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©AbeledoPerrot S.A.
Administración y redacción
Tucumán 1471
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ISBN 978-950-20-2441-7
1. Derecho.
CDD 340
INDICE GENERAL
INDICE GENERAL
Presentación
DOCTRINA
1. DERECHO ADMINISTRATIVO
La aplicación del Código Civil al caso administrativo no previsto,
por FEDERICO CAMPOLIETI
La coherencia del comportamiento administrativo, por MARÍA C.
CAPUTI
Tensión y balance entre derechos y prerrogativas, por JAVIER I.
LORENZUTTI
Unainterpretación pretoriana del Tribunal Fiscal de la Nación, por
ROBERTO E. LUQUI
Sobre lainfluencia del derecho continental europeo en los
derechos latinoamericanos, por MARCEL POCHARD
Prevención,intervención, reparación: una reflexión sobre el
derecho administrativo ante los riesgos del desarrollo, por LUIS M.
REBOLLO
El valor de los derechos fundamentales en la cultura jurídica
europea, por JAIME F. RODRÍGUEZ-ARANA
2. PRINCIPIOS JURÍDICOS
Sobre las fuentes y principios del derecho global de las
contrataciones públicas, por OSCAR R. AGUILAR VALDEZ
Seguridad jurídica, buena fe y confianza legítima ante los actos
administrativos y jurisdiccionales, por CELSO A. BANDEIRA DE
MELLO
El principio de proporcionalidad en el derecho alemán, europeo y
latinoamericano, por HERMANN-JOSEF BLANKE
El principio de razonabilidad (¿o proporcionalidad?) en el derecho
público argentino, por PEDRO J. J. COVIELLO
La denominada "zona de reserva de la Administración" y el
principio de la legalidad administrativa, por PEDRO J. J. COVIELLO
Los principios generales del derecho frente a la ley y reglamento
en el derecho administrativo argentino, por PEDRO J. J. COVIELLO
Los principios generales de derecho en el derecho administrativo.
Aplicación por el legislador, el administrador y el juez, por
AUGUSTO DURÁN MARTÍNEZ
El principio de protección de la confianza legítima como supuesto
título justificativo de la responsabilidad patrimonial del Estado
legislador, por EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA
El principio de subsidiariedad en el pensamiento de algunos
economistas y en la doctrina económica de las encíclicas papales,
por ETTY LEISERSON
Los "grandes principios" del derecho del ambiente y del derecho
del urbanismo, por JACQUELINE MORAND DEVILLER
Los principios generales en la jurisprudencia administrativa en el
derecho administrativo español, por JAIME RODRÍGUEZ-ARANA
MUÑOZ
Principios jurídicos, participación de la comunidad y ponderación
jurisdiccional de la realidad a la hora de preservar el ambiente, por
ALEJANDRO ROSSI
El requisito de proporcionalidad ante la tutela judicial, por ESTELA
B. SACRISTÁN
Abuso de derecho... ¿estatal?, por GUSTAVO E. SILVA TAMAYO
El principio de tutela administrativa efectiva, por JAVIER
URRUTIGOITY
3. FUENTES E INTERPRETACIÓN
Las fuentes constitucionales y el derecho administrativo, por JUAN
CARLOS CASSAGNE
Laexperiencia judicial en torno a la Ley de Migraciones, por
MARÍA C. GILARDI MADARIAGA DE NEGRE
La laborinterpretativa constitucional: ¿puede la Corte Suprema
fallar como tribunal de equidad?, por ESTELA B. SACRISTÁN
4. DERECHO INTERNACIONAL, COMUNITARIO Y
COMPARADO
La coherencia funcional entre el derechointernacional y el derecho
del Estado. Reconstrucción teórica y análisis comparado de la
jurisprudencia argentina y venezolana sobre derechos humanos y
crímenes de lesa humanidad, por ASDRÚBAL AGUIAR
La regulación de los servicios en el ámbito de la Organización
Mundial del Comercio. Luces y sombras desde la perspectiva de
laintegración comunitaria europea, por MARÍA YOLANDA
FERNÁNDEZ GARCÍA
Un paso capital en el derecho constitucional británico: el poder de
los jueces para enjuiciar en abstracto y con alcance general las
leyes del Parlamento por su contradicción con el derecho
comunitario (sentencia equal opportunities commission de la
Cámara de los Lores del 3 de marzo de 1994), por EDUARDO
GARCÍA DE ENTERRÍA
Tutela judicial efectiva y la creación de la Corte Suprema del Reino
Unido, por E. PATRIZIA GOTTSCHAU
5. ESTADO
Una coyuntura limitativa para una decisión por todos esperada. Un
conflicto de poderes en Bahía Blanca, por LEANDRO ALARCÓN
Fuero contencioso administrativo bonaerense: una sentencia a
favor del Estado de derecho, por CARLOS A. ANDREUCCI
El Consejo de la Magistratura y su modo de conformación, por
JAVIER I. BARRAZA
La publicidad de las normas (la cuestión de las ordenanzas
municipales), por ALBERTO BIGLIERI
Vivienda, salud y educación. Derechos del ciudadano y deber del
Estado, por CARLOS A. BOTASSI
Los títulos habilitantes y el monopolio estatal, por PEDRO J.
