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cinco 5
—Ya te la soplará el sombrero —dijo Elisa
cogiendo la chistera y poniéndosela a Nora.
—¿E∫ un sombrero mágico?
Por toda respuesta, Elisa guiñó un ojo.
Con la chistera puesta, Nora notó que su
cabeza se llenaba de palabra∫ que hablaban
de lo que má∫ le gustaba: de animale∫
y de planta∫.
Despué∫, Elisa le puso el sombrero a Ismael,
y le llegaron historia∫ de lugare∫ lejano∫.
—Yo también quiero —reclamó Aitor. Y sintió
un remolino de verso∫, cuento∫ y cancione∫.
6 seis
Por último, le tocó el turno a Irene, y ella
notó el cosquilleo de un enigma por resolver.
—¡E∫ verdad! —exclamó la niña dejando
el sombrero en el suelo.
En ese momento, la chistera se movió sola.
—¡E∫ mágica! —gritaron lo∫ cuatro.
—Sí, pero no tanto —dijo Elisa sonriendo.
Y al levantar la chistera, quedó a la vista
de todo∫ la traviesa Rasi.
siete 7
1 La rana que no
se quería bañar
8 ocho
Pero entonce∫ Elisa vio
a la pandilla.
—¡Seguro que Nora puede
contarte un cuento! ¿A que
sí? —dijo feliz. Y a toda prisa,
colocó el sombrero a Nora
y salió corriendo.
Había una vez, hace mucho
tiempo, una rana que se
llamaba Teodora, aunque
su∫ amiga∫ la llamaban Teo.
Teo era distinta a la∫ demá∫, porque no
le gustaba el agua. Mientra∫ la∫ otra∫ rana∫
saltaban, nadaban y se divertían, ella se
pasaba el día sentada en el borde de la charca,
comiendo mosca∫.
Teo nunca bebía agua. Ni se mojaba la∫ pata∫.
Ni se lavaba la cara. Pensaba que esto∫ hábito∫
no tenían ninguna importancia.
nueve 9
Un día, la∫ rana∫
de la charca se
acercaron a ella
y le dijeron que, como no nadaba y comía
sin parar, estaba engordando mucho.
La rana Teo no le∫ hizo caso. Se encogió
de pata∫, miró hacia otro lado y le∫ contestó:
—¿Y qué me importa? E∫ que no me gusta
el agua.
Al cabo de una∫ semana∫, la∫ rana∫ no
paraban de hablar. Estaban muy preocupada∫.
10 diez
Al final, salieron de la charca y le dijeron
a Teo que, como nunca se lavaba, le habían
salido una∫ extraña∫ verruga∫ en la espalda.
La rana Teo tampoco le∫ hizo caso. Se encogió
de pata∫, miró hacia otro lado y le∫ contestó:
—¿Y qué me importa? E∫ que no me gusta
el agua.
Pero aquel día Teo se quedó pensando en la∫
palabra∫ de su∫ amiga∫. ¿Y si tenían razón?
¿Y si era verdad todo aquello que le decían?
A la mañana siguiente, la rana a la que no
le gustaba el agua se levantó y, pasito a pasito,
fue caminando hasta donde estaban la∫ demá∫.
once 11
Cuando llegó a la
charca, se inclinó
para ver su imagen
reflejada en el agua.
Y entonce∫ se dio
cuenta de que su∫
amiga∫ tenían razón.
Era má∫ grande que el resto de la∫ rana∫.
Su piel estaba seca y áspera. Y tenía mancha∫
y verruga∫ por toda la espalda.
—¡Pero si soy un sapo! —exclamó. Y acto
seguido se metió en el agua. ¡CHOF!
Nada má∫ acabar el cuento, Rasi empezó
a limpiarse el barro.
—¡Lo ha entendido! —dijo Irene.
—Tendrá miedo de convertirse
en una sapardilla —bromeó Aitor.
Y aquella noche, en casa, ninguno
de lo∫ amigo∫ dijo: “¿Hoy también toca baño?”.
12 doce
1
Mi diario de los CUENTOS
1 ¿Qué le habría pasado a Teo si en lugar de no bañarse,
no hubiera salido nunca del agua? Elige y colorea.
Me gusta mucho
No me gusta nada
trece 113
2 El acertijo del colegio
Sonó el timbre del recreo.
—¡Sin correr! —decía el profesor. Pero
un bichito muy peludo no hacía caso de
la∫ norma∫. Rasi correteaba hacia el cuarto
de mantenimiento. Y do∫ niño∫ y do∫ niña∫
iban detrá∫. Casi se tropiezan entre ello∫.
Cuando llegaron, Rasi se subió sobre Irene.
—¡Te toca, Irene! —dijo Elisa poniéndole
la chistera—. Rasi te ha elegido para
que le cuente∫ hoy un cuento.
