las superpotencias en la segunda mitad del siglo
veinte tienen mucha menos confianza en la capacidad del equilibrio de corregirse a sí
mismo después de ser perturbado. El "equilibrio" entre las superpotencias se ha vuelto
al mismo tiempo precario e inflexible».

Una consideración final se impone a propósito de este modelo. En la medida


en que el panorama de la sociedad internacional aumenta su complejidad por la
presencia de nuevos actores y relaciones, el modelo del equilibrio de poder resulta
cada vez más inadecuado para aportar explicaciones teóricas satisfactorias. No
obstante, los estadistas, y sobre todo los de las superpotencias, siguen contemplando
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 14

la política internacional, según el «prisma» de una balanza de poder político-militar,


cuya consecuencia inevitable es su proyección a las respectivas políticas exteriores,
manteniendo con ello cierto valor explicativo al modelo del equilibrio de poder que no
puede ser desconocido, aunque debe ser relativizado.

Junto a los modelos estáticos de la sociedad internacional, y en gran parte


debido a sus limitaciones, durante el siglo XIX asistimos a la aparición de ciertas
corrientes de pensamiento, propiciadas por el desarrollo de la economía y la
sociología, que tratarán de explicar los cambios internacionales promovidos por la
Revolución Industrial, mediante la elaboración de modelos y teorías dinámicas. Entre
ellas cabe destacar el organicismo social de SPENCER, claramente influido por el
darwinismo.

Pero será la obra conjunta de MARX y ENGELS la que introduzca una


poderosa línea de pensamiento social en la que se primará el análisis de los procesos
de cambio en las sociedades, incluida la sociedad internacional, a partir de la «lucha
de clases». El pensamiento marxista, abonado con los escritos de autores posteriores,
como OTTO BAUER; ROSA LUXEMBURGO o V. I. LENIN, terminará por penetrar en
el mundo de las realidades internacionales tras el triunfo de la Revolución
Bolchevique.

En el campo de la doctrina no marxista, la perspectiva dinámica de la sociedad


internacional avanzará a través de los trabajos de los historiadores, como TOYNBEE,
CARR, RENOUVIN o DUROSELLE, pasando muy pronto a nutrirse con nuevas
teorías sociológicas, como el funcionalismo de PARSONS o el análisis de sistemas.

Pero donde, probablemente, más se han canalizado los esfuerzos por alcanzar
modelos dinámicos de representación de la realidad internacional, es en un conjunto
de corrientes teóricas desarrolladas durante las dos últimas décadas: las teorías del
conflicto; las teorías de la integración y las teorías de la comunicación. Cada una de
ellas privilegia cierto tipo de procesos o relaciones en el panorama internacional, pero
todas ellas poseen en común la visión de la sociedad internacional como una sociedad
dominada por procesos de reajuste y mutación, como una realidad social en constante
dinamismo.

En el marco de las teorías del conflicto se han intentado establecer diversos


modelos explicativos, algunos de ellos fruto de la adaptación de la teoría de los juegos,
y de sus métodos probabilísticos, a los conflictos internacionales. Entre los
innumerables modelos propuestos, conviene mencionar dos de ellos, que a pesar de
presentar un alto rigor teórico, desgraciadamente han recibido escasa atención. Se
trata del modelo elaborado por DUROSELLE en su obra Le conflict de Trieste (1966) y
que este autor aplica a un caso histórico concreto, el conflicto italo-yugoslavo por el
control de la ciudad de Trieste tras la Segunda Guerra Mundial. El segundo modelo ha
sido desarrollado por el Centro Quebequés de las Relaciones Internacionales, y es
conocido como el modelo CADIC, de las iniciales inglesas de Comparative Analisys of
Dyadic Interstate Conflict (Análisis comparativo de los conflictos interestatales
diádicos).

Las teorías de la integración se desarrollaron en el período posterior a la


Segunda Guerra Mundial y recibieron su impulso de diversas fuentes. De una parte,
las doctrinas funcionalistas y neofuncionalistas procedentes del ámbito sociológico.
Por otra parte, las diversas iniciativas políticas y económicas para crear o desarrollar
organizaciones y/o procesos de integración supranacional. La resultante de ambos
fenómenos fue la formulación de modelos explicativos de la dinámica integradora. Los
estudios de autores como DEUSTCH, HAAS o ETZIONI, entre otros, constituyeron
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 15

puntos de referencia en la formulación teórica de la integración internacional. No


obstante, entre los principales modelos de integración propuestos, deben mencionarse
los siguientes:
a) Integración política: modelo federal y modelo confederal.
b) Integración económica: zona de libre comercio, unión aduanera, mercado
común.

Finalmente, las teorías de la comunicación internacional encontraron en los


trabajos de DEUSTCH su formulación más completa y exhaustiva. Para este autor la
conducta de los estados se encuentra directamente influida por los procesos de
comunicación que se desarrollan en su interior y con los restantes actores
internacionales. Desde la consideración de los procesos de comunicación interna de
los estados diseña el modelo en cascada de los flujos de influencia e información, con
diversos niveles, según se consideren en el análisis los países desarrollados o los
subdesarrollados, y con distintos grados de intensidad en los flujos (muy fuerte, fuerte
o débil).

El conjunto de estos modelos y teorías presentan, todavía, dos importantes


limitaciones, una de naturaleza conceptual, la otra de carácter metodológico. En
efecto, la mayoría de estas concepciones doctrinales y de los modelos utilizado, toman
en consideración el restringido ámbito de las relaciones interestatales, desconociendo
o subestimando la realidad de que los conflictos entre actores no estatales, por
ejemplo grupos étnicos, lingüísticos o religiosos, pueden llegar a ser relevantes en la
elaboración de modelos explicativos de la realidad internacional. Lo mismo cabría
afirmar respecto de los procesos de integración, por ejemplo, entre empresas
multinacionales.

En segundo término, muchos de los modelos propuestos no han sido


suficientemente contrastados con la realidad internacional, a través de numerosos y
rigurosos estudios empíricos que garanticen la utilidad de las variables y relaciones
seleccionadas como fundamentales en el modelo teórico. Esta escasa contrastación
empírica no justifica, sin más, el repudio de tales modelos, pero cuestiona seriamente
su valor explicativo.

Más recientemente, los esfuerzos teóricos de los internacionalistas se han


orientado hacia la construcción de modelos explicativos globales, es decir, abarcando
la totalidad de los fenómenos básicos que concurren en una sociedad de dimensiones
planetarias. Esta corriente doctrinal goza de importantes precedentes históricos entre
los más destacados pensadores y filósofos de la Edad Moderna. En términos
generales, tales modelos presentan tres rasgos comunes.

El primero de ellos radica en el intento por estudiar la realidad como unidad


total, un sistema cuyas partes se encuentran fuertemente interrelacionadas. En
segundo lugar, los diversos modelos tratan de seleccionar y cuantificar las variables
claves de la sociedad mundial. Se trata no sólo de identificar los problemas y procesos
que se desarrollan en el contexto internacional, sino también de precisar su alcance y
cantidad. Por último, todos ellos se configuran como modelos normativos y sólo
descriptivos, los hay que, incluso, pretenden fundamentar previsiones futuras
(futuribles) sobre la evolución de la sociedad mundial.

Un punto de referencia obligado al explicar el auge alcanzado por la


modelización global lo constituyeron los modelos propuestos por JAY FORRESTER,
del Instituto Tecnológico de Massachussets, denominados Mundo-1 y Mundo-2 que
fueron recogidos y ampliados por el Primer Informe del Club de Roma, elaborado por
MEADOWS.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 16

Más tarde, y ante las críticas sus citadas, se desarrolló el Segundo Informe del
Club de Roma, fruto de las investigaciones de MESAROVIC y PESTEL. A estos
trabajos le siguieron muchos otros, entre los que destacarnos el modelo SARUM, del
Departamento del Medio Ambiente del Reino Unido; el modelo SIMLINK, del Banco
Mundial; el elaborado por LINNEMAN y denominado MOIRA (Modelo de Relaciones
Internacionales en la Agricultura); el modelo del mundo en el año 2000, realizado por
un equipo de expertos del Consejo del Medio Ambiente y del Departamento de Estado
de los Estados Unidos; el Modelo Mundial Latinoamericano desarrollado por el Comité
de expertos, entre los que se encontraban JORGE SABATO, OSVALDO SUNKEL y
HELIO JAGUARIBE. Las Naciones Unidas auspiciaron un modelo que fue realizado
por uno de los más importantes económetras y Premio Nobel de Economía, WASSILY
LEONTIEF; finalmente, debemos mencionar el modelo INTERFUTUROS de la OCDE.

Modo este esfuerzo científico no ha sido baldío. Los diversos informes han
generado varios efectos positivos. Ante todo, conmocionaron la conciencia de la
opinión pública, obligándola a enfrentarse con su propia realidad medioambiental y con
las posibles consecuencias futuras que se derivarían, caso de no adoptarse medidas
correctoras, de un uso y deterioro abusivos de los recursos del planeta.

Una segunda aportación significativa consiste en la similitud de conclusiones


que alcanzan a pesar de las diferencias de datos utilizados y de metodologías
empleadas. Ello permite confirmar ciertas expectativas de futuro como posibilidades
ciertas, si no se operan cambios en las conductas de las sociedades.

Finalmente, gracias a estos esfuerzos teóricos, las ciencias sociales, en


general, y la disciplina de las Relaciones Internacionales, en particular, han visto
enriquecer sus instrumentos y metodologías de investigación y análisis.

Ciertamente, estos modelos presentan todavía errores de apreciación,


especialmente en sus previsiones de futuro, y serias limitaciones teórico-
metodológicas. La principal de ellas tal vez sea la preocupación por seleccionar
variables cuantificables. De este modo, los modelos y ecuaciones que los sustentan
excluyen sistemáticamente muchas otras variables, que, siendo relevantes para
explicar la dinámica internacional, resultan imposibles o difícilmente reducidas a datos
estadísticos.

No obstante, y a pesar de ello, han realizado ya valiosas aportaciones al


conocimiento de algunos fenómenos y relaciones de la sociedad internacional sobre
los que se disponían de escasos datos, al tiempo que han demostrado que es posible
y útil avanzar previsiones sobre el futuro de la humanidad.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

Capítulo 4.
Las Relaciones Internacionales.
1. Las interacciones sociales y el concepto de relaciones internacionales.

Una teoría de la Sociedad Internación obliga a considerar, junto a sus


elementos estructurales, la trama de relaciones que se desarrollan entre sus
miembros. Esta visión dinámica de la realidad internacional descansa en el supuesto
de que los grupos con un cierto protagonismo internacional no pueden permanecer
aislados entre sí sin ver ese protagonismo sensiblemente mermado.

En efecto, la Sociedad Internacional, como cualquier otro tipo de sistema


social, nace y subsiste debido a las actuaciones de sus miembros orientadas a
generar vínculos de mutua influencia. Estas actuaciones recíprocas o interacciones
sociales constituyen el sustrato dinámico de todas las sociedades y, naturalmente,
también de la Sociedad Internacional.

PARSONS ha señalado, muy certeramente, que:


«El concepto de interacción es el paso de primer orden, más allá del propio
concepto de acción, para formular el concepto de sistema social. (...) los puntos
fundamentales de referencia para analizar la interacción son dos: 1. que cada actor es
tanto un agente de actuación como un objeto de orientación para sí mismo y para los
demás; y 2. que, como agente actuante, se orienta hacia sí mismo y hacia los , otros, y
como objeto tiene significado para sí mismo y para los otros en todos los aspectos y
modalidades primarios».

A partir de este concepto genérico de interacción podemos formular una


definición de las interacciones Internacionales, que serán aquellas acciones recíprocas
surgidas entre grupos con un cierto poder autónomo y cuyos efectos se dejarán sentir
directamente, tanto en la configuración del contexto internacional en el que operan
como en sus respectivas estructuras internas.

Desde luego la consideración de la realidad internacional, como una tupida red


de interacciones, no excluye la existencia de ciertos actos internacionales de carácter
unilateral, emanados de la autonomía de todo actor internacional. Como ejemplos
podríamos citar la concesión de cierto tipo de ayudas humanitarias en casos de
catástrofes, la ruptura por un país de relaciones diplomáticas, el reconocimiento de un
Estado o de un Gobierno o, el caso menos probable, pero mucho más grave, de un
ataque nuclear estratégico, el llamado «first strike» o «primer golpe». No obstante,
tales actos, además de ser ocasionales, no podrían por sí solos engendrar y sustentar
una auténtica Sociedad Internacional.

La consideración de las interacciones internacionales nos permite dar un paso


teórico y proceder a una mayor precisión del concepto de relación internacional.
Podemos afirmar que la relación internacional es la resultante de la articulación de
múltiples interacciones entre determinados actores internacionales, en un marco
espacial y, temporal bien definido, de tal modo que constituyan un proceso inteligible
como un todo y fuera del cual cada una de estas interacciones carece de significado.

Ambos conceptos podemos diferenciarlos en el plano teórico aunque no


siempre sea sencilla su diferenciación práctica. Las interacciones internacionales
constituyen los elementos o componentes de las relaciones internacionales. Es la
diferencia que existe entre la parte y el todo, lo particular y lo general, lo variable y lo
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2

estable. Las interacciones se desarrollan a corto plazo, en breves períodos


temporales, las relaciones se sustentan durante el medio o largo plazo. Las primeras
nos permiten comprender la coyuntura internacional, las segundas, en cambio, nos
facilitan el conocimiento de las estructuras internacionales.

Esta distinción es fundamental desde las perspectivas metodológica y


gnoseológica. Una adecuada interpretación y periodificación de las secuencias
dinámicas y de las fases evolutivas de una Sociedad Internacional, imponen una
correcta comprensión de las formas y procesos de articulación de las diversas
interacciones internacionales, para dar origen a las relaciones internacionales, tarea
que resulta imposible si previamente no hemos procedido a una distinción conceptual
entre ambos fenómenos.

Tomemos algún ejemplo para explicar mejor estas ideas. Está unánimemente
aceptado que las guerras internacionales son una forma ancestral de relación entre las
sociedades, que se caracteriza por el recurso a la violencia y los poderes militares de
tales sociedades. Sin embargo, no todas las interacciones que integran las guerras
quedan reducidas a aquellas que implican el uso de la violencia. Además de las
batallas, los beligerantes recurren también a actuaciones de carácter económico
(embargos, boicots, etc.) o diplomático (negociaciones de alto el fuego, de intercambio
de prisioneros, etc.).

Todas estas interacciones forman parte de la relación bélica, influyendo en su


evolución y en sus resultados, aunque cada una de ellas puede ser diferenciada de las
demás. Y sin embargo, la esencia última de la relación bélica vendrá caracterizada por
sus interacciones-clave que son, precisamente, los enfrentamientos armados que
denominamos batallas. Son éstas las que deciden el curso de la guerra y su resultado
final.

Como se puede apreciar en el ejemplo anterior, toda relación internacional


conjuga una diversidad de interacciones que constituyen sus elementos o unidades
primarias. La cuestión que se le plantea al analista es la de determinar las
interacciones-clave, es decir, aquellas interacciones que constituyen el núcleo esencial
y diferenciador de cada relación internacional, respecto de aquellas otras interacciones
secundarias cuya presencia o ausencia puede influir en la relación, pero no define su
naturaleza.

Este planteamiento ayuda a romper la rigidez de los esquemas basados en


concepciones unilateralistas de las relaciones internacionales, debidos en gran medida
al paradigma estatalista, y nos remite a una concepción de la realidad internacional en
la que el comportamiento de sus actores está condicionado, no sólo por sus propios
actos (y decisiones) sino también por las respuestas que inducen en los demás
miembros de la Sociedad Internacional. En otras palabras, esta visión teórica nos
habla de la interdependencia, tanto o más que de una independencia o sumisión, más
o menos absolutas, y frecuentemente refutadas por la realidad internacional.

2. Clasificación de las relaciones internacionales.

En la medida en que las interacciones-clave ayudan a descubrir la naturaleza y


características de las relaciones internacionales, podemos proceder a una primera
aproximación estableciendo una clasificación, según diversos criterios:
a) Por el número de actores que intervienen:
Podemos distinguir entre las interacciones bilaterales, las multilaterales y las
globales. En las primeras intervienen únicamente dos actores internacionales. Las
multilaterales implican la participación de más de dos actores y, por último, las
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3

globales se desarrollan entre la totalidad de los miembros de una misma Sociedad


Internacional, sea ésta regional o mundial.

b) Por el grado de vinculación que establece entre los actores:


De acuerdo con este criterio podemos diferenciar entre las interacciones
directas y las indirectas. Desde luego, todas las interacciones presuponen un cierto
grado de reciprocidad entre los actos de los distintos actores internacionales que
participan en ellas. No obstante, esta vinculación recíproca puede alcanzarse de un
modo directo e inmediato, lo que sucede en la mayoría de las ocasiones, o mediante la
interposición de terceros actores internacionales que actúan de intermediarios entre
los creadores y destinatarios de dichas interacciones. En el primer supuesto se trata
de interacciones directas, mientras que en el segundo caso nos hallamos ante unas
interacciones indirectas, ya que únicamente pueden desarrollarse gracias a la
participación de otros miembros de la colectividad internacional.

Hay muchos ejemplos de interacciones directas: el intercambio de


embajadores, la negociación de un tratado, la celebración de una conferencia de jefes
de Estado o de Gobierno, etc. Entre los casos de interacciones indirectas podemos
mencionar la mediación, la conciliación, etc.

c) Por la naturaleza de las interacciones:


Las interacciones internacionales varían en función de su naturaleza política,
económica, jurídica, cultural, etc. Cabe también la posibilidad de que se produzca una
combinación de interacciones de distinta naturaleza, de modo que un actor opere en
un ámbito determinado a condición de que el otro actúe en un ámbito diferente. En
estos casos podremos referirnos a unas interacciones de naturaleza mixta. Esto
ocurre, por ejemplo, cuando un país concede a otro un crédito o ayuda económica, a
cambio de que le confiera ciertos derechos de, utilización de su territorio para fines
militares.

Todas estas clasificaciones tipológicas de las interacciones internacionales


solamente tendrán validez en la medida en que nos faciliten una mejor comprensión y
análisis de las relaciones internacionales. Son estas las que constituyen el objeto
preferente de nuestra disciplina. Fundamentalmente podemos agruparlas en cuatro
grandes categorías: las relaciones de cooperación, las relaciones de conflicto, las
relaciones de asociación y las relaciones de comunicación.

En la complicada maraña de vínculos internacionales entre los miembros de la


Sociedad Internacional, no cabe esperar la existencia de relaciones que respondan
plenamente a uno u otro de los modelos ideales que acabamos de mencionar. Es
precisamente en este contexto en el que las interacciones-clave constituyen una
herramienta eficaz para delimitar la esencia y características de unas relaciones
internacionales frecuentemente confusas y siempre complejas.

3. Las relaciones internacionales de cooperación

Tradicionalmente los aspectos teóricos de la cooperación internacional han


sido relegados o subestimados por los analistas. Ello ha sido el resultado de la
excesiva importancia atribuida a los conflictos internacionales y, muy especialmente, a
lo conflictos bélicos, a una visión distorsionada del poder de los estados.

Semejante visión conflictiva de la vida internacional no puede ser sostenida hoy


en día tras las aportaciones de diversas doctrinas, como el estructuralismo, el
funcionalismo, el análisis de sistemas o, más recientemente, las investigaciones para
la paz.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4

Por cooperación internacional entendemos toda relación entre actores


internacionales orientada a la mutua satisfacción de intereses o demandas, mediante
la utilización complementaria de sus respectivos poderes en el desarrollo de
actuaciones coordinadas y/o solidarias.

Este concepto de cooperación internacional deriva del concepto general de


cooperación, desarrollado por la sociología para definir una diversidad de relaciones
surgidas en o entre los grupos sociales. Cabría afirmar que la cooperación
internacional es la cooperación que se desarrolla en el seno de la Sociedad
Internacional.

HOLSTI ha abordado detalladamente los elementos o fases que configuran


una relación de «colaboración internacional» (término que utiliza en lugar de
cooperación internacional), distinguiendo entre:
a) La percepción de que dos o más intereses, valores u objetivos, coinciden y
pueden ser alcanzados, promovidos o satisfechos por ambas partes de modo
simultáneo.
b) La percepción o expectativa de una de las partes de que la actuación
seguida por la(s) otra(s) parte(s), en orden a lograr sus objetivos, le ayuda a
realizar sus propios intereses o valores.
c) La existencia de un acuerdo (expreso o tácito) sobre los aspectos esenciales
de las transacciones entre dos o más actores, con objeto de alcanzar sus
objetivos comunes o coincidentes.
d) La aplicación de reglas o pautas que dominarán las futuras transacciones
con vistas a cumplir el acuerdo.
e) El desarrollo de las transacciones para cumplir el acuerdo.

El correcto análisis de los elementos fundamentales para la cooperación


internacional elaborado por HOLSTi, nos permite considerar dos tipos de
planteamientos erróneos que comúnmente se realizan al explicar esta categoría de
relaciones.

Uno de tales planteamientos identifica la cooperación internacional con unas


relaciones igualitarias (justas) o, por lo menos, equilibradas. Sólo cuando los actores
cooperantes gozan de un poderío similar, aspiran mediante su colaboración a unos
objetivos justos o existe un cierto equilibrio entre sus aportaciones y las
compensaciones que reciben a cambio, se estima que puede hablarse, en sentido
estricto, de cooperación.

La otra concepción interpreta que existe cooperación entre los actores


internacionales, cuando sus relaciones revisten ciertas formas no violentas y cumplen
ciertos requisitos de reciprocidad, sin entrar a considerar o valorar el contenido y
efectos de tales relaciones.

En una Sociedad Internacional cuyos miembros presentan una notable


diversidad y desigualdad de poderes, la primera de las concepciones apuntadas
constituye más la expresión de unos deseos o aspiraciones que la interpretación
teórica de una realidad internacional. La segunda, en cambio, con su perspectiva
formalista, desconoce algo tan evidente como es el hecho de que ciertos objetivos
antagónicos o determinados resultados de una relación pueden desvirtuar su
dimensión cooperativa, aunque se sigan manteniendo los aspectos puramente
externos de cooperación. En el primer caso se identifica la cooperación con igualdad o
justicia, en el segundo, con reciprocidad y ausencia de violencia.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5

Y sin embargo, podemos verdaderamente hablar de cooperación internacional


en la inmensa mayoría de los intercambios comerciales que se producen diariamente
entre los países ricos (desarrollados) y las sociedades más atrasadas. Existe también
cooperación entre actores en los que las aportaciones de alguno de ellos supera con
creces las compensaciones o ventajas que recibe. Pero análogamente no podemos,
en rigor, considerar como relaciones cooperativas ciertas formas de vinculación
política (por ejemplo, el régimen de protectorado) o económica (por ejemplo, el
monopolio en la explotación de recursos energéticos o materias primas), cuando tales
relaciones se mantienen gracias a la permanente amenaza o intervención de una
sociedad sobre otra.

Como lo ha apuntado KNORR las asimetrías en las capacidades y/o


necesidades de los actores internacionales no conduce necesariamente a la
explotación, permitiendo en muchas ocasiones una colaboración entre ellos. Sin
embargo, sería necio negar o desconocer la evidencia de que tales desigualdades
afectan a las formas que adquirirán las relaciones de cooperación y condicionarán sus
resultados. No se puede esperar que la cooperación tecnológica entre Estados Unidos
y Japón se desarrolle siguiendo los mismos mecanismos y ocasionando los mismos
resultados, que si la cooperación tecnológica se desenvuelve entre Japón y Filipinas.

Las relaciones de cooperación internacional varían en función de los actores


cooperantes, del contenido y formas que adquiera la relación, de los objetivos
perseguidos, etc. Podemos diferenciar las siguientes categorías de relación
cooperativa:
1. Por el contenido
a) Según la amplitud del ámbito de la cooperación se distingue entre la
cooperación de carácter general y la cooperación de carácter sectorial.
b) Atendiendo al grado de compromiso de los miembros participantes en la
relación de la cooperación, podemos diferenciar entre la cooperación
decisional, destinada a lograr la adopción de decisiones colectivas entre los
actores internacionales, pero cuya ejecución será realizada por cada uno de
ellos de modo independiente-, la cooperación normativa, cuya principal
finalidad es la adopción de normas comunes (jurídicas o no) reguladoras de la
conducta de los actores internacionales, y la cooperación operativa, cuyo
objetivo es la colaboración entre diversos actores internacionales para llevar a
cabo ciertas acciones coordinadas o ejecutar determinados programas
internacionales.

2. Por las formas de cooperación:


a) Según el grado de institucionalización de la relación cooperativa, podemos
diferenciar entre la cooperación informal y la cooperación orgánica. La primera
se desarrolla a través de cauces de actuación que no requieren la existencia de
alguna forma de estructura orgánica internacional. Por su parte, la segunda se
desarrolla gracias a la creación o mediante el funcionamiento de una estructura
orgánica internacional con carácter estable, bien sea una organización, una
comisión o una conferencia.
Conviene precisar, sin embargo, que el carácter no orgánico de la cooperación
informal no equivale a desorganizado. La cooperación informal se desarrolla
siempre siguiendo formas organizadas de las interacciones entre sus
miembros, incluso formas organizadas según ciertas normas jurídicas, pero sin
que ello suponga el concurso de ningún tipo de estructura orgánica
internacional. Por ejemplo, una empresa multinacional puede ejecutar un
programa de inversiones en colaboración con un estado, mediante un sistema
de cooperación informal o recurriendo a una organización intergubernamental
como la Corporación Financiera Internacional.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6

b) En función del número de participantes podemos hablar de cooperación


bilateral o multilateral.

3. Por la naturaleza de los actores participantes, diferenciamos entre:


a) Cooperación interestatal, establecida entre los estados.
b) Cooperación organizativa, surgida entre diversas organizaciones
intergubernamentales.
c) Cooperación transnacional, desarrollada entre los actores transnacionales,
por ejemplo, empresas multinacionales y organizaciones no gubernamentales.
d) Cooperación combinada, entre actores pertenecientes a diversas categorías.

Existe, sin embargo, una forma de relación cooperativa que por su importancia
y particularidades ha atraído la investigación de los teóricos internacionalistas, muy
especialmente durante las cuatro últimas décadas. Se trata de los procesos de
integración internacional, sea esta de carácter político, económico o técnico-
administrativo.

En general, podemos definir la integración como aquella relación de


cooperación mediante la cual dos o más grupos sociales funden sus estructuras y
transfieren sus poderes, total o parcialmente, para dar origen a una nueva colectividad
que goza de poderes propios y asume el desempeño de ciertas actividades de los
grupos integrados. Cuando el actor resultante de la integración goza de poderes y
ejerce funciones de alcance transnacional, la calificaremos de integración
internacional.

Suele distinguirse entre la integración-proceso y la integración-situación. La


primera se refiere a la existencia de un flujo permanente de fenómenos integradores.
La segunda, en cambio, describe el estado alcanzado por la integración en un
momento determinado.

Las integraciones se pueden desarrollar tanto entre estados, dando origen a la


llamada integración supranacional, como entre otros actores internacionales.
Constituyen ejemplos frecuentes de integración internacional entre actores no
estatales: la fusión entre empresas multinacionales o entre organizaciones
intergubernamentales, por ejemplo, la fusión entre la Unión Telegráfica Internacional y
la Unión Radiotelegráfica Internacional para dar origen a la Unión Internacional de
Telecomunicaciones en 1932.

4. Las relaciones internacionales de conflicto.

En el extremo opuesto del espectro nos encontramos con las relaciones de


carácter conflictivo, con los conflictos internacionales. Aunque generalmente se asocia
este término con los conflictos bélicos internacionales, existen muchas formas de
relación internacional conflictiva que no entrañan el uso de la violencia. Ello nos obliga
a formular un definición mucho más general.

Así pues, el conflicto es una relación social por la que dos o más colectividades
aspiran a satisfacer intereses o demandas incompatibles, utilizando sus desigualdades
de poder para mantener actuaciones antagónicas o contrapuestas, recurriendo, en
último extremo, a la violencia. Cuando el conflicto se desarrolla entre actores de la
Sociedad Internacional lo denominaremos un conflicto internacional.

La relación conflictiva entraña una oposición objetiva y/o perceptiva, entre los
intereses o demandas que cada actor aspira a lograr, pero además exige el uso de
ciertos medios o la práctica de unas actuaciones antagónicas, en la medida en que
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 7

cada parte en el conflicto intenta dificultar o impedir el logro de los fines perseguidos
por los restantes actores.

Esta apreciación es importante, ya que sólo la oposición o contradicción de


intereses no basta para generar una relación conflictiva. Existen muchos casos que
demuestran que cuando dos o más actores aspiran a lograr unos objetivos que
resultan incompatibles entre sí, pueden recurrir a interacciones distintas del conflicto,
como ocurre con la negociación.

Análogamente, el carácter antagónico de las actividades o medios utilizados


por los actores en sus relaciones no bastan para convertirlas en conflictos. Supuestos,
tales como los de la libre competencia, contienen ciertas interacciones antagónicas
que no nos autorizan a considerarla como una relación conflictiva.

La incompatibilidad entre los intereses o demanda! de los actores puede


deberse a razones estrictamente objetivas. Esto sucede cuando el objeto o bien que
cada actor participante aspira a lograr únicamente puede alcanzarse limitando,
reduciendo o impidiendo a otro(s) participante(s) alcanzar dicho objeto, o bien, esta
situación se presenta cuando los actores persiguen bienes materiales, por ejemplo, un
determinado territorio fronterizo entre dos países, el acceso preferente o exclusivo a
ciertas materias primas o recursos energéticos, etc.

Pero ocurre con frecuencia que la incompatibilidad entre los intereses de los
diversos actores responde a motivaciones estrictamente subjetivas o de valoración. En
otras palabras, que el conflicto nace porque los actores sustentan valores que
consideran incompatibles o perciben sus intereses como antagónicos. Ejemplos de
esta categoría de los conflictos los encontramos en los conflictos de origen ideológico
o religioso.

COSER se ha referido a ambos tipos de conflictos sociales denominando a los


primeros conflictos realistas y a los segundos conflictos no realistas, y señalando que:
«(...) resulta útil distinguir entre el conflicto realista y el conflicto no realista. El
primero surge cuando los hombres chocan por aspiraciones y expectativas de
ganancia. Los participantes lo consideran como un medio para el logro de objetivos
específicos; un medio que podría abandonarse si se encontraran otros más eficaces.
Por el contrario, el conflicto no realista, que nace de impulsos agresivos que buscan
expresión, cualquiera que sea el objeto, no permiten alternativa funcional de medios,
dado que no tiende a alcanzar un resultado concreto, sino a liberar impulsos
agresivos. (...) Así pues, en un conflicto no realista hay alternativas funcionales para el
objetivo, mientras que en el conflicto realista hay alternativas funcionales para los
medios usados.»

Esta distinción apuntada por COSER resulta significativa cuando se estudian


los conflictos, especialmente los bélicos, como parte de la política exterior de los
estados. Es imprescindible, en un análisis profundo de los conflictos internacionales,
apreciar el alcance de los intereses objetivos y/o valorativos de los actores, porque de
ellos dependen, en buena medida, sus estrategias, los costes humanos y materiales
que están dispuestos a asumir en el conflicto, y en último extremo, su disposición a
utilizar otros tipos de relación no conflictiva para satisfacer sus respectivos intereses.

En todo conflicto podemos distinguir los siguientes elementos o etapas:


a) La existencia, o percepción por cada actor, de intereses u objetivos
incompatibles con los de otro(s) actor(es).
b) El uso de medios o la adopción de conductas antagónicas por los diversos
actores.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 8

Existen diversos criterios para distinguir los tipos de conflictos. Ello ha dado
origen a innumerables categorías, a través de las cuales los autores intentan reflejar
las diferencias y similitudes que existen entre los conflictos sociales.

Intentando resumir y simplificar tales categorías, proponemos la siguiente


clasificación:

1. Por los objetivos


Podemos diferenciar entre conflictos por recursos y conflictos por valores. En
los primeros se pretenden alcanzar recursos materiales, humanos u organizativos,
mientras que en los segundos se intentan defender, imponer, o modificar valores o
ideas.

Esta distinción resulta importante por cuanto en los conflictos por recursos el
objetivo es mucho más preciso y cuantificable, lo que facilita una valoración de
pérdidas y ganancias, en virtud de la cual es mucho más sencillo conocer cuando es
necesario concluir el conflicto o, por el contrario, cuando resulta útil mantenerlo.

Por el contrario, los conflictos de valores, dada la naturaleza del objetivo


perseguido, resultan menos precisos, y difícilmente cuantificables las pérdidas o
ganancias. En semejantes conflictos la valoración de los medios empleados no se
realiza en función de su mayor o menor coste, sino en función de su idoneidad para
alcanzar el valor perseguido. Por esta razón, son conflictos mucho más complejos a la
hora de buscar fórmulas de llevarlos a término.

Dado que resulta excepcional que en los conflictos internacionales concurran


exclusivamente objetivos de una sola de ambas categorías, podemos establecer como
criterio general que los objetivos-valores suelen imponerse, durante el proceso de
toma de decisiones, a los objetivos-recursos, dentro de los límites necesarios para
garantizar la existencia de los actores en conflicto.

Ejemplos de conflictos por recursos los encontramos entre las empresas


multinacionales cuando pugnan por incrementar sus beneficios mediante la
introducción de nuevos productos o la penetración en nuevos mercados; entre países,
como consecuencia de movimientos migratorios (refugiados, emigrantes), de reajustes
territoriales.

Análogamente, como ejemplos de conflictos por valores, podemos mencionar


los conflictos por motivos étnicos, religiosos o lingüísticos; las pugnas entre miembros
de O.I.G. por lograr la supremacía o control de éstas, los antagonismos entre países
con sistemas políticos y económicos diferentes, etc.

2. Por los medios


Existe una clara distinción entre los conflictos violentos y los conflictos
pacíficos. En los primeros, los actores recurren al uso de la violencia, entendida como
el poder de generar efectos destructivos humanos y/o materiales en el adversario.
Dentro de la categoría de conflictos violentos resulta imprescindible señalar la
distinción entre conflictos bélicos (guerras) y conflictos no bélicos (terrorismo,
revueltas, golpes militares, etcétera).

Los conflictos pacíficos suponen el uso de medios económicos, políticos,


jurídicos, culturales, diplomáticos, etc., que si bien pueden ocasionar pérdidas a(
adversario no provocan directamente su destrucción, total o parcial. Contrariamente a
lo que habitualmente se piensa, los conflictos pacíficos son mucho más frecuentes que
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 9

los conflictos violentos y, desde luego, que los conflictos bélicos. No obstante, la
importancia y características de estos últimos nos obligan a darle un tratamiento
diferenciado.

3. Por la naturaleza de los actores.


Podemos diferenciar los conflictos en tres categorías: conflictos interestatales,
conflictos transnacionales y conflictos supranacionales. Los conflictos interestatales
son aquéllos cuyos protagonistas son entidades estatales soberanas. A esta categoría
pertenecen cualquiera de los conflictos, sean pacíficos o violentos, que en la
actualidad enfrentan a dos o más países del contexto internacional.

Los conflictos transnacionales son los que enfrentan a actores no estatales


entre sí o a éstos con los estados. Ejemplos carac terísticos de este tipo sah el conflicto
entre las empresas multinacionales y los estados, o los conflictos entre pueblos y/o
naciones dominados con los estados colonizadores.

Finalmente, los conflictos supranacionales son aquéllos en los que interviene


una o más entidades con poderes supranacionales. Como, por ejemplo, el conflicto
comercial que enfrenta a Estados Unidos con la Comunidad Europea.

4. Por la extensión del conflicto


De acuerdo con este criterio, los conflictos pueden ser: conflictos bilaterales y
conflictos multilaterales. Los conflictos bilaterales se desarrollan entre dos actores de
la Sociedad internacional, mientras que los multilaterales surgen entre varios de sus
miembros, afectando de modo decisivo a las estructuras de la Sociedad Internacional
en la que dichos conflictos se producen.

Casos singulares de conflictos multilaterales son los que involucran a todos los
actores internacionales de un área o región específicas del sistema internacional, son
los conflictos regionales, respecto de aquellos otros que enfrentan a la totalidad o a la
inmensa mayoría de los actores de la Sociedad Internacional, y que podemos
denominar conflictos mundiales. Como ejemplos de conflictos regionales, podemos
citar el conflicto árabe-israelí o el conflicto centroamericano. Por su parte, el conflicto
entre países ricos y países pobres constituye un caso de conflicto mundial.

5. Las relaciones internacionales asociativas y de comunicación

Existen ciertas relaciones internacionales cuya naturaleza y características les


diferencian tanto de la cooperación como del conflicto. No obstante, la doctrina ha
desconocido tradicionalmente la singularidad de tales relaciones asignándolas a una u
otra de ambas formas de relación. Creemos que semejante planteamiento no
corresponde íntegramente a la realidad del mundo internacional, y proponemos
atribuirles una autonomía conceptual, pasando a denominarlas relaciones asociativas.

Las relaciones asociativas son aquellas relaciones surgidas de la desigualdad


de poder imperante entre los actores internacionales, que tienen como principal
finalidad garantizar la coexistencia pacífica entre ellos a través del mantenimiento de
un orden jerárquico internacional, y a imposición de ciertas normas e instituciones que
permitan el ajuste entre los diversos intereses o demandas de los miembros de la
Sociedad Internacional.

En otras palabras, las relaciones asociativas tratan de garantizar la


configuración y funcionalidad de las estructuras internacionales con unos niveles de
violencia e inestabilidad que no resulten destructivos para la propia Sociedad
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 10

Internacional, y con unos niveles de colaboración entre los actores internacionales


suficiente para impedir la desaparición de la mayoría de ellos.

Para alcanzar esta finalidad, los principales actores que dominan cada una de
estas estructuras jerarquizadas proyectan su poder mediante una combinación de
acciones persuasivas y coactivas, destinadas a imponer y mantener sus particulares
intereses como intereses generales de toda la Sociedad Internacional.

Al actuar de este modo los actores más poderosos están garantizando su


propia hegemonía sobre el resto de los miembros internacionales, pero también están
generando un orden internacional en el que la estabilidad general, en el sentido de
ausencia de guerras generalizadas, y la implantación de instituciones y normas de
actuación garantizan una cierta satisfacción de los intereses y objetivos de los actores
más débiles, principalmente su propia supervivencia y sus demandas de cambio.

Las relaciones asociativas se caracterizan por la articulación de interacciones


cooperativas con otras de naturaleza conflictiva, dando origen a procesos relacionales
profundamente arraigados en las estructuras internacionales. Con frecuencia hacemos
referencia a ellas bajo diversos términos como los de: influencia, hegemonía,
dominación; o desde la perspectiva opuesta, dependencia, sumisión, explotación, etc.

A lo largo de la historia se han desarrollado múltiples formas de relaciones


asociativas internacionales. Entre ellas podemos citar: los protectorados, el régimen de
mandatos, los sistemas de «puerta abierta» y de «zonas de influencia», el
establecimiento de «tratados desiguales», etc. En el ámbito de la estructura
económica una de las principales formas de relación asociativa es, sin duda, la
relación de libre competencia, pero junto a ella podríamos citar también la relación de
oligopolio o de monopolio.

En el sistema internacional en curso podemos mencionar como relaciones


asociativas: la disuasión nuclear, la política de alianzas institucionalizadas, la
neutralidad de ciertos países como, por ejemplo, Austria, el régimen de administración
fiduciaria o la política de no proliferación nuclear.

Cuando algunos de los actores internacionales se encuentran marginados o


sometidos hasta el punto de que el logro de sus objetivos prioritarios, o la creencia de
que la satisfacción de tales objetivos, no puede alcanzarse en el seno del orden
internacional imperante (político, económico o cultural), tales actores generarán unas
relaciones conflictivas con los demás países, principalmente con las principales
potencias beneficiarias, con objeto de alterar las instituciones y relaciones asociativas
que sustentan dicho orden internacional.

Los ejemplos de la Francia revolucionaria y napoleónica, de la Rusia


bolchevique, de la Alemania hitleriana, y más recientemente del Irak de Sadam
Hussein, constituyen otras tantas pruebas de estados que han cuestionado seriamente
un determinado orden internacional, y de la reacción general que se ha desarrolladó
por la mayoría de los miembros de la Sociedad Internacional, bajo el liderazgo de las
principales potencias del momento.

Las relaciones asociativas podemos diferenciarlas teóricamente de los otros


dos tipos (conflicto y cooperación). Respecto de la cooperación, la dimensión coactiva
o compulsiva que existe en las relaciones asociativas requiere una voluntad expresa
de utilización del poder para limitar, condicionar o constreñir la autonomía de los
actores más débiles. De esta forma, mientras que en la cooperación los actores
internacionales buscan expresa y voluntariamente alcanzar un beneficio mutuo, resulta
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 11

inevitable que se produzcan efectos negativos involuntarios y/o no previstos para


algunos de los participantes en la relación cooperativa.

En las relaciones asociativas los actores participantes utilizan sus


desigualdades de poder para establecer consciente y voluntariamente unos sistemas
de dominación y/o control mutuo. Pero junto a estos fenómenos, también resulta
imposible de evitar que los miembros de estas relaciones colaboren entre ellos
ocasionando, de modo involuntario o inconsciente, ciertos beneficios o resultados
favorables a todos los actores partícipes de la asociación.

Ciertamente, una de las causas más frecuentes de los conflictos


internacionales la encontramos en las relaciones de dominación de unas sociedades
sobre otras. Sin embargo, la identificación automática entre dominación y conflicto
resulta incorrecta. En realidad, la dominación conduce al conflicto cuando alguna o la
totalidad de los actores sometidos cuestiona la legitimidad de semejante dominación.
Por el contrario, cuando el dominio está legitimado y es aceptado por todos los
miembros de la relación, conduce a la autoridad que no sólo no resulta conflictiva sino
que además facilita la resolución de numerosas formas de conflictividad.

Junto a estas tres categorías de relaciones internacionales existe una forma de


relación que por su importancia y especificidad debe ser considerada como una
categoría propia. Se trata de la relación comunicativa. La relación social de
comunicación constituye junto con las relaciones del poder social, los dos pilares sobre
los que se construye todo el entramado relacional que genera y mantiene a una
sociedad.

La comunicación social exige, como veremos más adelante, una comunidad


cultural entre los participantes en el proceso comunicativo. También requiere un
mínimo de colaboración operativa para que el mensaje (información) sea
efectivamente transmitido del emisor al receptor, y sea decodificado o interpretado
adecuadamente.

La relación comunicativa internacional o, simplemente, comunicación


internacional, la hemos definido como:
«Aquel proceso relacional en virtud del cual dos o más actores internacionales,
partiendo de experiencias históricas compartidas y bases culturales comunes,
son capaces de intercambiarse información, influyéndose recíprocamente y
contribuyendo, gracias a dicho intercambio, a modificar la estructura y dinámica
de la Sociedad Internacional en la que se encuentran inmersos».

La principal característica de la comunicación internacional es la de que


constituye una relación de carácter instrumental, en el sentido de que gracias a ella es
posible desarrollar otras formas de relación cooperativa, conflictiva o asociativa.

Desde luego todas estas categorías de relación internacional responden, en su


descripción teórica, a lo que WEBER calificaba como «tipos ideales». En otras
palabras, se trata de modelos teóricos de relación internacional que sólo de forma
excepcional se dan en la realidad. La utilidad de recurrir a tales modelos relacionales
se debe a que gracias a su conocimiento podemos desentrañar, con mayor facilidad y
rigor, la auténtica naturaleza, contenido y motivaciones de los actores internacionales.

6. Las relaciones internacionales y el fenómeno de la interdependencia.

La consideración de las relaciones como un conjunto articulado de


interacciones no sólo nos permite resaltar la dimensión de reciprocidad que subyace
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 12

en el comportamiento de los actores internacionales, quebrando la visión centrada en


la unilateralidad e independencia del paradigma estatalista, sino que además nos
permite abordar un aspecto decisivo de la vida internacional: el fenómeno de la
interdependencia.

La consideración y estudio de la interdependencia como fenómeno «natural»


de las relaciones internacionales, es un acontecimiento muy reciente en la doctrina. En
esta nueva percepción del mundo internacional han influido decisivamente algunos de
los principales retos surgidos en el seno de la Sociedad Internacional actual.
Principalmente podemos referirnos a los siguientes fenómenos:
a) La creciente interpenetración de las economías nacionales.
b) El desarrollo de la amenaza nuclear como resultante de la carrera de
armamentos y de las sucesivas doctrinas político-militares imperantes en las
dos superpotencias.
c) La universalidad de la descolonización.
d) La aceleración científico-tecnológica, con especial énfasis en el desarrollo
de los medios de transporte y comunicación a escala planetaria.

La idea de la interdependencia ha arraigado hasta tal extremo que no han


faltado autores que se han atrevido a incorporar la interdependencia como uno de los
elementos definidores de la vigente Sociedad Internacional. ¡Cómo si la
interdependencia no se encontrase presente en las relaciones internacionales
anteriores al siglo XX!

Situadas en su contexto histórico, las relaciones entre la Cristiandad medieval y


el Islam o el Imperio Bizantino, fueron, probablemente, tan interdependientes como
puedan serlo en nuestros días las relaciones entre ambas superpotencias. Otra cosa
es que tengamos una visión más profunda de estas últimas por sernos más próximas
a nuestra experiencia directa.

No obstante debemos interrogarnos sobre el significado que damos al término


interdependencia. Desde luego la doctrina internacionalista no ha sido muy pródiga en
los esfuerzos por alcanzar una precisión definitoria de este término. Por ejemplo,
DEUTSCH en una de sus últimas obras se refiere a la interdependencia económica,
estratégica e informativa, pero no aborda una conceptualización de cada una de las
mencionadas formas de interdependencia.

Por su parte KEOHANE y NYE abordan la idea de interdependencia en el


plano político-militar. Según estos autores lo que denominan interdependencia
compleja muestra tres características:
a) La existencia de múltiples canales de vinculación entre las sociedades.
b) La ausencia de una jerarquía, entre las decisiones.
c) Un menor papel de la fuerza militar.

Tal vez haya sido KNORR uno de los autores que más extensa y
profundamente haya abordado el estudio de la interdependencia internacional. Según
este autor:
«Interdependencia significa literalmente dependencia mutua, es decir,
dependencia uno del otro. Es lo opuesto de aislamiento, de autonomía completa, de
independencia total. La interdependencia internacional significa que la vida de las
sociedades organizadas en Estados soberanos se torna más o menos condicionada
por la vida de otras sociedades. Significa que el esfuerzo de las sociedades por lograr
objetivos, y sus partes, son más o menos interdependientes; en verdad, esto es lo que
torna interesante en el análisis presente el uso del concepto. Nuestra definición
comprende las implicaciones tanto conflictivas c omo cooperativas».
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 13

Para KNORR las principales propiedades de la interdependencia internacional,


valorables en términos de más o menos, son las siguientes: dominio, alcance,
densidad, intensidad, nivel, mutualidad, jerarquía, homogeneidad, libertad, estabilidad,
organización y valor.

GALTUNG ha estudiado la interdependencia en relación con los diversos


proyectos de pacificación en la Sociedad Internacional. En este contexto la define
como:
«(…) la interacción en la que se intercambia un valor positivo de cualquier
tipo…».

Estos fenómenos de interdependencia difieren entre sí en función de tres


variables: la frecuencia (cada cuánto tiempo), el volumen (en qué cantidad) y el ámbito
(qué valores se intercambian). Agrega este autor que cabe diferenciar entre el modelo
de interdependencia mínima, según el cual cada país es autónomo y autosuficiente, lo
que permite que ningún país interfiera en los demás, y el modelo de interdependencia
máxima en el que los países mantienen «un máximo de interacción con los demás, por
lo que se refiere a la frecuencia, el volumen y el ámbito».

Nuestra concepción de la interdependencia deriva de las reflexiones previas


sobre los conceptos del poder y de las relaciones sociales. El punto de partida es
siempre el mismo. La realidad nos pone en evidencia que los grupos sociales, igual
que ocurre con los individuos, no pueden ser plenamente independientes porque
carecen de las capacidades y recursos necesarios para satisfacer sus necesidades
básicas. Como consecuencia de ello las sociedades organizadas han enfrentado unas
limitaciones objetivas que han tratado de superar manteniendo relaciones con otras
sociedades, con el fin de integrar o agregar sus desiguales capacidades y poderes.

En estos procesos relacionales se ha desarrollado una división social de


funciones o tareas, una especialización . funcional de las sociedades que les ha
beneficiado a todas ellas aunque no necesariamente en la misma medida. Gracias a
esta especialización funcional intersocietaria, la humanidad ha ido progresando
históricamente hacia formas cada vez más complejas de organización social, creadas
para realizar tareas y/o resolver problemas. En una palabra, la especialización
funcional intersocietaria es causa y consecuencia del desarrollo, pero también de la
interdependencia asociada a él.

STOJANOVICH ha analizado detenidamente cómo el proceso de división del


trabajo, a través de sus distintas expresiones históricas, como parte esencial de los
sistemas de producción, ha ido generando diversas formas de interdependencia a
escala internacional.

La interdependencia se constituye como un concepto alejado igualmente de la


visión del mundo a partir de un conjunto de grupos sociales independientes, actuando
unilateralmente, como de una concepción internacional en la que unos pocos actores
hegemónicos imponen unas relaciones de dependencia al resto de las sociedades.

La interdependencia forma parte del proceso de desarrollo y universalización


de la sociedad internacional Se puede contemplar como una mutua vulnerabilidad de
los actores interdependientes o como un ejercicio recíproco de su poder. Pero, en
cualquier caso, la interdependencia afecta y se desarrolla en todas las formas de
relación (cooperación, conflicto, asociación y comunicación).
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 14

Podemos afirmar que existe interdependencia entre dos o más actores


internacionales cuando las decisiones y actuaciones de cada uno de ellos están
condicionadas de forma decisiva en sus resultados por las decisiones y actuaciones
del resto de los actores.

La interdependencia exige, por tanto, una relación recíproca pero también la


posibilidad de que cada actor pueda influir de modo significativo en los efectos
derivados de esa relación. Por ejemplo, en un conflicto bélico cada beligerante está
condicionado en su estrategia y tácticas por las actuaciones de sus enemigos. En tales
circunstancias no Sólo hay reciprocidad sino también interdependencia.

La interdependencia exige también una diferencia de funciones y/o una


desigualdad de poderes entre los actores. Por eso no compartimos las afirmaciones de
LEURDJIK cuando señala que el concepto de interdependencia se ha utilizado para
referirse:

«(...) ya sea a una dependencia mutua, ya sea a un fenómeno que se reduce,


en realidad, a una dependencia unilateral. Ciertamente, ambas acepciones del término
se oponen a la noción de independencia o de autonomía, pero no en los mismos
casos: la oposición recae en la interdependencia cuando existe una relación horizontal
entre unidades de las mismas dimensiones n de la misma potencia, y sobre la
dependencia cuando se trata de una relación vertical entre unidades desiguales. En la
primera situación, hay reciprocidad sobre la base de relaciones de coordinación
(igualdad de rango); en la segunda, hay relación unilateral de dependencia sobre la
base de una subordinación (desigualdad de rango)».

En efecto, podemos considerar que la interdependencia puede darse entre dos


o más actores en una misma relación o en ámbitos distintos. Por ejemplo, un estado
puede ser interdependiente con una empresa multinacional, aunque el primero opere
en el terreno de las relaciones políticas, y la segunda, en las relaciones económicas.

Por último, conviene no asociar interdependencia con anarquía o


descentralización del poder. Una potencia mundial puede mostrar una fuerte
interdependencia en las relaciones con una colectividad de actores internacionales,
aunque no necesariamente respecto de alguno de ellos en concreto. Por ejemplo, las
potencias coloniales eran fuertemente interdependientes de sus colonias, lo que era
compatible con una relación de dominación con cada una de ellas, en particular, como
se puso de manifiesto a medida que se consolidó el proceso de descolonización.

Concluyendo, podemos decir que el estudio de la interdependencia constituye


un avance respecto de las doctrinas defensoras, tanto del paradigma de la
independencia absoluta como de aquellas otras que intentan explicar el mundo
internacional a partir de esquemas simplificadores de dominación-dependencia.
Ambos fenómenos existen ciertamente en las relaciones internacionales, pero ello no
permite excluir un buen número de situaciones en las que el criterio de la
interdependencia resulta insustituible.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

Capítulo 5
Los actores internacionales.
1. Consideraciones generales.

Es habitual que los autores de esta disciplina recurran al término de actores


internacionales sin que se ponga especial atención en delimitar el sentido de esta
expresión. Esta falta de rigor deriva de la apropiación por las Relaciones
Internacionales de este término acuñado por las teorías conductista y funcionalista.

En una primera aproximación podemos decir que actor es el que actúa, el que
desempeña un papel (rol) en un contexto social definido previamente. De acuerdo con
está acepción genérica, la expresión actor internacional nos destaca la dimensión
dinámica de la sociedad internacional. Nos refiere a una realidad internacional en la
que lo más significativo es la acción que llevan a cabo los grupos sociales que
participan en ella. De este modo, el concepto de actor internacional surge asociado
teóricamente a los conceptos de interacción y relación internacional.

Si aceptamos el concepto de actor internacional que acabamos de apuntar,


podemos imaginarnos la sociedad internacional como una extensa realidad social
formada por una pléyade de grupos sociales que actúan y se relacionan influyéndose
mutuamente. Una realidad social integrada por actores y relaciones que forman
conjuntamente un todo, un grupo singularizado al que hemos denominado sociedad
internacional.

Podemos, pues, deducir que la cualidad del actor internacional no es


consustancial a ciertos tipos de grupos sociales por el mero hecho de serlo.
Concedemos la calificación de actor internacional a aquellos grupos que gozan de una
capacidad efectiva para generar y/o participar en unas relaciones internacionales con
otros grupos que pertenecen a la misma sociedad internacional.

Por tanto, se es actor internacional, no por pertenecer a una determinada


categoría de grupos sociales, sino por disponer de la capacidad de engendrar o
participar en relaciones que son intencionalmente significativas. Ello significa que
tampoco podemos incluir en este concepto a aquellos grupos o sociedades que
habiendo ocupado un lugar destacado en la vida internacional de un período histórico
determinado, perdieron ese protagonismo como consecuencia de las mutaciones
operadas en la sociedad internacional.

El teórico de las relaciones internacionales se encuentra así limitado para


establecer las diversas categorías de actores internacionales, por las coordenadas
espacio-temporales de cada sociedad internacional en cuyo seno deberá descubrir
qué grupos sociales gozan de esa capacidad de actuación internacional.

Junto a la anterior limitación teórico-metodológica, el internacionalista está


también obligado a definir las relaciones internacionales que considera relevantes,
pues ello condicionará la selección de los grupos capaces de desempeñar un papel
activo y significativo en tales relaciones, es decir, la calificación de actores
internacionales.

En efecto, si se estima que la vida internacional puede quedar reducida a las


relaciones de naturaleza política, únicamente encontraremos como protagonistas
destacados a los estados y, en menor medida, a ciertas organizaciones
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2

intergubernamentales; pueblos o movimientos de liberación. No encontraremos


razones suficientes para valorar teóricamente el protagonismo internacional de otros
grupos, como las empresas multinacionales, las naciones o la opinión pública
internacional. Estos y otros muchos grupos sociales adquieren la categoría de actores
cuando introducimos como parte de la Sociedad Internacional otras relaciones de
naturaleza económica o cultural.

Resumiendo, podemos precisar el concepto de actor internacional afirmando


que es todo grupo social que, considerado como una unidad de decisión y actuación,
participa eficaz y significativamente en aquellas relaciones definidas previamente
como fundamentales para la estructuración y dinámica de una determinada sociedad
internacional.

2. Criterios de clasificación de los actores internacionales.

Tomando en consideración la necesaria relatividad del concepto de actor


internacional, podemos apuntar los criterios que comúnmente se han seguido por los
autores para clasificar los diversos tipos de actores internacionales.

a) Por la naturaleza de los actores


La primera y más elemental clasificación de los actores internacionales es la
que distingue entre los actores territoriales y los actores internacionales.

Los actores territoriales se caracterizan por el hecho de que su existencia y sus


actuaciones están directamente vinculadas con la delimitación, ocupación y dominio
efectivo de un espacio geográfico o territorial. El cambio sustancial en ese espacio
influye de forma decisiva en la capacidad de estos grupos para participar en la
dinámica internacional. Sin duda, el actor territorial más importante es el Estado.

Los actores funcionales alcanzan esta condición en virtud de su capacidad y


eficacia en el desempeño de ciertas tareas o funciones básicas para la supervivencia
de una sociedad internacional, con independencia del ámbito espacial en el que estas
funciones se desempeñen y sin que sus capacidades funcionales dependan de la
posición de un determinado territorio. Las dos categorías principales de actores
funcionales son las organizaciones internacionales (gubernamentales o no) y las
empresas multinacionales.

Esta distinción no desconoce que los actores territoriales desempeñan ciertas


funciones internacionales, y que los actores funcionales disponen necesariamente de
una mínima base espacial (sede) en la que ubicar los recursos humanos y materiales
necesarios para el desempeño de sus actividades internacionales. Lo que se pretende
resaltar con ella es el hecho de que en los actores territoriales el principal elemento
que cualifica su capacidad de actuación internacional es el espacio geográfico que
controlan; en cambio, en el caso de los actores funcionales ese elemento viene
definido por su capacidad, mayor o menor, de dar respuesta a los problemas
internacionales que se suscitan o de satisfacer las demandas planteadas por otros
miembros de la Sociedad Internacional.

Ciertamente no se puede negar la utilidad de este criterio distintivo, pues no en


vano la dimensión espacial condiciona sustantivamente las capacidades y actuaciones
de los estados. En sus planteamientos teóricos más radicales, esta concepción ha
llevado al entronamiento de doctrinas (geopolíticas, geoestratégicas) y conceptos
(espacio vital, fronteras naturales) de inequívoca influencia en la política exterior de
muchos países.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3

Frente a esos excesos teórico-políticos, conviene dejar bien sentado que la


importancia del elemento territorial no es mayor, a la hora de explicar la importancia de
las actuaciones internacionales de los, estados, que la de otros elementos
estructurales (composición demográfica, organización económica, etc.) y funcionales,
que deben tenerse muy en cuenta para diferenciarlos de otros grupos no estatales.

b) Por la importancia internacional de los actores.


Un segundo criterio muy extendido en la doctrina es el que adopta como
referencia el grado de importancia que los distintos actores poseen en la Sociedad
Internacional. De acuerdo con este criterio, los actores internacionales se dividen en:
actores primarios o principales, y actores secundarios o menores. Entre los primeros
se incluyen a los estados y, ocasionalmente, ciertas organizaciones supranacionales.
El resto de grupos sociales con cierta capacidad de actuación internacional queda
relegada a la segunda categoría.

La consideración del carácter primario de los estados se debe a dos razones


fundamentales. En primer lugar, porque el estado ocupa una posición central,
privilegiada e insustituible en relación con los demás grupos sociales, al
institucionalizar el poder interior y dominar las relaciones de poder en el contexto
internacional.

En segundo término, y como consecuencia de lo anterior, los estados se


convierten en mediadores del protagonismo internacional de todos aquellos grupos
sociales que nacen y se desarrollan al amparo del marco jurídico, político, económico
y territorial de los estados. En otras palabras, si los estados son los grupos más
poderosos, interna e internacionalmente, las demás colectividades sólo podrán actuar
de modo significativo en el contexto internacional en la medida en que lo permitan los
actores estatales, y dentro de los cauces establecidos por ellos. De este modo se
convierten en actores dependientes de los estados y secundarios respecto de éstos.

Una reflexión crítica de ambas tipologías debe empezar por reconocer su


notable utilidad explicativa, lo que, en gran medida, explicaría la amplia difusión que ha
alcanzado en la doctrina. Sin embargo, también resulta oportuno reconocer algunas de
sus limitaciones.

Ante todo, ambos criterios de clasificación descansan sobre una primacía del
paradigma estatal. Ello conduce, con frecuencia, a identificar las relaciones
internacionales con las actuaciones estatales.

Por otra parte, y en la línea de la observación precedente, no se puede


prejuzgar la capacidad y actividad internacional de los grupos no estatales, ya que aun
siendo real la supremacía de los actores estatales en determinados perío dos históricos
o para ciertos tipos de relaciones, no se le puede atribuir una validez axiomática y
universal.

Claro está que ambos aspectos han propiciado el estudio e investigación


exhaustivos de los actores estatales y sus relaciones mutuas. Ello ha reforzado la
convicción de que unos y otras eran las más importantes porque eran más conocidos.
El círculo vicioso se cerraba considerando que las relaciones interestatales eran las
más explicativas por surgir de los actores fundamentales de la Sociedad Internacional,
es decir, de los estados.

Afortunadamente, este círculo vicioso, en el que durante cierto tiempo se vieron


atrapados los teóricos de las relaciones internacionales, ha comenzado a
resquebrajarse propiciando nuevos estudios e investigaciones sobre otros actores no
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4

estatales. Los resultados no han podido ser más revolucionarios y demoledores para
el paradigma del estado. Hoy en día sabemos lo suficiente para poder afirmar que, en
el contexto de las relaciones económicas internacionales, las empresas
multinacionales constituyen actores con un protagonismo equiparable a la mayoría de
los estados. Esta misma reflexión podríamos hacerla extensiva a otros actores y
relaciones internacionales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5

3. Actores internacionales integrados y agregados.

Junto a los criterios taxonómicos mencionados, cabe considerar una nueva


perspectiva de distinción entre los actores internacionales. Esta nueva perspectiva
toma como criterios de referencia: la cohesión interna de cada actor y su autonomía
operativa exterior. Am bos criterios se encuentran íntimamente asociados.

La cohesión interna de los actores internacionales viene condicionada por la


estabilidad de los vínculos imperantes entre los miembros del grupo social, de una
parte, y el orden de prioridades concedido a los intereses grupales en relación con los
intereses particulares de los miembros.

La autonomía operativa exterior nos remite a la consideración de la capacidad


de cada actor para ejecutar en el plano internacional y de un modo directo e inmediato,
sus propias decisiones. Dicho de otro modo, la capacidad de decidir y actuar
internacionalmente sin el concurso o la mediación de otra colectividad.

Conjugando ambos criterios podemos diferenciar entre los actores


internacionales integrados y los actores agregados.

Los rasgos más sobresalientes de los actores integrados son la gran


estabilidad de los vínculos establecidos entre sus miembros. La supremacía de los
intereses colectivos sobre los particulares de cada uno de sus miembros. El notable
grado de autonomía decisional y ejecutiva alcanzada en el plano internacional.

La estabilidad interior es una consecuencia directa de la existencia de intereses


idénticos o comunes entre los miembros del grupo social. A ello habría que añadir que
tales intereses comunes exigen unos mínimos comportamientos complementarios
entre ellos. Esto permite que la existencia y actuación de cada miembro se oriente,
preferentemente, al logro de los intereses colectivos pues, sólo de este modo logran
satisfacerse también los intereses particulares de los integrantes del actor
internacional, gracias a la cooperación instaurada entre ellos.

Esta supremacía de los intereses colectivos sobre los particulares de cada


miembro nace de, y contribuye al desarrollo de una forma especial de participación
social, caracterizada por la identificación de cada miembro con el grupo al que
pertenece.

Esta identificación de las partes con el todo estimula y perpetúa ciertos


comportamientos o relaciones que se constituyen en normas sociales intangibles por
cuanto, fundamentan la existencia misma del grupo integrado, y con él de todos, y
cada uno de sus miembros. Esta intangibilidad de las normas de comportamiento
social se alcanza gracias a un proceso de interiorización de los objetivos generales del
grupo, y de las actuaciones necesarias para alcanzarlos, en cada uno de los miembros
del actor integrado. Los procesos por los cuales se puede alcanzar esta interiorización
son diversos: por la educación y el aprendizaje sociales, por la comunicación, por la
imposición realizada por una autoridad del grupo, etc.

El resultado de todo esto es la pérdida de una parcela de la autonomía o


independencia que poseía cada miembro y que es transferida al grupo tomado en su
totalidad. Ello confiere a los órganos directivos del actor integrado, una capacidad
decisional y operativa en su actuación exterior que les permite aparecer, ante los
demás actores internacionales, como unidades sociales y no como la simple
yuxtaposición de sus miembros. En el marco de la Sociedad Internacional los actores
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6

integrados se proyectan como unidades de decisión y actuación independientes de


sus miembros a los que mediatizan.

Pero si es verdad que la emergencia de un actor internacional integrado


requiere el desarrollo de vínculos de identificación de los miembros con el grupo,
especialmente a través de una cooperación mutua, también lo es que el nivel de
integración no impide el desencadenamiento de conflictos y la instauración de
jerarquías entre ellos. Estas tendencias desintegradoras no impiden la unidad del actor
integrado pues encuentran cauces para su resolución o, al menos, para mantenerse
dentro de límites funcionalmente más débiles que los lazos de solidaridad. En caso
contrario, el actor integrado experimentará un proceso de descomposición interna y
una notable merma de su autonomía exterior.

Tampoco cabe esperar que, debido a la naturaleza cooperativa de sus vínculos


internos, el comportamiento internacional de dicho actor tienda a potenciar más las
relaciones de solidaridad pacífica con otros actores internacionales. Semejante
planteamiento desconocería que la influencia entre la esfera interna y la actuación
exterior de los grupos humanos es dinámica y contradictoria.

Junto a los actores integrados coexisten en la Sociedad Internacional otro tipo


de grupos a los que denominaremos actores agregados. Estos se caracterizan por
gozar de un débil grado de estabilidad interior, junto con una escasa independencia o
autonomía decisional y operativa en el ámbito internacional.

La escasa unidad interna de estos actores es fruto de la fragmentación que


impera entre sus miembros que mantienen intereses diversos, en ocasiones incluso
contradichos, y cuyos vínculos son fundamentalmente asociativos. No existen vínculos
de identificación de los miembros con el grupo en su totalidad. Se carece de procesos
claros de socialización de los miembros que son sustituidos por relaciones de
jerarquía.

Fruto de todo ello es la dependencia o mediatización que los órganos


colectivos de decisión y actuación poseen respecto de sus miembros, singularmente
de sus miembros más poderosos. La actuación internacional de estos grupos
agregados queda de esta manera limitada y condicionada por el dominio ejercido por
sus miembros.

Los actores internacionales agregados, aunque dominados por sus miembros,


gozan de una cierta capacidad de intervención en las relaciones internacionales,
debido a la existencia de una estructura orgánica colectiva y de una
institucionalización formal que les otorga la necesaria cohesión interna entre sus
miembros para evitar su disgregación.

Por tanto, los vínculos de poder que imperan entre los miembros de un actor
agregado son los que les posibilitan que pueda operar internacionalmente en aquellos
ámbitos en los que existe una mínima convergencia de intereses entre sus miembros,
para que estos hayan delegado o transferido sus poderes a los órganos del actor,
aunque de modo temporal y limitado.

Conviene, para concluir estas reflexiones, apuntar que ambas categorías de


actores internacionales corresponden a modelos o tipos ideales en el sentido
weberiano del término. Rara vez se presentan con toda su pureza en la realidad
internacional. Es frecuente que un determinado actor internacional se configure como
un actor integrado en ciertas áreas, y como un actor agregado para otras diferentes.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 7

Ello se debe a que en la realidad internacional lo que existen son individuos agrupados
y relacionados de modo complejo siguiendo procesos integradores y agregativos.

Podemos también afirmar que la integración o agregación no son status o


situaciones que una vez alcanzadas permanecen invariables, sino procesos,
dinámicos . que sufren alteraciones que los aceleran o retardan en el tiempo y los
amplían o restringen en cuanto a sus miembros.

Entre ambos procesos existe una ósmosis, de tal modo que un proceso de
integración puede ser el resultado de la transformación experimentada por un proceso
de agregación. Análogamente, la desintegración de los actores internacionales puede
conducir a la emergencia de actores agregados. Por ejemplo, la Confederación
Germánica, creada en 1815 a raíz del Congreso de Viena, y bajo la hegemonía de
Prusia y Austria, constituía una agregación de estados y ciudades-estado soberanas.
Más tarde, y a partir de esta organización política, surgiría el Imperio Alemán, ejemplo
de integración política en la Europa decimonónica.

La distinción entre actores integrados y agregados no coincide exactamente


con las categorías clasificatorias comúnmente aceptadas por la doctrina. Ciertamente
existen miembros de la Sociedad Internacional que por su génesis, organización y
funcionamiento, pertenecen a la categoría de actores integrados, por ejemplo, las
naciones, las empresas multinacionales, las organizaciones supranacionales, y otras
que, sin duda, corresponden a la categoría de actores agregados, por ejemplo, la
mayoría de las OIG y de las ONG, los pueblos y la opinión pública internacional.

Sin embargo, no todos los estados pueden adscribirse a una de ambas


categorías actoriales. Existen estados que claramente pueden ser adscritos a los
actores integrados, por ejemplo, los Estados Unidos de América, la República Federal
de Alemania, Francia, España, Argentina o Egipto. Otros, en cambio, deben ser
situados en la categoría de actores agregados, por ejemplo, Sudáfrica, la India,
Yugoslavia o la propia Unión Soviética.

Naturalmente, hay que ser conscientes de que el concepto de actor


internacional está indisolublemente unido a la historicidad de todo grupo social. Ello
plantea serias dificultades de análisis cuando consideramos actores internacionales en
trance de transformación. Esta objeción es metodológicamente importante, pero
consideramos que no anula el valor epistemológico de la, distinción entre actores
integrados y agregados. Por el contrario, estimamos que abre una vía de revisión de
los criterios tradicionalmente utilizados por la doctrina para investigar la naturaleza y
actuaciones de los diversos miembros de la Sociedad Internacional.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

Capítulo 6.
El Estado, el Pueblo y la Nación.
1. El estado como actor internacional: una aproximación critica al
concepto.

Ya hemos tenido ocasión de referirnos al general y profundo arraigo alcanzado


por el paradigma del Estado entre los internacionalistas. Ciertamente ello encuentra
una explicación y justificación en el hecho de que los Estados siguen constituyendo
una categoría, dentro de los actores internacionales, fundamental para una adecuada
comprensión de la Sociedad Internacional. Con todo debemos ser conscientes del
riesgo y limitación que entraña la adopción de una perspectiva puramente estatalista,
en lugar de sociológica, del mundo internacional. Este riesgo es tanto mayor, cuanto
que al internacionalista ya no le es posible desconocer la presencia y la participación
de otros muchos actores internacionales distintos del Estado, ni tampoco la existencia
de fenómenos mucho más profundos de las relaciones internacionales de los que el
propio Estado no es sino una de sus manifestaciones más consagradas.

En línea con lo apuntado por POULANTZAS, podemos afirmar que los análisis
realizados por los internacionalistas, en relación con el concepto del Estado y su papel
como sujeto activo de la realidad internacional, ha seguido dos tendencias netamente
diferenciadas: una corriente formalista y una corriente materialista.

La corriente formalista se caracteriza por la consideración del Estado como una


entidad jurídica, política y social dotada de personalidad propia, independiente, neutral
y desprovista de historicidad. También es común a esta corriente doctrinal, el
establecimiento de una radical separación entre el Estado y la sociedad, en virtud de la
cual se desconectan las dimensiones político-institucionales, atribuidas al Estado, de
la dinámica soc io-económica propia de la sociedad. Por último, estos autores
establecen también una separación, más o menos radical, entre los fenómenos
nacionales y los fenómenos internacionales, en cuya línea divisoria emerge el Estado
como instrumento de conexión y vinculación entre ambas dimensiones de la realidad.
Sin duda, los más claros y representativos defensores de este formalismo estatalista,
los encontramos entre los iusinternacionalistas, para quienes el Estado podemos
definirlo, siguiendo a VERDROSS, como:
«Una comunidad humana perfecta y permanente que se gobierna a sí misma
plenamente, no tiene sobre ella ninguna autoridad terrenal que no sea el Derecho
Internacional Público está unida por un ordenamiento jurídico efectivo y se halla
organizada de tal manera que puede participar en las relaciones internacionales».

No obstante, entre los propios iusinternacionalistas, existen diferencias de


grado en cuanto al protagonismo concedido al Estado así concebido. Así, mientras
que JELLINEK considera que el propio Derecho Internacional Público es un conjunto
de normas reguladoras de las relaciones interestatales que emanan directamente de la
«voluntad» de los propios Estados, para los juristas anclados en la consideración y
aceptación del Derecho Natural, el Estado aparece como una realidad dotada de
personalidad jurídica, con evidente y ficticia equiparación con la capacidad jurídica
atribuida por el ordenamiento estatal a las personas físicas, principales destinatarios
de ese Derecho Natural.

Es obvio que semejante concepción del Estado facilita la construcción de una


teoría y una praxis jurídica internacional, al convertir al Estado en sujeto de derechos y
obligaciones en el contexto internacional. No pretendemos negar la validez, e incluso
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2

la necesidad, para el Derecho Internacional Público de semejante concepción del


Estado, pero rechazamos cualquier intento de extenderlo o trasladarlo al campo
científico de las Relaciones Internacionales, en cuyo seno la importancia y
significación de principios y elementos sociológicos y político-económicos son
equiparables, y si cabe, superiores a la de las normas jurídicas internacionales, y
respecto de los cuales esta concepción formalista del Estado resulta claramente
limitativa y distorsionadora del análisis.

Afortunadamente, no han faltado voces autorizadas que, desde el propio


campo del Derecho Internacional, se han alzado frente a estas visiones simplistas del
Estado. En este sentido CARRILLO SALCEDO ha escrito:
«Todo grupo social se diferencia de los demás grupos y adquiere clara
conciencia de sí mismo por su contacto con el exterior, y en este sentido, el rol del
Estado-nación ha consistido tanto en el establecimiento del orden interior del Estado
como en la protección del grupo estatal, frente a lo que los sociólogos denominan
elementos exteriores al grupo, es decir, los otros estados, los grupos ideológicos,
culturales, etc. La relevancia del grupo ideológico en las relaciones internacionales
contemporáneas es, desde luego, indiscutible, y es cierto que desde una perspectiva
sociológica, no es correcto reducir lo internacional a lo interestatal, ya que en la esfera
social e histórica que es la de las relaciones internacionales en su conjunto, la
preponderancia del Estado, en cuanto grupo primario de la sociedad internacional no
excluye la concurrencia de otros actores y factores. Pero en la esfera jurídica, dicha
reducción es más rigurosa, porque en ella el Estado-nación ha logrado, sin duda, un
papel casi determinante».

Esta posición sostenida por CARRILLO es compartida por otros


iusinternacionalistas que abogan por un análisis más sociológico, tanto del mundo
internacional como de las normas jurídicas que lo regulan. Entre ellos, podemos citar a
LANDHEER, CHAUMONT, y entre nosotros, a AGUILAR NAVARRO, MIAJA DE LA
MUELA, GARCIA ARIAS, TRUYOL SERRA, GONZALEZ CAMPOS, y ya directamente
vinculados a la investigación y enseñanza de la disciplina de las Relaciones
Internacionales, a MEDINA ORTEGA, MESA GARRIDO y ARENAL MOYUA.

Pero entre los teóricos de nuestra disciplina, encontramos también no pocos


seguidores de esta visión formalista del Estado. Para tales autores, el Estado se
configura como institucionalización del poder y de la capacidad coercitiva de la
sociedad, cuya expresión interna es el derecho nacional y cuya expresión internacional
es el recurso a la guerra, pero de una sociedad integrada por una diversidad de grupos
con intereses y comportamientos contrapuestos o antagónicos, respecto de los cuales
las instituciones y órganos estatales actúan como árbitros neutrales y desinteresados.
Autores como MORGENTHAU, DEUTSCH, MERLE, COULOUMBIS o BRUCAN,
destacados doctrinarios de corrientes teóricas, tan diferentes como el realismo político
norteamericano, el análisis de sistemas o el análisis neomarxista, comparten sin
embargo, una similar concepción formalista del Estado, cuya formulación más
expresiva (y contradictoria) la encontramos en MORGENTHAU cuando escribe:
«El Estado no es más que otro nombre para la organización compulsiva de la
sociedad, para el orden legal que determina las condiciones bajo las cuales la
sociedad puede emplear su monopolio de la violencia organizada para la preservación
del orden y la paz.
(...)
En gran parte, la violencia organizada de las sociedades nacionales es neutral
con referencia a las demandas en conflicto de los grupos sociales, en tanto
permanezcan dentro de los límites del derecho y utilicen medios pacíficos.
(...)
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3

En verdad, la organización compulsiva de la sociedad no puede ser


completamente neutral, pues como hemos visto, el orden legal que hace cumplir no es
completamente neutral y no puede menos que favorecer el "status quo" al cual debe
su existencia. Si es amenazado, el «status quo» puede contar con el apoyo de la
fuerza compulsiva de la sociedad.
Sin embargo, la característica peculiar de la organización compulsiva de las
sociedades es que tienen un prejuicio en favor «del 'status quo', pero en gran medida
no un prejuicio en favor de un 'status quo' en particular».

Si hemos tomado esta cita de MORGENTHAU para sintetizar la concepción


formalista del Estado, no es porque constituya la excepción, sino que, por el contrario,
este autor es un exponente representativo y coherente de esta posición doctrinal y de
las deformaciones teóricas en las que se incurre siguiendo esta línea de pensamiento.

En efecto, ante todo, la consideración del Estado como expresión centralizada


e institucionalizada del poder coactivo de la sociedad suscita no pocas objeciones, ya
que implica o presupone la existencia de una sociedad unificada y estable, en la que el
conflicto y la contestación social se mantiene de forma marginal, dentro de los limites
jurídicos y organizativos sobre los que se fundamenta la propia existencia estatal. Esta
premisa que es aceptable cuando nos referimos a unidades estatales, configuradas a
partir de sociedades desarrolladas económica y culturalmente, con instituciones
políticas y jurídicas maduras y con una tradición histórica de pertenencia a
determinadas realidades estatales, no se corresponde, en cambio, con la realidad
social que presentan la gran mayoría de los estados que componen el mundo
internacional.

La mayor parte de los estados que conforman la periferia del sistema


internacional, incluso algunos de los estados del centro, se encuentran establecidos en
un marco social inestable y conflictivo en el que lo característico es la existencia de
grandes sectores de la población sometidos a formas de explotación alienantes;
económica y culturalmente, y que tratan de legitimarse, en favor de unas minorías,
mediante instituciones jurídicas y políticas que conforman el núcleo de tales estados.
Son también sociedades que han estado sometidas, durante décadas o siglos, a una
dominación y colonización extraña a su propia base social, y que han accedido a su
independencia estatal muy recientemente, en muchos casos, de forma violenta y
traumática. Contemplar al estado como una emanación espontánea de la voluntad
social y que desempeña sus funciones de forma neutral ante el conflicto interno que
fracciona y divide a estas sociedades, es cuando menos pintoresco, por no calificarlo
de flagrante burla para la tragedia existencial de estos pueblos, y desde fuego
conduce a una incapacidad intelectual para conocer y comprender aspectos básicos
del mundo de los estados.

Los continuos conflictos bélicos y revolucionarios que fraccionan la estructura


interna de la mayor parte de los Estados de la periferia; los antagonismos
interclasistas o de naturaleza étnica, lingüística o religiosa en que se debaten de modo
casi permanente las sociedades africanas, asiáticas o latinoamericanas, y que
contribuyen a paralizar, en ocasiones, o a acentuar la crisis de las instituciones
estatales; los golpes y pronunciamientos militares en los que los ejércitos se
transforman de instrumentos para la defensa del Estado, frente a agresiones
exteriores, en instrumentos de represión de la conflictividad político-social interna, todo
ello no son excepciones al modelo estatal propuesto por doctrinarios de la visión
formalista del Estado, sino que por el contrario, son la norma que obliga a una
profunda revisión de los presupuestos contenidos en tales modelos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4

Además, una parte importante de los internacionalistas que siguen esta


corriente, introducen un segundo elemento distorsionante de sus análisis, consistente
en asociar, de manera indisoluble, el Estado a la nación para dar paso al concepto de
Estado-nación. Como tendremos ocasión de demostrar, más adelante, semejante
asociación resulta inadecuada habida cuenta que el concepto de nación hace
referencia a una realidad sociocultural bien delimitada que, aunque relacionada con el
Estado, no puede quedar restringida a su ámbito. En efecto, en la actualidad existen
grupos nacionales que se encuentran repartidos entre diferentes estados, tal vez el
caso más destacable sea el de la nación alemana distribuida entre la República
Federal de Alemania, Austria y Polonia. Análogamente, existen estructuras estatales
que albergan en su seno diversas naciones como ocurre con Yugoslavia que aglutina
a las naciones servia, croata, eslovena y macedonia, así como a minorías nacionales
albanesa, búlgara y rumana. Por todo ello, creemos necesario proceder a una
superación de esta visión formalista del Estado, por lo demás obsoleta y disconforme
con la mayoría de las realidades estatales de nuestros días.

Frente a las visiones simplistas y alienantes de la corriente formalista, se ha ido


configurando otra corriente doctrinal que, desde presupuestos más profundos y
comprometidos ideológicamente, ha tratado de rede6nir el concepto y el papel del
Estado en el contexto de la sociedad internacional, es la corriente que denominamos
materialista, que arranca de los trabajos y aportaciones de MARX y ENGELS sobre el
origen y naturaleza del Estado capitalista moderno.

En otra parte hemos abordado la evolución que en el pensamiento marxista y


postmarxista experimenta la concepción del Estado como instrumento de poder y
dominación de unas clases por otras.

Para MARX la configuración y análisis del Estado debe partir de la


consideración de los vínculos que se desarrollan entre las relaciones de producción,
que imperan entre los individuos pertenecientes a una determinada comunidad social,
y las formas de organización social y política cuya máxima expresión es el Estado.
Únicamente a partir de la investigación dialéctica entre ambas formas de vinculación
societaria (la económico-productiva y la político-social) cabe llegar a comprender al
Estado capitalista, por encima de especulaciones teóricas. En el capitulo I de su
famosa obra, La Ideología alemana, MARX escribe:
«Nos encontramos, pues, con él hecho de que determinados individuos que se
dedican de un determinado modo a la producción, contraen entre sí estas relaciones
sociales y políticas determinadas. La observación empírica tiene necesariamente que
poner de relieve en cada caso concreto, empíricamente y sin ninguna clase de
embarcamiento y especulación, la relación existente entre la, estructura social y
política y !a producción. La estructura social y el Estado brotan constantemente del
proceso de vida de determinados individuos; pero de estos individuos, no como
puedan presentarse ante la imaginación propia o ajena, sino tal y como realmente son;
es decir, tal y como actúan y como producen materialmente y, por tanto, tal y como
desarrollan sus actividades bajo determinados límites, premisas y condiciones
materiales, independientes de su voluntad».

Esta idea sobre la necesidad de contemplar la relación imperante entre la


estructura socio-política y las formas de producción real que caracterizan a todo grupo
social, induce a MARX a interrogarse sobre el proceso mediante el cual se alumbra el
Estado. Le obliga también a cuestionarse la fundamentación social del mismo, así
como la realidad que se oculta bajo el mecanismo de identificación del interés
individual con el interés general, tal y como es determinado por la colectividad estatal.
Las observaciones que sobre estos temas realiza MARX destacan netamente por su
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5

rigurosidad y realismo, frente a las realizadas, sobre idénticas cuestiones, por los
defensores del formalismo estatal.

Según MARX, el Estado constituye la expresión política, la forma de


organización política de la sociedad civil, pero no de cualquier tipo de sociedad civil,
sino precisamente de la sociedad en la que existe una desigualdad de poder entre la
clase dominante, la burguesía, y la clase dominada, el proletariado. El Estado
constituye, pues, la forma de organización política de la sociedad, acorde con los
intereses de la clase dominante.
«Como el Estado es la forma bajo la que los individuos de la clase dominante
hacen valer sus intereses comunes y en la que se condensa toda sociedad civil de la
época, se sigue de aquí que todas las instituciones comunes se objetivan a través del
Estado y adquieren a través de él la forma política. De ah! la ilusión de que la ley se
basa en la voluntad y, además, en la voluntad desgajada de su base real, en la
voluntad libre. Y del mismo modo, se reduce el derecho, a su vez, a la ley».

Pero el Estado, contemplado desde la perspectiva de la plasmación política de


los intereses de la clase dominante, sirve tanto para conceptualizar al Estado
capitalista como al Estado socialista, según que la clase dominante sea la burguesía o
el proletariado. Ahora bien, MARX, a diferencia de las corrientes doctrinales
dominantes, tendrá una particular preocupación por señalar las diferentes realidades
sociales y económicas a las que corresponde cada una de estas formas estatales, al
tiempo que subrayará la necesidad de comprender cómo en el seno mismo de cada
formación estatal se encuentra el germen antagónico que conducirá a la superación de
dicha formación estatal por otra superior, hasta llegar a la sociedad comunista en la
que el Estado desaparece como tal realidad institucional de poder.

La obra de MARX abrió una vía nueva para desarrollar los análisis sobre el
Estado, en tanto que realidad política, tanto nacional como internacionalmente. Por
esta vía han discurrido no pocos teóricos de las relaciones internacionales,
alumbrando de este modo una nueva visión del Estado y de las relaciones
interestatales.

Entre las principales aportaciones realizadas por estos teóricos del


materialismo con relación al Estado vamos a referirnos particularmente a dos de ellas.
El concepto deformación social y el concepto de sistema deformaciones sociales.

GONIDEC aborda el tratamiento del concepto de formación social y su relación


con el Estado. Para este autor el análisis profundo de la realidad estatal impone la
evaluación de la formación social sobre la cual se articula todo Estado.
«(...) Es necesario, para alcanzar la esencia misma del Estado, para descubrir
su naturaleza profunda, tener presente la naturaleza de la formación social. Por
consiguiente, el concepto de formación social es el que nosotros retendremos como
criterio de la tipología de los estados.
(… )
Para precisar el concepto de formación social, es necesario partir de la
constatación, válida para todas las épocas, de que toda sociedad, cualquiera que sea,
se caracteriza por la existencia de un modo de producción dominante, que se articula
en dos elementos interdependientes, indisociables el uno del otro: de una parte, las
fuerzas productivas, de otra, las relaciones de producción.
(… )
El conjunto de ambos elementos, base económica de un lado y superestructura
de otro, constituyen una formación socio-económica, más brevemente una formación
social. (. )
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6

Pero el Estado, como totalidad, puede y debe ser considerado como una
formación social que engloba tanto las instituciones, aparato jurídico-político, como
también otros elementos de la superestructura y de la base económica».

Así comprendido, un Estado viene definido y condicionado, tanto en su


estructura como en su actuación internacional, por la conjunción de su base de
producción y de su sistema político. La existencia de una formación social com o
elemento fundamental del Estado permite, a su vez, la generación de vínculos
interestatales desarrollados a partir de idénticas o similares formaciones sociales entre
varios estados. De este modo, y enlazando con el citado concepto SAMIR AMIN ha
expuesto y desarrollado el concepto de sistema deformaciones sociales para poder
explicar las vinculaciones, pero también las diferencias, que el panorama internacional
presenta, respecto del panorama intraestatal. A este respecto, SAMIR AMIN escribe:
«Varias sociedades constituyen un sistema deformaciones sociales cuando las
relaciones que ellas mantienen entre sí son lo suficientemente densas para que las
oposiciones y alianzas de clases no puedan ser analizadas al nivel de cada una de
ellas, sino que deban ser consideradas al nivel global del sistema.
(... )
Hemos propuesto el concepto de sistema de formaciones sociales cuando las
oposiciones y las alianzas de clase en un miembro, en un Estado, reaccionan
significativamente a las oposiciones y alianzas de otro. En caso contrario, estás
formaciones son autónomas».

Como hemos podido apreciar, las distintas tendencias doctrinales que han
surgido, en torno a la consideración del Estado, se caracterizan por privilegiar alguno
de los rasgos definidores de la comunidad estatal, en ocasiones de manera
excesivamente simplificadora, para desde ellos tratar de explicar su actuación en el
mundo internacional.

En general, podemos definir al Estado como: toda comunidad humana


establecida sobre un territorio y con capacidad para desarrollar sus funciones políticas
y económicas, mediante la generación y organización de relaciones simultáneas de
poder y de solidaridad que institucionaliza en su interior y proyecta hacia el exterior.

De esta definición se desprende, muy claramente, que el Estado debe


contemplarse a partir de la conjugación de cuatro series de variables que convergen y
se oponen mutuamente. Una primera serie de variables viene determinada por la
correlación entre el poder (dominación) y la, solidaridad (cooperación). En segundo
término, en el Estado se estructura una segunda serie de variables, las que se refieren
a las relaciones políticas y a las relaciones económicas. Un tercer lugar lo ocupa la
correlación entre los fenómenos y actuaciones internas del Estado y sus actividades
exteriores. Por último, la realidad estatal debe contemplarse también desde el juego
recíproco, entre la dimensión territorial y la dimensión funcional que debe desempeñar.
El análisis del Estado, o mejor de cada Estado, debe extraerse del estudio y
ponderación de cada una de estas series de variables y del lugar que ocupan en la
formación y evolución del Estado, perder la perspectiva de su consideración significa
condenarse de antemano a la deformación del conocimiento de los hechos y
realidades que conforman la estructura y dinámica estatal.

Ante todo, cabe decir que la génesis de todo Estado está asociada a la
existencia de una población establecida sobre un territorio definido, por lo que
inevitablemente la posición y capacidad de actuación internacional de un Estado
estará condicionada por esa base geográfica. STOJANOVIC ha acuñado la expresión
sociedad territorial global para indicar:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 7

«El conjunto de personas agrupadas en virtud de una serie de vínculos e


intereses recíprocos dentro de un territorio determinado».

Toda sociedad territorial global organizada desde la perspectiva política


constituye, para este autor, un Estado que adquiere así una doble dimensión, por una
parte, en tanto que realidad territorial, y por otra, en tanto que entidad política.

Por lo que se refiere a la primera de estas dos dimensiones, es obvio que una
parte importante de las competencias asumidas y desarrolladas por el Estado, tanto
interna como internacionalmente, derivan de su realidad espacial. En efecto, las
potencialidades económicas y demográficas de cada país están condicionadas por la
extensión y naturaleza de su territorio. Además, la base espacial contribuye a definir
físicamente la esfera de las relaciones internas, de las internacionales, a través deja
determinación de las barreras político-territoriales que son las fronteras. Obliga
también al Estado a garantizar y defender la integridad territorial del espacio sobre el
que se asienta la población de ese Estado. En definitiva, como ha puesto de
manifiesto ARON, el espacio constituye uno de los fines permanentes que persigue
todo Estado por medio de su política exterior, a la par que una de las causas
generadoras de las relaciones con otros estados. Esta idea es también expresada por
STOJANOVIC cuando afirma:
«La territorialización de las sociedades global es provoca un tipo específico de
contradicción que, en último análisis, conduce al fenómeno esencial del que pueden
surgir las relaciones internacionales. La ocupación política de la tierra y su delimitación
de otras zonas ocupadas del mismo modo crea una interdependencia entre las
estados globales, toda vez que en ningún territorio aislado pueden concurrir todos los
recursos naturales que un país, en su conjunto, ofrece al hombre para el desarrollo de
la producción material».

Pero por importante que sea la dimensión territorial del Estado, no se agota en
ella la realidad estatal, puesto que una parte apreciable de las competencias estatales
se orienta, directamente, al desempeño de ciertas funciones básicas para la
subsistencia de la sociedad. Entre las funciones estatales más relevantes cabe
mencionar las de naturaleza política y las de naturaleza económica, que son, sin duda,
las causantes de la génesis del Estado. Pero junto a las anteriores, cabe mencionar
otras funciones, igualmente significativas, desde la óptica internacional. Por ejemplo, la
función de representación de la sociedad, frente a otras colectividades organizadas,
diferentes del Estado, y que operan en el marco de la sociedad internacional.

También cabría hablar de la función de producción de normas jurídicas,


reguladoras de la convivencia entre los individuos o entre las diversas colectividades
estatales. La función de creación y participación en diversos ac tores internacionales,
tales como las Organizaciones Internacionales Gubernamentales. Garantiza el
mantenimiento y evolución de las bases culturales definidoras de la identidad de la
propia población estatal y, en fin, un sinnúmero de funciones no menos significativas.

Como veíamos, entre las funciones principales del Estado hay que destacar la
función política y fa función económica. Ambas se encuentran interrelacionadas desde
los orígenes de las formaciones sociales estatales, pues éstas no son sólo la
expresión de una determinada organización política reguladora de las relaciones entre
los individuos que las integran sino también la plasmación de la organización
productiva de la sociedad.

Ahora bien, el Estado tomado como unidad política expresa y traduce la


voluntad de una colectividad de organizarse y operar en el marco internacional de
forma independiente y soberana, es decir, sin hallarse sometida a poderes diferentes o
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 8

superiores de la propia colectividad estatal. Desde esta perspectiva, el principio de


soberanía del Estado no es sino la traducción jurídica de una voluntad social previa
que tiene como objetivo la independencia decisional y normativa (independencia
política) y que trata de alcanzarse y mantenerse mediante la constitución del Estado.

A tenor de la naturaleza de las relaciones políticas que se generan en el seno


de los estados, en virtud de las cuales ciertos individuos o grupos ocuparán ciertas
instituciones y desempeñarán determinadas funciones aceptadas o impuestas al resto
de la colectividad social, se configurará también el panorama de las relaciones entre
los distintos estados. En efecto, cada Estado intenta reproducir y trasladar las
instituciones y relaciones políticas, en las que descansa y de las que es su máxima
expresión, más allá de los límites sociales y territoriales que le son propios. Al actuar
de este modo, los estados terminan configurando una forma específica de ordenación
de la sociedad internacional en la que necesariamente deben conjugarse dos
tendencias contrapuestas: una tendencia anárquica, en virtud de la cual cada Estado
intenta afirmarse como entidad política independiente, con exclusión de la ingerencia o
intervención de los demás estados en sus decisiones, e igualitaria en el plano
internacional. Una segunda tendencia organizativa por la que cada Estado aspira a
implantar una orden internacional que promueva y asegure las relaciones con los
demás estados, ya sea mediante la constitución de imperios o a través de la gestación
de los organismos internacionales en los que delega una parte de sus competencias y
poderes, ya sea mediante el establecimiento de normas jurídicas o por el recurso a la
coacción y al conflicto bélico.

Pero los estados y las relaciones entre los estados se ven afectadas también
por las funciones económicas asumidas por éstos. Es incuestionable que las
comunidades estatales han desempeñado y gozado de competencias económicas
cuya amplitud ha variado considerablemente a lo largo de la historia, pero que siempre
se han plasmado en una serie de órganos e instituciones estatales. El origen de esta
función económica del Estado radica en el hecho de que una parcela fundamental de
las relaciones entre los individuos y los grupos sociales las constituyen aquellas que
afectan a la producción de los bienes y servicios necesarios para la vida, y por tanto,
en la medida en que el Estado se erige como suprema fórmula de organización de una
colectividad, resulta necesario que asuma también la regulación, control y ejecución de
ciertas actuaciones económicas.

La protección, fomento y control del intercambio comercial, la potestad de


imponer los gravémenes e impuestos, la facultad de gobernar las relaciones
financieras (acuñación de moneda, monopolio de explotación y acumulación de
metales preciosos, etc.), son competencias que se aprecian en las comunidades
estatales desde la antigüedad hasta nuestros días.

Por tanto, la fusión en el seno del Estado de estas dos funciones básicas, la
dominación del hombre por el hombre y la dominación de los bienes por el hombre, ha
contribuido a convertir al Estado en el actor fundamental del sistema de relaciones
internacionales, siendo el establecimiento del sistema económico capitalista y la
formación del Estado moderno la máxima expresión de esta fusión político-económica,
cuya consagración, en el marco de una sociedad internacional de ámbito universal, se
producirá durante los dos últimos siglos a través del proceso de colonización
imperialista realizado por las potencias europeas.

Esta aseveración válida para cualquier período histórico de la evolución del


Estado, adquiere toda su plenitud en el panorama interestatal de nuestros días,
precisamente porque ante la emergencia de nuevos actores políticos (movimientos de
liberación, internacionales de partidos políticos, organizaciones intergubernamentales,
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 9

etc.), y económicos (empresas multinacionales) con capacidad de intervención en los


asuntos internacionales, el Estado sigue constituyendo el sujeto internacional más
significativo, al gozar, frente a estos nuevos actores internacionales, de una capacidad
funcional general y, sobre todo, de unas competencias exclusivas para ejercer esa
función general de organización de las sociedades.

Ello nos remite al análisis de una tercera correlación de variables


características de la formación estatal: la variable de poder (dominación) y, la variable
de solidaridad (cooperación).

Ciertamente, el Estado constituye la comunidad históricamente más


evolucionada de organización y legitimación de las relaciones de dominación político-
económicas.

Esta constituye la dimensión que más ha atraído la atención y el análisis de los


teóricos (juristas, politólogos, sociólogas, economistas, etc.), incluidos los
internacionalistas, que han abordado el tratamiento del Estado. Las raíces de la
configuración del Estado como centro de poder y dominación hay que buscarlas tanto
en la naturaleza psíquica del hombre como en su componente de sociabilidad que
favorecen la desigualdad como base para la dominación. Pero con independencia del
origen y las causas que generan la consagración, en las estructuras estatales, de las
relaciones de poder, es lo cierto que esta es una característica consustancial a toda
forma de organización estatal, y como tal debe incorporarse al estudio de la misma.

Este poder del Estado, que internamente se encuentra institucionalizado y


normalmente legitimado, puede llegar a plasmarse en un poder coercitivo internacional
a través de la guerra cualificando sustantivamente al Estado respecto de otros muchos
actores internacionales que carecen de semejante poder.

No obstante lo anterior, el poder no basta por sí mismo, para definir al Estado


ya que también descansa, en igual o mayor medida, en la existencia de relaciones de
solidaridad (cooperación) tanto internas como internacionales, sin cuya presencia
resultaría inviable la formación estatal. En efecto, el ejercicio del poder, en situaciones
extremas del poder coactivo, no basta para garantizar la estabilidad y permanencia de
los órganos e instituciones estatales. La Historia está llena de ejemplos en los que el
poder despótico y la dominación tiránica han conducido a la quiebra y desintegración
de ciertos estados, a veces multiseculares. Hasta cierto punto, esta es una
consecuencia inevitable de la propia relación de poder, pues como ha señalado
GODELIER:
«Estimamos que todo poder de dominación se compone de dos elementos
indisolublemente unidos que le confieren su fuerza y su eficacia: la violencia y el
consentimiento. Y creemos que de estos dos componentes del poder, la fuerza más
decisiva no es la violencia de los dominadores, sino el consentimiento de los
dominados».

Naturalmente, el poder ejercido por los gobernantes de un Estado exige un


cierto grado de legitimación que transforme el poder dominador en autoridad aceptada,
lo que resulta imposible de alcanzar sin el concurso del resto de la sociedad, es decir,
de los gobernados que únicamente aceptarán la dominación impuesta por la autoridad
estatal en la medida en que se identifiquen con quienes la ostentan y con las
finalidades que mediante la sumisión a esta autoridad se pretenden alcanzar, lo que
lleva al grado de efectividad que demuestren los gobernantes para lograr los fines
deseados o la habilidad para convencer al resto de la sociedad de que tales
finalidades se han alcanz ado, aspecto en el que entran en juego las ideologías
políticas así como determinadas instituciones (partidos políticos, medios de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 10

comunicación de masas) para influir en la opinión de la mayoría de los gobernados.


Conviene añadir que desde esta perspectiva, las relaciones de poder-solidaridad que
se desarrollan en el seno del Estado son alienantes (enajenantes) tanto para los
gobernantes como para los gobernados. Ello es así porque ninguno de ambos
sectores sociales goza de una total independencia y autonom ía decisional y operativa,
pues ambos se interfieren y limitan mutuamente aun cuando sea mayor, obviamente,
la autonomía efectiva de los gobernantes.

La conflictividad inherente a las relaciones de dominación dentro del Estado,


son en gran parte compensadas por el desarrollo de relaciones de solidaridad, lo que
facilita el mantenimiento de una estabilidad dinámica de las estructuras estatales que
intenta consagrarse mediante el ordenamiento jurídico (constitucional y ordinario), y
cuya quiebra termina por desencadenar procesos violentos de trastocamiento del
aparato estatal y de los sectores dominantes. Esta dialéctica entre las relaciones de
dominación y solidaridad en que se sustenta la organización estatal ha sido destacado
por DEUTSCH cuando define al Estado como:
«(...) una organización para la imposición coercitiva de decisiones u órdenes,
que resulta practicable debido a los hábitos de obediencia existentes entre la
población. Tal coacción organizada es un instrumento de finalidad general. Puede
servir para reforzar cualquier decisión u orden, en la medida en que la mayoría de la
población obedezca o sea posible persuadirla para que lo haga». (El subrayado es
nuestro). Esta correlación entre poder y solidaridad afecta también a la actuación
internacional del Estado, bien de modo directo o bien indirectamente. De modo
indirecto en la medida en que un adecuado equilibrio interno favorece lo que ARON ha
llamado «potencial de movilización» de un Estado, es decir, la capacidad de un Estado
para disponer de todos sus recursos, humanos y materiales, en la ejecución de ciertas
actuaciones exteriores de forma estable y duradera.

También se propicia con este equilibrio interno, una efectiva representatividad


del Estado por el gobierno que será aceptada y reconocida por los restantes actores
internacionales, en la medida en que no surja y se desarrolle una contestación
generalizada, en el seno del Estado, a dicha representatividad.

Junto a los anteriores ejemplos de influencia indirecta de la relación poder-


solidaridad en la actuación exterior de los estados, cabe mencionar la influencia
directa ejercida por la tendencia estatal a proyectar, en el marco internacional, la
estructura de relaciones internas. En este sentido cabe afirmar que tampoco en el
seno de la sociedad internacional las acciones y objetivos de los estados pueden
descansar exclusiva o predominante en el recurso a las relaciones de poder o
dominación. Como apuntaremos al hablar de las grandes potencias y las
superpotencias, resulta obvio que el protagonismo y hegemonía de un Estado en el
mundo internacional depende no sólo de su poder o influencia sino del reconocimiento
y sumisión, por los demás estados, a ese poder.

En una etapa como la actual, en la que el poder político, militar y económico de


dos estados universales o superpotencias (Estados Unidos y la Unión Soviética) es
auténticamente mundial y no tiene precedentes en la historia de la Humanidad,
también se pone de manifiesto la denominada «paradoja del poder», es decir, la
paradoja de que ese poder, al menos en el terreno militar nuclear absoluto, no
conduce a una relación de hegemonía y dominación absoluta respecto de los demás
estados de la Tierra, sino que favorece una mayor igualdad y equilibrio entre todos los
estados, tanto en condiciones pacíficas como bélicas, y por tanto induce a una cierta
solidaridad interestatal. Pero incluso entre ambas superpotencias la dinámica de la
disuasión político-militar descansa tanto en la carrera armamentista como en un cierto
compromiso mutuo de no agresión, salvo en situaciones verdaderamente
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 11

extraordinarias, al tiempo que esta dinámica disuasoria no interfiere en el desarrollo de


unas relaciones de dominación-solidaridad en otros terrenos como el económico,
ideológico, etc.

Por último, debemos hacer mención expresa de la correlación que vincula a la


dimensión político-económica interna del Estado con aquella otra que el Estado
desarrolla con referencia a su entorno exterior. En efecto, como ya hemos expuesto,
todo Estado se constituye por la consolidación de unos vínculos político-económicos
entre los miembros de una sociedad asentada sobre un territorio que permiten
diferenciarla de otras colectividades estatales distintas con las que necesariamente se
relaciona. Ello nos muestra que la dimensión interior y la dimensión exterior de un
Estado no son más que los dos aspectos de una misma realidad estatal sólo abarcable
desde la consideración conjunta de ambos.

Es ya un lugar común, pero no por ello menos certero el sostener la


interdependencia entre la política interior y exterior de cada Estado, en virtud de la cual
no sólo las actuaciones de los diversos miembros de la Sociedad Internacional afectan
a la estructura de ésta, sino que también generan mutaciones en la vida interior de las
comunidades estatales, y análogamente, toda alteración de las relaciones político-
económicas interiores de cada Estado terminan por repercutir, en mayor o menor
medida, de acuerdo con la importancia de ese Estado en la jerarquía internacional, en
el panorama de la vida internacional.

Dicho lo anterior, conviene añadir que cada vez más el protagonismo de los
acontecimientos internacionales sobre el mundo interno del Estado se deja sentir con
creciente importancia sobre el proceso contrario. En efecto, a diferencia de otros
períodos históricos, durante los dos últimos siglos se constata un fenómeno que
podemos calificar como: efecto descompensación, que opera en favor de un peso
creciente de lo internacional sobre lo intraestatal, que está obligando a una redefinición
de las funciones y competencias tradicionalmente atribuidas al Estado, y algunas de
las cuales están asumidas por otros grupos sociales nacionales y/o internacionales,
cuando el efecto descompensación operaba en sentido inverso, es decir, concediendo
un mayor peso a lo nacional sobre lo internacional.

Algunos de los grandes problemas que se plantean en el seno de los estados y


que atraen una parte nada despreciable de los recursos y políticas gubernamentales,
no son más que la simple expresión nacional de problemas que gravitan sobre toda la
Humanidad y que, por tanto, no lograrán ser plenamente resueltos a nivel interno de
las comunidades estatales más que de forma parcial y transitoria. Ello no autoriza a
pensar, como señalan algunos autores, que estamos asistiendo al ocaso histórico de
esta institución, sino tan sólo a pensar en la necesaria reordenación de una parte de
las estructuras y funciones tradicionales de éstos.

2. Los conceptos de Pueblo y Nación.

La visión del mundo de los estados quedaría, sin embargo, incompleta, si no


procediésemos a un tratamiento de las dos formas fundamentales de agrupación
humana, de sociedad, de las que emana el Estado y sobre las que éste opera, al
menos en una consideración histórica moderna, es decir, sin una referencia explícita y
detallada de los pueblos y las naciones. Desde luego, no es nuestra pretensión cerrar
aquí y ahora un largo debate, que desde diversas ciencias y supuestos ideológicos se
vienen manteniendo desde hace más de siglo y medio, y que tal vez resulta
enriquecedor que siga vivo. Nuestro afán es el de dar una visión general del problema
de conceptualización de ambas realidades sociales y señalar algunas ideas que
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 12

puedan servir para una mejor comprensión de las características propias de cada una
de ellas.

