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en combate
Por: Ángel García
«Yo he dejado los privilegios y deberes del clero, pero no he dejado de ser
sacerdote. Creo que me he entregado a la Revolución por amor al prójimo.
He dejado de decir misa para realizar ese amor al prójimo, en el terreno
temporal, económico y social. Cuando mi prójimo no tenga nada contra mí,
cuando haya realizado la Revolución, volveré a ofrecer misa si Dios me lo
permite».
Eran tiempos de un febril activismo político para Camilo. Recorrió todo el país, pasó por
barrios, pueblos y ciudades organizando los Comités del Frente Unido. Su convicción fue
siempre construir la unidad popular de base, de abajo hacia arriba, «sin diferencias
religiosas ni de partidos tradicionalistas». Logró aglutinar diversas organizaciones y
fuerzas políticas —los «no-alineados»— incluyendo al Partido Comunista de Colombia.
Su carisma y oratoria llenaba plazas. Se estima que movilizó a más de un millón de
personas en su periplo por el país.
Acosado y asediado por los aparatos de seguridad e inteligencia del Estado
colombiano, con información fidedigna de que se organizaban intentos para asesinarlo,
Camilo decide pasar a la clandestinidad y viajar a las montañas de Santander (nororiente de
Colombia) incorporándose a la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN):
organización político-militar guevarista, fundada al calor de la Revolución cubana en 1964.
En ese entonces, mandó una proclama para el pueblo colombiano:
El amor eficaz
La motivación religiosa y espiritual de Camilo y de su praxis política, estaba en el
principio de amor al prójimo, concebido como esencial para el cristianismo. Esa idea-
fuerza lo llevó al seminario y a hacerse sacerdote, pues en ella encontró la doctrina
necesaria para ponerse al servicio del pueblo, en particular de los más humildes.
Su conciencia política y su desarrollo como científico social, le hizo cuestionar el
concepto de «caridad» que proclamaba la Iglesia. Esta expresión única del amor al
prójimo, ya no le parecía suficiente, pues no resolvía de raíz los problemas de la pobreza y
la opresión. De ahí fue construyendo la idea del «amor eficaz al prójimo», como una
práctica que superase a los programas de asistencia social y caridad, al investigar las
causas de fondo de la pobreza, el hambre y la miseria.
Ese camino lo llevó a dos conclusiones: Primero, que para transformar la realidad
hay que conocerla, y para conocerla son necesarias las herramientas que proporcionan las
ciencias, en particular, el materialismo histórico. Segundo, que era imposible la realización
del amor eficaz al prójimo dentro de los confines de las estructuras sociales actuales. La
única salida al dilema es la transformación radical de la sociedad mediante la lucha
revolucionaria. En este sentido, en su «Mensaje a los Cristianos» (1965), Camilo es
categórico:
Camilo crea tal identidad entre amor al prójimo y revolución, que acaba
dictaminando: «Por eso la Revolución no solamente es permitida sino obligatoria para los
cristianos que vean en ella la única manera eficaz y amplia de realizar el amor para todos».
Camilo va más lejos al insistir en que el amor eficaz se logra quitándole el poder a las
elites minoritarias, para entregarlo a las mayorías pobres. Plantea que ante un gobierno
tiránico e ilegítimo, la rebelión se justifica y es legítima. Es esa la esencia estratégica de la
revolución. Acudir o no al recurso de la violencia es un asunto práctico, pues esto
dependerá del comportamiento de las élites: «La Revolución puede ser pacífica si las
minorías no hacen resistencia violenta».
En 1965, el mismo año que Camilo lanzó su «Mensaje a los Cristianos», el Che
Guevara publicó su emblemático ensayo El socialismo y el hombre en Cuba, donde llegó a
una conclusión que vibró en sorprendente armonía con el pensamiento de Camilo:
Que Camilo Torres, sacerdote católico, hubiera tomado el atrevido paso de acercarse al
Partido Comunista Colombiano (PCC) e invitarlos a formar parte del Frente Unido del
Pueblo, no tenía precedentes en la historia política latinoamericana. El anticomunismo de
la iglesia católica era poderoso; igual de poderoso el rechazo, del mundo comunista, al
mundo clerical.
