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11/7/2020 Clase 7. La infancia, entre el derecho y la política.

Clase 7. La infancia, entre el derecho y la política.

Sitio: FLACSO Virtual Impreso por: TAMARA GABRIELA TEVEZ


Educación inicial y primera infancia - Cohorte Día: sábado, 11 de julio de 2020, 13:33
Curso:
22
Clase 7. La infancia, entre el derecho y la
Clase:
política.

Descripción

Valeria Llobet

Tabla de contenidos

La infancia como cuestión de Estado: una aproximación histórica


El Siglo XX y el nacimiento de la “cuestión social”
La Convención de Derechos del Niño y el Paradigma de Protección Integral
Las políticas para la infancia y la adolescencia en el marco de Derechos Humanos
Bibliografía citada

La infancia como cuestión de Estado: una aproximación histórica

Por Llobet, Valeria*

El Siglo XX, denominado en sus inicios “el Siglo del niño”, fue el tiempo de la construcción de la infancia como
sujeto social. Este proceso se dio mediante la expulsión de los niños del espacio público —incluyendo el
espacio del trabajo asalariado— y su inclusión en el espacio de lo doméstico, del juego y la escolaridad (Zelizer,

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1994; Roche, 1999). Más aún, incluso durante las primeras décadas del Siglo XX, el período infantil era
notablemente más corto que ahora y las prácticas tradicionales de crianza y socialización de la infancia diferían
de las definidas alrededor de las nociones de familia “tipo” y de escuela universal.

Fotografía (anónima)
tomada en el interior
de una mina en West
Virginia, Estados
Unidos (1908). El
trabajo infantil no es
un fenómeno que
comenzara con la
Revolución Industrial.
Durante siglos, los
niños han trabajado
en el hogar, en el
campo, o en
pequeñas empresas familiares. Como señala la
historiadora Carolyn Tuttle, lo que se transforma
durante el proceso de industrialización es el lugar
del trabajo infantil en la economía. Los niños dejan
de ser trabajadores secundarios o ayudantes para
convertirse en trabajadores primarios. La acelerada
división del trabajo facilita la incorporación de los
niños a la economía: los niños no tienen sino que
aprender una tarea simple, y repetirla durante
extenuantes jornadas. En algunas industrias, como
la minera, el trabajo infantil se convirtió en un
elemento esencial de los procesos de producción:
por su menor tamaño, los niños podían trasladarse
con mayor facilidad dentro del espacio reducido de
las minas.

Entonces, es necesario recordar que lo que hemos construido como el modelo normal e ideal de infancia ha
sido el resultado de un proceso de transformación social complejo y tiene una muy corta existencia. En efecto, a
inicios del Siglo XXI, tanto el lugar de la infancia en las políticas públicas como en el imaginario social parece
haber nuevamente cambiado de manera radical.

El proceso de creación y valoración de un sujeto colectivo infantil estuvo sostenido por un proyecto político que,
en tanto anticipación de un futuro posible, tomaba a los niños del presente como actores del mañana. La
construcción de continuidades sociales, culturales y políticas entre generaciones era necesaria para llevar
acabo un determinado proyecto de país. Para ese proyecto, era una estrategia cardinal integrar las nuevas
generaciones mediante una institucionalidad extensa e intensiva.

Durante la última dictadura militar y hasta la primera mitad de los ‘90, los últimos restos del proyecto de la
generación del ochenta (tanto en su formulación original como en sus reformulaciones durante la primera mitad
del Siglo XX) vieron su fin. Una cierta concepción de los bienes públicos centrales —educación, salud, espacio
urbano, civilidad, solidaridad intergeneracional, inclusión universal en el mercado de trabajo— fue sepultada
bajo el peso de un nuevo régimen de verdad, dominado por una lógica neoconservadora que se extiende hasta
el presente por fuerza de las dinámicas internacionales y locales.

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Para Sandra Carli (2001), en estas décadas se desarrollan tres procesos sociales que han afectado la relación
entre la población infantil y el Estado: la recuperación de la democracia, el empobrecimiento económico de la
población y la crisis del sistema educativo.

En este nuevo escenario, la relación entre los Estados nacionales y la población infantil adopta diferentes
formas. La más visible y dominante a nivel mundial es el tratamiento de la cuestión social de la infancia a través
del marco de los Derechos Humanos. Se utiliza como mediación la Convención Internacional de Derechos del
Niño (1989), instrumento con fuerza de ley que obliga a los Estados nacionales y locales y reforma su
institucionalidad.

No obstante el consenso internacional alrededor de este paradigma jurídico y social, su impacto no parece
alcanzar la vida de los propios niños, niñas y adolescentes a los que protege. El “niño sujeto de derechos” es
una abstracción que no se refleja en indicadores de cumplimiento y satisfacción de derechos de los niños
concretos.

Resulta sencillo atribuir a la predominancia de lógicas tutelares a implementaciones formales este aparente
fracaso. No obstante, se considera aquí que el panorama es notablemente más complejo. Se intentará en lo
que sigue situar, por un lado, las particularidades de las políticas para la infancia y las particularidades del
nuevo paradigma jurídico y, por otro, el contexto social e histórico en el que ambos se imbrican.

Durante la época colonial y continuará en los convulsionados años previos a 1870, se puede percibir el inicio de
un conflicto por el poder sobre los niños (Cowen, 2000).

El Estado, como inicial y precario promotor y regulador de la higiene y salubridad públicas, abre las puertas del
hogar para comenzar a regular, también, las prácticas de crianza. En particular, fueron revisadas las prácticas
de lactancia, cuestionando el uso de nodrizas; se secularizó la inscripción de los niños reemplazando los
registros parroquiales de bautismo y muerte por la inscripción civil y se comenzó a construir la salud pública
mediante la vacunación masiva y compulsiva.

A la
izquierda, Mi
nana y yo,
de Frida
Kahlo
(1937). A la
derecha,
Virgen del cojín verde de Andrea Solari (comienzos
del siglo XVI). Pese a su erradicación estatal, la
figura de la nodriza continúa manteniendo un fuerte
valor simbólico. En esta obra, la artista mexicana
utiliza el motivo de la lactancia para reflexionar
sobre su filiación artística. La máscara
precolombina que reemplaza el rostro de la nodriza
remite a la herencia cultural indígena de la cual
Kahlo “se nutrió” a lo largo de su carrera. Vale
destacar la ausencia de sentimentalismo en la
relación entre las dos figuras, muy distinta del
vínculo afectivo que une a la virgen y al niño en la
tradición pictórica de la Madonna lactans o vírgen
de la leche, a la cual esta obra alude.

Es interesante resaltar entonces, que este Estado incipiente, a veces limitado a la provincia de Buenos Aires en
su extensión territorial, era un Estado imbuido en los ideales de progreso social —muchas veces combinando

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en un mismo ideario higiene social y eugenesia* como estrategias de progreso— pretendía neutralizar los
efectos de la Iglesia Católica y las prácticas tradicionales en la argamasa de la sociedad naciente.

