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El término actual “moneda”, del latino moneta, deriva del sobrenombre de la diosa Juno
Moneta (la consejera), en cuyo templo los antiguos romanos ubicaron su primer taller de
acuñación. En la moneda participaban 3 elementos fundamentales, como ya apuntó Isidoro de
Sevilla en sus “Etimologías”, que son el metal, cuya calidad y proporción rigen el valor
intrínseco de la moneda, el peso, que da lugar a la creación de una escala de valores base de
todo sistema monetario y los tipos o motivos que decoran ambas caras de la moneda, anverso
y reverso, que por lo general están en relación con la autoridad emisora o con el valor nominal
de la pieza.
Generalmente la técnica más utilizada para la fabricación de monedas hasta el siglo XVI ha sido
la acuñación a martillo. Esta se realiza colocando un disco de metal (cospel), frio o previamente
calentado, entre dos cuños donde están grabados los tipos en negativo. El cuño de anverso es
fijo (pila) y el de reverso móvil (troquel) que se sujeta por lo general con la mano y que recibe
el golpe de martillo, quedando así ambos tipos impresionados sobre el cospel. Otro sistema
más elemental para la fabricación de monedas es el dela fusión del metal en moldes en los que
previamente se han grabado los tipos. Es mucho menos perfecto y generalmente se utilizaba
para producir piezas de gran tamaño. Estos y otros procedimientos más modernos para la
obtención de monedas se realizan en las casas de moneda o cecas.
Las primeras monedas griegas conocidas aparecen en el reino de Lidia, en Asia Menor, como
refiere Heródoto y lo atestiguan los hallazgos de Artemision de Éfeso, aunque los autores
antiguos han atribuido la paternidad de su invención a sus propias ciudades de origen; así unos
a Argos bajo el rey Fidón, otros a Atenas con Erictonio, fundador de la ciudad etc… Estas
primeras monedas son globulares, irregulares y sin tipos, realizadas en electrón (aleación de
oro y plata), encontrado en estado natural en los ríos de Asia Menor, en las que muy pronto se
introducen tipos sencillos, como cabezas de león, de caballo etc…A mitad del siglo VI a.C el rey
lidio Creso adopta ya un sistema monetario bimetálico en oro y plata para la acuñación de
moneda.
Al mismo tiempo algunas ciudades de Grecia Continental como Egina, Corinto y Atenas
comienzan sus acuñaciones, tomando la plata como metal base de sus sistemas monetarios y
la dracma como unidad, aunque de distinto peso en cada lugar como símbolo de su
independencia. Los tipos propagandísticos de cada ciudad van a ser el símbolo de prestigio del
amplio crédito del que van a disfrutar esas monedas en otros lugares. Así serán las célebres las
“tortugas” de Egina, símbolo de su poder marítimo los “potros” de Corintio, con el Pegaso
domado por Belerofronte, fundador de la ciudad, y las lechuzas de Atenas, conmemorando las
fiestas Panatenaicas.
Siguiendo el ejemplo de sus metrópolis fundadoras, las ciudades de la Magna Grecia y Sicilia
adoptan la moneda desde el siglo VI a.C., cuyos tipos, como elemento de prestigio y
propaganda, adoptan temas alusivos a su fundación, a la riqueza del territorio e incluso al tipo
parlante de la ciudad. Son destacables por su belleza las primeras piezas italianas,
denominadas “incusas”, propias de Poseidoni, Sybaris y Metaponto entre otras ciudades, que
se caracterizan por presentar en anverso el tipo en relieve y en rever el mismo tipo en hueco.
Donde la moneda alcanza su máxima expresión de belleza es en Sicilia a partir del siglo V a.C
en que una serie de ciudades como Naxos, Zancle, Himera, Selinus, Akragas etc… rivalizan en la
perfección de sus acuñaciones. Mención especial merece Siracusa, que bajo Gelon emite
decadracmas para celebrar la victoria en Himera sobre los cartagineses, en las que se
representa en anverso una cuadriga y en reverso la cabeza de la ninfa Aretusa, confundida en
la antigüedad con la reina Demarete y denominada la moneda por ello demateion. Esta
tipología evolucionada alcanza su apogeo a finales del siglo V a.C en los ejemplares firmados
por Sosion, Eumenes, Evainetos, Eukleidas y Kimon.