FRÍAS (H.)
Derechos económicos, sociales y culturales, omisiones estatales y
nuevos contornos del federalismo, por PABLO A. GUTIÉRREZ
COLANTUONO
Los ciudadanos y la Administración: nuevas tendencias en
derecho español, por EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA
La Administración Pública en la llamada "crisis del Estado social
de derecho", por SEBASTIÁN MARTÍN-RETORTILLO BAQUER
El federalismo argentino, por ISMAEL MATA
La Ciudad de Buenos Aires y su facultad de legislar en materia de
impuesto de sellos, por MARISA PANETTA
Ejercicio razonable de potestades locales en laautorización para el
asentamiento de actividades peligrosas de cara al sostenimiento del
derecho a un ambiente sano, por GABRIELA STORTONI
6. DOMINIO PÚBLICO
Sobre la distinción entre el "permiso de ocupación del dominio
público" y "concesión de uso del dominio público". Fundamento y
consecuencias, por RAFAEL BIELSA
Criteriointerpretativo en materia de concesiones otorgadas por el
Estado, por ENRIQUE DÍAZ DE GUIJARRO
El uso especial de los bienes del dominio público, por ENRIQUE
DÍAZ DE GUIJARRO
La afectación de los bienes de particulares al dominio público, por
ENRIQUE DÍAZ DE GUIJARRO
Desocupación deinmuebles privados del Estado. Artículo 463 del
Código Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires. Su constitucionalidad, por ALEJANDRA
PETRELLA
El análisis sistémico del derecho de aguas. Aplicación a algunos
casos prácticos, por CHRISTIAN ROJAS CALDERÓN
¿Pueden los titulares de concesiones y ocupaciones temporarias
de bienes del dominio público deducir acciones posesorias?
¿Proceden estas contra el poder concedente?, por ALBERTO G.
SPOTA
Los bienes públicos y privados del Estado y la defensa posesoria
del particular, por ALBERTO G. SPOTA
Utilización del dominio público y privado del Estado mediante
concesión, permiso o arrendamiento, por ALBERTO G. SPOTA
Dominio público del Estado, afectación einenajenabilidad, por
ISMAEL F. TORRES
El novísimo derecho de bienes públicos y recursos naturales en
Chile. Publicatio y derechos reales administrativos, por
ALEJANDRO VERGARA BLANCO
Función administrativa y competencia material contencioso
administrativa en la provincia de Buenos Aires, por OSVALDO H.
BEZZI y MARCELO BOLAÑOS
7. FUNCIÓN ADMINISTRATIVA
La actividad administrativa y su régimen, por ALLAN R. BREWER-
CARÍAS
Contratos en la función administrativa, por GUILLERMO M.