Irene sintió una gran responsabilidad.
Má∫ que cuando la eligieron de portera
en el recreo. Y comenzó a contar…
14 catorce
Érase una vez una niña llamada Paula.
Le encantaba jugar al fútbol. Por eso, siempre
llevaba el balón para jugar en el recreo. Pero
un día se le olvidó.
—Te propongo algo —dijo su profesor ante∫
de empezar la clase—. Yo te dejo una pelota.
Pero solo si averigua∫ un acertijo.
—¡Acepto! —contestó Paula.
El profesor miró por la ventana. Julio,
el conserje del colegio, hacía montone∫ con
la∫ hoja∫ caída∫ de lo∫ árbole∫. El profesor dijo:
—Si tengo cinco montone∫ de hoja∫ grande∫ y
do∫ montone∫ de hoja∫ pequeña∫, y junto todo∫
lo∫ montone∫, ¿cuánto∫ montone∫ me quedan?
quince 15
—¡Qué fácil! —dijo Paula—. Sie…
—Piénsalo bien —la interrumpió
el profesor—. Solo tiene∫ una oportunidad.
—De acuerdo, lo pensaré.
El profesor y lo∫ niño∫ se sentaron. Paula
no hacía má∫ que dar vuelta∫ al acertijo.
—Pero profe… —dijo Paula.
—Recuerda que para hablar, debe∫
levantar la mano ante∫. Son la∫ norma∫.
Paula se calló, y pensó y pensó...
Despué∫ se levantó a mirar por
la ventana. Quizá sería má∫ fácil
viendo lo∫ montone∫ del patio.
El profesor le advirtió:
—No puede∫ levantarte a mirar por
la ventana en mitad de clase. Son la∫ norma∫.
Paula se sentó, y pensó y pensó...
16 dieciséis
Estaba segura de que si lo veía con
su∫ propio∫ ojo∫, daría con la respuesta.
Mientra∫ el profesor escribía en la pizarra,
salió de clase. Cuando el profesor vio su
asiento vacío, salió a buscarla. Casi estaba
al fondo del pasillo.
—¡Está prohibido correr por lo∫ pasillo∫!
¡Y está prohibido salir sin permiso!
Son la∫ norma∫ —dijo el profesor.
Paula volvió a clase, se sentó, y pensó:
“Vaya, no ha servido de nada.
Y encima me he cansado
un montón. No e∫ que me haya
cansado tre∫ montone∫ ni siete,
me he cansado un montón.
¡Claro! Porque si junto un montón
con otro montón, hago UN SOLO montón.
¡Como si junto mil montone∫! Al juntarlo∫
siempre tengo…”.
diecisiete 17
7
Entonce∫ Paula levantó la mano, esperó a
que el profesor dijera su nombre y respondió:
—¡Ya lo sé! Si junta∫ cinco montone∫
con do∫ montone∫, tiene∫… ¡UN montón!
—Muy bien, Paula. ¿Y cómo lo ha∫
sabido?
—Muy fácil. Porque no hay ninguna
norma que prohíba pensar en clase.
—¡Bien dicho, Paula! Y bien pensado.
Solución:
diecinueve 19
3 El niño cerezo
veinticinco 25
4 Los tres lobitos
y el ogro Achís
Era la hora del recreo y la
pandilla estaba en el cuarto
de mantenimiento. Aitor
se había puesto la chistera.
—Perdón, hoy tampoco puedo
quedarme —dijo Elisa—. Tengo
que ir con mi hermano a llevar
al médico a mi madre.
—¿Tiene∫ madre? —preguntó
Irene.
—¡Pue∫ claro! Y do∫ hermano∫.
—¿Y tú? —dijo Aitor acariciando
a Rasi—. ¿Tendrá∫ hermano∫?
Y eso, ¿o fue el sombrero?, le dio
una idea para su
cuento.
26 veintiséis
Éranse tre∫ lobito∫ que habían decidido
mudarse a vivir al bosque.
—Yo me haré una casa de paja, que se
termina enseguida —dijo el hermano
pequeño—. Así podré darle vuelta∫
a este acertijo:
“Luce de noche en el cielo
con un estrellado velo.
Pasea muy elegante
llena, creciente o menguante”.
Y e∫ que al lobito le chiflaba
jugar a la∫ adivinanza∫.
El lobo mediano se construyó
una casa de madera.
Como no tardó demasiado,
se sentó a repetir trabalengua∫.
“¡Qué galante e∫ Garabato!
Con guante∫ color guisante,
¡cuánto le gusta a este gato
estar guapo y elegante!”
veintisiete 27
El lobo mayor decidió hacerse una casa de
ladrillo, con salón, dormitorio∫ y cuarto de baño.
Y mientra∫ trabajaba, no dejaba de cantar:
“Trabajo desde temprano en un hogar resistente,
que sea fresco en verano
y en invierno, muy caliente”.
