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8.

Wendy Brown llevaba mucho tiempo dándole vueltas. Había analizado el neoliberalismo
durante años, conocía los efectos de sus políticas, las consecuencias de la imposición de su
programa. Había visto el crecimiento salvaje de la desigualdad, el cierre de industrias que
eran rentables, las reuniones en los pasillos que decidían el destino de países enteros.
Había estudiado a sus partidarios, a todos aquellos devotos del capital que predicaban sin
descanso en los medios de comunicación contra los servicios públicos, contra los
impuestos, contra las políticas de distribución de la renta, que se reían de los que habían
perdido su trabajo llamándoles vagos, parásitos, acusándoles de no es esforzarse lo
suficiente.

También había estudiado a sus críticos, estaba de acuerdo con el análisis que hacían sobre
las consecuencias de las políticas neoliberales. Como ellos, también creía que el aumento
de la desigualdad, la mercantilización de cada vez más aspectos de la vida, el incremento
de la capacidad de influencia de las corporaciones en los gobiernos y la inestabilidad
económica eran las consecuencias más graves de las políticas neoliberales, porque
implicaban paro, pobreza, pérdida de derechos. Sin embargo, había algo que no le
terminaba de encajar en todo aquello. No estaba de acuerdo en la forma en que esos
críticos entendían el neoliberalismo. Para ella, el proyecto neoliberal era mucho más que un
conjunto de políticas estatales o una fase del capitalismo. Tampoco creía que fuese una
mera ideología que tuviese como fin aumentar los márgenes de rentabilidad para las clases
altas. Era cierto que las clases altas se habían enriquecido mucho con las políticas
neoliberales y que por eso las apoyaban y presionaban para imponerlas, pero Brown creía
que el neoliberalismo era algo más que eso. El proyecto neoliberal no era una simple
agudización del funcionamiento del capitalismo, sino un orden distinto, con una racionalidad
diferente. Por supuesto tomaba muchos elementos del capitalismo y seguía una lógica
similar, pero tenía otra forma de entender a los sujetos y la forma en que se relacionaban
entre ellos. El rasgo clave era que promovía la economización de todos los aspectos de la
vida humana, la extensión de valores y prácticas propias de la esfera económica a ámbitos
que hasta entonces habían quedado fuera de las relaciones de mercado.

A simple vista, esto podía parecer una mera extensión del capitalismo, pero era mucho más,
el proyecto neoliberal buscaba conformar sujetos diferentes, con unos valores, unos
deseos, unas prácticas y unas formas de relacionarse distintas a las que había promovido el
capitalismo. Ya no se trataba de conformar sujetos-trabajadores que cumpliesen con una
determinada tasa de productividad de forma disciplinada dentro del horario laboral y luego
consumiesen durante su tiempo de ocio. El neoliberalismo quería sujetos-empresa,
individuos que se comportasen como una corporación en todos los ámbitos de su vida.
Todo debía estar sujeto a la lógica empresarial. Los individuos debían comportarse en todos
los ámbitos de su vida como empresas que buscasen maximizar sus beneficios. Esto
implicaba mercantilizar aspectos que antes estaban fuera del intercambio monetario, como
la gestación de bebés, pero también introducir la lógica económica en ámbitos que no
implicaban intercambio de dinero. Así, por ejemplo, se hablaba de gestionar sentimientos, o
se veía como una pérdida de tiempo las relaciones que se habían acabado, como un
recurso que se hubiera desperdiciado.
En el proyecto neoliberal no hay nada fuera del mercado, no existe ninguna esfera que no
sea la económica. Ya no basta con tener un trabajo, también hay que vender los trastos
viejos que no se usan en Wallapop, alquilar la habitación vacía en AirBnB, colgar en
Blablacar la plaza libre del coche. Por supuesto, mucha de esta monetización se debe a la
necesidad de obtener ingresos extra debido a los bajos salarios y las malas condiciones
laborales, pero también hay una cierta sensación compartida de que el ocio que no se
monetiza es una pérdida de tiempo. Los sujetos son empresas moviéndose dentro del
mercado, y las empresas están para hacer dinero. Todo lo demás son gastos que deben ser
eliminados, malas inversiones que suponen un lastre.

