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Perez Luño Iusnaturalismo
Perez Luño Iusnaturalismo
1. Precisiones terminológicas
1) Se halla integrado por el conjunto de valores previos al Derecho positivo, que deben
fundamentar, orientar y limitar críticamente el Derecho positivo en cuanto puesto o
impuesto con fuerza vinculante por quien ejerce el poder en la sociedad. Se trata de
“derechos” con un significado y un status deóntico diverso (el Derecho positivo entraña
obligaciones exigibles coactivamente por el poder estatal, lo que no ocurre con las que
dimanan del Derecho natural, cuya fuerza vinculante se halla supeditada a su arraigo en
el ethos social), pero no necesariamente incompatible o independiente; porque todo
Derecho natural tiende a positivizarse, y todo Derecho positivo, en la medida en que
pretenda ser justo, o legítimo debe ser conforme al Derecho natural.
Tras el análisis del significado respectivo del Derecho natural y del Derecho positivo, es
posible distinguir diversas actitudes teóricas, o modos de articulación de las relaciones
entre ambos conceptos.
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i) La primera afirma que sólo existe una modalidad de Derecho: el Derecho positivo; se
trata de la tesis monista que corresponde a la postura del positivismo jurídico.
iv) La cuarta posición postula que sólo existe el Derecho natural. Los autores
contractualistas al aludir a un “estado de naturaleza” de carácter presocial (sea como un
hecho histórico: Hobbes, Pufendorf, Spinoza...; sea como una hipótesis explicativa:
Locke, Rousseau, Kant...), conciben esa situación como una fase regida únicamente por
las leyes de la naturales.
v) La quinta tesis afirma la posibilidad de existencia del Derecho natural y del Derecho
positivo, pero, a diferencia de las teorías iusnaturalistas supedita el primero al segundo.
Responden a esta actitud aquellas concepciones jurídicas que sólo admiten un contenido
mínimo del Derecho natural, cuya función sería la de servir de última instancia
legitimadora de todo el orden jurídico positivo, o de cauce para colmar las
excepcionales lagunas de la normatividad positiva.
vi) La sexta postura sería aquella que niega conjuntamente al Derecho natural y al
Derecho positivo. Esta tesis ha tenido su expresión en las versiones más radicales de las
posturas ácratas (cfr. Bobbio, 1961; ide., 1965; Hart, 1961; Pérez Luño, 1971 id. 2002).
1.4. Iusnaturalismo
En las primeras décadas del siglo XX, se acuñaron dos expresiones: “el renacimiento
del derecho natural” (Charmont) y “el eterno retorno del derecho natural” (Rommen),
que alcanzaron amplia difusión y fortuna en la literatura jurídica de los años posteriores.
Con esas expresiones se quería aludir a la función histórica que cumple el derecho
natural como punto de referencia y orientación del pensamiento jurídico en las
situaciones críticas que jalonan su devenir. En ellas, el iusnaturalismo tiende a
presentarse como un diagnóstico y, en cierto modo, como una terapia doctrinal de los
grandes problemas, asedios e incertidumbres de carácter político y sociocultural que,
cíclicamente, se ciernen sobre el horizonte jurídico y necesariamente inciden en la
ciencia del derecho.
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Conviene, no obstante, recordar en este punto la distinción entre las diferentes versiones
del derecho natural, mencionadas supra. A tenor de esta necesaria distinción, entiendo
que las invocaciones al derecho natural llevadas a cabo por juristas y filósofos nazis
respondían a una manipulación de sus versiones voluntaristas y naturalistas o
cosmológicas; pero nunca a su acepción racionalista. El derecho natural voluntarista,
ideológicamente instrumentalizado en clave nazi, pudo servir de apoyo al proceso de
supeditación de la ley positiva al arbitrio omnipotente y avasallador del Führerprinzip.
De igual modo que, desde la versión naturalista, se pudo invocar una cobertura
ideológica para la defensa de la supremacía de la raza aria. Por contra, el derecho
natural racionalista quedó a salvo de esa instrumentalización perversa. No en vano, la
ley de la razón (Fassò, 1964) ha sido un ingrediente básico e insoslayable del
humanismo democrático occidental y un multisecular cauce reivindicativo de la
dignidad humana (Bloch, 1980).
