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QUIENES Y CUANDO

1999

Por Daniel SALZANO

Domingo 25 - Cabezas

Hace exactamente dos años, en un campo cercano a la ciudad balnearia de Pinamar,


apareció muerto a balazos un fotógrafo de prensa, José Luis Cabezas (35). Fue el único
desastre que no pudo ser achacado a la tormenta de El Niño, que por aquellos días
circulaba por América del Sur con la impudicia de un jinete apocalíptico. Lo único que
estaba claro es que a Cabezas no lo había matado un refucilo. A partir de ese momento
la población comenzó a reclamar con insistencia el esclarecimiento del caso (un caso
que, dicho sea de paso, arrancó del gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde, un
comentario de ambigüedad napoleónica: "Ya me tiraron el muerto").
Pasó el tiempo, fueron acusados policías, se escucharon declaraciones de unos que eran
inmediatamente desmentidas por declaraciones de otros, se habló de serias presiones
políticas y policiales y, 24 meses más tarde, entre rejas permanece un puñado de pistines
que han tenido que ver con la muerte del informador pero no con su asesinato.
Hace muchos años Jorge Luis Borges asistió a una representación de Macbeth. La
traducción era detestable, la escenografía un mamarracho y los actores eran tan
despistados que confundían a Macbeth con Coriolano. Sin embargo, a la salida, el
escritor salió "deshecho de pasión trágica". Shakespeare, de alguna manera, se había
abierto camino. Así lo hará alguna vez la verdad del caso Cabezas. No lo olviden. No lo
olvidemos.

Lunes 26 - Campeones

Es probable que el último capítulo de la gran novela del fútbol nacional comenzara a
escribirse en 1994, en el mismo momento en que Diego Maradona, relleno de amor,
odio, injusticia, culpabilidad y confusión, se ubicara ante las cámaras de televisión y
soltara un aullido de gol que en realidad no era un grito sino el desafío de un combate
mortal dirigido al universo. Analizado después del encuentro su torrente sanguíneo, el
resultado arrojó una cantidad de efedrina suficiente como para hacer girar durante un
año a los molinos del Río de la Plata. O sea: lo suspendieron. O sea: nos quedamos
huérfanos. O sea: nos eliminaron.
Para sosegar las aguas turbulentas del desamparo, la AFA designó como entrenador a
Daniel Passarella, quien durante sus años de efervescencia futbolística había sido un
lateral fogoso y decidido. Sin embargo, como técnico, cimentó su cuarto de hora gracias
al terror: los jugadores debían afeitarse al mediodía y cortarse el pelo por la noche. Y si
alguno protestaba, entonces le señalaba el camino de la hoguera. Obviamente, tras la
débil performance cumplida por la selección en el Mundial de Francia, el técnico fue a
su vez carbonizado.
A todo esto, como un capítulo deslizado imperceptiblemente dentro del otro capítulo, un
técnico de amperaje reducido, José Pekerman, se hizo cargo de los elencos juveniles y,
en el término de cuatro años, obtuvo seis campeonatos, incluyendo el que acaba de
finalizar en Mar del Plata.
¿Qué diablos está pasando aquí? ¿Cómo se puede ser un jugador irresistible, constante y
valeroso hasta los 20 años y después convertirse en una inesperada variante del espanto?
Termina el campeonato, los chicos levantan la Copa, saludan a la tribuna y vos apagás
el televisor para irte a dormir. Si te levantaras a las cuatro de la mañana y te asomaras al
living, verías parpadear sobre la pantalla el rostro de Maradona con la bocaza abierta,
como un fantasma, intentando atravesar infructuosamente el muro común de nuestra
propia oscuridad.

Martes 27 - Weissmuller

Cuando su primer hijo varón fue depositado en la balanza y la aguja se clavó en los dos
mil gramos, Franz Joseph Weissmuller se sintió decepcionado. Para un gigante como él,
que antes de convertirse en pastelero norteamericano había sido capitán de húsares en el
imperio austrohúngaro, se trataba de una impertinencia. Pensaba llamarlo Gyula
Ladislao pero al verlo tan chiquito decidió llamarlo Johnny, Juancito.
Lacerado en su autoestima por la falta de reconocimiento paterno, Johnny, Juancito, se
defendió durante la infancia con un repertorio de enfermedades que a veces, como las
medialunas, sólo duraban 24 horas. Su vida sin embargo cambió el día en que, para
mejorarle la conformación del esqueleto, le ordenaron nadar cien metros diarios. El
primer día nadó cinco mil, el segundo 10 y al tercero ya le habían salido músculos en el
pescuezo y se le habían curado las amígdalas.
Johnny Weissmuller se convirtió en el nadador más veloz del planeta, y cuando acudió a
las olimpíadas de París regresó (nadando) con dos medallas de oro y un contrato que lo
convertía en Tarzán, el nuevo rey de la jungla de la Metro Goldwyn Mayer.
Tarzán y Johnny Weissmuller eran extraordinariamente similares: el mismo jopo en
forma de cola de víbora, el mismo grito de guerra y las mismas debilidades
sentimentales. Yo Tarzán, decía Weissmuller, mientras se golpeaba el pecho de tambor
y señalaba con el dedo a sus amigos del alma: la mona Chita, el elefante Tantor y Juana,
la Tarzana.
El hijo del húsar interpretó 12 películas con el pupo al aire y después, ya se sabe, aparte
del tabaco, los divorcios y el alcohol, el negocio de la jungla se fue a pique. Johnny leyó
el telegrama de despido y sintió lo mismo que si le hubieran dicho que los reyes son los
padres.
Murió, consta en actas, hace exactamente 15 años, en un hospital donde las enfermeras,
para hacerlo dormir le contaban películas en blanco y negro y su cuerpo se había
reducido tanto que su cama ocupaba un metro cuadrado de tristeza. La prensa lo
despidió como si fuera el ómnibus de la banda del Sargento Pepper. Después oscureció.
Y desde entonces no ha vuelto a pasar nadie.

Miércoles 27 - Brasil

La verdad es que estábamos bastante olvidados de Brasil. Sabíamos, recordábamos, que


Itamar Franco había reemplazado a Collor de Melo y que después de Franco había
seguido Cardoso, quien ahora mismo cumple su segundo mandato presidencial
consecutivo. "¡Ah, Cardoso!", dijimos después de su reelección y ni siquiera advertimos
que había perdido en cuatro de los más significativos Estados del país: Brasilia, Río
Grande do Sul, Sao Paulo y Minas Gerais, cuyo gobernador, justamente, es Itamar
Franco, el hombre que en 1994, mientras era presidente, encargó a su titular de
Economía (Cardoso, claro), la creación de un programa destinado a sosegar la locura de
la hiperinflación. Fue como en el cuento de los deditos y la gallina: éste puso un huevo
(Franco) y este pícaro (Cardoso) se lo comió. O lo que es lo mismo: cuando Franco
estaba listo para renovar su mandato, Cardoso presentó su candidatura y se llevó todos
los votos de un electorado agradecido.
Una vez sentado en el sillón mayor de la nación Cardoso, o ganador, hizo saltar la banca
del planeta financiero convirtiendo a Brasil, después de China, en la plaza favorita para
los inversores extranjeros. El país se convirtió en la capital virtual del Mercosur y
mientras Cardoso privatizaba hasta el banderín del corners del Maracaná, los billetes de
un dólar comenzaron a emitirse con la imagen de Washington por un lado y por la del
otro con la de Ronaldinho.
Fue entonces cuando Itamar Franco, o perdedor, aprovechando el caos institucional que
permite a los Estados de Brasil manejar autonómicamente su economía, decretó la
moratoria de pagos en Minas Gerais y dejó a Cardoso sin el huevo, sin el dedo y sin la
gallina. Resultado: en la caja fuerte no quedó ni el loro (mil millones de dólares fugados
cada día).
El nuevo orden económico podría delimitarse a partir de la debacle brasileña con una
fila de arbolitos que, arrancando de la calle Rivadavia y pasando por Río de Janeiro,
avance en línea recta hacia el corazón financiero de la China.

Jueves 28 - Casablanca

Bogart era un tipo duro. Mientras dos gorilas de saco cruzado se acercaban en un bar
para fajarlo, él vaciaba un gran vaso de whisky repleto de cubitos y después, sin dejar de
sonreír, los observaba con fijeza. Intimidados por el ruido de los pedazos de hielo
triturados por sus dientes, los matones retrocedían. Eso sí, era incapaz de irse a dormir
sin llenar de leche el plato del gatito.
Ingrid Bergman por su parte era por dentro tan dura como Bogart pero por fuera era tan
dulce como un montón de Ave María. Su especialidad era permanecer en primer plano
con sus ojos calientes a punto de estallar y después, cuando lloraba, el público sentía
como un arpón hundido en la boca del estómago del corazón. Pero eso no era todo:
odiaba a los fascistas, se enamoraba de tipos moribundos y una vez se definió a sí
misma como un tiburón, porque si no se movía se moría.
Bogart y Bergman coincidieron en 1942 en una película de poca plata, Casablanca,
durante cuyo rodaje nadie sabía donde ponerse y cuyo final ni siquiera estaba escrito. Al
final, consta en actas, Casablanca se hizo sola. O la hizo el azar. O el Espíritu Santo. Lo
cierto es que figura en las enciclopedias como la mejor película de amor de los años '40.
Y de los '50. Y de los '60. Y así sucesivamente.
Proyectada en su versión original en blanco y negro, la película aparece fugazmente en
cartelera y durante las 24 horas que permanece en exhibición, a vos te sale una especie
de humo de felicidad a través de las orejas. A la primera función vas nada más que a
verla a ella. A la segunda vas nada más que a verlo a él. Y en la función de la noche,
después que ella se sube al avión y se va con el marido y él se aleja en plano general con
el amigo, sentís que durante el momento de un momento, sobre tu cabeza, permanece
luminosa e inmóvil la paloma del Espíritu Santo.

Viernes 29 - Talismanes

Un carnet napolitano extendido a nombre de tu abuelo, Giovanni Salzano, corresponsal


en Argentina de La Libertá, giornale político quotidiano. Fecha de caducidad: 12
settembre 1901.
Unas balas que dan en el blanco en todos los disparos.
Un billete de cinco mil pesos de El Estanciero.
La voz de Lolita Torres: "No me mires / que nuestros destinos / van por dos caminos /
no me mires más".
Un sacapuntas. Un balero de nogal con incrustaciones de diamantes alrededor del
agujero. La reina del ajedrez.
La clásica foto de la Warner en la que Natalie Wood aparece asomada por la puerta de
un Cadillac de dos colores. "¡Oh oficial! ¡Oh no nos detenga! ¡No ha sido culpa nuestra!
¡Es este maldito cacharro que corre cada vez más rápido! ¡No había manera de
frenarlo!". En segundo plano, junto al volante, aparece una rodilla que podría pertenecer
a James Dean.
Una bolsa de agua caliente. Unos labios de mujer estampados al pie de una carta
manuscrita. Una estampita del Sagrado Corazón de Jesús que se comporta como un
mago, sacando fuego del pecho a grandes llamaradas.
La memoria de un sifón de Egea y Sánchez.
Una camisa negra y una corbata dorada. La camisa negra para bailar con Cameron Díaz
y la corbata dorada para arrojar tipos cargosos por la ventana.
Ciento cincuenta gramos de leve locura.
Un cospel para poner en la máquina de discos. ¿Porqué no hay máquinas de discos en tu
ciudad favorita?
Un nudo en la garganta.
El concierto de los grandes rebaños de ranas en los pasturajes del parque Sarmiento.
¿Valen las ranitas como talismanes?

Domingo 31 - Malestar

Las ventas de automóviles caen un 20 por ciento durante el mes de enero. Los coches no
se venden y por lo tanto tampoco se fabrican: los días pares no se trabaja por arreglo
con los sindicatos y los impares tampoco por disposición de la patronal. En la sala de
máquinas de la Bolsa, en Buenos Aires, se escuchan los mismos ruidos que en la del
transatlántico Titanic. La inflación va bien pero el país precisamente no se encuentra
nada bien. Los arbolitos de la calle Rivadavia realizan sus primeros ejercicios de
precalentamiento. La fluctuante cotización de la moneda brasileña transforma a la
vidriera de Exprinter en una sucursal de Coney Island. Los hospitales públicos, con
guardias mínimas. Prendés la tele y es como si estuvieras metido en un sueño espantoso.
Más allá de los pajaritos que suenan como campanas en el Parque Sarmiento, no hay
gran cosa donde prender la ilusión. Por el aire, entre las nubes púrpuras, pasan volando
los pilotos norteamericanos en dirección a Kosovo. O en dirección a Irak. La gente es
demasiado joven para morir. La desunión de la clase política argentina ante el
descangayamiento del Mercosur sería suficiente como para provocar malestar, pero a
eso hay que sumarle los incendios en Bariloche y los 60 mil peruanos ilegales que
atraviesan la frontera en busca de la tierra prometida. El final de las vacaciones marca el
final del limbo. El calor aprieta y llueve cada 48 horas. La multitud, solitaria, pasea a lo
largo de si misma. Faltan menos de 11 meses para llegar al 2000 y todavía no han
cobrado los impares. Mueren nueve cubanos y desaparecen otros nueve tratando de
alcanzar la costa de Florida. El golpista Hugo Chávez asume en Venezuela. El Angel
Azul está a punto de cerrar. "La Lora" Oliva continúa lesionado. Quisiéramos huir de
todo esto, pero ahora mismo. Nadie parece avergonzarse de no ser feliz. Y a todo esto,
además, hay que ponerle un cuatro adelante.

Lunes 1 - Batistuta

En la película El buscavidas (1961), Paul Newman tenía la posibilidad de alcanzar el


camino de la redención, nada más que puliendo sus dotes naturales de billarista. Era tan
bueno con el taco que podía pegarle a la bola con efecto contrario y hacerla dar una
vuelta a la manzana antes de hacerla pasar por la tronera. El problema es que estaba tan
dotado para el billar como para el whisky. O para las chicas más picantes de Minnesota.
_¡Maldita sea, Paul!, le advertía su manager. ¡Hay que comprometerse hasta el final con
la vida que uno elige. Hay mucha gente que ni siquiera tiene la posibilidad de elegir.
Sos vivo, sos joven y te sobra talento, pero con eso no alcanza!
Y ahora hablemos de Batistuta.
O mejor dicho, hablemos de cuando a los 17 años medía un metro ochenta y no podía
despegar porque pesaba 100 kilos y la pelota le sacaba cinco metros de ventaja. Hasta
que Marcelo Bielsa, su primer entrenador, le pegó cuatro gritos en el vestuario. Maldita
sea, chico. A partir de ese momento comenzó a buscar su camino de redención a través
de los entrenamientos. Tenía talento, era joven y poseía un instinto de tarántula para
picar en el corazón del área enemiga. Un año más tarde, con 25 kilos menos y una
promisoria melena de león, pasó de Newell's a River, de River a Boca y de Boca a la
Fiorentina, donde ha sido comparado con Ray "Sugar" Robinson, con Carl Lewis y con
Robocop.
En un solo día, Batistuta celebra su 30º cumpleaños y enhebra un gol de tiro libre con
efecto contrario que, antes de entrar al arco, alcanza a dar una vuelta a la manzana.
Lleva 142 goles en Primera y le faltan ocho para alcanzar el récord de Kurt Hamrin, el
máximo goleador en la historia del club.
¿Y Newman? Bueno, al final no llegaba a redimirse ni un poquito pero se quedaba con
Piper Laurie, la mujer más salvaje de Minnesota. ¿Es que no comprendes chico?
¡Maldita sea!

Martes 2 - Karloff

El mismo día de 1969 en que entraste a trabajar a LA VOZ DEL INTERIOR, murió
Boris Karloff. En serio. Llevabas 10 minutos sentado en la Redacción con la misma
camisa a cuadros que usaba Hemingway para cazar leones y ya tenías a tu disposición
una nota necrológica como para ganar el Premio Pulitzer. En 1969 la vida era un
calentador de mecha interminable, la ciudad cabía en una postal de 18 x 24 y vos
soñabas con sacarle a la máquina de escribir el mismo sonido que los zapatos de Fred
Astaire.
Naturalmente, en la nota escribiste que Boris Karloff no se llamaba Boris Karloff sino
William Henry Pratt, que había nacido en 1887 y que, de haberse quedado a vivir en
Londres, como su padre y su abuelo, podría haber hecho carrera como diplomático. El
joven Pratt tenía un fino y elegante esqueleto que, contra el consenso familiar, utilizó
para hombrear bolsas en el puerto y pagarse el pasaje a los Estados Unidos. En
Hollywood, como él quería, acabó ganándose la vida como actor. Era tan discreto que
había trabajado como extra en 60 películas mudas y nadie sabía que existía. Pratt leía
mucho, pensaba mucho y vivía en una casa repleta de libros, revistas, diarios, cartas,
una tetera eléctrica y un delicado servicio de porcelana.
Todo eso escribiste hace 30 años con la máquina de Fred Astaire, sin olvidar mencionar
que Pratt/Karloff había sido amigo de Bertrand Russell, que se había divorciado un par
de veces y que era número puesto en las lecturas radiales navideñas para huerfanitos
anglosajones. Claro que nada de esto hubiera tenido la menor importancia si en 1931 no
hubiera hecho Frankenstein.
Tardaste más de cinco horas en escribir aquella nota y, cuando terminaste, lo único que
habías sacado en conclusión era que los amigos de Bertrand Russell podían morirse,
pero Frankenstein no.
Treinta años después, las cosas no han cambiado. La ciudad es una postal de 24 x 36, de
William Henry Pratt no se acuerda casi nadie y el monstruo, arrastrando sus zapatos de
cemento armado, tung tung tung, sobrevive. Indefinidamente.