Y llegó la Navidad, y con ella, el frío.
No muy lejo∫ de allí, el ogro Achí∫ daba
vuelta∫ de un lado a otro, buscando
un hogar en el que pasar la∫ fiesta∫.
El ogro era famoso por su∫ potente∫
estornudo∫, capace∫ de mover montaña∫.
Cuando Achí∫ llamó a su puerta, el lobo
pequeño lo dejó pasar. Pero en cuanto el ogro
estornudó, la casa de paja se vino abajo.
Y lo∫ do∫ corrieron a casa del lobo mediano.
Ni que decir tiene que al lobito le encantó
recibirlo∫ en su casa de madera. Ya estaban
decorando junto∫ el abeto cuando…
28 veintiocho
—¡Achí∫! —al ogro se le escapó un estornudo
y la casa entera se derrumbó.
—No te preocupe∫ —dijo el lobito mediano—,
iremo∫ a pasar la Navidad a casa de nuestro
hermano mayor.
Así lo hicieron. ¡Qué contento se puso el lobo
cuando lo∫ vio llegar! Enseguida empezaron
a tocar la Ωambomba y cantar villancico∫.
Y por má∫ que Achí∫ estornudó y estornudó,
la casa de ladrillo permaneció en pie.
Lo∫ tre∫ lobito∫ le curaron su catarro con
una receta de su abuela y una buena dosi∫
de cariño.
veintinueve 29
Desde entonce∫ lo∫ cuatro
son inseparable∫. Cuando
el ogro se resfría, con su∫
estornudo∫ organizan viaje∫
en globo y barren del cielo
la∫ nube∫ de tormenta.
Y Achí∫ canta a toda∫ hora∫
esta canción:
“¡Caramba! ¡Qué bien me encuentro!
No fui tan feliz jamá∫.
Abrazar a lo∫ demá∫
hace cosquilla∫ por dentro”.
—¡Eh! ¡Yo también siento
cosquilla∫ por dentro! —dijo Nora.
En ese momento asomaron
por el cuello de su vestido la∫ oreja∫
de la inquieta ardilla.
—¡Rasi! —exclamó Nora
echándose a reír.
30 treinta
4
Mi diario de los CUENTOS
1 ¿Qué casa e∫ la que má∫ te gusta? Rodéala.
Rod
treinta y uno 31
5 El acertijo
de la carrera
—¡Ay, Rasi! —dijo Aitor—. ¡Está∫ empapada!
Fuera llovía.
—A la∫ ardilla∫ no le∫ importa mojarse —dijo Nora.
—¡Pero a mí sí! —exclamó Aitor. Sobre su jersey
se veían la∫ huella∫ de la∫ patita∫ mojada∫ de Rasi.
—Ven, Rasi, corre —dijo Irene. Rasi fue hacia ella
y, por el camino, arrastró el sombrero—. Yo te secaré
¡y te contaré una historia!
32 treinta y dos
Era sábado. Paula oyó el tic, tic desde la cama.
Se levantó, abrió la persiana y miró por la ventana.
Lo que se temía: estaba lloviendo.
Fue a la cocina con cara de sueño.
—¿Cuándo parará de llover? —se quejó.
—Deja, deja —dijo su padre—. Ya era hora de que
lloviera. ¿No ve∫ lo contento∫ que están lo∫ árbole∫?
—Yo lo∫ veo igual que siempre. Bueno, mojado∫ —dijo
Paula—. Y yo no estoy tan contenta.
—Y eso, ¿por qué?
—Hoy tenía carrera, papá. ¿No te acuerda∫?
Su padre se acordó. La carrera era en el parque.
—De momento, vamo∫ a desayunar. A ver si en un
rato sale el sol.
treinta y tres 33
—¡Papá! ¡Ha parado de llover! —exclamó Paula cuando
acabó el Ωumo. Hasta había salido el arcoíri∫.
Paula y su padre fueron al parque. La∫ hoja∫ mojada∫
lucían un baño de plata. Lo∫ charco∫ reflejaban
lo∫ dorsale∫ amarillo∫ de lo∫ corredore∫. Parecía
que el sol hubiera bajado a jugar al parque.
Pero lo∫ charco∫ no solo reflejan. Lo∫ charco∫
también… resbalan.
treinta y cinco 35
Entonce∫ se acercó a la cama, dio a Paula
un beso en la frente y le dijo:
—La lluvia, cariño. Cae la lluvia
y no se hace daño.
Paula sonrió.
—¡Pue∫ se me ocurre otra cosa!
—¿Otra cosa que cae y no se hace daño?
—el padre de Paula se rascó la cabeza—. No caigo.
—¡La noche! La noche también cae y no se hace daño.
—¡Ah, ya caigo!
