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Unidad 2

Marco histórico de la psicología general sanitaria: de la psicología clínica


a la psicología de la salud.

Irene Caro Cañizares


Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA)
Introducción

En la mayoría de los acontecimientos es difícil establecer el punto de “origen” donde


comenzaron. Elegir ese punto en la concatenación de hechos que puede identificar claramente el
momento previo en que no existía un determinado suceso y el momento siguiente en que comienza
a existir, no es tarea fácil. Probablemente, porque según la lente con que se mire, dicho punto puede
ser diferente.

La psicología como disciplina y como ciencia sufre también de esta indeterminación. Se


podría decir que la psicología nace ligada a la filosofía y habría quien se remontaría incluso hasta a
los presocráticos para comenzar a enmarcarla. Mientras habría quien acotaría sus inicios a la
definición de la psicología científica defendida por Fechner, Wundt o James, entre otros, a finales
ya del siglo XIX.

Con todo y con eso, dado que no se trata de un manual de historia ni de filosofía y no es este
el lugar para poder resolver dicho dilema, lo que se pretende en este capítulo es dotar al lector de
algunas pinceladas que permitan “colocar” la actividad científica y profesional del psicólogo
sanitario actual en la línea del tiempo respecto a la historia contemporánea.

Breve historia contemporánea de la psicología clínica

Obviando el problema de la indeterminación en historia, se podría decir que popularmente


se reconoce el inicio de la psicología de corte más científico a finales del siglo XIX, ligada a los
experimentos de laboratorio y a la fisiología.

Después de la crisis de fundamentos que había sacudido a la psicología tras la aparición del
Positivismo enunciado por Comte (1830) que dejaba a la psicología fuera de las consideradas
“ciencias” por encontrarse todavía en un estado “no positivo”, sin objeto ni método, no es hasta
1843 que ésta vuelve a considerarse como ciencia cuando Stuart Mill legitima tanto su objeto (la
mente) como su método (las observaciones).

El impulso fundamental para la consideración de la psicología como ciencia independiente,


surge entonces de la corriente Psico-fisiológica. De la mano de Müller, el considerado padre de la
fisiología experimental en Alemania, se retoma el interés por dar una respuesta fisiológica,
científica y experimental a problemas psicológicos. En su “Tratado de la fisiología del hombre”
(1846), dedica el último volumen a los aspectos “Acerca de la mente”, considerado el primer libro
sobre Psicología fisiológica.

Siguiendo esa línea, el trabajo de Wundt supone un salto cualitativo en el establecimiento


de la Psicología como ciencia. Wundt y posteriormente, su discípulo Titchener, en el marco del
Estructuralismo europeo, se plantearon estudiar la mente descomponiéndola en sus elementos
más simples. Así, definieron las sensaciones, los afectos y las imágenes como los tres elementos
básicos de la conciencia. En las relaciones que se establecen entre estos elementos surgirían, según
estos autores, los fenómenos complejos. Como resultado de su trabajo de recopilación, se publica el
primer texto de psicología científica “La psicología de la conciencia” (Wund, 1873-1874).

Como toda acción tiene su reacción, en la misma época, James (1842-1910) propugna,
desde Estados Unidos, un “Funcionalismo” y un “Pragmatismo” que pretende defender la
importancia de los aspectos metodológicos, criticando los métodos de Titchener. Con James, se
pone sobre la mesa la necesidad de estudiar la conciencia a través del constructo del “yo”, como una
realidad más allá de la mera suma de los elementos (Hothersall, 2004).

En medio del debate filosófico, se ha señalado el origen de la psicología clínica en 1896, a


raíz de los trabajos de Witmer (de quien no hay que olvidar que había estudiado con Titchener) y su
equipo, con pacientes con alteraciones del lenguaje, en la primera clínica psicológica de atención a
la infancia en Estados Unidos (Thomas, 2009).

Los trabajos de Witmer, primero en el laboratorio y posteriormente en su clínica, supusieron


el comienzo de la psicología clínica, no sólo como definición de un “lugar”, si no también por la
definición de un “método”. Witmer defendía que el trabajo del psicólogo no debía limitarse a
describir y explicar el comportamiento humano, sino a traducir ese conocimiento en técnicas y
aplicaciones que permitieran aliviar los problemas de las personas de manera individualizada.
(Rodríguez-Marín, 1998).

