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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES
Facultad de Derecho
Cátedra de Derecho Administrativo
Profesor Titular
Dr. Guido Santiago Tawil
Profesores adjuntos
Oscar R. Aguilar Valdez (int.), Dr. Javier I. Barraza,
Federico Campolieti (int.), Fabián Omar Canda, Dra.
Nidia Karina Cicero, Máximo Fonrouge (int.), David
Andrés Halperin, Fernando Enrique Juan Lima (int.),
Alberto Diego Sarciat, María Paula Rennella (int.)
Jefes de Trabajos Prácticos
Dafne Soledad Ahe, Denise Bloch (int.) Gabriela
Bordelois de Rossi,
María Soledad Larrea, Diego P. Llinás, Gustavo P.
Lupetti, Sergio M. Nápoli, Mariana A. Politi, Marcela
Roccatagliata, Gabriela Seijas, Analía Soler, Viviana
Valentini
Ayudantes de Primera
María Gabriela Daud, Luis Devoto, Gastón Oberda,
Julieta Rodríguez Prado, Valeria E. Zayat
Ayudantes de Segunda
Silvina Paola Aguirre, Natalia Aprile, Tomás Arceo,
Marina Avila Montequín, Santiago Barbarán, Sofía
Capalbo, María Paula Carpenteri, María Gabriela
Casanova, María Julieta Colecchía Corso, María Inés
Corrá, Juan Agustín Cortelezzi, Nahila Agostina
Cortés, Candelaria Crespo, Luis E. Dates, María
Morena del Río, Lucía Dumais, Cristian Hernán
Fernández, Agustina Florio, Martín Galli Basualdo,
María Verónica González del Gesso, Santiago
Lauhriat, Catalina Legarre, Inés Liendo, Carolina
María Luchi, Ignacio J. Minorini Lima, Natalia Victoria
Mortier, María Camila Mosé Medrano, María Gabriela
Pandolfo, Romina Laura Papel, Martín Ignacio Plaza,
Karina Alejandra Pose, Rosario Pozo Gowland,
Guido Puig Cicchini, Karin Quiroga, Graciela Nora
Remzulli, Natalia Romero, Fernando A. Saad, Ana
Florencia Salvatelli, Nicolás Sykes, Natalia Tanno,
Enrique V. Veramendi, María Susana Villarruel
http://portalacademico.derecho.uba.ar/catedras/
GUIDO SANTIAGO TAWIL
(Director)
adm
PRESENTACIÓN DE LA OBRA
PRESENTACIÓN DE LA OBRA
REGLAMENTARIO
PARTE I - ACTIVIDAD E INACTIVIDAD ADMINISTRATIVA.
DISTINTOS HECHOS Y ACTOS DE LA ADMINISTRACIÓN
I. CONSIDERACIONES LIMINARES
El ejercicio de la función administrativa trasunta diversos
tipos de actividades jurídicas que se manifiestan con motivo
del dictado de un acto administrativo; sin embargo, existen
otros actos estatales que se expresan y concretan por virtud
de las relaciones interorgánicas (actos interorgánicos o
internos de la Administración), y relaciones
interadministrativas (actos interadministrativos o
(1)
intersubjetivos) .
Partiendo del criterio objetivo o material que rige en el
derecho público para conceptualizar las funciones
estatales(2) , hay que señalar que esas distintas actuaciones
administrativas pueden suscitarse tanto en el campo de
acción del órgano ejecutivo de gobierno, como cuando los
otros poderes del Estado asumen funciones materialmente
administrativas(3) . De tal modo, podemos encontrar actos
administrativos, interadministrativos e interorgánicos en la
órbita de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
De otra parte, como sabemos, en la conceptualización de
los actos administrativos típicos se incluye a los actos
administrativos unilaterales y los contratos
(4)
administrativos . En nuestro caso ocurre algo similar. Al
definir los actos interadministrativos y, en consecuencia, las
relaciones jurídicas interadministrativas en general que se
suscitan en torno a ellos, nos toparemos con actos
interadministrativos y contratos interadministrativos, regidos
por un régimen jurídico especial.
Los actos interadministrativos se interconectan, a su vez,
según lo explicaremos infra , con el concepto del acto
administrativo, en punto a la consideración de uno de sus
rasgos esenciales: los efectos jurídicos directos (5)que la
actuación administrativa genera en el plano externo. Esto
es, se vinculan en una relación jurídica sustancial (6)que se
origina a raíz del ejercicio de la función administrativa, bien
que, en estos casos, con otros sujetos de derecho que
pueden estar ajenos o no a la estructura estatal (según si
integran o no la misma esfera de gobierno —nacional,
provincial, de la ciudad de Buenos Aires o municipal—).
V. CONSIDERACIONES FINALES
Hemos formulado un análisis sobre los actos
interadministrativos, contrastándolos con los actos
administrativos y los actos interorgánicos (internos de la
Administración), en orden a sostener que estamos frente a
tres tipos de actos estatales distintos y que no todos
conforman la conceptualización de actos administrativos.
Formulamos una distinción entre los actos
interadministrativos de una misma esfera de gobierno
(nacional, provincial o de la Ciudad de Buenos Aires) y de
diversas esferas de gobierno, siguiendo una clasificación
anterior efectuada por el profesor Cassagne (25) , en atención
a que de ambos casos emanan mecanismos de soluciones
de controversias distintos y el alcance del principio de
unidad de acción asume un alcance que, creemos, se
distingue en uno y otro.
Finalmente, a nuestro modo de ver este tipo de actos
interadministrativos pueden resultar importantes en estos
tiempos en Argentina, donde se está volviendo a las
empresas estatales y en que se han dictado ciertas
legislaciones que pregonan por favorecer, con cierta
exclusividad, a personas jurídicas públicas estatales o no
(v.gr.: la Ley de Medios Audiovisuales).
Creemos que este último derrotero por el que estamos
andando es en sentido contrario al que ha llevado al
desarrollo y progreso en el mundo occidental democrático,
en el cual la gestión privada de las actividades
prestacionales (debidamente contralada por el Estado) y el
principio de subsidiariedad han primado y han sido
resguardados por los ordenamientos jurídicos positivos
nacionales y comunitarios de los países más avanzados,
que han conseguido, por esa senda, un crecimiento
armónico real y cabal en toda su sociedad.
I. INTRODUCCIÓN
Un primer acercamiento a los actos preparatorios nos
conecta en forma directa con la noción de actos de la
Administración, marcando una clara diferencia de género
con los actos administrativos, pues, como enseña
Marienhoff, los actos de la Administración retienen sus
efectos dentro de la esfera jurídica de la Administración
pública, por lo que dentro de esta noción quedaría
comprendida cualquier actividad de la Administración que
se traduzca en una labor interna, incluido el producto de los
órganos consultivos(1) . Lo que parecería confirmado por las
disposiciones del art. 80 del decreto reglamentario
1759/1972 en tanto establecen una clara diferenciación
entre las medidas preparatorias, incluyendo en esta
categoría a los informes y dictámenes, que no son
recurribles respecto de las decisiones administrativas que sí
lo son(2) .
Sin embargo, esa divisoria de aguas que parece estar tan
sencillamente establecida en el citado art. 80, comienza a
perder la claridad de sus contornos a medida que nos
adentramos en algunas cuestiones de práctica. Así, no es
extraño observar que, con alguna frecuencia, la
Administración notifica a los administrados actos
preparatorios, de distinto tenor. En algunos casos, puede
inferirse del texto de la comunicación, que la notificación
tiene por objeto dar a conocer determinado aspecto del
trámite, para que el administrado si lo considera necesario,
formule las manifestaciones del caso. Por lo que en estas
situaciones, la notificación tendría el efecto de una vista o
traslado(3) .
Pero, más allá de este supuesto, se presentan algunas
situaciones complejas cuando lo que se comunica es un
dictamen u opinión de algún órgano de la Administración
consultiva y el acto de notificación contiene, además,
alguna manifestación adicional por la que podría inferirse
que el órgano decisor comparte el criterio del órgano
consultivo(4) . Entonces, el problema que se presenta es
determinar si ese acto preparatorio que se está notificando,
no se ha convertido por efecto del acto de comunicación y
de las manifestaciones agregadas en aquel en un acto
administrativo (o al menos en un acto administrativo tácito)
que, llegado el caso, deba impugnarse dentro de un plazo
breve y perentorio.
La cuestión se complica aún más, si la opinión que se
comunica, aparece presentada bajo alguna denominación
que torna más confusa la división entre medidas
preparatorias y actos administrativos, lo que sucede por
ejemplo, cuando algún ente autárquico con competencia
técnica especifica, notifica mediante carta enviada por
correo, un dictamen que —en realidad— excede la función
de "consulta".
Más aún, en algunas oportunidades hasta la forma en que
se ha impreso el acto preparatorio en cuestión genera
dudas respecto de su alcance, ya que se presenta como
una especie de hoja de ruta de lo que habría que hacer en
determinadas circunstancias y de las respuestas que se
obtendrían. Claro, que de tal pieza no se deduce que el
análisis se haya efectuado específicamente para el
destinatario de la notificación, ni que alguna autoridad con
competencia decisoria haya analizado y tomado alguna
medida respecto del caso concreto del administrado que
recibe tal comunicación, lo que permitiría sostener que se
trata de actos preparatorios y no de actos administrativos, a
pesar de la forma en que han sido comunicados.
Sin embargo, muchas veces, el administrado que recibe
tal comunicación no ha iniciado un trámite ni está
participando de ningún procedimiento administrativo en
concreto, sino que recibe una comunicación por la que se le
hace saber la opinión fijada por algún órgano de la
Administración respecto a cómo se deberá proceder en
alguna situación en concreto, o cómo debería reaccionar la
Administración según el criterio propiciado por el órgano
que emitió la respuesta a la consulta, pero sin que exista un
análisis sobre su situación particular(5) .
Atento a las consecuencias que podrían derivarse de la
forma en que la Administración ha elegido comunicar un
acto preparatorio, nos parece importante destacar,
siguiendo a Canosa(6) , que este tipo de situaciones no
pueden ser utilizadas en perjuicio de los administrados ya
que la "transformación" de un acto preparatorio
(generalmente un dictamen u opinión) en un acto
administrativo, a través de una simple nota o de agregados
genéricos contenidos en el acto de notificación, representa
una práctica contraria a las normas de procedimiento y al
principio de formalismo atenuado a favor del administrado.
Así, haciendo énfasis en sus características distintivas,
Tawil enseña que no debe verse al procedimiento
administrativo como una mera etapa instrumental,
destinada a garantizar un mejor funcionamiento de la
Administración, sino también para otorgar a los
administrados la posibilidad de hacer valer sus derechos o
intereses frente al abuso o funcionamiento deficiente de la
organización estatal (7). Por lo que, en cualquier caso,
debería estarse al criterio más favorable para el
administrado y evitar otorgar carácter de acto administrativo
a esas comunicaciones.
III. CLASIFICACIÓN
Para abordar una categoría tan amplia como la que aquí
se estudia, entendemos necesario tratar de identificar las
situaciones particulares que se presentan entre las distintas
etapas del procedimiento administrativo y los actos
preparatorios que pueden requerirse en cada caso.
Como explica Diez, junto con los actos administrativos
que la Administración dicta y que surten efectos directos
hacia los administrados, existe también una serie de
medidas destinadas a regular el propio funcionamiento de la
Administración, a preparar sus decisiones o hacerlas
conocer a terceros, que genéricamente se denominan como
actos de la Administración(14) . Entran en esta categoría los
dictámenes, los informes, los pareceres y las propuestas,
entre otros.
1. Dictámenes
Cuando aludimos a dictámenes nos referimos a aquellas
piezas del expediente administrativo que contienen una
opinión, juicio o recomendación emitida por un funcionario
competente para tal fin.
Sin embargo, conviene aquí hacer una precisión
terminológica para diferenciar los distintos tipos de actos
preparatorios que, debido al uso frecuente, englobamos
bajo el término dictamen. Así, en nuestra opinión y
siguiendo el criterio esbozado por Garrido Falla, el término
dictamen debería reservarse para aquella opinión consultiva
que se produce sobre documentos que ya están aportados
en el expediente, a diferencia de lo que ocurriría, por
ejemplo con un informe que deba versar sobre un examen
inmediato de hechos o circunstancias que no han sido aun
agregados al expediente(15) . Por tanto, en nuestra opinión
no entrarían en esta calificación las meras respuestas a
consultas o información adicional agregada al expediente,
que correspondería a la clasificación más genérica de
informes, ya que en esos, por lo general, no se incorporan
conclusiones o recomendaciones que es lo que caracteriza
al dictamen(16) .
Como anticipamos, los dictámenes son el producto de la
actividad de los órganos consultivos cuya misión es
asesorar a los activos, sobre los aspectos que se están
tratando en un expediente determinado, a los fines de
facilitarles los elementos de juicio que sirvan de base para
la adopción de la decisión final (17) . Lo que produce, entre
otras consecuencias, la necesidad que los fundamentos del
acto tengan en consideración el asesoramiento brindado
por los órganos consultivos, ya sea porque se receptan los
argumentos desarrollados en los dictámenes
respectivos(18) o porque el órgano activo decide apartarse de
las recomendaciones brindadas, manifestando los
argumentos que justifican tal proceder.
De acuerdo con la categorización que efectúa Gordillo (19) ,
los dictámenes pueden a su vez clasificarse en facultativos,
su emisión puede o no requerirse el órgano consultivo y en
obligatorios, aquellos cuya emisión debe requerirse como
condición de validez del acto. Por su parte, los dictámenes
obligatorios pueden dividirse en: vinculantes, cuando deba
procederse según el criterio sustentado en el dictamen;
semivinculantes, cuando la decisión recomendada no es
obligatoria aunque no puede no adoptarse la decisión
contraria y no vinculantes(20) , cuando puede adoptarse
libremente cualquier decisión, coincida o no con la opinión
del órgano consultivo.
1.3. La subsanación
A pesar del desarrollo doctrinario y jurisprudencial arriba
efectuado, que tiende a demostrar la importancia del
dictamen jurídico como aspecto esencial del procedimiento
administrativo previo al dictado del acto, no siempre esta
relevancia ha sido reconocida aceptándose incluso que la
omisión de contar con el respectivo dictamen no causa la
nulidad absoluta e insanable del acto administrativo
correspondiente, sino que se trata de una formalidad que
puede subsanarse con posterioridad, cumplidos algunos
recaudos.
Quienes adhieren a la denominada teoría de la
subsanación, toman como punto de partida de su análisis el
argumento desarrollado por la Corte Suprema de Justicia
de la Nación en el caso "Duperial", al sostener que la
ausencia de dictamen jurídico emitido en forma previa al
dictado del respectivo acto administrativo no constituye
violación a los procedimientos esenciales y sustanciales
que conlleve a la nulidad absoluta e insanable, si finalmente
el servicio jurídico se expidió en oportunidad de
interponerse el recurso jerárquico(43) . La misma línea
jurisprudencial fue adoptada por algunos tribunales del
fuero, manteniéndose vigente en la actualidad(44) , lo que
despertó críticas de la doctrina por considerar que la
existencia del dictamen jurídico previo es un requisito
esencial del acto administrativo(45) . De igual modo, la PTN
ha sostenido que la omisión del dictamen jurídico previo
puede ser purgada con los dictámenes jurídicos emitidos
posteriormente(46) .
Una situación parecida se presenta cuando para emitir el
acto decisorio se ha omitido cumplir con algún aspecto de la
actividad consultiva, cuando por ejemplo, además del
dictamen jurídico previo previsto en el inc. d) del art. 7º de la
ley 19.549, se requiere contar con alguna otra opinión
adicional. En alusión a esos casos, en alguna oportunidad
se ha sostenido como argumento para justificar la validez
del acto decisorio a pesar de la ausencia del dictamen
respectivo, ya que al tratarse de una opinión consultiva no
vinculante, la Administración, de todos modos, puede
adoptar libremente su decisión destacándose que tampoco
se había previsto expresamente nulidad alguna en caso de
omisión, sin que para tal fin pudiera citarse el art. 7° de la
ley 19.549 dado que la intervención allí referida se había
cumplido con la participación en el trámite de la dirección de
asuntos jurídicos del Ministerio en cuestión(47) .
Siguiendo las enseñanzas impartidas por Halperín en esta
materia, nos parece que carece de sentido admitir que
aspectos sustanciales del procedimiento pueden omitirse
para ser luego subsanados, porque aunque exista la
posibilidad material de cumplir con posterioridad el aspecto
formal omitido, por ejemplo, con la emisión del dictamen
jurídico en una etapa posterior del trámite, ello no implica
que se haya dado cumplimiento al propósito tenido en miras
por el legislador cuando consideró al dictamen jurídico
como una forma esencial del procedimiento.
Así las cosas, nos parece una forma que ha sido
calificada como esencial por el legislador debe ser emitida
en un marco que —como mínimo— garantice cierta
imparcialidad del funcionario dictaminante quien debe
evaluar el requerimiento de consulta de modo objetivo y con
profesionalismo para poder abocarse a su estudio. Lo que
nos parece muy difícil de lograr, cuando el órgano activo ya
ha adoptado la decisión sobre la que debe efectuarse la
consulta, pues de un modo u otro, la decisión ya adoptada
puede influenciar la opinión consultiva.
2. Informes
Por analogía con las disposiciones del CPCCN, de
aplicación supletoria en esta materia, incluimos dentro de la
calificación genérica de informes a los informes periciales
como así también a todas las otras piezas que se producen
con el objeto de incorporar datos nuevos al expediente, por
lo que bajo esta categorización, los informes no tienen
carácter consultivo, en el sentido que no importan un
asesoramiento sino que tienen por finalidad aportar pruebas
o datos(48) . Por su parte, el punto 1.1.8 del Anexo I al dec.
333/1985 define al informe, como dato u opinión fundados
que se da sobre un asunto determinado y que se dirige de
dependencia a dependencia.
En ese plano, el art. 14 del dec. 1759/1972 dispone que si
para sustanciar las actuaciones administrativas se
necesitaren datos o informes de terceros o de otros órganos
administrativos, se los deberá solicitar directamente o
mediante oficio, dejando establecido que las dependencias
de la Administración, cualquiera sea su situación jerárquica
quedan obligadas a prestar su colaboración permanente y
recíproca. Para Docobo este artículo ha sido
incorrectamente ubicado dentro del Título II, "De los
expedientes: identificación", resultando más acertada la
ubicación metodológica del artículo similar de la ley de
procedimientos de la Provincia de Buenos Aires, bajo el
título "Del impulso procesal". Por otra parte, Docobo
considera que en la redacción de esta norma ha existido, un
afán de síntesis poco explicable, pero que a pesar de ello,
deben considerarse incluidos dentro de esta disposición los
informes requeridos a las personas físicas o jurídicas no
pertenecientes a la Administración pública nacional ajenas
al trámite, como a las administraciones públicas
provinciales o municipales y a las personas públicas no
estatales(49) .
Dentro de esta categoría cabe incluir siguiendo a Barra, a
los informes periciales producidos en el marco de las
actividades probatorias, como así también otros informes
que se hayan producido con el objeto de satisfacer una
consulta y que luego formarán y darán contenido al
elemento causa del acto administrativo(50) .
Al respecto, enseña Barra que si tomamos el criterio de la
funcionalidad de la consulta en relación con el acto
decisorio, ello nos ayudará a distinguir la actividad
consultiva de la actividad probatoria. Mientras que la prueba
sirve para demostrar la exactitud o inexactitud de los
hechos que han de servir de fundamento a la decisión y,
como tal, es una actividad instructoria. Por el contrario, la
actividad consultiva no buscar incorporar hechos sino
elementos de conocimiento que permitan al órgano decisor
adoptar una decisión fundada y de conformidad con los
antecedentes de hecho y de derecho aplicables(51) .
Como se advierte la diferente calificación a la que
aludimos, al identificar al dictamen como el producto de la
actividad consultiva distinguiéndolo de los informes a los
que se asocia con la actividad probatoria, reviste algunas
implicancias prácticas, ya que en el primer caso la actividad
consultiva es impulsada por la Administración y el
administrado podrá tomar conocimiento de ella al ejercer su
derecho a tomar vista del expediente o en la medida en que
la motivación del acto refleje o mencione el dictamen en
cuestión(52) . Mientras que en el segundo caso, se tratar de
una actividad "esencialmente contradictoria", dado que una
vez emitido el informe debe otorgarse a los administrados la
oportunidad de valorarlos y, eventualmente, ofrecer y
aportar prueba en otro sentido(53) .
En consecuencia, a diferencia de lo que ocurre con los
dictámenes, los informes se expiden sobre ciertos hechos
objetivos relacionados con la especialidad del órgano que
los emite, pero sin que ello implique experiencias o
dictámenes concretos sobre las cuestiones sometidas a su
juicio, sino referencias genéricas sobre los aspectos
requeridos. Lo que indica que el informe refleja y transmite
un dato que existe registrado y se conserva o una noticia
objetivamente constatable(54) .
Desde nuestra perspectiva, la diferenciación a la que
aludimos también encuentra sustento en las disposiciones
del decreto reglamentario de la ley de procedimientos. Así,
mientras el art. 48, incluido dentro del "Título VI: De la
Prueba", hace referencia a los informes de eminente
raigambre probatoria, estatuyendo que sin perjuicio de los
informes y dictámenes cuyo requerimiento fuere obligatorio,
según normas expresas que así lo establecen, podrán
recabarse, mediante resolución fundada, cuanto otros se
estimen necesarios al establecimiento de la verdad jurídica
objetiva. El art. 61 del mismo reglamento, coloca en otro
plano al producto de la actividad consultiva, al determinar
que producidos los alegatos y sin más trámite que el
asesoramiento jurídico, si correspondiera, se dictará el acto
administrativo que resuelva las actuaciones.
Al comentar el art. 48 antes citado, Halperin sostiene que
en el procedimiento administrativo la prueba prominente es
la de informes y dictámenes y que resulta necesario hacer
una distinción respecto de ambos conceptos, aun cuando el
art. 48 parecería dividir a estos medios probatorios en
informes técnicos o dictámenes e informes no técnicos
(informes meramente administrativos). Los informes no
técnicos son aquellos destinados a incorporar al
expediente, a través de la prueba de informes, las
constancias que obran en registros, archivos y
documentación del informante(55) .
Por su parte, los informes técnicos, se refieren a las
opiniones técnicas fundadas vertidas por expertos sobre
cierta materia respecto de la cual se les ha requerido su
intervención. Así, si el informe es requerido por un órgano
de la Administración a otro, con conocimientos o
competencia específica en alguna materia en particular, se
aplica lo previsto en el art. 14 del dec. regl. 1759/1972 en
tanto establece la obligación de las distintas dependencias
estatales de brindarse cooperación permanente y recíproca,
cualquiera sea su situación jerárquica(56) .
En cuanto a la ponderación de cuestiones científicas y
técnicas, la PTN ha sostenido que los informes elaborados
por los especialistas merecen plena fe siempre que sean
suficientemente serios, precisos y razonables, no adolezcan
de arbitrariedad aparente y no aparezcan elementos de
juicio que destruyan su valor(57) .
En lo que respecta al plazo para su emisión, a nivel
federal el dec. 1883/1991 en su art. 14 dispone que la
confección de informes y todo otro diligenciamiento de
documentación, relativos a la sustanciación de expedientes,
cuando no estuviere establecido expresamente otro
término, serán realizados por orden de llegada en el tiempo
que requiera su estudio, en un plazo máximo de cinco días
hábiles. Se aclara además, que el plazo podrá ser ampliado
por la autoridad jerárquica cuando la complejidad de los
asuntos así lo exija.
3. Propuestas
En general, se define a la propuesta como una
declaración de juicio expresada por la Administración a otro
órgano administrativo, que tenga por objeto la oportunidad o
la necesidad de emitir una medida o disposición y el
contenido que haya que dársele(58) . Para Diez, sólo las
propuestas obligatorias y vinculantes tienen relevancia
jurídica, ya que las propuestas facultativas, más que una
declaración de juicio podría considerarse como una
declaración de deseos(59) .
En cuanto a sus notas características, las propuestas
contienen recomendaciones efectuadas en el marco de
procedimientos específicos en los que se ha previsto esta
instancia como paso de cumplimiento previo necesario a la
adopción de una decisión que está asociada, en la mayoría
de los casos, con una elección en el marco de una
categoría determinada. Así, la propuesta se diferencia
respecto de los otros actos preparatorios por el rol acotado
y específico que le corresponde.
IV. CONCLUSIÓN
A modo de conclusión, sólo nos resta puntualizar que la
Administración cuenta con una importante gama de actos
preparatorios para dar trámite a los expedientes hasta el
dictado del acto administrativo. En ese contexto, resulta
difícil establecer en abstracto una clasificación de los actos
preparatorios por su importancia o trascendencia en el
procedimiento administrativo, ya que toda actuación
destinada a esclarecer los hechos y desentrañar la verdad
jurídica objetiva, es en efecto trascendente para el
procedimiento según los principios contenidos en el art. 1°
de la ley 19.549, aunque se trate de un simple informe de
pocos renglones. No obstante lo anterior, nos parece
innegable el rol relevante que le corresponde al dictamen
jurídico previo, en tanto forma esencial del procedimiento, lo
que determina desde nuestra perspectiva la necesidad que
sea emitido con anterioridad al dictado del acto, pues de lo
contrario se altera el orden lógico establecido por el
legislador y se restringe la operatividad de los medios con
los que cuenta la Administración para revisar la juridicidad
de sus decisiones, antes de que éstas sean emitidas.
Vale resaltar también, que no en todos los casos, la
reglamentación ha sido suficientemente detallada y se
observan, como puntualiza la doctrina, algunos supuestos
en que es necesario repensar alguno de los institutos o, al
menos, incorporar aspectos que se han omitido, como los
plazos con que contarían los terceros para evacuar los
informes que les pide la Administración, aclarando si tales
informes están o no cubiertos por las disposiciones del
art. 14 del dec. 1759/1972 o si esta disposición sólo es
aplicable a las dependencias administrativas (según la
definición de informe que contiene el dec. 333/1985).
Otro aspecto que, quizás, merecería profundizarse a nivel
legislativo tiene que ver con el valor probatorio de algunos
actos preparatorios, como los informes elaborados por
especialistas, que si bien no reúnen los caracteres
necesarios para ser considerados como una verdadera
pericia, de todas formas a los efectos del trámite, la
Administración los considera como sacramentales o
indubitados, en la medida que los utiliza para tomar una
decisión, generalmente denegatoria de algún beneficio. Si
bien la jurisprudencia tiene una mirada crítica sobre tales
informes, parecería conveniente establecer ciertos
recaudos en forma legislativa, para evitar interpretaciones
que desvirtúen la función de esas piezas en el expediente
restringiendo en forma indebida el derecho de defensa de
los administrados(60) .
Por último, no pueden soslayarse los inconvenientes que
se presentan cuando los actos preparatorios parecen
trascender la esfera interna de la Administración y son
comunicados a los administrados, con algunas acotaciones
o manifestaciones que parecerían convertirlos en actos
administrativos, generando así la obligación de recurrirlos
en un breve plazo perentorio para evitar que queden
consentidos. En ese sentido, coincidimos con la doctrina
que alerta sobre esta práctica, destacando que no puede
utilizarse como medio para restringir o acotar los derechos
de los administrados.
Más aún, no podemos dejar de advertir, cierta
arbitrariedad en la apreciación que sobre estas
circunstancias hace la Administración, en algunos casos, ya
que según resulte conveniente para la posición que se
quiera adoptar en un trámite dado, se puede sostener que
se trata de un acto preparatorio y por lo tanto
irrecurrible(61) —aunque produzca efectos concretos o
individuales para los administrados— o que se trata de un
acto administrativo, aunque en realidad, se haya
comunicado el producto de un órgano consultivo con una
mínima acotación del órgano decisor. En ese sentido, nos
parece de suma utilidad los esfuerzos doctrinarios para
clarificar esta situación, tales como la posición de Mairal
que distingue los actos administrativos de los meros
pronunciamientos o la Villar Palasí y Villar Escurra que
distinguen acto administrativo de actuación, persiguiendo el
mismo objetivo: la adecuada protección del administrado
frente a las prerrogativas estatales.
Alfredo Orgaz (2)
I. INTRODUCCIÓN
Excluido de la categoría de acto administrativo, el
acto de gobierno constituye hace casi dos siglos, una
de las materias más controvertidas del derecho
administrativo (3). Suelen ser caracterizados por la
imposibilidad de fiscalización judicial. Frente a ellos,
los jueces restringen su propia competencia para no
enfrentarse abiertamente a otros órganos de
gobierno ( self-restraint ). Difícil es, luego, elaborar la
justificación de ese proceder.
Prosper Weil enseñó que la teoría de los actos de
gobierno marca los límites de la sumisión del
gobierno al derecho y constituye la supervivencia de
la razón de Estado (4). El acto de gobierno se
presenta como una excepción a la regla de que toda
la acción de los órganos administrativos está
regulada por el principio de legalidad.
Teóricamente, la existencia de una zona inaccesible
al juez en la que puede reinar la arbitrariedad de las
autoridades competentes, resulta escandalosa. La
idea de imperio de la ley supone que siempre habrá
una norma que defina y delimite el ejercicio del
poder.
Pero ha sido el propio Weil quien hace unas
cuantas décadas advirtió que no siempre conviene
dramatizar. Si la lista de los actos de gobierno define,
en un momento dado, el equilibrio de fuerzas entre la
autoridad del juez y la de los órganos políticos, el
trazado actual de la frontera entre lo político y lo
jurídico se inclina en beneficio de esto último (5).
Por otro lado, cuando se examinan en concreto los
casos incluidos en el marco de la teoría se advierte
que muchos de ellos refieren a supuestos de ejercicio
de facultades discrecionales. Esto es, casos en que
no existe una clara regla legal a la que atenerse. En
tales supuestos el control judicial no puede más que
limitarse a los elementos reglados de la actuación.
Las autoridades imponen en tales casos sus criterios
de oportunidad, sin que ello implique conflicto alguno
con los principios del Estado de derecho.
1. La jurisprudencia nacional
Como señaló el juez Varela en su disidencia
en "Cullen v. Llerena " (46), con cita de la Corte de
Estados Unidos, la línea que separa las cuestiones
judiciales de las políticas nunca se ha trazado.
De todos modos, sin preocuparse en definir los
lindes de las cuestiones políticas, desde el caso
" José R. Pérez " (47), pero especialmente a partir de
" Cullen v. Llerena ", la Corte Suprema argentina
acudió recurrentemente a la teoría.
2.4. Las facultades de las Cámaras del Congreso para actuar como jueces de la elección y
títulos de sus miembros(63)
La Corte Suprema ha establecido en forma unánime que tales atribuciones son privativas
de las Cámaras del Congreso, cuyo ejercicio final y definitivo no debe ser revisado
judicialmente. La Corte confirmó esa tendencia en " Chaco v. Senado de la Nación" (64),
acción declarativa promovida por el Gobernador de esa provincia, con el objeto de que se
declarara la nulidad de una resolución del Senado que, al hacer lugar a una impugnación del
Partido Justicialista, desestimó los pliegos de dos senadores y dispuso la incorporación de
otros dos. Al rechazar la demanda, la Corte, en fallo dividido de 5 votos a 4 sostuvo que
"...las objeciones que sobre ese accionar del Senado de la Nación pudieran formularse,
remiten al modo en que ha ejercitado sus facultades constitucionales privativas, ámbito
pacíficamente excluido del control jurisdiccional. Se trata, en definitiva de un espacio propio
y exclusivo de ese órgano que compone uno de los poderes políticos del Estado, en el que
goza de amplia discrecionalidad funcional". Igual criterio fue aplicado en " Tomasella
Cima" (65), y en "Simón Hernández" (66).
2.5. La declaración de estado de sitio(67)
A partir de 1959, en el caso " Antonio Sofía " (68), la Corte admitió el control judicial de
razonabilidad sobre las medidas dispuestas por el Poder Ejecutivo durante el estado de sitio
"cuando ellas sean clara y manifiestamente irrazonables, es decir cuando impliquen medios
que no guarden relación alguna con los fines del art. 23 de la Constitución" . Agregó el fallo
que "al ejercer el control de razonabilidad de los actos ejecutados en virtud del art. 23, los
jueces deben referirlo a la causa constitucional e inmediata del estado de sitio —situación de
conmoción interior— y no a los motivos concretos que el legislador haya mencionado como
sus factores iniciales". Pese a la claridad de la doctrina la Corte no avanzó en el control
judicial en el caso. Recién ingresó a examinar las puntuales medidas adoptadas en " Daniel
Mallo " (69)referido a la prohibición de exhibir la película "Ni vencedores ni vencidos"; en
" Carlos M. Zamorano" (70)en el cual se planteó un hábeas corpus por su detención. Afirmó
la Corte que "está sujeta al control jurisdiccional la aplicación concreta de los poderes de
excepción del Presidente sobre las libertades constitucionales, control que lejos de retraerse
en la emergencia debe desarrollarse hasta donde convergen sus competencias y los valores
de la sociedad argentina confiados a su custodia". El caso " Jacobo Timerman " (71)se
refiere también a un hábeas corpus favorable a un individuo arrestado.
Los poderes de guerra del presidente fueron analizados en el caso " Merck Química
Argentina v. Gobierno Nacional" (74). La doctrina del caso reconoce poderes al Presidente
más allá de cualquier norma jurídica y excluye el control judicial, no sólo sobre los fines, sino
también sobre los medios empleados. También señaló la Corte en el caso " Attias
Alberto " (75)que "la declaración del estado de guerra —aun en el orden interno del país, en
casos de insurrección u otros análogos— es un acto político que, a semejanza del estado de
sitio o de las intervenciones autorizadas por el art. 6º, es función privativa de los poderes
políticos del gobierno, a los que exclusivamente corresponde su verificación".
V. CONCLUSIONES
He mencionado numerosos fallos y la posición de
algunos autores, pero omití muchos otros de
innegable relevancia. La bibliografía en la materia es
abrumadora y los fallos innumerables. Muchos han
anunciado la muerte de la teoría, la que sin embargo
mantiene cierta vigencia en los tribunales.
L'acte de gouvernement est mort, vive l'acte de
gouvernement ! Así resumió una autora la decisión
del Consejo de Estado francés del 7/11/2008 que
admitió una nueva categoría de actos de gobierno
ligados al derecho europeo (101).
Proclamar la inmunidad jurisdiccional de la
Administración en determinadas materias, genérica e
imprecisamente denominadas políticas, implica en
palabras de García de Enterría ni más ni menos que
consagrar que la Administración puede obrar sin
límite legal, incluso atropellando los derechos más
elementales y más obvios de los ciudadanos, puesto
que no existe medio técnico de imponerle límites
legales, ni de exigir respeto a esos derechos
hipotéticamente atropellados (102).
Como sostiene Cassagne, muchas de las nociones
que se han dado y se elaboraron son armas de lucha
ideológica y las categorías resultantes no pueden ser
menos que hijas de esas luchas. La misión del jurista
consiste en indagar acerca de lo que está detrás de
lo que se presenta como incondicionado, refiriendo
las teorías a las condiciones sociales que rodean su
creación y utilización, para poder vislumbrar los
efectos que producen o producirán. Por ello, afirma,
hay que partir del proceso de comprensión histórica
de las instituciones (103).
Mi opinión, después de las calificadísimas que he
reseñado, corre el riesgo de ser impertinente y trivial.
La formularé, sin embargo. La vigencia del acto
político es innegable en la jurisprudencia, al menos
en Francia y Estados Unidos. En nuestra
jurisprudencia suele camuflarse con el recaudo de la
legitimación. Así, rechazada ab initio una demanda
en atención a la supuesta falta de agravio, los
tribunales evitan pronunciarse sobre temas
conflictivos.
Ahora bien, reducida la cuestión del acto político a
la ausencia de pautas legales, la cuestión no difiere
del control de la discrecionalidad, o de la razonable
deferencia a la interpretación propiciada por las
autoridades políticas. Excluidos tales supuestos, se
advierte una serie de casos realmente escandalosos,
en los que frente a la violación legal o constitucional,
la prudencia o el temor no resultan argumentos
válidos para rehusar el control.
En su última novela inconclusa, El primer hombre ,
Albert Camus "comprendió (...) que los hombres
fingen respetar el derecho y sólo se inclinan ante la
fuerza". Para evitar el predominio de la fuerza y
garantizar las reglas del Estado de derecho, la
posición adoptada por Paul Duez en 1935 me parece
adecuada. Es muy simple. Propuso el control de
legalidad de los actos, preservando un margen de
maniobra para la acción política. Así, la teoría del
acto de gobierno podría desaparecer sin
dificultades (104), y fundir sus argumentos con la teoría
de la discrecionalidad. Se trata de ejercer el control
sobre los elementos reglados del acto, respetando el
poder de actuación e interpretación conferido a las
autoridades, el que no puede carecer de límites.
La plena justiciabilidad consagrada en los arts. 116
y 117 de la CN y el control de juridicidad que
compete a los jueces en el ejercicio de su poder
jurisdiccional no los faculta a reemplazar o sustituir a
los otros órganos de poder en ejercicio de las
atribuciones que les son propias (105).
Si bien el objetivo de evitar el temido "gobierno de
los jueces" (106)y la necesidad de que las autoridades
democráticamente designadas asuman la
responsabilidad política de sus decisiones justifican
ciertas limitaciones al Poder Judicial, la prohibición
del control judicial de cierta categoría imprecisa de
actos luce como desproporcionada.
Entre la inmunidad de los actos de las autoridades
públicas y el riesgo de un juez demasiado poderoso,
es necesario encontrar el equilibrio(107) .
Hace casi dos siglos, Alexis de Tocqueville escribió:
"No hay casi cuestión política en Estados Unidos que
no se convierta, tarde o temprano, en una cuestión
judicial" (108). Si bien esta declaración, válida en
nuestro sistema, plantea singulares dilemas para los
tribunales, no puede olvidarse que la Constitución
existe para limitar lo que el Gobierno puede hacer.
Partiendo de esa última premisa, la doctrina de las
cuestiones políticas resulta claramente inconsistente
con el propósito de la Constitución y el rol que
corresponde al Poder Judicial en una sociedad
democrática.
Capítulo 6 - Los actos parcialmente reglados por el derecho privado - Por María Gabriela Daud
I. CONCEPTO
Como se ha venido sosteniendo hasta ahora, para
que un acto emitido por la Administración pública
constituya un acto administrativo , es imprescindible
que al hacerlo la Administración pública actúe en su
calidad de tal (1), ejerciendo su normal capacidad de
derecho público, es decir, que lo haga en su carácter
de órgano esencial de la estructura del Estado (2).
Es por ello, que los actos de la Administración
realizados en la esfera del derecho privado y fuera de
lo que constituye su actuar principal, parecerían no
ser actos administrativos (3)y pertenecer a otra
categoría de actos.
Según el autor que aborde el tema, se los
denomina: actos parcialmente reglados por el
derecho privado o actos civiles de la
Administración o actos de objeto privado . Estos, son
los actos emanados de órganos de la Administración
(generalmente de entes descentralizados), dictados
en el marco de una actividad de tipo comercial o
industrial (v.gr. actividad bancaria oficial),
jurídicamente regidos por el derecho privado, que
regula algo más que su objeto o contenido (4).
Esta categoría de actos, es reconocida por parte de
la doctrina(5) , tanto nacional como extranjera, a raíz
de la necesidad de no aplicar todo el rigorismo propio
del derecho administrativo a aquellos actos cuyo
contenido u objeto se encuentra reglado por el
derecho civil o mercantil(6) .
Esta tesis, también ha sido aceptada por la Corte
Suprema de Justicia de la Nación en diversos
pronunciamientos(7) .
II. ANTECEDENTES HISTÓRICOS
El origen de la distinción entre acto
administrativo y acto civil de la Administración o
parcialmente reglado por el derecho privado , es de
antigua data.
En la época del Estado-Policía , en materia de
responsabilidad, existían grandes dificultades para
demandar al Estado o a sus representantes ante los
tribunales civiles. Pero, con la Teoría del Fisco , se
trató de atemperar el rigorismo a que se hallaban
supeditados los habitantes frente al Estado. El
patrimonio público ya no pertenecía al Príncipe ni al
Estado soberano, sino a un sujeto jurídico distinto a
ellos: el Fisco , o sea, a una persona sometida al
derecho patrimonial (derecho privado). Por tal motivo
desaparecieron las dificultades existentes para
someterlo, como a un particular, a la justicia civil (8).
Cabe citar también, los dichos de José María
Moreno, que en 1870, en uno de sus dictámenes
como Fiscal General de la Provincia de Buenos Aires
sostuvo: "...Una Municipalidad no es persona civil
en todos sus actos, aun cuando tenga
la capacidad de serlo en algunos, y ...ejerciendo
las funciones públicas y administrativas que la ley le
ha confiado, no puede ser considerada en aquel
carácter; porque todos los actos que celebra en el
ejercicio de sus funciones, se hallan fuera del
alcance del derecho privado y de las jurisdicciones
establecidas para aplicarlo" [...] "Así, aun cuando el
Estado o una municipalidad pueden adquirir, poseer
y obligarse como un individuo, no pierden por eso su
carácter público , y la relación de derecho que creen
como persona quedará sometida a la jurisdicción
respectiva, según que el acto celebrado corresponda
al ejercicio de funciones públicas y administrativas o
al dominio exclusivo del derecho privado; en el primer
caso, el acto o el contrato en su naturaleza y efectos
será apreciado y juzgado, por los tribunales
administrativos y contencioso-administrativos, puesto
que se ha realizado en la esfera de esa jurisdicción y
hace parte de las materias que le conciernen; en el
segundo, por los tribunales establecidos para aplicar
las reglas del derecho puramente privado en las
cuestiones promovidas entre los individuos; porque la
persona jurídica habrá ejercitado su capacidad en
l os límites de ese derecho y habrá adquirido o
contraído una obligación en el modo y forma que lo
haría una persona natural, ejercitando su acción
individual en su propio interés, dentro de los límites
que el derecho le asigna" (9).
