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Articolo Calendario Romano
Articolo Calendario Romano
Resumen
La religión romana antigua tiene un carácter esencialmente ritual, así que se
realiza a través una práctica cotidiana de acuerdo a un calendario por medio
del cual se organiza la vida del ciudadano. A partir de un ambiguo politeísmo,
que no presenta un complejo de divinidades organizadas en un sistema
familiar (Júpiter, pater sine familia) para llegar a la carencia de una teogonía o
cosmogonía, el sistema religioso de la res publica se consiste en una
escrupulosa práctica cultual. Que a su vez responde a una ininterrumpida serie
de avisos (portenta) enviados por una voluntad superior para afirmar el poder
universal de Roma.
Abstract
Ancient Roman religion gets a preeminently ritual character, therefore
presents a daily cult practice according to a calendar that organizes citizens
life. Beginning from an ambiguous polytheism, that doesn’t include a complex
of deities organized like a family (Jupiter is pater sine familia), up to the fault
of a theogony or cosmogony, religious system of the res publica consists in a
scrupulous cult practice. That responds to an uninterrupted series of
advertisements (portenta) send by a superior force in order to confirm
universal Roman power.
Palabras claves
Calendario, Rito, Culto, Politeísmo
Key words
Calendar, Rite, Cult, Polytheism.
Dioses sin historia y religión sin fe
1
Para que “…fecundior annus / provenit et fructum terra pecusque ferent” (Ov. Fast. 4. 671 s.).
Sin embargo, el hecho que las divinidades romanas no tengan una
existencia individual y por lo tanto una narración que las ponga en relación
recíproca y con los seres humanos, no justifica la calificación de
“primitivismo” (Rose), a menos que se quiera aceptar un principio
evolucionista en ámbito cultural-religioso. Diferentemente, para comprender
el carácter específico de la religión romana, pensamos que no sea útil
proponer comparaciones con otras formas religiosas, sino encontrar sus
especificidades y sus relaciones con otros elementos de la cultura romana
(sociedad, política, economía, derecho, tradición, etc.). Con este presupuesto
se evidencia que problema de la “demitización” se limita al específico sector
del mundo divino y no concierne la historia de Roma en general, en cuyo
ámbito fue construida una riquísima afabulación. Esta concierne una
innumerable serie de hechos que, presentados como históricos, en realidad son
fabulae por medio de las cuales se celebran, como expresión de una voluntad
divina, el origen y los eventos que caracterizaron el periodo de formación de
la urbe (del mito de Eneas a los gemelos, al desafío entre Horatii y Curiatii
etc.).
2
Esta repartición del cuerpo desde un punto de vista antropológico fue considerada expresión del mito agrario
del dema (Jensen), sin embrago, se podría ver como la antinomia entre el uno (poder individual) y los muchos
(poder compartido entre los senadores).
también su fama de sabiduría caracterizada por una vida reservada, lejana de
ambiciones y honores (Plut., Num.).
Es así que a este tradicional rechazo de un poder que se transmite por
enlaces de sangre, corresponde el rechazo de enlaces familiares en el ámbito
divino: Júpiter representa la cumbre de un sistema divino y humano, que sin
embargo, por un lado se traduce en un poder absoluto, por el otro es garante
del compartido sistema republicano de Roma organizado con base censitaria
(reparticiones de la población en centurias).
A partir de este momento, es decir, la falta de un padre generador para
el conjunto de los dioses que cuidan del bienestar de la urbe (no decimos
panteón, porque el término griego presupone un sistema familiar), se deduce
que la colegialidad de los componentes de este sistema tiene carácter
funcional, por el cual cada divinidad se ocupa activamente de un sector del
operar humano. Es decir, que se traduce esencialmente en una presencia ritual
(el rito es regla, orden, pero también acción) y en una vigilancia constante que
se expresa en signos o advertencias enviados al pueblo romano, para que se
empeñe en rituales extraordinarios, necesarios para reestablecer un orden
comprometido.
