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Educar en Virtudes

Introducción
La educación integral, comprende la promoción de hábitos, que serán más tarde virtudes, que
lleven a los hijos a comportarse bien por sí solos y en cualquier circunstancia. En un sentido más
pleno y más profundo, es posible afirmar que las virtudes van configurando la personalidad del
que las cultiva.
Las virtudes perfeccionan a la persona completa, no es posible educar sólo en algunas virtudes.
Todas están relacionadas y entrelazadas, de tal forma que cuando se mejora en una, se mejora
en todas.
La familia es la primera y principal educadora de los hijos, su papel en la educación de las virtudes
es fundamental. El ambiente familiar, es el más propicio para llevar a cabo esta labor, pues en
él la motivación primera es el amor. En efecto, dentro de cada familia, sus miembros son
queridos por lo que son y no por lo que tienen o hacen.
Es en la familia, donde la persona se forma en sus actitudes y valores más profundos, donde
modela y desarrolla su personalidad. En el seno familiar, esos valores se viven día a día, en medio
de oportunidades educativas que los padres deben saber aprovechar.
Al colegio, le corresponde una labor subsidiaria en lo que respecta a formación en valores. En el
colegio se potencia lo que se aprende en familia, los padres no deben delegar en otros ese deber
fundamental. Muchos centros educativos, incorporan un plan de formación en virtudes, pero
ello sólo debe tener como objetivo, reforzar la labor de los padres.

“Ningún provecho hay en este mundo tan grande, que se iguale con la excelencia de la virtud”

Aristóteles

Educar en las Virtudes Humanas

Cómo adquirir Hábitos


Aristóteles define la educación como: « Ayudar a los hijos a crecer en virtudes». La virtud
siempre nos orienta al bien y se define como: «Un hábito operativo bueno», se refiere a la
perfección moral de la persona que actúa.
Los aprendizajes se producen y refuerzan, con la repetición, una predisposición de la persona
hacia unas conductas determinadas. Esta predisposición o hábito, afecta a la persona
completa, alma y cuerpo. Adquirir un hábito supone un esfuerzo. Una vez conseguido, el acto o
los actos propios de ese hábito se ven facilitados.
La repetición de actos no es suficiente para adquirir un hábito, es necesario que la persona que
los hace quiera hacer esos actos. Cuando el acto es coaccionado, difícilmente se convertirá en
hábito. La intención del acto, tiene más influencia en la adquisición del hábito, que el acto en sí
mismo.
Los hábitos se adquieren por medio de: «actos libres repetidos con esfuerzo». Libres significa:
actos conscientes y queridos por la persona que los hace. Al principio, es necesario poner

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esfuerzo en realizar el acto. Cuando este esfuerzo no es necesario y el acto se repite fácilmente,
hemos conseguido el hábito o estamos en el buen camino de conseguirlo.
Adquirir un hábito en el Período Sensitivo es más sencillo. Todo el cuerpo está a favor de
adquirirlo. Aprender a montar en bicicleta a los cinco años es sencillo; el niño pone toda su
atención en aprender, es un acto consciente y querido, por lo tanto, acto libre. Al poco tiempo,
termina montando casi sin prestarle atención a la bicicleta, mirando a los pájaros o persiguiendo
a alguien. Ha adquirido el hábito. Si a los cuarenta años, después de veinte de no montar en
bicicleta, lo intenta, lo hará casi sin problemas. No lo olvidará nunca.
Los hábitos morales también dejan huella. Un niño puede aprender, con mayor facilidad, a ser
ordenado durante el Período Sensitivo, desde uno hasta los cuatro años. Una vez adquirido el
hábito, le gustará ser ordenado.
Se dice que hay personas ordenadas por naturaleza, les gusta tener todo ordenado y, cuando
no lo está, no se encuentran a gusto; la realidad es que no es algo genético, por naturaleza; ha
sido simplemente, que de pequeños, por la educación que han recibido de sus padres u otras
personas mayores, tienen el hábito del orden y por esa razón se comportan de esa manera y
tenderán a ser así toda su vida.
Un hábito se puede adquirir en cualquier momento de la vida, es cuestión de querer adquirirlo
y poner los medios. Adquirirlo en los Períodos Sensitivos será más fácil, es como si el cerebro
estuviese blando como la cera y fuese sencillo hacer una marca. Si tengo 20 años me costará
más trabajo; una persona de edad avanzada también podrá conseguir la huella, pero será más
difícil.

Motivados por el Amor


Los actos deben ser libres para que se graben mejor, actos libres repetidos. Si repito actos
porque me obligan, lo más probable es que no adquiera el hábito. Esto representa la necesidad
de educar a los hijos en la libertad y en la responsabilidad. Los padres tienen que hablar con
los hijos y conseguir que hagan las cosas porque quieren y asuman ellos la responsabilidad de
hacerlo.
Lo más eficaz es hablar con los hijos a solas, cuando estén tranquilos y alegres. Hacerlo
con cariño, que se sientan queridos, que se den cuenta que ellos son muy importantes para sus
padres.
Supongamos que:
➢ No encienden el canal de la televisión, porque está prohibido.
➢ No llegan tarde a casa de noche, porque son las reglas.
➢ El día en el que los padres no estén en casa o los hijos estén en otro lugar, puede no
existir razón suficiente para no hacerlo.
➢ Serán comportamientos más correctos:
➢ Si no encienden la televisión, porque ellos no quieren.
➢ Si no llegan tarde a casa de noche, porque ellos no quieren.
➢ El día en que los padres no estén en casa o los hijos estén fuera, los hijos se portarán
correctamente, aunque nadie los controle.
Los padres deben saber motivar a los hijos y darles razones para que se porten bien porque ellos
quieren, sin necesidad de premios, ni castigos, ni amenazas, ni por la razón de que soy tu padre.
Esto no es sencillo, debe ser el objetivo final y, en la medida en que lo consigamos, los hijos
están adquiriendo hábitos buenos. Y si los hábitos adquiridos son buenos, bastará que las
intenciones sean buenas para que se conviertan en virtudes.
Educarlos como Personas
Para educar en virtudes a una persona, hay que tener en cuenta que es una persona. Todas las
personas somos hijos de Dios, hechos a su Imagen y Semejanza y con una trascendencia eterna.
Educamos a nuestros hijos para que sean felices aquí en la tierra y eternamente en el Cielo.
Es necesario que la voluntad se disponga a conseguir los bienes que, por experiencia, sabemos
que a veces cuestan. Hay que ayudar a la voluntad con hábitos que le hagan más pronta y fácil