El concepto de Psicología Clínica quedó históricamente establecido entonces cuando, en


1907, Witmer edita el primer número de la revista Psychological Clinics (Witmer, 1996) y escribe:
“...en cuanto a los métodos de la psicología clínica, intervienen necesariamente siempre que se
determina cómo funciona la mente de un individuo, mediante la observación y experimentación, así
como cuando se aplica un tratamiento para lograr un cambio”.
Desde ese momento, crecieron en Estados Unidos tanto el número de profesionales
dedicados a la psicología clínica como los centros para su aplicación y en 1919 se estableció la
División 12 de Psicología Clínica de la APA (Society of Clinical Psychology).

A partir de entonces, y pasando por alto la aparición de los movimientos sobre “Higiene
mental”, puede afirmarse que el gran empuje de la psicología clínica vino de la mano de las
consecuencias de las dos grandes guerras.

La I Guerra Mundial (1914-1918) supuso un cambio de paradigma en las motivaciones de


los soldados. La fe, la patria, el amor al rey, la justicia u otras motivaciones que en guerras previas
movían al ejército, se toparon con motivaciones de poder que llevaron a los soldados a enfrentarse a
situaciones de elevada crueldad ante las que no se encontraba sentido (Stucchi-Portocarrero, 2014).

El contexto de peligro constante e impredecible llevó a muchos soldados a padecer un


cuadro característico de pesadillas, amnesia, confusión, sensibilidad a los ruidos, parálisis… que
Myers recogió en su artículo bajo el término “shell shock” (1915). Por su parte, Turner (1915)
distinguió entre el cuadro de “shell shock” generalmente padecido por los soldados expuestos a
explosiones de proyectiles, y un cuadro de carácter más general ligado a la propia experiencia de la
guerra en su conjunto, que dio lugar al concepto de “neurosis de guerra” o “neurosis de combate”.

Además de estos síndromes, durante la I Guerra Mundial la psicología contribuyó al estudio


de aspectos de la personalidad y de las diferencias individuales. Se desarrollaron pruebas
específicas (las conocidas Alfa Army y Beta Army) para la selección de soldados de forma masiva.
Igualmente, aparecieron dos de las pruebas más renombradas en el estudio de la personalidad, el
Test de Rorschach y el Test de Apercepción Temática, que permitieron construir un lenguaje común
entre el psicólogo (que actuaba como diagnosticador) y el psiquiatra.

Comienza a calar en la sociedad la idea de que la salud y la enfermedad mental son más bien
un continuo y que una persona sana puede llegar a enfermar si es expuesta a determinados
estresores ambientales. Es en este momento histórico cuando comienzan a desarrollarse los
primeros tratamientos psicológicos específicos con la intención de mejorar la salud mental de los
soldados.
Con la llegada de la II Guerra Mundial (1939-1945), la Administración de Veteranos en
Estados Unidos derivó miles de soldados a los diferentes hospitales psiquiátricos y
neuropsiquiátricos para su tratamiento, lo que supuso la consolidación de la Psicología Clínica.
Comenzó a tomarse en consideración la prevención del malestar y la necesidad de tratamiento de
los trastornos mentales. Conforme los años de guerra avanzaban, se fueron expandiendo las
diferentes escuelas psicoterapéuticas que se habían iniciado en la primera mitad de siglo.

Hacia el final de la guerra, en 1948 se funda la World Federation of Mental Health (WFMH)
con el objetivo de promover el mayor nivel de salud mental posible, entendida de forma amplia (en
términos biológicos, médicos, psicológicos, educacionales y sociales) a través de todas las naciones
y en todas las personas. Así, desde sus orígenes hasta la actualidad, la psicología clínica ha tenido y
sigue teniendo un claro carácter científico-profesional.

El salto a la psicología de la salud.

Al conjunto de conocimiento que se va conformando desde la psicología clínica, se añade


como aportación específica de la psicología de la salud la orientación subjetiva y social de las
personas hacia los temas de salud y enfermedad (Seoane y Garzón, 2010).

Aunque se ha señalado la presencia de estudios relativos a la psicología de la salud a


principios del siglo XX (Rodriguez- Marín, 1998), el desarrollo principal de esta disciplina
comienza a raíz de los cambios sociales de los años 60.

En la que ha sido llamada “la década prodigiosa” tuvieron lugar una serie de cambios
culturales, sociales, filosóficos, científicos y tecnológicos que llevaron a cuestionar los modelos de
vida históricamente heredados.

