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LA FANTASÍA HEROICA

Y EL RENACER DEL HÉROE


Dedicado a los jóvenes kairos

José Rubio Sánchez & José


1 Miguel Cuesta Puertes
PARTE I
LA FANTASÍA HEROICA

De todo lo que se ha escrito,


lo único que me gusta es lo que uno ha escrito con su propia
sangre.
Escribe con sangre y sabrás que la sangre es Espíritu.
F. Nietzsche

PROEMIO
Ante nosotros está el libro. Buscamos el índice y elegimos un relato. Encendemos la lámpara cercana al
sillón y apagamos la luz principal; nos sentamos y comenzamos la lectura. No hay prisa, leemos el título y,
entonces, la realidad se difumina y cambia… todo es distinto, somos Cormac Mac Art… nos adentramos
en lo desconocido… y vuelven a sonar en nuestras mentes los cantos de guerra, el golpe chispeante de las
espadas y el entrechocar de los vasos de vino rojo como sangre, mientras una risa fuerte, viril y noble resuena
en nuestro interior asomándose a nuestros labios, primero tímidamente y luego con fuerza… La escena
cambia, estamos en la borda de un barco y el mar nos golpea en la cara; delante, un océano se nos ofrece
misterioso con un Destino en el horizonte… La nieve nos hiela el alma mientras atravesamos las montañas
nimbadas buscando una gruta para guarecernos; lejos se escucha el aullar aterrador de los lobos… La sangre
y la carnicería nos lava el cuerpo enfebrecido en el clamor de la batalla mientras invocamos a todos los dioses,
no para que nos ayuden, sino para que nos vean vencer o morir con heroísmo… somos siempre nosotros…
o fuimos… Reminiscencias.
Ocurre algo especial cuando nos sumergimos en un relato de Fantasía Heroica. Aparte del sentimiento
agradable de evasión y misterio, hay como un despertar del Alma, del dios Interior, del Daimón dormido,
como un salto espacio-temporal a una época más viril y heroica, donde el hombre no estaba limitado por la
moral de una religión que le obliga a «someterse» a un Dios, y una sociedad que le debilita en la adicción
al aburguesamiento y al consumismo. No, en ese retroceder a otras épocas hay un contacto mágico que abre
las frías losas depositadas sobre las tumbas de los viejos héroes… Y vuelve el corazón a palpitar con fuerza
anheloso de nuevas aventuras, y nuestros ojos, apagados tras siglos de espera, como durmientes, a semejanza
de Arturo, el Rey del Mundo, despiertan con un brillo fulgurante, acerado. ¡Oímos el graznido del cuervo!
Los estandartes del Dragón son desempolvados, las espadas despiden destellos saludando al Sol, el Soma del
Grial corre por nuestras venas. ¡Somos Inmortales!…

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Al leer estas historias de «capa y espada», en nuestro interior se remueven recuerdos y se levanta el polvo
depositado durante milenios sobre las ruinas de nuestras almas. No es una simple evasión, es como un
puente, tal vez el mítico Bifröst, el puente del Arco Iris, que nos muestra el camino de regreso a Asgard.

LA FANTASÍA HEROICA
Hay quien dice que en este siglo tan tecnificado, tan materialista, ya no tienen sentido los cuentos de Hadas,
lo mágico y numinoso; que el hombre ya no necesita explicaciones «simplistas» a los misterios que va
«explicando» la Ciencia y, sin embargo, las constantes míticas se mantienen. La Magia no ha desaparecido,
al contrario, contra todo pronóstico, se ha potenciado, y hoy, tal vez más que en otras épocas de la Historia,
hay una necesidad de misterio, de magia, de acción… Tanto el cine como la literatura nos muestran un
despertar de algo ya latente en el ser humano, que la ciencia no sólo no puede acallar, sino que lo despierta
aún más. Cada vez es más amplio el grupo de gente atraída hacia las películas, novelas o cómics de misterio,
acción o terror.
Estamos inmersos en un fenómeno de vuelta a lo
Mágico. Existe una necesidad, especialmente en los
jóvenes, de vivir aventuras, de notar que el pulso
se altera, la emoción de lo desconocido, vencer,
demostrar su valor o sus capacidades. Y eso se
encuentra en los relatos de ficción, que podemos
dividir de forma provisional en: ficción científica,
historias de terror y misterio, de aventuras y las
llamadas de Fantasía Heroica.
La primera afirma la gran capacidad de la ciencia
para transformar las cosas. Precursores de este
género son: Mary W. Shelley, con Frankestein
en 1818; Julio Verne, Herbert G. Wells y W.
Olaf Stapledon, los que sientan las bases de
una imaginería que es el antecedente estético
de la ficción científica contemporánea. La base
fundamental es la visualización de mundos posibles,
ofreciendo un panorama caótico en el que pueden encontrarse hábitats regidos por las más extrañas leyes
físicas, biológicas e incluso morales; ingeniosos diseños urbanísticos y modos de cultivo, y muchas y muy
sugerentes especulaciones sobre las posibilidades de relación individual y social entre los seres humanos y
otras diversas e indescriptibles especies, así como objetos de infinitas formas y posibilidades de uso.
Hay tópicos que se repiten: continua premonición de una catástrofe final o el recuerdo brumoso de ella,

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las ciudades como cárceles gigantescas, las máquinas inteligentes que alcanzan progresivo protagonismo,
la colonización del espacio como única esperanza en una renovación del mito de la Tierra Prometida, la
máquina del tiempo cuyo precursor fue también Wells, los universos paralelos, etc. Revista mítica en este
género fue Amazing Stories, editada por Hugo Gernsback, inventor del término science-fiction en 1926.
Sin embargo, este género de ficción está alcanzando un punto de saturación, pese a sus excelentes autores,
pues al haber fracasado todas las grandes utopías del siglo, el gusto del lector mayoritario se inclina cada
vez más por el género de terror y, sobre todo, por los mundos epigonales de la Fantasía Heroica, aunque
en nuestros días (2013), los géneros se entremezclan con algún que otro buen resultado. Estos géneros son
divulgados sobre todo por el cine y el llamado noveno arte: los cómics. Destacados guionistas y directores
mezclan, con elementos de ciencia-ficción, otros extraídos de
la Mitología, del Ocultismo, o de la Parapsicología.
La Fantasía Heroica, el género que nos ocupa, tiene sus
antecedentes en los cuentos de Hadas, de Fantasmas, en
las sagas heroicas de todos los pueblos, en las historias de
Odiseo, de Rustam, de Sigurd y de Cuchulamn. Entra dentro
de las utopías literarias en cuanto a creaciones de mundos
imaginarios, escape de la realidad vigente y aceptada, que no
de la Realidad con mayúsculas. Y también encarna, tal vez
subconscientemente, realidades simbólicas, mitos, arquetipos,
que están en el Inconsciente Colectivo de la Humanidad.
Según L. Sprague de Camp, este tipo de literatura, a veces
muy criticada y menospreciada, resurge en Europa a través de
tres canales: «la narrativa de fantasía oriental, que apareció
por primera vez al publicarse la traducción al francés de Las
Mil y una Noches hecha por Galland; la novela gótica, traída
de Alemania a Inglaterra por Horace Walpole, con su Castillo
de Otranto (1764), y los cuentos de hadas para niños, basados
originalmente en leyendas de campesinos escritas y popularizadas por Andersen y por los hermanos
Grimm». En 1814 Walter Scott lanzó la moderna novela histórica con Waverley, dando origen a una ola
de romanticismo medieval en Inglaterra, que llega hasta hoy, donde esta de moda, precisamente, la Novela
Histórica. Se atribuye al inglés William Morris la creación de la moderna Fantasía Heroica entre 1880 y
1990, seguido por Lord Dunsay, quien la adaptó al género de los cuentos cortos a comienzos del siglo XX,
mientras que Eric R. Edison escribió sus novelas acerca de Zimiamvi dentro del mismo género.
En USA se lanzó la Fantasía Heroica (tal como la entendemos hoy en día) y las novelas de «capa y espada»
con la aparición de revistas como Weird Tales en 1923, o Unknown Worlds en 1939. Allí escribió Clark
Asthon Smith sus macabros cuentos relativos a Hiperbórea, Henry Kuttner su saga sobre la Atlántida; L.

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Ron Hubbard, Frittz Leiber, etc. Pero entre 1943 y 1945 este género casi desapareció, sustituido por las
novelas sentimentales, psicológicas o de anti-héroes, en las que el personaje es siempre «un hombrecillo
patético al que nada le sale bien» donde se da preponderancia al sexo y a la política. Más tarde, a partir
del éxito asombroso de El Señor de los Anillos de J.R. Tolkien en los años cincuenta, nuevamente ha ido
resurgiendo este tipo de literatura, que busca sobre todo entretener, hacer viajar la imaginación a épocas
pasadas, futuras o de universos paralelos, y donde de alguna manera el propio lector es el héroe. Cautivan
profundamente porque conectan a los jóvenes con el Arquetipo de su propia identidad, de sus propias
ansias de rebeldía, de aventura, de triunfos y gloria, y ofrece además un toque de magia y misterio que
contrasta con la fría realidad cotidiana.
Hoy los autores y escritos son tan abundantes, que no nos es posible dedicarles comentario alguno aquí. Es
como si se hubiese abierto una brecha en el tiempo y estos literatos, unos más inspirados que otros, trajesen
a nuestro mundo las leyendas de épocas de las que la ciencia histórica no tiene noticias, ni escritos… o los
oculta… o no sabe verlos, diseminados y polvorientos en los almacenes o en las vitrinas de los museos y las
bibliotecas.
El máximo exponente y precursor de este género, al menos para
nosotros, fue Robert Edwin Howard, quien escribió por los años
de la depresión norteamericana, centrada en 1929 y leída a partir
de los años setenta –en medio de esa otra gran depresión espiritual
e incluso material de la que no logramos salir–, y creó personajes
llenos de fuerza y carisma, que se hacen a sí mismos, exaltando al
individuo frente a la masa y dando gran importancia a la acción.
Personajes que parecen anti-héroes, pero que son, en cambio,
verdaderas plasmaciones del Arquetipo Heroico.
Es a este autor al que dedicamos las próximas páginas.

Los pequeños poetas cantan


de cosas pequeñas;
de esperanzas, alegrías y fe,
de pequeñas reinas
y reyes de juguete;
de amantes que se besan y se unen,
y de modestas flores
que se cimbrean al Sol.
Los grandes poetas escriben con
sangre y lagrimas y agonía que,
como las llamas, devoran y arrasan.