A la muerte de Alejandro comienza la larga guerra entre los diadocos que finaliza con el
reparto del imperio entre sus generales, origen de las monarquías helenísticas Ptolemica,
Antigonida y Seleucida, de las que derivarán otras de menor importancia. De estos momentos
lo más destacable en la moneda es el nacimiento del retrato, al principio de gran calidad y
realismo, pero que al multiplicarse los talleres y decaer las dinastías se volverá estereotipados.
Roma acuña muy tardíamente en comparación al mundo griego y lo hace utilizando dos
sistemas distintos. Sus primeros ejemplares, que podemos considerar “pre-monedas”, son
bloques informes de bronce fundidos sin peso determinado ni representaciones (Aes
Signatum). Algo después se funden monedas ya lenticulares (Aes Grave) cuya unidad el as,
tiene el peso de la libra romana (324 gr). La tipología de esas pesadas monedas fue en
principio variada, hasta que hacía el 225 a.C. se hace fija la que lleva una proa de nave en
reverso, variando la divinidad representada en los anversos según los valores; así, el as o
unidad (marca I) presenta la cabeza de Jano bifronte, el semis o la mitad (marca S) la de
Saturno, el triens o tercio (marca oooo), la de Minerva, el quadrans o cuarto (marca ooo) la de
Hércules, el sextans o sexto (marca oo) la de Mercurio y la uncia o doceavo (marca o) la de
Roma. Este tipo de monedas perdurará con igual tipología hasta finales de la República , pero
disminuyendo su peso paulatinamente por medio de varias devaluaciones oficiales que
intentan sanear la economía, dañada por las constantes guerras.
Hacia el 211 a.C. es cuando se crea la moneda más importante y de mayor influencia; el
denario, moneda de plata de 4,50 gr, que como su nombre indica equivalía a 10 ases (marca X)
ya sextaantales aunque hacia el 141 a.C. se retarifará a 16 (marca *) y sus divisores el quinario
(marca V) y el sestercio (marca IIS). Por estas fechas también se crean otras monedas, como el
victoriato, cuyo nombre proviene de la Victoria coronando un trofeo que figura en el reverso, y
una serie de piezas de oro con marcas de valor que se supone equivalen a 60, 40 y 20 ases.
En origen los tipos del denario fueron la cabeza de Roma galeada en anverso y los Dioscuros a
caballo en reverso, aunque poco a poco se introducen en el campo monetal marcas y luego
iniciales que corresponden a los tres magistrados encargados de hacer la moneda, los Tresviri,
Aere, Argento, Auro, Flando Feriundo aunque no se tardará en sustituir los tipos tradicionales
por gran variedad de otros nuevos, elegidos por los Triunviros Monetales, que por lo general
estarán en relación con su gens o familia y que se harán más palpables en los últimos tiempos
de la República.
Augusto al asumir el Imperio necesitó un sistema monetario sólido que respaldara su poder,
por lo que se acomete la reforma monetaria entre los años 23 y 20 a.C. Su innovación más
importante es la creación del aúreo (8gr) como unidad del sistema, pasando el denario a
segundo término. También se acuñan como valores fiduciarios el sestercio y el dupondio en
oricalco y el as y el quadrans en bronce.
Las primeras monedas de la Península Ibérica las acuñan las colonias griegas de Emporion y
Rhode, ambas en el golfo de Rosas. La primera emite desde mitad del siglo V a.C. pequeños
divisores de plata y algo después dracmas con el topónimo en griego de la ciudad que serán
imitadas por los pueblos indígenas cercanos. En el otro extremo de la Península a principios del
siglo III a.C. se acuñará Gadir, antigua colonia de fundación fenicia, monedas de bronce y algo
después de plata en las que se representa sus característicos atunes. También desde estas
fechas emite su numerario con la representación del dios Bes la isla Ebusus y algo después
Arse y Saiti. La influencia de las citadas monarquías helenísticas se hace notoria en las
monedas que acuñan los cartagineses en la Penísula Ibérica entre el 237 y el 206 a.C. Estos
bellos ejemplares presentan en anverso una serie de cabezas masculinas, probablemente
divinidades, que en ocasiones se identifican con retratos de los jefes Bárcidas.
