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Introducción
La educación integral, comprende la promoción de hábitos, que serán más tarde virtudes, que
lleven a los hijos a comportarse bien por sí solos y en cualquier circunstancia. En un sentido más
pleno y más profundo, es posible afirmar que las virtudes van configurando la personalidad del
que las cultiva.
Las virtudes perfeccionan a la persona completa, no es posible educar sólo en algunas virtudes.
Todas están relacionadas y entrelazadas, de tal forma que cuando se mejora en una, se mejora
en todas.
La familia es la primera y principal educadora de los hijos, su papel en la educación de las virtudes
es fundamental. El ambiente familiar, es el más propicio para llevar a cabo esta labor, pues en
él la motivación primera es el amor. En efecto, dentro de cada familia, sus miembros son
queridos por lo que son y no por lo que tienen o hacen.
Es en la familia, donde la persona se forma en sus actitudes y valores más profundos, donde
modela y desarrolla su personalidad. En el seno familiar, esos valores se viven día a día, en medio
de oportunidades educativas que los padres deben saber aprovechar.
Al colegio, le corresponde una labor subsidiaria en lo que respecta a formación en valores. En el
colegio se potencia lo que se aprende en familia, los padres no deben delegar en otros ese deber
fundamental. Muchos centros educativos, incorporan un plan de formación en virtudes, pero
ello sólo debe tener como objetivo, reforzar la labor de los padres.
“Ningún provecho hay en este mundo tan grande, que se iguale con la excelencia de la virtud”
Aristóteles
La Generosidad
La generosidad es una de las virtudes humanas que más acerca a las personas a la felicidad.
Se encuentra directamente conectada con el amor y la justicia y, para ejercerla, debemos
ayudarnos de la responsabilidad, la perseverancia y la fortaleza.
Son actos de generosidad: saber escuchar, saber agradecer, saber perdonar, saber ayudar... Y es
garantía de una generosidad bien entendida, la humildad personal de reconocer que somos
administradores y no dueños de nuestros bienes, de nuestro saber y de nuestra persona; el
hecho de dar o darnos a otros, constituye una manifestación de justicia y amor, que hace más
felices a los demás y a nosotros mismos. Por eso a un buen cristiano se le hace más fácil ser
generoso, pues se siente administrador de lo propio y no dueño: el único dueño es Dios.
Entre las muchas definiciones que se han dado de esta virtud, recordamos la siguiente: «La
generosidad es un acto desinteresado de la voluntad, por el cual una persona se esfuerza en dar
algo de sí misma, con el fin de cubrir una necesidad de otra persona, buscando su bien». Es por
lo tanto, un acto libre.
No es la cantidad que se da, lo que mide el valor de la generosidad, sino el esfuerzo realizado
por la persona y las intenciones que le han movido a llevarlo a cabo. Dar lo que se tiene para sí
y no de lo que sobra -como la viuda del evangelio- es un acto de verdadera generosidad.
Para que un acto sea generoso hay, por lo tanto, dos partes importantes y bien diferenciadas:
➢ Dar algo de uno mismo con esfuerzo.
➢ Tener como objetivo cubrir una necesidad de otra persona para su bien. Los padres, al
educar a sus hijos en la generosidad, deben tener siempre presentes estas dos ideas, ya
que se corre el peligro de «dar de lo que me sobra» y, además, hacerlo por «aparentar,
Orden y Laboriosidad
EL Orden
Sobre la virtud del orden, se ha dicho que se trata de una virtud secundaria en la que se apoyan
todas las demás y, también, que sin orden no hay virtud.
El orden, en su acción directa, nos ayuda a disponer de más tiempo, ser más eficaces, aumentar
el rendimiento y conseguir los objetivos previstos. El orden nos proporciona tranquilidad,
confianza y seguridad, nos evita disgustos y contratiempos.
El Período Sensitivo del orden, se vive con la máxima intensidad entre uno y tres años. A un
niño de dos años, se le debe enseñar que cada cosa tiene su lugar. En estas edades, es fácil
conseguir que el propio niño guarde sus juguetes en el mismo lugar o tenga su ropa y zapatos
ordenados. Para ello, hay que jugar con él repetidas veces a colocar las cosas «en el mismo
lugar» y en el «mismo orden». Cuando llega a aprenderlo, el niño disfruta colocando las cosas
en su sitio.
Es un proceso que aprende con gran facilidad a esa edad, siempre que se le enseñe en forma
metódica y ordenada y tengan un modelo a seguir.