Ante todo es importante señalar que la utilización de los términos de pueblo o


nación no debe ser considerada como una mera cuestión semántica desconectada de
la realidad sociológica que pretendemos describir y referir con cada una de estas
expresiones. Esta parece ser la posición adoptada por RUILOBA cuando afirma que:
«Desde nuestro punto de vista, la misma inconcreción de que adolecen los
conceptos de nación y pueblo impide, en efecto, que se pueda establecer una
diferencia esencial entre ellos. Son únicamente matices y connotaciones diversas los
que acompañan distintamente a uno y otro término.
(… )
Pero la problemática sustantiva que plantea la definición de ambos es la
misma».

En efecto, tanto el pueblo como la nación son términos que responden a


realidades sociales distintas, con diverso grado de consolidación interna y, por
consiguiente, con desigual capacidad de actuación en el ámbito internacional, aunque
en el transcurso de la historia contemporánea ambos conceptos hayan estado tan
estrechamente asociados en los documentos políticos y en las obras científicas que su
diferenciación haya podido y pueda parecer, a los ojos de muchos autores, carente de
fundamento e irrelevante.

En términos generales podemos establecer, siguiendo a AMENGUAL, tres


grandes períodos o etapas en la evolución experimentada por el concepto de pueblo
durante los dos últimos siglos.

Primera etapa: El pueblo como entidad jurídico-política


En esta primera fase, que se desarrolla teórica y prácticamente durante la
Revolución Francesa, se expresan, bajo el término de pueblo, dos ideas sustantivas
complementarias. Ante todo, el pueblo contiene una idea niveladora e igualitaria, en
virtud de la cual bajo este término se afirma la idea de igualdad y libertad entre todos
los ciudadanos que integran una colectividad con unos límites histórico-geográficos
comunes (nación) y una organización política propia (Estado). En este sentido, cada
individuo adquiere significación jurídica (Declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano de 26 de agosto de 1789) y política (soberanía popular), en tanto que parte
de un mismo pueblo. Esta visión igualitarista y abstracta del pueblo como conjunto de
ciudadanos que permitió históricamente atacar la estructura estamental del antiguo
régimen, en beneficio de una estructura clasista particularmente propicia para la clase
media burguesa y que facilitó el sometimiento de los monarcas absolutistas a los
representantes de la voluntad popular, ocultaba, a su vez, una nueva forma de
dominación concreta e histórica: la dominación política de la clase burguesa, cuya
expresión más evidente será el establecimiento de la democracia por voto censitario,
en virtud de la cual la cualidad de ciudadano se adquiere previa demostración de un
determinado nivel de renta o de propiedad de bienes inmuebles, como fórmula de
selección y elección de los representantes del pueblo.

Pero el término pueblo contiene también una segunda connotación, no menos


significativa que la anterior y perfectamente conectada con ella, a saber: el pueblo en
tanto que realidad socio-política sólo existe en toda su plenitud en la medida en que
logra consolidarse como nación y como Estado. En efecto, un pueblo incapaz de
articularse como una colectividad histórica, como una nación, y de organizarse como
una entidad política independiente, como un Estado, no pasa de ser una mera
amalgamación de individuos absolutamente pasiva e incapaz de un protagonismo
internacional. Como apunta AMENGUAL:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 13

«Si la nación es la unidad consciente y la voluntad refleja de ser pueblo unido,


el Estado es la estructuración jurídico-política de esta unidad como tal. Así surgen los
estados nacionales, como unidades de ciudadanos iguales y libres que borran del
mapa las otras demarcaciones fundamentales en los poderes de los señores:
principados, condados, señoríos, etc. Nacionalidades que porque se afirman gracias a
la estructura estatal, a veces fueron entendidas como idénticas con los estados, cosa
que otra vez nos muestra la abstracción con que se entendía al Estado, abstracción
que cristalizó en el centralismo».

Segunda etapa. El pueblo como unidad cultural


La segunda fase destacada por AMENGUAL se desarrolla durante la primera
mitad del siglo XIX al amparo de ese movimiento cultural característico denominado
romanticismo.

Lo más significativo de esta etapa es el énfasis que se pone en destacar la


dimensión cultural propia del pueblo, en tanto que principal vínculo de unificación e
integración entre todos los individuos libres e iguales que constituían un pueblo.

El pueblo aparece, de esta manera, como una realidad social diferenciada y


viva, con un alma o espíritu propios y distinto de los de sus miembros, a la vez que en
clara tensión con la estructuración formalista y despersonalizada del Estado, cada vez
más centralista y burocratizado.

Esta visión del pueblo, muy frecuentemente confundida con la de la nación,


surge de la constatación de una comunidad cultural, entre todos los individuos de un
mismo pueblo, que desarrolla su dinámica propia a partir de la conjugación de ciertos
elementos objetivos (comunidad étnica, lingüística, religiosa, etc.) o subjetivos
(«espíritu del pueblo»).

Tercera etapa. El pueblo como masas populares


La propia evolución económica-política de las sociedades europeas durante el
siglo XIX hizo que la clase social marginada de la visión burguesa del pueblo y del
Estado irrumpiese en la escena política, social y económica de forma conflictiva y que
tratase de afirmarse, como tal clase social, en gran medida por su oposición a la
burguesía. La teoría marxista clásica, al situar a las clases sociales, y al conflicto
interclasista, en el corazón mismo de la sociedad, permitirá el desarrollo de una nueva
concepción del término pueblo.

En efecto, el marxismo parte de la consideración del pueblo como realidad


social integrada, fundamentalmente, por el proletariado, es decir, por el conjunto de las
masas trabajadoras (obreros y campesinos) a las que hay que agregar todos aquellos
grupos que aun perteneciendo a la burguesía apoyan directa y objetivamente al
proletariado (artistas, intelectuales, etc.). Así considerado, el pueblo se identifica con
las masas populares trabajadoras, precisamente porque son éstas, y no la burguesía
dominante y opresora, las auténticas forjadoras del desarrollo histórico de las
sociedades. En consecuencia, la clase burguesa aparece a los ojos del marxismo
clásico no como una clase integrada en el pueblo, sino como la clase que se impone y
domina al pueblo que adquiere toda su plenitud, como realidad social, en la medida en
que es capaz de afirmarse y liberarse, a través de la revolución, de la dominación
burguesa. Es desde esta perspectiva y significado del pueblo desde donde deben
interpretarse algunos términos acuñados en la doctrina marxista, tales como dictadura
del proletariado, democracia popular. Finalmente, cabría subrayar que debido a la
importancia y significado concedido al concepto de pueblo por MARX, que se asimila
frecuentemente al de nación, no será hasta STALIN cuando empiece a desarrollarse
de forma apreciable una teoría del significado y alcance de) concepto de nación.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 14

A estas tres etapas señaladas por AMENGUAL, cabría agregar una corriente
actual que podríamos calificar de funcionalista, de acuerdo con MARSAL ARGELET, y
que se encuentra ampliamente difundida entre sociólogos y politólogos de inspiración
anglosajona, uno de cuyos más representativos exponentes es KARL DEUTSCH. Para
este autor, el concepto de pueblo cabe definirlo en los siguientes términos:
«Un grupo de personas con hábitos complementarios de comunicación.
(... )
Lo esencial para constituir un pueblo es que sus miembros compartan una
comunidad de significados en sus comunicaciones, de modo que puedan
comprenderse en forma efectiva en un amplio ámbito de diferentes temas. Es evidente
que una lengua común, aunque no sea indispensable, ayuda mucho para esta
finalidad, y resulta decisiva la existencia de una cultura común que proporcione los
significados comunes».

Como tendremos ocasión de demostrar más adelante, al referirnos a la nación,


esta definición del concepto de pueblo le incorpora elementos que son propios de las
naciones, por lo que nada tiene de extraño que la definición que aporta este autor para
las realidades nacionales resulte claramente arbitraria y discutible.

Más rica e interesante resulta la concepción del pueblo que establece


CHAUMONT, cuando nos indica que la realidad social del mismo se desarrolla
paralelamente a la toma de conciencia por sus miembros de su condición de
dominados por otras colectividades, así como a la necesaria lucha por la liberación
que debe derivarse de esta toma de conciencia. Para expresarlo con las propias
palabras de este autor:
«... Un pueblo que no lucha por su existencia no es más que un aglomerado de
clases o de personas, incluso si en su seno, la comunidad territorial, de lengua, de
cultura, etc., es indiscutible…
El afloramiento en el ámbito de la percepción colectiva del carácter intolerable
de las apropiaciones y alienaciones inmediatas puede ser denominada la "toma de
conciencia" de un pueblo. Esta toma de conciencia es inherente al combate, en el
sentido de que sin combate no hay toma de conciencia, y sin toma de conciencia no
hay combate. Estos son dos aspectos del mecanismo de la ideología. Así, la toma de
conciencia y el combate tienen necesariamente un contenido político; pero la ideología
política no es un fin en sí. la libertad es el objetivo de la liberación, única explicación
posible de los cambios o distanciaciones política de algunas naciones tras la
liberación».

CHAUMONT nos señala en esta cita dos elementos que son consustanciales
con la idea de pueblo, por un lado la necesidad de que se desarrolle una conciencia
política común, y por otro, el que esta conciencia política común genere una actuación
colectiva de la mayoría de los miembros del grupo, orientada hacia la consecución de
una liberación de las relaciones de dominación político-económica, respecto de otros
grupos exógenos (otros estados, naciones o pueblos).

A la luz de estas consideraciones, podemos decir que un pueblo es aquel


grupo social que ha desarrollado unos vínculos de agregación colectiva entre sus
miembros como resultado de su conciencia de identidad política común y de la
actuación orientada a traducirla en una entidad estatal propia o independiente.

Según esta definición, el concepto de pueblo se diferencia netamente de otros


términos próximos, como son los de población y grupo étnico. En efecto, la población
es el conjunto de individuos establecidos en un territorio determinado, sea cual sea su
grado de organización social y la naturaleza de las relaciones interindividuales que
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 15

puedan existir. La etnia, por su parte, se conforma como conjunto de individuos cuyas
relaciones vienen determinadas por factores naturales preestablecidos, generalmente
de naturaleza biológica o de sangre. En ambos casos se aprecia que el conjunto de
individuos no logra configurarse como un grupo social organizado y activo, con
conciencia grupa¡ diferenciada, y mucho menos con conciencia política propia.

Lo propiamente definidor del concepto de pueblo es la conjunción de tres


elementos básicos:
a) Su configuración como grupo social organizado agregativamente y
diferenciado de otro tipo de agrupaciones sociales menores a las que puede
comprender y en las que puede apoyarse (clases sociales, tribus, grupos
étnicos, lingüísticos, religiosos, etc.)
b) El desarrollo de una conciencia política propia como núcleo ideológico de
vinculación entre sus miembros, conciencia que suele generarse a partir de la
constatación de la dependencia y alienación sufrida por los miembros del
pueblo en beneficio de otra colectividad dominadora ajena a él.
c) La acción, en ocasiones armada y violenta, destinada a consagrar la
existencia del pueblo a través de la creación o participación política plena en
una estructura estatal independiente, es decir, su tendencia a convertirse en
Estado.

Aun cuando suele ser habitual la adscripción de( pueblo a un área territorial
definida, éste no es un requisito indispensable para el surgimiento de una realidad
popular, como lo demuestra claramente el caso del pueblo palestino, aunque
evidentemente sí constituye un elemento condicionante para la consecución del
objetivo básico a que aspira todo pueblo, es decir, su conversión en unidad estatal
independiente. Y ello es así porque el vínculo de agregación entre todos los miembros
de un mismo pueblo no descansa, a diferencia del Estado, en la coparticipación
territorial, sino precisamente, en la identidad política común, en la aspiración y en la
lucha por crear un Estado en el que el pueblo vea reconocidos sus intereses y
derechos políticos y económicos.

Análogamente, la existencia de vínculos lingüísticos, étnicos o religiosos


pueden favorecer y facilitar la génesis de un pueblo en la medida, como apunta
DEUTSCH, en que permiten una mayor comunicación entre sus miembros en ámbitos
no estrictamente políticos, pero que pueden potenciar el proceso de agregación
societaria, pero tampoco ello constituye una condición o requisito necesario para la
formación de una colectividad popular. Por el contrario, son las ideologías políticas y
los grupos de naturaleza política los que resultan fundamentales para desarrollar la
conciencia política común y garantizar la acción popular, sea por medios pacíficos o
armados; en consec uencia, la formación de partidos políticos o movimientos de
liberación tienen una función catalizadora básica en la gestación del pueblo.

Junto a los pueblos cabe apreciar también en el panorama internacional y en el


mundo de los estados la existencia de otras formas de agrupación social no menos
significativas, nos referimos a las naciones.

La gran mayoría de los autores que han abordado el tratamiento de la nación


coinciden en destacar la naturaleza cultural e ideológica de los vínculos nacionales.
Así, en la clásica definición establecida por STALIN se define a la nación como:
«... Una comunidad estable, históricamente constituida, de lengua, de territorio,
de vida económica y de formación psíquica, que se traduce por la comunidad de
cultura».
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 16

En la misma línea se expresan otros muchos autores de corrientes ideológicas


no marxistas como LEWIS:
«La nación es, por tanto, un sistema de relaciones culturalmente determinado
Análogamente COULOUMBIS y WOLFE apuntan a la diferenciación entre los
conceptos de Es tado y nación:
«Las expresiones "nación" y "Estado" son conceptualmente muy distintas,
aunque se las emplea en forma indiferenciada con mucha frecuencia. La nación es un
concepto histórico fundado en la identidad cultural que comparten personas
individuales; el Estado es una unidad política definida en función de población,
territorio y un gobierno autónomo».

Podemos pues afirmar el concepto de nación diciendo que es: aquella


colectividad que ha alcanzado la integración cultural entre sus miembros, en el
transcurso de un proceso histórico común, y gracias a la cual goza de una capacidad
de actuación y relación con otras colectividades internacionales, así como de una
autonomía funcional, interna garantizada por la identificación entre los individuos y la
nación.

Según esta concepción del término nación cabe deducir sus principales
elementos:

a) Grupo social integrado culturalmente


La nación constituye un tipo particular de agrupación social, debido a que el
elemento de vinculación e integración entre sus miembros está constituido por la
cultura. Ciertamente entre los elementos que componen la cultura común de una
sociedad nacional son importantes los aspectos económicos y políticos, pero conviene
tener muy presente otros muchos elementos culturales, no menos importantes y
significativos que aquéllos, como son la lengua, la religión, la singularidad étnica, la
tradición artística, las costumbres sociales, etc. Tener presente la pluralidad de
elementos que conforman la base cultural de una sociedad resulta necesario si se
pretende comprender adecuadamente las raíces y las finalidades de toda nación,
evitando los riesgos de asimilar el concepto nacional tan sólo con alguno de tales
elementos". Desde luego, el concepto de nación no puede asimilarse a la idea de
DEUTSCH, según la cual:
«Si una porción significativa de los miembros de un pueblo trata de obtener el
control de alguna parte sustancial de la maquinaria de coacción y gobierno -tales como
los consejos municipales, juntas escolares o legislaturas provinciales- los
denominamos una nacionalidad. Si logran apoderarse de recursos significativos de
coacción sobre una amplia superficie -es decir, si habitualmente obtienen el control de
un Estado- lo llamamos una nación, y por lo común se llaman de esta manera a sí
mismos. Una nación es, entonces, un pueblo que controla un Estado».

Resulta obvio que el grupo nacional se constituye a partir de la vinculación


cultural, que DEUTSCH establece para el pueblo, con independencia del grado de
participación en los órganos y estructuras de poder del Estado. Las naciones subsisten
como tales grupos sociales integrados al margen de su pertenencia a uno o varios
estados, así como de su coexistencia con otras naciones en el seno de una misma
realidad estatal. La problemática de las relaciones entre el Estado y la nación pasa por
otros parámetros a los que me referiré en el apartado siguiente, baste con señalar, por
ahora, que la problemática estatal afecta a la nación en la medida en que como
veíamos, los elementos político-económicos de la vida de una sociedad forman parte
de un bagaje cultural, que sin embargo no se agota en ellos.

b) Experiencia histórica común


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 17

La formación de una comunidad nacional requiere siempre un largo período


histórico, durante el cual se va gestando y transmitiendo la cultura entre los miembros
de todos aquellos grupos sociales de los que surge la nación. Esta experiencia
histórica, forjada por los individuos de una sociedad en trance de constitución nacional,
y que se convierte en parte integrante de su propia cultura, transmitida y desarrollada
de generación en generación, tiene una especial importancia para lograr la
consolidación de la integración cultural de todos los miembros de la nación, y con ella,
la perpetuación del propio grupo nacional.
Semejante proceso resulta obvio que no puede alcanzarse de forma inmediata
o a corto plazo. En el transcurso de ese proceso de gestación de la nación que,
eventualmente, no se ha culminado plenamente, nos encontramos con una forma de
agrupación social en la que los vínculos culturales no están plenamente desarrollados,
pero que, sin embargo, permiten un cierto grado de organización, estabilidad y
actuación colectiva; tales grupos constituyen lo que denominamos nacionalidades, que
pueden ser definidas como naciones en proceso de formación histórica.

c) Autonomía funcional interior y exterior


La nación, en tanto que grupo social integrado, goza de una capacidad de
actuar colectivamente, tanto respecto de sus miembros como en relación con otros
grupos o actores internacionales. Semejante capacidad es la base que permite el
desarrollo de una historia común, a la par que también es consecuencia de esta
última, ya que sólo en la medida en que una colectividad nacional logre consolidar sus
vínculos culturales y mantenerlos en el tiempo, a través de un acto de permanente
autoafirmación, tanto contra las tendencias desintegradoras internas como frente a la
presión de otras colectividades exteriores, podrá subsistir como tal nación y evitar su
desintegración.

No cabe, por tanto, considerar que la nación constituye una realidad social
permanente e inmutable una vez se alcanza su constitución. Por el contrario, la nación
sólo permanece como tal en la medida en que mantiene viva la lucha por su existencia
y en la medida en que esta lucha constituye, en sí misma, una prueba palpable de la
realidad nacional. No obstante, la autonomía nacional opera, fundamentalmente, en la
esfera de la cultura, ya que es la cultura el vínculo comunitario del que surge la nación.
Ello significa que las naciones son particularmente sensibles a las relaciones de
dominación en el ámbito cultural por parte de otras colectividades, por ser la
dominación cultural (lingüística, religiosa, étnica, artística, etc.) la que más
directamente afecta a la propia subsistencia de la nación.

Por la misma razón, la mayor influencia ejercida en la esfera de las relaciones


internacionales por las colectividades nacionales no se desarrolla en el terreno
político-económico, aunque no quepa excluirlo, y a pesar de que es el que más ha
atraído la atención de los investigadores sociales, sino en el ámbito cultural, es decir,
en el ámbito de las relaciones de comunicación y de la ideología de los diversos
actores internacionales. Esta influencia de internacionalización cultural, realizada
históricamente por un reducido número de comunidades nacionales, ha contribuido
eficazmente a desarrollar las posibilidades de una auténtica comunicación
internacional en nuestros días, condición necesaria, aunque no suficiente, para
permitir la formación de opiniones públicas internacionales, pero constituye
simultáneamente la mayor dificultad para permitir el desarrollo de una auténtica
comunicación universal tecnológicamente posible.

d) Naturaleza personal
La nación, a diferencia de otras formas de agrupación social, alcanza su
estabilidad, integración y capacidad de actuación autónoma, debido a la identificación
que suscita en los individuos, entre su realidad personal y la realidad nacional. En
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 18

efecto, el fundamento último del poder de toda nación radica en el hecho de que sus
miembros individuales han interiorizado, a través de sus procesos de aprendizaje y
socialización, los vínculos culturales comunes forjados históricamente durante
sucesivas generaciones. En la medida en que tales vínculos culturales se transforman
en una parte importante de la personalidad, consciente e inconsciente, de cada
individuo, éste termina por asociar su propia existencia a la existencia del grupo
nacional, en el límite puede llegara aceptar la necesidad de su sacrificio personal por
salvaguardar la existencia nacional.

Esta naturaleza personal, propia de la nación, le permite subsistir a los cambios


estatales y territoriales que puede sufrir a lo largo de su historia, y le permiten también
incorporar y transcender las transformaciones funcionales impuestas por la vida
económica, política o tecnológica. En ello radica la auténtica fuerza de la nación para
enfrentar la dinámica histórica y los conflictos con otros grupos sociales, pero conviene
decir, al mismo tiempo, que ésta es una de las motivaciones más poderosas por las
que una nación tiende a generar e imponer una ideología nacionalista, de raíces
agresivas y expansionistas, a otras colectividades nacionales o populares.

La nación, por tanto, no puede ser analizada más que desde la consideración
de su doble naturaleza, social y cultural, que no implica una relación de necesidad con
la existencia de otras formas de organización social, como puede ser el Estado. Desde
esta perspectiva, la concepción del Estado-nación no tiene más validez que la que
aportan los casos, siempre excepcionales, en los que tal vinculación entre ambas
colectividades se ha producido históricamente. No podemos aceptar tampoco la tesis
de CHAUMONT, según la cual «... Resulta exacto que la nación, al igual que el
aparato del Estado, posee una naturaleza ideológica. Entendemos por ello que cumple
la doble función de toda ideología: función interna de unificación, que sirve para
enmascarar y, a veces, superar las contradicciones; función externa de simbolización,
frente a las colectividades extranjeras. Pero el contenido de la ideología nacional no es
el mismo que el contenido de la ideología del aparato del Estado: mientras ésta última
expresa, organiza y justifica una determinada estructura económica y social, la
ideología nacional traduce y sacraliza las exigencias económicas de un pueblo. La
nación es, por tanto, un concepto ideológico, en cuanto superestructura de un pueblo».

La consideración de la nación desde la óptica de su naturaleza ideológica-


cultural, referida a una realidad social previa, el pueblo, supone desconocer la
naturaleza social propia de que goza toda nación. Contemplar la nación como la
simple expresión de la cultura de un pueblo, aunque supone un avance notable
respecto de la concepción estato-céntrica, significa incapacitarse teóricamente para
descubrir y comprender que una de las cuestiones más dramáticas a las que tienen
que hacer frente muchos de los pueblos que han alcanzado su independencia política,
tras siglos de colonialismo, es la de su falta de identidad cultural propia, la carencia de
unos valores genuinos con la psicología y aspiraciones colectivas de esos pueblos y,
por tanto, la necesidad de ir creando y defendiendo históricamente esos vínculos
culturales propios, frente a los intentos de neocolonización cultural de las antiguas
metrópolis, en ocasiones por medio del recurso al único vínculo eficaz existente entre
los miembros de esos pueblos, es decir a través de las estructuras estatales. La
nación no es únicamente una ideología, es también una realidad social a la que muy
pocos pueblos han logrado acceder en el transcurso histórico.

3. La relación entre el Pueblo, la Nación y el Estado.

Del análisis realizado en torno a los conceptos de pueblo, nación y Estado, se


desprende claramente que si bien tales conceptos no pueden ser objeto de una
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 19

asimilación o identificación automática, tampoco cabe considerarlos como realidades


sociales absolutamente inconexas y dispares.

El Estado constituye una forma de organización, históricamente más


evolucionada, de las relaciones político-económicas de una comunidad territorialmente
definida mediante la conjugación del poder y de la solidaridad. Por ello, el Estado
contribuye a la satisfacción de un importante número de las necesidades (materiales y
psíquicas) básicas tanto de los individuos, tomados aisladamente, como de los grupos
sociales. Nada tiene de extraño, por tanto, que el Estado sea la forma de organización
a la que aspiran los pueblos para consolidar plenamente su propia existencia y la
identidad política común que une a sus miembros. Todo pueblo aspira, en definitiva, a
dotarse de una estructura estatal independiente o a participar en un Estado ya
constituido en condiciones de garantía de sus intereses y objetivos políticos propios.
Pero de lo anterior no cabe deducir que la existencia de un pueblo, en tanto que
particular forma de agregación socio-política, desaparezca tras la constitución del
Estado subsumida o absorbida por la estructura de éste último.

Si bien la nueva estructura orgánica estatal, como expresión de unas


determinadas relaciones político-económicas, puede llegar a asumir una parte
importante de los vínculos que se desarrollan entre los miembros de una colectividad
popular, nunca puede llegar a borrarlos definitivamente, en todo caso puede llegar a
transformarlos, precisamente porque, como ya hemos señalado, la existencia y
actividad del Estado se desarrolla dialécticamente, ya sea mediante la dominación y la
cooperación, ya sea en el interior o hacia el exterior, lo que impide una plena
identificación entre el pueblo, con los diversos grupos que lo conforman, y el Estado.

Precisamente porque el Estado no puede llegar a borrar las diferencias político-


económicas y las desigualdades que subyacen en el seno de todo pueblo,
acentuándolas con frecuencia, resulta erróneo llegar a la idea de que tras la
constitución del Estado el pueblo desaparece como actor internacional relevante. Tal
conclusión olvida que todo pueblo mantiene viva su capacidad de retomar su
protagonismo político al margen, por encima o en contra de la organización estatal,
porque como afirma ENGELS en su inconclusa obra El papel de la violencia en la
historia:
«En política no existen más de dos fuerzas decisivas: la fuerza organizada del
Estado, el ejército, y la fuerza no organizada, la fuerza elemental de las masas
populares».

En efecto, aunque es patrimonio habitual del Estado organizar, movilizar y


representar al pueblo interna e internacionalmente, ésta no es una facultad exclusiva
de la institución estatal. El pueblo es, con frecuencia, organizado, movilizado y
representado por otros grupos paraestatales, entre los que destacan los partidos
políticos y los movimientos de liberación, y en ocasiones incluso por ciertos dirigentes
o personalidades que gozan de un liderazgo populista o «caudillaje».

El protagonismo internacional de los pueblos, que sometidos a largos períodos


de colonización lucharon por lograr su independencia estatal, terminó finalmente, por
ser reconocido jurídicamente en la memorable Resolución 1.514/XV de la Asamblea
General de las Naciones Unidas, aprobada el 14 de diciembre de 1960, bajo el título
de Declaración sobre la independencia de los pueblos coloniales, y en cuyo punto 2 se
afirma: «Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación; en virtud de este
derecho, determinan libremente su estatuto político y persiguen libremente su
desarrollo económico, social y cultural».
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 20

La titularidad jurídico-internacional de los pueblos ha ido progresivamente


afirmándose en conjunción, y a veces en competencia, con la reconocida titularidad
jurídica de los estados como prueba irrefutable de la diversidad de realidades socio-
políticas que ambos representan. En efecto, como una consecuencia del derecho de
los pueblos a la libre determinación surgirán otros derechos fundamentales referibles a
los pueblos, tales como el derecho de los pueblos a la soberanía permanente sobre
los recursos naturales, reconocido por la Resolución 1.803/XVII de la Asamblea
General de las Naciones Unidas y recogido en el artículo 1, 2.° del Pacto Internacional
de Derechos Civiles y políticos y también del Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales, ambos en vigor y de los que España es parte.
Finalmente en esta línea cabría mencionar la Declaración Universal de los Derechos
de los Pueblos, aprobada en Argel el 4 de julio de 1976, y en la que aparecen
recapitulados en 30 artículos los principales derechos de los pueblos (derecho a la
existencia, derecho a la autodeterminación política, derechos económicos de los
pueblos, derecho a la cultura, derecho al medio ambiente y a los recursos comunes,
derechos de la minorías, y garantías y sanciones) en clara similitud con la Declaración
Universal de Derechos Humanos de 1948.

Si no cabe aceptar una desagregación de las colectividades populares por el


hecho de que éstas alcancen el objetivo de la constitución o inserción en una
estructura estatal independiente conviene pues comprender que la actividad popular
es fruto de la iniciativa organizadora, movilizadora y representativa, que en
determinadas condiciones pueden llegar a alcanzar los denominados movimientos de
liberación antes mencionados. El protagonismo alcanzado por tales movimientos de
liberación en el proceso descolonizador y revolucionario que domina la historia de la
sociedad internacional durante el presente siglo, ampliamente estudiado por EDMOND
JOUVE, radica precisamente en el papel que tales organizaciones político-ideológicas
han desempeñado como núcleos de agregación y movilización de diversos tipos de
agrupaciones sociales (etnias, tribus, clases sociales, etc.), en torno a unos programas
políticos de independencia o de transformación revolucionaria de las estructuras
político-económicas imperantes, hasta llegar a engendrar nuevas realidades colectivas
en la esfera internacional a las que venimos denominando bajo el término de pueblos.

Precisamente porque tales movimientos de liberación catalizan la voluntad de


independencia política de los pueblos colonizados y/o explotados, el reconocimiento
de la identidad política propia de esos pueblos va asociado, generalmente, al
reconocimiento internacional de los movimientos de liberación, ya sea por parte de los
estados o por parte de organismos internacionales. El caso má significativo, aunque
no es ciertamente el único, lo constituye la concesión del estatuto de observador a la
Organización para la Liberación de Palestina, aprobado por la Asamblea General de
las Naciones Unidas el 22 de noviembre de 1974. Con anterioridad, en 1972, el
SWAPO (South West African People Organization) había sido invitado como
observador ante el Consejo de las Naciones Unidas para Namibia, así como en el
Comité de Descolonización. En otros foros internacionales el reconocimiento de los
movimientos de liberación ha sido también una constante desde los comienzos de la
década de los 70. Así, por ejemplo, la Organización para la Unidad Africana (OUA)
había reconocido ya en 1973 un total de 12 movimientos de liberación.

El reconocimiento internacional de los movimientos de liberación aun siendo,


efectivamente, un instrumento político-diplomático muy importante para el
afianzamiento de un pueblo en su lucha por la independencia, constituye también un
instrumento de legitimación del liderazgo interno de tales movimientos ante sus
respectivos pueblos, factor a considerar a la hora de comprender las características y
conflictos que dominarán la vida política una vez los pueblos hayan culminado su
independencia con la formación del nuevo Estado.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 21

Un correcto análisis y comprensión del papel desempeñado por los


movimientos de liberación, tanto en el plano interno como internacional, en la
formación y actividad de los pueblos en tanto que actores, resulta necesario si
deseamos alcanzar una representación aproximada de la mayoría de los problemas y
conflictos que inciden en la sociedad internacional de nuestros días. Desde luego, no
cabe aceptar análisis como los de COULOUMBIS y WOLFE cuando equiparan a los
movimientos de liberación como la OLP o el IRA irlandés con organizaciones
terroristas; aquí conviene recordar que aun cuando los movimientos de liberación
recurren al conflicto armado (guerras de liberación y/o guerras revolucionarias) y, en
ocasiones, a actividades subversivas o terroristas, su acción se encuentra respaldada
y protegida por la mayoría del pueblo al que efectivamente representan y movilizan en
tales acciones.

Las organizaciones estrictamente terroristas son aquellas que además de


recurrir a actos subversivos violentos carecen de una representatividad y apoyo
popular generalizado, lo que les impide, a diferencia de los movimientos de
liberalización, el poder recurrir a acciones de naturaleza estrictamente política o
diplomática, nacional o internacionalmente. Por último, no está de más subrayar que
los actos terroristas no son monopolio exclusivo de las organizaciones políticas
ilegales o clandestinas, según los casos, como los movimientos de liberación, pues
cabe también referirse al terrorismo de Estado, cuya legalidad formal no anula ni
legitima el carácter represor y manifiestamente contrario a la voluntad y derechos de
los pueblos.

Es oportuno mencionar que el Derecho Internacional ha tipificado, con relación


al derecho de los pueblos a su existencia, y a partir de las experiencias de la Segunda
Guerra Mundial, el delito de genocidio que demuestra abiertamente la existencia de
ese terrorismo de Estado a que nos referimos. En efecto, el genocidio, término
acuñado por el jurista polaco LEMKIN, significa el exterminio sistemático de un grupo
nacional, étnico, racial o religioso. Como tal delito ha sido regulado por la Convención
sobre Prevención y Castigo de los Delitos de Genocidio, cuya entrada en vigor se
produjo el 12 de enero de 1951 y que ha sido ratificada por la casi totalidad de los
estados miembros dé las Naciones Unidas. En esta Convención se considera
genocidio, según el artículo lI:
«En la presente Convención se entiende por genocidio cualquiera de los actos
mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o
parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal: a) la matanza de
miembros de un grupo; b) lesión grave de la integridad física o mental de los miembros
del grupo; c) sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que
hayan de acarrear su destrucción física total o parcial; d) medidas destinadas a
impedir el nacimiento en el seno del grupo; e) traslado por fuerza de niños del grupo a
otro grupo».

La dialéctica consustancial a las relaciones entre las colectividades populares y


los estados no agota, sin embargo, el panorama de nuestro análisis. Junto a ellas
hemos de considerar también el papel desempeñado por las relaciones entre la nación
y el Estado que, si bien en algunos aspectos presenta similitudes con lo referido para
los pueblos, posee algunos rasgos singulares.

Ante todo, la nación constituye una realidad social integrada, en la que los
vínculos que unen a sus miembros descansan en la identidad cultural gestada y
consagrada a través de la historia. Como lo ha señalado magistralmente GARCIA
PELAYO:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 22

«A diferencia del pueblo, la nación no es una entidad natural sino una entidad
creada por la historia, que desde la esfera natural ha ascendido a la de la cultura, a la
capacidad de determinar su existencia y de crear su futuro. Es decir, la nación es el
resultado del ascenso de un pueblo desde la inconsciencia histórica a la conciencia
histórica, desde la necesidad a la autodeterminación, desde la actuación por causas a
la actuación por motivos y con arreglo afines planeados. Al revés que el Estado, la
nación no está necesariamente vinculada a un territorio, aunque ciertamente, pueda
estarlo, no es una entidad territorial, sino personal. Al Estado le es inherente la
soberanía, la coerción externa; a la nación -que es un orden constituido por
participación, que es una comunitas y no una societas- le es inherente la
autodeterminación».

Cabe afirmar pues que los conceptos de nación y Estado no son excluyentes ni
asociables por necesidad, puesto que hacen referencia a realidades sociales distintas.
Una nación puede coexistir en el seno de un mismo Estado con otras naciones o
pueblos, al igual que subsiste, aunque se encuentre participando de diversas
estructuras estatales. Ello es así porque la organización estatal no afecta, en principio,
más que la esfera de las relaciones político-económicas, que aun siendo una parte
sustancial del sustrato cultural de una nación no lo agotan en absoluto.

Pero si el mantenimiento y desarrollo de la dimensión político-económica que la


nación, como cualquier otro grupo social posee, requiere su participación en el marco
de las estructuras estatales, esta realidad no llegará a condicionar la organización y
vida de la nación, más que en un supuesto muy concreto, a saber: cuando la
supervivencia de la cultura propia de una nación se vea amenazada directamente por
la acción de otros grupos sociales, nacionales o no, que monopolizan los órganos del
Estado o estados en los que participa dicha nación.

En tales condiciones, la nación para preservar su existencia y la identidad


cultural que le es consustancial, aspirará a superar la dominación cultural, que a través
de la organización y actuación del Estado se le impone, mediante la constitución de un
Estado independiente, de raíces nacionales, o la modificación radical de la estructuras
estatales imperantes. Es pues la opresión cultural que pone en crisis !a existencia
nacional, la que estimula la gestación de una ideología política, orientada a alcanzar la
independencia político-económica respecto de un determinado Estado, ideología a la
que se le denomina bajo el término nacionalismo. El nacionalismo es pues la ideología
política que vincula o asocia incondicionalmente la existencia de una nación con la de
un Estado independiente, en cuyo seno el grupo nacional sea exclusivo o, al menos,
dominante.

Desde luego no cabe afirmar que toda nación, por la simple razón de su
existencia, resulta ser nacionalista. RENOUVIN ha distinguido correctamente entre el
sentimiento nacional y el nacionalismo como exaltación discriminatoria del sentimiento
nacional respecto de otros grupos nacionales; por la misma razón, no cabe sostener la
tesis de DEUTSCH, según la cual la nación es aquel pueblo que logra controlar un
Estado, aunque ciertamente existen poderosas razones político-económicas que
favorecen la discriminación nacionalista, es decir, la tendencia de una nación a
dominar y discriminar a otros grupos culturales, mayoritarios o minoritarios, recurriendo
al aparato de coerción del Estado.

Cuando en el seno de un grupo nacional se dan las condiciones, internas y/o


externas, que propician el desarrollo de un sentimiento nacionalista, que aspira a
lograr la constitución de un Estado-nación independiente, éste tiende a ser
capitalizado políticamente por un grupo, partido político o movimiento de liberación
nacional, que tratará de ocupar y monopolizar las nuevas estructuras de poder estatal
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 23

apoyándose y movilizando al grupo nacional. En este sentido el papel de los


movimientos de liberación nacional o, simplemente, de los movimientos nacionalistas
es muy similar al analizado para las colectividades populares, con la diferencia de que
los grupos nacionales son mucho más coherentes y estables internamente, lo que les
concede una mayor capacidad de acción político-económica para concluir con éxito el
proceso de su independencia estatal. Pero los movimientos nacionalistas son grupos
políticos que actúan también potenciando la discriminación nacional una vez logran
constituir el Estado-nación independiente respecto de todos aquellos grupos culturales
minoritarios que comparten o coexisten con el grupo nacional mayoritario en el seno
de dicho Estado. En este sentido, los movimientos nacionalistas se convierten, a su
vez, en los agentes de dominación política de una nación respecto de otros grupos
sociales ajenos a la misma, y como tales han desempeñado un protagonismo nada
despreciable en el proceso de desarrollo de los estados nacionales.

Los estados con una organización centralista propiciaron esta tendencia a la


dominación del grupo nacional que lograba el control del aparato estatal respecto de
todas aquellas naciones o nacionalidades (naciones en formación) que se encontraban
sometidas o incluidas en el marco político-territorial de tales estados. En conjunción
con la dominación político-económica ejercida por la nación dominante en tales
estados, se fue generalizando una dominación cultural orientada a implantar la cultura
de la nación dominante como la cultura oficial del Estado plurinacional; es en esos
momentos cuando los grupos nacionales dominados desarrollan su aspiración
nacionalista para defenderse de los intentos desintegradores propiciados por la nación
dominante en concurso con el aparato estatal. La historia del siglo XIX en el continente
europeo es, en gran medida, la historia de las aspiraciones independentistas en
numerosos grupos nacionales que culmina con la descomposición, tras la Primera
Guerra Mundial, de los imperios plurinacionales como el Turco o el Imperio Austro-
Húngaro en varios estados independientes (Austria, Hungría, Checoslovaquia,
Yugoslavia), realidad reconocida y recogida ya en la Declaración del presidente
norteamericano Woodrow WILSON, formulada el 8 de enero de 1918 en los puntos 10
y 12, y con carácter general, en el punto 5.

Por el contrario; la organización descentralizada del Estado, ya sea mediante la


fórmula federal o confederal, favorece la coexistencia de una diversidad de grupos
nacionales en el seno de un mismo marco estatal, al permitir a cada nación gozar de
un cierto grado de autonomía política a través de la cual preservar y defender su
identidad cultural, al tiempo que se reservan al Estado aquellas funciones político-
económicas fundamentales que garantizan la unidad administrativa y territorial, tanto
en el interior como hacia el exterior.

En una organización estatal descentralizada aún cuando un grupo nacional


llegue a controlar los órganos básicos del poder del Estado, federal o confederal, verá
dificultada su capacidad para llegar a dominar culturalmente a los restantes grupos
nacionales, gracias al control ejercido por éstos de los órganos de poder de los
estados federados o confederados.

Finalmente, cabe decir que junto a las relaciones existentes entre los pueblos y
los estados de una parte, y las naciones y estados de otra, existe también una relación
dinámica y dialéctica entre las colectividades populares y nacionales. Un pueblo puede
llegar a configurarse como una nación en la medida en que su existencia histórica
como colectividad le posibilite ir generando unos vínculos de integración cultural
propios que transciendan el marco limitado de las relaciones políticas y económicas.
Análogamente, la realidad nacional no es una situación a la que se accede y que
garantiza indefinidamente, la integración social entre sus miembros. Por el contrario al
igual que por un lento proceso de integración cultural, se puede lograr la
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 24

transformación de un pueblo en colectividad nacional, también puede generarse


mediante un proceso de desintegración o pérdida de la identidad cultural propia, la
transformación de una nación en una colectividad popular. En realidad, semejantes
procesos de transición entre ambas formas de agrupación social (pueblos y naciones)
son los que dominan el panorama de las estructuras sociales internas y de las
relaciones exteriores de los estados, y en estos procesos de ordenación y alteración
de las sociedades inciden, de manera muy particular, no sólo las transformaciones
experimentadas por las fuerzas políticas o los factores de producción de tales
sociedades, sino también las modificaciones experimentadas en las ideologías y
valores dominantes en las mismas.

4. Elementos fundamentales del Estado.

Una vez hemos logrado delimitar y precisar el concepto de Estado y su


naturaleza diferenciada de los de pueblo y nación, así como las relaciones que existen
entre estas tres formas de organización social, resulta posible ya proceder a una
determinación de los elementos fundamentales del Estado en tanto que actor
internacional.

En general, se puede afirmar que existen una serie de elementos básicos que
caracterizan al Estado y nos permiten diferenciarlo de otros actores internacionales.
Tales elementos podemos agruparlos en dos categorías:

1. Elementos materiales o sociológicos


a) Una población.
b) Un territorio definido.
c) Una organización político-económica.

2. Elementos formales o jurídicos


a) La soberanía estatal.
b) El reconocimiento como sujeto internacional.

Realicemos algunas breves consideraciones sobre cada uno de estos


elementos estatales. Ante todo hemos de advertir que algunos de tales elementos, en
la medida en que afectan a la capacidad de acción internacional, no sólo de los
estados sino también de otros actores internacionales, pueden ser analizados como
factores generales que condicionan la génesis, naturaleza y evolución de las
relaciones internacionales, y que como tales factores pueden ser objeto de un
tratamiento analítico diferenciado del que realicemos aquí con relación al Estado.

La población
Resulta obvio que puesto que el Estado es una forma específica de
organización social de las relaciones, las características que presenten los individuos
que forman parte de esa sociedad afectará a sus posibilidades de intervención en los
asuntos internacionales. Sin duda, los rasgos que más directa y significativamente
afectan a la estructura estatal vienen determinados por la existencia de uno o varios
grupos populares y de uno o varios grupos nacionales.

Pero el número también influye en el protagonismo internacional del Estado,


como veremos en el capítulo siguiente. Para llegar a alcanzar la cualidad de gran
potencia o de superpotencia, un Estado debe contar con una población elevada que
permita garantizar un poderío militar y económico susceptible de fundamentar su
hegemonía exterior frente a otros estados.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 25

Tan importante como la cantidad demográfica es la calidad de la población, es


decir, el grado de desarrollo cultural y científico, la cualificación técnica y la capacidad
productiva de esa población, pues de ello depende en gran medida la potencialidad
estatal para desarrollar una acción exterior, e interna, eficaz para el logro de sus
objetivos estatales.

Junto a las características cuantitativas y cualitativas de la población estatal,


conviene conocer claramente su distribución territorial (densidad de población, grado
de concentración urbana, etc.), así como sus características psicosociales (valores e
ideologías predominantes), pues todo ello contribuye a formar el perfil demográfico y
sociológico sobre el que operan las estructuras estatales.

Finalmente, no se puede desconocer que las poblaciones de los estados gozan


de una cierta movilidad, no sólo interna sino también internacional. Los movimientos
de emigración o inmigración de mano de obra de unos países a otros, al igual que en
la actualidad los movimientos turísticos, inciden muy directamente en las relaciones
básicas de un Estado, especialmente en las relaciones económicas, sociales y
político-diplomáticas.

El territorio
El territorio o espacio nacional de un Estado, aunque debe estar claramente
definido gracias a una delimitación fronteriza respecto de los estados vecinos, no
puede contemplarse como una realidad espacial estática. En efecto, el ámbito
geográfico propio de un Estado puede cambiar, ampliándose o reduciéndose, en el
transcurso de los siglos. Es más, la aspiración a lograr la ocupación territorial, primero,
y político-económica, más tarde, por ciertos estados ha sido uno de los fines que más
directa y permanentemente han influido en la política exterior de los estados y, por
tanto, en las relaciones internacionales.

El marco espacial de un Estado lo podemos, a su vez, dividir en tres


subespacios con características, regulación y efectos diversos:
- el espacio terrestre;
-el espacio aéreo;
- el espacio marítimo;

Respecto del espacio terrestre, el Estado ejerce su soberanía y competencias


sobre todo el territorio específicamente delimitado por sus fronteras, y no sólo sobre la
superficie terrestre sino también sobre el subsuelo y cuantos recursos mineros y
energéticos contenga.

Ahora bien, este principio general presenta algunas excepciones y


matizaciones que conviene dejar bien sentadas. En primer lugar, el espacio terrestre
de un Estado puede presentar discontinuidades más o menos significativas, en virtud
de las cuales el ejercicio de las competencias territoriales del Estado pueden verse
dificultadas por la existencia de zonas terrestres pertenecientes a estados distintos.

Esta es la situación de los denominados enclaves o exclaves (según se


contemplen desde el punto de vista del Estado en el que están establecidos o del
Estado al que pertenecen) que son zonas geográficas que perteneciendo a un Estado
se hallan situadas en el territorio de otro Estado diferente. En la actualidad existen
numerosos enclaves fruto en unos casos del pasado colonial de los estados en los que
se encuentran establecidos y en otras situaciones de la Segunda Guerra Mundial o,
incluso, de conflictos posteriores. Ejemplos de enclaves lo constituyen Gibraltar en el
territorio español; Ceuta y Melilla en el territorio de Marruecos; Berlín Occidental en el
territorio de la República Democrática Alemana; Hong-Kong en el territorio de la
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 26

República Popular China; el canal de Panamá en el territorio panameño; la base militar


de Guantánamo en Cuba, etc.

Más problemática resulta la situación de aquellos estados divididos


territorialmente por la interposición de un territorio estatal diferente, como por ejemplo
el caso de Pakistán entre su independencia en 1947 y su definitiva división en dos
estados diferentes (Pakistán y Bangla Desh) en 1971, período en el que se hallaba
dividido en dos zonas territoriales (Pakistán Occidental y Pakistán Oriental) separadas
por el territorio de la India, pero integradas política y administrativamente en un solo
Estado. Análogamente se encuentra el caso del Estado de Alaska como estado
federado de los Estados Unidos de América, pero separado territorialmente por
Canadá.

Todas estas situaciones, irregulares desde el punto de vista estrictamente


espacial, son diferentes de otras situaciones aparentemente próximas, como por
ejemplo la de aquellos estados que gozando de la plena soberanía sobre su territorio
conceden unos derechos preferentes de utilización y/o explotación de ciertas parcelas
de su espacio terrestre a otros estados o entidades privadas extranacionales. En esta
segunda situación se encuentran los casos de utilización y establecimiento de fuerzas
militares de un Estado en las bases y territorios de otro Estado, ya sea en virtud de
arrendamiento de las bases o por simple concesión unilateral del Estado-huésped
mediante tratado. Del mismo modo hay que considerar los casos de concesión de
licencias de prospección y/o explotación de los recursos mineros o energéticos
existentes en el subsuelo de un Estado a compañías extranjeras. En ambos supuestos
los estados que conceden tales derechos lo hacen en el ejercicio de su soberanía
sobre el espacio terrestre y sin que las concesiones de utilización y/o explotación de
su territorio supongan, en principio, ninguna merma de esta soberanía por cuanto el
Estado puede en todo momento retirar tales concesiones y recuperar la ocupación
efectiva de todo su espacio terrestre.

Otra cuestión importante y de gran actualidad, vinculada con el espacio


terrestre, la constituye la denominada plataforma continental, es decir el lecho marino
que desde la costa se adentra en las aguas marítimas adyacentes. Esta cuestión, que
analizaremos más detalladamente en otro capítulo, adquiere relevancia en virtud de
los recursos mineros o energéticos existentes en dicha plataforma. Desde la
Convención de Ginebra de 1958 se seguía el principio de que puesto que no existía
discontinuidad territorial entre el espacio terrestre ribereño y el lecho marino contiguo,
la soberanía del Estado sobre los recursos de la plataforma continental era plena e
idéntica a la que poseía sobre el espacio terrestre con independencia de la extensión
de esta plataforma continental que, en algunas ocasiones, rebasaba las doce millas
del mar territorial. En la actualidad, y según la regulación establecida por la
Convención sobre Derecho del Mar de 1982 en su parte VI, se ha adoptado la decisión
ecléctica de considerar que la soberanía estatal sobre la plataforma continental se
extiende hasta las 200 millas marinas cuando la plataforma continental geológica goza
de una extensión igual o inferior a esta distancia, en tanto que coincidirá con la
extensión geológica de la plataforma continental cuando ésta excede de las 200 millas
marinas contadas desde las líneas de base de la costa (casos de Argentina, Australia,
Canadá, India, etc.).

Respecto al espacio aéreo, la Convención de París de 1919 establecía en su


artículo 1.° la soberanía «completa y exclusiva» de todo Estado sobre su espacio
aéreo atmosférico. Este principio ha permanecido incólume en las décadas
posteriores, concediendo a los estados total facultad de control de sus respectivos
espacios aéreos, sólo susceptible de limitarse mediante acuerdos expresos entre dos
o más estados. A diferencia de la soberanía estatal sobre los espacios marítimos que
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 27

presenta una serie de limitaciones jurídicas derivadas del Derecho Internacional


constitudinario o convencional, la Convención Aérea de Chicago, firmada el 7 de
diciembre de 1944, terminó consagrando este principio a pesar de los intentos de
Estados Unidos por introducir las denominadas «cinco libertades del aire» como
(imitaciones generales a la soberanía aérea estatal.

El hecho de que estas libertades no fuesen aceptadas de forma genérica sino a


través de acuerdos específicos entre cada Estado, contribuyó significativamente al
reforzamiento de la soberanía territorial de los estados en detrimento del desarrollo de
la aviación civil internacional.

Por último, el espacio marítimo completa el marco espacial en el que se


desarrolla la soberanía y los poderes del Estado. Los cambios acaecidos en la
regulación jurídica internacional sobre el espacio marítimo, a la luz de la citada
Convención de 1982, nos permiten sintetizar el espacio marítimo de los estados en
cuatro zonas o ámbitos espaciales distintos:
1° El mar territorial: Está integrado por las aguas y el espacio comprendido en
las 12 millas marinas contadas a partir de las líneas de base de la costa. En el mar
territorial la soberanía estatal es plena con algunas limitaciones generales establecidas
con carácter excepcional, como por ejemplo el derecho de paso pacífico de buques de
cualquier Estado por dicho mar territorial.
2° La zona contigua: Espacio marítimo que prolonga hasta 24 millas marinas
las competencias y soberanía del Estado ribereño de forma cualificada para ciertos
fines, como, por ejemplo, persecución y represión del contrabando, derecho de
inspección fiscal y aduanera, etc.
3° La plataforma continental: A la que ya nos hemos referido con anterioridad.
4° La zona económica exclusiva: Formada por un espacio marítimo de 200
millas marinas, coincidente por término medio con la plataforma continental, en cuyas
aguas el Estado ribereño goza de un derecho de explotación económica de sus
recursos vivos o no. La zona económica exclusiva concede, por tanto, la soberanía y
competencias de utilización, ordenación y explotación de los recursos y materias
naturales existentes en las aguas que se sitúan por encima de la plataforma
continental (pesca, producción de energía por movimientos de las mareas,
establecimiento de instalaciones y estructuras de exploración o explotación económica
de los fondos, etc.).

El conjunto de estas cuatro zonas constituyen, por tanto, el ámbito espacial


marítimo de los estados ribereños, considerándose, en principio, el resto del espacio
marítimo o Alta Mar como patrimonio común de la humanidad, y por tanto no sujeto a
la competencia o soberanía exclusiva de ningún Estado particular.

La organización político-económica
Junto a la población y el territorio, el tercer elemento material que nos permite
definir al Estado, en su calidad de actor internacional, es la organización político-
económica. Por lo general, los autores hacen referencia exclusiva a la organización
política representada por el gobierna del Estado, pero aun cuando esta fórmula de
identificación entre Gobierno y Estado es cuestionable, lo verdaderamente significativo
es el hecho de que tales autores olvidan el alcance que las relaciones económicas y
su institucionalización en ciertos órganos posee para la comprensión del Estado y de
su actividad internacional.

En efecto, junto a las múltiples y tradicionales distinciones entre los estados a


tenor de su organización jurídico-política (regímenes autoritarios -dictatoriales o de
partido único- y democráticos -monarquías y repúblicas-) se sobrepone otra distinción,
no menos significativa, a tenor de las estructuras económicas estatales y de su grado
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 28

de desarrollo (estados de economía de mercado o capitalistas y estados de economía


planificada o socialistas; estados desarrollados y estados subdesarrollados). El
análisis de los elementos del Estado implica, además del conocimiento de las formas
específicas de organización política y económica, un estudio profundo del papel
desempeñado por ciertos órganos cualificados del Estado, especialmente de las
administraciones Civil y Militar, y sus conexiones con ciertos grupos de presión
internos. Por ejemplo, las conexiones existentes en los Estados Unidos entre los
sectores industriales y la Administración Militar, denominado por el Presidente
EISENHOWER bajo el término «complejo militar-industrial», analizado
pormenorizadamente por SENGHAAS. Por último, también resulta significativo el
análisis del papel desempeñado por los partidos políticos y la opinión pública, como
actores relevantes en la definición de la acción estatal tanto interna . como
internacional.

La soberanía del Estado


El principio de la soberanía del Estado, en términos estrictamente jurídicos,
podemos definirlo con GONIDEC como la exclusiv idad, autonomía y plenitud de fa
competencia del Estado. La exclusividad de la competencia significa que únicamente
aquellas autoridades y órganos facultados por el ordenamiento jurídico-político como
representativos del Estado gozan de la cualificación para ejercer las competencias
habitualmente reconocidas a todo Estado, tanto por el ordenamiento interno como
internacional. A tenor de este principio, cualquier otra entidad, grupo social o individuo
perteneciente a un Estado se encuentra incapacitado para actuar, obligando en
términos jurídicos y políticos internacionales en nombre del Estado, más allá del
Gobierno o de los órganos de la Administración estatal.

La autonomía de la competencia viene a representar la absoluta y total libertad


de decisión atribuida a los órganos estatales, libertad de decisión que no reconoce
más condicionamientos y limitaciones, al menos desde la perspectiva jurídica, que
aquellos asumidos por el propio Estado a través de sus representantes. Acorde con la
autonomía de la competencia, entendida como facultad o derecho de todo Estado, se
encuentra la obligación de no intervenir en los asuntos internos de los estados,
reconocida en el artículo 2.6 de la Carta de las Naciones Unidas.

Por último, la plenitud de la competencia supone el explícito reconocimiento de


que ningún tema, cuestión o campo de actuación permanece excluido de la acción o
intervención estatal. Con ello se reconoce una primacía del Estado, respecto de
cualquier otro grupo social interno o internacional, para asumir las funciones de
actuación, regulación y control respecto de las diversas relaciones que surgen tanto en
el ámbito de su jurisdicción interna como en la esfera internacional.

Desde luego, el principio de la soberanía estatal, considerado en términos


jurídico-políticos constituye uno de los elementos más significativos del Estado y, por
la misma razón, debe ser abordado de una forma histórico-dialéctica al igual que la
propia realidad estatal de la que participa.

En efecto, si es cierto que en la actualidad una de las principales armas


jurídico-internacionales con las que cuentan los pueblos dominados que han accedido
recientemente a su independencia es, precisamente, la noción de soberanía, como lo
demuestran, entre otros documentos, las Resoluciones de la Asamblea General de las
Naciones Unidas, relativas a la Soberanía permanente sobre los Recursos Naturales
(1.803/XVII y 2.158/XXI): la Declaración sobre la inadmisibilidad de la intervención en
los asuntos internos de los estados, y protección de su independencia y soberanía
(2.131/XX); la Declaración relativa a los principios de Derecho Internacional referentes
a las relaciones de amistad y cooperación entre los estados, de conformidad con la
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 29

Carta de las Naciones Unidas (2.625/XXV), así como otras muc has, no es menos
cierto también que el principio de soberanía estatal ha sido utilizado, y sigue siéndolo,
por las grandes potencias para amparar y proteger el dominio ejercido sobre extensas
áreas geográficas y numerosos pueblos, y que la descolonización no se ha
consumado en virtud de la soberanía estatal sino más bien a pesar de ella.

El reconocimiento del Estado


Para que un Estado pueda gozar plenamente de su soberanía en el plano
internacional y, por tanto, para que pueda ejercer plenamente su cualidad de sujeto de
derechos y obligaciones internacionales debe lograr el reconocimiento de los demás
estados que integran la sociedad internacional. El reconocimiento, pues, es el acto o
actos en virtud del cual los estados existentes en la sociedad internacional, en un
momento histórico determinado, admiten la existencia de un nuevo Estado y
establecen vínculos jurídicos internacionales con él.

Desde luego el reconocimiento de un Estado, si bien plantea algunas


cuestiones jurídicas muy importantes, sobre todo respecto a la sucesión de estados y
las obligaciones y responsabilidades que debe asumir el Estado sucesor, respecto de
los actos realizados por el Estado predecesor, no se agota en su dimensión jurídica. El
reconocimiento posee una dimensión política no menos transcendental, pues detrás
del acto jurídico del reconocimiento de un Estado se encuentra la legitimación de una
nueva realidad política estatal y, por consiguiente, en la decisión de los estados
existentes de reconocer o no un nuevo actor estatal, influyen no sólo motivaciones de
derecho o jurídicas, sino también motivaciones de hecho o políticas.

Es cierto, como ha señalado TRUYOL, que el principio de efectividad, es decir,


la existencia de una comunidad políticamente independiente de forma efectiva y eficaz
en el panorama internacional, ha contribuido a matizar la discrecionalidad de que
gozan los estados a la hora del reconocimiento, pero no es menos cierto que dicho
principio no ha logrado desterrar la libertad de que goza cada Estado para reconocer,
antes o después, o no reconocer a otro Estado. El caso del no reconocimiento español
del Estado de Israel es un ejemplo paradigmático de esta aseveración. Esa
discrecionalidad en el reconocimiento de un Estado, que está muy directamente
influida por motivaciones políticas, económicas, ideológicas, históricas, etc.
(generalmente las antiguas potencias metropolitanas han sido muy reacias a
reconocer la independencia de sus colonias), tendrá una mayor o menor eficacia
política internacional en función del número y potencialidad de los estados que,
recurriendo a ella, decidan optar por el reconocimiento o no de la nueva realidad
estatal, y de esta forma los estados que configuran la sociedad internacional influirán
muy directa y sustancialmente en las posibilidades de consolidación, interna e
internacional, de unas comunidades políticas estatales siempre inestables en sus
comienzos.

Junto a todo lo expuesto conviene también dejar bien sentado que el


reconocimiento de un Estado, aunque muy próximo y en ocasiones difícil de separar
en la práctica, es perfectamente distinguible teóricamente del reconocimiento dé un
Gobierno. Por reconocimiento de un Gobierno entendemos el acto en virtud del cual
los estados de la sociedad internacional, representados por sus respectivos gobiernos,
admiten la legitimidad de la representación jurídico-política ejercida por ciertos órganos
o autoridades de otro Estado, y eventualmente, de los cambios o alteraciones que se
pueden producir en estos últimos.

La distinción entre ambos tipos de reconocimiento es una consecuencia de una


distinción conceptual previa, la que existe entre Estado y Gobierno, ya que si bien un
Estado presupone la existencia de unos órganos de poder legitimo, de un Gobierno,
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 30

no se agota en él. Evidentemente, todo acto de reconocimiento de un Estado lleva


implícito el reconocimiento de un Gobierno, el que ejerce las funciones estatales
legítimamente, pero en cambio, no todo reconocimiento de un gobierno implica el
reconocimiento de una nueva realidad estatal. En efecto, cambios políticos internos
(sean o no revolucionarios y se realicen de forma pacífica o violenta) pueden conducir
a un trastocamiento del orden jurídico-político de un determinado Estado y,
consiguientemente, a una alteración de la estructura orgánica del Estado, así como de
los grupos que participan en ella y la dominan.

Desde luego tales acontecimientos, aun cuando se desarrollan en la esfera


interna del Estado, tienen unas implicaciones y efectos internacionales evidentes que
obligan a los miembros estatales de la sociedad internacional a determinar sus
posiciones jurídico-políticas con respecto a la nueva configuración orgánica del
Estado, de cuya existencia y subjetividad jurídica internacional no existe
cuestionamiento alguno, pero sí respecto de la capacidad y legitimidad de las
autoridades que deben representarle internacionalmente.

Gran parte de lo que afirmábamos respecto a la discrecionalidad en el


reconocimiento de un Estado es aplicable, salvando las diferencias, al reconocimiento
de un Gobierno y aquí, más que en el caso del Estado, pesan las motivaciones
políticas, económicas, ideológicas, etc. mucho más que las estrictamente jurídicas. El
reconocimiento de un Gobierno se convierte, de esta forma, en un instrumento jurídico
de ingerencia política en los asuntos internos de un Estado, sobre todo en los
momentos en que todavía no se ha impuesto plenamente la nueva realidad de poder
pero ya el Gobierno legal no controla de forma eficaz y sustancial los instrumentos de
poder del Estado, lo que es muy frecuente en los casos de golpes de Estado y
procesos revolucionarios. También aquí la historia reciente de nuestro país nos aporta
ejemplos paradigmáticos, como la sistemática negativa de México a reconocer al
Gobierno franquista, surgido tras la guerra civil de 1936-1939, en favor del
reconocimiento del gobierno republicano único legítimo representante del Estado
español, a juicio de las autoridades mexicanas, y ello a pesar del reconocimiento
general de los países del Gobierno franquista.

En definitiva, la simbiosis entre los elementos materiales y formales atribuidos


al Estado, nos permiten comprender el alcance y significación que un análisis y estudio
dialéctico de los actores estatales impone para una correcta comprensión del mundo
internacional.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

Capítulo 7
Las superpotencias, las grandes potencias y las potencias
medias
1. La movilidad histórica de los estados y la importancia de las grandes
potencias.

La consideración de la sociedad internacional como un específico grupo social


en el que sus principales miembros, los estados, desempeñan un protagonismo mayor
o menor, en función de su desigual poderío y capacidad de intervención en los asuntos
mundiales, contribuye a caracterizar algunos de los elementos propios de la
estructura, estabilidad y dinamismo de la sociedad internacional. Esta vinculación
entre la existencia de ciertos estados poderosos, denominados «grandes potencias»,
que presentan una apreciable movilidad a lo largo del transcurso histórico, de una
parte, y la emergencia, desarrollo y ocaso de las sociedades internacionales, de otra,
nos debe inducir a reflexionar sobre el concepto mismo de «gran potencia», y las
circunstancias y condiciones que concurren en su formación, actuación y desaparición
del panorama internacional.

Al analizar el Estado como actor internacional, apuntábamos que su capacidad


de actuación estaba condicionada o era la resultante de las correlaciones entre cuatro
categorías de variables. Pues bien, en la medida en que todo Estado, y con mayor
razón los más poderosos, proyecta en sus relaciones con los demás actores sus
estructuras políticas y económicas mediante vínculos de dominación o cooperación,
resulta obvio que se generaliza una constante y dialéctica interpenetración entre el
mundo de los estados y la totalidad de la sociedad internacional.

En este contexto, lo más característico de la presencia y actuación de las


grandes potencias es la tendencia a generalizar, en toda la sociedad internacional,
ciertas formas o relaciones de dominación y/o cooperación, gracias a las cuales
imponen a los restantes países y a la totalidad del sistema internacional una cierta
ordenación institucional jerárquica de la que ellas mismas son las principales garantes
y beneficiarias.

Nuestra afirmación se aproxima a las tesis de TOYNBEE, sin llegar a asumirlas


plenamente, cuando señala:
«… En primer lugar los estados universales nacen después, y no antes, del
colapso de las civilizaciones a cuyos cuerpos sociales ellos confieren unidad y
política…
En segundo lugar, los estados universales son los productos de minorías
dominantes; es decir, de minorías que una vez fueron creadoras y que perdieron su
facultad creadora…
Los estados universales exhiben un tercer rasgo saliente: son expresiones de
un movimiento de recuperación o animación -particularmente notable- en un proceso
de desintegración que se desarrolla en pulsaciones sucesivas de caída-recuperación,
seguidas por una recaída».

Porque si bien es cierto que el concepto de «gran potencia» no se ajusta al de


Estado universal establecido por el historiador inglés, no es menos cierto que muchas
de las grandes potencias han sido intentos, más o menos logrados, de establecimiento
de estados universales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2

Por otra parte, la propia función de ordenación y dominación de la sociedad


internacional que les corresponde desempeñar a las grandes potencias, constituye la
fuente y el origen de su propia decadencia en la medida en que suscitan la reacción,
progresivamente generalizada a partir de ciertos estados, de oposición y
enfrentamiento, bien por parte de otras grandes potencias rivales o de los países
sometidos a la dominación de aquéllas. El movimiento de liberación del yugo impuesto
por las grandes potencias a los estados de sus respectivas áreas de influencia, no sólo
contribuye al declive y ocaso de las primeras sino también de aquellas estructuras y
relaciones internacionales en las que se fundamenta y legitima el poderío internacional
de toda gran potencia.

Por consiguiente, la historia particular de cada gran potencia, así como la


historia general del mundo internacional, sólo puede vislumbrarse desde la específica
interacción dialéctica entre la gran potencia y las sociedades y/o estados dominados.
En esta constante pugna entre el orden estable y la libertad dinamizadora del sistema
internacional que existe, sólo podemos comprender ambos términos de la relación si
consideramos a los protagonistas de la misma, es decir, tanto a las grandes potencias
como a los estados medios y a los micro-estados.

2. Concepto y elementos esenciales de las grandes potencias.

En la actualidad disponemos ya de una suficiente investigación histórica para


poder establecer una conceptualización, generalmente admitida, sobre lo que es una
potencia internacional y, dentro de éstas, lo que es una gran potencia.

Por potencia internacional entendemos, siguiendo a SMOUTS, que se reputará


aquel estado: «.. más o menos poderoso según su capacidad de controlar las reglas
del juego en uno o varios ámbitos-clave de la competición internacional y según su
agilidad para relacionar tales ámbitos para -alcanzar con ello una ventaja».

Esta definición, que contiene los elementos esenciales de cualquier Estado que
se configura como potencia internacional, nos resultará muy útil para delimitar otros
conceptos próximos, pero diferenciables entre sí, como son los de gran potencia o los
de potencia media, ya sea ésta regional o sectorial. Siguiendo con esta progresiva
acotación conceptual del tema y utilizando una afortunada expresión de TOYNBEE,
podemos definir a una gran potencia como:
«La potencia política cuya acción se ejerce en toda la extensión . del ámbito
máximo de la sociedad en cuyo marco opera».

Ahora bien, así definida la gran potencia vemos que sólo es identificable al
término, de potencia mundial en la medida en que la sociedad internacional en cuyo
marco se desarrolla y actúa, sea efectivamente, una sociedad mundial. Ello es un
fenómeno histórico relativamente reciente ya que su consumación se alcanza en el
transcurso del siglo XIX. Con anterioridad a esta etapa no todas las grandas potencias
cabe identificarlas con potencias mundiales.

Estas observaciones resultan tanto más pertinentes, habida cuenta de que


para algunos autores la consideración del concepto de gran potencia a la sociedad
mundial de nuestros días dificulta la consideración distintiva de dicho término de otros,
con no menor significado y repercusión teórica. En efecto, grandes potencias lo han
sido Egipto, Asiria o Babilonia en la época antigua, así como Roma y Cartago. En la
Edad Media la Cristiandad, el Islam, el Imperio Bizantino o el Imperio Mongol. En la
Edad Moderna España, Portugal, Francia, el Imperio Austriaco o el Reino Unido. En el
siglo XIX el Reino Unido, Francia, Rusia, Prusia (Alemania) o el Imperio Austro-
Húngaro. Más tarde, durante el período de entreguerras, lo serán Francia, Reino
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3

Unido, Alemania, Italia, la Unión Soviética y los Estados Unidos. Tras la Segunda
Guerra Mundial surge una nueva categoría de poderosos Estados, calificados de
superpotencias que se superpondrán a las grandes potencias sin llegar a
descalificarlas como tales.

En definitiva, pues, las grandes potencias, como ha expuesto SILVA


MICHELENA, siguiendo al teórico marxista italiano GRAMSCI, son aquellos estados
que gozan de la potencialidad y voluntad para prevenir, o amenazar con la
intervención, militarmente y de forma decisiva, y de ejercer su influencia y hegemonía,
mediante intervenciones económicas, diplomáticas o ideológicas, en todo el ámbito de
una sociedad internacional, cualesquiera sea la extensión de ésta.

El concepto de gran potencia, tal y como lo hemos delimitado, no cabe


considerarlo según categorías estáticas sino dinámicas, lo que suscita una cuestión
importante referida a la existencia de estados, que careciendo de todos o algunos de
los elementos propios de una gran potencia siguen ostentando el rango internacional
como tal, y por consiguiente generando un comportamiento de dependencia por parte
de otros estados, y por el contrario, la de aquellos estados que gozando de los
elementos característicos de las grandes potencias no han sido reconocidos, todavía,
como tales, por los demás estados de la sociedad internacional.

El profesor TRUYOL ha abordado esta cuestión distinguiendo entre lo que él


denomina grandes potencias «de facto» y las grandes potencias «de iure». La base de
esta distinción reside en el hecho de que toda gran potencia ya consagrada termina
imponiendo en la estructura (formal y/o funcional) de la sociedad internacional tanto
sus valores e ideología como su ordenamiento político-económico interior, por lo que
aun cuando se produzcan mutaciones en el seno de tal potencia, que genera la
pérdida de su capacidad de intervención internacional seguirá estando protegida por el
orden internacional hasta que nuevas potencias emergentes logren imponer
alteraciones en el mismo. Desde esta perspectiva, el Derecho Internacional, al menos
una parte importante de ese Derecho, cumple una función de plasmación y
conservación del poder de las grandes potencias, por lo que toda mutación en el
panorama de éstas termina afectando también al Derecho Internacional Público.
También existe un criterio generalizado en relación con los elementos que deben
concurrir para la conversión de un Estado en una gran potencia internacional. Tales
elementos los podemos agrupar en ves categorías fundamentales:

1. La potencialidad material o fuerza potencial.


Entendemos por potencialidad material o fuerza potencial, todos aquellos
recursos humanos-materiales y organizativos de que dispone cada potencia en una
consideración estrictamente teórica. Entre ellos destacan:
a) La riqueza material:
La disponibilidad de todos aquellos recursos naturales suficientes para permitir
una escasa o nula dependencia exterior en el abastecimiento de los mismos,
dado un determinado grado de evolución máxima del desarrollo
socioeconómico del país.
b) Recursos demográficos:
La existencia de una base demográfica suficiente para permitir la máxima
expansión de la capacidad productiva y militar del Estado.
c) Desarrollo político-administrativo y tecnológico:
El Estado debe gozar de un grado de organización político-administrativa
interior susceptible de permitir la óptima utilización de los recursos disponibles.
Además, debe gozar de una autosuficiencia tecnológica que le permita
mantener su propio proceso de expansión económica y militar sin estar sujeto a
condicionamientos externos decisivos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4

d) Capacidad militar disuasoria:


También deberá disponer de¡ armamento susceptible de posibilitarle la
participación en los conflictos bélicos internacionales con garantías de éxito o,
en todo caso, poder utilizar dicho armamento para amenazar de modo creíble
al posible adversario. En la actual situación internacional, ello requiere la
disponibilidad propia de armas, tanto convencionales como nucleares tácticas,
pero no necesariamente de armamento nuclear estratégico (por ejemplo,
misiles intercontinentales).
e) Autonomía y control económico significativos internacionalmente:
El estado debe gozar no sólo de la capacidad para satisfacer las demandas
económicas interiores de un modo autosuficiente, sino también debe gozar del
suficiente poderío económico para crear y mantener un área internacional, en
cuyo seno las relaciones económicas (comerciales y financieras) se encuentren
nucleadas en torno a la economía de dicho país.

Hasta aquí hemos mencionado una serie de elementos cuya conjunción


confieren a un determinado Estado la posibilidad de intervenir en el panorama
internacional de una forma significativa, es decir, como una potencia. No obstante, no
podemos confundir posibilidad con realidad, y así para que se convierta en una gran
potencia internacionalmente consagrada hace falta, además:.

2. Una potencia activa o una fuerza actual


Entendiendo bajo estas expresiones la movilización efectiva de las
capacidades de un Estado para intervenir en el panorama internacional con objeto de
alcanzar los objetivos y fines establecidos por la política exterior de dicho Estado.

Observemos, que un país que disponga de todos y cada uno de los elementos
encuadrados bajo lo que hemos denominado como potencialidad material o fuerza
potencial, puede verse incapacitado para invertir o convertir tales medios en
instrumentos efectivos de un creciente protagonismo exterior, sencillamente porque la
inestabilidad política o económica interior absorba todas sus energías y recursos. En
ese supuesto, muy común en los casos de emergencia o decadencia de una gran
potencia, aunque se disponga de la fuerza potencial, desde la perspectiva
internacional dicho Estado carecerá de la fuerza actual o efectiva para llegar a ser una
auténtica gran potencia.

3. La voluntad política o movilización


Constituye el nexo entre la potencialidad material y la potencia activa, ya que
para poder transformar una en otra hace falta el concurso de una voluntad política y
una capacidad decisional y ejecutiva que permita la utilización adecuada de todos los
recursos disponibles para alcanzar y mantener una posición hegemónica y dominante,
propia de toda gran potencia, en el panorama internacional.

La ausencia de esta voluntad política de convertirse en una gran potencia hace


que un Estado, aun disponiendo de unos recursos humanos, materiales y
organizativos susceptibles de permitirle el logro de una posición hegemónica
internacional, nunca llegue a protagonizar una verdadera posición de gran potencia, ni
alcance a ser reconocido por los demás estados como tal, al carecer de la formulación
de una política exterior orientada a lograr semejante objetivo.

El ejemplo de los Estados Unidos durante el último cuarto del siglo XIX y los
comienzos del siglo XX, hasta su intervención en la Primera Guerra Mundial, son un
ejemplo paradigmático de un país, que gozando de todos los requisitos para
transformarse en una gran potencia internacional, mantiene una política exterior,
basada en los principios de la Doctrina Monroe formulada en 1823, orientada a
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5

garantizar su protagonismo como potencia regional en el continente americano y en el


área del Pacífico.

La conjunción de todos estos elementos convierten a un Estado en una gran


potencia con capacidad y decisión de intervenir en la sociedad internacional, con
objeto de acomodarla, lo más posible, a sus estructuras (funcionales y formales)
propias, así como a la satisfacción prioritaria de sus objetivos e intereses nacionales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6

3. Las superpotencias: concepto, caracteres generales y formación

El concepto de superpotencia viene siendo utilizado por los tratadistas de


temas internacionales, sin que se haya realizado un esfuerzo de conceptualización
equiparable al que hemos visto, se ha llevado a cabo para el concepto de gran
potencia. Algunos autores, como MERLE, ignoran este concepto equiparándolo al de
potencias mundiales. Para otros, como TRUYOL, no existe una clara configuración de
este concepto, aunque reconocen la existencia de algunos rasgos diferenciales, por lo
demás accidentales, respecto a la idea expuesta de lo que es una gran potencia.

Sin embargo, creemos que el término superpotencia se acuñó y generalizó tras


la Segunda Guerra Mundial para responder a unas nuevas condiciones de hegemonía
y dominación ejercidas por ciertos estados que no se correspondían exactamente con
las que habían imperado en períodos históricos precedentes. Podemos afirmar que el
concepto de superpotencia se corresponde con el de unas grandes potencias
cualificadas en sus elementos y surgidas en unas condiciones históricas singulares.
Pero para comprender adecuadamente qué es lo que cualifica a una superpotencia de
una gran potencia, y por qué surgen en el período posterior a la Segunda Guerra
Mundial y no antes, conviene proceder a una definición del término. Por superpotencia
entendemos: aquel Estado con capacidad y voluntad de ejercer una hegemonía,
absoluta en el marco de una sociedad mundial mediante la disponibilidad de un
poderío militar de naturaleza nuclear susceptible de provocar una guerra de
destrucción masiva y simultánea, capaz de poner en peligro la existencia de toda la
Humanidad, así como de una potencialidad económica y técnica que permita mantener
e incrementar dicho poderío militar nuclear al objeto de garantizar su capacidad
disuasoria.

De la definición que acabamos de apuntar se desprenden, claramente, algunos


de los rasgos que permiten asimilar a las superpotencias con las grandes potencias.
Así, ambas tienen como objetivo el ocupar un lugar dominante en la jerarquía del
sistema internacional; análogamente, tanto una como otra requieren una capacidad y
voluntad de intervencionismo político, militar y económico en los asuntos mundiales;
finalmente, tanto las superpotencias como las grandes-potencias, aunque pueden
participar en un conflicto bélico con ciertas posibilidades de éxito, su protagonismo
internacional está basado más en la disuasión que en la guerra, más en . la amenaza
militar que en la efectiva utilización de la misma.

Pero junto a estas analogías, existen indudables diferencias entre unas y otras.
Ante todo, las superpotencias disponen de una potencialidad militar muy cualificada, a
saber: un armamento nuclear estratégico cuya utilización provocaría el
desencadenamiento de un conflicto bélico, cuya dimensión mundial derivaría no de la
participación mayoritaria de los estados como beligerantes, sino de los efectos que
toda la Humanidad tendría que soportar, con independencia de su grado de
participación en el conflicto, y que ponen en peligro la existencia misma de esa
Humanidad. A diferencia de otros períodos históricos en los que las grandes potencias
tenían la capacidad de generar conflictos bélicos en todo el ámbito de la sociedad
internacional, incluido el ámbito mundial en el siglo actual, dicha capacidad era una
consecuencia de la dimensión intercontinental de tales grandes potencias y/o de su
capacidad para incorporar a terceros países como partes beligerantes. En la
actualidad, las superpotencias por sí solas pueden iniciar y concluir un conflicto, sin la
necesidad de intervención de otros estados, cuyos efectos repercutirían
definitivamente en la subsistencia del resto de la Humanidad.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 7

De esta capacidad real de destrucción total, sólo asequible en los actuales


momentos históricos gracias al armamento nuclear acumulado por los Estados Unidos
y la Unión Soviética, se deriva también una amenaza potencialmente total o, en otros
términos, una capacidad disuasoria total frente al potencial enemigo. Pero para poder
mantener esta capacidad disuasoria total resulta imprescindible gozar de una
estructura económica y tecnológica susceptible de permitir de modo autónomo,
equilibrar cualquier incremento en el poderío militar estratégico del Estado rival, ya que
sólo así es posible «hacer creíble» la amenaza total, y de este modo neutralizar, en el
plano puramente militar nuclear, la tendencia hegemónica absoluta de cada una de las
dos superpotencias.

La naturaleza peculiar de la potencialidad militar sobre la que descansa esta


nueva forma de hegemonía mundial de las superpotencias, suscita no pocas
observaciones y paradojas en el mundo internacional.

En primer término sólo cabe atribuir la categoría de superpotencia a dos


estados del actual sistema internacional: los Estados Unidos de América y la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas, ya que únicamente estos países gozan del potencial
nuclear estratégico y táctico, con la suficiente dispersión espacial del mismo, para
desencadenar y concluir eficazmente un conflicto bélico mundial de las características
antes apuntadas. Los restantes países que poseen un limitado arsenal nuclear
(Francia, la R. P. China, Reinó Unido, India, etc.) se encuentran muy lejos de poder
competir, con una cierta garantía de éxito, no sólo en poderío militar nuclear sino en
capacidad `de mantenimiento de la disuasión que éste concede por carencia de los
recursos económicos y técnicos que la carrera armamentista entre las dos
superpotencias impone.

En segundo lugar, la naturaleza misma del conflicto bélico nuclear total y de los
efectos que se derivarían de su desencadenamiento, no sólo para terceros países,
simples espectadores del drama, sino para las propias superpotencias beligerantes,
debilita y limita la voluntad política de utilización del potencial militar nuclear de que
disponen a supuestos de auténtica amenaza para su propia integridad y supervivencia,
no ya como tales superpotencias sino como simples estados, supuestos muy
excepcionales en la historia internacional posterior a 1945 (el más significativo fue la
crisis de los misiles de Cuba en 1962), lo que á su vez conduce a las dos
superpotencias a basar su disuasión, no mediante una confrontación directa y bélica
de su poderío, sino mediante una confrontación indirecta por el concurso de terceros
países o en los ámbitos extramilitares (económicos, político-diplomáticos, ideológicos,
técnicos, etc.).

De todo lo anterior se desprende una tercera observación paradójica. Aunque


las superpotencias aspiran a ejercer una hegemonía mundial, las características de su
potencialidad militar nuclear, y la debilidad que genera en la voluntad política de su
utilización, origina una inevitable erosión en los fundamentos mismos de sus
aspiraciones hegemónicas absolutas, dado que los demás países son perfectamente
conscientes de que la defensa de sus intereses nacionales, en tanto que estados
dependientes, no puede conducir y dirimirse al precio de una guerra total.

Una última observación respecto a la formación histórica de las


superpotencias. Tal y como las hemos definido, es incuestionable que la Unión
Soviética no alcanza realmente la categoría de tal hasta los últimos años de la década
de los 50 y primeros de la década de los 60, compartiendo con el Reino Unido la
categoría de gran potencia mundial en la década anterior, y reservándose la definición
de superpotencia exclusivamente a los Estados Unidos, y ello por la sencilla razón de
que la Unión Soviética no goza de los recursos económicos y técnicos suficientes para
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 8

disponer de un arsenal nuclear estratégico equiparable o, al menos, con suficiente


capacidad de disuasión frente a los Estados Unidos. Lo que hizo de la URSS una
superpotencia, ya desde la década de los años 40 fue el tratamiento que como tal
recibió de los Estados Unidos, desde los inicios de la «guerra fría». Algo de lo que los
soviéticos son perfectamente conscientes y que ayuda a comprender su particular
visión de los asuntos mundiales. Como lo ha expuesto magistralmente MORAN:
«La Unión Soviética es hoy una potencia global. Pero el pensamiento sobre
ella, las estrategias destinadas a contenerla -y por lo tanto, y como respuesta- y sus
propias estrategias se han configurado en base a que era considerada una potencia
global (superpotencia) antes de que lo fuera…
La Unión Soviética se vio obligada a comportarse como una superpotencia por
ser la opositora -como cabeza de un bloque de países constituido en un sistema
político y socio-económico antagónico al capitalista- de una verdadera superpotencia,
los Estados Unidos».

Entre las características generales que podemos apreciar en las


superpotencias, cabe señalar las siguientes:
1. Extensión territorial de dimensiones continentales: Semejante extensión
geográfica, superior a la de la generalidad de los estados, resulta imprescindible por
dos razones principales. Ante todo, para garantizar un acopio y abastecimiento de
materias primas, recursos energéticos y productos alimenticios susceptibles de
permitir la necesaria autonomía económica-estratégica respecto del resto de los
países. En un reciente estudio realizado por expertos de todos los países miembros de
la OCDE, se indica que del total de las 21 materias primas no energéticas vitales para
la economía de un Estado, los Estados Unidos disponían de más del 10 por 100 de los
recursos y reservas totales del mundo conocidas en 1977, para 6 de tales materias
primas (plomo, molibdeno, plata, cobre, cinc y bismuto), mientras que la Unión
Soviética disponía de, idéntico porcentaje para 11 de tales minerales (hierro,
manganeso, vanadio, plata, amianto, plomo, cobalto, níquel, tungsteno, mercurio y
platino).

Pero la extensión territorial resulta también fundamental desde el punto de vista


militar, por cuanto la capacidad estratégica nuclear requiere una gran dispersión de los
centros y arsenales de misiles ofensivos que impida su destrucción total y simultánea
en la hipótesis de un ataque inicial procedente de la superpotencia rival. En relación
con este punto, conviene subrayar que puesto que la extensión territorial de la Unión
Soviética es aproximadamente 2,5 veces la de los Estados Unidos, esta superpotencia
necesita, en mayor medida que la URSS, de la disponibilidad de bases militares
nucleares fijas, particularmente en Europa Occidental, así como de bases móviles de
misiles nucleares (marítimas y aéreas) que logren concederle la citada dispersión de
su armamento nuclear estratégico.

2. Importantes recursos demográficos: Fundamentales para permitir una


necesaria mano de obra y demanda interior que garantice ritmos adecuados de
producción, acordes con las exigencias tecnológicas y de costes (producción
estandarizada) que impone la dinámica de la carrera armamentista nuclear. Además,
esta base demográfica debe permitir,-simultáneamente, unos poderosos y nutridos
ejércitos convencionales que posibiliten su utilización en cualquier conflicto bélico que
se origine, sea cual sea la zona donde se desencadene, habida cuenta de que siguen
siendo necesarios para garantizar la hegemonía de las superpotencias frente a
terceros estados con los que deben confrontarse en el terreno militar convencional no
nuclear.

3. Dominio o control de significativos recursos económicos y tecnológicos:


Estos recursos económicos y tecnológicos internos deben permitir una dependencia
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 9

de un número importante de Estados que reproduzcan los modelos y sistemas


económicos de las superpotencias en un área apreciable de la sociedad mundial, ya
que con ello se reafirma y consolida la hegemonía de tales superpotencias sin
necesidad de recurrir a la amenaza o intervención militar. Además, las superpotencias
deben mantener una superioridad apreciable en el terreno técnico-económico evitando
con ello que cualquier otro país alcance similar grado de desarrollo que terminaría por
trasladarse, por dicho Estado, al ámbito político-militar, poniendo de esta manera en
entredicho la posición hegemónica de las superpotencias. Esta es, dicho sea de paso,
una de las principales funciones de la permanente carrera armamentista que
mantienen e impulsan las superpotencias, y que contribuye a confirmar la convicción
de que la carrera de armamentos posee causas y motivaciones no estrictamente
militares que le conceden una dinámica autónoma a la que no pueden sustraerse los
gobiernos y administraciones de los Estados Unidos y la Unión Soviética.

4. Una cohesión y estabilidad político-ideológica interior: Que impida cualquier


tipo de fraccionamiento político, ideológico o social que, indudablemente, debilitaría la
capacidad decisional de los órganos de Gobierno y dirección de la superpotencia en
su proyección hegemónica exterior al catalizar los recursos y las energías en lograr la
necesaria pacificación y estabilidad interior.

5. Por último, aunque no por ello menos importante, la acumulación de un


potencial nuclear, tanto estratégico como táctico, y convencional susceptible de
permitir a una superpotencia ejercer un efecto disuasorio respecto de cualquier otro
Estado del mundo, incluida la otra superpotencia.

4. Las potencias medias: potencias regionales y potencias sectoriales.

Establecidas las diferencias, tanto analíticas como reales, que existen entre los
conceptos de gran potencia y de superpotencia, es indudable que ambas categorías
de estados comparten una misma función en el panorama internacional, a saber: el
concurso necesario y eficaz que realizan al establecimiento y garantía de un cierto
orden mundial en cuyo marco puedan desarrollarse, limitadamente, las actuaciones y
satisfacerse las demandas de los demás estados que integran la sociedad
internacional universal.

No obstante, la propia evolución histórica de la sociedad internacional y su


actual estructuración han permitido la aparición de ciertas estados que sin reunir los
elementos necesarios para ejercer una hegemonía a escala planetaria, sí gozan, en
cambio, de la capacidad y decisión necesarias para defender sus intereses y objetivos
en un contexto (regional o sectorial) más extenso que el que cae dentro de su
soberanía estatal, son tales estados las denominadas potencias regionales y potencias
sectoriales.

Estos estados, calificados por TRUYOL como potencias con intereses


particulares o limitados, presentan el común denominador del ejercicio de sus
funciones, en el contexto de la política mundial, mediante una política exterior con
'objetivos y actuaciones propias que, dentro de los límites establecidos por las
superpotencias y las grandes potencias, logran imponer a terceros estados. Estas
potencias medias son, en definitiva, estados que dependiendo de las grandes
potencias y superpotencias mundiales gozan de una cierta capacidad de hegemonía y
dominación respecto de otros países.

A tenor de lo que acabamos de exponer, podemos definir a las potencias


regionales como: aquellos estados que carecen de la capacidad y/o voluntad de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 10

ejercer su hegemonía a escala mundial, pero intervienen, económica, política,


ideológica y militarmente de modo eficaz en un área geopolíticamente más restringida.

Por su parte podemos afirmar que las Potencias sectoriales son: aquellos
estados cuya capacidad de influencia y hegemonía se limita a un número restringido y
definido de sectores de las relaciones internacionales.

Ambos tipos de potencias desempeñan un protagonismo internacional


apreciable, si bien, de acuerdo con lo que señala SCHWARZENBERGER:
«... La aparición de esta "clase media" internacional no ha producido una
estabilidad mayor en la sociedad internacional».

En efecto, la función característica de estas potencias medias (regionales o


sectoriales) no es la de actuar como elementos de estabilidad o amortiguación entre
las superpotencias o las grandes potencias y el resto de los demás estados del
sistema mundial, cuyas recíprocas relaciones de dominación y de hegemonía
conllevan, necesariamente, el germen de la conflictividad. Por el contraria, las
potencias medias, en la medida en que reproducen a su vez relaciones hegemónicas
en el contexto de una determinada región internacional o para un determinado tipo de
relaciones internacionales, contribuyen a desarrollar la conflictividad inherente al orden
internacional impuesto por las grandes potencias y/o las superpotencias.

No obstante, a diferencia de los pequeños estados, las potencias medias


desempeñan una función catalizadora o mediatizadota del poderío de las grandes
potencias respecto de los pequeños países sometidos a su dominación. Esta función
mediatizadora, que las convierte en importantes instrumentos, tanto de los grandes
como de los pequeños estados, la desarrollan por medio de una doble actuación. Por
una parte atraen sobre sí la mayoría de las demandas o exigencias de transformación
de las estructuras internacionales que suscitan los pequeños estados, ya sea
convirtiéndose en portavoces o representantes de éstos ante las grandes potencias, o
bien siendo objeto directo e inmediato de las presiones o conflictos provocados por los
actores estatales menores, con lo que las superpotencias y grandes potencias logran
eludir y desviar una parte significativa de tales demandas y presiones.

Pero, simultáneamente, las pot8ncias medias mantienen políticas exteriores


que responden, al menos parcialmente, no a sus propios intereses nacionales sino al
protagonismo hegemónico de los grandes estados, y en la medida en que imponen a
los demás países estas políticas exteriores tienden a perpetuar la jerarquía mundial
imperante.

La importante función de mediatización desempeñada por las potencias


medias, en el doble sentido apuntado, las convierte en actores relevantes para el
mantenimiento de las estructuras internacionales, así como en garantía de su
progresiva adaptación a los cambios que se operan en el panorama interestatal. Esta
es la razón, a nuestro juicio, por la que desde el siglo XIX se consagra, tanto desde el
punto de vista jurídico como organizativo, el principio de asociación de las potencias
medias a las decisiones de las grandes potencias en la solución de aquellas
cuestiones internacionales, regionales o sectoriales, que afectan a alguna o algunas
de tales potencias. Así, por ejemplo, este principio aparece recogido en el apartado 4°
del Acta del Congreso de Aquisgrán (1818) en los siguientes términos:
«… que en el caso de que tales reuniones tuvieran por objeto asuntos
especialmente relacionados con los intereses de tos demás estados de Europa, sólo
tendrán lugar a consecuencia de una invitación formal por parte de los estados
afectados por dichos asuntos, y bajo la reserva expresa de su derecho a participar en
ellas directamente o por medio de sus plenipotenciarios…».
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 11

Análogamente, el artículo 4°, apartado 4, del Pacto de la Sociedad de Naciones


señalaba:
«Todo miembro de la Sociedad que no esté representado en el Consejo será
invitado a enviar un representante cuando se lleve ante él una cuestión que le interese
particularmente».

Y por último, el artículo 31 de la Carta de las Naciones Unidas establece que:


«Cualquier miembro de las Naciones Unidas que no sea miembro del Consejo
de Seguridad podrá participar sin derecho de voto en la discusión de toda cuestión
llevada ante el Consejo de Seguridad, cuando éste considere que los intereses de este
miembro* están afectados de manera especial».

Este principio de asociación activa a la solución de problemas internacionales


de ámbito regional o sectorial, se completa con la concesión de un cierto grado de
representatividad y/o participación cualificada en organismos internacionales a algunos
estados medios. En efecto, en la Sociedad de Naciones existían en su Consejo, junto
a los miembros permanentes, unos miembros no permanentes que, aunque sometidos
a elección por la Asamblea, podían ser reelegidos, lo que hizo que algunos países,
como España o Polonia, participasen efectivamente como miembros
semipermanentes.

En la actualidad, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas está


compuesto por cinco miembros permanentes y 10 miembros elegidos por la Asamblea
General por un período de dos años. Entre los criterios establecidos para su elección
se encuentran:
a) La contribución de los estados al mantenimiento de la paz.
b) Una representación geográfica proporcional.

La conjunción de ambos criterios prima, efectivamente, la participación en este


importante órgano de las potencias medias.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 1

Capítulo 8.
Teoría general de la Organización Internacional.
1. Antecedentes históricos y doctrinales de las organizaciones internacionales.

El fenómeno de organización de las relaciones internacionales es tan antiguo como


las propias comunidades políticas. En efecto, los contactos regulares entre dos o más
sociedades no sólo generaron vínculos de cooperación, conflicto y asociación, sino que
también suscitaron nuevos problemas que al rebasar el ámbito y competencias de cada
comunidad política las indujo a desarrollar fórmulas estables e institucionalizadas de
cooperación internacional. Como ha escrito ABI-SAAB:

«Como toda noción, la de organización internacional es evolutiva. Aunque los


intentos de cooperación institucional intercomunitaria pueden ser reconstruidos hasta en los
tiempos más remotos, la noción contemporánea de organización internacional es de origen
relativamente reciente. En sus contornos actuales es el resultado de una rápida evolución de
los acontecimientos y de las ideas desde comienzos del siglo XIX».

En efecto, ya fuese por causas de naturaleza político-militar, económicas o


ideológicas, podemos comprobar que existen precedentes históricos de las actuales
organizaciones internacionales hasta en los tiempos más remotos. Entre las primeras que se
conocen figuran las asambleas, celebradas periódicamente por los pequeños estados y
reinos chinos, durante los siglos VII al V a. de C estimulados por la permanente amenaza
que para su independencia ejercía el poder hegemónico del reino de Chu. No menos
importantes fueron las formas de organización desarrolladas en la Grecia clásica, y que
comprendían dos tipos de instituciones fundamentales: las anfictionías y las simmaquías.
Las anfictionías eran unos consejos o patronatos creados por diversas «polis» (ciudades-
Estado) griegas que compartían y frecuentaban los cultos religiosos en santuarios o templos
erigidos y sufragados conjuntamente. Tales consejos o anfictionías eran dirigidos por la
«polis» hegemónica, y tenían como misión primordial actuar como órganos arbitrales para
resolver sus conflictos o diferencias al amparo de la autoridad que les confería la comunidad
religiosa entre sus miembros.

Las simmaquías o ligas, constituían auténticas alianzas político-militares que, bajo la


dirección de una polis hegemónica, garantizaban la defensa común de todos sus miembros,
frente a la amenaza procedente de otras simmaquías o ante el peligro de los grandes
imperios mesopotámicos.

Más tarde, durante la Edad Media, se desarrollaron en Europa algunas fórmulas de


organización particulares. Así, por ejemplo, se crearon grupos o sociedades internacionales
de inspiración político-religiosa, eran las órdenes militares, como la de los Caballeros
Templarios o -la Orden de los Caballeros Teutones, surgidas al amparo de las luchas entre
la Cristiandad y el Islam, y fomentadas por el «espíritu de las cruzadas».

También se configuraron formas de organización internacional de naturaleza


económica de entre las que cabe destacar la Liga Hanseática (siglos XIV y XV). La Hansa
era una asociación de más de cincuenta ciudades («burgos») del Centro y Norte de Europa,
constituida para fomentar y garantizar el comercio mutuo así como con las ciudades y reinos
del área mediterránea. Se organizaba en torno a una Asamblea General en la que
participaban representaciones de todos los miembros y en la que se aprobaban, por mayoría
de votos, las reglas que ordenaban las relaciones comerciales o la declaración de guerra a
aquellas ciudades o reinos que ponían en peligro el tráfico comercial. De este periodo data
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 2

también la Liga de los Cantones Suizos, organización esencialmente defensiva que, más
tarde, se transformará en una Confederación núcleo del Estado actual.

Estos y otros muchos ejemplos históricos, respecto a instituciones y organizaciones


internacionales, nos permiten afirmar que si bien tales precedentes no pueden ser
equiparados o comparados directamente con las actuales organizaciones internacionales,
tampoco se puede desconocer su existencia o influencias históricas y que, en cualquier
caso, sí se trataron de experiencias con carácter excepcional y restringido, frente al peso e
importancia de las comunidades políticas en la escena internacional.

En el terreno doctrinal, la trayectoria es tan intensa, o más, si cabe, que en el plano


de la experiencia práctica. Durante la Edad Media, la concurrencia de dos poderes
supranacionales que dominan la sociedad internacional de la Cristiandad (el Papado y el
Imperio), unido al expansionismo islámico, crearon un clima propicio para la profusión de
distintas formas o modelos de organización internacional del Occidente cristiano.

Entre los primeros autores de la época podemos citar a RAMON LLULL (Raimundo
Lulio), a PIERRE DUBOIS en su obra De Recuperatione Terrae Sanctae (1306). En esta
obra se propone la constitución de una federación de todos los reinos cristianos para
derrotar y vencer a los «infieles», logrando además la recuperación de los Santos Lugares.
También DANTE ALIGHIERI en su obra De Monarchia (1313) sostiene la idea de la creación
de un Imperio o Monarquía universal de carácter federativo.

Pero si bien el auge del Estado moderno eclipsó parcialmente los proyectos de
organización internacional durante los siglos XV y XVI, la propia consolidación del equilibrio
de poder en el sistema de estados europeos contribuyó a estimular, en los siglos
posteriores, la formulación de nuevos proyectos y modelos organizativos de las relaciones
interestatales en los que se destaca la plasmación de una aspiración a establecer un orden
internacional regido por instituciones y poderes, a imagen y semejanza de los del Estado, al
tiempo que las viejas aspiraciones medievales, a alcanzar una proyección universal de los
poderes del Imperio y del Papado, van cayendo, progresivamente, en desuso.

Así, en 1623 EMERIC CRUCE exponía en su obra, Le nouveau Cynée ou discours


d'Etat représentant les occassions et moyens d'établir une paix générale et la liberté de
comerce par tout le monde, un proyecto de ordenación internacional en la que junto a las
potencias y estados europeos cristianos defendía la asociación del Imperio Turco como
auténtica potencia internacional decisiva para alcanzar una estabilidad continental y un
desarrollo de los vínculos comerciales. Por su parte, el duque de SULLY en sus Mémoires
defendía, desde una perspectiva más estatalista, la idea de alcanzar la pacificación de
Europa mediante la implantación de un equilibrio político-militar entre las dos grandes
alianzas centradas una en la dinastía de los Habsburgo, y la otra, en Francia.

Destaca también, por lo qué supuso de premonitorio, el proyecto formulado por


WILLIAM PENN en su obra Ensayo para la paz presente y futura de Europa (1693), en el
que se propugnaba la creación de una Dieta o Parlamento en el que se encontrarían
representados los distintos estados europeos, incluidos Rusia y Turquía, con una
distribución ponderada de sus votos a tenor de su poderío real. La principal misión de este
Parlamento sería la de resolver, por vía pacífica, los conflictos y litigios entre sus miembros.

Ya en el siglo XVIII junto a la obra destacada del ABATE DE SAINT PIERRE, titulada
Projet de Traité pour rendre la paix perpétuelle entre les souverains chrétiens (1713), de
marcado tinte pacifista, conviene subrayar la aportación de JEREMIAS BENTHAM con su
escrito sobre el Proyecto de Paz Universal y Perpétua (1789), en el que defiende la
necesidad de proceder a una abolición de la diplomacia secreta, como fuente generadora de
desconfianzas y recelos entre los estados, y la creación de una Corte o Tribunal
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 3

internacional de arbitraje con el fin de dilucidar, según el Derecho Internacional vigente, los
conflictos de intereses entre los países.

Durante el siglo XIX las aportaciones doctrinales se orientaron, predominantemente,


hacia la formulación de proyectos de organización europea, ya que, no en vano, Europa
sigue constituyendo el núcleo del sistema internacional decimonónico. THIERRY propuso,
en 1814, la necesidad de proceder a la consolidación de una unión federal europea, cuyo
núcleo debía constituirlo la federación entre Inglaterra y Francia, principales potencias
coloniales, cuya rivalidad había quedado patente en las guerras napoleónicas.

El ideal de una Europa integrada, ya fuese como una «comunidad europea» de


estados, vinculados de un modo muy laxo, según la propuesta de BLUNTSCHIL, o como un
auténtico Estado federal, según propugnaba LORIMER, contrastaba netamente con el
federalismo proudhoniano o con la idea confedera¡ que sustentaba la propuesta de unos
«Estados Unidos de Europa», formulada por A. LEROY BEAULIEU en el Congreso de
Ciencia Política celebrado en París en 1900 y de la que expresamente excluía a Inglaterra,
por considerarla una potencia cuyos vínculos político-económicos con sus colonias
extraeuropeas predominaban sobre sus intereses estrictamente europeos, objeciones que
nos recuerdan las que décadas más tarde formularía el Presidente DE GAULLE para
oponerse a la integración del Reino Unido a las Comunidades Europeas.

Esta corriente del pensamiento «europeísta», que llegará hasta nuestros 'días
asociada a nombres tan ilustres como los de COUDENHOVE-KALERGI, ARISTIDE
BRIAND, JEAN MONNET o ROBERT SCHUMAN, constituyó el fundamento filosófico,
político y jurídico de las principales organizaciones europeas actuales: el Consejo de Europa
y la Comunidad Europea. Corriente «europeísta» de la que no estuvieron ausentes
importantes intelectuales y pensadores españoles, como JUAN FRANCISCO SIÑERIZ en el
siglo pasado, o SALVADOR DE MADARIAGA, y ORTEGA Y GASSET en el presente siglo.

Con todo, semejante línea de evolución filosófico-política no es exclusiva de los


modelos de organización internacional gubernamental, pues abarca también a las
denominadas organizaciones internacionales no gubernamentales. Bastaría con recordar la
influencia del pensamiento abolicionista, a comienzos del siglo XVI, en la creación de la
British and Foreign Antislavery Society (1823) cuyo ejemplo se extendió a otros países como
Estados Unidos, Francia o España. Análogamente, no podríamos silenciar la significativa
contribución, teórica y práctica, de MARX y ENGELS al desarrollo del internacionalismo
proletario y a la creación de la Asociación Internacional de Trabajadores o Primera
Internacional, en 1864.

Por lo que se refiere a las empresas multinacionales, si bien no cabe apreciar la


existencia de antecedentes históricos comparables en las sociedades precapitalistas, no
podemos olvidar la significación mercantil de los establecimientos o «colonias» fenicias en la
antigüedad clásica. Ya en los albores del capitalismo, y al compás del desarrollo del Estado
moderno y de su expansión ultramarina, asistimos a la emergencia de formas embrionarias
de empresas transnacionales. En efecto, junto a las dinastías de los Fugger, los Tassi o los
Roschildt, cuya financiación a las actividades emprendidas por las Monarquías más
poderosas de la época prefiguran formas más modernas de internacionalización bancaria,
resulta pertinente citar también las grandes compañías coloniales, como la Compañía
inglesa de las Indias Orientales (1600) o la Compañía holandesa de las Indias Orientales
(1602), auténticas sociedades por acciones que, con la cobertura político-militar de sus
respectivos estados, gozaban del monopolio comercial con las colonias de Extremo Oriente.

No resulta fortuito que las tres corrientes favorecedoras de la progresiva


consolidación de unas estructuras orgánicas de las relaciones internacionales, concurran
durante el siglo XIX a la definitiva consolidación de los modelos de organización
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 4

internacional que imperan en la actualidad: las organizaciones internacionales


gubernamentales, las organizaciones internacionales no gubernamentales y las empresas
multinacionales.

Para concluir este apartado, podemos extraer dos conclusiones que se desprenden
claramente de los antecedentes históricos y doctrinales sucintamente referidos. En primer
lugar, observamos que la tendencia hacia formas, más o menos desarrolladas, de
organización internacional son una consecuencia directa de la propia dinámica relacional
que se genera entre las comunidades sociales, insertas en las comunidades políticas
independientes (estados), además de la creación de organismos internacionales
directamente por parte de los estados. Naturalmente, tanto unas como otras organizaciones
constituyen una parte íntegra de la sociedad internacional en cuyas estructuras y evolución
influyen apreciablemente. Esta consideración matiza sustancialmente las tesis de los
doctrinarios del realismo político internacional, para quienes las organizaciones
internacionales no son más que una proyección exterior del Estado, o bien se encuentran
tan mediatizadas por sus poderes que carecen de eficacia internacional propia.

En segundo término, tampoco podemos compartir las concepciones, muchas veces


utópicas, de tos ideólogos del internacionalismo a ultranza, que contemplan la estructura
orgánica internacional como una traslación de las instituciones y poderes estatales al
contexto internacional, ya sea de modo completo o como simple tendencia. La idea de un
«gobierno internacional», universal o a escala regional, con un orden jurídico directamente
aplicable a los ciudadanos, y garantizado por unos poderes coercitivos supranacionales,
responde tan sólo a una de las tendencias evolutivas en las formas de organización de las
relaciones internacionales, que debe, teórica y prácticamente, conjugarse con otras
tendencias o modelos orgánicos no menos eficaces y dinámicos en el plano internacional.

2. Importancia de la organización internacional: causas y efectos.

El desarrollo y universalización de los distintos tipos de organización internacional


que se aprecia desde el siglo XIX es el resultado de la combinación de una diversidad de
fenómenos y causas, de entre los cuales podemos destacar los siguientes:

A) La innovación científico-tecnológica y su aplicación a los medios de transporte y


comunicación
El descubrimiento y aplicación de nuevas formas de energía (vapor, carbón, energía
eléctrica, etc.) a los transportes terrestres (ferrocarriles) y marítimos (navegación a vapor),
así como a la comunicación y transmisión internacional de informaciones, impuso la
necesidad de establecer una regulación y control internacionales que permitiesen la plena
explotación de tales avances. De esta forma surgieron la Comisión para la navegación fluvial
del Rhin (1815) y la Comisión para la navegación fluvial del Danubio (1856). También se
crearon, durante la segunda mitad del siglo pasado, otras organizaciones internacionales,
denominadas genéricamente Uniones Administrativas, algunas de las cuales, pese a sus
cambios internos, subsisten todavía. Entre ellas podemos destacar la Unión Telegráfica
Internacional (1865), la Unión Postal Universal (1878), la Unión de ferrocarriles (1890).