Según Sandra Szir,


autora del libro
Infancia y cultura
visual. Los periódicos
ilustrados para niños
(1880-1910), la
prensa ilustrada para
niños de fines del
siglo XIX y principios
del veinte en la
Argentina contribuye a
la construcción de una
identidad nacional y
opera sobre una
población que, con la llegada de los inmigrantes, se
había descubierto culturalmente diversa.
Aquí una fotografía de La ilustración infantil (1886-
1887), una de las publicaciones estudiadas por
Szir, que “apela fundamentalmente al lector
escolarizado, aunque no masivo; es más bien el
lector de la burguesía, y fundamentalmente con la
idea pedagógica de formarlo en los valores que
concernían a la nación que se estaba formando,
pero en una moral religiosa.”
(http://portal.educ.ar/noticias/entrevistas/sandra-
szir-infancia-y-cultura.php)

Existía entonces una infancia en el Buenos Aires de los Siglos XVIII y XIX, que salía del ámbito privado familiar
para entrar en el ámbito de las regulaciones públicas de la mano de la higiene y de la salubridad.

Por una parte, desde la salud pública fueron regulados los deberes maternales. Por otra, desde el derecho civil
con la patria potestad se instauraban el poder y el deber de educar para la moral y el deber públicos, que
dominaron la figura del padre.

El Siglo XX y el nacimiento de la “cuestión social”

El inicio del Siglo XX coincidió con los debates sobre la educación universal y pública y el avance y ampliación
del Estado en sus políticas de higiene y salud públicas. El contexto sociohistórico de llegada masiva de
inmigrantes subyacía a estos debates, de modo que las estrategias del Estado nacional tenían que cumplir una
misión secundaria pero estratégica: convertir a los recién llegados. Así, junto con la universalización de la
educación, se construyó la cuestión social alrededor de la integración cultural y moral de los inmigrantes.

Con la universalización de la educación, cobraron otra visibilidad los niños que no habían ingresado a la
escuela, o aquellos que a juicio de las Juntas Escolares estaban en algún riesgo material o peligro moral. Estos
niños fuera de la escuela pasan a ser parte de la cuestión social. El Estado genera entonces (a lo largo y ancho
del mundo y casi al mismo tiempo) lo que se conocerá como Patronatos de Menores*. Tanto el deambular por
las calles, como la inclusión en el mercado de trabajo serán dos “aberraciones” a ser rectificadas mediante esta
institución.

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Imagen tomada de la película


La vendedora de rosas
(1998), del director
colombiano Víctor Gaviria. El
film, que fue realizado con
actores no profesionales, es
una suerte de adaptación
contemporánea de La
vendedora de cerillas de
Hans Christian Andersen. En él, estructura y motivos de la
fábula son utilizados para reflexionar sobre los efectos de la
globalización y del modelo neo-liberal en América Latina.

Desde distintas perspectivas teóricas y políticas se asoció entonces el nacimiento de la minoridad*, en tanto
problema socio-técnico, con la institucionalización y burocratización del Estado-Nación, proceso que puede
ubicarse en el inicio del último cuarto del Siglo XIX.

En la última década del mismo Siglo comienzan a aparecer en todo el mundo las instituciones del Estado
pensadas específicamente para la minoridad. Las mismas fueron articuladas con disposiciones legales y
científicas que buscaban la mejor administración de la población. El complejo tutelar se encuentra completo
hacia la década del ‘30 en todo el mundo occidental, con características similares en cuanto a su matriz
ideológica. Su núcleo lo conforman los tribunales de menores y los institutos de menores, en nuestro país
propiedades donadas por la burguesía para fines específicos*.

El primer tribunal de Menores: Illinois, 1899

Estos menores ‘nacen’ en los Estados Unidos en 1899 (Platt, 1997). Aunque existían previamente
reglamentaciones específicas en algunos Estados respecto de la situación de la infancia y juventud delincuente,
se toma como parámetro el Tribunal de Menores de Illinois, que otorga su matriz a toda la jurisprudencia tutelar,
la Doctrina de la Situación Irregular y que define el problema social de los delitos cometidos por niños y jóvenes
como delincuencia juvenil. Producto del movimiento de los ‘Salvadores del Niño (Ref: Movimiento filantrópico
estadounidense, iniciado alrededor de los movimientos de protección de animales.)’, se plantea la necesidad de
que niños, niñas y adolescentes en peligro moral, o infractores, no sean internados en cárceles junto con
adultos. Tiene en algún sentido un interés protectivo, indicando por vez primera que el delincuente infanto-
juvenil no es igual al delincuente adulto. Las razones de la diferencia se relacionan con las posibilidades de
educación de los niños, su necesidad de protección, la diferencia de peligrosidad entre un delincuente adulto y
un niño o joven. Otros argumentos también se relacionan con la posibilidad de ‘contagio moral’ que podrían
sufrir estos menores en el ambiente de los delincuentes adultos: podría pervertir de manera definitiva el alma
infantil que, antes de esa detención, aún tendría un futuro posible.

La novela de Dickens,
publicada como folletín
entre 1837 y 1839, fue la
primera en adoptar el punto
de vista de un niño para
realizar una crítica del
modo en la que sociedad
“asilo para indigentes”,
institución destinada a
albergar tanto niños
huérfanos como adultos
incapaces de sustentarse.
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Según la nueva Ley de Pobres promulgada en


1834, estas instituciones debían ofrecer
instalaciones poco atractivas y una dieta magra de
modo de no fomentar el modo de vida “indolente”
de los pobres. La célebre escena en la que Oliver,
al borde de la desnutrición, reclama una segunda
porción de comida (ver imagen), satiriza las
premisas ideológicas sobre las que se funda esa
nueva ley. La novela en su conjunto ha pasado a la
historia como emblemática de la resiliencia de los
niños en contextos de adversidad.

La Ley Agote, la Ley 1.420 y el movimiento obrero: las tres determinaciones del complejo tutelar en
Argentina

La ley 10.903 —más conocida como Ley Agote— introdujo en 1919, la categoría peligro moral y material en la
jurisprudencia nacional, luego de un largo proceso de debate parlamentario; la sanción de esta ley tomó lugar
en un clima de conflictividad social materializado en la Semana Trágica*. La ley modificaba el Patronato de
Menores, institución que la antecedía largamente como estrategia de beneficencia; regulaba de hecho la vida
de los hijos de los inmigrantes y de los criollos pobres. En este sentido, se trataba de una ley que expresó las
contradicciones del proyecto naciente: por un lado, progresista en tanto intentaba procurar integrar y regular
mediante las políticas de Estado lo que hasta ese momento era iniciativa de la filantropía; por el otro, ejercía
esta regulación con prejuicios clasistas y con claros objetivos de control social.

La ley Agote introdujo además nuevos criterios sobre la patria potestad, que permitía la intervención del Estado
en el espacio de la vida familiar, avanzando en la definición y conceptualización del paradigma del abandono
material o moral, o peligro moral: “incitación de los padres, tutores o guardadores a la ejecución por el menor de
actos perjudiciales a su salud física o moral; la mendicidad o la vagancia por parte del menor, su frecuentación a
sitios inmorales o de juego, o con ladrones o gente viciosa o de mal vivir, o que no habiendo cumplido los 18
años de edad vendan periódicos, publicaciones u objetos de cualquier naturaleza que fuere en las calles o
lugares públicos, o cuando en estos sitios ejerzan oficios lejos de la vigilancia de sus padres o guardadores o
cuando sean ocupados en oficios o empleos perjudiciales a la moral o la salud”.