En el ámbito político, el rechazo de una descendencia de carácter
familiar se tradujo también en una aversión hacia el poder personal de las
familias (gentes) que componían la sociedad romana, aunque este pudiera
tener como fin el bien común. Ejemplo de esta aversión la encontramos en el
episodio de los Fabios al Crèmera, batalla en la cual se enfrentaron Romanos y
Veyes el 13 de febrero del 477 a. C. Siguiendo la exposición de Livio (II, 48),
vemos que se trató de un combate anómalo, porque por la parte romana no
entró en la lucha un ejército regular, organizado por medio de un
reclutamiento entre todos los ciudadanos, sino un único grupo familiar, toda la
gens Fabia con sus trescientos miembros. El éxito fue una masacre de la cual
se salvó un solo miembro de la familia, Quinto Fabio Vibulano, que se había
quedado en casa enfermo.
Por medio de este episodio se evidencia que un acto absolutamente
público de la guerra no podía ser asumido como tarea de privados, así que, lo
que debía ser un gesto de coraje y una acción de gloria, se tradujo en estúpido
orgullo que dañó, junto a los protagonistas, todo el pueblo romano. El hecho
que un miembro de la familia sobrevivió, asumió valor de ejemplo, así que los
herejes de la familia hicieron experiencia del error cometido y en un futuro
adoptaron un comportamiento totalmente opuesto. De hecho, al ímpetu de los
trescientos respondió el operar absolutamente moderado de Quinto Fabio
Máximo, el cunctator, en el curso de la Segunda Guerra Púnica. Nombrado
dictador después de la derrota del Trasimeno (21 de junio del 217 a. C.) tuvo
la prudencia de escuchar a los presagios divinos 3, de cumplir varios sacrificios
para aplacar a los dioses, y de no enfrentar a Aníbal en campo abierto. Táctica
que sin embargo no encontró el favor popular y del senado (Polib. III, 89), que
entregó la responsabilidad de la guerra a los cónsules, Lucius Aemilis Paulus
y Terencio Varrón (Polib. III, 106): el primero, enfrentando el enemigo en
Canne (2 de agosto 216 a. C.) padeció una desastrosa derrota y perdió la vida
(Liv. XXII, 1). A partir de aquel momento el senado dio el poder nuevamente
a Fabio que, confirmado cónsul por la quinta vez en el 209, concluyó
positivamente su acción prudente conquistando la ciudad de Taranto, con la
cual abrió el campo a la reacción romana y a la derrota final de general
cartaginés.
Otro evento que muestra la importancia de estar atentos a los signos
divinos, y las consiguientes desgracias que afectan a los que no tienen este
cuidado, es el singular portentum que tuvo lugar antes de la invasión gálica del
391 a. C. En una selva cercana de Roma se escuchó una voz bien extraña que
advertía a los romanos del peligro representado por los galos para que
cuidaran con mucha atención la defensa de la ciudad. Sin embargo, los
romanos no dieron importancia a esta admonición, y no reaccionaron ni en
términos religiosos, ni en términos militares: no hicieron un reclutamiento
especial, no reforzaron las defensas de la ciudad y tampoco ofrecieron
sacrificios a la entidad que había hablado, a la cual, puesto que no había
manifestado su origen claramente, le fue dado el nombre de Aius Locutius (el
hablador que habla). Sólo después de la liberación de Roma, como acto de
expiación fue dedicado un templo al dios (Liv. V, 32; Cic. de div. 1, 101), que
sucesivamente no manifestó una presencia activa en la historia de Roma,
limitando su actividad y su personalidad a aquella única manifestación.
Es éste uno de los tantos episodios que evidencian la concepción
religiosa de los romanos, que tenía como principio fundamental una
observación atenta de los fenómenos que salían del orden regular de los
eventos. En su percepción simbólica de los elementos que componían la
realidad (simbólico quiere decir que cada elemento del mundo tiene
correspondencia en otra dimensión, tal vez en una realidad transcendente), un
vuelo anormal de las aves, un rayo en el cielo despejado, el desbordar de un
río o de un lago, tenían un significado que debía ser interpretado. Se trataba de
3
La avanzada de Aníbal hacia Roma fue anunciada por varios prodigios que en particular se refieren a la mala
conducta religiosa del cónsul Gaio Flaminio, que, oponiéndose al senado, había asumido su cargo sin tomar
los auspicios. Los portentos que se presentan en varias ocasiones y en varios lugares del territorio romano, se
caracterizan por ser singulares y terrible: piedras candentes del cielo, estatuas que gotean sangre, fuegos que
se aprenden sin causa específica. Livio los cuenta en los libros XXI y XXII, en los cuales describe la II
Guerra Púnica. Para la específica figura del cónsul Quintus Fabius Maximus, véase E. Montanari, Nomen
Fabium, vol. 8 de los cuadernos de SMSR, Lecce, Milella, 1973.