B) Las alteraciones experimentadas por las relaciones de producción, distribución y


consumo ocasionadas por el proceso de industrialización
La introducción y difusión del «maquinismo» supuso, al mismo tiempo, un incremento
espectacular de la productividad del trabajo humano y la necesidad de una producción
masiva y estandarizada de bienes de consumo que exigían la dominación de sociedades
y1o mercados cada vez más extensos.

El nuevo sistema productivo, propio del capitalismo industrial, impuso también una
serie de limitaciones y de condicionamientos. Ante todo era necesario una creciente
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 5

concentración de recursos humanos y de mano de obra, de materias primas y de recursos


financieros. Por otra parte, imponía una constante y creciente especialización productiva de
las economías empresariales y nacionales, acorde con el intangible principio de la división
de trabajo que sustenta al sistema capitalista. Por último, la ineludible necesidad de
aumentar el comercio y el consumo para garantizar el aumento de producción, y con ella las
tasas de beneficios que permitiesen su incremento industrial, constituyen también otras de
las causas.

Los cambios experimentados en las relaciones económicas, nacionales e


internacionales, exigían un adecuado tipo de organizaciones que aproximasen y
uniformasen internacionalmente la pluralidad de decisiones, acciones y regulaciones
nacionales.

Aparecen en consecuencia la Oficina Internacional de Pesos y Medidas (1875); la


Unión para la protección de la Propiedad Industrial (1883); la Unión para la protección de la
propiedad intelectual y artística (1884) o la Oficina de Estadísticas Internacionales (1913).

Es también en este contexto de transformación económica en el que se desarrollarán


las primeras firmas multinacionales asociadas, muy frecuentemente, a ciertos avances
tecnológicos, así como a una cierta tendencia proteccionista de los países destinada a
proteger sus incipientes industrias nacionales de la competencia internacional de las
principales potencias económicas, particularmente de Inglaterra. Así surgieron empresas tan
conocidas como la SINGER, la BAYER, la STANDAR OIL, la FORD MOTOR COMPANY,
etc. Una referencia particular merece la creación de la Unión Aduanera de la ZOLLVEREIN
en 1834, gracias a la cual el proceso de integración política, iniciado por la Confederación
Germánica (1815), se completó con un proceso de integración comercial de cuyos cimientos
surgiría potenciado el proceso de unificación de Alemania que condujo a la creación del
Reich. La importancia de ambas organizaciones radica en lo que supuso de antecedente
histórico para el proces o de integración europea desarrollado tras la Segunda Guerra
Mundial.

C) La reordenación de las estructuras sociales


La Revolución Industrial no sólo trastocó las estructuras tecnológicas y económicas,
sino que, necesariamente, provocó importantes mutaciones en el panorama de las
relaciones sociales imperantes en y entre los países que accedieron a la industrialización.
En efecto, no sólo se produjo una movilización de la mano de obra desde el punto de vista
geográfico (concentración en grandes urbes, movimientos migratorios intercontinentales,
etc.), sino también desde el punto de vista productivo (trasvase de la mano de obra agrícola
al sector industrial). Al compás de todas estas mutaciones comenzaron a formarse una
diversidad de organismos internacionales, tanto de carácter estatal como privado, de entre
los que podemos mencionar: la Cruz Roja Internacional (1864); la Asociación Internacional
de Trabajadores (1864); el Consejo Internacional de Mujeres (1888); la Internacional
Socialista (Segunda Internacional) en 1891; la Oficina Internacional de la Salud Pública
(1904), transformada en 1907 en la Oficina Internacional de la Higiene, etcétera.

D) El desarrollo de los nacionalismos


El trastocamiento del «ancien régime» ocasionado por la secesión de las trece
colonias americanas y, con posterioridad, por la Revolución francesa, ocasionó el desarrollo
de los movimientos nacionalistas provocado por las burguesías de cada país que aspiraban
a quebrar las estructuras imperiales y coloniales en los dominios españoles, portugueses,
franceses, británicos, rusos, turcos o austriacos.

Estos movimientos nacionales aspiraban, en muchos casos, a la constitución de


nuevos modos de organización política transnacional que aglutinase a todos los pueblos
vinculados por lazos históricos, culturales, lingüísticos o étnicos comunes. Fruto de esta
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 6

tendencia será la formación de entidades como la Unión Panalemana (1891-1939), que


aspiraba a la constitución de un Imperio alemán que, unificando a todos los pueblos
germanos, lograse hacer frente y someter a los pueblos eslavos, potencial amenaza para la
supervivencia del pangermanismo, Análogamente, cabría citar el paneslavismo propiciado
internacionalmente por el Congreso Eslavo, celebrado en Moscú (1867), y heredero de la
Asociación de Eslavos Unificados, constituida en 1823.

En el contexto de la descolonización americana surgirá el movimiento


panlatinoamericano, cuyo máximo defensor fue SIMON BOLIVAR, y que plasmó en un
sistema de Congresos internacionales, como el Congreso de Panamá (1826) de Lima
(18471848) el Congreso Continental (1856); nuevamente los Congresos de Lima (1864-65)
y de Panamá (1883), y muy especialmente al fracasado intento de integración de los países
del istmo centroamericano en la Confederación Centroamericana (1842-45). La decadencia
de este movimiento coincidirá con el surgimiento del panamericanismo a partir de la
Conferencia Interamericana de 1888, y que dará origen a la Unión Panamericana (1899),
antecedente decimonónico de la actual Organización de Estados Americanos (OEA).

Junto a las causas que hemos mencionado y que comenzaron a fraguarse durante el
siglo pasado, aunque muchas de ellas alcanzan su eclosión en el presente siglo, debemos
mencionar otros dos factores que han contribuido, específicamente, al crecimiento
exponencial del número de organizaciones internacionales en el período posterior a la
Primera Guerra Mundial.

De un lado, el desencadenamiento de dos grandes conflagraciones bélicas


mundiales, cuyos devastadores efectos propiciaron la constitución de sendas
organizaciones de vocación universal y de fines generales (la Sociedad de Naciones y la
Organización de las Naciones Unidas).

En segundo término, la definitiva consumación del proceso de descolonización que


ocasionará el aumento sustancial del número de actores estatales independientes y la
formación de organizaciones internacionales de ámbito regional.

Naturalmente, el desarrollo de los organismos internacionales como nuevas


categorías de actores, no podía dejar de afectar a las estructuras y al funcionamiento de la
Sociedad Internacional. Entre los principales efectos que se pueden señalar, se encuentran
los siguientes:
1° Un incremento del número de actores internacionales no estatales
Dicho aumento ha contribuido a intensificar y complicar las relaciones entre los
propios estados, generando nuevos vínculos internacionales al margen o por. encima
de los poderes estatales, y contribuyendo a la formación de áreas de cooperación
interestatal tanto regionales como mundiales.

2° Un incremento en la movilidad de las colectividades humanas no estatales


La participación de numerosos grupos sociales en el contexto internacional,
mediante su inserción en organizaciones no gubernamentales, ha propiciado no sólo
su protagonismo internacional, sino también cambios sustantivos en las estructuras
mundiales.

3° Un reforzamiento de los actores estatales


Por paradójico que pueda parecer, lo cierto es que el fenómeno de las
organizaciones internacionales, gubernamentales o no, también ha contribuido a
consolidar el papel de los estados como actores fundamentales de la Sociedad
Internacional, gracias al incremento de su número y al reforzamiento de algunos de
sus poderes y competencias. Como lo ha manifestado EVAN LUARD:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 7

«Por tanto, el debate respecto a si las actividades de los cuerpos


internacionales favorecen a los gobiernos nacionales más o menos que al
internacional, no es quizá pertinente. En muchos casos, hacen que se fortalezcan
ambos: los dos tipos de gobierno se pueden hacer más firmes en relación con las
autoridades locales, o bien (lo que todavía es más importante), en relación a los
seres humanos individuales. De hecho, los dos no están necesariamente en
competencia directa».

3. Concepto y caracteres generales de la organización internacional.

Hasta ahora hemos hablado de las organizaciones internacionales sin haber


procedido a su especificación conceptual. En general, podemos definir la organización
internacional, siguiendo a MEDINA, como:
«Todo grupo o asociación que se extiende por encima de las fronteras de un Estado
y que adopta una estructura orgánica permanente».

De esta definición se desprenden los dos caracteres esenciales que concurren en


toda organización internacional. Estos son:

1° Internacionalidad
La organización que tratamos de estudiar se distingue de otros grupos
sociales por la nota de su internacionalidad. Esta internacionalidad significa que los
miembros que integran una organización de este género tienen que proceder o
formar parte de distintos estados, lo que les diferencia de aquellos grupos o
colectividades integradas por miembros pertenecientes a un solo Estado, y por
consiguiente, sometidos a los poderes y al derecho interno de éste.
Pero la nota de internacionalidad también cabe predicarla respecto a las
actuaciones y efectos derivados de estas organizaciones. En efecto, su constitución,
desarrollo y extinción afectan directamente al panorama de las relaciones
internacionales, de las que forman parte, porque es en el medio internacional en el
que operan la mayor parte de sus competencias e instituciones.

2° Estructura orgánica permanente


Pero las organizaciones internacionales vienen singularizadas también, frente
a otras formas de relación internacional de carácter esporádico o transitorio, por el
hecho de que poseen una serie de órganos, de medios humanos y de recursos
financieros y jurídicos de una cierta permanencia temporal. La necesidad de que
exista esta estructura orgánica permanente es una resultante de la naturaleza
estable y permanente de los fines y objetivos que se pretenden alcanzar mediante la
organización internacional. Esta nota de la permanencia orgánica e institucional se
encuentra ya implantada en la voluntad que anima a los miembros fundadores a
recurrir a la creación de una organización frente a otras formas menos duraderas,
como son las conferencias internacionales o los movimientos internacionales, que
surgen también como instrumentos de la cooperación internacional.
Junto a las dos notas esenciales que acabamos de referirnos, podríamos
mencionar otras dos notas o carac teres complementarios:

a. La funcionalidad de las organizaciones internacionales


Resulta muy coherente con la dinámica internacional que la aparición y
desarrollo de las organizaciones internacionales, precisamente junto al Estado y sin
desplazarlo de la esfera mundial, se realice para desempeñar ciertas funciones y/o
competencias, necesarias para la existencia y funcionamiento de la sociedad
Internacional, que no poseen una correspondencia territorial inmediata y directa. En
otras palabras, la organización .nace, específicamente, ante la necesidad de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 8

complementar y transcender las limitaciones que la división fronteriza y estatal del


territorio impone a los poderes de cada país.
Lógicamente, la eficacia de una organización internacional radica;
preferentemente, en su capacidad para desempeñar adecuadamente ciertas
funciones que motivaron su constitución, y no tanto en la extensión del ámbito
territorial en el que desempeña tales funciones. As í, por ejemplo, organizaciones
internacionales de un ámbito territorial muy restringido, como ocurre en el BENELUX,
han demostrado gozar de una mayor eficacia y duración que otras muchas
organizaciones con un área espacial mucho más extensa, como sería el caso de la
OCDE, por citar un ejemplo de estas últimas.

b. Relevancia jurídica.
Todas las organizaciones internacionales surgen de un acuerdo de
voluntades, de una decisión común entre sus miembros fundadores, que transciende
los límites de los derechos y obligaciones por ellos reconocidos como mutuamente
vinculantes. Este acuerdo constitutivo adquiere también una eficacia jurídica frente a
terceros, de acuerdo con un determinado ordenamiento legal específico. Esta doble
relevancia jurídica, interna y externa, que muestra toda organización internacional
constituye un elemento común a esta categoría de actores internacionales.

Pero la relevancia jurídica no emana exclusivamente del acto constituyente de la


organización, también deriva de sus actividades permanentes en el campo de las relaciones
internacionales, de tal modo que la propia dinámica de las organizaciones internacionales es
objeto de un tratamiento legal, tanto nacional como internacional, al mismo tiempo que
contribuye a producir modificaciones jurídicas más o menos profundas.

Ahora bien, es lógico que puesto que las organizaciones internacionales presentan
notables diferencias, según se trate de organizaciones intergubernamentales o de
organizaciones no gubernamentales, tanto en la composición de sus miembros como en sus
competencias, tam bién muestren un distinto alcance en su personalidad y capacidad
jurídicas. En términos generales, y salvo algunos supuestos excepcionales, podemos
afirmar que mientras las organizaciones intergubernamentales poseen una relevancia
jurídica internacional directa, tanto en lo relativo a su acto constitutivo, como a sus normas
internas y a las normas que regulan sus relaciones con otros actores internacionales, lo que
las convierte en sujetos sometidos al Derecho Internacional Público; las organizaciones no
gubernamentales y demás actores transnacionales gozan de una relevancia jurídica
internacional indirecta, hallándose sujetas de modo inmediato o directo al derecho nacional,
imperante en cada uno de los estados en los que se encuentran implantados sus diversos
miembros.

La distinción que, desde la perspectiva jurídica, acabamos de realizar entre los


distintos tipos de organizaciones internacionales no es tajante y absoluta. Como tendremos
ocasión de explicar más adelante, el mundo de las organizaciones internacionales es en la
actualidad lo suficientemente amplio y complejo para que existan notables excepciones a
este principio general. Pero además, tanto el derecho internacional como los ordenamientos
jurídicos nacionales están siendo afectados por las actividades que están llevando a cabo
las organizaciones internacionales, que están cambiando el panorama internacional, pero
que al atravesar las fronteras e instituciones estatales están alterando muchas de las
normas legales de éstos.

Surge así una relevancia jurídica derivada del hecho de que al transcender sus
actividades los límites fronterizos entre los estados provocan una colisión o conflicto entre
los diversos derechos nacionales a los que están sujetas sus secciones y organismos
nacionales. Tales conflictos de competencias entre los distintos regímenes legales
nacionales son objeto de una serie de normas y principios que configuran el Derecho
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 9

Internacional Privado, que si bien no contemplan únicamente la actividad de estos actores


transnacionales, es verificable la creciente incidencia de éstos en el desarrollo de este
Derecho Internacional Privado. Todo ello, además de su incidencia en la renovación que se
está produciendo, en las últimas décadas, en el Derecho Internacional Público.

Del análisis de estos cuatro caracteres generales apuntados, podemos extraer una
clara distinción conceptual y operativa de esta categoría genérica de actores, que
denominamos: organizaciones internacionales, sin perjuicio de las matizaciones que en
posteriores capítulos realicemos para los distintos tipos de organizaciones internacionales.

4. Clasificación de las organizaciones internacionales.

El desarrollo del fenómeno organizativo internacional durante el siglo XIX supuso la


coexistencia de organizaciones de diversa membresía y «status» jurídico, lo que llevó a la
introducción de una primera distinción entre Organizaciones Públicas y Organizaciones
Privadas, según existiese o no una participación de los estados y, en consecuencia,
quedasen reguladas por el Derecho Público o el Derecho Privado.

Semejante clasificación, que todavía sigue utilizándose por la doctrina anglosajona,


se mantuvo durante la etapa de la Sociedad de Naciones, al establecerse en el artículo 24
del Pacto la autoridad de la Sociedad sobre cuantas «oficinas internacionales establecidas
por Tratados colectivos» hubiesen sido creadas con anterioridad, y salvo decisión contraria
de sus miembros. Igualmente, se reconocía la autoridad de la Sociedad de Naciones
respecto de «cualquier oficina o comisión» creada con posterioridad a la constitución de la
Sociedad con objeto de contribuir a la resolución de problemas internacionales.

Esta terminología, deliberadamente ambigua, en la que no se distinguen claramente


a las organizaciones públicas y privadas, facilitaría a la propia Sociedad de Naciones
desarrollar vínculos con organizaciones internacionales de ambos tipos. El caso más
significativo lo constituyó el compromiso asumido por la Sociedad de apoyar el
establecimiento y cooperación con las secciones nacionales de la Cruz Roja (organización
internacional privada) y que aparece regulado en el artículo 25 del propio Pacto de la
Sociedad de Naciones.

La clasificación de las organizaciones internacionales más difundida y aceptada en la


actualidad es la introducida por el propio texto constitutivo de la ONU que, en sus artículos
52, 53, 54, 57 y 59, hace referencia a los «organismos regionales» y a los «organismos
especializados», señalando, para estos últimos, que «serán establecidos por acuerdos
intergubernamentales».

Más adelante, al tratar las competencias del Consejo Económico y Social, la Carta
de las Naciones Unidas indica, en su artículo 71, como una de tales competencias, que: «El
Consejo Económico y Social podrá hacer arreglos adecuados para celebrar consultas con
organizaciones no gubernamentales que se ocupen de asuntos de la competencia del
Consejo. Podrán hacerse dichos arreglos con organizaciones internacionales y, si a ello
hubiere lugar, con organizaciones nacionales, previa consulta con el respectivo miembro de
las Naciones Unidas».

De la consideración conjunta de todos los artículos mencionados, se desprende de la


Carta una tipología de las organizaciones, que distingue entre:

1. 0rganizaciones Nacionales
Aquellas sometidas a la soberanía de un Estado.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 10

2. Organizaciones Internacionales
a. Gubernamentales:
- organismos especializados
- organismos regionales.

b. No Gubernamentales.

Esta tipología ha sido completada por diversos autores como TRUYOL, MEDINA,
MESA, MERLE, VELLAS, etc. Mediante la incorporación de una categoría de actores
internacionales con un creciente protagonismo en la vida internacional, a saber: las
Empresas Trans o Multinacionales, que presentan, frente a las organizaciones
internacionales apuntadas, el rasgo distintivo de su finalidad lucrativa.

Además, dado el carácter no gubernamental que es común tanto a las


Organizaciones Internacionales no Gubernamentales como a las Empresas Multinacionales
diferenciándolas de las Organizaciones Internacionales Gubernamentales, algunos autores
como TRUYOL, han considerado oportuno encuadrar a las primeras bajo una misma
categoría denominada Asociaciones Internacionales y que nosotros preferimos denominar
como Actores Transnacionales, para poner de relieve su carácter actorial y su dimensión
trans o multinacional, con independencia de que posean una naturaleza agregativa (caso
más frecuente entre la ONG) o integradora (EM). La clasificación definitiva de las
organizaciones internacionales que resulta de toda la exposición precedente la podemos
esquematizar así:
I. Organizaciones Internacionales:
1. Organizaciones Internacionales Gubernamentales (OIG)
2. Actores Transnacionales:
2.1. Organizaciones Internacionales no Gubernamentales (ONG)
2.2. Empresas Multinacionales (EM)

II. Organizaciones Nacionales.

5. La continuidad e interdependencia entre las organizaciones internacionales.

A lo largo del presente capítulo hemos intentado poner de relieve que, desde la
perspectiva histórica o desde la perspectiva teórica, las diversas formas organizativas
internacionales presentan unas causas y unos caracteres generales que les son comunes,
al tiempo que las singularizan frente a otro tipo de actores internacionales. Junto a esta
perspectiva, hemos señalado algunos elementos diferenciales entre las organizaciones
internacionales, a partir de los cuales es posible fijar una clasificación y avanzar, como se
verá en los capítulos posteriores, un análisis teórico más pormenorizado para cada una de
las categorías de organizaciones internacionales.

Ambas dimensiones deben ser consideradas conjuntamente a la hora de apuntar


una teoría general de la organización internacional, puesto que en realidad no son
excluyentes entre sí, sino complementarias. A pesar de ello, la doctrina ha primado en sus
estudios los aspectos diferenciales sobre los aspectos comunes a las distintas formas de
organización internacional, distanciándose, de este modo, de la realidad internacional que
muestra una clara tendencia, durante las últimas décadas, a potenciar la vinculación o
interdependencia entre las diversas organizaciones internacionales por encima de sus
diferencias.

Dado que este es uno de los ejemplos en los que la interferencia del Derecho
Internacional Público ha dificultado el desarrollo de categorías y conceptos propios de la
ciencia de las Relaciones Internacionales, tal vez resulte oportuno recordar que también en
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 11

el ámbito jurídico la realidad internacional ha terminado imponiendo modificaciones teóricas


sustanciales. Como ha escrito PEREZ GONZALEZ:
«Esta imagen de una colaboración organizada entre individuos y entidades
pertenecientes a distintos países, concordaría con la nueva visión de un Derecho no
exclusivamente internacional, de un Derecho «transnacional» (JESSUP) que, en buena
parte, se va desarrollando a partir de relaciones jurídicas transnacionales entre grupos,
sobre todo privados y semipúblicos, que tratan directamente entre s( (FRIEDMANN),
desplegando de consuno actividades que abarcan múltiples aspectos de la conducta
humana (culturales, científicas, económicos, político-sociales, etc.».

Por tanto, se impone la necesidad de retener un nuevo fenómeno en conexión con el


mundo de las organizaciones internacionales, a saber: el de su continuidad e
interdependencia.

Continuidad e interdependencia que podemos observar en relación con su proceso


constitucional, con la composición de sus miembros, con su regulación jurídica o con las
funciones desempeñadas por las distintas organizaciones internacionales.

En cuanto a su proceso constitucional, las organizaciones internacionales, sean o no


gubernamentales, rara vez surgen de un acto aislado de sus miembros fundadores. Con
frecuencia la aparición de una nueva organización internacional es el fruto de una decisión o
acuerdo entre sus fundadores que se ha gestado y negociado durante un período de tiempo,
más o menos dilatado, y en un complicado proceso en el que participan o ejercen su
influencia un sinnúmero de actores y grupos sociales, tanto nacionales como
internacionales. Por ejemplo, la constitución de la Unión Internacional de
Telecomunicaciones, por el Convenio de Madrid del 9 de diciembre de 1932, no es
comprensible si se desvincula del conjunto de conferencias internacionales, que desde 1865
se habían celebrado por la Unión Telegráfica Internacional para establecer, desarrollar y
actualizar la normativa internacional reguladora de las comunicaciones telegráficas.
Análogamente, desde 1903 se celebraron varias conferencias internacionales para tratar y
regular la problemática de la radiotelegrafía. En la Conferencia de Madrid de 1932
concurrieron, simultáneamente, la Quinta Conferencia de Plenipotenciarios de la Unión
Telegráfica Internacional y la Cuarta Conferencia Radiotelegráfica Internacional, de la fusión
de ambas resultaría una nueva Organización Internacional Gubernamental: la Unión
Internacional de Telecomunicaciones, todavía existente y activa. El hecho de que en la
Conferencia de Madrid participasen, junto a las delegaciones de 80 países, un total de 60
delegaciones de organizaciones o compañías privadas, demuestra claramente la simbiosis
entre las OIG, los estados y las ONG.

Otro ejemplo significativo lo constituye el caso de las Comunidades Europeas. En


efecto, no sería imaginable comprender su existencia si no tenemos presentes las
negociaciones que condujeron al Plan Schuman y la conclusión del Tratado de París (1951)
que da nacimiento a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). Pero resulta
inexplicable el Plan Schuman si se desconoce la existencia y la labor desarrollada por los
diferentes movimientos «europeístas», como el Movimiento Federalista Europeo, creado en
Milán por Ernesto Rossi y Altiero Spinelli en 1943; el Movimiento Europa Unida, promovido
en 1947 por Winston Churchill, así como la decisiva fundación en París, el 16 de diciembre
de 1946, de la Unión Europea de Federalistas, en la que figuraban nombres tan prestigiosos
como los de Spinelli; Brugmans o Alexandre Marc. Contemplado ahora desde la perspectiva
inversa, es decir, desde la influencia de las Comunidades Europeas en la constitución de
ONG , observamos que al amparo de aquellas han surgido y se han desarrollado una
pléyade de organizaciones internacionales privadas o semipúblicas, entre las que podemos
citar, a titulo ilustrativo, la Confederación Europea de Sindicatos (CES), que aglutina a las
organizaciones sindicales de los países miembros, excepción hecha de los sindicatos
comunistas francés e italiano; la Unión de Industrias de las Comunidades Europeas
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 12

(UNICE), que constituye la organización empresarial más destacada de las Comunidades, o


la Unión Europea de Artesanos, Pequeños y Medianos Empresarios (UEAPME).

El fenómeno de la continuidad o interdependencia entre los diversos tipos de


organizaciones internacionales, se aprecia también en relación con la composición de sus
miembros. En algunas organizaciones intergubernamentales se admite, junto a los estados
soberanos que son miembros de pleno derecho, la categoría de miembros asociados,
reservada para aquellos territorios que no gozan de plena soberanía en el ámbito
internacional al carecer de competencias para dirigir sus asuntos exteriores (territorios bajo
administración fiduciaria o en régimen colonial, el Estado Libre Asociado de Puerto Rico,
etcétera); este es el caso de organizaciones tales como la Organización Mundial de la Salud
(OMS) o la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

También existen OIG que, admitiendo como miembros exclusivos a los estados
soberanos, atribuyen su representación ante la Organización a organizaciones nacionales,
públicas o privadas, además de la representación gubernamental. El caso paradigmático,
pero no exclusivo, de este tipo de Organizaciones lo constituye la Organización Internacional
del Trabajo (OIT), en cuya Conferencia General y Consejo de Administración los estados
participan a través de delegaciones tripartitas integradas por representantes
gubernamentales, empresariales y sindicales.

Otro tanto cabría señalar para la ONG, en muchas de las cuales, junto a los
individuos y grupos privados como miembros de pleno derecho, figuran también en calidad
de miembros asociados entidades públicas y órganos de las administraciones estatales o,
incluso, otras organizaciones internacionales, como ocurre con el Instituto Internacional de
Ciencias Administrativas que incluye junto a las secciones nacionales e internacionales a
miembros colectivos, miembros individuales y a más de 45 gobiernos de otros tantos
estados. Otro ejemplo destacable es el de la Asociación Internacional Permanente de los
Congresos de la Carretera, en la que participan cinco organizaciones internacionales, 275
entidades públicas, 374 miembros colectivos, 565 miembros individuales y los gobiernos de
45 Estados.

La interdependencia entre las diversas organizaciones internacionales y los actores


estatales, y de aquellas entre sí, se aprecia también respecto de las Empresas
Multinacionales, muchas de (as cuales poseen un carácter público o semipúblico, debido no
sólo a la creciente intervención del Estado en la estrategia y actuación de tales empresas
sino, incluso, debido a la participación estatal, exclusiva o mayoritaria, en el capital de tales
empresas multinacionales. Este tipo de empresas multinacionales públicas se ha
desarrollado especialmente en aquellos sectores económicos que configuran el núcleo más
dinámico y rentable de los países, como ocurre con sectores como el de las
telecomunicaciones, la informática o bien en sectores económicos vitales para el Estado,
como la industria petroquímica, sector de comunicaciones y transportes, el sector
armamentístico, etcétera.

Junto a estos fenómenos apuntados, se está asistiendo en la actualidad a la


aparición de otras empresas, cuya diferenciación respecto de otros tipos de organismos
internacionales resulta cada vez más difícil y compleja. Se trata de los denominados, por
autores como H. T ADAM o M. BEDJAOUI, establecimientos públicos internacionales, y que
podemos definirlos, siguiendo a ADAM del siguiente modo:
«… Un organismo de carácter especial, dotado de medios y poderes propios y que,
con arreglo a un régimen internacional apropiado, presta directamente servicios a los
particulares, y que supone, en primer término, la constitución de una empresa».
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 13

De acuerdo con esta definición, podemos señalar tres elementos característicos de


este tipo de organismos internacionales, que se sitúan a medio camino entre las
Organizaciones Internacionales Gubernamentales y las Empresas Multinacionales.
1° Una estructura empresarial con recursos propios y fines lucrativos.
2° Un «status» y actividad internacional, regulado por un tratado interestatal.
3° Una inmediatez en la relación entre el establecimiento público internacional y los
usuarios de los servicios o actividades que desarrolla.

Entre los diversos ejemplos significativos de establecimientos públicos


internacionales, podemos mencionar la Sociedad Europea para el Mantenimiento del
Material Ferroviario (EUROFIMA) constituida en Berna en 1955; la Sociedad Internacional
del río Mosela, creada en 1956; el Centro Europeo de Investigaciones Nucleares o las
entidades binacionales de Itaipú y Yacyreta, constituidas por sendos tratados, concluidos
por Paraguay con Brasil y Argentina en 1973, con objeto de construir y explotar los saltos
hidroeléctricos del río Paraná.

La consideración de estos establecimientos públicos internacionales nos introduce


directamente, en el análisis del solapamiento o superposición que se produce entre las
distintas formas de organización internacional desde una perspectiva estrictamente jurídica.

En efecto, la aparición de nuevos modelos de organización internacional y su


creciente incidencia en el mundo de las relaciones internacionales está ocasionando la
génesis de nuevas normas de derecho internacional transformadoras de un Derecho
Internacional Público, de corte tradicional y estatalista, en el que las nuevas realidades y
actores transnacionales encuentra un difícil encuadramiento.

Ya hemos visto que en la propia Carta de las Naciones Unidas, se admitía un


principio normativo por el que quedaban reguladas las relaciones entre el Consejo
Económico y Social, de una parte, y los organismos internacionales no gubernamentales, de
otra. A ello había que agregar la regulación de ese mismo órgano de la ONU con ciertas
organizaciones intergubernamentales, denominadas organismos especializados de las
Naciones Unidas, a través de acuerdos específicos de vinculación.

La concesión por el ECOSOC del estatuto consultivo a ciertas ONG ha contribuido a


potenciar que en la misma línea varios organismos especializados hayan atribuido el «status
consultivo» a aquellas ONG con una destacada participación internacional en actividades
coincidentes con las desarrolladas por estos organismos especializados, tal es el caso de la
UNESCO, la OIT o la Organización Mundial de la Salud (OMS). Asimismo, existen normas
internacionales directamente aplicables a la constitución y funcionamiento de cierto tipo de
empresas multinacionales, entre ellas podemos citar la Decisión n.° 24 del Pacto Andino
reguladora de la actuación de las EM en materia de inversiones y de transferencia de
tecnología, análogamente se inscriben en esta línea las diversas normas comunitarias en
virtud de las cuales los procesos de fusión o concentración de empresas, al igual que las
alianzas entre empresas establecidas en distintos países de la Comunidad Económica
Europea (o entre filiales de una misma empresa), deben someterse a una autorización
previa de la Comisión siempre que se pueda poner en peligro el principio de libre
competencia, todo ello para no mencionar los proyectos de normas comunitarias
reguladoras de las figuras de la Sociedad Anónima Europea y la Sociedad Europea de
Responsabilidad Limitada.

Es obvio, a la luz de los ejemplos mencionados, que el criterio delimitador de las


distintas figuras de la organización internacional, a tenor del derecho regulador de las
mismas, presenta, todavía, una cierta validez teórica que, sin embargo, no está exenta de
excepciones y fisuras que deben hacernos recapacitar sobre la necesidad de no petrificar y
absolutizar este criterio.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid,1991. 14

Finalmente, las distintas formas de la organización internacional suelen diferenciarse


atendiendo a la naturaleza de las funciones que desarrollan en la Sociedad Internacional.
Desde esta perspectiva suelen distinguirse aquellas entidades o actores con finalidades y
funciones no lucrativas de aquellas otras cuya funcionalidad económica está presidida por la
búsqueda de la máxima rentabilidad y beneficio (empresas multinacionales). La existencia
de organizaciones intergubernamentales que surgen ante la necesidad de propiciar la
colaboración económica entre los estados miembros, e indirectamente mejorar su nivel
económico --expresado en términos de PIB o de su balanza de pagos-, constituye de por sí
una crisis de la tradicional distinción apuntada. Si consideramos organizaciones como la
Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), la Organización de Países
Exportadores de. Petróleo (OPEP) o la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA), no
podemos excluir la funcionalidad económica del ámbito de las OIG. Tal vez uno de los casos
más representativos de esta tendencia lo constituya la Comunidad Económica Europea
(CEE), cuyos recursos financieros son generados y administrados directamente por la
organización mediante la aplicación de la Tarifa Aduanera Común y del Impuesto sobre el
Valor Añadido, y excepcionalmente, mediante el recurso a los mercados financieros
internacionales a través de la emisión de empréstitos y obligaciones englobados dentro de
los llamados Nuevos Instrumentos Comunitarios -de financiación- (NIC).

Este análisis no es exclusivo de las organizaciones intergubernamentales. También


cabe referirlo a las ONG, ya que muchas de tales organizaciones surgen con el propósito
expreso de promover una mayor cooperación económica entre sus miembros privados y, por
tanto, de beneficios, a través de una creciente participación en el comercio internacional o
en el flujo financiero mundial. El Instituto Internacional de Cajas de Ahorro, la Confederación
Europea de Industrias de la Madera, e) Consejo Interamericano de Comercio y Producción o
la Asociación Internacional de Aseguradores, son todas ellas organizaciones no
gubernamentales de claro contenido y funcionalidad lucrativa para sus miembros.

A «sensu contrario», no cabe desconocer la importancia que para la creación y


funcionamiento de las Empresas Multinacionales poseen consideraciones de naturaleza no
estrictamente lucrativa. Por ejemplo, la investigación y desarrollo tecnológico es uno de los
elementos más característicos y vitales de las Empresas Multinacionales. Al propio tiempo,
sus efectos en el ámbito de las relaciones socio-laborales, ideológicas y culturales, no son
en absoluto despreciables a la hora de valorar la existencia y actuación de tales empresas.
La transcendencia de empresas como la IBM o la Philips, en su contribución al avance
tecnológico, sólo es comparable a la labor de organizaciones como la UNESCO. Más
significativos son los supuestas de los establecimientos públicos internacionales, cuyo
verdadero origen hay que encontrarlo en la necesidad de prestar ciertos servicios
internacionales directamente a sus usuarios.

En resumen, la dinámica del fenómeno organizativo internacional, regida por la ley


de una constante y creciente interdependencia, rebasa ampliamente el marco de los criterios
utilizados para significar las diversas categorías de organizaciones internacionales, e
impone, simultáneamente, la necesidad de su consideración a la luz de su continuidad y del
trastocamiento de sus límites teóricos. Ello descansa en una causa común, a saber: la
tendencia del ser humano a asociarse y organizarse con otros individuos y grupos, para
facilitar una mayor y mejor satisfacción de sus necesidades física y psíquicas, individuales y
colectivas, razón por la que cada vez adquiere mayor fuerza y complejidad el mundo
internacional, sean cuales sean las formas organizativas y los actores que se desarrollan en
su seno.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

CAPITULO 9
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES GUBERNAMENTALES
1. CONCEPTO Y CARACTERES GENERALES

La existencia de una diversidad de formas de organización internacional unido al


hecho de la creciente vinculación e interdependencia que se está operando entre ellas, no
debe impedirnos desarrollar un marco teórico gracias al cual podamos comprender la
naturaleza y los rasgos específicos de cada una de las distintas categorías para poder, más
tarde, analizar lúcidamente el complejo mundo de las organizaciones internacionales.

Partiendo de esta consideración preliminar podemos definir a las organizaciones


internacionales gubernamentales, según VIRALLY, como:
«Una asociación de estados, establecida por un acuerdo entre sus miembros y
dotada de un aparato permanente de órganos, encargado de perseguir la realización de
objetivos de interés común por medio de una cooperación entre ellos»

A partir de esta definición, el propio VIRALLY señala cinco características propias de


la OIG que permiten diferenciarlas de otras formas de organización internacional. Estas
características son:

A) Base interestatal.
Las organizaciones intergubernamentales se caracterizan porque sus miembros son
los estados, representados habitual, pero no exclusivamente, por sus gobiernos. Ésta
presencia de los estados en la génesis, evolución y extinción de toda OIG es el fundamento
de sus principales potencialidades y limitaciones como actores internacionales y, en todo
caso, permite cualificarlas respecto de aquellas otras formas de organización en las que sus
miembros son colectividades no estatales.

La base interestatal de las OIG es la que ha permitido que éstas alcanzasen un


«status» jurídico internacional muy tempranamente, lo que ha favorecido su desarrollo
cuantitativo y cualitativo. Pero este sustrato interestatal es también la causa última de sus
condicionamientos, pues en la medida en que el Estado es la forma más evolucionada o
completa de organización del poder político-económico, todo incremento del poder y de las
capacidades de la OIG en el plano internacional implica una tensión o conflicto con los
estados. Ésta tensión únicamente puede resolverse favorablemente para las OIG mediante
una renuncia, expresa o implícita, de los propios estados al, ejercicio de sus poderes
respecto de determinadas esferas o ámbitos de competencias en el plano internacional.

B) Fundamento voluntarista.
Las OIG presentan también la nota diferenciadora del voluntarismo en relación con
su constitución y funcionamiento. Naturalmente esta no es una característica exclusiva de
las OIG, ya que, como hemos indicado, es común a las restantes formas de organización
internacional. No obstante, este rasgo no es extensible a otras categorías de actores
internacionales, como por ejemplo la opinión pública internacional. En todo caso, el
fundamento voluntarista de las OIG contrasta con determinados tipos de vinculación
jurídico-política entre distintas comunidades estatales y centradas en la coacción o
dominación de unas sobre otras. Tal vez la fórmula imperial, el imperio, sea la institución
que mejor responda a este modelo de integración interestatal compulsiva.

La fundamentación voluntarista de las OIG presenta una doble dimensión que


debemos considerar. Por una parte, nace y provoca unos efectos jurídicos internacionales
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2

que afectan tanto a las propias OIG como a sus estados miembros. Por otra, pone de
manifiesto la necesidad y utilidad de las relaciones de cooperación interestatal.

C) Existencia de un aparato de órganos permanentes


Las OIG muestran una estructura de órganos permanentes, soporte indispensable
para garantizar la estabilidad y duración temporal de las relaciones de cooperación entre
sus estados miembros. Gracias a esta estructura orgánica permanente, toda OIG puede
adoptar y ejecutar sus decisiones y tratar de alcanzar los fines y objetivos para los que se
constituyó, ordenando y orientando sus recursos humanos, jurídicos y materiales.

La estructura orgánica permanente es, por tanto, un elemento necesario de toda


OIG y permite diferenciarlas de aquellas otras formas de asociación o interacción
cooperativa entre los países que, fundándose en éstas, carecen, sin embargo, de una
durabilidad o estabilidad en el tiempo respecto de sus actuaciones. Este es el caso del
Movimiento de Países No Alineados en su primera etapa de existencia (desde la
Conferencia de Belgrado en 1961, hasta la Conferencia de Argel en 1973). Esta es también
una de las diferencias más apreciables entre las OIG y las Conferencias Internacionales
que muestran un carácter ocasional o esporádico, bastando como ejemplos significativos la
Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE); las SALT (Strategic Arms
Limitation Talks) I y II; las Conferencias de Nación celebradas en Bucarest (1973) y México
(1984), o la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, celebrada en
Estocolmo (1972), etcétera.

D) Autonomía decisional y funcional


No obstante todo lo expuesto con anterioridad, difícilmente podrían ser consideradas
las OIG unos auténticos actores internacionales diferentes de sus estados miembros si no
gozasen de una cierta autonomía decisional y operativa distinta de la de aquéllos. Esta
autonomía de las OIG encuentra su expresión jurídica en el reconocimiento que el Derecho
Internacional Público realiza de su personalidad y capacidad jurídicas diferenciadas de las
que atribuyen a los estados miembros. Ahora bien, esta autonomía decisional y funcional de
las OIG no cabe considerarla de modo absoluto, de tal modo que los países que forman
parte de ellas ejercen, efectivamente, una influencia, mayor o menor según los casos, sobre
sus actuaciones, pero esta afirmación, lógicamente, también cabe formularla en sentido
contrario.

Desde el punto de vista decisional, el grado de participación de todos y cada uno de


los estados miembros en el proceso mediante el cual los órganos adoptan y ejecutan sus
decisiones se encuentra perfecta regulado en los estatutos y normas de funcionamiento
interno de las OIG. En efecto, ya se trate de un sistema de representación igualitario o
ponderado, permanente o por elección; ya se utilice un sistema de votación mayoritario (con
o sin derecho de veto) o por unanimidad; lo cierto es que en cada OIG las decisiones
adoptadas en el seno de sus órganos, aunque fundamentadas en las decisiones de los
países miembros, no son necesariamente la simple y mecánica reproducción de éstas, y en
último extremo, no lo son en mayor medida que en otros actores internacionales, incluidos
los propios actores estatales.

Desde la perspectiva funcional, tampoco podemos identificar a las OIG como meros
instrumentos o «correas de transmisión» de la política exterior de los estados miembros. En
efecto, las OIG poseen su propia burocracia, reclutada por y al servicio de éstas, con una
capacidad de actuación internacional, dentro del marco de las competencias jurídicas
reconocidas a las OIG que resume la propia autonomía funcional de tales OIG.
Naturalmente la capacidad decisional y la autonomía de funcionamiento de cada OIG varía
enormemente, según su propia ordenación orgánica, las competencias que le han sido
atribuidas y los recursos puestos a su disposición.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3

Sin embargo, podemos afirmar que en la medida en que los órganos y funcionarios
de la OIG deben atender esencialmente los objetivos comunes y generales para los que se
constituyó esta, no pueden actuar exclusivamente al servicio de los intereses de un estado
ó de un reducido número de países miembros. Ahora bien, en algunas OIG los Estados
miembros gozan de una representación desigual en sus órganos que se traduce en una
desigualdad de derechos, especialmente respecto del derecho de votación, pero también de
obligaciones, sobre todo de las contribuciones económicas necesarias para el
mantenimiento de la Organización y de su personal.

En tales circunstancias sería erróneo pretender desconocer que el funcionamiento


de la Organización y de sus funcionarios conduce, frecuentemente, a una actuación
preferente en favor de los miembros que gozan de mayor representatividad, pero
análogamente ello no puede nunca interpretarse en la línea de considerar a la OIG como un
mero agente internacional de los objetivos e intereses de tales estados. Un análisis
detenido de la evolución experimentada por la ONU y sus principales órganos, Asamblea
General y Consejo de Seguridad, nos mostraría inmediatamente lo inadecuado que resulta
adoptar puntos de vista extremos en estas cuestiones.

En definitiva, todas las OIG, gozan de una doble autonomía, decisional y operativa,
que demuestra su naturaleza de verdaderos actores internacionales diferentes de los
estados que las integran. Esta autonomía se encuentra, sin embargo, con un distinto grado
de desarrollo y una diversa regulación según consideremos cada una de las OIG.

E) Función de cooperación interestatal.


Aunque todas las OIG presentan unos objetivos o fines específicos (políticos,
económicos, técnicos, militares, ideológicos, humanitarios, etc.), en virtud de los cuales
podemos llevar a cabo una distinción entre ellas, existe un sustrato común a todas que
conviene destacar: todas las OIG contribuyen al desarrollo de unos vínculos de cooperación
entre los Estados.

Como ya hemos visto, las OIG surgen para lograr unos objetivos y/o para superar
determinados límites que cada Estado aisladamente posee frente a sustantivos problemas
internacionales. Con ello las OIG se convierten en instrumentos de canalización de la
colaboración entre los países miembros, o bien la cooperación puede desarrollarse
simultáneamente en el interior y hacia el exterior de la organización, lo que significa que la
colaboración se lleva a cabo entre los estados miembros y además se hace extensiva a los
países que no participan en la organización. De cualquier modo, resulta evidente que las
OIG nacen de y refuerzan los procesos de cooperación entre los Estados.

Esta función de cooperación, o asociación, como gusta afirmar DIEZ DE VELASCO,


que llevan a cabo las OIG no debe confundirse con una de las formas particulares de
cooperación internacional, nos referimos a la cooperación integradora o integración
internacional. Como ya hemos expuesto anteriormente, la integración es la forma más
evolucionada de cooperación social, junto a ella se encuentra también la agregación que
sigue una dinámica y genera unos efectos distintos.

Pues bien, mientras en los procesos de integración internacional se parte de la


existencia de estados independientes para alcanzar progresivamente la constitución de una
entidad supranacional, o más exactamente supraestatal, que asume y transciende la
soberanía o independencia de los estados preexistentes; en los procesos de agregación
internacional, por el contrario, la cooperación entre los estados se fundamenta en su
soberanía, pero al mismo tiempo contribuye a garantizarla, e incluso a reforzarla, sin dar
origen a nuevos actores supranacionales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4

En razón de esta notable diferencia entre ambas formas de cooperación entre los
estados, la mayoría de las OIG nacen exclusivamente de procesos agregativos y
únicamente un reducido número de organizaciones surgen y se desarrollan siguiendo
fórmulas de integración. Desde esta perspectiva, rechazamos las tesis de aquellos autores
para quienes la cooperación interestatal a través de organizaciones internacionales
especializadas en un limitado número de funciones contribuye, facilita o conduce a la
integración entre los países miembros.

La denominada «integración funcional» entre los estados, defendida por autores


como HAAS o LEWIS subestima el hecho de que en toda integración entre estados resulta
necesaria, además de la cooperación funcional, una firme voluntad política capaz de nutrir
el proceso de transferencia de competencias que hasta entonces formaban parte íntegra de
la soberanía de los estados a los órganos de la entidad supraestatal.

Del conjunto de consideraciones realizadas en torno al fenómeno de las OIG se


desprende una conclusión que ha sido ya apuntada por VELLAS y que compartimos
plenamente:
«Las OIG operan un cambio sociológico profundo que no sólo es de grado sino de
naturaleza por cuanto no sólo se pasa, a través de ellas, de un marco cerrado, el mareo
estatal, a otro más amplio, sino a un manco abierto, a la sociedad humana en su totalidad.
Ellas operan el paso de lo particular a lo universal».

2. CRITERIOS DE CLASIFICACIÓN

Dada la diversidad y el elevado número de OIG que han proliferado desde el final de
la Segunda Guerra Mundial, su estudio y comprensión nos obliga a determinar unos
criterios de clasificación basados en algunos de los rasgos principales de estas
organizaciones. Desde luego, estos criterios de clasificación son múltiples, y atendiendo a la
consideración de cada uno de ellos una misma organización puede encuadrarse en una u
otra de las categorías propuestas, mostrándonos al mismo tiempo las analogías y
diferencias que presenta con otras organizaciones afines.

La mayoría de los autores comparten tres criterios básicos de clasificación de las


OIG: el criterio geográfico o espacial, el criterio funcional y el criterio jurídico.

A) Clasificación por el criterio espacial.


Según este criterio las organizaciones se distinguen por el ámbito espacial o
geográfico de procedencia de sus miembros y en el que ejercen sus competencias . De este
modo cabe diferenciar entre las organizaciones universales, como por ejemplo, la ONU, la
UNESCO, la OIT, etc., que son aquellas organizaciones que agrupan a la totalidad o a una
amplia mayoría de los países que configuran la comunidad internacional, con
independencia de su localización continental o de su filiación geopolítica; las organizaciones
regionales, como por ejemplo las Comunidades Europeas, la OEA, la OUA, la ASEAN, etc.,
que son aquellas organizaciones cuya membresía queda restringida a los países de un
determinado continente o región geopolítica, y, por último, las organizaciones mixtas, como
por ejemplo, la OPEP o la OCDE, organizaciones que incluyen a estados de distintas áreas
geopolíticas o de distintos continentes, pero que sin embargo presentan características o
intereses comunes en determinados ámbitos (económico, tecnológico, ideológico, etc.)

B) Clasificación según el criterio funcional.


Este criterio distingue las organizaciones intergubernamentales atendiendo a las
funciones o finalidades que tratan de alcanzar y para las que se constituyeron. Podemos
diferenciar entre las organizaciones de funcionalidad . general o política y las organizaciones
de funcionalidad técnica o específica.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5

Las primeras desempeñan unas funciones diversificadas que afectan al conjunto de


cuestiones y relaciones existentes entre los países, por lo que ningún campo de
acontecimientos internacionales les permanece vedado, traduciendo con ello una
significativa voluntad política de cooperación entre sus miembros. Ejemplos de esta
categoría lo constituyen la Sociedad de Naciones, la ONU, la OUA o el Consejo de Europa.

Las organizaciones con una funcionalidad técnica o específica se caracterizan


porque sus competencias y objetivos se orientan al tratamiento de problemas y relaciones
concretas entre sus miembros, o bien a la prestación de un limitado número de servicios
internacionales. Ejemplos de estas organizaciones lo constituyen la UPU, la OIT, la OMS, la
CECA, el Pacto de Varsovia, etcétera.

C) Clasificación por su naturaleza y competencias jurídicas.


Según este criterio resulta ya clásica la distinción entre aquellas organizaciones cuyo
ordenamiento jurídico goza de una supremacía respecto de los ordenamientos jurídicos
nacionales y una especificidad en relación con el ordenamiento jurídico internacional
general, del que forma una parte diferenciada, y que constituyen las denominadas
organizaciones supranacionales, frente a la mayoría de las organizaciones
intergubernamentales que carecen de normas jurídicas susceptibles de imponerse a los
ordenamientos jurídicos nacionales y a los ciudadanos de un modo directo, por lo que
podemos denominarlas como organizaciones interestatales. Ejemplo de las primeras lo
constituyen las tres Comunidades Europeas (CECA, CEE y EURATOM), en tanto que del
segundo tipo podemos mencionar la OTAN, el FMI, la ONUDI, etcétera.

Estos criterios de clasificación de las OIG, además de poseer una innegable utilidad,
gozan de una generalizada aceptación entre los internacionalistas. No obstante, y a pesar
de ello, preferimos seguir la clasificación propuesta por VIRALLY que, sin diferir
sustancialmente de las anteriores, enfatiza más algunos de los rasgos generales de las OIG
que hemos apuntado con anterioridad.

En primer término, ya hemos señalado que existe una clara diferenciación entre
aquellas organizaciones surgidas de un proceso de integración respecto de aquellas otras
que nacen de un proceso de agregación internacional. En realidad VIRALLY utiliza una
terminología más confusa al distinguir entre las que él denomina organizaciones de
cooperación y las organizaciones de integración. Las organizaciones de cooperación o por
agregación, se presentan como agrupaciones de países cuya finalidad es la de fomentar y
propiciar la armonía y coordinación en las relaciones entre sus miembros mediante la
ejecución de acciones y/o programas comunes entre los estados. Este tipo de
organizaciones cuando realizan sus actividades y operaciones, incluso utilizando fondos y
recursos propios, recurren al concurso y colaboración de los gobiernos de los países
afectados, a quienes prestan su apoyo y de quienes reciben múltiples facilidades para el
desempeño de las funciones propias de las organizaciones.

Las organizaciones de integración tienen como principal finalidad potenciar la


aproximación entre los estados miembros mediante la asunción de algunas de sus
funciones y competencias hasta alcanzar, en el límite, la fusión entre los países miembros
en aquellos sectores en los que estas organizaciones desempeñan sus actividades. Esta
progresiva fusión de competencias estatales se mantendrá hasta la plena sustitución de los
poderes y personalidad de los estados por parte de los órganos de la organización en el
ámbito de sus competencias específicas.

Ciertamente las organizaciones de integración son mucho más excepcionales que


las organizaciones de cooperación o por agregación, debido, fundamentalmente, al
profundo arraigo de los actores estatales en el contexto internacional y al celo que
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6

demuestran muchos de ellos por su soberanía estatal costosamente alcanzada y


reconocida tras un proceso de descolonización, en muchas ocasiones traumático. A ello
habría que agregar las distorsiones engendradas en las relaciones interestatales por un
doble antagonismo, de un lado por motivos político-militares entre los países integrados en
cada uno de los bloques o, por el contrario, en abierta oposición a ellos. De otra parte, por
los antagonismos económicos entre los países industrializados (Norte) y los países
subdesarrollados (Sur). A la vista de estas dificultades no nos puede resultar extraño que
muchos de los intentos de constitución de organizaciones de integración, iniciados durante
las décadas de los años 50 y 60, hayan fracasado abiertamente en sus principales objetivos
y finalidades.

Las OIG pueden también diferenciarse, según VIRALLY, por el grado de apertura
que muestran respecto de la incorporación de los estados que forman parte de la Sociedad
Internacional. Según este criterio podemos distinguir entre las organizaciones mundiales y
las organizaciones parciales. En las primeras el principio rector es el principio de inclusión
en virtud del cual tratan de fomentar la cooperación entre los estados a través de su
incorporación y participación activa en los órganos de la organización. El éxito o fracaso de
esta categoría de organizaciones mundiales radica, en gran medida, no tanto en lograr la
incorporación de todos los es tados del sistema internacional, cuanto en alcanzar la
participación efectiva de todos los principales estados que desempeñan un cierto
protagonismo mundial como superpotencias o grandes potencias.

Si contemplamos, con una cierta perspectiva histórica, la evolución de algunas


organizaciones mundiales comprenderemos mejor la utilidad teórica de considerar el
principio de inclusión en esta categoría de organizaciones. En efecto, es bien sabido que
una de las causas que más directamente contribuyeron a erosionar el protagonismo de la
Sociedad de Naciones durante el período de entreguerras fue la ausencia, permanente o
transitoria, de algunas de las principales potencias de la época. Comenzando por los
Estados Unidos, cuyo presidente WOODROW WILSON había sido el principal doctrinario
de esta organización, y pasando por potencias como Alemania, Italia, Japón o la Unión
Soviética nunca llegaron a coincidir durante todo el tiempo de su existencia la totalidad de
las grandes potencias mundiales. El hecho de que sea precisamente el período
comprendido entre 1926 y 1935 el de mayor eficacia en la actividad desplegada por esta
organización para evitar o dirimir los conflictos internacionales, con el concurso de sus
órganos y por medios pacíficos, la etapa en la que se aprecia el mayor número de potencias
mundiales entre sus miembros, no constituye ciertamente un mero accidente histórico.

Análogamente y al concluir la Segunda Guerra Mundial se constituyó, en 1945, la


Organización de las Naciones Unidas. Esta organización recibió el apoyo y participación de
todas las principales potencias aliadas (Estados Unidos, Unión Soviética, Reino Unido,
Francia y China), pero en su documento fundacional se apreciaba una clara vocación de
universalidad, tanto respecto del desempeño de sus actividades como en relación con sus
miembros. Esta vocación ha sido demostrada en los innumerables conflictos en los que ha
intervenido desde entonces, pero también con la incorporación de estados con un
indiscutible protagonismo, internacional que por evidentes razones políticas habían
quedado excluidos en el momento de su fundación. Estos son los casos de España e Italia
que ingresaron en 1955, Japón en 1956, la República Federal de Alemania y la República
Democrática alemana en 1973.

Evidentemente, la labor de la ONU se ha ido reforzando internacionalmente a


medida que la práctica totalidad de los estados se ha ido incorporando, aunque también es
evidente que ello ha provocado una mayor complejidad en el funcionamiento de algunos de
sus principales órganos, como la Asamblea General y el Consejo de Seguridad, así como
una alteración de la correlación de fuerzas imperantes en el momento de su creación. En
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 7

definitiva, el principio de inclusión ha funcionado satisfactoriamente en la ONU por


contraposición a la Sociedad de Naciones.

Este principio opera también en aquellas OIG cuyas actividades y funciones son
mucho más concretas y específicas. En efecto, si tocamos el caso del Fondo Monetario
Internacional (FMI), observaremos que puede ser considerada como una auténtica
organización mundial, aun cuando en 1948 se retirasen de ella países tan destacados como
la Unión Soviética o Checoslovaquia. La explicación la podemos encontrar en el hecho de
que en esta organización se encuentran incluidos un número de países suficientemente
amplio para que el peso de sus economías y recursos financieros represente un porcentaje
absolutamente mayoritario y dominante en el contexto de la economía mundial. Ello
contribuye a que las decisiones adoptadas por el FMI tengan una eficacia virtualmente
universal y terminen imponiéndose, indirectamente, incluso a las economías de los Estados
que no son miembros de esta organización. Idéntico análisis podríamos realizar para la
UNESCO, aunque la reciente retirada de los Estados Unidos y el Reino Unido podría
conducir, de ser seguida por otros estados de semejante importancia cultural y científica, a
una parálisis funcional de esta organización.

Las organizaciones parciales, a diferencia de las anteriores, descansan sobre el


principio de exclusión. Ello se traduce en el hecho de que sus tareas de cooperación entre
los países quedan reservadas a aquellos estados que por compartir ciertas características
(territoriales, políticas, económicas, etc.) o mostrar unos intereses comunes pueden
incorporarse a estas organizaciones. El resto de los estados que carecen de esas
características y objetivos quedan constitucionalmente excluidos de la participación en tales
organizaciones, al menos como miembros de pleno derecho. Contrariamente al supuesto
anterior, estas organizaciones dependen en gran medida, para su propia estabilidad interior
y eficacia internacional, de una rígida aplicación de este principio de exclusión, pues para
ellas el riesgo mayor puede surgir de una disolución de sus actividades o de una parálisis
de su funcionamiento como resultado del ingreso masivo de estados con una diferente
configuración e intereses. Ejemplos significativos de este tipo de organizaciones lo
constituyen el Consejo de Europa, en el que España ingresó en 1977 por carecer con
anterioridad de legitimación democrática, la OTAN o las Comunidades Europeas.

Un tercer criterio propuesto por VIRALLY consiste en la consideración de la


extensión o amplitud de las funciones cooperativas desarrolladas por las OIG. Desde esta
perspectiva podemos diferenciar las organizaciones generales de las organizaciones
sectoriales. Ciertamente este criterio coincide sustantivamente con el que hemos formulado
con anterioridad en el apartado B de este mismo epígrafe, por lo que no abundaremos en
su explicación sirviéndonos lo señalado allí.

Más importante y novedoso resulta el cuarto y último criterio de clasificación


expuesto por VIRALLY. Este criterio toma como elemento de análisis la naturaleza de los
medios de cooperación de la organización y las relaciones surgidas entre ésta y sus
miembros, es por tanto un criterio ecléctico pero muy significativo.

De acuerdo con este criterio, se puede formular la siguiente distinción:


organizaciones normativas y organizaciones operativas. Son organizaciones normativas
aquellas cuya principal contribución se realiza en el campo del derecho internacional
estimulando su desarrollo, codificación y actualización, al objeto de facilitar normas jurídicas
internacionales y propiciar foros internacionales mediante los cuales los países miembros
puedan desarrollar vínculos de cooperación o, al menos, de solución pacífica y negociada
de sus diferencias. Las organizaciones operativas, por el contrario, se caracterizan por
gozar de una capacidad de gestión y actuación internacional directa. Esta mayor
«operatividad» de las organizaciones internacionales de esta categoría existe con
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 8

independencia de que los recursos, humanos o materiales, utilizados sean exclusivos de la


organización o cedidos por países miembros.

La diferencia entre ambos tipos radica en que mientras las organizaciones


normativas gozan de una autonomía normativa, principalmente en el campo jurídico, las
organizaciones operativas gozan de una autonomía funcional básicamente ejecutiva.
Naturalmente unas y otras descansan en una mínima colaboración y contribución de los
países miembros para su propia subsistencia. Análogamente, el carácter
predominantemente normativo u operativo de una organización no significa que no gocen
de una cierta capacidad jurídica o ejecutiva, sino más bien que su principal contribución en
el ámbito internacional se produce en la esfera de la producción v aplicación de normas
jurídicas o, por el contrario en el ámbito de la prestación de servicios o de realización de
programas y medidas prácticas de cooperación internacional.

Ejemplo de organizaciones normativas los encontramos en la OCDE, la OIT, el


GATT, mientras qué podemos citar como organizaciones operativas los casos de Banco
Internacional de Reconstrucción y Des arrollo (BIRD), las Comunidades Europeas o la
OTAN.

3. CONSTITUCION, PERSONALIDAD JURIDICA, ORGANOS Y FUNCIONES

Las OIG en su condición de actores de base interestatal y fundamentada en un


acuerdo de voluntad cooperativa entre sus miembros, surgen como resultado de un acto o
una serie de actos que gozan de relevancia jurídica y política. Tales actos podemos
denominarlos como actos constitutivos o proceso constituyente de la organización".

Generalmente las OIG nacen a la vida internacional mediante, la firma y ratificación


de un tratado internacional por parte de los estados fundadores, que de este modo
establecen una regulación jurídica internacional en la que se especifican los objetivos,
estructura, funciones y medios, composición y membresía, sistemas de participación y
votación, así como todos aquellos elementos que, a juicio de los miembros fundadores,
permitan determinar las principales características de cada OIG.

Estos tratados internacionales constitutivos o fundacionales son, al igual que


cualquier otro tratado internacional, normas de derecho internacional que obligan a los
estados signatarios entre sí y frente a tercero países. En determinadas situaciones algunos
de estos tratados contemplan la posibilidad de vincular o llegar a imponerse a países no
signatarios del mismo, o a estados que no participan en la organización internacional que
crean. Esto ocurre muy especialmente con la Carta de las Naciones Unidas, que además de
servir como documento jurídico de referencia para la elaboración de otros muchos tratados
constitutivos de OIG es considerado como uno de los principales fundamentos del derecho
internacional convencional posterior a la Segunda Guerra Mundial. Sus fines y propósitos se
consideran vinculantes no sólo para los países miembros sino también para el escaso
número de estados que no participan de la ONU, muy particularmente en lo concerniente a
las actuaciones que amenazan o ponen en peligro la paz internacional y las medidas que
pueden ser adoptadas por los órganos de la ONU.

En línea con lo que acabamos de apuntar, el artículo 34 de la Carta reconoce el


derecho del Consejo de Seguridad de investigar toda controversia o situación que pueda
poner en peligro la paz y seguridad internacionales. En concordancia con este artículo, los
artículos 32 y 50 del mismo documento extienden las competencias del Consejo de
Seguridad a los países que no son miembros de la organización en los siguientes términos:
«Art. 32.-E1 miembro de las Naciones Unidas que no tenga asiento en el Consejo de
Seguridad o el Estado que no sea miembro de las Naciones Unidas, si fuere parte de una
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 9

controversia que está considerando el C. de S., será invitado a participar sin derecho de
voto en las discusiones relativas a dicha controversia. El C. de S. establecerá las
condiciones que estime justas para la participación de los estados que no sean miembros
de las Naciones Unidas.
Art. 50.-Si el C. de S. tomare medidas preventivas o coercitivas contra un Estado,
cualquier otro Estado, sea o no miembro de las Naciones Unidas que confrontare
problemas económicos, especiales originados por la ejecución de dichas medidas, tendrá el
derecho de consultar al C. de S. acerca de la solución de-esos problemas».

La naturaleza jurídicamente superior de la Carta de las Naciones Unidas parece


desprenderse a tenor del hecho de que su aplicación se hace extensiva no sólo a sus
miembros sino también a otros estados ajenos a la organización.

Ahora bien, la cuestión de los tratados fundacionales y de su valor y alcance jurídico


suscita nuevos y numerosos problemas. Uno de ellos es el relativo a su interpretación, y
con ella, a los poderes y competencias que se le atribuyen a cada OIG.

En efecto, cabe admitir únicamente una interpretación auténtica, es decir, la que


explícitamente determinen en el propio texto del tratado los países signatarios o se puede
admitir también, además de la pura literalidad del texto, una interpretación extensiva en
función de los objetivos atribuidos a la organización y de las competencias necesarias para
alcanzarlos. En la actualidad, la denominada doctrina de las competencias implícitas ha
sido aceptada plenamente por el Tribunal Internacional de Justicia en su famoso Dictamen
del 11 de abril de 1949, sobre reparación de daños sufridos al servicio de las N. U., en
donde se afirma que:
«La Organización debe ser considerada como poseyendo estos poderes que, si no
están expresamente enunciados-en la Carta, son por una consecuencia necesaria,
conferidos a la Organización en tanto que esenciales al ejercicio de sus funciones.»

La propia Carta establece en relación con otros tratados constitutivos de la OIG en


su artículo 103 que: «En caso de conflicto entre las obligaciones contraídas por los
miembros de las Naciones Unidas en virtud de la presente Carta, y sus obligaciones con
traídas en virtud de cualquier otro convenio internacional, prevalecerán las obligaciones
impuestas por la presente Carta.»

Además de la Carta de las Naciones Unidas, reguladora de la más importante de las


OIG de la Sociedad Internacional de nuestros días, la mayoría de tales organizaciones
poseen en su creación un documento o tratado internacional, entre los que podemos citar,
con referencia a algunas de las OIG más representativas: el Tratado de Paz de Versalles
(1919) que en su 1ª parte incluía el texto del Pacto de la Sociedad de Naciones y en su XIII
parte (arts. 387 á 427) regulaba la creación de la Organización Internacional del Trabajo
(OIT), que con posterioridad y durante las XXVI Conferencia General (1944) y la XXIX
Conferencia General (1946) introduciría las necesarias modificaciones en sus normas
constitutivas para adaptar sus funciones e incorporarse,'como organismo especializado, al
sistema de Naciones Unidas.

También se pueden citar con referencia a organizaciones regionales, la Carta de la


Organización de Estados Americanos, aprobada en la IV Conferencia Interamericana de
Bogotá de 1948; la Carta de la Organización de la Unidad Africana, firmada en AddisAbeba
en 1963; el Tratado relativo a la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero
(CECA), firmado en París el 10 de abril de 1951; el Tratado relativo a la creación de la
Comunidad Económica Europea (CEE), firmado en Roma el 25 de marzo de 1957 junto con
el Tratado relativo a la creación de la Comunidad Europea de la Energía Atómica
(EURATOM) y el Convenio relativo a ciertas instituciones comunes a las Comunidades
Europeas, éste último destinado a establecer como instituciones comunes la Asamblea, el
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 10

Tribunal de Justicia y el Comité Económico y Social. Con posterioridad se concluyó en


Bruselas, el 8 de abril de 1965, el Tratado relativo a la fusión de los ejecutivos europeos,
por el que quedaron unificados el Consejo de Ministros y la Comisión de las tres
comunidades.

Si la firma y ratificación del tratado internacional constitutivo es la forma ordinaria o


habitual de creación de una OIG, existen también otras formas extraordinarias o
excepcionales por las que puede llegar a constituirse una organización intergubernamental.
Una de estas formas es la aprobación en una Conferencia Internacional del mandato de
creación, y en ocasiones la aprobación del propio estatuto regulador de una determinada
OIG. En tales supuestos, y con independencia de la normativa jurídica que se establezca
con posterioridad por la Organización o sus miembros fundadores, la base jurídica
constitutiva de la organización se encuentra en esa decisión adoptada por los estados
participantes en la Conferencia. Entre las OIG creadas siguiendo esta fórmula excepcional
podemos mencionar la Organización Internacional para la Agricultura y la Alimentación
(FAO) cuya constitución se decidió en la Segunda Conferencia de las NU para la
alimentación y la agricultura, celebrada en Quebec a fines de 1945.

Más claro exponente de esta forma extraordinaria de creación de una OIG lo


constituye el caso de la Organización o Agencia Internacional de la Energía Atómica
(OIEA/AIEA). En efecto, tras múltiples iniciativas, principalmente de los Estados Unidos, la
AG de las NU aprobó en su Resolución 81011X del 4 de diciembre de 1954 la celebración
de una Conferencia sobre el empleo pacífico de la energía nuclear, que tuvo lugar en
Ginebra, en agosto de 1955, y en la que se decidió la elaboración del estatuto de la futura
OIEA. A1 año siguiente en la Conferencia celebrada en Nueva York, durante los días 20 de
septiembre a 26 de octubre, se aprobó el Estatuto de la OIEA y se creó, una comisión
preparatoria de la primera conferencia general de la OIEA que se celebró en Viena en el
mes de octubre de 1957.

Desde luego, todas las OIG surgidas de un tratado internacional requieren también
una negociación previa entre todos, o al menos los principales estados fundadores al objeto
de definir y negociar los objetivos, estructura, competencias y medios de la organización a
constituir. En la mayoría de los casos, tales negociaciones, que forman parte integrante del
proceso constituyente de la Organización desde la perspectiva política, se llevan a cabo en
el marco de conferencias internacionales, generales o específicamente convocadas al
efecto, y de las que salen los textos de los tratados internacionales sometidos, con
posterioridad, a la firma y ratificación de los estados: En esta perspectiva, se puede afirmar
que las OIG nacen desde el punto de vista jurídico internacional de un tratado o de una
decisión adoptada por una Conferencia Internacional, son generadas como consecuencia
de la negociación y el acuerdo político entre los estados, canalizado mediante la
celebración de reuniones o conferencias internacionales. Es por esta razón que las
distinciones en cuanto a la forma o acto jurídico constitutivo de las OIG, que estamos
refiriendo, pierden gran parte de su significado al considerarlas desde el ángulo politológico
o sociológico, que es el propio de las Relaciones Internacionales.

Existe, finalmente, otra forma excepcional de constitución de una OIG, en virtud de


la cual la OIG surge de una Resolución o decisión adoptada por el órgano de otra OIG ya
existente (generalmente la ONU) o por transformación de la OIG predecesora. Esta forma
ha sido utilizada, ocasionalmente, por la Asamblea General de la ONU para dar origen a
nuevas organizaciones, como ha ocurrido con la Organización de las Naciones Unidas para
el Desarrollo Industrial (ONUDI), constituida por la Resolución 2.089/XX del 20 de diciembre
de 1965 de la AG. Entre los casos de constitución de una OIG por decisión y transformación
de una Organización precedente podemos citar el de la Organización de Cooperación y
Desarrollo Económico (OCDE), creada por transformación de la Organización Europea de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 11

Cooperación Económica (OECE), decidida por su Consejo en 1960 y plasmada en el


Tratado firmado el 14 de diciembre de ese mismo año.

Un caso más significativo que el anterior lo constituye la Organización Mundial del


Turismo, con sede en Madrid, y que en su proceso de constitución concurren, de una parte,
la Resolución de la AG de las NU 2.529/XXIV, adoptada el 5 de diciembre de 1969, por la
que se insta a los estados cuyo organismo Nacional oficial de Turismo participase en la
Unión Internacional de Organismos Oficiales de Turismo (organización no gubernamental
creada en 1946) a que modifiquen los estatutos con objeto de convertirla en una OIG De
otra parte, y tras esta Resolución, la Asamblea General Extraordinaria de la UIOOT,
celebrada en Méjico en 1970, decide la aprobación de los Estatutos de la OMT en cuyo
artículo 1° se especifica que esta organización intergubernamental nace por transformación
de la UIOOT.

La pluralidad y diversidad de actos o instrumentos jurídicos constitutivos de las OIG


responde tanto a las distintas características de cada una de ellas como a las condiciones
jurídicas y políticas imperantes en el sistema internacional, sometido a una constante
dinámica que ha experimentado una tremenda aceleración en las cuatro últimas décadas.
Nada tiene de extraño, por consiguiente, que ello tenga su reflejo también en las estructuras
orgánicas y funcionales de las OIG, respecto de las cuales vamos a apuntar algunas ideas
generales que únicamente pueden servir de guía a la hora de realizar el análisis de los
órganos y funciones de cada OIG y nunca como sustitutivo de semejante análisis.

Conviene también realizar una advertencia previa a las consideraciones que


seguirán. Las OIG son actores internacionales cualitativamente diferentes de los estados,
aun cuando algunas organizaciones supranacionales tiendan a integrarlos y superarlos, lo
que nos debe hacer reflexionar sobre la inutilidad de trasladar mecánicamente conceptos e
ideas surgidos del análisis jurídico-político del Estado. En efecto, nada más lejos de la
realidad que imaginar que las organizaciones internacionales gubernamentales, al menos
tal y como existen en la actualidad e incluyendo entre ellas a la ONU y las Comunidades
Europeas, intentan desempeñar la función de gobiernos internacionales, sean mundiales o
regionales, desplazando las funciones todavía asumidas por los Estados. Por la misma
razón el tradicional principio jurídico-constitucional de división de poderes utilizado a la hora
de estudiar el Estado, o más exactamente ciertas formas de organización del Estado,
tampoco es aplicable automáticamente a las OIG La frecuencia con que los especialistas en
temas internacionales desconocen u «olvidan» esta advertencia ha sido la causa de no
pocos errores en los análisis y no pocas frustraciones intelectuales y políticas al terminar
comparando, consciente o inconscientemente, realidades tan distintas, aunque vinculadas,
como son las OIG y los estados.

Cabe realizar una doble estructura orgánica de las OIG en correspondencia con los
dos períodos históricos que dominan su evolución desde principios del siglo XIX hasta la
actualidad:

En la primera etapa, que se extiende aproximadamente desde la creación de la


comisión para la navegación del Rhin en 1815 hasta la constitución de la Sociedad de
Naciones en 1919, las OIG adoptan una estructura bipartita, formada por dos órganos
fundamentales: una Asamblea o Conferencia cuyas principales funciones son
simultáneamente deliberantes y decisorias, y una Secretaría, órgano con funciones de
coordinación, ejecución y administración, conjuntamente. Este es el caso de la Unión Postal
Universal, desde su creación en 1874 hasta su revisión estatutaria en 1947 por la que se
establecía, además de los Congresos y de la Oficina Internacional, el Consejo Ejecutivo,
pasándose de la estructura bipartita a la tripartita. Análogamente podemos mencionar los
casos de la Unión Telegráfica Internacional; creada en París en 1865, y la Unión
Radiotelegráfica Internacional, establecida en Berlín en 1906, que en la Convención de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 12

Madrid terminan fusionándose en 1932 para dar origen a la Unión Internacional de


Telecomunicaciones (UIT)

A partir-de la creación de la Sociedad de Naciones se va imponiendo una nueva


estructura de las OIG siguiendo un modelo multipartito habitualmente tri o cuatripartito a
imagen de la propia organización interna de la Sociedad de Naciones. En esta segunda
etapa cabe distinguir los siguientes órganos fundamentales:

Una Asamblea, Conferencia o Parlamento en la que se encuentran representados


todos los estados miembros de la organización. Posee ordinariamente funciones
deliberantes, funciones electivas de los participantes en otros órganos y, en ocasiones,
funciones decisorias, rara vez poseen funciones ejecutivas, y generalmente estos órganos
funcionan tanto en pleno como en comisiones especializadas en función de las diversas
materias. Aunque habitualmente funcionan según el principio de la representación y voto
igualitario, existen notables excepciones como en el caso del Parlamento de las
Comunidades Europeas en el que existe una representación ponderada para los diversos
estados.

El modelo de estos órganos asamblearios o parlamentarios se encuentra reflejado


en la Asamblea de la Sociedad de Naciones y, con posterioridad, será recogido por las
Naciones Unidas a través de su Asamblea General. Ahora bien, en su modalidad
parlamentaria presenta una nota distintiva respecto a su modalidad asamblearia, ya que es
frecuente que la representación estatal se realice no por los gobiernos de los países
miembros sino por parlamentarios elegidos bien en el seno de los Parlamentos nacionales
(como en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa o en Parlamento Europeo con
anterioridad a 1979) o bien por sufragio universal, directo y secreto como ocurre
actualmente en el Parlamento Europeo (Comunidades Europeas).

Un Consejo o Com ité Ejecutivo: su composición suele ser reducida, al menos para
las OIG con un número muy elevado de miembros, aunque tiende a configurarse de forma
representativa para las diversas categorías o agrupaciones de estados miembros.

Constituye el órgano con funciones más netamente decisorias y ejecutivas de las


OIG, lo que frecuentemente va asociado a la atribución de competencias jurídicas y
políticas que le permitan desempeñar tales funciones, pues de ello depende, en gran parte,
la eficacia de esté órgano y también de la OIG de la que forma parte.

Habida cuenta de la importancia del Consejo, así como de las diferencias de poder
que suelen existir entre los estados miembros, la representación y/o participación en el
mismo tiende a reflejar esta desigualdad primando o favoreciendo la permanencia, el voto o
ambos elementos conjuntamente. La representación desigual es la regla general para este
tipo de órganos, lo que permite diferenciarles netamente de los anteriores.

En el caso de la Sociedad de Naciones, el Consejo estaba compuesto por dos tipos


de miembros; miembros permanentes y miembros no permanentes, elegidos por la
Asamblea General, pero en cuanto al voto, tanto unos como otros gozaban de igualdad de
voto y en la medida en que las decisiones eran adoptadas por unanimidad (salvo para los
temas de procedimiento, expulsión de un miembro o aprobación de informes sobre solución
de conflictos) cualquier miembro del Consejo podía bloquear una decisión.

En las Naciones Unidas, el Consejo de Seguridad presenta una doble composición


entre sus miembros, atendiendo a la duración de su participación y al derecho de voto. En
relación a la primera de ambas cuestiones, los miembros se dividen en miembros
permanentes (Estados Unidos, Unión Soviética, Reino Unido, Francia y China) y miembros
no permanentes elegidos por la Asamblea General por un período de 2 años en número de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 13

10, tras la reforma del artículo 23 introducida por la Resolución 1.991/XVIII (1963) que
amplió el número de 6, establecido inicialmente en la Carta.

En cuanto al voto, el artículo 27.1 de la Carta establece el principio de un miembro


un voto, ahora bien, dado que salvo para las cuestiones de procedimiento (artículo 27.2) y
para la elección de los miembros del Tribunal Internacional de Justicia (artículo 10.2 del
Estatuto del TLJ) se requiere la mayoría de 9 votos, incluidos los votos afirmativos de los
miembros permanentes, resulta evidente que los cinco miembros permanentes gozan de un
derecho de veto para la casi totalidad de las cuestiones decididas por el Consejo de
Seguridad.

Una Secretaría General: es el órgano encargado de la dirección y coordinación de


las funciones administrativas internas y del personal al servicio de las OIG Con
independencia del mayor o menor grado de complejidad de su configuración, así como del
número de funcionarios internacionales de que disponga, está dirigida por un secretario
general designado por la Asamblea, el Consejo o por ambos co9juntamente, entre aquellas
personalidades de los estados miembros que se han destacado por su actividad al servicio
de los objetivos para los que se constituyó la OIG.

No obstante lo anterior, es frecuente que el Secretario General de aquellas


organizaciones, universales o regionales, de finalidad general, desempeñe tareas y
funciones diplomáticas y de mediación entre los Estados miembros, sobre todo en los
supuestos de litigios o conflictos, que exceden de la estricta función administrativa. Esta
tendencia hacia la politización, en su acepción más noble, de la figura del secretario, se
aprecia en la Sociedad de Naciones en la que ocuparon la Secretaría permanente,
sucesivamente, sir ERIC DRUMMOND, JOSEPH AVENOL y SEAN LESTER.

Análogamente, en las Naciones Unidas aparece el cargo de secretario general que


es nombrado por la Asamblea General a propuesta del Consejo de Seguridad por un
período de 5 años y susceptible de reelección. Los secretarios generales que se han
sucedido desde la creación de la ONU han sido: TRYGVE LIE (1946-1952); DAG
HAMMARSKJÖLD (1953-1961); U THANT (1961-1971); KURT WALDHEIM (1971-1981);
PEREZ DE CUELLAR (1982, hasta la actualidad). Las funciones político-diplomáticas
desarrolladas por todos estos secretarios generales han destacado más, si cabe, que la
difícil y compleja tarea organizativa y administrativa, propia del cargo, de una de las OIG
más extensas y burocratizadas. Conviene recordar en este sentido al secretario DAG
HAMMARSKJÖLD, fallecido en accidente aéreo en 1961 cuando se trasladaba para
desarrollar sus funciones de mediación en la guerra del Congo. En la actualidad merecen
destacarse los esfuerzos del secretario PEREZ DE CUELLAR por evitar el conflicto anglo-
argentino de las Malvinas o el fracasado intento de lograr una tregua en el conflicto irano-
iraquí.

Órganos auxiliares especializados: junto a la estructura orgánica apuntada, la


mayoría de las OIG, poseen una pluralidad de órganos auxiliares o secundarios que se
caracterizan por la especialización en sus funciones orientada a reforzar las actividades de
los órganos principales.

Sin duda, uno de los órganos especializados más significativo, aunque no existe en
muchas OIG, es el Tribunal o Corte de Justicia al que se le atribuyen funciones judiciales y
funciones consultivas limitadas al ámbito de las normas jurídicas constitutivas de la OIG o a
sus normas reglamentarias, y con competencias sobre los estados miembros y los órganos
de la OIG, o excepcionalmente sobre terceros estados cuando éstos aceptan su
jurisdicción.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 14

La designación de los jueces que integran tales tribunales o Cortes suele ser
competencia de la Asamblea, del Consejo o de ambos tipos de órganos, y aunque recae en
juristas de probada experiencia e imparcialidad de los países miembros, una vez
nombrados y durante su mandato gozan de absoluta independencia respecto de sus países
de origen en el ejercicio de sus funciones judiciales.

La creación de estos Tribunales responde a la necesidad y utilidad de lograr la


solución de los litigios o conflictos entre los estados mediante la aplicación del Derecho
Internacional de forma pacífica y justa que permita la exclusión del recurso a la fuerza o
violencia bélica. Ya en el artículo 14 del Pacto de la Sociedad de Naciones se contemplaba
la constitución de un Tribunal Permanente de Justicia Internacional que se llevó a acabo
tras la aprobación de su estatuto en 1920. Este Tribunal llevó a cabo una intensa labor en
los primeros años de la Sociedad de Naciones interviniendo en algunos asuntos
contenciosos importantes, como el Asunto sobre la Alta Silesia polaca que enfrentaba a
Polonia y Alemania; el Asunto del Lotus entre Francia y Turquía.

A medida que algunas de las principales potencias se retiraron de la Sociedad


decayó también la eficacia del Tribunal.

En el marco de la ONU se estableció el Tribunal Internacional de Justicia integrado


por IS jueces, y cuyas funciones judiciales y consultivas vienen reguladas en el Estatuto
anexo a la Carta, que forma parte de la misma, así como en sus artículos 92 a 96. Otros
ejemplos significativos son el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, que
conoce de los contenciosos surgidos por la aplicación de los tratados constitutivos así como
de las normas jurídicas comunitarias derivadas de éstos, y que goza también de una
función consultiva e interpretativa de los tratados fundacionales aplicable directamente en la
jurisdicción nacional a través de las sentencias prejudiciales por las que los jueces
nacionales recaban del Tribunal de Estrasburgo la interpretación de las normas
comunitarias que se vean obligados a aplicar en sus procesos.

También el Tribunal Europeo de Derechos Humanos del Consejo de Europa goza de


competencias judiciales, en materia de Derechos Humanos, supranacionales para aquellos
estados miembros que, como España, forman parte de dicha organización.

Junto a estos órganos de carácter judicial existen en algunas OIG, como ocurre en el
seño de la OUA, Comisiones Arbitrales, de conciliación o de mediación, cuyas funciones
son diferentes, aunque próximas, y se orientan también a la solución pacífica de conflictos
entre estados.

Por último, en cada OIG existen una pléyade de órganos especializados de carácter
técnico (económico, cultural, social, etc.), cuya com posición suele variar notablemente de-
tinos casos a otros, pero cuya principal función es la de elaborar y preparar los proyectos de
decisiones o normas que deberán aprobar los órganos principales, así como, en ocasiones,
supervisar su ejecución o aplicación.

Las anteriores consideraciones generales sobre la estructura orgánica de las OIG no


pretende ser exhaustiva sino más bien indicativa, lo que obliga en cada caso a investigar y
analizar las características organizativas propias de cada una de ellas.

Por último, conviene dejar constancia expresa de que las OIG gozan de
personalidad jurídica internacional, lo que implica que gozan de la capacidad de asumir
derechos y obligaciones con arreglo al Derecho Internacional Público, en la medida en que
unos y otros sean necesarios para el desempeño de las funciones que les han sido
encomendadas. La conocida sentencia del Tribunal Internacional de Justicia de 11 de abril
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 15

de 1948, sobre reparación de daños sufridos al servicio de las Naciones Unidas,


especificaba al respecto:
«El Tribunal llega a la conclusión de que la Organización es una persona
internacional (...) Lo que significa es que es un sujeto de derecho internacional, capaz de
poseer derechos y deberes internacionales, y que tiene capacidad para hacer valer sus
derechos mediante reclamaciones internacionales.»

Desde luego la personalidad y capacidad jurídicas de las OIG, aunque deriva de la


voluntad de los estados fundadores, plasmada en su documento constitutivo, no se agota ni
puede identificarse en sus efectos únicamente ante los estados miembros, sino que se
extiende a la totalidad de los estados de la comunidad internacional. La trascendencia de
esta consideración se aprecia con todo rigor al considerar la multiplicidad de actos jurídicos
en los que pueden intervenir las OIG.

Así, por ejemplo, pueden concluir tratados internacionales con otras OIG. o con los
propios estados (entre los que destacan los acuerdos de Sede en los que se regulan las
condiciones de establecimiento de las sedes de las OIG y las inmunidades y privilegios,
tanto para aquellas como para los funcionarios internacionales en el desempeño de las
actividades que les son propias); pueden adoptar resoluciones y normas jurídicas
obligatorias; pueden defender sus derechos, tanto frente a otras OIG como respecto a
terceros Estados, ante los tribunales internacionales; en definitiva, los OIG son desde la
perspectiva jurídica auténticos sujetos del Derecho Internacional Público netamente
diferenciados de los estados sean o no miembros de aquéllas.

4. LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES GUBERNAMENTALES Y EL


CONCEPTO DE SUPRANACIONALIDAD

A pesar de lo generalizado que está el paradigma de la «superestatalidad» de las


OIG, particularmente cuando se hace mención de la ONU, lo cierto es que estas
organizaciones no surgen para descalificar o sustituir al Estado, sino para complementarlo
en muchas de sus actividades y, de modo indirecto, para consolidarlo como actor nuclear
de la vida internacional. Lógicamente, tampoco cabe una concepción radicalmente opuesta
a la anterior, en virtud de la cual las OIG no serían más que meros instrumentos al servicio
de la política exterior de los estados y de sus gobiernos, pues, como ya hemos apuntado,
esta perspectiva desconoce la auténtica naturaleza jurídico-política de las OIG.

A la vista de tales planteamientos teóricos, no resulta extraño que con frecuencia se


observe la utilización indistinta y confusa de los términos de internacionalidad x
supranacionalidad al estudiar el rico, multiforme y complejo mundo de las OIG., confusión
que resulta imperativo clarificar con objeto de impedir, bajo discusiones aparentemente
semánticas, la introducción subrepticia de alguno de los paradigmas mencionados.

El calificativo de internacionalidad, propio de todas las OIG, encierra una doble


realidad que debe considerarse simultáneamente. De una parte supone la participación de
una pluralidad de estados (por lo que sería más correcto hablar de interestatalidad) en la
génesis y en el desarrollo de las OIG. Claro está que esta participación de los Estados
miembros implica un cierto grado de condicionamiento o mediatización de las decisiones y
actividades de las OIG, por algunos o la totalidad de los mismos, pero adviértase que
influencia, condicionamiento o mediatización no debe confundirse con suplantación o
anulación de la realidad de las OIG, ni de sus capacidades decisionales y funcionales en el
plano internacional.

Al llegar a este punto, conviene hacer una breve reflexión sobre el Estado, pues
también éste, como todo grupo social, se encuentra influido y condicionado en sus
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 16

decisiones y acciones exteriores por los distintos grupos que le dan vida y en los que
descansan (burocracias, partidos políticos, clases sociales, opinión pública nacional, etc.), a
pesar de lo cual no discutimos la autonomía internacional del Estado en relación con tales
grupos. Resulta obvia la inconsistencia teórica de quienes reconociendo dicha autonomía
en el plano internacional al Estado pretenden negársela a las OIG.

Esta reflexión nos introduce directamente en la segunda realidad asumida por el


concepto de internacionalidad, a saber: capacidad autónoma de decisión, normación y
actuación de las OIG en el marco genérico de la Sociedad Internacional. La
internacionalidad predicada respecto de las OIG debe considerarse tanto respecto de su
composición como respecto de sus efectos, tanto en el plano jurídico como en el político.

Sin embargo, aunque la internacionalidad es un rasgo común a todas las OIG, ello
no nos debe impedir establecer una gradación de esa internacionalidad a tenor bien de su
composición, distinguiendo entre organizaciones internacionales universales o regionales, o
de sus efectos, organizaciones internacionales normativas u operativas. La aparición de
algunas organizaciones intergubernamentales con singulares características en su
autonomía, que desbordaban el marco tradicional propio del concepto de internacionalidad,
indujo la acuñación de un nuevo término: el de supranacionalidad.

La introducción del concepto de supranacionalidad, como cualitativamente distinto


del de internacionalidad, aparece asociado a la creación de la Comunidad Europea del
Carbón y del Acero. Este término es utilizado ya en 1929 por Sir ARTHUR SALTER en el
marco de su obra sobre los Estados Unidos de Europa, pero será ROBERT SCHUMAN
quien lo aborde detenidamente al presentar su proyecto de creación de la Comunidad del
Carbón y del Acero (Plan Schuman) ante la Asamblea Nacional Francesa en 1950. En dicha
ocasión SCHUMAN afirmará qué entiende por supranacional en los siguientes términos:
«La esencia de nuestra propuesta consiste en crear, más allá de las soberanías
nacionales, una autoridad supranacional, una autoridad común a los países participantes,
una autoridad que constituye la expresión de la solidaridad entre estos países y mediante la
cual realicen una fusión parcial de sus soberanías nacionales.
(...)
La autoridad supranacional será independiente en sus decisiones, tanto con
respecto a los gobiernos como respecto a intereses particulares».

Esta idea de la supranacionalidad se encuentra recogida en el artículo 9, párrafos 5°


y 6° del Tratado de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, referida a la Alta
Autoridad, respecto de la cual se afirma lo siguiente:
«Los miembros de la Alta Autoridad ejercen sus funciones con plena independencia,
en el interés general de la Comunidad. En el cumplimiento de sus deberes no solicitarán ni
aceptarán instrucciones de gobierno ni de organismo alguno. Se abstendrán de todo acto
incompatible con el carácter supranacional de sus funciones».

Y aunque es cierto que no aparece explícitamente mencionado en los restantes


Tratados y documentos comunitarios, es constatable su influencia en la filosofía y principios
fundamentales que regulan la estructura y funciones de órganos tales como la Comisión y el
Tribunal de las Comunidades Europeas.

Por otro lado, el hecho de que en otras OIG no consideradas supranacionales, se


puedan encontrar normas jurídicas en las que se predique la independencia de sus órganos
y funcionarios respecto de los estados miembros, como ocurre con el artículo 100 de la
Carta de las Naciones Unidas, en el que se regula la independencia del secretario general y
de los funcionarios de la Secretaría General, en términos similares a los enunciados para la
Alta Autoridad", no cuestiona la verdadera sustantividad teórica del concepto de
supranacionalidad respecto del de internacionalidad, ya que como veremos la
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 17

supranacionalidad no se reduce, exclusivamente, a la independencia funcional aunque,


evidentemente, la presupone.

El propio ROBERT SCHUMAN desarrollará la idea de supranacionalidad, ya


apuntada con anterioridad, en el prólogo a la obra de REUTER sobre la CECA" en donde
escribirá:
«Con razón acepta la noción de lo "supranacional". Ningún otro vocablo podría
exponer mejor la nueva idea que se trata de expresar, distinguiéndola de todas las
categorías admitidas tradicionalmente. Lo supranacional se sitúa a igual distancia entre, de
una parte, el individualismo internacional, que considera intangible la soberanía nacional y
no acepta como limitaciones de la soberanía sino obligaciones contractuales, ocasionales y
revocables; por otro lado, el federalismo de estados que se subordinan a un super-Estado
dotado de una soberanía territorial propia. La institución supranacional, como es nuestra
Comunidad, representada por la Alta Autoridad, no posee las características de un Estado;
pero detenta y ejerce ciertos poderes soberanos. Es independiente frente a los gobiernos
nacionales, dentro de los límites del Tratado; esta independencia es irrevocable, al igual
que lo es la transferencia de competencias que la origina. El Tratado confiere a la
Comunidad una función propia; no la ejerce a título de delegación por cuenta de los estados
adherentes. La Alta Autoridad no es responsable ante los gobiernos, sino ante instituciones
de fa Comunidad (Asamblea, Tribunal); la declaración del 9 de mayo de 1950 había ya
previsto "vías de recurso " contra las decisiones de la Alta Autoridad».

A tenor de estos textos observamos que, desde los comienzos de utilización del
término supranacionalidad, los teóricos y dirigentes comunitarios poseen una clara
conciencia de la existencia de unas diferencias esenciales entre el fenómeno comunitario, al
que ge califica-de supranacional, respecto a las diversas experiencias hasta entonces
realizadas, en el marco de las organizaciones intergubernamentales, calificadas por el
atributo de la internacionalidad, y ello a pesar de que no exista unanimidad doctrinal sobre
cuáles sean los verdaderos elemento definidores del concepto de supranacionalidad.

En efecto, para REUTER la supranacionalidad supone la conjugación de tres


elementos o notas específicas:
1) La independencia de las instituciones (comunitarias) frente a los gobiernos
nacionales.
2) Transferencia de competencias de los Estados a la Comunidad.
3) Establecimiento de relaciones directas entre los órganos de la Comunidad y los
particulares.

GUGGENHEIM añadirá un cuarto elemento: la amplitud de las competencias propias


de los órganos comunitarios`. Por su parte, MEDINA resumirá todos estos elementos en
una sola nota distintiva, a saber: la validez inmediata, es decir, sin ningún acto de
aceptación o transformación por los estados, de las decisiones (reglamentos, directrices,
etc.) adoptadas por los órganos comunitarios en la esfera interna de los estados.

Todas estas precisiones teóricas, con ser importantes y clarificadoras, poseen una
cierta limitación derivada del excesivo énfasis jurídico que se le atribuye al concepto de
supranacionalidad. Estimamos que un adecuado análisis de este fenómeno debe
contemplarse, simultánea y complementariamente, desde una doble perspectiva: jurídica y
politológica, gracias a la cual podemos profundizar tanto en lo que es, es decir, en sus
elementos definidores, como en aquello que no es la supranacionalidad, y por consiguiente
en sus carencias y limitaciones.

Desde el punto de vista jurídico internacional, coincidimos con MEDINA en que la


supranacionalidad implica o se resume en la aplicabilidad inmediata o directa de que gozan
las normas establecidas por los órganos de la OIG en la esfera interna de los estados
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 18

miembros de forma permanente, y no de modo esporádica. En efecto, a diferencia de las


organizaciones exclusivamente internacionales, es decir, no supranacionales, en las que la
inmediatez normativa, desde el punto de vista de su obligatoriedad, existe respecto de los
estados pero no respecto de los ciudadanos de tales estados miembros que sólo quedan
obligados en la medida en que cada Estado, en uso de su soberanía, acepta o recibe como
parte de su ordenamiento jurídico interno la norma internacional, de ahí la importancia de
los actos de ratificación de las normas internacionales convencionales (tratados) así como
del derecho de cada Estado a establecer reservas a las mismas. En las organizaciones
supranacionales los ciudadanos de los estados miembros se ven sujetos tanto a las normas
jurídicas de sus estados como a las normas jurídicas emanadas de los órganos
supranacionales, sin que el Estado pueda impedir su aplicación y obligatoriedad directa a
sus nacionales, gozando además éstas últimas de una primacía sobre las normas
nacionales en los casos en los que se produzca una colisión o conflicto normativo entre una
y otra legislación.

Evidentemente, tras el elemento jurídico de la supranacionalidad que acabamos de


apuntar quedan subsumidos el 2° y 3° elementos apuntados por REUTER; en cambio, la
nota de la independencia de los órganos supranacionales respecto de los gobiernos de los
estados miembros no es exclusiva del fenómeno de la supranacionalidad, ya que hemos
visto que existe también en órganos de organizaciones estrictamente internacionales, como
es el caso de la ONU. Tampoco el criterio de la amplitud de competencias propias de los
órganos supranacionales, señalado por GUGGENHEIM para el caso comunitario, es
definidor de la supranacionalidad en cuanto tal, sino tan sólo de la extensión o ámbito de
efectividad de dicha supranacionalidad. Evidentemente, cuantas mayores y más relevantes
sean las competencias atribuidas a los órganos supranacionales, más eficaces, profundos e
irreversibles serán sus resultados o efectos, pero esta es una diferencia cuantitativa y no
cualitativa.

Si nos trasladamos ahora al ámbito politológico, necesario en nuestra disciplina, el


fenómeno de la supranacionalidad de ciertas OIG debe valorarse como un proceso, como
un fenómeno evolutivo y no como una situación estática.

Así contemplada, la supranacionalidad requiere la concurrencia de tres


características particulares:
1. Soberanía de la Organización respecto de ciertas competencias o funciones.

Ciertamente, la soberanía de que gozan los órganos de la entidad supranacional


surge como efecto de la cesión o fusión de las competencias soberanas de los estados, en
ciertas áreas o funciones hasta entonces desempeñadas por ellos, pues no hay que olvidar
la exclusividad, autonomía y plenitud propias de la soberanía de los estados a las que nos
hemos referido ya. Sin embargo, que la soberanía parcial o respecto de ciertas funciones de
que goza la organización supranacional derive de la soberanía estatal no significa que, una
vez asumida dicha soberanía por la organización, no la pueda ejercer e imponer, de modo
eficaz y permanente, por encima o con independencia de los estados miembros.

En efecto, los estados miembros de una OIG son libres para ceder o renunciar a
parcelas más o menos significativas de su poder en beneficio de la organización
supranacional, pero una vez atribuidos tales poderes su ejercicio por los órganos
supranacionales no queda sujeto a condicionamientos o limitaciones posteriores al acto de
renuncia de las competencias soberanas del Estado. Esto tiene su traducción jurídica en la
nota de inmediatez de la legislación emanada de los órganos supranacionales a la que ya
nos hemos referido.

La diferencia con las organizaciones internacionales es clara, puesto que en ellas los
estados miembros ejercen un importante condicionamiento o tutela sobre los poderes y
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 19

funciones de la organización, en la medida en que sus decisiones y actos deben ser


refrendados políticamente por los estados miembros para alcanzar eficacia, y ello en virtud
del hecho claro de que los estados no han renunciado de forma permanente a las
correspondientes parcelas de su poder soberano.

Por otro lado, la soberanía de que goza la organización supranacional carece de


plenitud, a diferencia de la del Estado, lo que entraña que su ejercicio independiente por los
órganos de la misma queda reservado y limitado estrictamente a aquellas competencias o
funciones expresamente determinadas por los estados miembros y, por tanto, le imposibilita
su transformación autónoma, mediante el recurso a una progresiva extensión de sus
poderes soberanos, en una entidad supraestatal.

Bien entendido que con ello no pretendemos negar la posibilidad de que la


organización supranacional pueda constituir una etapa previa para alcanzar la
supraestatalidad, por el contrario creemos que el fenómeno de la supranacionalidad se
orienta y puede llegar a culminar en la creación de un ente supraestatal; lo que negamos es
que este proceso pueda desarrollarse sin o en contra de la voluntad de los estados
miembros y por la exclusiva actuación de la organización supranacional.

A la luz de estas consideraciones podemos distinguir el fenómeno de la


supranacionalidad de las diversas manifestaciones que puede presentar aquel otro de la
supraestatalidad. Una organización supranacional se distingue netamente de una entidad
supraestatal de estructura federal por el hecho de que mientras en ésta todos los poderes
no expresamente atribuidos a los estados federados son competencia exclusiva de la
Federación, es decir, la plenitud de la soberanía pertenece a la Federación, y no a sus
miembros, en la organización supranacional sus órganos únicamente poseen los poderes
explícitamente atribuidos por sus estados miembros, son éstos pues, y no aquélla, los que
gozan de la plenitud de soberanía política.

Esta característica aproxima, ciertamente, la organización supranacional a la


estructura supraestatal de corte confedera¡, a la Confederación, que únicamente goza de
los poderes que expresamente se recogen en su tratado constitutivo, pero en cambio tales
poderes son fundamentalmente, aunque no de manera exclusiva, de naturaleza política y/o
militar, en tanto que en la organización supranacional sus poderes son predominantemente
jurídicos y sectoriales (comercio, finanzas, tecnologías, etc.) y únicamente traducen una
naturaleza «política» en la medida en que efectivamente detrás de toda transferencia de
competencias soberanas del Estado a una organización existe una voluntad «política», por
especializadas y técnicas que sean las competencias cedidas. Finalmente, la organización
supranacional, al igual que las entidades supraestatales de carácter federal o confederal, se
diferencian de las estructuras supraestatales imperiales en el hecho definitivo de que éstas
surgen de la imposición o dominio de uno de los miembros sobre los demás, en tanto que
aquéllas surgen de la voluntad soberana de los estados miembros.

2. Operatividad de la Organización:

Si las organizaciones supranacionales gozan de una soberanía normativa y ejecutiva


en determinadas competencias o respecto de poderes expresamente determinados, es
indudable que el ejercicio de dicha soberanía sólo puede lograrse si paralelamente la
organización posee los recursos (humanos, materiales y jurídicos) necesarios y sobre todo,
si goza de la independencia suficiente para utilizar y asignar tales recursos al logro y
ejecución de sus decisiones soberanas. En definitiva, la supranacionalidad exige la
operatividad de la organización, tal y como la hemos expresado al referirnos a la distinción
entre organizaciones normativas y operativas.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 20

Desde luego, la operatividad no es una característica única y exclusiva de las


organizaciones supranacionales, pues existe análogamente en muchas organizaciones
estrictamente internacionales, pero sí podemos concluir que es una condición necesaria,
una condición «sine qua non» para que pueda existir con plenitud la supranacionalidad de
una organización. Ahora bien, desde luego la operatividad consustancial a toda
organización supranacional no debe entenderse de modo exclusivo y excluyente, en el
sentido de absoluta y total desconexión de sus medios humanos y materiales
(principalmente económicos) respecto de los utilizados por los estados miembros,
semejante valoración de la nota de operatividad, que puede llegar a darse en la realidad,
presupone un planteamiento maximalista demasiado limitativo para el concepto de
supranacionalidad; basta, por tanto, con que la organización goce de una efectiva
independencia (decisional y ejecutiva) en la utilización de sus recursos humanos y
materiales garantizada por el ordenamiento jurídico para que puedan darse los
fundamentos de operatividad propios de la supranacionalidad.

Veámoslo con algunos ejemplos. Con anterioridad a 1979 el Parlamento Europeo se


componía de 198 parlamentarios (tras la primera ampliación) designados por los
parlamentos de cada Estado miembro con arreglo al procedimiento previsto en cada uno de
ellos (artículos 138-1 del Tratado de la CEE; 108-1 del Tratado de la CEEA; 21 del Tratado
de la CECA y 1 del Tratado sobre Instituciones Comunes) y distribuidos entre los diversos
países miembros del modo siguiente: 36 parlamentarios de cada uno de los siguientes
países: República Federal de Alemania, Francia, Italia y Reino Unido 14 procedentes de
Bélgica y los Países Bajos 10 para Dinamarca e Irlanda y/o para Luxemburgo.

Durante los días 8 y 10 de junio de 1479 se celebraron las primeras elecciones por
sufragio universal, directo y secreto al Parlamento Europeo, de acuerdo con lo previsto en
los tratados fundacionales (artículos 138-3 TCEE; 108-3 TCEEA; 21 TCECA, y 1 y 2 del
TIC) y con la decisión del Consejo de Ministros del 21 de septiembre de 1976, por la que se
ampliaba el número de escaños a 410, lo que supuso la definitiva desvinculación de los
miembros de este órgano comunitario de los respectivos órganos parlamentarios
nacionales. No obstante, si bien es cierto que las elecciones directas al Parlamento
Europeo suponen un avance importante en la consolidación de la independencia y
operatividad de este órgano, y de este modo de la supranacionalidad comunitaria, no puede
pensarse que con anterioridad a 1979 el Parlamento Europeo era un simple órgano de
expresión de la voluntad de los parlamentos nacionales, y sin competencias y poderes
efectivos, aunque ciertamente muy limitados.

La agrupación de los miembros del Parlamento Europeo en función de la


pertenencia a determinados partidos políticos en lugar de su procedencia nacional, unido a
las competencias que le reconocían los tratados fundacionales, entre las que destacan el
control presupuestario y, sobre todo, la moción de censura a los miembros de la Comisión
contemplada en los artículos 144 del TCEE; 114 del TCEEA y 2 del TIC, testimonian
claramente la naturaleza supranacional de este órgano en contraste con los poderes
otorgados a las asambleas o parlamentos de otras organizaciones internacionales.

Otro tanto cabría referir respecto a la Comisión y al Tribunal de Justicia de las


Comunidades Europeas con referencia exclusiva a los medios humanos de esta
organización. Por otro lado, con relación a los medios económicos, resulta importante
señalar que con la aprobación de la Unión Aduanera, completada el 1 de julio de 1968, y
más tarde con la introducción del Impuesto sobre el Valor Añadido (primera y segunda
directrices del 11 de abril de 1967), se logra desvincular también el presupuesto comunitario
de los presupuestos nacionales de los que se habían nutrido los fondos comunitarios hasta
ese momento.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 21

En definitiva, la nota de operatividad de toda organización supranacional presupone


la existencia de una gradación en cuanto a la procedencia y adscripción de sus recursos
humanos y materiales, que no debe, sin embargo, impedir o condicionar la independencia
en la utilización de tales recursos por parte de los órganos supranacionales.

3. Independencia orgánica y política.

Al igual que apuntábamos para la característica anterior, la nota de independencia


orgánica y política que es esencial en las organizaciones supranacionales no es tampoco
exclusiva de ellas, pues se da en ocasiones en las organizaciones internacionales.

Por independencia orgánica entendemos que los órganos supranacionales no


pueden quedar sometidos, ni depender jurídica, administrativa y funcionalmente más que de
otros órganos de la organización, pero no de los estados miembros o de sus respectivas
administraciones públicas. Por ejemplo, la legalidad de las normas emanadas de la
Comisión de las Comunidades puede ser juzgada exclusivamente por el Tribunal de Justicia
de las Comunidades, y cuando debe ser aplicada por los tribunales nacionales a un caso
concreto, éstos deberán recabar del Tribunal de Justicia comunitario su correcta
interpretación a través del recurso prejudicial.

La independencia orgánica no cabe equipararla a la independencia política de los


órganos supranacionales, por cuanto ésta última significa que tales órganos sólo pueden
ser sometidos a un control político en el ejercicio de sus funciones propias (moción de
censura, etc.) por otros órganos de la organización pero nunca de forma directa e inmediata
por órganos políticos de los estados miembros. Desde luego esto no supone una radical y
absoluta desvinculación entre la acción política de los gobiernos de los países miembros y
los órganos supranacionales, con frecuencia las interrelaciones entre unos y otros son más
profundas de lo que pueden mostrar los documentos jurídicos o los análisis teóricos, pero
desde luego sí exige apreciar la sutil distinción entre las influencias y/o condicionamientos
políticos de lo que es un control político, en su sentido estricto, sobre las actividades
desarrolladas por los órganos supranacionales.