Miércoles 3 - Chávez

Después de haber perdido en 20 años el 70 por ciento de su poder adquisitivo, con tres
recesiones sucesivas a cuestas enhebradas a lo largo del último lustro, con unas
crecientes diferencias sociales y con un subsuelo anegado por un petróleo que ocupa en
Wall Street el último renglón de la pizarra, los venezolanos se plantaron a finales del
año pasado y votaron por la candidatura de Chávez. ¿Cómo que qué Chávez? Chávez
Hugo, 44, el coronelazo que llevaba la boina roja de los paracaidistas cuando el 27 de
febrero de 1992 intentó derrocar al gobierno constitucional y democráticamente elegido
de Carlos Andrés Pérez.
Chávez fue derrotado a cañonazos y Caracas sepultó casi 400 cadáveres. Lo curioso es
que los 60 días transcurridos desde la elección hasta su flamante asunción, no han
servido para pasar en limpio sus laberínticos planes de gobierno. Los lunes es un
humanista convencido, los martes promete leña a los traidores, los miércoles cita en un
mismo discurso a Roosevelt y a Sandino, los jueves patea el tablero constitucional, los
viernes recibe 100 camisas italianas fletadas por Armani, los sábados se compara con
Jesús y los domingos, después de almorzar con Fidel Castro, toma el café con Tony
Blair.
Con Hugo Chávez en Venezuela te sucede lo mismo que con Alberto Fujimori en Perú.
O que con Lino Oviedo en Paraguay. Realizás verdaderos esfuerzos para evitar que
ocupe un lugar en tu conciencia, pero al final, de alguna manera, su dedazo populista se
abre paso a través del aire y presiona exactamente donde duele: en el centro del
democrático de América latina.

Jueves 4 - Morse
Samuel Finley Breese Morse era un niño prodigioso que destacaba entre sus hermanos y
hermanas por el fulgor de la mirada y por su tendencia natural al aislamiento. Samuel
Finley, consta en las actas de Charlestown, su pueblo natal, era capaz de armar y
desarmar el reloj de su padre tres o cuatro veces en menos de 10 minutos. Sin embargo
y contra todos los pronósticos, Samuel no dedicó su vida ni a la física ni a la química
sino a las bellas artes. Empezó dibujando piedras y animales y 20 años después
(acababa de cumplir los 25), sus cuadros ya estaban colgados en las salas del Museo
Metropolitano de Nueva York. A los 26 se dejó crecer una barba soñadora y a los 27
inventó el Código Morse.
Para muchos de sus biógrafos no lo hubiera podido hacer si, de niño, no hubiera sido
capaz de armar y desarmar tres o cuatro veces un reloj en 10 minutos. Sin embargo, a la
idea se la dieron los griegos, cuando a través de fogatas que encendían y apagaban a
ritmos regulares, hicieron circular la noticia de la caída de Troya a través del mar Egeo.
Es una buena ocurrencia, pensó Samuel, pero yo podría mejorarla. Ejemplo: tres rayas
tres puntos y tres rayas querían decir SOS, socorro. Con el código de Samuel, tanto
podía evitarse un naufragio como escribir poemas de amor (raya punto puntito: quereme
un poquito).
El Código Morse, que difundió el hundimiento del Titanic y el final de dos guerras
mundiales, acaba de ser oficial y definitivamente archivado debido al obvio avance de la
tecnología y al perfeccionamiento de los satélites Mayday.
Samuel Finley Breese Morse falleció en 1872, mientras, asomado a una ventana,
esperaba el paso de un meteoro. Gracias al código que él mismo había inventado, la
noticia dio la vuelta al mundo tres o cuatro veces en menos de 10 minutos.

Viernes 5 - Potasio

En ese tiempo vos admirabas mucho a un niño llamado Potasio, porque entendía mucho
de cuetes y porque una vez al año, en Navidad, rodeado de gente, hacía estallar un
petardo que sujetaba nada más que con los labios. Cuando jugábamos a las luchitas,
Potasio jadeaba como un general de fantasía y vos eras el encargado de que no se
agotara el stock de piedras a su alrededor. "Alto el fuego", ordenaba el general y en la
calle Charcas no volaba ni una mosca. O sino decía "fuego" y entonces una lluvia de
pedradas oscurecía el sol de la mañana.
¿Cuánto medirías en ese tiempo?. Potasio te llevaba una cabeza de ventaja, olía a
alcanfor y a palizas familiares y, a veces, se arrancaba un botón de la camisa para
metérselo en la boca y escupirlo como si fuera el carozo de una aceituna. Pero eso no
parecía preocuparlo demasiado. A él, lo que verdaderamente le importaba era fumarse
públicamente un cuete en Navidad.
A veces te sorprendía estrenando un cortaplumas o encendiendo un fósforo con el filo
de las uñas. O, montado en una bicicleta ajena, pedaleando para atrás, sin mirar, como
Oscar Alemán tocaba la guitarra. A veces te dejaba que lo acompañaras a explorar los
trenes del Belgrano. En este vagón, afirmaba golpeando el pasamanos de un asiento,
vino Eva Perón. Y se quedaba inmóvil durante el tiempo de una foto que nadie le
sacaba. A veces decía que la Eva le había regalado cinco pesos y una medallita. Otras
veces ni siquiera la mencionaba. Cuando llegaba Navidad, Potasio robaba arandelas de
los trenes y las cambiaba por cuetes. Vos eras el encargado de que no se agotara el stock
de arandelas a su alrededor.
Aquella foto que nunca le sacaron aparecería publicada años después en LA VOZ DEL
INTERIOR. Potasio, que ya era un hombre con sombra de barba, había sido capturado
en la calle Bulnes, cinco minutos después de asaltar una joyería. Se le había agotado el
stock de balas. Y todo para comprar cuetes, pensaste vos, que ya ni se sabe cuánto
medirías.

Domingo 14 - Emiliozzi

En la infancia ejercitabas con fervor la adoración de La Galera, el coche rojo, azul y


blanco de los hermanos Emiliozzi.
Dante Emiliozzi comenzó como chofer de una chata que por la mañana servía para
vender melones y por la tarde para promocionar los bailes del Club Social y Deportivo
Olavarría, el mismo donde Torcuato, su hermano, jugaba al billar con moñito y chaleco
de fantasía. Dante era el más dotado de los dos para mirar sin hablar, serio, con un mapa
del país en la guantera y la frente brillante de sudor. Torcuato en cambio parecía el jefe
de la barra y cuando La Galera hacía un trompo o cuando le saltaban los tapones él
estaba ahí para sosegar el caos con una llave inglesa que llevaba asomada en el bolsillo.
Fue Torcuato al fin y al cabo el que cavilando delante del cupé que acaban de inventar,
sugirió llamarlo con el nombre de una película de John Ford, cuyo nombre no lograba
recordar. Trabajaba John Wayne y al final venían los indios. Ah sí, le dijo Dante que
sólo iba al cine a ver películas de amor, ya me acuerdo, La Galera.
Bueno, aquella cafetera extraordinaria cuya velocidad excedía la velocidad de la
máquina de fotos de El Gráfico enhebró cuatro campeonatos argentinos y permaneció
imbatida hasta que en 1966 los hermanos la cambiaron por un Ford Halcón y 30
monedas de plata. En 1969 chocaron. Lo decía el diario en la primera plana porque era
un notición: los hermanos Emiliozzi habían chocado. La infancia había terminado.
Dante murió en 1989 y Torcuato el domingo en su casa de Olavarría. El era así: había
chocado en 1969 y 30 años después recién tuvo el infarto. Si hubieran seguido con La
Galera la muerte no los hubiese alcanzado.

Lunes 15 - Duelistas

Bill Clinton, en la adolescencia, tenía una triple aspiración: casarse con una abogada
rubia, guardar el coche en el garaje de la Casa Blanca y gastar el mismo modelo de
bragueta que el finado John Kennedy. Nadie podría decir que no consiguió lo que
buscaba. Ahora, en la cima de la madurez, Clinton parece estar encaprichado con un
nuevo objetivo: convertir a los sobrevivientes del naufragio republicano en el pedazo de
la oreja de Holyfield que Tyson escupió como un carozo en la noche del 28 de junio de
1997.
Mientras la oposición intentaba descabalgarlo de la presidencia sometiéndolo a un
proceso cuyo rencor hizo que la mayoría silenciosa lo siguiera desde una distancia
inusitada, Clinton aprovechó para contragolpear con una herradura en cada guante,
descabezar al adversario y garantizar una nueva victoria demócrata en la próxima
elección. Resultado: el Senado lo absolvió y en los EE.UU. nadie quiere ser
republicano. Reagan no lo hubiera hecho mejor.
La política de Washington es tan intrínsecamente cinematográfica que parece imposible
no comparar la lucha entre demócratas y republicanos con Los Duelistas, aquella
película basada en un relato de Joseph Conrad en la que dos oficiales napoleónicos se
batían interminablemente a lo largo de los años para comprender _poco antes del final_
que la rendición de uno implicaba simultáneamente la derrota de los dos.
A los enemigos viejos hay que cuidarlos casi tanto como a los amigos.

Martes 16 - Bigotes

Y después estaba el asunto ese del sexo, del cual, exceptuando al gordo Delilo, ninguno
de nosotros sabía absolutamente nada. A Delilo le preguntabas la tabla del seis y al
llegar a la mitad ya estaba muerto, pero en cambio sabía qué es lo que nacía de la cruza
de un burro y una mariposa.
Para conocer en una foto como era Gina Lollobrigida desnuda tenías que negociar
previamente con el gordo, un niño que olía a pan con grasa y que movía el pescuezo
como un gángster. Delilo te hacía una seña en el recreo y en el patio del fondo del
colegio, debajo de la higuera, desenvolvía una foto tamaño carnet envuelta en papel de
barrilete y te explicaba, sin soltarla, que no es que la Gina hubiera estado
verdaderamente desnuda sino que llevaba puesta ropa de nailon y si a una mujer que va
vestida con ropa de nailon le sacás una foto con una máquina secreta que tienen los
norteamericanos, queda en bolas, como si la mirara Clark Kent. Mírale los melones,
decía Delilo señalando dos veces con el dedo y después te decía que te fijaras bien en
los tegobis. ¿Los tegobis? Claro, gil, te explicaba mientras envolvía nuevamente la foto
en el papel de barrilete. Por ahí salen los hijos.
A la mañana siguiente volvías con otra moneda porque a la noche habías soñado con
Clark Kent, pero resulta que Delilo ya no negociaba con retratos sino que andaba
metido en el curro de los espejos: colocaba un espejito en el suelo, detrás de la maestra
y, ubicado estratégicamente desde un ángulo imposible, decía que era factible mirarle la
chabomba. La chabomba estaba antes de los tegobis. Gil. Mirar la foto de la Gina
costaba cinco centavos. Mirar el espejito costaba 10. Melones, tegobis y chabombas.
Los grandes secretos de la vida.

Miércoles 17 - Ocalan

No hay más que echarle un ojo a la foto de Abdullah Ocalan que publica el diario en
3A, Internacionales, para deducir que hoy por hoy es imprescindible no ser kurdo.
Llevan siglos los kurdos perseguidos en los cinco países donde viven: Siria, Irán, Irak,
Turquía, Rusia. Cuando les pusieron por primera vez el perro de la expulsión en los
talones despuntaba el siglo XVII y no pasaban de los 10 millones: ahora son más de 25
millones, lo cual indica que el sueño de su exterminio no es más que una quimera.
Unicamente no siendo kurdo se puede observar el asunto de los kurdos de distintas
maneras: si los persiguen las tropas de Hussein entonces resulta que son unos pobres
parias vapuleados a los que hay que socorrer inmediatamente con leche condensada,
frazadas y penicilina. Si los perseguidores son los turcos entonces la interpretación se
modifica y se convierten en terroristas y conspiradores. O sea: que la verdad histórica es
pura geografía. O sea: que la verdad geográfica radica en el color del cristal con que se
miren las alianzas. Si los kurdos se pelean con el loco Hussein hay que comprenderlos y
ayudarlos. Si en cambio se vuelven contra los turcos (integrante de la Alianza
Atlántica), entonces se los distingue con dos huesos y una calavera.
En cuanto se aclare la confusa trama que ha terminado con los huesos de Ocalan en el
Sing-Sing de Ankara, sabremos si el líder kurdo es un mártir o si se trata del símbolo
del caos, el espionaje, el contraespionaje y el multishopping del terrorismo
internacional. A3. Hundido.

Jueves 18 - Willy

Vamos Willy, confesá, aparte de escribir el argumento de las mejores películas de


Orson Welles, ¿qué otra cosa hiciste con tu vida? ¿Te llamaste verdaderamente William
Shakespeare o te bautizaron como a un inglés de juguete, Guglielmus Joannes
Shakespeare? ¿Sos ese viejo autor anónimo cuyo retrato de 30x40 ocupa la pared de los
grandes acontecimientos de la Coram Foundation o sos ese otro viejo de testa orlada por
un aura divina que el British Museum sólo exhibe para el cumpleaños de la reina? En un
cuadro parecés convencido de que todo ya está escrito y que nadie nunca te dejará
sentar a la mesa. En el otro parecés un buen burgués de ojos bizcos and bellos, uno de
esos tipos que ya han llegado a la edad de valorar un buen par de grandes zapatos donde
acomodar los grandes dedos de los pies. ¿Eh Willy? ¿Usabas ropa vieja? ¿Una gorra
ladeada? ¿Guantes de cuero para asistir los domingos a misa? ¿Decías por ejemplo,
supongamos, que el hombre para salvarse debe ser artista? ¿Es verdad que enamorado
de una italiana que te doblaba la edad y el contorno de busto escribiste el primer acto de
Romeo y Julieta de un tirón, oh la alondra, oh la aurora? ¿Se llamó Susana tu hija con
dos enes o con una? ¿Y tus mellizos Hanneth y Judith o Judith y Hanneth? ¿Cuál de los
dos no sobrevivió? ¿O elegiste el nombre de Hamlet porque sí? ¿Sí? ¿Dos obras cada 12
meses y unos 150 mil sonetos te alcanzaban o creías que Dios te iba a castigar por
perezoso? ¿Se te veía latir el alma roja cuando escribías en la oscuridad? Cuando una
obra se va, decías, llega otra peor que la anterior. ¿Eso dijiste? ¿Qué hacía el rey Jacobo
I cuando te veía contar los chelines en la boletería del teatro El Globo? ¿Pensaba ahí
está ese desgraciado de Willy Shakespeare sumando como una urraca? ¿Qué les dabas a
las palabras, Willy? ¿Es cierto que mataste a un hombre en un duelo y ese sueño te
sostuvo despierto durante más de 50 años? Los alemanes dicen que tu muerte se debió a
un cáncer de glándulas lacrimales. O sea que llorabas por no poder llorar. ¿Tu esposa te
hacía chistes para que no te murieras? Pero tu esposa es esa mujer terrible cuyo retrato
exhibe la Tate Gallery, esa mujer no podía hacer reír a nadie. Hollywood acaba de
nominarte 13 veces por una película en la que se te ve bailando con una rubia secreta, la
película se llama Shakespeare apasionado. ¿Has ido al cine alguna vez? Es fantástico.
Cuando los acomodadores apagan la linterna, sobre la cabeza de la gente se expande un
aro de luz similar al de los santos. En algún momento de la vida el aro desaparece y no
vuelve nunca más. Vamos Willy, confesá.

Viernes 19 - Miller
Antes de convertirse en el dramaturgo más reputado de la Unión, Miller Arthur, consta
en actas, era un niño zancudo, miope y reservado al que siempre le crecían los enanos.
Era zancudo y no podía jugar al basquet porque era un niño intelectual. Era judío y no
podía ejercer porque vivía en una cuadra poblada por italianos e irlandeses. Y era tan
pobre que tenía que escribir los deberes con las uñas para no gastar las hojas del
cuaderno.
Miller Arthur, convertido con el paso del tiempo en la gran esperanza blanca del teatro
norteamericano, escribió en 1949 una obra, Muerte de un viajante, en la que planteó
su propia versión del sueño americano. Los críticos la consideraron la mejor obra del
año. Ha transcurrido medio siglo desde el día de su estreno y las cosas han cambiado: la
crítica acaba de encumbrarla como la mejor obra del siglo.
Y ahora hablemos de Marilyn Monroe.
Cuando vista de perfil se parecía a un Colt 45, Marilyn Monroe asistió a una
representación de Muerte de un viajante y permaneció con la boca abierta durante los
cinco minutos siguientes al final. ¿Quién es Arthur Miller?, quiso saber. Y se lo
presentaron. Y después se casaron porque a ella los intelectuales zancudos la ponían
siempre sentimental.
La señora Miller y el señor Monroe permanecieron unidos durante cuatro años al cabo
de los cuales se separaron destrozados. No se entendían. El, por ejemplo, le decía que
era la mujer más triste que había conocido y ella creía que le había dicho un piropo. Se
separaron en 1960 y en 1962 a ella la encontraron muerta. El ya se había vuelto a casar
y escribía con intenciones de ganar el premio Nobel. Cuando uno veía su firma en
alguna revista no pensaba en Muerte de un viajante sino en que ella, alguna vez, lo
había besado.
Miller, autor de la mejor obra del siglo, es hoy por hoy un anciano zancudo y miope que
viaja por Europa presentando y prologando libros. A veces se duerme con la boca
entreabierta y el sombrerito judío caído sobre las cejas.
El sueño de uno es parte de la memoria de todos.