Pero con la misma facilidad con que son capaces de imitar el orden, tienen una habilidad
increíble para imitar el desorden. Si se les acostumbra a dejar cada cosa en un lugar diferente,
porque eso ven en sus mayores, lo imitan y superan con tal rapidez que pueden convertirse, en
poco tiempo, en unos «perfectos desordenados».
Para los niños, orden o desorden son hábitos buenos o malos, que, mantenidos según van
creciendo, se convertirán en virtudes o vicios arraigados. En ambos casos, lo vivirán con cierta
facilidad, pero no porque «nacieron así», sino porque en el momento oportuno no tuvieron
la ayuda necesaria que hiciera aflorar en su interior una disposición natural al orden que ellos
tenían al nacer.
Un niño de corta edad, es capaz de disfrutar siendo ordenado. Parece increíble, pero es
cierto. Necesita orden y estabilidad en el ambiente que le rodea. Será un buen estímulo para los
niños pensar como se viviría el orden el hogar de Nazaret, cómo Jesús cuidaría y guardaría sus
cosas; cómo aprovecharía el tiempo, distribuyéndolo en servicio de todos.
Para que los hijos puedan desarrollar el hábito del orden, además de enseñárselo, debemos
proporcionarles la posibilidad de ser ordenados (2 a 4 años). En este sentido, conviene que
tengan una cajonera y repisas a su alcance, donde puedan guardar sus cosas. De este modo se
les acostumbra a que cada cosa tiene un sitio y siempre el mismo, con lo cual vivir el orden les
resultará relativamente fácil.
El orden, debe extenderse a su propia vida de forma rítmica y esto le ayudará en su desarrollo
físico, psíquico y espiritual:
➢ Orden en los horarios de comida.
➢ Orden en las horas de sueño.
➢ Orden en el aseo personal.
Fortaleza y Laboriosidad
El trabajo es una gran herramienta para formar la personalidad. El hombre fue hecho para
trabajar, como las aves para volar. Por lo tanto, desde pequeños se debe inculcar el amor al
trabajo bien hecho, pues es una vocación divina y no un castigo. Ahora bien, para desarrollar la
virtud de la laboriosidad, se requiere fortaleza. Así, un hijo fuerte es capaz de:
a) Levantarse a la hora.
b) Tener hábitos de estudio.
c) Cumplir sus compromisos, aunque no tenga ganas. d) Soportar pequeños malestares sin
quejarse, etc.
Para lograr lo anterior, es imprescindible adquirir la virtud de la fortaleza, muy relacionada con
la laboriosidad. Hoy en día, la fortaleza no está de moda. El permisivismo en el que son educados
los hijos y la sobreprotección de muchos padres, han borrado la idea de que todo lo realmente
valioso en la vida, requiere esfuerzo y sacrificio.
Pero lo anterior sigue teniendo validez. Para educar la libertad responsable se requiere exigencia
personal. Educar la voluntad de los hijos, es clave para que se formen en el esfuerzo y sean
capaces de vivir de acuerdo a criterios éticos libremente aceptados.
Exigir a los hijos, requiere un ejercicio adecuado de la autoridad y hacerlo amablemente es una
muestra de cariño. La exigencia debe ir encaminada a que superen sus defectos y afiancen
sus cualidades positivas, teniendo siempre en cuenta que permitirles que asuman dificultades
y evitarles una vida excesivamente cómoda, es darles una base sólida para afrontar los
problemas que en el futuro deberán enfrentar por si mismos.
Período Sensitivo
Durante el período sensitivo (de los 7 a los 12 años) es más fácil adquirir estos hábitos con
naturalidad y menor esfuerzo. Pequeños esfuerzos diarios los acostumbrarán a enfrentar y
superar dificultades.
Es muy importante darles razones de por qué deben actuar así, pues lo que se busca es que ellos
quieran hacerlo por sí mismos y no sólo porque el papá o la mamá lo dicen. El ejemplo de los
padres es muy importante. El no quejarse del trabajo delante de los hijos, entendiendo que es
querido por Dios como un medio de santificación, es clave para fomentar esta virtud. Pensemos
en San José; nos cuesta imaginarlo quejándose.
Probablemente nunca lo habrá hecho delante de Jesús ni de María y es un testimonio poderoso
del ejercicio de esta virtud. También ayuda el reconocerles y valorar los esfuerzos realizados
y, sobre todo, la motivación interna: la
satisfacción de la labor bien hecha o del deber cumplido.
