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Del pensamiento religioso al pensamiento racional, pasando por el pensamiento filosófico religioso o

de la Alétheia como el vértice entre religión y filosofía

Los orígenes de varios conceptos, como el de Razón y el de Verdad, pueden rastrearse, para el caso
del pensamiento occidental, hasta la cultura griega. Marcel Detienne, en Los Maestros de Verdad en
la Grecia arcaica, recorre a contrapelo y desde un punto de vista estructuralista el camino recorrido
por la palabra, por la Alétheia, con el objetivo de desenredar la trama donde se tejió el pensamiento
racional. En palabras del propio Detienne, Alétheia se ubica en el centro “de la transformación del
pensamiento mítico en un pensamiento racional. Potencia religiosa y concepto filosófico, Alétheia
señala entre el pensamiento religioso y el pensamiento filosófico tanto determinadas afinidades
esenciales como una ruptura radical” (209). A lo largo de siete capítulos, Detienne exhuma los hilos
de continuidad y de separación entre la religión y la filosofía en el pensamiento mítico-religioso de la
Grecia de los ss. VI y V a. C que dieron lugar al pensamiento racional. Para ello, distingue tres
campos: poesía, mántica y justicia, donde la palabra, la concepción de Alétheia, poseía una potencia
religiosa antes de ser secularizada por el gremio militar —y la consecuente configuración de una
polis (ciudad), con una serie de instituciones y prácticas basadas en las figuras del círculo y el centro
en tanto espacio de participación política— y, finalmente, elaborada por la retórica, la sofística y la
filosofía como un problema lingüístico, como un concepto racional.

Capítulo I. Verdad y sociedad

“Por variables y aun contrarias que sean las creencias, actitudes, valoraciones, programas de vida de
una época, podemos buscar ciertas ideas básicas, supuestas en todas ellas, que permanezcan y
determinen las otras manifestaciones de esa época” (Luis Villoro, El pensamiento moderno, 10).
Detienne establece, entonces, cómo y por qué su investigación aborda el origen de la categoría de
Verdad. Es en la historia de la Alétheia donde se halla “el terreno ideal para plantear, por una parte,
el problema de los orígenes religiosos de ciertos esquemas conceptuales de la primera filosofía […]
por otra parte, extraer de los aspectos mismo de continuidad, que tejen la trama que va desde el
pensamiento religiosos hasta el pensamiento filosófico, los cambios de significado y las rupturas
lógicas que diferencian radicalmente las dos formas de pensamiento” (53). La idea regulativa que
guiará la búsqueda de Detienne será la Alétheia a través de los escritos de Parménides, Epiménides
de Creta, Hesíodo, Simónides y una serie de autores griegos, desde poetas hasta filósofos.

Cap. 2. La memoria del poeta

La Alétheia, antes que Verdad, es palabra. Y esta palabra, en la Grecia antigua, era privilegio de solo
ciertos grupos de hombres, como los poetas y los adivinos, quienes sabían y podían invocar a la
Memoria. Palabra mágico-religiosa fundada en la memoria, los poetas colaboraban directamente en
la ordenación del mundo al “decir la verdad”. Las Musas, hijas de la Memoria, decían a través del
poeta “lo que fue, lo que es, lo que será”. La memoria, más que una función psicológica, era una
potencia religiosa que permitía al poeta acceder “directamente, a través de una visión personal, a
los acontecimientos” que evocaba, tenía “el privilegio de ponerse en contacto con el otro mundo”.
Su memoria le permitía “descifrar lo invisible” (62). La palabra poética era, en ese sentido, una
palabra mágico-religiosa que instituía al mismo tiempo un mundo simbólico-religioso (mitos de
aparición y ordenamiento, de las cosmogonías y teogonías), lo real mismo y celebraba, rescataba del
olvido, las hazañas humanas. El poeta, en consecuencia, al recitar un poema, colaboraba
directamente con la ordenación del mundo: “realizaba” a los dioses inmortales y a la Tierra
tenebrosa. “Mediante la potencia de su verbo poético”, instituía las potencias del mundo invisible,
celebraba “la larga teoría de los dioses, según su rango, su ‘honor’ respectivo. La alabanza poética
suscita[ba] una realidad del mismo orden” (106).
Sin memoria, no había palabra; solo el poeta, “Maestro de Verdad” podía conceder o negar la
memoria —entendida como monumento de la Musas— de un rey o un guerrero; alabarlo o
desaprobarlo. “Sólo la Palabra de un cantor permite escapar del Silencio y de la Muerte” (71).
Alétheia entonces viene siempre acompañada de Lethé, no en una relación de opuestos, sino de
complementarios; así como de Diké, ya que un elogio “se hace ‘con justicia’” (113). “De hecho, en el
sistema de pensamiento religioso donde triunfa la palabra eficaz, no hay ninguna distancia entre la
‘verdad’ y la justicia: este tipo de palabra está siempre conforme con el orden cósmico, pues crear el
orden cósmico, constituye el instrumento necesario para ello” (114).

