SUMARIO
1. Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA, La lengua de los derechos. La formación del derecho público euro-
peo tras la Revolución francesa, Alianza Editorial, Madrid 2001 (1ª ed.: 1994), pág. 29.
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toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discri-
minación» (Art. 7).
De este modo, la visión de la vida y del mundo, y por ende del ser humano,
experimentaba otro cambio fundamental. Se buscaban ya unos valores verdaderamente
universales mientras el modelo paradigmático «hombre, blanco, burgués» iba desmo-
ronándose, no sin convulsiones violentas. En realidad, se trataba de elevar la vida a
valor supremo por encima de otros valores abstractos como libertad o justicia –no para
sustituirlos ni postergarlos, sino para darles todo su sentido–, elevar la fraternidad por
encima de la igualdad, es decir, aspirar a la familia humana, en su rica diversidad,
mejor que un único modelo paradigmático al que asimilarse. Esto, sin duda, había de
conllevar la aceptación del pluralismo, no tanto como tolerancia sino en cuanto protec-
ción de la pluralidad, en definitiva, de la vida3.
Lo que acabo de decir se configura también en el reconocimiento de la existen-
cia de una pluralidad lingüística, esto es, de diferentes lenguas habladas dentro de un
mismo territorio. Según el nuevo modelo, cada Estado se regulará por una legislación
que se ajuste a su propia realidad y a lo que considere su mejor conveniencia. Así, den-
tro de esta diversidad, puede constatarse que, «en Europa, [...] sólo en Portugal e Islan-
dia (y desde su reciente creación como nuevos estados nacionales Eslovenia, Croacia,
Chequia y Eslovaquia) se utiliza la lengua considerada nacional por la casi totalidad de
su población. Sin embargo, no todos los estados restantes –Holanda, Noruega– se refie-
ren en su constitución a la realidad plurilingüe estableciendo un régimen de oficialidad
estatal –Suiza, Bélgica, Finlandia, Irlanda, Luxemburgo, Malta, España– o subestatal,
protegiendo genéricamente las minorías lingüísticas –Austria, Italia, Hungría, Rusia– o
incorporando una explícita garantía de no discriminación por razón de lengua –Alema-
nia, Grecia, Suecia–4. Por tanto, «el plurilingüismo se deduce en todas las constitucio-
nes que reconocen la diversidad lingüística, bien directamente a partir de la mención de
la existencia de distintas lenguas (Suiza 1995, Bélgica 1994, Paraguay 1992), bien indi-
rectamente con la referencia a la pluralidad de pueblos o de culturas (Bolivia 1994,
Ecuador 1998, México 1992), ya que muchos de éstos tienen una base idiomática»5.
Consecuencia implícita de este reconocimiento de diversidad lingüística en el
corpus institucional es el establecimiento del estatuto jurídico de las lenguas, que en
este ámbito se diferenciarán entre oficiales y propias. Fuera de las regulaciones jurídi-
cas quedan otros términos comúnmente utilizados para designar las lenguas en cuanto a
su alcance o peso sociolingüístico. De este modo, se habla de lenguas nacionales y de
lenguas minoritarias o minorizadas.
Las lenguas nacionales son las que se identifican con aquéllas que se hablan en
todo o la mayor parte del Estado. Así, el portugués en Portugal. Esas lenguas pueden
ser el fruto de una convención establecida en su día, como ocurre con el alemán en Ale-
mania y el italiano en Italia, donde en momentos distintos y por diferentes medios se
«habilitó» una lengua estándar, pues tomando las palabras de Walter von Wartburg:
«... lengua y comunidad lingüística (pudiera decirse también: nacionalidad lingüís-
tica) se condicionan mutuamente. No se puede concebir una lengua sin una comu-
nidad que la hable, del mismo modo que ésta sólo existe merced a una lengua que
la forma y abarca. Desde un principio, cuando existe una lengua, existe también
3. Francisco GONZÁLEZ NAVARRO lo define como «la aceptación del principio de inherencia de determi-
nados derechos a la persona humana, es decir, la convicción de que hay ciertos derechos que no nacen de la
Constitución ni de la ley, ni tampoco de una relación jurídica determinada, sino que vienen al mundo con el
hombre porque pertenecen a su condición de ser humano», en Derecho Administrativo Español*, Eunsa,
Pamplona 1995 (2ª ed., reimpresión), pág. 175.
4. Jaume VERNET i LLOBET, op. cit, pág. 18.
5. Jaume VERNET i LLOBET, op. cit, págs. 19-20.
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Walter von Wartburg, en el libro que antes he citado, señala en su capítulo «Len-
gua y nación» que después de la derrota de la Gran Guerra Alemania se volvió de
nuevo a las ideas que durante el 1800 habían dado forma al concepto de Volk, a saber,
el romanticismo y la filosofía idealista. «Es decir, el concepto de pueblo volvió a enten-
derse de nuevo y con plena conciencia desde el punto de vista del idioma»8. Lo cierto
es que acaso lo que Wartburg denomina «fundamentación metafísica de los conceptos
de pueblo y nación», en la que el concepto de la lengua, como fuerza y razón de ser de
un pueblo, era el núcleo de esta filosofía, no sea únicamente patrimonio alemán sino
signo de la época, y que en mayor o menor medida las reivindicaciones lingüísticas del
primer tercio del siglo XX en España obedecían a esta concepción. En la actualidad, sin
embargo, se observa más bien como un derecho de los individuos cuyas bases se
hallan, como antes he apuntado, en los textos constitucionales de los diferentes Esta-
dos, y a un nivel supraestatal, en la ya citada Declaración Universal de los Derechos
Humanos de 1948 (artículos 2 y 7), en el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y
Políticos de 1966 (artículos 2.1, 14.3, 24.1, 26 y 27), en el Pacto de los Derechos
Sociales, Económicos y Culturales de 1966 (artículo 16) y en la Convención Europea
para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales de 1950
(artículos 5.2, 6.3 y 14). Recientemente se ha proclamado la Carta de los Derechos
6. Walter von WARTBURG, Problemas y métodos de la lingüística, CSIC, Madrid 1991, 2ª ed. [1ª ed.:
1951], págs. 353-354.
7. Jaume VERNET i LLOBET, op. cit, pág. 21.
8. W. von WARTBURG, op. cit., pág. 391.
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A. Territorialidad y personalidad
9. Sobre estas cuestiones, es interesante el trabajo de Eusebio FERNÁNDEZ GARCÍA, «La Declaración de
1948. Dignidad humana, universalidad de los derechos y multiculturalismo», publicado en Derechos de las
minorías en una sociedad multicultural, CGPJ, Cuadernos de Derecho Judicial nº XI, Madrid 1998, págs.
225-250.
10. Jaume VERNET i LLOBET, op. cit., pág. 37.
11. Alberto LÓPEZ BASAGUREN, «Los derechos lingüísticos entre mayoría y minoría», en Los naciona-
lismos: globalización y crisis del Estado-nación, Cuadernos de Derecho Judicial nº VI, CGPJ, Madrid
1998, pág. 138.
12. Sigo en este punto la explicación de Jaume VERNET i LLOBET desarrollada en las págs. 22-26 de su
trabajo que vengo citando.
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Hay quien ha esbozado la posibilidad, para luego refutarla con los propios
hechos, que el derecho a la libertad en el uso de la lengua, de una lengua determinada,
«debería ser observada exclusivamente desde la teoría de la libertad, de una libertad
pública del status negativo del ciudadano, que no sería otra cosa que una manifestación
particular de la libertad de expresión»13. Aventurarse a pensar que ante esta libertad de
expresión los poderes públicos se mantendrían al margen es una conjetura que se diluye
ante la realidad misma. El ciudadano, en el ejercicio de sus deberes y sus derechos,
deberá, y en su caso querrá, a lo largo de su vida dirigirse a la Administración así como
recibir las diversas informaciones, comunicaciones o requerimientos que ésta le formu-
le. Entendido además el Estado como un prestador de servicios, es claro que la cuestión
de la lengua deja de aparecer como un derecho libérrimo del individuo para convertirse
en un medio de comunicación fundamental en la sociedad que conforma el Estado. Así,
éste deberá garantizar la protección de las libertades fundamentales de los individuos,
entre las que se halla su propia lengua, al mismo tiempo que deberá garantizar también
la igualdad de oportunidades en el acceso a la cultura y al trabajo, así como, por
supuesto, a la justicia. Es en este aspecto que esta misma libertad puede aparecer como
conflicto, como problema frente a la igualdad propugnada. Abundando en ello, se
lamenta Prieto de Pedro que «la decisión del constituyente ha colocado a los derechos
lingüísticos en situación de clara desventaja frente a los, strictu sensu, derechos funda-
mentales y libertades públicas en la Constitución. ¿O no es lamentable encontrar en los
13. Jesús PRIETO DE PEDRO, Lenguas, lenguaje y derecho, Civitas, UNED, Madrid 1991, pág. 27.
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diarios oficiales, con ignorancia del principio de reserva de ley, regulaciones de rango
reglamentario, a veces de ínfimo rango, sobre el uso de las lenguas?»14, y cita el autor la
Orden del Ministerio de Defensa 35/1987, de 17 de junio, por la que se regula el uso de
las lenguas oficiales de las Comunidades Autónomas en la Administración militar y el
Real Decreto 2568/1986, de 28 de noviembre, por el que se aprueba el Reglamento de
Organización, Funcionamiento y Régimen Jurídico de las Entidades Locales, en sus
artículos 86, 110 y 201, «en los que se deciden con el valor de auténticas normas regla-
mentarias independientes, dado el silencio de la Ley 7/1985, de 2 de abril, de Bases de
Régimen Local, la cuestión de las lenguas de funcionamiento de los entes locales radi-
cados en Comunidades Autónomas con lengua propia también oficial, además del cas-
tellano».