En línea con la publicación de Kuhn en esos años (1962) sobre el cambio de paradigma,
comienza a calar en la población la idea del fin del razonamiento ilustrado (ya fueran las teorías
liberales, sociales o marxistas). Los movimientos ecologistas ponen de relieve la limitación de los
recursos energéticos, así como la imposibilidad de que el modelo de vida previo sea sostenible a
largo plazo. Grupos clásicamente considerados minoritarios, como el de las mujeres, o el de las
minorías étnicas en Estados Unidos, comienzan a alzar la voz y ponen de relieve la visión sesgada
en los constructos sociales heredados. Otro de los grandes cambios sociales a destacar fue el inicio
de las comunicaciones a gran escala, la aparición de satélites, la red de comunicaciones militares,
Internet… esta visión global del acceso a la información y de la comunicación hizo más patente la
idea de una construcción social del conocimiento (Dinamarca, 2011).

Ocurrió que se pasó de una visión “objetiva” y unilateral del conocimiento y del ser humano
a una visión subjetiva, personal y elaborada colectivamente. En los años 70 ya se extiende la idea
de que todo conocimiento teórico es más una construcción social que la acumulación de datos
científicos objetivos (Seoane y Garzón, 2010).

En el ámbito de la salud, estos movimientos tienen un claro reflejo en la aparición de la


medicina alternativa, así como de los movimientos antipsiquiatría. Se pone de manifiesto una visión
de que la salud, la enfermedad y el propio conocimiento de ambas es una construcción de la
sociedad donde tiene lugar. Así, la salud trasciende al individuo ya que cada sujeto es responsable
de su salud y también influye en la salud de los otros. Además, los avances en medicina que
permiten ir superando las enfermedades infecciosas que terminaban con la vida, abren la puerta a la
preocupación por las enfermedades crónicas y se alimenta el deseo de búsqueda de bienestar.

Este movimiento culmina en 1977 cuando Engel (1977) publica su artículo sobre la
necesidad de terminar con el modelo biomédico, ya que no deja espacio a los aspectos sociales,
psicológicos y comportamentales y de la enfermedad. En este texto, Engel propone el modelo
biopsicosocial, que posteriormente adoptará la OMS, como alternativa filosófica que permita dar
respuesta a la salud y sus cuidados en el mundo real, tanto desde la investigación, como desde la
docencia y el diseño de planes de intervención.

Centrándonos en el ámbito de la psicología en concreto, los trabajos de Shoefield entre los


años 1969-1973, analizando el contenido del Psychological Abstract de esos años, ponen de
manifiesto la escasa dedicación de los profesionales de la psicología al ámbito de la salud, más allá
de la salud mental. En términos del propio Shoefield, se apreciaba una presencia “anémica” de la
psicología en el campo de la salud, lo que supone una sacudida al mundo científico, que no tarda en
reaccionar.

En 1978 se crea la División 38 de Psicología Social de la APA, suponiendo el


reconocimiento de dicha disciplina, y en 1979 con la publicación de “Health Psychology” (Stone,
Cohen y Adler, 1979), ve la luz el primer libro sobre psicología de la salud, que recoge la definición
de la disciplina, las principales teorías, aplicaciones y desafíos a los que hacer frente.
Finalmente, en 1980 Matarazzo definió la Psicología de la salud salud como un área
específica de la Medicina Comportamental consistente en:
"el conjunto de contribuciones científicas, educativas y profesionales que las diferentes
disciplinas psicológicas hacen a la promoción y mantenimiento de la salud, a la prevención y
tratamiento de la enfermedad, a la identificación de los correlatos etiológicos y diagnósticos de la
salud, la enfermedad y las disfunciones relacionadas, a la mejora del sistema sanitario y a la
formación de una política sanitaria" (Matarazzo, 1980, p.815).

Esta definición amplia, que coloca a la psicología de la salud en la intersección de diversas


especialidades, es sobre todo, una declaración de intenciones. Se defiende que la psicología de la
salud presta su atención a los problemas de la salud de la persona en diferentes niveles de
organización: niveles intraindividuales, como el nivel bio-químico, el nivel fisiológico y el nivel
psicológico, y comportamental; niveles interindividuales, como los de intervención comunitaria; y
niveles sociales, como la colaboración con el diseño de políticas sanitarias (Stone,1987).

