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7 EFECTOS CIVILES DEL DELITO

Existen en Derecho romano una serie de delitos contra los cuales el orden jurídico
reacciona valiéndose de los medios que procura la ley privada, y a esto deben su nombre de
delitos privados. Engendran todos ellos obligaciones a favor del lesionado y a cargo del
delincuente. Generalmente, estas obligaciones tienen carácter de pena, y consisten en una
suma expiatoria que el culpable debe abonar a la víctima. El Derecho romano primitivo no
comparte la idea moderna del delito privado como fuente de un derecho de indemnización
para el que lo sufre. La ley prescribe una pena pecuniaria de la que sale, o ha de salir, la
reparación de los daños ocasionados por el delito.

Este carácter estricta y primordialmente penal que presentan los derechos nacidos de delito,
determina y explica que sean pasivamente intransmisibles a los herederos; al morir el
delincuente, desaparece el sujeto penado, y con él, justo es que desaparezca el derecho a
infringir la sanción, a menos que ya se hubiera deducido en juicio la actio poenalis,
adquiriendo estado procesal mediante la litis contestatio. En su aspecto activo, por el
contrario, las acciones de delito se incorporan a la herencia, salvo en aquellos casos en que
el delito se considera como una ofensa personalísima, de las que después de morir el
ofendido no admiten sanción; tal acontece, por ejemplo, con el delito de injuria; estas
acciones se denominan vindictam spirantes, y respecto de ellas ha de hacerse la misma
salvedad anterior de la sustanciación procesal y la litis contestatio. A fines de la República,
sin embargo, la intransmisibilidad pasiva de las acciones penales sufre ciertas limitaciones;
pues el pretor, en dicha época, tomando por modelo las "leyes repetundarias", acostumbra a
conceder contra los herederos del delincuentes una actio in factum, con el fin de obligarles
a restituir aquello en que se lucrasen por efecto del delito de su antecesor, llegando a sus
manos por ministerio de la herencia –in quantum ad eos pervenit–; para calcular el lucro, se
atiende al momento de la adquisición de dicha herencia, y no al de la demanda.

A pesar de la citada evolución que este punto atraviesa el Derecho romano, y que no
concluye hasta el Corpus iuris, no llega a fijarse con caracteres definitivos e indelebles una
distinción entre las acciones delictuales reipersecutorias que versan sobre la reparación
material del daño, las penales encaminadas a un fin expiatorio y las mixtas, que participan
de ambas cualidades.

El derecho sanciona, en sus diferentes épocas, las figuras de delito privado.

Hurto (furtum)

El hurto furtum, que consiste en la apropiación de una cosa mueble ajena, a sabiendas de la


ilicitud del acto; bien arrancándola violenta o subrepticiamente de manos de su poseedor
como en el robo y el hurto del Derecho moderno, o sin necesidad de que exista sustracción
material que es lo que hoy constituye el delito de estafa. Del hurto nacen dos acciones. Una,
estrictamente penal, la actio furti, que versa sobre una pena privada expiatoria la cual es del
cuádruplo del valor de la cosa contra el fur manifestus o ladrón sorprendido in fraganti, y
del doble en los demás casos. Otra, meramente persecutoria, la condictio furtiva, que tiene
por fin la reparación del daño. La primera produce efectos infamantes, y en el Corpus iuris 
se concede a quien quiera que resulte perjudicado por el hurto –cujus interest, rem non
subripi, rem salvam esse–. La condictio, en cambio, sólo compete al propietario de la cosa
robada.

El Derecho antiguo concede también una actio furti concepti contra aquél en cuyo poder se
descubriese, mediante pesquisa domiciliaria, la cosa furtiva; una actio furti oblati contra el
que la hubiese ocultado en casa de otro; una actio furti prohibiti, contra el que se resistiera
al registro, y, finalmente, otra furti non exhibiti, contra el que se negase o entregar la cosa
descubierta; todas ellas, acciones de carácter penal, basadas en el derecho que antiguamente
se concedía al robado para penetrar en cualquier casa previas ciertas formalidades de rigor
y practicar un registro domiciliario: es la pesquisa lance licioque, llamada así porque ha de
efectuarse con una bandeja en la mano y sin más vestido que un mandil. Al desaparecer
esta costumbre, desaparecen igualmente aquellas acciones.