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la acción. La fuerza de voluntad es muy importante para la autoestima de los hijos, pues ayuda
a saberse capaz de lograr las metas a las que aspiran.
Un acto solo no constituye una virtud. Reaccionar una cierta cantidad de veces, en determinado
sentido ante algunos estímulos, tampoco. Para que haya virtud, hay que repetir actos buenos
sabiendo lo que se hace, sabiendo por qué se hace y queriendo hacerlo.
Nos ayuda a educar, un ambiente familiar de respeto y diálogo sincero en el que todos los
miembros de la familia tienen en cuenta los derechos de los demás y respetan su libertad. En
familia nadie puede ser indiferente para nadie.
¿Por cuál virtud se empieza? Existe un principio de armonía de virtudes por el cual todas están
relacionadas y, por lo tanto, cuando se mejora en una se mejora en todas. Hay cinco núcleos
de virtud, cada uno de los cuales representa un tipo de disposiciones humanas para
enfrentarse con la vida y obrar en el mundo:
➢ Autodominio-orden.
➢ Trabajo-esfuerzo.
➢ Generosidad-solidaridad.
➢ Responsabilidad.
➢ Amar a Dios sobre todas las cosas.
Es importante recordar: lo que se hace o se deja de hacer en la infancia, influye directamente
en cómo se enfrentarán los hijos a la vida cuando sean mayores.
Nuestros esfuerzos por educar a los hijos deben tender a que quieran ser:
➢ Ordenados en su vida y en su tiempo.
➢ Trabajadores, que intentan hacer las cosas bien hechas.
➢ Generosos para compartir sus cosas y su propia vida con las necesidades de los
demás.
➢ Responsables en su actuar libre, comprometidos con su propio proyecto de vida.
➢ Verdaderos hijos de Dios. Sabiendo que en este mundo su meta es ganarse el Cielo

La Generosidad

La generosidad es una de las virtudes humanas que más acerca a las personas a la felicidad.
Se encuentra directamente conectada con el amor y la justicia y, para ejercerla, debemos
ayudarnos de la responsabilidad, la perseverancia y la fortaleza.
Son actos de generosidad: saber escuchar, saber agradecer, saber perdonar, saber ayudar... Y es
garantía de una generosidad bien entendida, la humildad personal de reconocer que somos
administradores y no dueños de nuestros bienes, de nuestro saber y de nuestra persona; el
hecho de dar o darnos a otros, constituye una manifestación de justicia y amor, que hace más
felices a los demás y a nosotros mismos. Por eso a un buen cristiano se le hace más fácil ser
generoso, pues se siente administrador de lo propio y no dueño: el único dueño es Dios.
Entre las muchas definiciones que se han dado de esta virtud, recordamos la siguiente: «La
generosidad es un acto desinteresado de la voluntad, por el cual una persona se esfuerza en dar
algo de sí misma, con el fin de cubrir una necesidad de otra persona, buscando su bien». Es por
lo tanto, un acto libre.
No es la cantidad que se da, lo que mide el valor de la generosidad, sino el esfuerzo realizado
por la persona y las intenciones que le han movido a llevarlo a cabo. Dar lo que se tiene para sí
y no de lo que sobra -como la viuda del evangelio- es un acto de verdadera generosidad.
Para que un acto sea generoso hay, por lo tanto, dos partes importantes y bien diferenciadas:
➢ Dar algo de uno mismo con esfuerzo.
➢ Tener como objetivo cubrir una necesidad de otra persona para su bien. Los padres, al
educar a sus hijos en la generosidad, deben tener siempre presentes estas dos ideas, ya
que se corre el peligro de «dar de lo que me sobra» y, además, hacerlo por «aparentar,

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quedar bien, ganarme un amigo o esperando correspondencia ». Y este cambio de
objetivo, tiene sus raíces más en un espíritu egoísta, que en un espíritu desprendido y
generoso.
Los padres deben ayudar a los hijos para que sean generosos, pero esta ayuda será diferente
en cada caso. La edad, el carácter, la forma de ser o las circunstancias familiares, influirán a la
hora de orientarles de la manera más eficaz. De pequeños, por ejemplo, sólo se dispone de
tiempo y no de bienes materiales. Los padres aprovecharán a enseñar a sus hijos, que el
mejor tiempo siempre es para Dios:
• La prioridad de la Santa Misa cada domingo ante cualquier otra actividad.
• Ofrecer cada día al Señor la primera hora de la mañana antes de hacer cualquier otra
cosa.