—Pue∫ tú tampoco te haga∫ daño, papá.
Y lo∫ do∫ se echaron a reír.
—Se me ocurre algo —dijo Aitor—. ¿Y qué pasa si,
en una carrera, adelanta∫ al último?
—Fácil —dijo Irene—, que queda∫ el úl… ¡Eh! ¡Nadie
puede adelantar al último! Si hubiera
alguien detrá∫, ya no sería el último.
—Casi pica∫ —dijo Aitor.
Y todo∫, hasta Rasi, se echaron a reír,
contento∫ como árbole∫ recién llovido∫.
36 ttreinta
i ta y seis
5
Mi diario de los CUENTOS
1 ¿Qué otra∫ cosa∫ caen y no se hacen daño? Rodea.
treinta y siete 37
6 El ratón y la flor
Rasi no se lo pensó do∫ vece∫.
Fue directa hacia Nora.
La niña estaba feliz. Le
gustaba ponerse el sombrero
y contar historia∫. Pero, sobre
todo, le gustaba estar con Rasi.
—¡Ay, Rasi! —dijo Nora
acariciándola—. Cómo me
gustaría llevarte a casa
conmigo.
Rasi miró por la ventana
hacia lo∫ árbole∫ del patio.
—Pero te entiendo —dijo
Nora—. Ere∫ como una flor.
—¿Como una flor? —preguntó
Irene extrañada.
—¡Como la flor de este cuento!
Entonce∫ Nora cogió la chistera
y empezó a contar.
38 treinta
t i t y ocho
h
Había una vez un ratón pequeñito y soñador. Tenía
el hocico puntiagudo y uno∫ ojo∫ grande∫ y curioso∫.
Por eso, lo miraba todo. Miraba la∫ nube∫, la∫ montaña∫
y el sol por la∫ mañana∫. Pero lo que má∫ le gustaba
mirar eran la∫ flore∫.
Todo∫ lo∫ domingo∫, en cuanto se levantaba, el ratón
salía de su madriguera y atravesaba un río, un bosque
y un valle para llegar hasta el Campo Colorido.
Una vez allí, el ratón se sentaba sobre una piedra y
contemplaba la∫ margarita∫. La∫ contemplaba durante
hora∫. Porque lo que má∫ le gustaba del mundo a este
ratón eran la∫ flore∫.
treinta y nueve 39
Un día, ante∫ de volver a casa, el ratón, que era muy
ingenioso, tuvo una idea. Pensó que podría llevarse
una margarita. Así la tendría a su lado todo el tiempo.
Alegraría su madriguera y él podría mirarla siempre
que quisiera.
El ratón cortó una flor. La má∫ bonita. Se la cargó
al hombro y regresó.
Al llegar a casa, metió la flor en un jarro de agua.
Aunque ya no era tan bonita como ante∫.
Al día siguiente, lune∫, la flor estaba mustia.
Y el marte∫, seca.
El domingo, el pequeño ratón cruzó el río, el bosque
y el valle, y volvió al Campo Colorido.
Aún seguía queriendo llevarse a casa una margarita,
pero esta vez no la cortó, porque sabía que si la cortaba,
la flor se moriría. Así que
eligió la má∫ bonita y
arrancó la planta, con tallo
y hoja∫.
Se la cargó al
hombro y regresó.
40 cuarenta
Al llegar a casa, metió la flor en una maceta, le echó
tierra y la regó con un vaso de agua. Aunque ya no
era tan bonita como ante∫.
Al día siguiente, lune∫, la flor estaba mustia.
Y el marte∫, seca.
El domingo siguiente, el ratón cruzó el río, el bosque
y el valle, y volvió al Campo Colorido.
Aún seguía queriendo llevarse una margarita, pero
esta vez no la cortó, ni arrancó el tallo, ni se la cargó
al hombro.
En lugar de eso, el ratón sacó un puñado de pincele∫,
un lienzo y tubo∫ de pintura de todo∫ lo∫ colore∫. Eligió
la má∫ bonita de la∫ flore∫ y se puso a dibujarla.
cuarenta y uno 41
Pintar una flor no era tan fácil
como él creía. Pero, con mucha
paciencia, consiguió terminar
el trabajo al final del día.
Al llegar a casa, colgó el cuadro en
la pared. Era verdad: la flor alegraba
su madriguera. Y él podía mirarla
siempre que quisiera. Porque la flor seguía
siendo tan bonita como ante∫.
Y lo mismo el lune∫. Y el marte∫…
Mientra∫ escuchaba la historia, Aitor
había hecho un dibujo muy especial. Cuando terminó, se
lo dio a Nora. ¡En el dibujo salía Rasi!
—¡Me encanta! —dijo Nora—. Gracia∫,
Aitor. Ahora Rasi estará siempre
en mi habitación.
—¡Hiii, hiii! —protestó Rasi.
