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REV. DE PSICOANÁLISIS, LX, 2, 2003, págs.

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*Algunas puntuaciones
psicoanalíticas
Desde mi práctica clínica

**Norberto C. Marucco

En primer lugar, agradezco la invitación del Comité Editor de la Revue Française de


Psychanalyse, y en particular la del doctor Green como editor invitado de este número es-
pecial en colaboración con el doctor Bokanowski, y felicito la iniciativa de este emprendi-
miento científico cuya temática, “Tendencias actuales del psicoanálisis contemporáneo”, se
ubica en consonancia con la problemática del próximo Congreso Internacional de Niza. En
la presentación que hacen de este proyecto, los editores inauguran de manera condensada
una discusión sobre las más acuciantes problemáticas desde las cuales es interrogado el psi-
coanálisis contemporáneo. Se plantean así los problemas de la diversidad de líneas teóricas
y conceptuales (de cuya interrelación, si la hay, surge una amplia gama de matices entre el
acuerdo y la más franca oposición), de la frontera que es a su vez confluencia y deslinde
entre la psicoterapia psicoanalítica y el psicoanálisis, de la investigación, entre muchas
otras cuestiones de importancia equivalente. A priori parecería posible concluir que el aná-
lisis contemporáneo podría ser definible explicitando la significación que tendría cada uno
de los términos de esa definición para aquel que la enunciara. En la concepción actual del
psicoanálisis, de sus enunciados teóricos, sus alcances clínicos, y la dirección en la que
se orientaría la investigación, sólo parece posible generalizar “tendencias”, consensos más
o menos amplios dentro de la comunidad científica. Así, la perspectiva singular de cada
analista no sólo está influida por estas “tendencias actuales” y por adscripciones, refuta-
ciones, revisiones, reformulaciones, recombinaciones, etcétera, que su reflexión crítica in-
troduce, sino fundamentalmente por la experiencia que su propia práctica clínica le apor-
ta, y por el estímulo que los problemas surgidos de ésta imponen a su pensamiento dando
lugar a teorizaciones personales. Desde esta perspectiva, inmerso en la actualidad de mi
práctica analítica y en los desafíos que ésta me propone, y situado en el particular contexto
cultural en que se enmarca, intentaré responder a los inquietantes interrogantes que se for-

*Artículo publicado en una edición especial de la Revue Française de Psychanalyse, tomo LXV, “Courants
de la psychanalyse contemporaine”, con la dirección de André Green, Presses Universitaires de France, París,
2001.
**Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: San Luis 3364, (C1186ACN) Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina.
Correo electrónico: <marucco@ciudad.com.ar>.
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mulan revisitando los pilares teóricos, clínicos y técnicos que le sirven de sustento. No sé
si podré ir mucho más allá de definir mis propias “tendencias actuales” en el psicoanálisis
contemporáneo. Ni siquiera sé si mi pensamiento daría cuenta de, o podría marcar, algu-
na tendencia. Sí creo que pese a las perspectivas a veces inciertas que parecen ensom-
brecer el futuro del psicoanálisis, su savia sigue fluyendo gracias a lo aportado por sus raí-
ces en la obra de Freud. Es desde su entraña que pueden surgir nuevos desarrollos. Es
a partir de allí que se genera todo movimiento teórico en psicoanálisis, “revisitando” (diría
Green) sus articulaciones con la obra freudiana para ensayar respuestas a los requeri-
mientos que la clínica nos demanda. De este modo, nutrido por su fuente, enriquecido por
la reflexión viva de sus pensadores, fortificado por el pluralismo de sus ideas, el psico-
análisis contemporáneo no sólo será capaz de enfrentar el desafío de los tiempos que co-
rren, sino uno que es mayor y más urgente, lamentablemente, eterno, que es el desafío
que le impone el padecer del hombre.
En ese sentido, y como aproximación a una definición, diría que para mí el psicoaná-
lisis es en esencia una disciplina cuyo cuerpo de teoría y método aportan una especial
comprensión del psiquismo humano, y del modo de hallar un camino terapéutico a su su-
frimiento. De ahí el valor que le asigno a la teoría de la cura en psicoanálisis: ésta define
los objetivos no sólo de nuestra tarea como analistas, sino también la de los pacientes que
acuden a él en busca de alivio para su malestar. Perderlos de vista no sólo sería faltar a
nuestro compromiso y a nuestra ética. Nadie acude al análisis por un mero afán investi-
gativo acerca de sí: todo sujeto que decide emprender tan comprometida tarea busca a
través de ella que algo de la propia vida cobre nuevo sentido.
Así, en el terreno de la clínica, nuestra vocación analítica nos ubica en el lugar de un in-
vestigador muy particular que constantemente debe reflexionar sobre sí, sobre su tarea te-
rapéutica, sobre la teoría que sustenta, sobre el contexto cultural en que su actuar y pensar
están inmersos, sobre las vicisitudes del contexto científico al que pertenece, y sobre la re-
lación que éste establece con los demás campos científicos. Personalmente entiendo el mé-
todo psicoanalítico como una propuesta al paciente de conocimiento sobre sí mismo, que
supone a su vez la voluntad de conocer en el analista (a su paciente en su singularidad, a
sí mismo como sujeto involucrado en el proceso, y de conocer las modalidades de estruc-
turación y funcionamiento psíquico en un camino de ida y vuelta constante entre la teoría y
la clínica). Su objetivo, como el de todo investigador, será ir en busca de la verdad. Una ver-
dad que paciente y analista tendrán que ir develando en aproximaciones a veces erráticas,
que no ofrecen garantías ni reaseguros de satisfacción, y que no pertenecen ni a uno ni a
otro. Y todo ello sucederá en el discurrir de ese diálogo de deseos que estructura la trans-
ferencia, y cuyos enunciados tienen valor en tanto aparecen como provisionalmente verda-
deros y al mismo tiempo potencialmente veladores de lo inconciente que subyace.
Entonces, como dije, para dar cuenta de las manifestaciones de la llamada “patología
actual”1 bien vale, como siempre, repensar la obra de Freud. Retomando sus premisas más
significativas, con el aporte de autores posfreudianos que han enriquecido sus perspecti-
vas, y profundizando en mis propias reflexiones surgidas a partir de los interrogantes que
suscita la práctica clínica, he planteado un enfoque metapsicológico que daría sustento teó-
rico al abordaje que propongo para la patología actual. Parto entonces de lo que considero

