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Teoría y Análisis Literario (A y B)
Teórico Nº 21
Estudiante: Para él, ¿siempre que haya autonomía se va a cumplir esta función
crítica?
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discos, esas pinturas, esos libros no se venden. El punto es si ese arte sacrifica una
lógica propia en función de esa lógica comercial o si se opone a ella.
Uno de los escritores que Adorno evoca es Kafka. Eb Kafka ve una radical
negatividad respecto del mundo existente. Pero si vos querés leer “La metamorfosis” lo
compras y lo pagas. No pasa por ahí. Es el modo en que ese objeto que está dentro de la
sociedad capitalista se relaciona con esa sociedad en la que está. En el caso del arte
autónomo, ¿cómo se relaciona? Saliéndose de la sociedad en la que está, porque salirse
significa separarse, para tener esa mediación crítica.
Esta dimensión utópica tiene que ver con algo que Adorno define en la página 83:
“Las obras de arte al estar ahí postulan la existencia de lo no existente y entran en
conflicto con su real inexistencia.”
Voy a hacer un paréntesis y les voy a contar algo para que se relajen hasta cierto
punto. Adorno es muy difícil. Está en oferta en calle Corrientes las cartas que Adorno
intercambió con sus padres. Es una edición de Paidós. Adorno emigra y hay una primera
instancia en que él está en Estados Unidos y sus padres en Cuba. Ahí hay cartas. Luego
los padres van a Nueva York donde estaba Adorno, entonces deja de haber cartas. Como
ya dijimos, el financiamiento del Instituto surge en California. Adorno se va a California
y se vuelven a cartear. Adorno saca un libro de filosofía, se lo manda a los padres. Pasa
una semana, dos semanas, un mes y ellos no dicen nada. Adorno se pone mal, sobre
todo con la madre, y les dice “les mandé el libro, no me dicen nada”. Y creo que es la
madre la que le dice “mirá, Teddy, no entendemos nada”. Él responde (tómenlo como un
consuelo relativo, no se recuesten en lo que voy a decir): “cuando yo leo un libro de
filosofía, tampoco entiendo todo”.
Cuando yo leí que Adorno decía esto, me calme un poco. Porque yo tampoco
entiendo todo. Si hay partes que les resultan muy oscuras, es porque lo son. Hay algo
que Adorno tiene que es muy colosal: procuraba ser dialectico también en su escritura.
Procuraba que la tensión dialéctica de la contradicción estuviese en la escritura.
Las obras de arte al estar ahí –es decir por su sola existencia– postulan la existencia
de lo no existente. Postulan. No es que representan ni afirman: postulan. Eso que no
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Hay una exigencia implícita en esa promesa de lo no existente como pudiendo ser
existente está también la exigencia, por precaria que sea. Es obviamente la precariedad
del arte frente al mundo existente. En esa posibilidad de existencia de lo que no es
posible en el mundo empírico está la dimensión utópica del arte autónomo.
Ahora bien, hay algo clave también ahí. Eso no existente tiene que ser postulado,
prometido, pero no ofrecido como una especie de utopía explicita, como un mundo ideal
que la obra ofrezca. Eso implicaría, para Adorno, un corrimiento de la forma al tema y
de la negatividad a la afirmatividad. Eso no existente no es cuestión de afirmarlo. No se
trata de explicitar la utopía a nivel del contenido. Eso implicaría resolver la tensión
dialéctica en un afirmación: proponer (en el sentido de ofrecer en la novela) un mundo
mejor es incurrir en una instancia de afirmatividad. Un poco en el sentido en que Marx
se avoca a la crítica del mundo capitalista, más que a la propuesta de cómo sería un
mundo comunista. Se trata de postular o de prometer, no de una representación de ese
mundo ideal. Adorno dice que ese arte podría ser fácilmente asimilado. El mundo
capitalista asimila sin problemas un arte que proponga un mundo mejor. Justamente el
arte tiene que desde su propia forma (ya volveremos sobre esto) negar el mundo
existente y plantear una exigencia implícita de que el mundo no sea como es, de que
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puede haber un mundo distinto al que existe actualmente, si hacer de eso una
afirmación.