Cap. 3 El anciano del mar

En su complementariedad con Lethé, Alétheia se vincula no solo con la mántica, sino también con la
justicia. Al igual que el poeta y el adivino, el rey “dice verdad”, es “Maestro de Verdad”. La figura del
rey, cimentada en la de Nereo y el mar, comprendía un poder de justicia y de saber oracular porque,
en aquella época, “la función de soberanía era inseparable de la organización del mundo, y cada uno
de los aspectos del personaje real, una dimensión de su potencia cósmica” (92). Los reyes, como los
poetas y adivinos, eran verídicos porque no olvidaban; porque, al poseer Memoria, conocían el
presente, el pasado y el futuro. Los tres se afirmaban “como maestros de la palabra, de una palabra
que se define mediante una misma concepción de la Alétheia” (101). Su palabra estaba provista de
eficacia y atemporalidad; en tanto que palabra mágico-religiosa, “es pronunciada en presente, baña
en su presente absoluto, sin un antes o un después, un presente que, como la memoria, engloba ‘lo
que ha sido, lo que es, lo que será’” (112). De ahí que la Justicia fuese una modalidad de Alétheia,
pues la Diké también “realiza”: “Cuando el rey pronuncia una ‘sentencia de justicia’, su palabra tiene
valor decisorio” (113).

Cap. 4 La ambigüedad de la palabra

La Alétheia, en la Grecia arcaica, no era un concepto, era palabra realizable e inseparable de un


gesto y de un comportamiento; potencia, fuerza y acción; era “una cosa viva, una realidad natural
que brota” (106). Trascendía el tiempo de los hombres y a los hombres porque no era manifestación
individual de la voluntad o del pensamiento de un yo y desbordaba al hombre porque era atributo,
privilegio de una función social (112). Se instituía, además, en relación complementaria, no
contradictoria, con otras potencias como Lethé, Apaté, Psudés; y en relación articulada con
Mnemosyne, Diké, Pistis y Peitho (134). Potencia ambigua en correlación con diversos planos del
pensamiento mítico, Alétheia se definía, como todas las demás potencias, por sus afinidades y
oposiciones, pues el mundo divino era fundamentalmente ambiguo: los contrarios eran
complementarios. Esta ambigüedad, consustancial al pensamiento mítico, lo fue también para la
palabra. El logos era “cosa doble” (133). Dicha naturaleza ambigua de la palabra ha de ser el punto
de partida de una reflexión, con Alétheia como centro, en dos direcciones: el poder de la palabra
sobre la realidad (filosofía) y el poder de la palabra sobre el otro (retórica y sofística).

Cap. 5 El proceso de secularización

Para que la Alétheia, palabra mágico-religiosa, se convirtiera en un concepto, fue necesario un


cambio mayor en la cultura griega por el cual la publicidad y la dialogicidad de la palabra misma
ocuaran un lugar capital: la secularización de la palabra a raíz del advenimiento de nuevos tratos
sociales y estructuras políticas relacionadas con la clase guerrera, quienes poseían la palabra-
diálogo. Mientras la palabra mágico-religiosa se caracterizaba por ser privilegio de un tipo de
hombre (poeta, adivino, rey), por ser eficaz (coincidía con la acción de instituir un mundo de fuerzas
y potencias), intemporal, inseparable de conductas y valores simbólicos; la palabra-diálogo se
caracterizaría por ser autónoma, por ser complemento indispensable de la acción y estar inscrita en
el tiempo de los hombres, así como en las dimensiones de un grupo social, pues la palabra era
considerada un bien común en los medios guerreros, donde uno de sus privilegios era el derecho de
palabra.

La clase guerrera, grupo social cerrado en sí mismo, desemboca, en el devenir de la sociedad


griega, en la institución más nueva, más decisiva: la ciudad, como sistema de instituciones y
como arquitectura espiritual. En el medio de los guerreros profesionales se esbozan
determinadas concepciones esenciales del primer pensamiento político de los griegos: el
ideal de Isonomía, representación de un espacio centrado y simétrico, distinción entre
intereses personales e intereses colectivos.” (153)

El carácter “igualitario” de la palabra-diálogo, entonces, concernirá “directamente a los asuntos del


grupo, a los que interesan a cada uno en su relación con los demás” (151). Contraria a la palabra
mágico-religiosa que era privilegio de un puñado de hombres excepcionales, aquella, instrumento de
diálogo, no obtendría “su eficacia de la puesta en juego de fuerzas religiosas que trascienden a los
hombres” (152), sino “en el acuerdo del grupo social que se manifiesta mediante la aprobación y la
desaprobación” (152). Palabra con función política e instrumento de dominación sobre el otro,
primera forma de “retórica”, otras nociones vendrían a formar el campo semántico de la palabra-
diálogo: Parégonos, Oaristus, Paraiphasis, potencias otrora religiosas que formaban parte de Peitho.