«De qué nos sirve discutir si el alma es mortal o es inmortal; sino, pensemos que el hambre
sí es mortal; derrotemos el hambre para tener la capacidad y la posibilidad después de
discutir la mortalidad o la inmortalidad del alma».
«…la unidad real en la lucha revolucionaria de las clases oprimidas por un paraíso en la
tierra es más importante que la unidad en la opinión proletaria sobre el paraíso en el cielo».
Camilo legó un credo meridional para las futuras luchas de Colombia y Nuestra
América: la necesidad de «insistir en lo que nos une, y prescindir en lo que nos separa». La
unidad entre marxistas y cristianos —aquellos que aspiraban a materializar el amor eficaz
al prójimo— era un elemento indispensable para el proyecto revolucionario. «Los
marxistas luchan por la nueva sociedad, y nosotros, los cristianos, deberíamos estar
luchando a su lado», concluyó. Fue más lejos aún, al plantear que era más probable que
fueran los marxistas, y no los cristianos, quienes fungieran como la vanguardia en esa
lucha:
«Es más probable que los marxistas lleven el liderazgo de ese planeamiento. En este caso,
el cristiano deberá colaborar en la medida en que sus principios morales se lo permitan,
teniendo en cuenta la obligación de evitar males mayores y de buscar el bien común».
«Sabemos que una revolución es siempre religiosa. La palabra religión tiene un nuevo
valor, un nuevo sentido. Sirve para algo más que para designar un rito o una iglesia. Poco
importa que los soviets escriban en sus afiches de propaganda que “la religión es el opio de
los pueblos”. El comunismo es esencialmente religioso. Lo que motiva aun equívocos es la
vieja acepción del vocablo». (1928)
«No se trata, sin embargo, de la unidad concebida sólo en el plano de una táctica de lucha.
No se trata de una cuestión coyuntural o de una simple alianza política. Lo es, desde luego,
por definición. Pero el vínculo que aquí se establece, sobre el plano ético o moral, acerca
del papel del hombre, ya sea cristiano o comunista, en defensa de los pobres, tiene el
carácter de una alianza estratégica duradera y permanente».
«[…] capaz de generar espacios de encuentro para que los diversos malestares sociales
puedan reconocerse y crecer en conciencia y en luchas específicas que cada uno tiene que
dar en su área determinada: barrio, universidad, escuela, fábrica…
[…] Una instancia política […] que aproveche el escenario altamente favorable para
superar la fragmentación y aglutinar en una sola gran columna a la creciente y dispersa
oposición social, conformando un bloque social alternativo, de amplísima composición
social y de enorme fuerza, la que se irá acrecentando en la medida en que haya capacidad
de convocar a la legión de sus potenciales integrantes.»
La utopía de Camilo está a la orden del día. Unir lo que los demás dividen, superar
los sectarismos y prejuicios y crear un bloque contrahegemónico y revolucionario desde el
reconocimiento de la diversidad de los sujetos; una labor que ninguna fuerza de izquierda
se puede dar el lujo de desconocer.
Contener el avance de las oligarquías y el imperialismo en Nuestra América,
avanzar hacia la posibilidad de transformaciones revolucionarias, es tarea de los pueblos,
de la clase popular nuestroamericana. Si bien la contienda institucional-electoral puede
oxigenar la lucha, solo el quehacer de los pueblos, de las masas organizadas, puede revertir
la situación actual. Unir lo que otros dividen —pasando por cristianos y marxistas—
resulta imprescindible para retomar la iniciativa revolucionaria.
Con Camilo, la fe, la ciencia y la lucha de masas revolucionaria caminaron de la
mano. Ahí están las claves de la posibilidad del avance.
Lo que no hacemos nosotras y nosotros los revolucionarios, lo hará nuestro
enemigo de clase.
En palabras de Camilo Torres: La lucha es larga; ¡Comencemos ya!