VI. CONCLUSIONES
Para concluir con este trabajo, es menester poner
de resalto que el reconocimiento de este tipo de
actos dependió en gran medida de circunstancias
políticas y jurídicas de cada momento histórico. Es
por eso, que puede observarse el cambio de
pensamiento de autores como Diez, e incluso, de lo
opinado por la Procuración del Tesoro de la Nación
en sus dictámenes a lo largo del tiempo.
Finalmente como corolario y, en el entendimiento
de que la Administración pública emite, además de
actos administrativos, otra categoría de actos
parcialmente reglados por el derecho privado,
efectuaré un resumen de las que, a mi criterio, son
las similitudes y diferencias entre estos dos tipos de
actos.
• Ambos actos son emitidos por la Administración
pública, por lo que el elemento competencia, en
ambos está regido por el derecho público .
• El objeto, forma y fin inmediato de los actos
parcialmente reglados por el derecho privado, se
encuentran sometidos al derecho privado, mientras
que dichos elementos en el acto administrativo, se
regirán por el derecho público.
• En ambos casos, se tiende a satisfacer una
finalidad pública o el bien común, pero mientras que
en el acto administrativo el bienestar general es su
razón de ser, en los actos parcialmente reglados por
el derecho privado, se da de manera indirecta o
mediata.
• En el orden nacional, el fuero que interviene
respecto de los actos administrativos, es el
Contencioso Administrativo Federal, y respecto de
los actos parcialmente reglados por el derecho
privado, la competencia es del fuero Civil y Comercial
Federal.
• En el acto administrativo, la aplicación de normas
civiles se lleva a cabo a través del procedimiento de
analogía, mientras que en los actos de objetos
privados que emite la Administración, la aplicación de
las normas civiles o comerciales responde al criterio
de supletoriedad o subsidiariedad, es decir,
directamente y sin adaptación previa.
• Los recursos administrativos, sólo proceden
respecto de los actos administrativos y de los actos
de objeto privado.
Capítulo 7 - LA INACTIVIDAD ADMINISTRATIVA MATERIAL Y FORMAL. EL SILENCIO
I. INACTIVIDAD
La Administración pública debe perseguir el interés
público(1) y para ello no solo puede actuar frente a
supuestos determinados sino que debe actuar ante
otros. Es decir que su actuación no es potestativa, es
obligatoria(2) —salvo puntuales casos de actividad
discrecional— como se verá al estudiar la
competencia, dentro del elemento subjetivo del acto
administrativo.
Por esta razón resultará de interés no solo la
actividad de la Administración, traducida en actos y
hechos, sino también la inactividad, o la falta de
actuación.
Esta inactividad tendrá efectos, en tanto existe
previamente la obligación de actuar.
La responsabilidad del Estado por omisión,
indiscutible ya por estos tiempos(3) , es el máximo
reconocimiento de los efectos de la inactividad de la
Administración.
La doctrina suele diferenciar la inactividad material
de la inactividad formal(4) .
La inactividad material se refiere al incumplimiento
de los órganos y entes descentralizados de sus
respectivas competencias. Se evidencia en la falta de
actuación para el cumplimiento de los objetivos (5) que
debe perseguir el órgano (teoría de la especialidad
de la competencia(6) ).
A modo de ejemplo, existe inactividad material
cuando un organismo de control debe iniciar un
sumario frente a una falta cometida por el
concesionario de un servicio público y no lo hace.
También existe inactividad material cuando obligado
un organismo público a la vacunación gratuita de
ciertos sectores de la población, no lleva adelante la
campaña.
Si bien frente a la inactividad material pueden los
administrados ejercer, según los casos, acciones por
responsabilidad del Estado(7) , suele requerirse que la
inactividad material sea convertida en inactividad
formal (teoría de la "reconversión procesal" (8) ). Ello
se lograría mediante una petición del administrado
frente a la inactividad material, seguida por la falta de
pronunciamiento de la Administración al respecto.
Dicho de otra forma, la Administración no sólo no
actúa ante la obligación de hacerlo sino que decide
ignorar tal circunstancia aun ante la presentación
formal que se lo advierte, guardando silencio
(inactividad formal).
La inactividad formal de la Administración es la que
se produce en el marco de un procedimiento
administrativo. Está dada por la falta de
pronunciamiento en un expediente o la ausencia de
respuesta a una petición formulada por un
administrado.
Por tal motivo la inactividad formal se encuentra
vinculada según Greco al derecho de petición(9) .
La posibilidad de peticionar ante las autoridades "no
se agota con el hecho de que el ciudadano pueda
pedir, sino que exige una respuesta. Frente al
derecho de petición se encuentra la obligación de
responder. Ello no significa que la Administración
debe pronunciarse en un sentido o en otro, sino tan
sólo que debe resolver"(10) .
La inactividad formal es también conocida como
silencio administrativo(11) .
A modo de ejemplo, existe inactividad formal
cuando vencido el plazo legal para que la
Administración resuelva un recurso administrativo,
ésta no se pronuncia en ningún sentido.
II. SILENCIO
Como una técnica de control de la inactividad
formal(12) se ha creado el instituto del silencio
administrativo, que consiste en otorgar a la omisión el
carácter de una aceptación o de una denegación de
la petición del particular.
Se trata de una ficción(13) mediante la cual el
ordenamiento jurídico le da a ese silencio un sentido
positivo o negativo.
La Administración no ha resuelto favorablemente
una petición determinada, tampoco la ha rechazado,
sencillamente no la ha resuelto en el tiempo
establecido. Frente a ello la norma le permite al
administrado considerar la existencia de una
aprobación o aceptación (en el caso del silencio
positivo) o una denegación o rechazo (en el caso del
silencio negativo).
No está de más destacar que al instituto del silencio
sólo puede acudir el administrado. Es él quien ante la
ausencia de pronunciamiento por parte de la
Administración puede darle a tal circunstancia el
sentido de una aceptación o rechazo (según lo
disponga la norma). Es el administrado quien
necesita este remedio(14) para no estar condenado a
la espera de un pronunciamiento que quizás nunca
ocurra.
La Administración no puede dar ningún sentido a su
silencio, ni positivo ni negativo, por una sencilla
razón: ella debe pronunciarse.(15) El mero transcurso
del plazo para emitir un acto administrativo por parte
de la Administración no puede ser invocado por ésta
para suponer un pronunciamiento suyo en algún
sentido(16) .
Es por lo expuesto que el silencio resulta siempre
una previsión a favor del administrado(17) .
En algunos supuestos, a los efectos de que quede
constituido, o dicho de otra forma, tenga efectos, el
"silencio positivo" o "el silencio negativo", se requiere
de una formalidad que advierta a la Administración
de las consecuencias de persistir en su inactividad.
Ello ocurre cuando es necesario interponer un pronto
despacho con carácter previo a poder considerar el
silencio con cualquiera de los sentidos. Tal es el caso
del art. 10 de la LNPA(18) .
Como ejemplo, si un administrado ha solicitado la
habilitación de un local comercial y la Administración
no resuelve el expediente en el plazo establecido en
la norma, para poder considerar el silencio negativo
(equivalente al rechazo) deberá interponer
previamente un pronto despacho y transcurrido luego
el plazo que establezca la misma norma, recién
entonces podrá considerar los efectos del silencio.
En otros supuestos no es necesaria la interposición
del pronto despacho. Tal es el caso en el
ordenamiento nacional para la vía recursiva. Si
interpuesto un recurso administrativo, la
Administración no lo resolviese en el plazo
establecido, podrá tenerse por operado el silencio
negativo sin necesidad de pronto despacho (arts. 87,
91 y 98 del RPA(19) ).
En cuanto al sentido negativo o positivo, en general
los distintos ordenamientos jurídicos optan por el
primero(20) .
Se sostiene que el sentido positivo puede resultar
peligroso en tanto supone tener por lícita una
actividad que no fue sometida a control real, como es
requerido.(21)
Sin perjuicio de que algunas normas particulares
adoptan el sentido positivo, el criterio general, en
nuestro país, de conformidad con el art. 10 de la
LNPA, es el silencio negativo, previéndose la
excepción para el caso de que justamente una norma
establezca lo contrario(22) .
Configurado el silencio, el primer efecto que se
produce es que el administrado no debe seguir
esperando un pronunciamiento de la Administración,
pero a partir de allí el ordenamiento le ofrece una
serie de alternativas:
a) continuar esperando un pronunciamiento
expreso, si así lo desea;
b) recurrir como si se hubiera pronunciado la
Administración(23) en el sentido que la norma otorgue
al silencio (el recurso administrativo que se podrá
interponer depende de las circunstancias del caso);
c) iniciar una acción de amparo por mora(24) ; o
d) para los casos que no se refieran a la resolución
de recursos, interponer la queja por defectos de
tramitación e incumplimiento de plazos(25) .
A modo de síntesis: la Administración tiene la
obligación de actuar y en los expedientes
administrativos de pronunciarse, si no lo hiciere
dentro de los plazos establecidos y a los efectos de
no obligar al administrado a quedarse inmóvil sin
respuesta a sus necesidades, los ordenamientos
jurídicos prevén la posibilidad de darle un sentido a
ese silencio, generalmente negativo o de rechazo,
salvo norma en contrario. Configurado el silencio, el
administrado puede continuar adelante con las
posibilidades que el ordenamiento jurídico le otorgue,
en cualquier caso con la opción de superar la
situación de parálisis impuesta por la Administración.
V. Conclusiones
I. INTRODUCCIÓN
El postulado del principio de legalidad exige que
toda la actividad de la Administración encuentre
fundamento en una norma jurídica. Toda aquella
actuación que cuente con sustento normativo será
considerada válida, mientras que, al contrario, la
actividad que no tenga antecedente en norma jurídica
alguna será irregular.
Las vías de hecho administrativas implican
comportamientos de la Administración que no tienen
base en una norma jurídica y, por lo tanto, son
ilegítimos, lesionando derechos o garantías
constitucionales de los administrados.
La expresión vía de hecho lleva implícita la idea de
actuación administrativa ausente de legalidad. Es lo
opuesto a vía de derecho, a lo que se hace conforme
a la ley, en sentido lato(1) .
II. ORIGEN
A las vías de hecho se les reconoce un origen
francés. Su nacimiento se lo vincula a elaboraciones
de tipo jurisprudencial y, especialmente, a la labor
llevada a cabo por el Tribunal de Conflictos y el
Consejo de Estado de Francia(2) .
Asimismo, la doctrina francesa consideró que tan
marcada resulta la violación al ordenamiento jurídico
que traían aparejadas las vías de hecho, que en ellas
se encontraban ausentes las prerrogativas de poder
público, propias del actuar típicamente administrativo,
así como las notas que de ordinario acompañan el
dictado de los actos administrativos. Advertían que
en las vías de hecho mediaba un notorio
apartamiento de la competencia que le había sido
asignada al órgano actuante.
Por otra parte, la jurisprudencia francesa entendía
que los casos que involucraran vías de hecho
administrativas debían ser juzgados por la justicia
ordinaria, y no por los tribunales administrativos. Es
decir que ante la presencia de una gravísima
irregularidad en la conducta de la Administración,
ésta perdía el privilegio de ser juzgada por sus
propios tribunales y podía ser llevada directamente
ante los estrados judiciales (3).
Es así, que los jueces administrativos, en Francia,
no eran proclives a dirigir órdenes contra la
Administración, producto de un resabio del antiguo
temor de los tribunales franceses a inmiscuirse en
asuntos propios de los cuerpos administrativos y a la
falta de medios jurídicos adecuados para combatir
actuaciones materiales ilegítimas de los funcionarios.
Por ello las controversias sobre tal materia eran
sometidas al conocimiento del juez civil, por lo que
los tribunales judiciales heredaron, a menudo
abusando de una interpretación demasiado liberal de
la teoría de la vía de hecho, litigios que, de otra
manera, naturalmente corresponderían a la
competencia de la justicia administrativa (4).
En Francia, el legislador revolucionario decidió
excluir al Poder Judicial del conocimiento del
denominado "contencioso administrativo". En tal
sentido, proclamó que las funciones judiciales son
diferentes y permanecerán siempre separadas de las
funciones administrativas. Los jueces no podrán, so
pena de forfaiture (infracción grave cometida por un
funcionario público), perturbar de ninguna manera las
actuaciones de los cuerpos administrativos, ni
emplazar ante ellos a los administradores por razón
de sus funciones.
A partir de ello se instauró la conocida expresión
"juzgar a la Administración es también administrar" y
el sistema francés evolucionó hacia la instauración
de una jurisdicción distinta a la ordinaria y
especializada en lo que se conoce como el
"contencioso administrativo" signada por la
destacada presencia del Consejo de Estado y los
tribunales administrativos.
Actualmente, la situación planteada en Francia ha
registrado una notable evolución a favor del control
que al juez administrativo le cabe efectuar respecto
de las vías de hecho; cabe tener en cuenta que la
distinción efectuada hasta aquí sólo se justifica en
relación con un régimen como el de ese país, el cual
se caracteriza por ser de doble justificación y que,
consecuentemente, ha tenido que deslindar los casos
que tramitan ante tribunales administrativos,
contencioso administrativo y los que lo hacen ante
los tribunales de justicia ordinarios.
En tal sentido, Fernando García Pullés sostiene
que, en nuestro país, uno de los efectos primordiales
de las vías de hecho es la paralización de la
jurisdicción contencioso administrativa, y el traslado
de la competencia a la jurisdicción común, pero
inmediatamente explica que dicha prédica resulta
más postulable para el derecho francés que para
nuestra organización jurídica, dado que en la materia
que nos ocupa la competencia de la justicia federal
en el control de la Administración y el conocimiento
más explícito del fuero contencioso administrativo en
este ámbito de la realidad, desaconseja la
transferencia establecida(5) .
En otro orden de ideas, las vías de hecho se
distinguen claramente de otras figuras o nociones. Se
diferencian del exceso de poder, ya que éste
constituye una violación del principio de legalidad con
referencia concreta al acto administrativo, carácter
éste que no reviste la vía de hecho. Se distingue del
abuso de poder en que ésta representa la violación
del principio de legalidad en cuanto revela una acción
antifuncional. Finalmente, se diferencia de la mera
ilegalidad, debido a que las vías de hecho faltan
ostensiblemente todo respeto al orden jurídico,
verbigracia, comportamiento del Poder Ejecutivo que
implique una grosera incompetencia funcional, una
violación al principio constitucional de separación de
los poderes de gobierno, por haber ejercido, por
ejemplo, atribuciones propias del Poder Legislativo o
del Poder Judicial. En cambio, en la mera ilegalidad
existe el respeto aparente a la legalidad, pero
afectado de vicios que, sin ser groseros y flagrantes,
obstan a la perfección del acto que, por tanto, resulta
nulo o anulable, mas en este último caso siempre se
tratará de un acto administrativo.
1. Artículo 9º de la LNPA
Por otra parte, el art. 9º de la ley 19.549, regula las
vías de hecho administrativas, a las que considera
configuradas en los siguientes casos:
a) Comportamientos materiales lesivos de derechos
o garantías constitucionales, y
b) Ejecución de actos estando pendiente algún
recurso administrativo de los que —en virtud de una
norma expresa— impliquen la suspensión de los
efectos ejecutorios de aquél, o que habiendo sido
resuelto no hubiese sido notificado.
La vía de hecho típica es la contemplada en el
inc. a), aunque la ley considera equiparable a ella los
supuestos enunciados en b).
La nota común es la irregularidad del
comportamiento material por falta de acto previo
(inc. a), suspensión de la autotutela ejecutiva (inc. b,
primera parte) o carencia de eficacia (inc. b, segunda
parte), situaciones a las que hay que agregar los
supuestos de no coincidencia entre el título jurídico y
la ejecución, y de indebida ejecución, por tratarse de
casos en los cuales ella requiere la intervención
judicial (art. 12 párr. 1º LNPA).
Juan Carlos Cassagne expresa que en el sistema
de la ley es evidente que la lesión que se configura
en estos casos debe implicar un ataque efectivo, un
comportamiento material y tangible, no bastando con
la lesión potencial o una amenaza de perjuicio.
Asimismo, Linares, clasifica las vías de hecho en
directas e indirectas. Las primeras no están
precedidas de acto administrativo previo, sea porque:
a) no es impuesto por la ley o b) de ser impuesto
legalmente, el acto no se dicta o, dictado, no se
notifica.
La vía de hecho indirecta es la que se da en los
siguientes supuestos: a) por ejecución de un acto
administrativo regular, pero que es manifiestamente
grosera por violatoria del acto o de la ley, b) la
ejecución de un acto regular pero suspendido en sus
efectos ministerio legis o por acto administrativo.
Se puede advertir que en las vías de hecho
indirectas no media un reproche respecto del acto
administrativo que dio pie a incorrecta actuación
material de la Administración. Al contrario, dicho acto
puede ser perfecto, legítimo y las irregularidades se
presentan exclusivamente al momento de su
ejecución.
De allí que quien se vea afectado no debe efectuar
una impugnación, a través de los recursos
administrativos pertinentes o de una acción judicial
anulatoria, respecto del acto administrativo, sino que
las críticas se dirigirán exclusivamente al actuar
material de la Administración, el cual, pese a
presentarse bajo el ropaje de una simple ejecución
de un acto previo, culmina por apartarse de lo
dispuesto en la citada decisión o por exceder las
posibilidades de ejecución que la ley le otorgaba.
La distinción entre las vías de hecho directas y las
indirectas, a sus efectos prácticos culminan
describiendo en sustancia comportamientos
administrativos carentes de sustento o apoyatura
jurídica suficiente, ya que en las indirectas o atípicas,
si bien existe un acto previo que aparentemente
brindaría dicho soporte, ello es desmentido cuando
se observa que su ejecución se acomete
contrariando los términos de la decisión
administrativa o las exigencias legales impuestas al
respecto.
Tanto las vías de hecho directas e indirectas han
sido contempladas en la Ley Nacional de
Procedimiento Administrativo 19.549, bajo un
régimen unitario, distinguiéndose claramente de los
supuestos en que se controvierte la nulidad de actos
administrativos.
2. Artículo 23, inc. d) de la LNPA
Desde el derecho procesal, atacar un
comportamiento administrativo configurativo de una
vía de hecho acarrea consecuencias importantes, ya
que el actor se encontrará exento de cumplir con el
conocido recaudo de agotar la vía administrativa, el
cual conserva vigencia e imperatividad en caso de
perseguirse la anulación de actos administrativos.
El art. 23 de la ley 19.549 sostiene que la nulidad
de los actos particulares puede ser efectuada cuando
fueren definitivos y se hubiere agotado respecto de
ellos la vía administrativa, o cuando se trate de actos
que pese a no ser definitivos, impidan totalmente la
tramitación de la petición interpuesta.
Asimismo, este artículo aborda dos supuestos que
se caracterizan justamente por la ausencia de actos
administrativos que deban ser atacados, uno es el
caso de silencio o ambigüedad y el restante el de las
vías de hecho, inc. d.
En definitiva, lo que se establece es que podrá
accederse a un juez cuando la Administración
incurriere en los comportamientos groseramente
ilegítimos.
Entonces, el administrado se ve afectado por una
situación material de la Administración desprovista de
cobertura jurídica suficiente y cuenta con la
posibilidad de acudir en forma directa ante la justicia
en busca del cese del comportamiento dañoso, que
genera la Administración.
Las vías de hecho administrativas colocan al
administrado frente a situaciones que exigen
respuestas rápidas del órgano judicial, ya que, en
caso contrario, el agravio que generan podría devenir
irreparable, por lo que, en este contexto, la necesidad
de agotar la vía administrativa se convertiría en una
exigencia irrazonable.
Es lógico que no medien exigencias vinculadas al
agotamiento de la vía, ya que en estos casos no
existe una declaración de la voluntad administrativa,
acto administrativo, que justifique ser revisada a
través de la interposición de los recursos
administrativos que conduzcan a la máxima autoridad
con competencia resolutoria final, sino que
simplemente el administrado se ve afectado por una
actuación material de la Administración desprovista
de cobertura jurídica suficiente y, cuenta con la
posibilidad de acudir en forma directa ante la Justicia
en busca del cese de tal comportamiento dañoso.
Asimismo, Roberto Luqui ha expresado que por ser
las vías de hecho administrativas procedimientos de
ejecución sin sustento normativo, la ley no prevé
ningún tipo de reclamación previa ni de agotamiento
de instancias administrativas. La acción se puede
interponer ante el juez competente directa o
inmediatamente después de advertido el
comportamiento causante del agravio.
Parece lógico, ya que no se trata de actos
administrativos, sino de comportamientos fuera de la
ley ejecutados por funcionarios administrativos. Si se
exigiera a los agraviados recurrir previamente ante el
órgano superior y seguir todas las instancias
administrativas, los remedios jurisdiccionales serían
tardíos(10) .
V. CONCLUSIONES
Podemos decir que las vías de hecho
administrativas implican comportamientos materiales
de la Administración pública que violan en forma
flagrante el principio de juridicidad, provocando
groseras violaciones a los derechos y garantías
constitucionales de los administrados.
Asimismo, la Administración pública es responsable
por las vías de hecho(14) , tal responsabilidad surge
debido a que la Administración pública le procuró al
autor de la vía de hecho administrativa los medios
para cometerla, medios que consisten en una
presunción de competencia que, a través de una
apariencia de poder, permite cometer actos ilícitos.
La vía de hecho administrativa encuadra dentro de
un conjunto de garantías otorgadas para lograr la
interdicción del obrar ilegítimo y el respeto al principio
de legalidad, es decir que con tal comportamiento
irregular se vulnera este principio basilar del derecho
administrativo(15) .
De modo tal que, en la actualidad, el concepto de
vía de hecho administrativa comprende todos los
casos en que la Administración pública pasa a la
acción sin haber adoptado previamente una decisión
que le sirva de fundamento jurídico y aquellos otros
en los que en el cumplimiento de una actividad
material de ejecución comete una irregularidad
grosera en perjuicio del derecho de propiedad o de
una libertad pública(16) .
Asimismo, el art. 9º de la LNPA impone a la
Administración un deber de abstención genérico
respecto de comportamientos materiales que
importen vías de hecho lesivas de un derecho o
garantía constitucional, particularizando dicha
prohibición en relación con la ejecución de actos
administrativos cuando estén pendientes recursos
administrativos de los que, en virtud de norma
expresa, impliquen la suspensión de los efectos
ejecutorios de aquél o que, habiéndose resuelto, no
hubieran aún sido notificados.
Conforme al art. 23, inc. d), de la LNPA, la
circunstancia de atacarse la vía de hecho provoca
que el afectado se encuentre exento de cumplir con
el conocido recaudo de agotar la vía administrativa,
el cual, en cambio, actualmente conserva vigencia e
imperatividad en caso de perseguirse la anulación de
un acto administrativo.
Según el art. 25, inc. d) de la LNPA, la demanda
contra una vía de hecho debe interponerse dentro del
plazo de caducidad que prevé, el cual es de noventa
días hábiles judiciales, computables desde que el
comportamiento dañoso fuere conocido por el
afectado.
Es así que la circunstancia de cuestionar una vía de
hecho administrativa genera la necesidad de imprimir
al proceso judicial un trámite expeditivo que, en su
caso, pueda conducir de manera eficaz el cese del
comportami ento dañoso. En virtud de ello, en el
orden nacional se postula la aplicación del proceso
sumarísimo previsto en el art. 496 del CPCCN, o la
acción de amparo regulada en la ley 16.986.
Finalmente, podemos decir que, producto de la
completa ausencia de actos administrativos o la
evidente ausencia de soporte jurídico al actuar
administrativo, nos sitúa en el campo de las
ilegalidades de tipo manifiesto y, consecuentemente,
ante la impostergable necesidad de brindar
protección a los derechos en juego, así como
resguardar la eficacia de una eventual sentencia final
favorable al afectado.
I. INTRODUCCIÓN
El desarrollo de la noción de acto administrativo ha
tenido un impacto decisivo en la evolución y
comprensión del derecho administrativo, análogo al
que ha presentado la construcción de la teoría del
acto jurídico en el derecho privado (1) . Tanto es lo que
se ha debatido en torno al concepto de acto
administrativo y las consecuencias que de él se
derivan(2) , que algunos autores han llegado a ver en
él —con una saludable dosis de humor— cierta
relación con una maldición bíblica(3) .
Apartándose de otros ordenamientos jurídicos como
la ley federal de procedimiento alemana(4) , la
legislación federal argentina ha optado —al igual que
ordenamientos como el español— por no definir al
acto administrativo(5) . Si bien ella se ocupa de su
régimen jurídico (caracteres, elementos, vicios,
nulidades, etc.), los que serán tratados en detalle a lo
largo de esta obra, la delimitación de su concepto ha
correspondido predominantemente a la doctrina y
jurisprudencia, influyendo decisivamente en la
determinación del orden jurídico fijado en la
legislación.
VI. Extinción
II. DEFINICIÓN
No resulta necesario a los fines indicados
precedentemente ingresar en una farragosa
discusión acerca del concepto de acto administrativo.
Basta con señalar que, para el caso, denominaremos
como tal a toda declaración de un órgano del
Estado(1) emitida en ejercicio de una función
administrativa, productora de efectos jurídicos
directos respecto de terceros.
Lo que sí resulta importante es establecer una
distinción respecto de los denominados hechos
administrativos, que son comportamientos materiales
u operaciones que traducen el ejercicio de una
actividad física de los órganos administrativos(2) .
Tal diferenciación trae aparejadas consecuencias
jurídicas relevantes. Así, por ejemplo, cierta doctrina
destaca que, según la Corte Suprema de Justicia de
la Nación, las limitaciones contenidas en el art. 17 de
la LNPA no se aplican a los hechos
administrativos(3) .
Por otra parte, de la definición esbozada se
desprende que el acto administrativo, para ser tal,
debe ocasionar efectos jurídicos directos, razón por
la cual debe predicarse que quedan excluidos de
dicha categoría los actos preparatorios(4) .
También se hace mención en la conceptualización
propuesta a la circunstancia de que los efectos
jurídicos del acto administrativo deben producirse con
relación a terceros. Ello descarta considerar que son
actos de ese carácter los que, aun produciendo
efectos jurídicos, se agotan en el ámbito interno de la
Administración (relaciones interorgánicas) o no
exceden la esfera interadministrativa (es decir, se
dan entre sujetos pertenecientes a la misma esfera
de gobierno(5) ).
Debe tenerse presente que se consideran actos
administrativos aquellos que establezcan
vinculaciones entre personas públicas estatales
pertenecientes a distintas esferas del poder
constitucional (por ejemplo, entre una provincia y el
Estado nacional)(6) .
III. ELEMENTOS
Al igual que ocurre en otros campos del derecho,
debe tenerse presente que lo relativo a la
configuración de los elementos del acto
administrativo se ha ido enriqueciendo de la labor de
los tribunales(7) . Sin embargo, debe aclararse que el
examen de esta jurisprudencia permite observar que
los tribunales han realizado un estudio conjunto de
aquéllos con sus vicios (8). Es decir, puede afirmarse
que existe una vinculación sistemática entre los
elementos esenciales del acto administrativo y el
régimen de invalidez (9) y (10) , por la cual ésta será la
consecuencia atribuida por el ordenamiento al acto
administrativo que presente vicios en todos o en
algunos de sus elementos esenciales(11) .
Aclarado ello, haremos referencia a antecedentes
en los que la Corte Suprema, al examinar la
existencia de algún vicio, se ha referido a los
elementos del acto administrativo.
1. Competencia
El Alto Tribunal ha sostenido que la competencia,
en el sentido de jurisdicción, es un elemento esencial
en el acto administrativo, tanto como su equivalente
la capacidad lo es en el derecho privado(12) . Por otra
parte, en un caso donde se discutía acerca de la
posibilidad de aplicar una ley de prescindibilidad en
razón de su vigencia temporal(13) , señaló que cuando
el órgano de la Administración ejercita una atribución
determinada es preciso que cuente con la aptitud
legal para llevarla a cabo, puesto que ello hace a su
propia competencia, elemento que reviste el carácter
de esencial en todo acto administrativo(14) .
Asimismo, en un caso en el que se cuestionaba la
invalidez de una delegación por la falta de
publicación adecuada, la Corte manifestó que, en el
mejor de los casos, tal "vicio" conllevaría a que el
acto atacado fuese nulo por incompetencia del
órgano en razón del grado, lo cual traería consigo
una nulidad relativa, susceptible de saneamiento por
la vía de la ratificación(15) .
2. Causa
En el precedente "Hochbaum"(16) la Corte Sup.
avaló la decisión de la UBA que había anulado un
título universitario que se había conseguido
fraguando un acta de examen por considerar que
faltaba un "presupuesto de hecho" para que
procediera la obtenció n del título.
En la causa "Pustelnik"(17) , ante una decisión en la
que se había revocado un permiso de obra por
razones de ilegitimidad, el Alto Tribunal entendió que
la verdadera causa estaba constituida por razones de
oportunidad, mérito o conveniencia.
También ha intervenido la Corte en conflictos
suscitados en temas de empleo público, dirimiendo
controversias relativas a la configuración o no de
determinadas causales que darían lugar a la
remoción de funcionarios públicos. En particular,
debe destacarse que en autos "Sola"(18) se entendió
que había un vicio grave en la causa si estaba
prevista como causal de remoción la "mala conducta"
de los fiscales adjuntos de la Fiscalía Nacional de
Investigaciones Administrativas y del sumario
administrativo se desprendía que no se había
constatado ninguna irregularidad.
3. Objeto
En general, la Corte no ha hecho referencia al "vicio
en el objeto", sino que acude a fórmulas
omnicomprensivas como, por ejemplo, existencia de
"error en la apreciación del derecho o de la prueba".
En la causa "Bárcena" (19), declaró la nulidad de un
acto por el que se había otorgado una pensión
correspondiente al grado de contraalmirante a los
herederos de un capitán de navío de la Marina (20). En
este caso, no se configuraba un supuesto de vicio en
la causa puesto que ninguna de las circunstancias de
hecho eran falsas, sino que había un error en el
dictado del acto. No es que no se podía otorgar la
pensión, el problema radicaba en que había que
otorgarla en un grado menor (21).
Un supuesto particular de vicio vinculado al objeto
puede estar dado por la violación al principio de
igualdad ante la ley. Del voto de la minoría en la
causa "Emisiones Platenses S.A." (22), puede
desprenderse que existe una clara obligación
constitucional de mantener la igualdad y la falta de
una adecuada justificación al apartarse del principio
señalado podría configura un claro vicio en el objeto
del acto (23).
4. Debido proceso
Según el Alto Tribunal las omisiones ocurridas en la
tramitación administrativa pueden ser salvadas en la
instancia judicial, doctrina que se complementa con
la inexistencia de violación del art. 18 de la
Constitución Nacional si el recurrente no indica las
defensas o pruebas de que se ha visto privado a
consecuencia del trámite impreso a la causa (24).
También señaló que la naturaleza de la potestad
disciplinaria exige que las sanciones de mayor
gravedad sean aplicadas sobre la base del respeto a
los principios del debido proceso, para lo cual es
menester contar con una adecuada oportunidad de
audiencia y prueba, extremos que no satisface el
exiguo plazo de 24 horas acordado al recurrente,
toda vez que no es dable pensar que éste puede
preparar en ese término el descargo y el ofrecimiento
de las pruebas de que intente valerse (25).
6. Motivación
La Corte Sup. se ha referido a este elemento a
través de distintas acepciones. Así, por ejemplo,
podemos encontrarlo como "expresión de la
causa"(28) , "explícita enunciación de las razones"(29) ,
"descripción detallada de los antecedentes del
caso"(30) , etc.(31) .
Sobre el punto se ha considerado que la motivación
tiene una función explicitadora del elemento
"finalidad"(32) .
En cuanto a la ubicación de este elemento en el
cuerpo del acto administrativo, si bien es cierto que
en numerosos precedentes se lo ha identificado en
los considerando del acto, también se reconoció la
posibilidad de inferirlo de la exposición de motivos o
del "visto" de la decisión(33) .
Aisladamente se ha admitido la motivación fuera del
acto administrativo. Es decir, presente en otras
actuaciones anteriores a su dictado (esto se ha
denominado motivación in aliunde ) (34).
Por último, merece ser destacado el hecho de que
en alguna oportunidad se aceptó que la motivación
fuese "genérica"(35) y que no existe un criterio general
para evaluar la motivación de los actos, variando su
configuración según el caso concreto y el tipo de acto
en cuestión(36) .
Por otra parte, en supuestos donde se había
dispuesto el cese de determinados funcionarios en
los cargos de conducción que ostentaban, se señaló
que toda vez que la normativa vigente establecía la
estabilidad de los agentes en el grupo o categoría de
revista alcanzado —y no en el ejercicio de funciones
de conducción— configuraba un ritualismo
descalificante de la norma en cuestión el hecho de
exigir al órgano emisor del acto (en el caso, un
intendente) su expresa motivación como requisito de
validez en función de lo dispuesto en el art. 7º, inc. e)
de la ley 19.549(37) .
En un sentido similar, el Tribunal adoptó como
criterio que la mera referencia a "razones de servicio"
no importaba contradecir la necesidad de
fundamentación impuesta por los arts. 1º, inc. f),
apart. 3º y 7º, inc. e) de la ley 19.549(38) .
7. Finalidad
La Corte Sup. ha reconocido la naturaleza
eminentemente subjetiva del vicio de desviación de
poder, en cuanto ésta remite a la voluntad de un
agente o funcionario(39) .
En ese orden de ideas es que ha controlado que el
ejercicio de las competencias legalmente atribuidas
se ajusten a los fines que la justifican(40) .
Junto a las situaciones que surgen de la
persecución de fines distintos a los legalmente
establecidos, se encuentran aquellas en los cuales la
atribución legal —sin ser contraria a los fines
específicos— es ejercida sin proporcionalidad. Al
respecto, la adecuación y proporción del acto al fin
aparece exigida expresamente por el Alto tribunal en
cuestiones vinculadas con acciones de habeas
hábeas y sanciones administrativas(41) .
Un supuesto particular esta dado por el trato
desigual a los ciudadanos sin que existan razones de
interés general que lo justifiquen. En este sentido,
puede citarse la disidencia de los Dres. Fayt,
Petracchi y Bossert en "Emisiones Platenses"(42) en el
que se estableció que las normas de rango
constitucional imponían a la Administración el trato
igualitario razón por la cual, para apartarse de dicho
criterio, ella debía haber motivado adecuadamente su
decisión. Ante la ausencia de la referida motivación,
no era necesaria la prueba concreta de una intención
ilícita y de la desviación de poder.
IV. CARACTERES
El acto administrativo es una expresión de la
voluntad estatal que se integra en el ordenamiento
jurídico y cuenta con las características otorgadas
por el art. 12 de la ley 19.549: presunción de
legitimidad y fuerza ejecutoria, sin perjuicio de la
posibilidad cierta de su revisión judicial(43) .
1. Presunción de legitimidad
Sobre esta cuestión el Alto Tribunal ha sostenido
que los actos administrativos tienen a su favor la
presunción de constituir el ejercicio legítimo de la
autoridad administrativa y, por consiguiente, toda
invocación de nulidad contra ellos debe ser
necesariamente alegada y probada en juicio(44) .
También destacó que la presunción de legalidad de
los actos administrativos, que es garantía de
seguridad y estabilidad, sólo cede cuando la decisión
adolece de vicios formales o substanciales o ha sido
dictada sobre la base de presupuestos fácticos
manifiestamente irregulares, reconocidos o
fehacientemente comprobados(45) .
En este mismo orden de ideas, en uno de sus más
trascendentes precedentes en la materia destacó que
los actos administrativos, como actos de autoridad
emanados del Poder Ejecutivo tienen a su favor la
presunción de constituir el ejercicio legítimo de la
actividad administrativa; su nulidad no puede ser
declarada de oficio por los jueces y sólo puede ser
pedida por las personas afectadas(46) .
2. Ejecutoriedad
Con respecto a esta característica, el Alto Tribunal
destacó que la posibilidad de ulterior discusión
judicial respecto de actos administrativos no obsta a
la ejecutoriedad que debe reconocérseles(47) y que la
suspensión de sus efectos debe ser ordenada sólo
después de un examen que permita concluir que
existe, prima facie , verosimilitud en los derechos
esgrimidos por quien recurre una decisión
administrativa(48) .
La presunción de validez que debe reconocerse a
los actos de las autoridades constituidas obliga en
procesos precautorios a una severa apreciación de
las circunstancias del caso y a una actuación con
suma prudencia por parte de la Corte que, sin
resignar su función de custodio de la Constitución
Nacional, evite que medidas de esa índole
comprometan la actuación de los poderes
públicos(49) .
V. INVALIDEZ
Como cuestiones generales relativas al régimen de
invalidez del acto administrativo no puede dejar de
señalarse que la Corte Sup. ha establecido directivas
sobre ciertos temas trascendentales, que merecen
una especial mención.
Entre ellas pueden citarse las atinentes a la
aplicación analógica del derecho civil(50) , a la
constitucionalidad del plazo de caducidad para
demandar al Estado(51) y a la improcedencia de la
declaración de la invalidez de oficio(52) . Todos estos
aspectos han sido particularmente desarrollados en
los capítulos pertinentes de esta obra, lo que nos
exime de un examen más detallado.
Sin perjuicio de ello, es dable destacar que el
Máximo Tribunal precisó que la invalidez manifiesta
de los actos cuya ilegitimidad aparece patente en
ellos sin que sea necesario investigar vicio oculto
alguno, constituye un concepto general del orden
público, que sólo requiere una declaración judicial o
administrativa a su respecto, a diferencia de la
invalidez oculta, que requiere el enjuiciamiento previo
para que se torne visible(53) .
El acto administrativo que incurre manifiestamente
en un grave error de derecho que supera lo
meramente opinable en materia de interpretación de
la ley, no ostenta apariencia de validez o legitimidad
y debe calificarse como acto inválido por la gravedad
y evidencia de vicio que contiene. En cambio, el acto
administrativo regular, aun cuando traiga aparejado
vicios de ilegitimidad, ostenta cierto grado de
legalidad que lo hace estable y produce presunción
de legitimidad; la Administración no puede revocarlo
por sí y ante sí, sino que tiene que demandar
judicialmente al efecto o revocar el acto por razones
de oportunidad, mérito o conveniencia(54) .
VI. EXTINCIÓN
La facultad revocatoria de la Administración
encuentra suficiente justificación en la necesidad de
restablecer sin dilaciones el imperio de la juridicidad,
comprometida por la existencia de un acto afectado
de nulidad absoluta y que, por esa razón, carece de
la estabilidad propia de los actos regulares y no
puede generar válidamente derechos subjetivos de
los particulares frente al orden público interesado en
la vigencia de la legalidad(55) .
La limitación impuesta por el art. 17 in fine de la ley
19.549 en cuanto constituye una excepción a la
potestad revocatoria de la Administración,
establecida como principio general en la primera
parte de su texto, debe ser interpretada con carácter
estricto toda vez que su aplicación acarrea la
subsistencia en el mundo jurídico de un acto viciado
de nulidad absoluta hasta tanto se produzca la
declaración judicial pertinente (56).
En este entendimiento, la Corte sostuvo que la
Administración pudo válidamente revocar por
razones de ilegitimidad el acto administrativo por el
cual se otorgó una pensión militar, pues si bien el
acto se hallaba firme y consentido, los derechos
subjetivos que eventualmente hubiese generado no
se estaban cumpliendo al momento de su
revocación(57) .
De singular trascendencia resulta a nuestro
entender lo decidido por el Tribunal en la causa
"Almagro"(58) donde sostuvo que una interpretación
armónica de los arts. 17 y 18 de la LNPA conducía a
sostener que las excepciones a las reglas de
estabilidad en sede administrativa del acto regular
previstas en el art. 18 —entre ellas, el conocimiento
del vicio por el interesado— son igualmente
aplicables al supuesto contemplado en el art. 17 pues
una interpretación contraria implicaba que el acto
irregular gozaba de mayor estabilidad que el
regular(59) .
Recientemente, el Alto Tribunal ha reafirmado los
criterios expuestos anteriormente. Así, en la causa
"Astilleros Mestrina S.A." refirió que, como lo había
sostenido en oportunidades anteriores , "...el art. 17
de la ley 19.549 establece expresamente la
obligación de la Administración pública de revocar en
sede administrativa sus actos irregulares, salvo que
el acto se encontrara firme y consentido y hubiere
generado derechos subjetivos que se estén
cumpliendo, supuesto en el cual sólo se podrá
impedir su subsistencia y la de sus efectos aún
pendientes mediante declaración judicial de
nulidad..."(60) .
Más allá de reafirmar las concepciones expresadas
con anterioridad, lo que merece destacarse es que
en este fallo se consideró que no se configuraba la
excepción a la potestad revocatoria establecida como
principio general en el art. 17 de la ley 19.549 —esto
es, que hubiera derechos subjetivos en vías de
cumplimiento— aun cuando la actora había suscripto
un requerimiento de pago en títulos de deuda de
conformidad con una disposición —posteriormente
revocada— que autorizaba el pago de una suma
adeudada. Entendió, al respecto, que esa conducta
sólo había significado un paso en el procedimiento de
cobro pero que en modo alguno resultaba suficiente
para tener por consolidada una situación patrimonial
a su favor.