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Alcanzan la ciega locura
con sus manos, en la noche,
sondean los abismos
que representan la muerte;
se arrastran por golfos donde
serpentea la locura
y locas y monstruosas formas
de pesadilla
que quieren destruir el mundo.
Robert E. Howard

ROBERT EDWIN HOWARD


Nos cuenta H.P. Lovecraft en su Memoriam, publicado por primera
vez con ocasión de la muerte de Robert E. Howard en 1936:
El señor Howard nació en Peaster Texas, el 22 de enero de 1906…
su familia pertenece a una distinguida raigambre de plantadores
sureños, de descendencia escocesa-irlandesa, con la mayoría de sus
antepasados establecidos en Georgia y Carolina del Norte en el
siglo XVIII… ha vivido en el sur, al este y al oeste de Texas y en la
parte occidental de Oklahoma […] educado en la atmósfera de la
frontera, Howard no tardó en llegar a ser todo un devoto de sus
viriles tradiciones homéricas.
Su primer relato lo publicó en 1925 en la revista de Weird Tales,
pero empezó a escribir a los 15 años. A partir de ahí empezará
a crear personajes y ambientes con características comunes: la
descripción de vastas ciudades megalíticas del mundo primigenio, alrededor de cuyas oscuras
torres y bóvedas laberínticas perdura un aura de miedo pre-humano y nigromancia que ningún
otro escritor ha logrado imitar […] descripción de combates sanguinarios […] Nadie más que él
podía escribir de modo más convincente acerca de la violencia y las matanzas, y sus pasajes bélicos
revelan una aptitud instintiva para las tácticas militares que podrían haberle llevado a distinguirse
en tiempos de guerra. Sus verdaderos dones eran aún más elevados que los que pueden llegar a
sospechar los lectores comunes de sus obras. Todos los relatos reflejan su filosofía. Era, por encima
de todo lo demás, un amante del mundo más sencillo y antiguo de los bárbaros, y de la época de los
pioneros, cuando el coraje y la fortaleza ocupaban el lugar de la sutileza y la estratagema, y cuando
una raza osada y carente de todo temor batallaba y sangraba, sin pedirle cuartel a la naturaleza
hostil.
Durante toda su vida fue un ávido estudioso de la Antigüedad celta y otras fases de la más remota

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Historia […] sus gustos en cuanto a lectura eran amplios e incluían investigaciones históricas en
campos tan dispares como el suroeste norteamericano, la Gran Bretaña prehistórica, amén de
Irlanda, y el mundo prehistórico oriental y africano. En la Literatura prefería lo viril a la sutileza, y
repudiaba el modernismo de modo devastador y absoluto. En lo político era liberal y un acérrimo
enemigo de toda forma de injusticia cívica. Sus diversiones básicas, los deportes y viajar.
Algunos de sus personajes son Salomón Kane, un puritano inglés, el Rey Kull de Valusia, cuyas
aventuras muestran una era muy distante en la historia del hombre, cuando Atlantis, Lemuria y Mu
se hallaban aún sobre las olas; Bran Mak Morn, rey picto ubicado en los tiempos de la conquista
romana de Inglaterra; Conan de Cimeria, que representaba un mundo prehistórico posterior, un
mundo de hace quizás unos 15.000 años, inmediatamente antes de los primeros destellos de la
Historia escrita. Para su guía propia preparó un detallado esbozo casi histórico de una inteligencia
y una fertilidad imaginativa infinitas.
La poesía del señor Howard (extraña, belicosa y aventurera) no era menos notable que su prosa.
Poseía el auténtico espíritu de la balada y la épica y se hallaba marcada por el latido de la rima y una
poderosa imaginería del temple más inconfundible y personal.
»Es difícil describir lo que hizo destacar con tal agudeza las historias del señor Howard, pero
el auténtico secreto radica en que en cada una de ellas está él mismo, ya fueran ostensiblemente
comerciales o no. Él era más grande
que cualquier política para obtener
beneficios. Poseía una fortaleza y
una sinceridad internas que llegaban
a aflorar en la superficie y que ponían
la huella de su personalidad en todo
lo que escribió.
Ningún autor, ni en los campos
más humildes, puede llegar
realmente a descollar a menos que
se tome muy en serio su trabajo, y
el señor Howard hizo exactamente
eso.
El señor Howard medía casi un
metro ochenta y tres centímetros y
poseía la impresionante estructura
de un luchador nato. Era muy
moreno, salvo en sus ojos, azules de
tipo céltico […] Siempre seguidor
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de una vida esforzada y llena de pruebas, a
menudo hacía recordar a su propio y famoso
personaje, el intrépido guerrero, aventurero y
conquistador de tronos por la fuerza, Conan
el Cimerio.
Su pérdida, a los treinta años de edad, es
una tragedia de primera magnitud.

Nos gustaría añadir a lo anterior algunos datos y


pinceladas que podrían mostrar con más amplitud
su vida; la vida de un hombre que, a su modo –
como H.P. Lovecraft–, se sentía a disgusto en su
época y escapaba de la realidad circundante creando personajes que eran precisamente lo que él no podía
ser: aventurero, espadachín, viajero, pirata, mercenario, rey…, tal vez eso, y no tanto supuestos complejos
psicológicos, provocaron su suicidio.
De joven era un gran aficionado a la lectura y al boxeo, deporte que aprendió antes de entrar en la High
School, junto con la equitación. No le gustaba la enseñanza que recibía, por aburrida, y colaboraba en la
revista de los estudiantes, The Tattler. En 1927 acabó los estudios y junto con varios amigos escribió en una
revista: The Junto.
A partir de su primera obra, publicada en 1924, que trata sobre un hombre prehistórico, en poco tiempo
se convirtió en uno de los ocho autores cuyas ventas superaron el millón de ejemplares de Weird Tales,
revista en la que publicó la mayoría de sus trabajos durante sus once años de escritor. En ese mismo año
comienza su correspondencia con H.P. Lovecraft, discutiendo con él en apasionadas cartas sobre fantasía,
concepciones del mundo y teorías raciales en las que ambos eran muy dados a especular.
Mientras que Lovecraft se muestra partidario de los pueblos sedentarios y civilizados, Howard se coloca al
lado de los nómadas y bárbaros. Lovecraft le recrimina el conceder más importancia a la fuerza bruta que
al pensamiento, y él le reprocha el haber idealizado el siglo XVIII. Mientras que el hombre de Providence
es autoritario y dogmático, Howard se muestra liberal. Lovecraft es anglófilo y amante de Roma (le hubiera
gustado, dice en sus cartas, ser un patricio romano), y su corresponsal celtófilo. Lovecraft y otros amigos
del «Círculo» le dieron ideas sobre la vida aventurera y selvática, los mundos perdidos, la India exótica, el
mundo de los cosacos, la epopeya y la convicción de que el hombre no está solo en la Tierra ni en el Cosmos.
Pero Howard era muy distinto a Lovecraft y a otros autores que luego se hicieron famosos en Weird Tales;
si bien escribió algún cuento de miedo y colaboró con la saga de los Mitos de Cthulu con historias como
La Piedra Negra, nuestro autor dejó al morir unas doscientas cincuenta historias, de las que en vida fueron
publicadas unas ciento cincuenta. Comprendían desde historias de fantasía del Far West, hasta epopeyas
medievales o vikingas; haciendo alguna incursión en el erotismo, firmadas con el seudónimo de Sam Walser.

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Debido a su afición a escribir novelas de vaqueros, Lovecraft lo llamó Bob Two-Gun, Bob «Dos Pistolas».
También escribió un grupo considerablemente extenso de poemas, de los que algunos pueden hallarse en el
libro La Oscuridad de la Luna: Poemas Macabros y de Fantasía.
Además de los personajes de Fantasía Heroica, Howard creó otros no menos interesantes, como Francis
Xavier Gordon o Kirby O’Donnel, que desarrollan sus aventuras por el Medio Oriente, o Breckenridge
Elkins y Buckner Jeopardy Grimes, jinetes del Far West; una de las aventuras de este último fue publicada
en el diario Cross, como un homenaje a su autor, con el que era identificado.
Los cuentos de Howard –nos dice Francisco Arellano–, y las pocas novelas que concluyó,
mantienen una estructura similar, tanto en la forma como en el fondo. Howard era un gran creador
de personajes, o quizás creador de un único personaje…

En los últimos años de su vida, fruto de sus investigaciones en las tradiciones celtas irlandesas, escribió
unas historias enmarcadas en el concepto Memoria Racial. Ahí nos presenta a James Allison, un hombre
que, en su lecho de muerte, recuerda la totalidad de sus vidas pasadas:
Antaño yo fui Hunwulf, el «Errante». Soy incapaz de comprender si mi conocimiento de ese
hecho se debe a algún medio oculto o esotérico, y no intentaré explicarlo. Un hombre recuerda
su vida pasada; yo recuerdo mis vidas pasadas. Lo mismo que un individuo normal recuerda
aquellas formas que fueron suyas durante su infancia, su juventud y adolescencia, yo recuerdo las
formas que fueron James Allison en las edades olvidadas. El por qué de esta memoria no sabría
decirlo, lo mismo que tampoco puedo justificar la miríada de otros fenómenos de la Naturaleza
a los que diariamente nos vemos confrontados, yo y cualquier otro mortal. Pero ahora, tendido
aquí, esperando la muerte que me liberará de la larga enfermedad que padezco, contemplo con la
mirada clara y limpia el inmenso panorama de las vidas que se han sucedido para llegar hasta mí.
Veo los hombres que fueron yo, y veo las bestias que vivieron en mí.

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…Les aseguro que
el individuo nunca se
pierde, ni en el pozo negro
del que un día salimos
arrastrándonos, berreando,
ciegos y repudiados, ni en
el eventual Nirvana al que
algún día accederemos…
y que he podido ver, a
lo lejos, centelleando
como un lago azulado en
el crepúsculo, entre las
montañas estelares.

Cuando quería, podía dar a


sus escritos un gran sentido del
humor; y siempre se trasluce
su estado de ánimo, por lo
que debía de ser una persona
relativamente «transparente»
en la vida real. En la descripción
de los combates sabía alcanzar
un clímax épico, puesto de
manifiesto en las innumerables
metáforas que utilizaba, al estilo
de los kenningar escandinavos,
llamando al campo de batalla
«el festín de las espadas» o «el
mantel de los cuervos». Su Magia no es la del místico, sino la del hombre que se abre paso en medio de las
dificultades de la vida, aceptando lo que le viene, bueno o malo, sin especulaciones infructuosas.
En sus escritos hay una gran variedad de elementos a destacar, uno de ellos es el que podríamos denominar
«nórdico». Muchos de sus héroes están imbuidos en ese ambiente celta de las tierras del norte de Europa.
Bran Mak Morn, Conmar, Conan, James Allison, etc. Esto podría deberse simplemente a lo que nos cuenta
John D. Clark en una carta a L. Sprague de Camp del 5 de Abril de 1950:
Howard era un narrador de primera clase, con un asombroso dominio técnico y sin ningún tipo
de inhibiciones. Tomó con entera libertad lo que le gustaba de los aspectos más espectaculares de
todas las épocas y lugares –nombres propios de todo tipo de origen lingüístico imaginable, armas

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de cualquier lugar y época, grupos sociales y costumbres del mundo antiguo y medieval– y lo
combinó todo creando un universo coherente y sin una sola brecha visible. Luego agregó una
gran dosis de elementos sobrenaturales para dar más color y sabor al conjunto, y el resultado es un
universo de color púrpura, dorado y carmesí en el que todo es posible, salvo el tedio.

Sin embargo, se detecta algo más profundo que un mero recopilar de datos y elementos que creen ambientes
en las historias. Él mismo, que estudió con profundidad las tradiciones del norte europeo, parece querer
revelarnos algo en su escrito A Touch of Trivial:

…Toda pulgada de suelo inglés, cada mota de tierra de Inglaterra y Escocia, Irlanda y Cornualles,
ha sido regada con la sangre –la mía propia– que corre por mis venas. En cada una de sus guerras
tuve parientes en los bandos contrarios… Soy en gran parte de origen gaélico-irlandés, escoto-
irlandés, irlandés-normando y anglo-irlandés […] irlando-danés por una bisabuela de cabellos
rojizos; pero principalmente soy irlandés y normando, con predominio de lo irlandés.

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Aunque vivo en el Sureste (de
los Estados Unidos), mis sueños
se desarrollan frecuentemente en
paisajes helados y gigantescos […]
En mis sueños de tiempos pasados,
nunca soy un hombre civilizado, sino
un bárbaro vestido con pieles […]
Todo esto se refleja en mis escritos,
pues cuando comienzo una historia,
me coloco, por instinto, en el bando
del bárbaro, contra las fuerzas de la
civilización organizada.

En el prefacio a la serie sobre Bran Mak


Morn y los pictos escribe:
Hay una afición mía que me
tiene perplejo hasta el momento
actual. No estoy intentando darle un
significado misterioso o esotérico,
pero el hecho es que no puedo
explicarla ni entenderla. Se trata de
mi interés en el pueblo que, en aras
de la brevedad, he designado siempre
como Picto […] Era un entusiasta de
la historia escocesa, toda la que podía
obtener, y sentía un parentesco con
los hombres de los clanes, ataviados
con sus faldellines, a causa de la vena
escocesa en mi propia sangre.