Domingo 21 - Marvin

Vamos a ver, empieza con eme y termina con ene, actor, tenía el mismo largo de brazos
que un gorila, dormía con un tomahawk debajo de la almohada y podía, si quería, hacer
sonar de un balazo el timbre de su enemigo. Vamos a ver. Fumaba negros. Nobleza. Y
sus zancadas tenían la misma extensión que las del hombrecito de Johnnie Walker. La
primera vez que se fugó de su casa tenía 4 años. ¿Por qué lo hiciste? Para ver qué tal
era. La última vez que se fugó tenía 18 y reapareció como marinero voluntario
fotografiado en Okinawa durante la Segunda Guerra Mundial. Regresó con una medalla
al arrojo y una herida que le dividía el tórax como si fuera la mitad de una sandía. Eme
y ene entró al cine de la misma manera que antes había salido del teatro, para ver que tal
era. Tenía ojos de Buffalo Bill y antes de trabajar con Marlon Brando en El salvaje
había hecho unas 50 películas en las que aparecía, pegaba dos saques y desaparecía.
Cincuenta películas antes de Brando y 100 antes de trabajar con John Wayne en Un tiro
en la noche. John Wayne decía que el verdadero John Wayne no era él sino el otro, pero
la gente creía que estaba macaneando. Bueno, medía uno noventa, en las películas se lo
podía localizar calentando café bajo la luna o discutiendo con Angie Dickinson, sabes
qué te digo muñeca, que cuando estemos convenientemente furiosos nos vamos a la
cama. Otra frase que decía a menudo: "Si vamos a morir, muramos todos". Por lo menos
la dijo en Doce del patíbulo. Ganó un Oscar por su trabajo en Cat Ballou y seriamente
dijo al recogerlo que lo iba a compartir con su caballo. Empieza con eme y termina con
ene, se casó tres veces y en una película que dio el Opera le pegaba un tiro a Ronald
Reagan. Hoy hubiera cumplido 75 años. Pero no va a poder ser porque murió hace 12.
Cuando murió no hubo mucho dolor. Es ahora, cuando vas al cine y no ves un alma, que
comienza a existir la poesía.

Lunes 22 - Ocalan

Los kurdos afirman sin vacilar que Abdulá "Apo" Ocalan (48) el líder que espera con
los ojos vendados su pálido final en una cárcel de Turquía, es el hombre más
extraordinario de la tierra. Ya se sabe que los modos superlativos, especialmente en
política, son una imprudencia. Pero en la azarosa historia de la vida de Ocalan existen
varias exageraciones. "Apo" (tío) aprendió el arte de la guerra luchando contra todos y
contra todo. Primero contra el feudalismo tradicional de la familia kurda. Segundo
contra la frialdad de su esposa, agregada a su inventario personal como resultado de un
trato en el que medió su familia y una dote que incluía una carpa de lona y dos ovejas.
Y, después, contra el dogmatismo de los comunistas y el integrismo de los islamitas.
Sólo la causa kurda fue capaz de encauzar su rebeldía. Los kurdos no tienen uno sino
cinco países y ninguno les pertenece (Turquía, Irak, Irán, Siria y Arzebaiyan). Quien no
tiene tierra tampoco tiene cielo.
Ocalan colocó su primera bomba real y metafórica en 1974, año en el que por
prepotencia de trabajo acabó encumbrado como profeta de su pueblo y como líder y
fundador del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Desde entonces lleva
talladas 30 mil muescas en la culata de su pistola, una por cada cadáver del adversario.
Su retrato, obviamente, figura en los pizarrones de la CIA en calidad de terrorista brutal
y sanguinario.
Ocalan, al cabo de los años, ha ido puliendo una prolija retórica telegráfica. Oigámoslo:
"Seremos lo que somos". Oigámoslo de nuevo: "Los argumentos nunca convencen a
nadie". Una vez más: "En Kurdistán hace más de cinco siglos que se está llevando a
cabo el Juicio Universal".
Es probable que las fotos del líder del PKK envuelto en una lona sin brazos en la que
siempre es de noche sean las definitivas, porque el veredicto de su juicio se conoce
desde 1974. Los argumentos no convencen a nadie. Fuego.

Martes 23 - Poetas

El poeta Sandburg Carl (1878-1967) había llegado en los '60 al último peldaño de la
escalera y lo único que le quedaba por hacer era esperar a que Dios pasara a buscarlo en
el remise. Pero no lo hacía, continuaba escribiendo con una mano y con la otra grababa
discos o tocaba la guitarra. Todos querían tener su autógrafo o sacarse una foto a su lado
con foco en infinito. Bueno, en 1961 Carl Sandburg acudió con su enorme jopo blanco a
la casa del alcalde de Nueva York y el alcalde como es natural había invitado a sus
amigos, y la mujer del alcalde había invitado a sus amigas; en total eran unas 30
personas que comían tan respetuosamente que ni siquiera se atrevían a tocar los
tenedores. Pero Sandburg habló estrictamente lo necesario y recién al final de la velada
abrió un libro suyo y leyó en voz alta un hermoso poema y cuando terminó de leer la
gente se moría de ganas de aplaudirlo, pero él dio vuelta la página y con su voz de viejo
claro y sincero leyó un segundo poema, oh, había gente que lloraba y las manos estaban
a punto de estallar. Cinco minutos de lectura hubieran sido suficientes, pero él siguió y
siguió hasta que al final quedó solo y nadie lo aplaudió y entonces guardó el libro y
salió a la calle donde lo esperaba un amanecer luminoso y esa misma gente sobre la que
siempre escribía, pero no sobre la gente de la fiesta del alcalde.
La imagen de su espalda flaca y encorvada diluyéndose en la muchedumbre podría
servir para el final de una película, pero no sobre Carl Sandburg, sino sobre la propia
poesía. Lo que verdaderamente querés decir es que Sandburg no hubiera viajado desde
Nueva York hasta Villa Dolores para asistir al próximo Encuentro Nacional de los
Poetas porque ya estaba muy viejo. Pero seguramente que le hubiera gustado
enormemente conocer todos los detalles del asunto.
Lo peor que puede pasarle a un poeta es que se siente a esperar a que Dios pase a
buscarlo en el remise.

Miércoles 24 - Rufino

Rufino Roberto, nacido en el Abasto, empezó a cantar tangos a la misma edad en que
los demás niños del rioba aprendían a silabear a través del libro Upa. En una época en la
que para sobresalir en los salones tenías que llevar un pantalón del 48 y calzar un
sombrero con el diámetro de la cabeza de Caruso, Rufino formaba parte de un cuerpo de
gringo chiquitito cuya mayor potencia radicaba en la masa muscular de su mirada.
A los 14 años le mandó a la RCA Víctor una foto donde aparecía con la boca ladeada
por el uso del gotán y unos zapatos combinados que reverberaban ante el disparo del
magnesio. Atrás decía: "Roberto Rufino, amigo de Gardel". Lo cual no era ni cierto ni
falso porque Gardel lo había escuchado cantar sin siquiera sacarse el sobretodo y, antes
de retirarse, había levantado el pulgar de la victoria.
Era un tiempo en el que Buenos Aires se le había venido encima: de 8 a 10 cantaba en la
orquesta de Di Sarli y de 12 en adelante en el cabaret Moulin Rouge donde, antes de
entrar, como era un pibe, lo obligaban a presentar documentos. Era tan bueno que
primero ensayaba con la orquesta y después cantaba como le daba la gana. Y esa era la
justa. Durante el tiempo que permaneció con la orquesta de Troilo, Rufino se acuñó
como mito nacional. El mito del hombre sensible, lírico y romántico en un país de
hombres fuertes y terribles. A Rufino se le escapaba un barco y ya tenía letra para ganar
el Premio Nobel. No habrá ninguna igual, decía, y movía la cabeza con melancolía de
hombre apasionado.
El pasado 8 de enero había cumplido 77 años y en el pecho le había aparecido un
pajarito que él creía que era un renacimiento del prodigioso pájaro del pibe del Abasto.
Pero era un pájaro negro. Rufino no sólo lo dejó crecer sino que también lo dejó cantar
y cuando el pájaro cantó, él se apagó como la vela de una torta. Pffft. No habrá ninguno
igual, etcétera.

Jueves 25 - Zapping

...en horas de la madrugada los vecinos apedrearon pip... las grandes firmas habrían
manipulado los precios de las transmisiones pip... mientras que Clinton mantiene la
flota en estado de alerta pip... precios espectaculares pip... el técnico no quiere
desprenderse del concurso de Saviola pip... evos casos de tortura en Corea del Norte
fueron denunciados ante la Asamb pip... abonados sin energía pip... el mayor alzamiento
chiíta de la última década pip... el ex jerarca nazi aún es recordado con simpatía en
Bariloche pip... uhalde y Ramón Ortega pip... a ver esas palmas pip... la víctima alcanzó
a disparar en tres ocasiones pip... destinado a revitalizar la imagen política de Eduardo
César Ang pip... agrava el desempleo pip... sidente Menem negó rotundamente pip... le
pidieron que fuera más agresivo al referirse a su rival pip... el nuevo producto
alucinógeno se llama metaanfetamina pip... sólo tienen que llamar al teléfono pip...
mientras se desvanecen las posibilidades de un acuerdo pip... la calidad de nuestros
servicios pip... las dos unidades de jabón en polvo pip... ticano en apoyo de Augusto
Pinochet pip... kurdos esperan la llegada de la noche para atacar las embajadas pip... el
índice de Nikei se situaba en 14.222,29 unidades pip... fractura de costillas pip... tiplica
el temor al arsenal nuclear ruso pip... 36 grados previstos para hoy... es tu hijo, Luis
Enrique! ¿No te das cuenta? pip... con el 303 a la cabeza pip... el trágico suceso tuvo
lugar en Villa El Libertador pip... putado Pierri está decidido a tener su propio refugio
cerca del lago Nahuel Huapi pip... pantosas imágenes nos muestran pip... hectáreas
calcinadas por el fuego pip... ón Mestre pip... un programa lleno de sorpresas click.

Viernes 26 - Najules

Sólo había una familia de turcos en la edad de piedra de la calle Charcas: los Najul. El
padre (que usaba camisa a rayas y trabajaba en la calle con una valija de cartón), la
madre (que sumaba con los dedos ocultos tras un delantal negro) y sus tres hijos
varones. Uno era un año más grande que vos, el otro había nacido un mes antes que vos
y al tercero le llevabas un año de ventaja. Así es que hiciste toda la escuela rodeado de
Najules. Pablo, el más grande, era el mejor fabricante de barriletes del país. Murió
cuando estaba en tercer año del Deán Funes. Lo atropelló un camión y a vos te tocó con
el hermano del medio, Rafael, compartir una de las asas del ataúd. Vos no eras muy
amigo de Rafael, porque Rafael Najul evitaba sentarse con los que copiaban. Al más
chico le decían Caballo. El Caballo Najul tenía seis dedos en el pie derecho. Como si
hicieran falta seis dedos para ser un caballo. ¿Qué más? El señor Najul llevaba en su
valija de cartón una serie de talonarios con papel carbónico de la marca Kores y castigó
a sus tres hijos con arresto domiciliario de 30 días cuando intentaron reemplazar el
papel de barrilete con ya sabe qué. Y nada más.
Estás escribiendo en un primer piso de la calle Chacabuco y por la ventana se cuela el
fragor de la calle que sube, apagado y vago. Es probable que si ahora mismo te
asomaras y vieras pasar a algún Najul por la vereda no lo reconocerías. Pero eso no
tiene importancia. Lo maravilloso es tener la certeza de que siguen ahí, en alguna parte
de Córdoba, yendo y viniendo, naciendo y muriendo, y eso no es que sea un secreto sino
que está mas allá de tu capacidad de escribir, o quizá más allá de la capacidad de
escribir de cualquier persona.
Darías cualquier cosa por echarle un vistazo a esta ciudad desde la torre más alta de
Manhattan.
Domingo 28 - López

Cada vez que el barrilete del Fútbol Club Barcelona cabecea, la capital catalana se
alborota, sus cuatro diarios deportivos publican ediciones extraordinarias y una
interminable procesión de camionetas recorre Cataluña exigiendo alguna explicación a
Josep Lluis Núñez, su presidente desde hace 21 años.
Núñez es un técnico constructor de 160 centímetros de altura coronados por "una
bombilla que recuerda vagamente a una cabeza", sólida posición económica y una
reputada tendencia al ofuscamiento. Si el problema es serio, Núñez compra. Si el
problema es más serio todavía, Núñez vende. Y si las cosas no se arreglan, entonces
llora. Quien no ha visto llorar a Josep Lluis Núñez no ha visto nada todavía. Su cara se
deforma por completo. Los ojos y la boca permanecen abiertos de par en par y mientras
los párpados se le van hinchando perceptiblemente, las mejillas y el cuello se le llenan
de manchas oscuras. Parece que está rendido, pero no es así. Está haciendo tiempo para
luego cortarte la cabeza.
Parecía tener Núñez este año todo atado y bien atado para embolsar una nueva Copa en
sus vitrinas (su equipo está integrado por un técnico y ocho jugadores holandeses), pero
por el callejón del siete se le ha colado un jugador de Río Tercero _Claudio López_ que
más que un jugador parece una máquina de coser y que en tres partidos disputados en 10
días le ha marcado seis goles. En la filosofía de Núñez, un problema de esa naturaleza
sólo puede solucionarse enmarcándolo en el contexto de un problema más grande
todavía. O sea: en lugar de marcar correctamente a López, primero habrá que comprarlo
y después, para que no juegue, sentarlo en el banco de suplentes. La estrategia muchas
veces no consiste en hacer goles sino en impedir que te los hagan.

Lunes 1 - Sandro

Sánchez Roberto, nacido el 19 de agosto de 1945 en Parque Patricios, Buenos Aires, fue
un alumno que conocía mejor el colegio por fuera que por dentro. Para entendernos: era
capaz de abulonarse en una esquina del rioba y cerrar los ojos para escuchar el ruido del
motor de la ciudad. O hacer rebotar una pelota de goma contra la tapia de un baldío
mientras esperaba que le crecieran las patillas. Y cuando consiguió meter los pies en su
primer par de botas de gamuza, ya no se llamaba más Roberto Sánchez sino Sandro, el
chico que había aprendido a tocar la guitarra en una escoba.
En 1961 debutó en el Club Rioja de Avellaneda en una matiné sin restricciones. Yeah.
El tocaba la guitarra y movía las piernas como el viento, mientras el resto de la banda
_¡Los de Fuego!_ lo rodeaba haciendo tutuá y apoyando la planta del zapato hasta
quebrar el respaldo de las sillas. Las chicas gritaban tanto que hubo que llamar a la
policía. Fue su primera aparición en los periódicos. En la foto de conjunto, es el único
que no parece sorprendido.
Dos años más tarde era la mayor estrella rockera del planeta latinoamericano. Hablaba
poco Sandro, pero cada vez que lo hacía era como si estallara de nuevo la Segunda
Guerra Mundial: "Las cosas están bien mientras no esté muerto todavía".
Tenía una moto Puma de la segunda serie y la cambió por un Fiat de una sola puerta que
a su vez sustituyó por un Rambler verdecito con el que cruzó la Cordillera de los Andes
para cantar en Viña del Mar. Una vez que terminó el Festival, cargó nafta y salió
pirando para debutar en el Madison Square Garden. En su fortaleza de Banfield todavía
conserva el Rambler. Como un osito de trapo.
En 1980 cantó el Rock de la Cárcel a dúo con Charly García. Hacía rato que los dos
eran alguien en la vida, pero a partir de esa noche lo supo todo el mundo.
Sandro cantó ayer por última vez en el Gran Rex de la calle Corrientes cerrando un ciclo
de 40 funciones, 130 mil espectadores y 800 canciones. Tal vez haya sido su última
aparición en los periódicos. En la foto del adiós, es el único que no parece sorprendido.

Martes 2 - El ángel azul

Montado sobre un cajón de manzanas deliciosas, hace varios días que en la esquina de
la Legislatura posa una estatua de sexo femenino y alas azules que sólo mueve las
pestañas cuando alguien le deja una moneda.
Como las estatuas de verdad, el ángel azul de Trejo y Deán Funes no come, no llora y
puede pasar horas enteras sin recordar nada y olvidándose de todo. Debe ser por eso que
se ha convertido en la secretísima quimera de los solitarios del Area Peatonal.
Solitarios como ese centauro vestido simultáneamente de soldado y de civil que por la
parte de afuera trafica escarapelas y por la parte de adentro conserva el brillo del gran
Dios de la guerra de Malvinas. O el alucinado de camisa a cuadros y sombra de barba
que llega y le deja un peso en la alcancía y después se va a pedir limosna a la Plazoleta
Jerónimo Luis de Cabrera para traerle más monedas. Cuando se van el centauro y el
mendigo, llega un hombre flaco y seco que se pasea con la última corbata de Casa
Muñoz en el pescuezo y con un diario del año pasado arrollado en el bolsillo. El hombre
piensa y piensa contemplando el ángel, pero lo único que se le ocurre es desplegar el
diario y arrimarse a una de las mesas del bar de la esquina para llevarse las servilletas.
Eso lo sabe el ángel azul, pero nunca ha dicho nada. Y también hay un tipo extraño y
oscuro, grande y loco, que cada 15 minutos se aproxima a la alcancía para dejar una
piedrita. Eso lo sabés vos, pero nunca has dicho nada.
¿Qué sucederá cuando llegue el otoño y el ángel azul levante vuelo? Me pregunto por el
centauro, por el alucinado y también por mí mismo.
Nada hay tan angustioso como el otoño para los solitarios del Area Peatonal.

