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Inicio General El capitalismo alemán y los orígenes del nazismo: La Liga Antibolchevique (1918)...
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La Primera Guerra Mundial, una guerra de rapiña, de claro carácter imperialista, dio la
entrada «oficial» al Siglo XX. Durante los cuatro años del conflicto (1914-1918), las
potencias imperialistas se embarcaron en una lucha fratricida y sangrienta en su afán por
repartirse el mundo. Como es sabido, en juego estaban colonias, abundantes recursos
naturales y mano de obra barata.
Otros historiadores como Jacques R. Pauwels afirman que la guerra también fue lanzada en
1914 con otras pretensiones: Acabar con el ideal internacionalista y socialista que
existía entre gran parte de la clase obrera europea mediante el fervor nacionalista y bélico,
militarizar el «rebelde» movimiento obrero, acabar con la posibilidad de una posible
revolución de «los de abajo» y, por último, frenar el proceso de democratización que
inició la Revolución Francesa mediante la puesta en marcha de gobiernos autoritarios
con la excusa del contexto bélico (Pauwels, 2016: 19). Sin embargo, contradictoriamente,
esta misma guerra terminó creando las condiciones para una auténtica ola revolucionaria
que hizo temblar los cimientos del orden capitalista en toda Europa: Rápidamente, el
cansancio por una sangrienta guerra que no acababa y las nefastas condiciones para la
mayoría de la población europea – especialmente la alemana debido al bloqueo aliado –,
hizo que el clima revolucionario se propagara por todo el continente, especialmente tras el
triunfo de la Revolución Bolchevique en Rusia, la «llama» inicial de la revolución. Se
avecinaba el fin del orden establecido, o al menos eso parecía, especialmente en la
Alemania revolucionaria de 1918-1919.
Espartaquistas armados controlando una calle en Berlín durante los combates de enero, 1919. Fuente:
Wikipedia.
Esta misma Revolución de Noviembre (1918) obligó a los representantes de todas las
fracciones de la clase dirigente (con la burguesía monopolista al frente) a alinearse con la
posición de los partidarios de la colaboración con la socialdemocracia y sindicatos
reformistas para evitar el bolchevismo y consolidar el orden burgués, una posición
impensable unos pocos años antes. En otras palabras, la clase dominante europea,
especialmente la alemana, «aceptó» algunas concesiones y demandas populares
(mayor democratización, fin de una institución como la monarquía asociada al antiguo
régimen, mayores derechos laborales y civiles…) buscando mantener el orden y evitar
mayores «peligros»: el comunismo y los «soviets» o consejos obreros, famosos tras
los acontecimientos revolucionarios en Rusia.
De esta forma, la prioridad para la oligarquía financiera y las otras capas de la clase
dominante era acabar con el peligro revolucionario más inmediato (los espartaquistas),
pero para hacerlo la clase dominante no solo se apoyó en el ejército y los Freikorps: Cada
vez veían más necesario conformar un movimiento de masas capaz de plantar cara al
comunismo, en aquel momento en pleno ascenso por toda Europa y con una notable
influencia entre la clase trabajadora. Una de las muchas plataformas nacidas con estos
mismos fines fue la Liga Antibolchevique, creada a principios de diciembre de 1918 por
el joven publicista conservador Eduard Stadtler (uno de los impulsores iniciales del
«nacional-socialismo») con el apoyo de grandes industriales y banqueros alemanes.
Eduard Stadtler, antiguo miembro del Partido de Centro (Zentrum), luchó en el frente
oriental durante la Primera Guerra Mundial hasta ser hecho prisionero por el Ejército Ruso
en 1916. Fue liberado en 1918 y trabajó tres meses para el agregado de prensa alemán en
Rusia, antes de regresar a Alemania en agosto. Desde entonces, en nombre de la Oficina
de Prensa de la Guerra del Ejército, Stadtler actuó en varias ocasiones como orador
anticomunista. El 1 de noviembre de 1918, por ejemplo, realizó una exposición en la gran
sala de la Filarmónica de Berlín sobre el «Bolchevismo como amenaza mundial» (Petzold,
1982: 44).