Por eso Adorno va a decir que lo que se siente como utopía es solo la negación de
lo existente. La utopía tiene que plantearse como una exigencia de que lo que no es
posible en el mundo existente sea posible pero solo como negación. No como
afirmación en el sentido de propuesta de ese mundo. De eso habla Adorno cuando dice
“sostenerse en su negatividad”. Negatividad que, además, va a ser dada en las formas.
Ni la teoría ni el arte mismo pueden hacer concreta la utopía. Ni siquiera en forma
negativa. Lo nuevo nos ofrece una enigmática imagen del hundimiento absoluto y solo
por medio de su absoluta negatividad puede el arte expresar lo inexpresable: la utopía.
Esa utopía es inexpresable. En cuando a que expresarla, proponerla, afirmarla es
resolverla en afirmación. La negatividad es expresarla como inexpresable. Es solo la
exigencia implícita de que lo no existente en el mundo pueda existir.
Profesor: Para mí fue muy reveladora la lectura de las cartas de Adorno, porque su
posición teórica es de un tono apocalíptico muy drástico, muy radical. Adorno sostiene
su apuesta a un arte radicalmente resistente, radicalmente negativo. Porque le concede a
la industria cultural un poder muy grande de captación e integración. Por lo tanto, el
gesto de lo que resiste a ser integrado tiene que ser muy radical.
Por eso, Adorno opta por las vanguardias -aunque como ya dijimos le plantean la
objeción de si esa fascinación por lo nuevo no puede ser cooptada y responder de modo
involuntario a la lógica de la moda del mercado-. Cualquier forma menos radical
Adorno la va a ver disponible para ser cooptada. El arte en el que Adorno va a pensar
apunta siempre a expresiones artísticas que se plantean como una resistencia. Sobre la
música, Adorno dice que tiene que ser música que nunca pueda ponerse en salas de
espera.
No es que Adorno no apreciara a Mozart, pero ahí vemos un ejemplo muy claro del
modo en que la sociedad existente puede captar y utilizar la forma de arte elevado e
inscribirla en la lógica de la publicidad. O el caso de Miró: en Catalunya hay un banco
cuyo logo esta tomado de Miró. Es decir: ese tipo de expresión estética que en algún
momento surgió para romper con las coordenadas de gusto estético, hoy en día no es
solo por la historicidad de las vanguardias que no sigue siendo una ruptura sino que
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Adorno, sobre todo, apunto a la música porque él era un gran crítico musical. Si
bien trabajo mucho sobre literatura, Adorno tuvo un recorrido muy sólido como crítico
de música, como teórico de la música y aún como músico. Así como las imágenes
plantean un motivo inicial de recelo comprensible para lo que estamos planteando, la
música le abre las mayores posibilidades porque es pura forma, no representa. Esto no
quiere decir que la música de por sí se resuelva en negatividad. Las vanguardias
musicales son las que van a aportar la expresión más potente de esa expresión radical;
música que, dice Adorno, nunca va a poder ser puesta en salas de espera.
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Cuando antes hablábamos de una lógica inmanente como rasgo propio del arte
autónomo, inmanente es lo contrario de trascedente. Pero no trascendente en el sentido
espiritual, religioso, sino que trascedente es lo que va más allá de sí. Inmanente es lo
que no precisa ir más allá de sí. La inmanencia del arte autónomo radica precisamente
en ese para sí, en ese bastarse. Es decir: una vertiente que proviene de las definiciones
de Kant, fundante de la concepción autónoma del arte. En la Crítica del juicio, Kant
habla del arte en términos de una “finalidad sin fin”. Esta noción reaparece en Adorno
para concebir la autonomía porque la finalidad supondría lo contrario de la inmanencia:
es tener un fin más allá de sí mismo, es tener un para qué. El arte procede como si
tuviera un para qué, pero no lo tiene: es un para sí. Por eso hay ahí una formulación
destinada a consagrar la noción de autonomía artística: el arte no tiene un para qué,
procede como si lo tuviera, pero no la hay.