Orden y Laboriosidad

EL Orden
Sobre la virtud del orden, se ha dicho que se trata de una virtud secundaria en la que se apoyan
todas las demás y, también, que sin orden no hay virtud.
El orden, en su acción directa, nos ayuda a disponer de más tiempo, ser más eficaces, aumentar
el rendimiento y conseguir los objetivos previstos. El orden nos proporciona tranquilidad,
confianza y seguridad, nos evita disgustos y contratiempos.
El Período Sensitivo del orden, se vive con la máxima intensidad entre uno y tres años. A un
niño de dos años, se le debe enseñar que cada cosa tiene su lugar. En estas edades, es fácil
conseguir que el propio niño guarde sus juguetes en el mismo lugar o tenga su ropa y zapatos
ordenados. Para ello, hay que jugar con él repetidas veces a colocar las cosas «en el mismo
lugar» y en el «mismo orden». Cuando llega a aprenderlo, el niño disfruta colocando las cosas
en su sitio.
Es un proceso que aprende con gran facilidad a esa edad, siempre que se le enseñe en forma
metódica y ordenada y tengan un modelo a seguir.
Pero con la misma facilidad con que son capaces de imitar el orden, tienen una habilidad
increíble para imitar el desorden. Si se les acostumbra a dejar cada cosa en un lugar diferente,
porque eso ven en sus mayores, lo imitan y superan con tal rapidez que pueden convertirse, en
poco tiempo, en unos «perfectos desordenados».
Para los niños, orden o desorden son hábitos buenos o malos, que, mantenidos según van
creciendo, se convertirán en virtudes o vicios arraigados. En ambos casos, lo vivirán con cierta
facilidad, pero no porque «nacieron así», sino porque en el momento oportuno no tuvieron
la ayuda necesaria que hiciera aflorar en su interior una disposición natural al orden que ellos
tenían al nacer.
Un niño de corta edad, es capaz de disfrutar siendo ordenado. Parece increíble, pero es
cierto. Necesita orden y estabilidad en el ambiente que le rodea. Será un buen estímulo para los
niños pensar como se viviría el orden el hogar de Nazaret, cómo Jesús cuidaría y guardaría sus
cosas; cómo aprovecharía el tiempo, distribuyéndolo en servicio de todos.
Para que los hijos puedan desarrollar el hábito del orden, además de enseñárselo, debemos
proporcionarles la posibilidad de ser ordenados (2 a 4 años). En este sentido, conviene que
tengan una cajonera y repisas a su alcance, donde puedan guardar sus cosas. De este modo se
les acostumbra a que cada cosa tiene un sitio y siempre el mismo, con lo cual vivir el orden les
resultará relativamente fácil.
El orden, debe extenderse a su propia vida de forma rítmica y esto le ayudará en su desarrollo
físico, psíquico y espiritual:
➢ Orden en los horarios de comida.
➢ Orden en las horas de sueño.
➢ Orden en el aseo personal.

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➢ Orden en sus salidas de paseo, sus tiempos de juego...

Fortaleza y Laboriosidad

El trabajo es una gran herramienta para formar la personalidad. El hombre fue hecho para
trabajar, como las aves para volar. Por lo tanto, desde pequeños se debe inculcar el amor al
trabajo bien hecho, pues es una vocación divina y no un castigo. Ahora bien, para desarrollar la
virtud de la laboriosidad, se requiere fortaleza. Así, un hijo fuerte es capaz de:
a) Levantarse a la hora.
b) Tener hábitos de estudio.
c) Cumplir sus compromisos, aunque no tenga ganas. d) Soportar pequeños malestares sin
quejarse, etc.
Para lograr lo anterior, es imprescindible adquirir la virtud de la fortaleza, muy relacionada con
la laboriosidad. Hoy en día, la fortaleza no está de moda. El permisivismo en el que son educados
los hijos y la sobreprotección de muchos padres, han borrado la idea de que todo lo realmente
valioso en la vida, requiere esfuerzo y sacrificio.
Pero lo anterior sigue teniendo validez. Para educar la libertad responsable se requiere exigencia
personal. Educar la voluntad de los hijos, es clave para que se formen en el esfuerzo y sean
capaces de vivir de acuerdo a criterios éticos libremente aceptados.
Exigir a los hijos, requiere un ejercicio adecuado de la autoridad y hacerlo amablemente es una
muestra de cariño. La exigencia debe ir encaminada a que superen sus defectos y afiancen
sus cualidades positivas, teniendo siempre en cuenta que permitirles que asuman dificultades
y evitarles una vida excesivamente cómoda, es darles una base sólida para afrontar los
problemas que en el futuro deberán enfrentar por si mismos.
Período Sensitivo
Durante el período sensitivo (de los 7 a los 12 años) es más fácil adquirir estos hábitos con
naturalidad y menor esfuerzo. Pequeños esfuerzos diarios los acostumbrarán a enfrentar y
superar dificultades.
Es muy importante darles razones de por qué deben actuar así, pues lo que se busca es que ellos
quieran hacerlo por sí mismos y no sólo porque el papá o la mamá lo dicen. El ejemplo de los
padres es muy importante. El no quejarse del trabajo delante de los hijos, entendiendo que es
querido por Dios como un medio de santificación, es clave para fomentar esta virtud. Pensemos
en San José; nos cuesta imaginarlo quejándose.
Probablemente nunca lo habrá hecho delante de Jesús ni de María y es un testimonio poderoso
del ejercicio de esta virtud. También ayuda el reconocerles y valorar los esfuerzos realizados
y, sobre todo, la motivación interna: la
satisfacción de la labor bien hecha o del deber cumplido.
Algunas situaciones cotidianas que ejercitan la virtud de la fortaleza son:
a) Soportar un dolor o molestia.
b) Dominarse.
c) Terminar los deberes escolares.
d) Terminar de estudiar.
Es preferible pequeños esfuerzos continuados, que una gran labor hecha una sola vez. Por eso,
practicar un deporte es una excelente oportunidad de apreciar los frutos y el valor de la
perseverancia.
Virtudes Relacionadas
A la fortaleza se asocian otras virtudes:
1. La valentía. Consiste en tener decisión y empuje, de modo que los miedos infundados no
quiten fuerza a la voluntad o impidan la acción debida. Es fundamental para ir contracorriente
cuando la influencia del ambiente es mala.