En resumen, el concepto de supranacionalidad contiene, tanto desde la óptica


jurídica como desde la perspectiva politológica, una serie de elementos o notas definitorias
que, tomadas en su conjunto y no de manera aislada, permiten distinguirlo claramente de
otros conceptos afines como son el de internacionalidad, estatalidad y supraestatalidad.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

CAPÍTULO 10
LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS.

1. La creación de las Naciones Unidas.

El primer paso hacia la constitución de una nueva organización internacional que llegase a
asumir las principales funciones atribuidas a la Sociedad de Naciones, se adoptó con motivo de la
entrevista mantenida en agosto de 1941 entre el Primer Ministro británico Winston Churchill, y el
Presidente norteamericano, Franklin Delano Roosevelt. En la propuesta de declaración, remitida
por Churchill a Roosevelt el día 10 de agosto figuraba una referencia a la creación de una
organización mundial en los siguientes términos:
«Quinto: Aspiran a una paz que no sólo acabe para siempre con la tiranía nazi, sino que
mediante una organización internacional eficaz, proporcione a todos los estados y pueblos los
medios de vivir seguros dentro de sus propias fronteras, y cruzar los mares y los océanos sin
temor a agresiones ilegales, y sin necesidad de mantener gravosos armamentos».

No obstante, la idea será recogida en términos muy vagos en la declaración conjunta de


ambos dirigentes conocida como la Carta del Atlántico (12 agosto de 1941), en la que únicamente
se habla de: «el establecimiento de un sistema de seguridad general más amplio y permanente»
así como de «la más amplia colaboración entre todas las naciones en el terreno económico, al
objeto de asegurar mejores condiciones de trabajo, progreso económico y seguridad social para
todos».

Unos meses más tarde, y tras la entrada en guerra de los Estados Unidos, los veintiséis
aliados formulan en Washington la Declaración de las Naciones Unidas (1 enero 1942), en la que
se reafirman los puntos básicos de la Carta del Atlántico y se manifiesta la voluntad común de
proseguir la guerra hasta el triunfo final.

No obstante, será en la Declaración de Moscú (30 de octubre 1943), firmada por los
Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido y China donde figure por vez primera una
manifestación clara e inequívoca de: «la necesidad de crear, a la mayor prontitud posible, una
organización internacional general, basada en el principio de igualdad soberana de todos los
estados amantes de la paz, y abierta a todos los estados que cumplan esta condición, grandes y
pequeños, para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales.

Durante estos dos años, se había logrado perfilar el acuerdo básico entre las grandes
potencias aliadas en torno a los campos prioritarios de actuación de la futura organización. Estos
eran básicamente dos: el relativo a la seguridad internacional, cuestión esencial si consideramos
que nos encontramos en el momento álgido de la Segunda Guerra Mundial, y todo lo relacionado
con un orden social, económico y jurídico para la postguerra.

Tras la Declaración de Moscú, el gobierno norteamericano sugirió la celebración de una


conferencia de expertos que tendría como misión desarrollar las propuestas jurídico-políticas
referentes a la estructura y competencias de la organización. Con tal motivo se reunieron expertos
de los países aliados en la Conferencia de Dumbarton Oaks (21 agosto -7 octubre 1944), y
procedieron a la elaboración de unos proyectos que fueron sometidos a los gobiernos de los
países participantes para la formulación de enmiendas.

A fines de 1944 los aliados estaban convencidos de la derrota, en un período más o menos
largo, de las potencias del Eje. Se trataba, en consecuencia, de sentar las bases del orden
mundial de la postguerra, en el que la futura organización constituiría una pieza clave. Sin
embargo, la celebración de la Conferencia de Bretton Woods (1 a 22 julio 1944) para constituir un
nuevo sistema monetario y comercial, demostró hasta que punto los aliados, especialmente los
Estados Unidos y el Reino Unido, querían diferenciar la dimensión económica de la estrictamente
jurídico-política en ese nuevo orden mundial.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2

Decididos a constituir la nueva organización, y disponiendo de las propuestas formuladas


en Dumbarton Oaks, Roosevelt, Churchill y Stalin reunidos en la Conferencia de Yalta (5 al 12
febrero 1945) adoptaron tres históricas decisiones en relación con este tema:
1. La convocatoria de una Conferencia en los Estados Unidos, el 25 de abril de ese mismo
ano, para proceder a la negociación y firma del Tratado constitutivo de la organización. A dicha
conferencia fueron convocados los países firmantes de la Declaración de las Naciones Unidas, y
las naciones asociadas que hubiesen declarado la guerra a las potencias del Eje antes del 1 de
marzo de 1945.
2. El sistema de voto en el Consejo de Seguridad que para las cuestiones que no fuesen
de procedimiento se requeriría el voto afirmativo de siete miembros, incluido el voto de los
miembros permanentes de dicho Consejo.
3. La unificación de criterios entre las grandes potencias aliadas en orden a establecer un
régimen de tutela internacional para ciertos territorios.

Tal y como había sido acordado, el 25 de abril de 1945 se procedió a la apertura de la


Conferencia de San Francisco en la que participaron 50 países. Concluyó sus trabajos el 16 de
junio de 1945 con la firma, el 26 de ese mismo mes, de los textos de la Carta de las Naciones
Unidas y del Estatuto del Tribunal de Justicia. Todavía habría que espera hasta el 24 de octubre
para que se constituyese oficialmente la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tras el
depósito de las ratificaciones de la mayoría de los países signatarios, incluidos los cinco miembros
permanentes, y Polonia, que se adhirió a ambos documentos, aunque no había participado en la
Conferencia de San Francisco.

Durante la celebración de la Conferencia de San Francisco, se produjo la rendición de


Alemania, proclamada por la Declaración conjunta de las cuatro potencias aliadas (Estados
Unidos, Reino Unido, Unión Soviética y Francia) del 5 de junio de 1945. No obstante, la guerra
continuaba contra Japón, lo que motivó la celebración de una nueva Conferencia entre el
Presidente Truman (Estados Unidos); el Primer Ministro Attlee (Reino Unido) y Stalin (Unión
Soviética), que tuvo lugar en la ciudad alemana de Pots-dam (17 a 25 de julio 1945) y de la que
salió un nuevo Acuerdo (2 agosto 1945).

En el capítulo X de dicho acuerdo se fijaban los criterios generales para la admisión de


nuevos miembros en la Organización, y muy especialmente, la actitud favorable a la incorporación
de Italia, Hungría, Rumania, Bulgaria y Finlandia, una vez se hubiesen concluidos los Tratados de
Paz y se hubiesen implantado «gobiernos democráticos».

Particular importancia poseía, para el futuro del Gobierno español y la candidatura de


nuestro país a la Organización, el párrafo en el que las tres potencias aliadas, tras declarar su
disposición a apoyar las candidaturas de los países neutrales, afirmaban: «No obstante, se creen
obligados a declarar que, por su parte, no apoyarán la candidatura del actual Gobierno español,
que establecido con la ayuda de las potencias del Eje, no posee, en razón de sus orígenes, de su
carácter y de su estrecha asociación con los países agresores, las cualidades necesarias para
justificar su admisión en las Naciones Unidas».

Finalmente, tras las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki (6 y 9 de agosto de


1945) y la entrada en guerra de la Unión Soviética (9 de agosto de 1945), se produjo la
capitulación de Japón el 2 de septiembre de ese mismo año. Con ella se cerraba el capítulo de la
Segunda Guerra Mundial y se iniciaba el período de la postguerra, destinado a erigir el orden
internacional pactado por las potencias aliadas, uno de cuyos epicentros giraba en torno a la
Organización de las Naciones Unidas.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3

2. Los propósitos y principios de las Naciones Unidas.

Los fines y propósitos de las Naciones Unidas aparecen formulados en el Preámbulo y el


artículo 1 de la Carta, en los siguientes términos:
«Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas.
Resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra, que dos veces
durante nuestra vida han inflingido a la Humanidad sufrimientos indecibles; a reafirmar la fe en los
derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la
igualdad de derechos de hombres y mujeres, y de las naciones grandes y pequeñas; a crear
condiciones bajo las cuates puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones
emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional; a promover el progreso
social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de libertad...

Artículo 1. Los propósitos de las Naciones Unidas son:


Primero.- Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin tomar medidas
colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión
u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los
principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o
situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz.

Segundo.- Fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al


principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos, y tomar otras
medidas adecuadas para fortalecer la paz universal.

Terrero.- Realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales


de carácter económico, social, cultural o humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a
los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos sin hacer distinción por motivos
de raza, sexo, idioma o religión, y

Cuarto.- Servir de centro que armonice los esfuerzos de las naciones por alcanzar estos
propósitos comunes.

Si nos hemos detenido en citar ambos textos es porque en ellos aparece formulada la
filosofía política inspiradora de toda la actividad de la Organización. No se trata sólo de una mera
enumeración de fines generales, más o menos imprecisos, cuya validez jurídica es incuestionable.
Se trata, precisamente, de aquella parte del Tratado fundacional de la Organización de las
Naciones Unidas al que debemos remitirnos para descubrir la interpretación correcta del resto de
su articulado, así como para realizar una correcta valoración política de sus actuaciones a lo largo
de su trayectoria histórica.

En el artículo 1 se establece una jerarquía entre los diversos propósitos enunciados. En


ella, el primer fin de la ONU es mantener la paz y la seguridad internacionales. Evidentemente el
hecho de que la organización se geste durante la contienda bélica y se constituya en los primeros
meses posteriores a su conclusión, no es ajeno a la importancia que se le atribuye a ambos
objetivos en el futuro orden internacional.

Como ha señalado muy oportunamente CARRILLO:


«En aquel momento, las Naciones Unidas se establecieron con una finalidad básica, el
mantenimiento de la paz y seguridad internacionales, y de ahí que fueran concebidas, ante todo,
como un foro en el que plantear los conflictos internacionales, y como un sistema de seguridad
colectiva respecto de aquellas crisis internacionales en las que los miembros permanentes del
Consejo de Seguridad no estuviesen enfrentados directa o indirectamente. En 1945, por tanto, la
ideología de la ONU se basó en un objetivo prioritario: el mantenimiento de la paz y la seguridad
internacionales... ».
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4

Una observación se impone antes de seguir adelante. En la Carta de San Francisco el


fenómeno de la paz aparece íntimamente asociado al de la seguridad. Entre los países
fundadores no se conciben unas posibilidades serias de alcanzar y garantizar la paz internacional
sin instrumentos eficaces que generen y perpetúen la seguridad entre los países de la comunidad
internacional. A «sensu contrario» se podría afirmar que todos aquellos fenómenos o procesos
que provocan inseguridad entre los miembros de la comunidad internacional amenazan la paz y,
consiguientemente, caen dentro de la esfera de competencias de la organización por afectar a su
finalidad prioritaria.

La propia Carta establece una distinción entre dos categorías de fenómenos perturbadores
de la paz y la seguridad internacionales:
a) Los actos de agresión o quebrantamientos de la paz.
b) Las controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a
quebrantamientos de la Paz.

En otras palabras, diferencia entre las actividades que implican el uso de la violencia, de
aquellas otras que, aun suponiendo un conflicto entre las partes, se desarrollan en el ámbito no
violento de las relaciones internacionales. Respecto de las primeras se contemplan medidas
colectivas, tanto de prevención como de intervención, por parte de la propia Organización, y la
única cualificación que se establece respecto de ellas es que deben ser «eficaces». En
consecuencia, se adopta el criterio de la seguridad colectiva, en su doble dimensión: como fin y
como medio.

Con relación al segundo tipo de fenómenos que entrañan un riesgo o amenaza indirecta y
potencial para la paz, se contempla la adopción de medidas de solución pac ífica de conflictos que
además deben cumplir dos condiciones: ajustarse a principios de justicia y ser conformes a la
legalidad internacional.

En consecuencia, podríamos afirmar que la Organización queda así limitada en ambos


supuestos, por el principio general de proporcionalidad entre medios y fines. Ciertamente la Carta
legaliza y legítima el uso de la violencia por la Organización en nombre de la comunidad
internacional, pero no es menos cierto que esta, legalización no es genérica e ilimitada, y está
sometida a serias restricciones de carácter formal y material.

Pero la propia Carta considera también que la paz y seguridad internacionales no sólo se
alcanzan mediante medidas de naturaleza política (diplomáticas o militares) o jurídica, destinadas
a prevenir, reducir o eliminar los conflictos internacionales. Junto a ellas es necesario adoptar
medidas orientadas a potenciar las relaciones de cooperación. Estas son consideradas también
como objetivos básicos que deben orientar la actividad de la Organización, y con el transcurso de
las décadas y el incremento del número de estados miembros, estas finalidades han llegado a
constituir el sustrato más amplio e intenso de las tareas de la Organización. En tal sentido, se
mencionan expresamente tres formas.genéricás.de cooperación que implican otros tantos niveles
de compromiso y protagonismo:

a) Fomento de las relaciones de amistad entre las naciones. Tales relaciones de amistad
pueden sustentarse en los principios internacionales: 1º: la igualdad de derechos entre los pueblos
y 2°: su libre determinación.

Es de destacar que la referencia a ambos principios en este artículo de la Carta se realiza


sin ningún tipo de restricción a su condición de miembros, de lo que cabe deducir su validez
universal, y por tanto la atribución de competencias implícitas a la organización para fomentar
cuantas relaciones de amistad se desarrollen entre las naciones, sean, o no miembros de la
Organización siempre que cumplan con estos principios.

b) Realización de actividades de cooperación internacional que tengan por fi nalidad la


solución de problemas internacionales (económicos, sociales, culturales o humanitarios), y, la
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5

defensa y desarrollo de los derechos humanos y las libertades fundamentales, así como cuantas
otras medidas fortalezcan la paz internacional.

Si en el supuesto anterior se le atribuía a la Organización un protagonismo indirecto o


mediato respecto de los pueblos y/o naciones como principales actores de la adopción de
medidas de cooperación, en este caso la Organización incorpora como parte de sus fines la
intervención directa, la ejecución inmediata de soluciones específicas destinadas a resolver la
diversidad de problemas que afectan a las relaciones, entre los miembros de la comunidad
internacional y amenazan con provocar una ruptura del orden pacífico. Resulta especialmente
reveladora la expresa mención de los derechos humanos y libertades fundamentales, como uno
de los ámbitos en los que se le confiere a la Organización una intervención activa.

La intervención activa y resolutoria de la Organización en los problemas internacionales


sólo cuenta con una limitación imperativa: la no discriminación por razones de sexo, raza, idioma
o religión. En nuestra opinión, el principio de no discriminación está referido tanto a la defensa de
los derechos humanos como a cuantas soluciones se arbitren por la Organización a los problemas
económicos, sociales, culturales y humanitarios.

Semejante interpretación no equivale a considerar que la Organización no adopte


soluciones ante las desigualdades o discriminaciones internacionales que ciertas colectividades
sufren precisamente en razón de su sexo, raza, idioma o religión, porque ello pudiese
interpretarse como un reconocimiento implícito de tales diferencias, que, por otro lado, forman
parte de esa realidad problemática que la Organización está llamada a resolver. Lo que significa
es que la Organización debe desarrollar sus actividades de cooperación siguiendo los criterios de
eficacia y adecuación de tales medidas para la solución de los problemas que afectan a la paz
internacional, sean cuales sean las características de sexo, raza, idioma o religión de las
colectividades a las que tales medidas vayan destinadas, y que nunca estas características
constituirán el criterio decisivo para determinar la adopción o no de las actuaciones de la
Organización.

c) Institucionalización de los esfuerzos internacionales para alcanzar los fines comunes de


paz y seguridad.

Sintetizando todo lo anterior, podríamos decir que el artículo 1 establece los fines que
justifican la existencia de la Organización. Tales objetivos o propósitos de las Naciones Unidas se
diferencian entre sí atendiendo a su importancia intrínseca para la supervivencia y evolución
progresiva de la propia sociedad internacional. Desde esta perspectiva debemos distinguir entre el
objetivo principal que sería la garantía de la paz, y los objetivos secundarios, entre los que se
encontrarían: la seguridad internacional, el fomento de las relaciones de amistad entre los pueblos
y/o las naciones, la solución de los problemas internacionales económicos, sociales, culturales y
humanitarios; el desarrollo y protección de los derechos humanos, la creación de instituciones que
faciliten la cooperación internacional. Estos últimos sólo adquieren su plenitud de significado para
la organización en la medida en que contribuyen directamente a la materialización efectiva del fin
principal.

Establecidos los fines que justifican la existencia y atribución de competencias a la


Organización, la Carta especifica aquellos principios que deben presidir y, al propio tiempo, limitar
las actuaciones, tanto de la propia Organización como de los propio miembros. Estos principios
aparecen enunciados principalmente en el artículo 2 y en algunos otros artículos concordantes de
la Carta. Podemos agruparlos en tres categorías:

a) Principios declarativos.
Son aquellos principios que formulan los valores jurídico-políticos esenciales sobre los que
se sustenta todo el entramado de relaciones entre los miembros o de éstos con la Organización.
Entre estos principios podemos citar los siguientes:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6

1. El Principio de igualdad soberana de todos los estados miembros.


Este principio sustenta dos valores fundamentales y mutuamente relacionados. De una
parte se reconoce que la creación y el funcionamiento de la Organización descansan en la
existencia de los poderes soberanos de los estados con los que resulta plenamente compatible.
Desde esta perspectiva, las Naciones Unidas no pretenden convertirse en una Organización
supraestatal ni mucho menos, en un gobierno mundial susceptible de asumir total o parcialmente
las actuales competencias soberanas de los países miembros. El reconocimiento de esta
soberanía estatal conduce necesariamente al respeto, por parte de la Organización, de aquellas
materias y competencias que pertenecen a la esfera reservada de la soberanía estatal.

Por otro lado, el principio establece la igualdad de todos los estados. Ciertamente, esta
igualdad debe interpretarse como igualdad jurídico o igualdad ante la norma jurídica que obliga y
protege a todos los estados miembros por igual, sean cuales sean sus potencialidades
económicas, territoriales, militares, demográficas, etc. Naturalmente este principio no desconoce
la existencia de tales diferencias «de facto» entre los países que, ciertamente, terminan
condicionando la eficacia política del principio que sigue conservando íntegra su validez jurídica.
Esta insoluble tensión entre la realidad política y jurídica ha tratado de ser mitigada, precisamente
para lograr una mayor eficacia de la Organización, en el principal órgano ejecutivo, el Consejo de
Seguridad, reconociendo a aqueIlos países que en el momento fundacional gozaban de un
poderío mundial indiscutible de una representación permanente y un limitado «derecho de veto».

2. El principio de la Justicia en la solución paicífica de conflictos (artículos 1, párrafo 1, y 2,


párrafo 3).
Este principio impone la necesidad de que las actuaciones de la Organización y de sus
miembros, encaminadas a la resolución por medios pacíficos de los conflictos que amenazan la
paz internacional, deben responder no sólo a la legalidad internacional, es decir, ajustarse al
Derecho Internacional, sino también a los criterios de justicia, incluida la justicia social, que la
Comunidad Internacional acepta plenamente.

3. El principio de libre determinación de los pueblos (artículo 1).


Este principio figura recogido en el artículo 2; sin embargo, el desarrollo normativo y la
práctica de las Naciones Unidas avalan, sin ningún tipo de reserva, el reconocimiento de la libre
determinación de los pueblos como uno de los principios jurídico-políticos rectores de la vida
internacional. El alcance histórico de la adopción de este principio en la Carta, se puede
comprender plenamente desde la atalaya de la Sociedad internacional de nuestros días en la que
el proceso de descolonización se encuentra prácticamente concluido.

4. El principio de universalidad de la paz y seguridad internacionales.


Este principio subraya la idea de que el logro y mantenimiento de la paz y seguridad
internacionales no son únicamente unos objetivos importantes para la Organización y sus
miembros, sino que constituyen unos valores fundamentales de las relaciones entre todos los
miembros de la Sociedad In ternacional con independencia de su pertenencia a las Naciones
Unidas. Esta dimensión universal nace tanto de la experiencia inmediata que los países aliados
habían adquirido sobre las dimensiones mundiales que los conflictos bélicos podían adquirir,
como de la creciente conciencia de la mutua vulnerabilidad que en el plano político-militar poseían
todos los países, especialmente a partir de la experiencia nuclear.

La paz y . la seguridad internacionales, en cuanto principios universales, marcan los límites


de la soberanía estatal y condicionan los medios que la Comunidad Internacional considera
aceptables para que los estados se relacionen entre sí.

5. El Principio de supremacía jurídica de la Carta. (Artículo 103).


Según lo dispuesto por el artículo 103: «En caso de conflicto entre las obligaciones
contraídas por los Miembros de las Naciones Unidas, en virtud de la presente Carta y sus
obligaciones contraídas en virtud de cualquier otro convenio internacional, prevalecerán las
obligaciones impuestas por la presente Carta.»
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 7

Semejante texto establece una superioridad jurídica de la Carta de las Naciones Unidas
respecto de otros tratados internacionales, anteriores o posteriores, que obliga a los estados
miembros, pues éstos han realizado una expresa aceptación de los términos de la Carta, incluido
el artículo 103, ya fuese en el momento de su aprobación en 1945 o en el momento de su
adhesión posterior. En virtud de ello no han faltado autores que han considerado a la Carta de las
Naciones Unidas un tratado especial y único.

Sin entrar en el debate técnico-jurídico respecto de la supremacía de la Carta en relación


con tratados anteriores o posteriores concluidos entre un Estado miembro y un Estado no
miembro, sí conviene señalar algunas ideas importantes. En primer término, dado que en la
actualidad la Organización cuenta entre sus miembros con la casi totalidad de estados de la
Sociedad Internacional y está vinculada a un número significativo de importantes Organizaciones
Internacionales, Gubernamentales y no Gubernamentales, debemos aceptar que el ámbito de
aplicación de este principio se ha ampliado sustantivamente respecto del momento de la
fundación de las Naciones Unidas.

De lo anterior se desprende que la supremac ía jurídica de las Naciones Unidas ha pasado


a convertirse en un principio que sustenta el orden internacional imperante, y en virtud del cual los
países y demás miembros de la Comunidad Internacional encuentran delimitado el campo de su
actuación jurídica y política por los derechos y obligaciones establecidos en la Carta de San
Francisco.

Finalmente; convendría recordar que esta supremacía jurídica posee importantes efectos
políticos, económicos, sociales y humanitarios para la Sociedad Internacional, en la medida en
que la Carta atribuye obligaciones y competencias a la Organización en todas estas materias. Es,
por tanto, un ejemplo paradigmático de cómo un principio netamente jurídico termina,
convirtiéndose, por su eficaz funcionamiento a lo largo del tiempo en un principio de alcance
político.

b) Principios de actuación.
Estos principios imponen obligaciones de acción a los estados miembros o a la propia
Organización, de tal modo que la mera omisión constituye en sí misma una violación de los
principios. Entre ellos destacan:

1. El principio de cumplimiento de buena fe de las obligaciones establecidas por la carta.


Según este principio los estados miembros no sólo aceptan las obligaciones estipuladas en
la Carta, sino que también condicionan las formas de su cumplimiento, de tal modo que sus
actuaciones no supongan una deliberada voluntad de ocasionar perjuicios adicionales e
innecesarios a terceros, amparándose en e1 cumplimiento de sus obligaciones. Este principio
afecta también a las obligaciones derivadas de cualesquiera fuentes jurídicas internacionales
distintas de la Carta.

2. El principio de arreglo pacífico de controversias.


Este principio obliga a los estados a resolver sus controversias mediante las fórmulas de
solución pacífica, aun cuando no establece la obligatoriedad (le seguir una de ellas en concreto, ni
tan siquiera aquellas que la Carta expresamente reconoce y regula. Por ejemplo, el recurso al
Tribunal Internacional de Justicia de las Naciones Unidas.

3. El principio de asistencia a la Organización


Los estados miembros, según la Carta, se encuentran obligados a colaborar activamente
con la Organización en cualquiera de las actuaciones que realice. Ello exige que los estados
miembros no sólo no obstaculicen las actividades de la Organización sino que impone una
obligación general de colaboración con ella. Esta obligación de colaboración positiva con las
Naciones Unidas se extiende también a las acciones de prevención y mantenimiento de la paz
contempladas en el capítulo VII de la Carta.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 8

4. El principio de autoridad de las Naciones Unidas sobre los estados no miem bros.
Las Naciones Unidas nacieron con una vocación universalista, entendida en un doble
sentido. Primero en cuanto que aspiraba a incorporar como miembros a todos los estados de la
Sociedad Internacional. Pero la vocación universalista se manifestaba también en su declarada
voluntad de lograr que los objetivos y principios inspiradores de la Carta terminasen admitiéndose
por todos los estados de la Comunidad Internacional, incluidos aquellos que no formaban parte de
la Organización. Esta concepción aparece expresamente recogida en el párrafo 6, del artículo 2, y
venía avalada políticamente por lar pertenencia de las principales potencias aliadas entre los
países fundadores de las Naciones Unidas.

No obstante, una cosa es la aspiración a desempeñar una función de autoridad


internacional, en las distintas esferas que afectan a las relaciones entre todos los actores de la
Sociedad Internacional, y otra muy distinta, su asimilación a la idea de un Gobierno Mundial. Este
principio, formulado de forma incipiente e incompleta en la Carta, ha sido ampliamente
desarrollado por las Naciones Unidas durante las décadas posteriores, en sintonía como los
cambios experimentados por la propia Sociedad Internacional. Así lo ha reconocido CARRILLO
con estas palabras: « Las Naciones Unidas son hoy, en mi opinión, muy distintas de como fueron
concebidas en 1945, ya que en la actualidad se configuran como la estructura institucional de una
incipiente comunidad internacional, interdependiente, solidaria y universal. Sus lagunas e
insuficiencias son innegables, pero a pesar de ellas han contribuido a la consolidación de la
noción de comunidad internacional. No estamos aún ante, una federación mundial, pero si ante
una institución política, progresivamente dedicada a actividades operacionales y al planteamiento
de problemas globales que afectan e interesan a la comunidad internacional en su conjunto».

Pero esta vocación universalista se convierte en obligación imperativa para la


Organización, y sus miembros, cuando, se trata de lograr que los estados no miembros ajusten
sus actuaciones a los fines y principios de la Carta, con objeto de garantizar la paz y seguridad
internacionales. En este terreno la redacción del citado párrafo 6 del artículo 2 no deja, a nuestro
juicio, ningún margen de aleatoriedad.

c) Princípios de prohibición.
Son aquellos principios que impiden a los países miembros y a la Organización realizar
determinadas acciones o recurrir a ciertos medios en sus relaciones por resultar contrarios a los
fines reconocidos por la Carta. También establecen la prohibición de actuaciones que siendo
compatibles con estos fines, caen fuera del ámbito de competencias de la Organización por
pertenecer a la esfera de la soberanía estatal. Los principios enunciados en esta categoría son:
1. El principio de abstención de la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad
territorial o la independencia de los estados.
2. El principio de denegación de ayuda a cualquier Estado sometido a acciones
preventivas o coercitivas por parte de las Naciones Unidas.
3. El principio de excepción de la jurisdicción interna de los estados.

Con posterioridad la Resolución 2625 (XXV), del 24 de octubre de 1970, que recoge la
declaración sobre los principios de Derecho Internacional, referentes a las relaciones de amistad y
a la cooperación entre los estados, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas, o la
Resolución 3.281 (XXIX) de 1974 que aprueba la Carta de derechos y deberes económicos de los
estados, vinieron a formular nuevos principios jurídicos o a completar algunos de los enunciados
en la Carta. Entre ellos podemos citar: el principio de no intervención en los asuntos internos de
los estados o el principio de cooperación pacífica entre los estados. No obstante, como se ha
señalado por la doctrina, él simple enunciado de estos principios en los textos declarativos
señalados no permite atribuirles una obligatoriedad de derecho positivo equiparable a la que
poseen los principios formulados por la Carta.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 9

3. El ingreso de miembros en las Naciones Unidas


La ONU es una organización internacional gubernamental, ello nos indica que sus
miembros son estados soberanos. La Carta regula las cuestiones relativas a la membresía en su
capítulo II, artículos 3 al 6, en donde se recoge de forma inequívoca la condición estatal de sus
miembros.

En la Carta se distinguen dos categorías de miembros que son los miembros ordinarios y
los miembros admitidos. Esta distinción deriva de las diferencias en el momento y el modo de
acceso a la Organización, pero no suponen diferencias en cuanto a las obligaciones y derechos
de unos y otros, salvo, claro está, el derecho que tuvieron los miembros originarios de aceptar y/o
condicionar la admisión de nuevos miembros en la Organización. Este derecho que
sustantivamente no difiere entre ambas categorías de miembros, sí tuvo una importancia
significativa en los primeros años de existencia de la Organización.

Para ser miembro de las Naciones Unidas existen una serie de requisitos que son
comunes tanto a los miembros originarios como a los admitidos. En nuestra opinión tales
requisitos no deben ser considerados únicamente «condiciones de fondo para la admisión», como
señala DIEZ DE VELASCO, sino condiciones generales y permanentes sin cuyo concurso no sólo
no puede accederse al «status» de miembro Sino que no puede mantenerse dicha situación, es
decir, se trata de condiciones necesarias y suficientes como señalaba el TIJ en su dictamen del 28
de mayo de 1948. Junto a estos requisitos esenciales existen otros específicos para cada una de
ambas categorías de miembros que afectan de modo particular al procedimiento de acceso a la
Organización.

En principio no encontramos una base suficiente en la Carta que permita sustentar un


tratamiento distinto a dos miembros, uno originario y otro admitido, que incumplan de modo
idéntico algunas de las condiciones necesarias para gozar de su condición de membresía.
Tomemos como ejemplo la reciente unificación alemana que ha ocasionado como una de sus
consecuencias la pérdida de la estatalidad de la República Democrática Alemana, lo que ha
ocasionado la pérdida de su condición de miembro de las Naciones Unidas por faltar el requisito
de la estatalidad. Estimamos que semejante solución ha sido aplicada también en el caso de la
creación de la República Árabe Unida a partir de la unión entre Egipto y Siria, ambos países
fundadores, legalizada por el plebiscito de 1958. En este caso ambos miembros originarios
pasaron a configurar un solo miembro en el seno de la Organización, si bien no fue necesario el
procedimiento de admisión de la RAU.

Los requisitos comunes a todos los miembros de las Naciones Unidas aparecen recogidos
en el artículo 4, párrafo l, y son los siguientes:
a) Ser estados,
b) Amantes de la paz.
c) Aceptación de las obligaciones de la Carta.
d) Capacidad de cumplimiento de las obligaciones de la Carta.
e) Disposición al cumplimiento de las obligaciones de la Carta. La apreciación del
cumplimiento de estás dos últimas condiciones queda expresamente reservada a la Organización.

Como tendremos ocasión de constatar, estas condiciones han sido aplicadas con criterios
políticos más que jurídicos, por lo que carece de sentido realizar una interpretación legal y
formalista que desconozca el contenido concreto y real que la Organización les ha conferido a
través de una práctica de más de cuatro décadas.

La condición de estatalidad debe ser interpretada en el sentido de reunir los requisitos,


materiales y formales, que hemos analizado al hablar del Estado. No obstante, la interpretación
que las Naciones Unidas han hecho en cuanto al grada de cumplimiento de tales requisitos ha
respondido a criterios de mínimos y no de máximos. Esto es particularmente destacable en lo que
afecta a la soberanía, sobre todo en materia de relaciones exteriores, y al reconocimiento de la
personalidad jurídica internacional del Estado solicitante.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 10

Respecto de la soberanía, la exigencia de la Unión Soviética para incluir entre los


miembros originarios a dos de sus Repúblicas federadas, Bielorrusia y Ucrania; que obviamente
no gozaban de plena soberanía interna y exterior, anticipó claramente los condicionamientos
políticos que incidirían en la interpretación posterior de este requisito.

Por otra parte, el reconocimiento de un Estado miembro de las Naciones Unidas no


supone la obligatoriedad para los demás estados miembros de mantener relaciones diplomáticas
con el nuevo Estado fuera del estricto marco de la Organización. La posición española respecto
de Israel durante casi cuatro décadas resulta suficientemente ejemplificadora de esta posibilidad.

La condición de Estado amante de la paz es un requisito netamente político cuya


interpretación, por tanto, está sujeta a los cambios de significado que esta expresión ha poseído
en cada etapa de la vida de las Naciones Unidas. Como señala DIEZ DE VASCO en 1943 poseía
una interpretación equivalente a la de Estado que hubiese declarado la guerra al Eje. Durante las
décadas posteriores y debido, de una parte, a la división del mundo en bloques político-militares
antagónicos, y de otra, a la presión ejercida por los nuevos estados miembros nacidos del proceso
colonizador, esta expresión ha sido interpretada con criterios políticos muy laxos. Cabría incluso
pensar que ha sido desconocida a la hora de decidir el ingreso de nuevos miembros. Sin embargo
y mientras siga figurando en la Carta, estimamos que no puede considerarse derogada y, en
consecuencia, puede llegar a adquirir una renovada importancia en un contexto asentado sobre
una nueva y creciente cooperación política entre las grandes potencias.

La tercera condición parecería superflua si tomamos en consideración que los estados


miembros, tanto los originarios como los admitidos, al ratificar la Carta se obligan a cumplir las
obligaciones que en ella figuran recogidas. Cabe sin embargo la posibilidad de interpretar esta
condición en el sentido de una aceptación política explícita de las obligaciones de la Carta, distinta
de la ratificación en cuanto manifestación jurídica de la voluntad del Estado. Esta interpretación
sería coherente con el hecho de que a los países fundadores también se les exigió haber
manifestado su compromiso político en un acto diferente de la ratificación de la Carta, ya fuese
mediante la firma de la Declaración de las Naciones Unidas de 1942 o mediante la participación
en la Conferencia de San Francisco. Parece lógico, por tanto, interpretar lo dispuesto en el artículo
4, párrafo 1, como la exigencia de dos actos diferentes, el compromiso político y, el jurídico,
plasmados en sendos documentos, el de aceptación de las obligaciones y el de ratificación de la
Carta.

Por último, la Carta exige también la capacidad y disposición de los estados al


cumplimiento de las obligaciones, que en todo caso deben ser apreciadas por la propia
Organización. Semejantes condiciones además de gozar de un carácter subjetivo resultarían
reiterativas desde el punto de vista del simple acto de admisión, porque si bien es cierto que la
aceptación del Estado solicitante no es identificable a la capacidad para cumplir con lo dispuesto
por la Carta, también es indiscutible que no puede existir aceptación, ni jurídica, ni Políticamente
válida, si se carece de la capacidad necesaria para ello.

No obstante, si contemplamos la eficacia de estas condiciones no sólo desde la óptica de


la admisión sino del ejercicio continuado de la cualidad de miembro, observaremos que tal
reiteración hace referencia a tres supuestos distintos. De una parte el requisito de la apelación de
las obligaciones adquiere relevancia política en el momento de ingreso en la Organización. En
dicho momento, al pronunciarse el Consejo de Seguridad y la Asamblea sobre la solicitud, están
juzgando también la credibilidad que les merece la declaración política de aceptación, momento
procesalmente distinto al de la ratificación de la carta por el Estado Solicitante.

En segundo término, puede ocurrir que un Estado miembro de pleno derecho experimente
transformaciones que le incapaciten, material, jurídica y/o políticamente, para seguir cumpliendo
con la totalidad o algunas de sus obligaciones que expresamente había aceptado en el momento
de su ingreso. En tal caso la Organización se reserva la apreciación de esta incapacidad en orden
a mantener o suspender, total o parcialmente, el ejercicio de los derechos y privilegios inherentes
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 11

a la condición de miembro. Por último, cabe la situación según la cual el incumplimiento de las
obligaciones resultase de una falta de voluntad sobrevenida, expresa o implícita, general o
particular, por parte de un estado miembro que gozase en cambio, de una plena capacidad. Estos
dos últimos supuestos enlazan directamente con las medidas de suspensión contempladas en los
artículos 5 y 19 de la Carta.

Junto a los requisitos exigidos por la Carta para acceder y gozar de la condición de
miembro de pleno derecho de la Organización, los artículos 3 y 4, párrafo 2, establecen los
procedimientos de acceso que difieren, según se trate de miembros originarios o miembros
admitidos.

Según el artículo 3 de la Carta, los miembros originarios son los estados que participaron
en la Conferencia de San Francisco o que hubiesen firmado la Declaración de las Naciones
Unidas, del 1 de enero de 1942, con anterioridad a dicha Conferencia, aunque no hubiesen
participado en ella, como fue el caso de Polonia. Además de esta, condición, el mismo artículo
exige la ratificación de la Carta, según el procedimiento del artículo 110, que prevé la entrega del
documento de ratificación al gobierno de los Estados Unidos o al secretario general. La entrada en
vigor de la Carta se produjo tras la ratificación por los cinco miembros permanentes del Consejo
de Seguridad y la mayoría de los países signatarios de la Carta. En total fueron 51 los estados
miembros originarios o fundadores.

Los restantes estados han tenido, que ajustarse al procedimiento del artículo 4, párrafo 2,
para poder ser admitidos en la Organización. El procedimiento de admisión exige la
recomendación del Consejo de Seguridad y la decisión favorable de la Asamblea General que, por
ser ésta una de las cuestiones consideradas importantes por el artículo 18, requiere la mayoría de
dos tercios de los miembros presentes y votantes. Además el estado aspirante deberá ratificar
también la Carta según su propia legislación interna y entregar el documento de ratificación al
Secretario de la Organización.

El desencadenamiento de la «guerra fría» dificultó la admisión de nuevos miembros al


negarse la URSS a votar a favor de la recomendación de ciertos países en el seno del Consejo de
Seguridad. Esta situación suscitó la petición por la Asamblea General de un Dictamen del Tribunal
Internacional de Justicia para saber si la recomendación del Consejo de Seguridad debía ser
expresamente favorable, ya que en el texto de la Carta se exigía dicha recomendación, pero nada
se decía sobre el contenido de la misma. El TIJ, en su Dictamen del 3 de marzo de 1950,
establecía que: «El Tribunal, por doce votos contra dos, es de la opinión de que un estado no
puede ser admitido como miembro de las Naciones Unidas, en virtud del párrafo 2 del artículo 4
de la Carta por decisión de la Asamblea General cuando el Consejo de Seguridad no ha
recomendado su admisión, bien porque el estado candidato no haya obtenido la mayoría
requerida, o bien porque un miembro permanente haya votado en contra respecto a la resolución
tendente a recomendar su admisión.

Esta situación de bloqueo en la admisión de nuevos miembros, que amenazaba con


reproducir la experiencia de la Sociedad de Naciones, concluyó con una admisión colectiva de 16
estados (6 occidentales, 4 democráticos populares y 6 afroasiáticos), entre los que figuró España
y que se produjo en 1955.

Una nueva admisión colectiva de 17 países tuvo lugar en 1960, Todos ellos, menos
Chipre, pertenecían al continente africano y supuso el respaldo definitivo a la descolonización de
esta región. Al mismo tiempo, el número de estados miembros alcanzaba el centenar y
desplazaba la mayoría, que hasta ese momento había ostentado el grupo de países occidentales
desarrollados, hacia los países menos desarrollados de África, Asia y América Latina. En la
actualidad, el número de estados miembros alcanza los 160, lo que supone triplicar el número de
miembros originarios y nos da una idea exacta del grado de universalismo alcanzado por la ONU.
Tan sólo permanecen fuera de la Organización Suiza, país que por su neutralidad ha rechazado
en varias ocasiones por referéndum su ingreso en las Naciones Unidas, las dos Coreas y algunos
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 12

microestados como el Estado de la ciudad del Vaticano, Mónaco, Liechtenstein o la República de


San Marino.

4. La suspensión, retirada y expulsión de miembros de las Naciones Unidas.

La cualidad de miembro de las Naciones Unidas se puede ver afectada en el ejercicio de


sus derechos y privilegios según tres supuestos diferentes: la retirada, la suspensión y la
expulsión. De estas diversas posibilidades la Carta regula expresamente la suspensión y la
expulsión, pero a diferencia de la Sociedad de Naciones no contempla la posibilidad de la retirada.

Según el artículo 5 de la Carta: «Todo miembro de las Naciones Unidas que haya sido
objeto de acción preventiva o coercitiva por parte del Consejo de Seguridad podría ser suspendido
por la Asamblea General, a recomendación del Consejo de Seguridad, el ejercicio de los derechos
y privilegios inherentes a su calidad de miembro. El ejercicio de tales derechos y privilegios, podrá
ser restituido por el Consejo de Seguridad». El contenido de este artículo regula lo que podríamos
denominar como suspensión ordinaria, junto a ella existe una suspensión cualificada, según la
terminología utilizada por MEDINA y que se correspondería con la regulada en el artículo 19.

Ante todo la suspensión ordinaria afecta a los derechos y privilegios, pero no a las
obligaciones que los estados miembros poseen y que mantienen su plena vigencia durante el
período de la suspensión. Por ejemplo, el miembro suspendido seguiría obligado a pagar sus
cuotas aunque no pudiese ejercer el derecho de voto en los diversos órganos. Otra consecuencia
que se desprende de ello es que el Estado suspendido no pierde su condición de miembro de la
Organización.

En segundo término, la suspensión contemplada en el artículo 5 posee, a nuestro juicio, un


evidente carácter de sanción facultativa y accesoria. Posee un carácter de sanción porque es la
única interpretación lógica al impedimento en el ejercicio de derechos y no de obligaciones. Es
facultativa, ya que la Carta no impone la obligatoriedad de la suspensión sino tan sólo la
posibilidad de adoptarla. El uso del término «podrá» estimamos que es inequívoco respecto al
carácter facultativo de esta suspensión ordinaria. Finalmente es accesoria, ya que sólo puede
aplicarse a aquellos estados miembros que están siendo objeto de las medidas contempladas en
el capítulo VII de la Carta.

El procedimiento establecido para la aplicación de la suspensión incluye una del Consejo


de Seguridad, que por no tratarse de una cuestión de procedimiento requiere el voto favorable de
los cinco miembros permanentes, y la aprobación por la Asamblea General con una mayoría. de
dos tercios de los miembros presentes y votantes. Sin embargo, para la restitución de la plena
condición de miembro, la Carta tan sólo exige la decisión favorable del Consejo de Seguridad.

Hasta el momento presente la Organización no ha conocido ningún caso de suspensión


ordinaria, a pesar de que en varias ocasiones ha adoptado medidas preventivas o coercitivas
contra estados miembros. Por ejemplo, respecto de Irak por su invasión a Kuwait, el Consejo de
Seguridad ha adoptado medidas de embargo que no han afectado a la plena condición de
miembro del país agresor. Por otra parte, y teniendo presente el procedimiento de suspensión,
hay que concluir que esta medida nunca podría adoptarse contra un miembro permanente del
Consejo de Seguridad que con su veto impediría adoptar la necesaria recomendación de este
órgano.

La suspensión cualificada del artículo 19 presenta sustanciales diferencias respecto al


supuesto anterior. Según el texto de la Carta, la suspensión afecta únicamente al derecho de voto
en la Asamblea General manteniendo intactos todos los demás derecho del estado miembro. En
segundo término, esta suspensión únicamente afecta a los países miembros que se encuentren
en mora en el pago de sus cuotas por una cuantía equivalente a dos anualidades. En tercer lugar
ésta suspensión no expresa ningún procedimiento específico de adopción, lo que significa que es
automática. Por último, la suspensión cualificada puede llegar a no adoptarse por decisión
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 13

expresa de la Asamblea General cuando este órgano «llegare a la conclusión de que la mora se
debe a circunstancias ajenas a la voluntad de dicho miembro». Esta formulación resulta
suficientemente ambigua para que en la práctica la Asamblea General haya aplicado criterios
variables en distintas épocas y respecto de diferentes países miembros.

Un caso significativo se suscitó en relación con los gastos de las actividades


operacionales, específicamente de las operaciones de mantenimiento de la paz, ante la negativa
de Francia y la URSS a sufragar tales gastos, alegando que no constituían «gastos de la
Organización» en el sentido del artículo 17, párrafo 2, y por tanto debían ser sufragados
voluntariamente y no con carácter obligatorio. En el Dictamen del TIJ de 1962 se especificó
claramente que tales gastos constituían «gastos de la Organización» en el sentido del artículo 17,
párrafo 2 de la Carta. Los Estados Unidos exigieron la aplicación de la suspensión prevista en el
artículo 19 a los países morosos en el pago de dichos gastos. Ello provocó en 1964 una crisis,
habida cuenta de la importancia de los países afectados, que obligó a posponer el inicio de la XIX
Sesión Ordinaria de la Asamblea General hasta el 1 de diciembre. Esta crisis se superó finalmente
tras la renuncia de los Estados Unidos a exigir el cumplimiento de la suspensión cualificada en
1965.

Por otra parte, la suspensión cualificada no debe equipararse a la ausencia de un miembro


de las sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, decidida por este de modo
unilateral, o a la abstención por parte de un miembro. Ambas situaciones están reconocidas a
«sensu contrario» en el artículo 18, párrafos 2 y 3 de la Carta, cuando se especifica que la
mayoría de dos tercios, para las cuestiones importantes, y la mayoría (simple) se referirá a «los
miembros presentes y votantes». Ello implica, obviamente, admitir que puede haber miembros
ausentes o miembros presentes que no voten; ambos no se tomarán en consideración para el
cómputo de las mayorías exigidas en dicho artículo.

Por motivos diferentes Bolivia y Sudáfrica han recurrido a la ausencia unilateral de las
sesiones de la Asamblea General. En el caso de Bolivia la decisión de ausentarse se adoptó para
evitar la aplicación de la suspensión cualificada del artículo 19, en varias ocasiones en que
incurrió en mora del pago de las cuotas. En cambio, Sudáfrica decidió ausentarse de la Asamblea
General, a partir de 1974, ante el rechazo de las credenciales de los representantes del Gobierno
de Pretoria y la recomendación de la Asamblea General de excluir totalmente a este Estado de las
organizaciones y conferencias internacionales auspiciadas por Naciones Unidas. Estas medidas
de sanción fueron adoptadas por su política de apartheid.

La retirada voluntaria de la Organización no se encuentra regulada en la Carta. Ello ha


suscitado la cuestión, más teórica que real, de saber si un estado miembro podría decidir
unilateralmente retirarse de las Naciones Unidas y, en caso afirmativo, qué requisitos serían
necesarios para dar validez jurídica a esta decisión. Hoy en día, la doctrina sostiene
mayoritariamente la posibilidad de una retirada unilateral de la Organización.

El único caso que se ha suscitado fue el de Indonesia que el 20 de enero de 1965 notificó
su decisión de retirarse de la Organización «por el momento y debido a las circunstancias
actuales». El motivo fue la elección de Malasia como miembro del Consejo de Seguridad, país
que no había sido reconocido por Indonesia. Tras el golpe de Estado que derrocó al régimen de
Sukarno, el nuevo gobierno presidido por Suharto notificó, en un telegrama del 19 de septiembre
de 1966, su decisión de normalizar su participación en Naciones Unidas. La Asamblea General
tomó nota de esta decisión y el Presidente de la Asamblea invitó a la delegación indonesia a
ocupar su asiento sin ningún procedimiento de admisión. Este suceso difiere del caso de
Sudáfrica que en ningún momento ha perdido su condición de miembro de la Organización.

Finalmente, el artículo 6 establece la posibilidad de expulsión de un miembro que «haya


violado repetidamente los Principios contenidos en esta Carta». La expulsión constituye la máxima
sanción contra un miembro prevista en la Carta. Sin embargo, y al igual que señalábamos para la
suspensión ordinaria, esta sanción es también facultativa. El único motivo que puede dar origen a
esta sanción es la repetida violación por un miembro de los principios enunciados en la Carta. Ello
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 14

es comprensible si se piensa implícitamente que esta repetición en la violación de los principios


demuestra la falta (le voluntad de cumplir las obligaciones que se exigen a un estado para ser
miembro, poniendo en evidencia la incompatibilidad entre la conducta del miembro disidente y 1:1
del resto de la Organización.

En el procedimiento de expulsión intervienen, en buena lógica, los mismos órganos que en


la admisión. Se requiere, por tanto, una recomendación del Consejo de Seguridad y la aprobación
por la Asamblea General. Hasta la fecha no se ha procedido a la expulsión de ningún miembro
debido a las dificultades de lograr la unanimidad de los miembros permanentes para alcanzar la
preceptiva recomendación, junto a la convicción dominante entre los miembros de la Organización
de que el principio de universalidad imponía una aplicación restrictiva de esta facultad
sancionadora.

5. Estructura orgánica: consideraciones generales.

La estructura orgánica fundamental de las Naciones Unidas viene recogida en el artículo 7


de la Carta. Allí se establece una distinción entre los órganos principales y los órganos
subsidiarlos. Los órganos subsidiarios son creados por los principales a partir de la facultad
genérica conferida a éstos por el artículo 7, párrafo 2, cuando señala que: «se podrán establecer,
de acuerdo con las disposiciones de la presente Carta, los órganos subsidiarios que se estimen
necesarios»; consecuentemente su existencia, composición y funciones son fruto de un acto
normativo interno de la propia Organización, más exactamente de sus órganos principales de los
que dependen orgánicamente.

Una de las características más significativas de la Carta, en relación con estos órganos
principales, es la imperativa coordinación funcional que establece entre ellos para un gran número
de materias y cuestiones importantes, por ejemplo, la admisión, suspensión y expulsión de
miembros, la elección del Secretario y de los magistrados del TIJ, etc., de tal modo que la
actuación de cada órgano principal está condicionada por las iniciativas y controles de otro(s)
órgano(s) principal(es).

Es cierto que para algunas materias, la Carta confiere competencias exclusivas a alguno
de estos órganos principales, como ocurre con el Consejo de Seguridad para las medidas
contempladas en el capítulo VII, pero ello no permite sustentar la tesis de una mayor autonomía
de tales órganos, ni tampoco equiparar su situación a la división de poderes que impera en los
estados. A diferencia de estos supuestos, el funcionamiento de los órganos principales de las
Naciones Unidas descansa sobre la base de unos poderes compartidos y plurales.

La Carta de las Naciones Unidas específica como órganos principales los siguientes: la
Asamblea General, el Consejo de Seguridad, el Consejo Económico y Social, el Consejo de
Administración Fiduciaria, la Secretaría y el Tribunal Internacional de Justicia (artículo 7, párrafo
1).

6. La Asamblea General.

a) Composición
La Asamblea General está integrada por todos los miembros de la Organización. Cada
estado miembro está representado por una delegación que no podrá exceder de cinco
representantes. Constituye el único órgano principal sustentado sobre el criterio de participación
universal.

b) Competencias.
La Asamblea goza de una competencia general establecida en el artículo 10, por la que
puede discutir y hacer recomendaciones sobre cualquier asunto o cuestión que estime de interés,
incluidos los poderes y funciones de los demás órganos de las Naciones Unidas. Como se puede
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 15

apreciar, esta competencia general no posee restricciones por razón de la materia, sin . embargo,
se encuentra con notables limitaciones en cuanto a su efectividad y procedimiento.

En cuanto a su efectividad, la competencia general de la Asamblea no puede rebasar el


ámbito del debate de los temas o de las recomendaciones a los demás órganos o a los estados
miembros careciendo de la capacidad propia de intervención directa en los asuntos que trata.
Desde el punto de vista del procedimiento, y de acuerdo con lo dispuesto por el artículo 12,
párrafo 1, la Asamblea General no puede entrar a formular recomendaciones sobre aquellas
situaciones o controversias que afecten a la paz y seguridad internacionales mientras estén
siendo tratadas por el Consejo de Seguridad, salvo que dicho órgano las solicite. No obstante,
esta limitación ha sido mitigada a partir de la Resolución 377 A (V) de la Asamblea, conocida
como «Unión pro Paz» del 3 de noviembre de 1950.

Pero la Asamblea General posee también unas importantes competencias específicas


distribuidas por la Carta en las siguientes materias:

a) Políticas
- Consideración de los principios generales de cooperación para el mantenimiento de la
paz y la seguridad internacionales.
- Consideración de los principios de desarme y limitación de armamentos.
- Recomendación de medidas para la solución pacífica de situaciones cualesquiera que
sean y sea cuál fuere su origen.
- Fomento de la cooperación política internacional.
- Control del régimen de Administración Fiduciaria en colaboración con el Consejo de
Administración Fiduciaria.

b) Presupuestarias
- Fijar las cuotas o contribuciones de los miembros para hacer frente a los gastos de la
Organización.
- Examinar y aprobar el Presupuesto de la Organización.
- Considerar y aprobar los arreglos financieros y presupuestarios con los organismos
especializados.
- Examinar y formular recomendaciones a los presupuestos administrativos de los
organismos especializados.

c) Normativas
- Aprobación de las reformas de la Carta y convocatoria de la Conferencia General de las
Naciones Unidas para la revisión de la Carta.
- Aprobación de los acuerdos concertados por el Consejo Económico y Social con los
organismos especializados, y de los acuerdos de Administración Fiduciaria.
- Aprobar su reglamento de régimen interno.
- Impulsar el desarrollo y codificación del Derecho Internacional.

d) Electivas
- Elección de los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad.
- Elección de todos los miembros del Consejo Económico y Social.
- Elección de los jueces del Tribunal Internacional de Justicia.
- Elección del Secretario General de la Organización.

e) Informativas.
- Solicitar, recibir y considerar los informes presentados por el Secretario General, el
Consejo de Seguridad, el Consejo Económico y Social, el Consejo de Administración
Fiduciaria y demás órganos.
- Solicitar opiniones consultivas al TIJ sobre cuestiones jurídicas.

f) Económicas, sociales, culturales, educativas y sanitarias.


- Fomentar la cooperación en estos campos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 16

- Hacer efectivos los Derechos Humanos y libertades fundamentales.

g) Admitir, suspender o expulsar a los miembros de la Organización

c) Sistema de votación
El sistema de votación en la Asamblea General se articula sobre el principio de un voto por
cada miembro en condiciones igualitarias. Para la aprobación de las decisiones en el seno de la
Asamblea el artículo 18 distingue entre las cuestiones importantes y las «otras cuestiones». Las
primeras figuran explícitamente enunciadas en la Carta y son: las recomendaciones referentes a
la paz y seguridad internacionales; la elección de los miembros no permanentes del Consejo de
Seguridad, de todos los del ECOSOC, de los miembros elegibles del Consejo de Administración
Fiduciaria, la admisión, expulsión y suspensión de los miembros de la Organización, las
cuestiones relativas al régimen de Administración Fiduciaria y las cuestiones presupuestarias.
Todas estas cuestiones requieren una mayoría cualificada de los 2/3 de miembros presentes y
votantes. Las restantes cuestiones, entre las que destacan la elección del secretario general, de
los jueces del TIJ y la determinación de nuevas categorías de cuestiones importantes, se
aprueban por una mayoría simple de los miembros presentes y votantes.

d) Funcionamiento
La Asamblea General funciona en sesiones plenarias y en comisiones. Las sesiones
plenarias pueden ser de tres tipos: ordinarias, extraordinarias y extraordinarias de emergencia.
Las sesiones ordinarias se celebran una vez al año y suelen iniciarse, aunque ello no es
obligatorio, el tercer martes del mes de septiembre.

Las sesiones extraordinarias se celebran cuando las circunstancias internacionales lo


requieren y en las fechas decididas por la Asamblea General. La convocatoria de estas sesiones
extraordinarias se realiza por el secretario general a petición del Consejo de Seguridad; de la
mayoría de los miembros de la Asamblea Genera) o de uno de los miembros, siempre que la
mayoría de la Asamblea General esté de acuerdo. Generalmente estas sesiones extraordinarias
se han celebrado para abordar temas que por su importancia y dificultad no podían ser abordados
adecuadamente en el breve período de duración de las sesiones ordinarias, cuya agenda de
trabajo se encuentra sobrecargada con las cuestiones habituales. Por ejemplo, en 1985 la
Asamblea General celebró una sesión extraordinaria entre el 14 y el 24 de octubre que, con el
lema: «Las Naciones Unidas por un mundo mejor», conmemoró el cuadragésimo aniversario de
su creación y abordó los principales retos con los que se enfrentaba la Organización en esa etapa.

Las sesiones extraordinarias de emergencia constituyen en realidad una modalidad


especial de las sesiones extraordinarias establecida por la Resolución 377 (V) «Unión pro Paz»,
del 3 de noviembre de 1950. En dicha Resolución se señalaba que si existiendo amenazas para la
paz, actos de agresión o ruptura de la paz internacional, el Consejo de Seguridad no pudiese
actuar al no alcanzarse en su seno la mayoría necesaria entre sus miembros por el veto de alguno
de los miembros permanentes, el secretario general podría convocar una reunión urgente de la
Asamblea General, en el plazo de veinticuatro horas, a petición del Consejo de Seguridad o de la
mayoría de los miembros de la Organización.

Como podemos observar, las sesiones extraordinarias de emergencia se distinguen de las


sesiones extraordinarias contempladas en el artículo 20 de la Carta; en primer lugar, por las
condiciones que se exigen para su convocatoria, ya que junto a la amenaza contra la paz
internacional es necesario que el Consejo de Seguridad se vea incapacitado para tomar
decisiones ante semejantes situaciones. En este terreno la citada Resolución «Unión pro Paz»
mitigó de manera importante la limitación de procedimiento del artículo 12 que mencionábamos en
los párrafos anteriores. En segundo término, se reduce el período que media entre la convocatoria
y la celebración de la sesión a sólo veinticuatro horas, plazo de tiempo que podemos considerar
muy breve y que resulta acorde con la gravedad de la amenaza que motiva la celebración de la
sesión.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 17

En relación con las Comisiones de la Asamblea General debemos distinguir tres grandes
categorías: las Comisiones Principales, las Comisiones de Procedimiento y las Comisiones
Permanentes. Las decisiones en todas ellas se adoptan por mayoría simple, aunque con
posterioridad se someten a la aprobación definitiva del plenario de la Asamblea General.

Las Comisiones Principales están integradas por un representante de cada uno de los
miembros de la Asamblea General, junto con los expertos o asesores. Las seis Comisiones
Principales son las siguientes:
- Primera Comisión: Comisión Política y de Seguridad, incluida la regulación de
armamentos.
- Segunda Comisión: Asuntos Económicos y Financieros.
- Tercera Comisión: Asuntos Sociales, Humanitarios y Culturales.
- Cuarta Comisión: Asuntos de Administración Fiduciaria y Descolonización.
- Quinta Comisión: Asuntos Administrativos y de Presupuesto.
- Sexta Comisión: Cuestiones Jurídicas.

Las Comisiones de Procedimiento se eligen al comienzo de cada período de sesiones, y


tienen como -principal función intervenir en las cuestiones relativas al procedimiento y
funcionamiento de la Asamblea General. Las dos Comisiones de Procedimiento son:

- La Comisión General o Mesa de la Asamblea General.


Su principal tarea es determinar los temas que deberán figurar en la propuesta del
programa que, una vez aprobado por la Asamblea, configurará el orden oficial de cuestiones
abordadas en las sesiones de la Asamblea. Está formada por el Presidente de la Asamblea,
elegido por ésta, diecisiete vicepresidentes, los presidentes de las Comisiones Principales y de la
Comisión Política Especial.

- La Comisión de Verificación de Poderes.


Tiene como misión comprobar las credenciales de los representantes de los estados
miembros y los integrantes de las delegaciones (consejeros, expertos, etc.), elaborando un
informe que debe ser comunicado al secretario general con una semana de antelación al
comienzo de las sesiones. Está formada por nueve miembros nombrados por la Asamblea a
propuesta del Presidente.
Como señala SEARA, en principio, la verificación de poderes no equivale al «placet» del
derecho diplomático, y la Comisión debe limitarse a comprobar que los poderes otorgados a los
representantes de los estados miembros reúnen los requisitos formales sin entrar a resolver sobre
la representatividad de los gobiernos que conceden tales poderes. Sin embargo, la Asamblea
General sí tiene facultad para decidir, de acuerdo o en contra de lo formulado en el informe de la
Comisión, la aceptación o el rechazo de la delegación de un estado miembro. Sin embargo,
disentimos con este autor cuando señala que semejante decisión de la Asamblea «sería una
evidente violación del espíritu de la Carta». Como ya hemos señalado, en 1974 la Asamblea
General rechazó las credenciales de la delegación de Sudáfrica por entender que su Gobierno al
practicar la política de «apartheid», sistemáticamente denunciada por las Naciones Unidas,
violaba los principios de la Carta. Este caso demuestra que la intervención de la Asamblea, en
relación con la verificación de poderes, puede servir, precisamente, para defender el espíritu y la
letra de la Carta.

Las Comisiones Permanentes son numerosas y tienen como finalidad realizar estudios y
formular propuestas sobre aquellos temas que, por afectar al funcionamiento interno de la
Organización o temas de singular importancia internacional, requieren un seguimiento continuado.
Entre las más destacadas podemos mencionar:

- La Comisión Política Especial creada en 1956 para colaborar con la Primera Comisión de
Asuntos Políticos y de Seguridad, debido al creciente número de conflictos y la complejidad de las
cuestiones vinculadas con la carrera de armamentos. Algunos autores incluyen esta Comisión
dentro de las Principales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 18

- La Comisión Consultiva de Cuestiones Administrativas y de Presupuesto.


Está formada por doce miembros entre los que deberán figurar al menos tres expertos
financieros de reconocido prestigio internacional.

- La Comisión de Cuotas.
Creada para asesorar a la Asamblea sobre la fijación de las cuotas correspondientes a los
distintos miembros de la Organización.

- La Junta de Auditores.
Tiene como función la auditoria de las cuentas de las Naciones Unidas, y está compuesta
por tres miembros.

- El Comité de Pensiones del Personal de las Naciones Unidas.


Su tarea consiste en la gestión de las pensiones de los funcionarios de la Organización.

- La Comisión de Inversiones.
Formada por tres miembros, fue constituida por la Resolución 82 (I) de la Asamblea
General.

e) Órganos subsidiarios.
Además de las referidas comisiones, creadas para colaborar en las tareas ordinarias de la
Asamblea General, ésta ha ido constituyendo un creciente número de órganos subsidiarios para
hacer frente a los nuevos problemas internacionales que iban surgiendo y que demandaban
soluciones por parte de la Organización. En consecuencia, algunos de tales órganos subsidiarios
gozan de un carácter permanente, en tanto que otros desaparecieron una vez concluyó la
situación que originó su creación. Merecen conocerse los siguientes:

- Comisión de Derecho Internacional.


Creada por la Resolución de la A.G. 174 (II), del 21 de noviembre de 1947, tiene como
principal objetivo «impulsar el desarrollo del derecho internacional y su codificación». Sus
miembros, elegidos por la A.G., son expertos en Derecho Internacional que representan las
diversas civilizaciones y sistemas jurídicos. Los trabajos de la Comisión han sido muy importantes
en las siguientes áreas: derecho de los tratados, derecho del mar, relaciones e inmunidades
diplomáticas y consulares, procedimiento arbitral, nacionalidad y extranjería, reconocimiento y
sucesión de estados y de gobiernos.

- Comisión de Observación de la Paz.


Creada por la Resolución «Unión pro Paz» tiene como misión observar e informar sobre el
desarrollo de aquellas situaciones que pongan en peligro la paz o la seguridad internacionales. La
intervención de esta Comisión se decide por la mayoría de dos tercios de los miembros de la
Asamblea General.

- Tribunal Administrativo de las Naciones Unidas.


Creado por la Resolución de la A. G. 351 (IV), del 29 de noviembre de 1949, su finalidad
es entender de cuantas reclamaciones presenten los funcionarios de la Organización en relación
con sus contratos; estatuto del personal, etc.

- Oficina del Alto Comisionado (le las Naciones Unidas pata los Refugiados (ACNUR).

Los , antecedentes históricos de este órgano se encuentran en la Alta Comisaría creada en


el seno de la Sociedad de Naciones. Durante la Segunda Guerra Mundial la Administración de
Socorro y Rehabilitación de las Naciones Unidas (UNRRA), creada en 1943, asumió las
competencias de ayuda a las poblaciones desplazadas por la guerra. En 1949 la A.G. aprobó la
creación de la Oficina del Alto Comisionado, cuyo estatuto fue aprobado el 11 de diciembre de
1950 y permitió el comienzo de las actividades el 1 de enero de 1951, en base a mandatos
temporales de 3 ó 5 años que se han sucedido desde entonces.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 19

El Alto Comisionado es elegido por la Asamblea General a propuesta del secretario


general; ello le confiere un gran respaldo a sus actuaciones, de las que debe informar anualmente
tanto a la A.G. como al Consejo Económico y Social.

La labor humanitaria desempeñada por este órgano constituye, a nuestro juicio, una de las
pruebas más claras e irrefutables de la solidaridad internacional auspiciada por la Organización de
las Naciones Unidas.

- Organismo de Obras Públicas y Socorro a los Refugiados de Palestina en el Oriente


Medio (UNRWA).
En el marco general del problema de los refugiados, la creación del Estado de Israel
provocó el éxodo masivo de palestinos a los países árabes circundantes, obligando a crear por la
Resolución 302 (IV), del 8 de diciembre de 1949, este organismo.

Aunque su duración es temporal, la persistencia del problema de los refugiados palestinos


ha obligado a prorrogarlo por períodos sucesivos hasta la actualidad.

- Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD).


Fue, creada por la A.G., a instancias de un numeroso grupo de países subdesarrollados,
mediante la Resolución 1.955 (XIX), del 30 de diciembre de 1964. Consta de una Junta de
Comercio y Desarrollo y una Secretaría, como órganos permanentes, junto con cuatro comisiones:
de productos básicos, de manufacturas, del comercio invisible y la financiación vinculada al
comercio y del transporte marítimo. Las conferencias se celebran periódicamente, destacando la
de Santiago de Chile (1972) de la que surgió la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los
Estados.

- Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).


Se constituyó por la Resolución 57 (II) de la A.G., del 11 de diciembre de 1946. Más tarde,
en 1953 la A.G. decidió concederle una duración ilimitada. Está compuesto por la Junta Ejecutiva,
cuyos miembros son elegidos por el ECOSOC y se reúne una vez al año, y el Director Ejecutivo,
nombrado por e) secretario general de la Organización, previa consulta con la Junta Ejecutiva. Su
finalidad es la de contribuir mediante la aportación de fondos y asistencia técnica a la mejora de
las condiciones de vida de los niños y jóvenes de los países subdesarrollados.

- Comité Especial encargado de examinar la situación con respecto a la aplicación de la


Declaración sobre la concesión de independencia de los países y pueblos coloniales (Comité de
los Veinticuatro).

Fue creado con carácter temporal por la Resolución 1.654 (XVI), del 27 de noviembre de
1961, para conocer de las situaciones afectadas por la Declaración de Independencia de 1960. La
Resolución 1.806 (XVII), del 14 de diciembre de 1962, aumentó su número de 17 a 24 miembros y
le agregó las funciones que hasta entonces habían asumido el Comité Especial para el África
Suroccidental y el Comité Especial para los Territorios Portugueses. Esta misma Resolución
prorrogó sus actividades y estableció su nueva denominación.

Junto a estos órganos subsidiarios la Asamblea General ha constituido otros muchos,


entre los que figuran:
- El Comité Especial sobre Operaciones de Mantenimiento de la Paz.
- La Comisión de Desarme.
- El Grupo de Expertos sobre las consecuencias económicas y sociales del Desarme.
- El Comité sobre usos pacíficos del espacio exterior.
- El Comité Científico Asesor de las Naciones Unidas.
- La Junta de Encuesta y Conciliación.
- El Comité de medidas colectivas.
- El Comité Especial sobre el «apartheid».
- El Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD).
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 20

- El Fondo de Desarrollo de Capital de las Naciones Unidas.


- El Instituto de las NU. para la Formación e Investigación (UNITAR).
- El Programa de las NU. sobre el Medio Ambiente (PNUMA).
- El Comité para la eliminación de la discriminación racial.
- La Unidad Mixta de Inspección.
- La Junta Consultiva sobre Políticas y Programas de Información de las NU.
- La Comisión sobre la soberanía permanente sobre los recursos naturales.
- El Comité Especial sobre la definición de la agresión.
- El Consejo de Seguridad sobre Derecho Comercial Internacional (UNCITRAL).

7. El Consejo de Seguridad

Es frecuente que los autores definan al Consejo de Seguridad como «el órgano ejecutivo»
o «el órgano más importante» de la Organización de las Naciones Unidas. Ello se debe a que la
Carta atribuye a este órgano la facultad de adoptar medidas preventivas o coercitivas en aras de
la garantía de la paz y seguridad internacionales. Sin embargo, la experiencia histórica de las
Naciones Unidas muy pronto demostró que esta facultad, al estar condicionada al necesario
acuerdo entre las principales potencias mundiales con representación permanente, quedaba con
frecuencia suspendida en su aplicación como resultado del antagonismo entre los bloques que
durante los últimos cuarenta y cinco años dominó al mundo.

CARRILLO ha expresado el verdadero contenido de esta función capital atribuida al


Consejo de Seguridad en los siguientes términos:
«... En 1945 nadie pensaba que la Organización pudiera llevar a cabo sus funciones de
preservación y mantenimiento de la paz al margen de la unanimidad de las grandes potencias. No
se trata, como erróneamente tantas veces se ha dicho, que el acuerdo entre los grandes se diese
como seguro, sino, más exactamente, de la conciencia de que sin tal acuerdo el sistema de
seguridad de las Naciones Unidas no podría funcionar».

Junto a esta función, la Carta atribuye al Consejo otras actuaciones y competencias


deliberantes y normativas que no pueden desconocerse. En este sentido nos parece exagerada la
afirmación de MEDINA cuando señala categóricamente que: «Mientras que la Asamblea tiene un
amplio ámbito de competencias, el Consejo de Seguridad restringe su actuación al mantenimiento
de la paz y la seguridad internacionales».

a) Composición
El Consejo de Seguridad está compuesto, en la actualidad, por quince miembros,
distribuidos en cinco miembros permanentes: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y
República Popular China, junto con diez miembros no permanentes, elegidos por la Asamblea
General por un período de dos años. En la elección de estos últimos la A.G. debe tomar en
consideración dos criterios: la contribución a la paz internacional de los miembros candidatos junto
con una representatividad geográfica «equitativa». Los miembros salientes no pueden ser
reelegidos en el período siguiente, pero sí con posterioridad.

Inicialmente el artículo 23 de la Carta establecía el número de miembros del Consejo de


Seguridad en un total de once, los cinco miembros permanentes y seis miembros no
permanentes. El proceso de descolonización y el paralelo aumento del número de miembros de la
Organización indujo a la Asamblea a aprobar la Resolución 1.991/A (XVIII), del 17 de diciembre
de 1963, por la que se reformaba la composición de este órgano aumentándose el número de
miembros no permanentes hasta los diez que posee en la actualidad, al tiempo que fijaba la
siguiente distribución geográfica: tres de África, dos de Asia, dos de América Latina, uno de
Europa del Este, y dos de Europa Occidental y otros países.

b) Competencias
Como señalábamos las principales competencias del Consejo de Seguridad están
destinadas a garantizar el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. El artículo 24
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 21

señala expresamente que en el ejercicio de estas competencias el Consejo de Seguridad actúa en


nombre de todos los miembros de la Organización. En consecuencia, resulta plenamente
coherente que el artículo 25 establezca el carácter obligatorio, para todos los estados miembros,
de las decisiones adoptadas por el Consejo.

Siguiendo con la distinción establecida por el artículo 1 entre «controversias o situaciones


susceptibles de provocar un quebrantamiento de la paz», de una parte, y «las amenazas a la paz,
quebrantamientos de la paz y actos de agresión», de otra, resulta necesario destacar que el
Consejo de Seguridad es el órgano prioritariamente designado por la Carta para establecer
cuándo un conflicto internacional (controversia, acto de agresión, etc.) pone en peligro la paz o la
seguridad internacionales.

Como veíamos, esta competencia también la puede ejercer la Asamblea General, pero
tanto el artículo 12 como la Resolución «Unión pro Paz» condicionan la intervención de la
Asamblea General en esta materia a la falta de su ejercicio por parte del Consejo. De cualquier
modo, ello significa que los estados carecen de esta facultad y, en consecuencia, ni pueden
unilateralmente declarar la existencia de este peligro, ni tampoco pueden unilateralmente rechazar
la declaración y las obligaciones que de ella se derivan una vez se ha realizado un
pronunciamiento por el Consejo de Seguridad o la Asamblea General.

Este planteamiento resulta adecuado en cuanto que las Naciones Unidas, por su alcance
universal, representan válidamente la voluntad colectiva de los estados que integran la
«comunidad internacional». También supone un avance cualitativo por parte de la Sociedad
Internacional, ya que contiene un principio de limitación de la soberanía estatal y, paralelamente,
sustenta una primacía de la colectividad internacional para recomendar, e incluso imponer
aquellas medidas jurídicas o políticas que la defiendan contra la actuación abusiva de alguno de
sus miembros.

La fuerza de las medidas adoptadas por el Consejo de Seguridad en el ejercicio de esta


competencia no radica exclusivamente, y nos atreveríamos a decir que ni tan siquiera
fundamentalmente, en su carácter más o menos coercitivo, sino en el hecho de que quien las
rechaza se enfrenta con la voluntad manifiesta de una colectividad internacional de la que forma
parte integrante y de la que no puede aislarse.

Ciertamente no han faltado ejemplos de países que han pretendido desconocer o enfrentar
abiertamente la decisión contraria a sus actuaciones, internas o internacionales, de la mayoría o la
totalidad de la comunidad internacional. El argumento de estos países siempre se ha intentado
escudar en una interpretación maximalista o absoluta de la soberanía estatal. Sin embargo, un
estudio histórico detallado nos demuestra que más allá de las pírricas victorias alcanzadas por
estos países, a corto o medio plazo, a largo plazo siempre han sucumbido ante el peso de la
voluntad colectiva de la Sociedad Internacional opuesta a sus políticas.

La historia de la descolonización resulta especialmente aleccionadora, pero también


podríamos señalar los casos de la lucha contra el «apartheid» en Sudáfrica o el reconocimiento de
los derechos del pueblo palestino. En este último punto la posición del Estado de Israel ha ido
progresivamente debilitándose, no tanto porque se hayan tomado medidas coercitivas contra él,
sino porque su política respecto de los territorios ocupados y la sistemática negativa a la
negociación con la OLP ha tenido que enfrentarse con una voluntad cada vez más amplia y
decidida de la comunidad internacional partidaria de encontrar una solución estable y pacífica a
este conflicto.

Cuando se trata de controversias internacionales el capítulo VI de la Carta establece para


su resolución los métodos de solución pacífica de conflictos que aparecen enumerados en el
artículo 33, párrafo 1, en los siguientes términos:
«Las partes en una controversia... tratarán de buscarle solución, ante todo, mediante la
negociación, la investigación, la mediación, la el arbitraje, el arreglo judicial, el recurso a
organismos o acuerdos regionales u otros medios pacíficos de su elección».
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 22

En cambio, cuando se trata de actos de agresión, amenaza o quebrantamiento de la paz,


la Carta contempla en su capítulo VII una serie de acciones colectivas de carácter preventivo o
coercitivo, cuya decisión corresponde tomar al Consejo de Seguridad.

Esta distinción entre las diversas categorías de conflictos no queda limitada al ámbito
exclusivamente jurídico, sino que afecta a las competencias atribuidas al Consejo de Seguridad,
así como a su alcance y limitaciones. Generalizando, podríamos decir que mientras en la solución
pacífica de las controversias la Carta introduce un equilibrio entre la voluntad de las partes en la
elección del método y las competencias del Consejo, cuando se trate de resolver actos de
agresión, quebrantamiento o amenaza a la paz y seguridad internacionales la Carta implanta una
clara supremacía de las competencias ejecutivas del Consejo sobre la voluntad de las partes, e
incluso sobre la voluntad de terceros estados.

Teniendo muy presente esta distinción podemos agrupar las competencias del Consejo de
Seguridad en las siguientes categorías:

a) Políticas
1. Respecto a las controversias y situaciones susceptibles de dar origen a una controversia
internacional.
- Conocimiento y/o investigación de las controversias o de las situaciones que provoquen
fricción o puedan dar origen a una controversia internacional, bien por propia iniciativa, a demanda
de alguna de las partes, o por petición de un estado miembro de las Naciones Unidas.
- Determinación de la existencia de controversias o situaciones cuya duración pongan en
peligro la paz y seguridad internacionales.
- Recomendación de los medios de arreglo de controversias que estime más adecuados,
incluidos los medios de solución pacífica contemplados en el artículo 33.
- Promoción del arreglo pacífico de controversias a través de acuerdos o de organismos
regionales.
- Acción mediadora entre las partes de una controversia.

2. Respecto de los actos de agresión, quebrantamiento o amenaza de la paz internacional.


- Determinación de la existencia de actos de agresión, quebrantamiento o amenaza de la
paz internacional.
- Adopción de medidas provisionales destinadas a evitar el agravamiento del conflicto. En
este supuesto las medidas provisionales no deberán perjudicar los derechos, las reclamaciones o
la posición de las partes.
- Adopción de medidas coactivas que no impliquen el uso de la fuerza: interrupción total o
parcial de las relaciones económicas; de las comunicaciones (terrestres, marítimas, aéreas,
postales, telegráficas, radioeléctricas, o de cualquier otra naturaleza), y ruptura de las relaciones
diplomáticas.
- Adopción de medidas coactivas que impliquen el uso de la fuerza. En este supuesto las
fuerzas aéreas, navales o terrestres serán aportadas por los estados miembros.
- Utilización de los acuerdos u organismos regionales para ejecutar las medidas coercitivas
acordadas.
- Elaboración de los planes de empleo de la fuerza armada, con la asistencia del Comité
de Estado Mayor.

3. Respecto de otras situaciones internacionales.


- Elaboración de planes, que deberá someter a los estados miembros para implantar un
sistema de regulación de los armamentos.
- Adopción de medidas o de recomendaciones para la ejecución de las sentencias del
Tribunal Internacional de Justicia.
- Ejercicio de todas las funciones atribuidas a los diversos órganos de las Naciones Unidas
en aquellos territorios sometidos al régimen de administración fiduciaria en los que se haya
declarado una «zona estratégica».
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 23

b) Normativas
- Concertación de los convenios especiales entre las Naciones Unidas y sus miembros,
tomados individual o colectivamente, que regulan la cuantía y condiciones de las fuerzas
destinadas al cumplimiento de las medidas preventivas o coercitivas adoptadas por el Consejo.
- Aprobación de los acuerdos de administración fiduciaria para los territorios sometidos a
este régimen y en los que se haya declarado una zona estratégica.
- Aprobación del reglamento que regula el funcionamiento interno del Consejo.

c) Electivas
- Elección junto con la Asamblea General, aunque en votaciones separadas, de los
miembros del Tribunal Internacional de Justicia.

d) Informativas y recomendatorias
- Recomendaciones para la admisión, suspensión de derechos o expulsión de un miembro.
- Recomendación para el nombramiento del secretario general.
- Petición de opiniones consultivas al TIJ sobre cuestiones jurídicas.
- Realización de consultas con aquellos estados, sean o no miembros de las Naciones
Unidas, que se vean afectados económicamente de modo especial por la adopción de las
medidas preventivas o coercitivas decididas por el Consejo de Seguridad. Estas consultas se
iniciarán a petición del Estado afectado y se orientarán a la búsqueda de soluciones para sus
problemas económicos.
- Recepción de información de las actividades iniciadas o que estén previstas iniciarse
para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales en base a acuerdos o a la
participación en organismos regionales.

c) Sistema de votación
El sistema de votación en el Consejo de Seguridad constituye uno de los temas más
polémicos de las Naciones Unidas. En efecto, ya señalábamos que la existencia de unos
miembros permanentes y el sistema de votación en el Consejo fue una decisión política adoptada
con anterioridad a la redacción y aprobación de la Carta de San Francisco.

El artículo 27 de la Carta, tras la enmienda de 1963, señala que cada miembro del Consejo
tendrá derecho a un voto. Sin embargo, establece una distinción entre las cuestiones de
procedimiento, para las que se requiere la mayoría favorable de nueve miembros cualesquiera, y
las restantes cuestiones que no son de procedimiento para las que el propio artículo señala en su
párrafo 3 que:
«Las decisiones del Consejo sobre todas las demás cuestiones serán tomadas por el voto
afirmativo de nueve miembros, incluidos los votos afirmativos de todos los miembros
permanentes».

En algunos casos la Carta especifica la exigencia de una mayoría de nueve votos


cualesquiera. Así, por ejemplo, el artículo 10, párrafo 2 del Estatuto del Tribunal Internacional de
Justicia señala que para la elección de los miembros del Tribunal no se establecerá diferencia
entre los miembros permanentes y no permanentes del Consejo de Seguridad. Análogamente, la
Carta considera cuestiones de procedimiento:
- La decisión para la celebración de la reunión del Consejo en un lugar fuera de la sede de
la Organización.
- La aprobación del reglamento interno.
- La decisión que faculta a un estado miembro de la Organización, sin representación en el
Consejo, a participar con voz, pero sin voto, en la discusión sobre temas que le afectan
especialmente.

Existen otras cuestiones que la propia Carta señala como cuestiones importantes y cuya
aprobación requiere la mayoría favorable de nuevo miembros, incluidos los votos afirmativos de
los cinco miembros permanentes. En tales supuestos la doctrina afirma que tales miembros gozan
de un voto cualificado o que poseen un «derecho de veto», ya que el voto contrario de uno de
estos cinco miembros impide que la decisión sea aprobada por el Consejo.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 24

En ambos casos no existe dificultad en la calificación de las cuestiones sometidas a


votación. Más problemática resulta la calificación de aquellas cuestiones que SEARA denomina
como «cuestiones cuya calificación es dudosa» por no ser expresamente consideradas por la
Carta como cuestiones de procedimiento o cuestiones importantes. La más significativa es la
cuestión relativa a la determinación de la naturaleza importante o de procedimiento de un tema en
orden a conocer el sistema de votación que se le debe aplicar y que se conoce como cuestión
preliminar.

En este supuesto el reglamento del Consejo concede a su Presidente la facultad de


realizar una calificación previa de la cuestión que, si no es impugnada por ningún miembro del
Consejo, determinará el sistema de votación. No obstante, cualquier miembro del Consejo puede
impugnar la calificación previa realizada por el Presidente, lo que obligará a una votación para
calificar la cuestión como importante o de procedimiento, es decir, suscitará una votación sobre la
cuestión preliminar. Para que una cuestión dudosa sea calificada como cuestión de procedimiento
se requiere una votación siguiendo el sistema de los nueve votos favorables, incluidos los de los
cinco miembros permanentes. En otras palabras, los cinco miembros permanentes gozan del
derecho de veto en la calificación de una cuestión como importante o de procedimiento.

Si en la calificación previa una cuestión se había considerado de procedimiento y en la


votación de la cuestión preliminar, uno de los miembros permanentes ejerce el derecho de veto,
ello convierte la cuestión inicial en una cuestión importante exigiendo el sistema de votación
correspondiente, momento en el que ese mismo miembro permanente puede volver a ejercer el
derecho de veto para impedir que se adopte una resolución por el Consejo. Semejante situación
es denominada como el sistema de doble veto.

Sin embargo, la interpretación del artículo 27 realizada por las Naciones Unidas ha sido
mucho más flexible y realista que la pretendida por algunos autores como COLLIARD. En efecto,
entendemos que la posición de COLLIARD resulta excesivamente limitada y formalista cuando
señala que:
«Un miembro permanente que se abstiene en una votación no emite un voto afirmativo y,
por lo tanto, la resolución adoptada carece, desde el punto de vista jurídico, de valor ».

Este criterio responde a una interpretación literal del artículo 27 párrafo 3, sin embargo
suscita serias reservas por dos razones. En primer término, porque la práctica tanto de la propia
Organización de las Naciones Unidas como de la comunidad internacional ha reconocido la
validez jurídica de aquellas resoluciones del Consejo que se han adoptado con la abstención de
alguno de los miembros permanentes. Pero es que además cabe realizar una interpretación más
acorde con lo dispuesto por el propio artículo 27, párrafos 2 y 3, cuando admite qué existan
cuestiones para las que basta con una mayoría de nueve votos afirmativos sin que entre ellos se
encuentre el de los cinco miembros permanentes. Ello es aplicable tanto a las cuestiones de
procedimiento como a aquellas «decisiones tomadas en virtud del capítulo VI y del párrafo 3 del
artículo 52» en las que una de las partes es un miembro permanente del Consejo. En este último
supuesto su abstención viene impuesta por la propia Carta.

Por tanto, bien sea por imperativo de la Carta o por una interpretación admitida, la
abstención de un miembro permanente no invalida la decisión adoptada por el Consejo. Más
problemática resulta la situación suscitada por la ausencia del Consejo de un miembro
permanente. Esta problemática se planteó con motivo de la adopción de las Resoluciones del 25
de junio de 1950, por las que se declaraba como un «acto que constituye un quebrantamiento de
la paz», la invasión por tropas de Corea del Norte del territorio de Corea del Sur, y del 27 de ese
mismo mes y año por la que se recomendaba a los estados miembros que concediesen toda la
ayuda necesaria a Corea del Sur para repeler el ataque armado. El representante de la URSS
estuvo ausente de las reuniones del Consejo en las que se adoptaron ambas Resoluciones
siguiendo una política, adoptada por la URSS el 13 de enero de 1950, y que mantuvo hasta el 1
de agosto de ese mismo año, de no asistencia a las reuniones del Consejo como protesta por la
presencia de un representante del Gobierno de Taiwán como único gobierno legítimo de China.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 25

Esta política de boicot a las sesiones del Consejo no sólo violaba lo dispuesto en el artículo 28 de
la Carta, sino que se demostró a la larga más perjudicial que beneficiosa para quien la practicó.

La principal diferencia de este supuesto respecto de la abstención radica en que el


miembro permanente ausente, aun poseyendo la capacidad jurídica para ejercer su voto carece
de la oportunidad para ello, y por tanto, para vetar la decisión adoptada en su ausencia. En
cambio, el miembro permanente que se abstiene utiliza su capacidad jurídica y la oportunidad de
ejercicio del derecho de voto, precisamente para no votar, y por tanto, para no vetar la decisión
con lo que implícitamente acepta el resultado que se derive del ejercicio del voto por los restantes
miembros del Consejo.

Precisamente en razón de esta diferencia las Resoluciones de 1950 adoptadas en


ausencia de la URSS nunca llegaron a sentar un precedente interpretativo de la Carta como ha
ocurrido con la abstención. En último extremo hay que convenir con CARRILLO que: «... El
derecho de veto es la garantía que impide que la Organización se transforme en una alianza y
quede al servicio de uno de los grupos de potencias frente a otro; si liberado del derecho de veto
el Consejo de Seguridad decidiese recurrir a una acción coercitiva contra una gran potencia, la
consecuencia podría ser el desencadenamiento de una guerra mundial. Y es que en la valoración
del derecho de veto es preciso superar un planteamiento excesivamente formalista de los
problemas: ninguna fórmula de voto tiene en sí misma influencia decisiva, y lo fundamental, como
ha señalado Charles de Visscher, es la disposición de los votantes a actuar en función de los fines
y propósitos de la Organización o, por el contrario, de sus fines particulares».

d) Funcionamiento
El Consejo es un órgano permanente, o como indica el artículo 28, párrafo 1, «será
organizado de modo que pueda funcionar continuamente»; ello obliga a todos sus miembros a
tener dispuestos a sus representantes en la sede de la Organización al objeto de que las sesiones
del Consejo puedan convocarse de modo inmediato. Fue precisamente a l violación de este
párrafo del artículo 28 por parte del delegado soviético en 1950, la que se utilizó como base
jurídica para justificar las resoluciones adoptadas en aquella ocasión.

Se admite la posibilidad de que el Consejo celebre sus reuniones fuera de la sede de la


organización, así como la asistencia y participación sin voto de aquellos estados miembros de la
Organización que, no perteneciendo al Consejo, sean parte afectada en un conflicto internacional.

Al igual que señalábamos para la Asamblea General, la Carta faculta al Consejo de


Seguridad a crear cuantos órganos subsidiarios estime necesarios para su funcionamiento.
Únicamente hay un órgano dependiente del Consejo, cuya creación viene impuesta por la propia
Carta. Se trata del Comité de Estado Mayor cuya composición y funciones aparecen recogidas en
los artículos 45, 46 y 47 de la Carta de San Francisco.

Podemos catalogar los órganos subsidiarios del Consejo en las siguientes categorías:
Comisiones Principales, Comités Permanentes y Comités Especiales.

Comisiones Principales
Entre las Comisiones Principales debemos mencionar: el Comité de Estado Mayor y la
Comisión de Desarme.

Comité de Estado Mayor.


Está integrado por los Jefes de Estado Mayor, o sus representantes, de los cinco
miembros permanentes del Consejo, y posee como funciones principales:
- Asesoramiento y asistencia al Consejo de Seguridad en todas las cuestiones militares
relativas al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales.
- Empleo y mando de las fuerzas militares puestas a disposición del Consejo por los
estados miembros.
- Regulación del armamento y, en su caso, del desarme.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 26

- Creación de subcomités regionales previa autorización del Consejo y consulta con los
organismos regionales existentes.

Comisión de Desarme:
Fue creada mediante la unificación de la Comisión de Armamento clásico con la Comisión
de Energía Atómica por una Resolución de la Asamblea General del 14 de enero de 1952,
adscribiéndola plenamente a la autoridad del Consejo. Desde 1958 está integrada por todos los
miembros de la Organización. No obstante, su tarea ha quedado notablemente limitada por cuanto
las negociaciones de control o desarme entre las dos superpotencias se han realizado en foros
paralelos a la Organización, por ejemplo, Conversaciones SALT, Conferencia de Viena para la
reducción de fuerzas convencionales en Europa, etc.

Las Comités Permanentes


El carácter permanente de estos órganos es una consecuencia de la necesidad que posee
el Consejo de recibir asesoramiento en determinadas materias importantes, sin tener que recurrir
a la creación constante de comisiones específicas. Entre ellos merecen citarse: el Comité de
Expertos y la Comisión para la admisión de nuevos miembros.

Comité de Expertos.
Constituido por una decisión del Consejo de 1946, está formado por asesores de todos los
países miembros del Consejo. Inicialmente se constituyó para colaborar en la redacción del
reglamento interno del Consejo, sin embargo, ha mantenido sus funciones asesoras respecto de
otros muchos temas, por ejemplo, la elaboración del Estatuto del Comité de Estado Mayor;
especificación de condiciones en que el Tribunal Internacional de Justicia debía quedar abierto a
los países no miembros de la Organización; determinación de las funciones del Consejo de
Seguridad en las zonas estratégicas de los territorios bajo régimen de fideicomiso, etc.

Comisión para la admisión de nuevos miembros.


Creada en 1946 se encuentra integrada por representantes de todos los estados miembros
del Consejo. Su creación se debió a la necesidad de contar con un órgano responsable de la
elaboración de las preceptivas recomendaciones del Consejo a la Asamblea General para la
admisión de nuevos miembros.

Comités Especiales
Bajo esta denominación incluimos dos categorías de órganos. En primer lugar aquellas
comisiones temporales creadas para investigar los hechos acaecidos en relación con un conflicto
internacional, con vistas a su posterior información al Consejo. Por ejemplo, la creación de la
Comisión de encuesta sobre los incidentes en la frontera griega; la Comisión de las Naciones
Unidas para India y Pakistán; la Comisión de Tregua para Palestina; la Comisión de las Naciones
Unidas para Indonesia. En segundo término, aquellos comités destinados al estudio de ciertas
propuestas de medidas realizadas por alguno de los miembros del Consejo o de los proyectos de
resolución especialmente relevantes. Por ejemplo, la Comisión «ad hoc» para la cuestión de
España, la Comisión «ad hoc» para la cuestión de Corfú.

8. EL Consejo Económico y Social.

La inclusión de este órgano en la Carta de las Naciones Unidas resultaba plenamente


coherente con el propósito de la Organización de contribuir a la paz internacional mediante la
cooperación económica, social, cultural y humanitaria. Semejante tarea debía ser encomendada a
un órgano cuyas actividades debían desarrollarse en estrecha dependencia de la Asamblea
General y el Consejo de Seguridad.

La importancia alcanzada, dentro y fuera de la Organización de las Naciones Unidas, ha


sido en gran parte una consecuencia involuntaria del escaso desarrollo alcanzado por las
iniciativas directas de pacificación encomendadas al Consejo de Seguridad y a la Asamblea
General. Ello ha hecho que las tareas del Consejo en favor de los derechos humanos y del
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 27

desarrollo económico y social ocupasen un lugar central en el funcionamiento de las Naciones


Unidas, y hayan constituido, casi desde sus orígenes, una de las vertientes más directamente
apreciables por la opinión pública.

a) Composición
Inicialmente el artículo 61 contemplaba un Consejo integrado por dieciocho miembros,
elegidos por la Asamblea General por un período de tres años, y renovándose por tercios cada
año. En 1963 la Resolución 1.991 (XVIII), en cuya parte A se modificaba el número de miembros
electos del Consejo de Seguridad, ampliaba en su parte B el número de miembros del ECOSOC a
veintisiete, con objeto de dar una representación geográfica más acorde con el número de nuevos
países afro-asiáticos que se habían incorporado a las Naciones Unidas como consecuencia de la
desconolonización.

Nuevamente, por la Resolución 2.847 (XXVI), del 20 de diciembre de 1971, la Asamblea


General incrementó el número de miembros del Consejo Económico y Social a cincuenta y cuatro,
distribuidos geopolíticamente del modo siguiente:
- Catorce estados africanos.
- Trece estados de Europa Occidental y otras áreas desarrolladas.
- Once estados asiáticos.
- Diez estados latinoamericanos.
- Seis estados socialistas y de Europa Oriental.

Su mandato posee una duración de tres años y se renuevan por grupos de dieciocho
países anualmente, pudiendo ser reelegidos inmediatamente. Aunque no existe una norma escrita
que lo imponga, se ha establecido la costumbre de incluir entre los miembros en el Consejo
Económico y Social a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Esta costumbre
se ha implantado debido al indudable peso económico y social que tales estados poseen a escala
mundial, y parece una medida muy razonable y eficaz.

De cualquier modo el importante número de sus miembros, que constituyen casi una
tercera parte de todos los de la Organización, y su distribución geopolítica convierten a este
órgano en un foro representativo y cualificado para abordar los complejos problemas asociados al
desarrollo económico y social de la Humanidad.

b) Competencias
En los ámbitos específicos de la cooperación internacional que le son propios, el Consejo
Económico y Social goza de una competencia general para desempeñar cuantas funciones le
sean encomendadas por la propia Carta o por la Asamblea General, así como aquellas destinadas
a garantizar el cumplimiento de las Resoluciones de la Asamblea (artículo 66). No obstante, dado
el carácter técnico que este órgano posee, la mayoría de sus competencias particulares son de
naturaleza informativa o recomendatoria.

a) Generales
- Realizar recomendaciones a la A.G., a los miembros de la Organización y a los
organismos especializados sobre los temas de su competencia.
- Formular recomendaciones para la promoción de los derechos humanos y las libertades
fundamentales, incluidas las competencias de tramitación de las comunicaciones y de las
denuncias por la violación de estos derechos.
- Coordinación de las actividades de los organismos especializados de las Naciones
Unidas.
- Formulación de proyectos de convención destinados a su consideración por la Asamblea
General.
- Concertación de acuerdos con los organismos especializados, que deberán ser
aprobados por la Asamblea General.
- Convocatoria de conferencias internacionales sobre materias de su competencia.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 28

- Realización de arreglos con los organismos especializados con el fin de facilitar la


participación recíproca de sus representantes, con voz pero sin voto, en las sesiones del
ECOSOC o de tales organismos.
- Invitación a los miembros de las Naciones Unidas a sus deliberaciones.
- Creación de comisiones económicas, sociales o de derechos humanos, así como cuantos
órganos subsidiarios estime necesarios para desempeñar sus funciones.
- Prestar la asistencia y servicios solicitados por el Consejo de Seguridad; los organismos
especializados o los propios miembros de las Naciones Unidas, aunque en este último
caso requerirá la aprobación de la Asamblea General.

b) Informativas y asesoras
- Elaboración, por iniciativa propia, de estudios o informes sobre temas económicos,
sociales, culturales, educativos y sanitarios.
- Recabar informes periódicos de las actividades y medidas adoptadas por los organismos
especializados o los propios miembros de las Naciones Unidas, para el cumplimiento de
las recom endaciones de la Asamblea General y del propio Consejo Económico y Social,
así como trasladar sus observaciones a la Asamblea General.
- Elaboración de los informes solicitados por el Consejo de Seguridad.
- Celebración de consultas con Organizaciones no Gubernamentales.

c) Normativas
- Elaboración de su reglamento de funcionamiento interno.

c) Sistema de votación
Todos los miembros del Consejo Económico y Social cuentan con un voto, y las decisiones
se adoptarán por la mayoría simple de los votos de los miembros presentes y votantes.

d) Funcionamiento
El reglamento del Consejo Económico y Social contempla su funcionamiento en sesiones
plenarias o en Comisiones. Entre las sesiones plenarias podemos distinguir las sesiones
ordinarias, habitualmente dos al año, celebradas una en Nueva York y la otra en Ginebra, y las
sesiones extraordinarias convocadas a solicitud de la mayoría de sus miembros.

Tomando en consideración la amplitud de temas en los que el ECOSOC posee


competencias, la mayor parte de su trabajo se desarrolla a través de las Comisiones creadas al
amparo del artículo 68 de la Carta. Podemos dividirlas en diferentes categorías:

a) Los Comités de Sesión


Se constituyen en cada período de sesiones para poder abordar los temas de forma
específica. Están integrados por representantes de la totalidad de miembros del Consejo. Entre
estos se encuentran el Comité de Asuntos Económicos, el Comité de Asuntos Sociales y el
Comité Administrativo de Coordinación, formado por el secretario general y los representantes de
los Organismos Especializados.

b) Las Comisiones Orgánicas


Están integradas por los miembros elegidos por el Consejo Económico y Social, salvo en el
caso de la Comisión de Estupefacientes, cuyos miembros son designados por los gobiernos.

En esta categoría podemos mencionar las siguientes:


- Comisión de Estadística.
- Comisión de Población.
- Comisión de Estupefacientes.
- Comisión de Desarrollo Social.
- Comisión sobre la Condición Jurídica y Social de la Mujer.
- Comisión de Derechos humanos, de la que depende la subcomisión para la prevención y
protección de las minorías.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 29

c) Las Comisiones Económicas Regionales


Las diferencias entre las condiciones sociales y económicas de las distintas regiones del
sistema internacional y, paralelamente, la necesidad de arbitrar estudios y programas específicos
para resolver los principales problemas de desarrollo impusieron la necesidad de crear unas
Comisiones Económicas de ámbito regional.

Están formadas por los miembros de las Naciones Unidas pertenecientes a cada región
junto con aquellos países que no perteneciendo a la zona poseen importantes intereses
económicos y/o sociales en ella, y que pueden participar con carácter consultivo.

Estas Comisiones son las siguientes:


- Comisión Económica para Europa (CEE): incluye a todos los miembros europeos de NN.
UU., salvo los microestados (San Marino, Andorra, Liechtenstein, Mónaco) e incluye a Suiza, con
carácter consultivo, aunque no es miembro de la ONU.

- Comisión Económica para América Latina (CEPAL): es probablemente la más conocida


de estas Comisiones a partir de sus importantes estudios económicos regionales y la formulación
de la «teoría de la dependencia».
Está integrada por todos los países del continente americano, junto con Francia, el Reino
Unido y Holanda.

- Comisión Económica para África (CEPA): forman parte de ella todos los países
independientes de África y algunos otros estados con responsabilidades territoriales en dicho
continente. Estos últimos fueron abandonando su participación a medida que dejaron de disponer
de posesiones como ocurrió con Bélgica, Francia, Reino Unido o Portugal.

Una de las principales funciones de esta Comisión es la de coordinar las actividades


desarrolladas por los Organismos Especializados de Naciones Unidas, con el fin de evitar un
óptimo aprovechamiento de los recursos humanos y materiales.

- Comisión Económica para Asia y el Pacífico (CEAP): creada en 1947, con sede en
Bangkok, incorpora a todos los países miembros de las Naciones Unidas de Asia y Oceanía,
excepto los de Oriente Medio, junto con la participación de países asociados como Francia, el
Reino Unido, los Estados Unidos y la Unión Soviética.

- Comisión Económica para el Asia Occidental (CEAO): constituida en 1974, con sede en
Beirut agrupa a los países de Oriente Medio, salvo Israel. La permanente conflictividad en la
región junto con la guerra del Líbano han reducido notablemente la eficacia de esta Comisión
obligando al traslado de su sede a Bagdad.

d) Los Comités Permanentes


Creados para colaborar en la resolución de algunas de las cuestiones que se suscitan en
el desempeño de las funciones que han sido conferidas al ECOSOC. Entre ellos se encuentran
los siguientes:
- Comité del Programa y de la Coordinación.
- Comité de Recursos Naturales.
- Comisión de Empresas Transnacionales.
- Comisión de Asentamientos Humanos.
- Comité de Organizaciones no Gubernamentales.
- Comité de Negociación con los Organismos Intergubernamentales.

El Consejo Económico y Social constituye el órgano de articulación de las Naciones


Unidas, tanto con los denominados Organismos Especializados como respecto de numerosas
Organizaciones no Gubernamentales. Este complejo entramado de organizaciones vinculadas a
los órganos principales de las Naciones Unidas configura lo que se conoce como el Sistema de
las Naciones Unidas. En virtud de los vínculos establecidos con los estados y las organizaciones
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 30

internacionales, las Naciones Unidas han adquirido una posición en la Sociedad Internacional
mucho más significativa de la contemplada inicialmente por la Carta.

Además, la importante tarea desarrollada en cuestiones como la promoción y protección


de los derechos humanos a escala universal; el desarrollo económico y social, la cooperación
humanitaria, etc., lo han convertido en uno de los órganos más activos de la Organización.

9. El Consejo de Administración Fiduciaria.

El Consejo de Administración Fiduciaria constituye, curiosamente, uno de los órganos que,


gozando de una gran importancia en el momento de la constitución de la Naciones Unidas, ha ido
perdiendo su protagonismo y funcionalidad a medida que se consumaba el proceso
descolonizador.

La creación de este órgano en el marco de las Naciones Unidas hay que situarlo en
relación con la filosofía descolonizadora que alienta el espíritu de la Carta, junto con la necesidad
de asumir las consecuencias derivadas del régimen de mandatos instaurado por la Sociedad de
Naciones. Dicho régimen pretendía garantizar un control internacional de las competencias y
poderes atribuidos a las potencias mandatarias para que facilitasen el desarrollo económico,
social y político de los territorios bajo mandato, y lograr así su independencia de una forma rápida,
estable y pacífica. Se establecieron tres categorías de territorios bajo mandato designadas con las
letras A, B y C.

Los territorios del tipo A eran aquellos cuyas poblaciones estaban en situación próxima a
su independencia y autogobierno. En esta categoría se incluyeron territorios del Imperio Turco
existentes en Oriente Medio. Las potencias mandatarias fueron el Reino Unido que obtuvo el
mandato de Palestina, Transjordania e Irak y Francia, cuyo mandato se estableció en Siria y
Líbano.

Los territorios de la clase B lo constituían aquellos cuyas poblaciones gozaban de un


escaso desarrollo político, económico y cultural que hacía inviable, durante un amplio período de
tiempo, su independencia. La mayoría de las antiguas colonias alemanas en África fueron
incluidas en esta categoría. Comprendían los territorios de Camerún y Togolandia, el África
Oriental alemana y el pequeño territorio de Ruanda-Urundi. Como potencias mandatarias se
nombraron a Gran Bretaña, Francia, Bélgica y la Unión Sudafricana, adscribiéndoseles los
territorios según el arbitrario criterio de limitación fronteriza con las colonias de tales potencias.

Finalmente, los mandatos del tipo C comprendían las ex colonias alemanas en el Pacífico y
el África sudoccidental, territorios que por su dispersión geográfica, escasa población e ínfimo
grado de desarrollo no podían sustentar serias expectativas de independencia. Como potencias
mandatarias se nombraron a Japón, para las islas del Pacifico al norte del Ecuador; Nueva
Zelanda, Australia y Gran Bretaña, para las islas del Pacífico al Sur del Ecuador, y la Unión
Sudafricana para el África sudoccidental.

a) Los territorios no autónomos y el Régimen Internacional de Administración Fiduciaria.


El escaso éxito funcional de la Sociedad de Naciones, unido a los efectos de la Segunda
Guerra Mundial, dejó una herencia de territorios y poblaciones en proceso de descolonización que
las Naciones Unidas asumieron mediante el establecimiento de un Régimen Internacional de
Administración Fiduciaria, cuya regulación jurídica aparece recogida en la Carta de San Francisco
en sus capítulos XII y XIII. Las competencias relativas a este régimen en el marco de la ONU
fueron conferidas al Consejo de Administración Fiduciaria bajo el control y la supervisión de la
Asamblea General, y excepcionalmente, del Consejo de Seguridad.

Como señalábamos, la Carta nació con una vocación netamente descolonizadora, no


resulta sorprendente que al abordar las cuestiones relativas a los territorios que todavía no habían
alcanzado su independencia formulase en su capítulo XI (artículos 73 y 74) una Declaración
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 31

relativa a los territorios no autónomos, cuya validez se extiende tanto a las colonias como a
aquellos territorios que quedan amparados por el nuevo Régimen Internacional de Administración
Fiduciaria. En esta declaración se formulan como principios básicos de las relaciones entre los
territorios no autónomos y sus potencias administradoras, los siguientes:
a) El reconocimiento de los intereses de los habitantes de estos territorios «por encima de
todo».
b) La promoción del bienestar de los habitantes de los territorios autónomos.
c) La aplicación del principio de buena vecindad.

Todos estos principios debían aplicarse con un criterio no discriminatorio respecto de los
propios territorios de las metrópolis. Como garantía de estos principios se establecían una serie
de obligaciones entre las que destacaba la especificada en el apartado e) del artículo 73, por la
que las potencias metropolitanas se comprometían a «transmitir regularmente al secretario
general, a título informativo y dentro de los límites que la seguridad y consideraciones de orden
constitucional requieran, la información estadística y de cualquier otra naturaleza técnica que
verse sobre las condiciones económicas, sociales y educativas de los territorios, por los cuales
son respectivamente responsables, que no sean los territorios a que se refieren los capítulos XII y
XIII de esta Carta».