un mensaje enviado por el mundo superior al cual se tenía que prestar atención
para darle una respuesta ritual adecuada: una eventual negligentia podía
producir daños graves. Su opuesto positivo era la pietas, la religió, una
constante atención ritual, una práctica escrupulosa del culto, con la finalidad
de preservar o restaurar el equilibrio cósmico, que implicaba en la misma
manera, dioses, seres humanos y elementos. Para Cicerón (de nat. deor.,) “est
enim pietas iustitia adevresus deos”, es decir un cuidado constante a sus
advertencias con un comportamiento consecuencial.
Subrayamos por fin que, diferente de las religiones monoteístas y
especialmente la cristiana, no existía en la tradición religiosa romana la
antinomia entre creer y dudar, y tampoco el concepto de fe como aceptación
emotiva de un principio superior. El romano “instintivamente” se sentía
partícipe de un mundo sagrado que enviaba a cada momento sus signos y
advertencias, que el ciudadano debía tener en cuenta para responder con actos
adecuados, basándose en reglas establecidas por un sistema jurídico, hecho de
normas escritas y de costumbres dictados por la tradición (mos maiorum). Un
sistema jurídico que, a partir de Numa, el legislador (de nomos, la ley),
organizó la vida civil, y un sistema religioso que, de acuerdo a los mismos
criterios del derecho civil, conducía la relación entre hombres y dioses,
contemplando una excepcionalidad y una normalidad. En el primer caso, es
decir cuando se producía un portentum, es decir un evento extraordinario, se
consultaban los Libri Sybillini, en el otro, es decir en el ámbito de la práctica
religiosa cuotidiana, se consultaba el calendario.
5
Para consultar a los libri Sybillini fue constituido un colegio de dos operadores, los duumviri sacris faciudis,
cuyo número sucesivamente fue elevado a quince (quindecimviri).
En varios casos eran los augures que ponían directamente la pregunta a
las fuerzas divinas para provocar la respuesta: esto pasaba con los auspicia ex
quadrupedibus y los auguria pullaria. En el primer caso se dejaban libres
animales para observar sus movimientos; en el segundo, antes de una batalla,
el augur pullarius daba comida a los pollos: de acurdo a la cantidad que ellos
comían se juzgaba el éxito del combate. Estos responsos determinaban las
decisiones: si renunciar a la acción o buscar de modificar la voluntad divina
con sacrificios rituales.
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“…mientras que el fecial hablaba, Postumius lo golpeó el muslo con la máxima fuerza que podía y con voz
clara dijo de ser ciudadano samnita, y que había agredido al embajador contra el derecho de los pueblos; a
partir de aquel acto se hubiera hecho una guerra más justa”.
los hombres y a los dioses, hasta conseguir la definitiva victoria en la batalla
de Boviano (304 a. C.).
En relación al complejo sacerdotal romano, otra figura de gran relieve,
con poderes organizativos más que sagrados, era el Pontifex Maximus7, jefe
del colegio de los pontífices y guía en campo religioso y civil. Entre sus
prerrogativas tenía la de nombrar a las vestales, los flamines y al rex
sacrorum, de redactar la crónica y la historia de Roma con la transcripción
diaria de los eventos en las tabulae dealbatae, para transferirla en los annales
Pontificum. Y sobre todo, tenía la importante autoridad de organizar el
calendario, indicando las fiestas y haciendo interpolaciones, es decir
añadiendo días en momentos particulares, con la finalidad oficial de equiparar
la secuencia lunar con la solar, sino también para conceder mayor o menor
tiempo a una magistratura.
La importancia de este cargo es evidenciada por el hecho que a partir de
César fue asumido por los emperadores que siguieron, hasta Graciano, que
renunció al pontificado en el 373, cuando el afirmarse de la religión cristiana
lo dejó privo de valor y significado.
