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Breve historia del dinero e Intereses

Se estima que el primer género “homo” surgió hace unos 2,5 millones de años y
que la especie humana actual inició su andadura hace unos 40.000 años. Unos
pocos miles de años después, cuando comenzó a acumular alimentos que no
consumía, el hombre realizó la primera forma de comercio que conoce la
humanidad: el trueque. Al principio, el trueque se limitó al canje de un “Behemot”
(según Jorge Luis Borges: una magnificación del elefante o del hipopótamo, o una
incorrecta versión de esos dos animales) por un “Kraken” (según el mismo escritor:
una especie escandinava del zaratán y del dragón de mar o culebra de mar de los
árabes). Por supuesto que el más serio problema que planteaba este tipo de
operación era el transporte de los pesados y voluminosos especímenes objeto del
cambio. Otro serio inconveniente surgió cuando el “Behemot” capturado pesaba la
mitad del “Kraken”. En este caso solo se cambiaba la mitad de este último por la
totalidad del primero, con todos los inconvenientes que ello implicaba.

El Homo sapiens comenzó entonces a elucubrar acerca de la forma de resolver tan


complejo problema. Después de pensar en el asunto durante el transcurso de unos
cuantos miles de años, ya adentrado en la edad de los metales, dio con una
solución, el primer  producto de la ingeniería financiera: el canje de alimentos
(animales y cereales) por metales (oro, plata, bronce, cobre). En verdad esta
solución fue solo un primer paso, ya que al extenderse el comercio más allá de las
áreas de influencia, se hizo poco práctica y antieconómica la utilización de metales
en estado bruto. Efectivamente, antes de cada intercambio los mercaderes debían
comprobar la pureza y peso del metal que se estaba entregando en pago, todo lo
cual tomaba su tiempo.

Bien sea que se comenzó a considerar aquello de que “el tiempo es oro” o que
estaban dadas las condiciones para el siguiente paso, lo cierto es que se inició, en
la época micénica, lo que hoy se conoce como el “sistema premonetario”. Para
agilizar las transacciones se empezaron a utilizar piezas metálicas como el talento
de bronce, cuya forma imitaba la piel del ganado vacuno pues su valor era el de
una res. La forma que adopta el dinero en esta etapa premonetaria era de lo más
variada: anillos o shats en Egipto, tao o cuchillo-moneda en China, hachuelas en el
mundo precolombino, óbolos y trípodes grecomicénicos. Pero cuando el volumen
de las operaciones comerciales se incrementó significativamente surgieron otros
problemas: la guarda y transporte de las piezas metálicas. Mas los problemas
surgen y el hombre está siempre allí para resolverlos. La necesidad de disponer de
instrumentos para el intercambio, de un valor y peso conveniente, impulsó la
adopción y utilización de pequeñas piezas de metal. Esto sucedió en torno al 640
a.C., de acuerdo con las excavaciones arqueológicas realizadas en el templo de
Artemisa de Éfeso. Allí se encontraron ofrendas de monedas de forma
almendroide, las cuales tienen el privilegio de ser consideradas como las primeras
monedas acuñadas de la historia. Herodoto (500-424 a.C.) señala que los primeros
en acuñar monedas de oro y plata fueron los griegos. Hemos entrado así al
“sistema monetario”, cuya importancia es reconocida tempranamente por Platón
(428-347 a.C.) en La República (371ª).

También los santos se han interesado conceptualmente por el tema del dinero. En
el siglo VII, san Isidoro de Sevilla, en su obra Etimologías, dice: “Para que se
pueda hablar de moneda, deben estar presentes tres elementos fundamentales: el
metal, la figura y el peso; si alguno de estos falta, no se puede hablar de moneda”.
Quedó de esta manera asentada las bases para la acuñación de  monedas que
aún persiste en nuestros días, aunque después de la aparición del billete y la
desaparición a nivel mundial del patrón oro (entre 1918 y 1971) el elemento del
metal (oro y plata) perdió su relevancia.