Este punto de vista, que podría compartirse con alguna facilidad si se tratara de
una sociedad ideal, tampoco termina de coincidir con lo que establece la Constitución,
como veremos más adelante.
Los dos conceptos básicos que utilizará el legislador, así como el autor de litera-
tura jurídica, son el de lengua oficial y el de lengua propia. En principio, lengua propia
es aquella que se reconoce como hablada tradicionalmente en un territorio determina-
do, y ese mismo reconocimiento, en pos del principio de la igualdad, puede llevar al
Estado a favorecerla aplicando ciertas medidas de discriminación positiva, ya que no es
raro que se trate de lenguas minoritarias, usadas únicamente en el ámbito privado de la
vida, que necesiten un periodo de promoción para adquirir un rango aceptable de equi-
dad –pocas veces lograda totalmente– con otra lengua sobrevenida en algún momento
de la historia pero más fuerte, que normalmente coincidirá en ser lengua oficial.
Lengua oficial, según dictó el Tribunal Constitucional en su STC 82/198615, es
aquella que «independientemente de su realidad y peso como fenómeno social, [...] es
reconocida por los poderes públicos como medio normal de comunicación en y entre
ellos y en su relación con los sujetos privados, con plena validez y efectos jurídicos».
Por supuesto, puede parecer difícil de aceptar que se establezca como lengua oficial
una lengua que no esté ligada a la realidad de la sociedad que se va a ver obligada –en
numerosas ocasiones, como sujeto pasivo siempre– a usarla y que no tenga un peso
notable como fenómeno social. Refiriéndose a la realidad de la América hispanoha-
blante, Manuel Alvar afirma que «lengua oficial sería la que un Estado tiene como pro-
pia para la publicación de todos sus instrumentos legales y, en determinados países, la
que de entre todas las lenguas nacionales sirve como instrumento de comunicación para
los ciudadanos que hablan diversidad de lenguas regionales. Según esto, nacionales son
todas las lenguas que se hablan en los territorios de un país, pero oficial sólo es una, la
que sirve como vehículo comunicativo a todos los connacionales, con independencia de
cuál sea la lengua vernácula que hablen»16. Esta definición, que pretende sobre todo
alcanzar la clara simplicidad de lo didáctico, puede servirnos si sustituimos lo que
Alvar denomina lengua nacional por lengua propia. Así, él mismo cita el artículo 5 de
la Constitución de Ecuador, que en su redacción de 1945 estableció que: «El castellano
es el idioma oficial de la República. Se reconocen el quechua y demás lenguas aboríge-
nes como elementos de la cultura nacional», mientras que en 1929 la norma constitu-
cional de aquel país reconocía al español como «idioma nacional»17.
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«Se ve de manera nítida que cuanto concierne a las lenguas indígenas viene a que-
dar bastante lejos de la realidad. Es un problema que se siente, pero que resulta eno-
joso y, además, no se ve con claridad. Porque raro es el país [de la América hispano-
hablante] donde al hablar de alfabetización no quieran decir castellanización, con lo
que todo queda aún más entenebrecido. Es un asunto sobre el que se ha escrito no
poco, pero que interesa en este momento por cuanto las Constituciones son cuerpos
legales de obligado cumplimiento. Pero si no se han visto bien los problemas, ¿qué
es lo que se va a cumplir? Rara es la nación de Hispanoamérica que no tenga con-
ciencia de los hechos, pero rara, también, la que acierta a solucionarlos.
Ambiguo resulta decir “el Estado fomentará la educación del campesino, mediante
núcleos escolares indígenas que tengan carácter integral abarcando los aspectos
económico, social y pedagógico” (Bolivia, 1938; art. 167). ¿Esos “núcleos escola-
res indígenas” enseñarán en lengua aborigen? ¿Economía, sociología, pedagogía?
[...]
Las Constituciones no arrojan demasiada luz para resolver los problemas de
enfrentamiento lingüístico y todos los resultados que de esa situación se despren-
den: del mismo modo que los idiomas nativos se quedaban, como mucho, en un
simple y vago reconocimiento, cuando se trata de incorporar en una estructura
nacional los diversos integrantes del caleidoscopio resulta que se confunde alfabe-
tización con castellanización, porque –en definitiva– el lastre que vienen arrastran-
do todos estos países es una falta de integración de los grupos indígenas, precisa-
mente porque no saben español. Y con independencia de su importancia numérica
o de la utopía irrealizable: los principios de libertad e igualdad que adornan casi
todas las Constituciones de América bien pronto se revelan como absolutamente
ineficaces para contrarrestar la corriente negativa que significaba el desposeimiento
y una depauperación evidente del indígena»19.
Queda puesto de manifiesto, por tanto, que la mera declaración de reconoci-
miento, cualquiera que sea su grado, no es suficiente para lo que se dice pretender,
cuando es hacia la consecución de los pronunciamientos hacia donde deberían encami-
narse las oportunas regulaciones y las acciones institucionales, que serán tanto más efi-
caces cuanto más cerca se hallen de la ciudadanía.
Volvamos, pues, a la definición de oficialidad dada por el Tribunal Constitucio-
nal en la sentencia antes citada 82/1986: «Es oficial una lengua, independientemente de
su realidad y peso como fenómeno social, cuando es reconocida por los poderes públi-
cos como medio normal de comunicación en y entre ellos y su relación con los sujetos
privados, con plena validez y efectos jurídicos». Por supuesto, esto no debería ser una
puerta franca para que el legislador actuase a su discreción, sino que debería responder
a una exigencia directa de los principios de libertad e igualdad. Desde esta perspectiva,
puede entenderse que «la oficialidad no es otra cosa que una garantía superior de pro-
yección público-institucional ([...] en el sentido de compromiso de las organizaciones
públicas para desarrollar la relación con los ciudadanos en la lengua o lenguas propias
de su población) que, en un supuesto de cooficialidad lingüística como el de nuestra
Constitución, tiene como finalidad esencial la de asegurar la igualdad de ambas lenguas
y el normal ejercicio de sus libertades lingüísticas por los ciudadanos en sus relaciones
con los poderes públicos»20.
Sin embargo, centrados ya en el panorama lingüístico español, en ninguno de los
casos se trata de una cooficialidad de dos lenguas que gozan de una igualdad simétrica,
por lo que en coherencia con la declaración de igualdad proclamada en el artículo 9.2
de la Constitución, «los poderes públicos no pueden ser neutrales o meramente arbitra-
les cuando la igualdad no es plena porque hay obstáculos que la hacen difícil o inexis-
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tente, igualdad que se predica no sólo para los ciudadanos, sino también para los gru-
pos. [...] Como ha declarado el Tribunal Constitucional, entre otras en la Sentencia
19/1989, de 31 de enero, no chocan con el principio de igualdad las medidas de trato
más favorable a favor de grupos en situación de inferioridad»21.
En efecto, y no sólo en cuanto a la promulgación de normas reguladoras, «el
concepto de lengua oficial arguye también, sin embargo, la conveniencia de establecer
criterios de uso preferente en favor de una u otra lengua cuando su uso por los poderes
públicos se trata, es decir, en el uso institucional, entendiendo que resultaría imposible,
o cuando menos perturbador, un régimen de duplicidad en las dos lenguas en todos los
documentos y actuaciones y que sería arbitraria una pura división del tiempo, las unida-
des administrativas o las materias en las que deba darse preferencia al uso de una u
otra, al igual que otros criterios artificiosos que pudieran imaginarse. Asimismo, parece
inadecuado abandonar a la elección del funcionario la lengua que debe ser utilizada,
teniendo en cuenta que el titular de potestades se ejercitan en beneficio del interés
público y no de las preferencias o intereses particulares»22.
Dos son los límites fundamentales a los que, a criterio de algunos juristas, está
sujeto el deber de uso, utilización normal, preferencia o carácter mínimo de la lengua
oficial propia de la Comunidad en el ámbito institucional, y concretamente en los actos
de comunicación23. El primero de ellos consiste en que debe respetar los límites que el
principio de oficialidad impone desde el punto de vista de los derechos y deberes de los
ciudadanos, los cuales tienen carácter prevalente24.
El segundo límite que afecta al deber de uso institucional radica en que no puede
suponer exclusión de la otra lengua oficial, el castellano, puesto que con ello se vulne-
raría el principio de doble oficialidad.