Miércoles 3 - Lewinsky

Y ahora, hablemos de literatura.


Con la firma de Andrew Marton y a razón de 120 mil ejemplares por minuto, acaba de
aparecer en las librerías de la Unión el Monica's Story, la historia de Mónica Lewinski,
claro, la becaria más mentada del milenio. Según Marton, la story propiamente dicha de
Clinton & Lewinski se desencadenó una mañana de verano en la que ella recibió prin
prin dos llamadas, señal convenida por el presidente para que acudiera vo-lan-do a su
despacho, el Oval, claro, al que para ingresar también hubo de aplicar otra contraseña
previamente establecida, knock knocknock knock. . Recuerda Lewinski que aquella fue
con toda seguridad una mañana de verano porque llevaba puesta la pollera más corta del
DC y además no llevaba medias, sostiene, y como el presidente no dejaba de mirarla sin
decirle una palabra, ella, que aún no lo tuteaba, le preguntó si quería consultar algunos
expedientes. No, le respondió el boss posando su mirada de aguas turbulentas en línea
ascendente a partir de las rodillas, y entonces ella quiso saber si a él le gustaba la pollera
y Bill dijo que SSS-, YESSS, que le gustaba, aunque después de unos estratégicos
puntos suspensivos agregó:
_Pero más me gustaría ver lo que hay debajo.
Oh, mister, alcanzó a murmurar la becaria, compradora, al tiempo que abandonaba los
expedientes sobre el mismo escritorio donde en 1974 Richard Nixon había firmado la
renuncia y comenzaba a izar las velas de la nave, un poquito más otro poquito más otro
poquito más hasta que la pollera se acabó y entonces el presidente se aproximó mientras
canturreaba el último verso de un viejo fox-trot de Cole Porter, Ya no puedes decir no.
Beibi. Una hora más tarde ella se confiaba a Dios en su diario íntimo, oh, God, escribía,
¡el presidente de los Estados Unidos me ha tuteado, me ha tuteado!!

Jueves 4 - Eros

Aquel sastre de Villa Lugano tenía las cosas claras: en cuanto su novia le levantó la voz,
él, con la tijera, le perforó el corazón en siete direcciones. Una vez que la mujer dejó de
palpitar, el sastre advirtió que había hecho un pésimo negocio: no sólo había perdido a
la mujer que amaba, sino que sobre la mesa de costura en lugar de un traje, tenía un
cadáver.
Al día siguiente comenzó a tramar la manera de hacerlo desaparecer. Primero le pintó
las uñas de las manos y los pies y después, con la esperanza de que la policía
confundiera a la muerta con una prostituta, la adornó con joyas baratas y le puso un
anillo de combate en cada dedo. Finalmente, ayudado por un serrucho y un cuchillo de
cocina, seccionó el cuerpo en varias partes y las fue dejando abandonadas sobre el mapa
de la provincia de Buenos Aires. El paquete que contenía desde el codo hasta las uñas
del brazo izquierdo apareció en un baldío de Lanús, mientras que el bajo vientre y las
dos tibias aparecieron debajo de la butaca de un cine de Lavalle. Cuando la policía lo
detuvo a la salida del subte en la estación de Plaza Miserere, el sastre de Villa Lugano
llevaba la cabeza de su novia en una caja de sombreros.
El asesino se llamaba Antonio, la mujer se llamaba Alcira y en el diario aparecieron
durante muchos días publicados sus retratos. De ella lo que más impresionaba era las
manos seccionadas y los dedos envueltos en anillos de combate. De él, salvo el brillo de
las córneas, no había nada verdaderamente interesante.
El crimen de Villa Lugano te tenía tan sugestionado que de noche te acostabas a las 10 y
a las 12 tenías la primera pesadilla: Antonio te buscaba en puntas de pie para cortarte el
pelo con sus con sus grandes tijerones. Si te movías, morías. Si gritabas, te mataba.
Continúa.

Viernes 5 - Tanatos

...A medida que avanzaba el calor en aquel verano de tu infancia, todos los baldíos de
Argentina comenzaron a oler a carne podrida: cualquier paquete olvidado podía
contener un pedazo de Alcira, la novia del asesino.
El sastre del tijerón resultó ser de la puerta de la cárcel para adentro un pobre
desgraciado que comía 150 caramelos diarios y que mantuvo inconmovible el frío de
sus córneas aun cuando le transmitieron la duración de la sentencia: cadena perpetua.
Fue entonces cuando dejaste de soñar con Antonio, el destripador, y tuviste un primer y
único sueño con la muerta.
En el sueño ibas viajando en un tranvía que avanzaba en blanco y negro, como si fuera
el interior de una película. Exceptuando a una mujer solitaria que viajaba sentada con
las rodillas desnudas y las piernas cruzadas en el interior del tranvía no había nadie. Se
trataba de un ser pálido que llevaba un vestido blanco con siete rosas bordadas del lado
del corazón. Sabías que se trataba de Alcira porque las rosas sangraban y llevaba puesto
un anillo en cada dedo. Hola, te saludó, y vos no contestaste. ¿Sos mudo?, te preguntó, y
tampoco respondiste. De aquel momento del sueño recordás que, sentado en un asiento
del tranvía, tus pies de niño no llegaban al suelo.
Al final te preguntó si era el tranvía 2 y le dijiste que sí. Seguramente que te dejó de
hacer preguntas porque el 2 iba directamente al cementerio. Los sueños son así. No la
volviste a ver más, pero al despertar conservaste durante mucho tiempo unos intensos
deseos de llorar.
Al día siguiente el verano terminó y, antes de volver al colegio, sacaste todos los diarios
con las fotos de Antonio y Alcira de abajo de la cama y los llevaste a la verdulería para
envolver papas. María, la verdulera, te regaló una mandarina que comiste sentado sobre
el paredón del ferrocarril, escupiendo las pepitas al azar. Bastaba verte los pies de niño
que no llegaban al suelo para advertir que la pena te duraba y que sin comprender casi
nada, habías entendido casi todo.

Domingo 7 - Kubrick

La semana se inicia con un duro uppercut al corazón porque, tumbado como un dogo
sobre un sofá de terciopelo rojo, amanece muerto Stanley Kubrick, mezcla rara de diosa
y pantera, niño sabio y genio loco.
Kubrick, que inició su andadura gatillando una Kodak de juguete, fue un fotógrafo de
barba revolucionaria, que, gracias a la irrupción de una herencia que jamás quiso
explicar, se convirtió en la gran esperanza blanca del cine independiente
norteamericano. Sus películas costaban 100 dólares y recaudaban 200, pero la crítica de
Manhattan lo trataba con el mismo respeto que los pigmeos a Fantomas, ya saben,
Stanley esto, Stanley lo otro. A todo esto, él se iba ahormando en la leyenda como un
ente cerril y misterioso que se negaba a viajar a más de 50 kilómetros por hora, que
fabricaba sus propios equipos telefónicos y que jugaba al ajedrez consigo mismo
sentado delante de un espejo.
Suponiendo que nadie recuerde quién fue Kubrick, sépase que fue el autor de 11
películas y una película más, La naranja mecánica, la del viejo Alex vestido con
sombrero hongo y calzoncillos largos, profeta del tiempo por venir. A Alex tanto le
encantaban las nueve sinfonías de Beethoven como romper a bastonazos la carrocería de
las mujeres. Al final terminaba como un dios despedazado y disperso, sin identidad, y
Kubrick no decía si eso estaba bien o mal, sino que se había perdido una cosa infinita.
Calcula el cable que al rodar en su casa, al norte de Londres, Kubrick (70) pesaba
alrededor de una tonelada y que, exceptuando al espejo con el que jugaba al ajedrez, no
estaba ni su mujer, ni sus hijas, ni nadie. Es probable que le haya silbado el corazón y
que después rodara sobre el sofá de terciopelo con la certeza de estar solo. Si así le
gustó vivir, no sería descabellado suponer que también le gustara morir de esa manera.

Lunes 8 - Mujer

Si en su vida no hubiera hecho otra cosa que escribir El corazón es un cazador


solitario, Carson McCullers (1917-1967) merecería sobradamente un lugar en la tribuna
preferencial de este milenio. Pero resulta que, además, llevaba un libro en la guantera
para enseñar a leer a los analfabetos y una máquina de fotos a vapor que utilizaba sin
parar porque le gustaba la cara de la gente. Carson Mc Cullers era bajita como un peón
de ajedrez y tan romántica que, 40 años después de su muerte, no hay quien pueda
explicar cómo hizo para amar con tanta intensidad a Reeves McCullers, el tipo de
Nueva York que mejor llevaba las manos en los bolsillos. Se casaron y se divorciaron
volando entre 1941 y 1943, pero él, Reeves, no era un peleador nato como ella, sino que
fue directamente a una oficina de reclutamiento y se alistó para ir a desembarcar en
Normandía. Fue entonces cuando ella se volvió a enamorar y decidió escribirle una
carta de amor cada 24 horas, 100, 200, 300, 400 cartas, y en una de ellas le prometió,
que cuando él regresara lo estaría esperando en la terraza del hotel Brevoort, donde
tomarían tres stringers cada uno para festejar "sus victorias sobre sí mismos". Y así fue
como Carson Mc Cullers, que amaba con la fuerza de 100 hombres, ganó la Segunda
Guerra Mundial a fuerza de escribir cartas de amor y cuando Reeves regresó, Carson
estaba sentada ahí, exactamente como lo hubiera soñado el mejor amigo, el mejor
marido, el mejor amante del mundo.
Se recasaron 30 días después y tenías pensado escribir una crónica que se iba a llamar
McCullers, pero le has cambiado el nombre sobre la marcha porque es todo lo que se te
ocurre, lo mejor que se te ocurre, en homenaje al Día Internacional de la Mujer.

Martes 9 - Bioy Casares

Bioy Casares muere en Buenos Aires al atardecer. Cierra los ojos y ya no vuelve a
abrirlos. Así de fácil.
Todos los días hay gente que muere y daría la impresión que no se pierde nada. Pero
Bioy Casares formaba parte de ese tipo de personas que apenas dejan de estar
comienzan a hacerse sentir. Como si el mundo entero, de un día para otro, se volviera
más pesado.
Bioy Casares, con una camisa celeste recién planchada y unos tobillos de carrera que
conservaba desde la época en que dudaba entre el box y la escritura, parecía,
personalmente, un caballero de la pampa húmeda dispuesto a fundar el Partido Liberal.
Pero Bioy no quería fundar nada. Se limitaba a permanecer apoyado en la repisa de la
chimenea o dudando ante el menú entre un capuchino y un helado de vainilla. Dios mío,
decías, este tipo blanco y fragante que se expresa con la claridad de una carta comercial
y la cortesía de un secretario de las Naciones Unidas, es el autor de La invención de
Morel, la única novela que se lee con parejo fervor y lealtad en la historia de la
literatura argentina.
Hay gente que es así. Bioy Casares era así. Por ejemplo: era capaz de apartar el
grabador en mitad de un reportaje para decirte en secreto que una vez, en una casa de
cambios de la calle Maipú, le habían dado un billete de 100 mil australes ilustrado con
la cara de Jorge Luis Borges.
Bioy Casares en el fondo no creía en otra cosa que en las dos mil palabras diarias que
necesitaba para mantenerse por encima del nivel del vertedero, pero había tenido en sus
manos un billete que nunca había existido. Y lo contaba. ¿Cómo no querer a un hombre
así?

Miércoles 10 - Bischoff

Lo sabe todo. Desde el número de los escarpines de charol que calzó en su fuga el
marqués de Sobre Monte hasta el nombre del barco en el que murió Moreno después de
murmurar ¡Ay, patria mía! En la cabeza de Efraín U. Bischoff, profesor de historia en el
Manuel Belgrano al final de los 50, había un almacén de datos insólitos y casos raros
que, como los pastores al Niño Dios en Nochebuena, rodeaban a la perla mayor de su
corona: la vida, pasión y muerte del espadachín mayor de la ciudad, don Jerónimo Luis
de Cabrera.
Nadie como él para contar el pálido final del fundador de Córdoba, ajusticiado a lo
bestia por un hombre rencoroso que se la tenía jurada desde niño. Muchachos, decía
Bischoff mientras limpiaba sus anteojos de carey con una gamuza de la casa Lutz
Ferrando: la vida siempre fue bastante impredecible en la Nueva Andalucía.
Traduciendo: crecimos manejando por elevación una hipótesis maravillosa: Córdoba
había sido fundada por Don Quijote de la Mancha.
Desde entonces y hasta ahora, Bischoff (86), el historiador con más encanto de la barra,
se ha convertido en su propia obra de arte: no sólo es capaz de seguirse apasionando
cada vez que menciona al asesino de Cabrera, sino que el rostro se le llena de luz
sanguínea y las venitas de la nariz se le encienden como bombitas de 500 bujías.
Bueno, lo que querías decir es que Bischoff acaba de subir en Pajas Blancas a un avión,
invitado junto a la troupe de Córdoba y el Tango, para participar en el Festival de
Tangos en Granada.
Es probable que le pidan que recite La Cumparsita.
A él lo que verdaderamente le gustaría en la Vieja Andalucía sería contar la historia de
la fundación de la primera sucursal.

Jueves 11 - Alteza

Somos casi de un mismo tiempo, Carlos, Alteza, y cuando yo dibujaba mis primeros
palitos del amor en el cuaderno de la calle Lanceros, usted ya aparecía en la revista Life
ligado para siempre a esos ojos de elefante azul carentes por completo de energía. La
revista decía que usted sería el próximo rey de Inglaterra porque su mamá ya estaba
grande y su abuela más grande todavía. Usted sabrá perdonar la imagen, Carlos, Alteza,
pero lo primero que pensé fue que, con esas orejas, la corona no se le caería.
Somos casi de un mismo tiempo, Carlos, Alteza, y ahora, pensándolo bien, advierto que
conozco poco de su vida. En cualquier caso no puedo dejar de asociarlo con su madre,
la reina, una mujer de estatura mediana, pelo muerto y carteras espantosas que lo miraba
como si usted fuera un príncipe de campeonato, santo, santo, santo.
Ni siquiera el deporte nos unía, Carlos, Alteza, por que a usted le gustaba jugar al polo y
como los caballos de polo son bajitos a usted le sobraban las rodillas y a veces
tropezaba con los árboles. Y se caía. Y la gente se reía como en una película de Chaplin.
Lo mismo que cuando comenzó a interesarse por los planetas y dormía de día para pasar
la noche con los ojos de elefante azul recorriendo el universo. Su mamá, recuerdo,
prácticamente se resignó el mismo día en que usted le contó alborozadamente que
acababa de descubrir el planeta Urano. Cuando supo que Urano había sido descubierto
en el año 1781, usted abandonó la astronomía para empezar con la arquitectura y daba
conferencias sobre cosas que nadie comprendía mayormente, pero no olvide, Alteza,
que usted era hijo de una reina y eso siempre tiene sus ventajas.
¿Qué pasó después? Que en lugar de casarse con su amante de toda la vida usted se casó
con una novia nueva que después de darle dos hijos se mató en un coche lanzado a 200
kilómetros por hora. Pero no hablemos de ella, hablemos de usted. Perdoname que te
tutee, Carlos, perdoname que no te tutee. Y ahora lo veo pasear por Buenos Aires como
quien pasea por Urano, Alteza, caminando con las manos aferradas a la espalda y el
discurso de las islas Malvinas aprendido de memoria. No pasa nada, contigo, Alteza.
Nunca pasará absolutamente nada. Dígaselo de mi parte a su mamá.

Viernes 12 - Roca

El expreso que anualmente fletaba el teatro Maipo con destino a esta ciudad constaba
esencialmente de una locomotora y tres vagones. En el primer vagón venía el mago Fu-
Manchú con un maniquí de mujer dispuesto en posición horizontal y atravesado por
espadas. En el segundo, viajaban los cómicos (Stray, Marrone, Arata, Quartucci,
Andreu), jugando al chinchón y en un íntimo acto de melancolía, observando a través de
la ventanilla el paso de las estaciones: otoño, invierno, primavera, verano, otoño,
invierno. El tercer vagón, revestido por azulejos azules y blancos, se reservaba
exclusivamente para las piernas de Nélida Roca, una mujer inesperadamente joven y
oscilante y hermosa y oscura, que había irrumpido como un obús en la vida pública
nacional bajando con música de conga por las escaleras del teatro Maipo. Sonaba un
tambor y aparecía con las agujas de sus zapatos blancos conectadas al tablero de luces
instalado en el interior del Obelisco. Nélida Roca no era buena ni cantando ni bailando,
pero cuando caminaba con las uñas largas y rojas dando pasos de 25 centímetros de
largo, entonces la nación se iluminaba, la gente le mandaba besitos con la punta de los
dedos y el diario Crónica, en confianza, la comparaba con una santa. Santa Argentina.
El final de esta crónica es fácilmente predecible: imaginen un tren vacío sobre una vía
muerta y a Fu-Manchú volatilizado. Santa Argentina entretanto tiene un yunque de
nueve kilos de artritis sobre cada una de sus rodillas y los médicos no solamente le han
prohibido bajar escaleras sino que para desplazarse desde el living hasta la cocina debe
hacerlo en una silla de ruedas, su propio vagoncito... Está mal Nélida Roca. Fue una
vedette requetefeliz. Fuimos una nación requetefeliz. Ojalá hubiéramos podido
preservar un poquito para ahora.

