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LAS FRONTERAS COMO EXPERIENCIA CREATIVA

Rosina Conde 1

A finales de los años setenta, en el sexenio de José López Portillo, en México se puso de moda el

concepto de “cultura fronteriza”, argumentando que, en el norte de México y el sur de Estados

Unidos, existía una cultura homogénea que compartía historia, lenguaje, hábitos, alimentos,

vestimenta, etc., lo cual propiciaba que en el lado mexicano hubiera una pérdida de la identidad

nacional. El gobierno de México, alarmado por una posible desnacionalización de los estados que

colindaban con Estados Unidos (Baja California –incluida Baja California Sur–, Sonora,

Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, más de la tercera parte del territorio nacional),

crearon un programa que se abocara al “rescate” de dichos estados, y les restituyera su “mexicana

identidad”. En los mismos años, en el seno de El Colegio de México, nació un Programa de

Estudios Fronterizos del Norte de México, que posteriormente se independizó y se fue a Tijuana

para fundar el Centro de Estudios Fronterizos del Norte de México (ahora El Colegio de la

Frontera Norte), el cual midió la mencionada identidad a partir del uso de la lengua española.

Paradójicamente, el estudio concluyó que en Tijuana hay un grado más alto de identidad que en

Acapulco y la Ciudad de México, debido a que en Tijuana se usaban menos anglicismos que en

1 Rosina Conde es artista multidisciplinaria y académica. Estudió Lengua y literaturas hispánicas y la maestría en
Literatura española en la Universidad Nacional Autónoma de México. También es modista de profesión y oficio.
Tiene 16 libros publicados de cuento, ensayo, novela, poesía y teatro. Además de la República mexicana, se ha
presentado en los principales foros académicos y culturales de Brasil, Cuba y Estados Unidos. Tiene cinco obras de
arte-acción de su autoría, en los que mezcla narrativa, poesía, canto y diseño. Aparece en más de 35 antologías de
Austria, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra y México. Ha sido traducida al inglés y alemán. Desde hace
muchos años se dedica a la confección de vestuario para teatro y cabaret. Durante 11 años fue vestuarista de Astrid
Hadad. Entre otros reconocimientos, obtuvo el Premio Nacional de Literatura “Gilberto Owen” (1993), el Premio
Nacional de Literatura “Carlos Monsiváis” (2010) y fue nombrada “Creadora Emérita 2010” de Baja California.
Actualmente es académica fundadora de tiempo completo de la Academia de Creación Literaria de la Universidad
Autónoma de la Ciudad de México.
las otras ciudades de la República mexicana. Por su parte, Bustamante, García Canclini y

Monsiváis, entre otros, elaboraron sesudos discursos acerca de la identidad, fundamentada en el

reconocimiento del “otro”, y la “otredad” o alteridad pasó a formar parte del discurso dirigido al

estudio de las culturas de la frontera méxico-americana.

Una vez demostrado que, en las ciudades fronterizas, la identidad nacional es mayor que

en el interior de la República, debido a que el uso del español es más “puro” que en el centro y

sur del país, los únicos argumentos que fundamentaban la existencia de una cultura fronteriza

eran, como ya dije, el reconocimiento del otro (que, en este caso, sólo incluían al chicano y

estadunidense), la extinta zona libre, y los modelos de producción industrial que se establecieron

en Tijuana y Ciudad Juárez con el Programa Maquilador en 1965. Junto con otros aspectos, tales

como la economía, política y sociolingüística, varios estudiosos también empezaron a hacer

análisis sobre la literatura producida en los estados del norte del país. Sergio Gómez Montero,

Humberto Félix Berumen, Gabriel Trujillo Muñoz, Leobardo Saravia Quiroz, Socorro Tabuenca

Corbalá, Harry Polkinhorn, Gustavo Segade y Emily Hicks, principalmente, fueron los

precursores de los estudios de lo que hoy se conoce como "literatura fronteriza/ border

literature".