En esa identificación con las raíces de su


familia –firmaba alguna vez en gaélico,
como Raibeard Eiarbhin hui Howard–,
tal vez, según apuntan algunos autores,
en Howard se debatiesen recuerdos
ancestrales de los clanes y raza nórdica
que llevaba en su Inconsciente Personal,
con la personalidad vulgar de su vida

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cotidiana en Texas. Dicho en otra palabras: es posible que Howard se hallase en pugna consigo mismo,
que poseyera una personalidad múltiple, como Jung, y que ese desequilibrio le condujera a la muerte. Por
un lado estaba sometido a las constricciones de la sociedad americana de su tiempo y, por otro, latía en su
interior el guerrero, el héroe aventurero, nómada, que busca en el horizonte su Destino. Así, su trágico final
podría no ser el resultado de su miedo a la vida, sino el catastrófico desenlace de su guerra interior, pues
sabemos que nunca fue un cobarde.
Hay que reseñar en Howard otro tema clave: el concepto de Raza, la afirmación de la ley natural de la
supervivencia del más apto, la influencia de la teoría de la evolución de las especies y del nacimiento, infancia,

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ascenso, decadencia y caída de civilizaciones, pisoteadas por otros pueblos o razas más jóvenes, más fuertes,
que toman el relevo. Cultura, en Howard, es casi sinónimo de Raza. Pero su concepto de Raza integra las
concepciones que la Teosofía recogió en su momento de la Tradición, sobre razas anteriores a la raza blanca
actual y continentes desaparecidos como Hiperbórea, Lemuria o Atlántida. Un ejemplo lo tenemos en el
relato corto titulado Hombres de las Sombras, donde un brujo habla de otras razas anteriores a los Pictos:
El silencio pesa sobre Lemuria; una maldición yace sobre la Atlántida. Salvajes de piel rojiza
recorren las tierras occidentales, vagando por el valle del Río Occidental, manchando las murallas
y los templos que los hombres de Lemuria erigieron en adoración al Dios del Mar. Y al sur, el
imperio de los Toltecas de Lemuria se derrumba. Así pasan las primeras Razas. Y los hombres del
Nuevo Amanecer se hacen poderosos.

Hay otra descripción detallada que expuso en su ensayo La Edad Hyboria, relacionada, eso si, con el
mundo imaginario de Conan:
Poco es lo que conocemos de aquella época denominada por los cronistas nemedios como la
Edad Precataclísmica, exceptuando la última parte, y aun ésta se halla velada por las brumas de la
leyenda […] Luego, el cataclismo convulsionó al mundo. La Atlantis y Lemuria se hundieron en
el océano y las islas Pictas se elevaron para formar la cadena montañosa de un nuevo continente
[…] Naciones enteras desaparecieron bajo las aguas […] El reino continental de los atlantes, a
semejanza del anterior, pudo escapar de la destrucción y hasta él llegaron en barcos millares de
hombres de la misma raza procedentes de las tierras que habían quedado sumergidas […] Entre los
montes boscosos del noroeste vagan bandadas de hombres-mono carentes de lenguaje humano,
que no conocen el uso del fuego ni utilizan herramientas. Son los descendientes de los atlantes,
hundidos de nuevo en el penoso caos de la bestialidad selvática de donde en épocas pasadas sus
antecesores habían logrado salir con tantas dificultades…

Se especula sobre la posible influencia del hindú B.G.Tilak, que escribió en 1903 su obra El Hogar del
Ártico en los Vedas. En su obra, que estudia diversas tradiciones de los arios védicos, habla de una emigración
de los pueblos de habla indoeuropea desde las proximidades del Polo Norte. También pudo influir Rène
Guenon, con su obra el Rey del Mundo. Por otro lado se especula que pudo haber pertenecido a alguna
sociedad oculta; o que, como nos dice Javier Martín Lalanda: su «otro yo» le permitiese acceder a fuentes
«insospechadas y ocultas».
Se detecta en Robert Howard –nos sigue diciendo Javier Martín Lalanda, el autor de El Cantar
de las Espadas–, aparte de lo mencionado, una corriente más profunda, oculta, que le acercaría a
esoteristas, como podemos apreciar en el gusto que demuestra al exponemos sus teorías, aunque
él mismo confiese no ser rigurosamente científicas, sobre la aparición de las diversas razas, los
cataclismos, las apariciones y desapariciones de los continentes, más propio de las especulaciones
de los teósofos de finales de siglo, como Madame Blavatsky o W. Scott-Elliot, que de los estudios
de Gobineau o Chamberlain.

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Es importante tener claro que «de nada no sale nada». Es decir, Howard, como Lovecraft, vivieron en
los años en que las ideas teosóficas se difundían con fuerza por el mundo. Este movimiento espiritualista
inundó occidente con una enorme literatura cargada de innúmeros temas y conceptos esotéricos, entre ellos
el de la existencia de razas prehistóricas, civilizaciones antediluvianas, mundos paralelos, contacto con la
dimensión de los muertos, etc. El padre de Howard era un asiduo de estos temas, de los que poseía una bien
surtida biblioteca que, evidentemente, el joven consultó. Como veremos más adelante y cualquiera que lea

con atención sus obras puede descubrir, muchas de sus historias parten de ideas extraídas directamente de
libros teosóficos, como Isis sin Velo o La Doctrina Secreta de H.P. Blavatsky, o El Hombre, de dónde viene, a
dónde va, de Annie Besant y C.W. Leadbeater. Sino son tomadas de ahí directamente, muchas son inspiradas
en estas doctrinas que él aderezó con sus extensos conocimientos históricos, su enorme inteligencia y sus
innatas dotes de artista.

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La cosmovisión de estas doctrinas, no sólo influyeron en Howard o Lovecraft, sino en otros muchos autores
de su tiempo, anteriores y posteriores, como también influyeron en el cine o en el arte; recordemos a Arthur
Conan Doyle, Algernon Blackwood o Arthur Machen, por poner tres ilustres ejemplos literarios.
La última obra escrita por Howard, Clavos Rojos, fue la del personaje que se ha hecho más famoso, Conan,
y en ella se puede adivinar su próximo suicidio. El suicidio de un escritor de temática más profunda que
el mero entretenimiento, más habitante de un pasado remoto que de un presente incomprensible, del que
huyó con un disparo en la cabeza. Howard, no sólo ha sido el creador y máximo exponente de ese género
literario para unos utópico y para otros tan real como la vida misma, que es la Fantasía Heroica, sino que
también, a despecho del materialismo y el aburguesamiento de este siglo, ha iluminado los corazones de
muchos jóvenes mostrando posibilidades maravillosas, tanto del mundo circundante como de nuestro
propio interior, abriendo ventanas a universos maravillosos.
Al fin, un texto de su última época se adelanta al trágico final como muestra este poema, fragmento de otro
más extenso llamado El Tentador, editado póstumamente en la Cross Plains Review, el 18 de junio de 1937,
conmemorando el primer aniversario de su fallecimiento:

…Mientras iba oprimiendo


lentamente el gatillo veía
cómo el mundo desaparecía
fugazmente, el antiguo Tiempo
surgió a través de las nieblas
y me hallé rodeado de
radiantes nubes, al tiempo
que mi alma se dejaba ir,
suavemente, desde la sombra
hacia el día…
Robert E. Howard

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PARTE II
PERSONAJES DE ROBERT E. HOWARD

Sabe, oh príncipe, que entre los años en que los océanos


anegaron Atlantis y las resplandecientes ciudades, y los años
de aparición de los hijos de Aryas, hubo una edad no soñada
en la que brillantes reinos ocuparon la tierra como el manto
azul entre las estrellas…
Crónicas Nemedias

CONAN DE CIMERIA
De toda la producción fantástica de R.E. Howard, el creador y máximo exponente de la Fantasía Heroica,
a nuestro entender, las más populares han sido las historias de Conan, que transcurren en una imaginaria
Edad Hiboria, hace aproximadamente 12.000 años, entre el hipotético hundimiento de la Atlántida y los
albores de la historia. Una edad quizás soñada, pero tan real en su magistral pluma como si hubiera existido.
Howard escribió –o al menos comenzó– más de dos docenas de relatos de Conan, de los cuales dieciocho
se publicaron durante su vida o poco después de su muerte. De fragmentos póstumos, otros autores como
L. Sprague de Camp y Lin Carter, completaron historias o las produjeron totalmente, siguiendo el hilo
argumental de lo que dedujeron podía ser la vida completa del cimerio, basándose, la mayor parte, en notas
dadas por nuestro autor en cartas y ensayos. Aparte, pero ya a nivel más comercial –y sobre todo para el
cómic–, otros guionistas han terminado de «inflar» el Mito de tal manera que poco queda del auténtico
guerrero hiborio y el espíritu con el que lo creara Robert E. Howard. Sólo las primeras historias de Howard
y algunas pocas de otros autores tienen la frescura, la magia, la vivacidad, los ambientes, que logró atrapar
el escritor americano.

EN EL LÍMITE DE LA REALIDAD Y LA FANTASÍA


La creación de este personaje es una prueba en favor de los argumentos que relacionan a R.E. Howard con
el esoterismo. Él mismo nos cuenta cómo empezó a trabajar en Conan:
Si bien no llegaré tan lejos como para afirmar que los relatos son inspirados por espíritus o

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poderes que existen realmente –aunque también me opongo a negar nada categóricamente–, en
ocasiones me he preguntado si sería posible que ciertas fuerzas ignoradas del pasado o del presente
–o incluso del futuro–, actuasen a través de las acciones de los hombres vivos. Esto se me ocurrió
cuando me hallaba aplicado especialmente a escribir las primeras historias de la serie de Conan.
Recuerdo que durante varios meses estuve totalmente falto de ideas, incapaz por completo de
producir algo publicable. Luego ese hombre, Conan, pareció crecer de improviso en mi mente,
sin gran esfuerzo por mi parte, y un aluvión de relatos fluyó de mi pluma –o de mi máquina de
escribir, mejor dicho– con gran facilidad. Y no parecía desarrollar mi fantasía, sino narrar sucesos
que habían ocurrido. Un episodio sucedía al otro con tal rapidez que yo apenas podía mantener el
ritmo. Durante varias semanas no hice otra cosa que escribir las aventuras de Conan. El personaje
tomó plena posesión de mi mente mientras escribía su historia. Cuando deliberadamente tuve la
intención de escribir sobre otros temas, no pude hacerlo…

En otro lugar comenta:


Por lo que se refiere al sino final de Conan, diré francamente que no puedo predecirlo. Al
escribir estas narraciones, más que pensar que estaba creando he tenido siempre la impresión
de que hacía una crónica de las aventuras de Conan tal y como él me las relataba […] Existen
numerosos aspectos de la vida de Conan de los que yo mismo no estoy plenamente seguro.

Sería demasiado largo para esta monografía explicar toda la saga de Conan, describir el mundo hiborio,
los reinos principales de aquel mundo postdiluviano como la poderosa Aquilonia, la enigmática Acheron,
Zamora, Ofir, Argos…; el parecido con algunas civilizaciones históricas como Estigia, España, Egipto, los
cimerios o los vikingos; el detalle de todas las innúmeras aventuras que vive este infatigable guerrero, etc.
Por eso, lo que vamos a intentar es exponer alguno de los denominadores comunes más interesantes, a
nuestro entender, relacionados con la filosofía esotérica.
En primer lugar, a Conan nos lo describe R.E. Howard de este modo:
Un mozo alto y corpulento […] su primitiva túnica no alcanzaba a disimular las recias líneas
de su poderosa constitución, los amplios hombros, el pecho macizo, la cintura enjuta y los brazos
musculosos. Su piel estaba bronceada por soles lejanos, sus ojos eran azules y penetrantes; un
mechón de pelo negro coronaba su amplia frente […] El Bárbaro poseía la fuerza y la vitalidad
del lobo […] siempre tenía a punto la risa, pero no era menos terrible y rápido en su cólera […]
Ingenuo como un niño en muchos aspectos, nunca terminaba de acostumbrarse a las artimañas
de la civilización. Sin embargo, era sumamente inteligente, muy celoso de sus derechos y, en
determinados momentos, resultaba tan peligroso como un tigre hambriento […] La cara no era
la de un hombre civilizado: oscura, labrada de cicatrices, con dos salvajes ojos azules, era una
cara indómita como el bosque primordial que le servía de fondo […] se movía con la peligrosa
desenvoltura de una pantera: era demasiado ágil y feroz para ser el producto de la civilización […]
Una vitalidad ardiente, que se manifestaba continuamente, le distinguía de hombres corrientes
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[…] Sus ojos relucían con la fiereza de la vida [...] por sus venas corría la sangre de las manadas de
lobos. En su cerebro se agazapaban las sombrías tinieblas de la noche del Norte. Su corazón latía
al ritmo de la vida del bosque.