A partir del 218 a.C. con el desembarco de Cneo Escipión en Ampurias, asistimos a la expansión
de la cultura y la moneda romana en la Península. A mitad del siglo II a.C. aparece el denario
ibérico, derivación ponderal del denario romano pero con tipología y leyenda ibérica
autóctona, realizado para el pago de las tropas romanas en continua guerra de colonización,
que alcanzará su máxima expansión en el siglo I a.C. Por otra parte, desde finales del siglo III
a.C hay una diversificación muy grande de acuñaciones en bronce en la Península, que siguen
tanto patrones ponderales de origen cartaginés como romanos, lo que unido al uso de
alfabetos no latinos y a la variedad de tipos utilizados, especialmente en Ultrerior, demuestra
la autonomía que tuvo Hispania en época republicana para la acuñación de moneda.
Entre los pueblos bárbaros establecidos en el ámbito territorial del Imperio destacan por su
importancia para Hispania los visigodos. Sus primeros sólidos y trientes (tercio del sólido) se
acuñan en el sur de Francia a nombre de los emperadores de Oriente. En el último cuarto de
siglo VI .C Leovigildo será el primer monarca visigodo que inscribe su propio nombre en las
monedas, ya únicamente trientes, eliminando el del emperador de Oriente. A partir de este
monarca la tipología que más se generaliza es la que presenta un busto de frente, muy
esquemático, por ambas caras, junto al nombre del rey y de la ceca emisora.
Ante la pujanza de los árabes se van constituyendo pequeños centros de resistencia sin
identidad política en el norte de la Península Ibérica. Cabe destacar la incursión carolingia en la
zona actual de Cataluña que origina la Marca Hispánica en el siglo IX, que estaba constituida
por varios condados entre los que destacaba el de Barcelona que logrará su independencia una
centuria después. El numerario carolingio se basa en el dinero de plata, derivado del natiguo
denario, valor que se difundirá rápidamente por los territorios de su influencia.
En el siglo IX, el Califato de Oriente pasa por una etapa de gran decadencia, circunstancia que
aprovecha Abderramán III para erigirse Califa de Córdoba, acuñando su nombre ya monedas
de oro , dinares y dírhems de plata. A partir de Hixem II la autoridad del Califato decae en favor
de un serie de poderes locales que conocemos como los reinos de Taifas, cuya moneda de oro
fue en ocasiones imitada por los condes de Barcelona (mancusos). Tambiñen por estas fecgas
se emiten las primeras monedas en Castilla, dineros de vellón (aleación de plata y cobre)
acuñados por Alfonso VI quizás a raíz de la toma de Toledo en 1085.
Un pujante movimiento religioso del norte de África, los Almorávides, formarán un imperio en
el que quedará incluida la Península Ibérica. Su moneda más característica es el dinar que se
acuña en diversas cecas, tanto africanas como hispanas. A principios del siglo XII el poder
almorávide desaparecerá en favor de otra serie de poderes locales. Los reyes Alfonso VIII de
Castilla y Fernando II de León, quizá ante la falta de moneda árabe, imitan numerario,
instaurndo así la primera moneda de oro castellano-leonesa que se conoce como
“morabetino” o maravedí.
La corona de Aragón, más integrada en la órbita europea que Castilla, imita especies
monetarias de allende los Pirineos, como el croat moneda gruesa de plata que se acuña a
partir de Jaime I, y con posterioridad el florín de oro, moneda originaria de Florencia
introducida por Pedro IVm que se convertirá en unidad interncional.
Los RRCC, ante la caótica situación monetaria anterior, sobre todo en la época de Enrique IV,
realizan dos importantes reformas monetarias, una en 1475 y la otra en 1497. En esta última
acaban con la hegemonía de la dobla, adoptando para el oro la metrología del ducado,
moneda originaria de Venecia de uso más común en otros reinos europeos, unidad a la que
denominan excelente. (doble castellano o excelente)
Con Carlos I asistimos a un nuevo cambio en la unidad aúrea pues en 1534 sustituye el ducado
por el escudo o corona, moneda de menor ley utilizada en otros estados europeos, que en
España va a perdurar hasta 1850 con Isabel II. De esta nueva moneda se realizan
posteriormente múltiplos como el doblón (2 escudos), el doblón de a cuatro (4 escudos), la
onza (8 escudos) y el centén (100 escudos), este último valor sólo acuñado por Felipe III, Felipe
IV y Carlos II. También desde época de Carlos I se acuñan múltiplos del real de plata, siendo el
más importante el real de a ocho, valor que se va a convertir en la moneda española por
antonomasia y que, por influencia americana, dará origen a las conocidas denominaciones de
pesos y duros tan extendidas después.