El rito y la fórmula
7
Podía representar el correspondiente en la tierra de Júpiter, en cuanto garante de justicia, ordenador y
pacificador.
inseparables8, así que un correcto vivir “sagrado” coincide con un vivir en el
respecto del mos y de las leyes. Por lo tanto, la nota expresión cristiana
“Reddite quae sunt Caesaris Caesari et quae sunt Dei Deo” (Mateo 22, 24;
Lucas 20, 2; Marco 1, 17), si por un lado muestra la diferencia en ámbito
cristiano entre un empeño civil (pagar los impuestos) la fe y la práctica
religiosa, por el otro lado evidencia el carácter integralmente sagrado de la
religión romana, en cuanto también el pagar los impuestos tenía valor
religioso, porque se trataba de “devolver” (reddite) al emperador monedas que
generalmente por un lado muestran la imagen del emperador, por el otro lado
una figura divina9.
El carácter esencialmente ritual, junto a la falta de un efectivo
principium individuationis de las divinidades, carentes generalmente de una
historia personal, así como el carácter público de las prácticas cultuales, son
elementos que indican por qué el calendario pueda considerarse el medio más
adecuado para entender la religión romana, en cuanto conjunto de normas que
establecen la relación entre las liturgias y los negotia. Por medio de este los
ciudadanos romanos saben que en un día nefatus hay que espiar, sacrificar, y
no ponerse en actividades que acabarían en un inevitable fracaso.
Como ejemplo de un día absolutamente negativo, encontramos la fecha
del 18 de julio, denominada dies Alliensis, calificada como dies religiosus, es
decir “execrable”, porque en el 390 a. C. los Romanos padecieron una terrible
derrota por parte de los galos senones guiados por Brenno, cerca del río Alia.
Además, el desastre no se produjo solo por una carencia de carácter militar,
sino en consecuencia de un grave acto de ilegalidad cumplido por los romanos
(Liv. V, 38). Habiendo pedido los etruscos ayuda contra los galos, los
romanos enviaron una legación para tratar con los enemigos, sin embargo los
embajadores, componentes de la misión, no se limitaron en de tratar con los
galos, de acuerdo a las reglas de las embajadas, sino que entraron en campo y
mataron uno de los jefes de los enemigos. Con este acto de ilegalidad, que
chocaba contra el derecho humano y el divino, los romanos determinaron lo
8
Consideramos que la antinomia sagrado-profano es peculiar de las civilizaciones modernas, mientras que en
una civilización tradicional no hay institutos puramente profanos. En la cultura romana, la política en
particular tenía valor sagrado, puesto que el dios supremo personaba el orden legal del Estado.
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Las monedas romanas tuvieron desde el origen carácter sagrado, y por eso presentaban generalmente
imágenes divinas. Una de las monedas más antiguas, conocida como el quadrigarius, presentaba por una
cara, las imágenes de Martes y Minerva, por la otra, la de Júpiter y Victoria en una cuadriga. Figuras
constantes de la acuñación en edad republicana, eran Janus, Marte, Juno, la loba cual símbolo de Roma.
Monedas del tiempo de César presentaban imágenes de Enea y de Venus; monedas del periodo imperial
mostraban también imágenes de divinidades de origen oriental. Por ejemplo, monedas de Domiciano
representaban, junto al imperador, efigies de Serapis y e Cibeles; monedas de Commodo y de Caracalla,
Serapis, las de Aureliano llevaban, junto a la efigie del emperador, la de Deus Sol Invictus (Altmeim, 1996:
207 ss.). La misma denominación de moneda tiene algo religioso, pues que deriva del templo dedicado a Juno
Moneta.
que hubiera pasado a nivel militar: hicieron mal el reclutamiento, no evaluaron
la fuerza y el valor de los enemigos y al primero choque los soldados se
escaparon y dejaron que los galos ocuparan la ciudad. Así que fue necesario
llamar a Furio Camilo, que había sido precedentemente exiliado, para liberar a
la urbe.