Su Dios es Crom,
…que mora en una gran montaña. Pero de poco sirve invocarle […] es mejor permanecer en
silencio, en lugar de reclamar su atención ya que suele enviar desdichas y violencia en lugar de
fortuna. Es temible y poco amistoso, pero infunde energía y violencia en el alma del hombre.
¿Qué más podemos pedirle a una deidad? […] En este mundo los hombres luchan y sufren en
vano, encontrando sólo placer en el torbellino enloquecedor de la batalla […] Nada busco después
de la muerte. Puede que exista la negrura de la que hablan los escépticos nemedios, o el reino
helado y nebuloso de Crom, o las llanuras nevadas y las grandes salas de piedra de Walhalla de los

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habitantes de Nordheim. Ni lo sé ni me importa. Dejadme vivir intensamente mientras respire,
dejadme saborear el rico jugo de la carne y sentir el picante sabor del vino en el paladar; dejadme
gozar del cálido contacto de unos brazos de mujer y de la locura de la batalla, cuando llamean las
hojas de acero; dejadme vivir con todo eso, y estaré contento. Que los maestros, los sacerdotes y
los filósofos reflexionen acerca de la realidad y de la ilusión. Sólo sé que si la vida es ilusión, yo no
soy más que eso, una ilusión, y ella, por consiguiente, es para mi la realidad. Vivo, quemo mi vida
y lucho. Así estoy satisfecho.

Pese a estas afirmaciones, que subrayarían un escéptico, Conan no es un existencialista ni un hedonista,


le gusta disfrutar e la vida, sí, pero para él disfrutar es vivir en el «aquí y el ahora», plenamente, sin
especulaciones mentales infructuosas, siempre en el Camino, a lomos de un buen caballo u oteando el
horizonte desde un barco pirata; atravesar los desiertos vacíos en busca del Misterio… el Misterio que llena
su Alma. A veces está en un poco de vino rojo bebido bajo las deslumbrantes torres enjoyadas de tronos
que desprecia, otras en los ojos de una mujer con la que compartirá unos instantes de su vida, para dejarla
después en busca de una nueva aventura… el misterio está en desoladas ciudades por las que sólo deambulan
las almas condenadas de los espectros y donde, dicen los ladrones de Ofir, yacen polvorientos tesoros… o
en las selvas vírgenes… o en las crudas batallas donde su espada puede respirar segando vidas y en las que él
siente la sangre palpitar por sus venas… jugando una partida de dados con la muerte…
Un instante después, Conan se convirtió en el centro de un huracán de violencia. Zumbaban a
su alrededor las flechas y las lanzas, pero él se desplazaba con cegadora velocidad. Las puntas de las
armas percutían en su gruesa cota de malla protegida por placas metálicas, al tiempo que su espada
silbaba su canción de muerte. La locura combativa de su raza se había apoderado de él.
La guerra era su oficio. La vida era para él una batalla continua, o mejor una serie ininterrumpida
de batallas. Desde su nacimiento, la muerte había sido su compañera habitual. Cabalgaba con aire
siniestro a su lado, se alzaba sobre su hombro cuando Conan tomaba asiento en la mesa de juego,
y hacia tintinear con sus huesudos dedos las copas de vino, se cernía sobre él cual monstruosa
sombra, cuando se acostaba para dormir. Al cimerio no le preocupaba su presencia más de lo que
le preocupaba a un rey la proximidad de su copero. Algún día, esas manos huesudas se apoderarían
de él. Eso es todo. Bastaba con que, por el momento, viviese.

Conan, es, con todo, un hombre acorde con la época que le ha tocado vivir, donde las palabras son vacías y
sólo cuentan los hechos desnudos, donde aún perduran magos con conocimientos antediluvianos y secretos
incomprensibles para los hombres; donde, a pesar de todo, tiene su código de honor… y vemos, detrás del
ropaje del bárbaro, al caballero andante, al Héroe:
¿No es mejor morir con honor que vivir en la infamia? ¿Es peor la muerte que la opresión, la
esclavitud, la aniquilación en el momento menos esperado? […] Puedo ser un rey sin reino, pero
nunca seré un hombre sin honor…

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Su doctrina es vivir peligrosamente, no atarse a nada, seguir los pasos de una buena aventura y gozar de la
vida sin complejos. Es, desde cierto punto de vista, un «Caballero Andante».

EL MUNDO HIBORIO
La Edad Hiboria, que tan bien describe Howard, tiene visos de verosimilitud – coinciden en ello algunos
esoteristas e historiadores–, pues es muy posible que haya existido, dado que, considerando la ya demostrada
realidad del continente atlante y su hundimiento hace 12.000 años –como nos cuenta Platón en el Critias
y el Timeo–, parece lógica la posible existencia de una franja de historia, prácticamente desconocida para
nosotros, en la que se entremezclaba la decadencia y caída de viejas formas de civilización con el nacimiento
de otras; una especie de Edad Media entre los logros de quella vieja civilización Atlante y el prólogo del
nacimiento de la nuestra.

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Es de destacar en la trama de las historias de Conan, los elementos llamados «sobrenaturales», como son
la aparición de magos u «hombres de poder»: Yara, Nabonides, Thugra Khotan, Xaltotum, Thoth-Amon,
etc., que utilizan su artes mágicas para el bien o para el mal, a veces recogidas del pasado misterioso. La
invocación de muchas deidades como Crom, «el que otorga valor a los combatientes»; Danu, diosa de la
fertilidad; Ishtar, personificación del principio femenino; Ibis, Lir, Nemain, Tammuz, Thor… Demonios
como Erlik, Hanuman, Baal, Byatis, Set, Yama… Uso de talismanes y otros elementos mágicos, como
el Corazón de Ahriman, una gema de color rojo que en poder de un mago hiborio supuso la caída de
Acheron; el signo del Ankh sobre la espada de Conan; la corona de la Cobra, que aumenta la voluntad
y las percepciones de la persona que se la pone; el corazón del elefante, una gema con extraños poderes
extraterrenos; la espada con el Fénix; el anillo de Rakhamon, que puede dominar a los demonios; la estrella
de Khorala, cuyo poder consistía en reunir los hombres valientes y fieles; el libro de Skelos… Aparecen
también vampiros, seres alados y un sin fin de entes diversos. Otra característica es la constante mención
de ruinas perdidas e imperios olvidados, como Larsha, la «Maldita»; las ruinas de Kuthchemes, Xuchotl,
Yanyoga… restos de reinos a los que llegó su hora, y ciudades perdidas que se resisten a morir y que guardan
en sus entrañas desconocidos misterios.
Vemos en Conan –resumiendo–, un intento consciente o inconsciente de resaltar los Valores Heroicos, la
actitud aventurera ante la Vida y La Muerte, con todas las alegrías y adversidades que presentan. Vemos la
Magia, el Esoterismo, el Misterio… la sensación de alegría plena y el dolor puro, producidos por las heridas
en los campos de batalla, no siempre físicos sino también psicológicos o mentales.
A nuestro entender, en Conan se plasma el Arquetipo del Héroe, porque como en él, en cada hombre hay
un aventurero, un soñador, un Vikingo que reta al destino y a los dioses, con su vaso de vino desbordante y
una carcajada que resuena mientras levanta su espada hacia el cielo estrellado. Cada Hombre es un Héroe
protegido por esos astros luminosos… Donde haya retumbar de pasos y chocar de escudos y grebas, donde
se oigan los murmullos de viejas canciones de guerra, donde haya un desafió, ahí está el Héroe. Donde un
peligro de vitalidad a una aventura; donde haya que defender una causa justa y noble… allí está el Héroe.
Inmortal por su desprecio de las limitaciones de la materia, Dios encarnado en Hombre, Invencible en tanto
se imagine invencible. Soñador, guerrero, loco, aventurero, místico, profundo, simple… cualquier Hombre
que dice ante un reto: «se puede hacer», he ahí un Héroe. La Hazaña puede ser militar o deportiva,
escénica o intelectual, artística o científica, realizada en provecho propio o bajo los colores de una bandera.
La Heroicidad está en el espíritu con el que nos enfrentamos al desafió, la lucha y la Victoria, y el enemigo
puede ser cualquier circunstancia de la vida.

OTROS PERSONAJES DE R.E. HOWARD


Howard fue prolífico en la creación de personajes, aunque detrás de todos prácticamente siempre está él
mismo, o un personaje arquetípico fundamental. De hecho, algunos autores, para seguir vendiendo historias
de Conan, adaptaron otros personajes de la producción howariana.
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Después del Cimerio, los personajes más conocidos son Kull de Valusia y Salomón Kane, pero hay otros a
los que no se les ha dado la suficiente publicidad como Cormac Mac Art, la saga de James Allison, Turllogh
O’Brien, Agnes de Chastillon, Bran Mark Norm, Sonja la Roja…
Kull de Atlantis, es el Rey de Valusia en una era en la que aún existía el mítico continente atlante. Es
de origen bárbaro como Conan, pero ya es Rey, y sus aventuras siempre se describen y están relacionadas
con esa perspectiva de la realeza, además de una característica muy marcada en este personaje que es la
melancolía, el cansancio del poder y de las múltiples hipocresías e intrigas de la Corte.
Una vez que las conjuras se encuentran bajo control, se observa un comportamiento filosófico en Kull.
La inacción le aburre. Y los problemas suscitados por el sabio esclavo Kuthulos suscitan su atención. En
el relato El Golpear del Gong, tras el intento de asesinato de un conspirador, Kull se desvanece y conversa
con el Guardián de la Puerta, que se halla entre el mundo de los muertos y el de los vivos. Manteniendo un
diálogo que pone de relieve lo relativo a conceptos tales como la vida y la muerte. El diálogo que parece
haber durado horas, ha ocupado apenas más tiempo que el vibrar de un gong.
En El Cráneo del Silencio, le dice el esclavo Kuthulos: «Todo es apariencia, ilusión», y añade que nadie
escuchó nunca el total silencio. Raama, un antiguo mago, hizo encerrar en su castillo a un demonio del
silencio. Kull cabalga con su escolta hasta el lugar, los sonidos comienzan a morir, y al ser roto el sello que
mantenía aprisionado al Silencio, éste se adueña del lugar. Sólo el vibrar de un gong hace que vuelva la
normalidad. Kull reemplaza el sello de Raama por el suyo propio1.
Pero tal vez sea en Los Espejos de Thuzun Thune donde se refleje este aspecto tan característico de las
historias de Kull. En él, Kull es propenso a la melancolía, por lo que una joven de su corte le recomienda
que visite a Thuzun Thune, un mago de la Antigua Raza, quien está confabulado con la joven y Kaanub
de Biaal, para hacer que Kull se hunda en el mundo de lo irreal, ensimismándose en las imágenes que le
ofrecen los espejos. Brule, su fiel amigo en numerosas historias, llegará a tiempo de romper el hechizo. Aquí
encontramos fragmentos como este:
Me han dicho que eres Mago –declaró Kull–, ¿puedes realizar maravillas?
El Mago sonrió, extendió la mano y abrió y cerró los dedos.
–¿Acaso no es una maravilla que esta carne ciega obedezca las órdenes de mi cerebro? Camino,
respiro, hablo… ¿no son esas maravillas?
Kull meditó unos momentos y luego preguntó:
–¿Puedes evocar a los demonios?
–Ciertamente. Puedo hacer surgir uno, más terrible que todos los del más allá, con sólo
abofetearte. Kull se sobresaltó y agachó la cabeza.
–¿Y los muertos? ¿Puedes conversar con los muertos?

