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Programa Filosofía
Facultad de Ciencias de la
Facultad
Educación, Sociales y Humanas
Elemento de competencia 1
Identificar las ideas, argumentos y estrategias discursivas que
constituyen la especificidad de los textos filosóficos.
Horas Horas
Temas
AD TI
Nota: AD: trabajo con acompañamiento docente. TI: trabajo independiente del
estudiante.
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Figura 1. El proceso de lectura, etapas, propósitos y estrategias del curso. Fuente:
elaboración propia.
Criterios de desempeño
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Tema 1: Prelectura y lectura: elementos
paratextuales, reconocimiento del texto y sus
relaciones internas (predicción, inferencia,
verificación de hipótesis y corrección).
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puede perder su carácter de tal al ser desvinculado del corpus que
prologa y analizado en sí mismo como texto. Pero ese cambio de
perspectiva implica su exclusión del paratexto. Lo que relativiza la
definición puramente pragmática y obliga a indagar en lo discursivo
si hay rasgos distintivos que diferencien texto de paratexto.
El propio Genette se encarga de precisar que el paratexto es,
básicamente, “un discurso auxiliar, al servicio del texto, que es su
razón de ser” (Genette, 1987).
A esta primera aproximación podemos sumarle otras consideraciones que
sirven para identificar, en unos cuantos rasgos distintivos, lo propio del
paratexto y su importancia en el proceso de lectura:
(…) el paratexto es lo que queda de un libro u otro tipo de
publicación sacando el texto principal. Los paratextos pueden ser
verbales o icónicos: el título, la dedicatoria, el epígrafe, el prólogo,
el epílogo, el índice, las notas, la bibliografía, el glosario y el
apéndice documental son paratextos de naturaleza verbal a cargo
del autor. Los gráficos o infografías son paratextos de tipo icónico.
La editorial es responsable de la tapa, la contratapa, la solapa y el
colofón –dentro de los paratextos verbales– y de las ilustraciones y
el diseño –paratextos icónicos. (Mateo y Vitale, 2013, p. 26).
Así, el primer acercamiento al texto filosófico le aporta elementos de
comprensión al lector, quien debe estar en capacidad de reconocer cada
elemento paratextual e identificar su función en la propuesta filosófica del
autor. El prólogo, por ejemplo,
(…) la mayoría de las veces posee una función informativa y
persuasiva. En efecto, el prólogo suele informar sobre el origen de
la obra, las circunstancias de su redacción y el contenido de los
capítulos o partes de un libro, menciona fuentes y reconoce a
personas e instituciones que contribuyeron a que el autor haya
podido escribirla. En lo que respecta a lo persuasivo, los argumentos
más usados para valorar la obra son la importancia del tema, su
originalidad y novedad. (Mateo y Vitale, 2013, p. 26).
Dicho de otra manera, el prólogo cumple la importante función de
presentarle el texto al lector, es decir, de servir de intermediario entre el
autor y el lector, con el objetivo de allanarle el camino a este último, de
facilitarle la comprensión y de poner a su alcance algunas herramientas
que enriquezcan su experiencia de lectura. En este mismo sentido,
Alvarado (2010) profundiza en las dos funciones básicas del prólogo,
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señaladas anteriormente, y explicita los elementos que se cumplen o
deben cumplirse en la escritura y la lectura de los prólogos:
(…) la mayoría de los prólogos cumplen con dos funciones básicas,
que comparten con las contratapas, aunque la dominancia de una
sobre otra es inversa en ambos: una función informativa e
interpretativa respecto del texto y una función persuasiva o
argumentativa, destinada a captar al lector y retenerlo. La función
persuasiva, que es dominante en el paratexto editorial, es mucho
más fuerte en las contratapas que en los prólogos, sobre todo si
estos son escritos por el propio autor (está mal visto que el autor
elogie su obra, por lo que la argumentación se ve obligada a correr
por otros carriles en los que la valoración es más oblicua).
De esta forma, el principal argumento de valorización del texto
suele ser la importancia del tema, aunque también puede
acompañarlo su originalidad o novedad. En el caso de
recopilaciones, se apela frecuentemente a la unidad, formal o
temática, o bien, por el contrario, a la diversidad, como ocurre con
frecuencia en los prólogos de Borges. En cuanto a la función más
autoral del prólogo, este puede informar al lector sobre el origen de
la obra y las circunstancias de su redacción. Puede incluir la mención
de fuentes y reconocimientos a personas e instituciones que han
colaborado con el autor en la elaboración del libro. En obras no
ficcionales, el prólogo puede cumplir una función didáctica: explicar
el índice (los contenidos y el orden de estos en el libro).