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2. La audacia. No tener miedo a los riesgos (tomados con prudencia) ni al fracaso, que para una
persona fuerte no son más que experiencias de las que se puede aprender. Es imprescindible
para no temer al ridículo ni al que dirán.
3. La serenidad y la paciencia. Para soportar la adversidad y las dificultades o contratiempos
imprevistos. Es clave para la paz interior.
El hábito de Estudio
Antes de la pubertad los niños suelen querer hacerlo todo y prestar mil servicios. Es una
buena oportunidad para arraigar el hábito del trabajo serio y ordenado.
Por eso cuando un niño de entre 7 y 12 años no estudia la razón suele estar en uno de estos
factores:
a) Falta de capacidad.
b) Falta de esfuerzo y sacrificio. c) Motivación insuficiente.
d) Técnicas de estudio inadecuadas que no permiten los frutos esperados.

Hay que ser muy prudente en el nivel de exigencia que se les da, porque es tan poco motivador
encargarles tareas demasiado fáciles, como muy difíciles.
En términos generales, los niños necesitan un horario claro de trabajo con instrucciones precisas
de lo que tienen que hacer (cuántos ejercicios de matemáticas, cuántas páginas del libro, etc.).
Requieren, además, saber organizar su tiempo: cuánto se dedica al estudio, cuánto al descanso,
a los hobbies, a la familia, etc. De hecho el descanso y los pasatiempos forman parte de la virtud
de la laboriosidad, pues permiten distraer la mente y descansar el cuerpo para seguir
trabajando.
Pero no olvidar: que es muy común que los padres se preocupen solamente del estudio y las
notas, olvidándose de que lo más importante es el esfuerzo y empeño de trabajar bien, antes
que los resultados que se obtengan.

La Adolescencia
Si el trabajo que se ha realizado durante la niñez ha sido efectivo, el camino estará bastante
allanado, pero el trabajo formativo no termina. Hay que seguir exigiendo, pero con un
razonamiento distinto: ya no se trata sólo de hábito de estudio, sino de la virtud de la
laboriosidad. De hecho, apelar a su mayor capacidad racional es clave.
En efecto, los jóvenes son capaces de grandes esfuerzos intelectuales, pero no los hacen porque
prefieren los resultados inmediatos de la memorización, en vez de los resultados a futuro de un
trabajo planificado y sistemático de comprensión. Se deben fomentar las aficiones culturales,
como el teatro, la lectura, charlas y tertulias culturales, etc. Es la edad de los ideales donde
motivan las metas altas, nobles y ambiciosas.
Paciencia y Exigencia
Como las cualidades se desarrollan de a poco, es importante inculcarles la paciencia consigo
mismo y con lo que pasa a su alrededor. Por eso hay que exigir de verdad, pero sólo para lo
fundamental:
a) Estudio.
b) Generosidad.
c) Respeto hacia padres y hermanos.
d) Respeto hacia profesores y compañeros.

La Solidaridad

Ya hemos dicho que el hombre es un ser social por naturaleza, por lo tanto todo lo que sea
relaciones con otras personas es muy importante para su perfección como hombre. Si en la vida
familiar la justicia es trascendida y perfeccionada con la generosidad, en la vida social lo es por
la solidaridad. No basta con ser justo con los demás hay que ser buen compañero y solidario.

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Para educar en solidaridad lo mejor es empezar por la familia ya que es el entorno más cercano
al niño. No se puede ser solidario con las necesidades de los otros ciudadanos –a quienes muchas
veces no conocemos- si no se ha sido generoso con los miembros de nuestra propia familia.
Tampoco sirve solamente lamentarse de las necesidades de los más desposeídos, esperando
que otros tomen la iniciativa para ir en su ayuda. Hay que enseñar y dar oportunidades a los
hijos para que ayuden realmente a los demás.
La Satisfacción de ayudar