1 Sello que hemos adoptado para Hiperbórea.

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–Siempre converso con los muertos, como lo hago contigo en estos momentos. La muerte
comienza con el nacimiento y todos los hombres empiezan a morir en el mismo momento en que
llegan al mundo en este preciso instante, tú estás muerto rey Kull, puesto que has nacido.

En otro fragmento leemos:


El hombre debe creer para poder cumplir. La forma es una sombra, la substancia es una ilusión,
la materia es un sueño, el hombre existe porque cree que existe; ¿qué es el hombre sino un sueño de
los dioses? Sin embargo, el hombre puede ser lo que desea ser; sombra y sustancia no son más que
quimeras. El Espíritu, el Yo, la esencia del sueño divino, esa es la realidad, eso es lo que permanece
inmortal. Ve y cree, si quieres cumplir, Kull.

Y así, en otras historias como Jinetes Más Allá del Amanecer, El Rey y el Roble, etc. Howard expone, a
través de su personaje Kull, que es anterior a Conan, muchos de sus propios pensamientos, aparte de un
enigmático bagaje de conocimientos esotéricos que lo apuntan, más todavía, a su relación o conocimiento
de las enseñanzas teosóficas, lo que no sería improbable dado los años en los que él vivió y el lugar, Estados
Unidos, donde empezó su andadura este movimiento esotérico.

Salomón Kane es un aventurero de la época


isabelina, caracterizado por su puritanismo
y por mezclarse en historias de vampiros, de
hombres lobos, etc.
Era un hijo de su tiempo, una extraña
mezcla de puritano y caballero, con algo
de filósofo antiguo y algo de pagano. Era
heredero de la época de la caballería, un
paladín errante […] Le animaba un impulso
en su alma, la necesidad de enderezar todos
los entuertos, proteger a todos los débiles,
vengar todos los crímenes cometidos
contra la justicia y la rectitud. Inquieto
como el viento, era coherente en un único
aspecto: su fidelidad a los ideales de justicia
[...] Durante toda su vida, había vagado
por el mundo, ayudando a los débiles y
combatiendo contra los opresores: no
sabia el motivo para actuar así, pero no le
importaba […] Cuando pensaba en ello, se

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consideraba como un ejecutor de la voluntad divina.

En este espadachín, que Howard rescata de los fríos duelistas del siglo XV, se refleja perfectamente su
visión del hombre ante el mundo y los dioses:
En una explosión desordenada de impiedad, maldijo al hombre que vive ciegamente, y
ciegamente ofrece el espinazo a los pies de la divinidad [...] El único arma del hombre es el coraje,
que ni siquiera se detiene ante las puertas del infierno, y al que ni siquiera las legiones del infierno
pueden vencer.

Es de destacar que, en sus aventuras por la desconocida África, aparecen constantemente, no solo
civilizaciones antiquísimas relacionadas con la magia, sino referencias a la misma Atlántida. Algunos relatos
de Salomón Kane –el personaje del que más escribió Howard después de Conan–, son: Calaveras en las
Estrellas, La Mano Derecha del que Juzga, Sombras Rojas, Pasos en el Interior… y en la poesía The Salomo’s
Kane Homecoming: Kane regresa a casa para descansar, oye la llamada del viento y del mar y sale de la
taberna en la que narra sus hazañas para desaparecer entre la niebla…, y nadie lo vuelve a ver.

Otro de los personajes de Howard es Cormac Mac Art, un joven gaélico exiliado de su tierra natal, Eirrin
(Irlanda) y de la mujer que ama, en la edad oscura en que la caída Roma (siglo V) ha abandonado las Islas
Británicas a su propia suerte y cuando un jefe guerrero llamado Arturo pugna por convertirse en rey de
una dividida Britania. Consigue hacerse un nombre y una nueva vida gracias a su ingenio, su fuerza y su
mortífera espada.
En sus historias, como El Templo de la Abominación, Tigres del Mar, La Noche del Lobo, Espadas del Mar del
Norte, etc., aparecen jugosos fragmentos como puestos en boca de Cormac: «No me gustan especialmente
los druidas, pero no les es negada la sabiduría de las eras». Compara la moral cristiana con la nórdica; a
lo de devolver bien por mal, un tal Wulfhere, el «rompe cráneos», contesta: «Eso no es un credo, eso es
cobardía… esas son enseñanzas peligrosas, pueden extenderse como el moho en el trigo y socavar la hombría
de los buenos guerreros… si no son aplastadas con el talón como una serpiente». Contesta Cormac:
«Conoces mi repugnancia por estos cristianos y su credo para débiles». Wulfhere recoge una cruz de un
sacerdote moribundo y pregunta : «¿Qué significa esa cruz, es igual a la pequeña imagen del martillo de
Thor que llevan algunos daneses». Cormac contesta: «Los cristianos dicen que su dios fue clavado en una
cruz de madera… así como Odín se colgó de un árbol para ganar sabiduría… Odín se liberó a si mismo tres
noches después… pero el dios Cristiano murió, aunque, más tarde volvió de la tierra de los muertos».
Vemos actitudes heroicas cuando dice: «Bien, si ha de ser mi último día, muchos me acompañarán por
el sendero de la muerte». Al final expresa una frase interesante sobre la fugacidad de la vida: «El mismo
mundo cambia y se desvanece en la niebla, como las cuerdas del arpa de un trovador… y quizás, los sueños
que forjamos, sean más duraderos que los logros de reyes y dioses…»

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Debemos destacar a Bran Mak Morn, el rey de los pictos, por la especial atracción que Robert E. Howard
tenía a estos pueblos que lucharon contra Roma a los pies del muro de Adriano:
Lo extraño es mi incansable interés por ellos […] Y con todo sentí una intensa simpatía por este
pueblo, y desde ese mismo momento les adopté como un medio de contacto con épocas antiguas.
Les convertí en una fuerte raza de bárbaros guerreros, les di una honorable historia de glorias
pasadas, y creé para ellos un gran rey, Bran Mak Morn.

Algunos relatos son: Hombres de las Sombras, La Raza Perdida o Gusanos de la Tierra. En el Poema Una
Canción de la Raza podemos leer:

Somos los primeros y los últimos de la raza,


perdido está el orgullo y adorno del viejo mundo,
Mu es un mito del mar occidental,
por los salones de la Atlántida se deslizan los tiburones blancos.

Polvo de estrellas cayendo para siempre en el espacio,


girando en el remolino de los vientos.
Vosotros, que fuisteis los primeros,
sed la última de las razas,
pues uno de los vuestros será el último de los hombres.

Rojos labios se alzaron, y oscuros ojos soñaron;


girando vinieron los murciélagos sobre sus alas sigilosas.
Pero la luna dorada se alzó y relucieron las estrellas lejanas,
y el rey siguió sentado en el trono de los reyes.

En la serie de cuentos sobre «Memoria Racial», de los que ya hemos hablado, James Allison, un hombre
que recuerda sus anteriores encarnaciones pasadas, hace afirmaciones perfectamente actuales como esta:
He nacido en un siglo que no ha sido hecho para mí [¿habla Howard de sí mismo?]… siempre
he sido un guerrero de Asgard… Mi nombre fue Hialmar, Tyr, Bragi, Bran, Horsa, Eric y Jean…
vosotros pertenecéis a una época relajada y poltrona… La moral y los criterios de comportamiento
diferían de los de vuestro mundo… No torturábamos. No éramos más crueles que la propia vida.
Sus leyes eran implacables, pero el mundo de hoy está impregnado de una crueldad que por aquel
entonces no imaginábamos.

Algunas historias son: Guerreros del Valhalla, El Jardín del Terror y El Valle del Gusano.

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Otro personaje es Francis X. Gordon,
interesante por parecer un autorretrato
del propio Howard, un tejano de
ascendencia galesa que va al Afganistán y
se le conoce como El Borak, el «Dulce»
entre las tribus bárbaras del hindo Kush.

LA MUJER VISTA POR R.E.


HOWARD
Sería interesante mostrar un poco la
visión que de la mujer tenía Robert E.
Howard. Nuestro autor escribió para un
periódico que circulaba entre sus escasas
amistades: The Junto, un breve artículo
titulado: Algo respecto a Eva, donde
expresa su opinión, dividiendo a las
mujeres en las representadas por Evadne
de la «Tiniebla», y las que tipifica con
Maya, es decir, las «vampiresas» y las «mujeres de su casa».
En sus brazos (Evadne) los hombres pierden solamente su hombría, su reputación, su honor…
mientras que con Maya, pierden lo único que vale la pena: los ideales y la ambición… Mejores
son los venenosos colmillos de serpiente de Evadne que la empalagosa y frustrante peculiaridad
hogareña de Maya y de su progenie.

Representantes de este tipo de mujer en sus obras son: Zenobia, Yasmina, Taramis, Olivia, Sancha, Belesa,
Octavia o Muriela. En cambio, Salomé, Tascela, Thlis, Zabiri, Delcarde, son representantes de Evadne o
Lilith, brujas, magas sanguinarias…
Pero en sus relatos muestra un tercer tipo de mujer reflejo del guerrero heroico y su complemento: son
Valeria, Agnes de Chastillon o Sonja, pero sobre todo Belit, la mujer guerrera, la amazona. Para R.E.
Howard. la mujer ideal será la representada por este último modo de mujer: son bellas, honorables, de
voluntad férrea, valientes, fuertes, no ceden a los galanteos de los hombres…
Conan nunca se casará –por lo menos en las relatos de Howard–, siempre rehúsa el ofrecimiento de reinas
a las que salva y luego quieren que se quede a su lado. Conoció a muchas mujeres, pero fue a Belit a la única
que abrió su corazón, la única que vuelve después de la muerte a ayudarlo y con la que, de manera alquímica,
tal vez, se funde para no separarse más:
¡Mírame, Conan de Cimeria! ¡Soy Belit, la reina de la Costa Negra! ¡Oh, tigre del Norte, pareces

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tan frío como las nevadas montañas que te vieron nacer!
¡Pero te pido que me tomes y me estrujes con tu fiero amor!
¡Ven conmigo a los confines de la tierra y de los mares! ¡Yo
soy reina por el fuego, el acero y la muerte! ¡Sé tú mi Rey!
Existe la vida más allá de la muerte; yo lo sé, y también
sé esto, Conan de Cimeria –dijo Belit, poniéndose en pie y
estrechándole en un abrazo de pantera–. ¡Sé que mi amor
es más fuerte que la muerte!… Mi corazón está soldado al
tuyo; mi alma es parte de tu alma. Si muero y tú llegaras a
luchar por la vida, yo volvería del abismo para ayudarte. Sí,
lo haría tanto si mi espíritu flotase bajo las velas purpúreas
del mar cristalino del paraíso, como si se retorciese entre las
llamas del infierno. ¡Soy tuya, y ni los dioses ni la eternidad
podrán separarnos!

Al final de su artículo, R.E. Howard dice:


…No hay nada que me resulte atrayente de ninguna hija
de Eva o de Lihith, por lo que cabalgaré inexorablemente
a lo largo del camino que lleva al país de Atán (el país de
Antaño, del pasado).

Y nadie puede negar que cumplió su palabra.

