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Este libro está dirigido a los padres de familia que llevan en su corazón la búsqueda constante de nuevos
retos educativos. Queremos acompañarlos en la “Educación en la verdad”, para que alcancen el objetivo
que tenemos como padres cristianos: lograr que nuestros hijos sean libres y responsables, para que
puedan ser felices aquí en la tierra y en el Cielo.
Educar en la verdad, es un objetivo primario que compete fundamentalmente a los padres. Somos los
responsables de ayudar a nuestros hijos a ser personas sinceras, confiables, en quienes todos puedan
apoyarse. La sinceridad es una de las principales virtudes que, como padres, debemos enseñar a vivir,
entusiasmando a los hijos para que aspiren a ser reconocidos como personas veraces, transparentes,
genuinas, leales, honradas, rectas y justas.
“Ciertamente los hijos necesitan ayuda para crecer en su proceso de perfeccionamiento como persona
humana y, precisamente, ese proceso de perfeccionamiento, es la base de la educación”.
Tomás Alvira
Valores y Sinceridad
"¿Pero no te han dado las notas?", pregunta el papá al niño por cuarta vez en la semana. Con la cabeza
agachada, la mano en el picaporte de la puerta, la pelota en la mochila y los amigos esperando en la
puerta, el niño responde, también por cuarta vez en la semana: "Es que las computadoras se han
arruinado y los profesores no han podido preparar el informe de notas..". No sabíamos de ese retraso,
no lo han notificado. En ese momento la nube de la sospecha nos abre los ojos. Una pregunta en tono
más serio, la mirada a los ojos y un "no nos estarás mintiendo ¿verdad?" revelan que el niño tiene
escondidos en su cuarto la libreta y los suspensos desde hace varios días. Nuestro hijo nos ha estado
mintiendo ¿qué hacemos para que el problema no se agudice?
No es necesario que nuestro hijo trate de esconder -o falsificar, que es peor aún- la libreta de notas para
que nos preocupemos seriamente por educarlo en la sinceridad: tiene que ser el propósito número uno
desde que nuestro hijo empieza a hablar.
Como hemos visto, el Período Sensitivo de la sinceridad se vive entre los tres y los nueve años; de una
forma intensa entre los tres y los seis y como consecuencia de la justicia, entre los seis y los nueve.
Por lo general, los niños pueden empezar a mentir a los 5 o 6 años, pero también pueden fantasear entre
los 3 y los 5. Lo cierto es que para que se produzca una mentira, debe existir intencionalidad moral y esto
surge hacia los 7 años, al llegar al uso de la razón. Cuando esto sucede, comienzan a comprender el
valor moral de la verdad y son capaces de esforzarse por vivirla, aunque a veces les cueste.
Un comentario, una observación, son muchas las oportunidades que tenemos los padres para ir
inculcando al niño el amor por la verdad. No se trata de sermones, sino de aprovechar nuestra influencia
sutilmente, valiéndonos de las situaciones y buscando los ejemplos adecuados.
El primer paso será inculcar en el hijo una visión positiva de la sinceridad. Todo niño debe comprobar por
sí mismo, que decir la verdad es algo bueno siempre. Por eso, los padres debemos estar atentos a sus
primeros fallos y no reprender fuertemente, sino más bien hacerles ver que nos sentimos orgullosos
de ellos cuando dicen la verdad en algún momento, aunque el florero roto sea el preferido de mamá. Por
el contrario, si al decirnos la verdad
estallamos en enojo en lugar de buscar soluciones, le transmitiremos a los hijos que decir la verdad a
veces no es bueno.
Es natural que al admitir sus errores y travesuras, tengan por resultado algún disgusto o castigo ocasional,
pero es fundamental que relacione su "confesión de la verdad" con un incremento de nuestra confianza
en él.
La persona sincera, es probablemente la que mejores calificativos se gana: franca, veraz, sencilla, limpia,
genuina, verdadera, leal, honrada, recta, justa. Aspirar a ello debe de ser un objetivo al que los padres
debemos llevar a nuestros hijos.
En el mundo de las relaciones personales, es una virtud indispensable para lograr una buena
comunicación. Por ello, cada vez que expresamos nuestra forma de pensar o de sentir, damos a conocer
cuánto valoramos la verdad. Es importante que los niños aprendan a expresarse con humildad, veracidad
y prudencia.