Domingo 14 - Divorcing Hillary


Nueve de cada 10 diarios del domingo colocan a Hillary Clinton en las puertas del
Senado. El restante la coloca en la puerta de tribunales con una carpeta de color rosa y
amarillo que contiene una demanda de divorcio.
A esa carpeta habría que registrarle el copyright porque, a la larga, podría convertirse en
la contraseña de una generación que la viene siguiendo con asombro desde que llegó a
la Casa Blanca como parte del equipaje de Bill, su marido, flamante presidente de los
Estados Unidos.
Desde entonces y hasta ahora, como la bolita arrabalera de Edmundo Rivero, la señora
Clinton ha rodado infructuosamente tratando de lograr un lugar al sol en el organigrama
del gobierno. Cada vez que pidió queso le dieron un hueso. O la mandaron a la cocina
para hornear scones delante del fotógrafo de la revista People. Después el presidente le
encomendó especialmente la reforma del sistema sanitario. La idea, activamente
boicoteada por los grandes laboratorios multinacionales, no funcionó, pero su valentía
se hizo legendaria.
Siempre te gustó esta mujer rosa y amarillo que eligió para su propia gestión la defensa
de la mujeres maltratadas y de los chicos carenciados. Su otra gran causa, involuntaria,
tuvo por eje las virtudes públicas y los vicios privados con epicentro en la bragueta de
su marido. Hace dos meses le pego un saque. Ella a él. Desde entonces el presidente ve
con un solo ojo y cuando firma lo hace con faltas de ortografía: Billl Climtom.
Ojalá que se divorcie, que instale una editorial como hizo Jackie Kennedy y que algún
día te llame para pedirte un libro. Hillary tiene 50 años y sus ojos, bien fotografiados,
recuerdan a los de Marlene Dietrich en Arizona, cuando ponía el cuerpo para hacerse
cargo del balazo destinado a James Stewart.
Lo sabés porque la espiás por la cerradura cada vez que pasa del rosa al amarillo.

Lunes 15 - La Señorita Lidia

Bueno, hoy no es el cumpleaños de nadie ni el aniversario de nada, pero resulta que esta
mañana te has cruzado con una mujer que te ha mirado y ahora mismo sos incapaz de
saber si era la nieta, la hija, o la propiamente dicha Señorita Lidia, la maestra de religión
que tuviste en quinto grado. De casa a la escuela, de la escuela a la iglesia y de la iglesia
a casa. Mientras nosotros aspirábamos a saber si el pelo rojo de Rita Hayworth era
pecado, ella, con los brazos cruzados, bajaba línea sobre la conveniencia de presentarle
a Dios una íntima e higiénica imagen del alma.
En cierta ocasión la Señorita Lidia, que leía la Biblia en voz alta como si estuviera de
vacaciones en la viña del Señor, levantó la vista y advirtió que el alumno Kovadloff se
había quedado dormido. El alumno Kovadloff era rubio y menudito y, dormido, parecía
una globo de juguete. Atravesada por un inesperado ramalazo místico, la Señorita Lidia
se llevó un dedo a los labios y pidió silencio. No hagan ruido _ordenó_ porque el niño
está dormido. En realidad no había querido decir que Kovadloff estaba dormido sino
que se había producido un milagro. Oh no, intentamos explicarle desesperadamente, ese
no es el Niño Dios sino Iván Sergio Kovadloff, con domicilio registrado en la calle
Ovidio Lagos. La Señorita Lidia nos hizo pasar en fila para ver los divinos párpados
cerrados del niño dormido y entonces, como un globo de juguete, la chacota se desinfló.
Desde entonces y hasta ahora, para todos, el Niño Dios tuvo la cara, los párpados y el
divino resplandor almidonado del guardapolvo del ruso Kovadloff. No es que desde
entonces dejáramos de preguntar por los pecados de Rita Hayworth, pero desde ese día
las clases de religión pasaron a ser tan misteriosas como cuando el sol se te escurre entre
los dedos.
Creías que la Señorita Lidia había muerto. Rita Hayworth, sí, seguro que murió. Me
gustaría saber qué habrá sido de tu vida, Kovadloff.

Martes 16 - Sábato

La primera y única vez que personalmente viste a Ernesto Sábato, los pescaditos del
Pasaje Muñoz figuraban como una de las atracciones más solicitadas por el turismo de
Buenos Aires y el Pasaje Muñoz era un lugar bullicioso y brillante; más brillante que el
brillo en sí mismo, si es que eso es posible.
Ese tipo adusto y distante que permanecía sentado delante de un libro que en sus manos
se inflaba y desinflaba como si fuera de arena, todavía no era un clásico, sino más bien
el rumor de una leyenda tan oscura como el vientre de la ballena de Pinocho. Sábato
había comenzado a escribir por puro gusto a los 13 años sobre una mesa de madera que
tenía dos hendijas: por una salía el papel que utilizaba y por la otra se perdía en
dirección a la basura. Escribía y tachaba, pintaba y no veía. Si continuaba era porque
levemente sospechaba que la salvación del hombre podía pasar a través del arte.
Por aquellos días ya había publicado El túnel y estaba en Córdoba para calentar el
motor editorial de Sobre héroes y tumbas. Cuando un escritor se enfrenta al mundo por
vos, y te pone en libertad, quedás unido para siempre a él y a sus ideas. Y eso venía a
ser al fin de cuentas Sobre héroes y tumbas.
La última vez que lo viste fue por televisión, intercambiando con Raúl Alfonsín un
álbum de figuritas cuyos 30 mil protagonistas habían desaparecido. Lo que pasa es que
Ernesto Sábato es un hombre extraordinario y te negás a esperar a que muera para poder
decirlo. La semana pasada murió Bioy Casares y la noticia te impresionó lo suficiente
como para obligarte a escribir la crónica nada más que con dos dedos.
A los 86 años Sábato escribe sus informes en una máquina para ciegos y todavía se gana
la vida sufriendo. En tu visión siempre será alguien que lee un libro de arena en el
Pasaje Muñoz, 45, 46, 47 años más o menos.

Miércoles 17 - Mandrake

Lo mejor que tenía bañarse el sábado a la noche era reflejarte sobre el espejo empañado
y, con un preciso movimiento de muñecas, convertirte en el mago Mandrake. Hop,
decías con la toalla anudada alrededor del pescuezo, y en el acto pasabas a tener la
mejor musculatura del precinto. Hop, volvías a decir, y ya estabas levitando entre cinco
y diez centímetros por encima del nivel del piso de mosaicos. Eras un héroe de bigotes
refilados y con una gran mirada de estrella indiferente. Hop, decías, y a tu lado crecía la
princesa Narda mientras el negro Lothar, Lotario, permanecía de guardia al otro lado,
apoyado en el marco de la puerta.
Lo mejor que tenía la princesa Narda, nacida y educada en el valle de Indus, era que se
parecía a Gene Tierney. Lo mejor que tenía la princesa Narda era que cuando Mandrake
regresaba de una incursión de 20 páginas a través del Valle de los Enanos, era que
corría a refugiarse en sus brazos. Y lo mejor de lo mejor que tenía la princesa Narda era
que debajo de la ropa iba desnuda.
Lo mejor que tenía Lotario era la camiseta de tigre que llevaba cruzada sobre el pecho y
que podía, si quería, abrir de un cabezazo la puerta de cualquier palacio. Incluyendo la
puerta de oro macizo del palacio de Jehol Khan, en el País de los Pájaros. Lotario
provenía de una tribu de gigantes de Borneo y cuando no entendía algo se rascaba el
cráneo: "Mí no comprender". Cuando Lotario tenía sueño, Mandrake lo hacía dormir
sobre una nube. Para eso era un mago.
Y lo mejor de Mandrake eras vos mismo sobre el baño del piso de mosaicos, enfrentado
al espejo, entre vapores, sacando las manos y haciendo milagros en todas direcciones.
Hop, decías, y la toalla se convertía en una capa. Hop, decías, y aparecía un flan de la
heladera. Para eso son los magos. Para eso son los niños.

In memoriam Lee Falk, creador de Mandrake y muerto flamante. Mí no comprender.

Jueves 18 - Otoño

Ojo con el otoño. Te levantás por la mañana creyendo que la vida continúa, pero resulta
que no es así, que el otoño la ha convertido en un único día grande, gris y melancólico,
cuyo primer efecto es que te vuelve más chiquito el corazón. Hay que prestarle mucha
atención a las señales: la tristeza del pañuelo, la humedad de los zapatos y el caño
invisible que conecta al cafecito que te sirven en la esquina con las napas más profundas
del nudo de la seccional 14. Es probable que en este mismo momento en algún colegio
de la ciudad 40 ó 50 niños se apilen desesperadamente sobre un cuaderno para escribir
una composición sobre el otoño. Nada ha cambiado desde entonces. El otoño dura tres
meses _escribíamos_, los perros se vuelven locos, el nivel del vertedero decrece en un
cinco por ciento y se caen las hojas de los árboles.
Ojo con el otoño.
Los taxistas están furiosos, los enemigos se multiplican, las primeras bacterias de la
temporada están muy excitadas ante la perspectiva de ser felices y en el rincón más
espeso de la jungla del Río del Plata dos tauras otoñales, Menem y Duhalde, se disputan
el quiosco de la patria como en una pelea de barra contra barra. El otoño es vinculante y
1999 será un año terrible. El deterioro de la vida pública argentina es tan absoluto que
casi preferirías ignorarlo. Treinta millones de argentinos permanecen inmóviles en
mitad del Bulevar Chacabuco castigados por el viento. Pasará el otoño, Dios, pero
vendrá el invierno.

Viernes 19 - Oscar

Lo más picante del Oscar / es poner cinco pesos cada uno / conectar la tele con Los
Angeles / y después votar / por la mejor película / el mejor actor / y la mejor actriz /
sabiendo que la Academia siempre gana / vos por ejemplo / vas a votar por La delgada
línea roja / y vas a perder / pero está bien perder así / ¿a quién le interesa a estas alturas
formar votar igual que la Academia? / el Oscar oficial a la mejor película del 99 / será
para el soldado Ryan / porque el promedio de edad de los votantes / es de 50 años / y la
película de Spielberg les hace recordar / a la vieja y querida guerra mundial / o algo
parecido / mejor actriz votarías por Gene Tierney / pero hace ocho años que ha muerto /
¿entonces? / entonces vas a votar por Fernanda Montenegro / ¿quién? / Fernanda
Montenegro es la maestra que escribe cartas para los analfabetos brasileños en Estación
Central / si gana paga un vagón / pero no es por eso que la vas a votar / sino porque en
uno de los Festivales de Teatro que hubo en Córdoba / cuando Córdoba era Córdoba /
Fernanda Montenegro estuvo aquí / se parecía a Giulietta Masina / y cada vez que había
un intervalo / se iba al Sorocabana a tomar un cafecito / y ahora hablemos del mejor
actor / cuyo cachet se duplica automáticamente / si lo llaman para jurar la bandera / o
sea que desde el lunes próximo Nick Nolte será rico / en serio / Nick Nolte nació el
mismo año que vos / y ya va siendo hora / que la generación que aprendió a fumar como
Robert Mitchum / y a perder en los 10 metros finales como Lee Marvin gane un Oscar /
nos lo merecemos / después aparecen 25 mujeres de cada lado / bailando todas iguales /
y la ceremonia concluye / y el que más películas acierta se lleva toda la guita.

Domingo 21 - Kazan

Sube Elia Kazan (90) al escenario más compadre de Los Angeles para recibir el Oscar
más discutido de la noche, y lo que prometía convertirse en un ajuste de cuentas con la
Historia termina siendo una fiesta de 15 para jubilados. Y ahora, rebobinemos.
Ese viejo con pantuflas de charol que después de recibir el Oscar endereza
graciosamente su bracito victorioso y se aleja un-dos un-dos hasta perderse tras las
cortinas del olvido, era en los 40, los 50, un intelectual de cinco tenedores que llevaba
incorporado a su foja de servicios el carnet del Partido Comunista. Sin embargo, el día
en que recibió un telegrama de notificación del Comité de Actividades Anti
Americanas, sintió que el aliento del terror le calentaba la base del pescuezo.
Todo era tan sencillo como viajar a Washington y manifestar ante el Comité tu
inocencia ideológica. Si comparecías, te hacían pedazos. Si no lo hacías, entrabas a la
página de policiales y salías para siempre de la página de espectáculos.
Lo que hizo finalmente Kazan fue acudir, pronunciar un sólido discurso sobre el
carácter no subversivo de su obra y, por el costado invisible de la boca, dejar caer el
nombre de 16 presuntos implicados. Como recompensa por la delación recibió un
salvoconducto para dirigir a James Dean y Marlon Brando. Las películas de Kazan eran
buenas, algunas excepcionales, pero todas las críticas terminaban de la misma manera:
"No está mal por tratarse de un buchón".
Parecía que el Oscar honorario iba a servir para reacomodar las piezas en el tablero,
pero no ha sido así. Hubo gente que lo aplaudió y hubo gente que permaneció con las
manos apretadas debajo del asiento. Ahí va un muerto de cinco tenedores, pensaste al
verlo por la tele un-dos un-dos, alejándose del escenario. El problema no es Kazan; el
problema es que nadie sabe qué escribir en su epitafio.

Lunes 22 - Peñarol

Por aquellos días notamos que la mamá de Ernestito Rivarola engordaba sin parar y
como si por aquellos días preguntabas una cosa equivocada podías recibir como
recompensa una precisa bofetada, decidimos consultar con Raúl, el hermano mayor de
Ernestito Rivarola.
Raúl Rivarola, observándonos piadosamente por encima de un plato de fideos, nos dijo
que engordaba porque estaba Peñarol.
Por aquellos días Ernestito Rivarola no sólo era tu amigo del alma sino que a los hijos
no los tenían las mujeres sino que los traía la cigüeña o se compraban en la Casa Beige.
Por las dudas comenzamos a investigar por nuestra cuenta y si, por ejemplo, ella pasaba
por el zaguán mientras jugábamos a la payana, dejábamos las piedras suspendidas en el
aire para espiarla con mayor comodidad. Mi mamá se parece cada vez más al Pato
Donald, comentó Ernestito Rivarola, que había movilizado sus influencias con un tío
para que le buscara en el diccionario el significado de la palabra Peñarol. Peñascal
estaba. Peñón estaba. Peñarol no.
Al finalizar aquel verano la casa se llenó de parientes que se besaban y abrazaban.
Encima de la mesa del comedor habían puesto una botella de licor y un plato con
caramelos. La mamá de Ernestito Rivarola acababa de comprar un bebé en la Casa
Beige y Raúl Rivarola fue a buscarnos al zaguán para decirnos que ya podíamos verlo.
La mamá de Ernestito Rivarola estaba sentada entre almohadones y tenía una criatura
entre los brazos. Le contamos los deditos y eran 10, como los nuestros. Después lo
besamos en la frente y desaparecimos. Tal vez no se tratara de un bebé de verdad sino
del famoso Peñarol.
Al pasar junto a la mesa del comedor rumbo al zaguán alcanzamos a manotear el plato
con caramelos. Eran verdes, de menta. Escuchamos el primer llanto del bebé al mismo
tiempo que volvíamos a jugar a la payana. A través del cristal esmerilado de la puerta
cancel se filtraba el sol y los reflejos subían y bajaban. Era la primera vez que en lugar
de piedras, jugábamos con caramelos.

Martes 23 - Paraguay

Francisco Franco, Caudillo, había orquestado al promediar su gestión una agenda en la


que todo, año tras año, se repetía. El primer lunes de marzo paseaba a la vera del río
Manzanares, el cuarto martes de mayo recibía al embajador de Monrovia y el segundo
domingo de agosto depositaba una canasta de jazmines a la sombra de su propio
monumento. Todo era minucioso, aburrido y predecible. Sólo había una pregunta que
nadie lograba develar: ¿cómo era, que aún con temperaturas bajo cero, no llevaba
ningún abrigo sobre la camisa?
Un día _segundo viernes de noviembre: visita con orquesta a El Escorial_ Franco miró
en dirección al pelotón de periodistas que cubría la información bajo la nieve y
mediante un preciso y temido movimiento de papada, requirió la presencia del director
del diario Arriba.
_Habéis cambiado el formato del periódico y eso no me gusta.
El pobre desgraciado comenzó a disculparse y a balbucear unas confusas explicaciones
referidas al tamaño de las bobinas de papel y a la última moda de los diarios
norteamericanos.
Franco lo interrumpió con impaciencia:
-No, no es por nada. Es que yo me forro de papel por debajo de la chaqueta para poder
salir a cuerpo limpio y las hojas grandes de Arriba me venían muy bien por la
medidas...
Elípticamente, al menos, la masacre guionizada por Quentin Tarantino en Asunción,
tiene algunos puntos de contacto con la anécdota del Generalísimo. Al vicepresidente
Argaña no lo acribillan para matarlo sino para quedarse con su cargo. Se trata de una
carambola con efecto contrario: primero matar al vicepresidente y después convocar a
elecciones democráticas para reemplazarlo. La vida no es un sueño, suponía Jorge Luis
Borges, pero puede llegar a serlo.
A los sospechosos del asesinato de Argaña deberían cacharle la panza en lugar de los
sobacos y arrestar directamente al que la tenga envuelta con un diario.