EPÍLOGO
Se puede observar, detrás de toda la parafernalia de las historias de Howrd, ciudades, paisajes, batallas,
intrigas, amores, etc., una sola idea, un solo mensaje: el Hombre desenvolviéndose en la vida, en una vida
llena de misterios, dura pero bella en su dureza de hierro. Vemos al Hombre como Héroe: el aventurero
nómada, caminando siempre hacia el Horizonte buscando su Destino, y enfrentándose a cada paso con las
batallas propias del guerrero que hay en él. A veces deteniéndose en un lugar, para dejarlo después cuando
la mirada se vuelve triste y el Alma se siente cautiva…
Es posible que Robert E. Howard fuese poseído por algún personaje, como Conan, y solamente pusiera
su arte de buen cronista al servicio de un espíritu que retornaba del pasado. No lo sabemos, pero de lo que
podemos estar prácticamente seguros es de que lo que sí poseyó a Howard fue el Arquetipo del Héroe, y
que también es la fuerza de ese Arquetipo lo que atrae a tantos jóvenes –y no tan jóvenes–, a esas lecturas
llenas de Magia. Y pienso –en mi subjetivismo–, que al leer las hazañas de este hijo de los vientos del
Norte, podemos ver la vida con más optimismo y «traducir» a esta otra dimensión los «enemigos» y
«limitaciones» que se presentan en la vida cotidiana, para extraer esa Fuerza que infunde el Aquetipo y
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vencer, vencer, ¡vencer desesperadamente! Porque, qué si no da sentido a la vida.
Nos viene a la memoria, inevitablemente, el relato «Reyes de la Noche», donde Kull es traído por el Mago
Gonar desde el pasado al tiempo de los Pictos, a través del mundo de los sueños, de modo que para Kull, lo
que le va ocurriendo es un sueño del que luego, piensa, se despertará; pero para Bran Mak Morn, el caudillo
Picto, es la realidad. La necesidad es que Kull dirija un grupo de trescientos normandos que deben enfrentar
y aguantar el acoso romano en un estrecho entre las montañas, lo que evoca peligrosamente la hazaña de los
trescientos espartanos. De alguna manera Bran sabe que están destinados a morir. Pero lo sorprendente y
heroico es la reacción de Kull cuando el Jefe Picto le dice:
«–Recuerda, la mayoría de vosotros morirá.
Kull sonrió.
–He corrido riesgos toda mi vida,
aunque Tú, el consejero jefe, diría
que mi vida pertenece a Valusia y
que no tengo derecho a arriesgarla
así…
Su voz se quebró y una expresión
extraña destelló en su rostro.
–¡Por Valka! –dijo, riendo
inseguro–, a veces olvido que esto
es un sueño… Todo parece tan
real… Pero es un sueño, lo es….
¡claro que lo es! Bien, si muero,
entonces me despertaré como he
hecho en el pasado. ¡Adelante, rey
de Caledonia!»
¿Qué es la vida sino un sueño
del que algún día despertaremos?
Y, si es un sueño, ¿qué nos puede
dañar? Nada. Entonces, ¿por qué
tener miedo?

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PARTE III
EL RENACER DEL HÉROE

Volverse duro, lentamente, como una piedra precioso; y por último,


permanecer así para deleite de la Eternidad. ¿Cuál es el medicamento
más eficaz? La Victoria.
F. Nietzche

LA FANTASÍA HEROICA COMO PLASMACIÓN DEL ARQUETIPO DEL HÉROE


Es interesante constatar cómo a finales de nuestro siglo ha tenido tanta aceptación la fantasía heroica,
presente incluso en las películas que describen mundos de leyenda, de aventuras, de acción, donde cobra un
papel principal lo sobrenatural y, sobre todo, la figura del Héroe. Destaquemos, sin ir mas lejos, El Señor de
los Anillos.
La Psicología Analítica, fundada por Carl Gustav Jung, nos explica cómo afloran los elementos que yacen
en el interior del hombre, en su Inconsciente Personal, sumido en el Inconsciente Colectivo de la Humanidad:
«La mente humana tiene su propia historia y la psique conserva muchos rastros de las anteriores etapas de
su desarrollo».
Lo que hace el hombre moderno es dar salida a una necesidad interior por lo «numinoso», hastiado
tal vez de una visión tan materialista y constriñente como la actual. Y resulta maravilloso constatar que las
manifestaciones de ese anhelo repiten los mismos símbolos y ritos que todas las culturas del pasado, los que
parecen no haber perdido su importancia para la Humanidad.
El problema del hombre moderno, en palabras de Mircea Eliade, es que se ha vuelto «profano», se ha
desligado de su entorno natural, en el sentido cósmico, y lo ha volcado todo en una parte de su existencia:
la material, olvidando su lado espiritual. Por ello, la visión del mundo por el hombre actual, generalizando,
resulta profana, materialista, puramente funcional y ausente de finalística; el hombre moderno no tiene
pasado, tiene miedo al futuro, y su presente es tan utilitario que le es difícil encontrarle un sentido trascendente.
Nos dice Julius Evola:
La capacidad de percibir la contraparte espiritual, el numen de los fenómenos y energías […]
atrofiada en la mayor parte de los modernos, era conservada por el hombre antiguo en un nivel
tanto mayor a medida que nos remontamos más lejos en los tiempos.
El hombre «antiguo» –englobando en este término la generalidad de los mejores elementos de los
hombres del pasado– era diferente, era un «Homo religiosus» en pleno sentido, no unas horas a la semana,

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no sólo en determinadas circunstancias o ceremonias, sino todos los días, todas las horas, constantemente. Y
tenía una finalística: concebía para sí un Origen Divino y una Patria Celeste de la que algún día salió –como
nos diría Plotino o vemos reflejado en el Mito de Ulises–, y a la que alguna vez volverá. Había un enfoque
de la Vida trascendente bajo el cual todas las acciones cobraban características de sacralidad: el nacimiento,
la juventud, el matrimonio, la muerte, la guerra…
Podríamos resumir esta «mentalidad mágica» en los siguientes puntos‑clave:
a) Existe un Mundo Paralelo Divino (el Mundo de las Causas), donde residen los dioses; un mundo de
Fuerzas Poderosas que pueden ayudarlo y que él, en condiciones adecuadas (purificaciones, ritos), puede
captar.
La premisa es de carácter metafísico –nos dice Evola–. Un mundo invisible existe, raíz y causa
del mundo visible. Nada existe aquí abajo –en la Naturaleza y en la Historia, en la realidad exterior
como el cuerpo, los instintos, pensamientos y sentimientos de los hombres– que no tenga por
contrapartida, en su raíz más profunda, un numen. Toda causa visible no es más que causa aparente.
Los hilos últimos de la trama nos remiten a un más allá, que no es imaginario, sino concreto, que
no está situado más allá de los espacios celestes, sino que se encuentra en este mismo mundo y
que, como tal, aparecería a quien fuera capaz de una percepción más directa que la de los sentidos
animales.
b) El hombre no es un simple animal biológico que nace bajo las aleatorias leyes del azar y está condenado
a la extinción y al olvido, salvo en el recuerdo y culto familiar. El hombre es susceptible de contactar con
ese mundo paralelo en la medida en que se supere a sí mismo, en la medida en que nazca a una realidad
sobrenatural, más real y profunda que la biológica y cotidiana.
e) Habrían, en consecuencia, Ritos e Iniciaciones para «nacer» a ese otro mundo y realidad. Esto implica
Ceremonias de «muerte y renacimiento».
d) Esos Ritos e Iniciaciones fueron creados o fundamentados como «Modelos» por aquellos que ya
habían logrado alcanzar ese cambio interior: los Héroes o dioses. De ahí el Modelo Arquetípico del mito
del Héroe. El Héroe es el Hombre que accede a la dimensión de los dioses, de lo Real, a través de pruebas
que ceremonialmente se trasmitían como ritos. Es, en definitiva, un camino ya recorrido por otros, y que
pueden recorrer todos los hombres que se lo propongan.
e) El hombre normal debía, por lo tanto, para acceder a la «Inmortalidad consciente» seguir ese modelo
heroico, imitar al Héroe; lo que implica una transformación. Dejar de ser una cosa para convertirse en otra.
f ) En ese proceso heroico el hombre no se encuentra sólo, lo ayudan los dioses, o la Naturaleza, dándole
una fuerza extra, pero sólo cuando él está decidido, cuando está al límite de sus posibilidades, cuando ha
dado todo.
g) Cada pueblo y cultura elaboró sus peculiares prototipos de Héroe y, por extensión, de Hombre Perfecto,
acabado, completo, realizado.

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EL MITO DEL HÉROE
El mito del Héroe es el mito más común y mejor conocido del mundo. Lo encontramos en la mitología
clásica de Grecia y Roma, en la Edad Media, en el lejano Oriente y entre las contemporáneas tribus primitivas.
También aparece en nuestros sueños.
Esos mitos del Héroe varían mucho en detalle, pero cuanto más de cerca se los examina, más se ve que son
muy similares estructuralmente. Es decir, tienen un modelo universal aunque hayan sido desarrollados por
grupos o individuos sin ningún contacto cultural directo mutuo como, por ejemplo, tribus africanas, indios
de Norteamérica, griegos e incas. Una y otra vez se escucha un relato que cuenta el nacimiento milagroso,
pero humilde, de un héroe, sus primeras muestras de fuerza sobrehumana, su rápido encumbramiento a
la prominencia o el poder, sus luchas triunfales contra las fuerzas del mal, su debilidad ante el pecado de
orgullo y su caída a traición o el sacrificio heroico que desemboca en su muerte.
El mito del Héroe muestra los pasos, Ritos e Iniciaciones que el Héroe tiene que superar, no sólo como
símbolo –según explican algunas escuelas de Psicología– de la madurez que debe alcanzar el hombre durante
la vida, sino, en un sentido más profundo y teleológico –como podemos observar en el estudio comparativo
de las concepciones religiosas y filosóficas de los pueblos antiguos–, el proceso del Hombre a lo largo de su
vida o vidas –si aceptamos la doctrina de la Reencarnación– en busca de la Perfección, intentando parecerse
a los dioses, modelos de la Totalidad. El pueblo griego, por ejemplo, consideraba que el ser humano pasaba
por las fases de «hombre normal», «Genio o Héroe», «Semidios» y «dios», y así lo vemos reflejado en
el mito de Herakles y sus doce Trabajos, en los que tiene que ganarse la Inmortalidad.
Hay, entonces, una identificación natural entre Hombre y Héroe, como si la propia condición de ser
hombre implicase ser héroe, y entre el Hombre y la heroicidad, como si todas las vicisitudes, problemas,
angustias que vamos recibiendo en nuestra vida, formasen parte de las Pruebas que hemos de superar para
acceder a la condición de dioses.
Por eso, implícitamente unida a esta idea de Héroe encontramos la del Hombre Superior. El Hombre‑Héroe
que logra traspasar las «puertas», que vence las dificultades, está gestando en su interior una transformación,
y en el proceso alquímico se transmuta en un Hombre Perfecto, un hombre acabado, antesala de la condición
de dios. Por eso cada Cultura forja un Ideal de Hombre Perfecto, que responde, como nos recordaría Jung, al
Arquetipo Universal de Hombre Perfecto. En China, Confucio lo llamará el Hombre Ju; entre los aztecas,
será el Caballero Aguila, en la Europa medieval el Caballero, etc.