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Conviene, asimismo, destacar que tres de los más grandes filósofos del derecho de
orientación iusnaturalista -Del Vecchio, Radbruch y Stammler- partieron de posiciones
entroncadas con esos movimientos filosóficos, en concreto, con el neokantismo. La
concepción del derecho natural propugnada por Stammler, al concebirlo como: “un
ideal permanente de contenido variable” (Stammler, 1928), adquirió notoriedad y
amplia influencia en las doctrinas iusnaturalistas de la primera etapa del siglo XX. No
menos repercusión suscitó la tesis de Del Vecchio tendente a distinguir: el concepto del
derecho, que debe expresar las condiciones lógicas de toda forma de juridicidad
positiva; de la idea del derecho, tendente a hacerse cargo de la exigencia iusnaturalista
del valor moral de la persona humana (Del Vecchio, 1965).
A lo largo del siglo XX se han manifestado dos grandes tendencias que suponen la
decantación de la multisecular tradición iusnaturalista. Se pueden, de este modo,
distinguir dos versiones del iusnaturalismo: 1) el iusnaturalismo ontológico, dogmático
o radical, que postula un orden de valores producto de un objetivismo metafísico, del
que se considera posible derivar valores y principios materiales universalmente válidos
para cualquier derecho digno de serlo (Ambrosetti, Charmont, Corts Grau, Cotta, Elías
de Tejada, Fernández Galiano, Finnis, Galán, Lachance, Luño Peña, Maritain, Messner,
Puy, el último Radbruch, Villey...); 2) y el iusnaturalismo deontológico, crítico o
moderado, que no niega la juridicidad del derecho positivo injusto, pero establece los
criterios para comprobar su disvalor y, por tanto, para fundamentar su crítica y su
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sustitución por un orden jurídico justo (Bloch, Del Vecchio, Dworkin, Fuller, Fassò,
Legaz Lacambra, Recaséns Siches, Stammler, Truyol y Serra, Welzel, Wolf...).
Han adquirido también notoriedad, en la cultura jurídica de la segunda mitad del siglo
XX, las tesis del último Radbruch en las que propugna un iusnaturalismo fuerte
integrador de la política y el derecho en la moral. Gustav Radbruch indica que: “No se
puede definir el derecho, incluso el derecho positivo, si no es diciendo que es un orden
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establecido con el sentido de servir a la justicia. Aplicándoles este patrón, hay partes
enteras del derecho nacionalsocialista que nunca llegaron a tener la categoría de derecho
válido” (Radbruch, 1971, 14). Radbruch consideraba al derecho natural, en cuanto
encarnación de los valores éticos de la justicia, como “un derecho superior a la ley,
supralegal, aquel rasero con el que medir las mismas leyes positivas y considerarlas
como actos contrarios a derecho, como desafueros bajo forma legal” (Radbruch, 1965,
180).
En las últimas décadas del pasado siglo, se puede considerar como una postura
representativa de este planteamiento a la del que fuera profesor de Harvard, Lon Fuller.
El iusnaturalismo es entendido por Fuller como una teoría que se funda en el
sentimiento de la justicia. Tal sentimiento aparece como evidente, como una intuición
del derecho que suscita en la colectividad emociones inmediatas de aprobación o
rechazo a aquellos actos que se juzgan conformes o contrarios a la justicia. Para
explicitar su planteamiento, el profesor de Harvard propuso dos ejemplos-límite. Versa
el primero sobre un parricida que, ante la acusación de haber matado a su padre, alega la
firme creencia religiosa de su progenitor en la felicidad eterna. Por ello, al darle muerte
lo que hizo fue anticipar a su padre el disfrute del paraíso. De ahí, que el parricida
sostenga que su acto más que un castigo merezca un premio, por haber proporcionado a
alguien el disfrute inmediato de un bien. El segundo ejemplo, hace referencia a un
funcionario que acepta sobornos, deliberadamente dicta resoluciones arbitrarias y se
apropia de fondos públicos. Al ser descubierto e inculpado de cohecho, prevaricación, y
malversación, alega en su defensa textos constitucionales en los que se asigna al Estado
la promoción de la mayor felicidad y bienestar de los ciudadanos. Como el capital
sustraído le ha proporcionado una gran felicidad y sólo ha supuesto una disminución
irrelevante de los bienes de los demás ciudadanos, el funcionario corrupto aduce que ha
actuado de conformidad con los fines y valores constitucionales. Para rebatir esos
alegatos tan cínicos como aberrantes, más allá de la apelación a normas legales o
jurisprudenciales, basta acudir al sentimiento jurídico que evidencia de forma intuitiva y
directa la flagrante injusticia de esas pretendidas justificaciones (Fuller, 1969).
elementos integran la “moral que hace posible el derecho”; es decir, frente a los intentos
positivistas de separación entre moral y derecho, el iusnaturalismo propugnado por
Fuller reivindica la necesaria presencia de elementos morales en el seno de cualquier
orden jurídico empírico, que se halle dotado de unas condiciones básicas de corrección
y racionalidad (Fuller, 1967).