En 1887 Eugenio
Cambacéres publica En la
sangre, un fresco
contundente sobre la vida
de los inmigrantes que
habían llegado a la
Argentina en las
postrimerías del siglo XIX
con la esperanza de cultivar
una vida mejor que la que
llevaban en sus países de
origen. En la sangre relata
la historia de Genaro Piazza, hijo de napolitanos,
cuyo único deseo es ascender de clase social y
enriquecerse contrayendo matrimonio con la hija de
un estanciero. La novela, no obstante, de fuerte
impronta racista, es categórica en cuanto a las
posibilidades del muchacho: nada de lo que haga
dará sus frutos puesto que el fracaso lo tiene en los
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genes.
Resulta interesante detenerse en el rol que la
educación juega en la novela. Para muchos, la
puerta de acceso al progreso y a una vida mejor, es
para Genaro sólo una ilusión, a lo sumo, un
recordatorio de lo que nunca, sin importar la
intensidad de sus esfuerzos, podrá ser suyo.

A su vez, las discusiones sobre la obligatoriedad de la escolaridad, dadas alrededor del debate previo a la
promulgación de la ley 1.420 (Ref: La ley 1420, sancionada en 1884, garantizaba la educación primaria como
gratuita, laica y obligatoria.) se preguntaban sobre la posibilidad o imposibilidad de la educación de todos los
niños. Las posturas liberales democráticas sostenían que la educación debía ser universal, más allá de las
diferencias sociales. Dentro del espectro católico y conservador se afirmaba que los niños pobres, por su
‘adultización’, no eran educables ni debían ser mezclados con los ‘alumnos’: tenían que ser destinados a
instituciones cuyo objeto fuese la reforma y corrección de su desviación (Carli, 2002). Paradójicamente, desde
ambas posiciones se colaboró en la configuración de la minoridad: la educabilidad universal, gestionada
mediante prácticas de homogeneización cultural y articulada con saberes científicos sobre la normalidad de la
infancia (psicopatología, psiquiatría infantil, psicología científica, pediatría), instaló en el interior de la institución
escolar, una función clasificatoria, secundaria a la propuesta universal, pero eficaz en separar la paja del trigo…

Por otra parte, los propios movimientos obreros, en particular los socialistas, abogaron por la higienización y
moralización de las clases populares, mediante la intervención racional del Estado. El sindicato de canillitas
(Ref: Por canillitas se entienden, en Argentina, a los vendedores de los puestos de diarios y revistas.), por
ejemplo, fue uno de los más fuertes impulsores de la regulación y limitación del trabajo infantil.

Con estas condiciones de producción, la doctrina del abandono moral y material se transformó en la modalidad
dominante de relación entre el Estado nacional y esta subcategoría de la infancia nominada como minoridad.

La década infame, el peronismo y los años dorados

La década del ‘30 marcó el inicio de cambios tendientes a centralizar en el Estado la gestión social, surgiendo la
burocracia técnica configurada por los profesionales del área social. Durante las décadas ‘40 y ‘50 se avanzó en
la legislación “que definió la función tutelar del Estado sobre los menores” (Barbeito y Lo Vuolo, 1999, 123); se
comenzó así la separación entre asistencia social y educación, reemplazando en sus acciones a la Comisión
Nacional de Ayuda Escolar por la Dirección Nacional de Asistencia Social en 1948 y luego por la Fundación
de Ayuda Social en 1950 (Fundación Eva Perón).

En la historia mítica del campo de la minoridad, se produce un vacío que abarca las décadas del ‘40 hasta los
años ‘70. Este espacio temporal es cubierto con el relato de ‘los años dorados’: un Estado que funcionaba, en
un país rico caminando sin distracciones hacia su pleno desarrollo, que no producía menores: no había restos
de infancia... De alguna manera, parecía concretarse la figura del único privilegiado como una, legítima y veraz
representación del niño.

Sin embargo, la heterogeneidad de los sujetos infantiles aparece expresada en las décadas del cuarenta y
cincuenta hasta la fragmentación que comienza a hacerse presente claramente desde los años sesenta. Entre
ambos períodos, lo que parece cambiar radicalmente es la modalidad de presencia de los adultos y los
escenarios legítimos para la filiación de los niños a un orden cultural, que se desea les sea propio (Carli,
2001a).

Imagen tomada del film La profecía (1976), de Richard


Donner. En éste, la familia del embajador norteamericano en
Italia adopta un niño que, como se descubre luego, es el
anticristo. Al igual que en El exorcista (1973) y El bebé de
Rosemary (1968), en el film, lo siniestro surge al
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desestabilizarse
nuestra percepción de
los niños como seres
naturalmente
bondadosos y
transparentes en sus
motivaciones y deseos.
La aparición de este
conjunto de películas
centradas en la figura
de niños poseídos puede leerse en paralelo a los cambios en
los modos de pensar a los niños a los que se refiere Llobet en
el texto; como señala la autora, es en este período que los
niños comienzan a ser percibidos como un enigma, una
superficie opaca.

En los años ‘60, los cambios demográficos, familiares y de clima cultural y político comienzan una renovación
de las relaciones entre adultos y niños (Carli, ibíd.). Desde nuestra perspectiva, éstas dejaron de estar
marcadas por la moral para ser estructuradas a partir del psicoanálisis y de la pedagogía (influida, a su vez, por
la psicología). Estos adultos encontraban ahora un niño cifrado, enigmático, al que no cabía más enfrentar con
la clásica rigidez disciplinaria, sino que había que comprender en sus motivaciones y conflictos. El niño sería
una superficie opaca que, si antes había sido tabula rasa, ahora comenzaba a ser una incógnita.

A su vez, el adulto era entonces un sujeto en transición. Nuevos saberes y nuevos poderes comenzaron a
discurrir respecto de la paternidad y la maternidad. El giro intimista logrado por el psicoanálisis retornaba sobre
la familia desacralizándola, pero otorgando un nuevo lugar a los padres respecto de sus hijos. No se trataba ya
del mismo tipo de intervención que realizara la higiene del centenario, que protegía un bien colectivo y público,
sino de un susurro privado que era enunciado para proteger a un sujeto con interioridad y espesura. La
incertidumbre sobre la nueva familiaridad que intranquilizaba las formas de ser hombres y mujeres y, en
particular, de ser padres, llevó a estrategias reformadoras de las pedagogías privadas (familiares, la “Escuela
para padres (Ref: Idea original de Europa en la década del ’40, fue traída a la Argentina por Eva Giberti en
1957. La escuela para padres se proponía entender al niño para poder así, ejercer la paternidad.)”, por ejemplo)
y públicas (escolares).

Los setenta. Las dictaduras y la Situación Irregular

En los gobiernos dictatoriales de esta década fueron reemplazadas las denominaciones institucionales y
programáticas ‘de menores’ para pasar a ser ‘de menores y familia’. Este deslizamiento se acompañó de
debates relativos a la institucionalización y sus consecuencias, a la incompatibilidad de la educabilidad con la
institucionalización y a la necesidad de reintegración familiar de los menores. El Estudio del niño y el
adolescente institucionalizado, de 1967, y el Congreso del Menor Abandonado, de 1969, fueron ejemplos del
giro intimista promovido por la psicología, la medicina y la pedagogía, al indagar por las formas familiares del
abandono y del maltrato. Así surgió el Régimen de Familia Sustituta para diferenciar a niños ‘con graves
problema’ de aquellos que no los tenían (Dubaniewicz, 1997).

