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I ‐ INTRODUCCIÓN
El mundo pasado y presente se le abre al niño cuando transita por el proceso de jugar diferentes juegos.
Por eso, rendirle un homenaje pedagógico al jugar nos pone en la responsabilidad de comprender la
dinámica interna de esta principal y potencial herramienta de trabajo. Pues es común tomar a la misma
como estática, y sin la posibilidad de profundizarla desde el revés dinámico aportado por el jugar. No se
puede entender al juego sin el jugar que el mismo desencadena. En otras palabras, esta unidad nos da una
idea de la sustancialidad de esta particularidad humana, y a su vez, del alcance y la profundidad de la
misma. De ahí que es correcto, según nos devuelve la práctica, decir: “el jugar del jugador supera al juego”.
Esta premisa, tal vez, sea la más importante, pues permite que nada de esto se agote, poniendo la cuestión
también en el futuro, y en las expectativas de “lo que vendrá”. La línea de la proyección lúdica no sólo es
propio del “aquí y ahora”, ya que tiene un pasado humano que ejercita, como ninguno, los valores desde
una concepción axiológica cuya protección antropológica se alimenta de los deseos de jugar más juegos,
asegurando el futuro de esta actividad tan experimentada y especializada por nosotros los humanos.
En relación a este análisis, el juego es un producto por hacer, de un corte estático, con un desarrollo con
condiciones de participación potenciales, determinando una serie de tareas a realizar en estado latente,
que le implican al sujeto la concepción previa de las mismas y la decisión de ponerlas en práctica con su
actuación puntual desde la participación. El jugar es la puesta en práctica que remite a la acción del sujeto
(la acción entendida como actividad constitutiva del pensar y la respuesta comunicativa consecuente),
donde se rompen las condiciones concebidas anteriormente, ejecutándolas, sometiéndolas a su propia
producción con un corte netamente didáctico en el campo de la praxis, involucrando las acciones físico‐
condicionales, las técnico‐tácticas lúdico‐sociales y las netamente sociales. El espacio lúdico propone desde
su sustancialidad la manifestación afectiva‐emocional reflejada en una complejidad de hechos y
circunstancias interrelacionadas, conjugando lo social, lo sociomotriz y psicomotriz, que le imprimen al
niño/a desenvolvimientos: básicos, generales y específicos en lo técnico‐tácticos, cooperativos parciales y
de conjunto, como así también, desempeño funcional‐condicional y una capacidad de anticipación, que
junto al deporte esta particular actividad genera y exige.
El jugar con movimiento, implica utilizar toda la integridad de la persona como también la del “otro”, como
medio, y a su vez, como fin. Como medio porque se convierte en eje de concepciones, reacciones afectivas,
sensaciones, emociones, estímulos y acciones para comunicar algo, y como fin, porque en definitiva
representa una forma plenamente humana para la construcción de una representación mental significativa
entre la persona, el grupo, el deporte, la sociedad, el ambiente y la cultura”(Naveiras, 2004/5)(1).
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(1) Naveiras, D. (2004/5) Estudios paralelos sobre los juegos cooperativos. Instituto del Profesorado Sagrado Corazón A‐29. Centro de
Investigaciones “Manuel Belgrano”. Buenos Aires, Argentina.
1/5 Prohibida su reproducción total o parcial con fines comerciales, esta obra se encuentra protegida por una licencia Creative
Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina. www.ceefis.com.ar
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Esto nos indicaría que el juego y su puesta en acción desde el jugar, promueve un ejercicio de la ética de los
tres términos, como diría Edgar Morín, cuando se refiere a: individuo‐sociedad‐especie (2).
Sin embargo, no es hasta la experiencia de jugar diferentes juegos de reglas, que el niño, como dice
Raimundo Dinello, encuentra en el “otro” un espejo social: “una regla de juego, se define desde que hay un
compañero para jugar. Esto significa que se comienza a tomar conciencia del otro como existencia
diferenciada y complementaria de sí mismo. Y también se descubre que las reglas existen no sólo para uno,
que existe un compañero y estas reglas deben ser precisadas y cumplidas por cada uno de los dos” (3).
Haciéndome eco de este autor, el jugar pone en acción al “otro”, y entonces, todo lo que el juego plantea
en su corte estático cobra funcionalidad motriz, social, afectiva, emocional, volitiva y actitudinal, para jugar.