—Me parece que se está quejando de
que le ha∫ sacado su lado malo —bromeó
Ismael.
—Tú no tiene∫ lado malo, Rasi
—dijo Aitor.
42 cuarenta y dos
6
Mi diario de los CUENTOS
1 ¿De qué otra∫ manera∫ podría el ratón llevarse una flor
a casa sin arrancarla? Dibuja tu idea y escríbela.
cuarenta y tres 43
7 La nieve
46 cuarenta y seis
—¿Tú cree∫ que eso funcionará para que nieve, Ileana?
—¡Claro! Si en lugar de agua lanzamo∫ nieve, ¡seguro
que nieva!
El problema era que Pepe e Ileana no sabían cómo
conseguir nieve. Pero, de repente, tuvieron una idea.
Le pidieron a la directora del colegio que le∫ ayudara
a usar la trituradora de papel y se pusieron a trabajar.
Al día siguiente era el cumpleaño∫ de Jan. En cuanto
empezó el recreo, Ileana y Pepe se pusieron una∫ falda∫
muy graciosa∫ que habían hecho ello∫ mismo∫ con papel
de periódico. Salieron al patio y comenzaron a cantar:
—¡Que nieve, que nieve y que vuelva a nevar!
¡Así con la nieve podremo∫ jugar!
cuarenta y siete 47
Su∫ compañero∫, que ya estaban
avisado∫, le∫ lanzaron lo∫ trocito∫
de papel que lo∫ niño∫ habían
triturado la tarde anterior.
Durante uno∫ segundo∫, cayeron
tanto∫ trocito∫ de papel blanco
que parecía que estaba nevando.
Despué∫, todo∫ lo∫ niño∫ comenzaron
a cantar, a bailar y a lanzarse nieve
de papel entre ello∫. ¡Se divirtieron muchísimo!
Por la tarde, Jan, Ileana y Pepe recogieron
todo el papel que había quedado en el suelo del patio.
—No importa que no haya nevado —le∫ dijo Jan
a su∫ amigo∫—. Gracia∫ a vosotro∫ lo he pasado muy
bien. ¡Ha sido un cumpleaño∫ fantástico!
Y en ese instante, le cayó un pequeño copo
en la nariz. ¡Estaba empezando a nevar!
Ismael se levantó y se asomó a la ventana.
Rasi seguía refugiada en su camiseta.
Le habría gustado ver el recreo cubierto de
nieve. Pero hay algo que le habría gustado
aún má∫: jugar con su∫ amigo∫ a tirarse
bola∫ de nieve.
48 cuarenta y ocho
7
Mi diario de los CUENTOS
1 ¿Tiene∫ amigo∫ de otro∫ paíse∫? Escribe su∫ nombre∫ con
ayuda de tu familia y dibújate con
c ello∫.
Nombre: Paí∫:
Nombre: Paí∫:
cuarenta y nueve 49
8 El flautista
de Dormilonia
52 cincuenta y dos
—¡Qué silencio! —exclamaban sonriente∫ lo∫ dormilone∫.
Pero la paz se vio interrumpida por uno∫ molesto∫
zumbidos: Zzzzzzzzzzzz.
—¡Me ha picado un mosquito! —gruñía un dormilón.
—Y a mí —protestaba otro.
Pronto, Dormilonia se llenó de mosquito∫ que Ωumbaban
junto a la∫ oreja∫ de lo∫ dormilone∫ sin dejarle∫ conciliar
el sueño. ¡Y tenían roncha∫ hasta en la punta de la nariz!
—Lo∫ pájaro∫ y la∫ rana∫ comen insecto∫ —explicó el hijo
de la panadera—. Y como o∫ lo∫ habéi∫ llevado a todo∫…
Lo∫ dormilone∫ comprendieron que todo∫
lo∫ animale∫ eran importante∫ y pidieron
al flautista que lo∫ hiciera volver.
¿Que cómo consiguieron dormir?
Muy fácil: ¡con tapone∫ para
lo∫ oído∫!
cincuenta y tres 53
Cuando Aitor terminó el cuento, Ismael dijo:
—Todo∫ lo∫ animale∫ son importante∫, pero hay uno
que e∫ especial.
—¿A quién te refiere∫? ¿A Aitor? —bromeó Irene.
Pero no hizo falta que Ismael respondiera nada. Al
momento, Rasi fue corriendo hacia él gritando “hiii, hiii”
que en idioma ardilla quiere decir: “¿te refiere∫ a mí?”.
—Sí, Rasi. ¡Claro que me refiero a ti!
54 cincuenta y cuatro
8
Mi diario de los CUENTOS
1 Dormilonia se llama así porque su∫ habitante∫ duermen
mucho. ¿Cómo se podrían llamar esto∫ otro∫ pueblo∫?