CONCEPCIÓN DEL HOMBRE Y DE LA VIDA ENTRE LOS PUEBLOS ANTIGUOS


El Hombre:
En primer lugar veremos cuál era la concepción del Hombre y de la Vida para los clásicos. La enseñanza
antigua percibía en el hombre un ser mucho más complejo que aquel que resulta del simple binomio alma-
cuerpo. Se consideraba al hombre un Dios encadenado, simbolizado en Grecia por Prometeo, el Titán
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encarcelado en la materia. Es la idea pitagórica y después platónica de que el cuerpo o soma es la cárcel del
alma, donde habita, más o menos rebelde, el águila, símbolo del alma del hombre, poderosa en sí misma y
por naturaleza libre; el ave signifer de Zeus, la única que puede mirar fijamente al Sol.
Ese águila encarcelada es el Daimon, el Genio. «Cada hombre tiene su propio Demonio» –decían los
antiguos–, entendiendo por Demonio el Dios Interior, el Atmân hindú.
Nos dice Helena P. Blavatsky que el Genio era una deidad tutelar, un Espíritu, el Ego que se puede
manifestar en cualquier hombre, pues en el fondo todos lo tenemos o todos lo somos.
Ningún Ego difiere de otro en cuanto a su primordial u original esencia y naturaleza. Lo que
hace de un mortal un gran hombre y de otro una persona vulgar y tonta es, según se dice, la calidad
y naturaleza de su cascarón y envoltura física, y la capacidad o incapacidad del cerebro y del cuerpo
de transmitir y dar expresión a la luz del hombre interno, real. Usando un símil, el hombre físico es
el instrumento musical y el Ego el artista ejecutante [...] Por ello, los antiguos tenían un Culto a los
Héroes, y lo que se adoraba no era al hombre de barro ni a la personalidad, sino al Espíritu divino
prisionero, al Dios exiliado dentro de esa personalidad. Si las calles de la ciudad que honraban a
uno de tales hombres estaban llenas de rosas esparcidas para el paso del héroe de ese día, si todos
los ciudadanos estaban llamados a inclinarse reverentemente ante aquel que era tan festejado, y si
el sacerdote y el poeta rivalizaban entre sí en su celo por inmortalizar el nombre del héroe después
de su muerte […] la Filosofía oculta nos dice la razón de ello: Es al Dios Inmortal que está dentro,
al exiliado celeste a quien se rinde culto, no a las paredes muertas o tabernáculo humano que lo
contiene [...] Aparece en el guerrero o en el bardo, en el gran pintor, artista, estadista u hombre
de ciencia, y lo eleva por encima del vulgo en manada. Es aquel Divino Cautivo que, bajo las más
adversas circunstancias de encarnación, logró manifestarse. Pero solo a través de una larga serie
de encarnaciones pasadas, que culminan finalmente en alguna vida como genio, en una u otra
dirección [...] Todo hombre con un alma dentro de sí es el vehículo de un genio. El pueblo adoraba
y temía a los genios porque notaban en ellos los poderes nunca vistos y más poderosos que ellos,
por eso hicieron dioses de sus héroes.
La abstracción que denominamos «Hombre» sería para los antiguos muy diferente a la nuestra. Es un
dios inmortal, pero tiene que tomar conciencia de su propia inmortalidad en su andadura evolutiva a través
de sucesivas reencarnaciones, y eso se logra con pequeños chispazos de conciencia que son los actos heroicos.
En palabras de Julius Evola:
Somos peregrinos del tiempo, pertenecientes a una Raza de Héroes que surgieron de la mítica
Thule para transformar el Mundo.

La Vida:
En las tradiciones indoeuropeas que englobarían pueblos y culturas como la hindú, la persa, la

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grecorromana o la nórdica, nos encontramos con la vía del héroe simbolizada en el guerrero y la guerra, que
asume conceptos como lucha, batalla, victoria… como el proceso de realización del hombre en la vida.
Para estos pueblos, la guerra exterior no era más que un símbolo de la guerra interior, que permitía el
acceso hacia lo divino. Siguiendo a Julius Evola, podemos decir que:
La gran guerra es la lucha del hombre contra los enemigos que lleva en sí mismo; más exactamente,
es la lucha del elemento sobrenatural del hombre contra todo lo que es instintivo, ligado a la
pasión, caótico, sujeto a las fuerzas de la Naturaleza.
Un ejemplo de este simbolismo dual, el del hombre‑héroe, como guerrero que lucha en los campos
de batalla de la vida, lo encontramos en un libro sagrado de esta tradición: el Bhagavad-Gita, en donde
Duryodhana, herido de muerte al término de la batalla de Kuruksetra, dice:
Lo que aquí abajo vale la pena obtener es la gloria, y sólo puede serlo por el combate. Acabar en
casa es cosa censurable para un Chatriya; morir uno en su casa, acostado, es faltar grandemente al
deber.
El Deber es el Dharma, la Ley, que en la particular visión hindú se subdivide en cada casta con una ley
propia (todas éstas estarían incluidas en una gran Ley General llamada Dharman). El Hombre, más allá de
oficios, posesiones materiales o razas, es un ser humano, con las miserias y grandezas que ello implica. Y para
todos estos pueblos la Vida es una Guerra de la que hay que salir victorioso.
La palabra ludere, «combatir», parece, según Brugnwn, contener la idea de «desligar». Es una alusión
a la virtud, inherente a la lucha, romper el límite del pequeño yo y exponerse desnudo a las fuerzas más
profundas. «Sobre esta base –dice Evola– se puede captar exactamente la energía adecuada para producir
la transformación heroica del individuo». Si el hombre‑guerrero‑héroe rompe las cadenas de lo humano,
evoca así lo divino como fuerza metafísica, atrae sobre sí esta fuerza activa, más profunda, procedente del
genio, y que también se relacionaba con las Walkirias o las Fravashi, las que van impetuosamente al asalto y
dan la Victoria a quienes las invocan. También se considera equivalente la figura de la Diosa de la Victoria
–Victoria o Niké– con el Lar o fuerza profunda, abisal, latente en el individuo.
«El Hombre victorioso era aquel en el que las fuerzas inferiores ctónico‑telúricas eran vencidas por las
fuerzas uránicas». En el Orfismo, las Nikés se convierten en el símbolo de la victoria del Alma sobre el
cuerpo. Aquél que acaba de ser Iniciado es saludado en nombre del héroe, héroe de un combate trágico y sin
tregua. Por eso representaban los órficos a Herakles, Teseo, los Dioscuros y Aquiles como Iniciados órficos
stratos militia. Niké es Theleto, Mystis y otras personificaciones o divinidades de la consagración iniciática,
que implicaban el vencimiento mediante el Espíritu.
No todos los hombres pueden vivir en tensión eternamente, aspirando a la Inmortalidad, de ahí la dificultad
de la vía del héroe, pero aquellos que lo consiguen, que caminan por el «filo de la espada» destacándose
del resto de los seres humanos, los «mejores», tienen que asumir la responsabilidad de evocar, es decir, de
restablecer el contacto, adormecido desde hace siglos, entre mundo y supramundo. Aquí está imbricada una

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de las claves para entender los «juegos» en la antigüedad, como los Juegos Olímpicos Griegos. Los mejores
tienen la responsabilidad de conducir a los «no preparados» hacia la Meta, son los que hacen los Pactos
con los Dioses y los cumplen.
Añade Evola estas palabras:
Desde los tiempos antiguos resuenan todavía hasta nosotros las palabras neoplatónicas: la vida
como un arco, el alma como una flecha, el espíritu absoluto una diana a traspasar. Aquel que, todavía
hoy, vive la batalla de la vida en el sentido de esta identificación mística, éste persistirá en pie allí
donde otros caerán y tendrá una fuerza invencible. El Hombre que vive con la conciencia de la
existencia de Dios y de su propia Inmortalidad, es un hombre que se configura distinto y que
destaca sobre la masa anónima. Este Hombre Nuevo vencerá en sí todo el drama, toda la oscuridad,
todo caos, y representará la llegada de los Nuevos Tiempos, el comienzo de un nuevo desarrollo.
Toda la tradición de Oriente y Occidente es unánime al considerar que la realización espiritual del hombre
se logra venciéndose uno a sí mismo por la lucha y el sacrificio.

VIRILIDAD ESPIRITUAL
El hombre como Héroe, condición natural en la vida para alcanzar cualquier triunfo interior y ex­terior,
necesita de una cualidad que podríamos denominar: Virilidad Espi­ritual. Es la amalgama en adecuada
proporción de dos cualidades: Contem­plación y Acción. Contemplación lo entendemos como in­vestigar,
estudiar, buscar las formas más inteligentes de realizar la acción, lo que implica capacidad reflexiva, se­
renidad, dominio propio… y Acción es praxis, es llevar a la práctica lo con­templado, y esto implica coraje,
valor, decisión, eficacia… Virilidad como «Vi­ril», pero no en el sentido sexual, sino en el etimólogo: Viril
deviene de vril, fuerza, poder.
Virilidad Espiritual evoca verticalidad, mantenerse firme en medio de las dificultades, en los sueños
concebidos, en los deberes asumidos; implica sometimiento de las debilidades al Imperio de la Razón y del
Espíritu, y el hombre o mujer que la posee accede a una dimensión donde moran los más bellos sentimientos
e incluso la tan ansiada felicidad; de ahí tal vez esa célebre frase: «la felicidad del deber cumplido». Hay
en ese hombre o mujer un carisma especial, el que da el ejemplo, el de alguien que plasma sus sueños, un
magnetismo que se refleja en todo su cuerpo, pero especialmente en su mirada, serena, firme y plena de
optimismo. Evidentemente, crea orgullo, pero un sano orgullo de Victoria sobre uno mismo.
Esto lleva al hombre a atreverse a mirar a los ojos a los propios dioses. «Es a los dioses a quienes corresponde
venir a mí y no ir yo hacia ellos», decía Plotino a Amellus, orgullosamente, reflejando al hombre que más
que creer, «es». Añadamos la célebre frase de Celso: «Nuestro Dios es el Dios de los patricios al frente de
las legiones victoriosas; no el dios al que se ora de rodillas con abandono de todo su ser». O esta otra: «La
fortuna favorece a los valientes».
Esto responde al viejo concepto indoeuropeo donde los dioses eran considerados como Fuerzas, así como
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el Hombre mismo. No conocían el «temor de Dios», lo que no implica ateísmo, sino una concepción
distinta de Dios y del Hombre. Otra frase nos acerca más al tema: «Para conocer a los Dioses es necesario
volverse semejante a ellos».
Para la antigüedad clásica, el más alto ideal era un ideal divino, no un ideal de moralidad burguesa. Los
«Modelos» a seguir eran los Héroes y los Dioses, y era normal considerar que se podía ser como Ellos.
Esto implicaba una «iniciación» que produjese una transformación radical. Un nuevo nacimiento, un
«despertar», como muestra «el guerrero sin sueño». Estar despierto a esa otra realidad. Para ello hace falta
la virtud.
El Héroe es aquel que, llevado por su virtud, no habla de injusticias mientras ve cómo se cometen, ni
implora y espera a que Dios se moleste en escuchar sus plegarias y lamentos. El Héroe, en su concepción
viril, actúa, cambia y mejora la realidad.
Hay quienes están sin armas, pero aquel que tiene armas, combate; no existe un Dios que combata
por aquellos que no están armados. La Ley quiere que la victoria sea, en tiempo de guerra, para los
valientes, no para los que oran.

LA VÍA DEL HÉROE


El Héroe necesita, en su ascenso a la Inmortalidad, vivir varias realidades, o procesos, a nuestro entender,
que son: Rebeldía, Riesgo, Sufrimiento, Fuerza, Victoria e Inmortalidad.

Rebeldía:
Rebeldía es inconformismo, no aceptar sin más lo establecido. Preguntarse, como el Daimón a Sócrates,
¿qué es lo válido?, ¿hacia dónde tienes que ir?, ¿cuál es tu meta? Y moverse, caminar, volverse peregrino.
Implica el no someterse a priori a los preceptos éticos que nos han sido dados, buscar nuevas y mejores
soluciones a los problemas del mundo.
Para lograr eso hay que salir de la inercia, de los cauces mecánicos en los que un hombre vive y lanzarse a
por una meta. El Individuo que no se rebela y se renueva, pasa a ser controlado e inhibido por una sociedad
burguesa, convirtiéndose en un ser servil o timorato. Por eso vemos en nuestra sociedad, debido a un
excesivo confort y aburguesamiento, y a una educación o endoculturación del «miedo», que el individuo
se ha vuelto excesivamente vegetativo, un hombre demasiado preocupado por las necesidades vitales. Esto
aletarga los sentidos superiores del hombre, dejándole al nivel de un autómata elemental e impidiéndole
el acceso al supramundo. Más o menos consciente, la sociedad moderna parece cómplice de esta matanza
indiscriminada del Ser Interior.

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Riesgo:
El riesgo es el camino necesario para alcanzar cualquier éxito externo o interno. Es «jugárse­la», vivir
peligrosamente. Atreverse a salir de lo conocido para adentrarse en lo desconocido. Se dice que el riesgo
existe cuando la proporción entre el éxito y el fracaso están igualados. A partir de entonces merece la pena
la aventura…

Sufrimiento:
El sufrimiento es ineludible para la accésit heroica. El dolor. «El hombre no puede hacerse sin sufrimiento,
porque es a la vez el mármol y el escultor». Giordano Bruno escribía:
El proceso de evolución es lento y está lleno de obstáculos. Así como nuestra tierra se ha venido
formando y perfeccionando poco a poco por medio de cataclismos, terremotos, inundaciones,
erupciones volcánicas, etc., así mismo el alma humana se viene perfeccionando por medio del
sufrimiento y de las dificultades que tiene que vencer. Sin el sufrimiento, nuestro espíritu
permanecería estacionario, atrasado.