Hasta aquí nos hemos contraído a tratar del hurto de cosa -furtum rei ipsius–. Pero en
Derecho romano existe, asimismo, un furtum possessionis –que es el que comete
el propietario que arrebata la cosa a su legítimo poseedor, por ejemplo, al acreedor
pignoraticio y un furtum usus, consistente en la apropiación de la cosa sin otra finalidad que
la de usarla momentáneamente. En ambos casos se conceden también la condictio
furtiva mediante la cual se reclama la reintegración de la posesión el uso y la actio furti,
que versa sobre la indemnización por el doble del valor de cualquier de esos dos bienes
sustraídos.

 Robo (rapina)

El robo –rapina– o despojo violento de una cosa, engendra la actio vi bonorum raptorum,
creada por el pretor, y mediante la que se reclama el cuádruplo del valor de la cosa robada,
una cuarta parte del cual se destina a reparar los daños efectivos. Se trata, pues, de una
acción mixta; mas, transcurrido un año útil, queda reducida al valor escueto de la cosa.
Puede ejercitarla cualquiera que resulte perjudicado por el robo.

 Damnum injuria datum: daño causado culposamente en cosa mueble

Damnum injuria datum es el daño causado culposamente en una cosa mueble –tratándose
de inmuebles se aplica el interdictum quod vi aut clam–. El propietario perjudicado dispone
de la actio legis Aquiliae, que posteriormente se hace extensiva a cuantos tengan sobre la
cosa un derecho real. La finalidad de esta acción es lograr que el culpable indemnice, no
escuetamente los daños originados, sino el valor máximo que la cosa tuviese en el año
anterior, siempre que se trate de la muerte de un esclavo o de un cuadrúpedo [quadrupedes,
quae pecudem numero sunt et gregatim habentur, veluti oves, caprae, boves, equi, asini,
muli; – canis inter pecudes non est: o en el mes precedente, si se trata de otro género de
daños . La actio legis Aquiliae es, pues, una acción reipersecutoria, aunque por el carácter
especial que en ella adopta la tasación del daño, ofrece un cierto matiz penal. El mismo que
entraña la norma según la cual la condena asciende al doble –"litiscrescencia"– si el
demandado –el culpable– niega el hecho: lis infitiando crescit in duplum.

La actio legis Aquiliae presupone necesariamente la existencia de culpabilidad por parte del


demandado, ya sea constitutiva de dolo o de simple culpa leve, pero ha de tratarse, en todo
caso, para que pueda darse este delito, de una culpa in faciendo; la simple negligencia –
el non facere– no constituye delito nunca, aunque en ciertas condiciones pueda equipararse
a una culpa comisiva, teniendo entonces carácter delictuoso. Además, se requiere que se
produzca daño en una determinada cosa perteneciente al que demanda. No basta la mera
lesión de un interés, si el quebranto no afecta a una cosa corporal. La letra de la ley Aquilia
exige asimismo que el daño haya sido causado directamente por obra del
demandado: damnum corpore corpori datum . Sin embargo, el pretor concede la actio legis
Aquiliae–como utilis actio– aun cuando el daño sólo se produzca indirectamente, con tal de
que el demandado sea culpable. Supóngase, por ejemplo, que cualquiera corta la amarra
que sujeta el barco y éste, arrastrado por el oleaje, se estrella contra las rocas. Valiéndose
de la actio legis Aquiliae directa –es decir, según la letra de la ley–, sólo se le podría exigir
que indemnizase el valor material de la amarra, mientras que acudiendo a la actio utilis, se
le puede obligar asimismo a que abone el valor del barco. Y el pretor, en ciertos casos, llega
a más, como es a conceder una actio in factum "inspirada en la ley Aquilia" –accommodata
legi Aquiliae–, sin necesidad de que exista verdadero daño material de la cosa, por el mero
hecho de verse el interesado privado de ella, entendiendo que, para él, esto equivale a su
destrucción. Figurémonos, por ejemplo, que el culpable arroja al mar una sortija ajena o
que pone en libertad a un esclavo que no es suyo, y el esclavo se da a la fuga. Avanzando
un paso más, el pretor entra de lleno en la esfera del interés, fundamentando sobre él la
indemnización, al aplicar la responsabilidad aquiliana a las lesiones corporales causadas a
un hombre libre, concediendo a éste la acción correspondiente, para resarcirse de los gastos
de curación y de los jornales perdidos. Esto no obstante, la actio legis Aquiliae se
mantienen, en principio, limitada a los daños causados en las cosas.