Sinceridad no es decir todo lo que se piensa, se ha oído, o se ha visto al primero que se presenta, sino
que debe relacionarse estrechamente con la delicadeza y la intimidad: saber esperar el momento
adecuado y transmitir aquello que pensamos con caridad y prudencia a la persona adecuada en cada caso.
- Si es pequeño, a distinguir entre realidad y fantasía. Es común que los niños pequeños inventen amigos
o situaciones imaginarias. Aunque no debemos regañarlos por ello, tenemos que, poco a poco, hacerlos
reflexionar sobre las cosas que existen y las que son producto de su invención. Y por supuesto, no ser
nosotros los promotores de fantasías: la bruja, el dragón.
- Si es un poco mayor debe aprender la diferencia que existe entre la veracidad y la verdad, entre lo que
él cree y lo que realmente es. Si nuestro hijo un día insiste en que no pudo hacer la tarea porque no tuvo
tiempo (lo que piensa), hay que enfrentarlo con la realidad y hacerle admitir que esa tarde le dedicó más
tiempo al juego (lo verdadero).
- Siempre ser discreto y aprender a decir la verdad a la persona adecuada, en el momento oportuno y de
manera amable. Debe entender que evitar contar a cualquiera las intimidades de la familia o los secretos
de los amigos, no es mentir, aunque sean ciertos.
Nuestros hijos sienten, desde pequeños, una inclinación natural a decir la verdad y a darse cuenta de que
mentir está mal. Esta tendencia natural es la que tenemos que reafirmar. Si queremos fomentar la
sinceridad en nuestros hijos, podemos procurar:
1. Educar desde una perspectiva positiva. Antes que estar pendiente por descubrir y castigar las posibles
mentiras, actitud que encierra un fondo de desconfianza, se trata de insistir en el valor de la sinceridad.
2. Fomentar el hábito de la sinceridad estimulando a los niños a que cuenten cosas de su vida diaria.
Si no hay comunicación, no podremos orientarlos. El diálogo frecuente de los padres con los profesores,
es sumamente importante para buscar una actuación común.
3. Tratar a los hijos como personas dignas de confianza, no como mentirosos. Decir una mentira no los
convierte en mentirosos. La mentira es negativa, pero ellos, no.
4. Escuchar en lugar de amenazar. Muchas veces nuestros hijos actúan a la defensiva ocultando la verdad,
por la manera en la que frecuentemente les llamamos la atención.
5. Apreciar en lugar de despreciar. Si nos acostumbramos a apreciar las opiniones de nuestros hijos en
lugar de despreciarlas o criticarlas, ellos tenderán a expresarse con mayor espontaneidad.
6. Comprender en lugar de condenar. Antes de corregir, conviene que nos pongamos en el lugar de
nuestro hijo. Así podremos comprender su angustia y juzgar serena y acertadamente, para poder corregir
con firmeza y amor.
La comunicación es esencial para educar en la sinceridad. Cuando nos cuentan sus cosas, es más
fácil orientarlos y transmitirles las bases de lo que deseamos formar. ¿Tenemos un hijo callado? Habrá
que buscar situaciones en las que se encuentre a gusto para hablar, o elegir temas de su agrado (su
deporte preferido, su colección, sus pasatiempos). ¿Tenemos un hijo muy hablador? Habrá que enseñarle
a moderar sus expresiones, ya que serán más frecuentes las imprudencias.
Además de hacer vida “la verdad os hará libres”, nuestros hijos deben ser
• Mejora personal: quien es sincero reconoce y acepta más fácilmente sus fallos y puede luchar por
corregirlos. El beneficio que proporciona saber que cuando me enojo digo frases de las que después me
arrepiento, me llevará a estar alerta y evitar los enojos para no herir a los demás.
• Amigos sinceros: La educación en la sinceridad, ayudará también al niño a saber escoger sus amigos,
porque procurará que éstos sean chicos sinceros. La mentira le resultará incómoda y poco compatible con
Es necesario inculcar en nuestros hijos el amor por la verdad. Este sentimiento los llevará, en
primer lugar, a ser sinceros con ellos mismos y a valorar tanto la verdad, que no les importará el esfuerzo
y las consecuencias de vivirla en todo momento.