En octubre fundó con Karl Helfferich – miembro de la junta directiva del Deutsche Bank
por el que Stadtler trabajó en la embajada alemana de Moscú (Feldman, 1998: 553) – la
«Asociación de Solidaridad Nacional y Social» (Opitz, 1988: 93). En abril de 1919, este
círculo fundó el semanario conservador «Das Gewissen», cuya primera edición escrita por
Stadtler se titulaba: «Socialismo alemán contra Oriente y Occidente» (Opitz, 1988:
99). Los ideólogos más importantes del seminario fueron Heinrich von Gleichen, Max
Hildebert Boehm y Arthur Moeller van den Bruck, siendo este último el autor del
controvertido libro «El Tercer Reich» (Das Dritte Reich), publicado en 1923. Esta serie de
personalidades jóvenes conservadoras, muchos de ellos admiradores de Mussolini, se
oponían a la democracia parlamentaria y defendían la necesidad de un nuevo movimiento
político que abrazara tanto al socialismo como al nacionalismo en una forma «única» de
fascismo alemán.
Junto con gente afín al proyecto, formó un «comité de acción» y presentó un «programa de
rescate». Se preveía, entre otras cosas, la creación de una editorial para la edición y
publicación folletos propagandísticos anti-bolcheviques, panfletos populares bajo el título
“Antispartakus” para su distribución masiva por partidos y otras organizaciones, un ciclo de
conferencias, la formación de agitadores y oradores, y el establecimiento de un servicio de
prensa y noticias anti-bolcheviques.
Esta adopción del concepto de socialismo, que hasta entonces había estado claramente
vinculado a la izquierda, también fue inicialmente aprobada por el industrial Hugo Stinnes
(Opitz, 1988: 69, 280). En enero de 1919, Stadtler habló en Düsseldorf en una reunión con
industriales del Ruhr sobre su concepto de «socialismo alemán» (Petzold, 1982: 53). En
la propaganda de la liga, los conceptos de consejo, revolución y socialismo fueron vaciados
de su contenido político y social, se volvieron anticomunistas y se utilizaron como medio de
movilización nacionalista de amplias capas.
El 10 de enero de 1919 – en plena huelga general en Berlín y con combates entre los
trabajadores armados y los Freikorps (junto con las tropas leales el gobierno) – alrededor
de 50 altos representantes de la industria, comercio y banca alemana se reunieron y
establecieron un fondo anti-bolchevique de empresarios alemanes. Paul Mankiewitz,
director ejecutivo del Deutsche Bank, organizó la reunión en las instalaciones de
Flugverbandhaus (Berlín) en donde Stadtler pronunció un discurso titulado «El bolchevismo
como amenaza mundial». Entre los participantes invitados, que debían presentarse en
persona, figuraban el conocido Hugo Stinnes (uno de los industriales más poderosos de
Alemania), Albert Vögler (industrial del acero cercano a Stinnes), Carl Friedrich von
Siemens (CEO de Siemens 1912-1919), Otto Henrich (CEO de Siemens 1919-1920),
Ernst Borsig (industrial, financiador de los Freikorps y futuro financiador inicial del partido
nazi) y Felix Deutsch. Entre ellos también estaba Arthur Salomonsohn, un banquero del
Disconto-Gesellschaft, futuro presidente del consejo de supervisión del Deutsche Bank y
miembro del Partido de la Patria Alemana (Deutsche Vaterlandspartei). A modo de ejemplo
de la descarada línea anexionista de todas estas personalidades, en mayo de 1918,
Salomonsohn escribió al Secretario de Estado del Tesoro del Reich: «Rusia […] es una
colonia a las puertas de Alemania que promete abundantes empleos para el comercio y la
industria alemana durante muchas décadas por venir. La apertura de esta colonia alemana
está a la orden del día» (Schumann, 1975: 154).