Por su parte, el reconocimiento de una lengua como propia implica a su vez que
es reconocida como parte integrante de los habitantes jurídicos. Ese reconocimiento
tiene, para algunos autores, una naturaleza prejurídica, pero con consecuencias jurídi-
cas. Tratando de una lengua concreta como es el catalán, pero exponiendo una doctrina
que me parece aplicable a todas las situaciones análogas, cabe afirmar que: «Así ha
podido decir el Consejo Consultivo de la Generalidad [de Cataluña] que el concepto de
lengua propia no sólo legitima el proyecto de normalización, sino que identifica las ins-
tituciones de autogobierno y justifica, por ende, la identificación del catalán como len-
gua propia de la Administración catalana (como afirma la STC 46/1991, FJ 2º)»25. En
consonancia con lo anterior, el mismo Tribunal Constitucional, en su STC 337/1994,
considera que el catalán, en tanto que lengua propia de Cataluña y oficial en el territo-
rio de esa Comunidad Autónoma, «es también la lengua de la Generalidad y de la
Administración territorial catalana, de la Administración local y de las demás corpora-
21. Enric ARGULLOL i MURGADAS, «La competencia legislativa de la Generalidad de Cataluña para esta-
blecer normativas lingüísticas y “normalizar” el catalán», en Estudios sobre la Ley de Política Lingüística
(VV.AA.), Generalitat de Catalunya, Marcial Pons, Barcelona-Madrid 1999, pág. 35.
22. Juan Antonio XIOL RÍOS, «El catalán como lengua propia de las Corporaciones públicas de base sec-
torial», en Estudios sobre la Ley de Política Lingüística (VV.AA.), Generalitat de Catalunya, Marcial Pons,
Barcelona-Madrid 1999, pág. 195.
23. Juan Antonio XIOL RÍOS, op. cit., págs. 195-196.
24. Este carácter prevalente de la lengua propia oficial limitado por las propias fronteras marcadas por
los derechos y deberes de los ciudadanos se desprende, en el caso del concreto del catalán en la Ley de Polí-
tica Lingüística (1998) -a la que más adelante me referiré- de las salvedades que realizan la mayoría de los
artículos citados en favor de la opción lingüística de los ciudadanos para el uso activo y pasivo de la lengua
frente a las Administraciones públicas y empresas de servicio (arts. 9.1, 10.1 y 10.2, 17.4, 30.2, 31.2), pues
sólo se omite la salvedad en relación con la publicidad institucional (art. 35), en donde no se producen noti-
ficaciones o comunicaciones con efectos jurídicos. (XIOL RÍOS, cit.)
25. Juan Antonio XIOL RÍOS, op. cit., pág. 197.
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26. Véanse, entre otras, las sentencias del Tribunal Supremo de 26 de mayo de 1996 (Ar. 2593), 28 de
abril de 2000 (recurso de casación nº 3437/1996), ponente MARTÍN GONZÁLEZ; 30 de enero de 2001 (recurso
contencioso-administrativo nº 166/1998), ponente MAURANDI GUILLÉN; y 4 de octubre de 2002 (recurso de
casación nº 6120/1998), ponente MAURANDI GUILLÉN.
27. Jesús LEGUINA VILLA, «Principios constitucionales y estatutarios en materia lingüística: su aplica-
ción en la actividad de los órganos judiciales», en La Administración de Justicia en un Estado plurilingüe,
CGPJ, Cuadernos de Derecho Judicial nº III, Madrid 1999, pág. 270.
En cuanto a los actos administrativos, el artículo 36 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, LRJPA,
garantiza el uso del castellano («La lengua de los procedimientos tramitados por la Administración General
del Estado será el castellano»), del mismo modo que el uso de la otra lengua cooficial también queda garan-
tizado en su territorio, según lo elegido por el ciudadano y, en cuanto a las Administraciones autonómicas y
locales, establece explícitamente que se ajustará a lo previsto en la legislación autonómica correspondiente.
Para las actuaciones judiciales, el uso de la lengua se regula en general en el artículo 231, LOPJ.
28. Sin que ello signifique que las Corporaciones y entidades locales tengan potestad alguna para regu-
lar sobre la oficialidad de una lengua o para fomentar o desarrollar su uso.
29. Véase, por ejemplo, la STS de 15 de octubre de 2002 (recurso de casación nº 9527/1998), ponente
GONZÁLEZ RIVAS.
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del catalán; o dirigir una comunicación a territorios que no tengan lengua oficial coin-
cidente con el catalán o a un órgano de la Administración central de ámbito estatal que
tenga su sede en Cataluña directamente en castellano, sin necesidad de elaborar previa-
mente el documento en catalán y proceder a su traducción»30. Pero esto podría contra-
venir, o al menos entraría en contradicción, con lo que antes se ha señalado con pala-
bras del Tribunal Constitucional, es decir, que la lengua reconocida como propia de una
Comunidad y con rango de oficial, es también la lengua de sus instituciones propias.
otra lengua oficial33, por lo que se le otorga un trato jurídico especial que comporta su
preferencia como lengua de expresión oral y escrita de las instituciones de la Comuni-
dad Autónoma y las locales, así como las corporaciones e instituciones profesionales,
académicas y otros organismos públicos, sin perjuicio del derecho de elección del ciu-
dadano. Sin embargo, puede considerarse que esa obligación debería extenderse tam-
bién a servicios y actividades ineludibles e imprescindibles que actualmente «en el
seno del Estado social y democrático de Derecho quedan al abrigo de los vaivenes de la
liberalización y la privatización»34.
Para controlar esta situación, habría que establecer el verdadero dominio de lo
público, aun revestido de personalidad privada. A tal fin sería oportuno, como reco-
mienda Milian Massana, que en la legislación lingüística se contuviera un listado de
servicios y actividades que, en atención a su carácter público, a su relevancia pública o
a su carácter de servicio imprescindibles para los ciudadanos, pudieran ser expresamen-
te sometidos al régimen de oficialidad lingüística. Asimismo, sugiere este autor realizar
una enumeración expresa de todas las Administraciones públicas que se encuentran
sujetas al régimen de la oficialidad, recordando para ello que, como declaró la STC
82/1986, de 26 de junio, éstas tienen que ser «todos los poderes públicos radicados en
el territorio autonómico, sin exclusión de los órganos dependientes de la Administra-
ción central y de otras instituciones estatales en sentido estricto». Se trataría, por tanto,
de llevar a cabo un esfuerzo sistematizador, de tal modo que se regularan estrechamen-
te en el ámbito público, garantizando los derechos de los hablantes, mientras que por
lógica debería concederse libertad de elección en el ámbito privado, con la salvedad de
lo señalado más arriba en cuanto a servicios y actividades que por su carácter o rele-
vancia públicos o de servicios imprescindibles para los ciudadanos deberían estar explí-
citamente regulados. Por tanto, en lo privado, por su lado, sería exigible «el conoci-
miento pasivo» de la lengua autonómica, como se establece, por ejemplo, en el artículo
32.3 de la Ley (catalana) 1/1998, de 7 de enero, de Política Lingüística:
«Artículo 32. La atención al público.
1. Las empresas y establecimientos dedicados a la venta de productos o a la presta-
ción de servicios que desarrollan su actividad en Cataluña deben estar en condicio-
nes de poder atender a los consumidores y consumidoras cuando se expresen en
cualquiera de las lenguas oficiales en Cataluña.
2. El Gobierno de la Generalidad ha de promover, con medidas adecuadas, el incre-
mento del uso del catalán en el ámbito a que se refiere el apartado 1.
3. La señalización y los carteles de información general de carácter fijo y los docu-
mentos de oferta de servicios para las personas usuarias y consumidoras de los
establecimientos abiertos al público deben estar redactados, al menos, en catalán.
Esta norma no se aplica a las marcas, los nombres comerciales y los rótulos ampa-
rados por la legislación de la propiedad industrial.»
Pero también, en buena lógica, en ese ámbito de lo privado difícilmente podría
penalizarse el incumplimiento de este precepto, pues actuarían aquí los factores de la
libertad de elección de lengua, al menos de ningún modo parece que pueda ser objeto
de régimen sancionador alguno, a pesar de la prescripción que hemos visto en el apar-
tado 2 del artículo 32 arriba transcrito, de «al menos, en catalán», prescripción que
también establece el artículo 15.5:
«Los cheques, pagarés, talonarios y demás documentos ofrecidos por las entidades
financieras a sus clientes y clientas deben ser redactados, como mínimo, en catalán».
33. Antoni MIRAMBELL i ABANCÓ, «El catalán como “lengua propia” de Cataluña», en Estudios jurídi-
cos sobre la Ley de Política Lingüística, cit., pág. 48.
34. Antoni MILIAN MASSANA, Público y privado en la normalización lingüística. Cuatro estudios sobre
derechos lingüísticos, Atelier, Barcelona 2000, pág. 18.
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35. Antoni MILIAN MASSANA, Público y privado en la normalización lingüística, cit., pág. 23.
ESTUDIOS 131
vado a afrontar la llamada crisis del Estado-nación provocada por este doble vacia-
miento y soberanía crecientemente compartida36.
En Europa, el papel que las regiones deben jugar en el interior de la Unión es,
desde hace tiempo, un debate muy vivo. A ello contribuye no sólo esas tendencias
opuestas, «tensionantes», de descentralización interna y creciente relevancia de los
poderes supraestatales, sino también el papel de los nacionalismos, principales deman-
dadores de esas transferencias y a su vez alimentados por ellas. No es difícil deducir
que en esta corriente no es nada ajena la cuestión del reconocimiento de los derechos
lingüísticos y lo que estamos viendo que éste implica.