PETRA RECABARREN
La competencia administrativa de los órganos judiciales, por
JORGE SARMIENTO GARCÍA y JAVIER URRUTIGOITY
8. FUNCIÓN JURISDICCIONAL
La decisión de controversias del derecho común por parte de
tribunales administrativos, por PEDRO ABERASTURY
Las funciones de la Administración y el derecho común—un
aspecto del caso "Ángel Estrada"—, por PEDRO ABERASTURY
El caso "Ángel Estrada" y las deficiencias en el ejercicio de
funciones jurisdiccionales por parte de órganos administrativos, por
ARMANDO N. CANOSA
Problemas que plantea la creación de tribunales administrativos y
el reconocimiento de funciones jurisdiccionales a los entes
reguladores, por JUAN CARLOS CASSAGNE
"Ángel Estrada". La Corte Suprema y el fundamento de la potestad
jurisdiccional. Facultades del legislador y de los justiciables, por
FERNANDO GARCÍA PULLÉS
Ángel Estrada, por AGUSTÍN GORDILLO
El caso "Ángel Estrada" y la posibilidad de
establecerindemnizaciones de daños y perjuicios en las
reclamaciones ante los entes reguladores, por OSVALDO A.
GOZAÍNI
Breves anotaciones sobre los límites de la "competencia" de los
entes reguladores en la solución de conflictos en la jurisprudencia
del caso "Ángel Estrada", por EDUARDO MERTEHIKIAN
El ejercicio de funciones jurisdiccionales por organismos
administrativos en la jurisprudencia de la Corte Suprema
(Sistematización de jurisprudencia vinculada con el caso "Ángel
Estrada"), por LAURA MONTI
9. PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO
El derecho de defensa en sede administrativa (Artículo 18 de la
Constitución Nacional), por JULIO I. ALTAMIRA GIGENA
Modos anormales de terminación del procedimiento administrativo,
por JULIO R. COMADIRA
Rechazo de escritos en sede administrativa, por HORACIO D.
CREO BAY
Efectos de la vista sobre los términos en el procedimiento
administrativo, por JORGE J. DOCOBO
La actuación administrativa, por JORGE J. DOCOBO
Los recursos administrativos y los derechos humanos, por
BARTOLOMÉ A. FIORINI
El procedimiento administrativo: algunas cuestiones que suscita el
principio delinformalismo, por BELTRÁN GAMBIER
El procedimiento administrativo especial ante el Registro de la
Propiedad y el derecho de defensa, por DAVID A. HALPERIN
La impugnación de actos emitidos por la Superintendencia de
Seguros de la Nación y por el Banco Central de la República
Argentina, por DAVID A. HALPERIN
El dictamen jurídico. Algunas consideraciones sobre su forma,
contenido y función, por JUAN CARLOS LUQUI
La garantía de libre defensa y lainstancia administrativa, por
MIGUEL S. MARIENHOFF
La garantía constitucional del debido proceso en el procedimiento
administrativo, por ROBERTO D. MORA
Acerca de las notificaciones en el ámbito de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, por ALEJANDRA PETRELLA y MATÍAS
FERNÁNDEZ DE LA PUENTE
Procedimiento administrativo, globalización y buena
administración, por JULI PONCE SOLÉ
La posibilidad de impugnar judicialmente el acto que resuelve una
denuncia de ilegitimidad, por MARIO REJTMAN FARAH
La denuncia de ilegitimidad como técnica de control de la
actuación administrativa. Avances en la doctrina de la PTN y en la
jurisprudencia, por MARÍA A. VILLASUR GARCÍA
El recurso de alzada, por ESTEBAN R. YMAZ COSSIO
Entidad Binacional Yacyretá. Enfoque argentino de su
problemática jurídica, por JESÚS L. ABAD HERNANDO
PRESENTACIÓN
La práctica profesional y los requerimientos de la labor doctrinaria demandaban, desde hace algún
tiempo, una compilación y selección de los estudios y comentarios jurisprudenciales publicados en la
Revista Jurisprudencia Argentina sobre Derecho Administrativo, en la que supieron colaborar los más
ilustres juristas vernáculos y ext ranjeros. A ello se añade la necesidad de inc orporar a esta Summa de
Derecho Administrativo los trabajos que, sobre temas de la especialidad se publicaron en el conocido y
prestigioso Suplemento de Derecho Administrativo de la citada Revista, bajo el sello editorial
AbeledoPerrot, que dirige Alejandro P. F. Tuzio y coordina Carlos A. Botassi.
La selección de los distintos artículos doctrinarios se ha efectuado sobre la base de criterios objetivos
basados en la transcendencia del tema y su valor jurídico que generalmente fluye naturalmente de la
calidad científica de los aut ores cuyos artículos y comentarios se han elegido para esta publicación,
organizando su sistematización conforme a las diferentes materias abordadas.