En 1973 se publicó la Política Nacional del Menor y la Familia y en 1974 se realizó el Primer Encuentro Nacional
de la Familia, cuyas conclusiones se centraron en la utilización de tratamientos que no implicaran internación y
en el desarrollo de estrategias de prevención (Dubaniewicz, ob. cit.). Durante la última dictadura militar (1976-
1983), se desarrollaron estrategias innovadoras de tratamiento: Registro General de Menores, Orientación
Familiar, becas para internamiento en instituciones privadas, Hogares de pre-egreso con subsidios, Pequeños
Hogares, becas de estudio e ingreso a los institutos militares (Dubaniewicz, ob. cit.).

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En 1978, el fotógrafo
presidencial Víctor Bugge
captó justo el momento en
el que el dictador argentino
Jorge Rafael Videla toma
cariñosamente de los
cachetes a María Eva
Gonzáles, una niña
proveniente de Rosario
que, junto a su madre,
había ido a buscar a su
padre, por entonces
empleado del Banco
Nación.
La fotografía se convirtió
casi al instante en
propaganda de la dictadura,
en tanto se proponía
mostrar el aspecto
‘humano’ de Videla. La
última instantánea de la
serie muestra el
reencuentro entre Bugge y
María Eva más de treinta
años después. La historia
completa de la imagen puede ser leída en
https://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-33341-
2004-03-28.html

La dictadura inauguró, asimismo, una modalidad perversa en la que el fuerte reingreso del modelo policíaco con
la ley 22.278 (sumada a las leyes 14.394 y 10.903) se combinaba con las instituciones totales, no ya para
estigmatizar, sino para renegar identidades. De esta forma, se articula la Doctrina de la Doctrina de la Situación
Irregular en la que se produce un deslizamiento que agrega a la idea de menor abandonado (propia del
paradigma anterior), la concepción de población de riesgo. Niños villeros (Ref: Dícese de los que habitan en las
llamadas villas miseria o de emergencia.) y niños de opositores políticos. Niños que habitan una calle que deja
de ser espacio de encuentro y socialización para comenzar un tránsito que va desde el terror (la Policía de la
Minoridad, el Cuerpo de Vigilancia Juvenil, las razzias callejeras) y la prohibición del encuentro y la cultura
pública (prohibición de las murgas y derogación del feriado de carnaval) hasta la privatización que marca la
fragmentación social de los años 90.

La recuperación democrática y el modelo neoliberal

A partir de la recuperación democrática, la problemática de niños y niñas en situación de vulnerabilidad ingresó


como tal al ámbito de actividades de la Secretaría de Desarrollo Humano y Familia. Se comenzó a asociar la
problemática del abandono con el incumplimiento de los derechos (Dubaniewicz, ob. cit.; APDH, 1986), en
consonancia con la incipiente repercusión, sobre todo en la sociedad civil, de los debates alrededor de la
redacción de la CDN desde 1979 y del papel que en él tenía el movimiento de Derechos Humanos argentino
desde fines de la dictadura.

Durante los años ochenta y noventa proliferaron los encuentros técnico-políticos para debatir políticas para la
infancia (escolares, asistenciales, penales) y posiciones acordes con la Doctrina de Protección Integral
(plasmada en la CDN) que propiciaban, como formulación política, un cambio de concepción que se pensó

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radical con respecto a los paradigmas anteriores. La juridicidad de este instrumento regula las relaciones entre
ámbitos y realiza prescripciones sobre las instituciones sociales no judiciales. Es decir, las instituciones que
asisten a población infantiles-juvenil están regidas por tal instrumento jurídico, con carácter constitucional.

En lo jurídico, se afirmó la necesidad de garantías procesales contra la discrecionalidad del régimen anterior, de
internamiento coercitivo. Se hizo eje en la titularidad de derechos de ciudadanía para niños, niñas y
adolescentes, los que dejaron de ser considerados menores en el mismo sentido en que esta denominación
adoptaba para el sistema tutelar, y se instaló el superior interés del niño como objetivo y límite de toda
intervención.

Asimismo, desde las posiciones defensoras de los derechos de los niños se comenzó a afirmar que las
instituciones que trabajan de forma alternativa eran más eficaces que las tradicionales (APDH, ob. cit.). La
década del 1980 fue marcada, en los debates respecto de los derechos de la infancia, por el problema de la
criminalización de la pobreza mediante el reinado de las acciones policiales. Así, aparecen, como actores en
oposición en primer lugar la policía, en segundo la justicia penal y en tercero el sistema institucional-total.

La incipiente lucha ideológica de quienes instalaban el problema de los derechos humanos de los niños se
centraba en “cambiar el lenguaje epistemológico” (Conclusiones del I Seminario Latinoamericano de DDHH del
niño y del menor, 1987), para extraer el problema de la minoridad del campo jurídico.

En 1990, la Secretaría de Desarrollo Humano y Familia fue reemplazada por el Consejo Nacional del Menor y la
Familia, dependiente del Ministerio de Salud y Acción Social, cuyo objetivo era “desburocratizar la asistencia a
Menores, Discapacitados y Ancianidad” garantizando su promoción integral. Si bien el objetivo de la institución
era formalmente más amplio, en 1993 se verificaba la concentración de los recursos institucionales en la
asistencia a la población infantil, restringida a su vez a la población infantil institucionalizada (Pronatas, 1993).

A fines de la mencionada década esta institución, que en sus declaraciones fundacionales se enmarca en la
protección de los derechos de la infancia y deriva su necesidad de la CDN, era vista como una transfiguración
del Patronato de la Infancia, tanto por los trabajadores propios, como por instituciones creadas con
posterioridad en la jurisdicción de la Ciudad de Buenos Aires.

Este escenario de debates desplegó, a primera vista, dos posiciones antagónicas y claramente polarizadas.
Quienes se posicionaban defendiendo la continuidad del Modelo Tutelar articulado con la Doctrina de la
Situación Irregular sostenían —o sostienen— un sistema de concepciones con predominio del aspecto punitivo
en función de la peligrosidad social de los menores, de la necesidad de tutela e internamiento correctivo debido
a la inadecuación de las familias y la construcción como pre-delincuentes de niñas y niños. El eje conceptual del
modelo es la categoría de menor: el menor es un sujeto incapaz, objeto de tutela y con libertad restringida por
su propio bien.

En oposición, quienes defienden la Doctrina de Protección Integral suscriben, como idea-fuerza, la concepción
que hace de los niños sujetos de derecho, tanto de derechos humanos en general como de ciudadanos en
particular, considerando que la protección y el cuidado son derechos que asisten a esta población, pero que no
podrían ser ‘hechos contra su voluntad’. Este proceso es caracterizado como de ampliación y particularización
de ciudadanía (Scott, 1999).