Aquí llegamos a la idea de que si alguna función tiene el arte, ésta radica en su falta
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de función. Porque este para sí de la inmanencia es por sí mismo una negación del para
qué que domina la sociedad actual. La lógica social dominante impone el para qué: todo
tiene que ser útil, todo tiene que servir para algo.
Estudiante: Para que la obra autónoma sea conocida, tiene que entrar en el sistema
de distribución (...)
Profesor: Sí y no. Es clave la diferencia con Bürger. Bürger tiene una visión más
sociológica en este punto. Al hablar de “institución arte”, Bürger está colocando la
autonomía y la eventual resistencia en las formas de circulación y en las formas de
validación del arte: las críticas, los museos. Adorno lo inscribe en la propia inmanencia
formal de las obras que ofrecen su resistencia objetiva aún a cualquier forma de
distribución. Pero esa resistencia viene dada desde la propia forma.
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sala de espera.
Me adelanto y pongo otro ejemplo: Beckett. Beckett además entendía, pero no pasa
por la compresión y la intención sino por la objetivación formal de aquello que va a
ofrecer resistencia a una fácil asimilación y a un fácil consumo. Plantea una exigencia
objetiva a la recepción estética.
Este es también su punto ciego: si plantea una exigencia objetiva tan grande a la
recepción, si se contrapone tan fuertemente a los modos establecidos de consumo de los
objetos culturales de la sociedad existente, ¿cómo es que concretamente lograría
difusión o divulgación? Es un asunto que Adorno dice que queda fuera de la cuestión.
El arte tiene que objetivar su denuncia del mundo y plasmar una resistencia aún al
precio de no llegar a su destinatario. Porque no hay modo de llegar al destinatario, tal
como ese destinatario es, sin hacer concesión a la lógica social dominante. Pero si se
hace esa concesión, se sacrifica el carácter crítico.
Profesor: Para Adorno, no. La apuesta de Adorno de un arte crítico que postula la
exigencia de una trasformación del mundo transcurre sobre el telón de fondo de la
experiencia del fascismo y el nazismo. Si bien la Teoría estética es de los años sesenta,
esa experiencia no se va nunca de la mirada de Adorno. Es tal la fuerza contra la que
hay que resistir, tiene que ser la radicalidad de una pura resistencia en la negación.
Negación a la que el artista puede llegar por la objetividad inmanente de sus propios
materiales y sus formas. De algún modo es una derivación inmanente del propio
desarrollo formal, en la medida en que ese desarrollo es propio de la autonomía: un
artista que responde a las exigencias de su propio arte. Es la función social en la falta de
función. Tampoco se harán concesiones tampoco a la divulgación: en esa concesión se
sacrificaría el efecto crítico. Cualquier utilidad implica una reconciliación con el
mundo, aún una utilidad revolucionaria.
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“De las mediaciones que existen entre el arte y la sociedad la que se refiere a la
materia, al tratamiento claro o encubierto de temas sociales, es la más superficial y
engañosa.”
Esto ya nos va direccionando hacia el tema de la forma. Adorno viene a quebrar con
el presupuesto de que el arte cumple una función social cuando el arte es contenidista.
Hasta ahora teníamos o teorías de lo social o teorías de lo formal. Adorno supera
dialécticamente esa dicotomía porque va a inscribir lo social en lo formal.
Continúa:
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“Las luchas sociales, las relaciones entre las clases quedan impresas en
la estructura de las obras de arte. Las posiciones políticas en cambio que
ellas puedan adoptar son sólo epifenómenos que sirven normalmente como
un impedimento para su estructuración y finalmente también para su verdad
social.”