Es muy difícil que un joven que ha crecido teniéndolo todo sin esfuerzo, logre captar
verdaderamente lo que significa carecer de lo indispensable para vivir. En estas circunstancias,
es igualmente difícil que alguien se motive por ir en ayuda de otros y aún más, experimentar la
sensación de gratificación por haber hecho algo útil y valioso por el prójimo. A modo de ejemplo,
visitar a los ancianos, a los enfermos y contarles de la especial predilección de Jesús por ellos.
Para que lo anterior no sea tan dificultoso y ocurra efectivamente es necesario cultivar la virtud
de la sobriedad y la templanza –de las que ya hablaremos- y procurar obras de servicio en la
familia, con los hermanos, amigos y vecinos.
Es imprescindible enseñarles a estar atentos a las necesidades de los demás, siendo esta
preocupación el signo más evidente de que nos interesamos por todos. La vida tiene sentido
cuando se sirve a los demás. El egoísmo frustra la posibilidad de lograr la felicidad.
El Compañerismo
El ingreso al colegio pone a los hijos en un ambiente bastante distinto al que han estado
acostumbrados en la familia. Una de las principales diferencias es la formalidad que dan las
reglas escolares, la interacción con chicos de diferentes personalidades, a quienes no siempre
conoce, y la relación con un número importante de adultos, los profesores, a los que tampoco
conoce.
Esta situación es una oportunidad fantástica para aprender a convivir en un campo más amplio
de relación social. Como los niños sienten la necesidad natural de agruparse, los juegos
colectivos son preferidos a los individuales, y los grupos de amigos de juego son más estables
que cualquier otro vínculo social.
Es común que los roles se comiencen a definir naturalmente. Lo más típico es la agrupación de
niños en torno a un líder que impone sus normas a los demás. En este caso los más débiles y
tímidos –generalmente coincide con los que han sido sobreprotegidos- presentan problemas
de adaptación.
Es importante darles pautas los niños que les ayuden a distinguir un buen amigo de quien no
lo es, fomentando las oportunidades de poner en práctica la virtud de la amistad. Ayudará que
en casa los padres dejen invitar a los amigos a jugar o estudiar; o que en el colegio los profesores
den encargos compartidos a dos o más alumnos.
Las Reglas
A partir de los ocho años se comprende mejor el sentido de las reglas y la necesidad de sacrificar
los gustos personales en interés del grupo. Esto ayudará, no sólo a comprender mejor el
concepto de bien para todos, sino también a afianzar otras virtudes como la justicia y la
generosidad, ya vistas.
Entre los 9 y los 12 años el compañerismo y la necesidad de pertenencia a un grupo aumentan,
dando lugar a las pequeños grupos infantiles. Virtudes como la lealtad pasan a tener un lugar
primordial en las relaciones con sus iguales.
Labor de los Padres
Los padres pueden ayudar mucho dando facilidades a sus hijos para que inviten a sus amigos.
Además, contribuyen dejando que los hijos vayan a las casas de sus compañeros de curso.
Es muy positivo que los niños permanezcan bastante tiempo en el propio hogar, pues ello es
un indicador del buen ambiente que se vive en familia, sin embargo, tampoco se trata de
“encerrarlos”, privándole de oportunidades valiosas de compartir con otras personas.
La Amistad

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A partir de los 12 años comienzan los vínculos de amistad desinteresada. Es el momento de
enseñarles a ser leales con los amigos, portándose bien con ellos y ayudándoles en lo que sea
necesario. Es muy útil que los padres conozcan a los amigos de sus hijos y a sus padres, y si ven
que esa amistad no es conveniente, saber decirlo con delicadeza, pero con claridad. En todo
caso nunca es buena una imposición directa, salvo caso de claro peligro.
Suele suceder que los niños más tímidos, escondan su limitación en pasatiempos individuales,
como videojuegos, televisión, computador, etc. En tal caso es importante no presionar por
vencer la timidez, pero ayudarles –entre otras cosas- limitándoles su tiempo de uso.

Los padres deben enseñar a sus hijos que el mejor amigo es Jesús, y el trato cotidiano con Él los
hará cada día mejores personas hasta llegar a identificarse con su figura

LA SOLIDARIDAD

Ya hemos dicho que el hombre es un ser social por naturaleza, por lo tanto todo lo que sea
relaciones con otras personas es muy importante para su perfección como hombre. Si en la vida
familiar la justicia es trascendida y perfeccionada con la generosidad, en la vida social lo es por
la solidaridad. No basta con ser justo con los demás hay que ser buen compañero y solidario.
Para educar en solidaridad lo mejor es empezar por la familia ya que es el entorno más cercano
al niño. No se puede ser solidario con las necesidades de los otros ciudadanos –a quienes muchas
veces no conocemos- si no se ha sido generoso con los miembros de nuestra propia familia.
Tampoco sirve solamente lamentarse de las necesidades de los más desposeídos, esperando
que otros tomen la iniciativa para ir en su ayuda. Hay que enseñar y dar oportunidades a los
hijos para que ayuden realmente a los demás.
La Satisfacción de ayudar

Es muy difícil que un joven que ha crecido teniéndolo todo sin esfuerzo, logre captar
verdaderamente lo que significa carecer de lo indispensable para vivir. En estas circunstancias,
es igualmente difícil que alguien se motive por ir en ayuda de otros y aún más, experimentar la
sensación de gratificación por haber hecho algo útil y valioso por el prójimo. A modo de ejemplo,
visitar a los ancianos, a los enfermos y contarles de la especial predilección de Jesús por ellos.
Para que lo anterior no sea tan dificultoso y ocurra efectivamente es necesario cultivar la virtud
de la sobriedad y la templanza –de las que ya hablaremos- y procurar obras de servicio en la
familia, con los hermanos, amigos y vecinos.
Es imprescindible enseñarles a estar atentos a las necesidades de los demás, siendo esta
preocupación el signo más evidente de que nos interesamos por todos. La vida tiene sentido
cuando se sirve a los demás. El egoísmo frustra la posibilidad de lograr la felicidad.
El Compañerismo
El ingreso al colegio pone a los hijos en un ambiente bastante distinto al que han estado
acostumbrados en la familia. Una de las principales diferencias es la formalidad que dan las
reglas escolares, la interacción con chicos de diferentes personalidades, a quienes no siempre
conoce, y la relación con un número importante de adultos, los profesores, a los que tampoco
conoce.
Esta situación es una oportunidad fantástica para aprender a convivir en un campo más amplio
de relación social. Como los niños sienten la necesidad natural de agruparse, los juegos
colectivos son preferidos a los individuales, y los grupos de amigos de juego son más estables
que cualquier otro vínculo social.

