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performance/
El performance ha cambiado en las últimas tres décadas tanto como el punto de vista del que lo
vemos quienes, como yo, lo hemos venido practicando y disfrutando desde entonces.
Sirvan estos apuntes como el testimonio de alguien que empezó en este rollo cuando ni siquiera
teníamos que estudiar la historia del performance porque no la había y lo que menos nos
interesaba era definir un tipo de trabajo que lo que buscaba era romper todas las definiciones.
La gran mayoría de los artistas que empezaron a hacer performance en México en los setentas, en
esa generación marcada por la matanza de Tlatelolco en el 68 y conocida como la Generación de
los Grupos, tenían una postura política de izquierda, anti-institucional. El arte tenía una función
política y los artistas lo utilizaban como herramienta de lucha. En ese momento uno se acercaba al
performance y otras formas de artes efímeras porque su estructura misma cuestionaba al
mercado y pretendía ser una vacuna contra la utilización del arte por parte del mercado y del
Estado. Eran tiempos difíciles. La censura era densa y hasta las acciones más inocuas, como
algunas del grupo Março invitando al público en la calle a crear poemas con palabras impresas en
cartoncillos, eran recibidas por la policía con violencia. Practicar el «arte alternativo» era asunto
riesgoso.
Hoy los tiempos responden a la globalización y la alta tecnología. Las utopías han muerto. En
México estamos en los tiempos del «cambio» y ya no hay censura, aunque no sé qué peor censura
pueda haber que la pobreza extrema que padecen más de la mitad de nuestros compatriotas. Eso
sí, en lo único en lo que han coincidido los nuevos partidos en el poder es en desdeñar la cultura.
Por su parte, ahora el arte se ha convertido esencialmente espectáculo y ya no hay «vanguardia»,
sólo un cutting-edge muy dado a convertirse rápidamente en mainstream. En el performance ha
habido un fuerte proceso de institucionalización. Se ha desarrollado lo que yo considero el
mercado de las artes efímeras: las becas, los patrocinios, los festivales y las bienales. En México
hasta Ex-Teresa: Arte Actual, espacio originalmente dedicado a las artes alternativas, hoy
simplemente llamadas «actuales», ya cumplió una década. En un principio fue un espacio de
artistas en sociedad con el INBA. Hoy está bajo el mandato de Sari Bermúdez. Hoy, hoy, hoy, hasta
los performanceros más radicales hacen lo posible por conseguir alguna bequita del FONCA o el
patrocinio de Jumex o Telmex.
El proceso de institucionalización de este género artístico era de esperarse. Ha sido tan natural
como envejecer, perder las ilusiones y a veces adquirir un poco de sabiduría. Por lo menos en la
ciudad de México, el performance ha puesto los pies en la tierra. Y, como cualquier proceso de
envejecimiento, tiene sus pros y sus contras. Algo que me sorprende sobremanera es que en la
actualidad a veces hasta hay lana para hacer performance o por lo menos para producirlo. Eso sí,
siempre hay más lana cuando se trata de artistas extranjeros. En esto no hemos cambiado.
Aunque a nivel institucional aún no hay cursos especializados en performance en las carreras de
arte, varios artistas, entre ellos Lorena Wolffer, Elvira Santamaría, Víctor Lerma, Pancho López,
Lorena Méndez y yo impartimos talleres que generalmente cuentan con buena asistencia. Hay
interés. En los setentas muchos hacían performance sin siquiera saber que había algo que así se
llamaba.
Antes no había una sola publicación sobre performance mexicano y hoy ya se consiguen varios
libros o tesis profesionales sobre el tema, como Arte Actual, editado por Andrea Ferreira; Pola
Weiss: Pionera del Videoarte en México, de Dante Hernández Miranda; La cuarta dimensión del
teatro, de Josefina Alcázar; y Performance en México: Historia y Desarrollo, de Dulce María de
Alvarado Chaparro. También existe Performance en el archivo de Pinto mi Raya, una recopilación
hemerográfica de todos los textos sobre el tema publicados en diversos diarios desde 1991. Ese lo
editamos Víctor Lerma y yo.
Antes casi no había documentación. No había el acceso que hoy se tiene al vídeo y, aunque
muchos eventos se documentaban fotográficamente, por alguna razón siempre parecía haber una
maldición gitana que impedía que el fotógrafo llegara, que hacía que los rollos se velaran o que
lograba que los materiales se perdieran. Todo quedó en el mito. Ahora, en tiempos de Big Brother,
en la mayor parte de los performances hay más cámaras que público. Sin embargo aún falta
mucho por hacer en este campo porque no hay un trabajo serio de clasificación, edición,
distribución y conservación de estos materiales.
A manera de conclusión sólo queda expresar una de las cosas que más me entusiasman del
performance hoy: se encuentra desparramado por todo el país. Esta es una prueba.
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