De este modo, el capítulo XI instauraba un sistema de control informativo sobre los


aspectos no estrictamente políticos de las relaciones entre las colonias y las metrópolis.
Ciertamente este control de las Naciones Unidas era menos estricto que el contemplado para los
territorios bajo fideicomiso, pero en la medida en que implantaba unas obligaciones para las
potencias colonizadoras destinadas a proteger y facilitar el tránsito hacia la independencia de sus
colonias, significaba también un avance respecto del sistema instaurado por la Sociedad de
Naciones.

De hecho, el sistema de protección jurídica de las colonias contemplado en el capítulo XI


se aplicó a un número de territorios sustancialmente superior al de los afectados por el Régimen
Internacional de Administración Fiduciaria. En efecto, mientras el número total de territorios
fideicomi6dos fue de 11, excluido el caso de África Sudoccidental (Namibia) por las peculiaridades
históricas que generó la decisión de la Unión Sudafricana de no someterla al régimen de
fideicomiso, para perpetuar el régimen de mandato, ya en 1946 un total de 8 países miembros de
las Naciones Unidas (Australia, Bélgica, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Nueva Zelanda, los
Países Bajos y el Reino Unido) habían elaborado una relación de 74 territorios no autónomos bajo
su administración respecto de los que- se comprometieron a remitir informes periódicos a las
Naciones Unidas. Entre 1946 y 1959 alcanzaron su independencia un total de 8 de estos
territorios. Por su parte, España, que ingresó en las Naciones Unidas en 1955, asumió el
compromiso de remitir informes sobre sus territorios no autónomos a partir de 1961.

El Régimen Internacional de Administración Fiduciaria se implanta como un medio


privilegiado destinado a propiciar la independencia de los territorios coloniales. A diferencia del
régimen jurídico introducido por el capítulo XI, en el que se intentaban compatibilizar los intereses
de los territorios no autónomos con los de las potencias administradoras, la Administración
Fiduciaria descansa sobre el principio de que los intereses y el bienestar de los habitantes de los
territorios fideicomitidos constituyen un bien jurídica y políticamente superior a los intereses o
derechos alegados por las potencias administradoras. En consecuencia, estas potencias no sólo
asumen una serie de obligaciones respecto a los territorios y poblaciones administradas, sino que
su responsabilidad en el ejercicio de las competencias que les son atribuidas se supedita
expresamente a la autoridad de la ONU.

Dado que el fideicomiso, al igual que lo fue el mandato, es un régimen cuya finalidad es la
de facilitar el proceso de evolución pacífica hacia la autonomía o independencia de las
poblaciones afectadas, la Carta lo contempla como un régimen con carácter temporal, que en
ningún caso podrá aplicarse a los estados miembros de la ONU.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 32

El régimen de administración fiduciaria se puede aplicar, según lo dispone el artículo 77, a


tres categorías de territorios:
1. A los territorios bajo mandato en el momento de aprobarse la Carta.
En esta categoría se incorporan al sistema de Administración Fiduciaria los territorios
africanos bajo mandato del tipo B, junto con las islas del Sur del Pacífico pertenecientes a la
categoría C.

2. A los territorios que, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, fueron


segregados de las potencias enemigas.
En esta situación se hallaron las islas del Pacífico al Norte del Ecuador que, con
anterioridad a la Segunda Guerra Mundial, habían quedado bajo mandato de Japón y las antiguas
colonias italianas de Somalia y Libia, puesto que Eritrea se mantuvo como colonia italiana hasta
su incorporación a Etiopía en 1954.

3. A los territorios que siendo administrados por un estado decidiese voluntariamente


colocarlos bajo fideicomiso.
De todos modos el establecimiento del régimen de fideicomiso no era automático, pues
requería, de conformidad con el párrafo 2 del mismo artículo 77 y de los artículos 79 y 81, la
conclusión de un acuerdo particular en el que figurasen las condiciones de administración
fiduciaria del territorio, así como la autoridad que debía ejercerla.

Especial significación posee lo dispuesto en el artículo 82 de la Carta en el que se regula la


administración de las denominadas zonas estratégicas. Estas zonas estratégicas son territorios
fideicomitidos o partes de éstos, que por su importancia para la seguridad internacional son
sometidos a un status especial dentro del régimen de fideicomiso, cuya supervisión y control es
competencia directa del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

En 1947 el Consejo de Seguridad declaró como zona estratégica las Islas Marshall,
Marianas, excepto Guam, y Carolinas, antiguos mandatos del Japón, y concedía su
administración a Estados Unidos. En la actualidad, son los únicos territorios que todavía subsisten
bajo administración fiduciaria.

El resultado de la aplicación del Régimen Internacional de Administración Fiduciaria y de la


actividad desplegada por los órganos de las Naciones Unidas, encargados de su control, ha sido,
sin duda, muy positivo, ya que salvo las Islas del Pacífico todos los demás territorios alcanzaron
su independencia. Este resultado podemos sintetizarlo en el siguiente cuadro:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 33

Territorio Potencia Nombre y fecha


Fideicomitido Administradora de Independencia
Togo (parte) Gran Bretaña Ghana (1957)

Togo (parte) Francia Togo (1960)


Camerún (parte) Gran Bretaña Norte: Nigeria (1961)
Sur; Rep. Camerún (1961)
Camerún (parte) Francia Rep. Camerún (1961)
Somalia Italia Somalia (1960)
Tanganika Gran Bretaña Tanganika (1961)
Ruanda-Urundi Bélgica Ruanda (1962)
Burundi (1962)
Samoa Occidental Nueva Zelanda Samoa (1962)
Nauru Australia Nauru (1968)
Nueva Zelanda
Gran Bretaña
Nueva Guinea Australia Papua - Nueva Guinea (1975)
Islas Marshall
Islas Marianas
Islas Carolinas Estados Unidos

b) Composición del CAF.


La composición y el número de miembros del Consejo de Administración Fiduciaria tenía
que ser variable, por la propia naturaleza del régimen de Administración Fiduciaria. Así se recoge
en el artículo 86 de la Carta, que contempla tres categorías de miembros junto con la relación que
debe existir entre el número de miembros de cada categoría.

En primer término se encuentran aquellos miembros que administran territorios


Fideicomitidos. Un segundo grupo lo constituyen los miembros permanentes del Consejo de
Seguridad que no administren territorios fideicomitidos. Nótese que en esta segunda categoría
sólo se encontraban inicialmente la Unión Soviética y China. Finalmente, se hallaban los
miembros elegidos por la Asamblea General por periodos de tres años.

Tanto las potencias administradoras como los miembros permanentes del Consejo de
Seguridad tienen asegurada su participación en el CAF. No ocurre lo mismo con los miembros
electos, ya qué su participación viene condicionada al criterio de que debe existir el mismo
número de miembros no administradores de territorios fideicomitidos que de potencias
administradoras. Naturalmente, a medida que tales territorios fueron accediendo a la
independencia el número de potencias administradoras fue reduciéndose y con ellas también, el
número de miembros elegidos por la Asamblea General, hasta llegar a la situación actual en que
los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que no poseen responsabilidades directas
sobre territorios fideicomitidos, supera a los Estados Unidos, única potencia administradora que
queda, y consiguientemente, han desaparecido también los miembros electos.

Este complicado sistema respondía a la filosofía de que el éxito en el funcionamiento del


sistema de Administración Fiduciaria requería la cooperación de las potencias administradoras y la
garantía de las grandes potencias mundiales. Junto a ellas la participación de estados miembros
elegidos por la Asamblea General podía contribuir a alcanzar un equilibrio que facilitase la efectiva
protección de los intereses y derechos de los territorios fideicomitidos por las Naciones Unidas,
rompiendo el oligopolio de las grandes potencias.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 34

Por otra parte, hay que reconocer que un órgano compuesto exclusivamente por miembros
elegidos por la Asamblea General hubiese tenido escaso éxito para inducir al cumplimiento de las
obligaciones del Régimen Internacional de Administración Fiduciaria a aquellas grandes potencias
mundiales que, como Francia o el Reino Unido, tenían responsabilidades en la mayoría de los
territorios no autónomos.

Aunque la Carta, a diferencia de otros órganos de las Naciones Unidas, no confiere


expresamente al Consejo de Administración Fiduciaria la posibilidad de crear órganos
subsidiarios, no obstante estos se han creado al amparo del reglamento del CAF Entre estos
órganos se pueden mencionar la Comisión Permanente sobre Uniones Administrativas, la
Comisión Permanente sobre Peticiones o la Comisión para el Desarrollo Económico Rural.

c) Competencias
Las principales competencias que la Carta atribuye al Consejo de Administración Fiduciaria
son las siguientes:
- Elaborar su reglamento de régimen interno.
- Examinar los informes anuales presentados por las potencias administradoras.
- Recibir y estudiar las quejas o peticiones formuladas por los habitantes de los territorios
fideicomitidos o por terceros países.
- Realizar visitas periódicas a los territorios fideicomitidos en las fechas concertadas con
las potencias administradoras.
- Formular cuestionarios y realizar estudios para conocer los avances políticos,
económicos, sociales y educativos de los pueblos bajo administración fiduciaria.
- Recabar la colaboración del Consejo Económico y Social y de los Organismos
Especializados para contribuir a mejorar las condiciones de los territorios fideicomitidos.
- Colaborar con la Asamblea General y con el Consejo de Seguridad en el desempeño de
las funciones que la Carta les atribuye para la aplicación del Régimen Internacional de
Administración Fiduciaria.
- Cuantas medidas adicionales le sean atribuidas en los Acuerdos de Administración
Fiduciaria.

d) Sistema de votación
La decisiones del CAF. se adoptan por la mayoría simple de los miembros presentes y
votantes, y de acuerdo con el principio de igualdad de voto entre todos sus miembros.

e) Funcionamiento
El Consejo de Administración Fiduciaria celebra sesiones ordinarias dos veces al año, una,
en enero, y la otra, en junio, según lo establecido en su reglamento. La imprecisa redacción del
artículo 90, párrafo 2, ha permitido la introducción reglamentaria de las sesiones extraordinarias
en los casos en que «sea necesario», por decisión del propio Consejo, de la Asamblea General,
del Consejo de Seguridad, del Consejo Económico y Social o por petición de la mayoría de los
miembros del CAF.

10. El Tribunal Internacional de Justicia

La Carta establece que el Tribunal Internacional de Justicia constituye el órgano judicial de


las Naciones Unidas. Su composición, competencias y funcionamiento aparecen recogidos en el
capítulo XIV de la Carta y en el Estatuto anexo que, como ya hemos señalado, forma parte integra
de la misma.

La creación de este órgano encuentra su precedente en el Tribunal Permanente de Justicia


Internacional de la Sociedad de Naciones, cuya importante tarea en la resolución de litigios
durante el período de entreguerras es unánimemente reconocida por la doctrina. El propio artículo
92 de la Carta reconoce expresamente que el Estatuto del Tribunal Internacional de Justicia está
basado en el de su antecesor de la Sociedad de Naciones.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 35

a) El Estatuto del Tribunal Internacional de Justicia


El estatuto es un extenso texto que consta de 70 artículos, divididos en cinco capítulos, en
el que se regula la organización (artículos 2 a 33), la competencia (artículos 34 ,1 s8), el
procedimiento (artículos 39 a 64), las opiniones consultivas (artículos 65 a 68) y su propia reforma
(artículos 69 y 70).

Son partes del Estatuto todos los estados miembros de las Naciones Unidas, pues, como
ya hemos visto, para acceder a esta condición uno de los requisitos consiste en la aceptación de
la Carta, incluido el Estatuto. Además, el artículo 93, párrafo 2, abre la posibilidad de que sean
parte del Estatuto aquellos estados que sin ser miembros de la ONU lo soliciten, siempre y
cuando lo recomiende el Consejo de Seguridad y lo apruebe la Asamblea General. En esta
situación se encuentran Suiza, Liechtenstein y la República de San Marino.-

Conviene señalar que para este último supuesto la Carta adopta un procedimiento similar
al establecido para la admisión de nuevos miembros, si bien en este caso con la única finalidad de
incorporar al funcionamiento del Tribunal Internacional de Justicia a los países que no son
miembros de las Naciones Unidas.

La filosofía que subyace a este planteamiento es muy sencilla. Se trata de lograr la mayor
universalidad posible en la competencia y funcionamiento del Tribunal con el fin de fortalecer su
actuación y de robustecer su eficacia como órgano de solución de conflictos y controversias.
Habida cuenta del carácter restringido en la composición inicial de las Naciones Unidas se
comprende este afán por abrir el acceso al Estatuto sin condicionarlo a la membresía de la
Organización.

b) Composición
El Tribunal está formado por quince miembros, sin que pueda haber dos de la misma
nacionalidad, elegidos por la Asamblea General y el Consejo de Seguridad en votaciones
independientes. El cargo se ejerce por un período de nueve años y los magistrados son
susceptibles de reelección.

El sistema de elección es extraordinariamente complejo y se inicia con la elaboración de


una lista de candidatos propuesta por los grupos nacionales del Tribunal Permanente de Arbitraje,
por los grupos nacionales designados por los gobiernos de los estados miembros de Naciones
Unidas que no están representados en el Tribunal Permanente de Arbitraje y, en las condiciones
fijadas por la Asamblea General a recomendación del Consejo de Seguridad, por los estados
partes en el Estatuto que no sean miembros de Naciones Unidas.

Para ser candidato el Estatuto exige, además de ser propuestos, ciertos requisitos
personales y profesionales: deberán ser personas que «gocen de alta consideración moral» y que
estén capacitados para el ejercicio de las más altas funciones judiciales en sus respectivos países
o bien sean jurisconsultos de «reconocida competencia» en el campo del derecho internacional.

Los candidatos que obtengan una mayoría absoluta de votos en la Asamblea General y el
Consejo de Seguridad, se convierten en magistrados del Tribunal. Si después de tres elecciones
sucesivas todavía quedase alguna plaza vacante se constituirá, a petición de la Asamblea
General o del Consejo de Seguridad, una Comisión Conjunta integrada por tres miembros
nombrados por la Asamblea General, y otros tres nombrados por el Consejo de Seguridad que
deberá proceder a la elección, por mayoría absoluta de votos, de un candidato para cada plaza
vacante. Esta Comisión goza de la facultad de proponer por unanimidad nuevos candidatos que
no figurasen en la lista.

En el supuesto de que la Comisión Conjunta no lograra ponerse de acuerdo en la elección


de candidatos para cubrir todas las plazas vacantes, serán los Magistrados electos los que
decidirán, en el plazo señalado por el Consejo de Seguridad, los candidatos que deberán
ocuparlas de entre aquellos que hubiesen obtenido votos en la Asamblea General o el Consejo de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 36

Seguridad. Si se produjese un empate entre dos candidatos, en este último supuesto, se


resolvería por el voto de calidad del magistrado electo de mayor edad.

Todo este complicado procedimiento de nombramiento de los miembros del Tribunal


Internacional de Justicia está destinado a alcanzar el mayor respaldo institucional posible que
garantice la solvencia profesional y la imparcialidad de los magistrados y con ellos del propio
Tribunal. Ello se complementa con la independencia que adquieren y que se les exige a los
Magistrado § tras su nombramiento.

En este sentido los artículos 2 y 16 al 20 del Estatuto son incontrovertibles. Así, los
magistrados no podrán desempeñar funciones políticas, administrativas, de agentes, consejeros,
abogados, ni «dedicarse a ninguna otra ocupación de carácter profesional» (artículo 16). Estas
limitaciones establecidas durante el ejercicio del cargo de magistrado encuentran su
correspondencia en los derechos que se les atribuyen. En efecto, los magistrados no pueden ser
separados de sus cargos, salvo que, por decisión unánime de los demás miembros del Tribunal,
no reúnan los requisitos exigidos por su nombramiento. También gozarán de los privilegios e
inmunidades diplomáticas en el ejercicio de sus funciones. Su retribución económica será
determinada por la Asamblea General, y en ningún caso podrá ser reducida durante el período del
cargo. Estos sueldos estarán exentos de cualquier tipo de imposición fiscal.

c) Competencias
La Carta y el Estatuto atribuyen al Tribunal dos tipos de competencias netamente
diferenciadas: la competencia contenciosa y la competencia consultiva.

La competencia contenciosa tiene por finalidad juzgar sobre las controversias surgidas
entre estados. Resulta oportuno reiterar que esta función judicial de solución pacífica de
controversias sólo es aplicable a las relaciones entre estados (artículo 34,1 del Estatuto). No
podrán recurrir a ella ni las Organizaciones Intergubernamentales, ni otros sujetos de derecho
internacional de carácter no estatal (Movimientos de Liberación, ONG, individuos, etc.).

Se ha debatido mucho por la doctrina las razones y consecuencias del carácter facultativo
de la jurisdicción del Tribunal, especialmente en relación con el artículo 36, párrafo 3, de la Carta.
Como ha señalado JIMENEZ DE ARECHAGA, fue la oposición de las grandes potencias en la
Conferencia de San Francisco, contrarias a ver condicionada su hegemonía internacional, la que
impidió que se adoptase la propuesta de imponer obligatoriamente la jurisdicción del Tribunal. Sin
embargo, también dejaron abierta la posibilidad de que la obligatoriedad jurisdiccional del Tribunal
se estableciese en otros Tratados Internacionales o de que los propios estados se autoimpusieran
dicha obligación. De este modo el Tribunal ejercerá la competencia contenciosa, según tres
supuestos distintos:
1. Cuando las partes convienen voluntariamente en someter un asunto concreto a la
competencia judicial del Tribunal. En este caso lo normal es llegar a un acuerdo entre las partes,
al que se le denominará compromiso, y que sólo será aplicable al asunto sometido a la jurisdicción
del Tribunal.

2. Cuando la jurisdicción del Tribunal se establece en algún tratado internacional, incluida,


claro está, la Carta de las Naciones Unidas.

3. Cuando los estados parte de una controversia han reconocido como obligatoria la
jurisdicción del Tribunal mediante una declaración previa y unilateral.

En este supuesto cada Estado puede obligarse según tres situaciones diferentes:
a) De forma incondicional.
b) Bajo la condición de reciprocidad, es decir, a condición de que la otra parte también
acepte la jurisdicción del Tribunal.
c) Bajo-condición temporalmente determinada, es decir, que el reconocimiento de la
obligatoriedad de la jurisdicción del Tribunal posee un período de validez cierto y determinado.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 37

El Tribunal debe juzgar conforme al derecho internacional y sus sentencias poseen un


carácter obligatorio para las partes litigantes. Estas sentencias son definitivas e inapelables y su
interpretación es competencia exclusiva del propio Tribunal. Como ya señalamos con anterioridad,
la responsabilidad de velar por el cumplimiento de las sentencias del Tribunal, y llegado el caso
imponer su ejecución, le corresponde al Consejo de Seguridad (artículo 94).

Las sentencias del Tribunal deberán ser motivadas y mencionarán los nombres de los
magistrados que hayan tomado parte en ella. Todo magistrado tiene derecho a incorporar a la
sentencia su opinión disidente.

La competencia consultiva que posee el Tribunal Internacional de Justicia figura regulada


en el artículo 96 de la Carta, y en el capítulo IV del Estatuto (artículos 65 a 68). Esta competencia
consultiva se extiende a «cualquier cuestión jurídica» lo que significa que el Tribunal no puede
pronunciarse más que sobre los aspectos jurídicos de los temas sometidos a consulta, evitando
pronunciarse sobre los aspectos políticos, económicos, técnicos, etc. Las opiniones consultivas
emitidas por el Tribunal deberán ajustarse al Derecho Internacional.

La Asamblea General y el Consejo de Seguridad son los únicos órganos de las Naciones
Unidas que gozan de una capacidad genérica y directa para solicitar opiniones consultivas del
Tribunal. El artículo 96 atribuye también esta capacidad a los restantes órganos de las Naciones
Unidas (ECOSOC, CAF, Comisión Interina de la Asamblea General, etc.) y a los organismos
especializados (excluyendo a la Unión Postal Universal); sin embargo, en ambos casos esta
capacidad se encuentra limitada a las cuestiones jurídicas relacionadas con sus actividades, y
sólo se puede ejercer previa autorización de la Asamblea General.

Como podemos apreciar, el ámbito de competencia del Tribunal Internacional de Justicia,


en relación con su competencia consultiva, sigue siendo muy amplio por razón de la materia, pero
queda extraordinariamente restringido en cuanto a los sujetos al excluir a los estados, incluso a
los estados miembros de las Naciones Unidas, que gozan, en cambio, del derecho a recibir
notificación de las demandas de opinión consultiva y a presentar exposiciones, escritas u orales,
sobre el asunto planteado.

Las opiniones consultivas formuladas por el Tribunal Internacional de Justicia carecen de


obligatoriedad; no obstante y teniendo presente la importancia del órgano de Naciones Unidas
que la emite, su alcance y consecuencias jurídicas no pueden ser ignoradas, ya que por la vía del
artículo 38 del Estatuto tales opiniones pueden pasar a formar de los criterios del Derecho
Internacional que el propio Tribunal deberá aplicar en sus sentencias.

Junto a estas competencias, el artículo 30 del Estatuto confiere al Tribunal una


competencia normativa. De acuerdo con ella, el Tribunal está obligado a elaborar un reglamento
que especifique la forma de ejercicio de sus funciones y las reglas de procedimiento ante el
Tribunal, que no se encuentran recogidas expresamente en el propio Estatuto.

d) Funcionamiento y sistema de votación


El artículo 25, párrafo 1, del Estatuto establece que «salvo lo que expresamente disponga
en contrario este Estatuto, la Corte ejercerá sus funciones en sesión plenaria». Se considera que
el Tribunal se ha constituido en sesión plenaria cuando existe un mínimo de nueve magistrados.

Las deliberaciones del Tribunal serán secretas y sus decisiones se adoptarán por la
mayoría de votos de los magistrados presentes. El Presidente del Tribunal gozará de voto de
calidad para los casos de empate.

Junto al supuesto ordinario de funcionamiento en sesión plenaria, el Estatuto admite que


bajo ciertas circunstancias de urgencia o para determinadas materias, el Tribunal desempeñe sus
funciones mediante la constitución de una o más salas. La composición de estas salas suele ser
de tres o cinco magistrados, aunque es potestad del Tribunal determinar su número. Las
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 38

sentencias dictadas por una sala se considerarán a todos los efectos sentencias del propio
Tribunal.

El Estatuto menciona expresamente ciertos supuestos en los que el Tribunal podrá actuar
a través de salas. Estos supuestos comprenden:
a) Los supuestos en los que las partes solicitan resolver sumariamente un asunto, en cuyo
caso la sala constará de cinco magistrados.
b) Los supuestos en los que el asunto sometido al Tribunal trate de «litigios de trabajo» o
relativos al tránsito y las comunicaciones, en cuyo caso la sala constará de tres o más
magistrados.

Por último, aunque la sede del Tribunal Internacional de Justicia se encuentra en La Haya,
está facultado para que las salas celebren sus sesiones en cualquier otro lugar.

11. La Secretaría de las Naciones Unidas.

La Secretaría constituye el último de los órganos principales de las Naciones Unidas


citados en el artículo 7 de la Carta. Dada la importancia y el protagonismo alcanzado en los
medios de comunicación por la figura del Secretario General, es frecuente que se identifique a
este órgano con su máximo representante. No obstante, semejante identidad oculta el verdadero
entramado orgánico y la pléyade de funcionarios que forman parte de la Secretaría, y sin cuyo
trabajo sería imposible que el Secretario General pudiese desempeñar eficazmente las funciones
que le son encomendadas.

En este contexto, sería injusto y científicamente incorrecto desconocer que una gran parte
de los éxitos y las aportaciones que convierten a las Naciones Unidas en una organización
insustituible dé la Sociedad Internacional actual, son el fruto del esfuerzo y dedicación que han
demostrado los sucesivos Secretarios Generales.

a) Composición
La Secretaría está formada por el Secretario General, que es «el más alto funcionario
administrativo de la Organización» (artículo 97), y por el resto del personal al servicio de las
Naciones Unidas.

El Secretario General
El Secretario General es nombrado por la Asamblea General, previa recomendación del
Consejo de Seguridad. Su mandato posee una duración de cinco años y es susceptible de
reelección.

En su condición de funcionario internacional, al servicio de las Naciones Unidas, el


Secretario General está obligado a desempeñar sus funciones con absoluta independencia de
cualquier Gobierno o autoridad ajena a la propia Organización. Esta obligación se corresponde
con el compromiso que asumen los estados miembros de respetar la independencia y el carácter
exclusivamente internacional del Secretario General, evitando cualquier intento de influir en él.

Al margen de esta referencia al carácter internacional e independiente del Secretario


General, la Carta no menciona ningún requisito personal o profesional para que un candidato
pueda ser nombrado para este cargo.

Desde la creación de las Naciones Unidas han ocupado el cargo de Secretario General
cinco destacadas personalidades que, cronológicamente, han sido:
TRYGVE LIE (Noruego): 1946-1952.
DAG HAMMARSKJÖLD (Sueco): 1953-1961. Muerto en accidente aéreo en el desempeño
de su cargo.
U THANT (Birmano): 1962-1972.
KURT WALDHEIM (Austriaco): 1972-1982.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 39

JAVIER PEREZ DE CUELLAR (Peruano): 1982-1992.

Resulta complicado establecer un catálogo que reúna y sistematice todas las funciones
desempeñadas por el Secretario General. Esta dificultad se debe, en primer término, a la forma
dispersa en que estas funciones figuran recogidas en la Carta de las Naciones Unidas, e incluso
del Estatuto del Tribunal Internacional de Justicia. En segundo lugar, debido a que la propia
dinámica de la Organización de las Naciones Unidas ha impuesto una lenta pero clara tendencia a
su ampliación, proceso al que no han sido ajenos los sucesivos Secretarios Generales.

La doctrina suele clasificarlas en tres categorías: las funciones administrativas, las


funciones técnicas y las funciones políticas. Desentrañemos las principales competencias del
Secretario General en cada una de estas categorías.

1. Funciones Administrativas
- La organización y dirección de la Secretaría de conformidad con las directrices de la
Asamblea General.
- El nombramiento de los funcionarios de la Secretaría según los criterios de eficiencia,
competencia e integridad en el desempeño de sus tareas junto con la máxima representación
geográfica.
- Actúa como secretario en las sesiones de la Asamblea General, el Consejo de Seguridad,
el Consejo Económico y Social y el Consejo de Administración Fiduciaria.
- Realiza la asignación permanente de personal administrativo al ECOSOC y al CAF.
- Se responsabiliza de la organización y funcionamiento de los servicios de recepción,
traducción, impresión y distribución de todos los documentos e informes de las Naciones Unidas.
- Actúa como depositario de los documentos de ratificación de los Tratados Internacionales
concluidos entre los estados miembros, encargándose de su registro, publicación y notificación de
las fechas de entrada en vigor.

2. Funciones Políticas
Las principales funciones políticas desempeñadas por el secretario general son las
relacionadas con sus actuaciones de representación de la Organización de las Naciones Unidas y
las de participación en la solución pacífica de conflictos. Entre las primeras debemos mencionar:
- Representar a la Organización ante los tribunales nacionales, internacionales, el Tribunal
Administrativo de las Naciones Unidas y el Tribunal Internacional de Justicia, ante el que puede
realizar exposiciones orales o escritas.
- Concluir acuerdos o tratados internacionales reguladores de los privilegios e
inmunidades, tanto de la sede como de los funcionarios de las Naciones Unidas.
- Notificar a los estados no miembros de la Organización las decisiones adoptadas por sus
órganos en temas que directamente les afecten.

Entre las funciones destinadas a resolver pacíficamente los conflictos o controversias


internacionales, merecen destacarse:
- Llamar la atención del Consejo de Seguridad sobre aquellas cuestiones que amenacen la
paz o la seguridad internacionales.
- Actuar como mediador o consejero en las controversias o conflictos entre los estados
miembros, o de éstos con la Organización de las Naciones Unidas.
- Gestionar la organización de los contingentes armados al servicio de las Naciones
Unidas.

3. Funciones Técnicas
- Preparar los estudios, informes y estadísticas solicitados por los órganos de las Naciones
Unidas.
- Formular proposiciones y enmiendas a las decisiones de los órganos de la Organización,
encargándose del cumplimiento de las decisiones finales adoptadas y dando cuenta de los
resultados de su ejecución.
- Colaborar en la coordinación del ECOSOC con los organismos especializados.
- Elaborar el informe anual sobre las actividades de las Naciones Unidas.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 40

- Presentar informes orales o escritos al Consejo de Seguridad, el Consejo Económico y


Social o el Consejo de Administración Fiduciaria.

Dentro de estas funciones técnicas merecen una referencia singular aquellas


competencias asociadas con los aspectos económicos y presupuestarios de las Naciones Unidas,
ya que de ellas dependen en gran medida la eficacia de sus actividades y la propia subsistencia
de la Organización. Entre ellas se encuentra:
- La elaboración de la propuesta de presupuesto de la Organización.
- El control y contabilidad de los ingresos y gastos.
- La emisión de bonos destinados a sufragar los gastos extraordinarios de la Organización,
junto con la inversión de los fondos disponibles.

El personal de la Secretaría
Dado que la Carta no hace ninguna referencia a la estructura orgánica de la secretaría fue
necesario establecer un esquema embrionario en la Resolución 13 (I) de la Asamblea General,
esquema que con posterioridad los sucesivos secretarios generales han ido modificando para
adaptarlo a la creciente actividad de las Naciones Unidas que ha obligado a un constante
crecimiento de su personal hasta rebasar los 16.000 funcionarios.

De forma simplificada y atendiendo a su rango jerárquico y a sus competencias, podemos


distinguir las siguientes categorías de funcionarios:

1. Nueve secretarios generales adjuntos distribuidos en las siguientes áreas:


- Asuntos Económicos y Sociales.
- Consultor especial para África.
- Asuntos de Administración y Gestión.
- Asuntos Políticos Especiales.
- Asuntos Políticos y del Consejo de Seguridad.
- Servicio de Conferencias.
- Asuntos Políticos y de descolonización.
- Asuntos de la Asamblea General.
- Asuntos Jurídicos.

2. Ocho subsecretarios generales


3. Jefes de gabinete, directores generales, secretarios ejecutivos de instituciones
específicas, comisionados, etc.
4. Categoría de funcionarios profesionales.
5. Categoría del personal de servicios generales.
6. Obreros y trabajadores manuales.

El principal intento de modificar la composición de la Secretaría de las Naciones Unidas


partió de la Unión Soviética con una propuesta presentada por Kruschov en la XVª Sesión de la
Asamblea General (1960). En dicha propuesta se planteaba la necesidad de transferir las
funciones del Secretario General a un órgano colegiado integrado por tres altos funcionarios
representativos de las tres grandes áreas geopolíticas (países occidentales, democracias
populares y países no alineados).

Esta propuesta fue contestada por el Secretario General, DAG HAMMARSKJÖLD, quien
estimaba que ello suponía «sustituir los principios de independencia, imparcialidad y objetividad
por los de compromiso con un bloque que iría en detrimento de la Organización».

Como consecuencia de ese conflicto se resolvió nombrar un Secretario General interino,


cargo que ocupó U THANT, y el de ocho subsecretarios generales como «consejeros principales».
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 41

12. LOS ORGANISMOS ESPECIALIZADOS DE LAS NACIONES UNIDAS

El término organismos especializados figura expresa y reiteradamente recogido en la Carta


(artículos 57, 58, 59, 63, 64 y 70) refiriéndose a organizaciones intergubernamentales, que
mediante ,un acuerdo o tratado se vinculan con la Organización de las Naciones Unidas. En dicho
acuerdo se fijan las condiciones de esta vinculación que, como mínimo, deberán recoger las
competencias de cooperación y control señaladas por la Carta. El órgano inmediato, aunque no el
principal, de Naciones Unidas que articula esta colaboración con los organismos especializados
es, como ya sabemos, el Consejo Económico y Social. A1 conjunto formado por la Organización
de las Naciones Unidas y los Organismos Especializados se le denomina el Sistema de las
Naciones Unidas.

Conviene tener muy claro que aunque los organismos especializados se encuentran
íntimamente relacionados con la Organización de las Naciones Unidas constituyen organizaciones
internacionales gubernamentales diferenciadas (por su constitución, miembros, estructura y
funcionamiento), aunque no sean totalmente independientes de las Naciones Unidas. En algunos
casos tales organizaciones surgieron mucho antes de que se crease la Organización de las
Naciones Unidas, y no existe una obligatoriedad general para que los miembros de ésta lo sean
también de los organismos especializados o viceversa. Por tanto, no cabe ninguna confusión
entre los organismos especializados y los órganos, principales o secundarios, de las Naciones
Unidas.

Los organismos especializados pueden clasificarse, atendiendo a sus funciones y


competencias primordiales, en los siguientes grupos:

a) Económicos
FONDO MONERATIO INTERNACIONAL (FMI)
El acuerdo fundacional de esta institución, así como del Banco Internacional de
Reconstrucción y Desarrollo, surgió de la Conferencia de Bretton Woods en 1944. Inició su
actividad a finales de 1945 cuando se depositaron las ratificaciones de un número de países
cuyas cuotas supusieron el 80 por 100 de los recursos de esta institución.

El Fondo posee como principales funciones garantizar la estabilidad de los tipos de cambio
entre las distintas divisas; facilitar financiación a los países miembros para hacer frente a los
desajustes coyunturales de sus balanzas de pagos, y asesorar económicamente a los gobiernos
de los países miembros para llevar a cabo programas de saneamiento y desarrollo.

BANCO MUNDIAL/BANCO INTERNACIONAL DE RECONSTRUCCION Y DESARROLLO


(BIRD)
El Banco Mundial es un conjunto de tres instituciones: el Banco Internacional de
Reconstrucción y Desarrollo, la Corporación Financiera Internacional y la Asociación Internacional
para el Desarrollo.

El Banco internacional de Reconstrucción y Desarrollo se constituyó en 1945 a partir del


acuerdo alcanzado en la Conferencia de Bretton Woods. Su finalidad básica es la de aportar
fondos financieros para promover los procesos de reconstrucción y desarrollo de los países
miembros mediante inversiones de capital para fines productivos.

Resulta oportuno recordar que los países de economía planificada, como la Unión
Soviética y sus aliados, no participaron en la constitución de este Fondo.

ASOCIACION INTERNACIONAL DE DESARROLLO (AID)


Esta institución se constituyó asociada al Banco Mundial en 1960. Su principal misión es la
concesión de préstamos a los países miembros con muy bajos tipos de interés, amplios períodos
de carencia y largos plazos para su amortización (alrededor de 40 ó 50 años). La necesidad de
esta organización se puso en evidencia ante la imposibilidad de los países más pobres y
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 42

subdesarrollados de acceder a las inversiones realizadas por el Banco Internacional. Su


administración corresponde al Banco Mundial y su Junta de Gobernadores.

CORPORACION FINANCIERA INTERNACIONAL (CFI)


A diferencia de la Asociación, la Corporación Financiera Internacional cuenta con unos
recursos financieros propios y distintos de los del Banco Mundial. Sus inversiones y préstamos
van dirigidos a las empresas privadas cuyas actividades contribuyan eficazmente al desarrollo de
sus países y a la reducción del desempleo.

ACUERDO GENERAL SOBRE ARANCELES Y COMERCIO (GATT)


En sentido estricto no se trata de una organización intergubernamental sino de un Acuerdo
Multilateral destinado a implantar una serie de normas internacionales reguladoras del comercio
mundial con el fin de facilitar su expansión concediendo ventajas arancelarias y liberalizando las
transacciones comerciales entre los países.

b) Científicas y Tecnológicas
ORGANIZACION METEOROLOGICA MUNDIAL (OMM)
Creada en la Conferencia de Washington en 1947, a partir de su predecesora, la
Organización Meteorológica Internacional, constituida en 1878, inició sus actividades en 1950. Su
principal tarea radica en el fomento de redes de estaciones y centros de investigación
meteorológica e hidrológica que permitan obtener e intercambiar información entre los países
miembros sobre los cambios climáticos.

ORGANIZACION INTERNACIONAL DE ENERGIA ATOMICA (OIEA)


Ante la importancia alcanzada por la energía atómica, tanto para fines civiles como
militares, la Asamblea General auspició una Conferencia internacional en 1956 en la que se
aprobó el Estatuto fundacional de esta organización. En 1957 inició sus actividades destinadas a
fomentar el uso de la energía atómica con fines pacíficos, al tiempo que implanta normas
internacionales relativas a la seguridad nuclear y la protección del medio ambiente. También
aporta asesoramiento técnico a los diversos gobiernos de los países miembros.

ORGANIZACION DE LAS NACIONES UNIDAS PARA EL DESARROLLO INDUSTRIAL


(ONUDI)
Creada el 20 de diciembre de 1965 por una decisión de la Asamblea General, inició sus
actividades en 1967. En la II' Conferencia General, celebrada en Lima (1975), se acordó su
transformación en un organismo especializado de las Naciones Unidas.

Sus funciones primordiales son la coordinación de todas las iniciativas de Naciones Unidas
en materia de fomento del desarrollo industrial, especialmente para los países más pobres, así
como la promoción internacional de las inversiones y los procesos de industrialización.

c) Comunicaciones y Transportes
UNION POSTAL UNIVERSAL (UPU)
Es la organización más antigua, ya que fue creada en 1874 en Berna, pasando a
convertirse en organismo especializado en 1948.

El reducido número de países fundadores facilitó la implantación del principio del territorio
postal único, gracias al cual se ha propiciado el intercambio postal mundial con escasos costes y
extraordinaria rapidez. La Unión Postal también facilita asesoramiento técnico a las diversas
administraciones postales nacionales.

UNION INTERNACIONAL DE TELECOMUNICACIONES (UIT)


Esta organización se constituyó en la Conferencia de Madrid de 1932, en la que se aprobó
el I Convenio Internacional de Telecomunicaciones, integrando en un único organismo a la Unión
Telegráfica Internacional y la Unión Internacional de Radiodifusión. En 1947 se adoptó el acuerdo
por el que se convertía en organismo especializado de las Naciones Unidas.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 43

Entre sus funciones destaca la asignación de bandas de frecuencias para el uso de las
ondas radioeléctricas por los diversos países miembros, con objeto de evitar las interferencias
mutuas. También mantiene un registro de las distintas órbitas de los satélites geoestacionarios de
comunicaciones.

ORGANIZACION DE AVIACION CIVIL INTERNACIONAL (OACI)


Esta organización surgió de la Conferencia de Chicago de 1944, en la que se elaboró la
Convención sobre Aviación Civil Internacional. Inició sus actividades en 1947, y entre sus tareas
figura la adopción de normas reguladoras del tráfico aéreo internacional, junto con el fomento de
la investigación y diseño aeronáuticos, de sistemas de navegación aérea, construcción y
utilización de aeropuertos, etc.

ORGANIZACION MARITIMA INTERNACIONAL (OMI)


Su origen se encuentra en la Conferencia Marítima, celebrada en Ginebra en 1948 que
aprobó la Convención por la que se creaba esta organización. No obstante, dicha Convención no
entró en vigor hasta 1958 tras la ratificación de 21 estados, entre los que figuraban, al menos,
siete países con una marina mercante superior al millón de toneladas brutas.

Entre sus funciones figuran la adopción de normas internacionales destinadas a garantizar


la seguridad en la navegación marítima, la prevención y el control de la contaminación de los
mares y el fomento del intercambio comercial marítimo entre los países miembros.

d) Cultural
ORGANIZACION DE LAS NACIONES UNIDAS PARA LA EDUCACION, LA CIENCIA Y LA
CULTURA (UNESCO)
La Conferencia de Londres de 1945 decidió la constitución de esta organización que inició
sus actividades a finales de 1946. La reciente retirada de los Estados Unidos y del Reino Unido,
debido a su disconformidad con la política seguida por la organización así como con el
protagonismo decisivo alcanzado por los países del Tercer Mundo, que constituyen una mayoría
dentro de la organización, ha provocado la necesidad de un reajuste interno. El conflicto suscitado
en torno al nombramiento del actual director general de la UNESCO (FEDERICO MAYOR
ZARAGOZA) ha sido una prueba concluyente sobre estas tensiones internas.

El objetivo fundamental de la UNESCO es contribuir a la paz y la seguridad


internacionales, mediante el desarrollo de la educación, la ciencia, la cultura y las comunicaciones
entre todos los países. En el campo de la educación destacan los programas de alfabetización
junto con el intento de universalizar la educación primaria.

ORGANIZACION MUNDIAL DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL (OMPI)


Aunque la necesidad de implantar un sistema de regulación y protección de la propiedad
intelectual y artística data de los Convenios de París (1883) y de Berna (1886), la creación de esta
organización es muy reciente. En efecto, el Convenio constitutivo se firmó en 1967 y entró en
vigor en 1970. En 1974 la OMPI se convirtió en organismo especializado de las Naciones Unidas.

Este organismo intenta regular y potenciar la cooperación internacional en las dos áreas
fundamentales de la propiedad industrial y artística: la propiedad industrial y los derechos de
autor. La primera abarca las invenciones, las marcas registradas, los diseños industriales, etc., en
tanto que la segunda incluye los derechos exclusivos de los autores de obras literarias, musicales,
fotográficas, etc.

e) Social y Humanitaria
ORGANIZACION INTERNACIONAL DEL TRABAJO (OIT)
La creación de este organismo se contempla ya en el Tratado de Paz de Versalles de 1919
que expresamente lo vincula a la Sociedad de Naciones. Tras la desaparición de esta
organización y la creación de la Organización de las Naciones Unidas, la OIT se vincula como
organismo especializado en 1946.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 44

Creada con la voluntad de favorecer la justicia social para los trabajadores de todos los
países, adopta normas jurídicas en materia de seguridad laboral; duración de la jornada de
trabajo, prohibición del trabajo de menores, derechos sindicales, etc. También supervisa la
aplicación de estas normas por parte de los estados miembros que las ratifican.

ORGANIZACION DE LAS NACIONES UNIDAS PARA LA AGRICULTURA Y LA


ALIMENTACION (FAO)
Constituida en 1945, tras la Conferencia de Quebec, es una de las organizaciones más
representativas de la tarea humanitaria desempeñada por el sistema de las Naciones Unidas. La
mayor parte de sus recursos están destinados a erradicar el hambre y mejorar la nutrición de las
poblaciones más pobres del planeta. Para ello desarrolla dos tipos de estrategias operativas. La
primera de ellas es de carácter coyuntural y está destinada a aportar recursos alimenticios a
aquellas regiones que sufren hambrunas endémicas. La segunda, de naturaleza estructural, trata
de promover programas de explotación agrícola, ganadera o pesquera destinados a garantizar el
autoabastecimiento y la producción rentable de alimentos en los países más pobres.

FONDO INTERNACIONAL DE DESARROLLO AGRICOLA (FIDA)


La creación de este Fondo, promovido en 1976 por las Naciones Unidas, está íntimamente
ligada a la importante tarea desempeñada por la FAO. En realidad es una consecuencia de las
limitaciones de recursos humanos y materiales con que cuenta dicha organización para hacer
frente a su estrategia estructural de desarrollo agrícola. Una de estas importantes limitaciones era
la dificultad para disponer o captar recursos financieros que garantizasen la viabilidad económica
de los programas técnicos aprobados por la FAO.

Los recursos financieros prestados por el FIDA se ajustan a dos modelos básicos: los
proyectos financiados íntegramente por el Fondo y los proyectos financiados conjuntamente por el
Fondo, junto con otras instituciones internacionales (Banco Mundial, Banco Africano de
Desarrollo, etc.).

ORGANIZACION MUNDIAL DE LA SALUD (OMS)


Inició sus actividades en 1948, tras la ratificación del Acuerdo fundacional por 26 países.
Su meta es lograr que todos los países alcancen el mayor nivel de salud que sea posible.
Básicamente sus recursos se orientan a la atención primaria de la salud y a la erradicación de
enfermedades endémicas, contagiosas o que provocan una elevada mortalidad. Merecen una
especial referencia las campañas mundiales de la OMS para erradicar las seis enfermedades
infantiles más importantes: difteria, sarampión, poliomielitis, tétanos, tuberculosis y tos ferina.

Una valoración crítica de la importancia y utilidad de las Naciones Unidas no puede


desconocer la insustituible contribución que el conjunto de estos organismos especializados viene
realizando al desarrollo de los pueblos y a la mejora de las condiciones de vida en el conjunto de
la Sociedad Internacional. Ello refuerza las actuaciones directamente asumidas por los órganos de
la ONU, a la par que demuestra el ingente esfuerzo de cooperación y solidaridad en un mundo
ciertamente contradictorio, desigual e injusto, del que suele mostrarse tan sólo su faceta más
dramática y violenta, pero en cuyo seno nunca la Humanidad había alcanzado cotas tan altas de
protección frente a la adversidad, ni había gozado de tantos medios para luchar por la
supervivencia, la prosperidad y la paz.

Se equivocan pues los que atribuyen a las Naciones Unidas una incapacidad para influir de
forma decisiva en el rumbo de los acontecimientos internacionales por el simple hecho de no
haber logrado convertirse en un gobierno mundial, finalidad para la que los países miembros
nunca dotaron a la Organización de medios humanos, materiales y jurídicos. Se equivocan
también quienes desde posiciones idealistas consideran que la existencia y el funcionamiento del
sistema de Naciones Unidas es una prueba concluyente del irresistible progreso hacia una
Sociedad Internacional beatífica en la que la violencia y la injusticia habrán sido definitivamente
desterradas. Tampoco para tan elevados fines ha sido dotada la Organización de medios
suficientes. Tan sólo cabe reconocer que las funciones y el protagonismo alcanzado por las
Naciones Unidas resultan insustituibles en el mundo nacido tras la Segunda Guerra Mundial y,
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 45

como se ha dicho tantas veces, si las Naciones Unidas desaparecieran habría que inventarlas de
nuevo.

RELACION DE MIEMBROS ORIGINARIOS DE LA ORGANIZACION DE LAS NACIONES


UNIDAS
Arabia Saudita, Argentina, Australia, Bélgica, Bolivia, Brasil, Canadá, Colombia, Costa
Rica, Cuba, Checoslovaquia, Chile, China, Dinamarca, Ecuador, Egipto, El Salvador, Estados
Unidos de América, Etiopía, Filipinas, Francia, Grecia, Guatemala, Haití, Honduras, India, Irán,
Irak, Líbano, Liberia, Luxemburgo, México, Nicaragua, Noruega, Nueva Zelanda, Países Bajos,
Panamá, Paraguay, Perú, Polonia, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, República
Dominicana, República Socialista Soviética de Bielorrusia, República Socialista Soviética de
Ucrania, Siria, Sudáfrica, Turquía, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Uruguay,
Venezuela, Yugoslavia.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

CAPÍTULO 11
LOS ACTORES TRANSNACIONALES (I).
LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES NO
GUBERNAMENTALES
1. LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES NO GUBERNAMENTALES:
CONCEPTO, CONSTITUCION Y PERSONALIDAD JURIDICA

A la luz de las consideraciones expuestas en los capítulos precedentes, resulta


necesario abordar el tratamiento de una categoría de actores internacionales,
perfectamente definida teórica y prácticamente, que surge de la dinámica de relaciones
desarrollada por los distintos grupos sociales de naturaleza privada o paraestatal. Se trata
de las denominadas organizaciones internacionales no gubernamentales, que con MERLE
podemos definir como:
«Todo grupo, asociación o movimiento constituido de forma duradera por
particulares pertenecientes a diferentes países, con la finalidad de alcanzar objetivos no
lucrativos».

En esta definición se pueden apreciar los distintos elementos que, con carácter
general, caracterizan a toda organización internacional con independencia de su naturaleza
gubernamental o no gubernamental. Recordándolos, son éstos los de internacionalidad,
estructuración orgánica permanente, funcionalidad y relevancia jurídica. Pero junto a ellos
se apuntan también algunos rasgos que nos permiten diferenciar a las organizaciones no
gubernamentales de las organizaciones internacionales gubernamentales teniendo siempre
muy presente que tales rasgos diferenciadores no deben contemplarse con unos criterios
rígidos y maximalistas, sino que deben atemperarse con el análisis concreto de la realidad
de cada organización. Los principales rasgos atribuibles a las organizaciones no
gubernamentales son los siguientes:

1º Membresía privada o, generalmente, no exclusivamente estatal.


Las organizaciones no gubernamentales son promovidas y están formadas,
ordinariamente, por individuos o grupos sociales de carácter particular y no estatal. Por
tanto, cabría decir que en ellas domina el principio de exclusión de los actores estatales,
incluso en aquellas ONG en la que participan entidades públicas o estatales dado que éstas
lo hacen en igualdad de condiciones con los miembros (individuales o colectivos) privados,
lo que evidentemente les cualifica en su internacionalidad tanto frente a los estados como
respecto de las OIG.

2° Personalidad jurídica nacional.


La personalidad jurídica de que gozan las organizaciones no gubernamentales
deriva del derecho interno (nacional) de los estados y no del derecho internacional público.
En expresión afortunada de VELLAS: «Las ONG son organizaciones de derecho privado
con vocación internacional».

Ahora bien, aun cuando las ONG por hallarse reguladas por el derecho nacional
carecen de una plena subjetividad y capacidad jurídicas en el plano internacional, y por
tanto no pueden ser equiparadas, desde esta perspectiva, con los estados y las OIG,
tampoco cabe desconocer la realidad de que su marco de actividades rebasa ampliamente
los límites jurídicos y políticos de un determinado país, es decir, que su actuación se
desarrolla en el plano internacional, y por consiguiente, el Derecho Internacional Público ha
ido generando de forma paulatina una serie de normas reguladoras de algunas de sus
actividades o de sus efectos, además de contribuir a una creciente expansión de los
principios y casos contemplados por el Derecho Internacional Privado, cuya principal
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2

función radica, precisamente, en la solución jurídica de los conflictos suscitados por las
diversas legislaciones nacionales que concurren en la regulación de actos o situaciones
estrictamente internacionales.

A tenor de los rasgos señalados como propios de las ONG, podemos extraer una
serie de conclusiones sobre el papel desempeñado por tales organizaciones en su calidad
de auténticos actores internacionales.

1ª Ante todo, las ONG operan como destacados agentes de flexibilización y cambio
de la estructura internacional a través de la influencia ejercida tanto en los estados como en
las OIG. Son, por consiguiente, auténticos grupos de presión internacional, y en virtud de
ello catalizan una parte importante de las posibilidades de movilización e influencia de la
opinión internacional. Este carácter de grupos de presión de las ONG permite dinamizar, en
parte, la rigidez que las instituciones estatales y de las OIG imponen a la vida internacional.

2ª Pero dado que las ONG. gozan de una posición de secundariedad en la


estructura de la Sociedad Internacional en relación con los estados y la OIG se ven también
limitadas y condicionadas, en sus posibilidades de actuación, por el marco político, jurídico,
económico, social e ideológico configurado por los actores principales del mundo
internacional. Semejantes limitaciones y condicionamientos perpetúan su «status»
secundario, lo que les impide introducir cam bios sustanciales y definitivos en la estructura
internacional al margen de los estados y de las OIG.

3ª Por último, las ONG en la medida en que desarrollan sus actividades y funciones
en diversos países y OIG, es decir, en su calidad de verdaderos actores internacionales, se
ven inducidas a desempeñarlas de forma indirecta y paralela y con ello resulta difícil
conocer e investigar la eficacia de sus decisiones y actos para desvincularla,
analíticamente, de la atribuible a estados y OIG. Cuanto más explícita y reconocida es la
participación de estas ONG en los órganos estatales o de las OIG más sencillo resulta
delimitar los efectos y relaciones establecidos por las ONG respecto de aquellos otros
actores internacionales.

Por ejemplo, resulta sencillo conocer e investigar las actividades desarrolladas por la
Confederación Europea de Sindicatos, en tanto que organización no gubernamental
representada en el Comité Económico y Social de las Comunidades Europeas, más difícil
es el estudio y análisis de las actividades desempeñadas por ciertas organizaciones como
la Comisión Trilateral, de la que se conoce su importancia en función de los miembros que
la integran y de los informes que se han publicado hasta el momento, pero de la que se
carece de datos suficientes para poder determinar el alcance de sus decisiones y
actividades, los recursos financieros disponibles, el personal al servicio de la organización,
etc., y desde luego, resulta prácticamente inaccesible para el teórico el análisis de ciertas
organizaciones o vínculos entre organizaciones no gubernamentales, como ocurre con las
denominadas internacionales terroristas y las internacionales del crimen organizado (mafia,
camorra; organizaciones de narcotraficantes, etc.) de las que sus efectos en las distintas
sociedades nacionales son incuestionables.

2. LAS ONG Y SUS INTERRELACIONES CON OTROS ACTORES


INTERNACIONALES.

La vinculación entre las organizaciones no gubernamentales y las organizaciones


internacionales de carácter gubernamental cabe considerarlas de modo diferente, según
que tales relaciones se encuentren o no institucionalizadas.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3

En efecto, las relaciones de carácter institucional entre las ONG y las OIG se
desarrollan siguiendo tres cauces fundamentales:
A) Mediante la concesión del estatuto consultivo, por parte de algunas OIG, a
determinadas organizaciones no gubernamentales de indiscutible importancia en las
actividades afines a las de las OIG.

Como ya apuntamos con anterioridad, el artículo 71 de la Carta de las Naciones


Unidas, faculta al Consejo Económico y Social para realizar los arreglos adecuados con
objeto de posibilitar las consultas con las ONG. En virtud de dicho artículo, el ECOSOC, en
su Xª sesión, aprobó la Resolución 288 B por la que se concretaban las condiciones y el
marco en el que se desarrollarían tales consultas.

En líneas generales, el ECOSOC ha establecido una triple lista o «categoría» para


las ONG según las competencias atribuidas a éstas, y valorando la distinta implantación e
importancia de las mismas en las actividades económicas y sociales que desempeñan a
escala internacional.

En la lista o categoría A, se encuentran aquellas ONG a las que el ECOSOC les


reconoce un interés fundamental en la mayoría de las actividades del Consejo. tales
organizaciones les confiere las siguientes competencias: representación en las sesiones,
presentación de comunicaciones tanto al Consejo como a alguna de sus Comisiones,
derecho a solicitar la inclusión de un tema en el programa provisional del ECOSOC y, por
último, la facultad de realizar declaraciones verbales sobre los temas propuestos.

En categoría B participan organizaciones no gubernamentales que poseen un


interés destacado en algunos de los campos en los que el ECOSOC desempeña sus
funciones. A estas organizaciones se les atribuye la capacidad de presentar
comunicaciones escritas, bien al Consejo o a sus Comisiones, así como efectuar
declaraciones verbales, ya sean ante el Comité de la ONG o ante las restantes comisiones.

En la categoría última se encuentran aquellas organizaciones no gubernamentales


que simplemente se encuentran inscritas en el correspondiente registro del Secretario
General. A diferencia de los supuestos anteriores, las organizaciones de esta última
categoría tan solo pueden presentar comunicaciones escritas, u orales a petición del
Secretario General y de alguna s comisiones del ECOSOC.

La anterior Resolución 288 B/X del 27 de febrero de 1950, fue sustituida por la
Resolución 1296/XLIV, de 23 de mayo de 1968 («Arreglos para la celebración de consultas
con las organizaciones no gubernamentales») en la que junto a los criterios anteriores
agregaba otro en orden a la composición que debían tener las organizaciones para la
concesión del estatuto consultivo, en los siguientes términos:
«La Organización (...) deberá representar una porción sustancial y expresar la
opinión de grandes sectores de la población o de personas organizadas dentro de la esfera
particular de su competencia, que abarque, a ser posible, gran número de países de las
diferentes regiones del mundo».

Dado que el carácter consultivo de las ONG es una facultad reglada del ECOSOC y
habida cuenta de que según la categoría a la que se adscribe a una ONG varían sus
derechos en orden al ejercicio de su «status» consultivo; no resulta extraño que el Consejo
Económico y Social haya introducido una serie de requisitos y condiciones, que
necesariamente deben cumplir las que gozan del mismo. En este orden de ideas, el Comité
encargado de las ONG perteneciente al ECOSOC, dirigió al Consejo en el mes de enero de
1978 una serie de recomendaciones sobre los requisitos que deberían cumplir las ONG,
con objeto de garantizar la plena eficacia y representatividad de aquellas organizaciones
que poseían el carácter consultivo. Tales requisitos eran los siguientes:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4

1. Que elijan a sus representantes ante la ONU en la forma más representativa


posible, así como el cumplimiento de enviar los informes recabados periódicamente, por el
Comité de las ONG, sobre sus actividades.
2. Que aporten todo el apoyo posible a los trabajos de la Organización.
3. Que respeten y cumplan las disposiciones contenidas en la Resolución 1296
(XLIV) sin necesidad del recurso a las sanciones, previstas en los artículos 35 y 36 de la
mencionada Resolución.

En las mismas fechas, el Comité de las ONG invitó al Consejo Económico y Social a
recabar informaciones complementarias sobre las actividades de diversas ONG dentro de
un plazo no superior a los seis meses. Las ONG afectadas eran las siguientes: la Unión
Católica Internacional del Servicio Social, la Asociación Internacional de la Prensa, la
Federación Abolicionista Internacional, la Asociación Internacional contra los experimentos
en los animales, el Instituto Internacional de las Finanzas Públicas, la Sociedad
Internacional de la Defensa Social, la Unión Internacional para la Navegación Fluvial, el
Movimiento para la Libertad de las Colonias, la Organización para las Relaciones
Económicas Internacionales, Rotario Internacional y la Federación Mundial para la
protección de los animales.

Con estas recomendaciones se pretende que el ECOSOC ejerza un control más


estricto sobre los objetivos, funcionamiento -interno e internacional- y, sobre todo, pueda
constatar la efectiva representatividad e independencia de las ONG respecto de los
gobiernos de los estados en los que desarrollan sus actividades.

El «status» consultivo a las ONG es atribuido también por numerosos organismos


especializados de las Naciones Unidas, como ocurre con la Organización Mundial de la
salud que reconoce el carácter consultivo a organizaciones no gubernamentales tan
significativas como la Cruz Roja o el Consejo de las Organizaciones de Ciencias Médicas;
otro tanto ocurre en algunos de los Comités Técnicos dependientes de la Asamblea General
de la ONU, como el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), ante los que
ciertas ONG (como la Comisión Católica Internacional de Migración -fundada en 1951, con
sede en Ginebra-) poseen estatuto consultivo.

Finalmente, el estatuto consultivo de las ONG, existe también en muchas de las


Organizaciones Internacionales de carácter gubernamental y de ámbito regional, coma es el
caso de las Comunidades Europeas ante cuyos órganos tienen acreditado su función
consultiva organizaciones tales como el Comité de Organizaciones Profesionales Agrícolas
de la CEE (COPA) o el Comité de Coordinación de las Industrias Textiles (COMITEXTIL),
etc.

B) Un segundo cauce de coordinación entre las ONG y las Organizaciones


Intergubernamentales Io constituyen los denominados planes o acciones concertadas entre
ambas categorías de actores internacionales, aunque con frecuencia también participan los
gobiernos y órganos de las administraciones públicas de numerosos estados; éste ha sido
el caso del Plan Mundial para la erradicación de la viruela, promovido por la Organización
Mundial de la Salud y desarrollado eficazmente con la participación de ONG (Sociedades
de la Cruz Roja) y de las administraciones sanitarias nacionales.

Pero sin duda, la fórmula de los planes concertados donde más se ha desarrollado
institucionalmente ha sido en el marco de las Comunidades Europeas; en efecto, la ayuda
al Tercer Mundo constituye uno de los capítulos más destacados de la acción exterior
comunitaria, y con frecuencia, su desarrollo y ejecución ha sido instrumentalizada por medio
de las ONG. En este terreno, la Comunicad inició el año 1976 un programa experimental de
cofinanciación de proyectos de ayuda a los países menos desarrollados, cuya ejecución
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5

correspondía a ONG de los países miembros, estuviesen o no asociados a la CEE, bajo las
siguientes condiciones:
a) La aportación financiera comunitaria a cada proyecto no podría ser superior al 50
por 100 del costo total del programa desarrollado por las ONG.
b) En todo caso, la ayuda financiera aportada por la Comunidad a cada proyecto o
acción concertada no podría exceder la suma de 100 000 unidades de cuenta europea
(UCE).

Ese mismo año, los presupuestos comunitarios destinaban a este programa de


ayudas financiadas conjuntamente entre las comunidades y las ONG un total de 2,3
millones de UCE, con los que se financiaron 76 proyectos de ayuda desarrollados por 34
ONG.

Desde esta acción inicial, y a la vista del éxito de los resultados obtenidos, se
desarrolló un programa de colaboración entre ambos tipos de organizaciones
internacionales en el que no sólo se incrementaron sustancialmente los fondos comunitarios
aportados, sino que se institucionalizaron las relaciones entre las comunidades europeas y
sus estados miembros con las ONG, fundamentalmente a través de dos órganos:

La Asamblea General de las ONG europeas, en las que participan, además de los
delegados de las ONG, y en su calidad de observadores, los representantes de la Comisión
de los países comunitarios, de los países menos desarrollados que se benefician de las
acciones concertadas, y los representantes de las principales OIG que tienen como misión
la ayuda internacional al desarrollo. La periodicidad de tales asambleas suele ser anual y en
la XV Asamblea, celebrada en Bruselas del 16 al 18 de abril de 1985, participaron un total
de 60 delegados en representación de 400 ONG y 100 observadores acreditando a las
comunidades, los estados y otras OIG. Semejantes cifras dan una idea aproximada de la
importancia alcanzada por esta institución a la hora de valorar los vínculos entre todos estos
actores internacionales y las ONG.

El Comité de enlace para las ONG, cuya principal función consiste en garantizar las
relaciones entre los órganos comunitarios, principalmente la Comisión y el Parlamento
Europeo, los estados miembros y las ONG que se encuentran establecidas en el marco
europeo. En la actualidad, este Comité se encuentra integrado por 16 miembros, de los que
12 son designados por los estados miembros de la Comunidad y los 4 restantes son
elegidos por los representantes de las ONG.

El resultado global de la colaboración aportada por las comunidades europeas a los


planes o acciones concertadas con las ONG durante estos diez años de actuación, no
puede ser más alentador, dado que el volumen total de recursos financieros comunitarios
movilizados asciende, hasta el mes de abril de 1989, a 266 millones de ECUs (más de 290
millones de dólares) distribuidos entre más de 2.000 programas de ayuda. Los principales
sectores a los que se han orientado estos programas han sido, en orden a su importancia,
los de agricultura, sanidad y enseñanza – formación profesional.

En la distribución por áreas regionales, la mitad de los programas han beneficiado a


países africanos, una tercera parte a América Latina y el Caribe, y alrededor de una quinta
parte a los países asiáticos.

C) El tercer cauce de relaciones entre las ONG y las OIG, y sin duda el más
destacado, es el de la participación de pleno derecho de las primeras en algunos de los
órganos de las OIG.

Con anterioridad ya hicimos referencia a cómo en el marco de la OIT la


representación de los estados miembros, tanto en la Conferencia General como en el
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6

Consejo de Administración, recaía conjuntamente en los gobiernos, las organizaciones


empresariales y las organizaciones sindicales.

Pero, nuevamente, es en el marco de las Comunidades Europeas donde más se ha


avanzado en este terreno. En efecto, en el artículo 18 del Tratado constitutivo de la CECA al
establecerse la composición del Comité Consultivo de la Alta Autoridad, se especifica que
deberá estructurarse sobre la base de una representación paritaria de los productores, los
trabajadores y los usuarios y negociantes del carbón y del acero. También el artículo 193
del tratado de la CEE hace una referencia, aunque mucho menos concreta, a la necesidad
de que el Comité Económico y Social esté compuesto por: «representantes de la vida
económica y social, en particular de los productores, los agricultores, los transportistas,
trabajadores, comerciantes y artesanos, profesiones liberales y de interés general». Ahora
bien, a diferencia del Comité Consultivo de la CECA, la distribución de los miembros del
Comité Económico y Social, órgano común a la CEE y a la CEEA, se distribuye por países,
y no de forma paritaria entre las distintas categorías consideradas. Otro tanto cabría decir
del Comité del Fondo Social Europeo (artículo 124 del Tratado de la CEE) que presidido por
un miembro de la Comisión estará integrado por representantes gubernamentales,
empresariales y sindicales.

Ciertamente se puede pensar que en la medida en que el Comité Consultivo de la


Alta Autoridad y el Comité Económico y Social son órganos comunitarios con exclusivas
competencias consultivas (no ejecutivas o normativas), la representación en tales
instituciones no supone para las respectivas ONG una realidad cualitativamente diferente
del «status consultivo» de que gozan en otras organizaciones internacionales referidas. A
este respecto, cabe notar una diferencia importante, dado que las competencias consultivas
del Comité Consultivo CECA y del Comité Económico y Social no son optativas sino
preceptivas en algunas materias específicas, es decir, que la Comisión o el Consejo de
Ministros de las comunidades pueden o no tomar en consideración las observaciones
realizadas en los informes de ambos organismos a la hora de aprobar las directrices y
reglamentos comunitarios, pero deben obligatoriamente consultarlos antes de aprobar las
normas comunitarias, como lo especifica el artículo 198 del Tratado de la CEE para el
Comité Económico y Social, y el artículo 19 del Tratado de la CECA para el Comité
Consultivo de la Alta Autoridad. Por lo que se refiere al Comité del Fondo Social Europeo,
su principal misión consiste en asistir a la Comisión en la administración de los recursos
financieros adscritos al Fondo, lo que implica unas competencias ejecutivas o de
administración, y no sólo consultivas (artículo 124 del tratado de la CEE).

Pero, por importantes que puedan ser los vínculos existentes entre las ONG y las
restantes organizaciones internacionales gubernamentales, no agotan el marco de
relaciones que existen entre aquéllas y los actores internacionales. Una parte esencial de
tales relaciones son las que se generan entre las ONG, de una parte, y los estados, de otra.
En este campo cabe establecer una distinción a efectos analíticos, aunque es difícil de
precisar en la vida real, según la cual las ONG condicionan la formulación y ejecución de la
política exterior de cada estado en la medida en que cada una de sus secciones o
miembros nacionales constituye un auténtico grupo de presión interno en cada país, con
ello se ejerce una influencia indirecta en el mundo de las relaciones interestatales, que
puede llegar a ser más eficaz y de mayor alcance que la ejercida por un grupo de presión
estrictamente nacional (de un solo país), precisamente porque afecta simultáneamente y,
orienta hacia idénticos objetivos a las políticas de varios estados, y no de uno solo.

Por ejemplo, los programas y acciones desarrollados por la Cámara de Comercio


Internacional en favor del estimulo y liberalización del comercio mundial resultan mucho
más eficaces que la presión ejercida por los «lobbies» de comerciantes, importadores o
exportadores, sobre el Gobierno de un determinado país, en la medida en que la citada
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 7

organización posee Comités de Cámaras de Comercio en más de 50 países, incluidos lo


diez países más industrializados del mundo.

Pero las ONG desempeñan también un destacado protagonismo como grupos de


presión estrictamente internacional, es decir, influyendo y condicionando directamente las
relaciones existentes entre los distintos países. Con frecuencia, la influencia o presión
ejercida por algunas de estas ONG se deja sentir, llegándose en ocasiones a estar
asociadas, directamente a las Conferencias Intergubernamentales y los trabajos y
resultados alcanzados en éstas. En este sentido, GARCIA VILAR ha estudiado
detenidamente el papel desempeñado por ciertas ONG en el desarrollo y resultados de la
Conferencia sobre Seguridad y Cooperación Europea ello por no mencionar el papel
desempeñado por la Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA), que agrupa a
más de 100 compañías aéreas (públicas y privadas) de 80 países, a la hora de especificar
las normas reguladoras del tráfico aéreo civil por parte de los distintos países.

En definitiva, las ONG desarrollan una parte apreciable de sus actividades como
grupos de presión ante los gobiernos nacionales o en los foros internacionales en los que
concurren los diversos estados. Ahora bien, las relaciones de influencia o presión ejercidas
por las ONG ante los estados no deben entenderse exclusivamente en un sentido negativo,
pues con frecuencia los gobiernos se benefician y apoyan la colaboración que les brindan
muchas de estas ONG, cuyos recursos humanos y materiales, y cuya actuación
internacional permite paliar o complementar las deficiencias y limitaciones que poseen los
distintos países.

Casos como el del Comité Internacional de la Cruz Roja y Amnistía Internacional, en


el terreno humanitario, de la mencionada Cámara de Comercio Internacional o el Instituto
Internacional de Finanzas Públicas, en el ámbito económico; la Asociación Internacional de
la Prensa, en materia de comunicación; la IATA o la Unión Internacional de la Navegación
Fluvial, en los transportes; la Asociación Internacional de Ciencia Política o la International
Law Association, en la cooperación científico-social, y un sinnúmero de ejemplos,
demuestran claramente la amplitud de los vínculos de colaboración existentes entre las
ONG y los estados.

Por último, las ONG desempeñan también un destacado papel en la formación y


movilización de la opinión pública (internacional y nacional) en relación con diversos temas
internacionales. En efecto, las ONG desarrollan una doble función con respecto a la opinión
pública, ya que por una parte muchas de las ONG nacen como resultado de un lento pero
apreciable proceso de formación y consolidación de la opinión pública internacional,
respecto de algunas de las grandes cuestiones que afectan profundamente a una pluralidad
o a la totalidad de las sociedades del planeta.

Problemas como el reconocimiento y respeto de los derechos humanos, la


destrucción del sistema ecológico -terrestre, marítimo o aéreo-, la carrera armamentista y el
riesgo de una conflagración bélica nuclear, etc., preocupan a amplias capas de la población
de numerosos países que "tan de influir en el logro de soluciones internacionales a tales
cuestiones, lo que termina induciéndoles a constituir instituciones o actores internacionales
a través de los cuales canalizar sus inquietudes y participar en la vida internacional. Pero
las ONG desempeñan también una función de movilización de la opinión pública
internacional respecto de ciertos fenómenos internacionales, son por tanto agentes
creadores de opinión pública a través de la información y de la propaganda internacionales.
Por ejemplo, son ya conocidos los Informes Anuales de Amnistía Internacional en los que
se denuncian las violaciones a los derechos humanos que se producen en los distintos
estados, con independencia de su sistema político o ideológico, y es evidente que tales
informes han contribuido poderosamente a sensibilizar a la opinión pública internacional en
relación con tales violaciones.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 8

Como hemos podido apreciar, las relaciones existentes entre las ONG y los demás
actores internacionales son muy amplias, ricas y complejas, y requieren un estudio muy
sistemático y exhaustivo para conocerlas y comprenderlas en profundidad, tarea ésta que
en gran medida se encuentra por realizar por nuestra disciplina, pero en cualquier caso de
las ideas apuntadas se desprende claramente una conclusión, a saber: el estudio de la
realidad internacional tal y como es impone la necesidad de incorporar a las categorías
teóricas el alcance y significado del mundo de las organizaciones no gubernamentales y de
sus vínculos con otros agentes de la vida internacional.

3. LAS INTERNACIONALES DE PARTIDOS POLITICOS Y LOS PARTIDOS


POLITICOS TRANSNACIONALES

Antes de adentrarnos en el conocimiento de las internacionales de partidos políticos


y esbozar una teoría de los partidos políticos transnacionales, resulta pertinente proceder a
distinguir entre dos conceptos que traducen realidades políticas próximas, aunque
diferentes.

En efecto, en el punto anterior mencionamos el término de grupo de presión para


calificar a las ONG, ahora introducimos el concepto de partido político; entre ambos existe
una diferencia teórica esencial, pues mientras los partidas políticos son grupos o
asociaciones basados en una identidad de ideología política y orientados en su actividad
hacia la ocupación de los órganos de poder del Estado, los grupos de presión son
organizaciones sociales fundadas sobre la identidad de intereses, más que de ideologías, y
cuya finalidad no es lograr el poder (o acceder a los órganos de poder estatal) sino ejercer
una influencia o «presión» sobre el poder para proteger o garantizar los intereses de los
miembros que lo integran. Esta diferencia teórica que corresponde con una real es la que
permite cualificar y diferenciar la actividad de cada una de estas formaciones sociales.

En su origen, los partidos políticos se configuraron más como agrupaciones


ideológicas y electorales que como auténticas organizaciones dirigidas a la acción política.
DUVERGER señala, muy acertadamente, que durante la primera mitad del siglo XIX los
sistemas políticos nacionales se encontraban fraccionados por un antagonismo ideológico
básico entre conservadores y liberales que propició las formaciones políticas parlamentarias
y electorales, núcleo fundamental de los partidos políticos modernos.

Sin embargo, al conflicto ideológico indicado le sucedió, durante la segunda mitad


del siglo XIX, otro, cuyas consecuencias políticas serían también muy importantes: el
conflicto entre socialistas y capitalistas. La dinámica histórica que se engendra a partir de
estos dos conflictos, y de las rivalidades y sucesivas escisiones que se producen entre las
organizaciones que sustentaron su génesis (anarquistas, comunistas, democristianos,
fascistas, etc.), enmarca el panorama de los partidos políticos durante todo el siglo XX.

Pero los partidos políticos no pasaron a configurarse de manera inmediata en


organizaciones o «internacionales» políticas; tuvo que transcurrir, en muchos casos, un
largo período para que se consolidasen tales agrupaciones internacionales de partidos, y
ello debido, principalmente, a dos causas:
a) Por la naturaleza ideológica y parlamentaria que existe en sus orígenes, pues los
conflictos (conservadores-liberales, y socialistas-capitalistas) ya mencionados
estuvieron teñidos por el auge de la ideología y sentimiento nacionalista que
acompañó a la reordenación del mapa político mundial en el siglo pasado. Es la
etapa de la formación de imperios, como el Reich alemán; del surgimiento de nuevos
estados, como Italia, Grecia, Bélgica, las repúblicas americanas; de la consagración
de potencias regionales, como los Estados Unidos; de las rivalidades entre las
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 9

grandes potencias imperialistas (Gran Bretaña, Francia, Rusia); de las luchas


nacionalistas en los imperios plurinacionales austriaco y turco (movimientos
eslavos). En una palabra, los partidos políticos son simultáneamente instrumentos
de lucha ideológica y catalizadores de las aspiraciones nacionalistas.
b) En segundo lugar, y en parte como una consecuencia de lo anterior, los partidos
políticos en la medida en que orientan su estrategia y actividades hacia la ocupación
de los órganos de poder de los estados, ya sea por la vía parlamentaria, militar
(pronunciamientos militares) o revolucionaria, hipotecan los vínculos de solidaridad
internacional basados en las afinidades ideológicas. Esta realidad se refuerza ante
la ausencia de centros de poder internacional distintos de los propios estados y ante
la ausencia de un gobierno mundial ante el cual coordinar sus estrategias políticas
partidistas y nacionalistas.

No es fortuito que a la luz de estas dos causas la primera organización partidista de


naturaleza auténticamente internacional sea la Asociación Internacional de Trabajadores
(AIT) o Primera Internacional, promovida por MARX y ENGELS, y constituida el 28 de
septiembre de 1864 en Londres, con la participación de representantes de Alemania,
Francia, Inglaterra, Italia, Polonia y Suiza. Durante el período comprendido entre 1864 y
1872 tuvo su sede en Londres, pero tras la escisión de las organizaciones anarquistas que
formaban parte de ella en el año 1872, la AIT trasladó su sede a Nueva York. A raíz del
fracaso de la Comuna de París, la Primera Internacional se disolvió, a propuesta de MARX
y ENGELS, en el Congreso de Filadelfia de 1876. Durante su vida se celebraron un total de
siete congresos internacionales.

Aunque la AIT no puede considerarse exclusivamente como una internacional de


partidos políticos, dada la naturaleza obrera y sindical que poseían sus organizaciones
afiliadas, es evidente que su creación marca el comienzo de las internacionales, tanto
políticas como sindicales, precisamente porque la ideología que la sustentaba (el marxismo)
tenía una orientación profundamente internacionalista y una estrategia revolucionaria tanto
nacional como universal. De este modo pudo hacer frente, al menos transitoriamente a los
dos condicionamientos mencionados, y lograr la cooperación entre los distintos partidos
afiliados en un marco organizativo internacional.

La decisión de disolver la Primera Internacional, propiciada por MARX con objeto de


evitar la ruptura definitiva del movimiento obrero internacional, no impidió la celebración en
1877 del Primer Congreso Anarquista Internacional, acaecido en la ciudad de Bruselas y
continuado por el Segundo Congreso de la Haya en 1907. Ahora bien, las características
propias del pensamiento anarquista eran poco propicias a la constitución de organizaciones
de carácter internacional, de ahí que ele papel desempeñado por la disuelta Asociación
Internacional de Trabajadores fuera proseguido, ideológica, política e internacionalmente
por la Internacional Socialista, también denominada Segunda Internacional, fundada en
París en 1889.

La Internacional Socialista subsistió hasta la Primera Guerra Mundial (1914),


agrupando en su seno una multiplicidad de partidos socialistas o socialdemócratas, fecha
en la que entró en crisis como consecuencia de su fracaso para lograr una estrategia
común entre todas sus asociaciones nacionales, tanto frente al conflicto bélico mundial
como respecto a las vías (parlamentarias o revolucionarias) para acceder al poder en los
diversos estados europeos.

Constituida nuevamente en Berna, en 1919, frente a las organizaciones comunistas,


pasó a denominarse, desde 1923, la Internacional Obrera Socialista. El desencadenamiento
de la Segunda Guerra Mundial provocó, de nuevo, su disolución. Nuevamente se constituyó
en el año 1946 en Clacton-on-Sea (Reino Unido), bajo la denominación de Comité de la
Conferencia Socialista Internacional, que modificaría en 1951 para retomar la originaria
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 10

denominación de Internacional Socialista que todavía conserva en la actualidad. Aglutina a


más de 60 partidos, algunos de los cuales se encuentran gobernando en sus respectivos
países, como ocurre en España con el Partido Socialista Obrero Español, o constituyen el
partido más representativo en la oposición. La Internacional Socialista goza de estatuto
consultivo ante el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, y celebra sus
congresos internacionales con una periodicidad trianual.

Fruto de la crisis experimentada en el seno de la Internacional Socialista en 1914,


así como del proceso revolucionario bolchevique de 1917, fue la constitución de la
Internacional Comunista (KOMINTERN en las siglas rusas) o Tercera Internacional, por
referencia a las dos ya mencionadas. La creación de la Internacional Comunista se produjo
en Moscú durante el Congreso celebrado en marzo de 1919, en el que participaron
representantes de 30 partidos comunistas y socialistas radicales. Verdaderamente, su
fundador fue el V. I. LENIN, y contó desde los primeros momentos con el apoyo y tutela del
Partido Comunista de la Unión Soviética, quien, desde el control que ejercía del aparato
estatal soviético, brindó una sede, una infraestructura económico-administrativa y una
orientación político-ideológica que caracterizaron la existencia de la Internacional
Comunista.

En efecto, los siete congresos de la Internacional Comunista, que entre 1919 y 1935
tuvieron lugar, se celebraron siempre en Moscú. Allí residían también los dos órganos
directivos que garantizaban la continuidad de la Internacional entre los congresos: El
Comité Ejecutivo y el Buró, de cinco miembros, verdadero órgano de decisión y ejecución
de la estrategia internacional que debían seguir los diversos partidos comunistas 16. El
acceso de STALIN a la dirección del P.C.U.S. contribuyó poderosamente a consolidar el
control de este partido sobre la Internacional Comunista, convirtiéndolo en un poderoso
instrumento de la política exterior soviética`, siendo la prueba más concluyente la propia
disolución de la Internacional Comunista decidida por STALIN en 1943 para consolidar su
alianza bélica con Estados Unidos y el Reino Unido.

Como vemos, las internacionales de partidos políticos que surgen con anterioridad a
la Segunda Guerra Mundial se sitúan en el marco de los partidos de inspiración marxista,
con diferentes estrategias reformistas (socialdemócratas) o revolucionarias (comunistas), y
con un evidente sentido de la solidaridad internacional del proletariado, no exento de
contradicciones y conflictos con las distintas ideologías o sentimientos nacionalistas. Tras la
conclusión de la Segunda Guerra Mundial, se abre una nueva etapa en la historia de las
internacionales de partidos políticos, caracterizada por una doble tendencia: la apertura del
espectro político que recurre a estas formas de organización internacional, de un lado, así
como la emergencia de tendencias regionalistas, que se conjugan con la anterior para dar
origen a internacionales de partidos políticos de alcance regional o continental, de otro.

En efecto, tras la disolución de la Internacional Comunista y el acceso al poder de


distintos partidos comunistas en los países de la Europa Central y Oriental, en los años de
la postguerra, se pone en evidencia la necesidad de lograr una coordinación internacional
de sus actividades que favorezcan y faciliten la hegemonía soviética y la estabilidad en esta
región. Con tal motivo se decide constituir el 5 de octubre de 1947 la Oficina de Información
de los Partidos Comunistas (KOMINFORM), cuya sede se estableció, inicialmente, en
Belgrado.

La oficina aglutinaba a los dirigentes de los principales partidos comunistas con tres
apreciables excepciones: el Partido Comunista Chino, que por esas fechas todavía no había
concluido su lucha revolucionaria contra las tropas nacionalistas de Chang-KaiChek, el
Partido Comunista griego, implicado en una guerra civil, al igual que el anterior, y el Partido
Comunista alemán, claramente condicionado por la división de Alemania y la política
exterior soviética con los occidentales, por esta cuestión. De este modo, la Oficina de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 11

Información de los Partidos Comunistas estuvo constituida por los partidos comunistas
soviético, yugoslavo, polaco, húngaro, búlgaro, rumano, checoslovaco, italiano y francés;
éstos dos últimos por ser los partidos comunistas más poderosos en los países
occidentales.

El mayor protagonismo de la oficina se puso de manifiesto con motivo del conflicto


soviético-yugoslavo, a partir de 1948, que concluyó con la separación del partido comunista
yugoslavo de la KOMINFORM. Desde entonces, y hasta su disolución en 1956, en pleno
proceso de desestalinización promovido por Jruschev en el XXº Congreso del PCUS, la
oficina llevó una vida poco activa y casi exclusivamente limitada a garantizar la ortodoxia
comunista a través de su órgano de información, titulado «Por una paz duradera, por una
democracia popular», más tarde sólo «Paz y democracia», y publicado en todas las lenguas
oficiales de los partidos afiliados. Desde la disolución de la KOMINFORM, el conjunto de los
partidos comunistas ha mantenido unos vínculos poco institucionalizados, mediante los
Congresos Mundiales de los Partidos Comunistas y Obreros y las Conferencias regionales
de los Partidos Comunistas, la última de las cuales fue la Conferencia de los Partidos
Comunistas y obreros de Europa.

Pero el mismo año en que surgía la KOMINFORM, se constituía en Oxford la Unión


Liberal Mundial o Internacional de Partidos Liberales, integrada por los partidos liberales de
Europa occidental, más los de Estados Unidos, Canadá, India e Israel, y con sede en
Londres. Mantuvo un papel poco destacado durante las décadas de los cincuenta y tos
sesenta, debido en gran parte a la polarización política experimentada por los países de
Europa Occidental en torno a los partidos conservadores o democristianos, de una parte, y
los partidos socialistas y comunistas, de otro lado. En el transcurso de la última década, los
partidos liberales han adquirido un cierto auge propiciado por el desgaste político que
provoca la crisis económica mundial a los partidos en el poder, así como por la formulación
de nuevos programas políticos por parte de algunos de los partidos liberales.

También, en 1947, se funda la Organización Cristiano-Demócrata de América, que


establecerá su sede en Santiago de Chile, y que junto a la Unión Cristiano-Demócrata
Centroeuropea, creada en 1950 y con sede en Nueva York, terminarán fundiéndose en
1961 para dar origen a la Unión Internacional Cristiano-Demócrata, con sede en Roma. El
protagonismo de esta internacional se ha visto reforzado por el papel excepcional que los
partidos demócrata-cristianos han desempeñado en el proceso de integración europea.

Por último, se constituyó en Londres durante el año 1983 la Unión Democrática


Internacional, que aglutina a distintos partidos de tendencia conservadora, como el Partido
Conservador Inglés, el Partido Republicano de los Estados Unidos, el Partido Popular
Austriaco o el Partido Popular por parte española. Al igual que en el caso de la Internacional
de partidos demócrata-cristianos, la Internacional Conservadora ha surgido auspiciada por
una Internacional de ámbito regional europeo, la Unión Democrática Europea, y en el
contexto internacional propiciado por el acceso al poder de varios gobiernos conservadores
en Europa y América.

Hasta aquí hemos estado refiriéndonos a las internacionales de partidos políticos,


como una de las formas más características de organizaciones no gubernamentales de
naturaleza política, pero durante la última década y al amparo del proceso de integración
europea se ha producido.la génesis de unas nuevas realidades políticas que debemos
mencionar. Se trata de los partidos políticos transnacionales, respecto de los que TRUYOL
escribía ya en 1974:
«Donde apreciamos, en cambio, el germen de fuerzas políticas, genuinamente
transnacionales, es en el seno de las organizaciones europeas como el Consejo de Europa,
y sobre todo, las Comunidades Europeas, toda vez que la Asamblea Consultiva de aquél y
la Asamblea Parlamentaria de éstas ofrecen ya un marco institucional idóneo».
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 12

Cabe, por tanto, plantearse la cuestión de si efectivamente puede hablarse de la


existencia de tales fuerzas o partidos políticos transnacionales o si, por el contrario, estas
realidades políticas transnacionales no se diferencian cualitativamente de las denominadas
internacionales de partidos políticos. Con todas las reservas y limitaciones propias de unos
fenómenos en proceso de formación, y, consiguientemente, no totalmente definidos,
creemos que puede darse una respuesta afirmativa a la existencia de los partidos políticos
transnacionales, si tomamos en consideración tres características propias de éstos y que de
ningún modo se pueden observar en las internacionales de partidos políticos.

1°. El marco político en el que se desarrollan los partidos políticos transnacionales,


que es el de la Europa comunitaria, posee una configuración singular que hemos
definido bajo el concepto de supranacionalidad. Por consiguiente, no cabe
identificarlo con el marco inter o transnacional propio de las demás internacionales
políticas antes referidas.

2°. Los partidos políticos transnacionales se gestan a partir de la decisión


comunitaria de proceder a la celebración de elecciones por sufragio universal,
directo y secreto para el Parlamento Europeo. En efecto, la participación en estas
elecciones a un órgano supranacional, y no sólo nacional, imponía un grado de
coordinación mucho más estricto y unas estructuras orgánicas mucho más estables
que las proporcionadas hasta entonces por las internacionales, dado que había que
definir unos programas políticos y unas estrategias electorales que, sin desconocer
los problemas y preocupaciones de los diversos países miembros, abordasen las
grandes cuestiones estrictamente comunitarias: reforma presupuestaria, política
agrícola, ampliación a nuevos miembros, etc.

3.° La existencia de una tradición de colaboración y representatividad de los


diversos miembros del Parlamento Europeo, atendiendo a sus afinidades políticas y
partidistas antes que a su procedencia nacional, que se inscribe en los orígenes
mismos de las comunidades. La filosofía que subyace en esta tradición puede
resumirse afirmando que se trata de potenciar el proceso de unificación europea
desde la colaboración política entre los partidos nacionales de una misma tendencia
ideológica.

Las raíces de estos partidos políticos transnacionales se hunden y entremezclan con


los orígenes de algunas de las internacionales ya estudiadas. Así, por ejemplo, en 1947 se
constituye el Comité Internacional de Estudios y Acción para los Estados Unidos Socialistas
de Europa, transformado por el Congreso de La Haya de 1948 en el Movimiento Socialista
para los Estados Unidos de Europa. Los objetivos de este movimiento eran los de lograr
una federación europea mediante la consolidación, a través del acceso a los respectivos
gobiernos nacionales, de una Europa socialista.

También, en 1947, se crea una forma embrionaria de coordinación entre los diversos
partidos demócrata-cristiano, europeos a través de los denominados Nuevos Equipos
Internacionales que tan destacado papel desempeñaron en la formación de la Internacional
Cristiano-Demócrata. No obstante, habrá que esperar hasta 1965 para asistir a la
constitución de la Unión Europea Cristiano-Demócrata, auténtica internacional de ámbito
europeo.

Análogamente, en 1952 y al amparo de la Internacional Liberal, se creará el


Movimiento Liberal para la Europa Unida, aglutinando en su seno a la mayoría de los
partidos liberales europeos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 13

Todas estas internacionales políticas, precedentes inmediatos de los actuales


partidos políticos transnacionales, presentan un común denominador, a saber: su aspiración
a lograr la constitución de una Europa unida, ya sea bajo la fórmula federal o confederal.
Fueron ellas las que estimularon, desde 1972, los debates e iniciativas con vistas a la
celebración de unas elecciones auténticamente europeas, celebradas por vez primera en
1979. Sin embargo, la constitución o génesis de los nuevos partidos políticos
transnacionales no se realizó del mismo modo por las diversas internacionales.

En efecto, mientras los demócrata-cristianos y los liberales configuraban sus


respectivas formaciones políticas transnacionales a partir de sus grupos existentes, tanto en
el Parlamento Europeo como en la Asamblea Consultiva del Consejo de Europa, los
socialistas, en cambio, alcanzaban su formación política transnacional como resultado del
estrechamiento de los vínculos existentes entre los diversos partidos socialistas nacionales,
primero, y la constitución de grupos parlamentarios europeos, más tarde. Como ha
señalado DUSAN SIDJANSKI:
«Mientras que el Partido Popular Europeo (demócratas-cristianos) y la Federación
de Partidos Liberales, llevan la huella del origen parlamentario, la intervención de los
aparatos partidistas fue decisiva en la creación de la Unión de los Partidos Socialistas. El
peso de las organizaciones de los partidos y su natural resistencia a toda forma restrictiva
supranacional explican, al menos en parte, la concepción mas confederal que ha presidido
la formación de la Unión Socialista por oposición a las ambiciones más próximas a formas
federales que encarnan el PPE y la Federación de Partidos Liberales y Demócratas».

En esta cita aparecen mencionados los partidos políticos transnacionales que


pueden ser considerados como tales en un sentido estricto. La Unión de los Partidos
Socialistas de la Comunidad Europea se constituyó en 1974, tras la sustitución de la Oficina
de los Partidos Socialistas, que actuaba como órgano de coordinación de los
parlamentarios socialistas del Parlamento Europeo, en cumplimiento de una resolución
adoptada en el VIII.º Congreso de 1971. Es la única fuerza política transnacional en la que
se insertan partidos de todos los países miembros, y la colaboración entre sus miembros se
fundamenta y regula por las disposiciones de la Internacional Socialista relativas a la
cooperación regional entre partidos socialistas. Ello se traduce en una doble vinculación:
como miembros de la Internacional Socialista y como miembros de la Unión.

El Partido Popular Europeo (Federación de Partidos Demócrata-cristianos), se


constituyó en 1976 por 11 partidos procedentes de siete países. Favorable a una política de
reforzamiento de los poderes de las instituciones comunitarias, especialmente del
Parlamento, como camino para acelerar el proceso de integración europea.

La Federación de Partidos Liberales y Democráticos de la Comunidad, se constituyó


en 1976 y está abierta a partidos tanto liberales como de orientación moderada (centristas),
siendo precisamente este grado de flexibilidad en su composición lo que le ha ocasionado
mayores dificultades para su coherencia política interna y para la formulación de sus
programas electorales. Integrado inicialmente por 14 partidos de 8 países miembros, su
número quedó reducido con posterioridad a 12 partidos.

Una vez resumidos los principales datos de las tres formaciones políticas
transnacionales que se han desarrollado en el seno de las comunidades, conviene concluir
precisando los elementos diferenciales que existen entre los partidos políticos
transnacionales y otros conceptos que traducen realidades próximas. Ante todo, los partidos
políticos transnacionales se diferencian de las internacionales de partidos políticos porque
éstas últimas, aun poseyendo estructuras orgánicas, decisionales y ejecutivas, carecen de
la posibilidad de participar plenamente en órganos políticos, y no meramente consultivos,
supra o internacionales. En el mejor de los supuestos logran alcanzar un estatuto consultivo
ante determinadas organizaciones internacionales gubernamentales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 14

También se distinguen de los partidos políticos nacionales, precisamente por


disponer de estructuras, elaborar programas y desarrollar sus actividades en el marco de
organizaciones supranacionales. Análogamente, no cabe confundir los partidos políticos
transnacionales con los grupos de presión, ya sean éstos nacionales o internacionales, por
cuanto la actuación de aquellos es de naturaleza estrictamente política, partidista, y
ejecutada ante órganos de poder supranacional. Por el contrario, ya hemos señalado que
aunque en el contexto comunitario se les reconoce una cierta participación a estos grupos
de presión, sobre todo en el Comité Económico y Social, esta participación es técnica y
consultiva.

Finalmente, y esta sí es una distinción importante de retener, los partidos políticos


transnacionales tampoco pueden asimilarse a los grupos parlamentarios existentes en el
seno del Parlamento Europeo, aunque en algunos casos hayan contribuido a su formación.

Ante todo, los grupos parlamentarios se constituyen después, y no antes de las


consultas electorales, ello es así porque los partidos que se agrupan parlamentariamente se
presentan, sin embargo, independientemente y en sus respectivos países a la hora de las
elecciones. Carecen de un programa político y una estrategia electoral propiamente
comunitaria, y ello les obliga a garantizar una total independencia de sus miembros, una vez
se constituyen como grupo parlamentario, incluso a la hora de las votaciones en el
Parlamento Europeo. El carácter de coaliciones parlamentarias de estos grupos frente a la
naturaleza de coaliciones electorales propia de los partidos políticos transnacionales debilita
el poder de aquellos respecto de estos últimos. Así, por ejemplo, con relación al tema del
ingreso de Portugal y España a las Comunidades Europeas, la posición entre los
comunistas franceses y los italianos era claramente antagónica, lo que provocó un
fraccionamiento del voto del grupo parlamentario comunista cuando se abordó este tema
ante el Parlamento Europeo.

4. LAS INTERNACIONALES SINDICALES.

Durante el siglo XIX, y como consecuencia de la Revolución Industrial, se fue


fraguando un movimiento obrero en cuyo seno se desarrollaron diversas organizaciones de
carácter nacional inspiradas por las ideologías marxista y católica. No obstante, será con la
creación de la Asociación Internacional del Trabajo, cuando por primera vez se instare una
organización internacional con funciones simultáneamente políticas y sindicales. Con a l
desaparición de la Primera Internacional y la constitución de la Internacional Socialista, se
promoverá un principio de división de funciones, en virtud del cual se llevarán a cabo
diversos congresos internacionales de las organizaciones sindicales socialistas
implantadas, especialmente, en los países europeos.

La crisis provocada en la Internacional Socialista por el desencadenamiento de la


Primer Guerra Mundial, y más tarde, por la Revolución bolchevique, propició la constitución
entre 1919 y 1920 de la Federación Sindical Internacional, con la participación de
representantes sindicales de 12 países europeos durante el Congreso de Ámsterdam
(1919). Su existencia se prolongará hasta 1945 aunque con un marco de acción
exclusivamente europeo. Su creación facilitó la participación obrera (sindical) en la
recientemente constituida Organización Internacional del Trabajo, junto a la participación
gubernamental y patronal. La Gran Depresión de 1929, unido al ascenso de los regímenes
totalitarios de corte fascista en Portugal, Italia, España, Alemania, etc., estimuló la
decadencia y posterior disolución de la Federación.

Paralelamente, y al igual que ocurrió en el marco de las internacionales políticas,


tras la división entre socialistas y socialdemócratas, de un lado, y comunistas, de otro,
también se asiste a un fraccionamiento en el mundo sindical, con la creación en Moscú
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 15

durante 1921 de la Internacional Sindical Roja (PROFINTERN) que aglutinará, a todos los
sindicatos vinculados a los partidos comunistas.

Por otro lado y, desde luego, con un apreciable retraso histórico respecto a lo que
había ocurrido en el movimiento obrero de inspiración marxista, también los trabajadores
afiliados a organizaciones obreras nacionales de ideología cristiana, terminarán
organizándose a escala internacional en 1919, durante el Congreso de La Haya, en la
Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos, que ocupará un lugar relevante
durante la década de los treinta en consonancia con el declive de las internacionales
sindicales socialista y comunista. Su sede se encontraba situada en Bruselas y agrupaba en
su seno a representantes sindicales de 54 países, junto con representantes de 11
federaciones profesionales internacionales. En el año 1968 esta internacional sindical
cambió su denominación por la de Confederación Mundial del Trabajo, y aunque sus
organizaciones sindicales no son mayoritarias en los países en donde se encuentran
implantadas, agrupa aproximadamente a unos 20 millones de trabajadores en todo el
mundo.

Junto a las grandes internacionales sindicales que se desarrollaron con anterioridad


a la Segunda Guerra Mundial, aparecen también otras organizaciones, obreras
internacionales que han mantenido su vigencia hasta nuestros días y que, como veremos
más adelante, desempeñan un protagonismo importante en el contexto de las relaciones
socioeconómicas internacionales. Se trata de los Secretariados Profesionales
Internacionales integrados por organizaciones sindicales de ámbito sectorial, en lugar de
nacional. Entre ellos podemos destacar la Federación Internacional de Trabajadores de la
Industria Metalúrgica (FITIM), constituida en 1893 y agrupando a más de 160
organizaciones sindicales de los sectores siderúrgico y metalúrgico, con un total de más de
11 millones de trabajadores. La Federación Internacional de Sindicatos químicos, de la
Energía ,y Generales, y la Unión Internacional de Asociaciones Aliadas de Trabajadores de
la Alimentación, ambos Secretariados constituidos formalmente durante la década de los
sesenta pero con claros antecedentes en el período de entreguerras.

El proceso de internacionalización sindical, aunque surgió y se desarrolló con


anterioridad a la Segunda Guerra Mundial, en un plano mundial, también alcanzó a generar
internacionales con un carácter regional, específicamente en el continente americano. En
1918 se produce la creación de la Confederación Obrera Panamericana, que celebró un
total de 6 congresos internacionales entre 1918 y 1930. En esta Confederación el peso
sindical correspondió a los sindicatos norteamericanos agrupados en la American
Federation of Labour (Federación Americana del Trabajo), situación que progresivamente
fue modificándose a medida que las organizaciones sindicales de otros países adquirieron
un mayor protagonismo dentro de la Confederación. En ese contexto y agudizada por la
«Gran Depresión» se produjo la parálisis definitiva cuando en 1938 la Confederación de
Trabajadores de México, propició la creación de la Confederación de Trabajadores de
América Latina.

Con el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial se consuma la


desorganización o parálisis de las Internacionales Sindicales, al tiempo que se abrirá una
nueva etapa a partir de 1945. Con la conclusión del conflicto bélico mundial y aprovechando
la colaboración político-militar que se había desarrollado en su transcurso, entre los partidos
socialistas, comunistas y demócrata-cristianos de algunos países europeos, se intentará
iniciar un proceso de unificación de las distintas internacionales sindicales, particularmente
entre la socialista y la comunista. Esta iniciativa plasmó en la celebración en París, el 3 de
septiembre de 1945, del I Congreso Mundial de Sindicatos en el que se fundó la Federación
Sindical Mundial, con la participación de las organizaciones sindicales de carácter socialista
o comunista, entre ellas la CIO (Congress of Industrial Organizations) de Estados Unidos, y
con la única excepción de la American Federation of Labour de este mismo país.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 16

La sede de la Federación se estableció en París durante el período comprendido


entre 1945 y 1951, trasladándose con posterioridad a Viena entre 1951 y 1956, y quedando
definitivamente fijada en Praga desde ese año. La Federación Sindical Mundial constituye la
primera internacional sindical por el número de trabajadores que aglutina, pues de ella
forman parte las organizaciones sindicales oficiales de los países socialistas, además de
algunas de las organizaciones sindicales de ideología comunista más poderosas de la
Europa Occidental, como es el caso de Confederation Génerale des Travailleurs (CGT) de
Francia o la Confederazione Generale italiana dei Lavori, de Italia. En 1972 poseía más de
155 millones de afiliados pertenecientes a sindicatos de 53 países.

Ahora bien, el viento de la «guerra fría» que trajo la división en bloques, alrededor
de cada una de las dos superpotencias, terminó afectando seriamente los intentos de
unificación sindical a escala internacional. La colaboración entre sindicatos socialistas y
comunistas, expresión de la cooperación entre los partidos políticos de uno u otro signo
ideológico, concluyó en 1949 con la creación de la Confederación Internacional de
Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL),establecida en Bruselas y dominada por los
sindicatos socialistas. Constituye la segunda internacional sindical del mundo por el número
de afiliados, con más de 70 millones, y agrupa a 122 organizaciones sindicales procedentes
de 87 países, así como a algunos de los Secretariados Profesionales Internacionales más
importantes, entre ellos la FITIM.

Este panorama de las grandes internacionales sindicales posteriores a la Segunda


Guerra Mundial debe completarse con una referencia a las internacionales sindicales de
ámbito regional. Entre ellas destaca la constitución en Bruselas, durante el Congreso de
Sindicatos Libres de 1973, a partir del Secretariado Europeo de la CIOSL, de la
Confederación Europea de Sindicatos, integrada por los principales sindicatos de los países
de la Europa occidental pertenecientes tanto a las Comunidades cómo a la EFTA,
excepción hecha de los dos grandes sindicatos comunistas de Francia e Italia. Por último,
cabe citar a la Confederación. Internacional de Sindicatos Árabes, creada en 1956 y con
sede en El Cairo; a la Organización Regional Interamericana del Trabajo, promovida por la
American Federation of Labour para recuperar el protagonismo ostentado en la
Confederación Obrera Panamericana en el período de entreguerras, y constituida en 1951,
con sede en México, así como la Federación Sindical Panafricana, fundada en 1961 y con
sede en Casablanca.

El contrapunto de las grandes internacionales sindicales lo constituyen las


internacionales empresariales o patronales, entre las que destaca por su marco universal y
su larga trayectoria la Organización internacional de Empleadores Industriales, creada en
Washington en 1919 para favorecer la participación de las agrupaciones patronales
nacionales en a l OIT, y que tras a l Segunda Guerra Mundial, en 1948, cambiaría su
denominación por la de Organización Internacional de Empleadores. Está formada por más
de 88 federaciones empresariales de 82 países, y goza de estatuto consultivo ante el
Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas.

5. LOS PRINCIPALES MOVIMIENTOS RELIGIOSOS TRANSNACIONALES.

El estudio de los movimientos religiosos transnacionales debe tomar en


consideración la doble perspectiva desde la que pueden ser analizados teóricamente: en
tanto que doctrinas o ideologías explicativas del mundo (terrenal y supraterrenal) que
gravitan o inciden sobre los individuos y las sociedades, en primer término, pero cabe
también investigarlos en tanto que grupos sociales o instituciones que desempeñan una
participación activa, más o menos destacable, en la vida internacional. La primera de ambas
orientaciones toma en consideración el fenómeno religioso desde su naturaleza factorial, es
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 17

decir, como parte del factor ideológico. Por el contrario, la segunda perspectiva toma en
consideración el fenómeno religioso en cuanto expresión de ana realidad actorial, es decir,
de un conjunto de sujetos o agentes de las relaciones internacionales. Ahora nos vamos a
centrar en ésta segunda dimensión, pero conviene agregar que ambas perspectivas de
análisis deben considerarse como mutuamente conjugadas en la realidad del mundo
internacional.

La referencia a las fuerzas religiosas que actúan en la sociedad internacional


requiere una consideración de tres ideas generales importantes:
1ª Numerosos autores (RENOUVIN, DUROSELLE, MERLE, TRUYOL, etc.)
reconocen a las fuerzas religiosas un cierto protagonismo internacional; de este modo una
parte de la doctrina de nuestra disciplina considera a dichas fuerzas religiosas
transnacionales como actores secundarios, como «fuerzas profundas» en acertada
expresión de RENOUVIN, cuya existencia y actuación afecta, de algún modo, a la
configuración y dinámica general de la sociedad internacional

2ª La existencia y participación de las diversas fuerzas religiosas en los asuntos


internacionales se encuentra condicionada, en cierta medida, por una diversa .y desigual
distribución geográfica de las distintas religiones. Mientras el cristianismo, en sus distintas
expresiones, católica, ortodoxa y protestante, posee su centro de gravedad en Europa y
América, otros movimientos religiosos como el hinduismo o el budismo se hallan localizados
en Asia, casi exclusivamente, al tiempo que el islamismo se desarrolla prioritariamente en la
franja septentrional africana y en la zona del Oriente Medio hasta la India. Como ha puesto
de relieve MERLÉ:
«Esta distribución geográfica de fuerzas (religiosas) no puede dejar de influir sobre
las solidaridades internacionales».

3ª La incidencia de los movimientos religiosos en las relaciones internacionales se


encuentra también íntimamente vinculada con el lugar y la atención que las cuestiones
internacionales reciben en el cuerpo doctrinal propio de cada religión. Como apunta HERTZ:
«Los movimientos más importantes están relacionados con el medio internacional de
dos formas principales: o bien, por sus ideas y actitudes relativas a la estructura y
naturaleza del mundo, y referentes a su situación original, o bien, se encuentran
subsiguientemente implicados en las relaciones internacionales y, de este modo,
compelidos a adoptar una posición. La historia de los movimientos religiosos nos ilustra
perfectamente de esto».

En otras palabras, los movimientos religiosos transnacionales intervienen en la vida


internacional como resultado de las respuestas que sus doctrinas religiosas aportan a las
grandes cuestiones internacionales o, por el contrario, en la medida en que los
acontecimientos internacionales terminan por afectar a la existencia de ciertos grupos
religiosos, éstos terminan por formular ideas y doctrinas internacionalistas como parte
integrante de su credo religioso, aunque inicialmente dicho credo no las contuviese.