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cuatro pilares básicos freudianos; cuatro verdaderas “introducciones” –como prefiero lla-
marlas– a temas fundamentales de la metapsicología que han tenido profunda repercusión
en la comprensión de la psicopatología, el ejercicio de la cura, y en cuanto a los recursos
de la técnica. Me refiero a: 1) la introducción de los sueños; 2) la introducción del narcisis-
mo; 3) la introducción de la pulsión de muerte, y 4) la introducción del fetichismo. Estas cua-
tro introducciones de conceptos fundamentales en la teoría freudiana no sólo marcan hitos
en el desarrollo o la profundización de la metapsicología, sino que en verdad constituyen
una explicación de la estructuración del aparato psíquico desde distintas perspectivas, cada
una de las cuales determinan “zonas” o “áreas” de funcionamiento psíquico acordes a su
particular modo de estructuración. Considero que Freud las ha ido descubriendo a lo largo
de su obra, y describiendo, aun sin enunciarlas como tales; y al hacerlo nos ha puesto sobre
la pista de lo que actualmente debemos desarrollar y definir más profundamente para faci-
litarnos el acceso a la patología de hoy. Considero que las estructuras psicopatológicas nos
muestran en su complejidad clínica las manifestaciones de estas “zonas” que coexisten y
se superponen simultáneamente en el aparato psíquico. Esto no supone ver el aparato psí-
quico como una especie de mapa donde las distintas regiones se ubican en el plano unas
junto a las otras mostrando límites precisos entre ellas. Quizás la imagen más representa-
tiva de lo que intento describir sea la del cuadro de Dalí que muestra a Gala desnuda mi-
rando al mar que, a una distancia de 18 metros, se transforma en el retrato de Abraham
Lincoln (Homenaje a Rothko) de 1976 que se exhibe en el Teatre-Museu Dalí de Figueras:
en él, la imagen de conjunto es una sola, pero es la relatividad del punto de vista del con-
templador la que revela la coexistencia de distintas estructuras, cada una de ellas con una
lógica propia que se manifiesta a los sentidos de manera particular. En el análisis, ese
“punto de vista” sería el de la dupla paciente-analista interactuando en la dinámica de la
transferencia-contratransferencia. Cada una de estas zonas psíquicas, en su particular
modo de estructuración, funcionamiento y manifestación, compromete también de manera
diferente y particular los recursos de la interpretación, la construcción, la contratransferen-
cia (o, en un sentido más amplio, la mente del analista), y marca su impronta en las condi-
ciones mismas del encuadre, así como de otros aspectos de la técnica psicoanalítica. Es
ésta la actualización que propongo para entender y abordar la clínica de hoy. Por tanto
pienso que el desafío que se impone a la labor del analista frente a la complejidad de la
psicopatología actual es el de aguzar sus “sentidos analíticos” para detectar en su pa-
ciente los distintos momentos en los que se manifiestan las expresiones de sus diferen-
tes “zonas de funcionamiento psíquico”, y a partir de ahí encontrar las vías de acceso te-
rapéutico adecuadas a cada una de esas “zonas”, y calibrar acorde a ellas sus instru-
mentos técnicos.

1. La expresión “patología actual” se refiere a la clínica que enfrentamos hoy los analistas. No implica una
toma de posición con relación a si se trata realmente de nuevas expresiones de la psicopatología o de viejas
patologías vestidas con nuevos ropajes, lo cual merecería una reflexión teórica profunda.
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La introducción de los sueños conceptualiza un inconciente sexual y significante (que co-