En 1986, Harry Polkinhorn declaraba, en su presentación de la Conferencia Binacional

Border Literature, en la Universidad de San Diego en La Jolla, que no se había hecho ningún

intento de definir la escritura producida en la frontera como una corriente separada; que no se

trataba de definir un canon o de delimitar un tipo específico de discurso. Se trataba, simplemente,

de tener un encuentro entre escritores de ambos lados de la frontera para intercambiar

experiencias y reflexionar sobre la literatura; sin embargo, en su presentación marca una serie de

paralelismos entre la frontera méxico-estadunidense y el muro de Berlín, al observar la


militarización de la primera, y la creación de símbolos polisémicos de las relaciones entre México

y Estados Unidos. 2 Un año más tarde, Polkinhorn trata de teorizar acerca de la escritura

fronteriza, ubicándola en los ámbitos chicanos enmarcados por el doble código, la no identidad,

lo que él llama la “torre de Babel” y la guerra. 3

Sergio Gómez Montero, en su ensayo “Literatura de la frontera: prolegómenos para

construir un marco de referencia”, hace destacar, entre los incidentes del hecho literario, los

siguientes: según las regiones que conforman la zona, en su conjunto hegemonizadas por el

surgimiento y consolidación de los centros urbanos (Tijuana, Mexicali y Ciudad Juárez), el

desarrollo de lo literario es desigual; el entorno social (la frontera como zona de recepción de

migrantes con una amplia gama de hablas y marcado carácter marginal) y el geográfico (desierto,

aridez, mar, río) tienen una influencia determinante en la creación literaria; la centralización

económica y política de nuestro país ha tenido efectos negativos y ha impedido que las regiones

tengan un desarrollo autónomo; la literatura fronteriza tiene un carácter marginal respecto de la

literatura mexicana, y dos tendencias se hallan presentes en la corriente literaria, una que tiene

que ver con el rigor gramatical y la expresividad pura, y otra, con los experimentos intertextuales

de las vanguardias. 4 Sin embargo, en un trabajo posterior, “La frontera y la formación del

lenguaje”, Gómez Montero se centra en el aspecto del lenguaje, y nos dice que la literatura

fronteriza ha creado nuevos códigos lingüísticos, inscritos unos en el terreno de las necesidades

2Harry Polkinhorn, “Introduction”, en Border Literature/Literatura fronteriza. A Binational Conference.


Proceedings of a seminar held in October 1986, La Jolla, California, San Diego, Institute for Regional Studies of the
Californias, San Diego State University, 1987 (Border Studies Series, 1), pp. 1-3.
3Harry Polkinhorn, “Alambrada: hacia una teoría de la escritura fronteriza”, en La línea: ensayos sobre literatura
fronteriza mexico-norteamericana, eds. Harry Polkinhorn, Gabriel Trujillo Muñoz y Rogelio Reyes, Mexicali y
Caléxico, Universidad Autónoma de Baja California/ San Diego State University, 1988, pp. 29-36.
4Sergio Gómez Montero, “Literatura de la frontera: prolegómenos para construir un marco de referencia”, en La
línea, op. cit., pp. 17 y 18.
generadas por los intercambios económicos entre México y Estados Unidos, y surgidos otros

como lenguajes de resistencia ante la cultura dominante; observa, además, que la frontera ha

sufrido cambios sustantivos en su conformación social, ocasionados por la globalización

económica, por lo que las actividades productivas tienen que ver con variados grupos étnicos (y

aquí ya incluye a anglosajones, orientales, mexicanos, negros y centroamericanos), y señala tres

aspectos lingüísticos marginales que no se han manifestado aún en la literatura fronteriza: un

mercado de hablas nacionales, alimentados por los procesos migratorios; los diferentes

metalenguajes de resistencia social, y una “polilingua” destinada a facilitar la existencia de los

códigos lingüísticos dominantes en ambos lados de la frontera, conocida con el nombre genérico

de “spaninglish”. 5

Humberto Félix Berumen, en “Notas sobre la creación narrativa en la frontera norte”, al

enmarcar el objeto de estudio de la literatura fronteriza, determinó que se trataba de “un grupo”

de escritores (nacidos entre 1937 y 1960) que han optado por escribir desde la frontera misma;

que forman parte de una nueva “promoción” con características más o menos similares, tales

como “edad, lugar de origen, lugar de residencia, experiencia vital, etc.”, y en los que lo

“fronterizo” adquiere un peso sustancial como referente inmediato dentro de la creación. Entre

los aspectos más generales que caracterizan esta literatura menciona la estética del desierto, la

recreación del lenguaje vernáculo y la superación del costumbrismo regionalista. 6