Hay que notar que, en el mismo día de julio, pero del año 306, hubo otra
calamitosa derrota, precedentemente examinada, la del rio Crémera, que vio la
masacre de la gens Fabia. Coincidencia de las fechas y coincidencia de los
lugares del choque (Alia y Crémera son dos ríos), y sobre todo coincidencia de
un comportamiento ilegal e irreligioso, por el cual este día fue considerado
absolutamente negativo y por lo tanto momento de expiación.
En relación a la importancia del formalismo (es decir seguir ad litteram
la fórmula correcta en la palabra como en la acción), consideramos el
sacrificio que, para conseguir la victoria, cumplía el general romano que se
arrojaba en medio de las tropas enemigas para ser asesinado. Este acto,
llamado devotio, debía ser acompañado por la siguiente fórmula ritual:
Iane, Iuppiter, Mars pater, Quirine, Bellona, Lares, Divi Novensides, Di
Indigetes, Divi, quorum est potestas nostrorum hostiumque, Dique Manes, vos
precor veneror, veniam peto feroque, uti populo Romano Quiritum vim
victoriam properatis hostesque Populi Romani Quiritum formidine morteque
adficiatis, sicut verbis nuncupavi, ita pro re publica Quiritum, exercitu,
legionibus, auxiliis Populi Romani Quiritum, legiones auxiliaque hostium
mecum Deis Manibus Tellurique devoveo (Liv. VIII, 9)10.
… Esta fórmula, que Livio refiere en ocasión del sacrificio de sí mismo por
parte del cónsul Publio Decio Mure en la batalla del Vesubio contra los
latinos, en el año 340 a. C., muestra como también los dioses deban obedecer
a las reglas de la justicia, es decir a un pactum regulado con base en un código
jurídico por medio de una fórmula extremamente clara (por eso repetitiva).
Entre las divinidades invocadas el primer lugar está ocupado por Júpiter, el
garante de la paz y del orden romano, y con él todas las divinidades romanas y
hasta extranjeras, en cuanto testigos de un convenio que el general estipula
con los dioses de la muerte: los Di Manes y Tellus, la Tierra, a los cuales se
dirige la oferta del sacrificio. Es decir, que el acuerdo implica tres
contrayentes: el general Decio Mure, las entidades telúricas a las cuales él se
ofrece, y todas las otras divinidades en cuanto testigos de este pacto.
10
Jano, Júpiter, Marte padre, Quirino, Bellona, Lares, Dioses Novensides, dioses Indigetes, dioses, que
ejercen poder sobre nosotros y nuestros enemigos, dioses Manes, les ruego y les venero, y les pido perdón y
pago mi pena, para que concedan fuerza y victoria al Pueblo Romano de los Quirites, y procuren derrota y
muerte a los enemigos del Pueblo Romano de los Quirites, así como yo he pedido, a ventaja de la república de
los Quirites, con el ejército, con las legiones, con las tropas auxiliarías del Pueblo Romano de los Quirites,
entrego junto conmigo a los Dioses Manes y a Tellus, las legiones y las tropas auxiliarías de los enemigos.
Resulta así evidente la importancia del respeto de un código que
concierne las relaciones entre seres humanos y divinos, porque de él depende
la pax deorum hominumque, es decir la recíproca confianza, la fides, en cuanto
elemento esencial para el mantenimiento del orden civil.
En el caso del citado rito de la devotio, se trata de un caso
extraordinario, que sin embargo obedece a un código establecido, mientras por
lo que concierne la normalidad o cotidianidad de las relaciones entre hombres
y dioses, existe un código general, que determina los deberes recíprocos: este
código es el calendario, los Fasti. Son ellos que, organizando las actividades
civiles y religiosas del pueblo, evidencian como de facto no exista una
diferencia entre ellas y testiguan el carácter “tradicional” de la civilización de
Roma. Por la cual se realiza una equiparación entre historia y mito (el mito se
refiere a la historia de Roma que a su vez tiene carácter sagrado o mítico), así
como entre prescripciones religiosas y normas jurídicas, que encuentran su
unidad en el calendario, cuya observancia es el fundamento para asegurar la
justicia y el orden de Roma y del cosmos.