En cualquier caso, este enorme fondo estuvo controlado por Karl Fehrmann, un hombre
de confianza de Hugo Stinnes (Feldman, 1998: 553), y aunque mayoritariamente se usó
para financiar a los Friekorps también fluyó generosamente por diferentes grupos y
organizaciones anti-bolcheviques, entre los que destaca la «Asociación para Combatir el
Bolchevismo» (Vereinigung zur Bekämpfung des Bolschewismus); el «Consejo de
Ciudadanos del Reich», cuya rama en Berlín estaba liderada por el industrial y miembro
del consejo de supervisión del Deutsche Bank, Salomon Marx; la «Defensa Ciudadana»
(Einwohnerwehr), una organización paramilitar de Baviera protegida y financiada por el
gobierno, ejército y Friekorps con vínculos con Ernst Röhm (futuro comandante de las
milicias del partido nazi); Las arcas de las tropas activas en ese momento y,
«sorprendentemente», también al Partido Socialdemócrata de Alemania (Stadtler,
1935: 46-49).
Por si fuera poco, parece que Stadtler también estuvo involucrado en los asesinatos de
Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. A principios de diciembre, un folleto distribuido por
Berlín en grandes cantidades proclamaba:
Como recoge Haffner, a pesar de estar firmado por ellos, los soldados del frente aún no
habían llegado a la capital en ese momento. Wolfram Wette responsabiliza a la Liga
Anti-bolchevique de esta incitación de asesinato (Wolfram, 1987: 312-313). Es muy
probable que, en efecto, la misma Liga y Stadtler estuvieran detrás del folleto, aunque
Haffner apunta directamente al gobierno socialdemócrata (Haffner, 2005: 159).
Según sus memorias, tras el final de los combates de enero de 1919 Stadtler visitó a
Waldemar Pabst – que recibía financiación de los industriales Hugo Stinnes, Salomon Marx
y Friedrich Minoux, entre otros – para convencerle de la «necesidad» de asesinar también a
los líderes espartaquistas, incluido Karl Radek, un revolucionario presente en Berlín en
nombre de Lenin. Supuestamente, Stadtler se lo justificó al oficial de la siguiente manera:
« […] Puesto que, por el momento, parece que no hay líderes de nuestro lado, lo menos
que podemos hacer es privar al otro lado de los suyos» (Stadtler, 1935: 52).
El uso del «socialismo» por parte de la clase dominante, una ideología política ligada
desde el principio a la clase obrera, un sector históricamente marginado de la política,
explotado y reprimido, también se explica por la fase en la que se encontraba el
capitalismo en aquel momento, etapa conocida como Imperialismo: Monopolios enormes
que controlan ramas enteras de la producción y distribución, un estancamiento económico
causado por este mismo monopolismo que hace que cada vez sea más difícil conseguir
beneficios o encontrar lugares donde invertir, una consecuente deriva reaccionaria que
convierte a los estados – encargados de mantener el orden y garantizar el flujo de sus
negocios – en enormes maquinarias burocrático-militares cada vez más represivas,
una negativa a conceder cualquier reforma o mejora social importante debido al
estancamiento económico ya mencionado sumado a la posibilidad que estas puedan dañar
la competitividad de sus negocios (y afectarles negativamente en el plano internacional,
donde compiten con otros países rivales), las constantes crisis de sobreproducción que
destrozan la economía, disparan la pobreza entre la población y que intensifican aun más la
explotación hacia la clase trabajadora, que tarde o temprano se agrupa, se organiza y se
empieza a interesar por las ideas socialistas y un largo etcétera que vino a confirmar que
los antiguos métodos de represión hacia la clase trabajadora y difamación contra
el socialismo simplemente no servían.
Propaganda del Partido de Centro (católico) contra el Partido Socialdemócrata de Alemania, 1912: «¡La
socialdemocracia está contra la política mundial, contra las colonias, contra el ejército y la marina! ¡Abajo
los rojos traidores a la patria!». Fuente: Museo Histórico Alemán, Berlín.