mienza a delinearse precisamente en el libro de los sueños y culmina en su trabajo sobre
“El inconciente” de la primera tópica) formado por representaciones, y cuya pulsionalidad
está dada por la pulsión sexual. Esto describiría una “zona” del aparato psíquico caracte-
rizada por las manifestaciones de ese inconciente reprimido, sexual y significante, y sus
expresiones patológicas que configurarían las denominadas “neurosis clásicas”: la histe-
ria, la neurosis obsesiva, las neurosis fóbicas. Esta zona psíquica ha sido intensamente in-
terrogada por la teoría psicoanalítica, habiéndose logrado aquí, quizás, los mejores resul-
tados, las respuestas más completas. La tarea analítica en esta área sería fundamental-
mente la del develamiento del deseo y de su expresión en los significantes. Su manifesta-
ción en el encuadre: el paciente recostado en un diván... su posibilidad motora inhibida...
casi anulado el polo perceptivo... Podría decirse que están dadas las condiciones para que
la cadena asociativa se vaya desarrollando a la manera de un sueño (Green, 1990). El
análisis sería (en estas condiciones) el análisis de los significantes, que aparecerían uno
tras otro en ese desfiladero que implica la asociación libre. ¿Y la interpretación? Ella sería
la interpretación de los significantes. Poderío del psicoanálisis en el área de un inconcien-
te que es el inconciente reprimido y sus modos de retorno: los síntomas, que devienen en
síntomas transferenciales, y que la asociación libre, como única regla psicoanalítica bási-
ca, permite que afloren. La contrapartida, por el lado del analista, estaría dada por su aten-
ción flotante.
La asociación libre es fundamental; es un instrumento privilegiado para detectar el in-
conciente sexual y significante. Pero, cuando nos encontramos además con otras zonas
psíquicas donde lo psicopatológico se expresa a través del acto, ¿alcanzará con la aso-
ciación libre solamente? ¿No requeriremos de un “instrumento” que permita detectar, por
ejemplo, las expresiones del acto? Me interesa señalar el hecho de que en el concepto de
inconciente está contenido lo reprimido, y algo más que lo reprimido...

Con la introducción del narcisismo, Freud (1914) nos presenta “otro psicoanálisis”.
Introduce básicamente la problemática del yo en la teoría y también en la clínica y en la
conducción de la cura. La introducción del narcisismo en la teoría marca un momento pun-
tual de la estructuración psíquica, fundante del psiquismo. Freud reconstruye el proceso
que va del autoerotismo a la conformación del narcisismo, o sea, ese nuevo acto psíqui-
co por el cual se constituye el yo que es, a mi entender, la identificación primaria pasiva
(que Freud define como previa a toda carga de objeto, y que Laplanche ubicaría como el
significante enigmático en la constitución del inconciente y, quizás, en la creación de la
pulsión). Demuestra la importancia del objeto en la constitución del psiquismo y, por ende,
en las características de la patología, y en el devenir del proceso analítico. Un objeto cuyo
protagonismo estará marcado a su vez para el sujeto en la importancia de su rol para la
creación del ideal. Así se trazan los senderos y así también se marcan destinos: “el niño
deberá... la niña deberá...”. Estos senderos, estos destinos, ¿se encuentran también en
territorios del inconciente reprimido? ¿O cuando hablamos de la “ceguera”, la fatalidad del
destino, transitamos un área diferente? Quizás estemos ahí en una zona inconcientizada,

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zona narcisista que remeda la historia del deseo de los otros, a la manera de las cajas chi-
nas. La importancia de tener el objeto y de frustrarse ante/por el objeto. Recordemos a
Freud: por la frustración se crea un ideal. Ideal al que se le consagrará el amor que antes
se le consagraba al “yo verdadero”. Se instala de este modo un ideal narcisista que im-
plica una estructura intrapsíquica que he denominado “estructura idealizadora”.
Proyectado hacia un objeto externo este ideal intrapsíquico, esta estructura idealizadora,
deviene en la idealización del objeto.
Entonces, la introducción del narcisismo arroja luz sobre la zona psíquica en la que se
muestra con mayor significatividad la importancia del objeto, y las consecuencias que su
privación conlleva en el forjamiento del ideal que intenta reconstruir una historia mítica de
amor, independiente, por supuesto, de la realidad material. Este mecanismo tiene sus
consecuencias, siendo una de ellas la constitución de un reaseguro frente al poderío del
objeto. Esta zona del aparato psíquico está caracterizada por la existencia de la estructu-
ra idealizadora, que es tanto lugar de refugio frente al poderío del objeto como fuente de
patologías (las adicciones, las depresiones, algunos fenómenos de masa, etcétera) cuan-
do la proyección del ideal intrapsíquico se ubica en un objeto externo al que se le otorga
un exceso de poder.
Cuando dentro de la clínica la estructura idealizadora –estructura intrapsíquica del yo
con el ideal– se proyecta en el analista, encontraremos que lo que se pone en juego es
una transferencia idealizada en la que se reeditará una suerte de amor adictivo. Ubicado
en ese lugar, el analista deberá desde allí desmontar el poderío de la idealización, recu-
perando como representación histórica lo que se transformó en estructura psíquica. El ins-
trumento técnico para hacerlo son las construcciones que den cuenta de una historia
donde el desaire que se produjo, y fue negado, se transforme en recuerdo; esto es, en re-
presentación. El analista se encontrará así incluido en una compleja y particular trama re-
lacional “ocupando” el lugar de ese objeto idealizado capaz de marcar el destino de una
vida. ¿Cuántos cambios pueden darse en el circuito de la repetición cuando esto es ad-
vertido, analizado, y desmontado; y cuántos destinos ciegos se pueden crear en un análi-
sis en el que esto no sea revelado?

