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Escuela para padres Colegio El Manantial

IMPORTANCIA DE LOS VALORES PARA UNA SANA CONVIVENCIA


“Cuando educamos a nuestros hijos, dejamos huellas en ellos más por lo que somos que por lo que decimos”

EL GRILLO AFÓNICO

En una extensa pradera vivía un grillo muy preocupado. Llevaba mucho tiempo afónico, a causa de un fuerte resfriado, y todos los remedios
ensayados habían terminado en fracaso.

La tristeza lo abrumaba, porque adoraba cantar y ahora no podía hacerlo, cómo el resto de sus amigos y vecinos, quienes le dieron de lado porque
pensaron que ya no quería hacer su trabajo.

—¡Qué desgraciado soy! ¡Mira que no poder cantar como todo el mundo! —se lamentaba el grillo, un día sí y otro también.

Un primo suyo, enterado del sufrimiento del grillo afónico y comprendiendo sus sentimientos, vino a visitarle para escucharlo y darle ánimos.

—Tu afonía no es un problema grave —le dijo con gesto tranquilizador. Mira, yo formo parte de una orquesta en la que todos somos muy amigos. En
este momento nos hace falta un trompetista y, como ahora no puedes cantar, pues he pensado en ti. ¿Qué dices?

—¡Oh, gracias! — le contestó el grillo —¡Siempre me ha gustado tocar la trompeta! ¡Sí, entraré en vuestra orquesta!

Desde aquel día, la orquesta fue la más famosa de toda la pradera y, aunque grillo siguió sin poder cantar, fue nombrado el mejor trompetista del
campo.

Esta historia anónima nos presenta el valor de la empatía. Esta cualidad implica ponerse en lugar de los demás e indagar en qué les hace pensar o
sentir de determinada manera y, aunque sea diferente a la nuestra, respetarla y no criticarla.

El primo del grillo demuestra este valor cuando, a diferencia de otros amigos y conocidos que lo juzgan sin saber, ofrece su escucha. También es
capaz de comprender sus sentimientos y le ayuda a conseguir un nuevo empleo en el que se siente valorado.

El erizo
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“Cuando educamos a nuestros hijos, dejamos huellas en ellos más por lo que somos que por lo que decimos”

Había una vez un bosque donde vivía un erizo tan lleno de púas que ningún animal salvaje osaba atacarle. Iba tranquilamente de
un lado para otro, importándole muy poco ver aparecer a la serpiente o al león. Nada podía contra él, porque sus púas podían
herir a cualquiera.

Sus amigos le envidiaban, porque ellos siempre tenían que huir al toparse con alguna fiera.

Sin embargo, el erizo era muy generoso; se llevaba bien con todo el mundo y no le importaba lo más mínimo regalar sus púas a
quien se las pidiese. La última púa que le quedaba se la dio al ratón. Este la quería para usarla para atacar al gato que le
perseguía.

En esto llegó la serpiente. Al ver al erizo, se dispuso a comérselo. Este, tumbado panza arriba, al sol, no se inmutó.

—Cada cual debe aceptar su destino con una sonrisa— acostumbraba a decir a sus conocidos.

El erizo era bien consecuente con sus ideas. Cuando ya la serpiente se le acercaba, todos los animales que habían obtenido una
púa se abalanzaron sobre ella y la ahuyentaron. La serpiente no volvió nunca más.

Entonces, el erizo agradeció a sus amigos su valiente gesto.

El joven conductor

Leo era el hijo de un matrimonio adinerado. El muchacho recibió como regalo un deslumbrante y costoso coche con el que
disfrutada yendo y viniendo por la ciudad. Quería que todos viesen y se enterasen de sus riquezas.

Leo era un conductor imprudente. Nunca respetaba las normas de tráfico, ni las señales. Siempre superaba la velocidad
permitida y provocó varios altercados a otros conductores. Pero a Leo le daba igual, a pesar de las multas que recibía.
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“Cuando educamos a nuestros hijos, dejamos huellas en ellos más por lo que somos que por lo que decimos”

—¡Qué las paguen mis papás! —se repetía constantemente.

Un día, Leo tuvo su merecido. Vio a un compañero de clase que paseaba con un perro muy bonito en el momento en que se
disponía a cruzar la calle.

Leo, distraído, comenzó a llamar al cachorro para que se acercara a él. El muchacho no miró lo que tenía delante y, antes de que
pudiera reaccionar, estampó su coche contra un árbol.

Leo no salió malherido, pero el coche quedó convertido en un acordeón.

—No pienso comprarte otro coche, Leo. Ya has demostrado que no tienes sentido de la responsabilidad y, además, te has
convertido en un peligro público. Así aprenderás —le dijeron sus padres.