Además, según Kurt Gossweiler, gran parte de la clase dominante llega a la conclusión que
no puede gobernar ni lograr sus objetivos imperialistas solamente con el apoyo
de las capas burguesas y pequeñoburguesas (un sector minoritario de la sociedad) y
sin un apoyo importante dentro de la clase obrera (Gossweiler, 2006: 111-112), un
sector muy importante por su posición en la producción y, como demuestran las huelgas de
inicios del Siglo XX, con posibilidad de causar grandes pérdidas a las empresas y a la propia
economía del país.
Por otro lado, antagónicos a esta visión se situaban los representantes de la «línea dura»,
de la política represiva y de la negativa a cualquier concesión a las organizaciones
de la clase obrera. Este sector era fuerte en la industria pesada y, evidentemente, entre
los grandes terratenientes (los Junkers). Sus razones eran variadas, pero principalmente
porque se trataban de ramas industriales menos rentables que las jóvenes industrias y
mucho más expuestas a una competencia cada vez más fuerte de los mercados exteriores
(Gossweiler, 2006: 112).
En realidad, estas visiones son dos caras de una misma moneda. Aunque el
capitalismo pueda permitirse apaciguar temporalmente a parte de los trabajadores y
comprar a sus representantes, a la vez tiende globalmente a ceder cada vez menos
reformas y mejoras sociales debido a su estancamiento económico y crisis cíclicas, da
menos margen a los políticos reformistas y termina socando inevitablemente las libertades
democráticas de la población. Además, el capitalismo históricamente siempre ha buscado
perpetuarse y utilizar tanto la «zanahoria» de la democracia burguesa y de las
reformas para apaciguar y calmar a la población, como las del «palo» de la represión
y eliminación de las libertades democráticas para mantener a raya al pueblo, siempre
en función de las necesidades y opciones que tenga en cada momento.
Sin embargo, la ola revolucionaria tras la Primera Guerra Mundial, el débil estado en que se
encontraban países como la misma Alemania y la capacidad real de que la clase obrera
tomara el poder al estilo bolchevique, hizo que hasta los sectores más reaccionarios
aceptaran colaborar temporalmente con la socialdemocracia. Pero es en este
momento donde la oligarquía financiera alemana, especialmente su sector más «duro», se
plantea los planes de cara el futuro, ahora mucho más profundos y ambiciosos: Poner
fin al tratado de Versalles por encima de cualquier cosa; la vuelta a las antiguas fronteras y
territorios del imperio alemán arrebatados por las potencias rivales imperialistas; la vuelta
de las colonias; quitarse de encima a una socialdemocracia que, por muy bien que hubiera
actuado en 1918-1919 frenando las tentativas revolucionarias y apaciguando a la
población, estorbaba; derrocar la joven República de Weimar y eliminar todas las
concesiones (laborales y civiles) dadas en un periodo donde la burguesía alemana se
encontraba débil y amenazada; volver a los estados autoritarios y monárquicos anteriores
a la guerra; y crear una base de apoyo para su política entre los trabajadores.
Pero sus planes no acababan ahí, pretendían además eliminar para siempre la
socialdemocracia (ya sea en su vertiente reformista o revolucionaria) y al movimiento
obrero organizado. A sus ojos, la etapa en la que se encontraba el capitalismo
(estancamiento económico, crisis económica permanente, inestabilidad política, guerras
constantes, militarización de la sociedad, lucha fratricida entre países imperialistas por
controlar el máximo de mercados en el exterior, conflictos con el movimiento obrero, auge
del comunismo con la Unión Soviética de referencia,…) lo hacia incompatible con la
democracia, con las libertades democráticas y con el parlamentarismo, por no
hablar de la posibilidad que el «rebelde» movimiento obrero se organizara y defendiese los
tímidos derechos adquiridos con la República de Weimar, e incluso aspirase a más.
Según Gossweiler, «la voluntad de destrucción del movimiento obrero se fusionó en esa
época con el deseo de adquirir un importante sostén entre los trabajadores para darle
respuesta a una nueva necesidad: la realización de la doble misión de aniquilar el
movimiento obrero y, simultáneamente, ganarse el apoyo de amplias capas de
trabajadores». (Gossweiler, 2006: 113).