La introducción de la pulsión de muerte en la obra freudiana conduce a dos puertos o,


mejor, a dos travesías: El yo y el ello y el concepto de compulsión a la repetición. El in-
conciente (aquel inconciente del decir y del significante) será también el del trauma.
Cuando Freud, en Más allá del principio de placer, reconceptualiza el trauma, hace que el
ello de El yo y el ello sea un concepto clínico particularmente rico. El ello incluye al in-
conciente pero es algo más. ¿Qué es ese “algo más”? Como dije, hasta entonces el in-
conciente era un inconciente sexual reprimido, y se expresaba en representaciones de pa-
labras; podríamos decir, en el concepto de significante. En cambio, el ello es un incon-
ciente donde coexiste la dualidad pulsional vida y muerte (esta última expresada particu-
larmente como compulsión a la repetición). Con el concepto de ello, pues, el campo analí-
tico incluirá historias de significantes e historias de traumas. La patología psíquica no será
entonces sólo la manera como se expresa un deseo, sino también la manera como se ex-
presa el sufrimiento: la teoría traumática vuelve a recuperarse en 1920. En estas historias
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de traumas ya no le basta al analista transitar la via di levare (esto es, interpretar). Deberá
además transitar la via di porre, otorgar significación a esos traumas que se repiten una y
otra vez con demoníaca insistencia (esto es, construir). Campo de la interpretación y de
la construcción de una historia: historias de acercamientos, de alejamientos, de distan-
cias... Momento del empuje historizador del psicoanálisis desarrollado a veces de mane-
ra exagerada y a expensas de la transferencia, peligrosamente desalojada del campo
analítico.
Entiendo que el trauma se expresa en tres planos de la repetición: 1) repetición de
los fragmentos y ramificaciones del complejo de Edipo (correspondiente al inconciente
de los sueños, al inconciente sexual y significante de la primera tópica); 2) repetición del
narcisismo herido que está “más allá del principio de placer”, casi podríamos decir “más
allá del deseo”, y que en última instancia es una repetición del desaire, de la desilusión,
o de lo que ésta encubre, o sea, la estructura idealizadora; 3) la repetición de vivencias
del tiempo primordial que no están ligadas a representaciones de palabra. Yo llamé a
estas huellas mnémicas “ingobernables”, señalando que la tarea psicoanalítica por ex-
celencia respecto de ellas es el encuentro de la representación.
Precisamente la introducción de la pulsión de muerte, y con ella la del concepto de
compulsión a la repetición, explicaría la existencia de una zona del aparato psíquico que
comandaría la repetición de esas huellas mnémicas del tiempo primordial, ingobernables,
que serían incapaces de ligadura con el proceso secundario. Punto de expresión de los
traumas preverbales, de la violencia del objeto en los amaneceres del psiquismo.
Expresión cabal de un destino cruel cuyos designios sólo puede detener la fuerza de una
representación: toda la trama de lo representable, lo irrepresentable, lo no representado,
se conjuga en el escenario que presenta estas problemáticas en el psicoanálisis contem-
poráneo. Las expresiones clínicas de esta área de funcionamiento podrían ser la tenden-
cia al acto o las manifestaciones psicosomáticas. La consecuencia del predominio de esta
área en la clínica requerirá un analista en condiciones de ofrecer su capacidad de “rêve-
rie”, siguiendo a Bion, y poder utilizar su propia mente para otorgar significación a aque-
llo que no ha podido tenerla.
Dentro del campo analítico, la contratransferencia, más específicamente lo que pro-
duce la mente del analista, sería el lugar privilegiado desde donde poder operar sobre
esas huellas mnémicas que no tuvieron representación de palabra. Pero ¿qué garantía te-
nemos de que esas palabras que introduce la mente del analista no emerjan de alguna
problemática propia de éste? El análisis del analista, y su propio autoanálisis, resultan im-
prescindibles como resguardo frente al abuso que, como objeto, pueda ejercer sobre el
paciente. Un desafío del análisis actual en esta zona psíquica es transformar al supuesto
destino, o por lo menos a parte de él, en “una neurosis” que pueda ser accesible y ope-
rable por nuestra práctica analítica. De esto se trata en toda esta zona, es decir, de le-
vantar los efectos paralizantes del vínculo con un objeto, para recuperar el empuje trans-
formador (Green, 1997), neogenético (si se me permite la expresión) de la pulsión. Eso
es, por lo menos a mi entender, lo que el psicoanálisis debe procurar.
Otra inquietante cuestión aparece relacionada con la pulsión de muerte: si entende-
mos que la pulsión sexual es estimulada desde ese plus de sexualidad del objeto, si la