Miércoles 24 - Milosevic

¡Qué tiempos, los yugoslavos de Tito, cuando éste zafó de la tutela de Stalin, unificó las
repúblicas balcánicas destrozadas por los imperios sucesivos y comenzó a trabajar para
el Tercer Mundo! Fue un truco dialéctico inspirado en las obras completas de
Mandrake: ni ustedes (del primero), ni ustedes (del segundo), pueden meterse con
nosotros por que somos del tercero.
Todo lo que quedaba de aquella estrategia, o mejor dicho todo lo que quedaba de
Yugoslavia, fue siendo cercado y sus republiquetas interiores fueron rebanadas,
germanizadas, vaticanizadas, musulmanizadas, aisladas, embargadas, martirizadas y/o
_como en el caso de Serbia_ milosevicadas.
Slobodan _Slobo_ Milosevic, el hombre que transformó a Serbia en la propiedad de
unos pocos (él, su esposa y sus dos hijos), es un absolutista de la edad de piedra que ha
conseguido convertirse en uno de los criminales más reputados del planeta. No hay más
que ver avanzar a los bombarderos de la Otan sobre el gran loteo serbio para saber que
Milosevic ya está fuera de la historia y que acabará viviendo con el pelo teñido en una
pensión secreta de Moscú o con el cráneo dividido como le pasó a Ceaucescu.
El único pueril consuelo que tenían las guerras de mitad de siglo es que la ganaban los
buenos. Pero a estas alturas ya no quedan buenos sino malos con más o menos aviones.
El único recurso que nos queda es el olvido, la eterna brevedad del tiempo. A ver quién
llega primero.

Jueves 25 - Esperanzas

Estoy esperando que alguien me explique qué hace ese Quiniseis instalado en el mismo
zaguán de Rivera Indarte donde Ernesto Guevara aprendió a manejar el estetoscopio
auscultando el tanque de una moto. Estoy esperando una racha consecutiva de cinco
palabras como la gente. Estoy esperando que la niña de la playa de estacionamiento
atrape el pedacito de celofán que se comporta como una criatura del viento. Estoy
esperando que patee el Hacha Ludueña. Estoy esperando que el tipo de la radio ponga
una canción de Chabela Vargas. Estoy esperando encontrar la foto del zoológico en la
que aparezco metiendo la mano por detrás de los barrotes para darle una Pritty al oso
Boris. Estoy esperando que alguien venga a discutirme que los Credence eran mejor que
los Stones. Estoy esperando enamorarme de la primera mujer que entre a este bar y pida
un jugo de pomelo. Estoy esperando cumplir 18 años para poder ver El trueno entre
las hojas. Estoy esperando que los poetas jóvenes hablen y que los poetas viejos se
callen la boca. Estoy esperando tener un hijo. Estoy esperando que anochezca para salir
a correr y sudar hasta que no me quede ni una sola gota de agua para lágrimas. Estoy
esperando que la actriz Cameron Díaz me pida formalmente en matrimonio. Estoy
esperando a tener una buena musculatura para escribir como Hércules y partir la
máquina en pedazos. Estoy esperando que den por la tele esa en la que James Cagney se
tiraba en el octavo round para que su hermano pudiera seguir con las lecciones de piano,
teoría y solfeo. Estoy esperando saber si aún existes, o si estás oyéndome. Estoy
esperando encontrar la foto del zoológico, ya lo has dicho, porque Boris hace tiempo
que murió y cuando comienza el otoño esta ciudad se reduce a un perímetro de 35 x 40
x 65 y las manos se te ponen heladas.

Viernes 26 - Swanson

Cumplió años tantas veces y por propia voluntad nació en tantas fechas diferentes que
ahora, cuando según la Enciclopedia Boussinot tendría que cumplir 100 años, nadie
sabe concretamente si son 100, 110 o 120.
Con ustedes, Gloria Swanson.
¿Cómo que qué Gloria Swanson?
Gloria Swanson estaba a los 15 años detrás de un mostrador en un negocio de Florida
cuando un cazador de talentos se detuvo para hablablablarla y, 10 minutos más tarde
Gloria, hosanna, había negociado su futuro. Viajó a Hollywood teniendo por único
equipaje una moneda de cinco dólares que multiplicó por 100 al aparecer como extra en
una comedia de Carlitos. Todo lo que tenía que hacer era cruzar las piernas sobre una
roca y observar como el fortacho de los bomberos se llevaba por delante al fortacho de
la policía.
La mitad de su vida la pasó frente a las cámaras y la otra mitad la pasó frente al espejo
y/o casándose con un marido que era actor, con otro que era marqués, y con otro, y otro,
y otro más. Si la Swanson aún viviera (murió en Nueva York, en 1983) seguramente
que estaría por casarse de nuevo. O por comprarse un par de zapatos. Una estrella no es
una estrella de verdad si no se ha casado siete veces y posee 260 pares de zapatos.
Hizo de beibi dónde te has ido en varias ocasiones, fue productora de sus propias
películas y cuando llegó el sonoro no arrugó, cantó y bailó. Una estrella de cine no es
una estrella de verdad si no te recuerda a una yegua de carrera.
No han quedado demasiadas películas suyas en el quiosco de videos de la esquina,
aunque todavía es posible encontrar alguna copia de El ocaso de una vida, donde hacía
de sí misma pero vieja, decadente y monomaníaca. Acababa de cumplir 54 años y en el
plano final de la película había una escalera que conducía directamente a la locura. Una
estrella deja de ser una estrella cuando ya no tiene nada que ocultar.
Yo que usted la alquilaba, forastero.

Domingo 28 - Visita

Para empezar la transmisión en vivo y en directo ahí está el calabozo de Augusto


Pinochet (83), un cotarro de 17 mil dólares mensuales anclado en el suburbio londinense
de Surrey que consta de nueve dormitorios, ocho baños, dos pisos y un negro esculpido
en madera que presenta una bandeja de plata cargada con tarjetas de visitas.
Para continuar la transmisión ahí está, en vivo y en directo, el propio Pinochet con la
nariz carnosa, las orejas como dos buenos bifes de ternera y la boca torcida por el
antiguo vicio de mandar. Lo único que verdaderamente ha cambiado entre su antigua
figura y la de ahora es que ya no lleva puesta aquella gorra que le salía como un techo
alrededor de la cabeza. El preso más caro de Europa gira el cuerpo en plano general y
sonríe alborozadamente. Por la derecha del cuadro hace su irrupción Margaret Thatcher.
Hello Magie, balbucea el detenido mientras quiebra la tabla del pescuezo y hace chocar
como disparos las bolas de billar de sus talones.
La cámara se detiene el tiempo suficiente para que el espectador advierte que ella (73)
tiene los huesos más chicos que de costumbre, una cartera de charol y el codo
flexionado para que él, mi general, demuestre que sabe atender a las visitas.
El le dice que la prisión es chica pero que el corazón es grande y ella le responde
asegurándole que nunca olvidará todo lo que le debe por su ayuda en la Guerra de las
Falklands. Después giran los dos y van en busca de una bandeja para picar masitas.
Parodiando a Chesterton, podría decirse en vivo y en directo que son el hombre y la
mujer que el mundo necesita. Pero de espaldas y yéndose. Para siempre.

Lunes 29 - Oh Viedo!

Dicen que la carrera propiamente dicha de Oviedo Lino, paraguayo, comenzó media
hora después que Stroessner desapareciera de la Casa de Gobierno por la puerta de
servicio. Dicen que el general entró de una patada militar en el despacho del presidente
depuesto, se envolvió hasta los talones con la enseña tricolor y apuntando hacia el
futuro con su ametralladora personal exigió la presencia de un fotógrafo.
Convertido en un Gardel guaraní de 18x24, Ovielino, el general, se instaló como un
pura sangre de carrera en el potrero del poder y comenzó a trepar de foto en foto.
¿Cómo resistirse después de todo a publicarlo ataviado como un héroe, luciendo un
casco brillante con forma de león y grandes alas, coraza dorada y manto rojo, en el
momento de inaugurar su proyecto más querido, el Linódromo, destinado a cobijar
grandes desfiles militares?
A esa altura de su carrera tuvieron que habilitarle un archivo nuevo en la computadora
de la CIA, porque si al viejo le agregaban un negociado más el sistema se caía. Cada 12
meses Lino daba un golpe y cada 15 conspiraba. Hasta llegar a la sangría de la semana
pasada, que incluyó la muerte del vicepresidente Argaña (su enemigo) y la renuncia del
presidente Cubas (su amigo). Sin embargo en el momento mismo en que la Justicia de
Asunción lo esperaba para pasarle factura por su errática foja de servicios, Oviedo se
fugó y amaneció inesperadamente en Buenos Aires con todos los papeles firmados y
sellados. Nadie podrá negarle nunca de ahora en adelante que alguna vez fue un político
exiliado.
Ellos dicen que no, pero los hechos demuestran lo contrario. Pinochet en Inglaterra y
Oviedo en la Argentina: a los dictadores les encanta el primer mundo.

Martes 30 - Coppola

En el año 1967 Francis Coppola era un pobre gringo joven, redondo y peludo que le
daba al cine con un caño. Durante el día barría el set de su amigo Roger Corman y por
la noche, cuando nadie lo veía, encendía las luces del estudio y hacía películas de
juguete en las que él mismo actuaba y dirigía.
Fue para salir de perdedor que arriesgó los ahorros del clan familiar y, a cambio de
cinco mil dólares, se quedó con los derechos de una novelita de David Benedictus _Ya
eres un hombre_ cuya adaptación, rodaje y estreno resolvió en 28 días.
Se fundió.
Herido en el honor y dispuesto a reparar la afrenta, se ofreció a la Fox como aspirante
para escribir el guión de Patton. ¿Tiene algún conocimiento de la vida militar? Sí.
¿Sabe quién fue el general Patton? Sí. Todas mentiras. Meses más tarde, la noche en que
recibió el Oscar de la Academia al mejor guión, subió al escenario y se lo dedicó a su
abuelo, a su papá, a su mamá, a su hermana, a su mujer y a sus cuñados. O sea, la
famiglia. Acababa de definir, sin proponérselo, el tono sentimental que años más tarde
inmortalizaría a su opus magnum, El padrino.
Coppola viajaría luego a Cannes con el padre, la madre y tutti quanti para recibir la
Palma de Oro por La conversación, y con ellos mismos se refugiaría en un desastrado
rancho de Nevada al fundirse por segunda vez tras el estreno de Corazonada.
Sofía Coppola, figlia de Francis, llega a la Argentina para presentar su primer
cortometraje como directora , Lick the star, invitada por el Primer Festival de Cine
Independiente que se lleva a cabo en Buenos Aires. Tiene buena madera, Sofía. Para
viajar al Cono Sur impone una sola condición.
Adivinaron.

Miércoles 31 - Kosovo

El primer recuerdo de la guerra que tenés se remonta a 1955, cuando parapetado tras
una lata de aceite Cocinero veías pasar los hondazos que intercambiaban rebeldes y
leales. Fue una guerra de entrecasa, duró menos de tres días y cada vez que el tranvía
pasaba por la calle Bulnes se decretaba un alto el fuego. La guerra quedó incorporada al
procesador de tu memoria como un barra contra barra en el que se podía ganar o perder,
pero en el que no se sufría.
Después viste una película francesa, El muelle de las brumas, y la guerra pasó a ser el
emblema en blanco y negro de una mujer de boina oscura, Michele Morgan, que besaba
al desertor Jean Gabin en el momento en que moría.
Después leíste a Bertolt Brecht e incorporaste un concepto de guerra aprendido de
memoria. O todos o ninguno, decías. Uno sólo no puede salvarse, decías. O los fusiles o
las cadenas, decías. O todo o nada, decías. Pavadas.
En realidad recién aprendiste algo de la guerra cuando viste hace unos días el desalojo
de las Bodegas Giol. La guerra tiene que ser algo como eso: una caravana de hombres
flacos y barbudos y mujeres con los ojos llenos de lágrimas que avanzan hacia ninguna
parte, empujando una carretilla que contiene una mesita de luz y un niño recién nacido.
Y un perro. Arriba, en dirección a Pajas Blancas cruzaba un avión de Aerolíneas.
Hubiera podido ser un bombardero de la Otan y las cosas, exceptuando la lluvia de
hierros, no hubieran cambiado casi nada. Los que sufren son los únicos que tienen
razón. Lo demás es pura aritmética bélica, cohetes de crucero AGM-866, cazas
invisibles, misiles inteligentes. Pavadas.

Jueves 1 - Treinta caballos


A lo largo de una película que nunca se filmó, John Wayne decía que detrás de cada
hombre se esconden 30 caballos.
Y vos le creíste.
Tus primeras lágrimas se debieron justamente a un caballo que llevaba un cuerno en la
cabeza. Creías que era un caballo pero era un unicornio. A él le gustaba cruzar en
diagonal la plaza Alem y a vos te gustaba usarle el cuerno para colgar el guardapolvo.
No sabías nada de caballos, sino te hubieras preocupado por taparle los ojos cada vez
que pasaba el camión de los bomberos. El rojo es el color de la desgracia para los
unicornios. Por eso lo atropelló. Es muy doloroso enterrar a un unicornio.
Después te convertiste en el amigo inseparable de un caballo al que llamaste Sandokan,
porque a su lado leíste sin parar todos los libros de la Biblioteca Vélez Sársfield.
Un tordillo nacido en Río Ceballos te enseñó a diferenciar las cuatro lunas del
departamento Colón y cuando el circo Norteamericano vino por última vez, te quedaste
con su estrella, un caballo que sumaba y restaba dando golpecitos a una silla. Le
enseñaste a multiplicar y a dividir y, a cambio, él te llevaba a la parte alta de la ciudad, a
esperar la llegada de la democracia.
No hace mucho que has comenzado a sentir a tus espaldas el sonido de los cascos de tus
30 caballos. El ruido que producen mientras caminás por el área peatonal a medianoche
resulta estremecedor. Ahí, pegada a tu sombra avanza tu propia biografía. ¿Qué pasa
con los 30 caballos cuando uno se detiene? ¿Se quedan sin saber qué hacer, dando
vueltas por ahí, o te suben y te llevan?
Te estoy hablando, John Wayne.

Viernes 2 - Santo, santo

Un día, inesperadamente, los santos de la iglesia amanecían tapados con grandes paños
de color morado, las clases se interrumpían, en el club se prohibía jugar al chinchón y
en los cines daban películas relacionadas con la vida de Sansón. Había llegado el Jueves
Santo. Todo era previsible y al mismo tiempo apasionante: el beso del traidor, la
negación del apóstol preferido, los judíos perversos, los romanos que se lavaban las
manos y la crucifixión de un carpintero visionario de 33 años, desnudo y abandonado.
Los penitentes se golpeaban el pecho suplicando por el perdón de los pecados, el coro
de la Escuela Américo Aguilera cantaba en latín un Padrenuestro y en la iglesia de la
Sagrada Familia, arriba, a la derecha, había un Cristo al que si lograbas mirar sin
pestañear le bajaba el sudor por las patillas. Era un milagro. Si se lo contabas al cura te
mandaba a la cocina para que te dieran una croqueta de bacalao.
El Viernes Santo, tu mamá te vestía como un accionista de Baby King y te llevaba a dar
una vuelta a la manzana detrás de una cruz de madera que se bamboleaba de un modo
misterioso. Ella rezaba para que fueras monaguillo y vos rezabas para que en el huevo
de Pascua te tocara una camiseta de Talleres. Jesús moría exactamente en el mismo
momento en que la procesión atravesaba las vías del tranvía. Ya está, decía tu mamá, ya
se murió, se terminó. Pero no se había terminado sino que faltaba lo mejor: apoyar el
oído contra el palo de la luz y escuchar desde las napas más profundas del planeta el
rumor de la piedra del Sepulcro en el momento en que Jesús la hacía al lado. Ya está,
decíamos, como el conde de Montecristo, se ha escapado.
Al día siguiente no era necesario seguir comiendo pescado. Jesús había recuperado las
riendas del poder y, con un martillo de verdad, alabábamos su resurrección golpeando
contra la base de una palangana. No valía la pena convertirte en monaguillo, mejor gran
jefe tribu amiga Tarzán golpeando tambor con palo de hierro, santo, santo, bwana,
bwana.

Domingo 4 - Tregua

Dios hizo el mundo en seis días y al domingo lo creó para rascarse.


Lo primero que hace Dios al levantarse los domingos es justamente no hacer nada: pasa
delante de la radio y no la escucha, pasa delante de los diarios y no los lee. Después se
despoja del pijama, llena la bañera con unas sales francesas que le mejoran el cutis y,
mientras se baña, escucha a través de la puerta entornada un compacto grabado por los
Románticos de Cuba.
Más tarde, con su legendaria melena envuelta en un toallón, se dirige a la cocina, y
sobre la mesa cubierta por un hule estampado con dibujos de Walt Disney, coloca
medio pan de manteca, un frasco de mermelada de ciruelas y una manzana deliciosa.
Mientras desayuna, el aroma del café se expande a través de los planetas.
A todo lo que aspira en domingo Dios nuestro Señor es a caminar con las chancletas
bajas y echarle un jarro de agua a los geranios. Tiene todo el día por delante para poner
los pies sobre una pila de almohadones, y fumarse un puro habano previamente
amansado con una gota de coñac.
Oh, naturalmente que sabe que la Tierra es un hervidero y que en el mismo momento en
que él mezcla en una fuente dos tomates, una lata de sardinas y un buen chorro de aceite
de oliva, los vecinos de Belgrado escuchan aterrorizados el paso de los bombarderos B-
52, pero eso no le impide descorchar una botella de vino blanco y leer en voz alta las
obras completas de Antonio Machado.
A la siesta, por la tele, conectado con Nigeria, tal vez vea el partido de Argentina, y al
llegar la noche se acostará temprano tras rezar sus propias oraciones. El lunes, bien
comido y bien dormido, podrá seguir con su trabajo. Para ser un hombre, tendrá que
esperar hasta el domingo.