Finalmente, y en cuanto a la revocación del acto
regular, cabe señalar que, ante la claridad de la
disposición contenida en el art. 18 de la Ley de
Procedimientos Administrativos, que predica la
estabilidad del acto administrativo regular y establece
las excepciones a ella, la jurisprudencia se ha
detenido en la interpretación de las circunstancias
que eventualmente rodean a la revocación. Al
respecto, uno de los temas más discutidos y que más
vaivenes ha presentado ha sido el relacionado con
los alcances que corresponde asignar a la
indemnización de los daños y perjuicios que genera
la revocación por razones de oportunidad, mérito o
conveniencia.
En este sentido, puede señalarse que si bien desde
el precedente de Fallos 312:659 ("Motor Once") la
Corte Sup. se inclinó por un concepto acotado de la
indemnización (es decir, excluyendo a lucro cesante)
(61)
, este criterio parece haber sido abandonado por
el Tribunal que, en su actual integración, ha
destacado que no hay, en principio, fundamento para
limitar al daño emergente la obligación de resarcir del
Estado, excluyendo al lucro cesante(62) .
VII. EPÍLOGO
El rápido repaso de distintos precedentes de la
Corte Sup. demuestra la injerencia que la labor del
Tribunal ha tenido en la formación de la teoría del
acto administrativo. Es de hacer notar que, más allá
de contar con una normativa aplicable a la materia
hace ya cuarenta años(63) , que haría suponer que
nos encontramos frente a una situación consolidada,
las novedades que surgen de los casos que se
presentan siguen enriqueciéndola. Y esa sea, tal vez,
la mejor justificación para realizar un trabajo de esta
índole.
Capítulo 11 - EL ACTO ADMINISTRATIVO Y LA FUNCIÓN MATERIALMENTE ADMINISTRATIVA
I. INTRODUCCIÓN
Las distintas funciones que desempeñan los
órganos del Estado pueden clasificarse, desde un
punto de vista material, en administrativa, legislativa
y jurisdiccional. Las tres funciones deben perseguir,
primordialmente, la realización del bien común, ya
sea en forma inmediata o mediata.
Según la actual concepción de la doctrina de la
separación de poderes, cada uno de los órganos
entre los que se distribuye el poder estatal tiene
asignada, como competencia predominante, una de
las funciones señaladas, sin que ello obste al
ejercicio de funciones materialmente distintas(1) .
En efecto, y en lo que aquí interesa, cada uno de
los poderes del Estado, además de cumplir la función
específica que la Constitución le ha asignado, realiza
actividades materialmente administrativas que
resultan necesarias para el desarrollo de su actividad
principal.
V. LA FUNCIÓN ADMINISTRATIVA
DESEMPEÑADA POR EL PODER JUDICIAL
Las funciones administrativas que cumplen los
tribunales judiciales surgen de nuestro ordenamiento
jurídico. Así, en el art. 113 de la Constitución
Nacional se atribuye a la Corte Sup. la facultad de
dictarse su reglamento interno y económico y de
nombrar empleados. Lo mismo ocurre en las
Constituciones provinciales respecto de los tribunales
superiores provinciales, que tienen facultades de
superintendencia sobre los órganos inferiores.
También ejercen función administrativa los
tribunales inferiores, p. ej., las Cámaras de
Apelaciones al ejercer funciones relacionadas con la
organización interna, la designación y remoción del
personal, la gestión de medios materiales y
económicos, y mediante el ejercicio de potestades
disciplinarias sobre sus dependientes. Algunas veces
esas funciones son ejercidas por delegación del
tribunal superior.
Con relación al Consejo de la Magistratura, si bien
algunos autores lo han considerado un órgano extra
poder, luego de la sanción de las leyes 24.937 y
24.939 prevalece en la doctrina la opinión de que ese
órgano integra el Poder Judicial. Sus funciones son
seleccionar a los jueces mediante concurso público;
elevar una propuesta o terna al órgano ejecutivo, en
su caso; ejercer facultades disciplinarias sobre los
magistrados; administrar los recursos y ejecutar el
presupuesto que la ley asigne a la administración de
justicia, y dictar los reglamentos relacionados con la
organización judicial y todos aquellos que sean
necesarios para asegurar la independencia de los
jueces y la eficaz prestación del servicio de justicia.
Al respecto, Petrella señaló que, tomando la
categorización que efectúa Agustín Gordillo de las
funciones según el régimen jurídico que las informa,
la actividad cumplida por el Consejo de la
Magistratura es materialmente administrativa y se
encuentra regida por el derecho administrativo, pues,
si bien integra el Poder Judicial, no ejerce la función
propia de éste, que es dirimir controversias entre
partes con intereses contrapuestos mediante los
procedimientos establecidos(15) .
X. LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE
SUPREMA DE JUSTICIA DE LA NACIÓN
XII. CONCLUSIONES
Cada uno de los órganos superiores del Estado,
además de cumplir la función específica que la
Constitución le ha asignado, desempeña función
materialmente administrativa, la que en definitiva
complementa el desarrollo de su actividad principal.
Los postulados del Estado de derecho, la garantía
del control judicial suficiente y la consagración
constitucional de la tutela judicial efectiva impiden
que la actividad administrativa de los órganos
estatales pueda quedar exenta del control judicial.
La Corte Sup. no admitía el control de los actos
administrativos dictados por ella y por otros tribunales
nacionales, aduciendo para ello su jerarquía de
máximo tribunal federal.
Esa doctrina fue modificada gradualmente, y
actualmente el Alto Tribunal entiende que los actos
que dicta en ejercicio de función administrativa son
revisables judicialmente en las mismas condiciones
que puede serlo cualquier acto de autoridad pública.
V. Consideraciones finales
I. INTRODUCCIÓN
La identificación de las distintas categorías jurídicas
de la actuación administrativa ha suscitado
numerosos embates por parte de la doctrina. En el
presente trabajo nos ocuparemos de distinguir los
conceptos de acto administrativo, reglamento y acto
administrativo de alcance general de contenido no
normativo. En primer lugar, identificaremos los
puntos de conflicto, aquellos aspectos que
representan una dificultad a la hora de diferenciar
cada categoría, seguidamente nos ocuparemos de su
regulación en la Ley Nacional de Procedimientos
Administrativos (en adelante LNPA), posteriormente
analizaremos distintas opiniones doctrinarias, y
finalizaremos sentando nuestra opinión al respecto.
Partimos de la siguiente base: nuestra LNPA no
contiene una definición legal ni de acto administrativo
ni de reglamento. En efecto, la construcción de
ambos conceptos ha sido producto de la doctrina(1) .
Como corolario tenemos que, si bien existe acuerdo
—más o menos— generalizado respecto de qué se
entiende por acto administrativo, lo cierto es que
existen ciertos puntos donde la opinión se encuentra
dividida.
No se discute que el concepto de acto
administrativo comprende declaraciones de alcance
particular; tampoco se cuestiona que cuando
hablamos de reglamentos nos referimos a
declaraciones de alcance general. El debate en
esencia, se centra en determinar si estamos
hablando de dos categorías jurídicas independientes,
o bien si existe entre las mismas una relación de
género-especie. En otras palabras, si debemos incluir
dentro del concepto de acto administrativo a las
declaraciones particulares e inclusive a las
generales.
A su vez, no puede desconocerse que la
Administración pública emite otra clase de
declaraciones de alcance general que no tienen por
objeto regular conductas en términos abstractos e
impersonales, y que sin embargo comparten con los
reglamentos la generalidad y la indeterminación de
sus destinatarios.
En consecuencia, corresponde precisar la relación
que existe entre este tipo de declaraciones
(generales pero de alcance no normativo) respecto
de los actos administrativos y respecto de los
reglamentos.
Finalmente, advertimos que nuestra búsqueda no
se reduce a una simple cuestión terminológica, la
misma reviste una importancia radical(2) , puesto que
la identificación de las distintas categorías trae
efectos concretos, especialmente respecto del
régimen jurídico aplicable.
Ahora bien, como se dijo, identificamos tres puntos
de conflicto a la hora de distinguir entre los conceptos
de acto administrativo, reglamento y acto
administrativo de alcance general de contenido no
normativo:
Primero: Verificar si el concepto de acto
administrativo abarca el de acto de alcance general,
o si este último es una categoría autónoma.
Segundo: Determinar si cuando hablamos de actos
de alcance general nos referimos necesariamente a
los actos de contenido normativo, reconocidos como
reglamentos, o bien podemos admitir la existencia de
actos de alcance general de contenido no normativo.
Tercero: Asumiendo la existencia de actos
generales no normativos, advertir si éstos deben
incluirse en la noción de acto administrativo, o en el
concepto de reglamento.
Teniendo en cuenta lo expuesto y el análisis que se
realizará a continuación, adelantamos que, a nuestro
entender, el concepto de acto administrativo
comprende aquellas declaraciones unilaterales
emitidas por la Administración pública que generan
efectos jurídicos directos con relación a los
administrados destinatarios del acto, caracterizados
por resultar aplicativos del ordenamiento jurídico, y
no innovadores del mismo, y que tiene dos especies:
el acto administrativo de alcance particular y el acto
administrativo de alcance general, cuyo criterio de
distinción radica en la generalidad de sus
destinatarios.
Y que, por el contrario, identificamos como
reglamentos a la manifestación de voluntad de
órganos administrativos, creadora de estatus
generales, impersonales y objetivos (3), cuya
característica es que se integran al ordenamiento
jurídico, pasando a formar parte de éste.
En consecuencia, reservamos en nombre de
"reglamento" para aquellas declaraciones que
innovan el ordenamiento, y el de "acto administrativo"
(sea particular o general) para las que aplican el
ordenamiento a un supuesto dado o por dicho
ordenamiento previsto (4). Se trata de dos categorías
jurídicas diferentes, con un régimen diferenciado para
una y otra.
1. La regulación en la LNPA
En el plexo normativo constituido por la LNPA y su
decreto reglamentario se regula el régimen jurídico
del acto administrativo (v.gr. elementos arts. 7º y 8º,
caracteres art. 12, vicios y nulidades arts. 14, 15 y
16, extinción arts. 17, 18, 21)(16) .
Respecto de la inclusión de actos generales en el
concepto de acto administrativo, la ley y su
reglamentación parecen haberse volcado, al menos
en la literalidad de sus términos, por el criterio
amplio, comprendiendo en su ámbito no sólo a los
actos individuales sino también los generales (v.gr.,
arts. 11, 24 y 25 de la LNPA y 73, 75, 83 y 103 del
reglamento)(17)(18) .
Ello no ha obstado, sin embargo, para que en estas
disposiciones se instrumente un régimen diferenciado
para cada categoría, en materia, por ejemplo, de
publicidad, extinción e impugnación judicial(19) .
Así, las particularidades del régimen establecido
para los actos generales(20) , determina su carácter
normativo. En efecto, cuando la LNPA se refiere al
acto de alcance general, debe entenderse como
"reglamento", con un contenido, como se dijo,
normativo o reglamentario.
En otras palabras, de los términos de la LNPA
surge que el reglamento (al que llama "acto de
alcance general") es una especie del género "acto
administrativo". Es decir, cuando la ley hace mención
a "acto de alcance particular" regula el acto
administrativo singular, y cuando se refiere al "acto
de alcance general" se refiere al reglamento.
2. La opinión de la doctrina
Tratándose de distinguir acto administrativo de
reglamento la opinión de la doctrina se encuentra
claramente dividida. En líneas generales
encontramos dos posturas opuestas:
Postura amplia: Adoptada por quienes incluyen
dentro de la definición de acto administrativo a las
declaraciones particulares y a las generales. En este
sentido, Marienhoff destaca que los reglamentos
cuya emisión resulta una atribución jurídica propia del
Poder Ejecutivo (21)pueden ser considerados actos
administrativos generales (22).
Postura restrictiva: Acogida por aquellos que
restringen la noción de acto administrativo
exclusivamente a las declaraciones particulares,
excluyendo las generales. Cassagne reserva el
concepto de acto administrativo para aquellos actos
concretos y singulares (23), dejando a fuera de esta
categoría los reglamentos, los cuales —entiende—
constituyen una expresión de la función o actividad
legislativa que realiza la Administración pública, los
cuales —destaca— poseen un peculiar régimen
jurídico, semejante al de las leyes (24) y (25). Gordillo
estima que el acto administrativo es una declaración
de carácter individual, no general, y, por lo tanto, los
reglamentos no son actos administrativos. Ello es así,
sostiene, por cuanto los reglamentos tienen un
régimen jurídico especial dentro del género de los
actos de la función administrativa (26).
Incluimos en esta última postura a lo españoles
García de Enterría y Fernández, quienes de igual
manera identifican al reglamento como categoría
autónoma, diferenciándola del acto administrativo,
pero entienden que la correlación singular-general
como expresión de distinción de acto administrativo-
reglamento resulta insuficiente. Así, sostienen que la
principal distinción entre el reglamento y el acto es
que aquél forma parte del ordenamiento jurídico, en
tanto que el acto es producido en el seno del
ordenamiento y por éste previsto como una simple
aplicación del mismo. El reglamento innova el
ordenamiento, en cambio el acto administrativo aplica
el ordenamiento a un supuesto dado o por dicho
ordenamiento previsto(27) .
En efecto, se entiende que mientras que el
reglamento traduce una actividad normativa que
produce una innovación en el ordenamiento, el acto
administrativo en cambio implica el ejercicio de la
función o potestad administrativa mediante la
concreción de una o varias normas. En definitiva, el
acto adm inistrativo se consume con su dictado y
cumplimiento, sin perjuicio de que pueda servir de
antecedente para actos complementarios que se
ejecuten a posteriori , a diferencia del reglamento
que tiene por función permanecer hasta tanto sea
derogado (28).
La situación en que se encuentra el particular, en
ambos casos, es sustancialmente distinta ya que el
reglamento, al constituir una norma abstracta, crea
una situación jurídica objetiva e impersonal que
requiere, para generar efectos subjetivos, de un acto
concreto de aplicación(29) .
La distinción entre reglamentos y actos
administrativos no es puramente teórica, sino que
tiene una trascendencia práctica de primera
importancia. Así, la potestad reglamentaria no
corresponde más que a aquellos órganos a quienes
específicamente se la atribuye el ordenamiento; en
cambio, el poder de dictar actos administrativos es
una cualidad general de todo órgano de la
Administración, su modo normal de expresión(30) .
Creemos que, sin perjuicio del nomen iuris utilizado
por la LNPA, el carácter normativo, como criterio de
distinción entre acto administrativo y reglamento, no
nos permite realizar una asimilación conceptual entre
ambos conceptos. Así, estamos hablando de dos
categorías, distintas e independientes.
1. La regulación en la LNPA
Respecto de los actos de alcance general no
normativos la ley no distingue, al menos
expresamente, dentro de la categoría del acto
general los actos normativos de los no normativos(33) .
Si bien dijimos que las particularidades del régimen
establecido para los actos generales, permitirían
determinar su carácter normativo. Lo cierto es que el
art. 24 de la LNPA, al regular en el orden nacional, lo
que denomina "impugnación del acto de alcance
general", plantea una serie de cuestiones en el
campo de la interpretación jurídica(34) .
Al no distinguir expresamente el régimen de los
diferentes actos de alcance general, se debate
acerca de la consagración de un único régimen de
impugnación para todos esos actos, con
independencia de que constituyan o no reglamentos,
en sentido técnico jurídico(35) .
2. La opinión de la doctrina
Como sostiene Diez(36) , las definiciones que se
adopten sobre tales aspectos tienen relevancia, por
cuanto pueden condicionar el ámbito de aplicación
del régimen de impugnación de los que la LNPA y su
decreto reglamentario denominan actos de alcance
general(37) . De ahí la importancia de determinar si el
art. 24, inc. a), de la ley 19.549 comprende sólo los
reglamentos, o también a los actos generales no
normativos(38) .
Grecco entiende que la potestad de dictar
reglamentos, como cualitativamente diferente de la
potestad de emitir actos administrativos, no
corresponde más que a aquellos entes a los que las
normas de producción o normas que definen las
formas de integración del ordenamiento jurídico
atribuyen tal potestad. Contrariamente, la potestad de
dictar actos administrativos generales no exige
pronunciamiento de las normas de producción sino
que se encuentra ínsita en toda la potestad de dictar
actos administrativos, siendo la generalidad, la
singularidad, o, inclusive, la indeterminación de sus
destinatarios, un dato eventual o completamente
incidental en su régimen.
Además, opina que el reglamento, en cuanto acto
normativo, vincula también a la Administración, por
cuanto ésta queda sometida al ordenamiento, y los
reglamentos administrativos forman parte del
ordenamiento jurídico, de lo cual se deduce la regla
de la inderogabilidad singular del reglamento
administrativo. El acto administrativo general no
normativo tolera, en cambio, derogaciones
singulares(39) .
Celorrio(40) asegura que lo primero que tenemos que
determinar es si estamos ante actos de alcance
general o si estamos ante actos-regla, ante actos
normativos, si estamos ante reglamentos. Para
diferenciarlos señala que, en el acto de alcance
general al igual que en el acto de alcance particular,
el hecho de su cumplimiento lleva a la consunción del
acto, lleva de alguna manera a su extinción. Por el
contrario, en el acto-norma el hecho de su
cumplimiento simplemente reafirma su posición de
integración en el bloque de legalidad en el cual está
inserto.
Planteando esta distinción, propone diferentes
sistemas de revisión. Así, sostiene, el de actos de
alcance general se podría remitir en principio al de
actos de alcance particular. Pero el de acto
normativo, si hay alguna asimilación razonable, tiene
que buscarse por un camino hacia el cual la doctrina
argentina ha sido siempre muy reticente, que es la
asimilación (o por lo menos la proyección) al sistema
de revisión de la constitucionalidad de las leyes(41) .
Finalmente, Cassagne sostiene que la distinción
entre ambos conceptos no se proyecta al régimen de
impugnación judicial, porque el régimen previsto en el
art. 24 de la LNPA para la impugnación de los actos
de alcance general no establece discriminación
alguna que permita inferir la exclusión de los meros
actos de alcance general y resulta más favorable y
abierto en cuanto al acceso a la justicia (agotamiento
de la instancia administrativa e inexistencia de plazos
de caducidad en la impugnación judicial directa). Así,
entiende, el ámbito de la impugnación ante la justicia
de los actos de alcance general comprende también
a los actos generales que no poseen contenido
normativo. Este principio, referido a los actos que
producen efectos fuera de la Administración, se
extiende, asimismo, a los actos dictados en ejercicio
de la actividad interna de la Administración que se
traducen en circulares e instrucciones en la medida
que lesionen los derechos subjetivos o intereses
legítimos de los afectados, que pueden ser tanto
agentes públicos como particulares.
Por nuestra parte, recordando la postura que
adoptamos para distinguir acto-reglamento,
entendemos que la particularidad de los actos
generales no normativos radica en que, no obstante
la generalidad de su contenido, se agotan en su
cumplimiento y para un nuevo cumplimiento será
necesario dictar un nuevo acto; no se integran en el
ordenamiento jurídico, son actos aplicativos del
ordenamiento y no innovadores del mismo.
En consecuencia, se trata de una especie del
género "acto administrativo", cuyo régimen
impugnatorio, en efecto, no deberá ser el que la ley
tiene previsto para los reglamentos.
V. CONSIDERACIONES FINALES
En nuestro país se ha puesto especial atención a la
regulación de la teoría del acto administrativo, en la
LNPA y su decreto reglamentario. Lo cierto es que se
trata de una construcción francesa, cuyo nacimiento
obedeció a circunstancias históricas reinantes en ese
país, y que, justamente, explican la amplitud y el
protagonismo que se le ha dado(42) . Es decir, al
tratarse de una acto exento del control del poder
jurisdiccional del juez, su concepto debía ser lo más
amplio que fuera posible.
No podemos desconocer que esta teoría ha sido
tomada de un país con un sistema de doble
jurisdicción, para insertarse en un sistema de
jurisdicción única como el nuestro, y que se ha
avanzado en un claro abandono del carácter revisor
de la jurisdicción contencioso administrativa.
Sin embargo, nuestro sistema se ha estructurado
otorgando un lugar de privilegio al acto
administrativo, entendiendo que prácticamente "todo"
es acto administrativo, ya sea un acto de alcance
particular, o un acto de alcance general, tenga
contenido normativo o no. Todas esas declaraciones
parecen quedar incluidas en el concepto de acto
administrativo y, en consecuencia, reguladas por la
teoría del acto administrativo que, justamente, es la
única que parecería consagrar expresamente nuestra
LNPA.
No cuestionamos la teoría del acto administrativo,
pero nos atrevemos a cuestionar la amplitud que se
le ha dado al concepto de acto. Porque si incluimos
todo el accionar de la Administración en una única
noción, estamos sometiendo a un mismo régimen
cosas que son claramente distintas, y que por eso
merecen un tratamiento diferenciado.
Como punto de partida, debemos reconocer los
supuestos donde la Administración emite
declaraciones en ejercicio de función materialmente
administrativa(43) , consistentes en ejecutar normas
jurídicas en casos concretos, independientemente del
alcance particular o general de los destinatarios; y
debemos advertir aquellas que se emiten en ejercicio
de función materialmente legislativa, creando normas
generales y obligatorias, y pasando a ser fuente del
derecho para los órganos administrativos.
O en otras palabras, cuando la Administración dicta
un acto administrativo lo hace en ejercicio de una
potestad administrativa, cuando dicta un reglamento
lo hace en ejercicio de una potestad reglamentaria.
Por ello no entendemos correcto incluir al
reglamento dentro del concepto de acto
administrativo porque, como se señaló, entre uno y
otro existen diferencias sustanciales.
Ahora bien, la reducción conceptual del acto
administrativo se justifica en la medida que los
supuestos excluidos puedan ser objeto de una
teorización independiente, no se trata de expulsar
supuestos sino de dar cuenta de la realidad(44) .
Acto administrativo es para nosotros, toda
declaración unilateral emitida por la Administración
pública, de voluntad, de juicio, de conocimiento o
deseo, que genera efectos jurídicos directos con
relación a los administrados destinatarios del acto, en
ejercicio de una potestad administrativa,
caracterizada por resultar aplicativa del ordenamiento
jurídico, y no innovadora del mismo(45) .
Estos actos administrativos presentan dos clases:
los actos administrativos particulares, y los actos
administrativos generales, cuyo criterio de distinción
radica en la generalidad de sus destinatarios.
Por su parte, el concepto de reglamento se aplicará
a toda declaración unilateral que emita un órgano de
la Administración pública, creadora de normas
jurídicas generales y obligatorias, que regule, por lo
tanto, situaciones objetivas e impersonales(46) .
Necesariamente, todo reglamento será de alcance
general, reconociéndose cuatro clases: los
autónomos, los de ejecución, los delegados y los de
necesidad y urgencia.
Así, el acto administrativo, sea singular o general su
círculo de destinatarios, se agota en su simple
cumplimiento, se consume en éste; para un nuevo
cumplimiento habrá que dictar eventualmente un
nuevo acto. En cambio, la norma ordinamental no se
consume con su cumplimiento singular, antes bien se
afirma, se consolida, se mantiene y es susceptible de
una pluralidad indefinida de cumplimientos, sigue
ordenando la vida social desde su superioridad(47) .
La teoría del acto administrativo regulada en
nuestra LNPA deberá quedar reservada para
aquéllos, conforme el alcance que les hemos dado,
con la salvedad de los supuestos donde la ley se
refiere expresamente a los "actos de alcance
general", por tratarse de reglamentos.
Principalmente en materia de impugnación, en
virtud de que el régimen de impugnación previsto en
el art. 24 debe quedar reservado para los
reglamentos, excluyendo a los actos de alcance
general no normativos.
De esta manera, excluido el reglamento del
concepto de acto administrativo, corresponde su
regulación por su propio régimen. Es cierto que
nuestro ordenamiento presenta un serio déficit en
este sentido, pero sin embargo, si se examina en su
integridad el sistema de la LNPA, se advierte la
configuración de regímenes jurídicos distintos, en
cuanto atañe a la publicidad, silencio, extinción,
etcétera(48) .
Éste será, sin dudas, el punto de partida hacia la
búsqueda de regímenes diferenciados e
integralmente regulados. Máxime cuando los
reglamentos no sólo constituyen una fuente del
derecho para la Administración pública, sino que
desde el punto de vista cuantitativo son la fuente más
importante del derecho administrativo(49) .
I. INTRODUCCIÓN
En el presente trabajo desarrollaremos las cuestiones
referentes a la actividad de la Administración, con especial
énfasis en la actividad jurisdiccional. En cuanto a ello, cabe
anticipar que desde el punto de vista del derecho
constitucional y del derecho administrativo es la actividad
estatal que genera mayores controversias, las cuales no
parecen alcanzar una solución concreta, ya sea desde la
doctrina o la jurisprudencia.
1. La Administración activa
Delimitada las distintas funciones estatales, en especial la
administrativa, vemos que como bien sostenía Marinhoff,
"...No toda la actividad de la Administración es de igual
naturaleza, ni se expresa o traduce en igual forma. Ello da
lugar a diversos tipos de Administración, que permiten
clasificar a ésta en mérito a la naturaleza de la función
ejercida o en mérito a la estructura del respectivo órgano...".
De acuerdo con la naturaleza de sus funciones se
diferencia en: activa y jurisdiccional, interna y externa,
consultivos, reglada y discrecional y de control (21) , en tanto
que para otros autores la Administración del Estado puede
ser activa, consultiva y de contralor (22) o bien activa o
pasiva(23) . De las diversas clasificaciones expuestas, la
Administración activa aparece como factor común, pues
existe coincidencia en su existencia y diferencia con el resto
del actuar administrativo, la cual se puede considerar que
es "...la que decide y ejecuta; aquella cuya actividad es
acción y obra... en cuanto a su funcionamiento es
permanente y sus decisiones constituyen típicos actos
administrativos a diferencia de las otras funciones cuyos
actos poseen una naturaleza diferente"(24) .
Como bien expresa Sayagués Laso, la complejidad de la
actividad administrativa deriva también de la variedad de
cometidos que la Administración tiene a su cargo, teniendo
como lógica consecuencia que el régimen jurídico no es
uniforme(25) .
La actividad de la Administración no sólo se manifiesta o
canaliza a través del acto administrativo, como acto jurídico,
sino que también actúa o ejecuta comportamientos
materiales, como hechos jurídicos(26) .
Los hechos administrativos son actuaciones técnicas o
físicas, ejecutados en ejercicio de la función administrativa,
que producen efectos jurídicos directos o indirectos(27) .
IV. CONCLUSIONES
El principio de división de poderes sobre el cual se asienta
la organización de nuestra República, marca los límites en
el ejercicio de las funciones de cada uno de los órganos
estatales: Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Este pensamiento, en apariencia sencillo de comprender,
resulta difícil de cumplir, ya sea por interpretaciones
erróneas o bien por concepciones jurídicas diferentes en
cuanto a que puede o no puede realizar, dentro de su
esfera de atribuciones o potestades, cada uno de los tres
poderes estatales.
La inspiración de nuestros constituyentes de 1853, fue
visionaria al establecer garantías para proteger las
libertades individuales, como es la interdicción al Poder
Ejecutivo de arrogarse funciones judiciales (art. 109 CN),
evitando la violación del derecho de defensa en juicio (art.
18 CN).
Sin embargo, ello no impidió que durante muchos años
las aludidas funciones jurisdiccionales, fueran ejercidas por
los llamados Tribunales Administrativos y convalidadas por
el Alto Tribunal, pues al no declarar la inconstitucional de
las normas que otorgaban esas funciones jurisdiccionales al
órgano administrador y al no garantizar un control judicial
suficiente, muchos administrados quedaban sometidos a
esas decisiones —aun injustamente— sin tener derecho "al
pataleo".
Con el dictado del fallo "Fernández Arias", la situación
descripta cambió sustancialmente, pues el "control judicial
suficiente" marcó un antes y un después en la visión que se
tenía respecto a los tribunales administrativos y ya mucho
más cercano en el tiempo y al sistema judicialista fue
dictado el fallo "Ángel Estrada", instaurando además del
control amplio y suficiente por parte del Poder Judicial, la
necesidad de un grado de especialización tal que justificara
razonablemente la sustracción o intervención previa de los
entes reguladores en la resolución del conflicto, como una
suerte de jueces administrativos, resultando importante que
los aludidos funcionarios posean título habilitante en
derecho, como también sea compartida con los técnicos
especialistas en la materia a decidir.
Una sana política legislativa como apuntó Diez (131), hace
bastante tiempo, debe limitar a unos pocos supuestos la
potestad jurisdiccional de la Administración y en los casos
que así sea, siempre existirá la garantía del control judicial
amplio y suficiente para restablecer el equilibrio perdido.
VI. CONCLUSIÓN
La relación entre acto administrativo y contrato
administrativo como género y especie respectivamente, o
bien como categorías autónomas, son cuestiones que no
pueden ser planteadas ni resueltas en términos demasiado
categóricos (34).
Es que la realidad de la actuación administrativa durante
el "procedimiento contractual" determina entre ambas
figuras una zona intermedia, de contacto, conformada por
los actos administrativos dictados desde la preparación
hasta la conclusión del contrato.
Esa zona intermedia, especial, originada en el obrar de la
Administración constituye un objeto de regulación propia del
derecho administrativo, que no encuentra antecedente en el
derecho civil.
La Ley Nacional de Procedimientos Administrativos, como
explica Cassagne tuvo el mérito de consolidar la aplicación
del principio de legalidad de la actuación administrativa. Sin
embargo, fue trasluciendo a lo largo de su vigencia algunas
contradicciones y vacíos que generaron dificultades para
encontrar consenso respecto al tratamiento que debía darse
a ese zona intermedia, sobre todo en cuestiones
elementales para el administrado, como es el sistema de
impugnación y acceso a la justicia (35).
El decreto 1023 significó un pequeño avance en ese
sentido dada la recepción que se percibe a través de su
articulado del carácter procedimental que le otorga a la
actuación de la Administración durante el nacimiento, vida y
extinción de contrato administrativo, como una ejecución de
acciones de tracto sucesivo.
A más de una década del dictado del decreto
1023/2001 está pendiente saldar la deuda de regular un
sistema especial de impugnación del contrato, que
comprenda esa actividad administrativa contractual, acorde
con su naturaleza procedimental en la línea trazada por la
Corte Sup. en "Mevopal", "OKS" y "Serra".
Ese régimen, sin menoscabar las prerrogativas de la
Administración, debe brindar al administrado que contrate o
pretenda contratar con ella un marco de certeza en el
camino a seguir hasta llegar a la tutela judicial efectiva,
haciendo mérito de los principios
de colaboración , economía y sencillez .
I. INTRODUCCIÓN
Los actos administrativos traducen el ejercicio de la
actividad de la Administración pública. Según la índole de la
actividad que ejerza se pueden clasificar en actos
"reglados" o "discrecionales"(1) .
Por esta razón, la distinción entre actos administrativos
"reglados" o "discrecionales" radica en el análisis del modo
de ejercicio de la actividad administrativa(2) .
Uno de los principios esenciales del Estado de derecho es
el sometimiento de cualquier órgano estatal —no sólo la
Administración pública— a las disposiciones del
ordenamiento jurídico(3) . Se lo ha denominado "principio de
legalidad"(4) y como consecuencia de éste, "los mandatos y
órdenes en el Estado no responden a la voluntad
omnímoda del gobernante, sino a la normatividad
previamente formulada, producto de la existencia de un
autolimitación del poder de quien resulta a la vez creador de
las normas de conducta"(5) .
Bajo este principio, la actividad desarrollada por los
distintos órganos del Estado se efectúa dentro del orden
jurídico y de acuerdo con los fines de la ley (6) . En el caso de
la Administración pública, su obrar se presenta como el
ejercicio de un poder atribuido previamente por el
ordenamiento jurídico(7) ; y la eventual emisión de actos
administrativos, sólo se desprende positivamente de la
norma que atribuye dicha potestad(8) .
Ello significa que los actos de la Administración tienen
fundamento en una ley previa, a la cual se encuentra
subordinados(9) . Esta subordinación se da en primer lugar
la Constitución Nacional, luego las leyes que dicte el poder
legislativo y por último las normas reglamentarias
emanadas de la propia Administración(10) . Esto ha sido
denominado "bloque de legalidad"(11) .
Ahora bien, el sometimiento al ordenamiento jurídico y el
cumplimiento de la finalidad de la ley "puede hallar
satisfacción en grados diferentes, dando lugar a dos tipos
de administración: la reglada o discrecional. En forma
distinta, ambos tipos de administración ejecutan la ley [...} y
los actos emitidos en ejercicio de una u otra de esas
actividades serán actos reglados o discrecionales"(12) .
Esta distinción tiene como premisa que la actividad
administrativa debe ser eficaz en la realización del interés
público y según si dicha eficacia este contemplada por el
legislador o reglamentos o librada a la apreciación del
órgano que dicte el acto, los actos administrativos serán
reglados o discrecionales.
IV. CONCLUSIÓN
La dicotomía de esta clasificación ha ido mutando desde
sus comienzos, principalmente se han limado las
diferencias irreconciliables entre ambas categorías, tornado
cada vez más difusa la línea de separación para catalogar
un acto como reglado o discrecional.
La consagración del principio de legalidad, el
reconocimiento de los elementos reglados en todo acto
administrativo, y la admisión del control judicial sobre estos,
en la medida de su legalidad y ausencia de irrazonabilidad;
son los pilares que nos conduce ratificar la idea
predominante en el derecho administrativo actual, ello es,
que no existen actos administrativos enteramente
discrecionales(70) , ni categórica y absolutamente
(71)
reglados .
Asimismo, podemos afirmar que prácticamente ha sido
superada esta clasificación, pero que aún subsiste en la
medida en que "hay actos donde el carácter reglado es el
que prevalece [...] y a la inversa, existen actos donde
prevalece el carácter discrecional"(72) .
I. INTRODUCCIÓN
Las consecuencias de un acto pueden variar según
su objetivo y la etapa del procedimiento
administrativo en la que se encuentre. En particular,
observaremos las características de: a) el acto firme,
que es aquel que no puede ser recurrido por el
administrado; b) el acto definitivo, el cual tiene por
objeto resolver la cuestión de fondo planteada; y, c)
el acto que agota instancia, que da por cerrado el
proceso impugnatorio en sede administrativa
habilitando la instancia judicial. Analizaremos
entonces las características de estos tres tipos (o
estadíos) del acto administrativo, las diferencias entre
sí, la posibilidad de que algunas de estas tres
clasificaciones coincidan en un mismo acto, así como
las consecuencias que cada uno genera y las
acciones que pueden llevarse a cabo contra ellos.
1. Acto firme
Se considera acto firme al acto que no es
susceptible de impugnación, lo que puede darse
porque el administrado: a) consintió expresamente el
acto; o b) interpuso los recursos administrativos
procedentes; o c) no articuló tales recursos en los
plazos previstos para cada uno de ellos(1) .
Desde hace tiempo la doctrina es pacífica en
cuanto a que adquieren firmeza aquellos actos que
resultan irrecurribles por el administrado, ya sea por
haberse vencido el plazo para recurrir en sede
administrativa, o bien, en virtud de que el acto no es
susceptible de revisión judicial(2) .
2. Acto definitivo
En función del objetivo que presente el acto
administrativo, se lo puede clasificar como acto
definitivo, acto interlocutorio o acto de mero
trámite(3) . La Corte Suprema de Justicia de la Nación
ha definido al acto administrativo definitivo como
"aquel que pone fin al procedimiento decidiendo
sobre el fondo de la cuestión planteada" (4) , en
contraposición con los actos administrativos
interlocutorios, los de mero trámite y los actos
preparatorios.
Distinguimos a los actos interlocutorios, que son
aquellos en los que ha mediado previa sustanciación,
de los actos de mero trámite, tal como lo son, por
ejemplo, las providencias simples que se dicten
durante el trámite del expediente. No obstante ello, la
Procuración del Tesoro de la Nación concibe a los
actos interlocutorios y a los de mero trámite como
una única categoría: "los actos interlocutorios o de
mero trámite son los que producen efectos jurídicos
directos, pero sobre el trámite, y no sobre el fondo
del asunto; se refieren solamente a cuestiones de
procedimiento, y en tanto no sean equiparables a
definitivos que impidan totalmente la pretensión o
reclamo del interesado, no son impugnables por la
vía del recurso jerárquico"(5) .
La contraposición de los actos definitivos con los
actos preparatorios es aún mayor, ya que estos
(informes, dictámenes, etc.) no son considerados
actos administrativos por no generar efectos jurídicos
directos, toda vez que su objeto es la formación de la
voluntad de la Administración(6) .
Volviendo sobre la definición de acto definitivo,
corresponde recordar lo dicho por la Procuración del
Tesoro de la Nación, en cuanto "acto administrativo
definitivo es aquel que resuelve, directa o
indirectamente, la cuestión de fondo planteada en un
procedimiento, reflejando la voluntad concreta de la
Administración y produciendo los efectos jurídicos
deseados por ella con relación a dicha cuestión" (7).
Partiendo de tal concepto, y tal como se verá más
adelante, es de importancia advertir sobre la
existencia de actos que, si bien no resuelven la
cuestión de fondo planteada, implican una decisión
definitiva —por cuanto cierra el procedimiento (8)—
para el peticionante (v.gr.: una providencia que
dispone el archivo de las actuaciones) o para otros
sujetos de derecho con participación en el expediente
(v.gr.: una sanción al abogado del administrado). Se
denomina a estos actos como actos administrativos
equiparables a definitivos (9), caracterizándolos como
aquellos que sin resolver expresamente el fondo de
la cuestión debatida, directa o indirectamente
impiden totalmente la tramitación del reclamo o
pretensión del administrado (10). Dentro del
procedimiento administrativo presentan el mismo
tratamiento que los actos definitivos, por lo que al
hablar de estos estaremos comprendiendo también a
los actos asimilables a definitivos.
III. EFECTOS
1. Acto firme
La particularidad propia de un acto administrativo
que reviste la condición de firme es que lo decidido
adopta el carácter de cosa juzgada administrativa.
Esto implica una decisión por parte de la
Administración que no puede ser objeto de
impugnación por el administrado —ni en sede
administrativa ni judicial— por haber consentido
expresamente el acto, por no interponer los recursos
administrativos y/o la acción judicial en los plazos
previstos o, por haberse resuelto desfavorablemente
tales remedios.
No obstante ello, los actos firmes podrán ser
susceptibles de impugnación en los casos
expresamente contemplados por el art. 22 de la
LNPA (14), los cuales se fundan en razones de
ilegitimidad (15).
2. Acto definitivo
Al resolver sobre el fondo de la cuestión planteada,
un acto definitivo(16) puede afectar un derecho
subjetivo o un interés legítimo. Cuando esto sucede,
el particular que ve afectado ese derecho o ese
interés puede presentar un recurso jerárquico (17) para
conseguir la revisión de ese acto, o bien puede
presentar el recurso de reconsideración (18) que, de
todos modos, lleva implícito el recurso jerárquico en
caso de ser resuelto desfavorablemente(19) .
En contraposición a esto, los actos interlocutorios y
los de mero trámite no son susceptibles de recurso
administrativo alguno, salvo si lesionan un derecho
subjetivo o un interés legítimo, en cuyo caso pueden
ser impugnados mediante recurso de
(20)y (21)
reconsideración . Del mismo modo, tampoco
pueden ser impugnados en sede judicial toda vez
que en dicha instancia sólo son susceptibles de
impugnación los actos definitivos o los asimilables a
éstos.
I. INTRODUCCIÓN
Los actos administrativos poseen ciertos caracteres
que hacen a su operatividad y eficacia en el plano
jurídico. No se trata, sin embargo, de notas
connaturales o inherentes al acto administrativo
considerado en sí mismo, sino de privilegios que los
ordenamientos jurídicos consagran, con distinta
extensión y alcance, a favor de la posición de
supremacía que ostenta la Administración frente a los
particulares en la gestión del bien común.
Uno de los principales caracteres que se le
reconoce uniformemente al acto administrativo es su
presunción de legitimidad, lo que equivale a sostener
que el acto administrativo, como regla general, debe
presumirse emitido conforme a derecho desde su
entrada en vigencia y hasta que eventualmente sea
declarado ilegítimo en sede administrativa o judicial.
La presunción de legitimidad, considerada en
abstracto, no debería merecer demasiada atención
en el análisis puesto que todos los actos jurídicos —
sean actos emanados de la Administración o actos
provenientes de los particulares regidos por el
derecho privado— se presumen válidos.
En realidad, esta característica de los actos
administrativos cobra relevancia cuando se advierte
que la Administración cuenta, además, con
prerrogativas de poder público que le permiten crear,
alterar o suprimir situaciones y relaciones jurídicas de
manera unilateral. De allí que esta presunción
permita que la Administración no tenga que acudir a
un tribunal judicial para validar sus actos, aun en los
casos de aquellas decisiones que produzcan efectos
jurídicos directos e inmediatos con relación a
terceros. De este modo, la carga de demostrar la
ilegitimidad del acto administrativo queda transferida
al particular alcanzado por la decisión, si es que
pretende resistir su obligatoriedad y exigibilidad
inmediata.