Estas tesis han sido renovadas y desarrolladas por Ronald Dworkin. Dworkin tiende a
evidenciar el carácter fragmentario e insatisfactorio de las tesis que hacen reposar la
validez del sistema de fuentes en criterios formales normativos. A partir de ello, se haría
depender la validez de las normas concretas de su conformidad con las normas de
procedimiento que en cada ordenamiento jurídico regulan la producción jurídica (teoría
que es calificada por Dworkin como test del pedigree) (Dworkin, 1978, 17 y 39 ss.).
En la teoría del derecho que se desprende del pensamiento de Dworkin, ocupan un lugar
privilegiado los principios. Puede, incluso, afirmarse que su revalorización de los
principios constituye uno de los rasgos básicos de su construcción doctrinal y
seguramente aquél que ha contribuido, en mayor medida, a la amplia difusión, pero
también a la no menos amplia polémica, suscitada por sus escritos. Según la notoria
tesis de Dworkin, todo ordenamiento jurídico se halla integrado por un conjunto de
principios (principles), medidas o programas políticos (policies) y reglas o disposiciones
específicas (rules). Dworkin denomina medidas políticas a las normas genéricas
(standards) que establecen fines que deben alcanzarse y que implican un avance en el
terreno económico, político o social para la comunidad; mientras que reserva la
denominación de principios a los standards o prescripciones genéricas que entrañan un
imperativo de justicia, de imparcialidad, o de cualquier otra dimensión de la moralidad.
Son los principios, en cuanto entrañan los fundamentos morales del orden jurídico y la
expresión de los derechos básicos de los ciudadanos, los que aseguran la coherencia y
plenitud del sistema de normas que hace posible el imperio del derecho (Dworkin, 1978,
22 ss., 39 ss. y 71 ss.; 1985, 33 ss. 72 ss.; 1986, 179 ss., 213 ss. y 404 ss.).
derecho a los ordenamientos positivos que no los cumplen. Frente a ellas, las teorías
interpretativas serían aquellas que -en opinión de Dworkin- ofrecen marcos explicativos
contextualizados, dirigidos a dar cuenta del derecho en un ámbito jurídico determinado.
La teoría de Dworkin es interpretativa, en el sentido de que está dirigida a explicar una
cultura jurídica en particular: la anglo-americana. Desde esas premisas interpretativas,
no se niega, por ejemplo, que los nazis tuvieran derecho, a pesar de que fuera muy
injusto. La teoría interpretativa exige la vinculación del derecho a valores morales en
aquellas culturas jurídicas inspiradas en esa exigencia, pero no niega la condición de
derecho a los sistemas políticos manifiestamente inmorales que respondan a otras
culturas jurídicas (Dworkin, 1986, 101 ss.).
que sale de las manos del legislador. El jurista le añade algo sin lo cual la ley resultaría
inutilizable” (Recaséns Siche, 1965-1966, 36).
Para Amartya Sen, uno de los más decididos representantes del neoliberalismo
progresista, la justa distribución debe tener en cuenta no sólo una equitativa distribución
de los bienes, sino que debe promover la formación de los individuos para que éstos
sean capaces de aprovechar, de forma efectiva, esos bienes y oportunidades para
satisfacer sus necesidades básicas (cfr. sobre estas tesis, Pérez Luño 2003, 156 ss.).
Está en lo cierto John Rawls cuando afirma que: “La justicia es la primera virtud de las
instituciones sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento. Una teoría,
por muy atractiva y esclarecedora que sea, tiene que ser rechazada o revisada si no es
verdadera; de igual modo, no importa que las leyes e instituciones estén ordenadas y
sean eficientes: si son injustas han de ser reformadas o abolidas” (Rawls, 1978, 19.). La
reivindicación de esta exigencia ha constituido el nervio de la mejor tradición
iusnaturalista y esa función histórica sigue siendo una cuestión de interés prioritario no
sólo para la filosofía jurídica, sino para toda la filosofía práctica, ética y política.
Mostrar la legitimidad de esa función, frente a los empeños teóricos dirigidos a negarla
apelando a su imposibilidad (irracionalismo, relativismo, nocognicitivismo...), a su falta
de sentido (neo-positivismo), o a su inutilidad (escepticismo), constituye una tarea
insoslayable para las doctrinas iusnaturalistas más relevantes de la actualidad.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
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