Inventa un nombre para cada uno.
cincuenta y cinco 55
9 El acertijo de las sillas
Elisa intentaba
in
ntentaba poner orden en el cuarto de mantenimiento
mantenimiento.
Mientras, Rasi correteaba alrededor de la pandilla sin acabar
de decidirse.
—Ojalá tuviéramos un sombrero para cada uno —se lamentó
Aitor.
—Tienes razón —dijo Irene.
—¡Lo que me faltaba! —se quejó Elisa—. ¡Con el poco espacio
que tengo para tantos trastos! ¿Dónde iba a meter cuatro chisteras?
La ardilla dejó de dar vueltas y se subió encima de Irene.
—Bueno, pensándolo bien, tener un solo sombrero no está tan
mal —dijo la niña.
—Claro, como te ha tocado a ti… —se quejó Aitor.
56 cincuenta y seis
La madre de Paula estaba cansada de llamarla.
—¡Paula! ¡Te he llamado ya tres veces! ¡Tenemos que irnos!
“Tres”. Justo eso es lo que tenía a Paula distraída. Su amigo Iván
le había contado un acertijo y Paula no paraba de darle vueltas.
De camino a casa de la abuela, Paula seguía pensando la solución.
El acertijo decía así:
“En una sala de espera,
hay tres sillas de madera,
dos padres y dos hijos,
y todos se sientan.”
—¿Se sientan dos juntos? —había dicho Paula. Pero Iván le había
dicho que no. Cada uno se sentaba en una silla diferente.
“¿Cómo puede ser?”, se preguntaba Paula. “Necesitarían cuatro
sillas”.
cincuenta y siete 57
Un delicioso aroma la sacó de sus pensamientos.
—¡Bizcocho! —gritó Paula en cuanto su abuela abrió la puerta.
—Bueno, me gusta más que me llames “abuela”.
Paula se echó a reír.
—¿De qué es? —preguntó la madre de Paula.
—De manzana. Es que tenía por ahí tres manzanas y… —explicó
la abuela—. Pero antes del bizcocho, tengo otra cosa.
—¡Croquetas! —gritó Paula a su abuela.
—Casi me gustaba más cuando me llamabas “bizcocho” —bromeó
la abuela—. Es que tenía restos de cocido y…
—¿Has visto cómo recicla tu abuela? —dijo la madre—. ¡Hasta
la comida!
Paula se sentó en una de las tres sillas metálicas de la cocina. Tenía
delante el plato blanco con las croquetas. Las contó. Había seis.
Fácil: dos para cada una.
La madre de Paula también se sentó.
—Las croquetas que hace Enrique son estupendas —dijo—.
Pero tú… ¡Tú haces las mejores croquetas del mundo, mamá!
58 cincuenta y ocho
—¡Mamá! —repitió Paula mirando a la abuela.
—Y dale con llamarme cosas raras —dijo la abuela, sentándose
en la silla que quedaba libre—. Ni “bizcocho”, ni “croqueta”,
ni “mamá”. Soy tu abuela. A-bue-la.
¡Claro! Paula se acababa de dar cuenta: su abuela no solo era
abuela. También era la madre de su madre. De hecho, ahí mismo,
en esa cocina, había solo tres personas ¡y tres sillas!, pero había dos
madres (su abuela y su madre) y dos hijas (su madre y ella). Paula
se levantó a abrazar y besar a su madre.
—Hija, abraza a tu abuela, que es la que ha hecho las croquetas.
—Sí —dijo Paula—. Ahora abrazo a tu madre. ¡Pero es que tú
acabas de resolver el acertijo!
cincuenta y nueve 59
—¿Sabéis? —dijo Nora—. Me alegro de que haya un solo
sombrero. Si cada uno tuviera una chistera, no escucharíamos
los cuentos de los demás.
—Tus cuentos molan, Irene—reconoció Aitor—. Yo a tus cuentos
les daría la medalla de oro.
—Querrás decir la de plata, detrás de tus cuentos —dijo Irene
con modestia.
—¡He dicho de oro! —dijo Aitor.
—No, ¡de plata! —contestó Irene.
Nora, Ismael y Elisa pusieron los ojos en blanco.
—Hiii, hiii—dijo Rasi, que en idioma ardilla, quiere decir
“yo creo que estaríais empatados”.
60 sesenta
9
Mi diario de los CUENTOS
1 ¿De qué otras maneras podría haber llamado Paula a su abuela? Escribe
el nombre de los platos y completa el último.
sesenta y uno 61
10 Los ruiseñores
y el gorrión
sesenta y tres 63
Uno de los ruiseñores, el director del coro, le explicó al gorrión
que para cantar así era necesario ser un ruiseñor. Pero que, si
escucharles cantar le hacía feliz, podría ir a verlos siempre
que quisiera.