Por el contrario, Gabriel Trujillo Muñoz, en “La frontera: visiones vagabundas”, va más

allá al plantear una serie de visiones erráticas acerca de la frontera, remontándose a los diarios de

5Sergio Gómez Montero, “La frontera y la formación del lenguaje”, en Memoria del Encuentro Binacional Ensayo
sobre la Literatura del las Fronteras. Literatura fronteriza de acá y de allá, Guadalupe Beatriz Aldaco (comp.),
Hermosillo, Instituto Sonorense de Cultura/ Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1994, pp. 71-73.
6Humberto Félix Berumen, “Notas sobre la creación narrativa en la frontera norte”, Tierra Adentro, núm. 65, mayo-
junio de 1993, pp. 45 y 46.
navegación de Hawkins y Drake, pasando por Graham Greene, Frank Dobie, John Steinbeck y la

generación beat con Jack Kerouac a la cabeza, Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti (quienes

contribuyeron, en los años 50 y 60, a conformar un nuevo panorama del México fronterizo), para

llegar hasta Robert Jones en los años 80. 7 Trujillo concluye que la frontera es, tanto en el ámbito

literario como en el vivencial, “un campo de pruebas para conocer cómo dos culturas, en este

caso la norteamericana y la mexicana, pueden atraerse y repelerse, influirse y oponerse, hasta

construir por medio de tales contradicciones la espléndida metáfora de su propia y cambiante

supervivencia”. 8

Emily Hicks, en “La literatura fronteriza de Luisa Valenzuela”, amplía su objeto de

estudio al retomar las características de la literatura menor de Guilles Deleuze y Félix Guattari

para aplicarlas a la literatura fronteriza: la “desterritorialización” del idioma; la conexión del

individuo con la inmediatez política, y la asamblea colectiva de enunciación, es decir, el hablante

que sale de su territorio y se enfrenta a una cultura con un idioma diferente, convirtiéndose en

una minoría, pero escribiendo en el idioma principal o dominante. 9 Y pone como ejemplos de

escritores fronterizos al checoslovaco Kafka y a la argentina Luisa Valenzuela.

Por su parte, Socorro Tabuenca, en “Apuntar el silencio. La literatura de la frontera norte,

sus escritoras y los espacios para su expresión”, utiliza las propuestas de Sergio Gómez Montero

y Humberto Félix Berúmen, sólo que centra su atención en las escritoras, principalmente de

Tijuana, Mexicali y Ciudad Juárez, y hace notar cómo éstas se alejan de los “convencionalismos

literarios y sociales para plantear nuevas formas y proponer sujetos culturales distintos a los de la

7Gabriel Trujillo Muñoz, “La frontera: visiones vagabundas”, en Memoria del Encuentro Binacional, op. cit., pp.
137-152.
8Ibid., p. 150.
9Emily Hicks, “La literatura fronteriza de Luisa Valenzuela”, en Memoria del Encuentro Binacional, op. cit., pp.
167-168.
tradición”, privilegiando la oralidad y recurriendo, en algunos casos, a una simbología

predominantemente indígena, y menciona tres temas recurrentes: el de la vida familiar y amorosa

y el de la frontera. Asimismo, hace hincapié tanto en la desigualdad existente entre Ciudad Juárez

y Tijuana en su corpus literario, como en su carácter de literatura periférica, “ya por su zona

geográfica específica, ya por su inserción en las letras nacionales”. 10

A partir de aquí, las definiciones de literatura fronteriza se han ido ampliando y se han

convertido en un saco en donde todo tiene cabida. Varios años después de haberse iniciado los

estudios “fronterizos”, los académicos no terminan de ponerse de acuerdo en cuanto a su objeto

de estudio ni en cuanto a su delimitación espacial ni temporal. Más bien parece una excusa en la

que la frontera es un buen pretexto para hablar de lo que sea. Lo que sí es más o menos claro es la

necesidad de estudiar una literatura relativamente nueva, con variaciones idiomáticas de la

lengua, no sólo mexicana, sino de cualquiera; con un tono, un paisaje y una temática diferentes de

la literatura actual.