II. LA PRESUNCIÓN DE LEGITIMIDAD EN EL
DERECHO COMPARADO
En el derecho comparado, se reconoce
ampliamente —con distintos matices—, la presunción
de legitimidad de los actos administrativos. En los
sistemas jurídicos europeos, por ejemplo, la
presunción de legitimidad es tratada como una
condición necesaria que hace a la propia eficacia del
acto administrativo y justifica, en cierta medida, su
obligatoriedad.
1. El derecho francés
En el derecho francés, la Administración cuenta con
el denominado privilège du préalable (1)que le permite
adoptar "decisiones ejecutorias" (2), es decir, emitir
actos unilaterales y obligatorios que producen efectos
jurídicos con presunción de validez respecto de
terceros, aun en contra de su consentimiento (3).
De manera tal que, a través de la emisión de un
acto administrativo, la Administración afirma el
derecho que pretende hacer valer, sea creando,
modificando o suprimiendo una determinada
situación o relación jurídica, lo que resulta oponible a
todos e invocable por todos. Como corolario, la
Administración no necesita recurrir previamente al
juez administrativo para convalidar sus actos, sino
que puede pasar directamente a la etapa de
ejecución (4).
Tanto la presunción de legitimidad como la
obligatoriedad ( caractère exécutoire ) de los actos
administrativos han sido elevadas a la categoría de
principios fundamentales del derecho público por el
Consejo de Estado francés (5).
2. El derecho español
En el derecho español, se reconoce uniformemente
que la Administración goza de potestades de
autotutela administrativa declarativa y decisoria, lo
que significa que define derechos y crea obligaciones
en forma unilateral y ejecutoria(6) . Sus decisiones
son, por regla general, directamente eficaces y
generan una obligación de cumplimiento inmediato
para los destinatarios del acto.
Históricamente, la presunción de legitimidad era
deducida del carácter obligatorio del acto
administrativo(7) y de la circunstancia de que sus
efectos alcanzaban tanto a los particulares como a la
propia Administración(8) .
En la actualidad, la presunción de legitimidad
encuentra respaldo normativo en el art. 57.1 de la ley
30/1992 del Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y del Procedimiento
Administrativo Común, que establece que "los actos
de las Administraciones Públicas sujetos al derecho
administrativo se presumirán válidos y producirán
efectos desde la fecha en que se dicten, salvo que en
ellos se disponga otra cosa"(9) .
Se trata de una presunción iuris tantum (10), que
opera en la medida en que el acto reúna mínimas
condiciones externas de validez, tales como que sea
emitido por el órgano competente, que el objeto sea
lícito y posible, que se hayan seguido los
procedimientos establecidos para su dictado, entre
las más relevantes. El cumplimiento de estas
condiciones mínimas —identificadas con los
elementos esenciales del acto— genera la
denominada "apariencia" de validez que funda la
operatividad del acto (11). En contrapartida, los actos
administrativos que se reputan nulos de pleno
derecho (12)carecen de presunción de legitimidad y
excepcionan, consecuentemente, la regla general de
la eficacia inmediata (13).
3. El derecho italiano
Se atribuye a la doctrina italiana el origen y la
elaboración teórica de la regla de la presunción de
legitimidad del acto administrativo (14), cuyo desarrollo
ha sido seguido en distintos sistemas europeos y que
rige plenamente en el derecho italiano actual.
En este sentido, se presumen válidos los actos
administrativos —en particular, aquellos que integran
la categoría de provvedimenti — que tienen
virtualidad jurídica para crear, alterar o suprimir una
situación jurídica subjetiva, teniendo como objetivo la
realización del interés general (15).
4. El derecho anglosajón
En los países anglosajones tampoco se discute la
vigencia de la presunción de legitimidad que
acompaña a los actos administrativos.
En el derecho norteamericano, por ejemplo, la regla
tiene raíz jurisprudencial. La Suprema Corte de
Justicia de los Estados Unidos reconoció la
presunción de legitimidad en el caso " United States
v. Chemical Foundation, Inc." de 1926, señalando
que los actos de los funcionarios públicos se
presumen regulares en ausencia de una clara
evidencia en contrario (16).
1. Concepto
1.1. Antecedentes
Con anterioridad a la sanción de la LNPA, la Corte
Sup. había reconocido en varias oportunidades la
vigencia y operatividad de la presunción de
legitimidad de los actos administrativos.
Así, por ejemplo, en el célebre fallo "SA Ganadera
Los Lagos"(21) de 1941, el Alto Tribunal sostuvo, en
referencia a un decreto del Poder Ejecutivo que
declaraba la caducidad de las ventas de
determinados inmuebles realizadas por el Estado
Nacional y cuya declaración de nulidad había sido
solicitada por el particular afectado, que "...esos
actos administrativos, por serlo, tienen en su favor la
presunción de constituir el ejercicio legítimo de la
actividad administrativa y, por consiguiente, toda
invocación de nulidad contra ellos debe
necesariamente ser alegada y probada en juicio". La
misma regla fue reiterada algunos años después en
el fallo "Lipara"(22) de 1961.
La doctrina también interpretaba que la presunción
de legitimidad era una de las características
fundamentales de los actos administrativos aun antes
de la sanción de la LNPA. Sin embargo, esta
presunción era reservada exclusivamente para los
actos válidos o perfectos, rechazándose su
operatividad en el caso de los actos nulos(23) .
I. INTRODUCCIÓN
La ejecutoriedad es la prerrogativa más intensa que
se le puede reconocer a la Administración en cuanto
a la operatividad y eficacia de sus actos
administrativos.
Se trata de la facultad de la Administración de
ejecutar el acto de oficio y con sus propios medios,
sin intervención judicial y venciendo la inactividad o,
incluso, la oposición que pueda presentar el
particular alcanzado por el acto.
En virtud de otros privilegios legales fundados en la
adecuada gestión del bien común, la Administración
no solamente no necesita acudir al tribunal judicial
para que los actos administrativos que emita sean
obligatorios y produzcan efectos directos e
inmediatos en la esfera jurídica de los particulares
( obligatoriedad ), sino que tampoco precisa que
tales actos sean previamente convalidados o
reconocidos como válidos por el Poder Judicial
( presunción de legitimidad ).
A diferencia de estos caracteres que surgen desde
la propia génesis del acto administrativo, la
ejecutoriedad se encuentra exclusivamente vinculada
con la etapa de ejecución del acto. En esta instancia,
el derecho argentino consagra regla que faculta a la
Administración a ejecutar directamente sus actos
administrativos por sí y ante sí. Solo
excepcionalmente, cuando la ley o la naturaleza del
acto así lo requieran, la Administración se encuentra
obligada a demandar la ejecución del acto
administrativo en sede judicial.
A pesar de que parte de la doctrina sostenga que la
ejecutoriedad es una característica "propia" o
"inherente" al acto administrativo, su reconocimiento
y extensión dependen, en rigor de verdad, de la
regulación que establezca cada derecho positivo.
1. El derecho francés
Si bien el derecho francés ha sido sumamente
generoso en el reconocimiento de prerrogativas
especiales a favor del accionar administrativo, tales
como la presunción de legitimidad ( privilège du
préalable ) y la obligatoriedad ( décision exécutoire )
en el ámbito de la teoría del acto administrativo, no
ha sucedido lo mismo respecto de la ejecutoriedad,
denominada privilège d'action d'office o exécution
forcé .
En este sentido, la regla general es la inexistencia
de ejecutoriedad, salvo casos excepcionales.
El leading case en la materia es el arrêt Société
Immobilière de Saint-Just de 1902 resuelto por el
Tribunal de Conflictos (1). Esta decisión ha devenido
célebre para el derecho administrativo francés
porque de su desarrollo argumental se extrae una
verdadera doctrina de la ejecución de oficio de las
decisiones administrativas, cuyos principios
mantienen vigencia en la actualidad (2).
A partir de este precedente, se estableció que la
Administración carece, como regla general, de la
prerrogativa de ejecutar de oficio sus propias
decisiones. "Sería un error creer que, por definición,
una decisión ejecutoria puede ser ejecutada por la
fuerza"(3) . La ejecución forzosa no puede tener lugar
sino mediante solicitud previa al juez administrativo,
sin perjuicio de que el particular remiso en el
cumplimiento del acto ya sea pasible de una eventual
sanción penal(4) .
Por excepción, se admite la ejecutoriedad
solamente en tres casos: (i) cuando exista una ley
especial que haya autorizado expresamente la
ejecución de oficio; (ii) cuando existan razones de
urgencia para la ejecución del acto; y (iii) cuando no
exista otro medio legal para obtener el cumplimiento
del acto.
La primera excepción es lógica, con la aclaración
de que debe tratarse de una ley especial que regule
una hipótesis claramente definida (5). La
generalización indiscriminada de la prerrogativa —
por ejemplo, a través de una norma que la admita de
manera general— es una idea resistida aun
actualmente.
La segunda excepción, también de interpretación
restrictiva, ocurre en los casos de urgencia justificada
o peligro grave. Como se sostuvo en el arrêt Saint-
Just , "forma parte de la esencia misma del rol de la
Administración el actuar inmediatamente y emplear la
fuerza pública sin dilación ni procedimiento cuando el
interés en la conservación pública así lo exige:
cuando un edificio se incendia, no hay que solicitarle
al juez administrativo que autorice el envío de los
bomberos..." (6).
Por lo tanto, la ejecución de oficio, que como regla
no está permitida, encontraría justificación en los
casos de urgencia o necesidad de evitar un peligro
grave. En estos supuestos, la existencia de otros
medios, como las sanciones penales o
administrativas que pudieran imponerse al particular
que se resiste a cumplir con el acto, no son óbices
para el ejercicio de la facultad de ejecución(7) .
En ausencia de ley especial o de razones de
urgencia, existe una última excepción admitida
ocasionalmente por la jurisprudencia y fundada en la
ausencia de otro medio legal para obtener el
cumplimiento del acto(8) . En esta hipótesis, la
ejecución de oficio de la decisión administrativa es
lícita en la medida en que se reúnan conjuntamente
las siguientes condiciones: (i) que no exista sanción
legal para el particular; (ii) que el acto administrativo
a ejecutarse tenga como fuente un texto legal
preciso; (iii) que exista una resistencia o, al menos,
una negativa cierta del particular a cumplir con el
acto; y (iv) que la medida de ejecución tienda al
cumplimiento del fin inmediato de la norma, es decir,
que la ejecución sólo queda autorizada en aquello
que sea estrictamente necesario o indispensable
para asegurar la obediencia a la ley(9) .
Fuera de las hipótesis señaladas, la Administración
no cuenta con el privilegio de la ejecutoriedad, sino
que debe solicitar la ejecución de sus actos ante el
tribunal administrativo.
Finalmente, si la Administración ejecuta el acto
administrativo, sea legítimo o ilegítimo, no
encontrándose amparada en alguna de las
excepciones mencionadas, incurre en
responsabilidad frente al particular y debe indemnizar
los perjuicios (10). Más aún, si con la ejecución del
acto se lesiona el derecho de propiedad o se afecta
alguna libertad fundamental, se considera a ese
accionar administrativo como una vía de hecho que
habilita la intervención de los tribunales judiciales(11) .
2. El derecho español
A diferencia de lo que sucede en el derecho
francés, en el derecho español rige la regla opuesta.
Se reconoce, como principio general, que la
Administración se encuentra habilitada para ejecutar
directamente sus propios actos administrativos,
estando exenta de impetrar el uso de la coacción
pública del tribunal judicial. Se sostiene que se trata
de una derivación del privilegio de la autotutela y de
la potestad de imperio (12).
La regla general de la ejecución forzosa de los
actos administrativos por parte de la propia
Administración se encuentra prevista en el art. 95 de
la ley 30/1992 del Régimen Jurídico de las
Administraciones Públic as y del Procedimiento
Administrativo Común, en los siguientes términos:
"Las Administraciones Públicas, a través de sus
órganos competentes en cada caso, podrán
proceder, previo apercibimiento, a la ejecución
forzosa de los actos administrativos, salvo en los
supuestos en que se suspenda la ejecución de
acuerdo con la ley, o cuando la Constitución o la ley
exijan la intervención de los Tribunales".
Además de las dos excepciones a la ejecutoriedad
establecidas por la ley, la ejecución forzosa de acto
por parte de la Administración no procede: (i) cuando
el contenido del acto es meramente declarativo —y,
lógicamente, no requiere ninguna clase de ejecución
—, y (ii) cuando el acto impone una obligación
personalísima "de hacer", que no puede
naturalmente ser demandada por la fuerza. En este
último caso, el incumplimiento de la obligación se
convierte en una indemnización sustitutiva, que sí es
pasible de ejecución forzosa.
Entre los medios previstos por la ley para la
ejecución del acto se listan: (i) el apremio sobre el
patrimonio; (ii) la ejecución subsidiaria; (iii) la multa
coercitiva y (iv) la compulsión sobre las personas (13).
La doctrina agrega (v) el lanzamiento o desahucio
administrativo y (vi) el uso de la fuerza pública (14).
En todos los casos, la ejecución forzosa del acto
administrativo debe efectuarse respetando el
principio de proporcionalidad y si existen varios
medios de ejecución posibles, la Administración debe
optar por aquel que sea "menos restrictivo de la
libertad individual"(15) .
Finalmente, cabe aclarar que la Administración
puede ejecutar forzosamente aun el acto carente de
firmeza(16) , es decir, aquel que tiene pendiente una
impugnación en sede administrativa o judicial, salvo
que se haya decretado la suspensión de los efectos
del acto.
Es aguda la crítica que realiza la doctrina al
reconocimiento de la ejecución forzosa como regla
general del derecho positivo. "Hay que notar que una
cláusula general de esa amplitud no es común en
otros derechos de régimen administrativo, no ya en
los de common law (...) Una vez más, entre nosotros
una simplificación excesiva, impulsada por la técnica
codificadora de la LPA, que parece justificar
calificaciones generales, y la falta de una vivencia
profunda del papel central del juez, ha llevado a una
potenciación injustificada de los poderes
(17)
administrativos" .
3. El derecho italiano
El derecho italiano también establece la regla de la
ejecutoriedad ( esecutorietà ) de los actos
administrativos como una manifestación del poder de
autotutela de la Administración (18).
La doctrina reconoce fácilmente el fundamento
político de la regla: el oportuno acatamiento del acto
administrativo, que evite que la finalidad pública
perseguida sea obstaculizada por el eventual interés
antagónico del particular alcanzado por la decisión.
"Menos claro es el fundamento jurídico de la
regla" (19), aunque mayoritariamente se intente
justificarla en la presunción de legitimidad de los
actos administrativos.
Con todo, se exige que el particular sea intimado al
cumplimiento del acto administrativo como requisito
previo a la ejecución forzosa. La resistencia pasiva
del particular durante la ejecución deviene lícita si el
acto administrativo es ulteriormente declarado
ilegítimo por el tribunal judicial(20) .
4. El derecho anglosajón
Los países del common law , como Estados Unidos
o Inglaterra, adoptan el sistema de ejecución judicial
de las decisiones administrativas.
En rigor de verdad, en estos regímenes se respeta
el equilibrio de poderes puesto que la Administración
debe solicitar la ejecución de sus decisiones ante los
tribunales judiciales, así como los tribunales
necesitan de la Administración para ejecutar sus
sentencias (21).
Como regla general, los actos administrativos
carecen de ejecutoriedad. Sin embargo, la
Administración puede excepcionalmente ejecutar de
oficio sus decisiones en dos casos: (i) cuando una
ley así lo prevea expresamente, o (ii) cuando exista
una situación de urgencia o emergencia (22).
1. Concepto
1.1. Antecedentes
La doctrina argentina veía a la ejecutoriedad como
uno de los caracteres esenciales del acto
administrativo aun antes de la sanción de la LNPA.
La ejecutoriedad era entendida como una
manifestación de la eficacia de los actos
administrativos, "en cuanto estos imponen deberes o
restricciones a los administrados, que pueden ser
realizadas, aun contra la voluntad de los mismos, por
medio de órganos administrativos sin intervención
previa de los órganos jurisdiccionales"(24) .
Comúnmente, se distinguía entre la ejecutoriedad
propia y la ejecutoriedad impropia. La primera, que
era caracterizada como el principio general en la
materia, significaba que el acto podía ser ejecutado
por la propia Administración. La ejecutoriedad
impropia, es decir, la ejecución del acto
administrativo por parte del Poder Judicial, era
juzgada como excepcional (25). La Corte también
reconocía la regla de la ejecutoriedad (26), aun a falta
de norma general que la previera.
No obstante, la prerrogativa de la ejecución de
oficio quedaba circunscripta al ámbito de los actos
"perfectos" o válidos. "Va de suyo que para que un
acto administrativo goce del privilegio de
la 'ejecutoriedad' , dicho acto, como creación jurídica,
debe ser 'perfecto' , es decir válido y eficaz" (27).
2. Fundamentos de la ejecutoriedad
Se han ensayado varias justificaciones jurídicas
sobre la regla de la ejecutoriedad. Por un lado, una
posición entiende que la ejecutoriedad es una
característica "natural" de la actividad
(35)
administrativa , "propia" o "inherente" al acto
administrativo.
Parte de la doctrina postula que la ejecutoriedad del
acto administrativo queda respaldada por el carácter
público de la actividad ejercida(36) . También se ha
sostenido que la fundamentación del principio puede
hallarse en el art. 99, inc. 1 de la CN respecto del
Poder Ejecutivo y en la gestión eficaz del interés
público en relación con el resto de los órganos
subordinados(37) .
Otra corriente ha preferido justificar la ejecutoriedad
en la presunción de legitimidad de los actos
administrativos. "Toda la actividad administrativa,
además de su presunta legitimidad, presenta el rasgo
específico de la ejecutoriedad. Éste es consecuencia
lógica del acto presuntivamente legítimo (...) La
presunción de validez de la actividad administrativa
sirve de base a su ejecución"(38) .
Este argumento no es convincente. Los actos de los
particulares regidos por el derecho privado también
se presumen legítimos y no por ello son
ejecutorios. Adicionalmente, puede suceder que el
ordenamiento jurídico establezca la presunción de
validez del acto administrativo pero niegue su
carácter ejecutorio, como sucede en el derecho
francés, que sirve de contraejemplo para refutar esta
posició n(39) .
En rigor de verdad, "la ejecutoriedad no es una
característica general o permanente del acto
administrativo y ni siquiera contingente..." (40). El
fundamento de la ejecutoriedad se encuentra
exclusivamente en el art. 12 de la LNPA, pudiendo el
legislador derogar o modificar la regla sin afectación
de principio constitucional alg uno(41) .
1. Noción conceptual
Se sostiene que un acto administrativo es estable cuando
atribuye un derecho a un particular y no resulta
jurídicamente revocable en sede administrativa, sino que el
órgano estatal debe procurar su anulación en sede judicial a
través del inicio de la denominada "acción de lesividad" (1) .
Esta noción es muy liminar y seguidamente formularé
distintas consideraciones, también liminares —a mi juicio—
sumamente importantes.
En primer lugar, cuando se menciona la palabra
"revocación", se alude a la extinción de un acto
administrativo por parte de un órgano administrativo por sí y
ante sí. Pero además, debe tenerse presente que la
llamada "estabilidad del acto administrativo" veda también
su modificación o sustitución en esa sede.
En segundo lugar, debe tenerse presente que el empleo
de los términos "revocación" y "anulación", poseen
significados diversos en el ámbito nacional —en el que se
aplica la ley (dec.) 19.549—, en el de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires (decreto 1510/1997) y en la provincia de
Buenos Aires en que es de aplicación la ley (dec.) 7647.
En el ámbito federal, y en el de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, los términos "revocación" y "anulación"
poseen el mismo significado. Por "revocación" de un acto
administrativo se entiende su extinción por otro acto en
sede administrativa, sea que tal extinción se funde tanto en
razones de oportunidad, mérito o conveniencia, o en
razones de legitimidad.
También en el ámbito nacional y en el de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, se entiende por "anulación" la
extinción de un acto administrativo en sede judicial.
En consecuencia, la diferencia entre la "revocación" y la
"anulación" no depende de la causa o las razones por las
cuales se extingue un acto administrativo emitido
previamente por la Administración, sino del órgano del cual
emana el acto extintivo; esto es, un órgano administrativo
cuando se trata de una "revocación" o de un órgano judicial,
cuando se trata de la "anulación". Por cierto, que el órgano
judicial no va a poder involucrarse en la extinción por
razones de oportunidad de un acto administrativo, salvo
cuando revise la legalidad del acto administrativo que
revocó por razones de oportunidad, un acto administrativo
anterior.
En tanto, en el régimen jurídico de la provincia de Buenos
Aires, la cuestión es totalmente diversa. En efecto, la
"anulación" importa la extinción de un acto administrativo
por razones de ilegitimidad, sea cual fuese el órgano que lo
emita, esto es, sea que provenga del órgano administrativo
o del órgano judicial.
Por su parte, por "revocación" se entiende la extinción
realizada por razones de oportunidad, mérito y
conveniencia, que sólo puede ser emitido, por razones
obvias, por el órgano administrativo.
Por ello, cuando se investigue este tema, se debe ser
cauteloso en el uso del léxico técnico, y en especial, hay
autores que han escrito sobre la teoría del acto
administrativo, pensando en el régimen de la provincia de
Buenos Aires, y entonces, emplean el término "anulación",
para la extinción por razones de ilegitimidad también en
sede administrativa(2) .
2. Fundamentos elementales
A la noción de estabilidad del acto administrativo, puede
arribarse aplicando conceptos elementales y principios
jurídicos también elementales ya conocidos de otras
asignaturas. En este sentido, debemos recordar, en primer
término, que conforme a la jurisprudencia de nuestra Corte
Sup., se deben considerar dentro del concepto de
"propiedad" establecido en los arts. 14 y 17 de
nuestra Constitución Nacional, a todos los intereses que
pueda tener un hombre, salvo su propia vida y su libertad (3).
En tal orden de ideas, es evidente que la notificación de
un acto administrativo que atribuye u otorga un derecho a
un particular, desde el momento mismo que le es notificado,
produce efectos respecto de él, en los términos del art. 11
de la ley (dec.) 19.549 —en adelante LNPA—, y por ende,
ese derecho se ha incorporado a su patrimonio, y, en tales
condiciones, se encuentra protegido por la garantía
constitucional de la propiedad.
Al encontrarse amparado por dicha garantía
constitucional, el art. 17 de la Carta Magna, sólo autoriza a
que sea el órgano judicial el que pueda privar, con sustento
legal, el derecho incorporado al patrimonio del particular.
De allí que resulte ostensible que la Administración no
pueda, en modo alguno, después de notificado el acto
administrativo que otorgó el aludido derecho, afectarlo.
Ergo, el Estado en ejercicio de su función administrativa, no
podría por sí y ante sí, emitir un acto administrativo que
pudiera restar efecto alguno al acto administrativo que
atribuyó derechos al particular.
De allí su irrevocabilidad o inmutabilidad, que se traduce
en la prohibición a la Administración de revocar modificar o
sustituir el derecho atribuido al particular.
Durante varios años se ha discutido acerca de si la
conclusión expuesta en los párrafos precedentes es
extensible, sin más , a los actos administrativos nulos de
nulidad absoluta. Si tenemos presente el contenido de los
arts. 18 y 1038 del CCiv., evidentemente no.
En efecto, el primero de ellos establece el principio de que
los actos prohibidos por las leyes no producen ningún
efecto, salvo los indicados por la ley misma. El segundo, le
resta efectos al acto nulo absoluto, pues al provenir la
invalidez de la ley, no pueden jurídicamente producir efecto
alguno(4) .
Vale decir, que si un acto administrativo es nulo absoluto
y la consecuencia de esa invalidez es que no puede
producir efecto jurídico alguno; por vía de principio,
entonces, el derecho atribuido en el acto administrativo al
particular, que en rigor de verdad es su efecto, al no
poderse producir, tampoco se puede incorporar al
patrimonio del particular.
Debe tenerse presente que, y en este sentido reitero lo ya
señalado, que el art. 18 del CCiv. resta efectos a los actos
prohibidos por las leyes, salvo los indicados por la propia
ley.
No obstante lo expuesto, se debe examinar la aplicación
del concepto de "estabilidad" del acto administrativo, a
través del tiempo, para examinar la problemática del
instituto en examen.
Como colofón de esta primera parte, se debe remarcar
pues, que la denominada "estabilidad del acto
administrativo" posee sustento constitucional(5) , y por ende,
tal circunstancia aparejará consecuencias precisas al
momento de interpretar las disposiciones legales que lo
regulan(6) .
1. El principio
Cabe recordar que conforme a la disposición transcripta
anteriormente, surge que el acto administrativo afectado de
nulidad absoluta se reputa irregular y debe ser revocado o
sustituido por razones de ilegitimidad aun en sede
administrativa.
Esta primera parte del art. 17 tiene cuatro aspectos que
son destacables. El primero de ellos es que el acto
administrativo que porta un vicio grave determinante de una
nulidad absoluta se denomina irregular. A este respecto ya
concluí que a contrario sensu, el acto regular es el acto
administrativo que no adolece de ningún vicio o que posee
un vicio leve determinante de nulidad relativa o que resulta
anulable, según cual fuere la denominación que se adopte.
Ambas denominaciones no han variado desde el leading
case "Carman de Cantón".
En segundo lugar se debe destacar que si se está frente a
un acto nulo de nulidad absoluta, la Administración posee
el deber de revocarlo, o sustituirlo. Está claro que no se
está frente a una mera facultad atribuida al órgano que lo
emitió o ante el órgano superior o aquel que ejerza el
control o tutela administrativa, sino que la ley establece la
obligación de revocarlo o sustituirlo por parte de esos
órganos. Ello, claro está, frente a la prevalencia del principio
de legalidad, legitimidad o juridicidad ya mencionado.
En tercer lugar, corresponde destacar que la frase "aun en
sede administrativa", significa que debe revocarse o
sustituirse "por sí y ante sí", esto es sin recurrir al órgano
judicial. La frase puede combinarse con la segunda parte
del art. 17 (38), en que —como se verá en el punto siguiente
— se establecerá en qué casos el acto irregular gozará de
estabilidad. Por otra parte el " aun " puede entenderse que
la ley adscriba a la doctrina de los autores que propician
que los únicos habilitados para disponer la declaración de
invalidez de los actos administrativos son los órganos
judiciales (39).
La cuarta cuestión, consiste en establecer si cuando el
art. 17 de la ley (dec.) 19.549 establece que la
Administración deberá revocar o sustituir por razones de
ilegitimidad el acto, también autoriza a modificarlo. La
respuesta positiva se impone pues puede aplicarse la
máxima de "quien pueda lo más puede lo menos" y por
cuanto la modificación es una forma de sustitución
parcial(40) .
I. MANIFESTACIÓN DE LA ACTIVIDAD
ADMINISTRATIVA. EL CARÁCTER DE SUS
CONSTANCIAS
El ordenamiento nacional tuvo un desarrollo progresivo de
los distintos tipos de procesos judiciales, y la actividad
gubernamental se fue incorporando en dichos moldes ya
sea como parte actora o como parte demandada,
respetando las características de la función jurisdiccional y
los cauces que el legislador —único habilitado— fue
escogiendo para la tramitación de los pleitos. En el caso del
Estado demandante, fueron distintas leyes especiales las
que le otorgaron privilegios expeditos para el cobro de sus
acreencias, cuando ellas estuvieren ligadas estrechamente
a la recaudación de la renta pública. La razón de estas
soluciones tiene que verse en una específica y
circunstanciada consideración del parlamento, que en
determinados aspectos de la actividad administrativa
entendió tan imprescindible su cobro ligero y sin demoras,
que equiparó a esas resoluciones firmes en dicha sede a
las sentencias judiciales. Así lo hizo con múltiples sectores
(aduanas, patentes, yerba mate, agio, reaseguros, etc.)
cuando estableció que las resoluciones que impusieran
determinadas multas serían tramitadas por la vía de
apremio, reenviando su cobro a dicho proceso especial que,
como juicio ejecutivo, se encontraba regulado en el código
de procedimientos civiles para la ejecución de sentencias y
derechos marítimos (ley 50).
Sin embargo, también es cierto que el mismo legislador,
cuando organizó los distintos tipos de procesos judiciales,
determinó un juicio ejecutivo como proceso abreviado de
ejecución de un derecho con menor grado controversia que
el normal, por encontrarse instrumentado en ciertos títulos
provenientes de una ley específica que les otorga especial
eficacia probatoria, al punto de trasladar la discusión de
fondo a un proceso ordinario posterior. En ese marco se
organizan títulos completos, otros que requieren
perfeccionamiento y otros que necesitan su formación en
sede judicial. En el primer caso, se ubican los instrumentos
públicos presentados en forma, la letra de cambio o pagaré,
saldo de cuentas bancarias y cheques, e instrumentos
privados suscriptos ante escribano en el protocolo
respectivo. Los que requieren perfeccionamiento son los
documentos privados que demanden una manifestación
añadida del deudor, o que se señale el plazo o reconozca
cumplida la condición. Y el proceso de formación se destina
a los créditos por alquileres y la confesión proveniente del
expediente judicial. Todos ellos se encuentran en el código
procesal en un título (común) que concede similares
efectos, una vez cumplidos los mayores trámites previos,
que los juicios ejecutivos especiales o acelerados, como la
ejecución hipotecaria, prendaria, comercial y fiscal.
Como esta última siempre estuvo destinada al cobro de
créditos específicamente impositivos, se generó un debate
en torno a si el resto de la actividad del Poder Ejecutivo y
sus múltiples órganos dependientes podía incluirse
válidamente dentro del concepto de instrumento público
presentado en forma. Esto traería una primera
consecuencia, puesto que toda actividad estatal, desde el
primer al último órgano, encuadraría dentro de los
contornos del juicio ejecutivo, ya sea como ejecución
acelerada fiscal, o como ejecución común, por constituirse,
cualquier manifestación o exteriorización de voluntad
ejecutiva, en un instrumento público. Es decir, no existiría
resquicio del quehacer estatal que no fuera reconducible a
un tipo de proceso que, por su propia naturaleza anómala,
el legislador lo ha sistematizado como excepcional.
Porque que si bien la consideración de si toda actuación
administrativa constituye un instrumento público resulta
un prius lógico, y una vez decidido ello correspondería
investigar cuál es la forma de llevar adelante o ejecutar
dichos instrumentos, lo cierto es que en la actualidad la
mayoría de los caracteres que el Código Civil le adjudica a
esas constancias (p.ej., incontrovertibilidad, impugnación
agravada y separada, responsabilidades penales
reforzadas, etc.) ya han sido superadas y no se discute en
demasía sobre ello. Por lo tanto el quid de la cuestión
radica en retomar el pretendido carácter de instrumento
público (con los caracteres que le otorga el Código Civil y
que toma in totum el Código Procesal para generar una vía
especial) para averiguar si el traspaso puede ser armónico
y las soluciones a las que se llegue razonables.
Y el inconveniente primordial que se genera mediante esa
interpretación sería una reduplicación en la protección a los
derechos litigiosos del Estado hasta límites insospechados.
Ello es así puesto que si en determinadas circunstancias el
órgano constitucionalmente investido de restringir defensas
procesales encuentra ponderable —y así lo declara por ley
o por remisión a una vía especial— el cobro prima
facie incuestionable de ciertos créditos, la ubicación de toda
la gestión gubernamental restante en los mismos juicios
fragmentados borraría hasta eliminar la especial
consideración que históricamente merecieron los primeros.
Recuérdese que esa ponderación se asienta en la idea de
que tales cobros condicionan en algún punto la vida regular
de la Nación, emparentada con la percepción de la renta
que proporcional y equitativamente establezca de modo
general ese mismo órgano. Si todo derecho o reclamo de
un órgano administrativo tuviera un régimen judicial
expedito y especial, la línea divisoria (recogida en el Código
Procesal) perdería sentido y hasta devendría
sobreabundante. La ejecución fiscal —título del Código
indudablemente referido a cierta actividad administrativa—,
en ese esquema, carecería de una razón de peso, toda vez
que su mera emanación de órganos administrativos la
facultaría a ingresar en el saco de los instrumentos públicos
emanados de funcionarios oficiales.
Como la ejecución fiscal se corresponde sin dudas a una
especial consideración del legislador de elevar cierto rango
de obligaciones estatales por sobre el resto de la actividad
ejecutiva, y como el precepto donde se haría ingresar
indiscriminadamente todo el excedente, indefinido y vasto
en sus límites, se vincula con una regulación
preferentemente destinada a normar relaciones entre
particulares, civiles y comerciales, se torna necesario
indagar e intentar bosquejar alguna explicación superadora
para la referencia, también genérica, a los instrumentos
públicos que efectúa el art. 523, inc. 1º, del CPCCN. Para
ello, es indispensable entender el concepto de instrumento
público, y qué rol juega en los actos celebrados entre
particulares, y cómo cabe comprenderlo cuando su
invocación surge en el marco del cauce formal de la función
administrativa.
2. La cuestión penal
Otra consideración por la cual no cabe trasladar sin
cortapisas las soluciones del Código Civil se refiere a las
específicas responsabilidades que tienen los autores de los
instrumentos públicos por esa función. Cuando el Código
Penal castiga al que "...insertare o hiciere insertar en un
instrumento público declaraciones falsas concernientes a un
hecho que el documento deba probar, de modo que pueda
resultar perjuicio..." (art. 293), significa que cada acto
administrativo que sea declarado nulo en sede judicial, o
cada juicio ejecutivo donde un acto se haya presentado y
no adquiera las condiciones para ser ejecutado cuasi
inaudita parte, o por aún, luego de ejecutado se haya
demostrado que el contenido se encontraba dispensado,
será necesario, con la misma rigidez interpretativa, recluir o
aprisionar de uno a seis años al funcionario que lo haya
redactado.
Esa no es la solución en el derecho penal, y por lo demás,
actuar de ese modo sería criminalizar la actividad
administrativa, al declarar penalmente punible a todo
funcionario que dictare un acto, instrumento público por esa
sola circunstancia, por hechos que no sean ciertos. Del
mismo modo, habría que investigar a quién habría que
perseguir, si al que dictó el acto, si al funcionario que lo
presenta en juicio, si al funcionario registral que lo visa y
protocoliza para un mejor orden administrativo, etc. Porque
la querella de falsedad, cuando se intenta por vía penal,
tiene como consecuencia directa la sanción al delincuente
—el falsario— y como consecuencia indirecta la invalidez
del instrumento. Este resultado, además de no ser
acompañada por la jurisprudencia penal, implica una
pesada carga sobre los funcionarios públicos, que estarían
en constante riesgo de incurrir en el delito de falsedad
ideológica, y debe ser descartada por no ser razonable(39) .
3. La impugnación agravada
Del mismo modo, el carácter de prueba auténtica del
instrumento público impone que para desvirtuarlo deba
demostrarse por querella de falsedad, ya sea a través de la
vía civil o penal, su inexactitud (art. 993 CCiv.). Si bien,
como enseña Fiorini(40) , en el pasado existía un
complejísimo procedimiento destinado a tales efectos,
denominado de repetición de la impugnación, su
simplificación en los Códigos procesales modernos no
significa que haya perdido una particularidad que,
justamente, constituye una variante que revela la
especificidad del instrumento público. Es que no alcanza
con la negación en el mismo expediente, o con la
aportación de contradocumentos, ni siquiera con influir en el
ámbito del juez mediante las reglas de la sana crítica.
Debe promoverse un incidente de redargución de
falsedad, al margen del juicio donde se ha impugnado el
instrumento, y, en lo que al caso respecta, se hace de esta
forma apartada porque es una impugnación dirigida no
contra el acto, ni contra el instrumento, sino contra la
persona que aparece como autor de la autentificación del
instrumento. La autenticidad que se rebate supone un
documento que fue creado fuera del litigio y por una
persona que no es parte ni debate sus derechos e intereses
en él. Es contra esta persona, escribano o funcionario con
dichas funciones, que se le instruirá la redargución. La
pérdida de eficacia del instrumento es una consecuencia
remota o indirecta del proceso que se le sigue al querellado.
Nada de esto, se sabe, acontece en el ámbito de la
justicia administrativa. La impugnación agravada que
requiere la desvirtuación de un acto administrativo puede
ostentar ciertas particularidades con relación a un acto
jurídico del derecho civil, y tal vez una mayor demostración
o coherencia indiciaria. Pero nada de esto se equipara al
juicio paralelo que requiere la querella de falsedad. Tanto la
autoridad administrativa actora, como demandada, todos
sus actos son debatibles y cuestionables ante la justicia
dentro del mismo proceso, por cualquier clase de pruebas,
sin cuestiones prejudiciales.
Además, como el funcionario actuaría en el doble carácter
oficial público con las consecuencias del art. 993 del CCiv.
(certificante) y también como parte del acto (emisor) (41) , se
daría la inconsecuencia de que se formaría un incidente de
redargución para atacar la actividad, no de un ajeno al
pleito, sino de una de las propias partes interesadas.
Esto no sería ni procesalmente correcto, ni es el sistema
que dispone el Código Civil.
IV. CONCLUSIONES
Los apartados anteriores permiten concluir que, a nuestro
criterio, resulta evidente que el instrumento público de actos
jurídicos que regula el Código Civil se refiere a los actos
privados en sus interrelaciones particulares e igualitarias, y
el instrumento viene a aportar una excedencia probatoria
allí donde las partes, en principio, lo consienten con
antelación. Tiende a agilizar las transacciones jurídicas.
Está revestido de una legitimidad que otorga el Estado a
ciertas personas, para determinados supuestos de hecho, y
con preciados recaudos formales que no se relacionan bajo
ningún concepto con los recaudos formales necesarios para
emanar el acto.
En los supuestos que el legislador lo ha especificado, ha
elevado como instrumentos públicos a determinadas
constancias unilaterales del Estado detallándolas en el
Código de fondo. Toda interpretación extensiva, en
consecuencia, que se haga de una frase aislada de un
inciso particular, no supera el tamiz ni el método
constitucional, y se opone a arraigados principios de
restricción hermenéutica que están destinados, no a una
Administración sin poderes ni facultades, tampoco a una
concepción individualista , sino a proteger una ideología
esencialmente personalista del Estado social de
(42)
Derecho .
3. La retroactividad pactada
Se admite también la eficacia retroactiva del acto los
casos en que ese alcance del acto ha sido pactado
contractualmente, siempre que no configure una cláusula
abusiva e irrazonable(56) , ni se afecten derechos de
terceros.
Naturalmente, la circunstancia de que la eficacia
retroactiva del acto haya sido pactada presupone que ésta
es favorable al particular, o que no lo perjudica, o que en
todo caso ha sido consentida en el contexto del acuerdo o
entendimiento alcanzado con la Administración, todo lo cual
asemeja la situación a uno de los supuestos previstos en
forma expresa en el art. 13 de la LNPA.
I. INTRODUCCIÓN
El primer elemento del acto administrativo que señala
tanto la Ley Nacional de Procedimientos Administrativos
como la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de
la Nación, es el elemento subjetivo o competencia(1) . Y si
bien la doctrina no ha sido uniforme respecto del número y
denominación de los elementos del acto administrativo (2) , la
gran mayoría enuncia, en primer término, al elemento
subjetivo(3) .
Ello es así, por cuanto la existencia misma del acto
administrativo depende de la presencia de un sujeto —
órgano institución integrado por una persona física capaz (4)
— con competencia para producir el acto (5).
IV. CLASIFICACIÓN
La competencia puede ser clasificada en razón de la
materia, del lugar, del grado y del tiempo.
La competencia en razón de la materia se refiere a las
actividades o tareas que legítimamente pueden
desempeñar los órganos o sujetos estatales (12); esto es, las
funciones y atribuciones que el derecho objetivo
(constitución, ley, reglamento, etc.) les otorga (13).
A tal fin, deberá considerarse el principio de especialidad,
que limita la actuación del sujeto a aquellas facultades que
le sean atribuidas en forma expresa, implícita o que sean
inherentes a los fines establecidos en el acto de creación
del órgano o ente (14).
La competencia en razón del lugar se vincula al ámbito
espacial en el que el órgano o sujeto estatal puede
válidamente ejercer sus atribuciones.
En este supuesto, la competencia se determina por un
criterio extrínseco, relacionado con la extensión territorial en
la cual el órgano o sujeto estatal puede ejercer la
competencia que le fue atribuida (15). Así, dos sujetos
pueden ostentar la misma competencia en razón de la
materia, distinguiendo su competencia en razón de la
jurisdicción en la cual están habilitados para actuar.
La competencia en razón del grado o vertical se refiere a
la posición que ocupa el órgano o sujeto dentro de la
jerarquía administrativa (16).
La organizació n jerárquica implica que el inferior se
encuentra subordinado al superior, que lo dirige y vigila (17).
Además, en principio, los órganos inferiores se encuentran
impedidos de adoptar decisiones que legalmente le
corresponden al superior —y viceversa—; salvo supuestos
de advocación o delegación, cuando éstas sean
ad misibles (18).
La competencia en razón del tiempo se refiere a los casos
en los que un órgano tiene determinadas facultades
concedidas sólo durante un lapso determinado (19). El plazo
constituirá el límite para el ejercicio legítimo de la potestad
administrativa de que se trate (20).
V. CARACTERES DE LA COMPETENCIA
Los caracteres de la competencia aparecen claramente
descriptos en el art. 3º de la ley 19.549, al establecer que el
ejercicio de la competencia "constituye una obligación de la
autoridad y del órgano correspondiente y es
improrrogable...".
3. Es improrrogable
La competencia, al ser establecida siempre en interés
público(26) , es improrrogable, salvo que la delegación,
sustitución y/o avocación se encuentren autorizadas(27) .