Al propio tiempo, hemos seleccionado los principales fallos de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación de mayor trascendencia en la medida en que sentaron los principios e int erpretaciones
medulares del derecho administrativo, desde aquellos precedentes señeros que forjaron la base de
las ins tituciones y principios de la disciplina hasta los más recientes y avanzados en la materia.
Puede reconocerse que esta obra es una verdadera SUMMA al agrupar junto a trabajos de doctrina y
fallos jurisprudenciales un cuerpo de legislación administrativa que inc luye las leyes básicas y
especiales de mayor uso en el ejercicio de la abogacía privada y en la Administración Pública. De este
modo, es una de las primeras que ina ugura una tendencia editorial de esta envergadura, cuya utilidad
práctica resulta inn egable al facilitar el acceso al conocimiento de los principios y técnicas del derecho
administrativo, los cuales han pasado a ser, en la actualidad, herramientas imprescindibles para el
abogado de nuestro tiempo.
Buenos Aires, febrero de 2013
DR. JUAN CARLOS CASSAGNE
DIRECTOR
Doctrina
1. DERECHO ADMINISTRATIVO
LA APLICACIÓN DEL CÓDIGO CIVIL AL CASO
ADMINISTRATIVO NO PREVISTO
JA 2008-II-659
I. EL EXORDIO
Las discusiones sobre el modo de resolver un caso administrativo no
previsto son habituales en materia de responsabilidad ext racontractual del
Estado. La aus encia de una norma exp resa que contemple una
determinada solución jurídica en las distintas especies que componen esta
asignatura genera la necesidad de realizar int erpretaciones ext ensivas o
recurrir a soluciones análogas del ordenamiento jurídico.
Fundamentalmente, el dilema se presenta en torno al
método int erpretativo al que corresponde acudir para cubrir el vacío
normativo. Una vez superada esta etapa, el debate se recrudece al
momento de optarse, para realizar el proceso de int egración normativa,
entre las soluciones previstas en el Código Civil o en la Ley de
Expropiaciones1 .
Frente al avance de la doctrina de la "fuerza exp ansiva de los principios
de la exp ropiación" a todos los aspectos de la responsabilidad del Estado
por actividad lícita -posición que goza del beneplácito de la doctrina que
brega por la aut onomía científica del derecho administrativo- 2 , la Corte
Suprema de Justicia de la Nación ha ratificado la aplicación del plazo de
prescripción bienal previsto en el art. 4037, CCiv., para la acción de daños
por responsabilidad extracontractual del Estado.
Sin embargo, la solución adoptada en el caso "Lagos" no fue unánime. El
voto de la minoría se decidió por recurrir a la aplicación analógica del art.
5 6, Ley de Expropiaciones, que prevé el plazo de prescripción quinquenal
para la acción por exp ropiación irregular.
Irónicamente, el fallo comentado guarda similar homonimia con el célebre
caso en el cual, ante un caso administrativo no previsto, el alto tribunal
realizó una aplicación analógica de las disposiciones del Código Civil
referidas a las nulidades de los actos jurídicos3 .
V. EL EPÍLOGO
Los casos no previstos en materia de responsabilidad ext racontractual del
Estado por actividad lícita no pueden estar permanentemente referenciados
a la Ley de Expropiaciones como postula la doctrina de la fuerza exp ansiva.
El recurso a la analogía no permite la generalización ind iscriminada de
soluciones particulares de int erpretación restrictiva, menos aún si la
pretensión es reunir supuestos que carecen de elementos esenciales
comunes. Sostener que la responsabilidad por actividad lícita es una
cuestión que necesariamente debe ser regida por normas del derecho
público no es un fundamento suficiente para disuadir la aplicación analógica
del Código Civil a los casos que guardan una razonable semejanza o que
resultan comprendidos por sus soluciones generales.
Finalmente, debería corregirse la actual línea jurisprudencial del alto
tribunal, aplicándose el plazo de prescripción de diez años previsto en el art.