El juego tiene eso y mucho más; quienes lo investigamos para seguir descubriendo sus infinitos secretos,
nos conmueve la aventura que esto significa. Cuando hablamos de significado, no es una simple palabra
que uno puede escribir o decir. En este sentido, todavía podemos agregar incluso que en el juego de reglas,
el niño/a encuentra la primera de las propuestas pedagógicas que lo invita y lo involucra en una
convivencia para formar parte de un proyecto, y así, aprender de las innumerables generalizaciones que la
acción lúdica promueve para que internalice la convivencia, ejerciendo los valores que la protegen.
Tal vez, a esta altura, sea justo aclarar: que es un compromiso fundamentalmente con la tarea de enseñar
adecuadamente, y además, profundamente vinculada a lo “que se hace y con lo que pasa” en la propia
práctica. Por tanto, la investigación‐acción del juego es una parte indivisible de la misma, para que no se
agote, porque si esto ocurre, no quiero imaginarme un mundo sin nuevos juegos, o que los mismos no
originen otros como la proyección transcultural y transtemporal que el juego ha mantenido, siglo tras siglo,
uniendo el pasado, el presente y seguramente el futuro lúdico para nuestras vidas.
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(2) MORÍN, Edgar. (2001) Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Ediciones Nueva Visión SAIC. Buenos Aires, Argentina
(3) DINELLO, Raimundo (1982) El Derecho al Juego. Editorial Nordan “comunidad”. Estocolmo, Suecia.
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II – LA ACTIVIDAD LÚDICA EN LA ESCUELA
A partir de los 7 años se produce un movimiento de descentralización del “yo”, y esta situación, da
lugar a que sus relaciones interpersonales puedan tener mayor capacidad de cooperación; los
niños pueden ir aprendiendo a diferenciar el propio punto de vista del de los “otros”, y entonces,
se abre un espacio para el “otro”, un punto de encuentro que nos distingue, que nos permite
ponernos en el lugar del alguien “diferente”, pero ahora mayormente significativo en la
comprensión de su subjetividad.
El comportamiento que tienen los chicos/as de 7, 8 y 9 años, con los juegos reglados, en esta
edad, ha tenido cambios profundos; pueden respetar las pautas que están establecidas, como un
indicador de los procesos de socialización que se manifiestan en distintas conductas durante el
jugar y en la cotidianeidad. Es decir, llevar la participación desde la relación de una de las partes
con un potencial ya descentralizado, y con lugar para los “otros” hacia un “todo grupal” y a la
relación como sistema o conjunto de partes organizadas en relación a un fin. Es decir, relacionadas
entre sí desde esta apertura individual, para concretar determinado objetivo para el grupo.
El juego y el jugar son actividades que permiten a los niños y adolescentes, al estar juntos,
elaborar situaciones de vida. En otras palabras, el jugar con “otros” les ayuda a consolidar un
sentimiento de pertenencia; es una experiencia, donde el sujeto puede desplegar su capacidad de
pensamiento, creación, autonomía y poner en términos de placer lo que desea, le gusta y teme.
El juego, como se sabe, es una actividad sublimatoria de las cargas pulsionales sexuales, que al
liberar su energía, la ponen en el aprender y en particular en el jugar. Los adolescentes, por
ejemplo, que se encuentran viviendo situaciones conflictivas personales no elaboradas, suelen
presentar serias dificultades en estas capacidades, pues su capacidad simbólica esta obstaculizada.
El desafío de quien trabaje con grupos de estas edades juveniles, es ayudarlos a que puedan
recuperarla. De ahí, el valor de la actividad lúdica como parte de esta ayuda, pues promueve
profundamente la construcción de espacios con “otros”, y les permite entonces, elaborar
situaciones personales o grupales conflictivas, incluso, aquellas vividas como exigencias o
mandatos socio‐grupales perjudiciales para su salud.
También la capacidad de tolerancia a frustraciones posibilita este intercambio en lo que se refiere
a los diálogos que comparten los juegos, y otras actividades que desarrollen mancomunadamente
en lo cotidiano.