Fuerza:
La fuerza surge cuando el carbón se quema, cuando el hierro se magnetiza, cuando el hombre se lanza
por entero a la aventura, cuando se olvida de sí mismo enfrascado en la realización del Ideal, es como si se
rompiese un límite, una barrera, y todo es distinto, acude la Fuerza.
La Fuerza, como expresa la célebre película «La Guerra de las Galaxias» (de gran contenido heroico y
esotérico) está en Todo, en nuestro alrededor y dentro nuestro. Es el «aliento del Dragón» del que habla
Merlín, la atracción del Arquetipo de Jung, la ayuda de los dioses, pero que sólo llega cuando antes el hombre
se ha puesto al límite de sus posibilidades. El hombre que realiza la vía heroica se magnetiza, obtiene carisma,
liderazgo, poderes para realizar su misión.
Recordemos las competiciones griegas donde son los dioses los que ponen alas en los pies de los atletas
que consideran merecedores de ser coronados por la Victoria. Recordemos el soldado que en Maratón
recorrió 42 kilómetros para anunciar la victoria a su ciudad. Es la Fuerza extra que está en la madre que
se sacrifica para cuidar a su hijo enfermo, en el soldado que se lanza a salvar a un compañero herido. La
Fuerza es un manantial insospechado en nuestro interior, que no utilizamos por miedo, como la puerta de
una presa que en determinado momento se abre y pasa a través del Héroe el infinito océano, devastando
cualquier obstáculo con una furia indómita; entonces surge el sortilegio y se obran maravillas, lo imposible
ya no lo es tanto… «Sean realistas –decía Censier– exijan lo Imposible».
Cuando agota todas sus posibilidades humanas, el héroe se llena de la fuerza espiritual que le ofrecen
los dioses. En esos momentos el hombre se siente inmortal, comprende que la carne, su cuerpo, es sólo un

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instrumento, y no tiene miedo.
Cuando el héroe se considera predestinado a una acción y se esfuerza por realizarla en virtud de esta
consideración, es como si un dios, un Hada o un genio le estuviese empujando o guiando. De ahí el apoyo
que los Héroes tienen en todas las Mitologías de sus divinidades tutelares.

Victoria:
Y al final, la Victoria. Los enemigos han sido vencidos y el campo de batalla está lleno de cadáveres.
La Victoria tenía connotaciones religiosas y místicas. En Grecia, el Héroe victorioso se asemejaba a un dios,
la corona de Niké se posaba sobre él, símbolo del apoyo y reconocimiento de los dioses. En Roma, durante la
ceremonia de el «Triunfo», el vencedor depositaba los laureles de su victoria ante Júpiter, significando con
ello que el verdadero artífice de la misma no era su persona humana y mortal sino el elemento trascendente,
suprapersonal, que se asimilaba analógicamente con el dios, con el Genio que por fin toma posesión de su
morada y se vislumbra en los ojos llameantes del Héroe.
Este espíritu animó a las legiones romanas: los soldados de Favio marchando al combate no juran vencer
o morir, sino «vencer y regresar victoriosos»… y regresan victoriosos. «Nunca los cristianos –nos dice
Louis Rougies– habrían hecho nada parecido: habrían pensado que tentaban a Dios al demostrar un apego
culpable a intereses pasajeros. Así, cuando la cruz sustituyó al águila, el valor romano desapareció».
Pero este mismo Ethos lo podemos ver en el plano de la liberación ascética. El Héroe‑Sabio tiene que luchar
contra sus defectos y miedos, y también vencerlos. «A propósito del miedo –dice Plotino– suprimidlo
completamente. El alma no tiene nada que temer para alcanzar la Liberación».

Inmortalidad:
Nos explica Evola:
La Antigüedad aria tenía un concepto esencialmente aristocrático de la Inmortalidad. Todos
los seres no escapan a la disolución, a la pálida supervivencia en el Hades –su equivalente en
la tradición nórdica– el Nifflehem. La Inmortalidad es el privilegio de los Héroes. Sobreviven
realmente –menos como personas que como verdaderos semidioses olímpicos– los que una
acción espiritual ha hecho pasar de una naturaleza a otra. Esta acción espiritual, según las antiguas
tradiciones, permitía la superación de la conciencia ordinaria humana, limitada, individualizada,
fijada como tal más allá del nacimiento y de la muerte, despertando al dios dormido. El acceso a la
Inmortalidad es llegar a Ser, descubrir el Dios que es uno.
En la tradición egipcia podemos observar lo mismo. Sólo una parte del ser humano está destinado a una
existencia eterna y celeste en estado de gloria, el Ba, que está representado por un águila o halcón (el halcón
es aquí el equivalente al águila). Es bajo la forma de halcón que en el ritual contenido en el Libro de la Oculta

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Morada, el alma transfigurada del muerto asusta a los dioses pronunciando estas soberbias palabras:

Soy coronado como Halcón Divino


A fin de que yo pueda penetrar
en la Región de los Muertos.
Y tomar posesión del dominio
de Osiris.

EL CABALLERO
Sin embargo, para ser dios –nos dirían los viejos maestros–, primero hay que ser Hombre, y las civilizaciones,
las culturas y las naciones que han tenido una importancia universal, nos han dejado su visión del Hombre
Perfecto. Y no sólo las civilizaciones antiguas, sino también las modernas. Como no podemos extendernos
en esta faceta del tema, vamos a exponer tan sólo el modelo medieval europeo, incluso de la Edad Moderna
y Contemporánea: El Caballero.
El lema del Caballero dice: «Mi alma para Dios, mi vida para el Rey, mi corazón para mi Dama y mi
honor para mi». El Caballero es un hombre que rinde culto a los valores del Espíritu, que desdeñando lo
material, es un idealista. Son antítesis suyas el burgués y el simple trabajador manual de vida puramente
utilitaria y sensual; el pícaro, con sus artes fraudulentas y su falta de probidad adornada de gracejo, y el
cortesano oficioso, falto de modestia y que no acredita virtudes bélicas.
El Caballero se forma en la vida diaria, y como ámbito, en las cortes de los príncipes y de los grandes
señores. Su educación no es intelectual, sino más bien moral y física. Para el Caballero es más importante
el hacer que el decir. Los Caballeros Castellanos son, como escribe Alonso de Cartagena en Las Partidas:
«Largos en facer hazañas y parcos en cantallas».
En España tenemos un modelo de Ideal Caballeresco en la obra del Rey Pedro IV, Obra de Mossen Sant
Jordi e de Cavallería, escrita en romance catalán del siglo XIV, en la que expone las cualidades que debe
reunir un Caballero. En el XVII, la imagen del Caballero se entremezcla con la del Cortesano. Este es el
hombre perfecto, docto en todos los saberes, tan hábil en el manejo de las armas como en el de las letras.
La palabra «Caballero» ha perdurado hasta hoy y es en nuestros días de uso cotidiano para ponderar
con máxima expresividad la excelencia humana. Trae un aroma de los mejores tiempos medievales y
representa una invocación de la parte noble del ser humano. El creerse Caballero es motivo para abstenerse
de lo reprochable y realizar laudables acciones. La moral elevada, la exquisita cortesía hacen del hombre
un Caballero, imagen ejemplar que debe inspirar el vivir humano, principio de vida para la sociedad actual
como lo fue hace siglos.
El prototipo del Caballero Español en algunos aspectos: Don Quijote.

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EL HÉROE COMO FILÓSOFO
Si bien durante este trabajo hemos expuesto la Vía del Héroe como una accésits prácticamente en clave
guerrera, en realidad la forma más precisa de explicar el simbolismo y el arquetipo del Héroe es tomando
como modelo al Sabio. Este es el único y verdadero guerrero espiritual, aquel que vence las tinieblas de su
ignoran­cia y se yergue vencedor de sí mismo y, por ende, del Universo Paralelo: «Conócete a ti mismo y
conocerás el Universo». No hay mejor guerrero que el Filósofo (el buscador de la Sabiduría), ni mayor
batalla que luchar contra la Ignorancia.
Una vez más, el Mito de la Caverna de Platón nos sirve para explicar la «vía del Héroe». Allí vemos los
que están atados y conformes en las tinieblas de la caverna, de la mediocridad, del aburguesamiento, del
embotamiento espiritual; son los hombres vulgares. El Héroe es el que se atreve a romper las cadenas, a
mirar cara a cara a los amos, a retarlos, a descubrir la verdad: ¡que ha sido engañado toda su vida! El premio,
el Conocimiento, está más allá de la caverna, después de vencer las pruebas de acceso a la Realidad. La
Fuerza surge en el trabajoso ascenso hacia la Luz. Este es el Filósofo en la batalla contra sus ignorancias y sus
miedos por alcanzar la Verdad.
En todo ese proceso se produce una transmutación. El hombre que llega al final del Camino, que sale de
la Caverna, no es el mismo que empezó, su Alma está curtida en mil batallas y ha sido despojada de todo lo
superfluo para que brille en él «la espada enjoyada de Arturo».
Ahora bien, para Platón el supremo Héroe es aquel que, habiendo llegado a la meta, renuncia a su propia
comodidad y vuelve a las profundidades abismales donde están sumergidos la mayoría de los hombres,
para ayudarles a salir del barro endurecido que los atrapa, para que puedan respirar como él los vientos
perfumados de inciensos aromáticos, y sentir el cálido Sol de la Verdad, aquello que realmente busca el
hombre. El es el que restablece el puente con la Patria Celeste.
Hacen falta hombres nuevos de Alma de Oro que penetren en las oscuras tinieblas de la caverna y venzan
a sus amos, al Minotauro, para sacar de allí a todos los cautivos.

EPÍLOGO
Una tradición heroica, ¿puede estar aún hoy a nuestro alcance? Así lo creemos.
Lo Heroico es lo propiamente Humano; la tierra es el campo de batalla; encarnación tras encarnación
vamos librando escaramuzas. Es en lo heroico, en la lucha por ser mejores, cuando surgen del fondo de la
vida los redobles de tambor, se escuchan las músicas celestes, los dioses se ven obligados a asomarse a sus
murallas olímpicas y sonríen al ver a los hombres aspirantes a dioses batirse contra las dificultades.
Lo Heroico tiene sabor a aventura, a viento golpeando la cara mojada por la lluvia y las lágrimas, a un
rictus de dolor en los labios y una sonrisa amarga de alegría. Lo Heroico estremece nuestra carne y pone en
puntillas nuestra alma. Somos hombres, pero queremos ser dioses; nos atenaza el miedo, pero crece el Fuego

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Interior y las ansias de Victoria. Es una vivencia eterna y necesaria para todas las épocas y, tal vez, mucho
más para la nuestra.
Hoy, los pueblos occidentales que detentan el poder mundial «persisten en emborracharse con ideales
de una civilización materialista, mecánica y animalizada en su positivismo», y ponen incienso ante ídolos
«creados por el derrotismo, los héroes del proletariado y de las finanzas». Es preciso que renazca el Ideal
de una fuerza que sea también la del Espíritu, de una lucha que sea también un ascesis, de una victoria que
sea, asimismo, una especie de transfiguración y de realización de los Sueños más Bellos que haya tenido la
Humanidad.
Toda época necesita de Caballeros, de Arturos y Mesas Redondas, y hay que agradecer a la vida los tiempos
difíciles, porque como dicen los Maestros de todos los pueblos: ¡Son los verdaderamente interesantes!

A través de los siglos, entre la pompa y la fatiga de la guerra, he batallado, me he esforzado


y he perecido, innumerables veces bajo el Sol. Como a través de un cristal, veo la eterna
contienda donde he luchado bajo muchos nombres y aspectos… pero siempre era Yo.
Patton

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