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Es común que los roles se comiencen a definir naturalmente. Lo más típico es la agrupación de
niños en torno a un líder que impone sus normas a los demás. En este caso los más débiles y
tímidos –generalmente coincide con los que han sido sobreprotegidos- presentan problemas
de adaptación.
Es importante darles pautas los niños que les ayuden a distinguir un buen amigo de quien no
lo es, fomentando las oportunidades de poner en práctica la virtud de la amistad. Ayudará que
en casa los padres dejen invitar a los amigos a jugar o estudiar; o que en el colegio los profesores
den encargos compartidos a dos o más alumnos.
Las Reglas
A partir de los ocho años se comprende mejor el sentido de las reglas y la necesidad de sacrificar
los gustos personales en interés del grupo. Esto ayudará, no sólo a comprender mejor el
concepto de bien para todos, sino también a afianzar otras virtudes como la justicia y la
generosidad, ya vistas.
Entre los 9 y los 12 años el compañerismo y la necesidad de pertenencia a un grupo aumentan,
dando lugar a las pequeños grupos infantiles. Virtudes como la lealtad pasan a tener un lugar
primordial en las relaciones con sus iguales.
Labor de los Padres
Los padres pueden ayudar mucho dando facilidades a sus hijos para que inviten a sus amigos.
Además, contribuyen dejando que los hijos vayan a las casas de sus compañeros de curso.
Es muy positivo que los niños permanezcan bastante tiempo en el propio hogar, pues ello es
un indicador del buen ambiente que se vive en familia, sin embargo, tampoco se trata de
“encerrarlos”, privándole de oportunidades valiosas de compartir con otras personas.
La Amistad
A partir de los 12 años comienzan los vínculos de amistad desinteresada. Es el momento de
enseñarles a ser leales con los amigos, portándose bien con ellos y ayudándoles en lo que sea
necesario. Es muy útil que los padres conozcan a los amigos de sus hijos y a sus padres, y si ven
que esa amistad no es conveniente, saber decirlo con delicadeza, pero con claridad. En todo
caso nunca es buena una imposición directa, salvo caso de claro peligro.
Suele suceder que los niños más tímidos, escondan su limitación en pasatiempos individuales,
como videojuegos, televisión, computador, etc. En tal caso es importante no presionar por
vencer la timidez, pero ayudarles –entre otras cosas- limitándoles su tiempo de uso.

Los padres deben enseñar a sus hijos que el mejor amigo es Jesús, y el trato cotidiano con Él los
hará cada día mejores personas hasta llegar a identificarse con su figura

Templanza y Sobriedad

Hoy en día, comprar y tener todo lo que se quiere, es visto como un símbolo de poder y garantía
de felicidad. Sin embargo, ese impulso inmoderado por adquirir cosas, sólo trae como resultado
que el hombre se esclavice, perdiendo precisamente la felicidad que esperaba encontrar. Las
cosas de la tierra, son buenas porque proceden de Dios. Y porque son buenas, son apetecibles,
pero estos bienes son, objetivamente, medios, instrumentos. Y en esa medida han de ser
queridos por los hijos de Dios.
Cada vez es más común que los padres se priven del número de hijos que realmente pueden
tener, movidos por darles todo a los pocos que ya tienen. Lamentablemente, no son pocos lo
que todavía no captan que lo que realmente necesita un hijo, más que cosas, es tiempo
compartido, amor de sus padres y hermanos.

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La presión social, hace que muchas veces las familias sucumban a los caprichos de tener o hacer
lo que los demás tienen o hacen. Sin embargo, no se trata de esto, sino de enseñar a los hijos a
reconocer lo que es necesario de lo superfluo, para que sepan pedir lo que realmente necesitan.
Suele suceder que los hijos sobreprotegidos y consentidos en todo, terminan creyéndose
verdaderos centros del universo y sumidos en el más completo egoísmo. Estos niños, en verdad
son esclavos de sus apetencias, incapaces de fijar su interés en algo duradero, e incapaces
también de darse y entregarse, de servir y amar.
Por eso dice el Señor que ninguno puede servir a dos señores, por que o tendrá aversión al uno
y amor al otro, o si se sujeta al primero, mirará con desdén al segundo. No podéis servir a Dios
y a las riquezas. En esta virtud, la responsabilidad primordial es de la familia. El colegio tiene un
rol limitado en la educación de la templanza, pues los que más influyen son los padres y amigos.
De hecho, la conducta de los padres es permanentemente observada por sus hijos:
➢ Si piensan dos veces antes de comprar las cosas.
➢ Si ellos mismos no ceden a sus propios caprichos.
➢ Si cuidan y aprovechan las cosas que hay en la casa.
➢ Si se lleva un control de los gastos.
➢ Si se cuidan bienes esenciales como la luz o el agua.
➢ Si se aprovechan las rebajas.
➢ Si la ropa de los hermanos mayores es cuidada para que aproveche a los menores, etc.