4 023, CCiv., para la acción por daños derivados de la
responsabilidad ext racontractual del Estado por actividad lícita.
porMARÍA C. CAPUTI
RDA 2004-50-879
I. INTRODUCCIÓN
Existe un conjunto de principios y teorías que han adquirido carta de
ciudadanía en el derecho público, y cuyo factor en común consiste en
plantear cierto desideratum respecto del comportamiento derivado del
ejercicio de la función administrativa1 . Básicamente, podría afirmarse que
estas doctrinas apuntan a la necesidad de que exista cierto grado de
coherencia y la consiguiente previsibilidad en el proceder administrativo, de
modo tal que ciertas pautas de conducta trazadas por las autoridades
públicas deberían ser mantenidas2 . Si bien cada uno de tales principios
presenta sus matices y particulares modulaciones, lo cierto es que se
despliegan bajo una filosofía común (al punto que existe jurisprudencia que
los concibe como relacionados o vinculados 3 ), y aunque algunos se
conocen desde antaño, otros surgieron recientemente, aunque de hecho
todos han cobrado intensidad en los últimos tiempos4 . Se trata de la
seguridad jurídica5 , la confianza legítima6 , la doctrina de los actos propios7 ,
el respeto a la buena fe8 , y el que motiva estas líneas: el principio de
coherencia o no contradicción.
En cierta forma, el derecho administrativo ya había generado una variada
gama de antídotos ante situaciones tales como el dictado de actos
zigzagueantes o contradictorios. Un ejemplo de ello puede verse en la teoría
de la "ind erogabilidad singular de los reglamentos"9 , cuyo desarrollo mismo
hace pensar que en numerosas ocasiones ocurrió una indeseable
"derogación singular", por la cual en un acto administrativo se desconocía la
pauta normativa establecida en la reglamentación 10 . Por otra parte,
institutos talescomo la estabilidad del acto administrativo, bien enfocados,
también atañen a la previsibilidad del obrar público, tanto como la
invocación de las "reglas claras de juego" a qué atenerse en el agotamiento
de la vía administrativa11.
Pero más allá de consideraciones estrictamente jurídicas, no está de más
recordar que la coherencia a veces tristemente soslayada, y sobre la cual
parece imperioso generar una toma de conciencia es una
cualidad ind ispensable en cualquier sistema racional si éste pretende ser
tal. En efecto: una manifestación de voluntad destinada a afectar la esfera
de derechos del administrado no puede, de forma válida, ordenar que se
haga algo "x" y que, simultáneamente, se haga lo contrario, o "no x", pues
portaría un vicio grave y fatal, toda vez que el destinatario del acto no podría
saber a qué conducta o curso de acción atenerse para dar cumplimiento a lo
dispuesto. Este tipo de razonamiento, como es lógico, se proyecta más allá
del acto singular, haciéndose imperiosa su aplicación si se trata de actos
emitidos ante circunstancias análogas. No es casual, entonces, que los
ejemplos de inc oherencia se presenten en el marco del empleo público, o
del otorgamiento de permisos o licencias, ámbitos en los cuales hay
situaciones repetitivas, similares y, por ende, comparables.
Por lo demás, el valor seguridad, adecuadamente entendido, no significa
desconocer que la Administración está facultada a adoptar criterios
cambiantes según lo exi jan las dinámicas necesidades sociales. Pero, al
menos, implica admitir que tales fluctuaciones no deben suceder de manera
caprichosa o antojadiza, por lo que requieren una adecuada e ine ludible
motivación. De lo contrario, se estarían afectando principios cardinales,
tales como el relativo a la igualdad12 .
Ahora bien, este principio de coherencia, cuya formulación teórica resulta
atractiva por ser una manifestación del principio de razonabilidad puede, sin
embargo, hacer surgira prioriuna serie de reacciones ointerrogantes sobre
su aplicación práctica. Por ejemplo, parecería unexceso de entusiasmo en
su postulación el pretender que opere de manera absoluta, a lo sumo,
podría limitarse a una jurisdicción, de manera que la política en materia de
licencias al personal público sea diferente en la provincia de Salta que en la
de Tierra del Fuego. Y podría plantearse laexistencia de semejantes
diferencias en el mismo seno de una provincia, entre los distintos
municipios. Inclusive, dentro del ámbito nacional, ¿cabría postular la
necesidad de criterios parejos entre los diversos ministerios? Es válido
plantear éstas y otras cuestiones similares para señalar, lo más nítidamente
que se pueda, los contornos del principio que aquí se defiende.