A diferencia de la lengua inglesa, en español, el término “frontera” es muy basto. El

inglés cuenta con los términos border ‘frontera territorial’ y frontier ‘frontera psicológica’, y es

mucho más exacto sobre este aspecto; así, cuando en Estados Unidos se estudian textos literarios

que son producto de culturas en contacto, se habla de “Border Literature”, que es más exacto que

el concepto español de “literatura fronteriza”. En español, el término frontera se refiere a ese

punto hasta el que llega nuestra visión o imaginación. El mismo diccionario de la Real Academia

Española pone como ejemplo de uso del término la frase: “Su codicia no tiene fronteras”. Y no

sólo es el límite entre un territorio y otro: es ese umbral entre la vida y la muerte, entre la razón y

10María Socorro Tabuenca, “Apuntar el silencio. La literatura de la frontera norte, sus escritoras y los espacios para
su expresión”, Puentelibre. Revista de Cultura, núm. 2, enero-marzo de 1994, pp. 26-30.
la cordura, el amor y el odio, el sueño y la vigilia, el día y la noche. Digamos que se refiere a esa

hora cero, en que ni es de día ni es de noche. Y, por lo mismo, es variable y difícil de medir, ya

que puede cambiar de un momento a otro. Lo vemos a diario en las noticias. ¿Cuántas fronteras

no han desaparecido, aparecido o se han recorrido en el planeta, ¡y hasta en el universo!, en los

últimos treinta años? ¿Cuántas prácticas sexuales, que hace relativamente poco eran inadmisibles,

y podían enviar a la cárcel o al manicomio a quien las acostumbrara, no se han vuelto cotidianas

y hasta encomiables? ¿Cuántos métodos para prolongar la vida o revivir a los muertos no ha

creado la ciencia? Hábitos que eran perfectamente aceptables hace todavía treinta años, ahora son

inmorales y viceversa. A diario vemos cómo vetan y permiten medicamentos, drogas,

estimulantes, hierbas, métodos de salud, prácticas sexuales; cómo se renuevan o se adaptan las

tradiciones de acuerdo con los cambios de moral, religión y grupos en el poder. El sexo oral, por

ejemplo, que durante siglos fue considerado un tabú y un acto prohibido dentro de las relaciones

de pareja “decentes”, hace cincuenta años pasó a formar parte de las actividades sexuales

normalmente permitidas. El tabaco, que hace treinta años era anunciado abiertamente en todos los

medios de comunicación (prensa, radio, televisión) y aceptado en todos los ámbitos de la vida

cotidiana, en la actualidad se ha convertido en un producto estigmatizado que está a punto de

entrar en la lista de las drogas ilegales.

Hablar de fronteras en la literatura resulta paradójico. La historia de la literatura ha

demostrado que, si hay algo con lo que trabajamos los escritores, es precisamente con las

posibilidades de la imaginación que no tiene límites, y que nada es imposible en el terreno de la

ficción. Las leyes de la gravedad, de la gramática, las distancias geográficas, de género o de

clase, pueden romperse o se anulan con relativa facilidad en la literatura y, en general, en el arte.

Ya lo demostró el arquitecto holandés M. C. Escher. Por desgracia, la realidad de los ortodoxos


nos obliga o nos marca, ya que las fronteras, sean psicológicas, sexuales, físicas, geográficas,

culturales y hasta lingüísticas, existen desde el momento en que se les nombra y se les da un

ámbito de acción, y determinan límites que no podemos o debemos rebasar. Por ejemplo, en las

fronteras territoriales, se determina un punto hasta donde llega el territorio por el que se puede

transitar y, por lo tanto, ese punto no se puede legalmente cruzar. En el momento en que se quiere

rebasar ese límite, tenemos, primero, que pedirle permiso al país de origen para poder salir, y

después pedirle permiso a la nación a la que se quiere entrar para poder cruzar. En el caso de un

terreno, sería el límite de lo que nos pertenece y lo que le pertenece a nuestro vecino, y no

podemos cruzarlo, mientras no tenga su autorización para hacerlo. ¿Cuántos terrenos no ostentan

la leyenda de “propiedad privada” a los que no podemos entrar? “No trespasing!”, vemos con

frecuencia en ciertas playas o zonas turísticas aun cuando legalmente no sean propiedad