El peso de las llamadas regiones ha ido aumentando a través de los años desde
que en 1951 se creara la Conferencia Europea de Poderes Locales, órgano consultivo
de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en lo referente a los intereses de
los entes locales de los Estados miembros37. Órgano que se convertiría, en 1975, en la
Conferencia de Poderes Locales y Regionales de Europa, previamente existente pero
que en esa fecha se constituyó como organismo consultivo y técnico que representaba a
las entidades locales y a las regiones. Fomentado el fenómeno regional por el propio
Consejo de Europa, en 1985 se creó el Consejo de las Regiones de Europa, de cuyo
asesoramiento científico y técnico se encargaría el Centro Europeo de Desarrollo
Regional. Este Consejo de las Regiones de Europa se fundió en 1987 con el Consejo de
los Municipios de Europa –creado a su vez en 1984– en la Asamblea de las Regiones
de Europa.
Por su parte, en 1988, el Parlamento europeo elaboró la llamada Carta Comuni-
taria de Regionalización, de 18 de noviembre, publicada como anexo a una Resolución
previa sobre la política regional comunitaria y el papel de las regiones, que en el artícu-
lo 1 de dicha carta se concebían como «territorio que forma, desde el punto de vista
geográfico, una entidad neta o un conjunto similar de territorio, en los que existe conti-
nuidad y en los que la población posee ciertos elementos comunes y desea salvaguardar
la especificidad resultante y desarrollarla con el fin de estimular el progreso cultural,
social y económico»; entendiendo como elementos comunes «una especificidad común
en materia de lengua, de cultura, de tradición histórica, y de intereses vinculados a la
economía y los transportes», a lo que se añadía a punto y seguido: «No es imprescindi-
ble que todos estos elementos se den siempre».
Existente desde 1984, aunque no absolutamente de nueva creación, el denomina-
do Consejo Consultivo de los Entes Regionales y Locales, subordinado a la Comisión
Europea, tenía como objeto emitir dictámenes, a petición de ésta, sobre aspectos loca-
les y regionales vinculados a la aplicación de la política comunitaria. Este Consejo
Consultivo se suprimió en 1994, poco después de celebrarse la sesión constitutiva del
Comité de las Regiones.
La creación de este Comité de las Regiones fue apoyado sobre todo por Alema-
nia y España, para quienes suponía «el reflejo en sede comunitaria de una realidad
competencial de la que ya disfrutaban en sus respectivos Estados, [mientras que] para
otras regiones o entes locales supuso más bien un importante acicate a la hora de rei-
vindicar un incremento de sus poderes ante los respectivos gobiernos centrales»38.
36. Afirma Isidoro MORENO: «Actualmente, todos los estados-nación, reales o supuestos, están perdien-
do competencias y protagonismo (soberanía) tanto por arriba, hacia las instancias supraestatales, como por
abajo, hacia los pueblos-naciones que los integran, tradicionalmente definidos, cuando más, como “regio-
nes” o “etnias”», en «Mundialización, globalización y nacionalismos: la quiebra del modelo de Estado-
nación», en Los nacionalismos: globalización y crisis del Estado-nación, CGPJ, Cuadernos de Derecho
Judicial nº VI, Madrid 1998, pág. 29.
37. Para los datos que ahora me propongo reseñar sigo a Manuel MORENO VÁZQUEZ, Comité de las
Regiones y Unión Europea, Tirant lo Blanc, Valencia 2001.
38. Manuel MORENO VÁZQUEZ, Comité de las Regiones y Unión Europea, cit. pág. 77.
EL DERECHO DE LAS...
132 MARGA GÓMEZ BORRÁS
Este Comité de las Regiones, sobre todo a partir de 1998, tras la celebración de
la Cumbre Europea de las Regiones y Ciudades –Amsterdam, 15 y 16 de mayo de
1997, presidida por el entonces Presidente del Comité, Pascual Maragall–, ha desborda-
do «los supuestos perfiles exclusivamente técnicos para adoptar, paulatinamente, un
marcado carácter político que le permite responder mejor a los constantes retos de la
integración comunitaria y ajustarse, con mayor fidelidad, a lo que algunos de sus
miembros desearon desde mucho antes de que se crease en Maastricht»39, carácter polí-
tico que salió, al menos en alguna medida, reforzado con el Tratado de Niza, firmado el
26 de febrero de 200140, aunque con las perspectivas de la próxima ampliación de la
Unión Europea con nuevos Estados miembros41 se ciernen las incógnitas sobre el futuro
del Comité, por lo menos en cuanto a su estructura interna y funcionamiento.
Este entorno europeo y sus posibilidades se perciben por no pocos de estos terri-
torios que reivindican, o han reivindicado, sus derechos lingüísticos como el marco
más esperanzador y pacífico para sus aspiraciones como comunidades. Así lo aseveraba
Miquel Siguan en 1992:
«Y lo que cada vez parece más claro, al menos en la Europa que pretendemos
construir, es que en nuestros días la fórmula de este equilibrio ya no puede limitar-
se al Estado nacional como realidad autosuficiente o como aspiración última. En la
construcción de Europa se sobreentiende que los Estados transfieren una parte de
su soberanía a estructuras supranacionales, al mismo tiempo que se ofrece a instan-
cias inferiores, locales o regionales, un mayor protagonismo, lo que les permite
valorizar sus peculiaridades e incluso sus aspiraciones nacionalistas. La relación
entre Estado y nacionalidad se hace así mucho más fluida y también la relación
entre lengua y Estado. [...]
También Europa pretende constituirse en una “nación de naciones” articulando
aspiraciones nacionalistas con proyectos comunes [...]. Añadir asimismo que en
Europa la pluralidad de lenguas no puede considerarse incompatible con su aspira-
ción a la unidad. [...] La progresiva integración de España en Europa puede ayudar
a plantear las cuestiones de los nacionalismos españoles con mayor serenidad y sin
crispaciones. Y al mismo tiempo, el ejemplo de lo que está ocurriendo en España
puede servir de marco de referencia a otros países europeos con problemas simila-
res así como a la propia Europa, entendida como estructura supranacional»42.
45. Datos obtenidos del Informe de las Comunidades Europeas COM (2002) 597 final, Bruselas, 4 de
noviembre de 2002, presentado por la Comisión Europea de acuerdo con el artículo 11 de la Decisión nº
1934/2000/CE.
46. Aunque algunos países europeos, como España, son favorables a reconocer la pluralidad de lenguas
y, de ahí, favorables al multilingüismo oficial, no así otros, como Francia, «que es también, como el nuestro,
un país plurilingüe, pero que sigue rígidamente anclado en el monolingüismo oficial del francés, con igno-
rancia en el plano de la oficialidad de todas las demás lenguas territoriales francesas. Esta no es una afirma-
ción puramente doctrinal: en una reciente sentencia del Consejo Constitucional francés, de 15 de junio de
este mismo año, dictada a requerimiento del Presidente de la República, se declara que la Constitución fran-
cesa es incompatible con la Carta europea de lenguas regionales y minoritarias, de 7 de mayo de 1999, sus-
crita por Francia, porque dicho texto internacional atenta a la unidad e indivisibilidad de la República fran-
cesa, contradice la prohibición de reconocimiento de grupos étnicos o lingüísticos dentro del pueblo
francés, desconoce la consideración de la lengua francesa como única lengua de la República y vulnera, en
fin, el principio de igualdad de todos los franceses ante la ley» (Jesús LEGUINA VILLA, «Principios constitu-
cionales y estatutarios en materia lingüística: su aplicación en la actividad de los órganos judiciales», en La
Administración de Justicia en un Estado plurilingüe, Cuadernos de Derecho Judicial nº III, CGPJ, Madrid
1999, pág. 258. Esta postura contrasta con la mantenida, respecto del francés, en Canadá, donde esa lengua
es minoritaria. Son muy interesantes los trabajos sobre la gestión y ordenamiento en materia lingüística que
en el ámbito judicial se lleva a cabo, respectivamente, en Quebec, Suiza e Italia que aparecen en el citado
volumen La Administración de Justicia en un Estado plurilingüe).
EL DERECHO DE LAS...
134 MARGA GÓMEZ BORRÁS
torios, lenguas con un uso universal, es decir, que abarcan todos los ámbitos de la vida,
que cubren todas las necesidades comunicativas y expresivas de cualquier orden. Así es
cuando se registra que en ciertas zonas de Italia se habla el alemán (Alto Adigio, Tirol
del Sur, Bolzano), el griego (sur de Italia) o el francés (Valle de Aosta). Respecto a las
lenguas que antiguamente se llamaban patois o hablas no creo equivocarme al afirmar
que ya no queda en Europa ningún hablante de estas lenguas –no entremos ahora en
precisiones denominativas– que no sea bilingüe, es decir, que no domine la lengua
reconocida como oficial a la par que la minoritaria. Y aun en los casos en que estas len-
guas no puedan considerarse propiamente minoritarias, como ocurre con el catalán,
sucede lo mismo. En cualquier caso, el hablante puede perfectamente ser culto y tener
un alto grado de competencia en la lengua que no considera propia –lengua oficial–,
mientras que su competencia en la lengua minoritaria, que abarca satisfactoriamente el
ámbito privado, no es raro que presente limitaciones considerables a la hora de cubrir
las necesidades de comunicación y expresivas en niveles estándar –profesionales, de
comunicación social–, técnicos, científicos, literarios, o simplemente para el canal de
lengua escrita. Por ello, parece lógico que la normativa jurídica y su aplicación vayan
destinadas a promover el principio de la igualdad y lograr la satisfacción de los dere-
chos fundamentales de la persona, esto es, promocionando la lengua minoritaria y nor-
malizando su uso en todos los campos.