Hemos descubierto a nuestro hijo pequeño en una mentira y nos alarmamos, no es para menos. Hay que
tomar una acción rápida, porque la mentira es algo que debemos corregir desde el principio.
Para comprender el alcance de este mal hábito, te invitamos a que cierres los ojos y pienses en tu hijo, el
que ahora tiene tres años, dentro de otros 3, iniciando la primaria por ejemplo. Podrá no haber superado
hábitos como el orden y podremos pensar “este hijo mío es desordenado”, seguiremos diciéndole
“ordena, recoge” y no nos cansaremos de hacerlo. Lo mismo sucedería con otros hábitos. Pero ¿cuál sería
nuestra actitud si el hábito no superado fuese el de mentir? ¿Confiaríamos en él?
Para no olvidarlo es bueno repetirlo: La sinceridad es una de las virtudes más importantes. Una persona
sincera, que siempre habla con la verdad, es una persona confiable, en la que podemos apoyarnos sin
dudar. Desde que tu hijo empieza a hablar, hasta los siete años, hay que impulsar el hábito de hacerlo con
sinceridad. A los siete años, con el uso de la razón, tu hijo será capaz de convertir ese hábito en virtud.
Una virtud alegre.
Cuando descubrimos a un hijo mintiendo, los padres debemos tener en cuenta las siguientes
orientaciones educativas:
➢ Es mucho más eficaz para la educación de nuestros hijos, reconocer sus momentos de sinceridad,
que buscar continuamente aquellos en los que dicen una mentira.
➢ En ningún caso, al corregirlos, debemos llamarlos mentirosos. Han dicho una mentira y hay que
hacerles reconocer que esto es algo malo, pero en ningún momento hacerles pensar que ellos
“son malos”.
➢ No corregirlos delante de otras personas, mucho menos delante de sus hermanos o amigos.
➢ Nunca “etiquetarlos”, aunque se encuentre en una etapa de caídas y recaídas en la virtud de la
sinceridad. Si lo tachamos de mentiroso, difícilmente podrá salir de ese encajonamiento.
➢ Como una de las causas suele ser la defensa, hay que procurar enseñarles a explicar las
situaciones sin echarle la culpa a otros.
➢ Teniendo en cuenta que el ejemplo es muy importante en este campo, los padres debemos
procurar educar en la verdad a través de una vida de fe y testimonio cristiano, viviendo la
sinceridad entre los cónyuges, con sus hijos y en los demás ámbitos: trabajo, amigos. Sólo
viviéndola personalmente, podremos darnos cuenta de las dificultades para hacerla propia y de
los esfuerzos que hay que realizar para no caer en la mentira. Por eso, los padres debemos
procurar:
➢ No utilizar a los hijos para mentir: “Dile a ese cobrador que no estoy”. Si queremos que nuestros
hijos aprendan a decir siempre la verdad, no podemos poner en práctica ningún tipo de mentira,
aunque nos parezca de escasa importancia. Los hijos pueden aprender de nosotros, tanto a amar
la verdad, como a ser unos excelentes mentirosos. Si no logramos afrontar estas pequeñas
situaciones con valentía, también podríamos – con justicia- ser calificados como hipócritas.
Para crear un clima de comunicación, los padres debemos evitar la mentira. La menor falta de sinceridad
por nuestra parte, nos hará perder su autoridad moral. Aun cuando el niño no lo diga, en el fondo de su
corazón ha surgido una sombra en la confianza. El niño no perdona la mentira y cree todo lo que le
decimos, sean promesas o amenazas. Si le decimos que después de hacer tareas, lo llevaremos al parque
y no lo hacemos, decaerá su confianza.
De igual modo, un clima de miedo es incompatible con relaciones sinceras, abiertas y amistosas entre
padres e hijos. Los padres debemos luchar por hacer atractiva la verdad, aceptando la sinceridad
con todas sus consecuencias y ganándonos la confianza de nuestros hijos.
Ellos deben estar seguros de que pueden decir lo que sea y que lo interpretaremos con su justa medida.