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vida misma surge de la vida del otro, ¿por qué no pensar que la pulsión de muerte pueda
tener también una adscripción en el deseo de muerte que proviene del otro, en su odio,
en su hostilidad? Creo que no es irrelevante atender a que este tipo de planteo se com-
plejiza enormemente cuando lo consideramos a la luz de las condiciones del campo analí-
tico, y del papel que desempeña el deseo del analista tanto en su vertiente erótica como
tanática. Parafraseando a Freud (1937), la victoria final la tendrán los batallones más fuer-
tes: ¿qué rol representará la libido del analista dirigida hacia su paciente, su propia apues-
ta pulsional? Sin duda es significativo aquí el deseo del analista que aporta su propia pul-
sionalidad como motor de cambio y transformación.
Si la introducción del narcisismo sirvió para describir esa zona del aparato psíquico en
la que se muestra la significatividad del objeto, y que lleva a jerarquizar en la cura analí-
tica la dialéctica entre la pulsión y el objeto, la problemática del yo y del superyó que se
introduce en El yo y ello profundiza en un hecho resultante de esa dialéctica entre la pul-
sión y el objeto: la identificación. Precisamente, considero que el tema de la identificación
es otro de los grandes desafíos para el psicoanálisis contemporáneo por las dificultades
que entraña. El “inconciente de las identificaciones” retorna por lo general en la conduc-
ta, en los actos; pero también en la manera misma de concebir la vida, en el carácter. Y
vale aquí una pregunta: ¿por qué razón el carácter quedó “fuera” del análisis durante tanto
tiempo? Distintos tipos de identificación conducen, por un lado, a la inclusión en la cultu-
ra y, por otro, al fenómeno del debilitamiento de la pulsión.
La tensión entre el yo y el superyó denominada “sentimiento inconciente de culpa” no
sólo se manifiesta con el síntoma de pérdida de autoestima (fuente fundamental de las de-
presiones y de las denominadas “patologías del vacío”), sino en particular a través de la
necesidad de enfermar o necesidad de castigo. Este sentimiento de culpa, que es fuente
de ingreso a la cultura y a la vez fuente de patología, es uno de los temas clave que a mi
modo de ver el psicoanálisis contemporáneo debe investigar. En la clínica, numerosos
datos dan cuenta de la presencia de este “sentimiento de culpa” que en casos extremos
lleva a un individuo a “vivir de rodillas”, por así decir, disculpándose y pidiendo perdón por
todo, hasta por su misma existencia. Esta “enfermedad” tiene una expresión cultural am-
plia. ¿Cuánto de esto subyace en la base de comportamientos sumisos y obedientes de in-
dividuos que acaban siendo cultores de procesos de masa que a la postre pueden llegar a
tener terribles derivaciones para la sociedad y la cultura? Freud (1923), refiriéndose a la re-
acción terapéutica negativa, dice:

Si conseguimos revelar esta pesada carga de objeto detrás del sentimiento inconciente de cul-
pabilidad, conseguiremos muchas veces un completo éxito terapéutico, que en el caso contra-
rio resulta harto improbable y depende, ante todo, de la intensidad del sentimiento de culpabili-
dad y quizás también de que la personalidad del analítico permita que el enfermo haga de él su
ideal del yo, circunstancia que trae consigo, para el primero, la tentación de arrogarse, con res-
pecto al sujeto, el papel de profeta o redentor. Pero como las reglas del análisis prohíben tal
aprovechamiento de la personalidad médica, hemos de confesar honradamente que tropeza-
mos aquí con otra limitación de los efectos del análisis, el cual no ha de hacer imposibles las re-
acciones patológicas, sino que ha de dar al yo del enfermo la libertad para decidirse en esta
forma o en otra cualquiera (las bastardillas son mías).
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Con esa descripción tan explícita en sus términos, Freud nos ubica nuevamente en pleno
campo de la sugestión (y muy próximos, en el terreno de la técnica, de lo que se ha dado
en llamar psicoterapias de “orientación psicoanalítica”); o sea, del poder del otro: pero,
¿habrá alguna excepción a la prohibición de hacer uso del poder de esa sugestión? Y si
así fuera, ¿por cuánto tiempo? ¿Será el poder sugestivo el responsable de la prolongada
duración de algunos análisis? Freud hizo una clara y severa advertencia ética: el analista
deberá abstenerse de ocupar ese lugar de “profeta” o “redentor”, y deberá darle al pa-
ciente la libertad de elegir aun su enfermedad. Pero, alertados por Freud de este peligro,
no podemos detenernos sin intentar por lo menos ir un poco más allá. ¿A qué alude cuan-
do dice que aun con el riesgo de caer en ese peligroso lugar de “profeta” y de “redentor”
existe la posibilidad de que el sujeto haga del analista su ideal del yo y así “salvarse” de
su propia “destrucción”? ¿Podemos nosotros rehusar siempre ese riesgo? ¿O tendremos,
en determinadas situaciones, que calzar las máscaras ilusorias de salvadores, profetas,
redentores; y desenmascararnos luego, liberando así al individuo para decidir su vida
guiado por sus pulsiones y no compelido por el poder de un objeto?
En las reacciones terapéuticas negativas (RTN), ese extraño y paradójico enfermar
cuando un individuo mejora, reverberan los ecos que provienen de esa “zona psíquica” en
la que se libra la dura batalla por desasirse del poderío del objeto de la identificación pri-
maria pasiva. El paciente avanza en su tratamiento... y, sin embargo, en lugar de mejorar
se siente enfermo. ¿Qué sucede? ¿El psicoanálisis encuentra su tope? Algunos conside-
ran con Freud que, llegado a este punto, el analista tiene que reconocer los límites de su
instrumento. Por mi parte, entiendo que es precisamente cuando se produce este “enfer-
mar al mejorar” que el analista deberá ajustar la lente para acceder a esa lucha entre el
yo y el superyó –en ese “otro inconciente”, en esa otra “zona psíquica”, podríamos decir–
y trabajar intensamente. Es éste un enemigo que sorprende especialmente porque pare-
ce gestarse en las entrañas mismas del proceso analítico y dirigir sus ataques directa-
mente hacia él y su representante, el analista. “Cuando les damos esperanzas y nos mos-
tramos satisfechos por la marcha del tratamiento, se muestran descontentos y empeoran
marcadamente” (las bastardillas son mías) dice Freud en El yo y el ello (1923) con asom-
bro frente a estas reacciones inesperadas y en apariencia injustificadas. Pero ¿quién “da”
esperanzas? ¿El análisis o el analista? ¿Imposición de deseos del analista? De ser así,
la reacción terapéutica negativa podría estar al servicio de desligarse del deseo del otro,
y por tanto ser “positiva” al brindarle al sujeto un camino hacia la desidentificación, per-
mitiéndole desligarse incluso del analista en las etapas finales del proceso analítico. En
este terreno, en la complejidad de esta “zona de identificaciones” con ese otro que cons-
tituye y “enajena”, y en el seno mismo de los “momentos transferenciales”, el psicoanáli-
sis tendrá que descubrir los caminos que conducen a una desidentificación capaz de re-
cobrar para el sujeto el impulso vivificante de su propia pulsión (Green, 1997). Mientras
en el psicoanálisis contemporáneo ciertas teorías han llegado a proponer la identificación
con el mismo analista como manera de “corregir” identificaciones patológicas, considero
cauteloso mantener importantes prevenciones en este sentido. Lo diría de esta manera:
precaverse tanto de caer en una abstinencia tal que pueda representar para el paciente
una exigencia de desinvestidura peligrosa para su economía psíquica; como de una iden-