Lunes 5 - Solana

Lo decía LA VOZ DEL INTERIOR en la página 3 de hace medio siglo: "Los


representantes de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y los estados Benelux,
firmaron hoy un acuerdo de defensa común que tendrá una duración de 20 años". La
Otan acababa de nacer.
Por aquellos días en España, Francisco Franco llevaba 10 años enancado en el caballo
del poder y la generación de socialistas que a la larga lo desplazaría hacia el olvido
venía de hacer la primera comunión. Felipe González tenía 8 años y Javier Solana 7.
Veinte años después, las cosas se mantenían en un tono parecido: Franco continuaba
pescando ballenas en el estanque del Retiro madrileño y la Otan se afirmaba como un
comodín que servía para mantener a los alemanes abajo, a los norteamericanos adentro
y a los rusos afuera de Europa.
Para los jóvenes socialistas contestatarios, el test para desenmascarar a la Otan era
sencillo: si te agachabas como un cabrito y mirabas a través de la hendija de la puerta te
dabas cuenta de que sus patas eran negras y peludas como las del lobo del cuento.
El socialismo de González y Solana mantuvo a lo largo del tiempo unas zigzagueantes
relaciones de amor/odio con la Otan, a la que primero excluyó de sus programas de
gobierno y a la que debió incluir aceleradamente cuando el lobo le puso la zarpa en el
pescuezo. Felipe era presidente y Solana un ministro de barba independiente que jugaba
bien en el puesto que lo ponían.
Antes de abandonar la presidencia, Felipe González recompensó a su amigo sentándolo
en el sillón más alto de la Otan. No imaginaba seguramente que sería el Solana quien
tendría que dar el puntapié inicial del bombardeo a Yugoslavia. Todo se ha cumplido
según la sabiduría popular: los rusos ya no existen, las dos Alemania se han unido y los
norteamericanos están cada vez más enquistados en Europa.
Solana debe sentirse ahora mismo como aquel maratonista de Borges que avanzaba
hacia el futuro corriendo delante de un espejo.

Martes 6 - Guerra

Sentás al corazón como a un bebé delante de la tele a la hora en que bombardean


Yugoslavia y lo primero que hace, confundido, es preguntarte si los malos son los malos
porque huyen y si los buenos son los buenos porque atacan.
El corresponsal Ernest Hemingway, cuyo corazón tenía las mismas medidas que el
corazón de un elefante, era víctima de dudas similares cada vez que debía escribir una
crónica sobre la guerra de España. Su consejo favorito para los corresponsales noveles:
"Mientras tu razón permanezca, no importa que tus sentimientos estén confundidos".
Lo cual, traducido en términos balcánicos, quiere decir que, sentimentalmente, te parece
un acierto que la Otan haya decidido bajarle la cresta al gallito Milosevic; aunque
razonablemente, consideres que las guerras marcan el grado cero en la escala
decreciente de la infamia. Después de la guerra ya no hay nada.
Y, hablando de razones, ¿ por qué la guerra ahora y no hace seis meses, cuando todos
sabían que la intención del presidente Milosevic era desatar y extender un conflicto al
que le faltan 20 muertos para convertirse en la Tercera Guerra Mundial? ¿Quizá porque
los B-2 (dos millones de dólares cada uno) no estaban a punto de caramelo industrial
para salir en los anuncios gratuitos con que todas las televisiones del mundo abren sus
informativos?
Una vez Hemingway escribió una crónica sobre un burro republicano al que le cargaban
dos cartuchos de dinamitas en las alforjas y lo mandaban a pastorear al campamento
franquista. El problema se planteaba cuando el animal, con la mecha encendida, se
empecinaba en regresar al punto de partida. Para eso era un burro. Aquellas guerras
necesitaban hombres que las describieran. Estas no necesitan nada: se pulsa un botón, el
misil sale disparado y no hay ninguna posibilidad de que regrese. Para eso es un misil.
No importa que tu razón y tus sentimientos se debatan como la banana y la leche en el
corazón de una licuadora.

Miércoles 7 - Aimar

Aimar Pablo, futbolista, nacido en Río Cuarto el 2 de noviembre de 1979, fue


confiscado para el fútbol porteño después de patear un tiro libre en el patio del fondo de
su casa. El fútbol porteño recorre los potreros del país en una camioneta honk honk y
cuando ve a un futbolista paranormal cuyos pies desconciertan todo lo que tocan, lo
llama con la corneta y se lo lleva. La camioneta a su vez tiene un sensor que transmite
directamente al corazón de Wall Street.
Aimar Pablo Pablito es un jugador de aspecto más bien frágil a quien ni su flaco
pescuezo de atleta matemático ni sus piernas en forma de payaso parecían prometer
cosas extraordinarias (la primera vez que se puso la camiseta de River, el primer botón
le abrochaba dos ojales por encima de la cabeza). Las cosas cambiaron cuando recibió
la primera pelota: aquella pinta de niño quebradizo se convirtió en el aura que utilizaban
los frailes medievales para pintar a los santos florentinos. Para Aimar, meter un caño
podría ser tan natural como rascarse.
Desde lejos, desde Córdoba, seguimos con atención su carrera de niño prodigioso:
embolsó medallas locales y mundiales y River, además de hacerlo debutar en primera
división lo cotizó simultáneamente a la Lazio, la Roma y la Juventus. Fue la época en la
que Aimar comenzó a acaparar el interés de los diarios porteños que no sabían si eran
diferentes porque era grande o era grande porque era diferente.
Sin embargo, resulta que el momento propiamente dicho de la cosecha _en Nigeria se
está disputando el campeonato mundial juvenil_ Pablo Pablito no figura en el catálogo
de Pekerman porque está lesionado y/o mal curado y/o saturado y/o desorientado y otro
poquito podrido. O algo por el estilo. A los 19 años, Aimar debería, a lo sumo, estar
escuchando la sencilla canción en voz baja del amor futbolístico.
Lo que más te fastidia de esta novela no es el personaje, que recién está escribiendo su
primer y gran capítulo, sino la pinta de rey mago del tipo que estaciona la camioneta
honk honk y hace guardia en la puerta de la Maternidad esperando la salida de algún
crack con escarpines.

Jueves 9 - Galtieri

Segundos antes de ubicarse en una misma fila y avanzar dispuesto a matar o morir
contra un malón de cuates mejicanos, el jefe de La pandilla salvaje, William Holden,
se jugaba el resto filosófico con una frase que le hubiera gustado a Schopenhauer: "Uno
se muere cuando deja de entender".
Si sos incapaz de entender el significado de un buen desayuno con tostadas, es probable
que haga rato que estés muerto. Si sos incapaz de diferenciar el aroma del talco
Bidermol, el sabor de la Cirulaxia y el perfume de las ferreterías de la calle Humberto
Primero, es mejor que reces tus últimas oraciones. Y si por la tapia del fondo de tu
memoria se han escapado Tom Sawyer, Isidorito, Bómbolo y el Atómico Boyé, es que
tus días están contados.
Tanto está muerto aquel que no comprende como aquel que no recuerda.
Si no te das cuenta de que no existe la guerra en sí misma sino medio millón de
fugitivos kosovares bajo una lluvia de hierros, barro y oraciones, sería prudente que
fueras pensando en tu epitafio. Tanto como si apoyás el oído contra las páginas
amarillas de la guía telefónica y te resulta imposible escuchar los murmullos de la gente.
Si no has comprendido todavía que el modelo de vida nacional no consiste en otra cosa
que en conseguir un cospel para mañana, estás perdido. La camisa a cuadros de tu papá
tenía tres largos de manga: uno para ir a la cancha, otro para cortar el tocino con
precisos golpes de inmigrante y el tercero para caminar amarradito al brazo de tu mamá,
quien, a su vez, tenía otros tres largos de manga. Si no lográs recordarlo, que Dios se
apiade de tu alma. Y si no mirá a Galtieri. No consigue recordar ante un juez santafesino
lo que pasó con Paula Cortasa, secuestrada a los 14 meses de edad junto a sus padres,
por divina decisión de la dictadura militar. ¿Cómo ha podido olvidarlo?
Estás muerto, general.

Viernes 9 - Fasman

Por aquellos días, tus ambiciones eran dos: superar las 200 cabecitas consecutivas sin
sacar los pies de una baldosa y ser artista de variedades.
Lo de las cabecitas era fácil, porque te bastaba dormir con una tapa de El Gráfico
debajo de la almohada. Ser artista de variedades era difícil, porque únicamente podías
practicar cada vez que actuaba Fasman, un ilusionista vestido de smoking a quien le
bastaba con cerrar los ojos para saber que el señor de la tercera butaca de la octava fila
llevaba en los bolsillos un pañuelo verde, un billete de cinco pesos y un tercio de la
Lotería de Córdoba del número 28289.
En tu afán de convertirte en un campeón de variedades, fuiste uno de los que levantó la
mano cuando Fasman, después de haber cambiado algunos relojes de bolsillos y hacer
coincidir dos esqueletos fosforescentes en mitad del escenario, pidió voluntarios para
someterse a la prueba de hipnosis.
Fuimos como 20 ó 30 los aspirantes que acudimos al llamado de aquel hombre de cejas
diabólicas que no dejaba de sacar palomas del sombrero. Pero no fue Fasman sino su
ayudante, Zoraida, la esclava de Bagdad, quien realizó la selección: si te tocaba la
cabeza te ibas y si te tocaba el hombro te quedabas. A vos te tocó la cabeza y, en el
momento que te ibas, le rozaste las lentejuelas del tórax con la parte más blanda de tu
cara.
Si pudieras hacer una película con esta historia, la interrumpirías exactamente en ese
fotograma: un chico con aspiraciones de hechicero que permanece hipnotizado ante la
visión de un tórax de odalisca que respira con el ritmo de una bomba.
Cuando volviste a tu casa, levitabas como un esqueleto fosforescente y lo primero que
hiciste fue levantar la almohada, y sustituir El Gráfico por un libro: El Príncipe
Valiente. Ya no te interesaba batir el récord mundial de cabecitas ni ser actor de
variedades. Tu misión consistiría de ahí en adelante en liberar a todas las esclavas de
Bagdad y moverte hacia atrás y hacia delante, de modo muy leve, con los ojos cerrados,
ofreciendo la parte más tierna de la cara.

Domingo 11 - Palermo

Al comienzo es muy sencillo porque los futbolistas o son buenos o son malos. Si juegan
mal no pasan de suspirar en el banco de suplentes. En cambio, si juegan bien, pasan de
Primera B a Primera A y de Primera A a la selección, a cuyos entrenamientos acuden
conduciendo unos finos coches japoneses. Ahora bien, ¿cómo se pasa de la simple
calidad al mito? Eso no lo sabe nadie.
El mito mayor del fútbol nacional tiene ahora mismo 25 años, nació en La Plata y pasó
de Estudiantes a Boca con una parte del pelo teñida de amarillo. Se llama Martín pero le
dicen "el Loco". "El Loco" Palermo, al parecer, se ganó el mote mucho antes de ser
rubio, cuando a los 2 años decidió endulzar por su cuenta la leche del biberón y le
agregó el contenido de un frasco que contenía 500 pastillas de sacarina. Tuvieron que
lavarle la barriga en un hospital al que llegó custodiado por el camión de los bomberos.
Era muy nervioso. Estaba claro que acabaría jugando de 9.
Cada vez que había que desempatar una final por penales, Palermo era el primero en
anotarse para patear pero con una sola condición: quería ser el último, el decisivo.
Palermo es un jugador atropellado, temperamental y corajudo que si todavía no alcanzó
el derecho de suceder a Rojas, "el Tanque", en la historia sentimental de la tribuna
boquense es porque posee dos cualidades que señalan a los jugadores condenados a
vivir en el riesgo: el inconformismo (que es el mandato de la inestabilidad) y la audacia
(que es el mandato de la osadía).
Hay jugadores que cuando hacen un gol, lo festejan levantándose la camiseta para que
la tribuna advierta que tienen un corazón así de grande.
Martín Palermo, jugando contra Newell's hizo un gol y en lugar de levantarse la
camiseta se bajó los pantalones, tal vez para que la tribuna certificara algo que intuía
desde hace mucho tiempo.
El domingo, castigado, no podrá jugar. Será mejor que escondan el frasco de la sacarina.

Lunes 12 - Robinson

La historia del boxeo en los Estados Unidos es en buena medida la historia del negro
norteamericano. En el profundo sur del Tío Tom, por ejemplo, los blancos dueños de
esclavos solían poner a sus sirvientes a pelear hasta morir. Y por las dudas alguno
quisiera escaparse, lo mantenían enlazado por el cuello con un anillo sujeto a una
cadena. Los negros estaban bien para matarse entre sí, pero no para ser campeones de
verdad o tan siquiera para subir a un ring y pelear con tipos como John Sullivan o el
propio Jack Dempsey, quien se negaba a enfrentar a un adversario cuyo abuelo hubiera
podido ser su esclavo.
Y en eso llegó Walker Smith, que medía un metro ochenta y tres y se cambió el nombre
por el de Ray Robinson porque así se llamaba el amigo que le prestó el documento
nacional de identidad para inscribirse en un torneo de aficionados. A los 19 años ya era
profesional y peleaba dos veces por semana porque era un negro fino y elegante que
necesitaba dinero para comprarse gemelos de oro y hacerse atender por un peluquero
que lo acompañaba a todas partes porque era el único que lograba comprenderle el
bigotito.
Nadie sabe por qué lo apodaron Sugar, pero se trataba de un sobrenombre perfecto para
alguien que empezaba y terminaba el combate sin dejar de bailar sobre la punta de los
pies.
Ray Sugar Robinson fue el primer negro en la historia del boxeo que consiguió ponerle
un anillo de hierro al pescuezo blanco del poder establecido. Yo no firmo ese contrato,
afirmaba, y en el acto las acciones del Madison Square Garden se iban a la lona. Fue
campeón mundial media docena de veces y se retiró cuando había superado los 200
combates, de los cuales la mitad los había ganado por knock out.
Había nacido en 1922 y falleció exactamente hace 10 años, cuando ya eran los negros
quienes se negaban a subir al ring para fajarse con los blancos.
Una vez, debajo de una foto en la que aparecía con unos fabulosos tamangos
combinados, le encendiste una vela para que no perdiera nunca y la escondiste en el
armario de la cocina. Se te quemó la foto. Y buena parte de la cocina. Te aguantaste la
paliza que te dieron en puntas de pie y sin llorar, como si fueras Sugar Salzano. A él le
hubiera gustado.

Martes 13 - Kosovo

La cuestión es muy compleja. Recapitulemos: 1) Finalizada la Segunda Guerra


Mundial, Yugoslavia estaba destinada a convertirse en una monarquía conservadora. 2)
El plan fracasó porque talló la Unión Soviética y en lugar, supongamos, de una bandera
con leones y torres de ajedrez, se izó la bandera comunista. 3) Yugoslavia se convirtió
en un Estado multinacional socialista que, para sobrevivir, derogó a lo bestia todas sus
peculiaridades regionales. 4) Así lo dispuso su líder totalizador, Josip Broz, Tito. 5) El
mariscal, que era croata, percibió el problema principal con claridad: la única manera de
mantener unida la Federación consistía en "yugoslavizar" a Serbia, su nación más
poderosa. 6) Su sucesor, Slobodan Milosevic, serbio, hizo todo lo contrario: se dedicó
afanosamente a "serbiatizar" Yugoslavia. 7) Su estrategia acarreó las deserciones de
Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia y Macedonia. 8) En la Federación actualmente
permanecen Serbia y Montenegro, cuyo tamaño recuerda al del asteroide B-612 de El
Principito. 9) El problema se agudizó cuando Milosevic despojó a Kosovo de su
autonomía. 10) Los kosovares huyeron como pudieron y así comenzó, en diagnóstico
específico de las Naciones Unidas, "el mayor éxodo humano y la mayor catástrofe
humanitaria registrada en Europa desde la Segunda Guerra Mundial". 11) La Otan
decidió atacar hace 20 días confiada en la superioridad de su fuerza aérea, aunque los
bombardeos no han arrojado los resultados previstos. 12) De todas las maneras posibles
de analizar la guerra en los Balcanes, la más ladina es también la más estremecedora:
pierden los yugoslavos porque ponen los muertos y también pierde la Unión Europea
porque compromete su futuro a causa de un Vietnam inesperado. 13) A la larga habrá
un solo ganador. Adivina adivinador.