Si por el contrario ven que nos alteramos cada vez que nos cuentan algo, o los regañamos con fuerza,
poco a poco irán alejándose de la verdad. Pensarán, “mejor no le cuento a papá porque me castigará y
no me dejará ir a la excursión”.
¿Cómo podemos entonces lograr un clima abierto de comunicación y confianza? Guiando a nuestros hijos
a través de la disciplina de la responsabilidad. Si cuando nos cuenta que ha roto una figura de porcelana,
en lugar de gritar, generando temor, lo ayudamos a enfrentar el error, logrando responsabilidad, nuestro
hijo crecerá con la certeza de que es mejor decir la verdad, todo puede tener solución.
Resulta imprescindible delimitar reglas y normas familiares para evitar así que se creen situaciones de
confusión. Si un hijo sabe que no puede ponerse a jugar antes de terminar la tarea, no tendrá duda si
miente o no cuando su mamá le pregunte cuando lo encuentre jugando. De igual modo, si la regla es
regresar a casa directamente del colegio y no lo hace, sabrá que al no cumplirlo está mintiendo y
se sentirá mal. Su conciencia se lo hará notar.
Poner límites ayuda a facilitar la comunicación y la confianza. Los hijos sabrán a qué atenerse y procurarán
no fallar.
“El que adquiere buenos hábitos, los tendrá siempre “F.C. Gispert En el Pensamiento.
La Educación Eficaz
Existe una educación eficaz, cuando somos capaces de incidir en nuestros hijos. Ellos cuentan con una
fuerza interior, que podemos aprovechar para su propio bien: si nuestro hijo, además de saber que
tiene que decir la verdad, quiere hacerlo, el resultado será mucho más eficaz, que si simplemente se
lo ordenamos. Esto se llama Sinergia Positiva y se apoya en la actitud positiva del educando. Puede
lograrse un resultado más eficaz, si se consigue una buena actitud y predisposición del niño ante los
mandatos o correcciones de sus padres.
La sinergia positiva, se produce cuando, a los esfuerzos normales de los padres para conseguir un objetivo
en la educación de sus hijos, se suma una fuerza, generada desde el propio hijo, que potencia por sí sola
el resultado final obtenido, perfeccionándolo como persona.
Se produce sinergia negativa, cuando, a pesar de los esfuerzos de los padres por conseguir un objetivo,
los resultados obtenidos son muy inferiores a los esperados.
El cerebro, es la base orgánica del desarrollo de nuestro cuerpo y de nuestra inteligencia, en la que se
apoya la voluntad para decidir nuestros actos. El cerebro es, por lo tanto, un elemento fundamental en el
desarrollo de las personas.
La Educación Eficaz, nos enseña a aprovechar mejor el potencial de nuestro cerebro y a generar la sinergia
positiva suficiente, para conseguir mejores resultados educativos con menor esfuerzo.
Para que el cerebro trabaje con eficacia, deben darse tres premisas:
Muchas faltas de disciplina, se deben a una deficiente comunicación. Los niños no logran saber qué es lo
que se les pide, están deseando cooperar para que sus padres estén contentos, pero no saben cómo
hacerlo.
La información que llega del oído al cerebro puede o no ser escuchada. Su percepción depende de la
persona que la recibe y de las condiciones adecuadas para su asimilación. En medio de un enojo, por
ejemplo, resulta muy difícil hacer comprender a nuestro hijo que tiene que ser generoso. Es más eficaz
aprovechar los momentos de tranquilidad, en los que se encuentra más relajado. Los gritos no arreglan
nada.
Los FILTROS DE ATENCIÓN del cerebro, son una suerte de puertas, que nuestro hijo abre o cierra según
se encuentre motivado o interesado por lo que le están diciendo. Desde que la información entra en el
oído hasta que llega al cerebro, pasa por una serie de filtros que pueden admitirla o rechazarla.
Si bien la llegada de la información es una condición necesaria, no es suficiente para que la persona
mejore. Para que esto ocurra, la persona debe estar motivada adecuadamente, para querer hacer suya la
información recibida y actuar en consecuencia.
No basta que los hijos sepan que deben decir la verdad: es necesario que quieran hacerlo siempre, aunque
les cueste, aunque lo que digan sea algo grave. Solamente así comenzarán a mejorar como personas.