En el caso de otras realidades que cita la literatura jurídica al referirse a las cues-
tiones de oficialidad de las lenguas y a las minorías lingüísticas, como son las de los
diversos países de América o Asia, las regulaciones suelen ser exiguas, casi siempre
detenidas en la declaración de –buenas– intenciones constitucionales, principalmente
porque el corpus jurídico y sobre todo la capacidad de aplicarlo acostumbran a revelar-
se como prácticamente nulos, al tiempo que en esas sociedad se constata una despro-
porción que incide realmente en la desigualdad de oportunidades a causa –además de
otras, pero significativamente– de la lengua, como se ha visto algunas páginas más
atrás, cuando citaba las palabras de Manuel Alvar y la constitución peruana. De ahí,
viene a comprobarse en toda profundidad y extensión que «la mera declaración de ofi-
cialidad no significa mucho si no se derivan claramente de ella los usos oficiales y
sociales que se autorizan o imponen»47, y que, a la hora de la verdad, siendo los dere-
chos lingüísticos derechos fundamentales de la persona, muy difícilmente se verán
reconocidos de forma efectiva si no es en un Estado social y democrático de Derecho.
regular su carácter oficial, aunque limitando su alcance al territorio o a parte del territo-
rio de la respectiva Comunidad Autónoma»49.
En realidad, esa puerta principal del reconocimiento del plurilingüismo en
España que es el artículo 3, CE, deja paso a un campo raso susceptible de ser conquis-
tado, al afirmar, en el apartado 2, que «las demás lenguas españolas serán también ofi-
ciales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos», sin
especificar cuáles sean estas «demás lenguas españolas». Su especificación y elevación
al rango de oficialidad se cede enteramente a cada Comunidad Autónoma.
Por tanto, se supone que en los respectivos Estatutos de Autonomía se establece
el régimen lingüístico de cada Comunidad. Y a partir de esta declaración de oficialidad
de una o más lenguas en la Comunidad Autónoma se desarrollan posteriormente sendas
leyes de normalización lingüística destinadas a regular aquel régimen establecido, que
con probabilidad pasará por implantar y promocionar el uso de la lengua propia-oficial
que convive con la castellana, que sólo goza de una especial protección o promoción
fuera de las fronteras españolas.
Así, en el Estatuto de Autonomía de Galicia, del País Vasco, en la Ley Orgánica
de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral de Navarra, en el Estatuto de
Autonomía de Cataluña y en el de las Islas Baleares, se proclama la oficialidad del cas-
tellano junto con la de las respectivas lenguas propias de esos territorios: el gallego, el
vascuence o euskera y el catalán, desarrollándose, posteriormente, sendas leyes que
regulan el régimen de doble oficialidad lingüística, respecto al único ámbito verdadera-
mente regulable, que, es, como ya se ha dicho en otro lugar, el de los poderes públicos.
Por lo que se refiere al euskera en Navarra50, es determinante la complejidad de
la situación real, y en base a ésta se aplican los parámetros de territorialidad:
«Artículo 9. 1. El castellano es la lengua oficial de Navarra. 2. El vascuence tendrá
también carácter de lengua oficial en las zonas vascoparlantes de Navarra. Una Ley
Foral determinará dichas zonas, regulará el uso oficial del vascuence y, en el marco
de la legislación general del Estado, ordenará la enseñanza de esta lengua».
Aunque en la Ley Foral 18/1986, de 15 de diciembre, del Vascuence, dictada en
desarrollo del citado artículo anterior, se dice:
«Artículo 2. 1. El castellano y el vascuence son lenguas propias de Navarra y, en
consecuencia, todos los ciudadanos tienen derecho a conocerlos y usarlas. 2. El
castellano es la lengua oficial de Navarra, el vascuence lo es también en los térmi-
nos previstos en el artículo 9 de la Ley Orgánica de Reintegración y Amejoramien-
to del Régimen Foral y en los de esta Ley Foral».
Y en su artículo 5 esta Ley Foral delimita específicamente una zona vascófona
(enumerando los términos municipales que la componen), una zona mixta (enumerando
los términos municipales que la componen) y una zona no vascófona (integrada por los
restantes términos municipales).
Por supuesto, esta diferenciación tiene sus repercusiones jurídicas, pues mientras
que en la zona vascófona: «Todos los ciudadanos tienen derecho a usar tanto el vas-
cuence como el castellano en sus relaciones con las Administraciones Públicas y a ser
atendidos en la lengua oficial que elijan» (artículo 10.1), y en el caso de que en los
expedientes o procedimientos intervenga más de una persona, «los poderes públicos
utilizarán la lengua que establezcan de mutuo acuerdo las partes que concurran». En la
zona mixta: «Todos los ciudadanos tienen derecho a usar tanto el vascuence como el
EL DERECHO DE LAS...
136 MARGA GÓMEZ BORRÁS
castellano para dirigirse a las Administraciones Públicas de Navarra» (art. 17), así
como en la zona no vascófona: «Se reconoce a los ciudadanos el derecho a dirigirse en
vascuence a las Administraciones Públicas de Navarra» (art. 18). En el caso de la zona
no vascófona, se establece en el mismo artículo 18 que las Administraciones Públicas
de Navarra «podrán requerir a los interesados la traducción al castellano o utilizar los
servicios de traducción previstos en el artículo 9»51. Asimismo, el derecho a usar el cas-
tellano o el vascuence por parte de los ciudadanos se garantiza para la zona mixta en el
referido artículo 17: «Para garantizar el ejercicio de este derecho, dichas Administra-
ciones [Públicas de Navarra] podrán: a) Especificar en la oferta pública de empleo de
cada año las plazas para acceder a las cuales sea preceptivo el conocimiento del vas-
cuence. b) Valorar como mérito el conocimiento del vascuence en las convocatorias
para el acceso a las demás plazas».
El uso del euskera o vascuence en las Administraciones Públicas de Navarra se
regula específicamente por el Decreto Foral 135/1994, de 4 de julio, en el que respetan-
do siempre el derecho de los ciudadanos a dirigirse a la Administración en la lengua
que ellos elijan, alienta el bilingüismo en el uso interno así como en las relaciones entre
instituciones, y se preceptúa el bilingüismo en las relaciones escritas con los adminis-
trados para la zona vascófona y la tendencia a éste en la zona mixta, estableciendo
finalmente para la zona no vascófona que «las Administraciones Públicas procurarán
utilizar los servicios de traducción oficial para atender a los ciudadanos cuando éstos,
en el ejercicio de su derecho, se dirijan a las mismas en vascuence» (art. 17).
Los otros aspectos que regula esta Ley, para el uso de las dos lenguas oficiales,
son los de la enseñanza y los medios de comunicación social. Naturalmente, esta diver-
sidad lingüística que requiere el complejo tratamiento que hemos visto en lo relativo a
las relaciones de los ciudadanos con las Administraciones Públicas se refleja también
en el establecimiento de la lengua vehicular en la enseñanza, si bien, en todo caso, «los
planes oficiales de estudio considerarán el vascuence como patrimonio cultural de
Navarra».
En el caso del euskera en el País Vasco, el corpus jurídico tiene en cuenta que
aun siendo lengua propia de esa Comunidad52 –literalmente, «del Pueblo Vasco», según
el artículo 6.1 del Estatuto de Autonomía– es necesario reconocer la realidad no unifor-
me del territorio: «Las instituciones comunes de la Comunidad Autónoma, teniendo en
cuenta la diversidad sociolingüística del País Vasco, garantizarán el uso de ambas len-
guas, regulando su carácter oficial, y arbitrarán y regularán las medidas y medios nece-
sarios para asegurar su conocimiento», y asevera en el apartado siguiente del mismo
artículo 6: «Nadie podrá ser discriminado por razón de la lengua».
El euskera es proclamado en la Ley de normalización y uso del euskera –Ley
10/1982, de 24 de noviembre– como la lengua propia del País Vasco, y oficial junto
con el castellano. Respecto a la lengua usada por la Administración, cuando se trate de
relaciones con los administrados, ellos mismos elegirán en qué lengua desean ser aten-
didos, y para los expedientes o procedimientos en que intervenga más de una persona,
se utilizará la lengua que las partes establezcan de mutuo acuerdo, si bien «en caso de
no haber acuerdo se utilizará lo que disponga la persona que haya promovido el expe-
diente o procedimiento, sin perjuicio del derecho de las partes a ser informadas en la
lengua que deseen» (art. 6.2). Por su parte, los poderes públicos «podrán hacer uso
exclusivo del euskera para el ámbito de la Administración local, cuando en razón de la
determinación socio-lingüística del municipio, no se perjudiquen los derechos de los
51. «Artículo 9. El Gobierno de Navarra establecerá en Pamplona una unidad administrativa de traduc-
ción oficial vascuence-castellano».
52. Estatuto de Autonomía de País Vasco: Ley Orgánica 3/1979, de 18 de diciembre. Normas de desa-
rrollo: Ley 10/1982, de 24 de noviembre, Básica de normalización y uso del euskera.