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tificación con el analista que selle un nuevo destino, tan ajeno al sujeto como lo era el “pro-
yecto de vida” gestado en su patología.
Por otra parte, no pocas dificultades plantea al psicoanálisis contemporáneo el tema
del masoquismo. Me refiero específicamente al masoquismo primario que anida en el yo,
derivación directa de la pulsión de muerte, y que lleva al yo a su destrucción. Masoquismo
del yo y/o sadismo del superyó. ¿Cómo dar cuenta de una pulsión que anida en sí el ger-
men de su propia destrucción? ¿Cómo explicar la confluencia de este masoquismo del yo
con la acción de un superyó que, heredero de una identificación, produce también un des-
tino de muerte? ¿Qué es el suicidio? ¿Un acto inducido por la pulsión o por un superyó
que se abate con furia inmisericorde sobre el yo hasta conducirlo a su propia destrucción?
Preguntas a la espera de una profunda investigación acerca de lo “primario” en el psi-
quismo.

Por último, la introducción del fetichismo en la teoría, tal como la denominó Pontalis
(1978), inaugura un nuevo desarrollo metapsicológico al que me he referido como “la ter-
cera tópica freudiana”, porque implica la aparición de un defensa clave, como es la des-
mentida, y un efecto fundamental, que es la escisión del yo. A partir de allí podemos en-
tender un aparato psíquico con un yo escindido por la acción de la desmentida. Pero ha-
gamos un breve recorrido que nos permita ubicarnos en el tema: como resultante del in-
terjuego entre el Edipo y la castración, se definirá la estructuración del aparato psíquico.
En el recorrido que hace el niño en sus enlaces libidinosos con el padre y la madre so-
breviene el momento en que tiene que enfrentarse, por un lado, al reconocimiento de la
castración de la madre y, por otro, a la amenaza de castración del padre. Si reconoce la
castración, la amenaza de castración del padre cobra significación. La defensa entonces
es reprimir la pulsión. Se constituye así el inconciente reprimido. De la historia del Edipo
queda como heredero el superyó. Cuando Freud publica en 1924 “El sepultamiento del
complejo de Edipo”, corona su teoría fálica. El aparato psíquico termina de conformarse
en ese sepultamiento. El yo finalizará dependiente de sus amos: el ello, con su mundo pul-
sional; el superyó, con sus exigencias; y la realidad exterior.
Pero tres años después, Freud escribe “Fetichismo”. La inclusión de “Fetichismo” apa-
rentemente introduce el estudio de una perversión. Pero de eso Freud ya se había ocu-
pado mucho antes. ¿Por qué necesita, en 1927, dedicar un artículo al fetichismo? ¿Por
qué después de haber publicado “El sepultamiento del complejo de Edipo”, y de haber
hecho una síntesis final sobre la resolución del complejo de Edipo, reaparece el fetichis-
mo? Freud vuelve sobre el fetichismo porque ha encontrado un mecanismo que no sólo
da cuenta de la perversión propiamente dicha, sino también de una modalidad de estruc-
turación del aparato a partir de la Verleugnung. Entonces, la desmentida pasa a tener un
papel fundamental en la conformación del psiquismo. Dijimos que frente a la amenaza de
castración una parte del yo la reconocerá y reprimirá su Edipo fundando el inconciente re-
primido –historia del sepultamiento del Edipo–. Pero otra parte del yo desmentirá la cas-
tración; y al hacerlo conformará un inconciente no reprimido, un inconciente producto de
la desmentida, con sus particulares vías de retorno. Cuando la castración materna no es
reconocida y se pone en el lugar del pene materno (por desplazamiento y transmutación
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de valores) un objeto que se transforma en condición del goce sexual, estamos ante una
perversión: el fetichismo, campo de la patología de la desmentida. Pero cuando esta
transmutación de valores y este desplazamiento del pene materno no se hace sobre un
objeto concreto, sino sobre algo que el deseo crea “a voluntad”, al decir de Rosolato
(1978) (ese cierto brillo sobre la nariz, que señaló Freud), estamos ante la creación de lo
que he denominado el “fetiche virtual”: eso otro inasible, inmaterial, es condición para ase-
gurar la sobrevida de la pulsión, ya que la castración resulta sorteada por el desplaza-
miento sobre un objeto que tiene algo de aquel objeto primario, incestuoso, sin ser él.
Octave Mannoni (1969) acuñó una expresión muy ilustrativa para describir en el discurso
del paciente la acción de la desmentida: “ya lo sé... pero aun así...”. El “ya lo sé” denotaría
el reconocimiento de la castración, en tanto que el “pero aun así...” la acción de la des-
mentida que preserva la pulsión y su correlato: la fantasía. De allí que el “fetiche virtual”
sea condición de la elección del objeto amoroso así como de la creatividad. No hay posi-
bilidad de creación sin esa capacidad para desmentir cierta parte de la realidad que al
mismo tiempo se acepta. Esto implicaría crear equivalencias entre castración y “realidad”.
Entonces, la introducción del fetichismo y el concepto de desmentida que me sirvieron
de punto de partida para desarrollar el concepto de “fetiche virtual” como condición del amor,
y para precisar el modo de funcionamiento acorde a la desmentida que su constitución ha-
bilita (como esa posibilidad de reconocer y a la vez desconocer la castración respectiva-
mente), describen el funcionamiento de una zona del aparato psíquico de peculiares carac-
terísticas y formas de expresión clínica y psicopatológica.
El “fetiche virtual” y la desmentida son entonces estructurales, y ambos condicionan la
elección del objeto amoroso, la sobrevida de la pulsión, e implican la posibilidad de la cre-
ación. Cuando la pulsión desfallece por la imposibilidad de constituir ese “fetiche virtual”
que de algún modo asegura que algo de la pulsión edípica seguirá latiendo en él, volve-
mos a encontrarnos con las normopatías, con la pérdida de la capacidad de amar (capa-
cidad de amar que para Freud constituía una de las condiciones de la cura analítica).
Entonces, todo análisis que se embarque en un reconocimiento a ultranza de la realidad
tendería a provocar un cercenamiento de la potencia de la pulsión. La falta de pulsión no
sólo es producto de la historia psicopatológica de un individuo, también puede ser parte
de la historia de un proceso analítico en el que el reconocimiento a ultranza de la realidad
ha ido acallando la potencialidad del mundo pulsional en sus dos vertientes: la creación y
la satisfacción en las condiciones del amor.
Si existe el riesgo de descuidar la importancia del “pero aun así” en favor del “ya lo sé”,
también existe la opción contraria; o sea, incentivar el “pero aun así” sin llegar a recono-
cer el “ya lo sé”. El análisis se ubica, a mi entender, en el adecuado y artesanal equilibrio
entre el “ya lo sé” y el “pero aun así”.
Finalmente, y para sintetizar de alguna manera lo expresado hasta aquí, el psicoana-
lista de hoy deberá ser aquel que investigue la zona de lo reprimido, en cuyos márgenes
se desplegará básicamente como un intérprete de significantes. Tendrá por otra parte que
vérselas con los pedestales que erigirá, también bajo sus pies, la estructura idealizado-
ra, y sostener las desilusiones de su contrapartida; el analista también tendrá que ser
quien ayude a construir un niño narcisista para que pueda transformarse luego en un agó-

