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En la actualidad se nos ha dicho que cultura, en su sentido más amplio, puede considerarse como
el conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan
una sociedad o un grupo social; englobando, además, las artes, los modos de vida, los derechos
fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.
Para el siglo XIX, la definición que se daba a la cultura pretendía alejarla del concepto
humanista y de las clases medias elitistas de siglo XVIII, quienes pretendieron convertirla
en su salvación, tras verse excluidos de las clases dominantes: aristocráticas y económicas.
El resultado de la evolución en el concepto de cultura produjo un nuevo término: cultura
plural. Ésta no distingue grados de cultura, en su lugar, reconoce que todos los seres
humanos están ligados a ella, y elimina el papel principal de la creación e innovación, para
hacer hincapié en la transmisión de la cultura a través de la socialización.
Desarrollo
En los años 50, 60 y 70 del siglo pasado asistimos al auge de esa corriente de pensamiento en
los países desarrollados, sobre todo en los EEUU, Europa y algunos sudamericanos.
Cuajó a expensas de la gran influencia que por entonces tenía la hoy ex-Unión Soviética sobre
la izquierda universitaria y culta y abarcó amplios campos del saber: La filosofía, la
antropología, la sociología, la historia, la psicología y por lo tanto el psicoanálisis, la política.
Dentro del campo del psicoanálisis también se notó su influencia.Desde el marxismo y desde
fuera del marxismo.
Podemos definir al Cultural ismo como la tendencia que pone el énfasis en los factores sociales
y culturales en el desarrollo de la personalidad y en la generación del conflicto.
Ellos rechazaron la teoría freudiana de las pulsiones y pusieron en primer plano dos conceptos:
la angustia y la agresividad.
La primera como consecuencia del conflicto del Yo con las exigencias culturales, la segunda
como efecto de la frustración.
Esta frustración produce un profundo resquemor y una agresividad que debe ser reprimida y
por lo mismo está en el origen de la angustia.
Esta forma de entender la génesis del conflicto está totalmente alejada de los
Postulados freudianos y lacanianos y son los que han desvirtuado el concepto de frustración en
el psicoanálisis, volviendo muy difícil su recuperación.
Además de la constatación de cómo se han apoderado del concepto las escuelas conductistas.
A nivel del pensamiento filosófico, Sartre se ocupó y mucho del concepto de angustia y dentro
del existencialismo y la fenomenología pensadores como Biswanger y Victor Frankl fueron sus
continuadores.
El último de ellos, muy ligado al pensamiento católico y a algunas ideas del junguismo.
Sullivan describe por aquél entonces una angustia que él llamó básica, que es adquirida en las
primeras etapas de la vida, en la infancia, y transmitida por los padres. Esta ponía en evidente
riesgo la necesidad que tiene el niño de seguridad.
Esta necesidad de seguridad no tiene un origen sexual para él, sino que está fundamentada en
la socialización.
De allí surgirá como consecuencia que al tratar de evitar la angustia, reprimirá todos los
impulsos que puedan entrar en conflicto con las normas culturales.
Karen Horney también considera a la angustia como un efecto directo de la frustración. Para
ella la angustia procura en su intento de ser disuelta, un aumento de las necesidades afectivas
y una búsqueda del amor exclusivo, sobretodo de la madre.
Erich Fromm, que como recordarán escribió títulos tan importantes como “El arte de amar” o “El
miedo a la libertad”, ubica a la angustia como resultado del conflicto infantil entre la necesidad
de independencia y la de reconocimiento.
Para él, la justicia, la libertad y la verdad, son tendencias innatas, fuertemente asentadas en la
personalidad humana y no meras sublimaciones como fueron comprendidas por Freud y
posteriormente por Lacán.
La escuela culturalista llega a conclusiones radicalmente opuestas a las que llegó Freud.
Las actitudes de la sociedad hacia la sexualidad son para ellos realmente peligrosas, siendo en
última instancia la sociedad la causa de la agresividad y la angustia.
Por supuesto, estas posiciones fueron fuertemente criticadas por los psicoanalistas clásicos y
rebatidas por numerosos trabajos que investigaron el origen de la sexualidad infantil y el
complejo edipo-castración.
Ellos analizan el conflicto como una “realidad” y perciben a la historia como un “trauma”.
Su equívoco más importante es el desconocimiento del caracter imaginario de la angustia y del
conflicto edípico, y de los conceptos que por aquel entonces estaba elaborando Lacán con la
ayuda de la lingüistica, y su descubrimiento de lo Real.
El Culturalismo desapareció como tal, pero muchas de sus ideas siguen vivas en los
movimientos sociales y políticos.
El psicoanálisis, con el crecimiento de la influencia de las ideas de Lacán, dió un paso mas allá.
Sin perder de vista los conflictos sociales, no abandona en absoluto el pensamiento de Freud
desarrollando nuevas lineas de investigación y abriendo perspectivas que garantizan la
formulación de un psicoanálisis mucho mas completo, moderno y eficaz para entender al
hombre de nuestro tiempo.