El misterio del jarrón

Un día, cuando la maestra Lucía llegó a clase notó algo extraño: alguien había roto el jarrón de flores que había a la entrada del
aula.

Cada día, les recordaba a sus alumnos la importancia de ser responsables y admitir sus errores. En lugar de molestarse, decidió
ir mesa por mesa preguntándole a cada uno de sus alumnos quién había sido. Pero cada uno de ellos le daba información
distinta, e inculpaba a otro compañero cada vez.

Así, después de haber hablado con sus alumnos, Lucía se sentía muy triste. Pues, se había esforzado mucho para que sus
alumnos fueran sinceros y aceptaran sus responsabilidades.
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“Cuando educamos a nuestros hijos, dejamos huellas en ellos más por lo que somos que por lo que decimos”

Aquel día, los alumnos notaron muy extraña a su maestra, pues percibieron su decepción.

Entonces, Laura, Marcos, y Adela se levantaron de sus asientos y dieron un paso al frente.

Los tres alumnos reconocieron que tomaron el jarrón para jugar con él y, sin mala intención, se cayó al suelo. Aunque esperaron
hasta el último momento para contar la verdad, los muchachos pidieron perdón. Por ello, fueron valientes y responsables.

Entonces, Lucía se mostró muy agradecida y orgullosa de sus alumnos.

El conejito
A un conejito se le ocurrió echar a correr. Corría y corría, y no dejaba de correr.
Corría tanto que pronto se encontró frente a un huerto cercado.
—Éste debe ser un huerto muy rico porque está cercado —dijo el conejito—. Yo quiero entrar. Veo un agujero, pero no sé si podré entrar por él.
¡Hop! ¡Hop! ¡Hop!

Sí que pudo entrar el conejito en el huerto por aquel agujero que había visto. Y una vez dentro, se sintió feliz.
—¡Aquí tengo yo una buena comida! ¡Menudo atracón voy a darme!
El animalito se puso a comer, y no se cansaba de comer en las berzas, en las habas y en las coles.
Comió durante todo el día. Y así que el día llegó a su fin, dijo el conejito:
—Ahora yo debo marchar a casa. En casa me aguarda mi madre. Se me había olvidado mientras comía.
Tres veces intentó salir por el pequeño agujero y no lo consiguió ni en la primera, ni la segunda, ni la tercera vez.
—¡Ay, madre mía! -gritó-. No puedo salir. Este agujero es demasiado pequeño. Me he pasado el día comiendo y ahora estoy demasiado grueso. ¡Ay,
que no puedo salir! Ay, madre mía.
En esto llegó un perro al huerto y vio al conejito.
—¡Guau! ¡Guau! ¡Guau! -dijo—. Hoy estoy de broma y veo un conejo. Voy a bromear con él.
Echó a correr el perro bromista derecho al conejito.
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—Un perro viene -dijo asustado—. ¡Un perro viene! ¡Con lo poco que a mí me gustan los perros!
Yo debo salir de aquí. ¡Ay, madre mía!

El conejito corrió, y corriendo vio un agujero grande.

—Por aquí me escapo —dijo—. A mí no me gustan los perros. Ya estoy fuera del huerto y lejos de los colmillos del perro. ¡Gracias a mi vista y a mis
patas!

Efectivamente, cuando el perro salió por el agujero grande detrás del conejito, éste ya se encontraba en los brazos de su madre, en la madriguera. Y
su madre le reñía diciendo:

—Eres un conejo muy loco. Me vas a matar a sustos. ¿Qué has hecho por ahí todo el día?

Y el conejito, avergonzado, se rascó la barriga.


Hoja de trabajo: luego de haber leído el cuento por favor respondan en grupo los siguientes enunciados

¿Qué valor reconocemos en cuento, ¿que se haya puesto en práctica o que haya hecho falta?

Lo que más nos llamó la atención del cuento fue…

¿Cuál podría ser una nueva forma de practicar en familia los valores encontrados en el cuento?
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“Cuando educamos a nuestros hijos, dejamos huellas en ellos más por lo que somos que por lo que decimos”

Este espacio es para que pueda agregar algo más acerca de este ejercicio. Puede utilizar ambos lados de la hora si lo necesita.

Insumos necesarios para el taller

Se dividirán a los padres en grupos como máximo de 5 integrantes, si llegaran los 80 padres de familia habría que imprimir
3 copias de cada cuento del 1 al 4
4 veces el quinto cuento. Para un total de 16 grupos de 5 integrantes.
Imprimir 16 copias de la hoja de preguntas
16 lápices con buena punta y borrador.
Sacapuntas.

Existe la posibilidad que algún padre de familia necesite apoyo emocional por lo cual solicitamos
Una caja de Kleenex
Agua pura
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