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La lista completa de los calendarios romanos se encuentra en Degrassi, Inscriptiones Italiae, vol. XIII/II,
Fasti anni Numani et Iuliani; Roma, Istituto Poligrafico dello Stato, 1963, y en Rüpke, Kalender und
Öffentlichkeit. Die Geschichte der Repräsentation und religiösen Qualifikation der Zeit in Rom, Berlin, de
Gruyter, 1995. Del mismo Rüpke hay la edición en inglés con algunas modificaciones: The Roman Calendar
from Numa to Constantine. History of the Fasti, Chichester, Malden, Wiley-Blackwell. 2011.
Si en la base de los calendarios se encuentra la voluntad de hacer que el
tiempo sea funcional a las maneras de operar de una cultura, el problema
preliminar consiste en la resolución de la relación entre el actuar
“culturalmente”, es decir de acuerdo a principios sagrados, y los elementos
naturales que hay que tener presentes en la organización de las actividades
humanas en relación al tiempo. En la naturaleza los elementos básicos que hay
que tener presentes son, por un lado, el tiempo calculado con base en el ciclo
lunar, por el otro, el tiempo indicado por la duración de la revolución de la
tierra en torno al sol. El primero es de 29,53059 días, intervalo entre dos
idénticas imágenes de la luna a los observadores terrestres; el segundo es de
365,24219 días, intervalo entre dos pasajes del sol por el equinoccio de
primavera (al ciclo solar se relaciona el ciclo de las estaciones). Las dos
medidas no son conciliables, es decir que respetar las fases lunares para
determinar la secuencia de los meses no se corresponde con la secuencia
anual.
Típico ejemplo de un calendario lunar, es decir con los meses que
coinciden con el ciclo lunar, es el musulmán, con 6 meses de 29 y 6 de 30
días, con un total de 354 días. Lo que se traduce en una sustracción de más de
11 días al año solar. En este calendario cada mes empieza con la luna nueva,
regla rigurosamente respetada sobre todo en el noveno mes, Ramadán, mes de
ayuno, donde el inicio y el fin deben ser anunciados por dos hombres de
comprobada fe (en el sentido de credibilidad) que hayan visto la primera
imagen de la luna creciente.
Esta tarea de escrutador de la luna pertenecía en Roma a un pontifex, que
anunciaba el surgir del astro al rex sacrorum, que convocaba (kalabat, palabra
de la cual deriva el término Kalendae, que representa el primer día del mes) la
asamblea en la cual indicaba los días de las Nonae (primer cuarto de luna) y
de los Idus (luna plena); en las Nonae él proclamaba la organización festiva de
todo el mes. El calendario romano, por lo tanto, en sus orígenes resultaba
esencialmente dependiente de una relación “visual” entre el ciudadano y la
luna, mientras resultaba de escasa importancia la ubicación del sol.
El primer calendario de diez meses fue atribuido a Rómulo, del cual Ovidio
dice que conocía mejor las armas que las estrellas (“Scilicet arma magis quam
sidera, Romulus noras”, Ov. Fast. 1, 29). A menos que no considerara que en
un sistema litúrgico basado en las fases lunares, tenía poca importancia la
duración de año, sea de 300 o de 355 días (cambio decidido por el rey Numa),
pues que a un pasaje lunar siempre constante correspondía de todas maneras
una secuencia estacional siempre diferente.
Por lo tanto, también el calendario numano, que se mantuvo por toda la
época republicana, quedó dependiente de la estrecha relación de la fiesta con
la visión lunar. De acuerdo a este calendario, en el cual los meses eran de 29 o
de 31 días, con excepción de febrero que contaba 28 días, el año estaba
compuesto por 355 días.
Sin embargo, aunque respetando la relación entre Kalendae, Nonae e Idus
(en orden, luna nueva, primer cuarto y plenilunio), con la finalidad de
conciliar la anualidad solar con la lunar se efectuaban intercalaciones: cada
dos años se interponían alternativamente un mes mercedonius de 22 y de 23
días, para formar una anualidad de una duración media de 366,25 días (con
alrededor de un día en exceso).