ESTUDIOS 137
ciudadanos» (art. 8.3), aunque, en general, se preceptúa que las notificaciones y comu-
nicaciones administrativas –salvo que los interesados privados elijan expresamente la
lengua–, todo acto y toda disposición normativa o resolución oficial que emane de los
poderes públicos sitos en aquella Comunidad Autónoma, deberán estar redactados en
forma bilingüe a efectos de publicidad oficial, así como los impresos o modelos oficia-
les (art. 8.1 y 2). También se establece explícitamente el bilingüismo en los impresos,
avisos y comunicaciones de todos los servicios de transporte público en el País Vasco.
En cuanto a la enseñanza, junto a la voluntad de tendencia «a la generalización
progresiva del bilingüismo en el sistema educativo» de aquella Comunidad (art. 15),
«el Gobierno regulará los modelos lingüísticos a impartir en cada centro teniendo en
cuenta la voluntad de los padres o tutores y la situación sociolingüística de la zona»
(art. 16.2), pues aunque será obligatorio el aprendizaje de las dos lenguas oficiales, «se
reconoce al alumno el derecho a recibir la enseñanza en euskera como en castellano en
los diversos niveles educativos» (art. 15).
Asimismo, se prevé que se fomentará por los poderes públicos el uso del euskera
en todos los ámbitos de la vida social (arts. 26, 27, 28 y 29) y, en fin, para que todo lo
previsto pueda realmente hacerse efectivo el Gobierno «velará por la unificación y nor-
malización del euskera en su condición de lengua escrita oficial común en el ámbito
territorial de la Comunidad Autónoma, sin perjuicio del respeto a los diversos dialec-
tos, parte esencial del patrimonio cultural del País Vasco, en las zonas en que son
hablados».
Esta Ley, dijo en su día el profesor Cobreros Mendazona, «supone e implica una
intervención clara de los poderes públicos vascos, una toma de postura en favor de la
recuperación del euskara que debe ser lo contrario de ese laissez faire [...] que es una
verdadera política lingüística (en ocasiones muy conscientemente practicada) de man-
tenimiento de la situación de inferioridad de una lengua (el euskara) respecto de otra (el
castellano). Supuesto, entonces, que las circunstancias configuran una realidad adversa
para el euskara (y no, ciertamente, por su culpa) y que lo legítimamente pretendido es
su normalización ad extra, naturalmente tiene que ser una Ley que prime, promocione
o promueva el euskara que es, de las dos lenguas, la que lo necesita»53.
Las palabras transcritas se ilustran acaso con lo que ocurre con la lengua gallega,
lengua que no se usó, o apenas, en el marco de los poderes públicos hasta épocas muy
recientes, y que no cuenta con una norma o modelo de lengua fijado, es decir, que la
modalidad estándar se encuentra todavía en proceso de consolidación54.
Reconocido el gallego, en el Estatuto de Autonomía, como lengua propia de
Galicia, y oficial con el castellano, el Gobierno autonómico promulgó en 1983 la Ley
de Normalización Lingüística de Galicia55 y posteriormente la Ley 5/1988 para el uso
del gallego como lengua oficial por las Entidades locales, y a pesar de que en la Ley
5/1997, de 22 de julio, de Administración local de Galicia, se establece que el gallego,
como lengua propia de Galicia, lo es también de su Administración local, el proceso
de normalización es lento. Actualmente, no sólo se convocan subvenciones para las
actividades culturales, como puede ser la publicación de libros en lengua gallega, sino
53. Eduardo COBREROS MENDAZONA, El régimen jurídico de la oficialidad del euskara, HAEE-IVAP,
Oñati 1989, pág. 107.
54. Iolanda GALANES SANTOS, A lingua galega do dereito, Escola Galega de Administración, Xunta de
Galicia, Santiago de Compostela 2001, págs. 99-100.
55. Estatuto de Autonomía de Galicia: Ley Orgánica 1/1981, de 6 de abril. Normas de desarrollo (en
materia lingüística): Ley 3/1983, de 15 de junio, de Normalización Lingüística de Galicia; Ley 5/1988, de
21 de junio, de Uso del gallego como lengua oficial de Galicia para las Entidades Locales. Véase también el
artículo 4.2 del Estatuto de Autonomía de Castilla y León, Ley Orgánica 4/19836, de 25 de febrero.
EL DERECHO DE LAS...
138 MARGA GÓMEZ BORRÁS
56. V.g., Orden de 27 de mayo de 2003 por la que se regula la concesión de subvenciones a los Ayunta-
mientos de Galicia para la normalización de la lengua gallega. Esta Orden convoca ayudas destinadas a
sufragar los costes de contratación de personal por los Ayuntamientos, para la realización de las funciones
de traducción al gallego de los documentos a los que se refiere el artículo 1 de la citada Ley 5/1988, así
como la subvención de campañas de normalización lingüística.
57. Estatuto de Autonomía: Ley Orgánica 4/1979, de 18 de diciembre. Normas de desarrollo: Ley
1/1998, de 7 de enero, de Política Lingüística.
58. Estatuto de Autonomía: Ley Orgánica 2/1983, de 25 de febrero. Normas de desarrollo: Ley 3/1986,
de 29 de abril, de Normalización Lingüística.
59. Ambas Comunidades trabajan a la par, en lo que consideran conveniente, en favor de la lengua cata-
lana. Así, v.g., ambas han constituido conjuntamente el Institut Ramon Llull (5 de abril de 2002), que tiene
como finalidad la proyección exterior de la lengua catalana y de la cultura que se expresa a través de la
misma, así como su difusión y su enseñanza y aprendizaje fuera del dominio lingüístico del catalán.
60. Contiene esta Ley de Política Lingüística 39 artículos divididos en un Capítulo Preliminar y 6 Capí-
tulos dedicados respectivamente a: «Principios generales», «El uso institucional», «La onomástica», «La
enseñanza», «Los medios de comunicación y las industrias culturales», «La actividad socioeconómica» y
«El impulso institucional», más ocho Disposiciones Adicionales, tres Disposiciones Transitorias y tres Fina-
les, además del referido Preámbulo.
ESTUDIOS 139
61. Antoni MIRAMBELL i ABANCÓ, «El catalán como “lengua propia” de Cataluña», cit., pág. 76.
EL DERECHO DE LAS...
140 MARGA GÓMEZ BORRÁS
refiere al uso, por la Ley 16/1990, de 13 de julio, sobre el régimen especial del Valle de
Arán, y, supletoriamente, por los preceptos de la presente Ley, que nunca pueden ser
interpretados en perjuicio del uso del aranés».
Se corrige con ello la imprecisión que presentaba la antigua Ley 7/1983, de Nor-
malización lingüística, en la que se refería al aranés como «lengua propia del Valle de
Arán». Desde luego, ya en la mentada Ley 16/1990, de Régimen especial de ese territo-
rio se consideraba el aranés como «variedad de la lengua occitana y propia de Arán».
Lo cierto es que el aranés ha salvado un buen trecho en su andadura hacia su
reconocimiento legal pleno, desde lo previsto en el Estatuto de Autonomía –«El habla
aranesa será objeto de enseñanza y especial respeto y protección» (art. 3.4)–, pasando
por la derogada Ley de Normalización de 1983 –«El aranés es la lengua propia del
Valle de Arán. Los araneses tienen el derecho de conocerlo y de expresarse en el
mismo en las relaciones y los actos públicos dentro de este territorio» (art. 28.1)– hasta
la citada Ley 16/1990, en que después de la definición antes transcrita es declarado ofi-
cial en el Valle de Arán, junto con el catalán y el castellano.
Esta fluctuación de definiciones y rango en un corto espacio de tiempo no es
única del caso aranés. En el territorio que abarca desde Asturias a Santander, pasando
por León, Zamora, Salamanca, hasta Cáceres y Badajoz se registraba hasta hace poco
tiempo lo que el lingüista Alonso Zamora Vicente denominaba «restos del viejo dialec-
to»62, expresión que no amagaba una valoración peyorativa, ni mucho menos, sino que
quería evocar el núcleo lingüístico neolatino que cristalizó en las montañas de Asturias
y que se extendió al ritmo de la Reconquista, y que fue conocido como asturleonés.
Esta lengua incipiente, variante del latín, se vio pronto postergada por otra variante del
latín destinada a constituir un robusto tronco: el castellano. La lengua del reino vecino,
al que luego se unió el de León –se unieron ambos, Castilla y León–, pronto se afianzó
como la lengua exclusiva de la Administración y de la cultura. No por ello el asturle-
onés, conocido popularmente por bable, iba a desaparecer, aunque ciertamente su vita-
lidad se redujo al ámbito rural y a los usos cotidianos. Una consecuencia de esto es que
a lo largo de los siglos no tuvo una producción formal o escrita, cosa que favoreció
además su fragmentación y la permeabilidad frente al contacto con el castellano. El
bable no tuvo el cultivo literario de su vecina lengua gallega o de la catalana, en el siglo
XIX, que para estas lenguas fue un renacimiento, ni tuvo tampoco el impulso de ningún
movimiento político.
Así, en el Estatuto de Autonomía el bable es reconocido pero no calificado:
«1. El bable gozará de protección. Se promoverá su uso, su difusión en los medios
de comunicación y su enseñanza, respetando en todo caso las variantes locales y la
voluntariedad en su aprendizaje. 2. Una ley del Principado regulará la protección,
uso y promoción del bable»63.