Algunas situaciones cotidianas que ejercitan la virtud de la fortaleza son:
a) Soportar un dolor o molestia.
b) Dominarse.
c) Terminar los deberes escolares.
d) Terminar de estudiar.
Es preferible pequeños esfuerzos continuados, que una gran labor hecha una sola vez. Por eso,
practicar un deporte es una excelente oportunidad de apreciar los frutos y el valor de la
perseverancia.
Virtudes Relacionadas
A la fortaleza se asocian otras virtudes:
1. La valentía. Consiste en tener decisión y empuje, de modo que los miedos infundados no
quiten fuerza a la voluntad o impidan la acción debida. Es fundamental para ir contracorriente
cuando la influencia del ambiente es mala.
Hay que ser muy prudente en el nivel de exigencia que se les da, porque es tan poco motivador
encargarles tareas demasiado fáciles, como muy difíciles.
En términos generales, los niños necesitan un horario claro de trabajo con instrucciones precisas
de lo que tienen que hacer (cuántos ejercicios de matemáticas, cuántas páginas del libro, etc.).
Requieren, además, saber organizar su tiempo: cuánto se dedica al estudio, cuánto al descanso,
a los hobbies, a la familia, etc. De hecho el descanso y los pasatiempos forman parte de la virtud
de la laboriosidad, pues permiten distraer la mente y descansar el cuerpo para seguir
trabajando.
Pero no olvidar: que es muy común que los padres se preocupen solamente del estudio y las
notas, olvidándose de que lo más importante es el esfuerzo y empeño de trabajar bien, antes
que los resultados que se obtengan.
La Adolescencia
Si el trabajo que se ha realizado durante la niñez ha sido efectivo, el camino estará bastante
allanado, pero el trabajo formativo no termina. Hay que seguir exigiendo, pero con un
razonamiento distinto: ya no se trata sólo de hábito de estudio, sino de la virtud de la
laboriosidad. De hecho, apelar a su mayor capacidad racional es clave.
En efecto, los jóvenes son capaces de grandes esfuerzos intelectuales, pero no los hacen porque
prefieren los resultados inmediatos de la memorización, en vez de los resultados a futuro de un
trabajo planificado y sistemático de comprensión. Se deben fomentar las aficiones culturales,
como el teatro, la lectura, charlas y tertulias culturales, etc. Es la edad de los ideales donde
motivan las metas altas, nobles y ambiciosas.
Paciencia y Exigencia
Como las cualidades se desarrollan de a poco, es importante inculcarles la paciencia consigo
mismo y con lo que pasa a su alrededor. Por eso hay que exigir de verdad, pero sólo para lo
fundamental:
a) Estudio.
b) Generosidad.
c) Respeto hacia padres y hermanos.
d) Respeto hacia profesores y compañeros.
La Solidaridad
Ya hemos dicho que el hombre es un ser social por naturaleza, por lo tanto todo lo que sea
relaciones con otras personas es muy importante para su perfección como hombre. Si en la vida
familiar la justicia es trascendida y perfeccionada con la generosidad, en la vida social lo es por
la solidaridad. No basta con ser justo con los demás hay que ser buen compañero y solidario.
Es muy difícil que un joven que ha crecido teniéndolo todo sin esfuerzo, logre captar
verdaderamente lo que significa carecer de lo indispensable para vivir. En estas circunstancias,
es igualmente difícil que alguien se motive por ir en ayuda de otros y aún más, experimentar la
sensación de gratificación por haber hecho algo útil y valioso por el prójimo. A modo de ejemplo,
visitar a los ancianos, a los enfermos y contarles de la especial predilección de Jesús por ellos.
Para que lo anterior no sea tan dificultoso y ocurra efectivamente es necesario cultivar la virtud
de la sobriedad y la templanza –de las que ya hablaremos- y procurar obras de servicio en la
familia, con los hermanos, amigos y vecinos.
Es imprescindible enseñarles a estar atentos a las necesidades de los demás, siendo esta
preocupación el signo más evidente de que nos interesamos por todos. La vida tiene sentido
cuando se sirve a los demás. El egoísmo frustra la posibilidad de lograr la felicidad.
El Compañerismo
El ingreso al colegio pone a los hijos en un ambiente bastante distinto al que han estado
acostumbrados en la familia. Una de las principales diferencias es la formalidad que dan las
reglas escolares, la interacción con chicos de diferentes personalidades, a quienes no siempre
conoce, y la relación con un número importante de adultos, los profesores, a los que tampoco
conoce.