No es casualidad pues, que en este mismo periodo (Primera Guerra Mundial) surgieran las
primeras tentativas y organizaciones para ganar una base de apoyo solida en la clase
obrera (Gossweiler, 2006: 113), siendo el uso del «socialismo alemán» (contrario al
marxista) o demagogia social anticapitalista claros ejemplos.
De hecho, ya antes del final de la guerra, estos banqueros e industriales del acero ya
estaban impulsando varias organizaciones con estos mismos objetivos, como lo fue el hoy
desconocido pero importante DAAP (Partido de los trabajadores y empleados
alemanes), el primer partido fascista moderno creado por la industria pesada en 1918 a
través del ultraderechista Partido de la Patria (Deutsche Vaterlandspartei, DVLP), lugar
donde Anton Drexler, fundador del DAP (Deutsche Arbeiterpartei) en 1919 y más
tarde mentor político de Hitler, se involucraría activamente (Gossweiler, 2006: 115).
Aunque la creación del DAP suele aparecer como una especie de reacción espontánea de un
grupo de personas de tendencia nacionalista y de status social más bien bajo – como el
propio Hitler o Drexler –, esta organización no solo nació claramente de su organización
antecesora, el DAAP, y asumió rápidamente los postulados históricamente defendidos por
el imperialismo alemán y la extrema derecha (cómo el propio Stadtler o la Liga
Pangermana, uno de los portavoces del gran capital), sino que también fue claramente
creada desde arriba, concretamente por las altas esferas económicas, políticas y
militares que gobernaron de facto Baviera tras el derrocamiento violento de la República
Soviética a manos de los Freikorps (Longerich, 2019: 53, 66).
Es en este contexto donde aparece Hitler, quien se encargó más tarde de crear una serie de
mitos que inexplicablemente aun perduran en no pocas obras bibliográficas o documentales
en televisión. A modo de instancia, el futuro dictador nunca fue enviado por el ejército para
«espiar» ni «vigilar» a un nuevo y desconocido partido llamado DAP en 1919 (Partido
Obrero Alemán – antecedente del NSDAP), ni tampoco llegaría a unas determinadas
posiciones políticas por iniciativa propia, como explicó él mismo años después (Longerich,
2019: 58).
En realidad, Hitler – hasta aquel momento alejado de la política, sin estudios, con nulas
perspectivas laborales y ante al temor a ser desmovilizado del ejército y perder su único
trabajo en aquel momento – fue adoctrinado e introducido en sus primeras ideas
«políticas» por el mismo ejército, a partir del cual pudo mantener su estatus como
soldado – su prioridad en ese momento – convirtiéndose en orador y propagandista
anticomunista y antisemita a sueldo de la Reichswehr, cuya obsesión en ese momento
no era otra que «adoctrinar políticamente a los soldados que regresaban de los campos de
prisioneros de guerra para vacunarlos contra tendencias revolucionarias» (Longerich, 2019:
58). Poco después, Karl Mayr, el mismo capitán de la Reichswehr que adoctrinó a Hitler, lo
envió al DAP como orador y propagandista con el fin de aumentar la influencia del partido
dentro del campo de la extrema derecha, que como parte de la Reichswehr estaba
apoyando y protegiendo activamente desde el aplastamiento de la República Soviética de
Baviera, siempre con el objetivo de alejar a la clase trabajadora del marxismo e
influir en favor de los intereses de la contrarrevolución (Longerich, 2019: 65).
A través de la figura del mismo Hitler, que no deja de ser un producto del capitalismo en
decadencia de aquella época, podemos ver cómo el imperialismo alemán, es decir, el
entramado económico, político y militar del capitalismo moderno alemán, plantó
las «semillas» del nazismo, creando las primeras organizaciones fascistas
(especialmente el DAAP y DAP) y «cuidándolas» desde un inicio a través de la propia
Reichswehr, el estado bávaro contrarevoluonario de 1919, grandes empresarios y
personalidades ultraderechistas. No podemos nombrarlas a todos, aunque sí debemos
destacar a algunas de estas personalidades y organizaciones claves en la creación y puesta
en marcha del partido nazi:
El ya mencionado capitán Karl Mayr, el «jefe» y mentor inicial de Hitler – más bien
adoctrinador – que introdujo a muchos de sus compañeros del ejército (Alois
Grillmeier, Ernst Röhm, …) y a sus mejores oradores anticomunistas (Hitler,
Hermann Esser,…) al partido, del cual también era miembro y financiador.