La Convención de Derechos del Niño y el Paradigma de Protección Integral

Desde fines de la década del ‘70, y con más fuerza desde la década del ‘90, se asistió al surgimiento del
Paradigma de la Protección Integral. Paradigma que se expresa en tres instancias: 1) la producción y
circulación de un discurso de derechos de niños y niñas, 2) en un instrumento jurídico: la Convención
Internacional de Derechos del Niño (en adelante CDN) y 3) en prácticas institucionales por ella amparadas.

El pintor mexicano Diego Rivera (1886-1957) realizó varias


pinturas cuyos temas se vinculan directamente a la infancia y
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la maternidad. No en pocas ocasiones los retratos se definen


por una fuerte carga social: niños trabajando a muy corta edad
o ayudando a sus madres en tareas domésticas. Aquí tres
ejemplos: Niño durmiendo, Mercado de Flores y La noche de
los pobres.

Tanto la aprobación de este instrumento jurídico como el avance del discurso de derechos asociados a la
infancia, colaboraron en la creación de un marco ético-crítico que favoreció la reflexión sobre las relaciones
entre el mundo adulto y el mundo infantil. El discurso de derechos de la infancia fue y es el eje estructurador de
un campo que hoy se muestra transformado.

Este marco promueve la ampliación de ciudadanía sobre la base de dos grandes estrategias: por un lado, la
separación de las problemáticas de índole penal de las de origen social; por otro, el cuestionamiento a las
instituciones totales, los Institutos de Menores, y el consecuente desarrollo de estrategias alternativas de
tratamiento, basadas en la pedagogía social y en la desmanicomialización y la antipsiquiatría (conocidas
también como el Paradigma de la Normalización).

Es interesante plantear someramente la cronología de debates que cuajan, hacia la década de los años ’80, en
un discurso sobre los derechos de niños, niñas y adolescentes institucionalizado internacionalmente y con
eficacia regulatoria en las políticas nacionales.

Varias vertientes llevan a la suscripción de la Convención. Por el lado del activismo de organizaciones
filantrópicas y de la sociedad civil orientadas hacia la infancia, una línea de continuidad vincula el modelo tutelar
con las nuevas concepciones. En efecto, en el ámbito internacional los actores que habían promovido el
nacimiento de los tribunales de menores a inicios del Siglo XX eran los mismos que se involucraron activamente
en la redacción y suscripción internacional de la CDN. Este instrumento reconoce dos antecedentes directos: la
Declaración de Ginebra y la Declaración de Derechos del Niño.

La alianza ‘Save the Children’, creada en 1920 con sede en Ginebra, fue responsable de la iniciativa que
culminó con la Declaración de Ginebra sobre los derechos del niño, adoptada por la Liga de las Naciones en
1924. Otra organización no gubernamental, la Oficina Internacional Católica de la Infancia (BICE), cuyas
actividades se iniciaron en 1948, tuvo un rol central en la propuesta para celebrar el Año Internacional del Niño
en 1979, evento precursor de la iniciativa para formular la Convención sobre los Derechos del Niño.

En cuanto al sistema de Naciones Unidas, otra de las vertientes que culminaron con la suscripción de la CDN,
desde 1946 UNESCO (Ref: Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (su
sigla en inglés, United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization)) y la ECOSOC (Ref: Consejo
Económico y Social para las Naciones Unidas) se encontraban abocadas a la discusión filosófica y el activismo
para el diseño de instrumentos de regulación internacional en materia de derechos humanos. El instrumento
liminar, la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), se suscribió el 10 de diciembre de 1948.En
ese mismo contexto se creó el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, cuyo objetivo central era la
contribución a la reconstrucción europea, a través de acciones respecto a la situación alimentaria de la infancia.
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Hacia 1953, el UNICEF concluye sus labores de apoyo a la reconstrucción europea, y desplaza la mayor parte
de sus programas a los países en desarrollo, en especial las ex-colonias de África y Asia, y a Latinoamérica,
donde la situación de niñas y niños se vincula con la naturalización de la vulneración y violación de sus
derechos humanos. Desde este punto de vista, se constata que no es suficiente protección la DUDH ni la
Declaración de los Derechos del Niño de 1959. Este instrumento enfatiza la protección especial y la atención
prioritaria que los adultos deben prestar a los niños en las áreas de supervivencia y desarrollo.

A partir de la creación de la Comisión sobre la Condición Jurídica y Social de la Mujer, se comenzó a instalar la
idea de la necesidad de explorar las situaciones concretas de desigualdad y ampliar los derechos humanos
mediante instrumentos específicos de mayor fuerza que las declaraciones. Se consagra la década 1975-1985 al
debate sobre los derechos de las mujeres, y la Asamblea General de la ONU (Ref: Organización de las
Naciones Unidas) aprobó en 1979 la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación
contra la Mujer. Ese mismo año,

En conmemoración del vigésimo aniversario de la Declaración de los Derechos del Niño de 1959, las Naciones
Unidas designó al año 1979 como el Año Internacional del Niño, para cuya celebración programó numerosas
actividades preparatorias en colaboración con los Estados miembros y diversas organizaciones no-
gubernamentales.

En este contexto en 1978, el gobierno de Polonia presentó, ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU,
la iniciativa de incorporar a los instrumentos internacionales de derechos humanos una Convención sobre los
Derechos del Niño, la cual representaría, por su carácter vinculante, un claro avance con relación a la
Declaración de 1959. El proyecto presentado por Polonia básicamente repetía el contenido sustantivo del
documento de 1959, al que únicamente agregaba un mecanismo de implementación.

Dado que el texto propuesto por Polonia no encontró el respaldo requerido, se decidió establecer un Grupo de
Trabajo abierto en el marco de la Comisión de Derechos Humanos, al que se le encomendó la tarea de redactar
una Convención a partir de un segundo borrador preparado por Polonia sobre la base de las respuestas de los
gobiernos a una consulta realizada por la Secretaría General de la ONU. El Grupo sesionó anualmente a partir
de 1979, finalizando su labor en marzo de 1988. Durante esos años, etapa conocida como la “primera lectura”,
los países miembros y observadores del Grupo de Trabajo negociaron el contenido de los artículos de la futura
Convención, cuya redacción era aprobada por consenso. Entre noviembre y diciembre de 1988 se procedió a la
“segunda lectura” del texto completo del proyecto de Convención. El texto final adoptado por el Grupo de
Trabajo fue presentado a la Comisión de Derechos Humanos para su aprobación, la que posteriormente lo
sometió a la consideración del ECOSOC y éste a la Asamblea General de la ONU. El trámite finalizó el 20 de
noviembre de 1989, fecha en la que la Asamblea General aprobó por unanimidad la Convención sobre los
Derechos del Niño, la cual entró en vigencia el 2 de septiembre de 1990 (CRIN, 2004).