En contraste a lo que acabo de transcribir, en 1998 el Consejo de Gobierno del
Principado dictó la Ley 1/1998, de 23 de marzo, de Uso y promoción del bable/asturia-
no, en el que se establece en su artículo 1: «El bable/asturiano, como lengua tradicio-
nal de Asturias, gozará de protección. El principado de Asturias promoverá su uso,
difusión y enseñanza». Y en su artículo 2: «El régimen de protección, respeto, tutela y
desarrollo establecido en esta Ley para el bable/asturiano se extenderá, mediante regu-
lación especial al gallego/asturiano en las zonas en las que tiene carácter de modalidad
lingüística propia».
62. Alonso ZAMORA VICENTE, Dialectología española, Gredos, Madrid 1996 [1ª ed.: 1960], pág. 84.
63. Ley Orgánica 7/1981, de 30 de diciembre, según redacción dada por Ley Orgánica 1/1999, de 5 de
enero, de reforma de la anterior.
ESTUDIOS 141
En esta misma Ley se establece que todos los ciudadanos no sólo «tienen dere-
cho a emplear el bable/asturiano y a expresarse en él, de palabra y por escrito» (art.
4.1), sino que, asimismo, «se tendrá por válido a todos los efectos el uso del bable/astu-
riano en las comunicaciones orales o escritas de los ciudadanos con el Principado de
Asturias» (art. 4.2), de lo que se infiere que el denominado bable/asturiano puede ser la
lengua de los administrados, si éstos la eligen, en sus relaciones con la Administración,
la cual se presume que también podrá usar el bable/asturiano para responder a los ciu-
dadanos, ya que aunque no lo dice expresamente, sí establece que: «El Principado de
Asturias propiciará el conocimiento del bable/asturiano por todos los empleados públi-
cos que desarrollen su labor en Asturias» (art. 4.3), abriendo la posibilidad de ser valo-
rado en oposiciones y concursos convocados por el Principado, en su caso. También se
establece que las publicaciones institucionales de aquella Comunidad, ya sean disposi-
ciones, resoluciones, acuerdos o leyes, podrán publicarse en bable/asturiano, mediante
edición separada del Boletín Oficial de la Comunidad; del mismo modo que las publi-
caciones, impresos, modelos, folletos o anuncios institucionales podrán ser publicados
indistintamente en castellano, bable/asturiano o en las dos lenguas, aunque «si hubieran
de surtir efectos frente a terceros, deberán ser publicados obligatoriamente en castella-
no, sin perjuicio de que puedan serlo también en bable/asturiano» (art. 5).
Parece desprenderse de ello que el legislador deseaba otorgar al bable/asturiano
una especie de oficialidad enmascarada, pues en ningún lugar se expresa fehacientemen-
te que éste es lengua oficial, ni tampoco lengua propia. De ahí, que el jurista, al comen-
tar las sentencias del Tribunal Constitucional 27/1996, 48/2000 y 49/2000, sobre el uso
del bable, dice, refiriéndose a la citada Ley 1/1988, de uso y promoción del bable/astu-
riano, a partir de lo establecido en su artículo 2.2 que he transcrito más arriba:
«Nótese ya que esa validez a todos los efectos del uso [administrativo] del
bable/asturiano queda limitada al ámbito de las relaciones entre los ciudadanos y
el Principado de Asturias.
No abarca las relaciones con la Administración local asturiana, ni siquiera en aque-
llos casos –previstos en el art. 8– de que el Principado concierte con algún Ayunta-
miento planes específicos para el efectivo uso del bable/asturiano en los respectivos
concejos o de que los Ayuntamientos puedan adoptar las medidas necesarias para
la efectividad de ejercicio de los derechos lingüísticos de los ciudadanos. A mi
entender en estos casos no es aplicable aquella regla del artículo 4.2.
Tampoco se aplica en el ámbito de las relaciones de los ciudadanos con los órganos
del Estado que puedan existir en el territorio de la Comunidad autónoma.
Nótese también que en ningún momento se dice que el bable/asturiano –al que se
califica de lengua en los arts. 1 y 5.2– sea lengua oficial, sino que es lengua tradi-
cional de Asturias (art. 1) y que las publicaciones, impresos, etc., podrán hacerse
en castellano, bable/asturiano, o en las dos lenguas (art. 5.2). Y tampoco se utiliza
una fórmula igual o parecida a la que emplean los Estatutos de las Comunidades
bilingües con lengua oficial propia [por ejemplo, la catalana: “La lengua propia de
Cataluña es el catalán”, “El idioma catalán es el oficial de Cataluña, así como el
castellano, oficial en todo el Estado español. 3 del Estatuto catalán)].
Y téngase presente, por último, que la situación del bable/asturiano no tiene nada
que ver con la del aranés en Cataluña, donde hay tres lenguas oficiales: el catalán y
el español para todo el territorio catalán, y el aranés para el Valle de Arán. [...]
Por todo ello hay que concluir [...] que en Asturias propiamente no hay más que
una lengua oficial propia que es el español [...], y una lengua tradicional, el
bable/asturiano, que de hecho funciona como oficial, aunque únicamente para las
relaciones entre los ciudadanos (sic) y el Principado de Asturias64.
64. Francisco GONZÁLEZ NAVARRO y José Francisco ALENZA GARCÍA, Derecho de petición. Comentarios
a Ley Orgánica 4/2001, de 12 de noviembre, Civitas, Madrid 2002, págs. 575-576.
EL DERECHO DE LAS...
142 MARGA GÓMEZ BORRÁS
65. En la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Asturias de 5 de octubre de 2000 se anuló un
Acuerdo del Pleno extraordinario del Ayuntamiento de Bimenes, de 5 de julio de 1997, en el que se declara-
ba la oficialidad de la «llingua asturiana» dentro del Concejo. Acuerdo que se firmó aun con anterioridad a
la Ley 1/1998 que vengo comentando.
De resoluciones análogas en las que Corporaciones municipales se arrogan competencias del Gobierno
autonómico también se ha ocupado el Tribunal Supremo. Así en la sentencia de 9 de julio de 2001, en la
que se anularon los Acuerdos del Ayuntamiento de Munitibar (País Vasco), y en la que se afirma: «El
fomento y desarrollo del uso del euskera no es competencia de los municipios, pues de forma inequívoca tal
competencia corresponde a la Comunidad Autónoma del País Vasco, según establece el artículo 6 del Esta-
tuto de Autonomía».
66. A. ZAMORA VICENTE, op. cit., pág. 211.
67. «Es bien sabido que la Cancillería fue rígidamente estructurada y reorganizada por Pedro el Cere-
monioso, quien llamó a toda una serie de escribanos, secretarios, protonotarios y otros funcionarios de
gran eficacia y competencia sobre quienes recaía el cometido de llevar toda la correspondencia emanada
del consejo y de la casa reales, correspondencia que había de ser cuidadosamente conservada en copias
[...]. Esta correspondencia –cartas, nombramientos, instrucciones a embajadores, informes secretos, trata-
dos de paz, contratos, etc.–, que extendían por todos los rincones de los reinos que constituían la Corona
de Aragón y que era el medio de relaciones diplomáticas con otros reyes y países, era redactada con espe-
cial cuidado por los secretarios y escribanos, diestros en el manejo de las tres lenguas que, utilizando un
neologismo, podríamos denominar “oficiales”, o sea el latín, el catalán y el aragonés.» (Martí DE RIQUER,
Història de la literatura catalana. Vol. III, Ed. Ariel, Barcelona 1984 [1ª ed.: 1964], pág. 10 (En catalán en
el original).
68. Ley Orgánica 8/1982, de 10 de agosto.
ESTUDIOS 143
Este fue uno de los artículos modificados por la Ley Orgánica 5/1996, de 30 de
diciembre, que lo dejó con la siguiente redacción:
«Las lenguas y modalidades lingüísticas propias de Aragón gozarán de protección.
Se garantizará su enseñanza y el derecho de los hablantes en la forma que establez-
ca una Ley de Cortes de Aragón para las zonas de utilización predominante de
aquellas».
Sin embargo, lo que no dice el texto legal es cuáles sean estas «lenguas y moda-
lidades lingüísticas propias de Aragón», y el lector, que en este caso es quien escribe
estas líneas, se pregunta, ante tal indefinición, qué lenguas y/o modalidades van a
enseñarse, además de formularse algunas preguntas sobre si se refiere a unas lenguas
determinadas y a determinadas variantes de éstas, o a unas lenguas determinadas y a
unas determinadas variantes de otra u otras lenguas. Y, en fin, se pregunta si estas len-
guas y/o modalidades cuentan con su correspondiente estándar, con normas ortográfi-
cas sistematizadas que hagan posible la garantizada enseñanza.
La Ley 3/1999, de 10 de marzo, del Patrimonio Cultural Aragonés, parece venir
en nuestro auxilio para sacarnos de dudas, pues en su artículo 4, bajo el epígrafe «Len-
guas minoritarias», establece que:
«El aragonés y el catalán, lenguas minoritarias de Aragón, en cuyo ámbito están
comprendidas las diversas modalidades lingüísticas, son una riqueza cultural pro-
pia y serán especialmente protegidas por la Administración».
Aquí no especifica qué cosa sean estas «diversas modalidades lingüísticas», y
podemos sobrentender que con este «las» se ha querido decir «del territorio aragonés»,
pero al menos sabemos que se trata de modalidades del aragonés y del catalán. Ante lo
cual, quien lee se pregunta ahora si, como supone, se va a enseñar el catalán estándar, y
en el caso del aragonés sigue cuestionándose si está lo suficientemente fijado y norma-
tivizado para poder ser, en efecto, aprendido de forma sistemática.