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nico recuerdo. Deberá estar dispuesto a poner su mente al servicio de la construcción de


una historia nueva de un trauma viejo que no tuvo historia. Finalmente, tendrá que tra-
bajar sobre las identificaciones para producir, desde allí, la posibilidad de una liberadora
y fructífera desidentificación. Tendrá que escudriñar los misterios del sentimiento de
culpa. Deberá, en suma, avanzar por los caminos de la investigación, en la superficie y
en la profundidad de los fenómenos que se expresan en la psicopatología clínica, y tam-
bién en la psicopatología de la vida cotidiana. Caminos que a mi modo de ver resultan
paralelos a veces con los de la represión, y otras pueden producir fenómenos de incon-
cientización simultáneos y de extraños entrecruzamientos.
Reitero una vez más que no he querido dar aquí respuestas a estas problemáticas,
sino compartir algunos interrogantes y dejar planteadas cuestiones que considero de im-
portancia, y que, en mi opinión, demandan al psicoanálisis contemporáneo desde lugares
todavía inciertos y zonas no suficientemente comprendidas o exploradas del psiquismo
humano. Creo que los que he podido formular son sólo algunos de los desafíos que el psi-
coanálisis del siglo XXI debe reconocer para ponerlos en el centro de su interés y su in-
vestigación. He esbozado apenas algunas líneas que podrían trazarse hoy para la inves-
tigación en psicoanálisis, que es la que decidirá en última instancia los futuros logros en
el campo analítico, y delineará asimismo, e inevitablemente, los contornos de los próxi-
mos interrogantes a develar.