La delegación se produce cuando el superior transfiere al
inferior parte de sus atribuciones(28) . Esta delegación no
importará una derogación de la competencia del superior ni
se afecta el ordenamiento de la competencia, sino un
traspaso parcial de competencia de un órgano a otro
órgano o ente(29) .
En cambio, la sustitución importa sólo el cambio en la
persona física del funcionario, por hallarse imposibilitado de
ejercer la competencia que corresponde al órgano o
persona estatal a su cargo(30) .
Por medio de la avocación el superior asume
competencias que competen al inferior. El superior se
avoca al conocimiento y decisión de un asunto cuya
competencia pertenece al inferior(31) .
Si bien la avocación es la regla en el orden jerárquico de
la Administración, ella será improcedente cuando una
norma expresa disponga lo contrario(32) , cuando la
competencia haya sido atribuida al inferior por poseer una
idoneidad específica o cuando la competencia deriva de la
Constitución o una ley dictada en su consecuencia(33) .
VII. CONCLUSIÓN
Como sostuvo Canasi, la competencia rige toda la vida
jurídica del acto administrativo, desde su formación hasta
su extinción(36) . Por ello, y porque todo órgano o sujeto
estatal para realizar actos jurídicos válidos debe ubicarse
dentro de su competencia, este es el primer requisito que
se debe observar.
I. INTRODUCCIÓN
De acuerdo con el art. 7º de la Ley Nacional de
Procedimientos Administrativos (en adelante, "LNPA"), el
objeto es un requisito esencial del acto administrativo. Y
con esencial nos referimos a la necesidad indefectible de
que dicho requisito se encuentre, y no tenga vicios, para ser
considerado válido plenamente (2).
Resulta valioso, a fin de comenzar a estudiar el tema del
presente, recordar la parte pertinente del art. 7º, el cual en
su inc. c) dispone: "El objeto debe ser cierto y física y
jurídicamente posible; debe decidir todas las peticiones
formuladas, pero puede involucrar otras no propuestas,
previa audiencia del interesado y siempre que ello no afecte
derechos adquiridos".
Se observa que en el artículo mencionado no se brinda
una definición del objeto, sino que el mismo sólo se limita a
describir sus atributos (3). Sin embargo, ha sido la doctrina y
la jurisprudencia quienes se han encargado de
conceptualizar al objeto del acto administrativo. Y así —en
palabras de Edmund Husserl— es como la ciencia
evoluciona.
Se ha señalado que, "el objeto del acto es aquello en que
él consiste; es, concretamente, la decisión, certificación u
opinión contenidas en la declaración que el acto
implica" (4). Definición a la que se le puede añadir la
característica de que el objeto sea predeterminado o no por
una norma (5).
Asimismo, la Procuración del Tesoro de la Nación ha
dicho que el objeto del acto administrativo es el contenido
del acto; consiste en la resolución, en las medidas
concretas que dispone, las que de acuerdo con la ley
19.549 deben reunir los caracteres de certeza y posibilidad
física y jurídica (6).
Y Eduardo García de Enterría y Tomás Ramón Fernández
han señalado que "el objeto de la declaración de la
Administración puede ser un comportamiento del
administrado, de otra Administración, de otro órgano, del
titular del órgano...; un hecho...un bien...; una situación
jurídica...; su propia organización; o bien mixturas de esos
objetos típicos, en cuanto sean propuestos por el
ordenamiento como término final de la actividad jurídica de
la Administración" (7).
Por su parte, se ha identificado el contenido con el objeto
del acto administrativo y se ha manifestado que, "en su
sentido estricto, el contenido es la declaración de
conocimiento, de voluntad o de juicio en que el acto
consiste" (8).
Se pueden identificar tres partes en el contenido del acto,
las cuales se conocen con el nombre de (i) contenido
natural o necesario, (ii) contenido implícito y (iii) contenido
eventual del acto administrativo (9).
El primer tipo de contenido "es el que necesariamente
forma parte del acto y sirve para individualizarlo, evitando
que se confunda con otro" (10). Debe existir necesariamente
y su fin inmediato será el de producir sus efectos.
El segundo tipo de contenido "se refiere a cláusulas que
no son expresas pero que se han de entender incluidas en
el acto porque el ordenamiento jurídico las supone en todos
los de la misma especie" (11). Esto significa que hay
determinados efectos que se conectan en forma automática
una vez que el acto es manifestado.
El tercer tipo de contenido "está integrado por aquellas
cláusulas que el órgano administrativo puede introducir en
el acto en adición a las que constituyen el contenido
necesario" (12). Incluso este tipo de cláusulas puede llegar a
modificar el contenido implícito. Son ejemplos de este tipo
las cláusulas accesorias: la condición, el modo y el término.
Asimismo, el contenido del acto puede ser clasificado en
contenido reglado, en el caso de que haya una norma que
lo predetermine, o en contenido discrecional. Y también
existen actos con contenido parcialmente reglado y
parcialmente discrecional (13).
En suma, podemos observar que el objeto o contenido del
acto es sujeto a diversas clasificaciones dependiendo
precisamente del tipo contenido de que se trate.
Por su parte, en el caso "Hernández" (14) , la Cámara
Nacional en lo Civil ha sostenido que el contenido u objeto
del acto administrativo consiste en la resolución o medida
concreta que mediante el acto adopta la autoridad. Y el
Superior Tribunal de Chubut ha considerado que el objeto
del acto está dado por lo que el mismo ordena o resuelve a
través de su declaración; las medidas concretas adoptadas
a través de él pudiendo encontrarse éstas predeterminadas
por la norma (en el supuesto de actos reglados) o depender
de la discrecionalidad de la Administración(15) .
II. REQUISITOS
III. CONCLUSIÓN
El elemento estudiado no hace más que poner a prueba la
claridad del acto administrativo.
Es gracias a él que sabremos dilucidar y entender de qué
está hablando el órgano administrativo y qué es lo que se
pretende con él.
En razón de ello, trabajar en actos administrativos que no
sea oscuros, difíciles de determinar, o poco precisos, es
una de las grandes tareas de la Administración. Ello
facilitaría enormemente el entendimiento entre ella y el
administrado.
La palabra causalidad, según Mario Bunge, reconoce un triple significado. Esta multiplicidad de
acepciones de esta palabra ha conducido a una confusión con respecto a los significados de las
palabras causación, determinación, causalidad y determinismo. En tal sentido señala el citado autor,
que: "la palabra 'causalidad' tiene lamentablemente, no menos de tres significados principales, lo cual
es un claro síntoma de la larga y tortuosa historia del problema de la causalidad. En efecto, una sola y
misma palabra, 'causalidad', se emplea para designar: a) una categoría (correspondiente al vínculo
causal); b) un principio (la ley general de causación) y c) una doctrina , a saber, aquella que sostiene
la validez universal del principio causal excluyendo los demás principios de determinación" (2).
La causa del acto administrativo consiste en los acontecimientos, circunstancias o antecedentes que
tienen lugar en el mundo de los hechos y los fundamentos jurídicos, sean de derecho positivo o de
derecho natural, que sirven de sustento al acto administrativo.
1. Explicación de la definición
Acontecimientos, circunstancias o antecedentes que
tienen lugar en el mundo de los hechos: Para que exista
causa es menester, que en el mundo material acontezca
algo, y de ahí el uso del término "acontecimientos", o bien
que tengan lugar circunstancias que nos permitan pensar
en una causa material, tal es el caso, por ejemplo, de una
persona que infringe las leyes de tránsito, esto es un
acontecimiento, o bien que ocurra un hecho natural, una
lluvia, un tornad o, circunstancias que permitan su
constatación en el mundo de los hechos.
¿Por qué es importante el acaecimiento en el mundo de
los hechos? Porque puede ocurrir que una persona realice
un proceso mental tendiente a infringir las leyes de tránsito,
pero luego de ello no obra en consecuencia, existe
simplemente una elucubración, no ha sucedido en el mundo
material un acontecimiento que podamos constatar, y por
ende, podemos decir que no hay causa material. De ahí la
importancia de los acontecimientos, circunstancias o
antecedentes que tengan lugar en el mundo de los hechos.
La jurisprudencia también le ha brindado importancia a la
constatación de los hechos, así se manifestó: "Si bien es
cierto que la oportunidad, conveniencia o mérito tenidos en
cuenta para la emisión del acto administrativo no son
controlables por el Poder Judicial, ello no impide que lo
atinente a la efectiva existencia de los "hechos" o
"situaciones de hecho" (invocados para emitir el acto), cae o
pueda caer bajo el poder de revisión de los jueces, pues se
trata de comprobar la verdadera y efectiva existencia de sus
presuntos "antecedentes", es decir de aquello que
constituyen su 'causa' o 'motivo'" (26).
Con idéntico criterio, en otro fallo se dijo: "Trátase de
revisar, no la oportunidad, conveniencia o mérito del acto,
sino la verdadera y efectiva existencia de sus presuntos
'antecedentes', es decir, aquello que constituye su 'causa' o
'motivo'" (27).
De la misma forma, se sentó lo siguiente: "El acto
administrativo, sea que su emisión responda al ejercicio de
una actividad reglada o de una actividad discrecional, debe
basarse, siempre en hechos ciertos, verdaderos, existentes
en el momento de emitirse el acto. De lo contrario resultaría
viciado por falta de causa o motivo" (28).
En suma, deben ocurrir hechos que le sirvan de sustento
al acto administrativo que deba emitirse, ello es una
condición necesaria pero no suficiente para que el acto
tenga causa. Deben además existir fundamentos jurídicos.
"...y los fundamentos jurídicos, sean de derecho positivo o
de derecho natural": Nótese que he utilizado la conjunción
"y", dado que para que exista causa como elemento del
acto administrativo es necesario que concurran estas dos
circunstancias, por un lado los acontecimientos,
circunstancias o antecedentes del mundo material, que
sería la causa material, pero eso no resulta suficiente; se
requiere además, que juntamente con tales recaudos,
exista un fundamento jurídico o causa jurídica.
Tal fundamento jurídico, bien puede ser un dato jurídico
positivo o de derecho natural. Usualmente puede ser una
norma prevista en el ordenamiento jurídico positivo que
contemple la situación, como en el ejemplo, la persona que
va conduciendo un automóvil infringe las normas de
tránsito. Existió por un lado un acontecimiento o
circunstancia, haber pasado un semáforo en rojo o haber
estacionado incorrectamente en un lugar no autorizado para
tal fin; y por otro lado, la norma jurídica de tránsito que
prevé una sanción para tal tipo de acontecimientos o
circunstancias. Cuando se emita el acto administrativo
respecto de esta cuestión, se hará referencia al hecho
(causa material) y también habrá de hacerse referencia a la
norma (causa jurídica).
Por otra parte, el fundamento jurídico bien puede ser de
derecho natural, tal es el caso de la costumbre, o de los
principios generales del derecho, en tales supuestos si
ocurren en el mundo material acontecimientos o
circunstancias y luego de ello la Administración Pública
decide emitir un acto administrativo, bien podría fundarse
en un principio general de derecho.
En suma, la causa como elemento del acto administrativo,
reconoce dos especies, la causa material y la causa
jurídica. Se requiere que sucedan en el mundo material
acontecimientos, circunstancias, o que existan
antecedentes que autoricen el dictado del acto; pero que a
su vez, esto encuentre fundamento en el ordenamiento
jurídico.
¿Cuál es la razón para sostener que se requiera además
de la causa material la concurrencia de la causa jurídica? El
fundamento es muy simple, cual es, el Estado de Derecho,
el Estado debe obrar siempre que una norma de derecho
positivo o natural lo autorice, por lo contrario la ausencia de
tal norma, convierte al acto en carente de causa jurídica y
por ende lo vicia, tornándolo nulo.
Que sirven de sustento al acto administrativo: tanto la
causa material como la causa jurídica le dan vida y
fundamento al acto administrativo, en el caso de que no
exista causa material y/o causa jurídica, por no haber
ocurrido los hechos; o bien por ser falsos los mentados
acontecimientos el acto administrativo carece de sustento,
carece de causa, y por ende resulta ilegítimo.
X. CONCLUSIONES
Desde mi perspectiva, la causa se erige como un
elemento autónomo del acto administrativo, la falta o
ausencia de la misma torna al acto nulo de nulidad
absoluta.
Por último, la teoría de la causa ha implicado un progreso
importante en el Derecho Administrativo y en la
configuración de los elementos del acto, pues no hay acto
sin fundamentos de hecho y de derecho. Esta teoría de
notable trascendencia ha impactado en la jurisprudencia
que se ha emitido al respecto, ya que los decisorios
judiciales han trasladado desde el plano teórico a la
realidad, conceptos que parecían limitados a una mera
concepción abstracta(31) .
I. INTRODUCCIÓN
La forma del acto administrativo no sólo está vinculada
con la validez del acto, sino también con la existencia
misma de éste(1) . El acto administrativo supone, en primera
medida, una expresión de voluntad por parte de la
Administración. A su vez, esta manifestación debe ser
exteriorizada de acuerdo a la normativa vigente. Es decir,
que para que la voluntad administrativa expresada a través
del acto resulte válida y genere efectos jurídicos será
necesario el cumplimiento de los elementos esenciales,
entre los cuales se encuentra la forma(2) .
A diferencia de lo que ocurre en el derecho privado,
donde las formas de los actos jurídicos, en general, no son
determinadas por la ley, es decir, rige la libertad de formas
y éstas tienen como objetivo tutelar la seguridad jurídica y
promover el tráfico mercantil(3) ; en el derecho administrativo
la forma adquiere otra relevancia(4) : no sólo alcanza un rol
fundamental para el buen orden de la Administración, sino
que también se alza como una garantía tanto para el
administrado como para el interés público(5) .
II. CONCEPTO
La doctrina no es uniforme respecto de qué debe
entenderse por la "forma" del acto administrativo. En este
sentido, se ha indicado que su concepto puede tener una
acepción restringida o amplia(6) .
1. Criterio estricto
Desde el punto de vista restringido se define a la forma
del acto administrativo, como "el modo en que se
documenta la voluntad administrativa que da vida al
acto" (7). Es decir, la manera en que se exterioriza la
voluntad de la Administración (8).
Esta concepción es la receptada por la LPA, en su art. 8º
se establece que: " El acto administrativo se manifestará
expresamente y por escrito; indicará el lugar y fecha en que
se lo dicta y contendrá la firma de la autoridad que lo emite;
sólo por excepción y si las circunstancias lo permitieren
podrá utilizarse una forma distinta" (9).
De acuerdo al mencionado precepto legal, la forma del
acto administrativo debe reunir los siguientes requisitos
como condición de validez:
2. Criterio amplio
Por otro lado, de manera mayoritaria la doctrina
contemporánea(53) entiende que el elemento forma del acto
administrativo hace referencia no sólo a los requisitos
formales de validez que se deben tener en cuenta al
momento de dictarse el acto, sino también aquellos que
deben observarse con carácter previo(54) y posterior a su
emisión(55) . Así, el procedimiento previo y la publicidad
configuran elementos formales del acto administrativo,
porque en definitiva traducen la voluntad de la
Administración(56) . Quienes sostienen esta postura afirman
que los vicios en tales aspectos del acto se traducen en
vicios del elemento forma(57) .
De acuerdo a lo señalado previamente podemos decir que
una concepción amplia del concepto forma, abarca tres
fases: (i) el procedimiento previo al dictado del acto (58) ; (ii)
el momento del dictado del acto, etapa en la que se incluye
no sólo los requisitos previstos en el referido art. 8º
(concepción restringida), sino también la exigencia de la
motivación del acto administrativo(59) ; y (iii) los trámites
posteriores a su emisión por medio de los cuales se notifica
al particular o se publica el acto de alcance general.
En el presente capítulo nos hemos limitado a señalar las
mencionadas tres etapas, en tanto cada una de ellas se
encuentran particularmente desarrolladas en esta obra(60) .
III. CONCLUSIÓN
En síntesis, la forma del acto administrativo es la
concreción de la expresión del poder administrador, a quien
se reserva un ámbito de discrecionalidad, también respecto
de las formas, pero dentro del espectro de la legalidad, en
tanto dicho poder se ejercita en consonancia con las
fuentes del derecho y la consiguiente jerarquía y
acatamiento de las normas superiores.
Por eso, su manifestación tendrá dos vigías
fundamentales, el mencionado orden jerárquico, en tanto
ello refleja la unidad del respectivo ordenamiento jurídico de
que se trate y, en tanto norma individual, y como última
concreción del derecho dentro del ámbito de competencia
—basal en esta rama del derecho—, adecuarse a la
situación particular ajustando su expresión —a la manera
de la regla de Lesbos— de modo tal que respete tanto
dicha legalidad como las particularidades que requiera el
caso concreto(61) .
Puesto que, en definitiva, no ha de perderse el norte, en el
sentido que las formas en el derecho son instrumentos que
permitirán revelar en última instancia si el arbitrio
administrador responde a un principio de justicia o a una
intención que lo exorbita. Así como la cera adquiere la
forma del sello que se imprime, tornando inescindible la
materia de la forma, así la expresión del acto dará cuenta
de su contenido y será, al momento de evaluar su validez,
la primera advertencia que nos dará la pauta de su
legalidad (62).
X. Conclusiones
Parte IV - Elementos del acto administrativo
Capítulo 26 - La motivación del acto administrativo - Por Guido Santiago Tawil
X. Conclusiones
III. CONTENIDO
Objeto de diversas clasificaciones, la delimitación,
de su contenido no ha resultado uniforme. Así, a
diferencia de lo que acontece en España y Francia, la
doctrina predominante en nuestro país ha incluido
dentro de la motivación no sólo a la expresión de la
causa del acto(12) —es decir, a los antecedentes de
hecho y de derecho que han dado lugar al dictado del
acto— sino también de su finalidad(13) .
Desde esta óptica, la motivación de los actos
administrativos consiste en aquella fundamentación
fáctica y jurídica mediante la cual la Administración
intenta demostrar la legitimidad y oportunidad de su
decisión, transformándose en el principal punto de
partida para el inicio del control de legitimidad(14) .
Entendido que la Administración no tiene "otra
actuación, ni otra vida psicológica que la
estrictamente legal" —en sentido amplio— y que "no
puede haber para ella motivos impulsivos de su
acción marginales al derecho"(15) , la motivación
aparece como el modo de hacer públicas, mediante
una declaración formal, las razones fácticas y
jurídicas en función de las cuales ha obrado (16) . Su
existencia hace, además, a la razonabilidad de la
decisión en tanto no cabe duda que "cuando un acto
administrativo carece de argumentación razonable
sobre los hechos que se le vinculan y se basa tan
solo en la pura y simple voluntad del funcionario que
lo dictó es arbitrario y por ende ilegítimo"(17) .
Las resoluciones administrativas se traducen, así,
en cierta medida en un silogismo. La ley, el
reglamento o la norma de aplicación son la premisa
mayor. Las situaciones de hecho que han dado lugar
al obrar administrativo, la premisa menor. Y la
decisión es la consecuencia a que se accede
mediante la apreciación —o subsunción— de los
hechos en relación a las normas jurídicas que
regulan la actividad administrativa(18) , traduciéndose
la motivación en el medio de exteriorización de este
razonamiento.
Como criterio general se ha señalado que la
motivación debe ser "suficiente". Y agregado que esa
suficiencia puede encontrarse satisfecha aun cuando
la motivación sea sucinta, es decir, que aquélla no
depende de la mayor o menor extensión de la
motivación.
En esa senda, tribunales argentinos han sostenido,
que si bien la motivación debe contener las razones
de hecho y de derecho que determinaron el dictado
del acto, no es necesaria una relación analítica o
circunstanciada sino que basta una relación sucinta
en la medida en que ella sea ilustrativa(19) .
En nuestra opinión, la motivación del acto
administrativo debe, para ser considerada suficiente,
referirse ineludiblemente y en forma clara a los
hechos y fundamentos de derecho tenidos en cuenta
para adoptarlo y expresar del razonamiento que, a
partir de aquéllos, se ha seguido para adoptar la
decisión(20) .
Se ha afirmado así, con razón, que no configura
una muestra de buena administración la
circunstancia de que en sede gubernativa se adopten
decisiones que afectan importantes intereses de
personas jurídicas con una escueta y difusa
fundamentación, cuyo origen finca en meras
opiniones o pareceres que se vierten sin mayores
precisiones y con desconexión del caso concreto en
estudio. Todo ello dificulta la tarea de quien tiene
derecho a defender sus intereses de modo cabal y, lo
que es más grave, desconoce lo prescrito por el
art. 7º de la ley 19.549, en relación a los requisitos
esenciales del acto administrativo(21) .
3. La situación en la Argentina
Con buen criterio, el legislador argentino optó por
apartarse —en el orden federal— de los criterios
predominantes en los principales sistemas europeos.
Dispuso así, como principio general, que el acto
administrativo "deberá ser motivado, expresándose
en forma concreta las razones que inducen a emitir el
acto, consignando, además, los recaudos indicados
en el inc. b) (132)del presente artículo" (art. 7º, inc. e],
de la ley 19.549).
En este aspecto, nuestra ley de procedimiento
administrativo se puso a la cabeza de la tendencia
más moderna. Quizá se deba ello al hecho de haber
comprendido el legislador que la necesidad de
motivar los actos administrativos no es sólo jurídica,
sino que está íntimamente relacionada con la
moralidad administrativa (133). En este asentido, la
posición adoptada en el orden federal resulta
plausible.
En el ámbito provincial argentino no siempre se ha
seguido ese criterio (134). El art. 108 del dec.-ley
7647 de la provincia de Buenos Aires dispuso así —
asemejándose a la normativa española de 1958—
que "todo acto administrativo final deberá ser
motivado y contendrá una relación de hechos y
fundamentos de derecho cuando: a) decida sobre
derechos subjetivos; b) resuelva recursos; o c) se
separe del criterio seguido en actuaciones
precedentes o del dictamen de órganos consultivos".
Igual criterio siguieron, con pequeñas variantes, otros
cuerpos normativos provinciales como los de las
provincias de Córdoba; Chaco; Chubut; Corrientes o
Formosa. En sentido concordante con la normativa
federal se pronunciaron, por el contrario, las leyes de
Catamarca, La Pampa y San Juan.
La diferencia entre los ordenamientos nacionales y
provinciales ha sido destacada por la Suprema Corte
de la provincia de Mendoza. Mientras que en el orden
nacional el principio general es el de la necesidad de
la motivación del acto (art. 7º, incs. b y e), la
normativa pública provincial dispone en general qué
actos deben ser motivados. De un estudio
comparativo de ambas órdenes (el nacional y el
mendocino) surge que el ordenamiento provincial
es, prima facie , menos exigente que el nacional. Sin
embargo, la amplitud de sus términos y la
interpretación que de él han hecho la doctrina y la
jurisprudencia, permite sustentar que las diferencias
no son tan profundas. En tal sentido, destacó el más
alto tribunal mendocino —dentro de las razones que
justifican motivar todo acto administrativo— el
principio de ejecutoriedad de los actos
administrativos que parte de la presunción de
legalidad, y presume una inversión de la carga de la
prueba a favor de la Administración, a cambio de
cuya prerrogativa queda la Administración obligada a
motivar sus resoluciones; la aplicación analógica de
las reglas sobre actos procesales; la obligación de
motivar como principio de derecho público que deriva
del respeto a los ciudadanos, etc. (135)Semejantes
razones deben vincular tanto a la Administración
nacional como a las Administraciones locales,
circunstancia que llevó al tribunal a sostener que
cualquiera que sea el sentido de la regulación, la
motivación debe ser exigida en atención a los
intereses que resguarda.
Más allá de nuestras objeciones, la postura todavía
predominante en la doctrina y legislación extranjera
es, como hemos visto, aquella que sostiene que no
todos los actos administrativos requieren motivación,
sino que ella sólo resulta obligatoria en aquellos
supuestos donde así lo exige una norma o la
naturaleza del acto. Desde esa perspectiva,
numerosos han sido —especialmente en la doctrina
italiana que mayor atención, aunque no por ello más
acertada, ha otorgado a la motivación— los criterios
utilizados para determinar aquellos supuestos en que
debe exigirse la existencia de la motivación del acto
por su naturaleza(136) , aunque sin lograr, por ello, una
determinación precisa(137) .
1. La forma de expresión
Escasa utilidad reviste una legislación que requiera
con carácter general que los actos administrativos
sean motivados si su exigencia es en la práctica
relativizada.
Basta recordar, por ejemplo, que en un enfoque
distinto del adoptado en la Argentina, el legislador
español de 1958 optó por considerar que la
motivación de los actos administrativos no constituía
un requisito de cumplimiento esencial para su
validez. En aquellos supuestos en que era requerida
expresamente por el ordenamiento jurídico, el art. 43
de la LPAE establecía como exigencia "una sucinta
referencia de hechos y fundamentos de derecho",
demostrando que —en el sistema español— la
motivación constituía la expresión del elemento
causa, mas no de la finalidad perseguida con el
dictado del acto. La "sucinta referencia" mencionada
fue interpretada en forma estricta, en el sentido de
que no se requería la expresión de los actos
administrativos en forma análoga a la de las
sentencias judiciales —es decir, con vistos y
considerandos— y que bastaba la breve expresión
de los hechos y fundamentos de derecho(138) .
Aceptada la exigencia de motivación para el caso
concreto, uno de los principales problemas que se
enfrenta es el determinar qué requisitos debe cumplir
ella para ser considerada válida.
Alcanzar la uniformidad en este aspecto no resulta
sencillo.
Es indudable que una motivación válida no depende
de su extensión(139) —en tanto la mayor parte de las
normativas vigentes no expresan "cuántos motivos
de cada clase deben hacerse ni hasta qué punto
debe agotarse el razonamiento"(140) —, sino de su
contenido. Por ello se ha interpretado que la sola
brevedad del acto resolutorio no debe llevar a su
anulación, en tanto se haga constar la motivación del
acuerdo que adopta.
En este sentido, la jurisprudencia argentina ha
establecido que no se debe confundir la brevedad de
un acto administrativo, ni el grado de acierto técnico
alcanzado en su redacción, con la falta de
motivación(141) , de modo tal que una fundamentación
defectuosa que mediante un esfuerzo razonable de
interpretación sea comprensible, configura un vicio
leve o intrascendente que no priva al acto de validez.
Se ha interpretado así que la suficiencia de la
motivación de los actos administrativos no puede
desvincularse de la amplitud de la facultad ejercida ni
del concreto caso en que ellos se emiten(142) .
Respecto a la extensión del motivo, éste ha de ser
real, y adaptado a cada caso discutido, no pudiendo
limitarse a utilizar frases típicas o fórmulas
prefabricadas. En general se admite que la
motivación pueda ser breve, pero a condición de que
resulte correcta y precisa (143).
Ello no implica, por cierto, que no se deban
expresar los hechos y fundamentos jurídicos del
obrar administrativo, así como la relación causal
existente entre ambos. Nulos resultan, en
consecuencia, aquellos actos en los cuales la
Administración se remite al expediente instruido o
cita exclusivamente las disposiciones o preceptos
legales aplicables (144).
Desde esta óptica se ha afirmado en la Argentina —
siguiendo a la doctrina francesa, italiana y española
— que la motivación debe ser suficiente (145), es decir,
"ha de dar razón al proceso lógico y jurídico que ha
determinado la decisión" (146).
Dilucidar en qué ocasiones la motivación expresada
cumple con el requisito de suficiencia no es tarea
sencilla ante la ausencia de parámetros teóricos
válidos que puedan servir de referencia (147). Si bien
se podría afirmar que la motivación de una decisión
administrativa resulta suficiente cuando permite a un
"administrado medio" —por utilizar un patrón
abstracto de referencia— conocer las circunstancias
de hecho y de derecho que justificaron el dictado de
un acto y la finalidad que inspiró dicho obrar, es
decir, cuando resulte ilustrativa de ellas, la solución
adecuada de este interrogante aparece teñida
irremediablemente de un tono casuista (148).
Más sencillo parece, en cambio, determinar en qué
ocasiones la motivación esgrimida no cumple los
requisitos mínimos exigibles. No cabe duda, por
ejemplo, que ello ocurre cuando la motivación
expresada carece de fundamentos jurídicos, o sólo
se refiere a fundamentos de esta naturaleza.
A este respecto, la Procuración del Tesoro ha
señalado que no se cumple con el requisito impuesto
en el art. 7º, incs. b y e, de la LPA cuando una
resolución omite la motivación en su aspecto
normativo, por cuanto no existe en sus
considerandos una invocación expresa del derecho
aplicable(149) . Igual posición ha adoptado en el
supuesto inverso, al sostener que una resolución
carece de motivación y de debida indicación de su
causa, cuando en ella no se expresan en forma
concreta las razones que inducen a emitir el acto y
únicamente se manifiesta en virtud de qué
disposiciones legales se dicta(150) .
Al contrario, la jurisprudencia ha sostenido en
ocasiones que cuando en el acto se invocan normas
legales que le sirven de causa, la cita de éstas
constituye motivación suficiente(151) . Especialmente si
aquéllas son suficientemente comprensivas y
alcanzan para apreciar con razonable suficiencia los
motivos del acto(152) .
En el supuesto inverso, es decir, cuando se omiten
los fundamentos de derecho, la posición esbozada
por algunos tribunales extranjeros al sostener que la
ausencia de los fundamentos jurídicos del acto puede
ser sustituida por el juez en virtud del principio iura
curia novit (153), parece inaceptable.
Varios son los argumentos que cabría esbozar en
contra de ello. En primer lugar, esa conclusión
denota la existencia de una peligrosa confusión entre
la apreciación que compete a los jueces del derecho
invocado por las partes en el proceso judicial y los
requisitos propios del ejercicio de la función
administrativa, fundada en la necesidad de que los
particulares puedan conocer las normas observadas
por la Administración al resolver. No se debe olvidar
que la revisión judicial no es el fin a que se dirige la
actividad administrativa, sino tan solo un medio de
control de ésta. La motivación no tiene sólo por
finalidad conocer con mayor certeza y exactitud la
voluntad manifestada, sino que debe considerársela
encaminada, primordialmente, a hacer posible el
control o la fiscalización jurisdiccional de los actos de
la Administración, estableciendo la necesaria relación
de causalidad entre los antecedentes de hecho, el
derecho aplicable y la decisión adoptada (154). ¿Qué
ocurriría, en caso contrario, con la mayor parte de los
actos administrativos, nunca sometidos a revisión
judicial? En tales supuestos, ¿no se debería conocer
públicamente en base a qué normas ha obrado la
Administración? Segundo, que ella implica, además,
una apertura indiscriminada hacia la arbitrariedad.
¿Hasta qué punto se puede considerar reglado un
acto en el cual su fundamento jurídico podrá
eventualmente surgir de la apreciación judicial —al
no expresarlo la Administración en la motivación del
acto— conforme al principio iura curia novit ?
En materia de fundamentación jurídica, prestigiosos
tratadistas como Marienhoff, han sostenido que
"cuando la norma legal aplicable es suficientemente
comprensiva, su mera referencia puede surtir efectos
de motivación, resultando así que la simple cita de la
disposición legal valdría entonces como
motivación" (155). Si bien es cierto que no se debe
confundir la brevedad de un acto administrativo, ni el
grado de acierto técnico alcanzado en su redacción,
con la falta de motivación (156), creemos —junto con
alguna jurisprudencia del Consejo de Estado
francés (157)— que la necesidad de motivación no se
logra satisfacer con la mera referencia a la norma.
Ella debe contener necesariamente no sólo una
relación —aun sucinta— de los hechos que se
considera probados, de la prueba invocada, de la
valoración que tales probanzas han merecido, de la
relación existente entre los hechos y el objeto del
acto, sino además de las normas que se aplican en
forma concreta y de la razón que justifica su
aplicación fren te a esos hechos(158) .
2. Clases de motivación
Entendida en sentido amplio, la motivación del acto
administrativo puede ser de dos clases:
a) contextual , cuando existe en el propio texto del
acto administrativo del que expresa su causa y
finalidad; y
b) no contextual o in aliunde , cuando aparece en
un escrito distinto del acto que supuestamente
motiva (159). Esta última puede, a su vez, ser producto
de un acto dictado exclusivamente con carácter
accesorio al principal o mediante otro procedimiento
con vida autónoma, supuesto en el cual resulta
necesario dejar constancia de que la motivación se
halla en otro procedimiento (160).
Numerosos ordenamientos contemporáneos
admiten la procedencia no sólo de la motivación
contextual, sino también de la in aliunde . En algunos
sistemas, la posibilidad de motivar los actos
administrativos in aliunde ha sido admitida aun a falta
de texto legal expreso. Así lo hizo en España el
Tribunal Supremo con anterioridad a que esta técnica
fuera contemplada en la LPAE (161). Sin embargo, la
jurisprudencia posterior amplió considerablemente su
alcance al estimar inclusive innecesario, en algunos
supuestos, que el texto del dictamen o informe se
incorporara al de la resolución (162)por entender que
ello configuraba un excesivo formalismo impuesto por
la LPAE (163).
La LPAE aceptaba así, por ejemplo, como
motivación de un acto administrativo a un informe o
dictamen anterior, en tanto se incorporara su
texto (164)y cumpliera éste con los requisitos mínimos
de motivación exigidos comúnmente al acto (165). Se
consideraba como motivación in aliunde del acto a
las propuestas o informes que lo precedían (166).
En algunas sentencias se declaró, sin embargo,
que la omisión de la motivación no debía
entendérsela suplida cuando la resolución se dictara
siguiendo un informe o aceptando una propuesta (167) .
En otras, que no faltaba la motivación cuando la
Administración se había basado al decidir "en los
argumentos especificados en el dictamen del
Consejo de Estado, que al hacer suyos el Ministerio,
deben reputarse integrados en el acto administrativo
impugnado, sin necesidad de una improcedente
repetición del texto correspondiente, conforme a un
reiterado principio recogido en el art. 86 de la nueva
Ley de Procedimiento Administrativo" (haciendo
referencia a la ley de 1958)(168) .
La admisión de esta clase de motivación resultaba
particularmente amplia, ya que, aun cuando la ley
exigía la incorporación de los informes o dictámenes
al texto de la resolución, la jurisprudencia prescindía
habitualmente de esa imposición. Así, el Tribunal
Supremo español entendió en su sentencia del 31 de
enero de 1983 —en contra de su interpretación
textual— que el precepto del art. 93.3, LPAE, "no ha
de ser entendido en su sentido material como
explícita trascripción literal, sino como referencia a
los informes que constan en el expediente" y en su
pronunciamiento del 8 de abril de 1983, "que tal
referencia debe presumirse existente, utilizando de
nuevo la idea de unidad del expediente". La ausencia
de motivación formal nada significaba, incluso dentro
del campo del art. 43 de la LPAE, si del expediente
examinado por la sala se seguía la justificación del
acto. Basta recordar al respecto lo sostenido por el
Tribunal Supremo en su sentencia del 7 de marzo de
1980 al señalar que "no puede decirse que el acto
esté falto de motivación, pues se contiene una
referencia, aunque sucinta, de hechos, sin que pueda
olvidarse que en el inicio del acuerdo, como razón
genérica de la resolución que se adopta, se cita el
expediente, y tal expediente contiene repetidos
informes".
La doctrina y la jurisprudencia españolas justificaron
la motivación in aliunde en la idea de unidad del
expediente, como fórmula de motivación implícita que
permite válidamente cumplir los requisitos que
resultaban del art. 43 de la LPAE. Este concepto se
refleja en varias sentencias del Tribunal Supremo
"que traducen la idea de que la motivación sirve a los
solos efectos del control contencioso y si en ese
plano puede ser suplida por el contexto de las
actuaciones seguidas, o por el conjunto del
expediente, ninguna relevancia tiene la vulneración
del art. 43, LPAE". Así, se hace referencia al
pronunciamiento del Tribunal Supremo del 5 de
noviembre de 1986 en el que se afirmó que el
requisito formal de la motivación "puede ser suplido
por el contexto de las actuaciones practicadas al
efecto y el derecho aplicable, dada la unidad
orgánica de los expedientes administrativos".
En la actualidad, el art. 89.5 de la ley
30/1992 admite que los informes o dictámenes
aceptados por el órgano que resuelve sirvan de
motivación siempre que se incorporen al texto de la
resolución.
La ley italiana 241/1990 admite también esta clase
de motivación, al señalar en su art. 3.3 que el
fundamento de la decisión puede resultar de otro
acuerdo de la Administración al que se remite la
decisión, en cuyo caso se deberá indicar y poner de
manifiesto, junto a la comunicación de esta última,
por mandato de la misma ley, también el acuerdo al
que se remite.
En sentido similar, se ha admitido en nuestro país la
posibilidad de motivar el acto administrativo en
forma in aliunde (169).
Desde esa óptica, la Procuración del Tesoro ha
señalado que, aun cuando ella no esté contenida en
un acto administrativo, se debe considerar que existe
motivación suficiente —a pesar del efecto técnico
que ello significa— si obran informes y antecedentes
con fuerza de convicción, dado que a las actuaciones
administrativas se las debe considerar en su
totalidad, y no aisladamente, porque son partes
integrantes de un procedimiento, y como etapas de
él, son interdependientes y conexas entre sí (170) .
Asimismo, el alto organismo asesor ha señalado que
si una resolución carece en sí misma de motivación
suficiente, tal circunstancia no justifica proclamar su
ilegitimidad si ella se basa en los fundamentos y
consideraciones vertidos en los informes de altos
organismos, subsanándose de esta forma la
aparente falta de fundamentación del acto (171) , que lo
mismo sucede si obran en el expediente informes y
antecedentes con fuerza de convicción(172) e,
igualmente, si con los antecedentes que se
encuentran en autos surge que la decisión no se ha
fundado en la mera voluntad del funcionario (173) , que
el acto administrativo puede integrarse con los
informes y dictámenes que lo preceden (174) . A pesar
de partir de un principio general opuesto, esta
concepción guarda gran similitud con la visión de
"unidad del expediente" sostenida en la doctrina y
jurisprudencia españolas.
Nuestros tribunales han admitido en general que la
remisión a dictámenes previos cumple con la
exigencia legal de debida motivación(175) ; que la
motivación puede ser concomitante o contemporánea
con la declaración de voluntad o anterior a la
declaración, apareciendo en este último caso en el
proceso de formación del acto administrativo (176) ; que
en la motivación del acto puede hacerse remisión a
piezas precedentes donde se invocan normas que le
sirven de causa(177) ; que la motivación puede estar
contenida en el acto o en los dictámenes e informes
a los que se remite y que, por ende, lo integran (178) .
En algunos supuestos se requirió, sin embargo, como
requisito para que la integración del dictamen como
motivación fuera admisible, su expresión en los
considerandos del acto(179) .
Desde esa óptica se ha resuelto que, en principio,
no se requiere una motivación explícita cuando la
decisión no se aparta del dictamen precedente de un
órgano administrativo, sino que lo aprueba (180) ; que
los fundamentos de una resolución ministerial surgen
tanto de sus considerandos como del dictamen
jurídico en que se basa, y a los fines de su
impugnación judicial se integran con el acto
administrativo, pues ambos constituyen un complejo
que es el objeto de la revisión judicial(181) , y que la
opinión de un dictamen precedente al que el decreto
se remite debe ser considerada como motivación de
este acto, suficiente a los fines del art. 7º de la
LPA(182) .
La admisión de la motivación in aliunde ha
encontrado, sin embargo, ciertos límites. Se ha
señalado así que la sola aserción de "conforme"
puesta por el funcionario al costado de su firma,
luego del dictamen legal del expediente
administrativo, no reúne los requisitos exigidos en el
art. 7º de la ley 19.549. Ello es así, pues del modo en
que está expresada la voluntad del funcionario sólo
puede extraerse una coincidencia con las
argumentaciones desarrolladas por su asesor
jurídico, pero de ninguna manera el acto de
conformidad cumple el requisito de motivación, pues
con la sola mención de "conforme" no se están
expresando en forma concreta las razones que
indujeron a emitir el acto, ya que no se consignan los
hechos y antecedentes que le sirvieron de causa (183).
La doctrina mantiene, sin embargo, ciertas
divergencias. Tratadistas como Marienhoff admiten
que la motiva ción puede ser contemporánea a la
expresión de la voluntad administrativa o anterior,
mas no posterior, en tanto semejante motivación
trasladaría el problema al saneamiento del acto
administrativo, por cuanto un acto que debiendo ser
motivado no lo es, resulta un acto viciado (184). Otros
autores, como Hutchinson y Dromi, opinan que ella
podría ser previa —por medio de informes, estudios
técnicos o dictámenes que otorguen elementos de
juicio a la decisión, debiendo estar citados o
mencionados en el acto—, siguiendo en ello a
Bielsa (185)y Gordillo (186); o posterior, es decir, dictada
por la Administración con posterioridad a la emisión
del acto, a fin de subsanar o sanear las
irregularidades formales d e la decisión (187).
Más allá de nuestra resistencia a aceptar la
admisión de la motivación in aliunde, no podemos
dejar de destacar que aun quienes se pronuncian en
su favor se enfrentan en este último supuesto con un
escollo difícil de superar en el ordenamiento jurídico
argentino. Si la motivación constituye un requisito
esencial del acto —o parte de uno de ellos— y su
carencia conduce a que el acto sea irregular —como
lo admite la mayor parte de la doctrina y
jurisprudencia argentina—, la falta de motivación no
puede ser saneada posteriormente por la
Administración en tanto ello sólo resulta posible en
los supuestos de actos regulares, mas no en el caso
de los irregulares. Similar posición adopta Mairal —al
rechazar la motivación a posteriori — al señalar "que
la ley persigue que las potencialidades intelectuales
de la Administración se apliquen a la decisión de los
problemas, y no a la justificación de las decisiones ya
tomadas" (188).