A su vez, en este medio guerrero será donde comience el futuro estatuto de la palabra filosófica y la
palabra jurídica en tanto su sometimiento a la “publicidad” y el asentimiento de un grupo social.
“Separando claramente lo público de lo privado, oponiendo la palabra que concierne a los intereses
del grupo y la que guarda relación con los asuntos privados […] En este mismo medio social se va
elaborando también la pareja palabra-acción que permitirá distinguir mejor el plano del discurso y el
plano de lo real” (157). Es en este marco donde empieza la construcción del pensamiento racional
cimentado ya no en el pensamiento de contrarios complementarios sino de contrarios
contradictorios; el advenimiento de la idea del mundo como autónomo de la palabra y la reflexión
sobre el lenguaje como instrumento de las relaciones sociales y de conocimiento de lo real.

Cap. 6 La opción: Alétheia o Apaté

Para dar respuesta al problema doble del lenguaje, el pensamiento griego ofreció dos caminos: de
un lado, el de las sectas filosófico-religiosas; del otro, el de la Retórica y la Sofística. Mientras para las
primeras Alétheia se vuelve una noción cardinal; para las segundas, Apaté se coloca en el centro de
sus reflexiones. Un ejemplo de este cambio se encuentra en Simónides, para quien la memoria ya no
era una potencia constitutiva del poeta para conocer el pasado, el presente y el futuro, sino un
instrumento, una función psicológica al alcance de todos para el aprendizaje de un oficio
(mnemotecnia). Por otro lado, para los pitagóricos como Parón, la memoria sería ascesis y ejercicio
espiritual. “La evolución de Alétheia en los medios filosófico-religosos es, pues, antitética y
complementaria de la que se dibuja desde Simónides a los sofistas. Antitética porque la Alétheia
desempeña en los primeros el mismo papel absoluto que Apaté en el pensamiento de los segundos.
Pero complementaria porque, en unos positivamente, en otros negativamente, la relación de
Alétheia con la memoria, como función religiosa, se revela necesaria, estructural” (198). La elección
se da entonces entre Alétheia o Apaté.

“Haciendo de la memoria una técnica secularizada, Simónides condena la Alétheia, se consagra a la


Apaté” (180). Al orden de Apaté pertenece la doxa: la revelación poética, entonces, cedería su lugar
a la ambigüedad. Este hecho introdujo un nuevo sistema de pensamiento donde lo ambiguo ya no
sería un aspecto de Alétheia, sino un plano de lo real que, de alguna manera, la excluye; donde lo
ambiguo ya no es unión de los complementarios, sino síntesis de los contrarios contradictorios. El
hombre ya no vive “en un mundo ambivalente donde los contrarios son complementarios, donde las
oposiciones son ambiguas. Es lanzado a un universo dualista de oposiciones tajantes: la elección se
impone con urgencia” (196). Si la ambigüedad ya no es zona intermediaria entre potencias
antitéticas, sino forma de lo real en el mundo humano, el signo de la contradicción será entonces el
que rija este pensamiento. Al mismo tiempo, Alétheia se tornaría una potencia más abstracta
simbolizando un plano de lo real intemporal, que se afirma como el Ser inmutable y estable, en la
medida en que se opone a lo que cambia, a lo multiforme, a lo doble.

En consecuencia, el problema del Ser ha de surgir en las reflexiones en torno a las relaciones entre la
palabra y la realidad, como en Parménides, primero bajo los términos de Alétheia y Apaté, después,
entre el Ser y No-Ser.

Cap. 7 Ambigüedad y contradicción

Alétheia ocupa, entonces, el centro del cambio del pensamiento mítico al racional. Sea un poeta, un
rey, un adivino o un filósofo, la Verdad sigue siendo privilegio de unos cuantos. Sea el pensamiento
religioso sea el racional, la Verdad se mueve entre conceptos antinómicos. No obstante, donde sí
puede encontrarse una ruptura es en el cambio de lógica: de la ambigüedad a la contradicción por
medio de la secularización de la palabra en condiciones políticas y sociales específicas del gremio
militar (palabra problemática, pública y dialógica, palabra-acción producto del debate) en la ciudad,
que ha de abrir la posibilidad de una doble reflexión sobre la palabra: por un lado, la retórica y la
sofística, y por otro, la filosofía.

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