Esta situación es una oportunidad fantástica para aprender a convivir en un campo más amplio
de relación social. Como los niños sienten la necesidad natural de agruparse, los juegos
colectivos son preferidos a los individuales, y los grupos de amigos de juego son más estables
que cualquier otro vínculo social.
Es común que los roles se comiencen a definir naturalmente. Lo más típico es la agrupación de
niños en torno a un líder que impone sus normas a los demás. En este caso los más débiles y
tímidos –generalmente coincide con los que han sido sobreprotegidos- presentan problemas
de adaptación.
Es importante darles pautas los niños que les ayuden a distinguir un buen amigo de quien no
lo es, fomentando las oportunidades de poner en práctica la virtud de la amistad. Ayudará que
en casa los padres dejen invitar a los amigos a jugar o estudiar; o que en el colegio los profesores
den encargos compartidos a dos o más alumnos.
Las Reglas
A partir de los ocho años se comprende mejor el sentido de las reglas y la necesidad de sacrificar
los gustos personales en interés del grupo. Esto ayudará, no sólo a comprender mejor el
concepto de bien para todos, sino también a afianzar otras virtudes como la justicia y la
generosidad, ya vistas.
Entre los 9 y los 12 años el compañerismo y la necesidad de pertenencia a un grupo aumentan,
dando lugar a las pequeños grupos infantiles. Virtudes como la lealtad pasan a tener un lugar
primordial en las relaciones con sus iguales.
Labor de los Padres
Los padres pueden ayudar mucho dando facilidades a sus hijos para que inviten a sus amigos.
Además, contribuyen dejando que los hijos vayan a las casas de sus compañeros de curso.
Es muy positivo que los niños permanezcan bastante tiempo en el propio hogar, pues ello es
un indicador del buen ambiente que se vive en familia, sin embargo, tampoco se trata de
“encerrarlos”, privándole de oportunidades valiosas de compartir con otras personas.
La Amistad
Los padres deben enseñar a sus hijos que el mejor amigo es Jesús, y el trato cotidiano con Él los
hará cada día mejores personas hasta llegar a identificarse con su figura
LA SOLIDARIDAD
Ya hemos dicho que el hombre es un ser social por naturaleza, por lo tanto todo lo que sea
relaciones con otras personas es muy importante para su perfección como hombre. Si en la vida
familiar la justicia es trascendida y perfeccionada con la generosidad, en la vida social lo es por
la solidaridad. No basta con ser justo con los demás hay que ser buen compañero y solidario.
Para educar en solidaridad lo mejor es empezar por la familia ya que es el entorno más cercano
al niño. No se puede ser solidario con las necesidades de los otros ciudadanos –a quienes muchas
veces no conocemos- si no se ha sido generoso con los miembros de nuestra propia familia.
Tampoco sirve solamente lamentarse de las necesidades de los más desposeídos, esperando
que otros tomen la iniciativa para ir en su ayuda. Hay que enseñar y dar oportunidades a los
hijos para que ayuden realmente a los demás.
La Satisfacción de ayudar
Es muy difícil que un joven que ha crecido teniéndolo todo sin esfuerzo, logre captar
verdaderamente lo que significa carecer de lo indispensable para vivir. En estas circunstancias,
es igualmente difícil que alguien se motive por ir en ayuda de otros y aún más, experimentar la
sensación de gratificación por haber hecho algo útil y valioso por el prójimo. A modo de ejemplo,
visitar a los ancianos, a los enfermos y contarles de la especial predilección de Jesús por ellos.
Para que lo anterior no sea tan dificultoso y ocurra efectivamente es necesario cultivar la virtud
de la sobriedad y la templanza –de las que ya hablaremos- y procurar obras de servicio en la
familia, con los hermanos, amigos y vecinos.
Es imprescindible enseñarles a estar atentos a las necesidades de los demás, siendo esta
preocupación el signo más evidente de que nos interesamos por todos. La vida tiene sentido
cuando se sirve a los demás. El egoísmo frustra la posibilidad de lograr la felicidad.
El Compañerismo
El ingreso al colegio pone a los hijos en un ambiente bastante distinto al que han estado
acostumbrados en la familia. Una de las principales diferencias es la formalidad que dan las
reglas escolares, la interacción con chicos de diferentes personalidades, a quienes no siempre
conoce, y la relación con un número importante de adultos, los profesores, a los que tampoco
conoce.
Esta situación es una oportunidad fantástica para aprender a convivir en un campo más amplio
de relación social. Como los niños sienten la necesidad natural de agruparse, los juegos
colectivos son preferidos a los individuales, y los grupos de amigos de juego son más estables
que cualquier otro vínculo social.