Deben, por lo tanto, realizar un acto bueno, es decir, un acto que busca libremente el bien. No será mejor
persona, si dice la verdad bajo la amenaza de un castigo o la promesa de un premio.
Hará propia esa buena costumbre, porque sabe que es bueno cumplirla y porque además, cuando es
sincero, mamá y papá son felices y entonces él también lo es.
Con un buen motivo, los niños pondrán todo de su parte para mejorar, porque lo tienen todo a favor. El
resultado superará entonces todas nuestras expectativas. Habremos logrado una “Educación Eficaz”.
Educación Personalizada
Importancia de la Educación Personalizada.
Una verdadera educación, tiene que tener en cuenta que todas las personas somos distintas, únicas e
irrepetibles; que cada uno de nuestros hijos es una persona individual, diferente a sus hermanos y a
cualquier otra persona. Por lo tanto, nuestras acciones educativas, deben estar orientadas a promover la
inteligencia y la voluntad de cada uno de nuestros hijos y deben adecuarse a cada uno de ellos en
particular.
Educar de igual forma a niños distintos, es perjudicar a unos en beneficio de otros; es una injusticia.
Tenemos que conocer cómo son los niños y luego aprender a educar a cada uno de acuerdo a su forma
de ser. Cada hijo necesita recibir una educación diferente y personalizada.
Para poder ejercer bien nuestra autoridad, en servicio de la mejora de cada niño y de su crecimiento en
valores, necesitamos conocerlo a fondo. Esto requiere tiempo y paciencia: ratos de conversación para
conocer cómo es, cuáles son sus puntos fuertes, sus gustos y su temperamento.
No podemos esperar a que haya verdaderos problemas, para sentarse a hablar. Es necesario darle
importancia a sus pequeños problemas y atenderlos. De lo contrario, los niños sufren y hasta pueden
cambiar su forma de comportamiento y sus costumbres: pueden volverse retraídos, pesimistas y
nerviosos.
¡Que nuestros hijos se sientan importantes! ¡Que tengan la seguridad del amor de sus padres! No es lo
mismo que nosotros tengamos esos sentimientos y que se los comuniquemos, a que sean ellos mismos
quienes los experimenten.
Si hablamos con nuestros hijos, con cada uno a solas, desde que son pequeños, no habrá sorpresas en la
adolescencia, cuando el sentirse amados es tan importante. Si hemos fomentado y cuidado la
comunicación en la infancia, en la adolescencia no costará tanto.
Como ya hemos visto, cada niño es diferente y necesita por lo tanto, recibir una educación distinta y
personalizada, de acuerdo a su propia manera de ser. De esta manera, actuando con libertad, alcanzará
Es conveniente aclarar que la persona, aún después de haber dejado atrás sus períodos sensitivos,
es educable hasta el último momento de su vida; su capacidad de mejorar, no tiene límites precisos en
cuanto a la cantidad y calidad de aprendizajes posibles.
Sin embargo, conviene recordar que los niños no nacen estudiosos, perezosos, ordenados, obedientes,
egoístas, sinceros, envidiosos, retraídos, miedosos, sino que se hacen o los ayudamos a hacerse así. En
esto reside la importancia de plantearnos cómo educar a cada niño.
Considerar cómo es un niño a determinada edad y cómo es el nuestro en realidad, nos da el punto de
partida. Sus fortalezas y debilidades corresponden a las circunstancias propias del niño, aspectos de su
personalidad, que debemos potenciar o rasgos que deberemos ayudarle a corregir. Las oportunidades
nos hablan de los elementos a favor que debemos aprovechar y los peligros que dificultarán su educación,
pero que no nos incapacitarán para enseñarles a nadar contracorriente.
Se ha dicho muchas veces que el ejemplo arrastra. Por eso, los padres debemos estar pendientes del tipo
de ejemplo que damos nosotros mismo y los que dan los hermanos entre sí. ¡Cómo influye en el hijo
pequeño el buen ejemplo de un hermano mayor responsable! Y de igual modo, ¡Cómo afecta a una hija
cuando actuamos de forma opuesta a como le decimos que debe comportarse! El ejemplo educa sin
palabras y los padres debemos dar importancia a nuestra manera de actuar, por el valor que tiene en la
educación de los hijos.