Así, la función más importante que le atribuye Genette al prefacio
original es la de interpretar el texto. También la de inscribirlo en un
género. Si se trata de obras innovadoras o transgresoras respecto
de las normas genéricas, el prólogo o prefacio puede transformarse
en manifiesto, como es el caso del Prefacio al Cromwell de Víctor
Hugo. Para evitar condicionar la lectura comentando el texto por
anticipado, algunos autores prefieren posponer el prefacio,
renunciando a la función preventiva que suelen tener los prólogos
en favor de una función correctiva.
En este mismo sentido, las notas al pie, otro paratexto de uso corriente
en la escritura filosófica, tienen funciones igualmente importantes que es
preciso recordar, señalando que estas pueden ser de autor, de editor o
de traductor:
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Las notas de autor incorporan información que él considera
accesoria y pueden servir para ampliar información, explicar o
aclarar algún aspecto del texto y relacionarlo con otros textos; en
el caso de las notas del editor/compilador se agrega la función de
comentar y criticar el texto. Las notas del traductor por lo general
remiten al texto-fuente (original), aclaran o justifican la traducción
de un término, proponen variantes o cotejan con otras traducciones.
(Mateo y Vitale, 2013, p. 26).
Las notas al pie son entonces de vital importancia en el estudio de la
filosofía, toda vez que le indican al lector las rutas de conocimiento que
el autor emprendió para construir su propio razonamiento. La idea según
la cual la filosofía consiste en volver a visitar ideas, creencias o reflexiones
de otros para someterlas a discusión y debate, encuentra su pleno sentido
en las notas al pie: estas actúan como la prueba de que el filósofo vuelve
permanentemente sobre la producción escrita de otros autores para
elaborar su propio pensamiento. Además, las notas al pie son signo de
honestidad intelectual, pues indican que el autor reconoce la autoría ajena
de las ideas que trae a colación para rebatir o confirmar.
Estos y otros elementos son evocados y analizados por Alvarado (2010),
cuya intención consiste en familiarizar a los lectores con las distintas
formas y funciones del paratexto (incluida la nota al pie). Citemos, para
ver en detalle por qué es importante apropiarse de esta práctica
paratextual, los lineamientos que nos propone la autora argentina:
Según el Diccionario de la Real Academia, la nota es una
‘Advertencia, explicación, comentario o noticia de cualquier clase,
que en impresos o manuscritos va fuera del texto’. Esta expulsión
del texto puede condenar a las notas al suburbio de la página, a las
fronteras del capítulo e, incluso, a menudo, a las áridas páginas
finales del libro, donde suelen habitar glosarios, índices y
bibliografías. Las razones de este exilio son diversas: puede tratarse
de un comentario al margen, que no hace al desarrollo del texto;
pero también puede suceder que el comentario sea hecho por otro
sujeto distinto del autor, que elige, respetuosamente, no interferir
en el discurso ajeno: hay notas de autor (N.A.), de editor (N.E.) –
entendiendo al editor, en este caso, como el encargado de la edición
de esa obra– a ediciones más o menos críticas, y de traductor
(N.T.).
De esta forma, las notas de traductor por lo general aclaran la
traducción de algún término, citan el original, proponen variantes,
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cotejan con otras traducciones. Las notas de editor a veces
funcionan como comentarios críticos al texto o como lugar de
encuentro con otros autores a través de títulos o frases citadas. El
autor, por su parte, suele enviar a nota la información que considera
accesoria (en este caso, la nota equivale a un paréntesis extirpado)
o que, aun siendo importante, obstaculizaría la lectura porque
interrumpiría la continuidad del discurso. El carácter siempre parcial
del texto de referencia (las notas se refieren siempre a un segmento
de texto) y, por lo tanto, el carácter siempre local del enunciado de
las notas, son, según Genette, la marca formal distintiva de este
elemento del paratexto que lo diferencia, por ejemplo, del prefacio,
si bien en la mayoría de los casos el discurso del prefacio y el del
aparato de las notas están en una relación estrecha de continuidad
y homogeneidad.