La admisión de la motivación in aliunde no nos
convence en tanto su eficacia se reduce
notoriamente al no acompañar en un solo escrito a la
parte resolutiva. Menos aún lo hace la idea de que a
la motivación pueda considerársela implícita en un
acto en tanto la aceptación de semejante postura
privaría de sentido a su propia existencia y supondría
aceptar la sustitución de la voluntad administrativa
por la interpretación judicial (189). Sin embargo, tal
como se ha señalado, la jurisprudencia no sólo ha
aceptado en forma predominante la validez de la
motivación in aliunde , sino que lo ha hecho en
ocasiones con tal amplitud que resulta difícil distinguir
aquellos supuestos de las casos en las cuales el acto
carece de motivación (190).
1. Vías de impugnación
La ausencia o insuficiencia de motivación puede ser
atacada de distintas formas, según el sistema jurídico
de que se trate.
Así, la vía clásica para atacar este defecto en el
sistema francés es la del recurso por exceso de
poder ( excès de pouvoir ) —supuesto genérico del
contencioso de anulación— mediante el cual resultan
atacables todos los vicios relativos a la legalidad del
acto. En Italia, la vía apta será el ecceso di potere ,
aun cuando ella responde —a pesar de su
terminología similar— a supuestos distintos que el
exceso de poder francés. En tanto la sanción de la
LJCA implicó la adopción definitiva de una sola
acción como medio de impugnación del obrar
administrativo —el recurso contencioso-
administrativo que abarca tanto las pretensiones de
anulación como las de plena jurisdicción—, ésta será
la vía pertinente en el sistema español. En los
Estados Unidos, el citado defecto podrá ser invocado
como motivo de acción o defensa ante los tribunales
ordinarios.
En la Argentina, la situación varía según se trate del
orden nacional o provincial. En el primer caso, el vicio
que se presente en la motivación de los actos
administrativos deberá ser objeto —en tanto
presupone, obviamente, la existencia de un acto
expreso —de la vía impugnatoria prevista de los
arts. 23 y ss. de la LPA y, posteriormente, de la
acción judicial ordinaria, salvo que el acto impugnado
sea —en virtud de una ley especial— uno de
aquellos impugnables mediante un recurso directo.
En el orden provincial, la vía dependerá del
ordenamiento local. En la mayor parte de los
llamados "códigos modernos" —que distinguen dos o
más vías de acceso a los tribunales—, la vía clásica
de impugnación será la del recurso contencioso de
anulación.
Se han establecido condiciones para la
impugnación judicial de actos administrativos por
vicio en la motivación. Así, se ha exigido que en el
proceso contencioso-administrativo se alegue y
pruebe la invalidez de todos los fundamentos de la
decisión impugnada, que por sí solos alcancen para
sustentarla, pues la incolumidad de uno solo de ellos
impide anular lo resuelto(221) . Ello es así, pues un
solo fundamento puede dejar incólume la resolución,
aunque los demás no existan o sean inválidos.
Desde esa óptica nuestro más Alto Tribunal invalidó
un fallo mediante el cual se hizo lugar a un amparo
—en el caso, contra una resolución de la MCBA que
dispuso la clausura del establecimiento arrendado a
Ferrocarriles Argentinos— por haberse limitado el
juez a excluir la exigencia de una nueva habilitación
como sustento de aquélla sin efectuar un examen
suficiente de las restantes motivaciones de la
resolución, referidas a circunstancias con entidad
suficiente para comprometer la salud de la
población(222) .
2. Efectos
Los efectos atribuidos a la falta o el vicio en la
motivación varían también en los distintos sistemas
jurídicos aunque en todos ellos se admita que el acto
carecerá del grado de reflexión deseado (223) . La
sanción de falta de motivación, cuando ella es
exigida, es la anulación del acto por el juez
administrativo mediante la vía del recurso por exceso
de poder o la constatación de su ilegalidad cuando
ella es invocada por vía de excepción. La solución es
similar en los casos en que la motivación se presenta
sin los caracteres exigidos por la ley(224) .
Mientras que en los Estados Unidos la decisión
administrativa será en ocasiones objeto de reenvío a
fin de que los entes expresen las razones o cumplan
con los procedimientos omitidos (225), pudiéndose
exigir su emisión en algunos países como Inglaterra
mediante mandamus (226), en otros países las
consecuencias serán distintas.
En este sentido, bajo el art. 48 de la LPAE, se
interpretaba en forma predominante en España que,
en tanto la motivación formaba parte del elemento
formal del acto administrativo, su ausencia o defecto
derivaba en un vicio formal del acto (227)que traía
aparejada, por lo general, su anulación (228). En ello se
siguió la posición esbozada por Garrido Falla, para
quien la falta de expresión de la motivación constituía
una causal de anulabilidad del acto (229). Alguna
jurisprudencia pareció, sin embargo, inclinarse por la
postura esbozada por García de Enterría y
Fernández al considerar que la falta de motivación no
traía aparejada en ocasiones siquiera esa
sanción (230). Como la ley exigía que se motivaran
determinados actos administrativos y su falta de
motivación podía originar la indefensión de sus
destinatarios o la carencia en el acto de los requisitos
formales indispensables para alcanzar su fin, en
aplicación del art. 48.2 de la LPAE, la jurisprudencia
declaraba que la falta de motivación originaba la
anulabilidad de los actos que debían ser
motivados (231).
Actualmente, bajo la vigencia de la ley 30/1992,
también se interpreta que, en cualquier caso, la falta
de motivación constituirá un vicio de anulabilidad del
acto administrativo, o una simple irregularidad no
invalidante si no produce la indefensión del
interesado(232) .
Se debe distinguir, empero, el vicio que puede
afectar al acto por ausencia o defecto de motivación
de aquellos otros vicios que si bien son susceptibles
de ser detectados mediante la motivación del acto —
como la desviación de poder o falsedad en los
hechos— afecta, en realidad, aspectos sustanciales
del acto en elementos tales como su causa y
finalidad(233) . Si bien la ausencia o el defecto en la
motivación del acto lo afecta en su legitimidad
externa(234) , repercutirá también directa o
indirectamente en su plano interno(235) .
A este respecto, la doctrina argentina se halla en
general conteste en que la falta de motivación lleva a
la nulidad del acto (236). Por tal posición se ha
pronunciado también en forma expresa nuestra LPA,
en su art. 14, inc. b), al determinar como causal de
nulidad absoluta e insanable de los actos
administrativos a la "violación de las formas
esenciales" (237).
Así lo hizo nuestra Corte —una década antes que
su par norteamericana en el célebre caso "Goldberg
v. Kelly"— al interpretar en la causa "Aldamiz", del
año 1960, que la falta de motivación del acto
denegatorio de un beneficio previsional derivaba en
una violación al derecho de defensa en juicio y traía
aparejada su nulidad(238) . Cabe reconocer, sin
embargo, que este criterio no siempre se ha
mantenido en forma uniforme(239) .
Nuestra jurisprudencia ha considerado, en general,
nulo de nulidad absoluta al acto que carece de
motivación, por entender que ella constituye un
elemento esencial del acto(240) , señalando que
aquella disposición fulmina con la nulidad absoluta e
insanable a los actos carentes de dicha exigencia,
por falta de causa o por la violación de las formas
esenciales, entre las que se halla la motivación(241) .
X. CONCLUSIONES
La m otivación de los actos administrativos se
relaciona, en el plano político, firmemente con la
consolidación y subsistencia de las instituciones
democráticas (242). Dentro del sistema republicano
adoptado por nuestros constituyentes, la publicidad
no sólo del obrar administrativo, sino de las razones y
móviles que lo han motivado debe —al igual que la
participación ciudadana— ser cada día mayor
apenas se reconozca que el ejercicio del poder ha
dejado de ser una prerrogativa exclusiva de los
gobernantes, para ser una misión a ser ejercida en
forma conjunta con los administrados (243). En ese
propósito, el conocimiento pleno de los actos
estatales resulta fund amental (244).
No cabe duda que —como expresaba Bielsa— "la
actividad jurídica del Estado debe infundir en la
opinión pública cierta confianza y certeza, en el
sentido de la legalidad y justicia de sus
decisiones" (245), o que, como señalaba Gordillo —en
otro contexto—, "del mismo modo, lo que fue en el
pasado exigencia jurídica" —agregaríamos "y lo
sigue siendo"—, "que el acto administrativo
contuviera una 'motivación' o explicitación de sus
fundamentos, es hoy una exigencia política: ahora
hay que explicar al ciudadano por qué se le impone
una norma y hay que convencerlo con la explicación;
pues si no se le explica satisfactoriamente, faltará su
consenso, que es base esencial del concepto actual
y futuro del ejercicio del poder" (246).
Estas reflexiones permiten sustentar una conclusión
que no siempre ha sido aceptada: la motivación de
los actos estatales se impone necesariamente —aun
a falta de norma expresa que así lo requiera— en
sistemas jurídicos como el argentino(247) .
La necesidad de motivar los actos administrativos
debe ser la regla y nunca la excepción. No obedece
ello únicamente a una cuestión de legalidad —el
permitir al interesado directo conocer las razones por
las cuales su situación jurídica se ha visto o no
modificada—; a mejorar el control judicial —siempre
de legitimidad—; o a facilitar la actividad de la
Administración. Resulta producto, además, de la
necesidad de favorecer el control político de la
eficacia y moralidad gubernamental, no ya por parte
de los tribunales en los estrados, sino de los
ciudadanos mediante el sufragio. Quizá haya sido por
esta razón que quienes sentaron las bases del
sistema republicano consideraron crucial la
publicidad de los actos estatales, de los cuales el
acto administrativo no es sino una especie y la
motivación el medio de alcanzar en ese ámbito, en
forma plena, tan ansiado objetivo(248) .
I. CONCEPTO Y ALCANCES
Marienhoff(13) distingue los elementos no esenciales como
todos aquellos que, no siendo necesarios para la existencia
del acto administrativo, ni pudiéndose considerar implícitos
en él, son incluidos en el mismo por voluntad de las partes.
Cassagne(14) , por su parte, sostiene que dentro del
contenido u objeto del acto administrativo es posible,
siempre que la Administración disponga de facultades
discrecionales para hacerlo, introducir cláusulas que
amplíen o restrinjan el contenido normal del acto.
Para Hutchinson(15) , en ciertos casos la Administración
puede introducir cláusulas que amplíen o restrinjan el
contenido normal del acto, como aspecto eventual o
accidental de aquél. Con cita de García Trevijano Fos (16) ,
agrega que consisten en cláusulas especiales colocadas en
el acto administrativo, que afectan su contenido, por el
órgano que lo dicta para conseguir que los efectos jurídicos
que deberían derivarse del mismo se amplíen o restrinjan
respecto de los que serían normales. La doctrina española,
como parte del estudio del objeto del acto administrativo,
plantea "la importante cuestión de las determinaciones
accesorias de la voluntad: condición, plazo, modo,
reservas" siendo que, en general, "se admiten las cláusulas
particulares sólo dentro de los márgenes permitidos por la
tipicidad del acto, no en cuanto las mismas puedan romper
el marco legal típico y llevar a una libre configuración
administrativa de la decisión"(17) .
Los elementos accidentales, eventuales o accesorios son
aquellos que tienden a completar o condicionar el acto
administrativo y cuyo defecto, en principio, sólo genera la
invalidación de la respectiva cláusula, y no del acto;
siempre, claro está, que aquélla pueda ser separada sin
afectar la esencia de éste. Estos hacen a la eficacia del
acto administrativo —no a su validez— y determinan el
cuándo y el cómo de la producción de sus efectos(18) .
El contenido facultativo o incidental de un acto
administrativo son disposiciones complementarias que se
suman al objeto pero que no son esenciales ni necesarios
del mismo; son normas complementarias pues el contenido
existe sin necesidad de ellas. Tienden a regular la
exigibilidad, la extensión temporal o la forma como pueden
ejecutarse los efectos del acto, nos dice FIORINI (19).
Como vemos hasta aquí, el interés práctico que suscitan
estas cláusulas radica en la aptitud que pueden tener para
ampliar o limitar los efectos jurídicos del acto en el cual se
han incorporado (20).
1. Término o plazo(23)
También el tiempo puede asumir un papel preponderante(24) en lo concerniente a los efectos del
acto administrativo, cuando se los sujeta a un plazo cuyo acaecimiento determina su comienzo (plazo
inicial) o su cesación (plazo final). Término o plazo es el instante de tiempo en el que comienzan a
producirse o cesan los efectos jurídicos del acto, esto es, un hecho futuro y cierto(25) . El término es la
previsión de un momento temporal en virtud del cual se fija el comienzo (término inicial), la duración
(plazo) o la finalización (término final) de la eficacia jurídica de una resolución administrativa(26) .
2. Condición
Estamos en presencia de una condición cuando los
efectos del acto se subordinan a que se produzca, o no, un
acontecimiento futuro e incierto. Así, dichos efectos nacerán
o se extinguirán en virtud del cumplimiento de la condición,
que será entonces suspensiva o resolutoria. Tal
acontecimiento puede ser natural (obra de la naturaleza) o
del hombre y la condición produce sus efectos de pleno
derecho (33).
Ha sostenido la Procuración del Tesoro de la Nación que
la suscripción de un convenio de financiamiento, a la cual
se encontraba supeditada la vigencia —y validez— del
convenio principal y que finalmente no acaeció, operaba
como una condición, que conforma una modalidad de los
actos jurídicos expresamente prevista en los arts. 527 y
siguientes del Código Civil, y que asume el carácter de
suspensiva cuando lo que se supedita a un acontecimiento
incierto y futuro es la adquisición de un derecho. Agrega
que las partes poseen amplia libertad para su introducción
siempre que se respeten las limitaciones de los arts. 530,
531 y 953 del mismo cuerpo legal. Cumplida la condición
suspensiva aceptada por las partes, los efectos de la
obligación se retrotraen al día en que se contrajo (art. 543
del CCiv.), ello por cuanto, al cumplirse la condición y
convertirse la obligación en pura y simple, por aplicación del
principio de retroactividad establecido en el citado art. 543
del CCiv., se reputa perfecta desde el momento en que el
acto se celebró(34) .
En efecto, bajo el capítulo "De las obligaciones
condicionales en general", señala el art. 528 del CCiv. que
ellas tienen lugar cuando en la obligación se subordina, a
un acontecimiento incierto y futuro que puede o no llegar, la
adquisición de un derecho, o la resolución de un derecho ya
adquirido. De allí que hagamos referencia a las
obligaciones bajo condición suspensiva, que existirán o no
existirán, según que dicho acontecimiento suceda o no
suceda (art. 545), esto es, si la condición no se cumple, la
obligación es considerada como si nunca se hubiera
formado (art. 548), y a las previstas bajo condición
resolutoria, en las que las partes subordinan a un hecho
incierto y futuro la resolución de un derecho adquirido
(art. 553), de donde, si la misma no se cumple, o siendo
cierto que no se cumplirá, el derecho subordinado a ella
queda irrevocablemente adquirido como si nunca hubiese
habido condición (art. 554, CCiv.).
El hecho condicionante, como acontecimiento futuro al
cual se subordinan los efectos del acto jurídico, debe ser
incierto —objetivamente su realización puede o no acaecer
—; futuro —propio del carácter incierto—, posible, no
puramente potestativo y lícito(35) . Respecto de esto último,
resulta aplicable el art. 953 del CCiv.(36) .
Trasladar estos conceptos al ámbito del acto
administrativo, en lo que respecta, en particular, a la
condición suspensiva, es resistido por parte de la
doctrina(37) , y admitido por otra(38) .
Entre estos últimos, se cita como ejemplo de condición
suspensiva la subordinación de los efectos del acto al
dictado de otro acto —futuro e incierto— como es la
aprobación(39) .
Resulta corriente que algunos actos administrativos sean
emitidos "ad referéndum" de la aprobación de un superior,
por cuestiones de celeridad o urgencia, o propias de la
dinámica de la administración. En estos casos, es cierto, la
aprobación por aquél "valida" los efectos del acto desde el
momento en que fue dictado, cual si hubiera estado sujeto a
una condición suspensiva que finalmente se cumplió.
Pero también podemos decir, respecto de estos mismos
actos, que lo que sucedió es que fueron dictados con
incompetencia en razón del grado lo cual, como sabemos,
sólo acarrea su anulabilidad, siendo por tanto saneables a
través de su ratificación(40) .
Sin embargo, sólo serán susceptibles de ratificación
aquellos actos dictados con incompetencia por órganos
jerárquicamente subordinados al superior que ratifica. Y lo
cierto es que no siempre la aprobación se verifica entre
órganos de una misma persona jurídica, razón por la cual
no se trataría de supuestos idénticos.
3. Modo
El modo consiste en una carga impuesta a la persona a
favor de quien se concede el acto para beneficio del que lo
dicta (41). Se trata de una especial obligación que el acto
expresamente impone al administrado, generalmente
vinculada al derecho que la Administración le otorga.
Para que se esté en presencia de un "modo" ha de
tratarse efectivamente de una obligación o cargo del
administrado. Y a diferencia de la condición, el acto con
cláusula modal opera sus efectos hasta tanto la
Administración no declare su caducidad, pudiendo exigir su
cumplimiento mediante una acción directa. No integra el
contenido del derecho —señala Hutchinson— sino que
constituye una obligación que se añade al derecho
otorgado(42) .
Este mismo autor cita como ejemplo la construcción de
una escuela por parte del contratista de una obra pública
que se realiza en sitios alejados de centros urbanos(43) .
El Código Civil refiere a los cargos impuestos para la
adquisición o resolución de los derechos, señalando que no
impiden la adquisición del derecho ni su ejercicio, salvo que
fueren impuestos como condición suspensiva (art. 558).
Establece también que si hubiere condición resolutoria por
falta de cumplimiento de los cargos impuestos, será
necesaria la sentencia de un juez para que el beneficiado
pierda su derecho adquirido (art. 559).
El cargo es una convención accesoria que implica una
restricción del derecho al cual accede (44). Para
Mackeldey , el modo —denominación romana— es toda
disposición onerosa por medio de la cual el que quiere
mejorar a otro limita su promesa, exigiendo de él y
obligándole a una prestación en cambio de lo que recibe (45).
1. Reserva de revocación
No obstante la potestad conferida por la Ley Nacional de
Procedimientos Administrativos en su art. 18, la duda es si
la Administración puede incorporar en sus actos una
cláusula en la que se reserva la posibilidad de revocarlos.
Mertehikian(47) señala la diferencia de criterio existente en
torno a la inserción de dicha cláusula en un "permiso de
uso", que como sabemos, importa una tolerancia que la
Administración pública admite en interés de un particular,
en ejercicio de sus poderes de policía del dominio público,
así, recuerda que para Marienhoff no es necesaria dicha
reserva a efectos de hacerla posible en cualquier momento,
ni aún frente al precepto contenido en el art. 18 ya citado,
mientras que para Grecco y Muñoz(48) , frente a tal
disposición, la mentada "reserva de revocación" opera
como una cláusula excluyente de todo deber de reparación.
Cassagne(49) , no descarta que en el marco de una
concesión de servicios públicos, se reserva en forma
expresa, el derecho de revocarla.
Finalmente en opinión de Hutchinson, la reserva de
revocación es un tipo especial de condición resolutoria, en
cuya virtud se establece, previo cumplimiento o no de una
condición o un plazo, la posibilidad de revocar un acto
sometido a reserva.
2. Reserva de rescate
Recordemos que el rescate, que sólo procede con
relación a ciertas concesiones —en las de servicio público
por ejemplo— es una medida de reorganización del servicio
mediante la cual la Administración extingue la concesión y
se hace cargo directo de la respectiva prestación. Ello con
fundamento en el interés público y procediendo, en su caso,
la correspondiente indemnización (50).
Por eso Cassagne (51)señala que la eventual ejecutoriedad
de esta cláusula debe efectivizarse en sede judicial, en
atención a que puede conllevar la incautación de los bienes
del concesionario.
Sin embargo Marienhoff entiende que por tratarse de una
facultad asimilable por analogía a la de la revocación por
oportunidad, mérito o conveniencia, ella viene establecida
como principio a favor de la administración y por ende, no
hace falta su expresa inclusión en el respectivo contrato (52).
IV. CONCLUSIONES
Nos encontramos frente a un contenido eventual del acto
administrativo, cuya presencia dependería de la voluntad
del órgano llamado a decidir. Por eso, cabe advertir, la
doctrina reniega en principio de la posibilidad de que estas
cláusulas se introduzcan en actos derivados del ejercicio de
facultades regladas(53) , dado que su contenido se encuentra
agotadoramente previsto en la ley, que justamente suple la
voluntad del órgano.
Al respecto, recordemos que en materia de facultades de
la Administración(54) , existen supuestos en los que la norma
prevé la actividad administrativa en todos sus aspectos, por
lo cuál la tarea del órgano administrativo se reduce a la
constatación del presupuesto fáctico definido por la norma
en forma completa y a aplicar, ante su existencia, la
solución que la ley agotadoramente ha establecido. En
estos casos, la ley reemplaza el criterio de aquél y
predetermina qué es lo más conveniente para el interés
público, razón por la cual existe una única solución justa
prevista por la norma y la Administración queda reducida al
rol de ejecutora mecánica de una decisión normativa
previamente definida. A las facultades así atribuidas se las
llama regladas.
Pero hay otro tipo de facultades, denominadas
discrecionales, que tienen lugar cuando la norma incorpora
en su proceso aplicativo al caso concreto, una estimación
subjetiva de la Administración que completa el cuadro legal.
En estos casos no se impone a la autoridad
administrativa, por anticipado, una conducta que debe
necesariamente seguir, pudiendo elegir entre distintos
cursos de acción o inacción igualmente válidos. En efecto,
el elemento vinculante entre el supuesto normativo de
hecho o antecedente y su consecuencia, se presenta en la
norma de forma potestativa u optativa, de modo que le
asigna validez a por lo menos dos consecuencias
igualmente justas. La conexión potestativa entre el
supuesto y la consecuencia habilita, pues, la opción de
actuar, o no, y puede, incluso, significar la posibilidad de
escoger diversas alternativas de acción.
Resulta trascendente en la materia el fallo de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación en "Consejo de
Presidencia de la Delegación Bahía Blanca de la Asamblea
Permanente por los Derechos Humanos" (55), en el que se
da por superada la antigua identificación entre
discrecionalidad y falta de norma determinante o laguna
legal —por considerarse que la libertad frente a la norma
colisionaría con el principio de legalidad—, admitiéndose
que la estimación subjetiva o discrecional por parte de los
entes administrativos sólo puede resultar consecuencia de
haber sido llamada expresamente por la ley que ha
configurado una potestad y la ha atribuido a la
administración con ese carácter, presentándose así en toda
ocasión como libertad de apropiación legal, jamás
extralegal o autónoma.
Efectivamente, la discrecionalidad no es un supuesto de
libertad de la Administración frente a la norma; más bien,
por el contrario, es un caso típico de remisión legal: la
norma remite parcialmente para completar el cuadro
regulativo de la potestad y de sus condiciones de ejercicio a
una estimación administrativa, sólo que no realizada por vía
normativa general, sino analíticamente, caso por caso,
mediante la apreciación de circunstancias singulares,
realizable a la vez que precede el proceso aplicativo. No
hay, pues, discrecionalidad al margen de la ley, sino
justamente sólo en virtud de la ley y en la medida en que la
ley la haya dispuesto (56).
Así es también que, modernamente, se ha abandonado la
idea del acto administrativo reglado o discrecional en
bloque. Dentro del acto administrativo existen aspectos
reglados y discrecionales, y el control de estos últimos se
lleva a cabo a partir de los primeros.
En efecto, señaló el Máximo Tribunal en la jurisprudencia
citada párrafos arriba, que "...el control judicial de los actos
denominados tradicionalmente discrecionales o de pura
administración encuentra su ámbito de actuación en los
elementos reglados de la decisión, entre los que cabe
encuadrar, esencialmente, a la competencia, la forma, la
causa y la finalidad del acto" (57).
Bajo estos conceptos, la sujeción del elemento accidental
o accesorio al ejercicio de una facultad discrecional "pura"
por parte del órgano llamado a decidir, encerraría una
falacia.
Por eso, para finalizar, podríamos ensayar una síntesis
del vínculo entre las facultades de la Administración y las
cláusulas accidentales o accesorias en las siguientes
premisas:
1. Si el marco normativo aplicable no contiene una
previsión expresa y el órgano administrativo inserta en el
acto una condición, modo o plazo, resulta una cláusula
accidental típica, cuya invalidez no acarrea la nulidad del
acto como tal. Es decir, sería una verdadera cláusula
accidental aquella incorporada por especial decisión de la
Administración (58).
Referimos como ejemplos los citados por Gordillo (59). El
caso, primero, de la adquisición de un buque por parte de
Lunmar Naviera SAC a YPF SE, en que esta última había
impuesto como condición que el mismo no fuera utilizado
en aguas argentinas; y un segundo caso en el que la
Dirección General Impositiva sujetó el reconocimiento
parcial de un crédito fiscal del Banco de Previsión Social
S.A. a "los alcances que pudieren resultar de las
previsiones del proyecto de ley 24.463, sancionado por el
Congreso de la Nación el 8/3/1993", el cual no se
encontraba promulgado y publicado a ese momento.
También el caso de una licencia de construcción en la que
se exige pintar de blanco el exterior del edificio, por más
que ello no se encontrare previsto en el Plan Urbanístico (60).
2. Si la norma impone a la Administración que el acto
contenga una condición o modo, o se sujete a un plazo,
dejándole librada la determinación en concreto de los
alcances de la misma, según la naturaleza del caso, nos
encontramos frente a una cláusula que es esencial y
reglada, pero que a la vez contiene un componente
discrecional. El acto será inválido si la Administración omite
la cláusula.
Entendemos que estas últimas nada tienen de
"accidental", porque aparecen en el acto por mandato legal.
Un ejemplo que concurre es el de las concesiones de uso
de los bienes del dominio público y privado del Estado
nacional. La reglamentación del decreto
(61)
1023/2001, recientemente aprobada , define a estos
contratos como aquellos en los que los administrados,
actuando por su propia cuenta y riesgo, usen o exploten,
por tiempo determinado, bienes pertenecientes al dominio
público y privado del Estado nacional, al que pagarán un
canon por dicho uso, explotación u ocupación de los bienes
puestos a su disposición en forma periódica y de acuerdo a
las pautas que establezcan los Pliegos de Bases y
Condiciones Particulares(62) . Luego, al enunciar las
cláusulas que estos últimos contendrán, en lo que sea
pertinente, se incluye el plazo de vigencia del contrato y los
plazos y formas de pago del canon a abonar por parte del
concesionario(63) .
Otro supuesto sería si el Poder Ejecutivo dispone la
intervención de un organismo, porque dada la gravedad
inherente a esta medida, debe sujetar su decisión a un
plazo, aun cuando no exista una norma que expresamente
se lo imponga(64) .
Vemos así que las facultades de la Administración se
presentan en parte regladas y en parte discrecionales, no
obstante lo cual, la inclusión en el acto de la condición o el
término no resulta de la mera voluntad del órgano sino que
se impone como aspecto esencial de aquél.
En palabras de Marienhoff, "sólo cuando el ordenamiento
jurídico no exija inexcusablemente el término, la condición o
el modo, como aspectos o caracteres del acto, y ellos sean
incluidos en éste por especial decisión de la Administración
pública, los mismos podrán ser considerados como
"elementos accidentales" del acto. Si esto último no ocurre,
tales figuras no deben considerarse como elementos
"accidentales" sino como aspectos de los elementos
esenciales del acto, pues entonces formaría parte de la
normalidad de su contenido(65) .
3. Distinta es la situación cuando el propio régimen
jurídico define un plazo para los efectos del acto, como por
ejemplo sucede con el art. 19 del Anexo al decreto
2098/2008 —Convenio Colectivo de Trabajo sectorial del
personal del Sistema nacional de empleo público— en
cuanto al término de cinco años de estabilidad para las
funciones ejecutivas (66), porque tal previsión no depende del
órgano llamado a decidir —ni se impone como un
componente reglado del acto— sino que subyace en la
decisión por imperio legal. Aquí no estamos en presencia
de una cláusula accesoria.
VI. CONCLUSIÓN
La publicidad como elemento que determina el comienzo
de la eficacia del acto administrativo, ha sido puesta en
relación, tras la Constitución, con algunos de los más
importantes principios generales del derecho como pueden
ser el principio de la buena fe y el de la tutela judicial
efectiva. La importancia de este instituto se debe a que
constituye un verdadero derecho de los administrados y una
garantía jurídica frente a la actividad de la Administración
pública.
En nuestro régimen normativo nacional, la publicidad del
acto (en sus vertientes de notificación y publicación) es,
pues, requisito y condición de su eficacia. Mientras no se
comunique, no se ponga en conocimiento del interesado,
dicho acto, aunque haya producido efectos generales,
abstractos desde que se dicta, no se concretan hasta el día
de su fehaciente comunicación. Es decir, mientras no se
notifica el acto, éste no es de obligado cumplimiento para el
destinatario.
Conforme al derecho nacional, como no integra el
elemento forma, para determinar la validez de dicho acto no
es indispensable el examen de la validez de su
publicidad (45).
Es imprescindible que la Administración practique la
comunicación de los actos que emite con el mayor cuidado,
cumpliendo los requisitos establecidos al efecto. Es que la
debida publicidad de los actos administrativos guarda
estrecha relación con las garantías de defensa en juicio y el
debido proceso legal, que informan a todo el procedimiento
administrativo en general.
I. INTRODUCCIÓN
Es un postulado fundamental del Estado de Derecho la
limitación del poder de la Administración por los principios
de legalidad y razonabilidad. En consecuencia, los actos
administrativos deben ser legítimos y así se presume que
son (art. 12, Ley Nacional de Procedimiento Administrativo,
en adelante, LNPA).
Sin embargo, la Administración puede emitir actos
defectuosos; es decir, que no han sido dictados de
conformidad con el ordenamiento jurídico. Son actos que
presentan deficiencias jurídicas, vicios, irregularidades.
Surgen entonces algunos interrogantes con respecto a qué
sanción se aplica ante estas irregularidades, cómo éstas
afectan la eficacia jurídica del acto, quiénes pueden
denunciarlas, en qué plazo podrían hacerlo, y si ellas
pueden ser subsanadas.
La teoría o sistema general de invalidez de los actos
administrativos, además de establecer cuáles son las
consecuencias jurídicas que habrán de asignarse a un
defecto o vicio concreto del acto, debe conciliar el interés
general, el interés de los particulares afectados por los
actos jurídicos y el interés de los terceros, en un ámbito en
donde concurren dos principios distintos, como son el de
seguridad jurídica y el de legalidad o juridicidad. Ello pone
de manifiesto la necesidad de un régimen de nulidades
propio del derecho administrativo, adaptado a los intereses
que regula esta rama del derecho público e integrado con
sus principios y normas.
XI. SÍNTESIS
A modo de resumen de lo expuesto, en el siguiente
cuadro de doble entrada se confrontan las previsiones de la
LNPA, las distintas posturas doctrinarias y la jurisprudencia
de nuestros tribunales sobre cada uno de los temas
tratados.
TEMA LNPA DOCTRINA JURISPRUDENCIA
Se regula la "nulidad
Se han enunciado
absoluta e insanable" La CSJN parece
diferentes criterios para
(art. 14) y el acto inclinarse por el
diferenciar la nulidad de
"anulable" (art. 15). criterio según el cual
la anulabilidad de los
El legislador adoptó un acto administrativo
nulidad y actos administrativos, en
el criterio de fijar es nulo de nulidad
anulabilidad función de la gravedad
una regla que oriente absoluta cuando
del vicio, la afectación
sobre cuándo un acto carece de alguno de
de los elementos del
deber ser nulo de sus elementos
acto y el carácter
nulidad absoluta esenciales.
manifiesto del defecto.
(art. 14 LNPA).
Sólo se recoge
expresamente la Se consideran los
distinción entre actos La doctrina asimila los actos nulos y
nulos y anulables, y actos nulos a los que anulables como
nulidad absoluta
se la trata como padecen nulidad correlativos de los
y relativa
correlativa de la absoluta y los anulables afectados de nulidad
nulidad absoluta y a los de nulidad relativa. absoluta y relativa,
relativa, respectivamente.
respectivamente.
Un grupo de
doctrinarios postula la
La CSJN utilizó la
tesis del acto inexistente
figura de inexistencia
como una especie
del contrato
particular de invalidez.
administrativo cuando
Otro sector de la
No se contempla la para su constitución
inexistencia doctrina rechaza la
noción se había prescindido
aplicación de la teoría en
de las formalidades
el ámbito del derecho
esenciales, como la
administrativo,
selección por
fundamentalmente por
licitación pública.
considerar que carece de
utilidad.
Se establece el deber
La CSJN no admite la
de la Administración
La mayoría de la posibilidad de que el
de revocar los actos
declaración de doctrina rechaza la poder judicial declare
administrativos
oficio y a pedido declaración judicial de de oficio la nulidad de
afectados de nulidad
de parte oficio de la nulidad del los actos
absoluta que no
acto administrativo. administrativos ("Los
generan derechos
Lagos").
subjetivos (art. 17).
XII. CONCLUSIONES
En esta materia, como en otras, los principios elaborados
por el derecho privado deben adaptarse a los intereses que
regula el derecho administrativo e integrarse con sus
principios y normas, adquiriendo por ello modalidades
propias, pues un sistema de invalidez construido en un
derecho que tiene su centro en el problema de la autonomía
de los sujetos privados, no puede ser totalmente aplicado a
un derecho que se desarrolla en torno al conflicto autoridad-
libertad.
Si bien existen profusas elaboraciones doctrinarias
vinculadas con el régimen de invalidez del acto
administrativo, al momento de acudir a sede administrativa
o ante los tribunales en procura del reconocimiento o
restablecimiento de un derecho, resulta conveniente desoír
los cantos de sirena que conducen a apartarse del sistema
establecido en la LNPA y al modo en que es efectivamente
aplicado por la Administración y por los jueces. El
indiscutible interés que presenta la discusión académica y
doctrinaria no debe hacernos olvidar que, al momento de
plantear un asunto en sede administrativa o judicial, lo que
debemos tener en cuenta es el derecho administrativo
sociológicamente vigente. Esto es, aquel que día a día
actúa la Administración y aplican e interpretan los tribunales
de justicia.
I. INTRODUCCIÓN
En el marco de la legislación nacional, la regulación del
sistema de nulidades de los actos administrativos distingue
a los actos nulos de los anulables según la gravedad del
vicio que padecen. En este esquema, se consideran nulos
de nulidad absoluta e insanable aquellos actos emitidos con
un vicio grave de la voluntad o en alguno de sus elementos
esenciales. En cambio, se consideran anulables aquellos
actos que padecen algún vicio cuya gravedad no impide la
existencia de alguno de los elementos esenciales del
acto(1) .
De acuerdo al sistema previsto en los arts. 14, 15, 17 y 18
de la LPA, los actos administrativos nulos de nulidad
absoluta son considerados irregulares y, como principio,
deben ser revocados. Por el contrario, los actos anulables
son considerados regulares —junto a los actos plenamente
válidos— y se encuentran sometidos al principio inverso: no
pueden ser revocados, salvo en los casos previstos por el
art. 18 de la LPA.
En síntesis, a diferencia del sistema de nulidades previsto
en el Código Civil, el régimen nacional de procedimientos
administrativos carece de un sistema basado en la
visibilidad externa del vicio(2) . En las páginas siguientes se
verá que ello no ha sido óbice para que la doctrina y la
jurisprudencia reconozcan la existencia de dicha categoría
en el ordenamiento iusadministrativo(3) .
V. CONSECUENCIAS DE LA AUSENCIA DE
PRESUNCIÓN DE LEGITIMIDAD
Para la Administración, la consecuencia de la nulidad
manifiesta es clara: el acto no puede ser ejecutado por
carecer de presunción de legitimidad y según se trate de un
acto nulo o anulable podrá revocarlo (arts. 17 y 18 de la
LPA), sanearlo o confirmarlo (arts. 19 y 20 LPA).
Respecto de los particulares, si el acto es nulo de nulidad
absoluta y la Administración insiste en su ejecución, el acto
carecería de obligatoriedad y el particular se encontraría
facultado para desobedecerlo desde su "fundada
impugnación", por su "cuenta y riesgo", lo que implica que si
finalmente la nulidad es declarada, su incumplimiento no
podrá ser sancionado (27).
En similar sentido, los sistemas del common law no sólo
reconocen la presunción de legitimidad sino que también
garantizan al particular que la desobediencia pasiva ante un
acto ilegítimo, no será sancionada (28).
En Francia también ha tenido recepción la teoría de la
desobediencia respecto de los actos que padecen una
irregularidad excesivamente grosera y se ha estudiado tal
posibilidad, a la luz de la doctrina y jurisprudencia inglesas
que admiten la desobediencia de los actos irregulares, dado
que a diferencia de lo sucedido en Francia, en Inglaterra
estos actos carecen de presunción de legitimidad y por
ende, de fuerza ejecutoria (29).
Sin embargo, en la práctica, es probable que la mera
alegación de una nulidad absoluta no alcance para evitar
que la Administración ejecute el acto. Ello dado que —en
razón de la ejecutoriedad de los actos administrativos— la
Administración se encuentra facultada para poner en
práctica su contenido. En ese caso, para evitar que el acto
produzca sus efectos, resultará imprescindible su
suspensión cautelar o la declaración de ilegitimidad por la
propia Administración o por parte de la justicia.
Fre nte a tal escenario, considero que si bien la teoría de
la desobediencia propugnada por Comadira, puede no
resultar efectiva cuando la Administración es la que decide
sobre la aplicación de una norma en un caso concreto, ésta
podría tener un campo de aplicación: respecto de aquellos
actos cuyo cumplimiento depende del particular.
De lo contrario, el particular debería recurrir a la amplia
gama de acciones y medidas cautelares existentes en el
ordenamiento, a fin de tutelar adecuadamente sus
derechos, a cuyo fin resultaría conveniente que —así como
se sostiene un criterio restringido respecto de la admisión
de medidas cautelares contra actos administrativos por su
presunción de legitimidad (30)— se recuerde al juez que
dicho principio debería verse invertido en los casos de
nulidad manifiesta, deviniendo innecesario acreditar el
requisito de la verosimilitud del derecho por otros medios.
Además, en cuanto a la vía, la nulidad manifiesta es
susceptible de ser impugnada a través de la acción de
amparo en la medida que se cumplan los restantes
extremos previstos en el art. 43 de la Constitución
Nacional (acto u omisión de autoridades públicas o
particulares que en forma actual o inminente restrinja, altere
o amenace derechos y garantías constitucionales).
Finalmente, entiendo necesario aclarar que —por las
consecuencias que conlleva respecto de la eficacia del
accionar administrativo— si bien suscribo la pertinencia de
la teoría de la desobediencia respecto de los actos nulos de
nulidad absoluta y manifiesta, considero que ella no se
justifica en los casos de actos meramente anulables, aun
cuando ostenten vicios manifiestos. En estos casos, el
menor margen de operación de la presunción de legitimidad
será una herramienta válida e indispensable para la
Administración a fin de evitar la ejecución del acto. Sin
embargo, considero que no es prudente asimilar las
consecuencias respecto de la obligatoriedad toda vez que
el vicio carecería de la entidad suficiente para justificar tan
grave efecto.
VII. CONCLUSIÓN
He intentado explicar las razones de la existencia,
consecuencias y función que cumple la categoría de las
nulidades manifiestas en el ordenamiento jurídico
administrativo. La nulidad manifiesta reviste una
importancia esencial para el mantenimiento del principio de
legalidad —pilar de toda la actuación administrativa— al
evitar la ejecución de actos que padecen un vicio
manifiesto (35).
En mi tesis sobre la presunción de ilegitimidad y sus
consecuencias en el derecho administrativo he sostenido
que tanto de la jurisprudencia vinculada a las nulidades
manifiestas —entre otros, "Pustelnik" y "Barraco Aguirre"—
como de los fallos que adoptan un escrutinio estricto, se
deduce que la Corte Suprema de Justicia de la Nación
habría interpretado que, lejos de ser un principio rígido, la
presunción de legitimidad admite grados.
El grado de menor aplicación de la presunción de
legitimidad sería el acto nulo de nulidad manifiesta mientras
el mayor grado de presunción de legitimidad lo ostentaría el
acto plenamente válido. Entre los dos extremos, existe una
zona "gris" que estaría ocupada por el acto que —al afectar
un derecho fundamental o crear una categoría sospechosa
— se presume ilegítimo. Esa presunción no lo tornaría
inválido per se , dado que allí caeríamos en el caso de la
nulidad manifiesta, sino por el contrario, sólo se generaría
una inversión de la carga de justificación y un escrutinio
menos deferente que el usual, con las características antes
descriptas (36).
A fin de articular los conceptos analizados, podría
postularse la siguiente regla: a mayor grado de
ostensibilidad en el vicio, menor grado de presunción de
legitimidad; donde la nulidad absoluta y manifiesta es el
grado mínimo —toda vez que implica la ausencia de la
presunción—; el acto que aparece como dictado conforme
el ordenamiento jurídico es el grado de máxima presunción
de legitimidad; y en un grado intermedio, le siguen el acto
anulable con vicio manifiesto y el nulo con vicio no
manifiesto (en éste la presunción sólo cedería ante la
"fundada impugnación" por el particular o la declaración
judicial de nulidad, según el autor). En un escalón más
arriba, el acto que se presume ilegítimo, por afectar
derechos fundamentales.