En todo caso, estimamos necesario incorporar a una teoría de las relaciones


internacionales el análisis de las fuerzas religiosas transnacionales si verdaderamente
queremos comprender y explicar en profundidad el mundo internacional, no sólo pretérito
sino también presente. ¿Quién aspiraría a conocer la compleja y peligrosa situación en
Oriente Medio despreciando el papel desempeñado por las distintas sectas o movimientos
islámicos? ¿Quién pretendería explicar, con un mínimo de rigor científico los
acontecimientos en Centro ó Sudamérica sin contar con el protagonismo desempeñado por
la Iglesia Católica? Estas interrogantes y otras muchas que podamos formular son
suficientemente indicativas de la importancia de los actores que vamos a exponer
sucintamente.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 18

El Cristianismo:
Bajo el término de cristianismo se enmarcan, en realidad, movimientos religiosos
muy diversos, tanto desde el punto de vista doctrinal como respecto de su implantación e
importancia. Todos ellos, sin embargo, surgen de un mismo tronco doctrinal e histórico, que
les permite establecer cierto tipo de vínculos por encima de sus profundas divergencias,
aunque será el catolicismo el que sobresalga entre ellos, tanto por su importancia
cuantitativa como por haber logrado una situación o «status» excepcional en el contexto
internacional, al tener reconocida una cierta personalidad jurídica por los demás estados
como resultado de su evolución histórica.

a) El catolicismo
Como veíamos, la Iglesia Católica goza del reconocimiento de su personalidad
jurídica internacional en la medida en que constituye la única fuerza religiosa que ha
logrado constituir un Estado, el Estado de la Ciudad del Vaticano (Santa Sede), como
expresión máxima de su poderío religioso e institucional forjado en el transcurso de casi dos
milenios. En virtud de esté fenómeno, la Iglesia Católica posee, mucho más que otras
fuerzas religiosas, una participación muy activa en el mundo internacional. En efecto, la
Santa Sede goza de la capacidad de acreditar representantes diplomáticos ante terceros
estados (denominados Nuncios apostólicos), y de suscribir tratados internacionales con los
Estados para regular las cuestiones religiosas (Concordatos). En este sentido, al
Concordato entre España y la Santa Sede de 1953 le sucedió en la etapa democrática la
conclusión, el 3 de enero de 1979, de cuatro acuerdos específicos entre España y la Santa
Sede sobre las siguientes materias:
l. Cuestiones jurídicas generales.
2. Enseñanza.
3. Asistencia religiosa a las Fuerzas Armadas.
4. Relaciones económicas entre España y la Santa Sede.

Pero no sólo se puede apreciar la internacionalidad de la Iglesia Católica a través de


su dimensión estatal. La propia configuración organizativa interna de la Iglesia Católica se
encuentra fundamentada en una concepción de jerarquía internacional. Las Conferencias
Episcopales agrupan a los dirigentes eclesiásticos, primero a escala nacional, y luego a
escala regional o continental (Europa, América Latina, África, etc.). Análogamente los
Concilios Ecuménicos, como el Concilio Vaticano II, celebrado entre el I de octubre de 1962
y el 3 de diciembre de 1965, constituyen una clara expresión de la naturaleza
internacionalista o universal que impregna la estructura institucional de la Iglesia Católica.
Finalmente, el Sacro Colegio Cardenalicio, máximo órgano colegiado de la Iglesia, traduce
perfectamente dicho universalismo. En su obra La Sociedad Internacional, TRUYOL analiza
la evolución experimentada en la composición de este órgano, en la etapa entre 1936 y
1973, y se observa que mientras en 1936 de los 66 cardenales había 59 europeos (de ellos
37 italianos) y únicamente 7 cardenales americanos, esta relación se había transformado en
el año 1973 en la siguiente: Un total de 146 cardenales de los que 85 eran europeos (41
italianos), 35 americanos, 12 asiáticos, 9 africanos y 5 de Oceanía, Australia y Nueva
Zelanda.

De estos órganos colegiados de la Iglesia Católica, así como del máximo órgano
personal, el Santo Padre, emanan una serie de documentos doctrinales en los que se
abordan muchos de los problemas que aquejan a la sociedad Internacional de nuestros
días. Encíclicas como la «Pacem in Terris» de Juan XXIII (1962) o la «Poppulorum
Progressio» de Pablo VI (1967) o la «Declaración conciliar sobre la Iglesia en el mundo»
(1965), son documentos nucleares de la doctrina católica sobre algunas de las grandes
cuestiones internacionales como la paz o el desarrollo.

Aspectos doctrinales:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 19

El destacado papel histórico que ha tenido la Iglesia Católica le ha exigido la


formulación de una doctrina internacional que, sobre todo, desde la llamada «Escuela
española del Derecho Natural y de Gentes» con nombres tan prestigiosos como los de
VITORIA, SUAREZ, VAZQUEZ DE MENCHACA, etc., hasta nuestros días, ha analizado,
siguiendo los presupuestos filosófico-teológicos del catolicismo, cuestiones tan esenciales
de la vida internacional como las de a l guerra justa, el derecho de comunicación (ius
communicationis), las relaciones con los infieles y otros pueblos, la colonización y sus
títulos legitimadores, etcétera.

Como señala TRUYOL:


«Es de destacar la preocupación de la Iglesia Católica por lo que podemos llamar
una política social internacional. Elemento esencial de la misma es la aplicación de los
conceptos de justicia distributiva y justicia social a la esfera internacional, especialmente en
lo que atañe a las relaciones de los países desarrollados y ricos con los países
subdesarollados y pobres».

La aportación teórico-doctrinal de la Iglesia Católica ha sido y sigue siendo


significativa para la comprensión de la evolución experimentada por el Derecho
Internacional, pero también para el conocimiento de algunas de las formas particulares de
las relaciones interestatales.

Aspectos internacionales:
Ante todo, debe destacarse, por su tradicional importancia, la labor diplomática
desarrollada por la Santa Sede, especialmente en los conflictos internacionales. Sin duda,
uno de los ejemplos más transcendentales de esta labor diplomática de mediación
desarrollada por la Santa Sede fundándose en la supremacía espiritual de la Iglesia lo
constituyó la Bula Inter Caetera, promulgada en 1493 por el Papa ALEJANDRO VI, y en la
que se fijaban las normas legitimadoras de los derechos de conquista y evangelización para
las coronas de España y Portugal, siguiendo una línea de demarcación situada a 100
leguas al Oeste de las islas de Cabo Verde y Azores.

En el contexto internacional de nuestros días, la actividad internacional de la Santa


Sede abarca numerosos aspectos entre los que podemos destacar los siguientes:

La actividad internacional del Papa, en cuanto cabeza visible de la Iglesia Católica,


al tiempo que jefe del Estado Vaticano, ante los demás países y organizaciones
internacionales. En este sentido podemos mencionar junto con los viajes oficiales realizados
por Pablo VI a distintos Estados (India, Filipinas, Colombia, etc.), su participación en la
Asamblea General de las Naciones Unidas, el 4 de octubre de 1965, al celebrarse el
vigésimo aniversario de su creación. El propio Juan Pablo II ha realizado innumerables
visitas a distintos países de los cinco continentes. Análogamente, deben citarse las
«audiencias» oficiales concedidas por los Papas a los dirigentes políticos y estadistas de
todo el mundo, entre las que cabe destacar, por su singular trascendencia, la concedida por
el Papa Juan Pablo II al Ministro de Asuntos Exteriores, Andrei Cromyko, el 25 de enero de
1979.

Actividades diplomáticas y de mediación internacional. En la actualidad, la Santa


Sede tiene acreditadas misiones diplomáticas ante más de 75 estados, ello le permite una
presencia efectiva en algunos de los foros internacionales más importantes, como la
Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa. Al propio tiempo ha desempeñado
funciones mediadoras en algunos de los conflictos más importantes de los últimos años,
como en el conflicto chileno-argentino por el Canal de Beagle o los fracasados intentos de
mediación entre Irán y los Estados Unidos con motivo de la detención de varios
diplomáticos de la Embajada norteamericana en aquel país.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 20

También resulta pertinente mencionar los vínculos existentes entre la Iglesia


Católica y numerosos movimientos u organizaciones internacionales no gubernamentales,
empezando por la relación con las internacionales de partidos demócrata-cristianos y con
las internacionales sindicales de inspiración católica, pero también con organizaciones
juveniles, de mujeres, etc.

Las Iglesias protestantes y el Consejo Ecuménico de las Iglesias:


Las iglesias protestantes se encuentran localizadas en un área geográfica que
comprende Europa Occidental y Septentrional, así como América del Norte; ello equivale a
afirmar que es un movimiento religioso que se encuentra implantado, en su mayor parte, en
el área de los países desarrollados más ricos, lo que junto a la ausencia de una estructura
institucionalmente jerarquizada y centralizada ha contribuido a su atomización, así como al
desarrollo de sus actividades al amparo de los estados y, en algunos casos, como el de la
Iglesia Anglicana en Inglaterra, a una simbiosis entre la comunidad política y la comunidad
religiosa que ha mediatizado mucho el protagonismo internacional de estas fuerzas
religiosas. Todo ello ha contribuido a limitar el papel del cristianismo protestante en las
esferas de las relaciones internacionales, privándoles de la subjetividad jurídico
internacional y dificultando, hasta épocas muy recientes, la evolución de una doctrina
político-social auténticamente internacional.

Con objeto de propiciar el entendimiento entre las iglesias protestantes y las de más
iglesias cristianas, así como de superar los condicionamientos estatales y nacionales, se
constituye el Movimiento Ecuménico de las iglesias, a partir de la Conferencia de
Edimburgo de 1910, y cuya génesis se había gestado en las últimas décadas del siglo XIX.
Durante los primeros años de vida del Movimiento Ecuménico de las iglesias concurrieron
dos tendencias:
a) La tendencia sueca («La vida y el trabajo») que propugnó la colaboración con
todas las iglesias cristianas por encima de las diferencias religioso-doctrinales. Sus
congresos más significativos serán los de Estocolmo (1925) y Oxford (1937).
b) La tendencia suiza que destacará la necesidad de un entendimiento religioso-
doctrinal como paso previo para potenciar la colaboración entre todas las iglesias
cristianas. Sus principales congresos son los de Lausana (1927) y Edimburgo
(1937).

Tras los congresos de Oxford y Edimburgo del año 1937, se procedió a la creación
Comité Experimental de la Iglesia Católica y del Consejo Mundial de la iglesias, orientada a
la contribución al desarrollo social y a la paz internacional. Este organismo quedó registrado
en la Organización de las Naciones Unidas como entidad no gubernamental en el año 1946.
Ese mismo año, se constituye en Cambridge (Gran Bretaña) la Comisión de las iglesias
para las cuestiones internacionales, con tres sedes en cada una de las ciudades de Nueva
York, Ginebra y Londres. Registrada en el ECOSOC como organización consultiva de la
lista B, participa también como entidad consultiva ante la FAO y la UNICEF, aunque con
nivel C.

Finalmente, se constituyó en Ámsterdam, durante 1948, el Consejo Mundial de las


iglesias con sedes en Nueva York y Ginebra, al tiempo que se configurará como el principal
organismo del movimiento ecuménico. Se encuentra registrado como organismo
internacional no gubernamental ante las Naciones Unidas, aunque su participación se
desarrolla a través del Comité de las iglesias para las cuestiones internacionales. Entre las
principales Asambleas Generales del Consejo Mundial de las iglesias cabe mencionar las
de Evanston (Illinois) en 1954, la de Nueva Dehli (1961) y la de Upsala (1968).

Aspectos doctrinales:
En el ámbito doctrinal destaca la definición realizada por el Consejo sobre el
concepto y contenido de la libertad religiosa que figura recogido en la Declaración Universal
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 21

de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas (1948), en su artículo 18, así como en el
artículo 18 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966 y del que
España es parte. Junto a ello, el Consejo Mundial de las iglesias ha abordado
doctrinalmente numerosos problemas internacionales entre los que podemos resaltar: el
problema de la paz mundial y el control de la carrera de armamentos, la denuncia del
«apartheid» y la discriminación racial, la defensa de los derechos de los refugiados y
emigrantes, el reconocimiento del derecho de los pueblos al desarrollo y la crítica de las
formas de dominación neocolonialista, etcétera.

El Islam.
El Islam constituye la segunda fuerza religiosa del mundo, tras el cristianismo, por el
número de fieles, extendiéndose en una amplia área geográfica que abarca desde el
extremo noroccidental del continente africano hasta el Extremo Oriente.

El Islam contiene, desde sus orígenes, una específica concepción del mundo
internacional que ha estado gravitando, históricamente, en toda su evolución y expansión.
En efecto, la religión islámica contiene en su doctrina una voluntad de expansión proselitista
y belicosa, a la vez que vincula el poder político y el poder religioso en la figura del «imán».
Ello ha contribuido a conceder un protagonismo internacional a esta fuerza religiosa
mediante la instrumentalización del poder político-militar de los estados confesionalmente
islámicos al servicio de los ideales religiosos, aunque simultáneamente las disensiones
doctrinales entre las distintas sectas islámicas (sumnitas, chiítas, etc.) han sido causa de
frecuentes conflictos intra e interestatales.

Aspectos doctrinales:
Dado que el islamismo, como movimiento religioso, descansa en una doctrina
religiosa con pretensiones universalistas y exclusivas respecto de las demás religiones, no
es extraño que en ella aparezcan ideas auténticamente internacionalistas. Según esta
concepción doctrinal el «jihad» es la guerra justa por la qué se logra la transformación del
«dar-ul-Harb» (mundo da los no creyentes) en el «Dar-ul-Islam» (el mundo de los
creyentes). En esta doctrina de la conversión universal al Islam mediante el uso de a l
violencia se admite una situación particular para los pueblos judío y cristiano que tuvo una
enorme influencia en la medida en que la evolución histórica del Islam impuso la necesidad
de concertar treguas o tratados de paz (siempre con carácter temporal) con los monarcas y
príncipes cristianos. Asimismo, y al amparo de esta distinción algunos estados cristianos, el
primero de los cuales fue Francia, lograron pactar con el Imperio Otomano un régimen de
«capitulaciones» que garantizaba los derechos religiosos de sus súbditos cristianos que se
encontrasen en territorio turco, particularmente en los Santos Lugares, y al amparo del cual
se desarrollaron unas relaciones diplomáticas particulares entre Turquía y los países
europeos hasta comienzos del siglo actual.

Aspectos internacionales:
Uno de los aspectos internacionales más sobresalientes de la religión islámica será
la aparición y desarrollo del panislamismo, ideología político-religiosa que pretende lograr la
organización y, eventualmente, fusión de los distintos países confesionalmente islámicos a
partir del reforzamiento de los vínculos religiosos. El panislamismo ha dado origen a un
movimiento internacional impulsado por el filósofo y pensador persa DJAMAL-AL DIN-AL-
AFGHANI (1838-1897) en concordancia con otros movimientos similares surgidos en el
continente europeo (paneslavismo y pangermanismo) y en el continente americano
(panamericanismo). Aunque como tal movimiento sufrió un notable debilitamiento tras la
supresión del califato en 1924, siguió celebrando algunos congresos periódicos como los de
Jerusalem (1931), Karachi (1951) y Jerusalem11953).

Durante la década de los años sesenta y bajo la influencia del conflicto árabe-israelí
el movimiento panislámico ha sido trascendido en su dimensión popular para pasar a
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 22

configurarse como un movimiento de carácter netamente gubernamental o estatal, aunque


manteniendo el sustrato religioso.

En 1969 se celebró en Rabat una conferencia de Jefes de Estado ó de Gobierno de


25 países musulmanes que procedió a la creación de la Conferencia Islámica cuya
secretaría permanente pasó a establecerse en 1971 en la ciudad de Djeda (Arabia Saudí).
En el año 1974 se procedió a una nueva reunión de la conferencia en la ciudad de Labore y
en ella se procedió al reconocimiento del nuevo Estado de Bangla Desh, sancionando con
ello la definitiva división de Pakistán en dos estados.

Junto a las conferencias en la cumbre (Jefes de Estado o de Gobierno) y a la


Secretaría se celebran también las Conferencias de ministros de Asuntos Exteriores de los
países miembros con carácter periódico. Entre estas podemos destacar la celebrada en
Teherán (1971) en la que se constituyó la Agencia Internacional Islámica de Información, la
de Djeda (junio 1971) en la que se aprobó la Carta de la Conferencia Islámica o la de
Londres (1977) en la que se procedió a la celebración de la Primera Conferencia
Económica Internacional de los Países Islámicos.

Al amparo de la Conferencia islámica aunque con un carácter regional limitado a los


países africanos se celebró en Nuakchott en el mes de mayo de 1976 la Primera
Conferencia afro-islámica de la que surgiría el Consejo de Coordinación islámica para África
que celebró su primera sesión en Dakar en diciembre de ese mismo año.

El Judaísmo
En tanto que fuerza religiosa, el judaísmo no posee la importancia de los grupos
religiosos mencionados con anterioridad, cuenta únicamente unas decenas de millones de
fieles, y tampoco se le puede atribuir una particular, concepción doctrinal del mundo
internacional. Ello es así porque en el judaísmo no existe una estructura institucional
jerarquizada e internacionalizada como en el catolicismo, ni tampoco una asociación con las
estructuras políticas de los estados en los que se desarrolla, como ocurre con el islamismo.
Únicamente los vínculos profundos entre el judaísmo, en tanto que movimiento religioso, y
el Estado de Israel, tras su constitución en mayo de 1948, junto con una peculiar historia del
movimiento judío han contribuido a modificar, parcialmente, esta posición secundaria del
judaísmo en el contexto de las demás fuerzas religiosas. A diferencia de éstas, la activa
participación del movimiento judío en el panorama internacional se ha desarrollado, sobre
todo, a través de la actuación de diversas organizaciones gubernamentales de carácter
social, religioso, cultural y humanitario.

Aspectos internacionales:
Las organizaciones no gubernamentales creadas al amparo de la religión judía han
constituido, por tanto, la forma más característica y generalizada de influencia de este
movimiento religioso en los asuntos mundiales. Entre las más importantes podemos
mencionar:
- El Consejo Internacional B'NAI B'RlTH: fundado en 1959 con sede en Washington
y con estatuto consultivo en el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, así
como en la UNESCO, la Organización de Estados Americanos y el Consejo de Europa. Se
trata de una organización que agrupa a las organizaciones judías de más de 40 países.
- La Alianza Universal israelí: constituye la organización internacional judía con fines
humanitarios, se constituyó en 1860. Posee su sede en París.
- El Congreso Mundial judío: Creado en 1936 como sucesor del Comité de
Delegación Judía surgido en 1918 y que desempeñó un papel significativo en la creación,
bajo la Sociedad de Naciones, del sistema de protección de las minorías nacionales en
Europa. Agrupa a asociaciones y comunidades judías de más de 63 países y posee su sede
en Ginebra, aunque ha establecido una serie de centros de coordinación regional en
Buenos Aires, Nueva York, París, Tel-Aviv. Goza de estatuto consultivo de la categoría (B)
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 23

en el ECOSOC de las Naciones Unidas, así como en la UNESCO, la UNICEF y estatuto


especial ante la OIT, la Organización de Estados Americanos y el Consejo de Europa.
- El Comité de Coordinación de las Organizaciones judías: fundado en 1947 con
sede en Washington y destinado a potenciar la cooperación entre diversas organizaciones y
comunidades judías. Posee estatuto consultivo en la UNICEF.
- El Consejo Internacional de los Servicios judíos de Beneficiencia y Asistencia
Social: Importante organización de carácter humanitario fundada en 1961 y con sede en
Ginebra. Goza de estatuto consultivo ante el ECOSOC de las Naciones Unidas, así como
ante la UNESCO, la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el Alto
Comisariado de las Naciones Unidas para los refugiados, la UNICEF y la Organización
Mundial de la Salud.
- La Unión Internacional de Trabajadores judíos: organización internacional de
carácter sindical creada en 1947 con sede en Nueva York.

Junto a la actuación internacional de estas y otras muchas organizaciones no


gubernamentales judías, la participación internacional de la religión judía no puede ser
disociada de la aparición del movimiento sionista y de la creación del Estado de Israel, dos
acontecimientos significativos de la vida internacional del último siglo.

En efecto, el sionismo, en cuanto movimiento político-religioso, surge en 1886


promovido por las ideas de NATHAN BIRNBAUM y se orienta al logro de la reconstrucción
del «Hogar Nacional judío» en el territorio de Palestina. Desde una perspectiva ideológica,
el sionismo es una forma más de nacionalismo fundada sobre la identidad religioso-cultural
de todos los judíos de la «diáspora» y estimulada como reacción defensiva frente a la
marginación y discriminación racial de los judíos desarrollada por otras ideologías
nacionalistas (germanismo o eslavismo).

En su dimensión institucional, el sionismo descansaba en la Agencia Judía para


Israel -Organización Sionista Mundial-, creada en 1897, al celebrar su primer Congreso.
Una de las actuaciones más importantes desarrolladas por la Agencia Judía desde su
fundación hasta la constitución del Estado de Israel fue la adquisición de tierras en
Palestina para facilitar el asentamiento de colonos judíos procedentes de numerosos
países. Al propio tiempo realizó una activa labor de presión política ante el Gobierno
británico, que administraba el territorio de Palestina, para que reconociese oficialmente el
derecho del pueblo judío ala creación de un Estado en Palestina. La Declaración de Lord
Balfour, en 1917, al reconocer explícitamente este derecho en nombre del gobierno
británico sentó las bases jurídico-políticas para las reivindicaciones y acciones llevadas a
cabo tras la Segunda Guerra Mundial y que dieron como resultado la constitución del
Estado de Israel y la progresiva desestabilización de la región del Oriente Próximo.

Aunque a la luz de lo que hemos apuntado resulta claro que no puede confundirse el
movimiento judío con el movimiento sionista, ya que el primero es una fuerza ideológico-
religiosa mientras que el segundo es una fuerza ideológico-nacionalista, no se puede
desconocer que muchas de las acciones realizadas durante las últimas décadas por el
Estado de Israel están impregnadas de un carácter netamente sionista. En efecto, la
discriminación de los palestinos residentes en Israel, el desencadenamiento de guerras o
intervenciones militares de carácter «preventivo», como en la guerra del Líbano; la
ocupación militar y posterior establecimiento de asentamientos judíos en territorios no
pertenecientes al Estado israelí y, sobre todo, la decisión del Gobierno israelí de nombrar a
la ciudad de Jerusalem capital del Estado, son algunos de los exponentes de esta visión
sionista que progresivamente ha ido dominando la existencia y acción del Estado de Israel y
que ha justificado la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas del (1 de
noviembre de 1975 por la que se calificaba al sionismo: «como una forma de racismo y de
discriminación racial».
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 1
Madrid, 1991

CAPÍTULO 12
Los actores transnacionales (II): Las empresas multinacionales.
1. Evolución histórica de las empresas multinacionales.

«En efecto a nuestro juicio cabe pensar que el microscopio del entomólogo no hará
jamás aparecer una naturaleza específica de las empresas transnacionales.
(...)
Hay que ir más allá de las empresas transnacionales para explorarlas dentro de un
contexto más general que permita desde ahora, descifrar los hechos todavía aislados los
cuales, una vez relacionados entre sí, dan fe de la emergencia de una realidad internacional
nueva. Más exactamente, las empresas transnacionales son importantes en la medida en
que constituyen el principal agente de una revolución profunda de la economía tradicional,
Son los vectores principales de unos fenómenos económicos y sociales que están dejando
ya obsoletos los marcos habituales de análisis de las relaciones internacionales. Agente
estructurante de un nuevo ambiente mundial y, al mismo tiempo, cada vez más agente
estructurado por el sistema que han contribuido a crear, las empresas transnacionales son
el signo, la manifestación más espectacular de una realidad en vías de gestación. Pero
aunque su posición sea privilegiada no son el único índice de este movimiento".

La cita que acabamos de reproducir, extraída de un artículo de MADEUF y


MICHALET, resume muy acertadamente el planteamiento desde el cual pretendemos o
abordar el tratamiento de las Empresas Multinacionales en su calidad de actores de la
Sociedad Internacional.

Con todo y antes de adentrarnos en la exposición teórica resulta necesario realizar


una apretada síntesis de la evolución histórica experimentada por el fenómeno de las
Empresas Multinacionales, para poder analizar y comprender mejor su naturaleza y las
funciones que desempeñan en el mundo internacional de nuestros días. Para ello,
dividiremos la historia de las Empresas Multinacionales en tres grandes períodos:

1. Período de aparición de las Empresas Multinacionales (1860 – 1914).


La aparición de las primeras empresas multinacionales se produce,
simultáneamente, en diversos países europeos (Alemania, Gran Bretaña, Francia) y del
continente americano (los Estados Unidos) durante el último tercio del siglo pasado y las
primeras décadas del presente siglo, lo que nos demuestra el carácter reciente de este
fenómeno así como la extraordinaria dinámica que ha experimentado hasta llegar a
convertirse en la realidad que es.

En los orígenes de las primeras empresas multinacionales se conjugan una


diversidad de causas que resulta oportuno mencionar, habida cuenta de que la mayoría de
ellas seguirán incidiendo en las etapas posteriores.

En primer lugar, las empresas multinacionales surgen en un momento de notable


aceleración ciéntifico – tecnológica y de desarrollo de los sistemas de producción y
comercialización “estandarizados” que propician la aparición de nuevos productos y,
también, de nuevas demandas o hábitos de consumo. Asociados a estos procesos surgen
algunas de las primeras empresas multinacionales, como la constitución por Friedrich
BAYER de una empresa química en Colonia que internacionalizará en 1865 mediante la
adquisición de una «filial» en Albany (EE.UU.). Análogamente, Alfred NOBEL aprovechará
el descubrimiento de la dinamita para crear una empresa de explosivos en Hamburgo, en el
año 1866. Otro tanto podríamos afirmar de SINGER que en 1867 organiza una empresa
para la fabricación de sus máquinas de coser que exportará a todos los países europeos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 2
Madrid, 1991

Paralelamente, la innovación tecnológica, aplicada a los medios de comunicación y


de transporte, facilitó la unificación espacial a escala mundial y permitió la dispersión
productiva de las empresas en diversos países en detrimento del intercambio comercial
internacional. En efecto, los nuevos medios de transporte (ferrocarril y navegación a vapor)
o de comunicación (telégrafo, radiotelégrafo y radio) garantizan el control de las empresas
«madres» sobre sus empresas «filiales» que, sin embargo, se encuentran ubicadas en
diversos países y a enormes distancias. Naturalmente, asociado a este proceso se
desarrollaron también nuevas empresas multinacionales que controlaban los servicios de
transporte y comunicación. Este fue el caso de la Wireless Telegraph and Signal Company
creada por Guillermo MARCONI en 1897 y que muy pronto pasó a convertirse en una
auténtica multinacional, bajo el nombre de Marconi Gíreles Company Ltd., establecida en
Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, Francia e Italia, y con tal grado de poder que logró en
sus acuerdos con el gobierno italiano y con la Lloyd Company la exclusividad para la
instalación de sus aparatos de radiotelegrafía tanto en los barcos como en las estaciones
costeras.

Además de las razones apuntadas, el desarrollo del nacionalismo y la formación de


nuevos estados o la consolidación de otros existentes, particularmente del imperialismo de
fines de siglo, indujo la generalización de políticas económicas y comerciales
proteccionistas, en alternancia con períodos librecambistas, cuyo primordial objetivo era la
consolidación del proceso de industrialización nacional y la expansión comercial a costa de
los países competidores. En este sentido, TUGENDHAT apunta la introducción de elevadas
tasas arancelarias en Alemania, durante 1887, como una de las causas que estimuló a la
primera empresa holandesa productora de margarina, la empresa JURGENS, a establecer
en 1888 una factoría en Alemania que para 1914 se había ampliado hasta formar una red
de siete filiales. Por análogos motivos la BAYER implantó empresas Químicas filiales en
Moscú (1876), en Flers (Francia) en 1882 y en Schoonaerde (Bélgica) en 1908.

La génesis de muchas de las primeras empresas multinacionales fue la resultante de


un proceso de expansión empresarial estimulado por el descubrimiento, explotación y
comercialización de materias primas con una creciente demanda, como ocurrió con la
STANDARD OIL de John D. Rockefeller para el petróleo, o la ALCOA para el aluminio.
También contribuyó la producción de nuevos productos, como la FORD MOTOR
COMPANY, en el sector de fabricación de automóviles, la VISCOSE Cº , filial de la
COURTAULDS británica, en la fabricación de fibras sintéticas (rayón). Por último, también
contribuyó la expansión experimentada por ciertos servicios, principalmente financieros, de
transporte y de comunicaciones. De esta época datan algunos de los principales bancos
multinacionales como el CREDlT LYONNAIS (1863), en Francia o la BRITlSH LLOYD Cº
(1889) en el Reino Unidos.

Paralelamente al proceso de expansión empresarial, la emergencia de la EM va


asociada a un proceso de fuerte concentración empresarial, como consecuencia del cual
muchas pequeñas empresas artesanales o familiares fueron absorbidas por otras grandes
empresas nacionales o extranjeras, o desaparecieron del mercado facilitando la expansión
de éstas.

Este fenómeno propició la formación de monopolios u oligopolios en los principales


países industrializados que, apoyándose en su fortaleza económica nacional, se
encontraron en óptimas condiciones para extenderse a otros países. Por ejemplo, entre
1880 y 1890 desaparecieron en los Estados Unidos un total de 5.000 empresas que
facilitaron la formación 300 grandes «trusts», algunos de ellos tan significativos como la
UNITED STATES STEEL o la INTERNATIONAL HARVESTER. En Inglaterra, el sector
financiero experimentó también una fuerte concentración que se materializó en la reducción
de las 600 entidades bancarias de 1824 a tan sólo 55 en 1914, de las que únicamente 5
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 3
Madrid, 1991
bancos (MIDLAND, WESTMINSTER, LLOYDS, BARCLAYS y NATIONAL PROVINCIAL)
controlaban el 80 por 100 de todas las operaciones financieras.

Estas dos tendencias apuntadas, expansión y concentración, encontraron su


consagración en la constitución de grandes unidades empresariales (trusts) y en la
conclusión de los primeros acuerdos interempresariales (carteIs). Respecto de estos últimos
podemos citar entre los primeros casos el cartel establecido entre ALCOA y la AIAG (Suiza)
para el dominio de la producción de aluminio en 1896 y ampliado en 1901 a otras tres
empresas. También con anterioridad a 1914 se constituyó un cartel entre empresas
fabricantes de explosivos e integrado por el NOBEL DYNAMITE TRUST (con filiales en
Inglaterra y Alemania), la VEREIGNITE KOLN-ROTIWElLLER PULVERFABRIKEN, de
Alemania, y la DU PONT de Francia.

BETTELHEIM ha estudiado este fenómeno para el caso alemán señalando que


mientras en 1865 únicamente existían 4 cártels en este país, la cifra ascendía a 117 en
1890 hasta alcanzar los 600 en 19117. Sin embargo fueron los Estados Unidos donde
primero se promulgó una legislación destinada a impedir o limitar las distorsiones
económicas ocasionadas por este tipo de prácticas contrarias a la libertad de mercado. Este
paso se adoptó con la SHERMAN ACT de 1890 que constituyo un modelo legal muy pronto
imitado por otros países industrializados.

Ciertamente debemos indicar que, en esta etapa de la formación de las EM, se


aprecia claramente la íntima vinculación entre el «capitalismo industrial» y el «capitalismo
financiero», magistralmente analizado en esta época por autores de la talla de RUDOLF
HILFERDING, ROSA LUXEMBURGO o el propio V.I. LENIN. Dicho esto no compartimos,
sin embargo, sus conclusiones que atribuyen a este fenómeno la causa primordial del
desarrollo del sistema capitalista y, mucho menos, de uno de sus más importantes agentes:
las EM.

2. Etapa de consolidación de las Empresas Multinacionales (1914-1945).


La Primera Guerra Mundial ocasionó innumerables modificaciones en la estructura y
el funcionamiento de la economía internacional que dejaron sentir sus efectos en la
evolución de las EM A pesar de la crisis económica internacional desencadenada en 1929,
o tal vez debido a ella, durante el periodo de entreguerras el fenómeno de las EM se
consolidó de modo definitivo.

Al igual que en la etapa precedente el desarrollo tecnológico y el perfeccionamiento


de los métodos de producción (difusión del taylorismo -control de métodos y tiempos-) y
gestión empresarial estimuló la creación de las EM Pero el principal rasgo definidor de este
periodo es la superioridad creciente que irán alcanzando las EM norteamericanas respecto
de sus homologas en Europa. La razón primordial de este fenómeno se encuentra en la
debilidad que la contienda bélica ocasionó a las economías de los países europeos que
quedaron, por consiguiente, en unas claras condiciones precarias, Io que les obligó a una
tarea de reconstrucción y recuperación, agravada en Alemania por las importantes
reparaciones de guerra impuestas en el Tratado de Versailles, que difícilmente podía
conjugarse con un proceso de crecimiento y expansión internacional de las empresas.

Por su parte, los Estados Unidos lograron una importante expansión económica
durante el conflicto bélico mundial, en el que tan sólo participaron en sus últimos momentos,
como lo ha puesto de relieve RENOUVIN. Así su producción de acero se duplicó entre 1914
y 1919; el saldo favorable de su balanza comercial (valor de las exportaciones menos valor
de las importaciones) alcanzó una cifra de 9.500 millones de dólares en 1918 cuando en
1914 era tan sólo de 435 millones de dólares; las reservas de oro disponibles por los
Estados Unidos eran, aproximadamente, la mitad de las reservas mundiales y el volumen
de los préstamos norteamericanos alcanzaron la cuantía de 10.000 millones de dólares al
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 4
Madrid, 1991
concluir la guerra.

En este contexto general no resulta extraño que durante este periodo se asista a una
penetración de nuevas empresas multinacionales americanas en Europa, como ocurrió con
la HOOVER, la REMINGTON RAND o la PROCTER AND GAMBLE, así como a un
fortalecimiento de otras establecidas con anterioridad al conflicto como fue el caso de la
FORD.

Esta descompensación en la expansión de las empresas multinacionales a uno y


otro lado del Atlántico vino propiciada también por la distinta estructura de las inversiones
americanas y europeas en el extranjero. Con anterioridad a 1914 ya se había detectado una
mayor tendencia del capital norteamericano a inversiones directas en el extranjero mientras
el capital europeo se dirigía, predominantemente, hacia las inversiones en cartera (deuda
pública, obligaciones, etc.), y todo ello en un contexto general en el que se ha calculado por
DUNNING que el 90 por 100 de los movimientos internacionales de capital se destinaban a
las inversiones en cartera.

Esto significa, sencillamente, que mientras las empresas norteamericanas se


establecían en Europa bien mediante la creación de nuevas filiales o el control de empresas
europeas, el capital procedente de Europa e invertido en los Estados Unidos se destinaba,
prioritariamente, a la simple explotación y especulación financiera y no la inversión
productiva.

Por ejemplo, del conjunto de las inversiones extranjeras británicas que en 1914
ascendían a 4.000 millones de libras esterlinas, el 40 por 100 se habían destinado a la
compra de acciones de empresas ferroviarias extranjeras o imperiales; un 30 por 100 en
empréstitos estatales o municipales; un 10 por 100 en materias primas y un 8 por 100 en
entidades financieras.

Además de la nota de descompensación entre las inversiones realizadas por los


Estados Unidos y Europa a través de sus multinacionales, la consolidación de estas
empresas quedará garantizada durante esta etapa mediante la formación de grandes
«cártels» internacionales. Realmente muchos de estos acuerdos internacionales entre
grandes empresas o «trusts» multinacionales tuvieron muy escasa duración al verse
directamente afectadas por la Gran Depresión de los años treinta, como ocurrió con el cártel
siderúrgico constituido en 1926 por las principales empresas siderúrgicas de Alemania,
Luxemburgo, Francia, Bélgica y el Sarre, y que se disgregó en 1931 como consecuencia del
exceso de producción respecto a la demanda mundial siderúrgica, fuertemente restringida
por la crisis. El intento de recomposición de un cartel siderúrgico internacional llevado a
cabo en 1933 por empresas norteamericanas, inglesas, checoslovacas, polacas y
austriacas no obtuvo mejores resultados.

Otros casos, por el contrario, lograron una mayor eficacia y duración como sucedió
con el cártel petrolífero, formado en 1928, por tres grandes multinacionales de este sector
energético, la SHELL, la ANGLO-PERSIAN (en la actualidad BRITISH PETROLEUM) y la
STANDARD OIL (New Jersey). Un caso significativo de consolidación de empresas
multinacionales mediante fusión será el de UNILEVER, en 1927, formada a partir de
Unilever Limited de Londres y de Unilever, N.V. de Rotterdam. En todo caso, el
desencadenamiento de la «Gran Depresión» de 1929 tuvo un impacto directo en las
oportunidades de desarrollo de las empresas multinacionales, en un doble sentido: de una
parte la inestabilidad del sistema monetario y financiero internacional provocó la
introducción por los gobiernos nacionales de legislaciones muy estrictas respecto de la
exportación de capitales para inversiones en el extranjero, lo que unido a las variaciones de
los tipos de cambio y de las cotizaciones en las principales bolsas de valores abortó muchos
de los proyectos e iniciativas destinadas a la formación o expansión de las empresas
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 5
Madrid, 1991
multinacionales. Tal vez el caso de Alemania sea paradigmático en este sentido, como lo ha
estudiado ampliamente BETIELHEIM, pero también este fenómeno se puede apreciar en
algunas de las economías más sólidas como es el caso de Gran Bretaña en la que el saldo
de la balanza de pagos corrientes cayó entre 1928 y 1931 en una proporción alarmante
(1928= + 137 millones de £1929= +118; 1930= +23; 1931= -75 millones de £) al igual que
las emisiones extranjeras en el mercado de Londres (1928= 143 millones de £; 1929= 94;
1930= 109 Y 1931= 46 millones de £).

Por otro lado, la caída de la demanda, de los precios y de la producción, en


definitiva, el proceso depresivo experimentado por las principales economías europeas y
americanas condujo a la quiebra de numerosas empresas, obligando a los gobiernos a
intervenir en apoyo de sus industrias nacionales mediante medidas proteccionistas,
destinadas a proteger sus mercados frente a la competencia y a la penetración de
empresas extranjeras, y cuyos efectos llegaron a afectar gravemente a muchas empresas
multinacionales. Algunos datos ilustran el efecto de contracción económica causado por la
Depresión de 1929. El comercio mundial se redujo en el período comprendido entre 1931-
1935 en un 20 por 100 respecto al período de 1920-1929; en Estados Unidos las quiebras
aumentaron entre 1929-1932 en un 30 por 100, mientras que el índice de producción
industrial disminuyó desde el 311 en 1929 a un 192 en el año 1933, al igual que la tasa de
inversión situada en 178 en 1929 (base 100 en 1920) al 50 en 1933. Esta situación de crisis
económica generalizada indujo un intervencionismo gubernamental cuyos ejemplos más
significativos son el «New Deal» en los Estados Unidos y el programa de reactivación
económica y de remilitarización en Alemania, a partir de 1934.

3. La Etapa de universalización de las Empresas Multinacionales (1945-1990).


La conclusión de la Segunda Guerra Mundial propició una reordenación de la
Sociedad Internacional tanto desde el punto de vista político como, y particularmente, desde
el punto de vista económico. En efecto, la Conferencia de Bretton Woods sentó las bases
de un sistema monetario internacional que pretendía estabilizar los tipos de cambio y
liberalizar los flujos financieros internacionales mediante la vinculación del dólar y la libra
esterlina con el oro. Análogamente, el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles y
Comercio) sirvió de base para una progresiva liberalización de los intercambios
comerciales.

Ambos sistemas internacionales, financiero y comercial, se implantaron en un


periodo post-bélico en el que la práctica unanimidad de los países europeos habían visto
arrasadas sus economías y en donde la reconstrucción era un imperativo que sólo podía
alcanzarse con el apoyo y la ayuda económica del único país que había salido reforzado
económicamente del conflicto, es decir de los Estados Unidos, tarea que será asumida a
través del Plan Marshall.

A la luz de estos datos conviene destacar los dos rasgos esenciales que
caracterizaron a las multinacionales en esta época:
1° Las empresas multinacionales aceleran su naturaleza universal o intercontinental.
2° Se consagra la hegemonía de las Empresas Multinacionales norteamericanas.

Respecto al primero de ambos rasgos característicos, resulta interesante constatar


que las empresas multinacionales que en etapas precedentes habían restringido sus filiales
y sus operaciones casi exclusivamente a los continentes europeo y americano, van a
acentuar su penetración en países asiáticos y africanos, aunque sigan destinando la
mayoría de sus inversiones y desarrollando una parte sustancial de sus actividades
productivas a los países de Europa y América. En efecto, según los datos aportados por
VERNON, para el año 1970 y un colectivo de 391 empresas multinacionales, distribuidas
del siguiente modo: 180 empresas con sede en Estados Unidos; 135 empresas con sede en
Europa; 61 empresas con sede en Japón y 15 empresas con sede en otros países; se
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 6
Madrid, 1991
constata que el mayor númef9 de empresas multinacionales se concentra en el grupo de
empresas establecidas en un mínimo de 11 países y un máximo de 20 países, totalizando
esta categoría 143 empresas.

En la misma línea se constata que mientras 313 empresas se encuentran


implantadas tanto en países desarrollados como en países subdesarrollados, esta cuantía
se reduce a 32 empresas que únicamente se encuentran establecidas en países
subdesarrollados y 27 entre las empresas que únicamente se han establecido en países
desarrollados. A la luz de estos datos resulta incuestionable la dimensión universal
alcanzada por el fenómeno de las empresas multinacionales 13, que está provocando una
imperceptible pero profunda transformación de la estructura económica mundial y obligando
a una revisión exhaustiva de las teorías y esquemas conceptuales mediante los cuales se
trataba de comprender el mundo de las relaciones económicas internacionales. Uno de los
fenómenos más interesantes y actuales de este proceso de universalización de las
empresas multinacionales es el de la deslocalización industrial, analizado por MADEUF y
MICHALET en los siguientes términos:
«Por fenómeno de deslocalización industrial se entiende una nueva distribución de
las actividades productivas a escala internacional. Concierne más exactamente al
desplazamiento de cierros sectores, textil, automoción, construcción eléctrica y electrónica,
construcción naval, etc. de los países industriales hacia determinados países en vías de
desarrollo (sureste asiático, Brasil, México, Argentina, Maghreb, etc...). Este deslizamiento
del Norte hacia el Sur afecta prioritariamente a las industrias cuya mano de obra es de un
nivel tecnológico bastante bajo. Atañe por consiguiente a los productos estandarizados.
Este movimiento es importante, pues pone en tela de juicio la división tradicional del
trabajo a escala internacional».

De cualquier modo, la universalización del fenómeno de las multinacionales que se


ha intensificado desde 1945 es al mismo tiempo una consecuencia y una causa de la
universalización de las relaciones económicas capitalistas, en cuyo marco debe estudiarse
este proceso de transnacionalización empresarial.

Junto a este fenómeno, destaca el predominio alcanzado por las empresas


multinacionales de origen o con sede en los Estados Unidos en relación con las
multinacionales de origen europeo o japonés. En general tres son las causas que han
favorecido esta supremacía de las multinacionales norteamericanas que, en la actualidad,
está siendo amenazada en algunos sectores económicos por las multinacionales japonesas.

La primera de ellas es una consecuencia directa del conflicto bélico mundial que
como veíamos potenció la economía de los Estados Unidos frente a la situación de ruina a
la que se tuvieron que enfrentar los gobiernos europeos y de Japón. Esta situación propició
el desarrollo de una tendencia que ya existía en la etapa de entreguerras y que descansaba
en la propensión a realizar inversiones reales en el exterior por las empresas
norteamericanas frente a una mayor propensión de las empresas a invertir en activos
financieros cuando se trata de capital de origen europeo. Evidentemente, la situación de
post-guerra permitirá a las empresas norteamericanas invertir en Europa en un momento en
que los gobiernos europeos destinan la mayor parte de sus recursos financieros (propios o
procedentes del exterior) a inversiones en sus propios países destinadas a lograr la
reconstrucción y recuperación de sus capacidades industriales y productivas devastadas,
excluyendo o condicionando lógicamente, la utilización de tales recursos financieros en
inversiones exteriores.

Según TUGENDHAT, entre 1946 y 1969 el volumen de las inversiones


norteamericanas directas en el extranjero pasó, en valor contable de 7.200 millones de
dólares a 70.763 millones de dólares anuales lo que traducido a valores relativos significaba
que en 1969 las empresas norteamericanas poseían entre un 60 y un 65 por 100 de las
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 7
Madrid, 1991
inversiones directas en el exterior.

Una segunda razón favorecía y reforzaba la anterior. El establecimiento del sistema


de patrón cambios-oro en el que el dólar pasaba a ocupar, junto con el oro, el lugar
preferente de medio internacional de pago, permitía a las multinacionales norteamericanas
invertir sus excedentes financieros en cualquier país del mundo, y muy especialmente en
Europa, sin verse sometidas a limitaciones gubernamentales ni, tampoco a perturbaciones
derivadas de los tipos de cambio.

Por último, la superioridad de las multinacionales norteamericanas quedó reforzada


como resultado del avance tecnológico y productivo, experimentado por la economía
americana en la década de los cuarenta y los cincuenta, y constatable en la mayoría de los
sectores económicos con mayor expansión, como el sector petrolífero, la aeronáutica,
telecomunicaciones, informática, aerospacial, química o energía atómica. La conjugación de
todos estos factores condujo a que el desarrollo y universalización de las empresas
multinacionales fuese, sobre todo, el desarrollo y universalización de las multinacionales
americanas. Todavía en la actualidad esta situación es perfectamente apreciable. Según los
datos publicados por la Revista Fortune en 1984, para un colectivo de 100 empresas
multinacionales más importantes, 48 empresas eran de origen y capital norteamericano,
frente a un total de 30 pertenecientes a países de la Comunidad Económica Europea (10 de
la R. F. de Alemania, 7 del Reino Unido. 5 de Francia, 4 de Italia, 2 anglo-holandesas, 1 de
Bélgica y 1 de Holanda) y tan sólo 9 japonesas.

Ambas características: universalización y predominio norteamericano, del período de


desarrollo del fenómeno de las empresas multinacionales posterior a 1945, nos permite
comprender las claves esenciales del protagonismo de estos actores en la escena
internacional de nuestros días. Ante todo, la realidad de que el sistema económico mundial
no puede ser abordado ni comprendido en profundidad mediante una teoría estatalista que
excluya o desconozca el protagonismo decisivo de las empresas multinacionales. Pero
tampoco se puede cometer el error de desconocer el hecho de que estas empresas
multinacionales representan y se confunden con los intereses de determinados Estados, o
como lo ha señalado MICHALET:
«(...) la negación de toda vinculación (de las multinacionales) a una potencia
nacional suprime automáticamente toda veleidad de establecer una vinculación entre lo
político y lo económico».

2. CONCEPTO Y CARACTERES GENERALES DE LAS EMPRESAS


MULTINACIONALES.

Hasta aquí hemos estado utilizando el término de empresa multinacional, sin haber
procedido a una conceptualización de estos actores internacionales. Se impone, por tanto,
intentar determinar qué entendemos bajo este término y qué características permiten
apreciar la existencia y actividades de las empresas multinacionales. Una de las
definiciones más completas es la que establece GRANELL cuando escribe que son
empresas multinacionales aquellas que:
«(...) bajo una unidad mundial de gestión, tienen intereses y actúan en una pluralidad
de países, acomodándose a las condiciones económicas, sociales y legales de cada uno de
ellos con el fin de conseguir la maximización de sus beneficios y la mejor defensa de sus
potencialidades de nivel mundial».

Como veremos más adelante, en esta definición se conjugan adecuadamente los


diversos aspectos (económicos, organizativos e internacionales) que caracterizan la
estructura y el funcionamiento de las empresas multinacionales. Seme jante
conceptualización resulta mucho más adecuada a nuestra disciplina que algunas de las
definiciones apuntadas desde otras ciencias , por cuanto tienden a subestimar algunos de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 8
Madrid, 1991
los elementos esenciales o, cuando menos, a primar la perspectiva económica o jurídica y
consiguientemente a dificultar la comprensión del fenómeno de las empresas
multinacionales como una realidad internacional y multidisciplinar. Una excepción a este
análisis crítico la constituye la definición apuntada por DURAN HERRERA cuando escribe:
«(...) A nuestros efectos el término multinacional se lo aplicaremos a toda aquella
empresa (unidad microeconómica de decisión estratégica) que gestiona y controla
actividades (de producción, comercialización-distribución y financiación) en más de un país,
es decir, aquella empresa involucrada en la producción de bienes y servicios en el exterior y
que, en consecuencia, opera en los mercados de factores y de productos en varios países».

De cualquier modo, ninguna de estas definiciones que hemos expuesto sobre el


concepto de empresa multinacional permite una diferenciación exhaustiva de las distintas
modalidades o formas que pueden presentar estos actores internacionales. En ello radica la
utilidad de tales conceptos para nuestra disciplina en donde lo esencial es captar la
naturaleza y funciones de las empresas multinacionales desde una óptica global, sin
perjuicio de que en atención a otras exigencias científicas o académicas sea necesario
introducir una tipología específica, como la apuntada por RICHARDSON cuando distingue
entre: empresas internacionales, empresas multinacionales, empresas transnacionales y
empresas supranacionales 2°. Para todas ellas hacemos extensivo el concepto de
empresas multinacionales que hemos señalado con anterioridad.

A la luz de la definición aportada podemos deducir los principales elementos o


rasgos característicos de la empresa multinacional, para diferenciarlo de los restantes
miembros que conforman el mundo internacional de nuestros días. Tales elementos los
podemos resumir en los siguientes:

1° Internacionalización productiva:
Ante todo las empresas multinacionales, como cualquier empresa, desempeñan una
función productiva, tanto de bienes como de servicios, que se extiende a un ámbito mucho
más amplio que el de un solo país, es decir, son empresas que desarrollan una producción
internacionalizada. De ello se deriva una diferenciación muy clara respecto a las empresas
nacionales, en su dimensión productiva, aun cuando algunas de tales empresas desarrollen
funciones distributivo-comerciales de alcance internacional. Dicho en otras palabras, la
empresa multinacional se distingue de las empresas (exportadoras o importadoras) que
desarrollan su producción en el ámbito de un solo país por el hecho de que las primeras
realizan una parte de su actividad productiva (y posiblemente también comercial) en centros
distribuidos en diversos países.

La internacionalización productiva propia de las empresas multinacionales induce,


necesariamente, una paralela internacionalización comercial y financiera, pero es aquella y
no estas la que verdaderamente singulariza a la empresa multinacional puesto que, al fin y
al cabo, cualquier empresa nacional recurre, o puede recurrir, al comercio exterior y en la
misma medida se puede ver obligada a realizar o percibir pagos en el exterior de su país.

La internacionalización productiva de las empresas multinacionales concede una


situación excepcional a tales empresas al permitirles obtener unas ventajas, que se
traducirán en beneficios, derivadas del aprovechamiento de las imperfecciones del sistema
económico internacional, a las que no pueden acceder las empresas nacionales más que
por medio del comercio internacional. Según DURAN HERRERA, estas imperfecciones del
sistema económico internacional que propician la actividad de las multinacionales son
cuatro:
a) Imperfecciones de mercado: la existencia de mercados nacionales susceptibles
de ser abastecidos por los productos de las multinacionales establecidas en ellos con
preferencia sobre similares productos importados; carácter oligopolítico de ciertos mercados
internacionales (petróleo, minerales escasos como el uranio, etc.).
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 9
Madrid, 1991
b) Asimetría en la distribución de la riqueza: la desigual distribución de materias
primas, recursos minerales o energéticos, en términos estrictamente geográficos o
estatales, que favorecen las imperfecciones de mercado.
c) Asimetría en la distribución de la renta: lo que se traduce en una desigualdad de
poder adquisitivo tanto entre los países como entre los diversos estratos de la sociedad de
un mismo país. Simultáneamente esta desigualdad de rentas expresa también una
desigualdad internacional de costes para los distintos factores de producción,
principalmente para el factor trabajo y el factor capital.
d) Asimetría en la distribución de información: entendida en un doble sentido, de una
parte en cuanto mayor o mejor conocimiento de las necesidades o demandas de bienes Y
de servicios de los distintos mercados nacionales; por otro lado en cuanto diferente
información de las posibilidades ofrecidas por los factores sociales y económicos de los
países (nivel de cualificación de la mano de obra, nivel de innovación científico-técnica, etc).

A estas cuatro imperfecciones características del sistema económico internacional,


podríamos agregar una quinta, a la que nos referiremos más adelante, y que podemos
denominar como asimetría jurídico-política internacional, es decir la desigualdad de
sistemas jurídicos (legislación laboral, fiscal, financiera, penal, etc.) y de regímenes políticos
que imperan en los diversos actores estatales de la sociedad internacional.

Ahora bien, al igual que podemos afirmar que la internacionalización productiva


permite utilizar las imperfecciones del sistema económico internacional en beneficio de las
propias empresas multinacionales, no cabe duda de que la existencia y actuación de tales
empresas, en tanto que unidades productivas internacionales, genera unos efectos, también
internacionales, en la asignación o distribución de los principales factores de producción
(trabajo y capital) al igual que en la asignación de bienes, servicios y recursos financieros, a
escala internacional, que se encuentran asociados y forman parte indisoluble del proceso
productivo de las multinacionales.

En síntesis, mediante la internacionalización productiva las empresas


multinacionales obtienen ventajas y beneficios derivados de las imperfecciones del sistema
económico internacional en la misma medida en que sus actividades contribuyen a efectuar
alteraciones y modificaciones en la estructura y el funcionamiento de dicho sistema
económico. Hay, por tanto, en ello un constante proceso de interacción (acción y reacción
simultáneas) cuya investigación y análisis exige una perspectiva dialéctica del fenómeno, y
no exclusivamente monocausal, que sólo en fechas recientes ha comenzado a emerger
entre la doctrina especializada en estos actores internacionales.

2° Objetivo de la maximización de beneficios:


La empresa multinacional, de idéntica forma que toda empresa, tiene comO
linealidad última la obtención del máximo beneficio, o como dice DURAN HERRERA: «la
maximización de la tasa de crecimiento de los activos productivos controlados», por el
conjunto multinacional.

No obstante, este objetivo prioritario de la empresa multinacional, al que se supedita


toda su estructura y funcionamiento, presenta unos rasgos singulares que conviene no
perder de vista. Ante todo, dado que la obtención del máximo beneficio pretende alcanzarse
mediante la internacionalización del proceso productivo, resulta indispensable que la
valoración de los resultados obtenidos, en cada ejercicio económico, por la empresa
multinacional (pérdidas o ganancias) se realice considerando la totalidad de resultados
parciales alcanzados por las distintas unidades productivas existentes en los diversos
países, es decir, la valoración debe llevarse a cabo a escala internacional y no sólo a escala
nacional para cada una de las filiales.

Esto significa, por ejemplo, que las filiales de determinados países pueden
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 10
Madrid, 1991
desarrollar transitoriamente su actividad productiva en condiciones de escasa rentabilidad o,
incluso, en condiciones de pérdidas en atención a una estrategia empresarial que pretenda
alcanzar a corto plazo otros objetivos distintos del máximo beneficio (monopolización de un
mercado, penetración en un nuevo mercado, lanzamiento de un nuevo producto, etc.) y ello
será perfectamente posible siempre y cuando el resultado final para el conjunto de la
multinacional mantenga una tasa adecuada de beneficios.

En segundo término, la maximización de beneficios puede identificarse, bajo


determinadas condiciones, con el objetivo de la supervivencia-expansión de la empresa
multinacional. No obstante, como tendremos ocasión de ampliar más adelante, pueden
surgir divergencias o contradicciones a la hora de aplicar les estrategias empresariales
adecuadas para alcanzar estos objetivos si introducimos el factor tiempo, es decir, cuando
se consideran las estrategias empresariales a corto, medio o largo plazo, particularmente
cuando el sistema económico internacional experimenta una crisis estructural que amplía la
duración y la intensidad de la fase depresiva del ciclo económico.

En estas situaciones, la empresa multinacional se ve obligada a optar entre una


reducción de las tasas de beneficio a corto plazo con el fin de garantizar niveles adecuados
de recursos susceptibles de reinversión, ya sea en nuevos productos, nuevas tecnologías o
nuevos sistemas de producción más rentables, que le permitan mantener su capacidad
productiva y de competencia a medio y largo plazo o, por el contrario, intensificar la tasa de
beneficios' a corto plazo con objeto de minimizar los riesgos de pérdidas a medio y largo
plazo derivados de la obsolescencia (depreciación por envejecimiento) de sus productos,
técnicas o sistemas de producción, así como del probable reajuste que puede producirse en
la demanda al final de un largo período de tiempo. Aún cuando las empresas
multinacionales suelen desarrollar estrategias mixtas en tales situaciones sigue existiendo
una gran indeterminación respecto al peso que debe dársele a cada una de ellas.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 11
Madrid, 1991

En todo caso, estas consideraciones sirven para ilustrar cómo bajo conceptos tan,
aparentemente, claros y evidentes como los de máximo beneficio o supervivencia-
expansión de la empresa multinacional se encierran en realidad una diversidad de
situaciones y realidades que necesariamente hay que investigar en cada caso. Tales
conceptos sirven, al menos, para lograr una distinción teórica más clara de las empresas
multinacionales respecto de otros actores internacionales como los estados o las OIG en los
que sus objetivos difieren sustancial mente del objetivo último de toda empresa
multinacional.

3º Estrategias empresariales generales e internacionalizadas:


Dado que la empresa multinacional nace para alcanzar el objetivo de la
maximización de sus beneficios y de sus potencialidades a escala mundial mediante la
internacionalización de su producción, resulta imprescindible que desarrolle y ejecute sus
actividades con arreglo a unos planes o estrategias empresariales que deben reunir
simultáneamente dos requisitos: el de su generalidad y el de su internacionalidad. El
requisito de la generalidad significa que las estrategias de la empresa multinacional deben
tomar en consideración las características, potencialidades y necesidades de la totalidad de
sus centros productivos o empresas de forma tal que entre todas ellas se desarrollen
relaciones económicas (de complementariedad o cooperación) que les beneficien
mutuamente y, de este modo, beneficien al conjunto de la empresa multinacional.

Semejante condición exige la exclusión de relaciones de competencia económica


entre las distintas empresas que configuran la multinacional lo que conduce, lógicamente, a
primar estrategias monopolísticas u oligopolísticas a escala internacional en detrimento de
las estrategias basadas en la libre competencia. Esta es una de las razones por las que se
han desarrollado este tipo de tendencias en aquellos sistemas económicos nacionales o
internacionales en los que las empresas multinacionales han adquirido un peso o
importancia significativos.
La condición de la intencionalidad implica que las estrategias de la empresa
multinacional deben responder a las características, potencialidades y condicionamientos no
sólo de los mercados nacionales en los que operan sus filiales sino también, y sobre todo,
del mercado mundial. A este respecto, conviene considerar que las estructuras del mercado
mundial no coinciden, necesariamente, con las de los mercados nacionales al igual que la
dinámica de la oferta y demanda mundiales no son la simple agregación de las demandas y
ofertas de los mercados nacionales en los que la empresa multinacional se encuentra
implantada. Baste considerar brevemente la evolución experimentada por los precios, oferta
y demanda mundiales del petróleo desde 1973 hasta 1985, con la paralela evolución de
precios, ofertas y demandas de crudo para cada uno de los países productores o
consumidores de petróleo, para comprender el cambio experimentado en la estrategia de
las grandes compañías multinacionales del petróleo (las llamadas «siete hermanas») de
controlar la producción y distribución del crudo a pasar a controlar la distribución y demanda
(decreciente) de este recurso energético.

Las bases de las estrategias generales e internacionalizadas de las empresas


multinacionales son fundamentalmente tres:
1. Interiorización de mercados.
2. Diversificación operativa: que criterios geográficos, productivos y distributivos.
3. Innovación científico – tecnológica.

La interiorización de los mercados constituye uno de los fundamentos de las


estrategias desarrolladas por las empresas multinacionales. Su origen reside en la
existencia de unos costes socioeconómicos de transacción para los bienes y servicios
intermedios que derivan, entre otras: razones, de las imperfecciones del mercado
internacional como sistema de asignación y distribución de estos bienes y servicios
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 12
Madrid, 1991
intermedios Y de la asimetría en la distribución de la información.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 13
Madrid, 1991

Las empresas multinacionales, al asumir dentro del marco de su organización


empresarial, jerarquizada e internacionalizada, las diversas etapas del proceso de
producción y los distintos bienes y servicios necesarios para alcanzar los productos finales
logran una reducción sustancial de los costes de transacción puesto que es la propia
estructura empresarial la que fija las normas o condiciones en las que deben desarrollarse
las transacciones o intercambios de bienes y servicios entre sus distintas unidades
productivas (empresas filiales) y porque, además, acumula toda la información necesaria
para realizar su proceso productivo internacionalizado del modo más eficaz y menos
costoso posible al no existir fallos o asimetrías en dicha información. En definitiva, la
interiorización de mercados que llevan a cabo las empresas multinacionales significa que
éstas asumen en su estructura empresarial toda una serie de transacciones de bienes y
servicios intermedios, y la información asociada a estos intercambios, con unos costes
sensiblemente menores que los que deben asumir las empresas nacionales que deben
recurrir para llevar a cabo los intercambios de bienes y servicios intermedios a los mercados
internacionales (comercio internacional) con las imperfecciones y las dificultades de
información que ello comporta. En el marco de este proceso de interiorización de mercados,
cuya formulación teórica es muy reciente y se debe a NUCKLEY y CASSON (1976), ocupan
un papel relevante los precios de transferencia.

La diversificación operativa significa la capacidad de la empresa multinacional para


lograr una economía de sus costes económicos recurriendo al aprovechamiento de la
diversidad de recursos y costes de los factores que existen en los distintos países
(diversificación operativa de carácter geográfico); a la disparidad de riesgos, costes y
posibilidades de ventas que poseen los distintos productos o servicios (diversificación
operativa de carácter productivo) o, por último, a la disparidad que existe en el nivel de
rentas y en los costes de penetración y distribución en los distintos mercados nacionales
(diversificación opera ti va de carácter distributivo).

La diversificación operativa, en sus tres categorías, permite el aprovechamiento de


las deficiencias de mercado y de las asimetrías en la distribución de rentas y de riqueza que
existen, tanto a escala internacional como en el seno de cada país, para lograr unas
reducciones de costes o unos incrementos en los ingresos sustantivamente diferenciados
respecto a los que pueden obtener las empresas nacionales.

En efecto, una empresa multinacional puede obtener unas ventajas económicas


mediante el establecimiento de una filial en aquel país que dispone de unos recursos
(materias primas, recursos minerales o energéticos, etc.) o de unos factores de producción
(mano de obra barata) a los que una empresa nacional tan sólo puede acceder de forma
indirecta y a costes más elevados, por ejemplo, mediante la importación de tales recursos o
la inmigración de trabajadores, esto es lo que denominamos diversificación operativa de
carácter geográfico.

Otra de las formas que permite a las empresas multinacionales alcanzar ventajas
económicas comparativas respecto a las empresas nacionales es mediante la producción, a
través de sus filiales y en consonancia con la mayor productividad de cada una de ellas, de
una diversidad de bienes o servicios en lugar de concentrarse en la producción de un solo
producto o de unos productos del mismo sector económico. Ello permite reducir riesgos a la
vez que facilita una más extensa y sólida penetración en los mercados nacionales al permitir
aprovechar las demandas existentes para los distintos productos en cada país. Un ejemplo
significativo de las posibilidades que ofrece esta diversificación operativa de carácter
productivo lo constituye la multinacional BOUSSOIS-SOUCHON-NEUVESEL (BSN) cuyos
ingresos por ramas productivas se distribuyen del modo siguiente: 20 por 100 en el vidrio
plano (venta de CELLO en España); 15 por 100 en el vidrio hueco; 16 por 100 en los
productos agrícolas secos (control de PRODIAL en España); 25 por 100 en los productos
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 14
Madrid, 1991
agrícolas frescos (DANONE Francia, Italia, México, Alemania, etc.) y 24 por 100 en las
bebidas (control de MAHOU y FONT VELLA en España).

Por último, las empresas multinacionales logran también apreciables ventajas


económicas respecto a las empresas nacionales al poder alcanzar un grado mayor de
diversificación operativa de carácter distributivo que les permiten satisfacer las demandas
existentes en el mercado mundial o en los distintos mercados nacionales con costes
menores (costes de transportes y fletes, seguros, tarifas aduaneras, etc.), a los impuestos
por el comercio internacional, así como alcanzar un mejor conocimiento de las expectativas
y un mayor dominio de la evolución futura de tales mercados en los que logran ocupar
posiciones dominantes (monopolísticas u oligopolísticas). Un caso paradigmático de esta
diversificación distributiva lo representa la multinacional IBM que controla el 60 por 100 del
mercado mundial de grandes ordenadores, incluido el mercado europeo en el que sin
embargo operan empresas multinacionales de la informática tan importantes como
NIXDORF, PHILIPS, THOMPSON, SIEMENS, OLIVETTI, etc., que carecen de capacidad
de competencia frente al monopolio de IBM.

Finalmente, la innovación científico-tecnológica, constituye otro de los fundamentos


de las estrategias empresariales adoptadas por las multinacionales para imponerse a las
empresas nacionales. Bien entendido que esta innovación tecnológica tiene como objetivo
prioritario la obtención de ventajas comparativas respecto de productos más que respecto
de técnicas de producción en donde las empresas nacionales, medianas o pequeñas,
poseen una indudable capacidad de competencia con las multinacionales.

En el estudio sobre Empresas Multinacionales de Harvard se constató que de las


703 innovaciones introducidas en Estados Unidos desde 1945, únicamente 133 fueron
introducidas por empresas multinacionales, análogamente de las 492 innovaciones
introducidas en Europa y Japón para el mismo período 1945-1974, tan sólo 107
correspondían a empresas multinacionales.

Ello significa que la actuación de las empresas multinacionales se orienta más que
hacia un crecimiento cuantitativo de la innovación tecnológica hacia un avance cualitativo de
la misma, es decir al desarrollo de productos o líneas de productos totalmente nuevos, que
requieren la inversión de elevadas sumas de dinero durante un largo período de tiempo con
él fin de garantizar la innovación tecnológica que dé nacimiento a los nuevos productos.
Estas inversiones de capital (capital-riesgo) en la innovación tecnológica les garantiza el
monopolio de la tecnología requerida para la explotación productiva y comercial de los
nuevos productos y, paralelamente, una rentabilidad económica de las inversiones
realizadas basada, en un primer momento, en la posición exclusiva que les confiere en los
mercados nacionales de tales nuevos productos y, en una segunda etapa, en la venta o
concesión de su tecnología ,innovadora a las empresas nacionales.

Ilustremos estas consideraciones con algunos ejemplos significativos: el coste del


desarrollo experimental del DC-3 en la década de los años 30 ascendió a 1 millón de
dólares, el coste del desarrollo del BOEING 747 a finales de los años 60 ascendió a 1.000
millones de dólares (un incremento del 100.000 por 100 en poco más de tres décadas); el
desarrollo experimental del ENIACC (la computadora de los años 40) exigió una inversión
financiera de 500.000 dólares, el desarrollo de la computadora de la serie 360 obligó a la
IBM a realizar un desembolso de 5.000 millones de dólares, aunque gracias a este modelo
la IBM ha logrado dominar el mercado mundial de grandes computadoras. A mayor
abundancia, los gastos o inversiones destinados por las empresas multinacionales a
innovación tecnológica responden a una estrategia y siguen un ritmo permanentemente
creciente, es decir, no son inversiones aisladas para un determinado proyecto, lo que
contribuye a disipar cualquier intento de competencia constante entre las empresas
multinacionales y las empresas nacionales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 15
Madrid, 1991

El análisis parcial de los tres elementos mencionados sobre los que descansan las
distintas estrategias seguidas por las empresas multinacionales, ha dado origen a una
multiplicidad de teorías económicas e internacionalistas que han tratado de explicar las
causas de la expansión de las multinacionales y su función en el marco de la economía
mundial. Entre las primeras, destacan las teorías de la vida del producto en el comercio
internacional o del ciclo tecnológico del producto, defendida por autores como VERNON,
BUCKLEY Y CASSON o KNICKERBOKER, y las teorías de la localización, basadas en el
modelo de HECKSCHER-OHLIN sobre la perfecta competitividad de los mercados
internacionales de productos y de factores y las evidentes imperfecciones o distorsiones
que la realidad económica internacional presenta respecto a dicho modelo. Respecto a las
teorías internacionalistas, las dos corrientes más significativas son la de las teorías
desarrollistas, cuya figura más destacada es W.W. ROSTOW, y las teorías de la
dependencia, defendidas por autores como CELSO FURTADO y a las que haremos
obligada referencia con posterioridad.

4° Jerarquizaci6n orgánica y unidad directiva de la empresa multinacional: En toda


empresa multinacional se conjugan dos aspectos que afectan a su organización y que si
bien no permiten, por sí mismos, una diferenciación teórica respecto a las restantes formas
empresariales, constituyen una característica relevante de la empresa multinacional si se
relacionan adecuadamente con los restantes rasgos definidores y, muy especialmente, con
el carácter internacional de estas empresas.

En efecto, las empresas multinacionales poseen una organización interna


fuertemente jerarquizada, cuya forma más simplificada es la establecida entre una empresa
matriz y las distintas empresas filiales orgánicamente dependientes de la primera, y que
generalmente adquiere formas muy complejas a través de la constitución de «holdings» y
otros tipos de vínculos financieros, jurídicos, tecnológicos, etc. La naturaleza internacional
de la empresa (conjunto empresarial) confiere un carácter y efectividad plurinacional a esta
estructura jerárquica que contrasta claramente con la de otros actores internacionales y que
contribuye a debilitar, al menos en el terreno económico, la exclusividad de la estructura
jerárquica que impera entre los estados como sistema orgánico de referencia para el
conjunto de la Sociedad Internacional.

La jerarquización orgánica de la estructura interna de la empresa multinacional


garantiza la unidad de dirección de todo el complejo multinacional, en otros términos,
permite la existencia de un centro de dirección único con capacidad decisional y alcance
efectivamente transnacional. Ahora bien, tanto la jerarquía orgánica como la unidad
directiva derivan de una lógica funcional y una lógica histórica. La lógica funcional exige que
para garantizar la adecuación entre la naturaleza internacional de la producción y el.
objetivo de la maximización de beneficios sea necesario desarrollar una estrategia
empresarial, común y única para todas las unidades que integran el conjunto empresarial
multinacional, así como garantizar su cumplimiento procurando que cada unidad productiva
desempeñe las actividades que le son asignadas y tal y como la estrategia empresarial
prevé que deben realizarse dichas actividades. Ello evidentemente excluye la posibilidad de
una total y absoluta independencia decisional y operativa de cada unidad de la empresa
multinacional, es decir, presupone la necesidad de la relación jerárquica entre todas las
unidades así como la exigencia de que la estrategia empresarial, general e
internacionalizada, sea elaborada y ejecutada por un centro único de dirección,

A este mismo resultado se llega como consecuencia de una lógica histórica común a
la práctica totalidad de las empresas multinacionales. En efecto, la jerarquía orgánica y
unidad directiva surge también del hecho de que toda empresa multinacional alcanza esta
posición a partir de la evolución experimentada por la empresa nacional (una o varias), ya
sea mediante fusión, absorción, inversión en nuevas empresas en el exterior, etc., lo que
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 16
Madrid, 1991
conduce, habitualmente, a que la empresa nacional originaria termine transformándose en
la empresa matriz o centro empresarial directivo del conjunto multinacional, bien sea porque
la empresa multinacional ha surgido por expansión hacia el exterior de esta empresa
originaria o porque el capital y accionariado de la estructura multinacional ejerce el control a
través de la fiscalización de esta empresa nacional originaria convertida en centro directivo
de la multinacional.

De cualquier modo, la jerarquía orgánica y la unidad directiva imperantes en toda


empresa multinacional responde a unas necesidades de adecuación funcional de la
producción internacionalizada al objetivo de maximización de beneficios y requieren el
desarrollo paralelo de unos medios de información y comunicación rápidos, eficaces y de
alcance mundial, por lo que no resulta extraño constatar que el auge y expansión de la
empresa multinacional haya ido asociado históricamente al desarrollo de nuevos medios y
formas de comunicación internacional (telegrafía, transporte postal marítimo y aéreo,
radiotelegrafía, telefonía, radiofonía, televisión, telemática, etc.).

Simultáneamente, la jerarquía orgánica y la unidad directiva de las empresas


multinacionales es la consecuencia, a la par que contribuye a reforzar, el fenómeno de
interiorización de mercados nacionales e internacionales. HYMER ha llegado a plasmar este
fenómeno de una forma expresiva al comparar la pirámide del poder existente en el
microcosmos de la empresa multinacional con la pirámide del poder imperante en el
macrocosmos .interestatal del mundo.

5° Inadecuada regulación jurídica internacional de la empresa multinacional.


Dado que la empresa multinacional carece de una auténtica subjetividad jurídica con
arreglo al Derecho Internacional Público, a diferencia de los estados y de las OIG y salvo las
excepciones representadas por las public international companies ya mencionadas, las
distintas unidades empresariales que configuran el conjunto multinacional quedan
sometidas a la legislación nacional de los países en los que se establecen. Desde luego que
de lo expuesto no se desprende la inexistencia de una regulación jurídica internacional de
las compañías multinacionales, que sí se encuentran sometidas tanto a las reglas del
Derecho lnternacional Privado como a las normas establecidas en determinados tratados de
alcance bilateral o regional, sino más bien la inadecuación del derecho internacional
convencional a la diversidad y complejidad de fenómenos generados por el alcance mundial
y Creciente protagonismo de las empresas multinacionales.

No cabe la menor duda que la inadecuación de las normas jurídicas internacionales


unido a la disparidad de legislaciones nacionales constituye una de las fuentes, aunque no
la única ni posiblemente la más significativa, de las ventajas económicas que beneficia a las
empresas multinacionales en detrimento de las empresas nacionales, condicionadas por el
marco jurídico (Iaboral, fiscal. financiero, mercantil, civil o penal) del único países en el que
se encuentran implantadas. En todo caso, constituye un criterio distintivo de las empresas
multinacionales que si bien las aproxima a las ONG, permite diferenciarlas netamente de
otros muchos actores internacionales.

3. LOS EFECTOS DE LAS EMPRESAS MULTINACIONALES EN LA SOCIEDAD


INTERNACIONAL

En términos generales, el fenómeno de las Empresas Multinacionales ha generado


una pluralidad de doctrinas y teorías que han tratado de explicar las causas y efectos de
este tipo de empresas en la economía y la sociedad internacionales. Tales corrientes
doctrinales, de las que hemos realizado una alusión anterior, apuntan una serie de
argumentos y contra argumentos, avalados con datos estadísticos y análisis de casos más
o menos fragmentarios y dispersos, cuyo común denominador es el reconocimiento,
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 17
Madrid, 1991
explícito o implícito, de la trascendencia de las empresas multinacionales a la hora de
comprender y explicar tanto la vida internacional como la dinámica intraestatal. La mayoría
de los argumentos y datos aportados giran en tomo a alguno de los siguientes aspectos:

a) El papel de agentes inversores insustituibles que desempeñan las empresas


multinacionales en aquellos sectores económicos o en aquellos países en los que las
empresas nacionales carecen de la capacidad inversora necesaria.

b) La función de innovación e internacionalización de la tecnología, que realizan las


empresas multinacionales de un modo más eficaz, rentable y breve que las empresas
nacionales o los centros gubernamentales.

c) El estimulo y potenciación de los intercambios comerciales entre los países, en


beneficio mutuo para las economías nacionales de los países introducidos en tales flujos
comerciales como consecuencia de la presencia y actuación de las multinacionales.

d) El impacto generado sobre las estructuras sociales, políticas y culturales de los


países en los que se encuentran implantadas las empresas multinacionales.

Pasemos revista al conjunto de estos temas anticipando que todavía falta por
desarrollar una auténtica teoría general de la empresa multinacional que, superando los
antagonismos ideológicos y valorativos que subyacen a las diversas doctrinas, asuma las
principales aportaciones teóricas e innovaciones metodológicas o conceptuales que cada
una de ellas contiene. Obviamente, esta tarea excede ampliamente de nuestras
posibilidades y capacidades por lo que únicamente nos limitaremos a señalar algunas
reflexiones generales.

En relación con la función inversora que, a escala internacional, desarrollan las


empresas multinacionales se puede afirmar que dicha función se desarrolla en una doble
dirección: de la empresa matriz hacia sus filiales y de éstas hacia la empresa matriz. Esta
doble corriente de las inversiones se complica si, como ocurre para la mayoría de las
empresas multinacionales, una parte significativa de las empresas filiales se encuentran
ubicadas en países subdesarrollados en tanto que la empresa matriz se encuentra situada
en alguno de los principales países desarrollados.

Los datos existentes sugieren claramente un notable crecimiento de las inversiones


en el extranjero realizadas por las empresas matrices de las multinacionales. Así
TUOENDHAT, basándose en los datos aportados por el Departamento de Comercio de los
Estados Unidos, señala la evolución experimentada por el valor contable de las inversiones
americanas en Europa, para el período comprendido entre 1950 y 1970, que ha
experimentado un aumento desde los 1.733 millones de dólares del año 1950 a los 24.471
millones de dólares del año 1970, siendo la década de los 60 el período de más rápido
crecimiento de estas inversiones ya que se cuadruplicaron en tan sólo diez años.
Paralelamente, el valor contable de las empresas extranjeras en los Estados Unidos en el
año 1970 ascendió a 13.209 millones de dólares 31. Para el año 1976, MADEUF basándose
en el Informe de las Naciones Unidas sobre las Empresas Transnacionales, establece que
el total de entradas y salidas de capitales durante ese año para las principales economías
desarrolladas arrojaba los siguientes saldos: -7.263 millones de dólares para Estados
Unidos; -158 millones de dólares para Canadá; -2.026 millones para Europa Occidental; -
1.876 millones para Japón y una entrada neta de inversiones directas en Australia de
+1.001 millones. Hasta aquí los datos avalan la idea de un crecimiento de las inversiones
desde los países en donde se encuentran las sedes matrices de las multinacionales hacia
los países en donde operan las filiales.

No obstante, el informe de las Naciones Unidas sobre las Corporaciones


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 18
Madrid, 1991
Multinacionales en el desarrollo mundial, elaborado en 1973, señalaba que para el período
comprendido entre 1965-1970 el saldo de las inversiones directas de capital (diferencia
entre las entradas de capital y los pagos o salidas por repatriaciones de las inversiones
realizadas) era de signo negativo (deudor) para el conjunto de los países subdesarrollados y
seguía una tendencia creciente: -1843,7 millones de dólares en 1965; -3.610,6 millones de
dólares en 1968 y -3.729,1 millones de dólares en 1970. Como se puede apreciar por estos
datos, también se observa una creciente inversión de las multinacionales cuyas filiales
operan en los países subdesarrollados hacia las sedes matrices.

¿Son contradictorios estos datos? ¿Resultan compatibles? ¿Qué explicación teórica


pueden avalar? Ante todo, la primera observación que avalan todos estos datos es la de
que la función inversora que realizan las empresas multinacionales responde a una
estrategia mundial en la que los criterios de inversión no coinciden, exclusivamente, en la
distinción entre países desarrollados o subdesarrollados sino, preferentemente, en la
división entre empresa matriz y empresas filiales, con independencia de donde se ubiquen
una y otras.

En efecto, dado que la mayoría abrumadora de las empresas matrices de las


multinacionales se encuentran establecidas en los países occidentales desarrollados, con
Estados Unidos en un lugar preferente y seguido de la R. F. de Alemania, Reino Unido,
Japón, Francia, Bélgica, Suiza, Holanda, Italia y algunos pocos países más, resulta lógico
que la mayor parte de las inversiones directas se desarrollen en un circuito internacional
privilegiado que comprende a todos estos países, y que fortalece la implantación de
empresas filiales de multinacionales extranjeras en estos mismos países. En otras palabras:
los principales destinatarios de las inversiones directas norteamericanas son los países
europeos y viceversa.

Junto a este circuito privilegiado de las inversiones realizadas por las empresas
multinacionales, existe otro circuito internacional que afecta a las inversiones que se
realizan por las empresas multinacionales entre sus empresas matrices y las filiales
implantadas en los países subdesarrollados. Este segundo circuito se caracteriza por
movilizar una cantidad sensiblemente menor de inversiones directas que las que fluyen en
el circuito establecido entre matrices y filiales situadas en los países desarrollados y por
mostrar una tendencia creciente en la orientación de las inversiones desde las empresas
filiales en los países subdesarrollados hacia las empresas matrices en los países más
industrializados. En efecto, respecto al primero de ambos rasgos, el referido al escaso
volumen de las inversiones directas, varios datos estadísticos apoyan esta idea. En los
datos recopilados por MADEUP basándose en el Segundo Informe de las Nacionales
Unidas sobre Corporaciones Multinacionales, de 1978, se señala que el volumen
acumulado de inversiones directas procedentes de los países ha experimentado la siguiente
evolución: 105.000 millones de dólares en 1967, 158.000 millones en 1971 y 259.000
millones en 1975. La distribución de estas inversiones entre países desarrollados y países
en desarrollo ha seguido la siguiente evolución (en porcentajes): en 1967 el 69 por 100 se
ha dirigido a los países desarrollados y el 3 I por 100 hacia los países en vías de desarrollo;
en 1971 estos porcentajes eran del 72 y 28 por 100 respectivamente y en 1975 del 74 y 26
por 100 para cada categoría de países 34.

Sobre la segunda característica referida a la inversión desde las empresas filiales


establecidas en los países subdesarrollados hacia las empresas matrices ubicadas en los
países económicamente más avanzados, los estudios realizados tanto por las Naciones
Unidas, a los que ya nos hemos referido, como por la Comisión Económica para América
Latina (CEPAL) o por autores como MOLLER, permiten desentrañar este fenómeno a partir
del análisis mundial o de análisis regionales, principalmente de América Latina.

Según los trabajos de FERNANDO PAJNZYLBER para la CEPAL y referidos a las


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 19
Madrid, 1991
inversiones realizadas por las empresas multinacionales norteamericanas en América
Latina durante el periodo de 1957 a 1965, y que han sido desarrollados y complementados
por los estudios de RONALD MOLLER para el periodo entre 1965 y 1970, se han obtenido
los siguientes resultados: durante el primer periodo analizado, las empresas multinacionales
norteamericanas distribuyeron el volumen total de las inversiones realizadas en sus filiales
en América Latina del siguiente modo, un 17 por 100 procedían de capitales directos
procedentes de las empresas matrices y un 83 por 100 de las inversiones realizadas eran
financiadas con el ahorro local de los propios países en donde se establecían las filiales.
Estos porcentajes se mantienen sustancial mente para el periodo posterior.

Por otra parte, el propio FAJNZYLBER ha demostrado que durante el periodo


comprendido entre 1960 y 1968, que como vemos coincide con los períodos precedentes de
modo sustancial, las empresas matrices de las multinacionales norteamericanas repatriaron
el 70 por 100 de los beneficios netos (deducidas las amortizaciones, fiscalidad, etc.),
obtenidos por sus filiales establecidas en América Latina y ello sin contar los pagos
realizados por las filiales a las empresas matrices por otros conceptos tales como pagos por
«patentes y royalties» o concesión de licencias, etc.

Ahora sí podemos comprender la aparente contradicción entre las distintas


estadísticas apuntadas al comienzo de este epígrafe. En realidad, lo que se está
produciendo a través de las relaciones o flujos de inversión entre las filiales y las matrices
de las multinacionales es un proceso de descapitalización de las economías
subdesarrolladas para financiar el desarrollo económico e industrial de los países más
avanzados. Las inversiones directas realizadas por las empresas matrices en los países
subdesarrollados únicamente sirven para garantizar su implantación y, de este modo,
establecer los canales para la desviación de los fondos de ahorro locales hacia los países
en donde se encuentra ubicada la empresa madre y las filiales más fuertemente vinculadas
a mercados y economías de alto nivel de rentas, es decir, a las filiales establecidas en otros
países avanzados. Esta problemática se agudiza cuando analizamos la naturaleza
productiva de tales inversiones procedentes de las empresas matrices, es decir, cuando
estudiamos el impacto que tales inversiones poseen en la creación de nuevas industrias o
procesos productivos en los países en los que se realizan. En tal sentido, los trabajos de
VAUPEL y de CURHAN desarrollados a partir del análisis de 187 empresas multinacionales
norteamericanas que entre 1958 y 1967 establecieron 1.309 filiales en América Latina, de
las que los autores lograron datos estadísticos fiables únicamente para 1.136 de estas
filiales, y que comprometieron el 70 por 100 del total de inversiones directas realizadas en
esta área durante el mencionado periodo, llegaron a las siguientes conclusiones: el 42 por
100 de las 1136 filiales investigadas, es decir, 477 filiales, se constituyeron a partir de la
compra por las multinacionales de empresas nacionales ya existentes o, dicho de otro
modo, las inversiones directas realizadas por las multinacionales norteamericanas se
destinaron a la adquisición y no a la creación de nuevas empresas; otro 44 por 100 de las
filiales, lo que supone unas 503 empresas, supusieron el establecimiento de nuevos
procesos productivos lo que equivale a afirmar que las inversiones directas realizadas en
tales filiales generaron un aumento efectivo de la capacidad productiva de los países en los
que se establecieron; finalmente, el 14 por 100 restante, unas 139 filiales, se instauraron
únicamente para la realización de operaciones de distribución o venta de productos y no
para su fabricación. Estos datos aparecen confirmados por los resultados alcanzados en el
Proyecto de Empresas Multinacionales de Harvard que figuran recopilados en la obra de
VERNON. En efecto, del análisis de 391 empresas multinacionales, distribuidas en 180
empresas norteamericanas, 135 empresas europeas y británicas, 61 empresas japonesas y
15 de diversos países, se alcanzan los siguientes resultados sobre los patrones de
propiedad desarrollados por las empresas matrices respecto a sus filiales:

El conjunto de las 391 empresas multinacionales controlaban un total de 9.601


filiales, de las que 4.907 (el 51,1 por 100) eran propiedad total de la multinacional, es decir,
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 20
Madrid, 1991
la matriz controlaba el 95 por 100 o más de sus acciones; 2.177 filiales (el 22,7 por 100)
eran de propiedad mayoritaria, lo que implica que la empresa madre controlaba el 50 por
100 o más de sus acciones; 1.537 filiales (16 por 100) eran de propiedad minoritaria,
considerando este tipo de propiedad el control ejercido sobre un porcentaje que oscila entre
el 5 por 100 y el 49 por 100 del accionariado; y 980 filiales (10,2 por 100) no se conocía su
estructura de propiedad. El alcance de estos datos se completa si realizamos la
comparación entre la estructura de propiedad en las filiales implantadas en países
desarrollados respecto a las establecidas en países subdesarrollados. Del total de las 9.601
filiales el 3,1 por 100 10 que supone unas 6.060 filiales, están ubicadas en países
desarrollados y en ellas las empresas multinacionales gozan de la propiedad total o
mayoritaria para el 80,8 por 100, es decir, en 4.894 filiales. Por el contrario, en los países
subdesarrollados únicamente se encuentran implantadas 3.541 filiales (36,9 por 100) de las
que son propiedad total o mayoritaria de las matrices el 61,9 por 100 de las mismas, es
decir, unas 2.190 filiales.

Estos resultados vienen a confirmar los estudios precedentes, a saber: que las
empresas multinacionales realizan menos inversiones directas en los países
subdesarrollados; que la mayoría de tales inversiones se destinan a garantizar el control
sobre las filiales aun cuando en los países desarrollados ese control comporta
necesariamente un control de la propiedad por la competencia tecnológica y productiva de
las empresas, nacionales o multinacionales, con sede en tales países en tanto que en los
países subdesarrollados el control sobre las filiales no impone, en la misma medida, un
control sobre la propiedad ya que una parte significativa de dicho control se mantiene a
través del dominio de la tecnología requerida para el proceso productivo y, por último, que
una parte muy significativa de las filiales implantadas en los países subdesarrollados son la
resultante de la adquisición o control de empresas nacionales ya existentes por parte de las
multinacionales extranjeras.

En definitiva, se puede suscribir plenamente la conclusión apuntada por VIÑAS,


cuando escribe:
«Estas consideraciones dan base no sólo a los temores de "desnacionalización" de
la industria local, sino a una reflexión de que, además, existe un proceso acumulativo en el
sector exterior: si el capital extranjero retiene el control sobre los sectores más dinámicos de
la economía, si adquiere más y más activos productivos locales, si drena el ahorro nacional
y si repatría un elevado volumen de beneficios será preciso acudir de manera creciente a la
financiación exterior simplemente "para cubrir el déficit existente y para financiar las
inversiones" y a sustituir el excedente económico interno, que en gran medida fue
descapitalizado por la remisión de una parte de la plusvalía generada localmente y enviada
al exterior en calidad de beneficios. El resultado es claro: el capital extranjero se utiliza en
parte para cubrir los baches que él mismo crea».

Pero las empresas multinacionales desarrollan también una función de innovación e


internacionalización de la tecnología. Aquí, como en el caso anterior, lo verdaderamente
importante no es apuntar esta función de las multinacionales sino explicar cómo se
desarrolla esta función y qué consecuencias provoca en los distintos países a tenor de su
naturaleza desarrollada o subdesarrollada, de su condición de país de sede de la empresa
matriz o de «país -huésped» de las empresas filiales.

Ya veíamos que el nivel tecnológico de los países condiciona el tipo de control sobre
la propiedad ejercido por la matriz sobre las filiales. En términos generales se puede afirmar
que las empresas filiales implantadas en países subdesarrollados gozan de una mayor
dependencia tecnológica que sus homólogas situadas en países desarrollados; así mismo,
unas y otras se encuentran en una posición de dependencia tecnológica, mayor o menor,
respecto de la empresa matriz. Esta afirmación general se encuentra respaldada por una
serie de investigaciones realizadas sobre las inversiones realizadas en investigación y
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 21
Madrid, 1991
desarrollo tecnológico en los distintos países y sectores económicos, de una parte, y los
flujos financieros internacionales derivados de la tecnología y de su aplicación, de otro lado.

Respecto a la primera de las dos cuestiones planteadas, es decir, sobre la


participación de los distintos países en las inversiones destinadas a innovación tecnológica,
los datos disponibles para 1973 demostraban que el volumen total de los gastos mundiales
en investigación y desarrollo tecnológicos ascendieron a 96.418 millones de dólares,
equivalente al 1,97 por 100 del Producto Nacional Bruto de todo el mundo. El número de
personal investigador, en todo el mundo, ascendía a 2.278.000 personas. La distribución de
estas cifras globales se realizaba del siguiente modo: en los países en desarrollo, los gastos
ascendieron a 2.770 mil1ones de dólares (el 2,9 por 100 del total mundial) equivalente al
0,35 por 100 de su PNB y ocupando a 288.000 investigadores; en los países desarrollados,
los gastos ascendieron a 93.648 mil1ones de dólares (el 97,1 por 100 del total mundial), de
los que 29.509 millones de dólares correspondieron a la URSS y demás economías
planificadas, y equivalente al 2,29 por 100 de su PNB. El número de investigadores en estos
países desarrollados fue de 1.990.000 personas de las que 730.000 trabajaban en los
países socialistas y la URSS.

Para el conjunto: de países, excluidas las economías socialistas, los datos sobre
número de patentes de procedencia extranjera existentes en el mundo en 1975 confirman la
superioridad de 5 países desarrollados (Estados Unidos, R. F. de Alemania, Japón, Francia
y Reino Unido) que controlan el 73,9 por 100 de las patentes, países que a su vez ocupan
una posición dominante en el panorama de empresas multinacionales, como ya hemos
señalado en datos anteriores. Resulta obvio que tal identidad entre unas estadísticas y otras
no son fruto de la casualidad sino del peso que desempeñan las empresas matrices en el
desarrollo, control e internacionalización de las innovaciones tecnológicas.

Si procedemos a una investigación de los flujos financieros derivados del control


internacional, ejercido por las multinacionales, sobre la tecnología encontraremos
confirmadas las anteriores reflexiones. Ante todo, durante los años 1978 y 1979 únicamente
dos países tuvieron un saldo positivo en su balanza de pagos tecnológicos: Estados Unidos,
con un saldo de +5.098 millones de dólares en 1979 y el Reino Unido con +119 millones de
dólares en 1978, los restantes países desarrollados tecnológicamente (Japón, R. F. de
Alemania y Francia) tuvieron saldos negativos (pagaron más que recibieron), de ahí que
aunque el Informe de las Naciones Unidas sobre Corporaciones Multinacionales de 1978
valorase los pagos tecnológicos realizados por los países subdesarrollados, entre 1974-
1976, en una media anual de 1.500 millones de dólares (el 15 por 100 del comercio mundial
de tecnología) ello no es un dato definitivo en sí mismo.

Si estudiamos la balanza de pagos por tecnología para tres de estos países


desarrollados, Estados Unidos, Reino Unido y R. F. de Alemania, pero a la luz de los flujos
generados por las filiales de empresas multinacionales implantadas en tales países,
encontraremos una explicación de los datos anteriores.'

En efecto, en el año 1979 (1978 para el Reino Unido) y en términos porcentuales, la


distribución de los ingresos y pagos por tecnología realizados por las filiales de empresas
multinacionales extranjeras para cada uno de tales países fueron las siguientes:
Estados Unidos Ingresos = 80 por 100 del total... Pagos = 67 por 100 del
total.
Reino Unido (1978) Ingresos = 32 por 100 del total... Pagos = 73 por 100 del
total.
R. F. de Alemania Ingresos = 9 por 100 del total... Pagos = 78 por 100 del
total.

Lo que significa que Estados Unidos es el único país en el que las filiales de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 22
Madrid, 1991
empresas multinacionales extranjeras generan unos pagos por utilización de tecnología
menores que los ingresos que perciben las empresas multinacionales americanas por la
exportación de tecnología a sus filiales. Esta posición excepcional de las empresas
multinacionales americanas respecto de sus homólogas de otros países desarrollados hace
que muchas de las conclusiones extraídas a partir de investigaciones sobre el caso
norteamericano no sean aplicables mecánicamente a los casos de las multinacionales
europeas o japonesas.

En este contexto, que claramente nos pone en evidencia el doble circuito


internacional de las multinacionales asociado, esta vez, a la tecnología y a los flujos
financieros derivados de esta tecnología: el circuito privilegiado imperante entre empresas
matrices y filiales implantadas en países desarrollados y el circuito marginal establecido
entre las empresas matrices ubicadas en países desarrollados y sus empresas filiales
implantadas en países subdesarrollados, en cuyo epicentro se sitúan las empresas
multinacionales norteamericanas, pone de manifiesto que las técnicas o estrategias
seguidas por las multinacionales para obtener rendimientos financieros por la transferencia
de tecnología son diferentes en uno y otro. En efecto, en el circuito marginal las empresas
multinacionales recurren con frecuencia a la explotación de productos y técnicas que han
quedado obsoletas en los países más avanzados, lo que requiere muy escasas inversiones
en investigación y desarrollo tecnológico por las filiales que, en cambio, sobrevaloran la
importancia de esas tecnologías mediante la remisión de una parte importante de sus
beneficios bajo la forma de pagos por «patentes y royalties». De este modo, las empresas
multinacionales condicionan las posibilidades futuras de la tecnología de esos países al
tiempo que amplían el período de rentabilidad de sus innovaciones tecnológicas mediante
su internacionalización.

Considerando la tercera de las funciones atribuidas a las multinacionales, la


potenciación y estímulo del comercio internacional, conviene tener muy presente lo
apuntado sobre la estrategia de las multinacionales. En realidad, todas las estadísticas
disponibles avalan la idea de un crecimiento continuado del comercio mundial desde la
Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días y no se puede negar la importancia creciente
de las multinacionales en el desarrollo o expansión de dicho comercio. No obstante, no se
pueden desconocer dos aspectos importantes que están directamente vinculados con la
forma en que las empresas multinacionales participan en el crecimiento del comercio
mundial de bienes y servicios. De un lado mediante la interiorización de mercados
«formalmente» internacionales, de otra parte, mediante el establecimiento de precios
artificiales para la valoración de los intercambios de bienes y servicios, llamados
comúnmente «precios de transferencia». Ambas características generan inevitables
distorsiones en el comercio exterior, tanto a escala nacional como mundial, que vamos a
referir.

Como ya hemos visto, la interiorización de mercados «formalmente» internacionales


se produce como consecuencia del control que ejerce la empresa matriz sobre las
transacciones que realizan las empresas filiales establecidas en distintos países y que,
lógicamente, figuran como operaciones (exportaciones o importaciones) de comercio
exterior para cada uno de tales estados. Ahora bien, en la medida en que tales intercambios
de bienes y servicios entre las empresas de una multinacional responden a los objetivos y
estrategias de la empresa y no a las directrices de la política económica de los gobiernos de
los países en los que se encuentran implantadas, generan apreciables distorsiones tanto en
las estructuras y flujos comerciales nacionales como internacionales siendo, probablemente,
la más importante de ellas la consolidación de prácticas restrictivas y oligopolísticas en los
mercados mundiales que favorecen a las empresas matrices e, indirectamente, a los países
más desarrollados en los que se encuentren establecidas.

Unido a este proceso se encuentra el mecanismo de fijación de precios artificiales,


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 23
Madrid, 1991
llamados precios de transferencia, mediante los cuales las empresas multinacionales fijan
los valores de intercambio de bienes y servicios entre sus distintas unidades según criterios
de estrategia empresarial y no según criterios de libre mercado.

RUGMAN y EDEN han definido el concepto de precio de transferencia en los


siguientes términos:
«(...) el precio utilizado para las ventas internas de bienes y servicios que tengan
lugar entre divisiones de una empresa de negocios. Cuando algunas de estas divisiones
están localizadas en distintos países la empresa se denomina empresa multinacional».

Estos mismos autores agregan más adelante:


«Desde el punto de vista de la empresa multinacional los precios de transferencia
son un medio para un fin: se utilizan para facilitar las decisiones sobre la organización de los
mercados internos de la empresa. Sin embargo desde el punto de vista de los estados
nacionales los precios de transferencia son en si mismos un problema potencial
especialmente si los gobiernos creen que dichos precios de transferencia fijados por las
empresas multinacionales no reflejan los valores de los mercados abiertos.

(...)
Por ello y por otras razones análogas los intereses de las empresas multinacionales
y los estados nacionales es tan frecuentemente en conflicto. Estos conflictos surgen a partir
de una diferencia fundamental en los objetivos de las empresas y del gobierno: las empresa
tienen la responsabilidad de organizar eficientemente sus operaciones mientras que los
gobiernos se preocupan más por cumplir su mandato que por la eficiencia de sus
decisiones».

A la luz de estas reflexiones resulta claro que los precios de transferencia no se


ajustan; con frecuencia, a los precios de los mercados internacionales o nacionales y
consiguientemente inducen alteraciones en los programas de política económica de los
países así como en sus flujos comerciales. Hay que destacar que en la medida en que los
precios de transferencia descansan en una valoración de los intercambios de bienes y
servicios según criterios de la empresa multinacional pueden dar origen tanto a una
sobrevaloración (overprising) como a una infravaloración (underprising) respecto a los
precios de esos bienes y servicios en el mercado abierto. En términos generales se pueden
distinguir cinco categorías diferentes de precios de transferencia atendiendo a otros tantos
criterios:
1. Precios de transferencia eficientes.
2. Precios de transferencia maximizadores de beneficio.
3. Precios de transferencia descentralizados.
4. Precios de transferencia de mercado externo.
5. Precios de transferencia de óptimo regulado.

Los precios de transferencia se puede decir que son eficientes únicamente bajo dos
condiciones: ante todo cuando se fijan para establecer precios de «intangibles», es decir, de
recursos de muy difícil valoración real, por ejemplo, para la valoración de los conocimientos
del personal científico o gerencial de la empresa. Por otra parte, la eficiencia de los precios
de transferencia también se aprecia cuando la estrategia de la empresa multinacional se
orienta a hacer frente a imperfecciones del mercado derivadas de medidas impuestas por
los gobiernos, por ejemplo, imposición fiscal o aduanera, limitaciones sobre repatriación de
beneficios, etcétera.

La importancia de los precios de transferencia como instrumentos para optimizar y


rentabilizar las actividades de las empresas multinacionales se puede constatar al
considerar algunos casos particulares, habida cuenta de que todavía no se dispone de
estudios estadísticos suficientemente rigurosos y fiables para valorar este fenómeno a
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 24
Madrid, 1991
escala internacional y para el conjunto de empresas multinacionales. Por ejemplo, en el
caso de la multinacional farmacéutica HOFFMAN-LA ROCHE, con sede en Suiza, la British
Monopolies Commission demostró que sus filiales estaban realizando beneficios
«excesivos» en algunos productos (librium y valium) que remitían a la sede suiza por el
sistema de precios de transferencia. Para el período comprendido entre 1966 y 1972 se
encontró que alrededor del 76 por 100 de los beneficios totales de las filiales se habían
remitido a la sede matriz y que únicamente se habían declarado a efectos fiscales el 12 por
100 de los beneficios obtenidos.

En definitiva, tanto la interiorización de mercados como la fijación de precios de


transferencia por las empresas multinacionales constituyen poderosos instrumentos de
alteración de las relaciones comerciales internacionales que terminan por traducirse en
inestabilidades de las balanzas comerciales y de las balanzas de pagos de los países en los
que estas empresas actúan. Se ha estimado que en 1970 el 35 por 100 del total de
exportaciones de productos manufacturados realizadas por los Estados Unidos procedían
de exportaciones intra-empresas de las multinacionales norteamericanas, frente al 18 por
100 del año 1962, mientras que el porcentaje que representaban las importaciones intra-
empresas de estas multinacionales suponía el 22 por 100 de las importaciones totales del
país en ese mismo año. Si consideramos no sólo las empresas multinacionales con sede en
Estados Unidos sino las filiales de multinacionales extranjeras establecidas en este país, se
calcula que el volumen de transacciones comerciales intra-empresas realizado en 1970
ascendía a 19.000 millones de dólares, el 33 por 100 del total del comercio internacional de
los Estados Unidos en ese año que ascendió a 57.000 millones de dólares. Todavía más,
en 1965 se estimó que el 65 por 100 del total de las exportaciones intra-empresas
realizadas por las multinacionales con sede en los Estados Unidos, se realizó, únicamente,
por 18 empresas multinacionales.

Tornando en consideración los datos apuntados y las reflexiones realizadas resulta


evidente aceptar la conclusión de que las empresas multinacionales desempeñan una
función nuclear en la estructuración y evolución de los mercados mundiales y de los flujos
comerciales internacionales, función que sigue unas orientaciones y se basa en unos
criterios e instrumentos netamente diferenciados de los utilizados por los estados.

El último aspecto a considerar torna como referencia el impacto ocasionado por las
empresas multinacionales sobre las estructuras sociales, políticas y culturales de los países
en los que operan.

A este respecto se puede señalar que aunque las empresas multinacionales


contribuyen a acelerar los procesos de industrialización y modernización económica de los
países en los que operan, tales efectos no siempre tienen una interpretación unívoca según
se trate de países desarrollados y en los que se encuentran las sedes de las empresas
matrices o, por el contrario, se considere la situación de países subdesarrollados, con
estructuras sociales fragmentadas y de escasa movilidad, con sistemas políticos inestables
y con patrones culturales arcaicos y poco avanzados. Y ello es así porque la
industrialización y modernización económico-tecnológica generada por las empresas
multinacionales, o más exactamente por las filiales de estas empresas, se realiza
inevitablemente mediante la generación de una dependencia exógena al país en cuestión,
es decir, respondiendo a objetivos y estrategias que no tornan en consideración las
necesidades e intereses económicos, sociales, políticos y culturales de los países en los
que se implantan estas filiales.

Como lo han demostrado exhaustivamente, para los países subdesarrollados de los


distintos continentes, autores como SUNKEL, BARAN, SAMIR AMIN o POULANTZAS, la
penetración de las empresas multinacionales suele agudizar la fragmentación y los
antagonismos sociales, políticos y culturales, al vincular una parte apreciable de la
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 25
Madrid, 1991
burguesía o clases medias y de la mano de obra a actividades productivas exógenas al
país, en tanto que otra parte de la burguesía (industrial y agrícola) y de los trabajadores
permanecen vinculados a la explotación de unidades productivas (industrias, servicios y
agricultura) estrictamente nacionales. Esta segmentación de la estructura socio-económica
del país, reflejo de otra segmentación más amplia introducida por las empresas
multinacionales a escala internacional, termina afectando a los sectores políticos y de la
Administración (civil y militar) de los estados y provoca profundos cambios en los patrones
culturales de amplias capas de la población que terminan por afectar a la evolución general
de las sociedades nacionales de todos estos países.

4. REFLEXIONES GENERALES SOBRE EL FENOMENO DE LAS EMPRESAS


MULTINACIONALES

Hasta ahora hemos desarrollado una serie de consideraciones sobre algunas de las
funciones desempeñadas por las empresas multinacionales y que han sido objeto de una
viva y encontrada polémica entre los autores que han estudiado este fenómeno, que no
siempre ha contribuido a clarificar el papel que como actores internacionales les
corresponde. Ahora trataremos de elevar nuestra perspectiva de análisis al ámbito de la
sociedad internacional tomada en su totalidad para, mediante una serie de reflexiones o
aproximaciones sucesivas, lograr una visión y valoración general de las empresas
multinacionales como actores significativos de esa sociedad.

La primera reflexión que nos aparece, es la de que las empresas multinacionales


ocupan una posición central y decisiva en la estructura y el funcionamiento del sistema
económico internacional (productivo, comercial y financiero) en clara y abierta concurrencia
con otros protagonistas internacionales entre los que cabe destacar a los estados pero junto
a los que se pueden citar a ciertas organizaciones internacionales gubernamentales (EM.1.;
Banco Mundial, CEE., etc.), y no gubernamentales (Internacionales Sindicales). Esta
posición central de las empresas multinacionales es la consecuencia directa del apreciable
poder económico que han acumulado en su corta vida. En 1971 se calculaba que el valor
añadido total de las empresas multinacionales ascendía a unos 500.000 millones de
dólares, equiparable al 20 por 100 del PNB de todos los países con economía no planificada
en el mundo. En cuanto a los recursos financieros controlados por las empresas
multinacionales se estima que en 1976 ascendían a 200.000 millones de dólares
equivalente al doble de las reservas financieras en poder de la totalidad de los Bancos
Centrales e instituciones monetarias internacionales". En el año 1975 los bancos
norteamericanos mantenían un volumen de préstamos a extranjeros próximo a los 30.000
millones de dólares, al tiempo que el volumen de depósitos extranjeros en estos bancos
ascendía a 24.000 millones de dólares.