No se enseña a jugar; como se desprende de lo planteado, podemos creernos durante algún
tiempo, que podemos enseñar los juegos. Sin embargo, para que el ciclo se cierre necesita del
componente veraz del jugar y solo esto es patrimonio del jugador. Esta capacidad se construye
desde el deseo del sujeto, que siempre ha sido “deseo compartido”; la historia de la humanidad lo
demuestra antes que nosotros mismos lo podamos entender en el patio de una escuela, en el
arenero de una plaza, cuando nos fundimos en un abrazo pleno de emoción festejando un tanto o
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mientras nos escondemos de quien nos persigue, para liberar a todos nuestros compañeros y que
todo vuelva a empezar.
III ‐ DE LA REALIDAD DEL JUEGO A LO REAL DEL JUGAR
De la realidad del juego a lo real del jugar, aparecen por un lado el docente o coordinador, y por otro, los
jugadores. El primero, no sólo resignifica lo didáctico, sino que incluye también la calidad humana, y el
desempeño profesional de una forma muy particular con una dedicación y una energía en el espacio
pedagógico. El segundo está representado por los jugadores, descartando la idea que el proceso de
enseñanza‐aprendizaje toma como punto central al niño. Ambos son centro del espacio pedagógico, el
docente con la posibilidad de estar en determinados momentos afuera de dicho espacio, desde dos
posiciones, como planificador o como evaluador, valorando y comunicando el proceso, el rendimiento del
proceso o bien el rendimiento parcial de los alumnos/as. Es, en otras palabras, la solución de continuidad
entre el plano teórico y el práctico, entre lo abstracto y lo concreto, entre guiar y valorizar, entre valorizar y
comunicar, entre la planificación y la comprobación de la misma, entre lo pensado y lo actuado, que la
mayoría de las veces, no se da linealmente, pues en mi opinión no hay mejor forma de aprender que
analizar y estudiar, en primer lugar, “lo que se hace”.
Los jugadores que jueguen diferentes juegos, durante un tiempo, mejorarán y enriquecerán sus relaciones
interpersonales al formar parte de la organización lúdica que los involucra y los lleva a adoptar funciones y
acciones propias de la participación, ubicándolos como espejos recíprocos, y a la vez, diferenciándose con y
desde el “otro”. Es esta condición constitutiva que le devuelve a cada participante el jugar; lo que además,
lo ayuda en el proceso de interiorización de las actitudes sociales, que amplía la función de la
descentralización, la madurez, la evolución y su funcionalidad grupal, mejorando los procesos de
socialización que se manifiestan en distintas conductas como la intervención del accionar grupal tras un
mismo fin, construyendo el sentimiento de pertenencia. Dicha situación, es el prólogo que abre la
intencionalidad para la elección educativa de los juegos.
Para finalizar, déjenme decirles que cuando pienso en las inconmensurables posibilidades humanas para
jugar, estoy seguro de dos cosas. Lo primero es que, tal vez, haya juegos listos para ser jugados en el
mundo como estrellas que nacen y brillan en todo el universo. Lo segundo que, tratándose del juego, nunca
está dicha ni escrita la última palabra, como ocurre con el universo.
“Era un bosque con peligros mortales, arenas movedizas, un río con pirañas que nos mordían las zapatillas,
rocas peligrosas donde saltar; un puente a punto de desmoronarse mientras cruzábamos con mis
compañeros. Así los días pasaron y el eco de aquella forma de juego impregnada de fantasía, misterio y
aventura, abrazó nuestras infancia en el patio de la escuela”
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IV ‐ BIBLIOGRAFÍA
DINELLO, Raimundo (1982) El Derecho al Juego. Editorial Nordan “comunidad”. Estocolmo, Suecia.
MORÍN, Edgar. (2001) Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Ediciones Nueva
Visión SAIC. Buenos Aires, Argentina
NAVEIRAS, Daniel. (2004/05) Estudios paralelos sobre los juegos cooperativos. Instituto del
Profesorado Sagrado Corazón A‐29. Centro de Investigaciones “Manuel Belgrano”. Buenos Aires,
Argentina.
‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ (1999) Mirando al Patio. Editorial Jana e Hijo. Ciudad Autónoma de Buenos
Aires, Argentina.
‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ (2004) Juegos Sociales. Editorial Stadium. Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
Argentina.
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