Justicia

Ya se ha señalado, que el hombre es un ser social que convive permanentemente con otros y se
relaciona con ellos de la manera más armónica posible. Parte de esa relación implica dar a los
demás lo que se merecen, siendo este el principal contenido de la justicia. De hecho, esta virtud
se define como la voluntad permanente de dar a cada uno lo suyo o su derecho.
Del marco de esta virtud, surgen todos los demás valores humanos que deben estar en las
relaciones entre las personas:
➢ Aceptación y respeto de los otros.
➢ Tolerancia.
➢ Comprensión.
➢ Obediencia.
➢ Amabilidad.
➢ Cortesía.
➢ Agradecimiento.
➢ Amistad.
➢ Participación.
➢ Solidaridad.
➢ Espíritu de servicio público.

La justicia de Dios. El Sacramento de la Penitencia


Todos tenemos muchas cosas buenas, pero al mismo tiempo, la presencia del mal en nuestra
vida es un hecho: somos limitados, tenemos una cierta inclinación al mal y defectos. Como
consecuencia de esto, nos equivocamos y cometemos errores y pecados que ofenden a
Dios. Un pecado, consiste en apartarse voluntariamente de lo que Dios quiere para nosotros y
constituye una injusticia contra Él.
Como Dios respeta nuestra libertad, el único requisito que exige es que nosotros queramos ser
perdonados: es decir, rechacemos el pecado cometido (esto es el arrepentimiento) y queramos

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no volver a cometerlo. ¿Cómo nos pide que mostremos nuestra buena voluntad? A través de un
gran regalo que Dios nos ha dejado: el sacramento de la Penitencia.
A diferencia de lo que ocurre con la justicia humana –en la cuál al que confiesa un delito se le
castiga- en la divina se le perdona. Así, nuestra vida se va renovando siempre para mejor, ya que
Dios es un Padre bueno, siempre dispuesto a perdonarnos. Es un gran motivo de optimismo y
alegría: en nuestra vida, todo tiene arreglo, incluso las peores cosas pueden terminar bien (como
la del hijo pródigo), porque Dios tiene la última palabra: y esa palabra es de amor misericordioso.
De ahí que sea imprescindible que los padres enseñen y acerquen a sus hijos al sacramento
de la Penitencia, pues todos necesitamos vivir en gracia, estos es, en la justicia de Dios.

Virtudes Teologales

Cómo vivir las Virtudes Teologales


Se habla mucho de valores, de virtudes humanas y es menos frecuente hablar de las virtudes
Teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad ¿Son menos importantes las virtudes Teologales?
La Fe, la Esperanza y el Amor a Dios y al prójimo, son las más importantes de todas las virtudes.
Por eso, con la gracia de Dios, los padres deben ayudar a sus hijos a vivirlas y así, las demás
virtudes serán más fáciles de adquirir.

Si amo a Dios y al prójimo, si creo y espero en Dios, buscaré hacer el bien y amaré la verdad y
sabré comportarme como persona libre. De este modo, las demás virtudes serán una
consecuencia de mi forma de vivir.
Creo que en este mundo, a la mayor parte nos gustaría vivir en una sociedad más humanizada.
¿Es posible lograr una sociedad más humanizada sin contar con Dios?
Una sociedad más humana, requiere formar mejor a las personas. Necesitamos mejores familias
y eso pasa por formar bien a los padres, ya que ellos son los primeros educadores de sus hijos.
Esto implica a su vez saber qué es persona, cuál es su destino y en qué consiste su felicidad.
Toda persona es hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza, libre y con una proyección
eterna. Su fin es ser feliz, unido a Dios eternamente. Por lo tanto, lo más importante para el ser
humano es amar a Dios y amarlo, supone creer en Él y esperar en la vida eterna; este camino
pasa por el amor a los demás.
Comencemos por la primera de las virtudes Teologales: la Fe. ¿Qué significa realmente la virtud
de la Fe?
Vivir la virtud de la Fe, es algo más que creer en Dios: es creer en Dios y en todo lo que Él nos ha
revelado, en la Iglesia y en todo lo que la Iglesia nos manda creer. En su significado más simple,
Fe es creer en algo que me cuenta otra persona, por el testimonio que me da de ello. No
es fe creer que dos y dos son cuatro; es una evidencia. Donde el saber basta, no necesitamos la
Fe.
La Fe teologal, es la capacidad de adherirse a la Palabra de Dios. Es la virtud teologal que nos
permite aceptar las verdades reveladas, porque nos fiamos de la Palabra de Dios que nos las
revela. Dios concede a todos los hombres las gracias necesarias para creer, sin embargo, deja
intacta su libertad. La Fe la da Dios, pero los padres colaboran para que los hijos la tengan. ¿Qué
deben hacer los padres para educar en la Fe a sus hijos?
La Fe la da Dios, no los padres; pero ayudan con su ejemplo, sus oraciones y sus acciones, para
que los hijos crean en Dios. Después de Dios, hay un mérito claro en los hijos, un acto libre, que
es querer creer.
También es importante dar ejemplo, aunque no basta. Educar es una ciencia y un arte; los padres
deben aprender a educar en la fe y luego actuar con los hijos, enseñarles a rezar, enseñarles el
catecismo, darles a conocer los Evangelios, enseñarles a hacer oración y ayudarles a cumplir lo
que nuestra madre la Iglesia nos manda. Ayudarles a
«enfocar» sus problemas, sus ilusiones, sus penas... cara a Dios.