El año empezaba originariamente con el mes de marzo, en cuanto a que
Quintilis y Sextilis podían ser el quinto y el sexto mes del año sólo a partir de
este mes. Además, en las Calendas de este mes se realizaban rituales
característicos de un inicio de anualidad: se renovaba el fuego en el templo de
Vesta, así como las frondas de laurel que decoraban las casas de los flamines
maiores, del rex sacrorum y de las curias (Ovid. Fast. 1, 137, ss.). En el
periodo entre el 222 y el 153 a. C., los cónsules asumieron el cargo en las
Calendas de marzo, pero posteriormente volvieron a asumir el cargo el
primero de enero, día caracterizado por la presencia de Jano, el dios de los
inicios.
Para resolver el problema del efectivo comienzo del año en Roma, se puede
pensar en la coexistencia de dos diferentes fechas, y por lo tanto hablar de un
inicio “janual” (en enero, en el nombre de Jano), y de un inicio en marzo: la
primera fecha representa un inicio con dificultad, la segunda en plena
actividad, después de febrero, mes de la purificación (februare = purificar).
Además, se podría pensar en una tercera fecha de inicio, el 21 de abril, día de
la fundación de Roma, que presentaba, como veremos en el curso de esta
exposición, un típico ritual de celebración de una nueva fase para el urbe
(Sabbatucci, 1988).
El calendario de Anzio, aquí reproducido, y que seguiremos en su
secuencia, presenta enero como primero mes del año, también porque fue
elaborado en un momento en la cual los cónsules entraban en función en las
Calendas de este mes.
La intercalación con los días suplementarios producía, como se ha
indicado, una excedencia de un día por año, así que el equinoccio de
primavera del año 50 a. C. cayó en los Idus de marzo. A este inconveniente
respondió la reforma de Julio César, realizada sobre la base de los cálculos del
astrónomo alejandrino Sosigenes. César previó añadir 23 días entre el 23 y el
24 de febrero, y colocó dos meses entre noviembre y diciembre del 46 a. C.: el
I de marzo del 45 se transformó entonces en el I de enero, y el equinoccio de
primavera cayó el 21 de marzo. Así el año juliano resultó compuesto por 365
días, y para recuperar las seis horas que faltaban, se añadió un día cada cuatro
años entre el 23 y el 24 de febrero: dies sextus antes kalendas Martias. Con
los dos “días sextos” por lo tanto el año era definido bisextil.
Esta reforma producía la adecuación del calendario al ritmo de las
estaciones, y por lo tanto al tiempo atmosférico (lo que no se consideraba
absolutamente en un calendario lunar), dato fundamental para la actividad
agrícola. Sin embargo, surgía un problema de carácter religioso: la fiesta y su
valor específico no tenía más una confirmación de carácter visual. Es decir
que, si, por ejemplo, al dios de los comienzos, Jano, debía corresponder una
luna nueva, o sea en su fase inicial, a Júpiter, el dios supremo, expresión de
plenitud, era lógico que le correspondiera una luna llena, con un calendario
solar, económicamente ventajoso (adecuación al tiempo atmosférico con
ventaja de la actividad agrícola) esta coincidencia no se verificaba más, así
que se ignoraba completamente la relación de la fiesta con la luna.
Además, con esta reforma se quitaba un considerable poder a los pontífices
que, precedentemente, para adecuar el mes lunar al solar, insertaban
intercalaciones gracias a las cuales se podían alargar cargos políticos. Lo que
evidencia el carácter revolucionario de la acción de César, por la cual la
secuencia Kalende, Nonas, Idus, completamente separada de la contemplación
lunar, eliminaba los arbitrios pontificales y entregaba a un sistema escrito, y
por lo tanto fijo, la repartición del tiempo. El “ver” subjetivo y variable de los
pontífices era substituido por la transcriptio única y definitiva de César,
pontifex Maximus, al cual la suerte reservó una muerte ejemplar: él fue
apuñalado en los Idus de marzo, momento que en la más antigua repartición
del tiempo y de las fiestas debía coincidir con el plenilunio, en cuanto
momento alto de la anualidad, dedicado al dios supremo. Pero, con la reforma,
la harmonía entre la fiesta y la luna se había quebrado y así, en aquel día
fatídico, a los que miraron el cielo nocturno es cierto que no les iluminó la
luna llena.
Referencias bibliográficas