Injuria

Injuria es todo acto que envuelve un desprecio intencionado y manifiesto hacia la persona
de alguien. El concepto de injuria, en el Derecho primitivo, es torpe y limitado. Las XII
Tablas solamente conceden acción contra las ofensas personales, sin preocuparse de la
intención injuriosa, en casos taxativamente determinados, como los de membrum ruptum,
los fractum o injuria factum –incluyendo bajo este último concepto toda lesión y violencia
corporales, en general–. Una ley Cornelia –promulgada por Sila, en el año 81 a.C.– añade el
caso de allanamiento de morada –domum vi introire–, a la par que crea, para ventilar los
litigios civiles por injuria, un procedimiento especial seguido ante un tribunal de jurados,
presidido por una autoridad pública, análogo a los procesos criminales. Más tarde, la
reglamentación jurídica de la injuria pasa a manos del pretor, el cual toma en cuenta la
intención injuriosa y extiende la sanción a las ofensas de palabra, instituyendo una actio
injuriarum aestimatoria, acción privada que se encamina a imponer al culpable una multa
en dinero proporcional a la importancia del delito, y que es aplicable a todos los casos y
puede ejercitarse dentro de un año útil; en ella se le deja al juez margen para reducir la
multa reclamada, si la cree excesiva. En los casos de injuria civil, está el pretor obligado a
conceder la acción; en los demás, procede ateniéndose a su libre arbitrio . Estos principios
sirven de base a las normas a que se ajusta la jurisprudencia; en el régimen seguido por
ésta, todo desprecio intencionado y manifiesto hacia la persona puede constituir injuria;
razón por la cual cabe recurrir a la actio injuriarum cuando ningún otro recurso jurídico sea
aplicable, siempre que alguien conscientemente falte al Derecho, ofendiendo a la persona
de otro.

La acción de injurias en una de las acciones que se dicen vindictam spirantes.

 Dolus y fraus

Acto causante, el primero, de un daño patrimonial intencionado, y el segundo amenaza que


origina asimismo un perjuicio en los bienes, son hechos que obligan a quien los comete a
resarcir el quebranto originado. La indemnización se hace valer, respectivamente, por
medio de la actio de dolo y de la actio quod metus causa. La primera entraña efectos
infamantes, y, por tanto, sólo se concede como subsidiaria; es decir, a falta de otra aplicable
–si qua alia actio non erit–. Además, pasados dos años –esto, en Derecho justinianeo; en
Derecho pretorio, post annum utilem– únicamente puede tramitarse como actio in factum,
para reclamar aquello que el demandado conserve como adquisición dolosa. Como la
amenaza de la que se infiere un daño patrimonial –el metus– no es sino una variante
especial del dolo, resulta que el mero daño o lesión de intereses patrimoniales engendra,
siempre que exista dolo, una acción de resarcimiento. En efecto, los juristas clásicos acaban
por convertir la actio doli en una acción de equidad, de alcance general y carácter
subsidiario, mediante la cual se suplen las lagunas del sistema romano de contratación,
cuando no haya acción civil exactamente aplicable ni se descubra propósito malicioso
o dolus preateritus, estimándose deshonroso, sin embargo, que el demandado se niegue a
cumplir con su obligación.

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