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Con todo y con eso, dado que no se trata de un manual de historia ni de filosofía y no es este
el lugar para poder resolver dicho dilema, lo que se pretende en este capítulo es dotar al lector de
algunas pinceladas que permitan “colocar” la actividad científica y profesional del psicólogo
sanitario actual en la línea del tiempo respecto a la historia contemporánea.
Después de la crisis de fundamentos que había sacudido a la psicología tras la aparición del
Positivismo enunciado por Comte (1830) que dejaba a la psicología fuera de las consideradas
“ciencias” por encontrarse todavía en un estado “no positivo”, sin objeto ni método, no es hasta
1843 que ésta vuelve a considerarse como ciencia cuando Stuart Mill legitima tanto su objeto (la
mente) como su método (las observaciones).
Como toda acción tiene su reacción, en la misma época, James (1842-1910) propugna,
desde Estados Unidos, un “Funcionalismo” y un “Pragmatismo” que pretende defender la
importancia de los aspectos metodológicos, criticando los métodos de Titchener. Con James, se
pone sobre la mesa la necesidad de estudiar la conciencia a través del constructo del “yo”, como una
realidad más allá de la mera suma de los elementos (Hothersall, 2004).
A partir de entonces, y pasando por alto la aparición de los movimientos sobre “Higiene
mental”, puede afirmarse que el gran empuje de la psicología clínica vino de la mano de las
consecuencias de las dos grandes guerras.
Comienza a calar en la sociedad la idea de que la salud y la enfermedad mental son más bien
un continuo y que una persona sana puede llegar a enfermar si es expuesta a determinados
estresores ambientales. Es en este momento histórico cuando comienzan a desarrollarse los
primeros tratamientos psicológicos específicos con la intención de mejorar la salud mental de los
soldados.
Con la llegada de la II Guerra Mundial (1939-1945), la Administración de Veteranos en
Estados Unidos derivó miles de soldados a los diferentes hospitales psiquiátricos y
neuropsiquiátricos para su tratamiento, lo que supuso la consolidación de la Psicología Clínica.
Comenzó a tomarse en consideración la prevención del malestar y la necesidad de tratamiento de
los trastornos mentales. Conforme los años de guerra avanzaban, se fueron expandiendo las
diferentes escuelas psicoterapéuticas que se habían iniciado en la primera mitad de siglo.
Hacia el final de la guerra, en 1948 se funda la World Federation of Mental Health (WFMH)
con el objetivo de promover el mayor nivel de salud mental posible, entendida de forma amplia (en
términos biológicos, médicos, psicológicos, educacionales y sociales) a través de todas las naciones
y en todas las personas. Así, desde sus orígenes hasta la actualidad, la psicología clínica ha tenido y
sigue teniendo un claro carácter científico-profesional.
En la que ha sido llamada “la década prodigiosa” tuvieron lugar una serie de cambios
culturales, sociales, filosóficos, científicos y tecnológicos que llevaron a cuestionar los modelos de
vida históricamente heredados.
En línea con la publicación de Kuhn en esos años (1962) sobre el cambio de paradigma,
comienza a calar en la población la idea del fin del razonamiento ilustrado (ya fueran las teorías
liberales, sociales o marxistas). Los movimientos ecologistas ponen de relieve la limitación de los
recursos energéticos, así como la imposibilidad de que el modelo de vida previo sea sostenible a
largo plazo. Grupos clásicamente considerados minoritarios, como el de las mujeres, o el de las
minorías étnicas en Estados Unidos, comienzan a alzar la voz y ponen de relieve la visión sesgada
en los constructos sociales heredados. Otro de los grandes cambios sociales a destacar fue el inicio
de las comunicaciones a gran escala, la aparición de satélites, la red de comunicaciones militares,
Internet… esta visión global del acceso a la información y de la comunicación hizo más patente la
idea de una construcción social del conocimiento (Dinamarca, 2011).
Ocurrió que se pasó de una visión “objetiva” y unilateral del conocimiento y del ser humano
a una visión subjetiva, personal y elaborada colectivamente. En los años 70 ya se extiende la idea
de que todo conocimiento teórico es más una construcción social que la acumulación de datos
científicos objetivos (Seoane y Garzón, 2010).
Este movimiento culmina en 1977 cuando Engel (1977) publica su artículo sobre la
necesidad de terminar con el modelo biomédico, ya que no deja espacio a los aspectos sociales,
psicológicos y comportamentales y de la enfermedad. En este texto, Engel propone el modelo
biopsicosocial, que posteriormente adoptará la OMS, como alternativa filosófica que permita dar
respuesta a la salud y sus cuidados en el mundo real, tanto desde la investigación, como desde la
docencia y el diseño de planes de intervención.
En los últimos años, la psicología de la salud ha vivido un gran desarrollo en todo el mundo,
especialmente en Estados Unidos y en Europa. Actualmente se publican decenas de revistas
dedicadas a la psicología de la salud, existen grupos de trabajo y asociaciones profesionales en todo
el mundo y se considera que está ampliamente consolidada, siendo todavía susceptible de desarrollo
futuro.