Los padres deben enseñar a sus hijos que el mejor amigo es Jesús, y el trato cotidiano con Él los
hará cada día mejores personas hasta llegar a identificarse con su figura
Templanza y Sobriedad
Hoy en día, comprar y tener todo lo que se quiere, es visto como un símbolo de poder y garantía
de felicidad. Sin embargo, ese impulso inmoderado por adquirir cosas, sólo trae como resultado
que el hombre se esclavice, perdiendo precisamente la felicidad que esperaba encontrar. Las
cosas de la tierra, son buenas porque proceden de Dios. Y porque son buenas, son apetecibles,
pero estos bienes son, objetivamente, medios, instrumentos. Y en esa medida han de ser
queridos por los hijos de Dios.
Cada vez es más común que los padres se priven del número de hijos que realmente pueden
tener, movidos por darles todo a los pocos que ya tienen. Lamentablemente, no son pocos lo
que todavía no captan que lo que realmente necesita un hijo, más que cosas, es tiempo
compartido, amor de sus padres y hermanos.
Justicia
Ya se ha señalado, que el hombre es un ser social que convive permanentemente con otros y se
relaciona con ellos de la manera más armónica posible. Parte de esa relación implica dar a los
demás lo que se merecen, siendo este el principal contenido de la justicia. De hecho, esta virtud
se define como la voluntad permanente de dar a cada uno lo suyo o su derecho.
Del marco de esta virtud, surgen todos los demás valores humanos que deben estar en las
relaciones entre las personas:
➢ Aceptación y respeto de los otros.
➢ Tolerancia.
➢ Comprensión.
➢ Obediencia.
➢ Amabilidad.
➢ Cortesía.
➢ Agradecimiento.
➢ Amistad.
➢ Participación.
➢ Solidaridad.
➢ Espíritu de servicio público.
Virtudes Teologales
Si amo a Dios y al prójimo, si creo y espero en Dios, buscaré hacer el bien y amaré la verdad y
sabré comportarme como persona libre. De este modo, las demás virtudes serán una
consecuencia de mi forma de vivir.
Creo que en este mundo, a la mayor parte nos gustaría vivir en una sociedad más humanizada.
¿Es posible lograr una sociedad más humanizada sin contar con Dios?
Una sociedad más humana, requiere formar mejor a las personas. Necesitamos mejores familias
y eso pasa por formar bien a los padres, ya que ellos son los primeros educadores de sus hijos.
Esto implica a su vez saber qué es persona, cuál es su destino y en qué consiste su felicidad.
Toda persona es hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza, libre y con una proyección
eterna. Su fin es ser feliz, unido a Dios eternamente. Por lo tanto, lo más importante para el ser
humano es amar a Dios y amarlo, supone creer en Él y esperar en la vida eterna; este camino
pasa por el amor a los demás.
Comencemos por la primera de las virtudes Teologales: la Fe. ¿Qué significa realmente la virtud
de la Fe?
Vivir la virtud de la Fe, es algo más que creer en Dios: es creer en Dios y en todo lo que Él nos ha
revelado, en la Iglesia y en todo lo que la Iglesia nos manda creer. En su significado más simple,
Fe es creer en algo que me cuenta otra persona, por el testimonio que me da de ello. No
es fe creer que dos y dos son cuatro; es una evidencia. Donde el saber basta, no necesitamos la
Fe.
La Fe teologal, es la capacidad de adherirse a la Palabra de Dios. Es la virtud teologal que nos
permite aceptar las verdades reveladas, porque nos fiamos de la Palabra de Dios que nos las
revela. Dios concede a todos los hombres las gracias necesarias para creer, sin embargo, deja
intacta su libertad. La Fe la da Dios, pero los padres colaboran para que los hijos la tengan. ¿Qué
deben hacer los padres para educar en la Fe a sus hijos?
La Fe la da Dios, no los padres; pero ayudan con su ejemplo, sus oraciones y sus acciones, para
que los hijos crean en Dios. Después de Dios, hay un mérito claro en los hijos, un acto libre, que
es querer creer.
También es importante dar ejemplo, aunque no basta. Educar es una ciencia y un arte; los padres
deben aprender a educar en la fe y luego actuar con los hijos, enseñarles a rezar, enseñarles el
catecismo, darles a conocer los Evangelios, enseñarles a hacer oración y ayudarles a cumplir lo
que nuestra madre la Iglesia nos manda. Ayudarles a
«enfocar» sus problemas, sus ilusiones, sus penas... cara a Dios.