Si tenemos en cuenta que nuestros hijos aprenden observando a los demás y que prestan especial
atención a lo que decimos y hacemos, podremos comprender la importancia de que reciban buenos
ejemplos de nuestra parte. Esto se hace particularmente más necesario, en los primeros años de su vida,
cuando adquieren los primeros hábitos y nuestro ejemplo deja huellas más profundas en ellos.
Aunque los padres somos los modelos permanentes de los hijos, tampoco se nos exige la perfección. No
tenemos que desanimarnos si no logramos las metas personales propuestas. El mejor ejemplo es el de la
lucha: que nos vean esforzarnos por mejorar en pequeños objetivos, luchando por ser mejores personas.
Los padres debemos preguntarnos constantemente: ¿Cómo me ven mis hijos? ¿Estoy siendo un buen
ejemplo para ellos? ¿Se vive un ambiente de familia que ayuda a mejorar?
Tradicionalmente, los padres educaban dando el ejemplo a sus hijos y diciéndoles cómo debían hacer las
cosas. En lugar de motivar y educar en futuro, la educación se quedaba, muchas veces, en un corregir lo
mal hecho y explicar cómo se hacía mejor. Con las nuevas pedagogías educativas se comenzó a aplicar la
teoría “Z“.
Esta teoría consiste, en la unión de un grupo de personas para conseguir objetivos en común. Para ello,
se fijan las metas y todas las personas participan de acuerdo a sus posibilidades, en un ambiente de
confianza, alegría, delicadeza, lealtad y colaboración.
Análogamente, trasladando esta teoría a la familia, todos o algunos de sus miembros pueden unirse para
conseguir unos objetivos comunes, o hacer Planes de Acción para buscar una mejora familiar. Deben
implicarse los dos padres o uno de ellos y al menos uno de los hijos, parte de ellos o todos. Los padres
deben motivar a los hijos para que quieran involucrarse, ya que es muy importante que los hijos quieran
participar libremente. Cuando toda la familia lucha, se logra una mayor eficacia.
Todos los miembros de la familia, son igualmente responsables de cumplir lo acordado y, por lo tanto,
todos controlan su cumplimiento, no sólo papá y mamá. Son por ello, básicas las reuniones periódicas
para analizar los resultados, valorar el cumplimiento, estudiar los problemas y tomar medidas para
hacerlo mejor.
La educación con el ejemplo, ha sido y sigue siendo necesaria para una buena educación. El mejor
ejemplo, es que nuestros hijos vean que nos esforzamos por ser mejores. Cuando toda la familia lucha
por mejorar poniéndose metas comunes, cuando nos involucramos en los mismos objetivos que exigimos
a nuestros hijos, se pone en práctica la teoría Z. Con el ejemplo de toda la familia, que se compromete y
lucha por conseguir unos objetivos comunes, los hijos estarán mucho más motivados para querer
mejorar, ya que hacen más suyo, aquello que se les enseña a la vista del ejemplo de los padres.
Para involucrar a los hijos en el proyecto de familia que queremos, habrá que tener en cuenta:
a. Los padres han de dar realmente un buen ejemplo, luchando por llevar a la práctica ellos mismos todo
lo que dicen y exigen. Si deseamos que nuestros hijos salgan por la mañana dejando su habitación
arreglada, los padres deben lograrlo primero antes. Con este ejemplo, no hace falta motivación mayor.
b. Deberán preocuparse de los hijos desde pequeños. Es más fácil que los hijos adquieran costumbres
familiares cuando son muy chicos, que cuando ya están un poco crecidos. Si lo hacemos así, estaremos
dando un paso mas y educando en futuro.
c. Tendrán que dejar de lado el miedo a replantearse los objetivos y los proyectos cuando no dan
resultado. Rectificar es de sabios, y si hay que hacerlo, cuanto antes mejor.
d. Habrá que cuidar que la participación familiar se base especialmente en que todos sepan de todos.
e. Los padres deberán poner de moda en el hogar, esas buenas costumbres que hacen a todos felices:
gratitud, veracidad y obediencia.