Así lo considero, toda vez que, mientras en el caso de la
nulidad absoluta y manifiesta, el vicio es tan patente que no
requiere demostración alguna, el acto que se presume
ilegítimo aún admite prueba para desvirtuar esa presunción,
generándose una inversión de la carga de la prueba en
contra del Estado, el que, tanto al motivar como al defender
el acto en sede judicial, se encuentra obligado a una
exigente justificación constitucional de la medida.
Incumplida que fuera esta carga, el acto debería ser
declarado ilegítimo.
En idéntico sentido, en el análisis de las medidas
cautelares contra los actos administrativos, podría
ensayarse otra regla: a mayor presunción de ilegitimidad,
menor exigencia en la acreditación de la verosimilitud del
derecho, aun cuando ésta siempre deba al menos alegarse
y fundarse.
De este modo, la nulidad manifiesta no sólo constituye
una categoría útil para la Administración sino también una
eficaz garantía para el particular, quien —además del
recurso de la desobediencia en los casos de acto nulo de
nulidad absoluta cuya aplicación dependa de su voluntad—
puede solicitar con mayor probabilidad de éxito una medida
cautelar y, cuando se vean afectados sus derechos
constitucionales, acudir a la rápida y expedita vía del
amparo conforme lo previsto por el art. 43 de
la Constitución Nacional.
I. INTRODUCCIÓN
El objeto del presente capítulo versa sobre el análisis de
los efectos de las nulidades del acto administrativo con
relación al tiempo. En primer lugar, nos referiremos a la
posibilidad de acudir al régimen de nulidades del Derecho
Privado. Luego, nos detendremos en los preceptos legales
dentro del Derecho Administrativo aplicables a nuestro
objeto de estudio. En este contexto, desarrollaremos las
diferentes opiniones doctrinarias y jurisprudenciales sobre
los efectos ex nunc y ex tunc de las nulidades
administrativas. Recorrido este camino, expondremos
nuestras conclusiones.
II. RÉGIMEN DE NULIDADES CIVILES. SU APLICACIÓN
ANALÓGICA
Tal como fuera descripto en los capítulos precedentes, las
nulidades del acto administrativo presentan ciertas lagunas
legales. Ante la ausencia de una norma específica de
derecho público, es posible recurrir al sistema de nulidades
establecido en el Código Civil. No es ocioso recordar que la
analogía con el derecho privado deberá siempre tener en
miras las características propias del derecho administrativo.
En efecto, para el derecho civil la regla general es la nulidad
absoluta del acto mientras que, en razón de la presunción
de legitimidad de la que goza el acto administrativo, la regla
general en derecho público consiste en identificar a la
nulidad como relativa(1) . Mientras no se declare la nulidad
formalmente por autoridad competente, el acto
administrativo se presume legítimo y resulta eficaz(2) .
En el marco del derecho privado, el principio general en
materia de efectos de la nulidad con relación al tiempo se
encuentra en el art. 1050 del CCiv. Este artículo establece
la retroactividad de los efectos de la sentencia de nulidad, al
ordenar que las cosas vuelvan al estado anterior al del acto
anulado. En consecuencia, el acto jurídico nulo desaparece
del mundo jurídico, extinguiéndose de esta manera todos
los derechos y obligaciones derivados de este(3) .
Cabe señalar que nuestro Máximo Tribunal ha aplicado
analógicamente las nulidades previstas en el Código Civil al
ámbito del derecho administrativo en reiterados
precedentes(4) . De cualquier manera, es dable reiterar que
la analogía con el ámbito legal civilista tendrá lugar cuando
la cuestión no pueda ser dirimida recurriendo al derecho
administrativo.
III. REGULACIÓN DE LAS NULIDADES
ADMINISTRATIVAS Y SUS EFECTOS TEMPORALES
En la Ley de Procedimientos Administrativos podemos
distinguir algunos artículos que se refieren al acto
administrativo defectuoso, pasible de revocación en sede
administrativa o de declaración judicial de nulidad. Dado
que nuestro objeto de examen consiste en los efectos
declarativos o constitutivos de las nulidades del acto
administrativo, centraremos nuestra atención en el análisis
del art. 17 LNPA. De dicho artículo se desprende que el
acto administrativo irregular es aquél afectado de nulidad
absoluta. Por ende, su revocación en sede administrativa o
declaración judicial de nulidad en el ámbito jurisdiccional
tendrá como consecuencia efectos retroactivos. Es decir, se
retrotraerán a la fecha de emisión del acto viciado. Sin
perjuicio de ello, la segunda parte del artículo introduce el
supuesto de que el acto administrativo firme y consentido
hubiera generado derechos subjetivos. En este caso,
Hutchinson explica que la situación jurídica creada no
puede ser desconocida ya que ello provocaría una
inestabilidad en las relaciones jurídicas que se estuvieran
cumpliendo. Aclara que ello acontece cuando estamos en
presencia de derechos. En sentido contrario, cuando el acto
nulo crea deberes que recaen sobre el particular, la
Administración debe revocarlo. Asimismo, añade que en
ciertos actos existe reciprocidad en los derechos y
obligaciones del administrado y la Administración. En rigor,
los efectos retroactivos o irretroactivos dependerán del caso
en concreto (deberes del particular - derechos de la
Administración; derechos del particular - deberes de la
Administración) (5). Sobre esta cuestión nos explayaremos
en el apart. V del presente artículo.
En referencia al último párrafo del art. 17 LNPA,
Hutchinson comenta que cuando el acto fuera de ejecución
continuada, la revocación del acto será improcedente salvo
para las consecuencias aún pendientes (6).
Por su parte, Marcer enseña que no obstante verse
afectados derechos subjetivos, el acto nulo de nulidad
absoluta debe ser revocado cuando el particular resultaba
conocedor del vicio. La mala fe del particular constituye la
causa de la sanción legal. Ésta consiste en la revocación
del acto administrativo (7).
Al momento de analizar los efectos de la nulidad, resulta
necesario considerar la actitud subjetiva de los
administrados frente al acto viciado. En efecto, la Ley de
Ética en el ejercicio de la función pública (8)sanciona con
nulidad absoluta los actos de funcionarios públicos que
violenten las prohibiciones de dicha norma. Sin embargo,
los derechos de terceros de buena fe se encuentran
salvaguardados.
En aras de la seguridad jurídica, los derechos adquiridos
de aquellos que desconocían los vicios son protegidos por
la legislación evitando que la retroactividad los alcance.
Precisamente, el derecho comparado ha definido este
principio como " la suma de certeza y legalidad,
jerarquía y publicidad normativa, irretroactividad de lo no
favorable e interdicción de la
arbitrariedad" (Tribunal Constitucional Español, Sentencia
277/1998, 29/11/1998).
No puede perderse de vista que el resguardo de la
seguridad jurídica se encuentra estrechamente vinculado
con el principio de legalidad y que su valor social radica en
la protección de las expectativas de los ciudadanos al
brindarles un marco de certeza y previsibilidad.
IV. RELACIÓN DIRECTA ENTRE EL GRADO DE
INVALIDEZ Y LOS EFECTOS DE LA NULIDAD
Previo a determinar qué efectos traerán aparejadas las
nulidades en cuestión, resulta insoslayable diferenciar si
estamos en presencia de un acto nulo o anulable.
Si se trata de un acto anulable los efectos de la
revocación del acto serán para el futuro ( ex nunc ). Cuando
se trate de actos nulos, los efectos jurídicos serán
retroactivos ( ex tunc ). Marienhoff explica que el acto
administrativo nulo nunca existió en el mundo jurídico y por
ello considera que la declaración nulidad tendrá efectos
"declarativos" (9).
Al no existir una enumeración taxativa de los vicios que
dan lugar a la extinción del acto, deberá ponderarse la
importancia y gravedad de los mismos(10) . Desde esta
perspectiva, aquellos vicios leves, que sean subsanables no
importarán la nulidad del acto mientras que cuando la
infracción al ordenamiento jurídico sea grave corresponderá
anular y retrotraer los efectos jurídicos del acto. Su
declaración de nulidad volverá las cosas al estado anterior
al dictado del acto impugnado (statu quo ante )(11) . En virtud
de ello, resulta fundamental determinar si existen o no
vicios sobre elementos esenciales del acto administrativo ya
que estos revelan el estándar que debemos tener en
consideración a fin de distinguir las diferentes categorías de
nulidades. En este orden de ideas, la severidad de la
sanción legal será directamente proporcional a la gravedad
del vicio que contiene el acto. La anulabilidad y nulidad se
graduarán de acuerdo a esta relación.
Bielsa ilustra la anulación con efectos ex tunc a través del
ejemplo de un funcionario incompetente. El destacado
jurista explica que el acto administrativo emanado de un
órgano incompetente no goza de la presunción de legalidad
ya que resulta aplicable a este la regla de derecho
privado quod nullum est, nullum produit effectum . En este
supuesto, la anulación tiene efectos retroactivos e invalida
los actos sucesivos dictados bajo el vicio de la
incompetencia (12).
En materia de contratos administrativos, resulta nulo
aquel contrato que debiendo celebrarse previa licitación
pública, desvirtúa dicho recaudo(13) .
Ante la duda sobre la entidad del vicio, la Procuración del
Tesoro de la Nación recomienda afirmar la existencia del
vicio menor so pretexto de preservar los valores jurídicos en
juego(14) .
El consid. 5º del precedente "Pustelnik" representa una
adecuada hoja de ruta a efectos de evaluar la vinculación
entre la apariencia de legitimidad del acto, la gravedad y
evidencia del vicio que se presenta y la consecuente
invalidez o no del acto administrativo, dependiendo de cada
caso:
"El acto administrativo que incurre manifiestamente en un
grave error de derecho que supera lo meramente opinable
en materia de interpretación de la ley, no ostenta
apariencia de validez o legitimidad y debe calificarse
como acto inválido por la gravedad y evidencia del vicio
que contiene. En cambio, el acto administrativo regular,
aun cuando traiga aparejado vicios de ilegitimidad,
ostenta cierto grado de legalidad que lo hace estable y
produce presunción de legitimidad; la Administración no
puede revocarlo por sí y ante sí, sino que debe demandar
judicialmente al efecto o revocar el acto por razones de
mérito, oportunidad o conveniencia" (15).
A efectos de comprender la diferencia entre actos nulos y
anulables en la órbita del Derecho Público y de evitar
abundar en ejemplos que exceden el marco de este breve
comentario, nos remitimos a la literalidad de los arts. 14 y
15 LNPA.
Calificada doctrina enseña que la regla general en el
campo del obrar administrativo es la anulabilidad,
resultando la nulidad su excepción(16) . Esta regla general
constituye el punto cardinal a efectos de determinar la
interpretación correcta sobre los efectos de las nulidades
administrativas.
En caso de duda sobre la calificación de una nulidad
como absoluta o relativa, Balbín recomienda buscar un
criterio rector. Para ello, la graduación de invalidez estará
vinculada a la existencia o no de derechos constitucionales
en juego. El carácter anulable del acto constituye el
principio general al no existir conflicto con derechos
mientras que, ante la vulneración de derechos
fundamentales, la nulidad deberá ser el principio rector(17) .
VI. CONCLUSIONES
Luego de analizar una pluralidad de visiones jurídicas
sobre el tema bajo examen, corresponde brindar nuestras
conclusiones:
- Ante lagunas legales en el derecho administrativo, es
posible recurrir por analogía al régimen de nulidades
establecido en el Código Civil. Corresponde aclarar que
dicha analogía siempre deberá tener en miras los matices
característicos del derecho público.
- La declaración judicial de nulidad del acto administrativo
en el ámbito jurisdiccional tendrá, en principio, efectos
retroactivos.
- Cuando el acto nulo hubiere generado derechos
subjetivos, la nulidad no importará efectos retroactivos.
- Cuando el acto fuera de ejecución continuada, la
revocación del acto será improcedente salvo para las
consecuencias aún pendientes.
- Al momento de analizar los efectos de la nulidad, resulta
necesario considerar la actitud subjetiva de los
administrados frente al acto viciado.
- La retroactividad no puede afectar los derechos adquiridos
de los terceros de buena fe.
- La retroactividad no se presume.
- Previo a determinar qué efectos traerán aparejadas las
nulidades en cuestión, resulta insoslayable diferenciar si
estamos en presencia de un acto nulo o anulable.
- Si se trata de un acto anulable los efectos de la revocación
del acto serán para el futuro ( ex nunc ). Cuando se trate de
actos nulos, los efectos jurídicos serán retroactivos ( ex
tunc ).
- La severidad de la sanción legal es directamente
proporcional a la gravedad del vicio que contiene el acto. La
anulabilidad y nulidad se gradúan de acuerdo a esta
relación.
- En caso de duda sobre la entidad del vicio, debe
interpretarse que estamos en presencia del vicio más leve.
- Cuando el acto nulo resulta generador de derechos y
obligaciones recíprocas entre la Administración y los
ciudadanos, los efectos ex nunc y ex tunc dependerán de
cada caso que se presente.
- Más allá de la postura doctrinaria que adoptemos, resulta
necesario evitar los dogmatismos sobre efectos temporales
de las nulidades y analizar las circunstancias de cada caso
a fin de evitar posibles injusticias.
2. El dolo
Nuestro Código Civil define al dolo como toda aserción de
lo que es falso o disimulación de lo que es verdadero,
cualquier artificio, astucia o maquinación (18).
La LNPA, por su parte, parece restringir el alcance del
dolo. Resulta significativo en la medida en que se tengan
por existentes hechos o antecedentes inexistentes o falsos.
Al hablar de hechos o antecedentes, parecería referirse a la
causa. Es ahí donde debe haber dolo y sólo en cuanto ello
ocurra podrá decirse que el acto es nulo de nulidad
absoluta(19) .
La LNPA, por otra parte, no exige que exista un daño:
basta que exista una conducta dolosa para considerar que
dicho acto no es válido. En esto el dolo en el campo del
derecho administrativo es tratado de un modo diferente que
en el derecho civil que incluye el daño como requisito
necesario para declarar la nulidad del acto (20) . Ello es así,
por el carácter de gestor del bien común y del orden social
que debe tener el Estado en su obrar.
¿Puede decirse que no hay dolo si ambas partes obraron
dolosamente? La respuesta es negativa y ésta también es
una diferencia con lo que ocurre en el campo del derecho
privado. En la medida que se tengan por existentes hechos
o antecedentes inexistentes o falsos el acto será nulo más
allá de cuál sea la parte que actuó dolosamente.
3. La violencia
Dice la norma que estará viciado el acto cuando la
voluntad se encuentre excluida por "...violencia física o
moral ejercida sobre el agente..." (21) . El tema de la
violencia física parece más bien de novela trágica
burocrática y lo cierto es que no ocurre con demasiada
frecuencia. En cambio, sí creo que puede presentarse como
un caso más habitual de lo pensado la cuestión vinculada a
la violencia moral sobre el agente. No sólo violencia
ejercida por el administrado sino también la violencia o
intimidación ejercida por superiores de quien tiene la
competencia para el dictado del acto. Mediante
mecanismos sutiles, que muchas veces incluyen acoso o
amenazas encubiertas, se logra obtener que el inferior dicte
un acto que tal vez hubiera optado por no dictar o por darle
un alcance diferente. En el campo de los actos
discrecionales, puede ocurrir que se hagan valer intereses
ajenos a la Administración, utilizando como herramienta
para ello la competencia de un agente inferior. Aquí no sólo
tenemos una desviación de poder —aunque sea en rigor
del superior de aquel que dicta el acto— sino también la
voluntad viciada del agente emisor del acto. Estos casos
son, igualmente, difíciles de probar, porque el inferior
muchas veces por temor no denunciará la violencia que le
fue ejercida.
Considero que no basta contar con una herramienta en el
campo del derecho penal que permita denunciar el abuso
ejercido sobre el agente y así tener por válido un acto
dictado bajo efecto de la violencia, por haber coincidencia
entre sus elementos y la abstracta previsión normativa que
le sea aplicable (22). Ese acto, incluso si es reglado, será
nulo porque es inmoral para el derecho administrativo,
independientemente de las consideraciones de derecho
penal que puedan efectuarse. Para otorgar validez a ese
acto, deberá ser dictado nuevamente, y será válido
únicamente a partir de ese momento.
¿Qué ocurre, por otro lado, en el caso en que la violencia
sea ejercida sobre el administrado? Más allá de que la
norma se refiere únicamente a la violencia ejercida sobre el
agente, si el acto se dicta a raíz de acciones realizadas por
el particular bajo algún tipo de violencia, entiendo que
tampoco debería ser considerado válido.
4. La simulación
Resta hacer alguna mención a este vicio que según la
LNPA, cuando existe, también importa la nulidad absoluta
del acto. Marienhoff sostenía que la simulación en rigor no
excluye nunca la voluntad porque el acto es deseado, sólo
que la voluntad está ilegalmente orientada (23). Cassagne
afirma, al respecto, que la simulación constituye en rigor un
defecto autónomo del acto administrativo que, por sus
características especiales, debe ser estudiado a
continuación de los vicios de la voluntad. Como sea, lo
cierto es que la LNPA habla de la voluntad viciada
por simulación (24).
Según el Código Civil la simulación tiene lugar cuando se
encubre el carácter jurídico de un acto bajo la apariencia de
otro, o cuando el acto contiene cláusulas que no son
sinceras, o fechas que no son verdaderas, o cuando por
medio de él se constituyen o transmiten derechos a
personas interpuestas, que no son aquellas para quienes
en realidad se constituyen o transmiten(25) .
Como siempre, en la medida en que la simulación
significase la exclusión o afectación grave de todos o
alguno de sus elementos esenciales el acto será nulo de
nulidad absoluta. El art. 14 de la LNPA habla de simulación
absoluta, por lo que para que pueda considerarse
configurada la nulidad por esta causal el acto no debe tener
nada de real(26) .
Coincido con Comadira en que el acto simulado es
siempre inválido. Está en juego el interés público del
accionar administrativo y la moralidad que debe guiar dicho
obrar(27) .
III. CONCLUSIÓN
Creo saludable el tratamiento que la LNPA le da a la
cuestión de los vicios de la voluntad. No todo en la vida
político-jurídica de un país tiene que tener un resultado
práctico concreto para ser considerado necesario y
conveniente. El orden jurídico no puede admitir normas
vacías o contrarias a la moral. Esto aplica tanto a su
contenido como a su construcción y a la forma en que son
dictadas.
No importa entonces si el acto administrativo, superado el
vicio de que se trate, va a ser dictado con el mismo alcance
que tenía el acto que estaba viciado. Importa, en cambio,
que el obrar de los agentes que integran la Administración
sea ético, ordenado y orientado al bien de toda la
comunidad. Ya que si bien el Estado es un órgano y la
voluntad es un fenómeno psicológico propio de las
personas físicas, el legislador, como ocurre con otras
personas jurídicas(28) , ha querido destacar la validez de la
voluntad de aquellas personas que integran la
Administración para darles, según palabras del profesor
Cassagne, un rol protagónico en el mundo del derecho(29) .
VII. CONCLUSIONES
El vicio de incompetencia tuvo un gran desarrollo en la
Argentina tras su expresa inclusión en la LNPA.
Los caracteres, fundamentos y consecuencias del vicio
presentan distintas particularidades según se trate de
incompetencia en razón de la materia, del territorio, del
tiempo y del grado.
Sentados los principios generales en la LNPA, la
jurisprudencia y la doctrina se han encargado de darle
forma al llamado vicio de incompetencia del acto
administrativo, adaptándolo a las circunstancias de cada
caso.
De la legislación, jurisprudencia y doctrina reseñada
podemos concluir que:
1. Noción
Se ha sostenido tradicionalmente que el objeto del acto
administrativo es la resolución o medida concreta que
mediante el acto adopta la autoridad(1) . Es aquello que el
acto dispone, certifica o resuelve, siendo lo que diferencia
un acto de otro acto(2) . La mayoría de la doctrina de nuestro
país equipara el objeto con el contenido del acto
administrativo(3) .
El objeto es un elemento esencial del acto
administrativo (4). A él se refiere el art. 7º, inc. c) de la Ley
Nacional de Procedimientos Administrativos, ley
19.549 ("LPA"), destacando su carácter esencial y
estableciendo que "debe ser cierto y física y jurídicamente
posible, debe decidir todas las peticiones formuladas, pero
puede involucrar otras no propuestas, previa audiencia del
interesado y siempre que ello no afecte derechos
adquiridos".
1. Noción
El vicio en el elemento objeto del acto administrativo ha
sido denominado tradicionalmente como "violación de la
ley" (19)y con esa denominación se encuentra recogido en el
art. 14, inc. b), de la LPA(20) .
En términos generales, el vicio se produce por la
contradicción del objeto del acto con una norma de mayor
jerarquía(21) .
Esta contradicción jurídica puede consistir en una
violación de la Constitución, de la ley, de un reglamento, de
un tratado, de los principios generales o cualquiera de las
fuentes del derecho administrativo a las que el acto deba
conformarse(22) .
El vicio puede resultar tanto del apartamiento de lo
dispuesto en las normas de jerarquía superior que resulten
aplicables, como de un grave error de derecho (por
ejemplo, si se considera existente una norma derogada o
viceversa, o si se le asigna a la norma un sentido o
contenido distinto al que realmente le corresponde), o de
una apreciación errada del derecho en relación con los
hechos del caso (cuando aun correctamente interpretada,
se aplica la norma a un caso no contemplado en ella)(23) .
En cambio, el apartamiento de los precedentes
administrativos no ha sido, en general, considerado como
una causal de nulidad de los actos administrativos, ni por la
doctrina ni por la jurisprudencia(24) . Sin embargo, en ciertas
situaciones el apartamiento del precedente puede
configurar una violación al principio de igualdad así como
también al principio de la buena fe, resultando aplicables las
consecuencias que impone la doctrina de los actos propios,
que impide a la Administración desconocer su conducta
anterior jurídicamente relevante y eficaz, y capaz de
generar una expectativa seria respecto de un
comportamiento futuro con trascendencia para el
derecho(25) .
No es relevante que la disconformidad con el
ordenamiento jurídico pueda ser intencional o que resulte
de un error o de dolo o de violencia moral: en todos los
casos el acto será inválido. El vicio de violación de la ley es,
como tal, un vicio objetivo(26) .
I. INTRODUCCIÓN
La causa, entendida como aquellas circunstancias de
hecho y de derecho que llevan a dictar el acto (1) , es un
elemento esencial del acto administrativo(2) . Es decir que
todo acto administrativo, ya sea producto del ejercicio de
facultades regladas o discrecionales, debe contener una
causa. Las fallas o vicios de la causa afectan —por su
carácter de elemento esencial— la validez del acto(3) .
El estudio de la causa en su concepción objetiva y como
un elemento autónomo del acto administrativo encuentra
sus orígenes en la jurisprudencia y doctrina francesa (4) .
Esta visión autónoma de la causa colaboró a identificar
como un tipo particular de vicio del acto administrativo a
aquel que afecta a su causa.
Nuestra Ley Nacional de Procedimientos Administrativos
(en adelante, la "LNPA"), influenciada por la corriente
administrativista francesa, adoptó una noción objetiva y
autónoma de la causa en su vertiente fáctica y jurídica y
delineó los posibles vicios que pueden afectarla(5) .
Por su parte, la jurisprudencia y la doctrina nacional y la
Procuración del Tesoro de la Nación (en adelante, "PTN")
colaboraron a fortalecer la concepción del vicio en la causa
como un vicio autónomo, identificando sus principales
características y consecuencias y diferenciándolo de otros
vicios que pueden afectar al acto administrativo.
V. VICIOS EN LA MOTIVACIÓN
Con arreglo al criterio esbozado en la LNPA, puede
afirmarse que la motivación del acto administrativo es la
exteriorización o expresión de los motivos o razones que
han llevado al autor del acto a adoptarlo y que resulta
incidida, a la vez, por el elemento finalidad.
De tal modo, en el derecho argentino la motivación del
acto no sólo consiste en la expresión de la causa sino
también de su finalidad.
Se trata, pues, de un elemento que se relaciona en el
plano político con la consolidación y subsistencia de las
instituciones democráticas en tanto apuntala el principio de
publicidad del obrar estatal y procura explicar al ciudadano
por qué se le impone una determinada norma (derecho a
una decisión fundada). La motivación del acto
administrativo posibilita, además, tanto el control judicial de
legitimidad del obrar de la Administración como el control
político por parte de la ciudadanía que, al conocer el porqué
de las conductas estatales, se encuentra en posición de
valorarlas a la hora de ejercer su derecho republicano a
sufragar y a elegir a las autoridades públicas(26) .
Mirado desde el punto de vista de la legalidad y eficacia
en el obrar administrativo, el requisito de la motivación
permite conocer cuáles han sido las razones tenidas en
miras por la Administración al tomar un determinada
decisión, de modo de evaluar la objetividad e imparcialidad
de su obrar y su arreglo con el interés público.
Nuestra ley de procedimientos exige la motivación de
todos los actos administrativos, sin trazar distinciones entre
actos predominantemente reglados y discrecionales ni entre
actos de gravamen y favorables al particular (art. 7º, inc. e]).
Todo acto que incide sobre la esfera vital de intereses de
los administrados (favorable o desfavorablemente) debe
encontrarse adecuadamente motivado.
Postula el legislador, como ya dijéramos, la nulidad
absoluta del acto que padezca vicios graves en las "formas
esenciales" encontrándose alcanzado por este concepto
tanto la forma en sentido estricto como los procedimientos
que deben preceder al acto y el requisito de la motivación,
aquí en estudio.
Requisito que no exige el cumplimiento de fórmulas fijas
sino que depende de las particularidades propias del acto
del cual se trate(27) . Así, la motivación puede ser escueta
pero suficiente(28) aunque no debería ser suplida por
fórmulas carentes de contenido, expresiones de manifiesta
generalidad o la sola mención de citas legales(29) .
Sobre esta cuestión, empero, la Corte no ha tenido una
doctrina uniforme y en materias tales como el empleo
público ha mostrado un criterio que no se condice con la
clara exigencia legal de adecuada motivación de todos los
actos administrativos al admitir ceses, prescindibilidades y
cambios en las condiciones de trabajo de los empleados
públicos basadas en la sola invocación de conceptos
indeterminados aludidos en las leyes atributivas de la
competencia, tales como "razones de mejor servicio",
"ponderación de aptitudes personales", "razones de
servicio" o inclusive —en casos en los que, p. ej., el
empleado no contaba con derecho a la estabilidad en la
función— sin brindar fundamento alguno más que la cita de
la norma fundante de la atribución(30) .
De tal modo, actos manifiestamente viciados en su
motivación por carencia de razones de hecho debidamente
explicitadas en los considerandos del acto (motivación)
(31)
fueron convalidados jurisprudencialmente.
Esta lamentable jurisprudencia parece haber llegado a su
fin a partir del precedente "Schnaiderman" (32) , en el cual se
analizaba la validez del acto de cancelación del
nombramiento de un agente que no gozaba del derecho a
la estabilidad por encontrarse dentro del "período de
prueba". La cancelación fue efectuada con la sola mención
de las normas atributivas de la competencia. La Corte,
remitiéndose al dictamen de la Procuración, sostuvo que la
facultad discrecional de cancelar el nombramiento no
eximía a la Administración de cumplir con los recaudos de
la LNPA, en particular —en el caso— con la causa y con la
motivación. En la especie, el acto carecía de causa (pues la
idoneidad del agente a prueba no fue objetada) y de
motivación. Respecto de este último requisito, la Corte Sup.
señala que la facultad discrecional que normalmente las
normas confieren a la administración en materia de empleo
público no implica que ésta pueda actuar sin brindar los
fundamentos de sus actos; antes bien, cuando se ejercen
facultades discrecionales se redobla el deber de motivación.
La doctrina de este fallo es reiterada en otro caso
vinculado con un inmotivado acto de desplazamiento del
actor de un cargo en la SIGEN, consolidándose así una
nueva línea jurisprudencial respetuosa de la exigencia legal
de motivación de todos los actos administrativos(33) .
VI. VICIOS EN LAS FORMAS ESENCIALES Y TEORÍA
DE LA SUBSANACIÓN
Es sabido que no obstante el mandato legal que indica
que todo acto administrativo debe cumplir con los
procedimientos y formas esenciales previstos para su
emisión so pena de nulidad absoluta (arts. 7º, inc. d], 8º y
14, inc. b] de la LNPA), los tribunales permiten muchas
veces la subsanación ulterior de vicios graves en el
elemento forma, dando lugar así a la relativización de este
fundamental requisito. Se trata, pues, de la teoría de la
subsanación , de la que nos hemos ocupado antes de
ahora (34).
Asistimos, así, a una devaluación de uno de los requisitos
esenciales del acto administrativo, pues mientras la ley
prevé con total claridad la nulidad absoluta del acto que
carece de formas esenciales (o las exhibe gravemente
viciadas), los tribunales permiten su convalidación como si
el texto legal no existiera o como si se tratara en todos los
casos de vicios menores que, al provocar la mera
anulabilidad del acto, dieran espacio a su saneamiento
(art. 15, LNPA) (35).
Al analizar ciertos fallos de la Corte Sup. que se ocuparon
de la garantía de defensa en sede administrativa, Linares
dio en llamar "tesis de la subsanación" a la postura
observada por el Máximo Tribunal en punto a que no
interesa la indefensión sucedida en sede prejudicial si el
interesado pudo defenderse ante la Justicia(36) .
En tal sentido, enseñaba Comadira que la subsanación
del vicio formal ha sido jurisprudencialmente admitida no
sólo cuando se sucede en la instancia judicial, sino también
en la propia sede administrativa —por ejemplo, en
oportunidad de resolverse el recurso administrativo contra
el acto viciado—. Si bien la califica de "lamentable
orientación jurisprudencial", el mismo jurista nos advierte
que no se trata de una línea uniforme, porque existen fallos
en los cuales la afectación de la garantía constitucional de
la defensa fue sancionada con la nulidad absoluta(37) .
La teoría se aplica a todos los vicios en las formas
esenciales, tanto a las deficiencias en los procedimientos
previos como a las irregularidades del acto al momento de
su emisión incluyendo, por cierto, aunque con excepciones,
a los vicios en el elemento motivación(38) .
Apuntamos ya que la motivación del acto es la
consecuencia de la aplicación del principio de publicidad de
los actos estatales —género del cual el acto administrativo
es una especie—, y se relaciona en el plano político con la
consolidación y subsistencia de las instituciones
democráticas, sirviendo como instrumento para favorecer el
control de la eficacia y moralidad gubernamental (39) , por lo
que entendemos debe concluirse que tanto desde el punto
de vista de quienes resultan en particular afectados por el
acto, como desde el plano de la objetiva juridicidad y
eficacia que es dable exigir de todo obrar administrativo, la
motivación debe ser oportuna y, en tanto sostén del acto,
formularse de manera previa o concomitante a su dictado.
La teoría de la subsanación no ha sido hasta el presente
aplicable, en cambio, para casos en que se omitió seguir el
procedimiento de audiencia pública(40) . En este aspecto, se
destaca la doctrina sentada por la Cámara desde el
precedente "Youssefian"(41) .
La aplicación de la teoría en tratamiento ha sido objetada
con fundamento en que implica desconocer la verdadera
función de la garantía de defensa, considerada, con acierto,
como un principio general del derecho sin que quepa
olvidar, además, que los trámites esenciales del
procedimiento no sólo han sido establecidos a favor de los
particulares sino también del acierto en el obrar
administrativo. Por cierto, los trámites cuya omisión o
deficiencia determinan la nulidad absoluta del acto son
aquellos que revisten la calidad de "esenciales", pero ante
la dificultad que conlleva distinguir las formas sustanciales
de las accesorias, el criterio a seguir debe ser amplio, de
modo de sólo rechazarse la alegación de vicios formales
cuando resulte claro que ellos resultan intrascendentes(42) .
En resumen, puede concluirse que mientras la
jurisprudencia, en líneas generales, ha dado lugar a la
aplicación de la teoría, la doctrina mayoritaria es contraria a
la subsanación posterior de los actos viciados en el
procedimiento(43) .
De nuestra parte, también hemos manifestado nuestro
rechazo a esta doctrina pues consideramos que no es fácil
comprender el arraigo jurisprudencial de la teoría, si se la
confronta con el régimen del procedimiento administrativo
nacional.
En efecto, y tal como vimos, la posibilidad de subsanación
se sucede cuando el vicio se verifica en los elementos
procedimiento, forma en sentido estricto y motivación.
Respecto del procedimiento previo, el vicio puede recaer
sobre el debido proceso adjetivo en su triple contenido de
derecho a ser oído, ofrecer y producir prueba o derecho a
una decisión fundada (este último, como ya fuera dicho,
estrechamente vinculado a la motivación adecuada del
acto) o bien puede suceder que se haya omitido un trámite
esencial (dictamen previo, sumario administrativo, licitación
pública, etc.).
Ahora bien, el debido proceso adjetivo constituye un
principio general del procedimiento expresamente
normativizado en el ya analizado art. 1º, inc. f), ap. 1º;
mientras que el elemento procedimiento es uno de los
requisitos esenciales del acto administrativo, mandando el
legislador que "Antes de su emisión deben cumplirse los
procedimientos esenciales y sustanciales previstos y los
que resulten implícitos del ordenamiento jurídico" (art. 7º,
inc. d], LNPA). La "violación de las formas esenciales" da
lugar a la nulidad absoluta e insanable del acto (art. 14,
inc. b] de la LNPA).
La claridad de la norma es meridiana: la falta de un
trámite esencial o la vulneración del principio del debido
proceso adjetivo provocan la nulidad absoluta e insanable
del acto.
Por eso, no es en la LNPA donde la teoría encuentra su
fundamento normativo.
Antes bien, la teoría abreva en el régimen de las
nulidades de los actos procesales civiles según la cual no
hay nulidad sin ley específica que la establezca (principio
de la especificidad) ni hay nulidad de forma, esto es, no hay
nulidad si la desviación no tiene trascendencia sobre las
garantías esenciales de la defensa en juicio,
consecuentemente sólo puede reclamarla quien demuestre
un ataque a su derecho (principio de la protección). Por
último, en general en el derecho procesal civil toda nulidad
se convalida por el consentimiento (principio de la
convalidación). Sin embargo, no debe olvidarse que en la
enunciación de la teoría, estos principios son de aplicación
respecto de actos relativamente nulos y no sobre actos
absolutamente nulos(44) .
En el ámbito del derecho administrativo, los actos nulos
de nulidad absoluta, no resultan susceptibles de
saneamiento. Por tanto, un acto dictado sin respeto de los
procedimientos esenciales y sustanciales, previstos e
implícitos en el ordenamiento jurídico deviene
insanablemente nulo. Aplicar la teoría de la subsanación a
un acto nulo de nulidad absoluta implica una contradicción
en sus términos.
Cuando el legislador dispone que antes de la emisión del
acto deberán cumplirse los procedimientos esenciales y
sustanciales previstos explícita e implícitamente en el
ordenamiento jurídico, está efectuando una clara opción de
política legislativa que trasunta una valoración firme de
ciertos puntuales procedimientos.
Es claro que su vulneración no puede dar, respecto de
tales trámites sustanciales, nunca lugar a una mera nulidad
relativa, pues es el texto legal el que los califica como
esenciales. Así, si la norma dispone el mecanismo licitatorio
y éste se omite, la consecuencia es la nulidad. Idéntico
criterio rige respecto de los actos sancionatorios graves,
que no sean precedidos de un sumario administrativo y, en
general, de todos aquellos que comprenden el "debido
proceso adjetivo" (art. 1º, inc. f], LNPA). En todos estos
casos, fue el legislador quien consagró la sustancialidad de
estos trámites por lo que, a mi juicio, ante su objetiva
violación no se abre para el juez controlante del acto la
posibilidad de, discrecionalmente, decretar o no su
ilegitimidad. Por tanto, es el legislador quien ya ha decidido
que no se trata de la nulidad por la nulidad misma (45) , pues
lo que se ha omitido o realizado defectuosamente es una
formalidad legalmente calificada como esencial y sustancial.
Por otro lado, aunque limitáramos la visión del problema
al punto de vista del administrado agraviado, nunca la
nulidad peticionada por vicios en el procedimiento de
formación del acto administrativo es la nulidad por la
nulidad misma. Ello es así porque, a diferencia de lo que
sucede en un litigio entre dos particulares, quien enfrenta a
la Administración se enfrenta a la vez con una situación
jurídica creada por ésta (esa es, precisamente, la primera
de sus prerrogativas sustanciales, la de crear
unilateralmente situaciones jurídicas a través del acto
administrativo). Y, además, a resultas de esa situación
jurídica, el particular debe obedecer el acto y soportar que
la Administración lo ponga en práctica por sus propios
medios. En otras palabras, debe convivir con las
consecuencias que derivan de los dos caracteres
esenciales del acto: su presunción de legitimidad y
ejecutoriedad (art. 12, LNPA). Por tanto, el agraviado tiene
más de una razón práctica para exigir la nulidad de un acto
que fue dictado sin seguir un procedimiento esencial: la
quita de ese acto del mundo jurídico implica para él la
extinción de la aludida situación jurídica unilateralmente
creada.
Pero, por cierto, no es ese el agravio que
jurisprudencialmente se requiere que el particular
demuestre para tener por nulo el acto por vicio en el
procedimiento o en la motivación. El agravio que se pide al
particular demostrar es otro: se le exige que acredite que de
haberse cumplido con el procedimiento previo, de habérselo
oído en el momento oportuno o de haberse motivado el acto
el acto hubiere sido distinto al que se emitió. ¿Cómo hacer
para demostrar esto, si quien emite el acto no es el
particular sino la propia Administración? Se trata, pues, de
una prueba poco menos que imposible.
La segunda observación que cabe formular a esta
desmesurada exigencia llega a las raíces de la teoría, pues
bajo este modo de razonar habría que consentir
procedimientos viciados en todas las ramas del derecho,
inclusive la penal, para luego exigir, por ej., que demuestre
el allanado ilícitamente que de haberse entrado a su
domicilio con una orden legal no se hubiere hallado lo que
ilícitamente se encontró. Sería, pues, un réquiem para la
garantía de defensa.
En suma, la teoría de la subsanación se encuentra en la
antítesis de la republicana teoría del fruto del árbol
prohibido y allí reside una de sus más evidentes
debilidades.
El sentido de los procedimientos esenciales de
cumplimiento previo al acto es el de dar al interesado una
posibilidad de influir mediante su opinión, propuesta,
defensa, etcétera con anterioridad al dictado de la decisión
administrativa. No es jurídica, fáctica ni axiológicamente
igual opinar, intervenir, defenderse, etc. antes que después
de adoptada la decisión que causa agravio. Desde el punto
de vista jurídico esa opinión llegará cuando ya existe un
acto que se presume legítimo, es de cumplimiento
obligatorio y, en su caso, puede ser objeto de ejecución por
la Administración por sus propios medios. Desde un
enfoque fáctico y realista, no puede ignorarse que una vez
tomada la decisión, la Administración difícilmente la
modifique. Desde una mirada axiológica, la omisión o
deficiencia del trámite esencial frustra el objetivo de la
participación, opinión, propuesta, etcétera oportuna, en
tanto elemento que no sólo coadyuva a realizar la garantía
de defensa en sede administrativa sino que también, y no
menos importante, viene a procurar otro interés, cuyo
alcance es general y que se traduce en la exigencia de
eficacia, legalidad y justicia en el obrar administrativo todo.
Por último, seguramente como consecuencia no deseada
—pero verificable en los hechos— la aplicación de la teoría
conlleva implícitamente una vía libre para que la
Administración se desapegue de la legalidad y vulnere u
omita los procedimientos esenciales, con la certeza de que
ello no suscitará la nulidad del acto, pues se lo tendrá por
subsanado en etapas posteriores.
VII. COLOFÓN
Aventuramos que poco a poco la teoría de la subsanación
iniciará una —esperamos— definitiva retirada, pues marcha
a contrapelo de la legalidad, de los pactos internacionales
que consagran la tutela administrativa efectiva y de la
jurisprudencia de la Corte Sup. que recoge el contenido de
dichos pactos(46) .
Esta tendencia se inscribe, pues, en una revalorización
del procedimiento administrativo como garantía de los
derechos constitucionales, tendencia que es dable advertir
inclusive en países europeos que, no obstante exhibir un
grado de desarrollo notable en materia de derecho
administrativo y ciencias de la administración, pusieron
históricamente el acento más en la función del
procedimiento como garante de la correcta aplicación de la
ley que como vigía de los derechos de los particulares que
son parte en los trámites administrativos.
Se ha sostenido una cierta dicotomía en el modo de
entender el procedimiento administrativo, según se trate del
derecho continental o anglosajón(47) .
En el primero, lo más importante es la aplicación correcta
de la ley a los casos concretos, es decir, la legalidad
sustantiva o material del acto que se dicta. Si esa legalidad
material está garantizada, los vicios de procedimiento
tienen una importancia relativa, menor y pueden ser
convalidados. En el derecho anglosajón, en cambio, las
decisiones no pueden ser legales al margen del
procedimiento sino que, antes bien, se legitiman —entre
otras cosas— en razón de haber sido tomadas tras una
tramitación conforme a derecho.