privada. 11 En el caso de las fronteras espaciales y psicológicas, se trata de un medio para adoptar

normas que, también, están determinadas por convencionalismos sociales del sistema al cual se

pertenece, y sus límites pueden variar de una cultura a otra o de un año a otro; en otras palabras,

lo que está permitido en esta sociedad, puede no serlo en aquella; lo que en una época puede ser

violento, en otra es algo perfectamente natural. Hace diez años, todavía, era perfectamente

normal que la gente fumara en público: en las salas de los hoteles, cines y teatros; en los cafés,

bares, restaurantes y oficinas; en las casas de los amigos y en la propia. Ahora, sin embargo, el

que fuma es reducido a los lugares más sórdidos y casi en ninguna parte es aceptado: todos lo ven

como el apestado y tiene que marginarse y limitarse a los pocos espacios destinados para fumar.

11 En México, las playas son propiedad federal y cualquiera puede transitarlas; sin embargo, los propietarios de los
terrenos colindantes les cierran el paso al resto de los ciudadanos.
En consecuencia, las fronteras tienen que ver con una extensión temporal, espacial o psicológica

determinada; con lo que está permitido y lo que no; con lo que está aceptado y lo que no.

Las fronteras psicológicas serían el límite entre lo que social y médicamente se considera

“racional” (la cordura y la vigilia), y lo “irracional” (la locura, el sueño, los estados alucinógenos,

la ebriedad...). Incluso, hay actos o acciones que en ciertas épocas son consideradas normales, y

en otras, anormales. En consecuencia, debido a ciertos comportamientos, uno puede ir a dar a un

manicomio, aunque en otra época o cultura, la misma actitud hubiera sido considerada

perfectamente cuerda, normal... Dentro de la actividad religiosa y sexual, dependiendo de la

cultura o la época, hay ciertos comportamientos que se consideran dentro de lo normal o

permitido, y otros que están fuera de los límites. Todos los aquellos que en la Edad Media vieron

santos o vírgenes, fueron considerados “iluminados” o “brujas” a las que se consideró que vieron

al Diablo. Sin embargo, hace algunos años, un Papa declaró que el infierno y el Diablo no

existen, con lo que, sin proponérselo, condenó varios siglos de las sociedades cristianas que

quemaron vivas a curanderas, yerberas y parteras que fueron acusadas de practicar la brujería. En

la actualidad, todos esos “elegidos” medievales aceptados, que “vieron” a la virgen María, a

Jesucristo o a los santos hacer sus milagros, serían considerados locos o lunáticos. En el campo

de la medicina, actualmente se ha comprobado que la obesidad, que en otras épocas fue símbolo

de lozanía, robustez y abundancia, en realidad es un problema de salud.

Para visualizar este fenómeno sobre cómo se recorren las fronteras, pondría un ejemplo

muy simple: el del oído, el cual tiene un umbral para los máximos y otro para los mínimos. Si se

está en medio de ruidos por arriba del máximo o por debajo del mínimo, no se perciben, y

conforme el individuo va aumentando los decibeles y las frecuencias de su entorno, su umbral se

va recorriendo hasta que llega un momento en que no escucha sonidos relativamente bajos que
antes sí percibía. Por eso nuestra generación es una generación de “sordos”: por los altos

volúmenes de decibeles con los que escuchamos la música electrónica y la popularización de los

audífonos. En cambio, si ese mismo individuo se cambia a un lugar donde se está mucho tiempo

en silencio o con sonidos muy bajos, nuevamente su umbral se recorre, pero ahora hacia atrás:

después de varios días sucede que ya no soporta los sonidos en alto volumen; la música muy

fuerte le molesta y lo único que escucha son ruidos; deja de percibir los matices y hasta de

discriminar entre fonemas, y las palabras se vuelven incomprensibles. Esto mismo sucede con las

fronteras psicológicas, más que con las territoriales (aunque estas también tienen sus “decibeles”

y sus “frecuencias”): la cordura y la locura, el sueño y la vigilia, las prácticas sexuales, la

pornografía y el erotismo cambian con las épocas... Y cuando hablo de prácticas sexuales no me

refiero únicamente a las relativas al coito, sino a lo que ahora llaman “relaciones de género”, a las