El inicio de los debates en el marco de la Guerra Fría hace parte a la disputa ideológica entre Este y Oeste, de
la cual los derechos humanos eran un instrumento y la ONU el escenario privilegiado. En esencia, los países
pertenecientes al bloque soviético defendían la primacía de los derechos económicos y sociales, mientras que
ciertos países occidentales, particularmente los Estados Unidos, sólo reconocían como derechos humanos
legítimos a los de carácter civil y político. Las negociaciones en torno a la futura Convención sobre los Derechos
del Niño avanzaron lentamente debido a esto. Durante los procesos de ratificación e implementación, a fin de
evitar las connotaciones políticas que adquirió la división de los derechos humanos durante la Guerra Fría, se
optó por obviar la distinción clásica en favor de una nomenclatura que agrupara los derechos consagrados en la
Convención en derechos de participación, provisión y protección. En respuesta al predominio de los derechos
sociales en el borrador original presentado por Polonia, los Estados Unidos propusieron la incorporación de la
mayoría de los artículos referidos a los derechos civiles y políticos de los niños: artículo 13* (libertad de
expresión); artículo 14* (libertad de pensamiento, conciencia y religión); artículo 15* (libertad de asociación y
reunión) y artículo 16*(derecho a la privacidad). Asimismo, ese país participó activamente en el desarrollo del
artículo 17* (acceso a la información). El artículo 12*. El artículo 8* de la Convención, relativo al derecho del
niño a preservar su identidad, fue originalmente propuesto al Grupo de Trabajo por la delegación argentina, en
respuesta a la apropiación de identidad de los hijos de personas desaparecidas, realizada durante la dictadura.
Como bloque, América Latina se destacó por su firme oposición a los textos originales sobre adopción
internacional, dado que éstos no contemplaban medidas para evitar el tráfico de niños.
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El Consenso de Washington intensificó el apoyo a la cooperación internacional y la no exigencia al Estado como


garante material de derechos. Por su parte, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) se establecieron en la
Declaración del Milenio, resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas (A/55/L.2) aprobada por 189
Estados durante la Cumbre del Milenio en el 2000. Se reafirmó el carácter universal e intemporal de los
propósitos y principios contenidos en la carta de Naciones Unidas. Los Estados también se comprometieron a
liberar la humanidad de la guerra, la pobreza extrema y la amenaza de vivir en un planeta maltrecho por la
actividad humana.

De la Declaración del Milenio se derivan un total de ocho objetivos, los cuales se concretan en un total de 18
metas a alcanzar para el año 2015. Todos los países se comprometieron a adoptar medidas así como aplicar
esfuerzos y recursos para conseguirlos.

No obstante el marco internacional, la CDN ha sido redactada y suscripta en un contexto de privatización de las
políticas sociales y de desmantelamiento del Estado de bienestar*. Se confeccionó como instrumento para
instituir y regular los derechos de ciudadanía de un grupo social —la infancia y adolescencia—- que carecía
hasta entonces (plenamente) de ellos, en el mismo momento histórico en que el Estado que debía garantizarlos
y satisfacerlos era desmantelado. De esta manera se instituyó y legalizó, por añadidura, el campo para la
gestión privada de estos derechos traducidos en problemas.

Por último, el marco normativo internacional de derechos humanos es un conjunto interrelacionado e


interdependiente de derechos, donde la Convención de Derechos del Niño (CDN) representa un avance en el
sentido de la especificación por ciclo vital de los derechos a aquellos grupos etáreos más vulnerables. Sin
embargo, no es éste el único instrumento que protege los derechos de niños y niñas. Se han aprobado otros
instrumentos internacionales como la Convención por la Eliminación de Toda Forma de Discriminación contra la
Mujer (CEDAW) y la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la
Mujer "Convención De Belem Do Para", que incluyen específicas menciones a niñas y adolescentes.

Principios e implementación de la CDN

El acuerdo internacional hace de los cuatro principios de la CDN (no discriminación, interés superior del niño,
autonomía y participación y supervivencia y desarrollo) los ejes para el diseño de los programas y las políticas
para la infancia.

El primero es el principio de la no discriminación. El artículo 2* establece que las disposiciones de la CDN


afectan a todos los niños, independientemente de raza, color, sexo, idioma, o cualquier otra condición del niño,
teniendo cada uno de ellos la facultad de disfrutar de la igualdad de derechos y de oportunidades.

El principio del interés superior del niño o de protección, estipulado en el artículo 3* (1), muestra que los
intereses jurídicamente protegidos del niño pueden ser diversos de los de los padres, y no deben ser
considerados solamente como un asunto de orden privado. Este principio debe ser aplicado, sobre todo, cuando
la Convención no establece una norma precisa. No puede utilizarse para anular otros derechos garantizados a
la infancia, sino que deben promoverse y proteger los mismos antes de tomar cualquier medida que los afecte.

Un principio vinculado al anterior afecta el punto de vista de los niños, y se estipula en los artículos 12 y 13.
Cuando se toman en consideración los intereses de un niño, la Convención apoya el derecho de este niño a
que se tenga en cuenta su opinión, según su edad o madurez, así como libertad para formar y difundir su propia
opinión.

El último principio general refiere al derecho del niño a la supervivencia y el desarrollo. El artículo 6 junto con
el 19 y el 27, forman la base de los derechos sociales, económicos y culturales que se expresan en la
Convención, y obligan a los Estados a establecer las condiciones para el desarrollo de una vida plena.

El cambio auspiciado por la CDN y la Doctrina de Protección Integral ha sido considerado, en Latinoamérica,
como un viraje a favor de la infancia. Sin embargo, a más de diez años de la suscripción de este instrumento,
numerosos expertos relativizan su impacto, en función de: a) el formalismo que ha caracterizado la difusión de
la CDN; b) de las acciones administrativas y políticas que la implementan; c) de las disputas en un campo

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político entre actores con diferencias de poder; d) de la disociación del discurso de derechos respecto de la
realidad socioeconómica que afecta a la infancia y e) de la concepción excluyente del derecho como
instrumento suficiente para el cambio social (Pilotti, 2001; García Méndez, 1995; Beloff, 1998).

En abril del año 2002,


Bárbara Flores, una
nena de 9 años que
nació y vive en la
provincia de Tucumán
en Argentina, contó en
un reportaje televisivo
conmovedor que no
comía hacía
veinticuatro horas. La imagen recorrió los medios y se convirtió
en ícono de la desigualdad, la desnutrición infantil y la pobreza
que afecta a gran parte del país, aún más después de la crisis
del 2001.

Hace pocos años, María Julia Oliván, la periodista que había entrevistado a “Barbarita”, se reencontró con una
adolescente bien alimentada y destinataria de múltiples donaciones gracias a la exposición de su situación
frente a las cámaras. El caso invita a preguntarse sobre la visibilidad y la invisibilidad de casos similares en toda
Latinoamérica, el papel de los medios y la ausencia de políticas públicas concretas para solucionar la dramática
situación de millones de niños en el continente.

Como instrumento internacional de justicia y derechos humanos, intenta articular estándares éticos alrededor
del mundo para el tratamiento de los niños. Esta apuesta internacionalista implica que cada contexto nacional o
regional deba propiciar el ajuste a sus realidades locales, ajuste que no perjudique a ninguno de los principios
rectores. Ello significa, en primer lugar, lidiar con la tensión particularismo-universalismo, eludiendo afirmaciones
propias del relativismo cultural que diluyen tal conflicto.

En segundo lugar, y en particular en América Latina, supone introducir, en culturas institucionales permeadas
por ciudadanías invertidas o controladas (Fleury, 1997), principios relativos a la ampliación de ciudadanía y al
tratamiento concreto y simbólico de personas menores de edad como ciudadanos.