El General Franz Ritter von Epp, quien puso a disposición del NSDAP 60.000
Reichsmarks de fondos secretos del ejército (junto con otros 56.000 RM del
empresario Gottfried Grandel) para que el partido adquiriera el Völkischer
Beobachter, el periódico oficial del partido (Longerich, 2019: 83)
Fritz Thyssen, un industrial del acero que en octubre de 1923 entregó al general
Ludendorff 100.000 marcos para el NSDAP, una cifra escandalosa debido a la
inflación del momento (Gossweiler, 2006: 115).
El mismo general Erich Ludendorff, dictador militar que gobernó Alemania durante la
Primera Guerra Mundial, defensor y figura clave dentro del campo nazi tras la guerra y
hombre de confianza de los industriales armamentísticos de la región del Ruhr
(Gossweiler, 2006: 18). Fue uno de los promotores iniciales de la leyenda de la
puñalada por la espalda, que más tarde recogería Hitler. Sus ideas ultraderechistas e
ultrareaccionarias llegaron a tal nivel de extremismo que incluso terminaron causando
malestar y discrepancias con el propio partido nazi.
Emil Kirdorf, uno de los magnates más poderosos del Ruhr, que no sólo financió
personalmente al partido y fue miembro desde 1927 sino que también amplió su círculo
de contactos con altas esferas del mundo empresarial.
Dr. Emil Gansser, químico alemán de Siemens y miembro del partido nazi desde
1921, sin olvidarnos de Karl Burhenne, jefe del departamento de política social de
Siemens que desde 1919 apoyó y financió al partido nazi durante sus primeros años.
(Longerich, 2019: 95)
El industrial del acero Ernst von Borsig (Turner, 1985: 70), financiador inicial de Hitler
que también consta como partícipe en la creación de la Liga Antibolchevique en 1918.
El nazismo actuó como tropas de coche contra el marxismo desde el principio. En la fotografía, Adolf
Hitler, de pie sobre la multitud y de espaldas, revisa a los soldados de las SA y su pancarta «Muerte al
marxismo». Alemania, 1926. Fuente: Library of Congress, Washington, D.C.
Y así sucedió. En este breve articulo no podemos anotar todos los empresarios, banqueros,
terratenientes y personas de la clase dominante que se unieron al partido nazi y lo
financiaron a partir de la segunda mitad los años 20, especialmente tras la crisis de 1929.
Sin embargo, los nombres son conocidos: Fritz Thyssen y su esposa Amélie Thyssen,
Wilhelm Keppler, Emil Kirdorf, Otto Dietrich, Kurt von Schröder, Walter Tengelmann,
Hjalmar Schacht, Emil Georg von Stauss (Deutsche Bank), Walter Funk, El príncipe
Augusto-Guillaume Hohenzollern, Alfred Hugenberg, el general Von Seeckt, el Junker von
Oldenburg-Januschau, Edmund Stinnes, Carl Friedrich von Siemens (Siemens), Poensgen,
Vögler, Friedrich Flick, Paul Reusch, Otto Meynen y Franz Reuter, Carl Bosch, Fritz Beindorff
(Deutsche Bank), Gustav Krupp, August Rosterg (Wintershall AG) …. la lista es
interminable. Animamos al lector a interesarse por todos los nombres y compañías que
apoyaron al partido nazi, algunos de los cuales aparecen en la reunión secreta de 1933, la
petición de la «Asociación de Política Económica de Frankfurt am Main» de 1931, la
Sociedad para el Estudio del Fascismo (1931), el Departamento de política económica del
NSDAP (1931) o en la Industrielleneingabe (petición industrial) de 1932, entre otras.