Miquel Siguan define el aragonés como «uno de los núcleos de cristalización de
nuevas lenguas a partir de la descomposición del latín surgido en los valles centrales de
la cordillera pirenaica, pero [...] de modo parecido a lo ocurrido con el asturiano la tem-
prana expansión del castellano por las tierras aragonesas confinó la lengua naciente a
los valles pirenaicos y a un uso exclusivamente oral, y así ha sobrevivido en forma de
hablas locales o comarcales (fablas) prácticamente convertidas en dialectos del caste-
llano aunque manteniendo muchos rasgos propios»69. En cuanto al aragonés y al catalán
hablados en Aragón, hay que entender por tales, dice Siguan, que son «el antiguo ara-
gonés conservado en los valles pirenaicos y el catalán hablado en territorios limítrofes
con Cataluña, la llamada franja oriental o de “ponent”, según el lugar donde se con-
templa»70.
En cualquier caso, se habla de «lenguas minoritarias», pero nada se dice sobre
su oficialidad o propiedad. Incluso en la redacción vigente del Estatuto el aserto de
«lenguas y modalidades lingüísticas propias de Aragón gozarán de protección» no
puede, de ningún modo, tomarse stricto sensu como una declaración de lengua propia
de la Comunidad en el sentido y con la carga que en otro lugar de este trabajo he seña-
lado, y al referirse únicamente al aspecto de protección de las mismas, sin más regula-
ciones específicas, el uso y el aprendizaje de éstas no pueden tener más relevancia que
un acto de libertad privada y de hecho cultural, sin ningún valor ni trascendencia en lo
público, como, asimismo, al no preverse explícitamente su uso en las relaciones con la
Administración ni por parte de ésta, la presencia de estas «lenguas y modalidades» será
válidamente nula en lo público.
EL DERECHO DE LAS...
144 MARGA GÓMEZ BORRÁS
Dice la Disposición Final Segunda de la citada Ley 3/1999, del Patrimonio Cul-
tural Aragonés:
«Disposición Final Segunda. Lenguas de Aragón
Una ley de lenguas de Aragón proporcionará el marco jurídico específico para
regular la cooficialidad del aragonés y del catalán, lenguas minoritarias de Aragón,
así como la efectividad de los derechos de las respectivas unidades lingüísticas,
tanto en lo referente a la enseñanza de y en la lengua propia, como a la plena nor-
malización del uso de estas dos lenguas en sus respectivos territorios».
En efecto, existe un Anteproyecto de Ley de Lenguas de Aragón71. Con esta
futura ley, si algún día llega a aprobarse, las Cortes de Aragón abordarían «el reconoci-
miento legal del aragonés y del catalán como lenguas propias de Aragón; el respeto a
las modalidades o variantes locales de ambas lenguas; su enseñanza; la reglamentación
de la toponimia tradicional, con un plan de señalizaciones; el apoyo a publicaciones,
manifestaciones y medios de comunicación en las lenguas minoritarias; y la creación
de un órgano administrativo encargado de la normalización lingüística» (Preámbulo).
Con ella, el legislador pretende declarar lenguas oficiales al aragonés y al catalán junto
con el castellano, siguiendo un criterio territorial, de inspiración semejante a lo que
vimos para Navarra.
71. Por Orden de 13 de marzo de 2001, del Departamento de Cultura y Turismo, se sometió este Ante-
proyecto de Ley de Lenguas de Aragón a información pública.
72. Ley Orgánica 5/1982, de 1 de julio. Normas de desarrollo: Ley 4/1983, de 18 de abril, sobre el uso y
enseñanza del valenciano.
ESTUDIOS 145
EL DERECHO DE LAS...
146 MARGA GÓMEZ BORRÁS
«El eco popular de las tesis que propugnan la existencia de una lengua valenciana
independiente de la catalana se basa fundamentalmente en una mera manipulación
onomástica, pero la habilidad de los secesionistas ha consistido en explotar las
diferencias internas, por otra parte no demasiado significativas, entre el catalán de
Valencia (lengua valenciana) y el de Barcelona (lengua catalana), cuando, en rea-
lidad, el catalán de Valencia es dialectalmente el mismo que el de toda la Cataluña
occidental. Mejor dicho, la habilidad de los secesionistas ha consistido en explotar
demagógicamente la ignorancia de este hecho lingüístico y los prejuicios generali-
zados entre catalanes y valencianos al identificar el habla barcelonesa, o catalán
central, con la lengua de toda Cataluña»77.
«Por otra parte, el año 1932 se firmaron las normas ortográficas llamadas
de Castellón78, seguidas durante cuarenta años sin problemas por los literatos valen-
cianos. Posteriormente, desde los años setenta esta normativa ha sido contestada
por sectores culturales y políticos, si bien la mayor parte de la producción esta
escrita en valenciano ha seguido redactándose de acuerdo con aquellas primeras
normas más o menos desarrolladas.
También hemos de decir que, al amparo del Estatuto de Autonomía y del
autogobierno que el Estatuto ha hecho posible, hemos asistido últimamente a una
clara mejora en el nivel de consideración y de prestigio sociales del valenciano
[...]. Desgraciadamente, esta mejora se encuentra obstaculizada por [...] ...un con-
flicto sobre el nombre, la naturaleza y la normativa de la lengua propia de los
valencianos que impiden la salud de ésta y que acumula dificultades en el proceso
de recuperación de la lengua que debería identificarnos y unirnos como valencia-
nos, en vez de separarnos. [...]
Es necesario que la cuestión de nuestra lengua propia sea sustraída a partir
de ahora del debate partidista cotidiano y se convierta así en el objeto de un debate
sereno entre los partidos. [...]
El valenciano, idioma histórico y propio de la Comunidad Valenciana,
forma parte del sistema lingüístico que los correspondientes Estatutos de Auto-
nomía de los territorios hispánicos de la antigua Corona de Aragón reconocen
como lengua propia»79.
La consecuencia de todo ello no es, en ningún caso, positiva para la lengua que
se pretende proteger, y así se constata en las propias palabras de la Academia Valencia-
na de la Lengua, que en el Preámbulo de la Ley 7/1998, de 16 de septiembre, de su cre-
ación, dice:
77. Antoni FERRANDO y Miquel NICOLÁS, Panorama d’història de la llengua, Tàndem Edicions, Valen-
cia 1993, pág. 209. (En catalán en el original).
La tentación del «secesionismo» lingüístico, casi siempre sustentada en la exaltación de lo local y lo
tradicional, existe en todas las lenguas. Para el caso del andaluz respecto del andaluz puede verse, v.g.:
José MONDÉJAR, Dialectología andaluza, Universidad de Málaga, 1991. Asimismo, en esta línea trabaja
la Real Academia Española de la Lengua con sus acuerdos institucionales con las Academias americanas,
etc.
78. Las Normas de Castellón, de 1932, recogen la normativa fijada por Pompeu Fabra en su Gramática
catalana de 1918, en parte fruto del consenso buscado para lograr la estandarización de la lengua, es decir,
prepararla para «la vida moderna» en todos sus ámbitos y niveles.
79. La Academia Valenciana de la Lengua tiene un carácter consultivo. Personalmente, me sorprende
que el Gobierno Valenciano tome acuerdos sobre «adoptar y hacer propias como oficiales» determinadas
soluciones lingüísticas referidas al léxico o a características morfosintácticas.
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lingüística, tan íntimamente ligado a los derechos de la persona y, por ende, a los dere-
chos de la comunidad.
Y sin embargo, nunca hay que olvidar que el verdadero señor de la lengua es el
hablante. Éste sabe que la palabra no sólo es la clave de la comunicación, es la clave de
las ideas.
Tampoco hay que minusvalorar otro aspecto, después de haberme referido repe-
tidamente a Europa. A raíz del Año Europeo de las Lenguas celebrado a lo largo del
año 2001 se formularon diversas declaraciones de carácter político proponiendo que los
europeos debían terminar su escolaridad sabiendo al menos dos lenguas, propuesta que
fue respaldada a nivel europeo por el Consejo de Barcelona. También ganó terreno la
opinión de que «es importante garantizar un nivel de comunicación en inglés de todos
los ciudadanos, pero que no basta con esta lengua». Y es que la diversidad lingüística
no puede ser una barrera, ahora que las económicas se derrumban.
Y llegados aquí, cierro el círculo.
«La cultura política es más lingüística que social psicológica ... la política es una
actividad a través de la cual los individuos y los grupos de una sociedad articulan,
negocian, ejecutan e imponen sobre sí y los demás y sobre el conjunto. La cultura polí-
tica es, en este sentido, el conjunto de discursos o de prácticas simbólicas a través de
las cuales esas aspiraciones se presentan... De este modo, la autoridad política es, en
esta perspectiva, una cuestión de autoridad lingüística»81.
80. Alexandre PAPAUX, «Teoría y práctica de los órganos judiciales plurilingües en Suiza. Lenguas judi-
ciales y conocimientos lingüísticos requeridos a los jueces», en La Administración de Justicia en un Estado
plurilingüe, Cuadernos de Derecho Judicial, III, CGPJ, Madrid 1999, pág. 82.
81. Eduardo GARCÍA DE ENTERRÍA, La lengua de los derechos. La formación del derecho público euro-
peo tras la Revolución francesa, cit., pág. 41.
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