Resumen

En este trabajo, el autor sostiene que en la concepción actual del psicoanálisis, de sus enunciados
teóricos, sus alcances clínicos, y la dirección en la que se orientaría la investigación, sólo parece
posible generalizar “tendencias”, consensos más o menos amplios dentro de la comunidad cientí-
fica. Así, la perspectiva singular de cada analista no sólo estaría influida por estas “tendencias ac-
tuales” y por las adscripciones, refutaciones, revisiones, etcétera, que su reflexión crítica introdu-
ce, sino fundamentalmente por la experiencia que su propia práctica clínica le aporta, y por el estí-
mulo que los problemas surgidos de ésta le imponen a su pensamiento dando lugar a teorizacio-
nes personales.
El autor intenta una primera definición al señalar que para él el psicoanálisis es una discipli-
na cuyo cuerpo de teoría y método aportan una especial comprensión del psiquismo humano, y
del modo de hallar un camino terapéutico a su sufrimiento; de ahí el valor que le asigna a la te-
oría de la cura en psicoanálisis. Situado en el terreno de la clínica, el psicoanalista sería un in-
vestigador muy particular que debe reflexionar sobre sí, sobre su tarea terapéutica, la teoría que
sustenta, el contexto cultural en que su actuar y su pensar están inmersos, así como sobre las
vicisitudes del contexto científico al que pertenece, y su relación con los demás campos científi-
cos. Su “investigación” tendrá lugar en el discurrir de ese diálogo de deseos que estructura la
transferencia, y cuyos enunciados tienen valor en tanto aparecen como provisionalmente verda-
deros y, a la vez, potencialmente veladores de lo inconciente que subyace.
Basándose en lo que define como los cuatro “pilares básicos” de la metapsicología freudiana
(1. la introducción de los sueños, 2. la introducción del narcisismo, 3. la introducción de la pulsión
de muerte, 4. la introducción del fetichismo), el autor describe su teorización acerca de las “zonas
psíquicas” (áreas de funcionamiento psíquico coexistentes) y sus particulares modos de estructu-
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ración. Para él, las estructuras psicopatológicas mostrarían en su complejidad clínica las manifes-
taciones de estas “zonas” que coexisten y se superponen simultáneamente. Su comprensión per-
mitiría intentar un abordaje clínico acorde a ellas, comprometiendo de manera particular los recur-
sos de la interpretación, la construcción, la contratransferencia (o, en un sentido más amplio, la
mente del analista), y las condiciones mismas del encuadre, así como otros aspectos de la técni-
ca. El analista de hoy tendrá que aguzar sus “sentidos analíticos” para detectar los distintos mo-
mentos en los que se expresan esas diferentes “zonas de funcionamiento psíquico”, y a partir de
allí encontrar las vías de acceso terapéutico adecuadas a cada una de ellas. Esta perspectiva de-
jaría abierta la inquietud por otras zonas del psiquismo humano “a explorar”, que requerirían de la
comprensión y el abordaje del psicoanálisis, y comprometerían sus esfuerzos clínicos, de investi-
gación, y su reflexión teórica.

DESCRIPTORES: APARATO PSÍQUICO / SIGNIFICANTE / IDEALIZACIÓN / TRAUMA / PULSIÓN DE MUERTE / DESMENTIDA /


PSICOANÁLISIS

Summary
SOME PSYCHOANALYTIC OBSERVATIONS

In this text, the author maintains that in view of today’s conception of psychoanalysis, its theoreti-
cal enunciations, its clinical range, and the directions its investigation takes, it only seems possible
to generalize on “tendencies”, a more or less broad consensus in the scientific community. Thus,
the singular perspective of each analyst is not only influenced by these “current tendencies” and by
the ascriptions, refutations, revisions, etc., that his or her critical thought introduces; but basically
by the experience provided by his or her own clinical practice, and by the stimulation the problems
arising in it impose on his or her thinking, leading to personal theorizations.
The author essays an initial definition when he points out that he considers psychoanalysis a
discipline whose theoretical corpus and method contribute a special understanding of the human
psyche, and of the way to find a therapeutic path for its suffering; this is the basis of the value he
places on the theory of the cure in psychoanalysis. Situated on the ground of clinical work, psy-
choanalysts are a particular type of investigator, since they must reflect upon themselves, their ther-
apeutic work, the theory supporting it, the cultural context in which their actions and thoughts are
immersed, as well as the vicissitudes of the scientific context to which they belong and its relation-
ship with the other scientific fields. This “investigation” takes place in the flow of this dialogue of de-
sires that structures the transference, whose enunciates have a value as provisional truths, at the
same time that they may potentially conceal the subjacent unconscious.
Based on what the author defines as the four “basic pillars” of Freudian metapsychology (the
introduction of 1. dreams, 2. narcissism, 3. the death drive, 4. fetishism), he describes his theo-
rization on the “psychic zones” (coexisting areas of psychic functioning) and their particular modes
of structuring. The author consider that the clinical complexity of the psychopathological structures
reveals the manifestations of these “zones” that co-exist and are superimposed simultaneously. To
understand them enables an appropriate clinical approach, involving particularly the resources of
interpretation, construction, countertransference (or in a broader sense, the analyst’s mind), and the
conditions of the setting as well as other aspects of the technique. The analyst today must sharp-
en his or her “analytic senses”, to detect the different moments in which these different “zones of
psychic functioning” are being expressed, and from there, go on to find the means of therapeutic

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access appropriate to each of them. This perspective leaves rooms for interest in other zones of the
human psyche “to be explored”, which will require psychoanalytic understanding and approach, with
commitment to its clinical efforts, investigation and theoretical reflections.

KEYWORDS: PSYCHIC APPARATUS / SIGNIFIER / IDEALIZATION / TRAUMA / DEATH DRIVE / DISAVOWAL / PSYCHOANALY-
SIS

Bibliografía

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(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 2 de julio de 2002, y ha sido aprobado para su publica-
ción en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS el 25 de noviembre de 2002.)
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