Se defiende entonces que la Psicología de la Salud se ocupa tanto de asuntos psicológicos


que puedan tener consecuencias fisiológicas, como de consecuencias psicológicas derivadas de
problemas fisiológicos. En resumen, de la promoción de la salud y prevención de enfermedad a
todos los niveles (Johnson y Acabchuk, 2018).

En los últimos años, la psicología de la salud ha vivido un gran desarrollo en todo el mundo,
especialmente en Estados Unidos y en Europa. Actualmente se publican decenas de revistas
dedicadas a la psicología de la salud, existen grupos de trabajo y asociaciones profesionales en todo
el mundo y se considera que está ampliamente consolidada, siendo todavía susceptible de desarrollo
futuro.

Mirando de forma conjunta a la psicología clínica y a la psicología de la salud, se observan


ámbitos comunes de desarrollo y aplicación, sinergias en sus fundamentos teóricos y aspectos
complementarios también en sus aplicaciones práctico-profesionales. Esto ha llevado en numerosas
ocasiones a diluir las diferencias entre ambas disciplinas, considerando únicamente el campo de la
“psicología clínica y de la salud” en muchos ámbitos. Sin embargo, autores del campo de la
psicología de la salud especialmente, insisten en remarcar algunas de sus diferencias. Así, se podría
encontrar un cierto consenso en que la Psicología de la salud se ocupa principalmente de la salud y
enfermedad físicas y el cuidado de la salud física, mientras que la Psicología clínica se ocupa
principalmente de los aspectos relativos a la salud mental (aún reconociendo ambas disciplinas que
la salud física y la salud mental están interrelacionadas).

Consolidación de las disciplinas en España, evolución desde los años 80

En España, la práctica de la psicología clínica toma forma a raíz del periodo de Transición (a
partir de 1975). Es en sinergia con los preceptos filosóficos del momento que pugnaban el derecho
y la necesidad de construir una Sanidad Pública de acceso universal y en paralelo a los movimientos
“antipsiquiatría” que habían ido tomando cada vez más forma a partir de los años 70, que la
psicología clínica se abre camino tímidamente, en los servicios de atención pública (Olabarría y
Anxo-García, 2011).

Inicialmente, la presencia del psicólogo clínico en el ámbito público comienza a través de


contratos de investigación, becas y contrataciones de personal laboral en los hospitales, centros de
salud comunitarios y otros servicios públicos autonómicos. Hay que destacar que estos contratos
eran locales o autonómicos y tenían un carácter ejemplarizante (Carrobles, 2013).

No es hasta 1978, con la publicación del Real Decreto (2015/1978) que se dota al que
próximamente sería el Sistema Nacional de Salud tal y como lo conocemos hoy (que ve la luz con
su forma actual a raíz de la Ley General de Sanidad (14/1984)) de un sistema propio de formación
de especialistas a través de un sistema de Residencia.

A partir de ese momento, tienen lugar las primeras experiencias de formación de psicólogos
clínicos especialistas a través de residencia. Así en 1983 aparece el primer programa PIR en
Asturias, seguido después por Andalucía (1986), Navarra (1988), Madrid (1989) y Galicia (1990)
(Carrobles, 2013). Finalmente, en 1993 tiene lugar la primera convocatoria de plazas a nivel Estatal
de formación especializada en psicología siguiendo el modelo PIR. Y en 1998, se publica el Real
Decreto (2490/1998) por el que se crea y regula la especialidad de Psicología Clínica. Este hito
supone la institucionalización de la Psicología clínica como especialidad sanitaria de la psicología a
nivel nacional.

Es en el Real Decreto de 1998 que se establece el sistema de residencia PIR como única vía
de acceso al título de especialista en Psicología Clínica, y ya entonces se abrió un proceso
transitorio de homologación para aquellos psicólogos del Sistema Nacional de Salud y del ámbito
privado que ejercían como clínicos (Sánchez, Prado y Aldaz, 2013).
Igualmente, cabe destacar que la base epistemológica que promueve la creación de la
especialidad en Psicología Clínica en España y que queda reflejada en el Real Decreto de 1998 bebe
de los movimientos sociopolíticos de la Transición y sigue, por tanto, un enfoque integrador en la
comprensión de la salud mental. Se caracteriza por una visión holística de la salud (como base en el
modelo biopsicosocial), además de defender la necesidad de creación de una figura de carácter
científico-profesional, que pueda incorporarse al ámbito de la sanidad pública, con campos de
intervención comunitaria, en un proceso de adquisición del conocimiento progresivo mediante la
práctica supervisada, integrada en equipos más grandes y con progresiva autonomía (Olabarría y
Anxo- García, 2011).