La incorporación de la perspectiva de derechos

Latinoamérica cuenta con el raro privilegio de ser considerada la región más desigual del mundo. Al enfocar a la
población infantil y adolescente, esta situación se agudiza. De modo que la reformulación de las políticas para
este grupo desde la perspectiva de derechos supuso, a inicios de la década del noventa, una suerte de
esperanza.

Por cierto, el reconocimiento de la historicidad y la dependencia del contexto socio-cultural de las definiciones
de derechos, hace que en cada país sea necesario explicitar y consensuar las interpretaciones que se darán a
varios aspectos de la CDN. Entre ellos, el balance entre los derechos y las obligaciones de niños/as, la
interpretación de la participación social infantil, y el sentido dado al principio del superior interés del niño. Sin
embargo, también resulta necesario establecer la posibilidad de garantizar el cumplimiento de los derechos
humanos en distintos contextos culturales, evitando que posiciones ligadas al relativismo cultural lleven al
tratamiento de los contextos culturales como ya dados, naturalizando las relaciones de poder y la desigualdad
que conllevan las distintas prácticas socialmente aceptadas. Es necesario vincular la integración del enfoque de
derechos de la infancia con las políticas económicas, no sólo con las políticas sociales. Esta vinculación
necesariamente derivaría en un cuestionamiento del doble discurso de los organismos internacionales y de su

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eco en los Estados nacionales. Y es necesario también analizar con seriedad qué cuestiones obstaculizan el
cumplimiento de derechos de niños, niñas y adolescentes tanto en las prácticas sociales como al interior de los
propios Estados.

La inclusión del enfoque de derechos humanos en la agenda internacional y el consecuente desarrollo de


instrumentos, recomendaciones técnicas y procesos de monitoreo tiene ciertas características significativas
para este análisis. En primer lugar es posible situar la acumulación de conocimiento técnico que permite mejorar
las estrategias y prácticas cuyo objetivo es el cumplimiento de los derechos de determinadas poblaciones o
grupos. En segundo término, se identifica un desplazamiento histórico de la discusión política por la supuesta
asepsia técnica impulsada por las agencias internacionales. En efecto, la preeminencia técnica hace pensar que
se trata de un problema de aplicación de estrategias adecuadas, ocultando que las definiciones de derechos en
lo concreto, la formación de políticas, planes o programas para satisfacerlos, la asignación de recursos, etc.,
son el resultado de una discusión filosófico-política respecto reducida, en última instancia, a la pregunta sobre lo
que es justo para el conjunto social.

En lo que respecta a la infancia y la adolescencia, se trata de un conjunto de grupos poblacionales que


conjugan distintas categorías de desigualdad: género, clase social, etnia. Por ello, la mirada respecto a la
desigualdad intrageneracional puede dar cuenta de la manera en que se concreta el acceso a derechos entre
niños, niñas y adolescentes. Por su parte, el modo en que la sociedad va articulando la inclusión de las nuevas
generaciones requiere de una mirada a la desigualdad intergeneracional.

La desigualdad se concreta en una distribución y apropiación de las posibilidades de acceder a los bienes
culturales, materiales y oportunidades que una sociedad produce en cada momento histórico; lo que genera una
diferencia injusta y construida entre los sujetos.

Las políticas para la infancia y la adolescencia en el marco de Derechos Humanos

Los acuerdos internacionales requerían la transformación de las políticas para la infancia a partir de la
incorporación del paradigma de protección integral, la transformación de la institucionalidad existente basada en
la internación, la separación de los problemas penales de los problemas sociales y, más profundamente, la
transformación de los supuestos sobre los sujetos infantiles y adolescentes.

Estos ambiciosos propósitos se implementaron mediante adecuaciones en la legislación, mediante exigencias


internacionales para el diseño de programas y de rendición de cuentas y provisión de información, mediante
reformas de la institucionalidad, estrategias de difusión, y sobre todo, proliferación de programas y proyectos de
alta especificidad y focalización y de organizaciones de la sociedad civil que comenzaron a gestionar parte de lo
que ya no debía gestionar el Estado. Esta realidad ha dado lugar, a casi veinte años de iniciadas las
transformaciones, a algunas paradojas, conflictos y nuevas tensiones que me interesa presentar.

En primer lugar, paradójicamente, lejos de adoptar los principios de interrelación y articulación de derechos,
raramente la institucionalización del enfoque de derechos de la infancia ha ido más lejos que la propia
Convención, como para, por ejemplo, llegar a incluir aquellos derechos de niñas y mujeres adolescentes y
jóvenes, especificados tanto en la Cedaw como en Belem do Para.

Adicionalmente, comenzaron a visualizarse prácticas culturales tradicionales a la luz de los nuevos estándares,
multiplicándose conflictos antes inexistentes o solapados, entre prácticas sociales funcionales y aceptadas, pero
cuestionables desde el nuevo paradigma, así como la inadecuación institucional para responder a estas nuevas
demandas.

Los procesos de ampliación de derechos y su traducción formal en instrumentos jurídicos internacionales que
luego regresan a un territorio social e ideológico disonante parecen resultar, en el terreno de la infancia y la
adolescencia, una concepción altamente fragmentada de los sujetos. Es decir, por un lado, se privilegia una
concepción de los derechos que surge de los instrumentos internacionales tomados como una sumatoria, sin
considerar la vinculación de los mismos con problemas de la vida cotidiana, ni tampoco visualizando a los

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sujetos en sus contextos y relaciones, para poder integrar distintas dimensiones de derechos. Sin embargo, por
el otro lado, la ideología respecto de la familia construye una suerte de sujeto abstracto en el que, por ejemplo,
las necesidades infantiles son sólo una fracción de las de los adultos.

¿Cómo se articulan estas restricciones con los modelos de bienestar que se promueven desde agencias
internacionales y países centrales?

Una política con enfoque de derechos debe permitir la construcción de procesos de ampliación de derechos de
las personas y los grupos para quienes se desarrolla, recuperando las necesidades y problemas de los
destinatarios.

Las políticas con enfoque de derechos contienen los siguientes principios:

inclusión y estándares sobre igualdad: considera los derechos indivisibles y apunta a garantizar la igualdad
de oportunidades.

no discriminación: por edad, etnia, situación social y sexo.

participación: de los interesados directos (sujetos de derechos) en la programación, seguimiento,


evaluación.

rendición de cuentas y responsabilidad: lograr transparencia en las acciones y visibilizar a los responsables
de la implementación de las políticas.

mecanismos para hacer exigibles los derechos: existencia de espacios y de procedimientos que garanticen
la exigibilidad del acceso a los derechos, cuando ocurra una situación de vulneración de los mismos.

Uno de los aspectos más controvertidos de esta agenda de los organismos internacionales es denominado por
algunos autores como “globalización de los derechos humanos” Es decir, en esta línea, una de las mayores
críticas que se plantea es el “occidentalocentrismo” de los derechos humanos. Esta crítica generó ecos y
debates importantes en los propios organismos, que condujeron a documentos alertando contra este abuso de
igualar lo internacional a lo occidental y tratando de garantizar el respeto por ‘lo local’.