El gorrión fue al día siguiente, y al otro, y al otro…
Desde entonces, asistió a todos los conciertos. No faltó ni un solo
día. Pero el gorrión no se limitaba solo a escucharlos. ¡Qué va! Se
esforzaba por aprender a leer las partituras y entender los ritmos
de los trinos, porque quería aprender a cantar.
Pasaron los años. Llegaron nuevos ruiseñores al coro y otros se
fueron retirando. Pero el gorrión, ya adulto, seguía allí, posado en
una rama del mismo árbol, estudiando partituras y memorizando,
en su pequeña cabeza, todas y cada una de las canciones.
Los demás gorriones no entendían su empeño por la música. Y a
veces, él tampoco… Después de todo no era un ruiseñor, y nunca
podría cantar como ellos.
64 sesenta y cuatro
Un día, el director del coro no se presentó. Era muy anciano,
estaba enfermo, y no pudo levantarse del nido.
Pero la vida continuaba. El coro debía seguir alegrando al bosque y
a todos sus animales. Así que colocaron las partituras sobre los
atriles, comenzaron a cantar, y aquello que sonó, sonó tan mal, que
hasta el gorrión tuvo que taparse los oídos con las alas.
—¿Qué haremos ahora, sin un director? —se lamentaban los
ruiseñores.
—¿Alguno de nosotros sabe dirigir el coro?
Pero no, nadie sabía. Hasta ahora, solo se habían ocupado de sus
lindas voces y de sus trinos.
El gorrión dio un paso al frente.
—¿Puedo intentarlo yo?
Lo intentó. Y triunfó. Y desde entonces, el coro de los ruiseñores,
en lo más profundo del bosque, cuenta con un gran director. Que,
además, es un gorrión.
sesenta y cinco 65
Irene, Ismael y Aitor se pusieron a aplaudir. Les había encantado
el cuento.
—¿Ves como tenías que intentarlo? —dijo Aitor.
—Cada vez me gustan más tus cuentos —dijo Ismael.
Rasi dio una voltereta.
—¡A Rasi también le ha encantado! —dijo Irene—. Has triunfado,
Nora.
Y a Nora se le puso sonrisa de gorrión. (Si es que los gorriones
sonríen.)
66 sesenta y seis
10
Mi diario de los CUENTOS
1 ¿Alguna vez has conseguido hacer algo bien que al principio no te salía?
Dibújate haciéndolo y explica lo que era.
2 Pega una foto de cuando eras pequeño o dibújate y escribe tres cosas que
ahora haces mejor que entonces.
3 ¿Qué quieres ser de mayor? ¿Crees que te costará conseguirlo? Explica por qué.
sesenta y siete 67
11 Escuela de inventores
sesenta y nueve 69
Era un niño muy inteligente que había venido desde China
a estudiar a la escuela de inventores. Todos lo miraron
muy extrañados.
—Si escurres las nubes, no quedará agua para los que no puedan
tener tu máquina —dijo Chang—. Es mucho mejor mi aparato
de colorear paisajes.
—¿Para qué sirve? —se interesó Manuela, que era española.
—Con mi máquina, se puede cambiar el color de los paisajes
—explicó Chang orgulloso—. Pintar el cielo de amarillo, la hierba
de morado o el desierto de verde.
Malika no estaba de acuerdo.
—A mí me gustan los paisajes tal como están —dijo la niña.
—¡El mejor invento es mi máquina de dar besos! —exclamó
Manuela.
Malika y Chang la miraron extrañados.
—¿Para qué sirve? —preguntó Chang.
—Pues para dar besos y abrazos… —respondió Manuela.
—Los besos y los abrazos no sirven para nada —dijo Malika.
70 setenta
—Pues a mí me gustan, ¡y me hacen feliz! —protestó Manuela.
En ese momento el director subió al escenario y todos se quedaron
en silencio.
—El ganador del concurso ha sido ¡Miguel! —anunció el director.
Nadie aplaudió. Todos estaban muy extrañados porque Miguel
había presentado al concurso una hoja de papel impresa por las dos
caras. ¡No podían creer que fuera el ganador!
—¿Qué es esa hoja de papel? —le preguntaron Malika, Chang
y Manuela.
—Son las instrucciones sobre cuándo y cómo usar vuestros
inventos —explicó Miguel—. Hay que dejar siempre un poco
de agua en las nubes, pintar los paisajes con los colores de la
naturaleza y dar un abrazo cuando alguien está triste o se
encuentra solo.
—¡Todas las máquinas son maravillosas si se usan bien! —añadió
el director.
Malika, Chang, Manuela y el resto de los niños aplaudieron
al ganador.
setenta y uno 71
Cuando acabó de contar el cuento, Aitor se levantó a abrazar
a Ismael.
—Es… Por si te sentías solo —dijo Aitor.