En España, la práctica de la psicología clínica toma forma a raíz del periodo de Transición (a
partir de 1975). Es en sinergia con los preceptos filosóficos del momento que pugnaban el derecho
y la necesidad de construir una Sanidad Pública de acceso universal y en paralelo a los movimientos
“antipsiquiatría” que habían ido tomando cada vez más forma a partir de los años 70, que la
psicología clínica se abre camino tímidamente, en los servicios de atención pública (Olabarría y
Anxo-García, 2011).
No es hasta 1978, con la publicación del Real Decreto (2015/1978) que se dota al que
próximamente sería el Sistema Nacional de Salud tal y como lo conocemos hoy (que ve la luz con
su forma actual a raíz de la Ley General de Sanidad (14/1984)) de un sistema propio de formación
de especialistas a través de un sistema de Residencia.
A partir de ese momento, tienen lugar las primeras experiencias de formación de psicólogos
clínicos especialistas a través de residencia. Así en 1983 aparece el primer programa PIR en
Asturias, seguido después por Andalucía (1986), Navarra (1988), Madrid (1989) y Galicia (1990)
(Carrobles, 2013). Finalmente, en 1993 tiene lugar la primera convocatoria de plazas a nivel Estatal
de formación especializada en psicología siguiendo el modelo PIR. Y en 1998, se publica el Real
Decreto (2490/1998) por el que se crea y regula la especialidad de Psicología Clínica. Este hito
supone la institucionalización de la Psicología clínica como especialidad sanitaria de la psicología a
nivel nacional.
Es en el Real Decreto de 1998 que se establece el sistema de residencia PIR como única vía
de acceso al título de especialista en Psicología Clínica, y ya entonces se abrió un proceso
transitorio de homologación para aquellos psicólogos del Sistema Nacional de Salud y del ámbito
privado que ejercían como clínicos (Sánchez, Prado y Aldaz, 2013).
Igualmente, cabe destacar que la base epistemológica que promueve la creación de la
especialidad en Psicología Clínica en España y que queda reflejada en el Real Decreto de 1998 bebe
de los movimientos sociopolíticos de la Transición y sigue, por tanto, un enfoque integrador en la
comprensión de la salud mental. Se caracteriza por una visión holística de la salud (como base en el
modelo biopsicosocial), además de defender la necesidad de creación de una figura de carácter
científico-profesional, que pueda incorporarse al ámbito de la sanidad pública, con campos de
intervención comunitaria, en un proceso de adquisición del conocimiento progresivo mediante la
práctica supervisada, integrada en equipos más grandes y con progresiva autonomía (Olabarría y
Anxo- García, 2011).
Esta nueva legislación, que venía a poner orden en la profesión sanitaria de la psicología,
supuso, por contra, un gran revuelo. Muchos profesionales que ejercían sin la acreditación quedaban
fuera de la profesión sanitaria. Se abrieron de nuevo diferentes vías de homologación, pero aún así
quedaron profesionales sin la especialidad.
Finalmente, en 2011 se publica la Ley General de Salud Pública (33/2011) por la que se
crea la figura del Psicólogo General Sanitario y que habilita al psicólogo con la correspondiente
acreditación como sanitario para trabajar fuera del Sistema Nacional de Salud.
A pesar de los múltiples debates, la realidad actual queda dictada por la Ley de 2011 donde
se señala que la figura del Psicólogo General Sanitario podrá desempeñar las funciones de
“...investigación, evaluación e intervención psicológica sobre aquellos aspectos del comportamiento
y la actividad de las personas que influyen en la promoción y mejora de su estado general de salud,
siempre que dichas actividades no requieran una atención especializada por parte de otros
profesionales sanitarios…”.
“...Los psicólogos que desarrollen su actividad en centros, establecimientos y servicios del Sistema
Nacional de Salud o concertados con él, para hacer efectivas las prestaciones sanitarias derivadas de
la cartera de servicios comunes del mismo que correspondan a dichos profesionales, deberán estar
en posesión del título oficial de Psicólogo Especialista en Psicología Clínica al que se refiere el
apartado 3 del anexo I del Real Decreto 183/2008, de 8 de febrero, por el que se determinan y
clasifican las especialidades en Ciencias de la Salud y se desarrollan determinados aspectos del
sistema de formación sanitaria especializada...”.
Y añade que:
“...Corresponde a cada profesional determinar, en base a las pautas marcadas por la ley, a la
formación adquirida por el mismo y a las circunstancias de cada caso concreto, con el grado de
autonomía que caracteriza a cada profesión sanitaria regulada, en qué supuestos de la práctica
profesional están implicados trastornos mentales cuya atención requiere una formación
especializada en el ámbito de la salud mental, procediendo derivar dichos supuestos al Psicólogo
Especialista en Psicología Clínica o en su caso al médico especialista en Psiquiatría”.
De esta forma la Ley delimita la figura del Psicólogo General Sanitario en tanto a su
formación, a su campo de actuación y a sus competencias, dotándolo de una entidad profesional
suficiente como para determinar por sí mismo la necesidad de derivación a otros especialistas.
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