Los inconvenientes que seguían planteando las monedas metálicas para su


custodia y transporte, dio lugar al surgimiento de la banca. Aunque hoy en día los
bancos son establecimientos eminentemente mercantiles, no fue así en sus
comienzos. Dada la importancia que la religión tenía en la sociedad antigua, fueron
los templos los lugares que merecieron la confianza de los ahorristas de entonces.
Con la separación que surge entre el poder político y el religioso, la actividad de
custodia del dinero la asumen personajes de indudable solvencia, a cambio de un
módico pago que en la actualidad se conoce como “intereses”. El depositante
recibía del banquero un “certificado” que fue el antecesor del billete, al menos en
Occidente, ya que llegaba a pasar de mano en mano como si se tratara de las
monedas guardadas.

Realmente fue en el Oriente donde nació el billete. La historia no deja de


asombrarnos por el parecido de esas emisiones con la de los Estados modernos.
Gracias a Marco Polo (1254-1324), viajero veneciano que pasó más de veinte
años explorando y recorriendo el continente asiático, conoció Europa la historia del
Gran Can, grandísimo señor de los tártaros, que también fue conocido como
Cublai Kaán. Si hacemos una lectura cruzada del capítulo XCVII del Libro Segundo
de la singular obra de Marco Polo, conocida como La descripción del
mundo o Libro de las maravillas, con la Ley del Banco Central de Venezuela,
caeremos en cuenta del nivel de modernidad que tenía la emisión de billetes en
Catai. Relata el cronista veneciano que la Casa de la Moneda del Gran Can hace 
coger a varios hombres cortezas de árboles que llaman “gelsus”; toman entonces
la piel delgada que hay entre la corteza exterior y la madera, con la cual hacen
hojas semejantes a las del papel algodón pero de color negro. Cuando están
hechas las cortan de diferentes dimensiones, según el valor registrados en ellas.
Todas las hojas llevan impreso el sello del Gran Señor, sin lo cual no valdrían
nada. También muchos oficiales nombrados para esto escriben su nombre en cada
billete, poniendo cada uno su marca. Pues bien, en los artículos 107 y 108 de la
Ley del BCV se dispone que corresponde al instituto emisor el derecho exclusivo
de emitir billetes, los cuales tendrán las denominaciones, dimensiones, diseños y
colores que acuerde su directorio.

Continúa el veneciano su relato indicando que cuando los billetes en gran cantidad
están hechos, se distribuyen por todas las provincias sin que nadie se atreva a
rechazarlo, porque le costaría la vida; además, si a alguien se le ocurriese
falsificarlos, sería castigado con la pena capital hasta la tercera generación. Todos
los hombres que viven bajo sus leyes –añade– cogen gustosamente estas hojas
como pago por la venta de cualquier tipo de bien, incluso piedras preciosas, oro y
plata. Al revisar el artículo 116 de la Ley del BCV qué observamos: allí se
establece que los billetes emitidos por el instituto emisor tendrán poder liberatorio,
sin limitación alguna, en el pago de cualquier obligación pública o privada; y en el
artículo 139 se indica que los que se nieguen a recibir la moneda de curso legal
por la liberación de obligaciones pecuniarias, serán sancionados  con el triple de la
cantidad cuya aceptación hayan rehusado. Nuestra legislación no llega al extremo
del Gran Can de establecer la pena de muerte para los que rechacen recibir los
billetes de curso legal en Venezuela o los falsifiquen.

Sigue Marco Polo su reseña expresando que cuando vienen los mercaderes de
India y de otras partes del mundo con perlas, oro, plata, piedras preciosas y telas
de seda, no las ofrecen en la ciudad a nadie más que al Gran Señor. Este hace
llamar a doce sabios, hábiles en su oficio, que examinan la mercancía ofrecida y
pagan lo que les parece que valen. Los mercaderes cogen los billetes ofrecidos
porque saben que no obtendrán tanto de ningún otro; además son pagados al
contado. Con los billetes, que son más ligeros que cualquier otra cosa para llevar
por los caminos, pueden comprar lo que quieran en todas las tierras del Gran Can.
Muchas veces al año –sigue diciendo– circula un edicto según el cual todos los
que tienen piedras preciosas, perlas, oro y plata deben llevarlo al Palacio de la
Moneda del Gran Señor donde son pagados con hojas sin demora ni pérdida. De
esta manera tiene todo el oro, la plata, las piedras preciosas y las perlas de todas
sus tierras. En el artículo 125 de la Ley del BCV se dispone que las divisas que se
obtengan por concepto de las exportaciones de hidrocarburos, gaseosos y otras
deben ser vendidas exclusivamente al Banco Central, salvo aquellas que sean
necesarias para cumplir con las contribuciones fiscales en divisas a las que están
obligados de conformidad con la ley. A Petróleos de Venezuela, S.A., se le permite
mantener fondos en divisas, previa opinión favorable del BCV, para atender sus
gastos operativos y compromisos financieros en el exterior. Además, en el artículo
127 se establece que las reservas internacionales en poder del Banco estarán
representadas, entre otros activos, en oro y divisas; en el artículo 49 se contempla
que el Banco podrá comprar y vender oro y divisas; y en el artículo 7 se señala que
dicho organismo tiene entre sus funciones la centralización y administración de las
reservas internacionales de la república.