prácticas más cotidianas en cuanto a lo que se ha establecido como lo femenino y masculino, en

otras palabras, lo que serían nuestras funciones como individuos dentro de la sociedad, el papel

que desempeñamos en los diferentes ámbitos en los que nos desenvolvemos. En México, hace

treinta años, ¡qué esperanzas que un hombre entrara en la cocina, cambiara pañales o tendiera una

cama; asimismo, que una mujer tuviera un puesto directivo en un banco o una empresa! Hace

cuarenta años, si una mujer no estaba casada no era sujeta de crédito en ninguna institución

bancaria, y si era divorciada tampoco tenía acceso a muchos ámbitos sociales propios de las

parejas. Una mujer que se divorciaba, automáticamente descendía de clase social, y si el

exmarido no le daba una pensión decorosa, tenía que dedicarse a los trabajos más humillantes,

mal pagados o a la prostitución.

En el caso de las fronteras territoriales, desde el principio de los tiempos, la humanidad se

ha dedicado a rebasar y ampliar sus fronteras geográficas y, al mismo tiempo, se ha preocupado


por demarcar sus límites, actitud que, hasta la fecha, ha dado lugar a la mayor parte de las guerras

y los conflictos internacionales. Y es curioso cómo, en la actualidad, aun cuando los países del

autonombrado “primer mundo” se interesan porque los del "tercero" abran sus fronteras a la

globalización, ellos se empecinan cada vez más en el cierre de las suyas. En el caso de la frontera

México-Estados Unidos (sin ser el único), particularmente en el área de Tijuana-San Diego, nos

enfrentamos a su militarización. Ya no fueron suficientes los letreros y alambres de púas que

marcaban el fin del territorio mexicano y el principio del estadunidense, de los del “otro lado”,

como decimos en el norte; ahora son necesarias las bardas de acero, los reflectores de alta

potencia y la vigilancia perpetua con equipo bélico especializado: visores infrarrojos,

helicópteros, yips y perros de caza. En una frontera de 3,114 kilómetros, una de las más grandes

del mundo, se enfrentan un país supuestamente del primer mundo, pero que en realidad está “en

vías de desarrollo”, y uno “desarrollado”. Quizá sea ésta la que más conflictos presenta dentro de

los parámetros territoriales, la lucha por la supervivencia y los contrastes de bienestar.

Desde hace unas ocho décadas aproximadamente, la ciudad de Tijuana ha sido conocida

por su gran atracción de migrantes: en los años treinta y cuarenta por su bonanza económica,

originada durante la Ley Seca de Estados Unidos; en los cincuenta y hasta los setenta, inclusive,

por los atractivos turísticos que brindaban la zona libre y las grandes oportunidades para iniciar

un negocio; desde los setenta, por su gran oferta de trabajo en las maquiladoras, y desde los

ochenta, por fungir como puente que comunicaba con los campos de cultivo de California y con

el trabajo en general estadunidense. En aquel entonces, Tijuana representaba un paliativo a la

pobreza, no sólo para México, sino para toda Latinoamérica y hasta otros países del llamado

“Tercer mundo”, porque los introducía en el american way of life gracias a los “polleros”.

Chinos, egipcios, hindúes, brasileños, y un sinfín de migrantes llegaban en busca de un contacto


para cruzar a Estados Unidos. En Miami, por ejemplo, conocí a un egipcio que brincó de

felicidad y nos saludó afectivamente como hermanos a mi hijo y a mí, cuando se enteró que

éramos tijuanenses. En un principio, no entendimos el significado de su alegría; pero luego

empezó a contarnos emocionado que él había cruzado por Tijuana, obviamente, como

indocumentado, y ahora era dueño de una tienda de segunda en la zona latina de Miami.

Desafortunadamente, eso ya no es así y no es este el espacio para explicar su porqué.