No lo ponía en el manual de instrucciones de Miguel, pero los
abrazos también sirven para pedir perdón.
72 setenta y dos
11
Mi diario de los CUENTOS
1 Inventa y escribe un nombre para
par cada invento.
—Hoy es el último día del curso, así que será también ¡el último
cuento del curso! —dijo Elisa al recibir a la pandilla.
Todos estaban tan nerviosos que se cogieron las manos. Rasi se lo
pensó un poco antes de empujar la chistera hacia Aitor.
—Sombrero, sombrerito mágico —dijo Aitor—,
haz que cuente un cuento fantástico.
Y entonces empezó a contar.
74 setenta y cuatro
A Ceniciento le encantaba escribir. Le chiflaba viajar con la
imaginación a través de la historia. Lo mismo inventaba cuentos
de un troglodita amigo de un mamut, que de un astronauta que
subía en cohete a la Luna. Pero como era el más pequeño de sus
hermanos, siempre le tocaba hacerlo todo en casa.
—Ceniciento, deja de escribir y corta leña —le pedía su hermana
mayor.
—Ceniciento, espabila, poda los rosales —le ordenaba su hermano
mediano.
Un día, Ceniciento recibió una invitación para la presentación
del libro de su escritora favorita, Berta. Y cuando ya estaba
a punto de salir…
—Ceniciento, ordena el desván —dijo su hermana.
Con tantos cachivaches, tardaría horas.
—¡Esto lo arreglo yo! —oyó a sus espaldas. Era la tía Flora—. Para
eso he hecho un cursillo online de hadas madrinas a domicilio.
“Soy el hada Mari Flora
y los hechizos adoro.
Que quede el desván ahora
como los chorros del oro.”
setenta y cinco 75
Tras dar unas vueltas, todo quedó más desordenado que antes.
—Bueno, tengo que perfeccionar mi magia. Pero no te preocupes,
yo me encargaré del desván. Ahora vamos a buscarte un medio de
transporte.
Ante los ojos asombrados de Ceniciento aparecieron, uno tras otro,
una bicicleta eléctrica, una carreta, una carabela, un ferrocarril, un
automóvil y un avión supersónico.
—Mejor me quedo con la bicicleta eléctrica —dijo Ceniciento—.
Y salió volando, es decir, pedaleando, hacia la fiesta.
—¡Vuelve antes de las doce del mediodía! —le gritó Flora.
Al llegar a la librería donde se
celebraba la presentación, Ceniciento
se dio cuenta de que
q cada invitado
tenía que narrar un cuento. Él contó
el de un caballero con armadura
que vivía en un castillo.
—¡Me encantan tus historias! —le
dijo Berta. Y los dos charlaron
animadamente durante horas.
76 setenta y seis
A las doce en punto, Ceniciento salió corriendo y perdió su
cuaderno. Cuando Berta lo abrió, leyó el principio de un cuento:
“A la princesa Teresa
le aburría ser princesa.”
Tantas ganas le entraron de saber el final, que recorrió la comarca
entera para dar con Ceniciento.
—Dime qué le pasó a Teresa —le pidió en cuanto lo encontró.
“Dejó, al hacerse pirata,
a la corte turulata.
Y con parche, barco y loro,
se fue en busca de un tesoro.”
—Cuéntanos más —le rogó su hermana, que había escuchado
el cuento desde detrás de la puerta—. Yo barreré la casa.
—Eso. Y yo limpiaré el polvo —dijo su hermano que también
había estado escuchando.
Desde entonces, Ceniciento y sus hermanos comparten las tareas
del hogar. Todas las noches, Ceniciento les cuenta un cuento. Y a
menudo reciben la visita de Berta, que les trae pastel de nueces.
setenta y siete 77
—Enhorabuena, Aitor —dijo Elisa cogiéndole la chistera—.
Enhorabuena a todos. Me han encantado vuestros cuentos.
—Dirás enhorabuena a la chistera —dijo Aitor—. Ella es la que
nos ha ido soplando los cuentos.
—Os contaré un secreto —dijo Elisa sonriendo—. En realidad, la
chistera no es mágica. Los mágicos sois vosotros. Vosotros, como
Ceniciento, habéis hecho magia con las palabras cada vez que
habéis inventado una historia.
—¿Entonces la chistera no hacía nada? —preguntó Irene.
—Creer que la chistera es mágica os dio la fuerza para intentarlo.
Rasi se subió encima del sombrero.
—¡Y Rasi os dio la inspiración! —dijo Elisa sonriendo.
78 setenta y ocho
12
Mi diario de los CUENTOS
1 Si tuvieras un hada madrina, ¿qué le pedirías? Haz un dibujo y explícalo.
2 ¿Qué otra cosa podría haberle pasado a la princesa Teresa del cuento de
Ceniciento? Inventa otro final.
setenta y nueve 79