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¿A qué edad deben empezar los padres a educar a los hijos en la Fe?
Desde siempre, pueden escuchar las sencillas oraciones que dice su madre. Desde que empiezan
a ver, pueden seguir con su mirada lo que su madre está viendo, un cuadro o una estampa de la
Virgen. Desde que son dueños de los movimientos de sus manos, pueden santiguarse. Más
tarde, se les empieza a enseñar las primeras oraciones, a tratar a Jesús, a la Virgen, a su ángel
de la guarda. Cuanto antes mejor.
¿Nos puede enumerar algunas de las principales verdades reveladas que deben creer nuestros
hijos?
La primera, que somos hijos de Dios, es decir, la filiación divina. Creados a su imagen y
semejanza, somos seres libres y Dios nos espera en el Cielo para estar con Él eternamente.
La Iglesia nos enseña las verdades reveladas, entre otras, las del Credo. Por eso es recomendable
leer de vez en cuando el Credo despacio, con los hijos y comentando cada una de las verdades
reveladas. Es un ejercicio muy sano, que se puede hacer a partir del uso de la razón y que, más
tarde, debe saberse de memoria. Si tienes hijos mayores de seis años, te animo a que
compruebes si la saben, si compruebas que no la saben, enséñasela.
A través de los ciclos litúrgicos, durante algunas fiestas o celebraciones, la Iglesia va
contemplando algunos de los principales dogmas. Una buena costumbre es aprovechar esta
oportunidad, que nos ofrece la Iglesia, para comentarlo con los hijos. Si nosotros como padres,
tenemos dudas de cómo explicar el significado de algún dogma, podemos recurrir a una buena
enciclopedia o a Internet en: www.vatican.va
Sobre la Virtud Teologal de la Esperanza, ¿qué deben saber nuestros hijos?
Que es la virtud sobrenatural, por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como
felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en
nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo (Cf. Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 1.817).
Se ayuda a los hijos a crecer en la Esperanza, hablándoles de que Dios como Padre, en su amor
infinito hacia cada uno de nosotros, nos quiere felices con El eternamente, nos espera en el
Cielo. Y nosotros correspondemos a ese regalo, amando a nuestro Padre Dios como buenos hijos
suyos. Hay que fomentar en los hijos el deseo de ir al Cielo.
Se habla mucho de caridad, de amor al prójimo, de solidaridad, de obras de caridad ¿Qué
debemos entender por la virtud teologal de la Caridad?
Podemos definir la Caridad como “la virtud teologal por la que se ama a Dios, sumo bien y a los
hombres por Dios”.
La Caridad es una virtud que sólo Dios puede conceder. El aumento de la caridad, es concedido
por Dios cuando Él quiere; sin embargo, unas determinadas condiciones son necesarias para
adquirir de Dios un aumento de la caridad. En primer lugar, los sacramentos dan o aumentan
la gracia santificante, un aumento de la gracia santificante, supone un aumento de la caridad.
Cada acto de caridad, por parte de la persona, es ocasión para que Dios conceda un aumento de
esta virtud.
¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a que aumenten su amor a Dios y al prójimo?
Solo Dios aumenta la caridad por la Gracia. Los medios por los que Dios concede la
Gracia son:
- Recibir los sacramentos.
- La confesión y comunión frecuente.
- Hacer oración.
- Actos de amor a Dios.
- Ayudar al prójimo y amar a nuestros enemigos por Dios.
- La petición directa a Dios para que nos ayude a quererle a Él más y a querer más a nuestros
semejantes.
Hablando del amor a Dios y de la vida de fe, es un hecho que una buena parte de la juventud y
en particular los adolescentes, vive cada vez más alejada de Dios. ¿Cuál es la razón? ¿Qué
podemos hacer los padres?

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Vivimos en una sociedad cada vez más pagana, los medios de comunicación no siempre son
favorables y nuestros hijos adolescentes sufren las consecuencias, pero esta es una realidad a la
cual debemos sabernos enfrentar.
La solución preventiva, es educar a nuestros hijos desde pequeños en un auténtico amor a Dios,
dándoles ejemplo y enseñándoles a conocer a Dios, a tratarle y a quererle.
Si ya son jóvenes o adolescentes y pierden la fe, hay que pedir a Dios por ellos, quererlos mucho
y que se note. Estar disponibles y conversar con ellos, no dejarles solos aunque ellos tiendan a
rechazarnos, lo hacen por afirmar su personalidad; pero a ellos, aunque no nos lo digan, les
gusta que sus padres les quieran y se preocupen de ellos.
Los adolescentes suelen cuestionar lo que les dicen sus padres. ¿Qué les podemos decir cuando
se cuestionan la existencia de la vida eterna?
Antes de cuestionarse la existencia de la vida eterna, suelen haber perdido la fe. Debemos
encontrar las causas de por qué la han perdido. Nos alejamos de Dios cuando nos estorba y nos
molesta cuando pecamos y no queremos salir del pecado.
Puede ser aconsejable, la conversación con un buen sacerdote o la lectura de un buen libro que
les haga pensar y siempre que no les falte el cariño de sus padres, su ejemplo y la disposición de
ayudarles.
Somos hijos de Dios y Dios nos ha hecho personas libres. ¿Cómo enseñar a nuestros hijos a usar
bien su libertad?
La libertad es la propiedad más importante de la voluntad, es la capacidad natural que tiene la
persona de actuar siendo dueña de sus propios actos. La tendencia natural de la voluntad es
hacer el bien, si el hombre quiere perfeccionarse como persona, debe usar su libertad buscando
hacer el bien.
Por el contrario, todo acto libre que esté mal orientado, disminuye nuestra libertad, va contra
la justicia, contra la libertad de los demás y contra la misma naturaleza.
Los hijos deben tener muy claro, que si actúan mal contra otra persona o contra ellos mismos,
van contra los derechos naturales de esa persona y ellos se perjudican.
Podemos definir el genuino acto libre como: todo acto de la voluntad que busca el bien.

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