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Pasaban los días y su sueño seguía sin poder cumplirse, hasta que
de pronto se le ocurrió una estupenda idea. Pedro había decidido
disfrazarse de árbol... ¿De árbol? Sí, él pensaba que de esa forma iba
a poder estar más cerca de la clase y al ser tan alto no lo iban a
descubrir. Por varios días juntó ramas y hojas, con ayuda de Elmer
hizo engrudo y se pegó en todo su enorme cuerpo lo que había
juntado, tomó el camino hacia la ciudad marchando con cuidado de no
desarmar su muy lindo disfraz. Llegó muy temprano para que ningún
niño se diera cuenta de su presencia, esperó y esperó hasta que por
fin empezaron a llegar los chicos, se paró en frente de la ventana, con
una enorme sonrisa y sus ojos bien abiertos esperó la tan ansiada
clase. Pero hubo un problema, Pedro no se dio cuenta que lo único
que podía ver era el techo del colegio y sus tejas llenas de pajaritos,
muy triste y angustiado Pedro se puso a llorar, se sentó en el pasto y
se quedó dormido.
Pedro con una sonrisa de oreja a oreja, les dijo — ¿Ustedes hablan en
serio? ¿No me van a pegar?
— ¡Ay Pedro!, claro que no, nuestra señorita, Aurora, siempre dice que
todos somos diferentes, pero ante los ojos de ella somos iguales, que
no busquemos defectos, que solo miremos nuestros corazones.