Está en la página 1de 3

Los ojos de la fantasía

Esta “Antología universal del relato fantástico” ofrece


alegrías y desacuerdos
Frente a la delicia de encontrarse con viejos cuentos, otros
soportan mal la relectura.

Joseph Conrad declaró alguna vez que no escribía cuentos


fantásticos porque hacerlo sería negar que la realidad
misma lo era. Es cierto que, si consideramos todas las
sorpresas, absurdas coincidencias, ocurrencias imprevistas
y hechos inexplicables que componen nuestras
supuestamente racionales vidas, no es la calidad lógica la
que parece definir nuestras acciones de todos los días. La
resurrección de los muertos en el recuerdo, la existencia de
seres que desafían el espejo en el que nos contemplamos,
los relojes que marcan horas más allá de nuestra
conciencia y en los cuales el futuro es fuente del pasado, y,
por sobre todo, esas rendijas del mundo cotidiano por las
que se cuela lo que San Pablo llama “la evidencia de cosas
no vistas”, sugieren que nuestra certeza en un mundo
concreto e inmutable es peligrosamente exagerada.
Nuestra arrogancia quiere que el mundo sea absolutamente
comprensible. Nuestra experiencia incesantemente niega
esa convicción.

No sabemos si nuestros antepasados sentían la diferencia


entre una narración realista y una fantástica. Las
documentadas injusticias del Rey Gilgamesh y sus mágicas
aventuras con monstruos y fantasmas no parecen
pertenecer a dos géneros distintos, y un catálogo de la
biblioteca de Asurbanipal enumera biografías de monarcas,
demonios, jueces, hombres sabios, criaturas aladas y
gigantes con un mismo rigor académico.
Retrospectivamente, sin embargo, una vez definido el
género a mediados del siglo dieciocho, podemos reconocer
antepasados de la literatura fantástica en Grecia, Roma y la
China antigua, en ciertas leyendas africanas y en los
primitivos relatos escandinavos. Las historias de fantasmas
(“viejas como el miedo”, escribió Bioy Casares) han existido
siempre, los lectores escépticos no.

Las historias de fantasmas han existido siempre, los


lectores escépticos no

“Existen dos maneras de acercarse a lo fantástico”, escribe


Jacobo Siruela en el prólogo a su Antología universal del
cuento fantástico. “La primera es centrípeta, y tiende a
delimitar su campo de acción dentro de una estructura
narrativa determinada y unos periodos históricos bien
definidos. La segunda es centrífuga, y se extiende más allá
de los géneros”. Y agrega: “La primera clasifica y pertenece
al ámbito de la crítica. La segunda, desclasifica y proviene
del desenvolvimiento del arte mismo”. Prueba de la
segunda es la impresionante antología compilada por
Siruela (sabio y ecléctico editor) como sobrio y clásico
ejemplo del género. No sé si el adjetivo “universal” en el
título está enteramente justificado: no hay, en este tomo
de más de mil páginas, ningún ejemplo de la literatura
fantástica oriental, ni de los delicados cuentos fantásticos
japoneses, ni de los mágicos cuentos árabes. Si bien se
encuentran, entre los más de cincuenta cuentos, tres o
cuatro autores contemporáneos cuyas novedosas
incursiones en lo fantástico merecen ser conocidas, el resto
del conjunto corresponde a la más acérrima tradición del
género.

Como toda antología digna de ese nombre, ésta ofrece a su


público motivos de alegría y desacuerdo. Para este lector al
menos, ciertos cuentos, aunque famosísimos, soportan mal
una relectura: ¿merecen ser reimpresos El pie de la momia
de Gautier o ¿Quién sabe? de Maupassant, por ejemplo? En
cambio ¡qué delicia encontrarse nuevamente con Cómo
llegó el amor al profesor Guildea de Robert Hichens, o Silba
y acudiré, el cuento más célebre del más célebre de los
autores de ghost stories, Montague Rhodes James! Uno de
los placeres más refinados que toda buena antología ofrece
es la oportunidad de disputarse con el antólogo: preferir La
casa de los deseos o Ellos de Kipling a La marca de la
bestia; elegir Tobermory de Saki en lugar de El ventanal
abierto (cuyo delicioso final no parece autorizar su inclusión
en una antología fantástica); Los hechos en el caso de
Monsieur Valdemar de Poe al menos eficaz Manuscrito
hallado en una botella. Pero estas son cuestiones de
afección o de gusto, y provocan divertidas querellas entre
amigos, cada uno ofreciendo, sin más verdaderas razones
que el antojo, su propia lista de preferidos.

Es posible que, al menos a partir del siglo veinte, cada


generación y cada lengua requiera su propia antología de la
literatura fantástica para refrescar la memoria de nuestras
fantasmagóricas bibliotecas. Así, en 1928, Dorothy L.
Sayers ofreció a los lectores británicos una espléndida
antología de cuentos, de los cuales al menos un tercio eran
obras maestras fantásticas, Tales of Detection, Mystery and
Horror; en 1940, Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo
reunieron la imperecedera Antología de la literatura
fantástica que tanta influencia tuvo en las nuevas
generaciones de escritores latinoamericanos; en 1966,
Roger Caillois (la inspiración, según nos confiesa Jacobo
Siruela, del presente volumen) publicó su Anthologie du
fantastique en dos tomos, divididos por nacionalidades; en
1976, Rodolfo Walsh propuso a los lectores argentinos una
Antología del cuento extraño en cuatro volúmenes. A estas
colecciones fundamentales, los españoles pueden ahora
enorgullecerse de agregar esta Antología universal del
relato fantástico.

También podría gustarte