En países como Alemania, sin embargo, es dable detectar
en las últimas décadas una evolución del derecho
administrativo, que se re-orienta hacia el procedimiento,
bajo premisas tales como la de la necesidad de hallar un
"modo de administrar propio de nuestro tiempo", sustentado
en un "conversar con el ciudadano" o en la "Administración
cooperativa", al punto de sostenerse que el due process of
law "es un presupuesto básico de la conciencia jurídica
común europea", criterio que se verifica inclusive a nivel
comunitario, pues las recomendaciones del Consejo de
Europa en materia de derecho administrativo suelen
referirse a cuestiones de procedimiento.
Se alude, pues, a una dimensión procedimental de los
derechos fundamentales, en el entendimiento de que éstos
incluyen, explícita o incidentalmente, garantías
procedimentales. Tales garantías constituyen un capítulo de
la teoría de los derechos fundamentales, que en su
momento autores como Peter Häberle calificaron como
un status activus processualis .
Tanto énfasis sobre el aspecto "tuitivo" o "garantístico" de
los derechos se compren de mejor, a poco que se verifique
que en realidades como la alemana la Ley Federal de
Procedimiento establece que "La vulneración de normas
relativas al procedimiento, la forma o la competencia
territorial no es motivo suficiente para la anulación de un
acto administrativo que no sea nulo de pleno derecho..., si
es evidente que la vulneración no ha influido en el
contenido de la decisión" (art. 46).
De modo concorde, el legislador federal alemán dispuso
que la vulneración de la norma de procedimiento o de forma
que no dé lugar a la nulidad de pleno derecho será
irrelevante en una serie de supuestos entre los que enuncia
los casos en los que la motivación se aporte con
posterioridad; cuando la audiencia exigida se efectúa con
posterioridad o cuando la intervención necesaria de una
comisión u otro órgano se produce luego, aclarando que
esa "posterioridad" puede llegar, incluso, "hasta la
conclusión del proceso judicial" (art. 45)(48) .
Estamos, pues, ante la positivización de la doctrina de la
subsanación; positivización que explica —en aquella
realidad— la lucha doctrinal y jurisprudencial por destacar el
aspecto garantístico del procedimiento y atenuar así las
consecuencias que para los derechos esenciales su
aplicación puede implicar.
Lo que no es, en cambio, tan claramente entendible es
por qué, en realidades como la nuestra, donde el mandato
legislativo es exactamente el inverso pues el procedimiento,
la forma y la motivación son elementos esenciales del acto
y su falta o vicio grave genera de plano la nulidad absoluta
de aquél y el deber estatal de revocar el acto, las
posibilidades de subsanación han encontrado marcado eco
tribunalicio.
Lamentable eco que en las oficinas públicas suele ser
"reinterpretado" como una invitación a vulnerar la ley en
estos aspectos, con la certeza de "sanear" luego lo omitido,
sea en sede propia o inclusive judicial y cuando el daño ya
ha sido consumado.
Esta relativización de las formas impacta en la
vigencia efectiva del derecho sustantivo constitucional en
juego, pues quien lo ostenta lo pierde mediante un acto que
corona un procedimiento irregular y, desde esa posición de
suma debilidad carga sobre sus espaldas la prueba de
acreditar que por más vicios del procedimiento que hubiere,
de haberse realizado el procedimiento conforme a derecho
el resultado habría sido otro.
Esta herramienta valiosa —la dimensión procedimental de
los derechos constitucionales— viene a sumarse al
catálogo de elementos esenciales del Estado constitucional
occidental que, partiendo de la dignidad humana como
premisa, se integra con valores tales como la cultura y la
soberanía popular, la constitución como contrato básico y la
garantía de los derechos fundamentales. Este esquema —
calificado de "conquista cultural de la civilización
occidental"— plantea hacia el futuro la pretensión de que el
nivel alcanzado por el Estado constitucional ya no se
pierda, sino que se conserve e incluso se acreciente, "en la
medida en que los enanos encaramados a hombros de
gigantes son capaces de ver más lejos"(49) .
V. CONCLUSIONES
Como fuera explicado en el punto III, entendemos que no
corresponde hacer una clasificación teórica previa de la
cláusula, sino un análisis de consecuencia o resultado . Es
decir, que una cláusula puede o no ser accesoria, según
sea separable o no, sin que esto último afecte todo el acto.
A partir de esto, puede verse que lo que aparentemente
es un tema secundario, accesorio y menor, termina siendo
un análisis que podría llegar a determinar la nulidad del
acto.
Para dicho análisis, también se proponen algunos
estándares de evaluación que tomados del derecho
constitucional podrían ser de utilidad en el tema que
abordamos.
CAPÍTULO 41 - EL SANEAMIENTO DEL ACTO ADMINISTRATIVO:
RATIFICACIÓN, CONFIRMACIÓN Y CONVERSIÓN - POR JULIETA
RODRÍGUEZ PRADO
II. RATIFICACIÓN
1. Concepto
La ratificación es el acto por el cual la autoridad
competente reconoce como propios los actos realizados por
otra autoridad que no era competente para dictarlos. No es
un acto constitutivo, sino declarativo de derechos; y tiene
efectos retroactivos, es decir que sus consecuencias se
proyectan hacia el pasado a la fecha de emisión del acto
objeto de ratificación(6) . No podemos dejar de advertir, que
este instituto guarda grandes semejanzas con el tratamiento
que le otorga el Código Civil a la confirmación de los actos
anulables(7) . Por tal motivo, no parece desprovisto de
fundamentos recurrir a las soluciones del derecho común
con las adaptaciones correspondientes, cuando el derecho
administrativo no encuentre solución a ello.
El acto administrativo que tiene la aptitud de ser ratificado,
es aquel que fue dictado por una autoridad incompetente en
razón del grado, pudiendo el superior ratificarlo y legitimarlo
para el futuro(8) .
Desde esta primera aproximación, cabe indagar sobre la
posibilidad de ratificación de aquellos actos administrativos
viciados por incompetencia en la materia y en el territorio.
Debemos advertir que hay autores que extienden la
aplicación de este instituto a otros supuestos de
incompetencia(9) . Lo cierto es que el art. 19 en el inc. a)
sólo destina la ratificación a los actos viciados por
incompetencia en razón del grado, y así lo ha entendido
también la Procuración del Tesoro invalidando la posibilidad
de recurrir a la ratificación cuando no se trata de esa clase
de incompetencia(10) .
Por otra parte, cabe observar que no existe previsión legal
respecto del plazo para que un acto administrativo pueda
ser ratificado. Sin embargo, cuando haya transcurrido un
tiempo prolongado, sería más prudente dar vista a los
administrados involucrados —aun cuando no estén
afectados sus derechos— para que manifiesten lo que
estimen corresponder antes de proceder a la ratificación de
dicho acto.
Otra cuestión que ha dado lugar a controversias en el
ámbito judicial, es si los actos dictados " ad referéndum "
pueden englobarse dentro del concepto de ratificación (11).
Lo cierto es que a través del acto ad referéndum se
pretende someter su eficacia —es decir la posibilidad de
producir efectos jurídicos— a un hecho futuro e incierto, con
lo cual el acto por sí mismo no puede traer aparejada
consecuencia alguna para las partes en tanto no medie el
acto de refrendo (12). Aparecen diferencias con el concepto
que aquí se estudia, en la medida que el acto que debe ser
sometido a refrendo de otra autoridad, no produce efectos
sino a partir de su aprobación. Es que con la norma de
aprobación se quiere que el acto que se aprueba no tenga
vitalidad definitiva hasta que otro órgano o autoridad lo
examine y exprese su conformidad (13).
En cambio, la ratificación tiene como fin convalidar los
efectos del acto viciado, por lo cual —como la norma lo
prevé— ellos se retrotraen a la fecha del acto objeto de
ratificación. Tampoco podemos entender que el funcionario
que dicta un acto que debe ser sometido a convalidación,
sea incompetente, tan sólo está previsto su control por otro
órgano (14). En dichos casos se requiere la suscripción del
acto por ambas autoridades, por lo cual no puede hablarse
de que la primera de ellas sea incompetente. Además en
los actos ad referéndum no siempre es el superior
jerárquico el autorizado a refrendar el acto, a diferencia de
la ratificación en donde el superior es el encargado de
sanear el acto (15).
2. Efectos
El acto necesitado de ratificación es un acto administrativo
regular, que produce desde su nacimiento efectos jurídicos,
sólo que está viciado en el elemento competencia por razón
del grado, y ese vicio es eliminado por la ratificación. De tal
suerte, los efectos que cumplió hasta la ratificación son
válidos y legitimados también para el futuro (16) . Esto resulta
concordante con lo que prevé el Código Civil en el art. 1065
para la confirmación.
III. CONFIRMACIÓN
1. Concepto
En virtud de este precepto, la ley otorga en el inc. b) del
art. 19 la posibilidad de que la autoridad que dictó el acto
con vicios que no sean graves, pueda subsanarlo a través
de otro acto. Nuevamente el acto que se intenta subsanar
no puede ser de la categoría de nulo sino sólo anulable. A
diferencia de la ratificación, aquí no interviene otra
autoridad saneando el acto, sino que es la misma que lo
dictó quien elimina el vicio.
En este supuesto, a diferencia de la ratificación, la ley no
discrimina en cuanto al vicio que afecta el acto susceptible
de confirmación, por lo cual puede ser cualquiera que no
afecte un elemento esencial y que pueda ser saneado por
la autoridad que dictó el acto.
2. Efectos
La norma establece la misma solución que para la
ratificación: los efectos se retrotraen a la fecha del dictado
del acto objeto de ratificación. Por lo cual, se convalidan los
efectos producidos por el acto viciado y luego confirmado.
IV. CONVERSIÓN
1. Concepto
Es una figura jurídica que le permite a la Administración
convertir un acto nulo en uno válido, a través del dictado de
otro acto administrativo(17) . El nuevo acto recepta del otro
anterior, aquellos elementos que no se encuentran viciados,
a fin de integrarlo y rearmarlo para que surta efectos a partir
del nuevo dictado(18) .
La ley contempla este instituto en el art. 20, como una
categoría diferente del saneamiento. Por otra parte, con
buen atino, sólo permite la conversión con la anuencia del
administrado involucrado; de lo contrario, se estaría
afectando sus derechos. La conversión transforma el acto
viciado de nulidad en otro, con los elementos válidos de
aquél(19) . Gordillo sostiene que el fundamento se encuentra
en el principio de la conservación del acto, cuando es
posible eliminarle realmente el vicio que lo afectaba, ello es
más conforme con los valores jurídicos(20) .
Entre los ejemplos que se citan aparecen la designación
ilegítima de un funcionario estable que se convierte en
designación interina, la exoneración de un agente por
causales de cesantía, que luego se convierte en un acto de
cesantía, un contrato de arrendamiento civil de un cosa del
dominio público puede ese acto viciado ser convertido en
otro válido a través de un permiso o de una concesión de
uso del dominio público si concurrieren los requisitos
necesarios para ello(21) .
2. Efectos
Aquí como se dijo, estamos en presencia de un nuevo
acto administrativo, y es partir del dictado de éste que
comienzan a surtir los efectos. Resulta cl aro que el anterior
viciado de nulidad, no tiene la aptitud para producir
consecuencias, y por tal motivo, el nuevo no tiene la
posibilidad de producir efectos retroactivos(22) .
Por ello el texto de la ley al determinar los efectos de la
conversión, se refiere a la parte que se modifica, en cambio
aquello que se declara nulo tiene efectos retroactivos,
retrotrayéndose las cosas al estado anterior a su dictado(23) .
PARTE GENERAL
CAPÍTULO 43 - MODOS DE EXTINCIÓN DE LOS ACTOS
ADMINISTRATIVOS - POR LUIS DEVOTO
1. Revocación
El concepto de "revocación" ha sido abordado en forma
conjunta con el término "anulación" dada la diferencia
conceptual que se le asigna a cada uno de esos términos
por la doctrina.
La ley 19.549 de procedimientos administrativos utiliza el
término "revocación" para referir a la extinción de un acto
administrativo dispuesta en sede administrativa, sea por
razones de oportunidad, mérito o conveniencia(18) o por
razones de legitimidad(19) , mientras que se utiliza el término
"anulación" para referirse a la extinción por razones de
ilegitimidad en sede judicial(20) .
Este criterio normativo ha sido compartido por importante
posición doctrinaria de nuestro país(21) .
Para otra posición doctrinaria, el término "revocación" se
vincula con la extinción del acto administrativo por razones
de oportunidad, mérito o conveniencia y reserva para la
extinción por razones de ilegitimidad, el término
"anulación"(22) .
De tal manera, siguiendo la noción conceptual de la
doctrina mayoritaria y la legislación nacional, diremos que la
revocación se refiere a la extinción de un acto
administrativo dispuesta por la administración por sí, en
sede administrativa.
La revocación por lo demás —se ha destacado— no es
de la esencia ni un principio del acto administrativo, sino
que constituye un supuesto excepcional ante vicios graves
del acto o ante el cambio del interés público perseguido,
que inciden sobre la estabilidad del acto administrativo
revocado(23) .
Son susceptibles de revocación los actos administrativos
"regulares" o "irregulares", "unilaterales" o "bilaterales" en
su formación, actos administrativos "reglados" o
"discrecionales", de ejecución "continuada" o
(24)
"instantánea" .
Se han distinguido dos supuestos: revocación por
ilegitimidad y revocación por oportunidad, mérito y
conveniencia, sin perjuicio de otros supuestos particulares,
como ser revocación por cambio del ordenamiento legal.
A continuación trataremos en particular, los distintos
supuestos de revocación mencionados en el párrafo
precedente.
VII. EPÍLOGO
A lo largo del presente, se ha intentado demostrar las
enormes dificultades que existen para delinear un régimen
del acto jurisdiccional.
Contribuyen a ello no sólo las controvertidas aristas que
tiene todo lo vinculado con el ejercicio por parte de la
Administración de la función jurisdiccional, sino, también, la
falta de coherencia entre aquello que se postula en el orden
de los principios, y lo que termina afirmándose en la
normativa y en la jurisprudencia.
Resulta necesario, entonces, que las normas que, de
modo disperso y fragmentario, establecen el régimen del
acto jurisdiccional, entre ellas, el art. 99 del DRLNPA, sean
revisadas y adecuadas de modo coherente al régimen de la
función jurisdiccional y a las directrices que, en esta
materia, emanan de la jurisprudencia de la Corte Suprema y
de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
PARTE IX - EL ACTO ADMINISTRATIVO EN OTRAS
JURISDICCIONES
I. INTRODUCCIÓN
Para la época en que el Dr. Comadira publicó el Acto
administrativo municipal (2)la ciudad de Buenos Aires
operaba bajo la denominación Capital Federal, no poseía
autonomía y su jefe de gobierno era designado
directamente por el gobierno federal. La reforma
constitucional de 1994 vino a innovar en el status de las
autoridades locales, al considerarlas autónomas y con
vocación estatuyente.
Sin embargo, la falta de contundencia en el "nuevo" texto
constitucional ha jugado una mala pasada a la
consagración de la autonomía plena, lo que puede
reflejarse de diversos fallos del Máximo Tribunal
federal (3)que han convalidado incluso la controvertida ley
Cafiero (4). Podrá perdurar el debate (5)a nivel institucional y
doctrinario sobre si la ciudad detenta o no el rango
constitucional de "provincia" (6); lo que sí no puede discutirse
es que ya no emite actos administrativos municipales.
Es por eso que a lo largo de este trabajo haremos
principal hincapié en el sistema de la provincia de Buenos
Aires, que tiene una normativa común, la ordenanza
general 267/1980 (en adelante "OG").
La OG se trata de una norma muy particular, por cuanto
parecería retacear las atribuciones municipales previstas en
la Constitución de la provincia de Buenos Aires (7) .
Especiales dudas en cuanto a la validez de sus
prescripciones emergen del nivel de penetración provincial
sobre la actividad administrativa municipal y de la
imposibilidad de los municipios de abandonar en forma
unilateral el sistema normativo cobijado en la ordenanza
general.
Volviendo a la cuestión de la ciudad de Buenos Aires, sí
podría resultar objeto de análisis en el tema que aquí nos
ocupa lo relativo a la organización y funcionamiento de las
comunas porteñas, que constituyen un intento de
descentralización de ciertas competencias del estado local
(art. 127, Constitución de la ciudad, en adelante CCABA).
A su respecto cabe señalar que la CCABA las define
como unidades territoriales descentralizadas de gestión
política y administrativa (art. 127), en tanto que su ley
reglamentaria —ley 1777 y modif.— repite dicha fórmula
con la aclaración de que cuentan con patrimonio
y personería jurídica propia (art. 2°) .
Se ha sostenido que las comunas no constituyen un
nuevo nivel político o de gobierno dentro de la organización
jurídica institucional argentina, toda vez que carecen de una
universalidad de fines y de autodeterminación respecto de
los fines públicos a perseguir, y que pueden ser vistas
como corporaciones territoriales embrionarias, destinadas
sólo a servir aquellas actividades administrativas que le han
sido encomendadas de manera exclusiva o concurrente,
con una técnica representativa de designación de sus
miembros con el propósito de asegurar la participación
ciudadana en esas cuestiones de carácter local (8).
En la misma línea se ha postulado que no pueden ser
consideradas como municipios, cuasimunicipios o
municipios de tercer grado pues carecen del grado de
autonomía de aquéllos, definiéndoselas como una
descentralización territorial con características especiales o
una descentralización no integral, por cuanto si bien se crea
una nueva persona jurídica, sus atribuciones se encuentran
morigeradas(9) .
En sentido contrario, se señalaron(10) algunos elementos
que, contemplados en su conjunto, impedirían asimilar las
comunas a los entes descentralizados tradicionales del
derecho administrativo:
a) En primer lugar, su carácter de entes originarios en
cuanto su existencia deriva en forma directa de la
Constitución de la ciudad y no de la voluntad de los poderes
constituidos.
b) Por otra parte, el elemento representativo que rige la
elección directa de sus integrantes, también dispuesta por
el constituyente, y
c) Finalmente, y muy relacionado con su forma de
designación, el innegable mandato presente en su
regulación constitucional(11) y legal(12) de constituirse en
portavoz de los intereses generales de la población del
territorio a su cargo.
La juntas comunales fueron electas en 2011 y
comenzaron a funcionar en diciembre de ese año. Sin
embargo, a la fecha aún no se les ha asignado el
presupuesto que les corresponde(13) para ejercer las
competencias exclusivas que la Constitución les
encomienda(14) y el poder central ha creado nuevas
organizaciones desconcentradas que superponen sus
tareas con las previstas por el constituyente para las
comunas(15) .
Si bien su desarrollo es aún incipiente e incierto, puede
puntualizarse que en caso de ejercer plenamente sus
facultades, éstas se regirán por la Ley de Procedimientos
Administrativos de la ciudad(16) en tanto en su art. 1°
contempla expresamente en su "ámbito de aplicación" a la
Administración descentralizada.
2. Reglamentos
La Constitución de la provincia de Buenos Aires, al
establecer —en el art. 183— las competencias de los
municipios distingue entre las "ordenanzas" y los
"reglamentos" que están facultados a dictar (inc. 6º).
Sin ingresar en la honda discusión (21)—por exceder la
ambición de este trabajo— de si el reglamento municipal
integra o no la categoría de "acto administrativo", lo cierto
es que hasta hace no poco tiempo, cuando la autoridad
administrativa afectaba derechos de terceros mediante un
acto administrativo de alcance general debía formular en
cada caso el pertinente reclamo y solicitar se dejara sin
efecto, y sólo si la decisión final de la autoridad era
contraria al reclamante, podría promover la demanda
judicial (22).
Esta disposición se integraba con el art. 95 de la OG,
cuyo texto establece, en consonancia con el derogado
Código, que "[e]n caso de que, por una medida de carácter
general, la autoridad administrativa perjudicase derechos
privados o de otra administración pública, deberá acudirse
individualmente a la misma autoridad que dictó la medida
general, reclamando de ella, y solicitando se deje sin efecto
la disposición en cuanto al interés a que perjudica o al
derecho que vulnera, dentro del plazo de treinta (30) días a
partir de la última publicación o de su notificación" .
De tal modo, vencido el breve plazo de treinta días sin
que el interesado hubiera reclamado ante la autoridad
administrativa contra el acto de alcance general perdía todo
derecho a hacerlo(23) .
Antes incluso de la sanción del "nuevo" Código
Contencioso Administrativo de la provincia de Buenos Aires,
nuestro Máximo Tribunal (24)había puesto coto a semejante
regla interpretativa, en tanto su estricta
aplicación " obligaría a los particulares a la permanente
impugnación de la actividad reglamentaria de la
Administración, con el único fin de evitar que, por el
transcurso del tiempo, queden firmes los actos dictados
como consecuencia de aquélla", circunstancia atentatoria
del principio de la seguridad jurídica —de
jerarquía constitucional—.
El nuevo criterio fue finalmente receptado por la
jurisprudencia de la Suprema Corte de la provincia (25), que
concluyó en que la interpretación referida era la que mejor
se ajustaba a la garantía del efectivo acceso a la justicia
(art. 15, Constitución provincial) que se erigía en uno de los
pilares básicos del Estado de derecho (26).
Con la entrada en vigor del Código aprobado por la ley
12.008, que prevé un sistema de impugnación directa e
indirecta de los actos de alcance general(27) , se ha
superado la discusión al establecer que por imperio del
art. 14, inc. 2°, no será necesario agotar la vía
administrativa como requisito de admisibilidad de la
pretensión procesal cuando se impugna directamente un
acto administrativo de alcance general emanado de la
autoridad jerárquica superior o del órgano con competencia
delegada por aquélla.
A partir del nuevo texto, autorizada doctrina considera que
el agotamiento de la vía para el caso de impugnación
directa del acto general se mantiene como requisito
necesario en los casos en que aquel no hubiera sido
dictado por autoridad jerárquica superior o del órgano con
competencia delegada por aquélla(28) .
3. Ordenanzas
Cabe recordar que con la reforma a la ley
12.008 producida por la 13.101(29) perdió vigencia la parte
del Código que permitía impugnar directamente las
ordenanzas municipales, lo que importó a nivel jurídico el
reconocimiento de la categoría legislativa de las
ordenanzas, en tanto regla de carácter general emanada de
un cuerpo deliberativo con representatividad suficiente.
Si bien la Constitución de la provincia de Buenos
Aires(30) se refiere a las ordenanzas y reglamentos sin
precisar diferencias ni establecer diferencias de rango entre
ambos, la ley 13.101 vino a arrojar —casi sin querer—
ciertas certezas. Veamos.
A partir de la ley 13.101 se despejó toda duda acerca de
la naturaleza de la ordenanza, que deberá ser cuestionada
como el resto de las normas que integran el mundo jurídico.
En efecto, el nuevo art. 77 de la LOM(31) establece
contundentemente que es "Ordenanza, si crea, reforma,
suspende o deroga una regla general, cuyo cumplimiento
compete a la Intendencia Municipal". Las Ordenanzas serán
consideradas ley en sentido material y formal"(32) .
Por fin, sólo las ordenanzas que constituyen una norma
se equipararán a las leyes(33) .
4. Contratos
No se prevén disposiciones específicas en la materia, de
modo que resultan análogas las reflexiones que la doctrina
nacional y la jurisprudencia federal ha venido manteniendo
respecto de las contrataciones administrativas(34) .
III. ELEMENTOS DEL ACTO
Intentaremos en adelante sistematizar brevemente los
requisitos esenciales del acto administrativo municipal en la
provincia de Buenos Aires, dispersados a lo largo de la OG
en perspectiva con otras jurisdicciones. Es interesante
señalar que la normativa que rige los procedimientos
administrativos de los municipios de Córdoba(35) prevé una
regulación de los elementos del acto idéntica a la de la
OG(36) . Enfocaremos el análisis en las diferencias con el
régimen federal.
1. Competencia
Se dice que el Estado no tiene una Constitución, sino que
la Constitución tiene o admite un Estado (37) implica la
sujeción a la ley, como parte de la totalidad del
ordenamiento que debe cumplir el Estado. Ello implica
sencillamente que la ley es la que otorga facultades a la
Administración y toda la actividad administrativa se
encorseta en el ejercicio de las potestades que le han sido
conferidas por las leyes.
Esta postura va de la mano con la idea extendida de que
toda potestad —reglada o discrecional— presupone la
existencia de una norma atributiva y el ejercicio de esa
potestad debe sujetarse a los límites jurídicos impuestos
por el ordenamiento (vinculación positiva a la ley)(38).
El art. 103 de la OG se ocupa de la competencia, al
enfatizar que "[l]os actos administrativos se producirán por
el órgano competente [...]" . Por su parte, el art. 3° precisa
que "la competencia de los órganos de la municipalidad se
determinará por la Constitución de la provincia, la Ley
Orgánica de las Municipalidades y las ordenanzas y
decretos que se dicten en su consecuencia".
Luego agrega que "[l]a competencia es irrenunciable, y se
ejercerá precisamente por los órganos que la tengan
atribuida como propia, salvo los casos de delegación,
sustitución o avocación previstos por las leyes".
Al igual que en el sistema federal, en el que la habilitación
normativa para la prórroga de la competencia por
delegación puede emanar tanto de una ley formal cuanto de
un reglamento del Ejecutivo. En el caso de la avocación,
siempre está permitida, salvo — naturalmente— norma
posterior en contrario.
La ley que redistribuya las competencias deberá ser
publicada para entrar en vigor, lo que supone un problema
para ciertos municipios que no disponen siquiera de un
boletín oficial on line.
La normativa que rige en los municipios de la provincia de
Mendoza(39) prevé que la demora o negligencia en el
ejercicio de la competencia constituye falta disciplinaria
grave (art. 2°).
2. Causa
El art. 108 de la OG dispone que acto administrativo final
que decida sobre derechos subjetivos (a), resuelva recursos
(b) o (c) se separe del criterio seguido en actuaciones
precedentes o del dictamen de órganos consultivos, deberá
contener una relación de hechos y fundamen tos de
derecho.
La fórmula es análoga a la federal y de la ciudad de
Buenos Aires, que regulan que el acto debe "sustentarse en
los hechos y antecedentes que le sirven de causa y en el
derecho aplicable" (40), aunque la deficiencia legislativa
podría dar lugar a que una Administración reticente
interprete que cuando el acto se dictara de conformidad con
el dictamen legal no debería necesariamente contener un
soporte en su causa.
La utilización del vocablo "relación" da la idea de un
proceso lógico en el que analiza el sustrato fáctico y jurídico
de la cuestión de que se trate, vinculado con la
razonabilidad y el elemento finalidad.
Respecto del art. 111 de la OG, en cuanto permite la
aplicación retroactiva de actos administrativos, el supremo
provincial ha interpretado que el recaudo de que los
supuestos de hecho que justifican el acto hayan existido en
la fecha a que se retrotraiga su eficacia —requerido por la
citada ordenanza—, no constituye sino la consagración,
sobreabundante, de la necesidad de la existencia de la
causa (41).
3. Motivación
El requisito se considera implícito en el citado art. 108 de
la OG, en tanto sólo es posible ejercer el control judicial de
la relación de hechos y derecho si ella está correcta y
suficientemente explicitada. Echando luz a la cuestión, la
Suprema Corte de Justicia de la provincia ha determinado
que si lo que se cuestionaba no era la falta de expresión de
los antecedentes, sino la inexistencia de aquéllos no se
trataba de un vicio en la motivación sino en la causa (42).
En palabras del Superior Tribunal provincial, "la
motivación de la decisión administrativa, comporta un
recaudo consubstancial para la vigencia del
principio republicano de gobierno, que impone a los
órganos administrativos dar cuenta de sus actos (arts. 1º,
Constitución de la Nación y 1º, Constitución provincial), al
tiempo que evita que se afecten los derechos de
impugnación de los particulares alcanzados por la
resolución y se impida la revisión judicial de la legitimidad y
razonabilidad de tales actos" (43).
A su vez, la Corte provincial ha sostenido que la
motivación de los actos administrativos tiende a cumplir tres
finalidades, a saber: que la Administración, sometida al
derecho en un régimen republicano de cuenta de sus
decisiones; que éstas puedan ser examinadas en su
legitimidad por la justicia en caso de ser impugnadas; que el
particular afectado pueda ejercer suficientemente su
defensa (44).
Naturalmente y en sintonía con el criterio que viene
sustentando nuestro Máximo Tribunal (45), la Suprema Corte
provincial ha señalado que la necesidad de explicitación de
motivos resulta mayor en el caso de ejercicio de facultades
discrecionales, para evitar que se desvirtúen los principios
republicanos que imponen a la Administración dar cuenta
de sus actos, al tiempo que evita que se afecten los
derechos de impugnación de los particulares alcanzados
por la resolución y se impida la revisión judicial de la
legitimidad y razonabilidad de tales actos (46).
Por último, es importante destacar que recientemente la
Corte provincial ha considerado que la "necesidad propia
del servicio" no resulta motivación suficiente para disponer
el traslado de un agente a otra dependencia(47) .
4. Finalidad
La segunda parte del art. 103 de la OG recepta este
requisito, al afirmar que "[e]l contenido de los actos [...] será
adecuado a los fines de aquéllos".
Mediante esta sencilla fórmula la norma se permite cada
uno de los extremos que la doctrina considera
comprendidos dentro del recaudo, a saber: (a) que los fines
del acto se adecuen a sus medios (parte del contenido, ver
primera parte del art. 103(48) ); (b) que los fines del acto se
adecuen a las normas, tanto las que integran el bloque de
legalidad cuanto las atributivas de competencia; y (c) que
exista adecuada proporcionalidad entre medios y fines, lo
que hará a la razonabilidad del acto(49) .
5. Objeto
La única referencia normativa a este elemento la hallamos
en el art. 103 de la OG, cuando dispone que "[e]l contenido
de los actos se ajustará a lo dispuesto en el ordenamiento
jurídico [...]". Se trata del objeto lícito de todo acto jurídico,
tributario del art. 953 del Código Civil.
En cuanto al contenido en concreto, comprende lo que el
acto decide, certifica, opina(50) . El objeto del acto se
relaciona con el elemento finalidad, al punto que en la OG
ambos recaudos se encuentran contemplados en la misma
previsión normativa.
6. Procedimientos
El procedimiento administrativo es un logro indiscutible en
la lucha por la presencia de garantías para asegurar que el
ejercicio de sus potestades por parte de la administración
pública esté sometido a la juridicidad como principio
inalienable del Estado de derecho(51) . La referencia a este
elemento se encuentra en el arts. 1° y 103 de la OG, si lo
que se pretende es dictar un acto administrativo válido. El
principio es que el procedimiento es el previsto en la propia
norma salvo supuestos especiales (art. 103).
Hay quienes afirman que, a diferencia del sistema
nacional y de la ciudad de Buenos Aires, la OG no dispone
la obligatoriedad del dictamen legal salvo para la
sustanciación de los recursos de revocatoria, jerárquico y
de apelación(52) .
Sin embargo, con apoyo en el escueto art. 57(53) , la
Suprema Corte de la provincia invalidó el decreto del
intendente que —sin dictamen legal previo— había
impedido al Club Estudiantes de La Plata remodelar su
estadio(54) . Como enseña el profesor Botassi, al haberse
dictado una resolución sin prever el debido resguardo de los
recaudos técnicos que aseguren una suficiente
fundamentación se produjo también una afectación en el
elemento causa(55) ; circunstancia que, en definitiva, agrava
el vicio.
Vale la pena traer a colación un precedente reciente del
Tribunal Superior provincial, en el que declaró la nulidad de
un llamado a licitación por no haberse respetado —dentro
del cauce del procedimiento—, la participación ciudadana
legalmente prevista. En el caso, el tribunal sostuvo que "la
ilegitimidad del obrar estatal se ha configurado al no haber
implementado la Administración el procedimiento de
evaluación de impacto ambiental en lo que hace a la
exigencia de la previa participación ciudadana y la emisión
de la Declaración de Impacto Ambiental"(56) .
7. Forma
Tal como lo ha sentado la Suprema Corte, la
Administración, salvo casos excepcionales, sólo se obliga
por actos (formales y escritos), ya que existe un régimen de
autorización según pauta determinada mediante
(57)
formalidades previstas .
Así, los actos se emitirán por escrito, salvo cuando su
naturaleza o circunstancia exijan sugieran otra forma más
adecuada de expresión y constancia(58) . Los casos de
emisión de voluntad en forma verbal, así como los
plurindividuales contienen expresas previsiones en cuanto a
su forma(59) .
Finalmente, la OG diferencia los decretos —que emanan
del Departamento Ejecutivo— de las resoluciones o
disposiciones, según el caso, que son las dictadas por los
organismos de la administración central y entes
autárquicos(60) .
El recaudo de la forma se integra con la publicidad del
acto, que no presenta diferencias con el régimen
nacional(61) .
Las ordenanzas municipales son auténticas leyes, por lo
que, conforme el art. 2° del CCiv., la única forma de que
sean obligatorias es a través de su publicación en el Boletín
Oficial. La autoridad municipal sólo puede exigir lo que en
forma previa determinó la ley como debido, pues de lo
contrario, se vulnera el principio de legalidad y el de
razonabilidad(62) .
IV. CARACTERES DEL ACTO ADMINISTRATIVO
Clásicamente se señalan como los dos típicos caracteres
del acto administrativo a la presunción de legitimidad y a la
ejecutoriedad(63) . De acuerdo con la primera característica,
los actos administrativos gozarían junto con las leyes de la
presunción de que han sido dictados de conformidad con el
ordenamiento jurídico(64) .
A partir de tal conclusión, su exigibilidad resulta inmediata,
salvo que se trate de un acto manifiestamente nulo, en cuyo
caso cederá su obligatoriedad (65).
La ejecutoriedad, complementando el carácter anterior,
importa que la autoridad administrativa cuenta con
facultades para disponer per se la realización o
cumplimiento del acto.
Si bien la OG no prevé explícitamente tales recaudos,
ellos pueden desprenderse del art. 110 cuyo texto prevé
que "[l]os actos administrativos tienen la eficacia obligatoria
propia de su ejecutividad y acuerdan la posibilidad de una
acción directa coactiva como medio de asegurar su
cumplimiento. Producirán efectos desde la fecha en que se
dicten, salvo que en ellos se disponga otra cosa. La eficacia
quedará demorada cuando así lo exija el contenido del acto
o esté supeditada a su notificación, publicación o
aprobación superior".
El texto del precepto, aunque logra el sentido pretendido,
no resulta ser del todo feliz. En lugar de destacar
la ejecutoriedad habla de ejecutividad , utilizando así una
terminología que carece del suficiente consenso doctrinario,
ya que suele definirse a esta última como un recaudo que
habilita el inicio de un proceso de ejecución.
Asimismo, menciona únicamente a la coacción como
única forma de ejecución coactiva, aunque naturalmente las
comprende.
Lo central es extraer las consecuencias del art. 111, que
no se diferencian de las que emanan de los caracteres
concebidos en un modo clásico, a saber: a) conformidad
con el ordenamiento jurídico; b) exigibilidad inmediata; y c)
posibilidad de ejecución coactiva.
Es interesante resaltar que la normativa aplicable a los
municipios de la provincia de Mendoza diferencia
ejecutividad de ejecutoriedad, y señala que cuando el acto
sea meramente ejecutivo, deberá solicitarse judicialmente
su ejecución coactiva(66) .
Íntimamente relacionado con la exigibilidad inmediata se
encuentra el efecto no suspensivo de los recursos contra el
acto (67), y la necesidad de solicitar en sede administrativa o
judicial la suspensión de sus efectos a fin de no incurrir en
incumplimiento.
Los arts. 67 a 70 del nuevo CCAPBA (68)prevén un
proceso sumario de ilegitimidad (69)a modo de juicio al
acto (70), como proceso especial abreviado para obtener su
declaración de nulidad. El actor podrá optar entre continuar
el proceso ordinario de nulidad o pasarse a éste más
expedito, aunque perderá la posibilidad procesal de articular
su acción sumaria conjuntamente con una pretensión
resarcitoria.
Finalmente, la Corte provincial se ha ocupado de dejar
sentado que el acto ficticio producto del silencio no participa
de la presunción de legitimidad, y que " la aplicabilidad de
aquella presunción iuris tantum (71)ha de restringirse, por
cuanto tal obrar omisivo, como se ha dicho, contraviene las
normas y las garantías antes referidas, así como el derecho
a una resolución fundada que cabe reconocer a todo
interesado en el procedimiento administrativo (arts. 1º y
15, Constitución provincial; art. 108 dec.-ley 7647/1970)" (72).
1. Revocación
La OG diferencia la revocación del acto administrativo de
su anulación. Comadira entiende que del art. 113 OG (73)se
desprende un criterio objetivo, según el cual
la revocación se presenta en los casos en que la extinción
del acto que se produce en el seno de la Administración por
oportunidad, mérito y conveniencia —donde ubica a la
revocación por cambio del interés público derivado de la
ilegitimidad sobreviniente—; mientras que la
voz anulación quedaría reservada para los casos de
ilegitimidad por "defectos inherentes a la estructura misma
del acto" y puede ser declarada tanto en sede
administrativa como judicial (74).
Independientemente de la terminología utilizada, lo cierto
es que en el caso de existir un acto afectado por un vicio
que lo torna irregular, la Administración debe revocarlo a fin
de restablecer el imperio de la legalidad, y sólo no deberá
hacerlo cuando el acto hubiera pasado en calidad de cosa
juzgada administrativa (75). Ése sería el límite a la potestad
revocatoria de la Administración del acto irregular.
Gordillo critica con acierto esta terminología, en tanto
considera que puede confundirse con la cosa juzgada
judicial y en tanto la administración puede siempre revocar
o modificar el acto si con ello beneficia al interesado, lo que
no ocurre con la cosa juzgada judicial. "La llamada cosa
juzgada administrativa, pues, ni es definitiva como la
judicial, ni es tampoco inamovible, inmutable o inextinguible.
Por ello preferimos el empleo de la palabra estabilidad o en
todo caso irrevocabilidad para referirnos a este principio
jurisprudencial y legal" (76).
En cuanto al acto regular notificado (77), la OG dispone su
irrevocabilidad, aunque subsiste la posibilidad que brinda el
art. 111 (78)respecto de la revocación de actos cuando ello
resulte favorable al administrado.
2. Anulación
Cabe tener presente que nuestro más Alto Tribunal ha
señalado in re "Furlotti Setien Hnos. S.A. v. Instituto
Nacional de Vitivinicultura" (79)que "la limitación impuesta por
el art. 17 in fine de la ley 19.549, en cuanto constituye una
excepción a la potestad revocadora de la administración,
establecida como principio general en la primera parte de
su texto, debe ser interpretada con carácter estricto toda
vez que su aplicación acarrea la subsistencia en el mundo
jurídico de un acto viciado de nulidad absoluta hasta tanto
se produzca la declaración judicial pertinente".
En la misma línea hemos celebrado en su momento la
modificación al art. 17 de la LPA que llevara a cabo el dec.-
ley 21.686, en tanto restringía el margen de irrevocabilidad
administrativa de actos afectados de nulidad absoluta. En
efecto, con anterioridad al año 1977, el art. 17 preceptuaba
que "si el acto hubiere generado prestaciones que
estuvieren en vías de cumplimiento, sólo se podrá impedir
su subsistencia y la de los efectos aún pendientes,
mediante declaración judicial de nulidad". El "nuevo" texto,
eliminó toda referencia a la expresión "prestaciones" y dejó
sin protección a los derechos subjetivos que se encuentren
"en vías de cumplimiento" para pasar a tutelar únicamente a
aquellos derechos subjetivos "que se estén cumpliendo".
Así, no caben dudas que la formulación actual de la norma
contiene mayor rigor que su antecesora, puesto que la
expresión que utiliza denota una actual, contemporánea,
coetánea ejecución de derechos subjetivos, excluyendo de
este modo la posibilidad que una ejecución futura de estos
derechos ("en vías de cumplimiento") consolide un derecho
que todavía no se ha perfeccionado (80).
Un buen ejemplo en este sentido ha dado la Corte
Suprema en el caso "Miragaya"(81), donde señaló que " se
ajusta a derecho la revocación del acto administrativo por el
cual se había otorgado una licencia de radiodifusión, en los
términos del art. 17 de la ley de procedimientos
administrativos 19.549, si el afectado no descartó
inequívocamente la existencia de los invocados vicios en el
procedimiento, la omisión de respeto del principio de
igualdad en la adjudicación ni la insuficiente motivación de
dicha resolución, no habiendo generado derechos
subjetivos que se estuviesen cumpliendo al no haberse
producido el comienzo de las transmisiones cuando tuvo
lugar la revocación".
La Suprema Corte ha reconocido amplísimas atribuciones
judiciales en lo atinente al control judicial del acto irregular,
al señalar que "la cuestión referida a la extensión de
la revisión judicial de la actividad administrativa ha sido
harto debatida ante los estrados de este Tribunal [...] la
fiscalización jurisdiccional de los actos administrativos [...]
no exhibe elemento estructural alguno que conlleve a un
trato diferencial a la hora de establecer su impugnabilidad
en sede procesal administrativa, ni menos todavía, un
acotamiento en las causales determinantes de su
invalidez. Bajo la observancia de la regulación material que
les sea aplicable, tales actos también se encuentran
comprendidos por las normas y principios informadores de
la juridicidad administrativa; ellos traducen un quehacer
que, como tal, está sujeto a control y eventual invalidación
judicial al comprobarse no sólo la arbitrariedad o
irrazonabilidad, sino que también la concurrencia de
cualquier otra causal de nulidad prevista en el ordenamiento
positivo (arg. arts. 15, Constitución provincial y 103, 108 y
concs., dec.-ley 7647/1970)" (82).