Más aún que el prefacio, las notas pueden ser de lectura facultativa
y dirigirse exclusivamente a ciertos lectores, a los que interesen
consideraciones complementarias o digresivas, cuyo carácter
accesorio justifique su expulsión del cuerpo central del texto. Las
notas, afirma Eni Pulcinelli Orlandi (1990), ‘son el síntoma del hecho
de que un texto es siempre incompleto y que se lo puede acrecentar
con nuevos enunciados, indefinidamente. Un texto es, por
definición, interminable y las notas procuran ser sus márgenes, sus
límites laterales (...)’. Ahora bien, Genette distingue las notas de
autor a ediciones originales –a las que caracteriza como bifurcación
momentánea del texto, ya que le pertenecen tanto como un
paréntesis— de las notas de editor, de traductor o bien de autor
pero a ediciones posteriores. Estas últimas son paratextuales,
según Genette, en tanto las primeras serían parte del texto.
(Alvarado, 2010, p. 16).
Reflexiones similares podrían proponerse acerca de otros elementos
paratextuales como el título, el epígrafe, el subtítulo, el índice, la colección
o la editorial: cada uno proporciona, en efecto, indicios invaluables para
una familiarización efectiva con el texto filosófico. De ahí la importancia
de promover, en el estudiante de filosofía, una lectura atenta a todo lo
que el texto filosófico le propone, pues la interpretación de cada elemento,
aun de lo que no constituye el cuerpo principal, garantiza una
comprensión global de las ideas del autor.
Detenerse en el epígrafe, que ofrece una orientación preliminar del texto
que precede, leer analíticamente el índice para tener una visión de
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conjunto de la obra, reconocer la función de cada subtítulo y el porqué de
su lugar en el texto, o familiarizarse con editoriales especializadas en
temas específicos de la filosofía, constituyen algunas de las prácticas de
lectura que el presente seminario se propone incentivar en los estudiantes
de filosofía. Estas partes del texto no están, en modo alguno, exentas de
una reflexión apropiada, toda vez que proporcionan una información que
facilita el cabal entendimiento del texto filosófico.
Con el fin de ampliar la temática, se invita al estudiante para que ingrese
al siguiente recurso sobre paratexto:
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Tema 2: Relectura y poslectura: marcas,
anotaciones, palabras, frases, ideas temáticas,
datos.
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también lo que más adelante el texto explicitará. Entre muchas
otras cosas, la inferencia se emplea, por ejemplo, para reconocer el
antecedente de un pronombre, un término elidido (omitido por estar
sobreentendido), el sentido de un concepto, una inclinación
ideológica. Incluso puede ser útil para decidir sobre lo que un texto
debería decir cuando aparece un error de imprenta.
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citación de cada texto, con arreglo a las distintas formas de referencias
que se utilizan en las publicaciones académicas. Como siguiente paso se
requiere poner en orden jerárquico, con siglas de referencia (I.P.= Idea
Principal, I.S.= Idea Secundaria, S.I.= Sub Idea) por medio de viñetas o
guiones, poniendo de arriba abajo y de derecha a izquierda, una a una,
las ideas del texto. Esta práctica de poslectura, no hay que olvidarlo, está
encaminada a facilitar la escritura de quien lee el texto filosófico
En efecto, las prácticas denominadas relectura y poslectura buscan
favorecer la elaboración propia del lector de textos filosóficos. Con la
información recabada en la etapa de lectura y organizada en la de
poslectura, el estudiante dispone de un material selectivo y afinado para
proponer una lectura interpretativa del texto filosófico. Producciones
escritas como la nota al margen, el resumen o la reseña, entre otros, se
sirven del trabajo previo de relectura que comprende prácticas asociadas
a la selección de ideas centrales, argumentos fundamentales, frases
llamativas, etc. Podemos afirmar, para resumir, que la relectura y la
poslectura aseguran el cumplimiento de los siguientes objetivos:
1. Recordar la información que se leyó y verificar su comprensión.
2. Verificar las predicciones que se hicieron en la prelectura.
3. Responder al ¿qué? ¿quién? ¿cuándo? ¿dónde? ¿por qué? ¿para
qué? ¿cómo?, planteados en el texto.
4. Plantear juicios argumentados sobre los contenidos del texto.
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Recursos de profundización de aprendizaje
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