Es decir que esa posición política que se puede asumir desde la posición de autor no
garantiza nada y hasta puede ser un impedimento. Lo social entendido como lo entiende
un marxista, es decir, las relaciones de lucha entre las clases “quedan impresas en la
estructura de las obras de arte”.
Recordemos por dónde empezamos: la idea de que la teoría crítica es también una
forma de hacer. La crítica de los intelectuales de la Escuela de Frankfurt a la división
entre teoría y práctica. Reencontramos una observación de esta índole a propósito del
arte: no tiene que ser llevado a la praxis sino que es una figura de la praxis. Y no tiene
que excusarse porque no obre directamente, porque la ilusión de un arte de compromiso
es que la práctica influya de manera directa. No tiene que excusarse porque la relación
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de arte y sociedad no es directa y no tiene que serlo. Ni siquiera, agrega Adorno, podría
conseguirlo aunque lo quisiera. La eficacia política de las obras llamadas
comprometidas es muy incierta.
Ese arte de contenidos sociales y de mensajes pedagógicos enseña algo que ya todo
el mundo sabe. ¿Quién no sabe que los ricos explotan a los pobres? Y continúa:
Subraya esto que venimos marcando: la función crítica de la falta de función está en
la forma y no es los contenidos que una obra pueda tener. Por eso Adorno es la página
302 dice: “la forma es el lugar del contenido social en las obras de arte”. Es una
superación particularmente extraordinaria de la vieja dicotomía forma-contenido.
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Por eso para cierto tipo de literatura, una de las preguntas más fatales es “de qué va
la novela”. Lo cual obliga a referirse al contenido sin la forma. Para esta concepción, no
existe contenido sin forma: porque el contenido existe atravesado por la forma.
La cuestión es cómo aparece lo social en el arte. Ahora vamos a ver los casos
concretos que él toma. Aquellos materiales de lo social aparecen en la obra sometidos a
la lógica de su configuración. No aquello que una obra dice temáticamente sino aquello
que las formas dicen implícitamente sobre aquello de lo que la obra pueda tratar. Lo que
existe en la obra de arte autónoma, aparece necesariamente supeditado a la lógica
formal de su construcción. De ahí la idea de que lo social está en la forma.
Por eso Adorno va a decir que lo negado (lo negado es el mundo existente) está al
mismo tiempo adentro y afuera de aquello que lo niega (es decir, el arte). La sociedad
está afuera de una obra y, al mismo tiempo, está adentro, pero negado. Por eso, el arte
autónomo no es arte por el arte: porque la negación del arte por el arte es una negación
de exterioridad. La negación dialéctica es que aquello que ésta siendo negado está fuera
de la obra de arte y a la vez está adentro, pero negado mediante la forma. Aquello social
que pueda aparecer en la obra de arte, aparece sometido a una lógica propia que es la
contraria a la social. Dice Adorno: “No hay arte que no contenga en sí, en forma de
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Esto implica que hay un tono dominante en la composición, es el tono que predomina,
es el tono con el que la música comienza y termina, y todos los otros sonidos de la
composición quedan jerárquicamente supeditados al tono dominante. La música atonal
busca romper con esa premisa. Escuchen algo de Schönberg.
Como nuestro oído está educado en la tonalidad, está música nos parece cualquier
cosa. Se sale de ese principio de jerarquización tonal. Para Adorno ahí se juega una
liberación. La música es puramente forma. En una sociedad de dominación y de
jerarquía, la música atonal en su pura forma se constituye en la negación de la
jerarquización y la dominación del mundo social existente, porque en su pura forma
expresa la posibilidad de una liberación.
A diferencia de lo que Adorno considera que pasa con los solos del jazz. Parecen
salirse del formato dominante y escapar, pero terminan luego totalmente atrapados en la
melodía. En cambio, la atonalidad ve en la pura configuración formal de las obras la
constitución de una instancia que niega la lógica social dominante de jerarquía y de
verticalidad.
Gracias por todo. Nos vemos, en lo que a mí respecta, el día del final.
Estudiante: (Aplausos)
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