Nada más fue puesto Hitler al poder, el partido comunista y el movimiento obrero fue
brutalmente reprimido, ilegalizado y enviado en campos de concentración. Se
eliminaron las libertades democráticas, los salarios bajaron, los impuestos subieron y los
dividendos para las corporaciones incrementaron como nunca antes gracias al trabajo
esclavo, la inexistencia de sindicatos y los numerosos contratos estatales ligados
al rearme de la economía alemana buscando otra guerra de revancha, esta vez quizás con
mejores resultados que la de 1914.
Pero si algo define el horror nazi fue el holocausto, un genocidio masivo e industrializado
llevado a cabo a través de campos de exterminio, ejecuciones en masa y asesinatos que se
llevaría la vida de alrededor de 20 millones de personas, incluyendo 6.000.000 de
judíos, 6.000.000 de civiles soviéticos sumado a los 3.000.000 de prisioneros del Ejército
Rojo y cerca de 2.000.000 de polacos, sin olvidarnos de las 270.000 personas
discapacitadas, 30.000 comunistas alemanes (Allan Merson, 1999: 293) y 5.000
republicanos españoles asesinados en los campos nazis, por citar algunos de los grupos
considerados «inferiores» o «indeseables» para el régimen criminal de Hitler.
Mientras que para la humanidad, envuelta en una guerra terrible, este periodo fue un
infierno absoluto difícil de ni siquiera resumir en palabras, para otros fue un periodo
glorioso. Los mismos que entre 1914-1918 enviaron a la muerte a millones de soldados
buscando repartirse el mundo, los mismos que en 1917-1918 crearon las primeras
organizaciones fascistas modernas – y, en concreto, al partido nazi – buscando alejar a la
clase obrera del marxismo, los mismos que lo apoyaron durante los años veinte, los
mismos que lo pusieron al poder cuando los negocios peligraron y la democracia
parlamentaria resultaba incapaz de mantener el «orden», estos mismos lograron
increíbles beneficios.
Hitler con los industriales Albert Voegler (Vereinigte Stahlwerke), Fritz Thyssen (Thyssen AG) y Walter
Borbet (Ruhrstahl AG), fecha desconocida. Todos ellos financiaron al partido nazi antes de 1933 y, como
tal, se beneficiaron ampliamente durante la dictadura a través del trabajo esclavo y contratos estatales
ligados al rearmamento.
Una de estas corporaciones fue IG-Farben, y de alguna manera nos sirve para resumir la
naturaleza del nazismo y de su propio «creador», el capitalismo. IG-Farben nació en 1925
como unión de varias empresas químicas alemanas, entre las que encontramos BASF,
Bayer, Hoechst y Agfa. El jefe del consejo de supervisión de este enorme monopolio era
el industrial Carl Duisberg, que anteriormente había sido el CEO de Bayer. Años atrás,
Duisberg defendió y presionó para el uso de armas químicas durante la Primera Guerra
Mundial y en 1916, junto con Walther Rathenau y Hugo Stinnes, exigieron con éxito la
represión contra la población civil de la Bélgica ocupada y la deportación de civiles para la
realización de trabajos forzados (Thiel, 2007: 109).
Gracias a los trabajos del historiador Kurt Gossweiler tenemos constancia que ya desde
1927-1928 IG-Farben mantenía contactos y apoyaba de manera secreta al partido
nazi, y lo hacía a través de personajes cómo el propio farmacéutico Gregor Strasser, una
figura de supuesta tendencia izquierdista pero que tras ser derrotado y expulsado del
partido nazi se convirtió en director del grupo Schering-Kahlbaum, una empresa químico-
farmacéutica subsidiaria de IG-Farben en Berlín (Gossweiler, 2006: 98).