No obstante, a pesar de la progresiva regulación que se iba construyendo en torno a la


Psicología Clínica y de las vías de homologación abiertas, numerosos terapeutas ejercían en este
ámbito sin la correspondiente especialidad.

En 2003 se publica la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias (LOPS, 44/2003).


Además de regular el ejercicio de otras profesiones sanitarias, la Ley recoge que la Psicología como
ciencia no es de carácter únicamente sanitario y únicamente la especialidad en Psicología Clínica es
contemplada como profesión sanitaria.

Esta nueva legislación, que venía a poner orden en la profesión sanitaria de la psicología,
supuso, por contra, un gran revuelo. Muchos profesionales que ejercían sin la acreditación quedaban
fuera de la profesión sanitaria. Se abrieron de nuevo diferentes vías de homologación, pero aún así
quedaron profesionales sin la especialidad.

Finalmente, en 2011 se publica la Ley General de Salud Pública (33/2011) por la que se
crea la figura del Psicólogo General Sanitario y que habilita al psicólogo con la correspondiente
acreditación como sanitario para trabajar fuera del Sistema Nacional de Salud.

Desde la publicación de la Ley de 2011 se han sucedido múltiples debates en torno a la


figura del Psicólogo General Sanitario: acerca del nivel de especialización que supone, acerca de las
vías de profesionalización, acerca del itinerario formativo… Desde instancias de corte más
académico se propone la equiparación del título de Psicólogo General Sanitario al del Psicólogo
Clínico (Carrobles, 2012), mientras que desde instancias profesionales se defiende una
secuenciación tanto de la formación como de los niveles de especialización (Sánchez, Prado y
Aldaz, 2013).

A pesar de los múltiples debates, la realidad actual queda dictada por la Ley de 2011 donde
se señala que la figura del Psicólogo General Sanitario podrá desempeñar las funciones de
“...investigación, evaluación e intervención psicológica sobre aquellos aspectos del comportamiento
y la actividad de las personas que influyen en la promoción y mejora de su estado general de salud,
siempre que dichas actividades no requieran una atención especializada por parte de otros
profesionales sanitarios…”.

La citada Ley, además establece que:

“...Los psicólogos que desarrollen su actividad en centros, establecimientos y servicios del Sistema
Nacional de Salud o concertados con él, para hacer efectivas las prestaciones sanitarias derivadas de
la cartera de servicios comunes del mismo que correspondan a dichos profesionales, deberán estar
en posesión del título oficial de Psicólogo Especialista en Psicología Clínica al que se refiere el
apartado 3 del anexo I del Real Decreto 183/2008, de 8 de febrero, por el que se determinan y
clasifican las especialidades en Ciencias de la Salud y se desarrollan determinados aspectos del
sistema de formación sanitaria especializada...”.

Y añade que:

“...Corresponde a cada profesional determinar, en base a las pautas marcadas por la ley, a la
formación adquirida por el mismo y a las circunstancias de cada caso concreto, con el grado de
autonomía que caracteriza a cada profesión sanitaria regulada, en qué supuestos de la práctica
profesional están implicados trastornos mentales cuya atención requiere una formación
especializada en el ámbito de la salud mental, procediendo derivar dichos supuestos al Psicólogo
Especialista en Psicología Clínica o en su caso al médico especialista en Psiquiatría”.

De esta forma la Ley delimita la figura del Psicólogo General Sanitario en tanto a su
formación, a su campo de actuación y a sus competencias, dotándolo de una entidad profesional
suficiente como para determinar por sí mismo la necesidad de derivación a otros especialistas.

Así, el panorama de la psicología de carácter clínico o sanitario en España queda


configurado con dos figuras profesionales legisladas. Por un lado, la del Psicólogo Especialista en
Psicología Clínica, que requiere haberse formado a través del sistema de residencia (vía PIR) o
haber accedido al título a través de las homologaciones pertinentes. Esta figura está facultada para
desempeñar su ejercicio en el ámbito público, además de poder trabajar con aspectos relativos a la
salud y enfermedad mental. Y, por otro lado, la figura del Psicólogo General Sanitario, que requiere
haberse formado a través del Máster Oficial en Psicología General Sanitaria. Esta figura está
facultada para desempeñar su labor en el ámbito privado exclusivamente, además de centrar su
actividad en aspectos relativos a la promoción de la salud.
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