La perspectiva de Brown era interesante porque permitía entender el neoliberalismo no solo


como un salto cuantitativo respecto al capitalismo, sino como algo cualitativamente distinto,
que amplifica sus lógicas pero que también tenía un proyecto diferente para la sociedad y
para el ser humano. Aunque ella no lo sugería, esto quizá permite avanzar un paso más y
sostener que el neoliberalismo fue la primera ideología propia de la posmodernidad. Si
entendemos la posmodernidad como el marco cultural que surge a finales de los años
setenta y comienza a asentarse en la década siguiente, el neoliberalismo habría sido la
primera ideología desarrollada dentro de este marco. Pero no es solo una ideología
posmoderna por una cuestión cronológica, sino también porque comparte muchos de los
rasgos propios de la posmodernidad, como la fragmentariedad, el cuestionamiento del
pensamiento binario o el descrédito de los grandes relatos. A diferencia de las ideologías
propias de la Modernidad, el neoliberalismo ya no ve el mundo en pares de opuestos, como
trabajador-empresario: todos somos empresas, todos trabajamos e invertimos, consumimos
y producimos a la vez. Tampoco cree en las instituciones que marcaron la Modernidad,
como el Estado o la Nación. Para el neoliberalismo no hay grandes relatos, no hay
horizontes utópicos, no hay futuro ni progreso. No hay nada similar a las revoluciones
liberales de la Modernidad, a las grandes discursos, a las declaraciones recogidas en cartas
constitucionales, en declaraciones de independencia. Todo es fragmentario, coyuntural y
guiado únicamente por la obtención del beneficio. No existe la sociedad, dice Thatcher, solo
los individuos.

Como todos los procesos históricos, el proyecto neolioberal no se asienta de una vez, no lo
hace de forma lineal ni en todos los lugares al mismo tiempo y no supone una ruptura total y
completa con lo anterior. Mantiene instituciones propias de la Modernidad que le sirven para
garantizar el orden social aunque no pertenecen propiamente a su proyecto, como el Estado
o la familia. Tiene altibajos, idas y venidas, se alía con el conservadurismo cuando le resulta
útil. Sin embargo, sus líneas de tendencia son claras y avanza por ellas cuando no
encuentra resistencia. Su horizonte es la sumisión completa a la economía de todos los
aspectos de la vida, la mercantilización absoluta de todos las relaciones sociales, y siempre
avanza en esa dirección.

Como sucedió con la aparición del capitalismo en los comienzos de la Modernidad, las
primeras décadas de expansión del neoliberalismo también han tenido consecuencias
devastadoras. En pleno auge, el neoliberalismo ha conseguido colonizar ámbitos de la vida
que hasta ahora habían permanecido ajenos a las lógicas del mercado, como también hizo
el capitalismo en su momento. Aunque también hay diferencias importantes, los
paralelismos en el desarrollo histórico de uno y otro son muy numerosos: ambos se
expandieron mediante la colonización de ámbitos que habían permanecidos ajenos al
mercado y se impusieron mediante ejercicios de violencia extrema por parte del poder.
Además, aunque en ambos casos ha habido numerosos frentes de resistencia constante y
continuada desde el comienzo, las dos ideologías han vivido una primera etapa de auge en
la que no se han encontrado una ideología capaz de convertirse en contrahegmónica. En el
caso del capitalismo, esa ideología fue el marxismo, que fue capaz de convertirse en una
alternativa de organización económica y social en buena parte del planeta y pudo actuar
como dique de contención en el resto. El marxismo era una ideología propia de la
modernidad en tanto que compartía los presupustros básicos de esta, pero supo articular
esos presupuestos para generar un poder contrahegmónico. Tanto el capitalismo como el
marxismo eran proyectos de organización social modernos, que compartían el marco
cultural de la modernidad, pero mientras el primero utilizaba estos presupuestos para
concentrar el poder y la riqueza en manos de unos pocos, el segundo los utilizaba para
tratar de demoler el estado de cosas existente. Dentro de la modernidad había surgido una
ideología que había conseguido erigirse en hegemónica, pero también aquella que había
conseguido construir un proyecto contrahegemónico.

El neoliberalismo, sin embargo, todavía no se ha encontrado con un contrapoder capaz de


hacerle frente con la contundencia y el alcance que tuvo el marxismo frente al capitalismo.
La posmodernidad ha parido ya a la ideología hegemónica, pero todavía no a la
contrahegemómica. Quizá esa sea la tarea de nuestro tiempo. Quizá la labor que nos toca
es construir un contrapoder capaz de hacer frente al neoliberalismo, capaz de arrebatarle su
lugar hegemónico. No será fácil, nunca lo es. Necesitamos construir a la vez en dos niveles:
el de las necesidades inmediatas y el del horizonte al que queremos caminar. Las dos
cosas están en la misma dirección, pero exigen esfuerzos distintos: uno centrado en
garantizar una vida mejor para todos ahora mismo, otro en imaginar la sociedad hacia la
que queremos caminar. No es fácil, pero tenemos muchas cosas a nuestro favor: una
tradición de lucha que recorre toda la modernidad y de la que sacaremos las mejores
enseñanzas, y la certeza de que los desafíos al neoliberalismo ya han comenzado.

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