Aparte del empresario e ingeniero químico Werner Daitz, un pionero del nacional-
socialismo y miembro del partido desde 1931 cuyos trabajos serían difundidos más tarde
por IG-Farben (en el que también era director de empresa), otra figura relacionada con el
grupo fue Robert Ley, desde 1920-1921 químico de Bayer – posteriormente IG-Farben –
que mantuvo su puesto durante años a pesar de sus funciones como destacado dirigente
nazi. Al parecer, tras 1928, Ley seguía cobrando de IG-Farben aun estado desvinculado
del grupo, dinero que muy probablemente terminaría financiando actividades de
propaganda cómo el periódico nazi Westdeutscher Beobachter (Gossweiler, 2006: 99).
Otro personaje con vínculos con IG-Farben fue el infame empresario químico Wilhelm
Keppler, miembro del partido nazi desde 1927, asesor económico de Hitler y en general
una persona con importantes conexiones con el mundo empresarial. Al parecer, años antes,
Keppler había actuado como intermediario de IG-Farben en un intento para hacerse con
el control total de las plantas químicas Odin GmbH en Eberbach-sur-Neckar, proceso en el
que también estuvo involucrado el banquero Kurt von Schröder. Años después, el 4 de
enero de 1933, Wilhelm Keppler y Kurt von Schröder organizarían la reunión secreta entre
Hitler y Franz von Papen donde se acordó la formación de un nuevo gobierno y, por lo
tanto, el inicio de la dictadura fascista en Alemania. Más tarde, y entre muchas otras
«tareas», Keppler presidió el consejo de supervisión Braunkohle-Benzin AG, una
empresa subsidiaria de IG-Farben dedicada a la destilación de combustibles y otras
necesidades para las fuerzas militares alemanas durante la Segunda Guerra Mundial.
Por si fuera poco, IG-Farben consta como como el mayor donante en la Reunión
secreta de 1933, donde la oligarquía financiera alemana donó 2,071,000 Reichsmarks
(equivalente a casi 9 millones en la actualidad) para apoyar al partido nazi frente a las
elecciones parlamentarias de marzo. (Nazi Conspiracy and Aggression VII, 1946: 501)
Heinrich Himmler (segundo por la izquierda) visitando la planta de IG-Farben en Auschwitz, julio de
1942. Fuente: Wikipedia
Pero si por algo es conocida IG-Farben es por haber usado mano de obra esclava de los
campos de concentración (incluyendo 30.000 en Auschwitz), por estar involucrada en
experimentos médicos con reclusos tanto en Auschwitz como en Mauthausen y por
tener el 42,5% del accionariado de Degesch, una empresa química que tenía la patente
del infame Zyklon, un pesticida cuya variante «Zyklon B» acabó con la vida de más de un
millón de personas en las infames cámaras de gas durante el Holocausto (Bartrop, 2017:
742). A través de las empresas Tesch & Stabenow GmbH (Testa) y Heerdt-Linger (Heli),
Degesch vendió el gas venenoso Zyklon B al ejército alemán y las Schutzstaffel (SS).
Durante los años 1938 a 1943, Degesch fue extremadamente rentable y mientras millones
de persones sufrían en sus carnes el infierno del holocausto, IG-Farben recibió
dividendos por el doble del valor de sus acciones (Hilberg, 2003: 952).
Prisioneros judíos en Monowitz, Auschwitz. 1941. Fuente: Wikipedia. La esperanza de vida de los
trabajadores judíos en el complejo industrial de IG-Farben era de tres a cuatro meses; para los que
trabajan en las minas periféricas, solo un mes. Aquellos considerados no aptos para trabajar eran
gaseados en el infame Auschwitz II-Birkenau. Para 1944, el total de trabajadores esclavos ascendía a
80.000 y se estima que 10.000 prisioneros del campo de concentración de Auschwitz perdieron la vida
trabajando para IG-Farben.
Bibliografía:
PAUWELS, Jacques: The Great Class War 1914-1918, James Lorimer & Company LTD.,
Publishers, Toronto (Canada), 2016.
GOSSWEILER, Kurt: Hitler, l’irrésistible ascension? Essais sur le fascisme, Éditions Aden,
Bruselas (Bélgica), 2006.
The Trials of the War Criminals Before Nuremberg Military Tribunal, 1946. [Disponible
online]
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