En segundo lugar, las empresas multinacionales se generan en y por la economía


capitalista, que a su vez contribuyen a consolidar y universalizar, mediante el estímulo de
algunos de sus rasgos estructurales y funcionales más característicos, entre los que
podemos apuntar:

a) Una creciente tendencia hacia la concentración monopolística y/o oligopolística de


la producción y distribución de bienes y servicios a escala mundial.
En efecto, en el estudio realizado por la OCDE denominado Interfuturos se señala
que la producción-extracción de 6 de los 21 minerales estratégicos (aquellos necesarios
para el desarrollo normal de una economía nacional) se encuentran controlados en más de
un 15 por 100 de la producción mundial por una sola compañía, al tiempo que las 5
principales compañías extractoras de estos minerales controlaban entre el 48,2 por 100
(caso de la Bauxita) y el 96,5 por 100 (caso del platino) del total de la producción mundial.
Análogamente, el mercado mundial del trigo está directamente controlado por 5
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 26
Madrid, 1991
compañías multinacionales: CARGlLL, BUNGE, CONTINENTAL GRAIN, LOUlS DREYFUS
y COOK INDUSTRI ES.
Este grado de concentración se aprecia también en el ciclo de distribución comercial
internacional. En 1976 se calculaba que las 300 mayores empresas de los EE.UU.
controlaban, a través de sus 5.200 filiales, el 28 por 100 del volumen total de las
exportaciones mundiales, porcentaje que a su vez se distribuía en un 47 por 100 del
volumen total de exportaciones de materias primas y un 20 por 100 de las exportaciones
mundiales de productos manufacturados".

b) La actividad de las empresas multinacionales ha contribuido a acelerar y modificar


la evolución del proceso de división del trabajo y de especialización productiva y tecnológica
entre los países y en el seno de las economías nacionales. Este fenómeno ha contribuido a
aumentar la interdependencia entre los países, pero también ha potenciado la ley del
desarrollo desigual, según la cual el proceso de crecimiento y desarrollo del sistema
económico mundial se realiza a través del desarrollo de las economías nacionales de los
países en los que se concentran las empresas matrices y, simultáneamente, a costa del
atraso 11 subdesarrollo de la gran mayoría de los países que participan en el sistema
mundial y en los que se implantan las filiales de estas multinacionales. En definitiva, las
multinacionales aumentan la interdependencia entre todos los agentes económicos
internacionales y también entre los fenómenos del desarrollo y del subdesarrollo a escala
mundial.

c) Resultado de las tendencias anteriores así como de los objetivos y estrategias


empresariales desarrolladas por las multinacionales (interiorizaci6n de mercados, precios de
transferencia, control e .internacionalización de la tecnología, etc.), es el deterioro que se
produce en la relación real de intercambio'56 entre los países en los que se sitúan las sedes
de las empresas madres y los países en los que se implantan únicamente las filiales de las
multinacionales.

d) Por último, y puesto que la práctica totalidad de las empresas matrices de las
grandes compañías multinacionales se encuentran establecidas en una docena de países
occidentales, que poseen unas estructuras económicas nacionales capitalistas o de
mercado, no resulta extraño constatar que tanto los gobiernos de estos países como las
multinacionales en ellos situadas, conjuguen sus actuaciones para garantizar la naturaleza
capitalista y de libre mercado del conjunto de la economía mundial. En esta perspectiva
conviene subrayar que aunque en el seno de la economía mundial existen países de
economía planificada o socializada, tales países experimentan una cierta tendencia a
introducir con sus relaciones económicas y comerciales recíprocas o con los países de
economías capitalistas, criterios propios del sistema económico de mercado. En efecto, la
penetración de las empresas multinacionales en economías socialistas como la de la URSS
o la R. P. China; la percepción por países socialistas de préstamos y créditos
internacionales en las condiciones financieras introducidas por la banca y los mercados
internacionales de capitales; e! intercambio comercial entre países socialistas y países
occidentales con precios, sistemas de pagos (dólares y otras divisas), plazos etc., similares
a los que imperan entre las economías occidentales, nos lleva a pensar que tales países,
que planifican internamente su economía, participan en el sistema económico internacional
siguiendo patrones capitalistas o de mercado, debido en parte a su todavía escaso peso
específico en el conjunto económico mundial y en parte por el poder alcanzado por las
empresas multinacionales como actores económicos típicamente capitalistas.

De lo expuesto no cabe deducir, automáticamente, una visión sobre la expansión


ilimitada y progresiva del fenómeno de las empresas multinacionales en el marco de la
economía mundial lo de las economías nacionales, hasta llegar a desplazar o dominar la
función o papel desempeñado por el Estado como agente económico, tanto interno como
internacional. Es decir, el fenómeno de las empresas multinacionales no debe ser objeto de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 27
Madrid, 1991
una sobreestimación teórica que induzca a desconocer o subestimar los
acondicionamientos y limitaciones implícitas en su propia evolución histórica. Resulta
oportuno, por tanto, indicar algunos de tales condicionamientos que desde una perspectiva
histórica y teórica de estos actores económicos internacionales adquieren relevancia.

1. La limitación más evidente al fenómeno de expansión de las multinacionales


resulta de su propia naturaleza empresarial y multinacional. En efecto, las empresas
multinacionales tienen como objetivo prioritario la maximización del beneficio, en el sentido
ya explicado lo que les obliga a desarrollar entre ellas mismas relaciones económicas
asociativas, en las que se conjugan la colaboración, para eliminar la competencia de
empresas nacionales, de otras multinacionales, de los gobiernos, etc., pero también
relaciones de conflicto resultantes del hecho de que el máximo beneficio de cada empresa
multinacional, excluye la existencia y expansión de otras empresas multinacionales
potencial o realmente rivales, sobre todo en períodos de crisis económica mundial.

El énfasis puesto por la doctrina en las estrategias empresariales de las


multinacionales destinadas a lograr entendimientos para el reparto de los mercados
nacionales, bien mediante la creación de «cártels» y demás prácticas oligopolísticas
(fusiones y concentraciones interempresariales) suele subestimar la naturaleza coyuntural
de tales prácticas, así como el hecho de que la multinacionalidad de las empresas, que
requiere un cierto grado de penetración Y control en varios mercados y economías
nacionales, no hace desaparecer el carácter nacional del núcleo central de la multinacional,
es decir, de las empresas matrices, con las consecuencias que ello supone.

Así por ejemplo, TUGENDHAT señala algunos ejemplos de claro fracaso de los
cártels surgidos en el período de entreguerras, como el cártel siderúrgico europeo creado
en 1926 con la participación de Alemania, Luxemburgo, Bélgica, el Sarre y Francia, Y que
ya en 1931 se disgregó como consecuencia del alto grado de incumplimiento por las
empresas siderúrgicas alemanas.

Ciertamente algunos cártels internacionales han tenido una mayor duración Y


eficacia que otros, como ha ocurrido con el cártel del petróleo formado en 1928 por la
SHELL, la ANGLO-PERSIAN (actualmente la BRITISH PETROLEUM) y la STANDARD OIL
(New Jersey), pero ni su eficacia fue absoluta, TUGENDHAT estima que nunca tuvo un
grado de eficacia mayor al SO ó 60 por 100 debido a la existencia de pequeñas compañías
petrolíferas, ni tampoco eliminó sustantivamente la competencia. En efecto, las recientes
operaciones de concentración (compra de las acciones de una empresa por otra)
experimentadas durante 1984 entre las llamadas «siete hermanas» del petróleo, con la
absorción de la GOLP OIL por la STANDA RD OIL OF CALIFORNIA; de la GETTY OIL por
la TEXACO y de la SUPERIOR OIL por la MOBIL CORPORA TION, constituyen un ejemplo
significativo en este sector del petróleo de las afirmaciones anteriores sobre la eficacia Y
duración temporal de los entendimientos Y acuerdos entre empresas multinacionales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 28
Madrid, 1991

En el otro extremo del espectro, la reciente creación de un acuerdo, concluido en


1984, entre las principales empresas multinacionales de! sector de la informática en Europa
(SlEMENS, NIXDORF y AEG en la R. F. de Alemania; OLlVETTl y STET en Italia;
THOMSON, BULL y CCE de Francia y PLESSEY e lNTERNATlONAL COMPUTERS del
Reino Unido junto con la PHILlPS holandesa) para hacer frente a la hegemonía en e!
mercado europeo de grandes computadoras de la multinacional norteamericana IBM revela,
mucho más que cualquier otro argumento, la compatibilidad entre el origen nacional y la
estrategia internacional de las empresas multinacionales.

2. Otra limitación del proceso de crecimiento Y expansión mundial de las


multinacionales, atestigua la realidad de que los estados no pueden ser considerados
simples observadores pasivos ante este proceso. En efecto, existen una serie de sectores
económicos que por su importancia social, política o militar, quedan reservados a las
empresas nacionales, generalmente de propiedad pública, o se ejerce un especial control,
en los supuestos de participación de empresas extranjeras multinacionales, por parte de los
gobiernos nacionales. De este modo sectores como el militar o de producción de
armamentos; de transportes (principalmente marítimos Y aéreos); medios de comunicación
de masas (prioritariamente la televisión Y la radio), son sec tores inaccesibles o muy
controlados a la penetración de las multinacionales en la casi totalidad de países.

En resumen, la propia evolución de las empresas multinacionales impone unas


limitaciones endógenas y exógenas que permiten pensar, razonablemente, que el sistema
económico mundial aunque muy influido por su participación no quedará exclusivamente
dominado por este tipo de empresas.

5. LAS RELACIONES ENTRE LAS EMPRESAS MULTINACIONALES Y OTROS


ACTORES INTERNACIONALES:

Aunque ya hemos realizado constantes alusiones a los vínculos entre las empresas
multinacionales y los Estados, sean desarrollados o subdesarrollados, conviene dedicar una
atención particular a los vínculos surgidos entre estos dos actores de la sociedad
internacional así como a la relación entre empresas multinacionales y las Internacionales de
Sindicatos, habida cuenta de la importancia que el factor trabajo (los trabajadores)
desempeña en el seno de todo proceso productivo y, consecuentemente, en cualquier
unidad empresarial.

A. Las relaciones entre las empresas multinacionales y los estados:


El estudio de las relaciones entre las multinacionales y los estados debe partir de
una triple consideración:
1. Que la existencia o implantación en los estados de las empresas multinacionales,
sea de sus empresas matrices o de sus filiales, significa la aparición de poderosos actores,
fundamental pero no exclusivamente, económicos cuya estructura, objetivos y dinámica
responde a una lógica internacional, como consecuencia de lo cual tales agentes generan
inevitables distorsiones, y en ocasiones conflictos, en las decisiones y acciones políticas y
económicas de los gobiernos.

2. Que las empresas multinacionales son actores internacionales de naturaleza y


funciones esencialmente económicas (obsérvese que no digo exclusivamente económicas)
y por tanto, claramente diferenciados, orgánica y funcionalmente, de los actores de base
territorial y naturaleza plurifuncional que son los estados. En este sentido, conviene no
excederse en las aparentes analogías que se pueden señalar entre empresas
multinacionales y estados, que suelen conducir a un análisis distorsionado de los papeles
desarrollados por unas y otros en la esfera internacional. El objetivo de maximización del
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 29
Madrid, 1991
beneficio, la ausencia de una eficaz regulación jurídico-internacional y de una personalidad
jurídica internacional reconocida, la falta de instrumentos permanentes de coacción político-
militar (ejércitos, arsenales, etc.), propios e independientes, son algunos elementos que
demuestran la diferencia esencial y no sólo accidental entre las empresas multinacionales
respecto de los estados, tanto en el plano teórico como en el de las realidades
internacionales '7. Hablar en este sentido de la «política exterior» privada o del gobierno de
las multinacionales, como han apuntado algunos autores, implica Una utilización abusiva de
conceptos muy precisos, como los de política exterior o gobierno, de la ciencia de las
Relaciones Internacionales.

3. Que las relaciones, o mejor las interrelaciones, que se generan entre las
empresas multinacionales y los estados no son homogéneas sino que presentan un notable
índice de heterogeneidad o diversidad como consecuencia de dos elementos significativos:
a) El grado de desarrollo socio-económico y de estabilidad jurídico-política de los
estados.
b) El carácter de países de sede de las empresas matrices o de países de
implantación de las empresas filiales.

La conjunción de estas tres premisas en el estudio de las relaciones recíprocas entre


empresas multinacionales y estados nos permitirá constatar la existencia de vínculos de
cooperación y de conflicto que se desarrollan simultáneamente e interfiriéndose
constantemente y que obligan a un análisis dialéctico del fenómeno. Como ha señalado
VERNON:
« (...) Lo que estamos observando puede considerarse como la interacción entre dos
sistemas poderosos: los dos sistemas responden a principios diferentes y operan en
dimensiones diferentes. No van sistemas rivales; no es concebible que la empresa
multinacional desempeñe el papel central del Estado soberano, mientras que el Estado
soberano estar(a en gran desventaja si tratara de desempeñar las funciones multinacionales
de la empresa. Pero tal como operan ahora los dos sistemas, se influyen recíprocamente en
formas a veces incompatibles y aún amenazantes para ambos ».

- Relaciones entre las empresas multinacionales y los estados desarrollados en los


que se encuentran las sedes matrices:
La primera reflexión que se impone realizar, debe partir de la constatación de que el
fenómeno de las empresas multinacionales surge históricamente y se desarrolla a partir de
un reducido número de país es, con un elevado grado de desarrollo socio-económico,
político y cultural, que se transforman por ello en el centro de asentamiento de las empresas
matrices de la práctica totalidad de las multinacionales. Estos países son principalmente:
Estados Unidos, República Federal de Alemania, Reino Unido, Japón, Italia, Suiza;
Holanda, Bélgica, Canadá, Suecia y, recientemente, algunos países periféricos como Corea
del Sur; México y Brasil, que constituyen la excepción a la norma.

Junto a la característica de su desarrollo, el conjunto de estos países presentan otro


elemento común significativo, a saber: se trata de países con una economía de mercado
libre o de sociedades basadas en el sistema capitalista. Como se ha señalado en el Informe
del Club de Roma:
«(...) las empresas transnacionales no pueden analizarse o entenderse a plenitud si
se separan de las secuencias históricas de las que surgieron o de la localización geográfica
de sus principales oficinas matrices. Como fenómenos de la ciencia social, constituyen una
de las expresiones principales de la expansión transnacional del capitalismo
contemporáneo. La gran mayoría de las empresas transnacionales tiene su origen en pocos
países donde la lógica capitalista con distintos instrumentos formales constituye el criterio
orientador de la toma de decisiones económicas ».

En el ámbito de las relaciones económicas entre las empresas multinacionales y los


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 30
Madrid, 1991
estados de sede de sus empresas matrices, suelen predominar claramente las relaciones
de cooperación y complementariedad sobre las relaciones de conflictividad. El Estado limita
o condiciona algunas de las prácticas y actividades económicas más perturbadoras
realizadas por las multinacionales con objeto de preservar sus competencias y decisiones
de política económica, así como para evitar algunos de los efectos económicos y sociales
más negativos en el seno de sus mercados nacionales.

El establecimiento de diversas medidas jurídicas, económicas o políticas destinadas


a limitar y condicionar la actuación nacional de las empresas multinacionales en estos
países tiene como principal finalidad la preservación de la función económica del Estado
evitando dependencias excesivas de estas empresas, sobre todo en el ámbito interno, al
igual que el acatamiento de las empresas multinacionales a tales medidas legales,
económicas y políticas tiene como finalidad prioritaria el aseguramiento de una base estatal
desde la cual poder centralizar y desarrollar sus acciones económicas mundiales.

El establecimiento de una legislación nacional muy estricta respecto a las prácticas


monopolísticas y oligopolísticas, la introducción de un sistema de fiscalidad riguroso y eficaz
tanto respecto a los recursos financieros (capital, inversiones, etc.), como respecto de los
flujos de bienes (comercio nacional o internacional), el establecimiento de sectores
económicos reservados a los poderes públicos, el control de cambios, la implantación de
una política laboral y de asistencia social progresiva, etc., son algunas de las medidas que
imponen limitaciones nacionales a las actividades de las multinacionales de estos países.

Por contra, las empresas multinacionales suelen habitualmente respetar tales


medidas a cambio de una serie de beneficios directamente orientados a consolidar su
existencia y expansión internacional. Así suele existir una cobertura legal y político-
económica destinada a proteger los mercados e industrias nacionales frente a la
penetración de empresas extranjeras cuya competencia puede amenazar o, en todo caso,
limitar las posibilidades de crecimiento de las empresas matrices de las multinacionales del
país. También el Estado ayuda económica y directamente a estas empresas mediante el
desarrollo de pedidos o compras que permiten una mínima estabilidad de la demanda (y de
los beneficios) de las multinacionales para aquellos productos de elevada competencia
internacional o que exigen la movilización de cuantías muy importantes de capital-riesgo
para su desarrollo tecnológico o explotación productiva. Análogamente el Estado realiza
acciones de apoyo económico indirecto tales como subvenciones financieras, exenciones
fiscales, líneas de créditos preferenciales, etc., que propician la solidez económica de las
empresas matrices a la par que su expansión económica internacional mediante la
conclusión de acuerdos económicos internacionales del Estado con terceros países.

Junto a la dimensión económica que hemos destacado en las relaciones entre los
estados y las empresas multinacionales, destacan también los vínculos de
complementariedad que surgen en los terrenos jurídico-políticos, tanto a escala nacional
como internacional, entre unos y otros. Tal vez el núcleo central de tales vínculos de
naturaleza política respondan a un fenómeno particular: la interpenetración entre los grupos
o estratos sociales que controlan la dirección de las empresas multinacionales (accionistas,
altos ejecutivos, científicos e investigadores, etc.), y los que ocupan los órganos básicos de
decisión en la estructura (civil y militar) del Estado. Esta interpenetración social y económica
entre Estado y empresa multinacional, que se da en los países más avanzados, fue ya
destacada por autores procedentes del campo marxista pero también por personalidades
tan alejadas de los anteriores como el Presidente EISENHOWER, cuando en su discurso
oficial de despedida en enero de 1961 dedicó más de la mitad de su discurso a prevenir a la
sociedad americana contra los riesgos de la existencia de lo que denominó el «complejo
militar-industrial» que vinculaba estrechamente el aparato militar del Estado norteamericano
con el aparato económico-productivo de las grandes multinacionales americanas, fenómeno
éste que desde entonces ha sido objeto de numerosos estudios tanto por parte de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 31
Madrid, 1991
economistas como de politólogos e internacionalistas.

Junto a la interpenetración orgánico-burocrática entre Estado Y multinacionales,


existe también una primada jurídica o legal del Estado que imponiéndose a las
multinacionales no excluye a estas de la defensa de sus intereses a través del
ordenamiento jurídico nacional e incluso propicia, de distinta manera según los países, la
participación y conversión de los intereses privados de las multinacionales en el «interés
público o nacional» a través de su influencia en el proceso legislativo nacional. En efecto, la
existencia, explícita o implícita, legal y/o real, de «Iobbies» o grupos de presión en los
órganos del poder legislativo constituye el vehículo adecuado para que las multinacionales,
con mayor capacidad aunque no en exclusividad respecto a otros grupos, hagan llegar sus
intereses y objetivos al legislador.

Esta interdependencia recíproca entre Estado Y multinacional cabe apreciarla, más


significativamente si cabe, en el marco de la acción exterior o internacional. Precisamente
porque las multinacionales son actores internacionales de naturaleza esencialmente
económica, recurren con mucha frecuencia a la cobertura que el Estado de origen les puede
proporcionar tanto ante otros países como ante organismos e instituciones internacionales,
siempre con objeto de garantizar los intereses económicos de las multinacionales.

Precisemos un poco más esta idea. Las empresas multinacionales poseen una serie
de debilidades estructurales respecto de los estados en su capacidad de actuación
internacional: carecen de personalidad jurídico-internacional y, consiguientemente, del
recurso legítimo a la violencia como instrumento de defensa de sus intereses (recurso al
conflicto bélico); carecen también, de forma permanente, de los medios humanos (ejércitos
Y fuerzas de seguridad) y materiales (arsenales) para disponer de forma eficaz de una
capacidad militar, lo que no significa que en la historia de las actividades de las empresas
multinacionales no se haya recurrido, excepcionalmente, a la utilización de tropas
mercenarias para participar en algunos conflictos internos o internacionales, lo que dado su
carácter singular demuestra, precisamente, que esta no es una capacidad ordinaria Y
permanente utilizada por estas empresas. También carecen de un sistema diplomático
reconocido y garantizado por todos los estados y sujeto a normas jurídicas internacionales.
En definitiva, se encuentran condicionadas por todas estas debilidades que deben suplir
mediante el concurso de los actores estatales, prioritariamente de los estados donde se
sitúan sus empresas matrices. Por contra, las empresas multinacionales ya hemos visto que
gozan de una serie de potencialidades respecto a su participación internacional: disponen
de amplios recursos productivos, comerciales y financieros; gozan de una notable
superioridad científico-tecnológica respecto a la mayoría de los países y disponen de una
dispersión geográfica Y una centralización operativa de sus centros a escala internacional
gracias a los cuales pueden, con facilidad, eludir los condicionamientos político-jurídicos y
económicos de un gobierno o Estado.

El resultado de todo ello es la eficaz colaboración que, en la práctica internacional,


se desarrolla entre los estados de origen y las empresas multinacionales. En estas
relaciones el Estado aporta su cobertura política, diplomática, jurídica, económica e incluso
militar a las actividades y estrategias de sus multinacionales. A cambio, las multinacionales
movilizan sus poderes económicos y financieros para apoyar las acciones exteriores de los
gobiernos de los estados de origen, ya sea mediante la desestabilización económica o el
apoyo económico a otros gobiernos, la corrupción de dirigentes políticos o sindicales, el
reforzamiento de la estabilidad socio-económica de ciertos regímenes políticos, etc. En este
contexto baste recordar casos tales como la colaboración, documentalmente demostrada,
entre la ITT y la CIA. (Agencia Central de Inteligencia) norteamericanas en el derrocamiento
del gobierno de ALLENDE en Chile. Los casos de sobornos de altos dirigentes políticos
japoneses y europeos realizados por la LOCKHEED. En el extremo opuesto, es decir, de
cobertura estatal de los intereses de las multinacionales, recordemos la «diplomacia del
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 32
Madrid, 1991
dólar» seguida por Estados Unidos a fines del siglo XIX y comienzos del siglo actual o, más
recientemente, la importada del Plan Marshall para la penetración en Europa de las
multinacionales americanas tras la Segunda Guerra Mundial.

La existencia de unas bases de cooperación y entendimiento entre los estados de


origen y las empresas matrices de las multinacionales en ellos establecidas, no excluyen,
ciertamente, las posibilidades de antagonismos y conflictos entre unos y otras pero desde
luego las reducen considerablemente y, lo que es más importante desde el punto de vista
internacional, transforman estas rivalidades en antagonismos interestatales. El conflicto de
intereses entre la multinacional norteamericana WESTlNGHOUSE y la Administración de
este país durante la primera etapa del mandato presidencial de REAGAN, con motivo de la
participación de la primera en la venta de productos (compresores, etc.) y de tecnología
para el tendido del gaseoducto siberiano a ciertos países de Europa Occidental, es una
prueba contundente ya que, finalmente, el conflicto terminó involucrando al gobierno francés
:Y al gobierno británico al transferir la multinacional sus pedidos a las filiales europeas ante
la negativa del gobierno norteamericano a autorizar las correspondientes licencias de
exportación.

- Relaciones entre las empresas multinacionales y los estados subdesarrollados en


lo que se establecen las empresas filiales:
Con anterioridad, ya hemos señalado cómo la penetración de las multinacionales a
través de sus filiales, en los países menos desarrollados implica la aparición de un centro de
decisión exógeno al país que genera importantes distorsiones económicas, sociales,
políticas y culturales, a la par que refuerza unos vínculos de interdependencia desigual
entre países pobres y ricos.

A la luz de estas consideraciones se puede adelantar ya la idea de que las


relaciones entre las multinacionales y los estados «huésped» de sus filiales, son relaciones
marcadas por una importante ambivalencia, entre el conflicto y la cooperación, en la que
suelen predominar más los vínculos de antagonismo cuanto mayor es el grado de
subdesarrollo socio-económico del país y el nivel de su inestabilidad política interna. No
obstante, esta primaria y genérica conclusión, conviene matizarla más para los distintos
tipos de relaciones.

En efecto, en el marco de las relaciones económicas entre estados-huésped y las


filiales de la multinacional, es necesario recordar que la acción y estrategia de éstas últimas
se desarrolla en un contexto de fragmentación económica interna (mercados poco
estructurados, política económica coyuntural y débil, escasa capacidad económica y
competitiva de las empresas nacionales, sistemas de producción poco diversificados o de
monocultivo, etc.); de rígida estratificación social y económica; de bajo nivel educativo y
escasa especialización profesional de la población y, por último, de una limitada estabilidad
política que se traduce en ineficacia administrativa (civil y militar) del Estado y en un
evidente vacío legal. Todo ello contrasta con el grado de integración orgánica y de eficacia
funcional que presenta la empresa multinacional. Es en razón de estas debilidades que
muestran los estados-huésped por lo que resultan atractivos para la penetración de las
multinacionales que suelen obtener de esta forma unas plusvalías o rentas marginales
(beneficios mayores) a las que pueden alcanzar en sus países de origen o en los países
huésped más desarrollados.

Los estados-huésped admiten., sin embargo, la penetración de las multinacionales


con objeto de poder facilitar su acceso a productos, servicios o tecnología que resultan
totalmente inaccesibles en sus condiciones específicas de desarrollo interno. En otras
ocasiones, la presencia de las multinacionales es aceptada y/o fomentada para intensificar
la explotación de recursos mineros o de materias primas que se encuentran en la base de la
economía nacional y que imponen unas inversiones iniciales y una capacidad de control de
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 33
Madrid, 1991
los mercados internacionales de las que carecen los países-huésped. La mayoría de las
veces, la supremacía de las multinacionales responden a una situación heredada del
pasado colonial de estos países que se ha mantenido y reforzado después de la
independencia política. Habida cuenta de que la presencia y actuación de las
multinacionales, en estos países subdesarrollados de implantación de sus filiales, aunque
contribuye a potenciar ciertos sectores 'económicos introduce una inevitable asimetría en
las relaciones, suelen propiciar un antagonismo, mayor o menor, más tarde o más
temprano, entre el interés de la empresa y el interés nacional de los estados que tratan de
reforzar su poder real, tanto económico como político, a costa de la multinacional y no
resulta extraño constatar que hayan tendido a primar las relaciones de conflictividad sobre
las de colaboración o entendimiento.

Si procedíamos a destacar que los estados de origen desempeñan una importante e


insustituible función de cobertura política, jurídica y económica respecto de sus empresas
multinacionales en el panorama mundial, ahora tenemos que poner el énfasis en la idea de
que, a pesar de sus debilidades internas e internacionales los estados-huésped gozan
también de una serie de potencialidades que les permiten hacer frente, en los distintos
ámbitos, a las distorsiones y dependencias que les provocan las multinacionales. Ante todo,
los estados-huésped pueden adoptar una importante medida de naturaleza política pero de
efectos económicos respecto de la empresa multinacional: la nacionalización de sus
propiedades. La nacionalización, en tanto que medida jurídico-política interna de efectos
económicos internacionales, traslada el conflicto entre el Estado y la multinacional a un
marco en el que ésta se encuentra con un escaso y limitado poder autónomo frente a los
poderes públicos nacionales, lo que le obligará a lograr el apoyo jurídico y/o político de otros
grupos sociales (partidos políticos, sectores de la Administración estatal, etc.), internos o de
otros actores internacionales (estados, OIG, ONG, opinión pública, etc.), caracterizados
precisamente por su naturaleza o poder en la esfera política. Si la cobertura y apoyo de
tales grupos o actores no se produce o resulta ineficaz e insuficiente frente a la decisión
estatal de la nacionalización, la empresa multinacional quedará reducida a desarrollar una
estrategia de presi6n o desestabilizaci6n econ6mica frente al Gobierno, nacional o
internacionalmente, dando prueba de que su verdadero poder es de naturaleza económica
pero al mismo tiempo quedando imposibilitada a impedir la manifestación del poder jurídico-
político del Estado (por pequeño que este sea), es decir: la nacionalización. La historia de
las nacionalizaciones, tanto alcanzadas como fracasadas,' íntimamente unida al reciente
proceso descolonizador y muchos de los conflictos internacionales desarrollados en el
transcurso de este siglo es la historia también de los condicionamientos y potencialidades
que gravitan en las relaciones entre los países y las multinacionales, actores ambos de una
misma sociedad internacional.

Junto a estas relaciones de antagonismo entre países subdesarrollados y empresas


multinacionales, o debido precisamente a ellas, existen también fórmulas de cooperación
mediante las cuales los estados tratan de mejorar su posición económica respecto de la
empresa multinacional a la par que ésta trata de evitar la «politización» de los potenciales
conflictos que podrían conducir a una pérdida de sus empresas gracias a la expropiación o
nacionalización forzosa. En efecto, fórmulas como la participación conjunta en el capital de
las filiales; la reinversión obligatoria de un porcentaje de los beneficios obtenidos; la cesión
de tecnología o la formación de personal investigador del país en cuestiól1 a cargo de la
multinacional; la aceptación por la multinacional de cargas excepcionales de origen fiscal o
de seguridad social, así como la garantía de contratación de un determinado porcentaje de
la mano de obra nacional, etc., son algunas de las formas de cooperación entre estados-
huésped y multinacionales que permiten una dinámica evolutiva del entorno político y
económico, interno e internacional, eludiendo el conflicto directo.

- Las relaciones de las empresas multinacionales con las Organizaciones


Internacionales Sindicales:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 34
Madrid, 1991
La enorme trascendencia de las relaciones entre estados y empresas
multinacionales, no puede conducimos a desconocer los vínculos existentes entre aquellas
y actores internacionales tan cualificados como las Internacionales Sindicales, dada la
trascendencia alcanzada por los trabajadores en el seno de las empresas, incluidas las
multinacionales.

Al igual que señalábamos para los estados, el estudio de las relaciones entre
empresas multinacionales y organizaciones internacionales sindicales, debe partir de la
constatación de dos realidades internacionales importantes:
1. La existencia de una diversidad histórico-ideológica en el movimiento sindical a
escala mundial que ha conducido a una pluralidad de organizaciones y de estrategias
sindicales en el panorama internacional, y a la que ya nos hemos referido.

2. Como consecuencia parcial de lo anterior resulta una apreciable disparidad o


desigualdad en el grado de integración interior y de operatividad internacional entre las
unidades que componen la empresa multinacional y los miembros que participan en las
organizaciones sindicales.

Partiendo de ambas realidades no resulta extraño comprobar que la panorámica


internacional de las relaciones entre multinacionales y centrales sindicales se encuentra,
todavía, en un proceso de maduración y, en términos generales, en un estadio mucho
menos estable y evolucionado que el alcanzado en el marco interno de los países.
Fundamentalmente, la actuación de las Organizaciones Internacionales Sindicales respecto
de las multinacionales se desarrolla en tres direcciones complementarias.

A. Lograr la implantaci6n de normas o «c6digos de conducta», jurídicamente


obligatorios para las multinacionales, a escala internacional.
Con ello las organizaciones internacionales de sindicatos intentan someter la
actividad de las multinacionales no sólo a los poderes de cada Estado sino también al
control y los poderes de las Organizaciones internacionales Gubernamentales.

En este contexto, las Organizaciones Sindicales participan en la Comisión de


Empresas Transnacionales creada en el seno del Consejo Económico y Social de las
Naciones Unidas en 1975. Análogamente gozan de una representación en el Comité
Económico y Social de las Comunidades Europeas y participan en las funciones de
asesoramiento que le corresponden a este órgano. Han participado, como parte de la
representación de los miembros estatales de la OIT., en la elaboración de la Declaración de
principios sobre EM así como en diversas normas, en materia de política laboral y social, de
alcance internacional y que afectan prioritariamente, aunque no con exclusividad, a las
multinacionales. Por último han realizado la sistemática denuncia, ante los órganos
competentes, de las violaciones cometidas por las multinacionales a las Guías para EM
aprobadas por la OCDE.

B. Desarrollar la negociación colectiva internacional con las empresas


multinacionales con objeto de alcanzar acuerdos socio-laborales aplicables al conjunto de la
empresa con independencia de su localización:
La estrategia de la negociación colectiva internacional trata de equiparar las
condiciones básicas de la relación, entre sindicatos y multinacionales, con independencia de
la diversidad de políticas socio-laborales y legislaciones nacionales de los países en los que
operan las distintas unidades de la multinacional. Ello requiere, necesariamente, un centro
orgánico sindical de carácter estrictamente internacional pero con la suficiente capacidad
para imponer a sus miembros el cumplimiento del acuerdo alcanzado, como ocurre en la
multinacional. No es extraordinario constatar, pues, que la evolución de esta estrategia
sindical haya ido vinculada a la creación de estos centros en el seno de las Internacionales
Sindicales, más concretamente de la C.I.O.S.L., configurando los llamados Secretariados
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 35
Madrid, 1991
Internacionales Profesionales, a partir de la agrupación de los distintos sindicatos
nacionales de un mismo sector económico, como la FEDERACION INTERNACIONAL DE
TRABAJADORES METALÚRGlCOS (ATIM), constituida en 1893 e integrada en la
actualidad por 160 sindicatos del sector siderometalúrgico distribuidos en todo el mundo. En
el seno de la ATIM se constituyó, a mediados de la década de los años cincuenta, un
Consejo Coordinador para la Negociación Colectiva Internacional. Fruto de la actividad de
dicho Consejo fue la negociación de convenios colectivos internacionales con las
multinacionales: BRAUN-BOVERI, FORD, GENERAL ELECTRIC, INTERNATIONAL
HARVERSTER Y CATERPILLAR TRACTOR.

Siguiendo el modelo de la FITIM se crearon, mucho más tardíamente, otros


Secretariados Internacionales como la FEDERACION INTERNACIONAL DE SINDICATOS
QUÍMICOS, DE LA ENERGÍA Y GENERALES, en 1961, y la UNION INTERNACIONAL DE
ASOCIACIONES ALIADAS DE TRABAJADORES DE LA ALIMENTACIÓN. Fruto de la
actividad de la primera han sido los convenios con las empresas multinacionales AKZO y
B.S.N. GERVAIS-DANONE. Ejemplos de la participación de la segunda lo constituyen los
convenios con NESTLE, UNILEVER, CETKBR Y ROTHMANS.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 36
Madrid, 1991

La dificultad para llegar a la estrategia de la negociación colectiva internacional, a


través de un Secretariado Internacional, no ha impedido que las organizaciones sindicales
de distintos países se agrupasen para facilitar su intervención frente a las multinacionales
mediante los Comités Internacionales Sindicales, cuya participación fue apreciable en el
caso de las negociaciones entre la Federación Europea de Obreros Metalúrgicos y PHILlPS
en 1967 o la negociación por obreros de 5 países de Europa Occidental con la empresa
CLAVERBEL, en 1915.

C. Implantación de las huelgas transnacionales como instrumento de presión


sindicalmente a las estrategias de las multinacionales:
Es bien sabido que la huelga es el principal instrumento de coacción de que
disponen los sindicatos frente a los empresarios, con el fin de forzarles a la negociación y/o
a la aceptación de las reivindicaciones económicas y sociales de los trabajadores. No
obstante, el instrumento de la huelga tiene una limitada capacidad de presión si se ejerce
contra una empresa multinacional en el marco limitado de la acción sindical en un
determinado país, ya que ante esta situación la dirección de la multinacional tenderá a evitar
los costes económicos de la huelga mediante la desviación de una parte sustancial de la
actividad productiva de sus filiales en el país en cuestión hacia sus filiales en otros países,
en otros términos, la empresa multinacional utilizará su grado de coordinación integrada a
escala mundial para superar la presión y reivindicación obrera, canalizada mediante la
huelga, afectada por la división nacional que impera entre los sindicatos de una misma
Internacional sindical.

La reacción frente a esta asimetría entre sindicatos y multinacionales se ha


orientado hacia la internacionalización de la huelga, destinada a ejercer una misma presión
económica en todas las unidades productivas de una misma multinacional y, de este modo,
inducir una negociación colectiva internacional. Evidentemente, el éxito o fracaso de la
estrategia mencionada depende, en gran parte, de la capacidad de coordinación
internacional de los distintos sindicatos integrantes de una misma Internacional, pero
también de la capacidad de información y conocimiento que los sindicatos posean sobre las
decisiones y actividades desarrolladas por todas las filiales de la multinacional, pues no
siempre es posible lograr una estrategia de huelga en todas las filiales.

Aunque la huelga internacional todavía no ha alcanzado carta de naturaleza similar a


la huelga, como derecho reconocido y como realidad cotidiana, en el marco nacional se
pueden citar algunos ejemplos significativos. Así en 1969 los sindicatos de Francia, el Reino
Unido y la R.F. de Alemania realizaron una huelga contra las filiales de la FORD en estos
países. Ese mismo año se desencadenó otra huelga internacional, promovida por los
trabajadores de Francia, Italia, R.F. de Alemania y Estados Unidos contra la multinacional
SAINT GOBAIN. Otro tanto ocurría en 1912 contra las filiales inglesas e italianas de la
PIRELLI-DUNLOP y también en 1913 se veía afectada la empresa MICHELlN por una
huelga de los sindicatos franceses y alemanes.

Respecto a la obtención de información sobre las actividades de la multinacional por


los sindicatos con objeto de formular estrategias internacionales más eficaces, conviene
mencionar la resolución, aprobada en marzo de 1985 en el Congreso de Liverpool de los
representantes sindicales internacionales de los 140.000 trabajadores de la FORD MOTOR
CORPORATION, de constituir un banco de datos informatizado para centralizar toda la
información recogida sobre las actividades de todas las filiales de la multinacional.

6. EL CONTROL y CODIFICACION DE LA NORMATIVA INTERNACIONAL


SOBRE EMPRESAS MULTINACIONALES
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 37
Madrid, 1991
Al referir las principales características generales de las empresas multinacionales,
hacíamos mención de cómo la estructura y funcionamiento transnacionales de estos actores
carecía de un adecuado marco jurídico internacional que convertía, prácticamente, en
ineficaces tanto las normas internacionales existentes como la mayor parte de las
legislaciones nacionales adoptadas para estas empresas. En la última década y debido
principalmente al esfuerzo de los países de implantación de las empresas filiales, se ha
tomado conciencia, primero, e intentado implantar y codificar, más tarde, una auténtica
normativa internacional específicamente referida a las empresas multinacionales. Esta
dinámica se ha propiciado desde distintos foros y organismos internacionales, universales y
regionales, con una apreciable desigualdad en los resultados alcanzados hasta el presente.
Con el fin de proceder a una exposición clara y sistemática de estos esfuerzos,
distinguiremos entre:
- Las organizaciones intergubernamentales de alcance universal: ONU y OIT.
- Las organizaciones intergubernamentales de alcance regional: Comunidades
Europeas, OCDE, CEPAL, Pacto Andino, Unión Aduanera y Económica del África Central.

También resulta necesario precisar otra distinción respecto a la naturaleza de las


normas y principios aprobados en los distintos organismos, así como respecto a su
obligatoriedad, entre:
- normas y principios jurídicos obligatorios y directamente aplicables a las EM
- normas y principios jurídicos no obligatorios o indirectamente aplicables a las EM

1. En el marco de las Naciones Unidas:


La iniciativa en el seno de las Naciones Unidas, con vistas a desarrollar una serie de
acciones normativas e institucionales respecto a las empresas transnacionales, surge en el
año 1972 con la aprobación' de dos importantes resoluciones. Una en el seno de la
Asamblea General, la Resolución 2928/XXVII, y otra en el seno del ECOSOC, la Resolución
1721/LIII. Fruto de ambas resoluciones fue la constitución de un Grupo de Expertos,
formado por destacados especialistas en las empresas multinacionales y en número de 20,
que debían elaborar un informe sobre los efectos de las corporaciones transnacionales.

La tarea del Grupo de Expertos designado por el ECOSOC plasmó en el informe que
bajo el título de: Las corporaciones multinacionales en el desarrollo mundial fue presentado
en 1973 y en el que junto a una exhaustiva información sobre la actuación mundial de las
multinacionales se apuntaban dos medidas muy importantes:
a) La constitución de centros internacionales y comisiones de expertos para el
estudio sistemático y continuado de las operaciones realizadas por las multinacionales. En
esta línea se recomendaba la creación de un Centro directamente vinculado al ECOSOC.

b) La redacción y adopción de un «código» normativo regulador de las actividades


de las empresas multinacionales con alcance mundial. Merece destacarse que el Informe
señala esta propuesta en los siguientes términos:
«El grupo considera que un objetivo adecuado a largo plazo es la firma de un
Acuerdo general sobre empresas multinacionales que tuviese la fuerza de un tratado
internacional y que incluyese normas para su funcionamiento y para la aplicación de
sanciones».

En los momentos actuales el proyecto de código mundial sobre empresas


multinacionales se encuentra prácticamente paralizado en su redacción debido a las
distintas posiciones que enfrentan a los países capitalistas occidentales con la mayoría de
los países subdesarrollados y con los países socialistas.

Más éxito ha tenido la otra propuesta formulada en el Informe ya que, efectivamente,


por la Resolución 1908/LVII del Consejo Económico y Social, de 23 de agosto de 1974, se
constituyó la Comisión de Sociedades Transnacionales, integrada por 48 miembros elegidos
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 38
Madrid, 1991
por el ECOSOC, y unos meses más tarde, por la Resolución 1913/LVII de 11 de diciembre
de 1974, se creaba el Centro de Estudios e Información sobre Sociedades Transnacionales,
como órgano subsidiario de la Comisión anteriormente citada.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 39
Madrid, 1991

Simultáneamente, nuevas iniciativas se sumaron, en el seno de la ONU, a las ya


comentadas del ECOSOC. La primera de ellas surge por iniciativa del presidente de México,
LUIS ECHEVERRIA, en el contexto de la 11 la Conferencia de las Naciones Unidas sobre
Comercio y Desarrollo (UNCTAD), celebrada en Santiago de Chile en 1972, y hace
referencia a la elaboración de una Carta de derechos y deberes económicos de los
resultados. Este documento, aprobado por la Resolución de la A.G. 3281/XXIX de 12 de
diciembre de 1974, establece en el capítulo 11, artículo 2, apartado 2, los derechos de los
estados a regular y ejercer su soberanía sobre las empresas multinacionales que deben
someterse a la legislación de los estados y abstenerse de prácticas contrarias a la misma.
Especialmente significativo, en esta línea, es el reconocimiento explícito y regulación del
derecho de nacionalización, expropiación o transferencia de la propiedad de bienes
extranjeros según el principio de la legislación nacional del país que lleva a cabo la
expropiación.

Finalmente, en las Naciones Unidas se ha desarrollado otra iniciativa vinculada, esta


vez, a la formulación de un Nuevo Orden Económico Internacional. En efecto, tanto en la
Declaración para el establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional, como en
el Programa de acción relativo al establecimiento de un Nuevo Orden Económico
Internacional, aprobados por las Resoluciones 3201 y 3202 de la VIª Sesión extraordinaria
de la A.G. de las Naciones Unidas, el 1 de mayo de 1974, recogen, aunque en térmi nos
menos precisos que en el caso anterior, el derecho de los estados a adoptar medidas para
garantizar el orden económico, nacional e internacional, frente a las multinacionales. En
este sentido, la Declaración señala, en el punto 4, apartado g, el siguiente principio:
«La reglamentación y supervisión de las actividades de las empresas
multinacionales mediante la adopción de medidas en beneficio de la economía nacional de
los países en donde estas empresas realizan sus actividades, sobre la base de la plena
soberanía de esos países».

2. En el marco de la Organización Internacional del Trabajo (OIT):


La actividad de la OIT en relación con las empresas multinacionales ha sido más
limitada y de menor eficacia que la desarrollada en el marco del ECOSOC, a la vez que el
desarrollo tardío de sus iniciativas ha quedado condicionado, de una parte por las medidas
adoptadas en el seno de otras Organizaciones intergubernamentales, de otra por el fracaso
experimentado en las negociaciones entre los distintos países.

En efecto la medida más importante adoptada en este terreno es la Declaración de


Principios de la OIT sobre empresas multinacionales y política social, aprobada en
septiembre de 1977 y que junto a su carácter no obligatorio y puramente recomendatorio,
añade su escasa innovación de principios respecto de las resoluciones de la propia OIT o
de otros documentos internacionales sobre esta materia, como los aprobados por la OCDE.

3. En el marco de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE)


La importancia de las iniciativas adoptadas en el seno de la OCDE es doble. De una
parte por el hecho de que el conjunto de países miembros de esta organización constituye
el núcleo de implantación de la práctica totalidad de las empresas matrices de las
multinacionales. De otro lado por el hecho de que las medidas normativas adoptadas por la
OCDE constituyen un ejemplo paradigmático de las posibilidades y limitaciones que
encierra la colaboración interestatal en estas materias en el seno de las organizaciones
intergubernamentales.

En efecto, en 1976 los países miembros de la OCDE, entre los que se encuentra
España, emitieron una Declaración y una serie de decisiones sobre inversión internacional y
empresas multinacionales. El contenido de esta declaración y decisiones se puede resumir
en tres tipos de medidas o instrumentos:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 40
Madrid, 1991
1º Las directrices para las empresas multinacionales: conjunto de recomendaciones
dirigidas a las EM sobre cuestiones tales como publicación de información,
competencia, empleo y relaciones laborales.

2° Compromiso de los gobiernos de conceder trato nacional (no discriminatorio) a las


empresas controladas por capital extranjero y establecido en los países miembros
de la OCDE.

3° Compromiso de los gobiernos sobre la uniformación en la utilización de los


incentivos y desincentivos a la inversión directa internacional.

En ese mismo año de 1976, la OCDE decidió la constitución de un Comité de


Inversión Internacional y Empresas Multinacionales, con el fin de estudiar los criterios y
aplicación de estas directrices y compromisos. Este comité ha trabajado desde entonces en
estrecha coordinación con el Comité de Movimientos de Capital y Transacciones Invisibles,
para conocer detenidamente las actuaciones de las multinacionales en los movimientos de
capital a escala internacional bien mediante inversiones directas o cualquier otro tipo de
medidas indirectas o encubiertas.

Desde la aprobación de las normas de la OCDE, los Ministros de los países


miembros han procedido a dos revisiones para actualizar su aplicación, una en 1979 y otra
en el mes de mayo de 1984.

4. En el marco Latinoamericano (CEPAL. Grupo Andino):


Las actuaciones en el marco regional latinoamericano han sido propiciadas por la
conjugación de dos tipos de orientaciones. Una de carácter continental íntimamente
asociada a algunas de las iniciativas señaladas en el seno de la ONU y de la Comisión
Económica para América Latina (CEPAL), otra de ámbito regional limitado a los países
miembros del Grupo Andino. Ambas, sin embargo, poseen un rasgo común, el estímulo que
la penetración de las empresas multinacionales norteamericanas ha supuesto para
establecer una cierta regulación y control internacional a esta penetración con el fin de
garantizar la independencia económica y política de los países del área.

Ya en la Declaración de Chaguaramas, del mes de mayo de 1975, la CEPAL


propugnaba la constitución de un Centro Regional de Información sobre Empresas
Multinacionales, así como la adopción de un Código internacional sobre multinacionales. No
obstante, el impulso más enérgico y renovador encuentra sus raíces en la década de los
años 60 y en el seno de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) que a
través de su Resolución Nº 100, aprobada en diciembre de 1964, hace mención a las
«industrias de carácter zonal», preparando y anticipando un nuevo concepto de empresa
multinacional desarrollado a partir de la Decisión No. 46, del Grupo Andino, sobre el
Régimen Uniforme de la Empresa Multinacional y Reglamento del tratamiento aplicable al
capital subregional, aprobada en diciembre de 1971, y en cuyo art. 3 se especifican como
requisitos, para la concesión di:! trato preferencial a las empresas multinacionales de la
región, los siguientes:
«(...)
b) que la mayor(a del capital subregional se refleje en la dirección técnica, financiera,
administrativa y comercial de la empresa...
c) Que el domicilio de la empresa esté situado en el territorio de uno de los países
miembros».

Aunque se llega a admitir la posibilidad de participación de capital extranjero ajeno a


los países de la zona, su volumen no podrá superar el 40 por 100 del capital total de la
empresa al objeto de garantizar la naturaleza zonaI de la misma. Con ello nos encontramos
con una nueva formulación del concepto de empresa multinacional, entendida, esta vez,
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. 41
Madrid, 1991
como agente de cooperación económica internacional para estimular el desarrollo de los
países atrasados del área andina.

La novedad y utilidad de esta nueva concepción de la empresa multinacional, como


instrumento de desarrollo, ha llevado a su adopción en el marco de la Unión Económica y
Aduanera del África Central, mediante el Código sobre Sociedades Multinacionales de la
UDEAC, aprobado en diciembre de 1975, en el que el porcentaje anterior se eleva al 49 por
100 para el capital extranjero ajeno a la región.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

CAPÍTULO 13
EL PÚBLICO, LA OPINIÓN PÚBLICA Y LA SOCIEDAD INTERNACIONAL

1. LOS CONCEPTOS DE PÚBLICO, PUBLICO INTERNACIONAL Y OPINION PÚBLICA


INTERNACIONAL

Con frecuencia se ha definido la época actual como la era de los medios de comunicación
de masas. Ciertamente una gran parte de la existencia de las sociedades está invadida y
condicionada por el papel que los medios de comunicación desempeña en las vidas de los seres
humanos. Ya se trate de las noticias que diariamente recibimos por los periódicos, la radio o la
televisión; de los millares de transacciones comerciales y financieras que cotidianamente se
canalizan a través de la telefonía o las transmisiones por satélite a todos los rincones del mundo o
de las comunicaciones directas que se establecen entre los dirigentes de los estados, lo cierto es
que la dinámica de la Sociedad Internacional no podría ser comprendida y explicada si
desconociéramos la importancta.de la comunicación internacional.

La comunicación internacional no es sólo una relación gracias a la cual se transmiten


informaciones de unos grupos sociales a otros a través de las fronteras. Esta es una de las
perspectivas desde la que se puede abordar este fenómeno, pero junto a ella conviene no olvidar
que la comunicación internacional es también una auténtica relación social mediante la que las
sociedades se influyen recíprocamente en sus conductas y sus estructuras.

Una de las principales consecuencias de los procesos de comunicación internacional es la


aparición de ciertas formas de agrupación social resultantes de la recepción simultánea de
informaciones y noticias por los individuos de distintos países. En efecto, estas formas singulares
de comunicación transnacional, configuran los públicos inter o transnacionales.

La definición acuñada por el Informe Mac Bride, cabe considerar al público como:
«(...) aquel conjunto de individuos que participan de forma regular en ciertos procesos de
comunicación como consecuencia de los cuales alcanzan y desarrollan una conciencia de
pertenencia grupal que, en ocasiones, puede llegar a institucionalizarse y a influir en sus
comportamientos».

A partir de este concepto podemos deducir el significado del público internacional


afirmando que es una forma de agrupación social constituida por individuos o colectividades de
distintos países que adquieren imágenes, generales o particulares, y realizan valoraciones
comunes sobre los acontecimientos internacionales a partir de la información recibida por su
inserción en flujos transnacionales de comunicación. Estas imágenes o valoraciones comunes
facilitan las actuaciones colectivas de los públicos internacionales haciéndoles emerger como una
nueva categoría de actores internacionales. Las opiniones sustentadas por los diversos públicos
internacionales las denominaremos opiniones públicas internacionales.

Resulta oportuno indicar que existe una tendencia muy generalizada a utilizar el término
opinión pública en lugar del término, más adecuado, de público. Por ejemplo, se suele hablar de la
opinión pública para referirse a la influencia que el público puede ejercer sobre las poderes y
órganos de decisión de una sociedad. En este sentido se enfatiza el poder de la opinión pública,
cuando lo correc to sería afirmar el poder del público. Hechas estas matizaciones, en adelante
recurriremos indistintamente a ambos términos como sinónimos para no romper un uso, por lo
demás, ampliamente generalizado.

Al referirnos a los públicos internacionales debernos ser cuidadosos sobre las limitaciones
que tales actores poseen a la hora de incidir en la dinámica internacional. En primer lugar, la
variedad de fuentes comunicativas (emisores) y de informaciones transmitidas internacionalmente
a través de los medios de comunicación de masas genera una pluralidad de públicos
diferenciados entre sí por su grado de organización social, el nivel de la información, las opiniones
que sustentan y su capacidad de movilización (actuación) internacional.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2

Además, existe un condicionante mucho más profundo en la articulación de los públicos


internacionales. Se trata de las diferencias económicas, culturales (educativas, ideológicas,
religiosas, lingüísticas, etc.) y/o nacionales que existen entre los individuos de diferentes
sociedades. Debido a ellas surgen distorsiones comunicativas y diferencias interpretativas a pesar
de que se reciban las mismas informaciones. El resultado es la articulación de una pluralidad de
opiniones públicas internacionales siguiendo criterios que rara vez coinciden con los de la
pertenencia estatal.

En tercer lugar, los públicos internacionales sólo de modo excepcional alcanzan un grado
de organización social suficientemente desarrollado para convertirse en actores internacionales
con un protagonismo equiparable al de los estados, las organizaciones internacionales o las
empresas multinacionales. Su actividad internacional suele mantenerse en el terreno de la presión
e influencia, más que en el de la decisión y la acción.

Habría que hablar de la opinión pública internacional como un grupo de presión más que
como un actor internacional plenamente estructurado en su interior y definido en las formas de
actuación exterior. Tal vez por ello, algunos autores le han negado el reconocimiento de
auténticos actores internacionales.

A nuestro juicio, la opinión pública internacional constituye una fuerza real de la vida
internacional que difícilmente puede ser desconocida o negada. Otra cuestión es dilucidar si esa
opinión pública internacional alcanza a la totalidad de la sociedad mundial o tan sólo a algunas de
sus áreas regionales con una evidente afinidad histórica y cultural. Creemos, efectivamente, que
no se puede sustentar seriamente la existencia de una opinión pública mundial pero, en cambio,
es posible analizar y conocer empíricamente las distintas opiniones públicas de alcance regional
y/o continental.

2. REQUISITOS PARA LA FORMACION DE LA OPINION PÚBLICA INTERNACIONAL.

Para que las opiniones públicas internacionales puedan articularse eficazmente deben
concurrir al menos los siguientes requisitos:
1° Una base cultural común mínima.
2° Un proceso de comunicación transnacional periódica o permanente.
3° Una interpretación y valoración de las informaciones recibidas de acuerdo con ciertos
patrones sociales aprendidos e interiorizados.
4° La creencia de que esas interpretaciones y valoraciones realizadas por cada individuo
son compartidas por otras muchas personas de otros países, dando origen al desarrollo de una
conciencia grupal internacional.

La base cultural común necesaria para que exista una opinión pública internacional no
necesita extenderse a todos los ámbitos fundamentales de la vida de las sociedades, basta con
que alcance a alguna de las áreas que integran cada una de las tres estructuras fundamentales
de la sociedad internacional, pero siempre deberá incluir los códigos mediante los cuales las
informaciones son transmitidas, por ejemplo, el lenguaje oral, escrito, audiovisual, etc.

La implantación de está base cultural mínima ha podido alcanzarse de múltiples formas,


pero en lo que atañe a la sociedad internacional de los últimos siglos podemos destacar los
siguientes procesos:
a) La expansión colonial ultramarina.
b) La implantación del sistema económico capitalista.
c) Los grandes movimientos migratorios.
d) El desarrollo y propagación de importantes corrientes ideológicas y culturales
(socialismo, liberalismo, pacifismo, etc.).
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3

En cuanto a la existencia de procesos transnacionales de comunicación, es evidente que


la evolución de las técnicas de comunicación e información, desde la difusión de la imprenta en
Europa, se ha caracterizado por un constante perfeccionamiento en la cantidad, diversidad,
alcance y rapidez de las informaciones.

Este desarrollo técnico de los medios de comunicación e información no siempre


corresponde con un paralelo desarrollo de la comunicación internacional efectiva. En otras
palabras, los individuos y las sociedades disponen de más y mejor n i formación pero ello no
significa necesariamente, más y mejor comunicación internacional ya que los «filtros» culturales
siguen desempeñando una significativa función selectiva respecto de las fuentes y las
informaciones efectivamente percibidas.

Estos «filtros» culturales están constituidos por una serie de valores y criterios sociales que
han sido aprendidos e interiorizados por los individuos y que les condicionan como sujetos
receptores de los procesos de comunicación internacional. Es precisamente a través de la
identidad de estructuras valorativas, consustanciales con el proceso de aprendizaje y socialización
de las personas, por lo que miembros de distintos países pueden sentirse asociados entre sí
formando parte de una difusa agrupación.

3. CARACTERISTICAS GENERALES DE LA OPINION PÚBLICA

La opinión pública presenta como principales características generales las siguientes:


1. Heterogeneidad.
2. Intensidad variable.
3. Naturaleza agregada y no decisional.

La heterogeneidad de la opinión pública cabe interpretarla en dos sentidos diferentes. De


una parte es la consecuencia directa de la articulación de una diversidad de públicos ante una
misma secuencia de informaciones. Pero también hace referencia a la existencia de líderes de
opinión dentro de un mismo público es decir, la existencia de individuos o grupos capaces de
condicionarlas opiniones del resto de los miembros del público. En este caso la heterogeneidad
evidencia el distinto peso que poseen las opiniones según procedan de uno u otro sector del
público.

La opinión pública varía en intensidad en función inversamente proporcional al tiempo.


Esto significa que la intensidad de la opinión tiende a atenuarse con el transcurso del tiempo
pudiendo llegar a desaparecer o modificarse sustancialmente si no existe una repetición de las
informaciones que la originaron.

Existe también otro factor de variación en la intensidad de la opinión pública según recaiga
sobre los valores básicos de una sociedad, los intereses o demandas de sectores sociales más o
menos amplios o, simplemente sobre ciertos comportamientos particulares.

En el primero de estos tres supuestos la opinión pública muestra una intensidad constante durante
amplios períodos de tiempo que alcanzan a varias generaciones y configuran lo que DUROSELLE
denominó, hace ya más de tres décadas, como «la personalidad nacional» de un pueblo.

La opinión pública que recae sobre demandas sociales presenta una intensidad mucho
menos duradera, pudiendo prolongarse por períodos de varios años pero mostrando una fuerte
tendencia a modificarse con el cambio generacional.

Por último la opinión pública demuestra una intensidad ocasional o coyuntural cuando se
articula con referencia a ciertas decisiones o comportamientos específicos, ya sean individuales o
colectivos, siendo frecuente que experimente alteraciones en breves lapsos temporales.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4

La tercera nota distintiva de la opinión pública es su naturaleza agregada y no decisional.


De acuerdo con el análisis de ROSENAU, la opinión pública se desarrolla mediante procesos de
agregación accidental articulada y, como ya hemos señalado, su proyección social se deja sentir,
principalmente en el terreno de la influencia o la presión.

En función de esta característica cabe excluir de la opinión pública internacional las


opiniones o criterios sustentados por los representantes o portavoces de los grupos con una
capacidad de actuación internacional directa (gobiernos, dirigentes de movimientos de liberación,
representantes de organizaciones intergubernamentales, etc.).

4. EL PROTAGONISMO INTERNACIONAL DE LA OPINION PÚBLICA

La actividad de los públicos internacionales se orienta siguiendo tres líneas fundamentales:


1. Presionando a los centros de decisión y poder nacional.
2. Influyendo en los centros de decisión internacional de alcance regional.
3. Contribuyendo ó estimulando la creación de nuevos centros internacionales de
referencia.

En el primero de estos tres supuestos, la opinión pública internacional tiende a confundirse


con las distintas opiniones públicas nacionales, pero ambas son diferenciables ya que la opinión
pública internacional goza de una eficacia y alcance mucho mayores que los de la opinión pública
nacional por cuanto es capaz de movilizar simultáneamente a personas o grupos de diversos
países y, de este modo, influir sobre numerosos gobiernos. Ello puede afectar considerablemente
la política exterior que tales gobiernos desarrollan ante una cuestión concreta, logrando que sus
respectivas actuaciones exteriores se conjuguen internacionalmente.

Estas presiones de la opinión pública internacional pueden dirigirse hacia los gobiernos de
unos países o bien tratar de condicionar la acción de un gobierno determinado. En ambos casos
el verdadero poder de la opinión pública no resulta de sus acciones directas sobre las decisiones
gubernamentales cuanto de los apoyos o resistencias que suscitan entre las poblaciones a la hora
de ser ejecutadas.

Un ejemplo paradigmático lo encontramos en la creciente oposición que la intervención


norteamericana en Vietnam suscitó en amplios sectores de la juventud y la intelectualidad de
Estados Unidos y de Europa. Dicha oposición contribuyó poderosamente a minar el prestigio de
los Estados Unidos y la credibilidad de las razones aducidas por Washington para justificar su
intervención, pero ello no habría bastado para forzar una retirada norteamericana si no hubiese
mediado una clara derrota en el terreno militar.

La segunda orientación de la opinión pública internacional se dirige hacia los órganos de


decisión y poder internacional distintos de los estados. En efecto, la opinión pública internacional
logra influir también sobre las organizaciones internacionales, gubernamentales o no, y a través
de ellas propiciar o limitar ciertas tendencias en las relaciones internacionales.

Finalmente, la opinión pública internacional manifiesta también su influencia a través de su


capacidad de generar nuevos centros o actores internacionales que operan como órganos de
movilización y reforzamiento de la propia opinión pública internacional. Tales centros pueden ser
temporales como ocurre con los llamados movimientos internacionales (movimientos por la paz y
el desarme; pro derechos humanos; ecologistas; etc.); o permanentes, en cuyo caso se dotan de
ciertas estructuras organizativas que, con el tiempo, pueden convertirse en auténticas
organizaciones internacionales no gubernamentales.

La resultante de todas estas formas de actuación de los diversos públicos internacionales


está provocando lentos procesos de alteración en las estructuras y relaciones de la Sociedad
Internacional cuyo alcance y consecuencias están, todavía, sin explorar por los especialistas de
nuestra disciplina.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

CAPÍTULO 14
EL INDIVIDUO COMO ACTOR INTERNACIONAL
EL INDIVIDUO COMO ACTOR DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Introducción
El tema de la determinación de la cualidad de «sujeto» u «objeto» del individuo, y
por tanto de cada persona en particular, en el marco general de las relaciones
internacionales constituye una de las cuestiones más significativas y, al propio tiempo, más
deficientemente tratadas por las diversas teorías desarrolladas en nuestra disciplina. En
este terreno, como en tantos otros, ha imperado durante mucho tiempo el condicionamiento
de otras disciplinas, primordialmente de la Historia, el Derecho Internacional Público y la
Ciencia Política, hasta el punto de convertir en paradigma incontrovertido la perspectiva
estatocéntrica del mundo internacional. Ya hemos tenido ocasión de criticar los
fundamentos y consecuencias de esta visión tan simplificada de la realidad internacional,
pero el problema no quedaría suficientemente resuelto si además de incorporar otros
grupos sociales distintos del Estado al panorama de los actores internacionales no
recordásemos, con el mismo interés, que unos y otro están configurados por una diversidad
de seres humanos, de personas, que constituyen, en último extremo, su soporte vital y su
razón de ser última. La conclusión que se desprende de semejante aseveración no por
obvia resulta menos necesario afirmarla, dada la facilidad con la que gobernantes y
doctrinarios la «olvidan», a saber: son los grupos sociales y, en nuestro caso, los principales
actores internacionales los que deben servir como instrumentos del desarrollo y
perfeccionamiento de las personas, y no éstas las que se transformen en meros objetos
instrumentales al servicio de los fines de la colectividad o, más exactamente, de quienes
gobiernan y controlan el grupo social.

Se podrá alegar que semejante disociación entre sociedad e individuo es puramente


teórica y arbitraria. Naturalmente estaríamos de acuerdo con semejante objeción si no
hubiésemos partido y valorado, al mismo tiempo, la evidencia de la desigualdad y el poder
que existe e impera en las relaciones humanas, individuales y societarias, con el inevitable
corolario que de ello se desprende en orden al distinto grado de participación y beneficios
que para cada persona se deriva de su pertenencia a cada colectividad social que ostenta
un cierto protagonismo en la vida internacional. No resulta extraño, desde esta perspectiva,
que los individuos, espontáneamente, hayan desarrollado, a lo largo de la historia, formas
de organización y participación activa en los asuntos internacionales por encima, al margen
o en contra de los propios estados. A esta tendencia responden muchas de las llamadas
organizaciones internacionales no gubernamentales, y en nuestros días, la opinión pública
internacional o determinadas formas poco estructuradas, pero efectivas, de participación
internacional que denominamos genéricamente bajo el término de movimientos
internacionales.

1. EL INDIVIDUO COMO SUJETO Y OBJETO DE LAS RELACIONES


INTERNACIONALES

El análisis, parcial y fragmentado, que los internacionalistas han realizado en torno al


protagonismo del individuo en los acontecimientos internacionales ha girado en torno a tres
supuestos fundamentales.

1. El individuo como sujeto del Derecho Internacional Público


Ciertamente, aunque el Derecho Internacional Público como realidad jurídica, y no
como ciencia, excluye al individuo como agente creador de normas susceptibles de generar
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2

derechos y obligaciones internacionales, y en este sentido posee plena validez la expresión


de DUPUY de que «el hombre, persona privada, está exiliado en la sociedad de estados»,
también resulta cada vez más irreal desconocer la subjetividad jurídica internacional de los
individuos, en tanto que destinatarios de derechos y obligaciones que el orden internacional
les atribuye y les permite ejercer de modo personal, y no sólo colectivamente. En esta
perspectiva, BARBERIS ha señalado muy oportunamente que es sujeto del Derecho
Internacional:
«Aquel cuya conducta está prevista directa y efectivamente por el derecho de gentes
como contenido de un derecho o de una obligación.
La calidad de sujeto no depende de la cantidad de derechos u obligaciones de que
una entidad es titular».

Naturalmente el individuo, en tanto que destinatario de normas jurídicas


internacionales que regulan su actuación, ha gozado de un protagonismo jurídico muy
irregular a lo largo de la historia. En la actualidad resulta indiscutible semejante
protagonismo, tanto en el Derecho Internacional General como Particular, al amparo del
desarrollo de tratados o convenios internacionales reguladores de derechos humanos,
individuales y colectivos, pero también de procesos de integración económica y política
internacional (como ocurre en el marco del Consejo de Europa y de la Comunidad Europea)
en los que los individuos llegan a gozar de una capacidad de participación y actuación
procesal directa ante organismos internacionales.

2. El individuo como representante de una colectividad


Este supuesto de interpretación de la capacidad activa internacional del individuo se
ha desarrollado como síntesis de una vieja polémica entre los historiadores. En efecto,
frente a los defensores de una interpretación «individualista» de los acontecimientos
históricos se desarrolló, especialmente a partir del siglo pasado, una concepción «social»
del devenir histórico que tomaba como centro de atención no tanto a los individuos aislados
cuanto a los grupos sociales.

Entre ambas posiciones extremas fue tomando cuerpo una interpretación ecléctica
que muy pronto arraigó entre los historiadores de las relaciones internacionales. En efecto,
autores como RENOUVIN o DUROSELLE al mismo tiempo que reconocen la importancia
de ciertos grupos sociales no estatales en la vida internacional, destacan la relevancia del
«hombre del estado» en su doble condición, de una parte como actor que participa
individualmente en las relaciones internacionales y a las que imprime sus propios valores,
ideas y rasgos psicológicos. De otra, en cuanto representante de un determinado grupo
nacional o estatal y de las fuerzas sociales, económicas e ideológicas que operan
profundamente en su seno. En la misma línea se orientan autores como VELLAS o
REYNOLDS que atribuyen una singular importancia a los gobiernos de los estados a la hora
de explicar su política exterior.

Desde luego resulta teóricamente muy atractiva la cuestión de dilucidar si, por
ejemplo, fue HITLER el que mediante su personal megalomanía arrastró a Alemania hacia
la Segunda Guerra Mundial, o por el contrario fueron determinados sectores de la sociedad
alemana, con notable poder político y económico, los que encumbraron a HITLER y
permitieron su omnímodo autoritarismo a comienzos de la década de los años - treinta,
cuando escasamente una década anterior su ideología le bahía llevado a la cárcel,
precisamente porque HITLER simbolizaba sus valores, ideas y ambiciones colectivas. Este
ejemplo podríamos repetirlo y actualizarlo formulando las cuestiones respecto a REAGAN o
GORBACHOV En cualquier caso, bajo estas interrogantes y la respuesta a ellas subyace,
de modo latente, el reconocimiento de un cierto protagonismo internacional al individuo o, al
menos, a ciertos individuos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3

3. El carisma personal como explicación del protagonismo internacional de ciertos


sujetos individuales.
Se admitan o no los supuestos precedentes, ningún teórico internacionalista
cuestiona seriamente la importancia que determinadas personalidades han desempeñado, y
desempeñan, en la vida política o económica o ideológico-cultural de las sociedades
internacionales. En efecto, el impacto provocado por personajes como CONFUCIO,
JESUCRISTO, MAHOMA o MARX, en el terreno ideológico, o en el ámbito político
internacional por caudillos o dirigentes de la talla de ALEJANDOR MAGNO,
CARLOMAGNO, NAPOLEON, SIMÓN BOLÍVAR, V.I. LENIN o MAO ZE DONG y,
finalmente, en el plano económico, de familias o personalidades como los FUGGER, los
TASSI, los ROSTCHILD, los FORD, ADAMSMITH o JOHN MAYNARD KEYNES, por citar
tan sólo, algunos nombres relevantes, resulta incuestionable si pretendemos conocer en
toda su amplitud y profundidad la dinámica de los acontecimientos internacionales. Tales
personalidades lograron imprimir una orientación específica a la historia a partir de sus
características y cualidades personales, por lo que no podemos por menos de suscribir lo
escrito por MEDINA:
“Ciertos individuos pueden desempeñar un papel fundamental en la evolución de la
sociedad internacional (...)
El poder político de los individuos puede depender de una base de poder político
propio, heredada o adquirida, pero a veces es independiente de toda organización política y
se basa en el simple carisma”

Idéntica posición parece sostener el propio MORGENTHAU cuando reconoce que el


carisma puede constituir por sí mismo o en combinación con otros elementos una fuente de
influencia y poder político.

La consideración de estos tres supuestos de análisis de la capacidad de actuación


internacional de los individuos, no ha excluido la firme y generalizada convicción entre los
internacionalistas de que la persona constituye en realidad un “objeto” más que un
verdadero “sujeto” de la vida internacional. En general, los tres supuestos, mencionados
poseen en común el reconocimiento de un cierto protagonismo internacional del individuo
pero como un fenómeno extraordinario que no logra romper el paradigma de que los
actores internacionales son, básicamente, los estados o, con un carácter más amplio, una
pluralidad de grupos sociales en relación con los estados.

Naturalmente sería descabellado negar que para un amplio elenco de relaciones


internacionales la posición de los individuos es la de meros objetos o destinatarios de las
decisiones, acciones o derechos adoptados por determinados grupos poderosos que, rara
vez valoran adecuadamente la dimensión humana de las personas. Basta con echar una
ojeada a problemas tan característicos de la sociedad internacional de nuestros días, como
son la estrategia de disuasión nuclear, la violación de las normas jurídicas (nacionales e
internacionales) de protección de los derechos humanos y libertades fundamentales, los
desequilibrios económicos o la destrucción de los ecosistemas, para darnos cuenta de la
escasa consideración que en el plano internacional se posee de los intereses y necesidades
de la inmensa mayoría de los seres humanos que compartimos este planeta Tierra.

Pero aceptar estas realidades no puede llevarnos a desconocer, siguiendo un


escepticismo derrotista sobre nuestro futuro individual y colectivo, tan nocivo e ingenuo omo
la posición contraria, que los individuos siguen desempeñando un protagonismo
internacional que lejos de ser declinante y excepcional adquiere, cada día más, un auge
significativo. Tomar conciencia de que cada uno de nosotros, en tanto que persona
individual, genera y participa, en mayor o menor medida, en una pluralidad de relaciones
internacionales y de que con nuestros actos contribuimos al mantenimiento o modificación
de las estructuras internacionales que subyacen y posibilitan tales relaciones
internacionales, constituye una inexcusable obligación y paso previo obligado, y en sí
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4

mismo “revolucionario”, en el proceso de desarrollo y perfeccionamiento de la realidad


internacional que, como seres humanos, no podemos ni debemos renegar.

Siguiendo la concepción de ROSENAU comprobaos que el comportamiento que


cada uno de los individuos realiza siguiendo su diversa y desigual participación en
numerosas colectividades sociales posee una incidencia nada despreciable, a medio y largo
plazo, en la evolución de las relaciones internacionales.

En efecto, el individuo en tanto que productor o consumidor, como agente


comunicante o como miembro de la opinión pública, como elector o como candidato político,
como turista o como terrorista, para utilizar los propios términos de ROSENAU, constituye
un sujeto activo de la vida internacional operando en el específico marco de sus
capacidades, poderes o competencias individuales que son, al mismo tiempo, también
sociales.

Pongamos un ejemplo extraído de acontecimientos recientes. Con motivo de la


política beligerante desarrollada por Estados Unidos respecto de Libia se ha generado una
cierta tensión en el Mediterráneo que, junto a ciertos atentados terroristas acaecidos en
países de Europa Occidental (como Fancia o la R.F. de Alemania), ha provocado una
drástica reducción del turismo de ciudadanos norteamericanos a Europa, que se ha
traducido inmediatamente en una caída de los ingresos de divisas por este concepto
reflejado en la balanza de pagos de estos países. Evidentemente tales fenómenos no han
sido el resultado de una política deliberadamente dirigida por la Administración
norteamericana para perjudicar a las economías europeas. Dicho fenómeno ha sido la
consecuencia de millares de decisiones individuales de ciudadanos norteamericanos que,
tal vez, influidos, pero nunca obligados, por los acontecimientos, han desistido de viajar a
Europa. Ahora bien, en la medida en que estos millares de decisiones individuales se han
producido simultáneamente y en idéntico sentido, sus efectos se han dejado sentir de modo
apreciable en las relaciones económicas internacionales, más allá o por encima de la
voluntad de sus gobiernos o de las políticas exteriores seguidas por ellos.

2.- LA TEORÍA DE JAMES ROSENAU SOBRE LAS FORMAS DE


RELACIÓN DEL INDIVIDUO CON LOS GRUPOS SOCIALES

Sin duda el esfuerzo analítico, más reciente y acabado, de estudio sobre el papel del
individuo como miembro activo de la sociedad internacional, ha sido aportado por JAMES
N. ROSENAU en un artículo publicado en 1979 bajo el título: “El turista y el terrorista o los
dos extremos del continuo transnacional”.

Para esta autor, los grupos sociales se constituyen siguiendo dos procesos básicos
de agregación o agrupación colectiva, a los que designa con los términos de “agregación
accidental” y “agregación deliberada”. A la agregación accidental la describe así:

«La agregación accidental sobreviene, cuando una multiplicidad de microunidades


manifiestan un comportamiento idéntico para satisfacer sus fines personales propios. Cada
acción está destinada a servir a las necesidades de cada microunidad o a hacer progresar
sus objetivos individuales. Pero como las acciones son similares, incluso si los objetivos son
diferentes, es posible llevar a cabo la suma de las acciones individuales. Si la suma tiene
consecuencias para el funcionamiento de una u otra macrounidad terminará por ser
reconocida y destacada por los portavoces de las macrounidades. Una vez que ello
retraduce por la emergencia de un macrofenómeno, éste pertenece al ámbito público y sus
componentes (los microactos, sin relación, pero similares) se habrán agregado...
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5

En un cierto momento, las consecuencias acumulativas de estos actos privados (el


impacto de la crisis de la población o de la energía, el desequilibrio comercial) son
percibidos por los periodistas, los investigadores, funcionarios o por otros muchos
representantes de las macrounidades. La publicidad subsiguiente sobre las implicaciones
de una agregación accidental se transmiten a continuación a las estructuras y procesos del
universo político mundial».

Esta agregación accidental puede ser, en opinión de ROSENAU, articulada o


inarticulada. La articulación se produce cuando la totalidad de los actos de las
microunidades que se desarrollan espontáneamente de modo idéntico y simultáneo, una
vez han sido reconocidos públicamente por los representantes de las macrounidades,
p1sán.,a c9nvertirse en actos individuales, pero cuya transcendencia política en el ámbito
internacional es ya «consciente» para los propios individuos que los ejecutan.

Por el contrario, la denominada agregación deliberada se diferencia netamente de la


anterior en cuanto que:
«Consiste en un comportamiento identificado por las microunidades, emprendido al
mismo tiempo y explícitamente concebido para tener consecuencias sobre las
macroestructuras».

Como ejemplos representativos de ambas formas de agregación ROSENAU cita las


actividades turísticas, para la agregación accidental, y las actividades terroristas respecto
de la agregación deliberada.

Como podemos apreciar, en ambos casos las características y el funcionamiento de


las macrounidades (grupos sociales descansa y presupone las características y actuaciones
de las microunidades (individuos) que las componen. Además, ROSENÁU reconoce que un
aspecto importante en los procesos de agregación social lo constituye el reconocimiento,
primero, y la publicidad, más tarde, del alcance y efectos derivados de la acumulación de
los actos individuales idénticos y coincidentes. Estas tareas de reconocimiento y divulgación
pueden ser realizadas por los propios órganos institucionales de la colectividad, o bien por
determinadas personas individuales que se convierten de este modo en representantes y/o
portavoces de los intereses y actuaciones de las microunidades individuales.

Este último aspecto, el de a l s funciones de representación y participación que


desempeñan determinados sujetos en el seno de la colectividad convirtiéndolos en
dirigentes y/o portavoces de los millares o millones de personas que la integran nos permite
conjugar adecuadamente los supuestos 2.° y 3.° que exponíamos en el apartado
precedente. Pero además de ello, y en la medida en que estas funciones de representación
y participación también pueden y suelen ser desempeñadas por las instituciones y órganos
que dominan a la macrounidad o grupo social, podemos explicarnos cómo el protagonismo
«carismático» de ciertas personalidades históricas no descarta ni excluye el protagonismo
internacional de los actores colectivos.

Así, por ejemplo, la génesis y el desarrollo del Movimiento de Países no Alineados


va indisolublemente unida a la intervención de ciertos líderes políticos como NEHRU,
NASSER o TITO, pero tales personajes lograron catalizar y movilizar en torno a ciertos
principios políticos y actuaciones internacionales, no sólo a los países que gobernaban sino
también a la inmensa mayoría de los estados y pueblos del Tercer Mundo, hasta el punto
de que en la actualidad el Movimiento de no Alineación subsiste aun cuando todos sus
dirigentes fundacionales hayan desaparecido de la escena internacional.

Por último, al distinguir expresamente entre la agregación accidental, en sus dos


formas de articulación, y la agregación deliberada, ROSENAU introduce en su esquema
teórico la singular importancia que la «toma de conciencia» desempeña a la hora de definir
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6

los comportamientos humanos, individual y colectivamente, así como las diferencias


profundas que separan los actos realizados de modo individual para alcanzar determinados
objetivos particulares de aquellos otros que además son ejecutados por los individuos
buscando expresamente provocar determinados efectos en las estructuras colectivas. Es
precisamente en este contexto teórico en el que debemos situar la formación de muchos de
los movimientos sociales, políticos o ideológicos que han surgido a la vida internacional en
los últimos siglos, y también el marco en el que hemos situado nuestro análisis del papel
desempeñado por la opinión pública como auténtico actor de la sociedad internacional
presente.

Hoy en día no cabe ya desconocer o subestimar la importancia del individuo y de


sus decisiones y acciones ,personales en el panorama de las relaciones que se desarrollan
a escala internacional. Algunos de los grandes fenómenos que se desarrollan en la arena
mundial están íntimamente vinculados con las actuaciones individuales, y no siempre con
las actuaciones colectivas o grupales. Cuestiones como la de la explosión demográfica o la
movilidad de apreciables masas de población entre diversos países; ciertas corrientes
comerciales mundiales vinculadas a determinados patrones de consumo masivo o a sus
cambios; importantes alteraciones de los esquemas ideológicos y culturales, etc., no se
pueden comprender y modificar adecuadamente si no tomamos como referencia no sólo a
los actores internacionales colectivos, sino también a los propios seres humanos
individualizados.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 1

CAPÍTULO 15
LAS ARMAS DE DESTRUCCION MASIVA (ABQ) Y LA DISUASION
NUCLEAR EN EL MUNDO ACTUAL

1. CONSIDERACIONES TECNICAS GENERALES SOBRE LAS ARMAS NUCLEARES

Antes de estudiar las estrategias político-militares que se han desarrollado en torno al


armamento nuclear, conviene explicar brevemente algunas de las características técnicas y de los
efectos destructivos que diferencian este tipo de armas del armamento convencional o, incluso,
químico y bacteriológico.

La propia denominación de armamento nuclear se debe a que su potencia destructiva está


íntimamente asociada a la liberación de energía procedente de la manipulación del núcleo de los
átomos de ciertos productos o sustancias. Existen dos sistemas de producción de energía nuclear
que han dado origen a otros tantos tipos de armas nucleares.

El primer procedimiento descubierto fue denominado el sistema de fisión o ruptura de los


núcleos atómicos de ciertos productos radiactivos, como el Uranio 235 o el Plutonio 239, de ahí el
nombre de bomba atómica, obteniéndose la liberación de una gran cantidad de energía tal y como
lo había ya establecido Einstein en su teoría de la relatividad al señalar la existencia de una
relación entre masa y energía según la ecuación E= mxC2, en la que E es la energía, m es la
masa y C es la constante igual a la velocidad de la luz (300.000 km/seg.).

Existen dos principales problemas en relación con el sistema de fisión, El primero de ellos
radica en la escasez de Uranio 235. En efecto, la mayoría del uranio que se encuentra en la
naturaleza pertenece al Uranio 238 (el 99,30 por 100 del total de uranio natural) que es muy
estable. Ello exigía tener que utilizar centenares de toneladas de este tipo de uranio para extraer
las cantidades necesarias del isótopo 235. Alternativamente se ha desarrollado un procedimiento
de alta tecnología para el «enriquecimiento del uranio» que, sin embargo, requiere importantes
inversiones en infraestructura, aunque permite aumentar la producción del Uranio 235 o la
obtención del Plutonio 239.

La otra dificultad reside en la masa crítica que es aquella cantidad de Uranio 235 o
Plutonio 239 a partir de la cual la reacción en cadena y la explosión que ella provoca se genera de
modo espontáneo e incontrolado. Esta masa crítica varía con la forma de la masa del material
radiactivo pero, en general, se establece en 10 kg de masa de Uranio 235 con forma esférica. La
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 2
existencia de la masa crítica genera enormes riesgos en la manipulación del material radiactivo y
complica extraordinariamente la fabricación de las armas atómicas. Al propio tiempo, la existencia
de esa masa crítica impone un límite máximo al crecimiento de la capacidad destructiva de las
bombas atómicas, calculado en unos 500 kilotones, equivalente a 35 veces la bomba de
Hiroshima, según la explosión realizada por Estados Unidos en 1952.

Durante la década de los treinta, numerosos científicos alemanes, soviéticos y


norteamericanos desarrollaron las investigaciones teóricas e iniciaron la experimentación en
laboratorio destinada a crear las bases de la física nuclear. El desencadenamiento de la Segunda
Guerra Mundial aceleró los trabajos de investigación orientándolos hacia la búsqueda de un arma
capaz de aprovechar las inmensas potencialidades ofrecidas por la energía nuclear.

En 1942 el Presidente ROOSEVELT aprobó el proyecto de construcción de una bomba


atómica, conocido como el Proyecto Manhattan, encargándose los trabajos a un equipo de
científicos dirigidos por OPPENHEIMER. El complejo proyecto se desarrolló principalmente en tres
grandes laboratorios:
- Los Alamos (Nuevo México) en donde se construyeron las bombas atómicas y se realizó
la primera explosión nuclear con carácter experimental.
- Oak Ridge (Tennessee) en donde se obtuvo el Uranio 235 utilizado en la bomba de
Hiroshima.
- Hanford (Washington) en el que se contruyeron los reactores gracias a los que se pudo
obtener el Plutonio 239, utilizado en la bomba arrojada sobre Nagasaki. En este laboratorio
se obtuvo la primera reacción nuclear controlada el 2 de diciembre de 1942.

La primera bomba atómica fue experimentada con éxito en Alamogordo, en el desierto de


Nuevo México, el 16 de julio de 1945, siendo ya Presidente HARRY TRUMAN.

El otro procedimiento de obtención de energía nuclear consiste en el sistema de fusión o


unión de átomos de dos isótopos del Hidrógeno, el Deuterio y el Tritio, obteniéndose un átomo de
Helio y liberándose un neutrón superveloz que, a su vez, es capaz de penetrar en el núcleo de un
átomo de Uranio 238 provocando su fisión.

El sistema de fusión no presenta las limitaciones señaladas para el sistema de fisión ya


que el Hidrógeno, a partir del cual se obtienen sus dos isótopos, es muchísimo más abundante en
la naturaleza que el Uranio y además no existe una masa crítica. En cambio existe una dificultad
técnica apreciable derivada de la energía necesaria para poder iniciar el proceso de reacción.

Para damos una idea de la cantidad de energía que se requiere en el desencadenamiento


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 3
de este proceso de fusión, bastará con decir que la fusión del Tritio requiere una temperatura de
1.000.000° C, mientras que el Deuterio exige unas temperaturas de 50.000.000° C. A la
temperatura de 1.000.000° C el proceso de fusión absorbe más energía de la que libera, lo que
convierte al proceso en técnica y económicamente ineficaz. Únicamente a partir de varios millones
de °C se logra que la reacción de fusión se realimente. Semejantes temperaturas sólo pueden
alcanzarse técnicamente mediante un proceso de fisión.

El resultado ha sido que las bombas de Hidrógeno (bombas H) desarrollan su poder


destructivo según un proceso de fisión-fusión-fisión. En efecto, la explosión de una pequeña
bomba atómica libera la energía capaz de fusionar los átomos de Deuterio y Tritio, en esta
reacción se liberan neutrones superveloces que rompen los núcleos de la capa de Uranio 238 que
recubre la bomba y completan el proceso con una reacción de fisión en cadena que realimenta
todo el ciclo.

Existe una variante técnica calificada, no sin cierto cinismo, como la bomba de Hidrógeno
limpia en la que la envoltura de Uranio 238 es sustituida por una capa de Bismuto que al ser un
elemento muy pesado, ni se fisiona, ni se fusiona. Evidentemente el nivel de radiactividad en este
tipo de bombas de fisión-fusión es menor que en la variante sucia, aunque todav ía estamos
refiriéndonos a un tipo de armas nucleares en las que los modelos menos potentes equivalen a
varias veces las bombas atómicas utilizadas contra Japón.

En las bombas de Hidrógeno, al no existir masa crítica, se han alcanzado efectos


destructivos fantásticos. La explosión experimental más importante realizada con este tipo de
arma la llevaron a cabo los soviéticos el 30 de octubre de 1961 con una potencia de 58
Megatones, equivalente a casi 120 veces la potencia de la mayor bomba atómica y a unas 4.000
veces la potencia de la bomba de Hiroshima.

2. LAS EXPERIENCIAS DE HIROSHIMA y NAGASAKI

Hasta la actualidad todo lo que se conoce sobre los efectos destructivos que se derivarían
del uso de armas nucleares en un conflicto bélico toman como referencia el uso, por Estados
Unidos, de armas atómicas contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki en el contexto
de la Segunda Guerra Mundial.

Ciertamente, las fechas del 6 y 9 de agosto de 1945 han pasado a la historia como las
únicas fechas en las que el hombre utilizó la energía nuclear contra otros seres humanos con fines
destructivos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 4
Desde el punto de vista estrictamente militar la experiencia fue decisiva ya que ocasionó la
capitulación inmediata de Japón. Ello demostró que el arma atómica no sólo era un arma
estratégica, sino que era un arma decisiva en el sentido de que quien la poseyese podría
amenazar y, en su caso, utilizarla para derrotar de modo concluyente, al adversario en un conflicto
bélico. Desde este prisma resulta acertado sostener que las experiencias de Hiroshima y
Nagasaki conmovieron las bases teóricas y doctrinales de los estrategas de todo el mundo.

Desde la perspectiva política el resultado fue mucho más incierto al propiciar una
aceleración en las investigaciones soviéticas y británicas con objeto de dotarse de esta arma tan
mortífera, fenómeno que muy pronto se haría extensivo a otras potencias como la República
Popular China, Francia, India, Israel y tal vez, Pakistán. En una palabra, provocó la proliferación
nuclear y la carrera armamentista asociada a ella.

Desde la dimensión económica propició la desviación de una parte muy importante de


recursos humanos y financieros hacia la investigación nuclear con fines directamente militares
retrasando el desarrollo de la tecnología nuclear con fines directamente civiles (centrales
eléctricas nucleares, equipos para tratamiento sanitario, etc).

Pero sobre todo, Hiroshima y Nagasaki constituyeron, desde el punto de vista humanitario,
la prueba dramática e irrefutable del alcance mortífero y del salto cualitativo en la capacidad
destructiva que se había logrado con las nuevas armas nucleares. Des de entonces, como ha
señalado NOEL-BAKER, los cálculos especulativos sobre los efectos de un ataque y/o guerra
nuclear han tomado siempre como punto de referencia la experiencia de las ciudades japonesas.

Según los datos aportados por las propias autoridades japonesas, los efectos de la bomba
de Hirosima fueron los siguientes:
Población total (incluidas las tropas): 300 000
Muertos o desaparecidos: 100 000
Heridos: 100 000
Necesitados de examen médico regular 10 años después de la explosión: 98 000
Destrucción de edificios y otras propiedades inmuebles: 50 000

A estos datos habría que agregar los 70000 muertos ocasionados hasta la fecha por la
explosión de Nagasaki. Semejante destrucción se ocasionó en tan sólo unos pocos minutos, lo
que nos permite hacemos una idea clara de la diferencia cuantitativa y cualitativa que las armas
nucleares representan en relación con las armas convencionales.

En relación con la decisión del Presidente Truman de utilizar las armas atómicas en la
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 5
guerra contra Japón, se ha suscitado un interesante debate entre los politólogos e historiadores
con objeto de determinar hasta qué punto esta decisión evitó una prolongación de la guerra y, por
tanto, contribuyó a reducir sustancialmente las víctimas, militares y civiles de ambas partes
contendientes, en mayor medida que los muertos y heridos que produjo.

Este es un debate abierto que nunca podrá zanjarse definitivamente, puesto que los
hechos históricos no permiten aventurar cuánto podría haber durado el conflicto bélico y cuál
podría haber sido el número de víctimas que hubiese ocasionado.

Lo que ciertamente se puede afirmar, a la luz de los documentos históricos y de los


testimonios de dirigentes tan destacados como el propio CHURCHILL, es que entre las principales
razones que decidieron los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki se encontraban las
de evitar una lucha sangrienta y prolongada, junto con la posibilidad de eludir la intervención
militar soviética contra Japón, que de otro modo era imprescindible. Como ha escrito el propio
estadista británico:
«(...) Sea como fuere, nunca hubo la menor discusión de si debería usarse o no la bomba
atómica. Impedir una enorme carnicería, lograr el final de la guerra, traer la paz al mundo y curar
las heridas de los pueblos torturados, mediante la manifestación de un poder abrumador
expresado por unas cuantas explosiones, nos parec ía, después de todas nuestras fatigas y
peligros, un milagro.
El 4 de julio, antes de que se hubiera efectuado la prueba, se había dado en principio el
consentimiento británico para la utilización del arma. La decisión final estaba ahora en manos del
Presidente Truman, que era quien poseía el arma. Yo nunca dudé que la utilizarla, como nunca he
dudado desde entonces que hizo bien en utilizarla. El hecho histórico, y así debe ser juzgado en
los tiempos venideros, es que nunca se puso en duda si se usarla o no la bomba atómica para
obligar a Japón a rendirse. Un acuerdo unánime, automático y sin titubeo reinó en nuestra mesa
de conferencias, y yo ni siquiera oí la más leve sugerencia de que actuáramos de otra forma».

Todos los indicios apuntan la idea de que los japoneses no tenían la intención de aceptar
una rendición incondicional en julio de 1945, pero tampoco estaban dispuestos a realizar una
resistencia «encarnizada» y desesperada como estimaban los norteamericanos y británicos,
especialmente tras los bombardeos de Tokio, del 9 y 10 de marzo de 1945, que causaron 83.000
muertos y que habían demostrado la capacidad destructiva de la fuerza aérea aliada en el propio
corazón del imperio nipón. En este contexto y ante la inminente declaración de guerra de la Unión
Soviética, que finalmente se produjo el 8 de agosto de 1945, los japoneses intentaban alcanzar
una paz negociada con los aliados.

Podemos, pues, apreciar claramente que los bombardeos de Hiroshima y, sobre todo,
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 6
Nagasaki, se debieron a una compleja conjunción de decisiones políticas, militares y tecnológicas,
a las que no fueron ajenos el deseo aliado de una rendición incondicional de Japón y una
sobreestimación de la capacidad y voluntad de resistencia bélica de este país.

Fuesen cuales fuesen los motivos y la «oportunidad» política y militar de la decisión


adoptada por el Presidente TRUMAN, el hecho histórico irrefutable es que las explosiones
nucleares de Hiroshima y Nagasaki determinaron la capitulación japonesa, el 2 de septiembre de
1945, iniciando una nueva etapa histórica de la humanidad conocida como la Era atómica.

3. LOS EFECTOS DE LAS ARMAS NUCLEARES

A la luz de lo ocurrido en las ciudades japonesas y de las numerosas explosiones


nucleares que con carácter experimental se han realizado durante la segunda mitad del siglo XX,
los expertos y estrategas disponen de una idea aproximada de los efectos destructivos
provocados por las armas nucleares (bombas A y bombas H).

Básicamente estos efectos suelen dividirse en tres grandes categorías:


1. Efectos físico-mecánicos.
2. Efectos térmicos.
3. Efectos radiactivos.

Cada uno de estos efectos presenta características diferenciadas en relación al tipo de


destrucción que ocasionan, su alcance espacial, su duración, etc., pero todos ellos actúan
conjuntamente como resultado de un mismo tipo de arma, por lo que no pueden disociarse de su
uso más que en términos estrictamente teóricos. En otras palabras, toda estrategia político-militar
que contemple el uso de este tipo de armamento debe considerar sus resultados destructivos a
partir de una combinación indisociable de estas tres categorías de efectos. En caso contrario
dicha estrategia resulta irreal y, por consiguiente, peligrosa en el marco del proceso de toma de
decisiones por cualquier gobierno.

El principal efecto físico-mecánico de una bomba nuclear, como el de cualquier otro


explosivo, es su onda expansiva provocada por el exceso de presión causado en el epicentro
(punto central de la explosión), en relación con la presión medioambiental, lo que ocasiona una
esfera de aire comprimido que se extiende a la velocidad del sonido (330 m/seg.) arrasando
cuanto obstáculo encuentra en su camino, al tiempo que va reduciendo su exceso de presión.

Asociado a la onda expansiva se genera un efecto huracán con vientos cuya velocidad
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 7
puede alcanzar los 300 km/h, a más de 15 km de distancia. La combinación de ambos efectos es
capaz de destruir todos los edificios, por sólida que sea su construcción, en un área de 3 ó 4
millas cuadradas desde el epicentro de una bomba de 20 kilotones. Este impacto devastador
provoca un elevado número de víctimas que según el Informe del Gobierno indio supuso el 20 por
100 de las bajas, muertos o heridos, de Hiroshima.

Los efectos térmicos ocasionados por las armas nucleares son la resultante de las
ingentes cantidades de energía liberadas que se transforman en energía lumínica y caloríf ica. En
el momento de la explosión el destello lumínico que provoca es capaz de producir la ceguera
temporal o definitiva, en todas aquellas personas que se encuentren al aire libre a una distancia
entre uno y varios kilómetros.

Sin embargo, los daños causados por el efecto calorífico son, sin duda, los más
importantes. Hay que pensar que en el epicentro de una bomba atómica se alcanza una
temperatura de varios millones de grados centígrados que va disminuyendo a medida que nos
alejamos del epicentro y a medida que transcurre el tiempo. A pesar de todo provocará numerosos
incendios masivos en varios kilómetros cuadrados, y las personas quedarán literalmente
abrasadas en las zonas próximas o suf rirán quemaduras mortales a distancias que en el caso de
una bomba atómica de 150 kilotones alcanzarían los seis kilómetros.

Las evaluaciones realizadas en la explosión de Hiroshima estimaron que el 60 por 100 de


las muertes y el 75 por 100 de las bajas totales fueron producidas por las quemaduras
directamente resultantes de la explosión o indirectamente por los incendios provocados por ella.

En relación con los efectos radiactivos debemos diferenciar entre las radiaciones X y
gamma producidas como un efecto inmediato de la explosión nuclear y la radiación retardada, que
se dejará sentir durante un período de tiempo variable para cada uno de los residuos radiactivos
resultantes de la explosión nuclear y que variará también dependiendo de que el arma sea
atómica o de hidrógeno.

En general, los efectos de los rayos X no rebasan el perímetro de la esfera calorífica, por lo
que las víctimas de este tipo de radiación habrán sucumbido ya a las quemaduras antes de
experimentar los síntomas de radiación. Por lo que se refiere a los rayos gamma su alcance es
mayor, aunque también limitado. El nivel de radiación media mortal para el organismo humano es
de 450 rems. En el caso de una explosión nuclear, de 1 megatón, cuyas partículas radiactivas se
esparciesen uniformemente por un área totalmente plana de 1.600 kms, al cabo de 10 h. la dosis
de rayos gamma a un metro del suelo sería de 250 rems por hora.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 8
Mucho más graves son los resultados mortíferos de la radiactividad retardada, más
conocida como lluvia radiactiva, y que está formada por el depósito lento de las partículas
radiactivas de agua, polvo y cenizas que impulsados en el momento de la explosión a alturas de
unos 10 kms., el característico hongo gigante, producen una nube radiactiva que los vientos
arrastrarán a distancias variables antes de que las partículas en suspensión vuelvan a precipitarse
sobre la superficie terrestre o marítima. En el momento de su precipitación estas partículas
contaminarán de radiactividad cuantos objetos o seres vivos impregnen.

Naturalmente, las dosis de radiación dependerán de la cantidad de lluvia radiactiva


recibida y análogamente los trastornos ocasionados por esa radiación se dejarán sentir desde las
primeras horas posteriores a la explosión hasta varios meses, e incluso años, más tarde. Resulta
interesante señalar que puesto que la radiación es incolora, inodora e insípida, el mayor riesgo de
contaminación para amplios sectores de la población no expuestos a los efectos inmediatos y
directos de la explosión nuclear radica en el contacto e ingestión de alimentos radiactivos. En este
caso los isótopos se fijan en el organismo humano y provocan una acumulación de radiactividad
que puede llegar a ser letal pero cuyos síntomas no se dejarán sentir hasta mucho tiempo
después.

En cuanto a la lluvia radiactiva que se depositase a partir de las 10 h. siguientes a la


explosión, sus efectos radiactivos en una persona contaminada serían del 40 por 100 al cabo de 4
días y de un 25 por 100 transcurridos 40 días.

A diferencia de los efectos de la onda expansiva y de la esfera térmica, las consecuencias


de la radiación retardada ocasionan mayor sufrimiento al prolongar la agonía de la muerte con
fuertes dolores en las víctimas. A ello habría que añadir los efectos en las futuras generaciones
resultantes de alteraciones genéticas en aquellas personas que sin haber quedado expuestas a
radiaciones mortales han acumulado niveles de radiación superiores a lo normal. En estos casos
son frecuentes los abortos, malformaciones de los fetos e importantes taras físicas y psíquicas en
los recién nacidos. Por último se aprecia un incremento en el índice de enfermedades
cancerígenas entre la población que ha sobrevivido a una explosión nuclear.

Con idéntica potencia del arma nuclear el alcance destructivo de estos tres tipos de
efectos, derivados de la explosión nuclear, varían sustancialmente dependiendo de diversos
factores y circunstancias en el momento de la explosión; Principalmente debemos considerar
cuatro de ellos:
1° La altura de la explosión nuclear.
2° La orografía del terreno.
3° La climatología y vientos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 9
4° La densidad demográfica.

Respecto a la altura, los efectos radiactivos, especialmente de la lluvia radiactiva, varían


de modo inversamente proporcional. Así cuanto más alto sea el punto de explosión sobre la
superficie, menor será el efecto radiactivo. En cambio ocurre lo contrario con la onda expansiva y,
en menor medida, con la esfera calorífica. De este modo si se quiere aumentar los efectos
radiactivos las bombas deberán ser explotadas muy próximas a la superficie terrestre o marítima,
aunque en este caso una parte importante de las ondas de sobrepresión y calor serán absorbidas
y amortiguadas por el terreno. Si lo que se desea es reducir el efecto radiactivo incrementando la
devastación por el calor y la presión, el ingenio nuclear deberá ser explotado a varios centenares
de metros sobre la superficie del objetivo. Las explosiones de Hiroshima y Nagasaki acaecieron a
una altitud entre 500 y 600 metros.

También la orografía influye decisivamente en los efectos combinados de la explosión


nuclear. Cuanto más llana es la superficie, menor resistencia y amortiguación reciben las ondas
expansiva y térmica, así como la mediación, lo que ocurre en las explosiones marítimas o en
terrenos esteparios. Por el contrario una superficie muy accidentada con valles y cadenas
montañosas tenderá a concentrar los efectos de la explosión en determinadas áreas y dificultará
la difusión de los efectos destructivos de forma regular.

Las circunstancias climáticas unidas a los vientos y las corrientes marinas condicionan el
área afectada por los efectos radiactivos, especialmente de la radiación retardada. Por ejemplo,
en la explosión experimental del atolón de Bikini realizada en de marzo de 1954 en la que los
Estados Unidos utilizaron una bomba de fisión-fusión-fisión de 15 Megatones, los habitantes del
atolón de Rongelap a 160 kms. de distancia, recibieron graves radiaciones debido a que los
vientos empujaron la nube radiactiva en la dirección de sus islas.

Finalmente, una de las principales variables que determinan el número de víctimas y los
efectos destructivos del uso de armas nucleares radica en el grado de concentración demográfica
que existe en la zona de explosión y en las áreas circundantes. Existe una relación directa entre la
densidad de población de un área geográfica y el efecto destructivo medido en número de
víctimas humanas provocado por una explosión nuclear. Según esta apreciación las explosiones
más destructivas son las que se producen en o cerca de grandes conurbaciones mientras que las
explosiones en áreas desérticas o marítimas ocasionan un escaso número de víctimas.

La conjunción de todas estas circunstancias influyen decisivamente en los resulta dos


destructores de una explosión nuclear. En los bombardeos nucleares contra las ciudades
japonesas, los resultados demostraron que la explosión de Hiroshima a pesar de poseer menor
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 10
potencia, unos 15 kilotones, que la de Nagasaki, unos 20 kilotones, provocó más víctimas debido
principalmente a poseer un mayor número de habitantes y que el terreno era llano mientras que la
ciudad de Nagasaki era un puerto situado en un valle rodeado de colinas.

4. EL PROCESO DE PROLIFERACION DEL ARMAMENTO NUCLEAR

Aunque en 1945, los Estados Unidos era el único país del planeta que disponía del arma
atómica, semejante situación de monopolio nuclear estaba llamada a desaparecer en favor de una
proliferación nuclear por varios motivos. Ante todo debido a que los científicos soviéticos venían
ya trabajando en la física nuclear con anterioridad a la Segunda Guerra Mundial, lo que permitía
prever que en un plazo de tiempo, mayor o menor, lograrían desarrollar la tecnología que les
permitiese construir armas atómicas.

Además, la inexorable tendencia histórica en favor de la difusión de los conocimientos


científicos y tecnológicos entre las sociedades terminaría facilitando el acceso de las comunidades
investigadora de otros países a la tecnología nuclear con fines militares. Este efecto de difusión se
aceleraría en la medida en que las aplicaciones de la energía nuclear se desarrollasen también
con fines civiles y pacíficos ya que en estos casos la incorporación de las empresas
multinacionales a la investigación y la tecnología nucleares facilitaría su transferencia
internacional.

A fines del mes de julio o principios de agosto de 1949 los soviéticos realizan la primera
explosión experimental de una bomba atómica, hecho que sería confirmado por, una declaración
oficial del Presidente TRUMAN el 23 de septiembre de ese mismo año. De este modo la URSS se
había adelantado a las previsiones más pesimistas elaboradas por los expertos norteamericanos.
Este acontecimiento reforzó la convicción de la Administración Truman de la necesidad de
proseguir las investigaciones de la bomba de Hidrógeno con el fin de mantener la supremacía
alcanzada en el terreno nuclear.

Por estas fechas, los ingleses estaban desarrollando sus investigaciones atómicas, que
culminan con su primera explosión nuclear el 3 de octubre de 1952 cerca de las costas de
Australia. Casi un mes más tarde, el 1 de noviembre, los Estados Unidos hacen estallar su
primera bomba de hidrógeno en Eniwetok (Islas Marshall). Nueve meses más tarde, el 12 de
agosto de 1953, los soviéticos explotaban su primera bomba de fusión. Semejante experiencia la
llevarían a cabo los británicos en el área del Pacífico el 8 de noviembre de 1957.

El proceso de investigación y experimentación nuclear sufría una constante aceleración al


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 11
tiempo que se iniciaba una preocupante proliferación. Cuatro años habian separado las
experiencias atómicas de Estados Unidos y la Unión Soviética, pero este período se había
reducido a menos de un año para los ingenios nucleares de fusión. En sólo cinco años, el Reino
Unido había logrado demostrar su dominio de ambos tipos de armamento nuclear.

A finales de la década de los años cincuenta, se aprecian ya algunos fenómenos que se


convertirán en constantes del proceso de acumulación de arsenales nucleares. El primero de ellos
es la iniciativa que en la investigación, experimentación y producción de armas nucleares
ostentará Estados Unidos. Semejante supremacía técnico-militar constituirá un estímulo para el
desarrollo de los arsenales nucleares en otros país es, especialmente en la Unión Soviética que
demostrará su capacidad de equilibrar la ventaja nuclear inicial de los Estados Unidos en cada
etapa.

En segundo lugar, la dinámica de acción-reacción, referida a la acumulación y


perfeccionamiento de las armas nucleares provocará un distanciamiento creciente entre los
Estados Unidos y la Unión Soviética, de una parte, y el resto de países que acceden a la
tecnología nuclear con fines militares. Surgen de este modo dos potencias cuya capacidad de
destrucción nuclear supera cuantitativa y cualitativamente al resto de las potencias mundiales, es
decir, se configura la realidad de las superpotencias.