Miércoles 14 - Albania

En Tirana, capital de Albania, el país de las águilas, recién instalaron el primer


semáforo callejero en 1985. Los pocos coches que recorrían la ciudad no le sacaron gran
partido porque siempre iban por el mismo lugar, a la misma hora y se reconocían entre
sí por la corneta. Fueron los peatones, en cambio, quienes lo explotaron
simbólicamente: pasaban alegóricamente cuando estaba en verde, el color de la
esperanza, y se detenían para nada cuando estaba en rojo, el color del Partido
Comunista. Pobre Albania. No tenía ferrocarril, ni líneas aéreas, ni perros y, por no
tener, ni siquiera tenía puntos cardinales: al noroeste un gran retrato de Lenin y al
sudeste un gran retrato de Stalin. El resto era pura bicicleta y dominó, un buen pedazo
de Serbia a los costados y por la tapia del fondo la esperanza de fugarse a través del
Adriático. Si eras capaz de flotar 72 horas sobre una balsa construida con la puerta de
un gallinero podías llegar a la costa italiana. De ahí te devolvían con un sello que te
certificaba como inmigrante fracasado.
Tras el desmoronamiento del imperio soviético todo parecía atado y bien atado para el
cambio. Sin embargo, como en la canción de Joaquín Sabina, todo cambió y nada
cambió. Cayeron las fantásticas imágenes de Lenin y Stalin pero en su lugar cundió la
magia negra del plazo fijo. Tirana se convirtió en la capital mundial del capitalismo
salvaje y un buen día se fundió.
La gente salió a la calle haciendo sonar enérgicamente el timbre de sus bicicletas pero la
plata había desaparecido. Y ahora, después de la guerra social, ha estallado la guerra de
Milosevic, que les quiere devolver lo que no están en condiciones de recibir y les quiere
quitar lo que no tienen con qué defender.
Abajo las bicicletas recorren un paisaje similar al de Alta Córdoba después de las
cruzadas, arriba las últimas águilas sobrevuelan en círculo y, en el medio, parpadea un
semáforo que no sirve para nada. Pobre Albania. No le van a dejar ni el dominó.

Jueves 15 - Doctor Palance

El médico que te operó del corazón / se parecía a Jack Palance / el actor que más sabía
de caballos en la Fox.
Cada vez que le mirabas las manos de combói / pensabas que tu corazón debía tener el
tamaño de una manzana deliciosa.
Allá vamos / dijo Jack Palance / y eso fue lo último que le oíste decir tumbado en la
camilla / desnudo / debajo de aquellas lámparas importadas del Madison Square
Garden.
Tenías tres estrechamientos severos en las coronarias producidos respectivamente por /
a) la mermelada de cactus del amor / b) los cigarrillos que fumaste esperando el paso del
Sputnik / y c) aquella película de Ingrid Bergman en la que los republicanos perdían la
guerra civil.
Las coronarias de los hombres se parecen todas entre sí / pero sus corazones no / hay
corazones destrozados / sucios, mal vestidos y / o llenos de dolor / hay corazones de lo
más chic / eso recién se sabe cuando los encuentran.
No tenías fiebre ni nada / sólo un dolor en la punta del dedo índice cada vez que te
señalabas el hombro izquierdo / ¿ahí? / ¿está seguro que le duele ahí? / y te llevaron al
quirófano / todavía estás vivo.
Todos los años / el 15 de abril / le mandás una postal al doctor Palance / es la única
persona del mundo / que te ha visto el alma / aunque nunca quiso contarte.
Después pasaron los días y podías ver por la tele los documentales del Canal Discovery
sentado debajo de una frazada / era que ya estabas bien.
Bueno bien bien, no / el corazón te late 70 veces por minuto / pero el alma no / con el
alma tenés que aguantártela porque hace lo que le da la gana.
Si querés llorar llorá.
Muchas gracias doctor Palance.

Viernes 16 - Allen

Esto sucedió hace 20 años, cuando el fotógrafo francés Louis Cros entraba a un
restaurante de Manhattan y se encontró con el director de cine Woody Allen. Cros, sin
pensarlo, pero con sinceridad, desenfundó su revólver de cholulo y le pegó en la frente
con la bala más predecible de su repertorio: "¿Así que usted es el famoso Woody
Allen?". El fotógrafo advirtió que había metido los dedos en el enchufe porque el
cómico, que llevaba los hombros encogidos dos números por debajo de la talla del
sobretodo, pareció tomar la interrogación como si verdaderamente le hubiera
preguntado "¿Así que vos sos ese tipo que sale a cada rato en las revistas?".
Cros, acostumbrado a trabajar con velocidad de 1/5.000 alcanzó a distinguir en la
mirada de Allen una rara mezcla de inocencia y miedo, pudor y desprotección.
Veinte años después, Allen estrena una película, Celebrity, en la que hace equilibrio
sobre la delgada línea que separa al anonimato de la fama y a la fama del ridículo.
Curiosamente Celebrity incorpora una variante que atenta contra su eficacia: el lugar de
Woody Allen (64) lo ocupa Kenneth Branagh (39), justamente un actor al que nadie
detendría en la puerta de un bar de Manhattan para preguntarle si es el famoso Kenneth
Branagh. ¿Así que usted no es el famoso Woody Allen?
En el Canal "E", por cable, están dando en estos días un documental cuyo plano final es
el de un viejo que atraviesa el Central Park apartando con resignación las hojas del
otoño. Aunque lleva la bufanda alrededor de la cabeza como si fuera Jesse James, es
fácil reconocer a Woody Allen. ¿Así que usted fue el famoso Woody Allen?
Hay veces en que, a pesar de que los propios interesados lo detesten, conviene mantener
el culto de algunas personalidades. Las películas de Allen pueden estar cargadas de
reiteraciones y se puede no estar de acuerdo con sus reiterados metejones, pero tienen
algo sagrado, no con respeto supersticioso sino con ese justo deseo que tienen los
espectadores de encontrar en el cine cinco minutos de felicidad y otros cinco de
sabiduría. ¿Así que usted es la famosa leyenda de Woody Allen?

Domingo 18 - Dalí

A los 3 años enfrentó a su padre y le confió que quería ser cocinero. Muy bien, le dijo el
padre, ahora mismo vas al gallinero y te quedas encerrado hasta mañana para que
aprendas lo que cuesta un huevo. Dalí, Salvador, abandonó su berretín culinario y tardó
otros tres años en manifestar su nueva ambición. Quería ser Napoleón. Muy bien, le dijo
el padre, ahora mismo vas a escribir una carta al rey de Inglaterra declarándole la
guerra, y como te equivoques en una sola coma, te mando desterrado a Santa Elena.
Salvador decidió silenciar sus nuevos sueños hasta que muriera su padre. Su ambición
sin embargo no hizo otra cosa que crecer.
Pasados los 20, convertido en poeta de una sola línea y en dibujante de la madona se
plantó en París, en casa de Andre Bretón, y articulando las sílabas de su declaración con
soberbia petulancia le dijo: _¡A-quí-el-ú-ni-co-su-rrea-lis-ta-soy-yo!
Y lo echaron, claro, porque los surrealistas, ahora se sabe, jamás lo comprendieron.
Después se dejó el bigote y todo resultó mucho más sencillo. Lo advirtió durante su
primer viaje a los Estados Unidos, cuando se puso a dibujar sobre su propio retrato
estampado en la portada de la revista Time. ¡Cómo no lo había advertido antes!
Desde entonces el mundo se fue hundiendo entre cinco y 10 centímetros por año pero su
bigote, como el poder de su imaginación, no dejó nunca de crecer. Si le dabas mil
dólares te dejaba ver como, en menos de un minuto, era capaz de dibujar con sus bigotes
empapados en café, desde una mosca hasta una bicicleta. Sesenta mil dólares por hora.
Un millón y medio al día. Siempre hizo lo que quiso. Aún muerto. Sólo él y su
fascinante instinto de la promoción puede haber hecho fracasar tres veces consecutivas
la megamuestra de su obra con la que viene amenazando desde hace 30 días la cartelera
cultural de Buenos Aires. Pero o son los cuadros que no llegan o son los sponsors que
desaparecen. La exposición se hará únicamente cuando él lo disponga, ni un minuto
antes.
Para que aprendan lo que cuesta un huevo.

Lunes 19 - 20.25

Ese día había muerto Eva Perón a las 20.25 y mientras los locutores hablaban por radio
como si estuvieran llorando en la oscuridad, don Aurelio, el presidente de la Unidad
Básica, se subió a una de las mesas del bar de la esquina y comparó a Evita con la
Patria, a la Patria con Dios, a Dios con la Ayuda Social y como después de la Ayuda
Social ya no había nada, se persignó, se bajó de la mesa y todos dijimos amén.
A partir de ese momento todo se organizó muy rápidamente: los hombres iban al trabajo
llevando alrededor del bíceps una vincha de luto de cinco centímetros de ancho, las
mujeres hablaban en voz baja y fue cuestión que el hijo mayor de don Aurelio
desconectara la luz y rellenara con algodón la campana del timbre de la bicicleta, para
que todos hiciéramos lo mismo. Con las bicicletas encolumnadas en una extraña
procesión silente, salimos al día siguiente en caravana hacia la iglesia del Sagrado
Corazón, donde se afirmaba que Evita lloraba lágrimas de amor a través de los ojos de
un afiche. Al llegar sin timbre y sin luz a la curva de la calle Fragueiro te llevaste por
delante el cordón de la vereda. El médico que inmediatamente después te enyesaría
parte del cráneo y todo el brazo izquierdo, dijo que no te habías roto la cabeza de
milagro. Eran las 20.25.
En opinión de don Aurelio, el tuyo no sólo había sido el primer milagro de Santa Evita,
sino un llamado de atención a los enemigos del ideario peronista. Por las dudas tu papá
pinchó una escarapela radical contra el respaldo de la cama y en tu mesa de luz, entre
los libros de Constancio C. Vigil, deslizó la biografía de Irigoyen escrita por Manuel
Alfredo Gálvez.
Desde entonces, cada vez que a nadie le duele nada, a vos, con centro en el codo, te
empieza a doler el brazo izquierdo. Es el viejo milagro que no cesa. No es que el tiempo
vaya a cambiar, es que son clavadas las 20.25.

Martes 20 - Savater

Cada vez que viene Savater se agotan las localidades.


Según las antiguas medidas del número de oro, los hombres viven en el centro de un
cuadrado en cuyos vértices se asientan las fórmulas que ellos mismos seleccionan con el
paso de los años.
Si uno le pide a Fernando Savater que describa las fórmulas que su predilección, lo
primero que hace es señalar el vértice donde se apilan media docena de libros de
aventuras de los cuales, por lo menos dos, llevan la firma de Robert Louis Stevenson.
No es lo que le gusta escribir, pero es lo que le gusta leer.
El segundo vértice del cuadrado mágico del filósofo está ocupado por el niño que fue.
Cada vez que Savater se refiere a su infancia se parece a Pericles con el brazo levantado
en el podio de Pnix.
_A todo lo que no me acostumbré de chico tampoco pude acostumbrarme de grande_,
dice. Y agrega: exceptuando el whisky.
El tercero está ocupado por un pura sangre de carrera cruzando el disco en una foto que
lo inmortaliza con las cuatro patas en el aire. El ensayista Fernando Savater, burrero
apasionado, es de los que cree que detrás de cada hombre caminan las sombras de 30
caballos.
Y el cuarto vértice, el final, es para un King Kong de resina que acaba de comprar en
Nueva York, un gorila de cartón pintado que mueve las pupilas de derecha a izquierda y
al cual, como a los viejos frascos de caramelos, se le puede desenroscar la tapa de la
cabeza.
Seguramente que también pondría algo de Russell, algo de Borges y algo de Nietzsche.
Pero eso sería si los cuadrados tuvieran más de cuatro vértices.
He aquí un filósofo en zapatillas que vende todos los libros que le da la gana y que en
lugar de andar por la calle Deán Funes echando humo como un tren y hablando de sus
50 libros publicados, prefiere pasear y hacer preguntas y hablar quedamente de su vida
mientras llega la hora de dar su propia conferencia. He aquí un adversario cabal del
terrorismo, un difamador de la muerte, un profesor cuya mayor ambición sería que la
gente se educara a sí misma y un niño estrábico con barba de rector que jamás podrá
curarse de su infancia.
Cada vez que viene Savater se agotan las localidades.

Miércoles 21 - Horror

"No se acaba nunca el horror. No tiene límites". Así terminaba una crónica que
escribiste hace tres años, después que un camarógrafo _a quien luego darían el Pulitzer_
recopilara la balacera de Bosnia-Herzegovina a través de 200 cadáveres hilvanados
entre sí por el espanto. Así debe ser el infierno, pensaste. Es imposible que haya algo
peor, escribiste. Pero te equivocaste porque inmediatamente después comenzó la
carnicería de Sierra Leona, negros contra negros traduciendo a nivel de alta política
internacional insuperables camorras ancestrales. Al principio se creyó que los guerreros
de Sierra Leona utilizaban el machete porque sospechaban de las armas de fuego, pero
después se supo que el uso del cuchillo obedecía a una refinada técnica de mutilación
transmitida a través de varias generaciones. Negritos con ojos de adulto con las manos
amputadas y mujeres con la nariz rebanada y la lengua cortada caminando como
zombies en busca de un refugio que no existía.
Ahí no había medios. Ni vendas. Ni Dios.
Antes, en la Edad Media, la guerra parecía ser un asunto más profesional: los caballeros
feudales subían a un caballo protegido por una coraza de latón y, con la lanza enhebrada
debajo del sobaco, salían a jugarse la vida en línea recta. Nada que ver con las 500
misiones diarias que cumplen ahora mismo sobre suelo yugoslavo los bombarderos de
la Otan. Todo resulta muy difícil de comprender. ¿Cómo es posible que la explosión de
Río Tercero no se haya debido a un accidente sino a un estallido intencional? Cada día
hay más sadismo, más espanto, más violencia. ¿Cómo es posible que dos adolescentes
amamantados por la leche del rencor entren a su propio colegio, en Denver, y se
suiciden después de dejar un tendal de 15 compañeros muertos?
Con un sol lácteo elevándose majestuosamente sobre un planeta embadurnado de
sangre, todo lo que podés hacer al respecto es estar preparado para escribir otra crónica
que, como todas las anteriores, no servirá absolutamente para nada.
Jueves 22 - Silbidos

La diferencia entre ella y las demás es que ella silbaba.


Hay gente, como John Wayne, que tomaba café a la medianoche en el desierto de
Arizona y antes de apoyar la cabeza para dormir sobre una piedra, le silbaba al caballo.
Era un silbido sencillo y puro que quería decir que a la mañana siguiente conquistarían
la gloria. Ella no. Ella se escondía detrás de la puerta de un zaguán, escuchaba los
sonidos dispersos de la calle y cuando vos pasabas te silbaba.
¿Cuál es la onomatopeya ideal para representar un silbido de mujer? ¿Una pe seguida de
tres efes y una te? Pffft. Harpo Marx silbaba así. Y el guardabarreras de la estación del
Mitre en los días nublados. Pero ella no.
Lo primero que hacía para silbar era juntar los labios como quien va a besar el corazón
de un pobre hombre, después inflaba las mejillas y por fin bajaba la lengua como para
escupir una pepita de sandía. Los hombres no saben silbar de esa manera.
Naturalmente que vos sabías al pasar por el zaguán que el silbido era de ella, pero el
truco consistía en no girar la cabeza y seguir caminando como si llevaras el pensamiento
sumergido en el estruendo de las grandes esferas. Es lo mismo que hacen algunos
inmigrantes al recibir una carta que esperan desde hace mucho tiempo. En lugar de abrir
el sobre de inmediato lo guardan en un bolsillo del pantalón y salen a pasear por la Gran
Vía. Los sobres son más importantes que las cartas y las cartas son más importantes que
las personas. Si alguien te escribe, es que alguien piensa en vos. Si alguien te silba, es
que seguís estando vivo.
Todas estas crónicas terminan de la misma manera, pero así es como termina la vida.
Hace tiempo que cada vez que bajás del avión en Pajas Blancas te quedás esperando al
lado de la valija con los ojos cerrados esperando que ella esté escondida por ahí, para
silbarte. Y si pasás por los 50 zaguanes del área peatonal lo hacés sin meter ruido.
Escuchad un rato y enmudeced, ciudadanos. Nada que una pe tres efes y una te para
seguir estando vivo.

Viernes 23 - Nabokov

Metía tanto miedo Nabokov a los reporteros , que todos preferían comenzar sus
entrevistas hablando de ajedrez. Al escritor, era sabido, le gustaba pasar horas enteras
delante del espejo jugando al ajedrez consigo mismo, el único adversario que
verdaderamente lo satisfacía. Los reporteros escuchaban y asentían. Cualquier cosa con
tal de no hablar de literatura.
Y es que Nabokov Vladimir, nacido hace exactamente 100 años en San Petersburgo,
respaldaba su sólida producción literaria con una biografía que incluía mucho exilio,
mucha cultura y muchos muertos (a su papá lo mataron de un tiro los fascistas y a su
hermano, internado en un campo de concentración, los nazis lo dejaron morir de
hambre).
Nabokov era un hombre meticuloso que se manejaba por reloj y escribía diariamente de
pie y con medias blancas entre las 7 y las 10 de la mañana. Sobre la chimenea del living
había desplegado una gran bandera de los Estados Unidos. Era la foto que
invariablemente publicaban las revistas norteamericanas, como diciendo oh sí, Nabokov
es un intelectual muy complicado pero no hay que tenerle miedo porque ahora es de los
nuestros.
En realidad la idea de la bandera no era suya sino de Vera, su mujer, responsable de
ordenarle sus cajones más secretos. En uno de ellos guardaba un mapa de San
Petersburgo tal como era cuando fue obligado a optar por el exilio. Tenía 19 años y una
novia de 15 que se llamaba Tamara. Nabokov se pasó la vida sospechando que nunca
podría leer las cartas que ella le habría escrito, ambicionando volver para pasar los
labios por el borde de los sobres y paladear aquel recuerdo exquisito. De eso no hablaba
con nadie.
Un día Vera lo vio cruzar el jardín vestido de blanco, como un tenista de opereta, en
dirección a la fogata donde el jardinero quemaba las primeras hojas del otoño.
_¿A dónde vas Vladimir?
_A quemar esta novela que está muerta.
Ella se lo impidió. La novela hablaba de Tamara. Saldría a la venta sin embargo con el
nombre de Lolita.

Ahora Mayo

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