En la parte final del capítulo que aquí comentamos nos dice micer Marco Polo que
si un hombre desea comprar oro, plata, piedras preciosas o perlas para hacerse
vajilla, cinturón u otras cosas hermosas, se va a la Casa de la Moneda con algunas
de estas hojas y las da en pago de lo necesitado. Al revisar el artículo 109 de la
Ley del BCV encontramos que ahí se dispone que las monedas y los billetes de
curso legal serán libremente convertibles al portador y a la vista, y su pago será
efectuado por el Banco Central de Venezuela mediante cheques, giros o
transferencias sobre fondos depositados en bancos de primera clase del exterior y
denominados en moneda extranjera, de los cuales se puede disponer libremente.

Fue en Occidente, sin embargo, donde se estructuró, en términos más avanzados,


el mecanismo de emisión del papel moneda. Ello ocurrió en el siglo XVII. El
desarrollo del comercio nacional e internacional, así como las necesidades
financieras de los Estados llevaron a la creación de bancos privados
estrechamente vinculados con los respectivos gobiernos por ser sus principales
clientes. Como contraprestación por los especiales servicios prestados  a los
Estados, dichos bancos recibieron el privilegio de emitir billetes. Nace de esta
forma la banca central, que en un principio no se llamó así sino de emisión o
bancos nacionales, siendo el Banco de Inglaterra, creado en 1694, el primero en
realizar las operaciones características de este tipo de institución: emitir especies
monetaria con sujeción a ciertas limitaciones, ser agente financiero del gobierno,
centralizar las reservas monetarias internacionales y recibir depósitos de los
bancos comerciales.
El billete, como nuevo medio de pago, aseguró el florecimiento de las fábricas de
papel de seguridad. Para reducir los riesgos de falsificación, estas empresas
debieron incorporar al papel una serie de elementos especiales, como son las
marcas de agua, las fibrillas ópticas y los hilos aventanillados. Por supuesto que
todo eso no ha sido suficiente, razón por la cual a los billetes les han incorporado
otros elementos de seguridad: el “intaglio” (sistema de impresión a relieve), la tinta
“ovi” (iniciales que traducidas literalmente del inglés significan “tinta ópticamente
variable”) y, más recientemente, el holograma (especie de estampilla metalizada
con variedad de color e imágenes cambiantes). A pesar de tales medidas, las
falsificaciones de billetes han continuado y también el esfuerzo por crear sustratos
o soportes que dificulten dicha acción delictiva. En ese sentido, merece especial
mención el aporte hecho por la Casa de la Moneda de Australia, empresa
subsidiaria del Banco Central de Australia. Ambas instituciones fueron los pioneros
de la tecnología de billetes de polímero o plástico. Hoy el billete de polímero es
una realidad y, según sus fabricantes, ofrece muchas ventajas sobre su
contraparte de papel: permanecen en circulación cuatro veces más tiempo; son
más resistente; por su mayor durabilidad el costo es menor; son reciclables puesto
que permiten producir toda una gama de productos de plástico; no son
perjudiciales para el medio ambiente; y, lo más importante, son muy difíciles de
falsificar por sus particulares características.

¿Qué podemos anticipar en el campo del dinero para los próximos años? Es harto
probable que los pagos a través de medios electrónicos se popularicen de tal
manera que minimizarán substancialmente el empleo de dinero en efectivo.
Adicionalmente, los billetes tendrán incorporados microchip que permitirán a los
bancos centrales hacerles seguimiento y al público detectar su legitimidad. Eso
podría ocurrir en los próximos diez años. Para visualizar más allá en el tiempo
tendremos que  consultar a los astros.

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