Otras críticas, mucho menos recuperadas a nivel internacional, atienden al problema de la imposición de
agendas sociales transformadoras de la mano de líneas de crédito. En efecto, la mayoría de los créditos
otorgados por los organismos internacionales de la ‘línea progresista’ (no alineados totalmente con el FMI ni la
OMC) imponen cláusulas relativas a la igualdad de género, por mencionar el ejemplo más difundido. Como
efecto más negativo, es posible señalar que la celeridad y el tipo de proceso técnico impuestos por la
financiación internacional no permiten que los conflictos sociales que se relacionan con el incumplimiento o
violación en los derechos humanos mencionados sean efectivamente elaborados para arribar a una
transformación. Para seguir con el ejemplo, aquello que verdaderamente obstaculiza la igualdad de género en
todos los niveles de la vida social no será analizado, ni su transformación real será necesariamente el resultado
de la implementación de un programa o, peor, habrá sólo una construcción meramente teórica de un marco
conceptual.

A partir de la década del ‘90, de la mano de la internacionalización de la agenda de políticas públicas y los
formatos ‘enlatados’ de políticas, la comunidad técnica internacional ha debatido largamente respecto a la
producción de información e indicadores sobre el acceso a derechos y a satisfactores, preocupación vinculada
con la posibilidad de evaluación de las políticas.

Sin embargo, no todos los criterios de uso permiten establecer consideraciones relativas a la situación de
acceso a derechos de la población en su conjunto y/o de grupos específicos dentro de ella. En efecto, algunos
problemas que es posible señalar en la definición de las relaciones, asociaciones e interacciones entre
áreas/indicadores son:

1. La reducción de los problemas relativos a la equidad sólo como focalización, y los problemas relativos a
la desigualdad como diferencias o brechas.

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2. La predominancia de los criterios médicos para el establecimiento del bienestar infantil y para el
seguimiento de la situación social de la infancia.

3. La reducción del acceso a derechos al establecimiento de metas mínimas de cumplimiento, que por otra
parte no suponen un esfuerzo especial al Estado.

4. El tratamiento de la situación sanitaria infantil subsumida al “binomio madre-hijo”, con un conjunto de


supuestos respecto del comportamiento materno altruista.

5. El tratamiento de niños, niñas y adolescentes como sujetos de derechos aislados de otros sujetos de
derechos (por ejemplo, de los adultos del grupo familiar); y como si los derechos de los niños no entraran
en colisión o conflicto con los derechos de otros sujetos de derecho (por ejemplo, de las mujeres que a la
sazón son sus madres).

6. La suposición de comportamientos distributivos homogéneos o equitativos al interior de los hogares,


ocultando inequidades de género y de generaciones en la asignación de recursos y oportunidades.

7. La ausencia de información relativa a la discriminación (por estatus -sexo o identidad sexual, edad, lugar
de residencia, etnia- o por clase social), como una de las dimensiones que construyen la desigualdad en
el acceso a derechos.

8. La construcción de grupos poblacionales con base en criterios de riesgo o vulnerabilidad, construidos a


su vez bajo paradigmas patologizantes y/o economicistas.

9. la naturalización de las necesidades de cuidados y de relaciones y vínculos sociales densos y


satisfactorios como la necesidad de una familia.

Barbie gorda, de András


Kállai (2007). En esta
escultura, parte de una
serie más extensa con
Barbies, el artista húngaro
llama la atención sobre el
papel que la muñeca Barbie
desempeña en la
naturalización del modelo
de cuerpo femenino que se
considera bello y
socialmente aceptable. La
obra también invita a reflexionar el rol que juegos y
juguetes desempeñan en la formación de niños y
niñas, proponiendo roles diferenciados, no siempre
equitativos.

La nueva centralidad de la infancia y la adolescencia y las “nuevas” políticas sociales

Dada una definición de Estado como el escenario institucional que expresa un determinado consenso
hegemónico, las políticas sociales serán aquellas estrategias que concretan un pacto de reproducción social al
mismo tiempo que una estrategia de cohesión social y concreción de derechos sociales. En este sentido,
Estado y políticas sociales son multidimensionales, complejos y contradictorios. Para una discusión más amplia
al respecto, puede consultarse a autores como Esping Andersen, Tittmus, Fleury, entre otros.

Los debates alrededor del estado de inversión social desde mediados de la década pasada han permitido
visualizar a las políticas para la infancia y la adolescencia como el eje de transformación del Estado de
bienestar, de sus valores y del balance y atribución de responsabilidades entre Estado, mercado, familia y
comunidad. Para algunos analistas, es así posible concebir una reconfiguración de los regímenes de bienestar

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comparable a la articulación del Estado keynesiano*. Este planteo tiene en el centro a la figura del niño-
ciudadano-a-advenir, e identifica el “nuevo riesgo” en la falta de acceso al conocimiento (Jenson y Saint-Martin,
2002; Lister, 2006; Esping-Andersen, 2002).

El modelo es caracterizado por tres líneas de fuerza: enfoca en el aprendizaje a lo largo de la vida, se centra en
el futuro y caracteriza a la inversión en la infancia como una acción de interés de la sociedad (Jenson, 2006;
Dobrowolsky y Jenson, 2002; Lister, 2002, White, 2002). Su sustrato se halla en la promoción del capital
humano, distribuyendo oportunidades de acceso al conocimiento y a las experiencias que forman personas
capaces de adaptarse al marco económico post-industrial. La estrategia central es, entonces, garantizar el
acceso a las capacidades y habilidades para ingresar al mercado de trabajo, que permanece como la mejor
forma de integración social y acceso a la protección y a la seguridad social.

Se trataría de una estrategia de Estado de bienestar activo, cuyo supuesto es que la inversión en educación y
capacitación de niños/as y adolescentes resuelve en el largo plazo los problemas del mercado de trabajo,
mediante el desarrollo de capacidades que permitan afrontar las transiciones que plantea.

Los críticos coinciden en que resulta incapaz de incidir en las desigualdades presentes, al centrarse en la
distribución de oportunidades antes que en la transformación de las condiciones estructurales que generan
inserciones desfavorables. Su implementación en Latinoamérica —que se caracteriza por el aumento de la
desigualdad y segregación, con procesos de concentración de riqueza y de desventajas para la población
infanto-juvenil (Saraví, 2004 y 2006)— permite dudar de la justa interpretación de los ‘nuevos riesgos’ y de la
pertinencia de las estrategias.

Convergentemente, desde mediados de esa década, y con más fuerza desde el 2000, las agencias
internacionales comenzaron a vincular las políticas de reducción de la pobreza con el enfoque basado en
derechos (OHCHR, 2002 y 2004; UNDP, 2003).

Conflictos y tensiones en la consideración de niños, niñas y adolescentes como sujetos de derechos

¿En qué medida la universalidad que implican los derechos es meramente abstracta y por tanto problemática
para quienes, por distintas razones, no alcanzan las condiciones para su inclusión plena? Las personas vemos
limitados nuestros derechos en virtud de situaciones de segregación y sometimiento. La necesidad de
ampliación de ciudadanía surge de ello y se expresa en la titularidad de los derechos que en la práctica no
pueden ser ejercidos.

¿Mediante qué mecanismos es posible construir procesos igualitarios en las instituciones para la infancia, que
posibiliten la ampliación de derechos en la vida cotidiana?

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