En el plano de las actividades cotidianas, se cree que una ama de casa no tiene capacidad

de abstracción ni de análisis y, por lo tanto, no se le concibe como una profesionista. Ni se cree

tampoco que una intelectual pueda realizar labores manuales o propias de una ama de casa. En el

terreno profesional, también se tiene el mito de que una (o un) artista no puede (ni debe) realizar

trabajos de abstracción y que una (o un) intelectual no puede crear obras artísticas. Debido a la

hiperespecialización de la vida contemporánea, a los individuos se les hace creer que solo

“sirven” para hacer una cosa y que no pueden dedicarse a más de una actividad. A lo largo de mi

vida laboral, se me ha repetido infinidad de veces que debo decidir a qué me voy a dedicar: si a

cantar, escribir, coser, diseñar o editar... Y en el ámbito artístico y literario, frecuentemente se me

dice que si soy narradora, no puedo ser poeta; que si soy poeta, no puedo ser cantante; que si soy

cantante, no puedo ser costurera; que si soy costurera, no puedo ser editora; y que si soy editora,

no puedo ser diseñadora; que si soy diseñadora, no puedo ser académica; que si soy académica,

no puedo ser performera... En fin, eso me recuerda ese chiste que dice (léase fonéticamente): “No

entiendo: ojos es “ais”; pero “ais” es “yelo”, y “yelo” es amarillo y Amarillo está en Texas! ¡No

entiendo!”

Resumiendo, la frontera es esa línea que nosotros mismos marcamos como individuos y

como sociedad, por medio de convenciones, pactos, acuerdos, ¡o guerras!, y ese límite se va
recorriendo conforme las conveniencias sociales lo exijan o transgredan: mientras más gente los

rebasa, esos límites se van recorriendo de alguna manera; se mueven de lugar y se modifican; o la

sociedad se vuelve más tolerante con las cosas. Las fronteras que tenemos las mujeres

actualmente son muchísimo más distantes que las que tuvieron nuestras madres en los años

sesenta y hasta los ochenta, por ejemplo. Recuerdo que, cuando en la Ciudad de México salió la

ley que nos permitió a las mujeres entrar en las cantinas, se llenó el bar La Ópera. Los meseros

estaban escandalizados: para ellos fue como la profanación de su recinto sagrado, de ese espacio

durante decenios reservado exclusivamente para los hombres... y muchas mujeres de la

generación de mi hermana mayor se fueron eufóricas a La Ópera a celebrar el “logro del

feminismo”. Y no era porque estuvieran “muriéndose” por entrar en una cantina; se trataba,

simplemente, de romper con el tabú del símbolo del machismo mexicano y pisotearlo, y qué

mejor lugar que en La Ópera, donde Francisco Villa había dejado la huella de su balazo.

Como ya vimos, la frontera es una “tierra movediza” y, como tal, es algo imposible de

ubicar en la memoria. Aun cuando los teóricos, médicos, geógrafos, etc., puedan argumentar

sobre ella y hasta dibujarla, en el imaginario colectivo siempre será un espacio difuso o

inexistente. En el canon de la cultura mexicana, por ejemplo, la frontera méxico-estadunidense

(que, como anoté líneas arriba, mide 3,114 kilómetros) es un punto en un espacio y un tiempo

indefinidos, un lugar sin nombre ni apellido; una zona que está en el norte del país, pero que no

se sabe cuánto mide ni dónde está ni a qué distancia; un área geográfica en la que todo está

permitido y en la que suceden las cosas más tremendas e inverosímiles. Hace algunos años, un

intelectual mexicano de la Ciudad de México que sabe que soy de Tijuana, me ubicaba ¡abajo del

Río Bravo!, y, en repetidas ocasiones, profesores de literatura con maestría o doctorado se han

referido a mí como escritora chicana. También es común que con frecuencia, cuando me
presentan con alguna persona como escritora fronteriza, me preguntan si conozco a un conocido

suyo de Ciudad Juárez (Chihuahua), La Paz (Baja California Sur) o Monterrey (Nuevo León), lo

que equivaldría a preguntarle a un sandieguino si conoce a alguien de Sacramento, Grand Rapids

o Nueva York. Durante mucho tiempo, también, las películas de acción mexicanas se

desarrollaron en la frontera, en ese lugar sin nombre en donde solo hay hombres rudos y

prostitutas y, en consecuencia, balazos, sexo prohibido, narcotráfico, alcohol y todo lo

relacionado con la violencia, precisamente porque el término “frontera” significa todo y, a la vez,

nada; está en todos lados y en ninguno; es un saco en el que se puede meter cualquier cosa y en el

que todo cabe. Finalmente, eso es lo “fronterizo”.

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