Una familia numerosa. José es abogado; su esposa, Carmen, es profesora de inglés en un colegio privado,
trabaja de 9 a 11. Tienen 5 hijos, bastante seguidos, Cristina y Mario ya son mayores, 13 y 11 años; los
otros tres, Gabriela, Leticia y José María tienen 9, 8 y 5 años.
JOSE: Me gustaría hacer algo que me obligue a conversar más con mis hijos; a veces pasan las semanas y
estoy muy poco con ellos, salvo los domingos.
CARMEN: Lo mejor es tener proyectos en común, podemos hacer un plan de acción para incluirnos todos.
Aplicar la Teoría “Z”. Un plan de acción que consista en que cada día de la semana, le corresponda a uno
de la familia ayudar a todos los demás. JOSE: Lo podemos llamar "De guardia por un día"
CARMEN: Somos 7 y la semana tiene siete días, nos toca un día a cada uno.
OBJETIVO:
Mejorar en la generosidad
MEDIOS:
Cada día de la semana un miembro de la familia ayuda a toda la familia, hace guardia. Entre todos se ha
confeccionado una lista con los principales encargos, la lista es muy larga:
- Atender el teléfono
- Abrir la puerta
- Ni un papel en el suelo
Todos los días laborables, (de lunes a viernes), la hora de estudio para todos es de 15h a 17h, estudiar o
jugar, pero todos en su cuarto y sin pasear por el pasillo y menos correr. En ese rato la guardia la hará
siempre mamá.
Reparto de guardias:
- Los demás días se hará rotando cada semana y la primera por sorteo. En la primera semana le tocó el
sábado a Mario y el domingo a Leticia.
MOTIVACIÓN:
Fue una sorpresa muy agradable, a Cristina le pareció estupendo y como ella tiene personalidad y arrastra
a todos "Fue muy fácil". Era algo nuevo y parecía divertido: "De guardia por un día" ¡Vaya
responsabilidad!, saltó Mario, ¿Seguro que José María sabrá hacerlo?
CRISTINA: Claro que sí, ¿Verdad, José María? Tú lo harás muy bien y si algo no sabes me lo preguntas a
mí y te ayudo.
La cara de José María estaba resplandeciente, si Cristina decía que él era capaz, seguro que podía. Al
regreso, tuvimos mucho tráfico y nos dio tiempo a todo.
Si a Gabriela no le salía un problema y estaba de guardia Mario ¡le podía pedir ayuda!
HISTORIA:
Se notaba verdadera ilusión por empezar. El primer día le tocó a Gabriela. Es difícil
describir la ilusión que tenía; con su "responsabilidad" se consideraba importante, todos acudirían a ella
a pedirle "ayuda".
El martes a Cristina, todo transcurrió más serio, ayudó a todos y muy bien, casi sin notarse. Ella sabía la
importancia de dar ejemplo a sus hermanos. Era su punto fuerte y se notaba.
El miércoles a papá. No llegó a casa hasta las 8h de la noche, un poco antes de meterse en la cama. Pidió
disculpas y les contó una "historia verdadera" a los tres pequeños, Mario la escuchó disimuladamente.
A José María, el viernes; tuvimos que ayudarle entre todos, pero él se sintió muy importante, estaba feliz.
Los dos días de fiesta fueron los mejores. Mario y Leticia se lo tomaron muy en serio y no dejaron que
nadie ayudara, era su obligación. Hubo dos peleas por este motivo pero se olvidaron pronto.
La semana siguiente, decidimos conservar el mismo día para cada uno, y salvo algún despiste más o
menos intencionado, estamos contentos del resultado. ¿Cuanto nos durará? No sabemos.
Los domingos, después de comer, tuvimos una reunión entre todos para evaluar el resultado, resaltando
lo que se hacía mejor.
Aunque no dure mucho tiempo, el entusiasmo y el resultado han sido buenos. Se han dado cuenta de la
necesidad de ayudar y de que así todo funciona mejor. Para Carmen y José no ha podido salir mejor.
Carmen antes de empezar tenía serias dudas.
Es un plan de acción de futuro, José estaba orgulloso porqué había conseguido conversar más con sus
hijos, fue un objetivo extra. Al estar todos involucrados era "Teoría Z”. El plan de acción está dentro de la
Educación por el Ejemplo.