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Expectativas sobre neurociencias y educación

El interés por las neurociencias podría parecer una obviedad. Considerando que el cerebro es el
órgano del aprendizaje, la comprensión de su “maquinaria” “necesariamente” debería tener
consecuencias sobre cómo mejorar la educación y la enseñanza. Que sin cerebro no hay
aprendizaje se sabe desde hace mucho tiempo. En cambio, la búsqueda de respuestas a
cuestiones educativas en las ciencias del sistema nervioso sólo ha aparecido recientemente. Es
comprensible, antes los estudios neurales aportaban conceptos generales o resultados en
animales de laboratorio cuya aplicabilidad a la práctica educativa era difícil de vislumbrar. La
posibilidad actual de estudiar las bases cerebrales de procesos mentales humanos, entre ellos la
posibilidad de estudiar directamente las bases cerebrales del aprendizaje escolar, y los resultados
logrados, son los factores que impulsaron el interés por esta nueva zona del conocimiento
conocida como “neurociencia cognitiva de la educación” o directamente “mente, cerebro y
educación”.
Sin embargo, la gran atención que se presta a algunos resultados de la neurociencia crea también
un riesgo. Hay una tendencia a juzgar demasiado alto el valor de la neurociencia como fuente de
prueba, en comparación con otras fuentes de evidencia.
 

Época de avances
La investigación en neurociencias ha producido, en las últimas décadas, un crecimiento sin
precedentes en la comprensión de los mecanismos neurales que subyacen a las capacidades
cognitivas, emocionales y sociales de los seres humanos. Muchos de estos avances son
trascendentes para la educación. Desde las primeras investigaciones que demostraron que la
deprivación sensorial o la riqueza del ambiente cambiaban la estructura de la corteza cerebral, el
concepto de “plasticidad neuronal” (la capacidad del cerebro de cambiar como resultado de la
experiencia) ha progresado notablemente. Estos avances tienen fuertes implicancias para la
educación porque la educación es precisamente un proceso de inducción de la plasticidad del
cerebro a través de la instrucción.
La demostración de la existencia de múltiples sistemas de aprendizaje y memoria, la comprensión
de sus principios de operación y la evidencia de que hay procesos implícitos que ocurren  a
“espaldas del que aprende” son fuente de ideas innovadoras para la enseñanza. Se ha avanzado
en la comprensión del proceso de desarrollo del cerebro y de cómo la acción conjunta de los genes
y la experiencia modela la estructura y la función cerebral. Se han identificado los períodos
sensibles de distintas funciones y se avanza en el estudio de su relación con los cambios en la
densidad sináptica y la mielinización de distintas regiones del cerebro. El descubrimiento de que
las características adultas del cerebro humano se adquieren mucho más tarde de lo que
anteriormente se suponía impacta a nivel de la educación porque supone una ventana de tiempo
más prolongada para la formación y otras oportunidades para lograr aprendizajes no alcanzados.
Estudios que van desde experimentos con animales de laboratorio hasta investigaciones con
imágenes cerebrales en humanos han mostrado el impacto del estrés, la nutrición, el sueño, las
experiencias tempranas y el contexto socioeconómico sobre la estructura y función del cerebro. La
evidencia de que estos factores modelan la biología del cerebro y tienen consecuencias a largo
plazo sobre la salud y la capacidad de aprendizaje plantean la necesidad e importancia de los
programas de educación temprana, y de las intervenciones de compensación, especialmente en
sectores desfavorecidos.
Dentro de los dominios más clásicos de la educación, se han hecho avances significativos en la
comprensión de la maquinaria cerebral que permite adquirir habilidades complejas como la lectura,
la escritura, las matemáticas y la resolución de problemas. También se ha avanzado en el
conocimiento de los mecanismos cerebrales que subyacen a la motivación, la atención y la
memoria de trabajo, los sistemas de recursos generales y del desarrollo y funcionamiento de los
sistemas cerebrales que sustentan la cognición social y la regulación de la conducta social,
aspectos esenciales para la adquisición de habilidades que permitan una adecuada inserción en la
sociedad.
Son dos las causas que han motorizado los vertiginosos avances en el estudio del cerebro
humano. Una es claramente visible: se cuenta ahora con poderosas técnicas no invasivas (como
las imágenes funcionales o las de registro de potenciales) que permiten medir la función cerebral
durante variadas tareas experimentales en adultos y bebés, en controles sanos y pacientes con
lesiones, en sujetos con desarrollo típico o atípico, antes y después del tratamiento. Hace tan sólo
40 años, la posibilidad de contar con estos recursos era impensada. La segunda causa (aunque
históricamente previa) es el enorme desarrollo de diferentes ramas de la psicología cognitiva* que,
con su base de conocimientos, métodos y modelos teóricos constituye la principal fuente para
formular las preguntas que se ponen a prueba en los experimentos. En el contexto de los avances
de la investigación neurocientífica no es sorprendente entonces el interés por lo que las
neurociencias pueden aportar a la educación y los llamados a trasladar los resultados del
laboratorio neurocientífico a la práctica docente en el aula.

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