Por último, la incipiente carrera de armamentos nucleares demostrará, de modo cada vez
más claro, que la disponibilidad de esta categoría de armas no evitaba la acumulación de otro tipo
de arsenales (convencionales, químicos, etc.) ni su constante desarrollo tecnológico. En otras
palabras, con las nuevas armas los gastos militares se aumentaban vertiginosamente al no lograr
que sustituyesen de modo completo la función político-militar asignada a las armas
convencionales.

Durante la década de los años sesenta otros dos países: Francia y la República Popular
China, accederán a la categoría de potencias nucleares. En el caso francés la decisión de
desarrollar una fuerza nuclear propia está íntimamente asociada con la traumática experiencia de
la pérdida de sus colonias, especialmente tras la retirada de Indochina y la guerra de Argelia, que
había puesto en peligro la propia estabilidad política de la metrópoli. Con la instauración de la Vª
República, en 1958, el Presidente De Gaulle cambió sustancialmente las bases de la política
exterior francesa intentando restaurar la privilegiada posición que había ocupado con anterioridad.

En este marco es en el que se sitúan algunas de las principales decisiones que marcarán
la política defensiva de este país. Una de ellas fue la de disponer de una force de frappe nuclear
que concediese una mayor independencia y credibilidad a la acción exterior de Francia tanto
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 12
respecto de sus aliados, especialmente los Estados Unidos y Gran Bretaña, como frente a sus
potenciales enemigos, como era el caso de la Unión Soviética.

El 13 de febrero de 1960 los franceses realizaban su primera experiencia atómica en el


desierto sahariano. Todavía tardarían varios años en experimentar con una bomba de fusión,
hecho que se produjo el 24 de agosto de 1968 al hacer estallar una bomba de hidrógeno en el
atolón de Muroroa, en el océano Pacífico.

En el interregno, la República Popular China había desarrollado su propia capacidad


nuclear para hacer frente a la doble amenaza percibida por Pekín, la de los norteamericanos y,
sobre todo, la de los soviéticos con los que el conflicto político-ideológico de comienzos de esa
misma década había convertido en potenciales agresores a lo largo de la extensa frontera entre
ambos países. Estas circunstancias explican suficientemente la rapidez con que los chinos
desarrollaron sus arsenales de armas de fisión y fusión. El 16 de octubre de 1964 experimentaban
su primera bomba atómica y sólo tres años más tarde, el 17 de junio de 1967, asombraban al
mundo al hacer estallar una bomba de hidrógeno, de una potencia aproximada de 3 Megatones,
en la provincia de Sinkiang.

La creciente tendencia a la proliferación nuclear con fines militares trató de ser limitada en
1968 con la conclusión del, Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares. Sin embargo ello no
impediría que ciertos países que mantenían muy avanzadas sus investigaciones se negasen a
firmarlo. Entre ellos merece citarse la India, que el 18 de mayo de 1974 experimentó con una
bomba atómica en la región de Rajastán, demostrando su capacidad nuclear a sus principales
rivales, la República Popular China y Pakistán.

Más problemática ha sido la investigación de la capacidad nuclear de países como Israel,


cuyas instalaciones del desierto de Dimona son utilizadas, desde comienzos de la década de los
setenta para la construcción de ingenios militares atómicos, según consta por las declaraciones
directas del personal que ha trabajado en este complejo. Las informaciones actuales no permiten
confirmar definitivamente las capacidades nucleares de carácter militar disponibles por países
como Pakistán y Sudáfrica.

Visto en su conjunto, el problema de la proliferación de los arsenales nucleares se ha


mantenido muy lejos de las posibilidades que la difusión de la tecnología nuclear con fines civiles
permitía temer hace un par de décadas. Efectivamente, en la medida en que el Plutonio 239 es un
residuo radiactivo que se desprende en los procesos de fisión de los reactores de las centrales
nucleares se temía que el acceso de diversos países a esta tecnología, les permitiría acumular
suficiente material radiactivo para construir sus propias armas atómicas. Se estima que en 1975
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 13
existían ya instalados 168 reactores de centrales nucleares .y que en 1980 un total de 29 países
habrían accedido, total o parcialmente, a la, tecnología nuclear civil. Entre estos países podemos
mencionar: Argentina, Bélgica, Bulgaria, Canadá, España, Italia, Japón, Países Bajos, R. D.
Alemana, R. F. de Alemania, Suecia, Suiza y Checoslovaquia, etc.

No ha sido totalmente así y en ese sentido la afirmación de BRODlE de que «ha habido
una ausencia de proliferación algo sorprendente de armas nucleares entre otras potencias» podría
aceptarse con ciertas reservas. No se debe olvidar que el 7 de junio de 1981 la aviación israelí
bombardeó la central nuclear en construcción de Tamuz, cerca de Bagdad y justificó su acción en
la amenaza que supondría para el Estado de Israel que el régimen iraquí de SADAM HUSEIN
llegase a desarrollar su propia capacidad atómica.

5. CARACTERISTICAS TECNICO-MILITARES DEL ARSENAL NUCLEAR

Al iniciarse el periodo de la postguerra mundial, el monopolio nuclear norteamericano


descansaba en la Fuerza Aérea (US Strategic Air Command), ya que era la única capaz de
transportar en sus aviones B-17 y B-29, las pesadas bombas atómicas de 4500 kgs de peso y de
un diámetro de 1,50 m. hasta los posibles objetivos, situados a largas distancias, como se había
demostrado en los bombardeos nucleares sobre las ciudades japonesas.

Muy pronto la utilización de nuevos materiales radiactivos más inestables permitió reducir
sustancialmente el volumen y peso de las bombas de fisión. Ello incrementaba la potencia
destructiva de los nuevos bombarderos norteamericanos B-36 y B-50, convirtiéndolos en una
auténtica fuerza estratégica nuclear frente a los soviéticos.

En 1954 los norteamericanos iniciaron sus investigaciones sobre misiles intercontinentales


del tipo Titan (ICBM-lntercontinental Ballistic Missile), ampliando sus proyectos al año siguiente al
incluir los proyectos de investigación y desarrollo de misiles balísticos de alcance intermedio
(IRBM-lntermediate Range Ballistic Missile) de los tipos Júpiter y Thor. En 1956 iniciaron las
investigaciones de los misiles del tipo Polaris capaces de ser lanzados desde submarinos (SBLM-
Submarine Launched Ballistic Missile) y en 1957 de los lCBM det tipo Minuteman.

Simultáneamente, los soviéticos estaban desarrollando investigaciones similares, si bien


su ventaja tecnológica en el campo aeroespacial demostrada por el lanzamiento, el 4 de octubre
de 1957, del primer satélite artificial situado en una órbita terrestre (Sputnik 1, de 83 kgs.)
contribuía a reducir la superioridad que durante los años anteriores habían demostrado los
Estados Unidos. En diciembre de 1957 los norteamericanos lograron realizar el primer vuelo
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 14
experimental de un lCBM denominado Atlas A.

En 1960 los Estados Unidos realizaron el despliegue de los primeros lCBM al tiempo que
entraba en servicio el primer submarino nuclear estratégico equipado con 16 SLBM del tipo
Polaris. Los soviéticos comenzarían el despliegue de sus lCBM en 1961.

El resultado de este intenso esfuerzo económico y tecnológico, desarrollado por ambas


superpotencias, significó que a comienzos de la década de los sesenta los principales tipos de
armas nucleares (fisión y fusión) junto con los diversos medios técnicos para su transporte hasta
los objetivos, se habían alcanzado plenamente.

Básicamente las armas nucleares pueden clasificarse según tres criterios técnico-militares:

1. Por su alcance
Se entiende por alcance la distancia máxima desde la cual un determinado tipo de
armamento es capaz de proyectar su capacidad destructiva sobre el enemigo. Desde esta
perspectiva el alcance de un arma establece un límite material a los objetivos sobre los que puede
ejercerse una amenaza destructiva creíble. No obstante la mayor parte de este arsenal se
configura como sistemas de armas nucleares integrados por la conjunción de una o varias cargas
nucleares junto con determinados medios de lanzamiento y/o transporte (lanzadores o
transportadores).

Según este criterio las armas nucleares suelen dividirse en los siguientes tipos:
a) Sistemas de armas nucleares tácticas o de corto alcance. Poseen un alcance máximo
de 1000 kms., una distancia que cuando es inferior a 500 kms. Permite establecer una
subcategoría, la de las armas de muy corto alcance.

Se les denomina equívocamente armas tácticas debido a que el corto radio de acción las
hace óptimas para su hipotético empleo en un conflicto bélico en los frentes de batalla
(vanguardia) pero en cambio les inhabilita para amenazar eficazmente las áreas logísticas y los
principales centros urbanos y económicos de la retaguardia. Se las considera como armas
nucleares antifuerzas, es decir, destinadas a destruir las fuerzas militares (convencionales o
nucleares) del enemigo.

b) Sistemas de armas nucleares de teatro o de alcance intermedio. Su radio de acción se


sitúa entre los 1.000 y los 5.500 kms. y por consiguiente son capaces de proyectar su amenaza
tanto sobre los frentes de batalla como sobre la retaguardia. En este sentido se estima que son
armas nucleares antifuerzas y anticiudades ya que permiten sustentar ambos tipos de estrategias
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 15
bélicas.

c) Sistemas de armas nucleares estratégicas o intercontinentales. Su alcance se sitúa por


encima de los 5.500 kms., distancia tomada como referente en el Acuerdo SALT 1 por estimarse
que es la distancia mínima que separa los territorios de Estados Unidos y la URSS si se excluye,
claro está, el territorio de Alaska.

A diferencia de las dos categorías anteriores, el alcance de este tipo de armas permite
proyectar la amenaza recíproca entre ambas superpotencias sin necesidad de un despliegue fuera
de sus respectivos territorios y soberanías. Naturalmente esta amenaza se puede proyectar sobre
cualquier otro país que se sitúe dentro de sus respectivos radios de acción.

2. Por los sistemas lanzadores y/o transportadores


Se consideran sistemas lanzadores y/o transportadores aquellos medios o instrumentos
técnicos a los que va asociado el material nuclear y gracias a los cuales es posible su traslado,
colocación y explosión sobre el objetivo elegido.

De acuerdo con las características de los sistemas lanzadores y/o transportadores


podemos clasificarlos en: bombas de gravedad, obuses y misiles. Estos últimos se diferencian
básicamente según su trayectoria. Si es similar a la de los obuses, es decir, con una trayectoria
elíptica en la que en el tramo inicial ascendente es propulsado por un motor mientras que en el
tramo final descendente es acelerado por la fuerza de la gravedad terrestre, son denominados
misiles balísticos (Ballistic Missile) si, por el contrario, su trayectoria se desarrolla desde el
momento del lanzamiento hasta el punto de destino impulsada por un motor capaz de neutralizar
la fuerza gravitatoria se conocen bajo el nombre de misiles de crucero (Cruisse Missile). Los
primeros misiles fueron las bombas volantes V-I y V-2 utilizadas por los alemanes durante la
Segunda Guerra Mundial para bombardear ciudades inglesas.

Las bombas de gravedad son lanzadas desde los aviones y fueron el sistema utilizado en
Hiroshima y Nagasaki, en la actualidad los bombarderos estratégicos del modelo B-52 pueden
alcanzar varios miles de kilómetros. Los obuses son lanzados por cañones situados en tierra o
sobre navíos de guerra y poseen un alcance de varios kilómetros por lo que suelen ser
considerados un ejemplo característico de armas nucleares tácticas.

Los misiles pueden también diferenciarse según sean lanzados desde bases terrestres,
marítimas o aéreas y según el carácter fijo o móvil de las mismas. De este modo podemos
configurar el siguiente esquema para los misiles:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 16
- ICBM. (Intercontinental Ballistic Missile) = Misil Balístico Intercontinental.
Ej. Minuteman II y III (EE.UU) Y SS-1I y SS-25 (URSS).

- GLCM. (Ground Launched Ballistic Missile) = Misil de crucero lanzado desde tierra.
Ej. Cruise (EE.UU) y SS-20 (URSS).

Lanzadores móviles
a)Terrestres.
- ICBM. Misil Balístico Intercontinental. Ej. MX (EE.UU.)
- GLCM (Ground Launched Cruise Missil) = Missil de Crucero lanzado desde tierra.
- SRBM (Short Range Ballistic Missile)= Misil Balístico de corto Alc ance.
Ej. Lance (EE.UU.) o SS-2l Y SS-23 (URSS).

b) Aéreos.
- ALCM (Air Launched Cruise Missile) = Misil de Crucero lanzado desde el Aire.
Ej. Pershing (EE.UU.).
- ASBM (Air-Surface Ballistic Misile) = Misil Balístico Aire-Superficie.

c) Marítimos.
- Superficie.
SLCM (Sea Launched Cruise Missile) = Misil de Crucero lanzado desde el Mar.
Ej. Tomahawk (EE. UU.) y SS-N-22 (URSS).

- Submarinos.
SLBM (Submarine Launched Ballistic Missile) =Misil Balístico lanzado desde submarinos.
Ej. Poseidón y Trident (EE.UU.) o SS-N-20 Y SS-N-23 (URSS).

3. Por las cabezas nucleares


Se denomina cabeza u ojiva nuclear a cada una de las bombas nucleares (de fisión o de
fusión) susceptibles de ser proyectadas por un misil.

El desarrollo de la tecnología nuclear, aeronáutica y aeroespacial, ha permitido generar


misiles cada vez más sofisticados no sólo por su alcance y la variedad de sistemas de
lanzamiento sino también por su capacidad destructiva nuclear. Ello se puede lograr aumentando
la potencia de la única ojiva nuclear situada en un misil o desarrollando misiles capaces de
transportar varias cabezas nucleares. De este modo han surgido sucesivas generaciones de
misiles nucleares.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 17
Inicialmente se desarrollaron los misiles con cabeza única. Muy pronto, a comienzos de la
década de los sesenta tanto Estados Unidos como la URSS disponían de los misiles MRV
(Multiple -but not indepently targetable- Reentry Vehicles), es decir, misiles con varias cabezas
nucleares con una misma trayectoria. Las diversas cabezas se separaban del ingenio lanzador a
escasa distancia del fin de la trayectoria, lo que aumentaba parcialmente el efecto destructivo al
lograr que las diversas cabezas se dispersasen en un área mayor que en los casos de una sola
cabeza nuclear. En 1964 los Estados Unidos había desplegado misiles Polaris A-3 dotados de 3
vehículos de reentrada con cabezas múltiples.

En 1970 las fuerzas norteamericanas desplegaron los Minuteman IlI, dotados cada uno
con 3 ojivas de 170 kilotones, y en 1973 los soviéticos desarrollaban su programa de misiles SS-
I7. Ambos modelos incorporaban un avance respecto de los misiles MRV. En efecto se trataba de
misiles MIRV (Multiple Independently Reentry Vehicles), misiles con varias cabezas cuyas
trayectorias de reentrada son independientes. De este modo las diversas ojivas nucleares se
separan del cuerpo central del misil en distintos momentos de la trayectoria de reentrada pudiendo
alcanzar varios objetivos muy distantes entre sí, aunque situados todos ellos en la trayectoria del
misil. Estos misiles nucleares permitían una cierta capacidad de manipulación por el centro de
control que decidía el momento de separación de cada una de las ojivas y de este modo se
lograba amenazar un mayor número de objetivos con el mismo misil, dificultando
extraordinariamente la eficacia de los sistemas defensivos antimisiles.

En la actualidad se han experimentado los misiles MARV (Manouevrable Reentry


Vehicles), misiles dotados con varias cabezas nucleares cuya trayectoria de reentrada puede ser
modificada desde el centro de control. El desarrollo y despliegue de estos misiles supondría un
salto cualitativo respecto a los misiles MIRV ya que con un mismo misil se podrían atacar objetivos
situados en distintas trayectorias de reentrada aumentando sustancialmente su capacidad
ofensiva al tiempo que incrementaría la incertidumbre respecto de los objetivos elegidos y
paralelamente imposibilitaría una defensa eficaz.

Los arsenales nucleares, sobre todo los de ambas superpotencias, no sólo han aumentado
en cantidad, potencia destructiva y alcance sino que simultáneamente las bombas, obuses y
misiles han logrado una mayor precisión para alcanzar los blancos asignados.

Técnicamente el grado de precisión de un proyectil se establece por el CEP (Circular Error


Probable) que es el radio de un círculo cuyo centro es el blanco establecido y cuya área sería
alcanzada por el 50 por 100 de los proyectiles lanzados. En la actualidad se estima que el CEP
aceptable para los misiles ICBM se sitúa entre 100 y 300 ms., cifras que varían entre 100 y 1.000
m. para los SLBM. En la reciente guerra del Golfo Pérsico se ha comprobado la eficacia de los
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 18
misiles de crucero de los modelos Scud (soviéticos) y Tomahawk (norteamericanos), ambos sin
carga nuclear, aunque es fácil imaginar el efecto devastador que hubiesen causado los misiles
caídos sobre Tel Aviv, Haifa, Riad o Bagdad si hubiesen transportado ojivas nucleares.

Finalmente la eficacia militar potencial de cualquiera de las modalidades de sistemas de


armas nucleares es una resultante de la combinación de todos los elementos que hemos referido
(potencia destructiva, alcance, sistema de lanzamiento, precisión, nivel de protección y defensa,
etc.). Cada uno de estos sistemas presenta sus ventajas e inconvenientes, de ahí que los
arsenales nucleares de las superpotencias incluyan todas las variantes.

Así los misiles con bases fijas de lanzamiento poseen mayor precisión, pero en cambio,
son de fácil detección y destrucción al conocerse los emplazamientos de los silos donde se
encuentran almacenados. Los sistemas de bases móviles de lanzamiento resultan más
difícilmente detectables pero su precisión es sensiblemente menor. Entre estos últimos, los
aviones presentan un grado mayor de vulnerabilidad mientras que los sistemas ubicados en
submarinos son los de más difícil localización y destrucción. Las bases móviles terrestres se
sitúan a medio camino entre ambas modalidades.

Una prueba de la diversa vulnerabilidad de los misiles, en función del carácter fijo o móvil
de sus bases de lanzamiento, se ha obtenido durante la guerra del golfo al comprobarse que la
fuerza aérea aliada, con sus sistemas de detección altamente sofisticados, (AWACS, satélites,
radares: etc.) no logró destruir totalmente los vehículos móviles de lanzamiento de los misiles
Scud, lo que parece que sí logró realizar con las rampas fijas de lanzamiento de estos misiles.

Toda esta compleja panoplia nuclear, desarrollada por las dos superpotencias, permite
concluir que desde el punto de vista técnico-militar no existe solución de continuidad entre las
armas nucleares de muy corto alcance y baja potencia (en tomo a 1 kilotón), y los misiles
intercontinentales con una potencia destructiva de varios megatones. Ello permite una escalada
nuclear progresiva con distintos niveles de destrucción, pero análogamente se convierte en una
traba para limitar la nuclearización de un conflicto bélico tan sólo a los niveles más bajos.

Con ello, los grandes interrogantes que se suscitan en tomo a la disponibilidad y posible
utilidad militar de los arsenales nucleares, en caso de conflicto bélico, no pueden dilucidarse por
una referencia exclusiva a las características tecnológicas de los numerosos sistemas
armamentistas descritos. Tales interrogantes sólo pueden abordarse desde planteamientos
políticos y es en ese ámbito donde debemos buscar las respuestas. BRODIE ha destacado muy
acertadamente este planteamiento cuando escribe:
« (...) Se nos ocurren otros interrogantes subsidiarios. Sin embargo, debemos advertir que
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 19
todos ellos son en parte, aunque en grados variables, interrogantes políticos, es decir, no pueden
contestarse adecuadamente sin referencia a lo que podríamos llamar en términos generales,
consideraciones y datos políticos. Pero la dimensión política de estos interrogantes ha sido de
ordinario olvidada por completo o tratada de forma superficial y arbitraria.
La dimensión política resulta quizá más difícil de advertir en cuestiones tales como las
relativas a la seguridad de nuestras fuerzas de represalia, que parecían estar gobernadas
totalmente por consideraciones tecnológicas. Por supuesto, las consideraciones tecnológicas
pertinentes son importantes, pero no de modo exclusivo. (...)».

6. LA DISUASION NUCLEAR: CONCEPTO y CLASIFICACION

Cuando se aborda el estudio de. la disuasión nuclear y las diversas doctrinas estratégicas
que durante casi medio siglo se han elaborado para dar credibilidad a los arsenales nucleares y a
su posible utilización frente al adversario, resulta imprescindible formular una reflexión preliminar:
toda doctrina nuclear posee un carácter estrictamente hipotético ya que no existen datos o
experiencias históricas que permitan contrastar, confirmando o refutando, la validez de los
supuestos y efectos que sustentan y articulan tales doctrinas.

En otras palabras, teniendo en cuenta que desde Hiroshima y Nagasaki nunca se han
utilizado las armas nucleares en un conflicto bélico, cualquier consideración que se realice sobre
las condiciones de uso de tales armas, la conducta seguida por los beligerantes y los efectos
políticos, militares, sociales, etc., derivados de la escalada nuclear no pueden basarse en los
hechos empíricos sino tan sólo en simples argumentos, más o menos razonables o especulativos,
cuya fiabilidad es puramente subjetiva y perfectamente discutible.

Si intentamos aproximamos a las consideraciones políticas, militares, económicas e


ideológicas que han presidido las decisiones de los gobernantes y estrategas de las potencias
nucleares, observaremos fácilmente que tales consideraciones son la resultante de las respuestas
que se han dado a up escaso número de interrogantes cruciales. Estas cuestiones podemos
resumidas en las siguientes:

1° ¿Cuál es la verdadera eficacia de las armas nucleares en relación con las guerras?
2° En el supuesto de que estalle una guerra convencional entre potencias nucleares, ¿se
puede evitar o, al menos, limitar la escalada hacia la nuclearización del conflicto bélico?
3° En el caso de que la escalada nuclear de la guerra sea imposible de evitar, ¿se puede
alcanzar una ventaja militar y política decisiva sobre el adversario utilizando el arma
nuclear?
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 20
4° ¿Existe algún nivel óptimo de arsenales nucleares?
5° ¿Es posible realizar un proceso de reducción de los arsenales nucleares que permita en
el futuro eliminarlos evitando los riesgos que entrañan?

Los aspectos esenciales de estas interrogantes fueron abordados, en unos términos que,
básicamente, se han mantenido inalterados hasta hoy por dos obras publicadas en 1946. En The
Absolute Weapon, BERNARD BRODIE sostenía la idea de que las armas nucleares
desempeñarían una función disuasoria ya que una guerra nuclear no podría ser ganada por
ninguno de los contendientes al carecerse de medios de defensa eficaces frente a esta nueva
categoría de armamentos. En tales condiciones los propios países nucleares se verían obligados
a desarrollar su rivalidad en el terreno de la disuasión nuclear mutua en lugar de dirimirla en los
campos de batalla.

La otra obra, publicada por WILLIAM BORDEN bajo el título There WiII Be No Time,
sostenía una concepción radicalmente distinta. Según este autor el arma atómica podía ser
utilizada en una guerra sin por ello ocasionar un cambio sustancial de su naturaleza, antes al
contrario, si se utilizaba el arma atómica contra las fuerzas adversarias permitía alcanzar una
ventaja estratégica decisiva. BORDEN sostenía también la posibilidad de desarrollar sistemas
defensivos eficaces contra el arma atómica. La conclusión general era que las guerras se podían
nuclearizar, bajo determinadas circunstancias, y que una adecuada combinación de ofensiva
atómica con una defensa contra los ataques nucleares del adversario podían dar una victoria
decisiva en la guerra.

Ambos planteamientos se hallaban directamente influidos por la experiencia japonesa,


pero mientras la concepción de BRODlE concedía especial atención a los riesgos futuros
derivados de la proliferación nuclear y las consecuencias de un uso bélico masivo del armamento
atómico, las consideraciones de BORDEN enfatizaban la superioridad que en el terreno atómico
ostentaban los Estados Unidos y las ventajas político-militares que de ella podían derivarse
mediante la amenaza o el uso de un arma que en la Segunda Guerra Mundial se había
demostrado decisiva. En definitiva, cada uno de estos autores formuló uno de los dos grandes
temas que han dominado los debates estratégicos sobre las armas nucleares: BRODlE plante6la
cuestión de la disuasión nuclear, su importancia, su lógica interna, su alcance y limitaciones,
mientras que BORDEN formuló el tema de la guerra nuclear limitada, sus condicionamientos y
ventajas estratégicas'16us exigencias armamentistas, sus efectos, etc.

Durante las más de cuatro décadas transcurridas, la respuesta a la primera interrogante


resulta inequívoca. La principal eficacia de las armas nucleares ha sido la de sustentar una política
disuasoria creíble que evitase un enfrentamiento bélico directo entre las dos superpotencias. En
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 21
ningún momento se ha recurrido al arma nuclear en intervenciones bélicas y, por consiguiente, no
se puede confirmar o refutar la utilidad militar de estas armas en una guerra nuclearizada de la
que se desconoce por completo cual seria su naturaleza, limitada o total, y su alcance, regional o
universal. Como indica HAMON:
«Hay pues, que separar, a partir de ahora, la función de disuasión de la función de empleo
físico. La ascensión revolucionaria de una de ellas y el carácter suicida de la otra imponen
actualmente dos estudios distintos...»

No obstante, esta dudosa utilidad militar de los arsenales nucleares, ha estado influyendo
decisivamente en las doctrinas estratégicas oc cidentales y soviéticas, afectando decisivamente la
credibilidad de la disuasión nuclear, contribuyendo a la proliferación internacional de las armas
nucleares y a la espiral de la carrera de armamentos (nucleares y convencionales) entre ambas
superpotencias.

Detengámonos a explicar en qué consiste la disuasión nuclear. Como ya hemos señalado


al referimos al Poder social, una de las formas que adquiere la vinculación psicológica entre quien
ostenta el poder y su destinatario es precisamente la persuasión coactiva o disuasión. La
disuasión consiste en una relación mediante la cual una de las partes (disuasor) intenta inducir a
la otra (disuadido) para que realice o evite realizar ciertas conductas, amenazándole con algún
grave perjuicio. Cuando la amenaza que se realiza consiste en la utilización de las armas
nucleares la denominaremos disuasión nuclear. HOLSTI ha resumido la disuasión en una fórmula
simple y suficientemente expresiva:

EFECTO DlSUASOR = CAPACIDAD ESTIMADA X INTENCION ESTIMADA.

Según la fórmula de HOLSTI el efecto disuasor es la resultante directa de la capacidad de


ejecución de la amenaza, que el disuadido estima en el disuasor, por la intención de ejecución de
la amenaza que se le puede atribuir al disuasor, en el caso en que el disuadido no actúe según la
conducta esperada. A esta fórmula cabria añadirle un tercer elemento constituido por el perjuicio o
daño estimado por el disuadido. De este modo proponemos una versión mejorada de la fórmula
de HOLSTI que seria la siguiente:

EFECTO DlSUASOR= CAPACIDAD ESTIMADA X INTENCION ESTIMADA X DAÑO


ESTIMADO

Observemos que si alguno de los tres elementos del producto adquiere un valor O, es
decir nulo, el efecto disuasor también es nulo. Ello puede deberse a que el disuadido estime que
el disuasor carece de la capacidad de ejecutar la amenaza. Por ejemplo, la Unión Soviética no
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 22
podía disuadir nuclearmente en 1948 porque su amenaza nuclear no habría sido capaz de
ejecutarse.

Puede ocurrir que teniendo la capacidad de ejecutar la amenaza, el disuadido considere


que la intención de ejecutarla por el disuasor no existe en el supuesto concreto que se está
contemplando. Este es el caso de las guerras de Vietnam o Afganistán en las que las respectivas
superpotencias estimaron que no existían razones suficientes para emplear sus arsenales
nucleares. Ello los convirtió en conflictos bélicos convencionales tanto para Vietnam del Norte
como para la guerrilla afgana. Este supuesto fue definido muy gráficamente por MAO-ZE-DONG
con la expresión: «El tigre de papel», refiriéndose a la posición de los EE.UU. en la guerra de
Vietnam.

Por último cabe suponer que incluso cuando la amenaza se ejecuta, si los daños o
perjuicios que el disuadido esperaba recibir son nulos, tampoco existirá un efecto disuasor. Esta
situación se produce cuando el disuadido ha logrado desarrollar eficaces sistemas defensivos y de
protección contra los medios de ejecución de la amenaza.

En el caso de la disuasión nuclear, tanto la capacidad de amenaza estimada como los


daños estimados son extraordinariamente elevados. En esas condiciones incluso cuando la
intención estimada sea muy baja (próxima a 0), bastará con que no sea nula para que el efecto
disuasor resultante sea también muy importante. Esa es la razón por la qué con los arsenales
nucleares disponibles y los devastadores efectos de tales arsenales no se puede descartar
totalmente el efecto disuasor de las superpotencias. En otras palabras el planteamiento de MAO,
no se puede sostener como una máxima política absoluta. En el mejor de los casos explicó las
autolimitaciones nucleares norteamericanas en Vietnam, pero esa experiencia histórica no es
automáticamente aplicable a otros conflictos bélicos en circunstancias distintas.

Para poder desempeñar una efectiva disuasión, HAMON estima que deben cumplir se tres
condiciones mínimas:
1. Disponer de la capacidad de inflingir un daño intolerable.
2. Hacer veros ímil el uso de esta capacidad.
3. Hacer que parezcan duraderas esta capacidad y esta verosimilitud.

La primera de estas condiciones explica, al menos parcialmente, la espiral de acumulación


y diversificación de los arsenales nucleares así como su proliferación por un número creciente de
países. La segunda condición nutre la formulación de doctrinas estratégicas nucleares y la
elaboración de planes de contingencia e impone el despliegue y demostración (maniobras,
explosiones experimentales, etc.), de las fuerzas nucleares disponibles. La última condición obliga
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 23
a la revisión de las estrategias nucleares y a la permanente modernización del armamento
nuclear.

La doctrina suele distinguir diversos tipos de disuasión nuclear, así HERMAN KHAN
distingue entre disuasión pasiva y disuasión activa. HAMON, por su parte distingue los diversos
tipos de disuasión en función de tres elementos:
1. Por las acciones que se quieren impedir.
- Disuasión de un ataque nuclear directo.
- Disuasión de una provocación nuclear grave.
- Disuasión de una provocación grave nuclear o convencional.
- Disuasión de una provocación convencional moderada.

2. Por los objetivos.


- Disuasión defensiva.
- Disuasión ofensiva.

3. Por la estabilidad de la relación.


- Disuasión estable.
- Disuasión precaria.

El general BEAUFRE ha establecido una clasificación muy útil y sencilla de la disuasión


atendiendo a los siguientes criterios: al tipo de acción de la que se quiere disuadir, a los
beneficiarios de la disuasión y a las modalidades de empleo de la fuerza que se intenten
neutralizar.

Según el primero de estos criterios, debemos diferenciar entre la disuasión defensiva que
trata de evitar una acción del adversario, que resulta perjudicial para el disuasor y la disuasión
ofensiva que trata de evitar que el disuadido se oponga a una acción que el disuasor desea llevar
a cabo. Un ejemplo característico de disuasión nuclear defensiva, fue la que ejercieron los
Estados Unidos durante la crisis de los misiles de Cuba en 1962. En cambio, la disuasión nuclear
ofensiva se ha utilizado muy eficazmente por ambas superportencias para cubrir sus respectivas
intervenciones militares en Vietnam y Afganistán.

Cuando el beneficiario de la disuasión resulta ser uno de los países que intervienen en la
relación disuasora, nos encontraremos ante una disuasión directa, en cambio cuando se realiza
en favor de un tercer país ajeno a la relación, la calificaremos de disuasión Indirecta. Ejemplo de
disuasión nuclear directa es la que se ha mantenido entre ambas superpotencias durante
décadas, y que ha estado destinada a evitar una posible agresión nuclear por una de estas
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 24
superpotencias contra el territorio de la otra. No obstante, la disuasión nuclear bilateral, ha
terminado teniendo efectos protectores sobre los países europeos aliados con cada una de ellas.

Por último, hablaremos de disuasión total, cuando afecta a todas las posibles modalidades
de fuerzas que pueden ser utilizadas por el adversario. Cuando únicamente afecta a ciertas
categorías de fuerzas (nucleares o convencionales), la denominaremos disuasión limitada. La
disuasión ejercida con armas nucleares estratégicas por las superpotencias pertenece a los casos
de disuasión total, mientras que la disuasión realizada por las fuerzas nucleares de Francia o
Israel se incluiría en la categoría de disuasión limitada.

En su origen, la disuasión nuclear surge como la resultante de varias circunstancias que


concurren tras la Segunda Guerra Mundial. Tal vez la primera, y con inusitada frecuencia olvidada
circunstancia fue el fracaso del proyecto para la creación de una Autoridad Internacional para el
Desarrollo Atómico (lADA), presentado el 14 de junio de 1946 ante la Comisión de las Naciones
Unidas, por el delegado norteamericano Bernard Baruch, conocido como el Plan Baruch, debido a
la oposición soviética que rechazaba cualquier intervención internacional que pudiese limitar o
controlar su programa atómico en su fase final.

Esta fracasada experiencia debe incardinarse en el progresivo deterioro de las relaciones


norteamericano-soviéticas, perceptible ya desde la Conferencia de Potsdam, que amenazaba
peligrosamente la estabilidad política en Grecia, Turquía, Austria, Italia y Francia. Ciertamente
entre 1947 y 1948 la Administración Truman consideró la política expansionista soviética como la
principal amenaza contra los intereses y la seguridad de los Estados Unidos. La respuesta se
articuló mediante la proclamación de la doctrina de contención, la puesta en práctica del Plan
Marshall y la creación de la OTAN.

En este contexto la presión del complejo militar-científico-industrial norteamericano para


que se prosiguiesen las investigaciones y pruebas destinadas a alcanzar la bomba de hidrógeno,
así como para adoptar oficialmente doctrinas estratégicas que reconociesen expresamente el
recurso a los arsenales nucleares en caso de conflicto bélico, se convirtió en una de las razones
que más directamente influyeron en la decisión soviética de desarrollar su propio arsenal nuclear.
Esta motivación ha sido reconocida por KENNAN:
«Pero debemos recordar que han sido los estadounidenses quienes, casi a cada paso del
camino, han tomado la delantera en el desarrollo de este tipo de armas. Nosotros fuimos quienes
primero las produjimos y las probamos, los primeros en elevar su destructividad a un nuevo nivel
con la bomba de hidrógeno, quienes introdujimos las ojivas múltiples, quienes hemos declinado
toda propuesta para renunciar al principio del primer uso, y sólo nosotros, Dios nos socorra,
quienes hemos usado el arma con furia en contra de otros, en contra de miles de inocentes no
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 25
combatientes.
(...)
¿Qué otra cosa sino nuestra propia voluntad, y no la supuesta maldad de nuestros
opositores, es lo que nos ha colocado en esta situación?
Me parece que la respuesta es clara. Primordialmente, es el impulso interno, el impulso
independiente de la carrera armamentista misma; las compulsiones que surgen y se apropian de
las potencias cuando entran en una competencia para construir los mayores armamentos de
cualquier tipo».

El proceso de emergencia de la disuasión nuclear aparece asociado, por tanto, a


fenómenos de conflictividad internacional, pero también a procesos de estímulo interior de ambas
superpotencias. Paradójicamente, la disuasión nuclear alimenta la carrera de armamentos
nucleares, y convencionales, precisamente porque a diferencia de la disuasión convencional, la
acumulación de armas nucleares no aumenta la efectividad militar y política de su uso en una
posible guerra si no que la reduce progresivamente.

En este sentido resulta particularmente interesante constatar el círculo vicioso de la


nuclearización militar y que se podría enunciar de este modo: un incremento en el arsenal nuclear
de una potencia, incrementa la posibilidad de un ataque devastador y decisivo contra su
adversario que se ve obligado a incrementar, paralelamente, su propio arsenal nuclear para
reducir la probabilidad del ataque con la consiguiente reducción de la credibilidad de la amenaza
nuclear inicial. Ello aumenta la percepción de inseguridad de la potencia instigadora de la
escalada nuclear que, de este modo, se ve impulsada a realizar una nueva acumulación y
perfeccionamiento de sus arsenales para restaurar la credibilidad y eficacia iniciales de su
amenaza disuasora.

Este proceso acumulativo de armas nucleares no logra restaurar la seguridad de cada


superpotencia más que de un modo temporal, y por esta razón puede seguir alimentando la
carrera de armamentos, y de hecho así ha sido, hasta que uno de los adversarios quede
económica y tecnológicamente derrotado. Tras cada incremento de armas nucleares, su
posibilidad de ser empleadas en una guerra se reduce sustancialmente salvo que se asuma
también la propia autoinmolación lo que, por cierto, deja desprovista de significación política y
militar la propia relación bélica.

Desde esta óptica, la disuasión nuclear presenta una diferencia sustantiva respecto de la
disuasión convencional. En esta última, la eficacia disuasoria del arsenal que se posee radica en
su creciente capacidad destructiva y en la elevada probabilidad de que se utilice si el adversario,
desconociendo o despreciando dicha posibilidad, realiza la agresión. Por el contrario, en la
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 26
disuasión nuclear, la eficacia depende tanto de la creciente capacidad destructiva como de la
elevada posibilidad de evitar su uso en caso de agresión con objeto de poder seguir amenazando
nuclearmente. En caso de utilización del arma nuclear la destrucción masiva propia, aunque no
necesariamente total, se convierte en una certeza de difícil legitimación política.

Ello encierra una auténtica paradoja, conocida como la paradoja nuclear, que impide la
aplicación automática de las leyes que regulan la disuasión convencional a la disuasión nuclear.
Como lo señaló muy acertadamente ARON hace ya tres décadas:
«¿Dónde reside la novedad de la disuasión en la era nuclear? La respuesta se nos viene a
la imaginación por sí sola: la novedad está en las consecuencias materiales de la ejecución de la
amenaza ».

SENGHAAS ha apuntado tres problemas que arrojan serias dudas sobre la pretendida
coherencia y objetividad del proceso de la disuasión nuclear. En palabras de este autor:
«1. La planificación de contingencias dentro de la política de disuasión, puede convertirse
en un perpetuum mobile: no se puede demostrar, ni positiva, ni negativamente; si el agresor
potencial se abstiene de atacar como resultado de la política de disuasión, o si bien desde el
comienzo no ha tenido jamás ninguna intención seria de atacar.
(...)
2. Desde el comienzo mismo de la política de disuasión, la amenaza del empleo de armas
de aniquilación masiva ha conllevado la autodisuasión. Pero si la disuasión se traduce en
autodisuasión, su credibilidad se ve minada.
(...)
3. La política de disuasión carece en sí misma de perspectivas políticas».

La disuasión nuclear y la carrera de armamentos, constituyen, por tanto, una parte decisiva
del modo en que se han desarrollado el antagonismo político e ideológico entre los Estados
Unidos y la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial. Como ya hemos visto, la forma, el
alcance y las consecuencias de la disuasión nuclear, se necesitan para una correcta comprensión
de las doctrinas estratégicas nucleares que han diseñado y dirigido la actuación de ambas
superpotencias.

Para llevar a cabo el estudio de tales doctrinas, los autores suelen establecer diversas
etapas atendiendo a la estrategia nuclear dominante en cada una de ellas así como a distintos
factores, principalmente los avances tecnológicos del armamento nuclear, que explican el tránsito
de unas doctrinas a otras.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 27
ANIBAL ROMERO señala tres: la etapa del monopolio nuclear norteamericano (1945-
1953), la etapa de la superioridad nuclear norteamericana (1953-1960) y la etapa del equilibrio
estratégico norteamericano-soviético (1960-1972). Por su parte, HAMON indica cuatro fases: la
fase del monopolio nuclear norteamericano (1945-1950), la fase de la superioridad
norteamericana (1950-1956), la fase de la reducción de la superioridad norteamericana (1956-
1960) y, por último, la fase del equilibrio soviético-norteamericano y de la proliferación nuclear a
Francia y China. Finalmente, KHAN diferencia también cuatro etapas que abarcan el período entre
1945 y 1965: la era primitiva de la fisión y del bombardero nuclear con la entrada de la URSS
como potencia atómica (1945 - 1950), la era primitiva de las armas termonucleares con la entrada
del Reino Unido en el club atómico (1951 - 1955), la era primitiva de los misiles y la edad media de
las armas termonucleares (1956-1960), la edad media de los misiles y la entrada de Francia y
China entre las potencias nucleares (1961-1965).

7. LAS DOCTRINAS ESTRATEGICAS NUCLEARES DE ESTADOS UNIDOS

Durante el período que medió entre 1945 y 1953, coincidiendo con el fin de la guerra de
Corea, la nueva Administración Eisenhower, y la experimentación soviética de la bomba de
hidrógeno, la posición del monopolio nuclear de los Estados Unidos eximió de la formulación de
una doctrina estratégica nuclear de forma oficial. Sí existía, en cambio, la doctrina de Truman que
contemplaba la posibilidad de una intervención militar norteamericana en defensa de sus aliados
frente al expansionismo soviético. Esta intervención, siguiendo con la experiencia de la Segunda
Guerra Mundial, consideraba seriamente la eventualidad de una guerra total en la que el recurso
al arsenal atómico constituiría la garantía última de la victoria de los Estados Unidos. Por tanto, lo
característico de esta etapa era que el arma atómica aparecía incorporada a la estrategia general
de una guerra convencional total.

La fuerza operativa encargada de mantener abierta esta posibilidad de nuclearización


estaba constituida por el SAC, Mando Aéreo Estratégico, que mediante una extensa red de bases
aéreas en tomo a la Unión Soviética, hacía posible la proyección de la fuerza atómica.

No obstante, semejante concepción estratégica operó realmente como una amenaza


disuasoria que evitó su utilización al tiempo que fortaleció la posición diplomática norteamericana
frente a los soviéticos. En efecto, aunque el propio Presidente TRUMAN, ante el peligro inminente
de una derrota en Corea, declaró el 30 de noviembre de 1950; «Está siendo activamente
estudiada una posible utilización del arma nuclear», finalmente nunca autorizó su uso en dicho
conflicto bélico.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 28
- La doctrina de la represalia masiva de John Foster Dulles .

La formulación de esta doctrina se llevó a cabo por el Secretario de Estado norteamericano


JOHN FOSTER DULLES, en un discurso, pronunciado el 14 de enero de 1954, en el que
declaraba que en caso de un ataque soviético contra los intereses vitales norteamericanos,
incluyendo a sus aliados europeos, los Estados Unidos intervendrían con todas las armas a su
alcance y no descartarían un bombardeo nuclear contra las principales ciudades y centros de los
países agresores.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 29

La doctrina de la represalia masiva descansaba en el uso de las dos categorías de armas


nucleares. Mientras las bombas atómicas eran contempladas como armas tácticas destinadas a
ser empleadas principalmente contra las fuerzas agresoras, las bombas de hidrógeno (armas
termonucleares) podrían ser utilizadas como armas estratégicas contra las ciudades y centros
industriales debido a sus extraordinarios efectos dev astadores. Las primeras, en tanto que armas
tácticas, servirían como factor equilibrador de la inferioridad de fuerzas convencionales
americanas y se emplearían con anterioridad a los bombardeos con armas termonucleares, cuyo
uso quedaría reservado al supuesto extremo de una derrota inminente.

Esta estrategia ofrecía la ventaja de evitar el mantenimiento de poderosas fuerzas


convencionales norteamericanas en Europa, aprovechando la superioridad de los Estados Unidos,
cuyos arsenales nucleares eran diez veces superiores a los soviéticos. Sin embargo, también
presentaba algunos inconvenientes, especialmente el de amenazar con una escalada nuclear total
ante una posible agresión soviética convencional, reforzando, de este modo, la percepción
soviética de la urgente e ineludible necesidad de dotarse de un amplio arsenal nuclear capaz de
equilibrar el poderío norteamericano.

Esta doctrina no podía por menos de suscitar un intenso debate sobre las posibilidades de
limitar la guerra, mediante el empleo táctico de armas atómicas, en unas circunstancias en las que
los soviéticos empezaban a disponer de sus propios arsenales atómicos. Autores como
KISSINGER, el Almirante BUZZARD o LlDDELL HART, debatieron durante el final de los años
cincuenta la solidez y credibilidad de la doctrina de la represalia masiva a la vista de la
superioridad convencional soviética y de su constante incremento de armas nucleares. La
conclusión que se fue poco a poco imponiendo era la de una necesaria disuasión creíble, basada
en una graduación de las respuestas a las posibles amenazas soviéticas.

- La doctrina de la respuesta flexible y graduada de Robert S. McNamara

En 1960, el general norteamericano MAXWELL TAYLOR, publica la obra The Uncertain


Trumpet, en la que critica abiertamente la doctrina de DULLES. Con el acceso de la nueva
administración Kennedy, en enero de 1961, se nombra a ROBERT S. MCNAMARA como
Secretario de Defensa, quien convierte al general TAYLOR en su consejero personal. La doctrina
de la respuesta flexible y graduada se convierte de este modo en la doctrina estratégica oficial de
los Estados Unidos.

Esta doctrina sostenía la necesidad de dar una respuesta adecuada a las diversas
amenazas soviéticas, allí donde se produjesen y con el nivel de fuerzas que se utilizasen. Esta
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 30
respuesta debería ser flexible en el sentido de que debería ofrecer a los dirigentes
norteamericanos diversas opciones, en cuanto al nivel de fuerzas a utilizar y los lugares de
respuesta, para poder optar por la que estimasen más adecuada. De este modo se intentaba
romper el automatismo implícito en la doctrina de la represalia masiva.

La doctrina debía contemplar también, para poder ser flexible, una escalada graduada en
las fuerzas y arsenales usados como respuesta a la agresión o amenaza soviética. Esta escalada
graduada debía permitir el incremento progresivo de la amenaza y capacidad destructiva desde
las fuerzas convencionales a las fuerzas nucleares estratégicas, pasando por las armas químicas
y las armas nucleares tácticas y de teatro.

A diferencia de la estrategia precedente en la que la fuerza ofensiva era nuclear, mientras


que las armas convencionales eran básicamente defensivas, la nueva estrategia se sustentaba en
un planteamiento opuesto. Los conflictos bélicos deberían mantenerse en el plano convencional y
protegerse con una escalada nuclear limitada. Semejante planteamiento, para compatibilizar la
eficacia disuasoria con unos costes económicos asumibles por los Estados Unidos, exigía un
reparto de cargas y tareas entre los diversos aliados de la OTAN. Las fuerzas nucleares
norteamericanas deberían diversificarse en su despliegue y medios de proyección (bombarderos
estratégicos, misiles de largo, medio y corto alcance, fuerzas navales de superficie y submarinas
con armamento nuclear,.etc.), mientras que los países europeos occidentales deberían mantener
importantes fuerzas convencionales y desplegar en sus territorios armas nucleares tácticas
(propias o norteamericanas).

El incremento cuantitativo y el constante aumento del alcance y precisión de los arsenales


nucleares soviéticos consigue, a finales de los años sesenta, la paridad nuclear o equilibrio
estratégico con los Estados Unidos a través de la Destrucción Mutua Asegurada (Mutual Assured
Destruction). A partir de ese momento, la credibilidad de la doctrina de la respuesta flexible y
graduada, comienza a verse minada. Nuevamente surge la necesidad de una revisión de la
doctrina, y nuevamente esta revisión va precedida de un intenso debate teórico.

La Destrucción Mutua Asegurada y la doctrina Schlesinger

La idea de que una vez alcanzada la paridad nuclear entre ambas superpotencias, la
probabilidad de que en un primer ataque nuclear (first strike) se lograra aniquilar todo el arsenal
nuclear del adversario era prácticamente nula, lo que permitiría a la potencia agredida responder
con un segundo ataque nuclear (second strike) que ocasionaría un nivel de pérdidas humanas y
materiales inaceptable para el agresor, provocó una auténtica convulsión entre los estrategas.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 31
Si la destrucción mutua de ambas superpotencias, fuese cual fuese el agresor, constituía
una certeza, debido a los arsenales nucleares acumulados, carecía de significado intentar disuadir
al adversario con unas armas cuyo uso resultaba tanto o más inaceptable para quien las utilizaba
que para su destinatario. En definitiva, había serias razones para sospechar que ante un ataque
convencional soviético, los Estados Unidos se resistirían a realizar una escalada hacia la
nuclearización de la guerra que podría terminar provocando una respuesta nuclear masiva por
parte de la URSS.

En este contexto, sostener que era posible nuclearizar un conflicto bélico manteniendo
limitada la escalada nuclear, sólo parecía aceptable bajo el supuesto de que la ofensiva nuclear
limitada debería orientarse prioritariamente contra las fuerzas, convencionales y nucleares
adversarias, para reducir al máximo su capacidad de respuesta, sobre todo su capacidad de
respuesta nuclear estratégica. Por contra, la estrategia defensiva de la potencia que sufría el
ataque nuclear debería concentrarse en un contraataque nuclear dirigido prioritariamente contra
las ciudades y los centros productivos del adversario con el fin de provocarle el mayor número de
pérdidas posibles que le disuadieran de la escalada nuclear. En resumen, la ofensiva nuclear
debería ser antifuerzas y la defensiva nuclear se concentraría contra las ciudades. En palabras de
uno de los principales estrategas franceses, el general ANDRE BEAUFRE:
« (...) Así se llegó a descubrir que la capacidad de réplica era la clave de la disuasión
nuclear, mientras que la aptitud para reducir la réplica era la clave de la iniciativa nuclear ».

Esta redefinición parcial o, más exactamente, esta precisión del contenido de la respuesta
flexible y graduada trataba de eludir la contradicción de amenazar con el arma nuclear en las
condiciones de la paridad nuclear y la MAD. Su formulación se realizó por el Secretario de
Defensa de la Administración Nixon, JAMES SCHLESINGER, en el Memorándum 242 sobre las
decisiones relativas a la seguridad nacional (NSDM-242), adoptado el 17 de enero de 1974 y
ratificado oficialmente por el Presidente CARTER mediante la Directiva Presidencial nº 59 del mes
de agosto de 1980 en la que se formulaba la doctrina Schlesinger bajo el nombre de Estrategia de
contrapeso (Countervailing Strategy).

Esta estrategia mantenía la posibilidad de prolongar una guerra nuclear limitada, sin una
escalada hacia la nuclearización total, mediante el recurso a sucesivos ataques nucleares tácticos,
contra las fuerzas y los centros de decisión, ya fuesen como respuestas a los ataques ofensivos o
como medidas destinadas a prevenir las iniciativas nucleares soviéticas estimadas inminentes. De
este modo, se intentaba reforzar la credibilidad de la estrategia nuclear norteamericana y restaurar
el juego de la disuasión.

La Iniciativa de Defensa Estratégica


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 32

Hasta los primeros años de la década de los ochenta, las sucesivas doctrinas nucleares
norteamericanas que sustentaban la relación disuasora habían seguido la vieja máxima militar
según la cual la mejor defensa era el ataque (o la amenaza de realizarlo), lo que imponía la
necesidad de una concepción estratégica de primer golpe o de ofensiva nuclear que descansaba
en un ataque prioritariamente antifuerzas y de modo subsidiario también anticiudades.

El carácter ofensivo de estas estrategias nucleares se podía alcanzar por dos caminos
diferentes o una combinación de ambos. El primero consistía en disponer de fuerzas nucleares
suficientes para poder destruir las fuerzas nucleares soviéticas en número tal que impidiese a la
URSS realizar una respuesta nuclear masiva. Pero también se podía alcanzar este resultado
estableciendo un eficaz sistema defensivo contra la capacidad de respuesta nuclear soviética, de
tal modo que la protección de las propias fuerzas, convencionales y nucleares, y ciudades
permitiese continuar la escalada nuclear o realizar un contraataque nuclear (un tercer golpe).

Este sistema defensivo debería constar de dos sistemas muy complejos y articulados entre
sí. En primer lugar un sistema de detección y control suficientemente rápido y eficiente para alertar
sobre los misiles intercontinentales o de crucero lanzados por los soviéticos. En segundo término
un sistema de protección, integrado por misiles antimisiles y cualquier otro tipo de ingenios
militares, capaz de destruir los misiles soviéticos antes de que alcanzasen sus objetivos militares
y/o civiles.

Esta opción de potenciar la credibilidad de las fuerzas nucleares norteamericanas,


reforzando con complejos sistemas de defensa su invulnerabilidad ante un eventual ataque
soviético, no se valoró adecuadamente durante las dos primeras décadas debido a la notable
superioridad nuclear de los Estados Unidos que hacía imposible que la totalidad de sus arsenales
nucleares fueran destruidos por los misiles intercontinentales soviéticos. Tan sólo cuando se
alcanza el equilibrio nuclear entre ambas potencias y se hace evidente la destrucción mutua
asegurada, comienzan los norteamericanos a considerar seriamente las posibilidades de
desarrollar un sistema defensivo antinuclear. La firma del Tratado sobre limitación de sistemas
antimisiles balísticos (SALT I), el 26 de mayo de 1972, en el que se limitaban a dos sistemas para
cada superpotencia... y que con posterioridad quedó reducido a uno, ocasionó la suspensión de
los programas de defensa antinuclear por ambas partes.

Con la llegada de la Administración Reagan, se retorna el interés por los aspectos


defensivos de la estrategia nuclear norteamericana. El 6 de enero de 1985 el Presidente firma la
directiva de seguridad nacional nº 119 por la que se aprueban las investigaciones para un amplio
programa de defensas estratégicas espaciales conocido bajo el nombre de Iniciativa de Defensa
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 33
Estratégica. Los cambios en la dirección soviética y los acuerdos alcanzados entre REAGAN y
GORBACHOV confinaron este ambicioso programa al terreno experimental sin que, por el
momento, se contemple su producción y despliegue.

En esencia, la Iniciativa de Defensa Estratégica contempla la adopción de un sistema de


alerta y control basado en una red de satélites, de sofisticados instrumentos de comunicaciones y
de centros de mando, gracias a los cuales sena posible detectar el lanzamiento de centenares de
misiles ICBM o SLBM, calcular sus trayectorias y posibles variaciones de las mismas, determinar
los medios más adecuados para su destrucción y, finalmente, coordinar y comunicar las órdenes y
datos necesarios para que fuesen destruidos. Esta destrucción correspondería ejecutarla a un
sistema de protección integrado por satélites y misiles antimisiles. ¡Y todo ello en tan sólo unos
pocos minutos.

Desde luego, el planteamiento de la IDE parecía coherente con la estrategia nuclear


americana de primer golpe antifuerzas, ya que reforzaba su efecto disuasorio al situar a los
soviéticos ante la posibilidad de que su respuesta nuclear, sensiblemente mermada tras el primer
ataque nuclear de Estados Unidos, quedase anulada por el sistema defensivo adoptado. Además,
al reducir las probabilidades de éxito de una represalia soviética anticiudades aumentaba la
posibilidad de la escalada nuclear graduada y flexible, sostenida por los norteamericanos, ya que
resultaba más plausible, pues los soviéticos difícilmente considerarían una respuesta nuclear total
ante la cual su posición de inferioridad, por carecer de un sistema defensivo similar, resultaría
demasiado evidente.

Muy pronto, se oyeron voces autorizadas, contrarias a la IDE. Los artículos y declaraciones
de especialistas tan prestigiosos como JAMES SCHLESINGER, MCGEORGE BUNDY, GEORGE
F. KENNAN, ROBERT S. MCNAMARA o HAROLD BROWN cuestionaban seriamente la viabilidad
técnica y la contribución dé la IDE a una mayor estabilidad de la disuasión nuclear. En lo esencial
las objeciones fueron de dos tipos. De una parte las objeciones técnicas argumentaban que se
necesitarían varias décadas y extraordinarias inversiones en I+D hasta lograr resolver
satisfactoriamente los innumerables problemas tecnológicos que la IDE planteaba. En cuanto a las
objeciones estratégicas se concentraban en dos ideas fundamentales: la dificultad para resolver el
dilema entre la defensa de las fuerzas nucleares o la defensa de las ciudades y la provocación
implícita en el desarrollo de la IDE que podría inducir a los soviéticos a realizar una acción
ofensiva antes de que la IDE fuese operativa, precisamente para impedir su desarrollo.

8. LAS DOCTRINAS ESTRATEGICAS NUCLEARES SOVIETICAS


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 34
Para intentar comprender la naturaleza y el alcance de las principales orientaciones
estratégicas nucleares desarrolladas por la Unión Soviética resulta necesario apuntar algunas
consideraciones previas. En primer término conviene considerar que la orientación de la política
exterior soviética, durante los cincuenta últimos años, ha dado pruebas inequívocas de su
voluntad de no intentar realizar una invasión, total o parcial, de los países de Europa Occidental y
mucho menos una agresión militar directa contra territorio o intereses norteamericanos.

Al contrario, numerosos datos avalan la tesis de que durante los mandatos de STALIN,
JRUSCHEV y BREVNEV, para no mencionar a GORBACHOV, los soviéticos cumplieron sus
compromisos de respetar la división europea surgida tras la Segunda Guerra Mundial. Desde
luego los efectos devastadores sufridos por la URSS durante las dos guerras mundiales han
constituido, y siguen constituyendo, un factor decisivo para comprender los límites y la moderación
de la política exterior soviética en Europa.

Ciertamente aprovecharon todas las ocasiones que se les brindaron para vincular el mayor
número de países, en Europa y fuera de ella, a su esfera de influencia. Los casos de
Checoslovaquia, R. D. Alemana o Cuba son otros tantos ejemplos que confirman esta
aseveración. Sin embargo, en esta tendencia expansionista los soviéticos no actuaron de modo
diferente a los norteamericanos, los británicos o los franceses y, desde luego, nunca estuvieron
dispuestos a arriesgar el equilibrio mundial con la agresión de un país adscrito netamente a la
esfera occidental. Esta tesis ha sido sostenida en numerosos escritos por un experto en los temas
soviéticos de la talla de KENNAN. En uno de sus artículos escribe:
«El esfuerzo de ayudar al acceso al poder a facciones en países distantes, cuyas metas
parecen razonablemente compatibles con la propia, no es, como ya he hecho notar, ajeno a la
práctica normal de las grandes potencias, incluyendo a los Estados Unidos. Por qué causa tal
sorpresa o alarma si proviene de la Unión Soviética, es algo que no entiendo.
(...)
En términos generales, entonces, los temores a la búsqueda rusa de un "dominio del
mundo" que se han usado para justificar llamados a una actitud totalmente negativa, hostil y
militarista hacia la Unión Soviética, tiene poco sustento y no responden al perfil del problema real
que representa la existencia del poder comunista en Rusia para los dirigentes de los Estados
Unidos".

En segundo término, los métodos principales en los que se basa la acción exterior
soviética difieren notablemente de los utilizados por los norteamericanos. En efecto, la infiltración
ideológica, la manipulación de los partidos comunistas, el apoyo a las insurrecciones internas,
etc., demuestran, como lo ha puesto de relieve el general BEAUFRE, una estrategia de acción
indirecta que sólo tiene posibilidades de éxito si se encuentra respaldada por una estrategia militar
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 35
de carácter defensivo, destinada a garantizar el territorio de la URSS y a impedir la libertad de
acción de sus aliados. En otras palabras, las fuerzas militares soviéticas están destinadas
prioritariamente a misiones defensivas de la URSS y funciones de policía en sus países satélites.

Por último, la superioridad nuclear norteamericana de las primeras décadas impuso a los
soviéticos una estrategia nuclear de disuasión defensiva o contradisuasión, centrada en las
amenazas de represalia anticiudades. Ello se debe a que tanto la ideología como la experiencia
histórica de la URSS habían alimentado los temores y prevenciones ante la naturaleza agresiva
de las potencias capitalistas occidentales que hacía inevitable la guerra entre las potencias de
ambos sistemas. Desde la óptica soviética, la nueva situación creada por el arma atómica
norteamericana y su insistencia en la proclamación del recurso a dicha arma en el caso de un
conflicto bélico, constituía una prueba definitiva de la veracidad de sus doctrinas políticas y del
acierto de sus estrategias defensivas .

Frente a los cambios en las doctrinas nucleares introducidos por las diversas
administraciones norteamericanas, lo primero que se percibe al estudiar las doctrinas nucleares
soviéticas es la constancia de sus principios estratégicos y la resistencia a verse influidos por los
cambios políticos y militares internacionales. Básicamente podemos señalar tres fases o etapas
en la evolución del pensamiento nuclear soviético:
1° La etapa de Ia defensa convencional estratégica.
2° La etapa de la disuasión nuclear defensiva.
3° La etapa de la defensa nuclear suficiente.

1. La etapa de Ia defensa convencional estratégica.


Durante el período que media entre 1945 y la segunda mitad de los años cincuenta,
especialmente a partir del XX Congreso del PCUS en 1956, la situación militar soviética carecía
de la capacidad nuclear estratégica, bien porque hasta 1949 no dispuso del arma atómica o bien
porque disponiendo de ella carecía de los bombarderos estratégicos de largo radio de acción
(Thpolev 95 A) capaces de alcanzar el territorio norteamericano.

La concepción política oficial sobre la guerra seguía sustentando su inevitabilidad entre los
países capitalistas y socialistas, además la experiencia histórica soviética, desde la guerra civil
hasta ese momento, demostraba que la contienda se desarrollaría en el continente europeo y que
sería una guerra predominantemente terrestre y aérea. A partir de estos supuestos políticos y
militares, los estrategas soviéticos desarrollaron la doctrina militar basada en tres principios:
a) Una superioridad convencional disuasora.
b) Una estrategia militar de defensa avanzada.
c) La creación de un arsenal nuclear y su utilización táctica.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 36

Teniendo en cuenta las limitaciones nucleares soviéticas señaladas, los dirigentes del
Kremlim consideraban que la función disuasora frente a las potencias occidentales debería
sustentarse en el mantenimiento y la demostración de su voluntad de utilizar, llegado el caso,
unas fuerzas convencionales notablemente superiores a las disponibles por los Estados Unidos y
sus aliados europeos (Francia y Gran Bretaña). Estos últimos, por otra parte, se encontraban con
unas economías maltrechas que difícilmente podían enfrentar elevados presupuestos de defensa.

ULAM ha estimado que en 1948, y tras la desmovilización posterior a la Segunda Guerra


Mundial, las tropas soviéticas ascendían a 2.874.000 hombres, lo que suponía, aproximadamente,
una cuarta parte del total de fuerzas movilizadas durante la contienda mundial. Estas cifras
coinciden con las señaladas por DEUTSCHER, quien agrega que a comienzos de la década de
los años cincuenta, la cifra había ascendido a 5.500.000 hombres. Estos datos corroboran la idea
de que los soviéticos, durante los primeros años de su acceso a las armas nucleares, seguían
confiando prioritariamente en la capacidad de intimidación de su poderoso arsenal convencional.

No obstante, la eficacia del potencial militar soviético dependía, en gran medida, de la


adopción de una estrategia adecuada que le permitiese, en caso de guerra, reducir la ventaja
nuclear norteamericana, facilitar la movilización bélica de los inmensos recursos humanos y
materiales existentes en la URSS protegiendo al máximo su capacidad industrial Y los centros de
decisión política. Esta estrategia debía ser, por tanto, de carácter defensivo, pero
simultáneamente debía situar la primera línea defensiva lo más alejada posible del corazón de la
Unión Soviética. Se trataba de una estrategia de defensa avanzada.

La estrategia de defensa avanzada consistía, básicamente, en el establecimiento de dos


líneas defensivas. La primera se situaba en el territorio de los países aliados de Moscú. Ello
requería el despliegue de tropas soviéticas a lo largo de una amplia red de bases situadas en
dichos países que, combinadas con las unidades militares nacionales, configuraban un auténtico
«telón de acero». La garantía de este primer cinturón defensivo exigía como condición política la
existencia de unos gobiernos cuya fidelidad a las directrices del Kremlin estuviese fuera de toda
sospecha. En el plano militar, los ejércitos de los países aliados debían hallarse bajo la
coordinación de los altos mandos militares soviéticos, lo que se conseguía mediante la presencia
de «instructores soviéticos» y la formación de los mandos militares nacionales en las doctrinas y
por los estrategas de Moscú. El ejército soviético establecido en los países del Centro y Este de
Europa desempeñaba así una doble misión: de defensa militar y de control político.

La segunda línea defensiva se situaba en el propio territorio de la Unión Soviética


siguiendo un doble sistema. Por un lado el despliegue de fuerzas convencionales en las zonas
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 37
fronterizas. En segundo término, concentrando unidades militares altamente operativas y muy
especializadas en las principales ciudades del país. Las primeras tenían por misión servir de
refuerzo a las unidades soviéticas situadas en los países aliados o, alternativamente, constituir
una segunda defensa militar en la frontera misma del país, dificultando, de este modo, el posible
avance de las fuerzas adversarias. Las segundas tenían como principal misión, defender los
principales centros políticos o económicos y proteger, llegado el caso, la retirada del personal y el
equipamiento industrial más allá de los Urales.

Esta concepción defensiva requería un elevado número de efectivos militares


convencionales, pero concedía dos importantes ventajas estratégicas. La principal era que al
alejar las primeras líneas defensivas de los principales objetivos, considerados estratégicos por
los norteamericanos, hacía muy difícil el éxito de un ataque aéreo nuclear decisivo. En efecto, los
bombarderos americanos debían atravesar sucesivos sistemas de alerta y defensa antiaérea
antes de llegar a las principales ciudades o centros industriales soviéticos, aumentando de este
modo el riesgo de derribo y el tiempo de evacuación o protección de los objetivos.

Además, la defensa avanzada concedía espacio y tiempo para recurrir al uso táctico de
armas atómicas contra el adversario y, simultáneamente, realizar una retirada general de las
fuerzas militares de retaguardia, la población civil, y los recursos económicos, con vistas a
preparar una posterior contraofensiva. En este punto el éxito alcanzado contra las tropas
alemanas, durante la Segunda Guerra Mundial, había influido decisivamente en la doctrina militar
soviética.

En el marco de la defensa avanzada, la disponibilidad de armamento atómico no cambió


los principios estratégicos. Los estrategas soviéticos consideraban muy importante el uso de las
armas nucleares, pero sólo a efectos de táctica ofensiva. Consideraban que las armas atómicas
podían ser eficaces para detener el avance enemigo, sobre todo en el territorio de los países
satélites, pero carecían de la capacidad de represalia nuclear masiva y dudaban seriamente de
que sólo con el recurso a las armas atómicas pudiesen lograr la derrota militar del agresor
occidental. En consecuencia los soviéticos concedían un valor estratégico exclusivo a las fuerzas
convencionales.

2. La etapa de la disuasión nuclear defensiva


En el transcurso de los primeros años del mandato de JRUSCHEV se produjeron
importantes cambios políticos y militares que influyeron de modo decisivo en los principios
estratégicos soviéticos. En el plano político, el proceso de reformas y desestalinización alcanzó
tanto a la política exterior como a la defensa.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 38
La proclamación de los principios de la coexistencia pacífica significaron el abandono de la
doctrina de la inevitabilidad de la guerra entre los países capitalistas y socialistas. Naturalmente
que la guerra pudiese evitarse no significaba que los soviéticos pudieran descartar tal
eventualidad, como lo pondría en evidencia el ingreso de la R. F. de Alemania en la OTAN y la
crisis de Suez de 1956, lo que necesariamente les obligaba a revisar la validez de los principios
estratégicos vigentes durante la fase anterior.

Esta revisión se hacía tanto más necesaria cuanto que los avances tecnológicos
alcanzados por la Unión Soviética en la industria aeronáutica y espacial, les concedían la
capacidad de proyectar, su fuerza nuclear sobre el propio territorio de los Estados Unidos gracias
al despliegue de los primeros bombarderos estratégicos de largo alcance y al desarrollo de los
primeros misiles balísticos intercontinentales que serían operativos a partir de 1961.

En esta fase, los principios básicos de la estrategia soviética fueron los siguientes:
a) Una fuerza nuclear disuasoria.
b) Una estrategia nuclear defensiva.
c) Una superioridad convencional táctica.
d) Una concepción política de la escalada nuclear.

El objetivo de disponer de una fuerza nuclear propia, tanto atómica como termonuclear,
constituía uno de los objetivos prioritarios de la política de defensa soviética. Los dirigentes y
militares soviéticos trataban de disponer del suficiente arsenal nuclear para poder enfrentar con
éxito la amenaza que para ellos constituía la doctrina de la represalia masiva. De este modo
intentaban inducir un cambio de posición en la estrategia norteamericana con el fin de reducir o
eliminar la posibilidad de una escalada desde la guerra convencional a la guerra nuclear.

En definitiva, la principal finalidad del arsenal nuclear soviético era disuadir a los Estados
Unidos, y en menor medida también a Gran Bretaña, Francia y la R. P. China, estos últimos desde
mediados de los sesenta, de la percepción de impunidad que podían tener sobre la nuclearización
de los conflictos bélicos. Esta finalidad disuasoria de los arsenales nucleares soviéticos era
coincidente con el objetivo político de evitar una guerra total con Estados Unidos y/o sus aliados
europeos propiciando unas relaciones mutuas basadas en los principios de la coexistencia
pacífica. Dicho objetivo se mantuvo como una de las más poderosas motivaciones del rearme
nuclear soviético, hasta alcanzar una paridad o equilibrio que garantizase la destrucción mutua
asegurada).

Pero para que el poderío nuclear soviético pudiese desempeñar su función disuasora,
debía sustentarse en una estrategia militar creíble que no permitiese la menor sombra de duda
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 39
sobre la firmeza de los dirigentes del Kremlin de recurrir a la fuerza nuclear soviética bajo ciertas
circunstancias. KENNAN ha señalado los tres supuestos en los que las fuerzas militares soviéticas
se comprometerían en un conflicto bélico internacional. Estos supuestos serían:
1. La invasión o agresión del territorio de la URSS o de sus más directos aliados.
2. El apoyo a una oposición interior (comunista) cuyo objetivo sería el derrocamiento del
Gobierno.
3. El apoyo a una oposición interior independista y/o anticolonialista.

De estos tres posibles «casus belli», KENNAN estima que únicamente en el primero de
ellos, el Ejército soviético asumiría la carga de la lucha armada generalizada y directa. La
conclusión resulta evidente y el propio KENNAN la formula abiertamente:
« (...) El concepto de una guerra civil o "guerra de liberación" dirigida exclusivamente o
fundamentalmente por las fuerzas armadas soviéticas, sobre la base de una iniciativa soviética,
ante la pasividad general de parte de quienes se supondría serían los beneficiarios de la acción,
estaría en conflicto con los postulados básicos de la doctrina comunista, que ve el cambio social y
político útil como proveniente primordial y necesariamente de la acción espontánea de las masas
oprimidas" del país en cuestión.
Más allá de esto, la ideología comunista no contempla otro uso, sobre la base de una
iniciativa soviética, de las fuerzas armadas soviéticas para acciones fuera del país. Así no deja
lugar. por consiguiente. para la iniciación sin provocación de hostilidades en contra de otra gran
potencia....

Si se acepta el planteamiento de KENNAN, y existen abrumadores datos que lo avalan,


resulta obvio que la estrategia nuclear soviética tenía que orientarse fundamentalmente a la
defensa del territorio de la URSS y de sus países satélites frente al riesgo de una agresión nuclear
occidental. Dicha estrategia nuclear defensiva se concentraba prioritariamente en una acción de
respuesta nuclear (segundo golpe) contra las principales ciudades y centros políticos o
económicos vitales de Estados Unidos y sus aliados europeos. Secundariamente, esta estrategia
defensiva consideraba también el ataque contra las fuerzas nucleares occidentales para evitar una
nueva represalia nuclear.

Esta estrategia nuclear defensiva tenía tres cualidades altamente valoradas por los
estrategas soviéticos. En primer lugar, constituía una estrategia disuasoria pero no singularmente
agresiva para los Estados Unidos. Al fundamentarse sobre el reconocimiento de la iniciativa
nuclear norteamericana, como condición previa y necesaria para el recurso a las armas nucleares
soviéticas, inducía a los estrategas del Pentágono a estimar que mientras no adoptasen la
decisión de la represalia nuclear masiva no deberían temer un ataque nuclear represivo por parte
soviética. Pero al mismo tiempo, también desempeñaba su papel disuasor por cuanto
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 40
contemplaba de modo inequívoco el uso del arma nuclear por Moscú.

En segundo término, la estrategia era creíble por cuanto se correspondía suficientemente


con la cantidad, la tipología y el despliegue del arsenal nuclear soviético. Por ejemplo, el peso
importante adquirido por los ICBM, de lanzadores fijos terrestres y con una ojiva nuclear de gran
potencia, sobre los SLBM y los bombarderos estratégicos se correspondería con el carácter
defensivo de la estrategia nuclear. Ello se debe a que los SLBM y los bombarderos estratégicos,
al ser objetivos móviles, resultarían más difíciles de localizar y destruir en un primer ataque que
los ICBM, situados en silos terrestres fijos.

Por último, esta estrategia nuclear resultaba menos costosa en términos económicos, ya
que no requería un número de armas nucleares estratégicas idéntico al de los Estados Unidos, si
no tan sólo el número de armas nucleares estratégicas suficiente para que no pudiesen ser
destruidas en su totalidad durante el primer ataque y subsistiese una cierta capacidad de
respuesta nuclear capaz de ocasionar pérdidas inaceptables para los occidentales.

El carácter defensivo de la estrategia nuclear debía ser compensado militarmente por una
indiscutible superioridad en armas convencionales. Dicha superioridad sólo tenía para los
soviéticos una finalidad táctica. Con ella se pretendían obtener, en éste caso de agresión
convencional, una rápida y aplastante ventaja militar antes de que los Estados Unidos se hubiesen
decidido por la escalada hacia la nuclearización total. Los soviéticos estimaban poder evitar, o al
menos demorar, el recurso a sus arsenales nucleares defensivos sin perder la capacidad de
inducir, en las potencias occidentales, una solución negociada del conflicto bélico en condiciones
ventajosas para Moscú.

De todos modos, los dirigentes soviéticos, especialmente JRUSCHEV, sostenían que en el


caso de que se desencadenase una contienda bélica nuclear entre ambas superpotencias, fuese
cual fuese el resultado militar, carecería de significado político al no existir objetivos ideológicos,
políticos o económicos, que justificasen los desastres de una contienda termonuclear.

Una de las conclusiones más importantes de esta concepción soviética de la guerra


nuclear, como una guerra total, es la de que toda decisión de escalar en la guerra hacia la
nuclearización, por limitada o graduada que fuese, implicaba una decisión política cualitativamente
distinta de la de utilizar la escalada únicamente en el uso de armas convencionales. Los soviéticos
nunca han llegado a compartir plenamente la visión occidental, singularmente la de los Estados
Unidos, de que la escalada desde el armamento convencional al nuclear de corto alcance podía
realizarse sin alterar sustancialmente el carácter limitado de la guerra.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 41
Para los dirigentes y estrategas soviéticos, una vez se había dado el paso hacia una
nuclearización mediante las armas nucleares tácticas, había que evaluar seriamente las
posibilidades de una respuesta nuclear, defensiva que disuadiese a los norteamericanos de
proseguir la escalada hacia las armas nucleares estratégicas. Desde esta óptica, tanto la decisión
norteamericana de nuclearizar una contienda bélica, así como la decisión soviética de dar una
respuesta nuclear constituían decisiones de naturaleza esencialmente política, que muy poco
tenían que ver con las características técnicas de las armas nucleares empleadas y mucho, en
cambio, con la voluntad de los dirigentes de Washington y Moscú de arriesgar las consecuencias
de una guerra nuclear total. En otras palabras, los soviéticos interpretaban la posibilidad de esta
decisión como un acto de irracionalidad política. o cuando menos de irresponsabilidad, en la
conducción de la guerra y de la que no podían confiar que quedase limitada al teatro de
operaciones.

Durante la época de BREZNEV, los principios doctrinales de la estrategia nuclear soviética


se mantuvieron sin cambios sustanciales. Como lo ha señalado ROMERO estos principios que
aparecen formulados en la obra del mariscal SOKOLOVSKIJ de 1962 subsisten en el manual
redactado por el mariscal GRECHKO en 1975. Sin embargo, Moscú aceleró su programa de
modernización y rearme nuclear estratégico. Entre 1965 y 1968 aumentó sus ICBM de 270 a 800,
lo que nos da una idea aproximada del esfuerzo realizado. Este rearme nuclear estuvo
directamente relacionado tanto con los cambios estratégicos nucleares norteamericanos cuanto
por la aparición de dos potenciales rivales nucleares, Francia y la R. P. China, país este último
cuya extensa frontera con la URSS y las rivalidades políticas e ideológicas hacían particularmente
temible para los soviéticos.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 42

De cualquier modo, el equilibrio estratégico nuclear alcanzado a fines de los años sesenta
era interpretado por lo soviéticos como una garantía frente al riesgo de una agresión occidental y,
sobre lodo, al peligro de una escalada hacia la nuclearización del conflicto bélico. Naturalmente
desde esta óptica el rearme nuclear, en tanto que desempeñando una función esencialmente
defensiva, era perfectamente compatible con un rearme convencional cuya principal función era la
de garantizar una ofensiva estratégica que mantuviese creíble la posibilidad de un triunfo militar
soviético y sin el recurso al armamento nuclear. Los dirigentes y estrategas soviéticos seguían
considerando que el salto en la nuclearización de un conflicto bélico era una decisión
esencialmente política y no técnico-militar como subyacía en las doctrinas norteamericanas.

Teniendo presenta esta concepción, defensiva nuclear y ofensiva convencional, junto con
el hecho de que en la ideología marxista-leninista los estados agresores eran por definición los
países capitalistas es posible comprender que los dirigentes del Kremlin, concediesen tanta
importancia política a su declaración unilateral de renuncia a ser los primeros en recurrir al arma
nuclear en caso de conflicto bélico. Paralelamente la negativa estadounidense a realizar una
declaración similar, que ciertamente hubiese anulado la débil credibilidad de la doctrina de la
respuesta limitada y flexible, confirmaba los temores soviéticos sobre el carácter ofensivo de los
arsenales nucleares de Estados Unidos y sus aliados europeos.

El rearme nuclear soviético del período Breznev ha sido interpretado por PAPP como una
prueba de la concepción soviética de utilizar la capacidad disuasora del arma nuclear respecto de
los arsenales nucleares y convencionales de Occidente. Semejante interpretación carece de
fundamento ya que de haber sido así los soviéticos hubiesen procedido a una significativa
reducción de sus fuerzas convencionales, cosa que no ocurrió.

Sin embargo y paralelamente a la consolidación y diversificación del arsenal nuclear


soviético, el desarrollo de las negociaciones SALT I y II permiten iniciar una vía de distensión
Este-Oeste, reforzada políticamente con la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea y la
firma del Acta de Helsinki en 1975.

Gracias a esta vía: los soviéticos comienzan a explorar la eficacia de una seguridad
basada en medidas militares pero complementada por medidas de confianza política mutua. Se
inicia una revalorización lenta pero progresiva de las ideas de una seguridad colectiva como
instrumento de solución de conflictos periféricos y de estabilización político-militar en Europa, de la
que la Ostpolitik alemana fue una prueba plenamente asumida por la URSS.

El alcance de esta orientación de la política de seguridad soviética iba más aIlá de la


Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 43
coexistencia pacífica formulada en tiempos de JRUSCHEV. Era el germen de una nueva
mentalidad soviética, cuyos efectos hemos podido apreciar una década y media más tarde, y que
no podemos ocultar tras los datos estadísticos del presupuesto de defensa o del aumento del
arsenal nuclear soviéticos de los últimos años de la década de los setenta.

3. La etapa de la defensa nuclear suficiente


Tras el período de reforzamiento del antagonismo nuclear desencadenado por el
despliegue de los misiles soviéticos SS-20 y SS-21, que ocasionó como respuesta la doble
decisión de la alianza atlántica, adoptada en 1979, por la que se procedió al despliegue de los
euromisiles y el endurecimiento de Washington con la puesta en marcha del proyecto de la IDE,
es lo cierto que la llegada de Gorbachov a la Secretaría General del PCUS en 1985 supuso la
consagración de la perestroika y con ella la aceptación oficial de un nuevo pensamiento
estratégico.

La formulación del nuevo pensamiento soviético en materia de seguridad se produjo con


motivo del discurso de Gorbachov durante el XXVII Congreso del PCUS (25 febrero-6 marzo
1986), en el que introdujo la necesidad de una reducción de los arsenales compatible con su
seguridad a unos niveles de «suficiencia razonable». Poco después este principio era incorporado
a la doctrina estratégica del Pacto de Varsovia en la Declaración de Berlín del 29 de mayo de
1987, en la que se afirmaba que las fuerzas militares de esta alianza debían estructurarse para
ser capaces de mantener una capacidad de «defensa suficiente».

Ambos términos traducen una misma concepción de la seguridad soviética y de los medios
adecuados para alcanzarla. Según esta concepción la seguridad debe asumirse en la era nuclear
como un problema mundial cuyas causas e implicaciones rebasan ampliamente el ámbito militar y
afectan sustancial mente a las esferas política, económica, medioambiental y cultural de las
relaciones entre los países. En virtud de esta visión global de la seguridad, la solución a la
problemática que suscita no puede proceder exclusivamente del éxito o fracaso de las doctrinas
de disuasión nuclear sino que debe extenderse al armamento convencional y comprender también
el conjunto de la polít ica exterior de todos los países y, evidentemente, de la propia Unión
Soviética.

Como ha escrito el propio GORBACHOV:


«El principio fundamental de la nueva perspectiva política es muy sencillo: la guerra
nuclear no puede ser un medio para conseguir objetivos políticos, económicos, ideológicos o de
cualquier otra clase. Esta conclusión es verdaderamente revolucionaria, ya que significa descartar
las nociones tradicionales de guerra y paz. Es la función política de la guerra la que la ha
justificado siempre, atribuyéndole una explicación "racional". La guerra nuclear carece de sentido:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 44
es irracional. No habría ni vencedores ni vencidos en un conflicto nuclear global, y la civilización
mundial perecería inevitablemente. Seda un suicidio, más que una guerra en el sentido
convencional de la palabra.
(...)
De la imposibilidad de una solución militar, o sea nuclear, para las diferencias
internacionales, deriva una nueva dialéctica de fuerza y seguridad. La seguridad ya no puede
quedar garantizada por medios militares, ni por el uso de armas o elementos disuasivos, ni por el
perfeccionamiento continuo de la "espada" y el "escudo". Todo intento encaminado a conseguir
una superioridad militar es absurdo.
(...)
La nueva perspectiva política exige el reconocimiento de un axioma muy simple: la
seguridad es indivisible. Se trata de una seguridad igual para todos, o de lo contrario ninguna
seguridad para nadie. El único fundamento sólido para la seguridad es el reconocimiento de los
intereses de todos los pueblos y países y de su igualdad en los asuntos internacionales. La
seguridad de cada nación debería acoplarse con la seguridad para todos los miembros de la
comunidad internacional ».

Toda esta larga cita podría ser interpretada como mera retórica de los dirigentes del
Kremlin si no hubiese sido avalada por la firma en diciembre de 1987 del Tratado INF
(Intermediate Nuclear Forces). Tratado para la reducción de armas nucleares de alcance
intermedio. El primer tratado de desarme nuclear de toda la Historia.

Situados en el marco específico de la estrategia nuclear, la nueva concepción de la


defensa nuclear suficiente se formula en función de los siguientes postulados:
1. La acumulación de armamento nuclear constituye un factor de riesgo e inestabilidad.
2. La seguridad es global e indivisible.
3. La disuasión nuclear resulta ineficaz.
4. Es necesaria una defensa nuclear mínima.
5. Es posible articular un sistema de seguridad compartida.
6. La nueva concepción soviética de la seguridad es compatible con una política exterior
progresista.

Repasemos brevemente cada uno de los principios que sustentan la concepción


estratégica soviética. El punto de partida de toda la revisión que sobre la política de seguridad y
defensa se viene realizando por los políticos y militares soviéticos durante el último quinquenio
radica en la convicción de que la acumulación de arsenales nucleares constituye un factor de
riesgo e inestabilidad.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 45
Esta convicción es coherente con la historia de la nuclearización soviética, en la medida en
que fue inducida por el monopolio ejercido por los Estados Unidos durante la década de los años
cuarenta. También significa asumir plenamente la concepción de la MAD (destrucción mutua
asegurada) sobre las consecuencias destructivas de una guerra nuclear total. Finalmente, este
principio enfrentaba el reto de una nueva carrera nuclear destinada a desarrollar sistemas
defensivos antibalísticos, como la IDE, cuyas consecuencias económicas, políticas y militares son
consideradas por el Kremlin como inciertas a largo plazo pero fuertemente desestabilizadoras a
corto y medio término.

El riesgo que entraña la carrera militar está en función de dos factores básicos. En primer
lugar de la creciente probabilidad de que un conflicto bélico convencional termine nuclearizándose
de forma total. En segundo lugar, debido a los peligros de accidentes que entraña el creciente
almacenamiento de armas nucleares y las consecuencias catastróficas que ello podría suponer
para la propia población civil y militar. EI accidente de la central nuclear de Chernobil, ocurrido el
26 de abril de 1986, constituyó un punto de referencia sobre las consecuencias que se derivaban
de los accidentes por incorrecta manipulación de la energía nuclear.

Pero la carrera de armamentos nucleares resultaba además fuertemente desestabilizadora


nacional e internacional mente. Era desestabilizadora a escala interna por cuanto había generado
una sustancial desviación de recursos humanos, técnicos y económicos a la investigación y
producción de nuevos sistemas armamentísticos en detrimento de la economía civil de consumo.
Como se ha reconocido por los propios dirigentes soviéticos (conservadores, reformistas o
radicales) el peso de la economía militar en el conjunto de la economía soviética ha sido
desproporcionado y una de las causas del atraso en la expansión de la industria de bienes de
consumo.

Pero la carrera de armas nucleares genera también una precariedad en las relaciones
entre ambas superpotencias y con los países del Tercer Mundo al anteponer una política de
rivalidad y confrontación que necesita ser alimentada a través de unas ideologías y de una
propaganda destinadas a presentar una imagen distorsionada de la potencia rival.

En un mundo en el que la interdependencia entre todos los países viene afectada, en gran
medida, por el riesgo de una guerra nuclear total ha inducido a los dirigentes soviéticos a
reconocer que la seguridad es global e indivisible. Sostienen que resulta inaceptable una
concepción de la seguridad nacional sustentada sobre la amenaza a la seguridad de otros países.
Cualquier política de seguridad entre las superpotencias exige tomar en consideración los
intereses y las demandas de seguridad del resto de los países del sistema internacional.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 46
Paralelamente, la política de seguridad afecta a múltiples sectores de la vida nacional e
internacional, no es únicamente una cuestión político-militar. Una adecuada política de seguridad
no puede establecer separaciones tajantes entre sus aspectos políticos, económicos,
tecnológicos, etc. Tampoco puede sustentarse en distinciones artificiales como las que se
establecen entre armas nucleares y convencionales, ofensivas o defensivas, etc.

Un tercer principio cuestiona seriamente la eficacia de las doctrinas de la disuasión nuclear


como fundamento para una política de seguridad estable. Como ya hemos mencionado con
anterioridad, la doctrina estratégica soviética nunca ha aceptado totalmente el concepto de
disuasión nuclear, tal y como se formula por los estrategas occidentales. Desde la perspectiva de
los estrategas soviéticos la disuasión, entendida como contención de la tendencia expansionista
occidental, sólo puede operar en el marco de las fuerzas convencionales y carece de sentido
extenderla al terreno de las fuerzas nucleares. Ello es la consecuencia ineluctable de la convicción
de que la amenaza del uso de las armas nucleares no impide la posibilidad de los conflictos
bélicos convencionales y, al mismo tiempo, su efectiva utilización no lograría dar ventaja real a
ninguno de los contendientes.

Sin embargo, el nuevo pensamiento político no desconoce la tradición del pensamiento


estratégico de la URSS, de signo eminentemente defensivo y asume la necesidad de una política
de defensa centrada en la disponibilidad de una capacidad militar, nuclear y convencional, capaz
de garantizar la integridad territorial y la independencia del Estado frente a toda agresión.
Semejante política defensiva debe cimentarse sobre el principio de la defensa suficiente y
razonable, para la que resulta imprescindible contar, al menos a corto y medio plazo, con una
fuerza nuclear mínima que permita sustentar el sistema defensivo general de la URSS.

Desde luego nadie en la Unión Soviética se ha atrevido a especificar cuantitativamente


esta fuerza nuclear mínima, entre otras razones porque ello depende de la posición que
sostengan las restantes potencias nucleares y, muy especialmente, los Estados Unidos. Pero de
las diversas propuestas soviéticas de desarme nuclear cabe deducir que la capacidad nuclear
mínima se situaría entre un 50 por 100 Y un 95 por 100 de las armas nucleares estratégicas, a
través de fases sucesivas .

Esta defensa nuclear mínima tendría como principal ventaja la eliminación del riesgo y la
inestabilidad que la carrera de armas nucleares conlleva, permitiendo la nuclearización del
conflicto en caso de agresión y limitando sus efectos destructivos.

No es el momento de realizar un análisis detallado de la viabilidad de este principio,


bastará con apuntar algunas ideas importantes para profundizar en el estudio de esta cuestión. En
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 47
primer lugar hay que percatarse que cuanto menor sea el número de armas nucleares mayor
eficacia e importancia adquieren los sistemas defensivos antibalísticos y, en último extremo,
mayor sería la ventaja que Estados Unidos alcanzaría con el desarrollo de la IDE.

Además, cuanto menor sea el número de armas nucleares más limitados serán sus efectos
destructivos y, por tanto, mayor puede ser la tentación de realizar la escalada hacia la
nuclearización de un conflicto bélico convencional.

Por último, la adopción de una defensa nuclear mínima tiene que ser compartida por todas
las potencias nucleares, lo que impide su ejecución unilateral por parte soviética convirtiéndolo, a
corto y medio plazo, en un principio estratégico inútil para cimentar la reestructuración de la
política de defensa soviética.

En línea con todos los principios anteriormente formulados, el quinto supuesto afirma la
necesidad de una nueva filosofía de la seguridad internacional centrada en el criterio de: la
seguridad compartida. Como han señalado algunos expertos, esta concepción abandona el viejo
supuesto, propio de la disuasión, según el cual la seguridad de una superpotencia suponía la
inseguridad de la otra. El principio de seguridad compartida presupone que la seguridad de una
superpotencia no sólo es compatible con la seguridad de la otra sino que, además, sólo puede ser
eficaz una política que aspire a lograr una seguridad aceptable, simultáneamente, para ambas
superpotencias. En otras palabras, se pasa de la teoría de juegos de suma nula a la de juegos de
suma positiva.

Esta seguridad compartida requiere, en opinión de los dirigentes de Moscú, la potenciación


de las siguientes medidas.
a) Un desarme negociado, general y progresivo que comprenda las fuerzas
convencionales y las armas nucleares, químicas y bacteriológicas.
b) La potenciación de medidas de confianza recíproca a través de organismos o foros
internacionales, bien de carácter universal (Naciones Unidas) o bien de alcance regional
(CSCE).
c) La búsqueda de soluciones pacíficas y negociadas a los conflictos bélicos y periféricos
(Centroamérica, Oriente Medio, Angola, Camboya, etc.).
d) La construcción de un sistema de cooperación política, militar y económica en el
continente europeo: la casa común europea.

Finalmente, la nueva orientación estratégica soviética se incardina como un instrumento


privilegiado en el marco de una política exterior que los políticos del Kremlin reclaman fiel a la
tradición progresista, heredada de la Revolución de 1917, Y según la cual la Unión Soviética sigue
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 48
desempeñando la función de una potencia defensora de los intereses de los pueblos oprimidos y
de los países del Tercer Mundo frente a las tendencias imperialistas occidentales.

Esta compatibilidad entre la política defensiva y la política exterior soviéticas, de una parte,
y la función progresista y liberadora de la URSS en el plano internacional, de otra, demuestra
hasta qué punto el «nuevo pensamiento político» de los dirigentes de Moscú sigue estando
condicionado y limitado por unos principios ideológicos, relativos a la misión redentora de la
humanidad que la URSS está llamada a realizar, que han permanecido inmutables desde 1917, a
pesar de los cambios en las doctrinas estratégicas, y cuya similitud con la ideología
norteamericana del destino manifiesto va más allá de las diferencias retóricas.

9. LAS ARMAS QUIMICAS y BIOLÓGlCAS

Según el informe elaborado por expertos de diversos países a petición de Naciones Unidas
y presentados en julio de 1969 por el secretario general bajo el título: Las armas químicas y
bacteriológicas (biológicas) y el efecto de su eventual empleo; se consideran como agentes de
guerra química aquellas sustancias químicas (gases, líquidos o sólidos) que podrían ser
empleados debido a sus efectos tóxicos sobre el hombre, los animales y las plantas.

En cambio los agentes de guerra bacteriológica son aquellos organismos vivos, cualquiera
que sea su naturaleza, o sustancias extraídas de tales organismos utilizados para causar la
enfermedad y la muerte de o
l s seres humanos, los animales y las plantas y cuyos efectos
dependen de su poder de multiplicarse en las personas, animales o plantas infectados.

Aunque el envenenamiento de los alimentos o las aguas han sido técnicas utilizadas en las
guerras desde la antigüedad, las armas químicas en su versión actualizada comenzaron a
investigarse durante el siglo XIX y conocieron su más importante y dramática utilización durante la
Primera Guerra Mundial.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 49

Los alemanes fueron los primeros en utilizar armas químicas durante la Primera Guerra
Mundial. El 22 de abril de 1915, lanzaron una nube de gas de cloro (Clorina) contra las tropas
francesas, británicas y canadienses situadas cerca de Ypres (Bélgica). Este suceso daría nombre
a uno de los primeros gases tóxicos utilizados: la Yperita o gas mostaza.

Muy pronto las tropas aliadas recurrieron al uso de gases tóxicos, como los gases de
arsénico, perfeccionaron instrumentos de lanzamiento de los gases tóxicos, como el lanzagases
Livens, y desarrollaron los primeros sistemas de protección personal contra las armas químicas,
las máscaras anti-gas. Los Estados Unidos, por su parte, desarrollaron un nuevo tipo de agentes
tóxico mucho más letal que los anteriores y con una mayor capacidad de difusión, aunque no
llegaron a utilizarlo durante la Primera Guerra Mundial.

El resultado de esta escalada hacia el armamento químico supuso un total de 1.300.000


víctimas directas de las que 100.000 fueron muertos. Sin embargo, no se puede decir que el uso
masivo de las armas químicas provocara cambios estratégicos decisivos para el resultado final de
la contienda bélica.

Aunque durante la Segunda Guerra Mundial no se utilizaron armas químicas de forma


masiva, todas las potencias beligerantes desarrollaron arsenales químicos propiciando el
desarrollo de nuevos productos capaces de ser utilizados como armas. Algunos de ellos fueron
utilizados por los alemanes para el asesinato masivo de los detenidos en los campos de
concentración (judíos, gitanos, comunistas, etc.) como el Zyklon B. Los japoneses utilizaron
también armas químicas (Yperita y Lewisita) en la ocupación de China. Subsiste la interrogante
sobre los motivos que inhibieron a las potencias del Eje y a las potencias aliadas a recurrir al uso
militar y directo de las armas químicas. Se pueden aportar numerosos argumentos, todos ellos
perfectamente lógicos y de peso, pero sigue existiendo una laguna en la investigación histórica de
tan importante cuestión.

En la actualidad se ha avanzado extraordinariamente en el grado de toxicidad alcanzado


por las armas químicas, especialmente por los gases nerviosos, así como en la configuración del
armamento destinado a permitir su transporte y diseminación.

Tanto por su composición como por los efectos que provocan los diversos agentes
químicos, nos permiten clasificarlo del siguiente modo:
I. Gases nerviosos o neurotóxicos
Provocan graves alteraciones del organismo humano al incidir en el sistema linfático,
respiratorio y, sobre todo, neuronal. La muerte se produce por asfixia. Los más importantes son:
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 50
Tabún o agente GA
Fue descubierto por los alemanes en 1936 a partir de la investigación de insecticidas.
Constituye la base para la obtención de otros muchos gases nerviosos, especialmente del Sarín.

Sarín o agente GB
Es casi tan volátil como el agua y se utiliza como gas para la contaminación del aire, su
dosis letal se calcula en 1 mg por persona y entre 100 y 3000 kg por km cuadrado.

Agente VX
Es mucho más denso y se utiliza mediante aspersión o rociado. Es mucho más mortífero
que el Sarín, ya que se puede ocasionar la muerte con dosis de 0,4 mg por persona o 300 kg por
km cuadrado.

La aparición de estos gases nerviosos permitió avanzar técnicamente respecto de los


anteriores agentes químicos más comunes: el ácido cianhídrico y el gas mostaza, aunque ello no
ha impedido que estos últimos sigan constituyendo una parte importante de los arsenales
químicos de muchos países y que hayan sido empleados en los conflictos bélicos. Por ejemplo
Irak fue acusada de haber utilizado gas mostaza en la guerra contra Irán.

Gases paralizantes
A diferencia de los gases nerviosos, estos agentes químicos no provocan la muerte. Su
finalidad inmediata es provocar alteraciones transitorias del sistema nervioso que impidan un
comportamiento coordinado durante varias horas o días.

El principal de ellos es el llamado Agente BZ, una droga sicotrópica anticolinérgica que
puede llegar a provocar graves trastornos psíquicos y conductas incontrolables, lo que le convierte
en extremadamente perjudicial.

Gases irritantes
Este tipo de agentes químicos provoca alteraciones e irritaciones en las vías respiratorias y
en las mucosas nasales y oculares, de ahí su denominación genérica de gases lacrimógenos.
Aunque estos productos químicos no son en principio mortales, sin embargo, la aspiración de los
mismos en altos niveles de concentración pueden llegar a provocar la muerte por asfixia. Los más
conocidos son los obtenidos a partir de los agentes CS y CR. Su uso no sólo está permitido sino
que es frecuente por las fuerzas de seguridad de los países para hacer frente a disturbios,
reducción de delincuentes, etc. Estados Unidos llegó a utilizarlos ampliamente en la guerra de
Vietnam.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 51
Productos Ecocidas
Una de las categorías de productos químicos utilizados ampliamente en los conflictos
bélicos son aquellos destinados a destruir la vegetación y contaminar las tierras de cultivo. Se
trata de poderosos herbicidas (fitotoxinas), como las utilizadas por Gran Bretaña en Malasia, con
un alto grado de resistencia o de productos defoliantes, como el Agente Naranja, utilizado
profusamente por las tropas norteamericanas en la guerra de Vietnam.

Desde el punto de vista de su utilización, los agentes químicos pueden proyectarse sobre
un área de múltiples formas:
- Mediante obuses lanzados por la artillería, fija o móvil.
- Mediante bombardeo o aspersión aérea.
- Mediante misiles.
- Mediante minas, granadas, etc.

Básicamente las armas químicas presentan cuatro características diferenciales respecto


de las armas convencionales:
1. Alcanzan un efecto mortífero en un área superior a la de los explosivos convencionales.
2. Dentro del área efectiva del agente químico toda persona que no está especialmente
protegida será afectada.
3. La duración del efecto letal es siempre mayor que con los explosivos convencionales.
4. Los sistemas de protección química, sobre todo colectivos, resultan mucho más
complejos y caros que los de protección convencional.

Una de las principales dificultades técnico-militares que presentaban este tipo de armas, se
debía a la dificultad y peligro en su almacenamiento, manipulación y transporte. El riesgo de
accidentes concedía a este tipo de armamento notables dificultades logísticas. En la actualidad el
desarrollo de los sistemas binarios de agentes químicos ha permitido superar estos riesgos y
dificultades, propiciando su proliferación y aumentado las probabilidades de su utilización.

Los sistemas binarlos de armas químicas consisten en la utilización de dos productos


químicos que tomados aisladamente resultan inocuos pero que comb inándose reaccionan
químicamente dando origen a un gas neurotóxico.
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 52

La protección contra los efectos de las armas químicas se realiza mediante la conjugación
de tres procedimientos:
a) Procedimientos de aislamiento.
b) Procedimientos de inmunización.
c) Procedimientos de descontaminazi6n.

Los procedimientos de aislamiento comprenden tanto los equipos individuales, compuestos


de tejidos poliméricos (plásticos) o de caucho y de las máscaras anti-gas, como colectivos
mediante la construcción o preparación de recintos herméticamente cerrados. La finalidad de
estos procedimientos es evitar el contacto físico con los agentes químicos.

La segunda categoría de procedimientos consiste en la inoculación de sustancias


químicas, principalmente la atropina, que reaccionan con los agentes neurotóxicos neutralizando
sus efectos letales. Su finalidad es evitar los daños físicos y/o psíquicos derivados de un contacto
o intoxicación con los productos químicos.

Por último, los procedimientos de descontaminación consisten en eliminar los residuos de


los agentes químicos de la superficie corporal de las personas, de los equipos de aislamiento o del
suelo, aguas y demás objetos del área contaminada por el empleo de las armas químicas.

No se conoce a ciencia cierta el número de armas químicas que están almacenadas en los
arsenales de las grandes potencias y, mucho menos, de los países del Tercer Mundo. No
obstante, debido al bajo coste de producción de estas armas y a la facilidad de su
almacenamiento, transporte y utilización, las armas químicas han experimentado una mayor
proliferación que las armas nucleares.

En la actualidad numerosos países de escaso nivel de riqueza han conseguido fabricar sus
propios arsenales químicos, lo que les confiere una gran capacidad destructiva en caso de guerra
y una capacidad disuasoria de la que carecen con los arsenales convencionales. Todo ello ha
inducido a numerosos periodistas a considerarlas, con una analogía poco afortunada, como la
bomba atómica de los pobres.

Desde la Segunda Guerra Mundial, las armas químicas han sido utilizadas frecuentemente
en los conflictos bélicos, bien contra las tropas o contra la población civil. A pesar de ello, es
dudoso que el empleo de este tipo de armamento pueda plantearse en términos estratégicos con
garantías de efectividad. Existen varias razones para ello. En primer lugar, la experiencia de la
Primera Guerra Mundial demostró que dada la facilidad actual para disponer de armas químicas,
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 53
una escalada en el conflicto bélico mediante el empleo unilateral de estas armas tendría muchas
probabilidades de propiciar una respuesta química por los demás beligerantes. En tal caso la
posible ventaja estratégica inicial podría perderse o, incluso, transformarse en desventaja
estratégica.

En segundo término, la protección individual contra los efectos de las armas químicas es
muy eficaz y relativamente barata. Ello ha hecho que la mayoría de los ejércitos puedan disponer
de sistemas de protección contra los agentes químicos. Por la misma razón resulta difícil
garantizar la protección de la población civil. La consecuencia es que el uso de armas químicas en
los conflictos bélicos suele dirigirse, preferente aunque no exclusivamente, contra la población civil
aumentando las víctimas de la contienda pero sin que ello se traduzca necesariamente en
cambios estratégicos importantes.

Finalmente, el recurso de las armas químicas suele ser más adecuado a una estrategia
defensiva que a una estrategia ofensiva. En la primera uno de los objetivos es el control del
territorio y posiciones fortificadas, lo que se hace más sencillo dificultando el avance del enemigo
por el territorio intermedio que separa ambos ejércitos. Por la misma razón, quien debe desarrollar
una estrategia ofensiva posee escasas razones para recurrir al uso de esta categoría de armas.

Las armas bacteriológicas resultan mucho más peligrosas por la impredecibilidad de la


extensión y duración de sus efectos. A diferencia de las arma nucleares y químicas, las armas
bacteriológicas no han sido utilizadas en los conflictos bélicos. Ello no ha impedido que algunos
países experimentasen este tipo de armamentos para conocer sus efectos. Por ejemplo, los
japoneses durante la Segunda Guerra Mundial realizaron experimentaciones con toxinas del
botulismo, el antrax, el cólera o la peste, entre los prisioneros de los campos de concentración en
China.

La principal diferencia de las armas bacteriológicas respecto de las armas convencionales,


nucleares y químicas, radica en el efecto multiplicador que posee a medida que transcurre el
tiempo. En efecto, en todos los demás sistemas de armas de destrucción masiva el transcurso del
tiempo constituye un factor de amortiguación de sus efectos destructivos y/o mortíferos. En las
armas bacteriológicas, por el contrario, el tiempo propicia la multiplicación de las bacterias y su
difusión por extensas áreas gracias a la intervención de los propios seres humanos, los animales,
los vientos o las aguas, como agentes transmisores de las enfermedades.

Todas estas consideraciones convierten a las armas bacteriológicas en instrumentos


militarmente de escasa o nula utilidad estratégica. Ni tan siquiera le otorgan una mínima
funcionalidad desde el punto de vista disuasorio. Tal vez por ello haya resultado relativamente
Calduch, R.- Relaciones Internacionales.- Edit. Ediciones Ciencias Sociales. Madrid, 1991 54
sencillo alcanzar un eficaz acuerdo de desarme para este tipo de armas biológicas.

En efecto, la Convención para la prohibición de la preparación, producción y


almacenamiento de armas bacteriológicas (biológicas) o con toxinas y para su destrucción, entró
en vigor el 26 de marzo de 1975. Esta convención constituye uno de los supuestos más completos
de desarme ya que no sólo prohíbe la investigación, producción, almacenamiento o uso de estas
armas sino que además obliga a la destrucción de los arsenales existentes, así como de todos los
equipos necesarios para su lanzamiento. Incluso establece un plazo temporal para llevar a cabo
esta destrucción de los arsenales. Esta convención únicamente presenta una laguna en relación
con el establecimiento de procesos de inspección y verificación de su cumplimiento.

La amplitud de la convención sobre armas bacteriológicas, contrasta ampliamente con el


alcance y eficacia demostrados por el Protocolo relativo a la prohibición del empleo en la guerra
de gases asfixiantes, tóxicos o similares y de medios bacteriológicos, suscrito en Ginebra el 17 de
junio de 1925 y al que hasta 1989 se habían adherido 117 estados. En el Protocolo de Ginebra tan
sólo se prohíbe el uso de las armas químicas o bacteriológicas, pero la prohibición no se extiende
a la producción y almacenamiento. Además numerosos estados han formulado reservas al
articulado del protocolo reduciendo ostensiblemente su eficacia.

En la actualidad, los esfuerzos de las principales potencias y numerosos estados se


centran en alcanzar un acuerdo de desarme químico general, si bien tales intentos han fracasado,
hasta el momento, por la oposición de algunos países del Tercer Mundo a suscribir semejante
compromiso internacional que les privaría de lo que, a nuestro juicio y a la vista de la experiencia
en la reciente guerra del golfo, consideran un instrumento de presión militar frente a sus rivales o
enemigos.

También podría gustarte