En todo caso, y a modo de aproximación a losinterrogantes precedentes,
valga como pauta orientadora el fin último del principio que se comenta:
evitar formas más o menos solapadas de laineficiencia, el desmanejo
administrativo, el favoritismo (con su opuesto: la represalia o persecución
solapada) y otras especies emparentadas del género de la corrupción 13. Es
con este objeto, entonces, que se formularán estos comentarios, sin dejar
de resaltar que los casos elegidos pueden ser útiles a los fines expuestos
aun cuando en sí mismos no traduzcan decisiones basadas en favoritismos
arbitrarios, sino que podrían ser, tal vez, reflejos de ineficiencia
administrativa.
VI. EPÍLOGO
Como se establece por la jurisprudencia comentada supra , en la secc. II,
el obrar administrativo debe ser coherente, pues eso revela su razonabilidad
y lo torna previsible; además, no puede ser sinuoso ni caprichoso, pues ahí
donde se perciban marchas y contramarchas sin una adecuada justificación,
habrá una fuerte presunción de irrazonabilidad y por ende, de afectación de
garantías constitucionales como, entre otras, la de igualdad. Esto obliga a
prestar especial atención al principio de coherencia del obrar administrativo,
cuya principal consecuencia, como se ha visto, consiste en la nulidad del
acto que refleje inc oherencia. Un primer factor que acotaría el ámbito de
este deber ser, concierne a la índole del acto: así, la exi gencia de no
contradicción parecería más defendible en los actos de la rutina burocrática
cotidiana, que en los de alta política. También, con el objeto de dar otra
contención al principio postulado, se ha señalado que el resultado de la
nulidad no es ine xorable, pues hay supuestos en los que la aut oridad
pública obró en ejercicio de sus derechos o prerrogativas, en los que no se
justifica privar de validez al acto aparentemente inc onsecuente con otros.
Tal vez tiempo atrás, casos similares a los comentados hubieran sido
tratados en el marco del respeto por el precedente administrativo. Pero, en
cierta manera, esta doctrina no logró trazar un cauce demasiado fecundo en
nuestro sistema, además de que ha revelado cierta ins uficiencia para el
análisis emprendido: en efecto, ya se ha ind icado que hay supuestos que
reflejan una ina ceptable inc oherencia administrativa, que sin embargo no
pueden ser abordados desde la doctrina del precedente91 .
En aras de cortar el aparente nudo gordiano que esta situación conlleva, y
para evitar todo "lastre argumental", la técnica recomendable podría
consistir en int entar el empleo de principios fuertes, con vigor y actualidad
crecientes, que generen consenso y adh esión, y que si bien pueden ofrecer
contornos difusos, suscitan poca controversia92 .
Como se ha visto, el corazón argumentativo de los temas abordados
reside en la necesidad de buscar coherencia y racionalidad en los
comportamientos administrativos de la cual hasta se podría derivar una
clasificación de los funcionarios en varios modelos: 1) q uien no es
consciente de estar apartándose del criterio seguido en otros casos, y
asume una conducta negligente o despreocupada sobre su falta de
coherencia; 2) a quél a quien le consta tal apartamiento, y sigue obrando
irrazonablemente, aun que de forma deliberada; y 3) q uien es coherente la
mayoría de las ocasiones, pero si encuentra motivos (mayormente
espúreos) para ser inc oherente y apartarse de las pautas seguidas
tradicionalmente, disfraza la situación o calla sobre elementos
determinantes al motivar el acto administrativo. Como cuarto supuesto,
claro, están aquellos muchos funcionarios que nunca inc urren en
contradicción, que merecen un juicio laudatorio. La importancia actual de tal
necesidad se advierte si tenemos en cuenta que desaciertos recientes del
poder público nacional consistieron precisamente en sentar
93
pautas inc oherentes . Así, si se observa con detenimiento, se advertirá
que varios fallos de los últimos tiempos que adquirieron gran repercusión
han descalificado yerros con aquel común denominador. Un ejemplo en este
sentido es el conocido fallo "San Luis"94 de la Corte Suprema de Justicia de
la Nación, que en cierto pasaje contiene un reproche a la defraudación de
aquella confianza, en tanto el Congreso dictó, en cierto momento, la Ley de
Intangibilidad de Depósitos Bancarios, y poco tiempo después la dejó sin
efecto. Todo esto sucedió en coincidencia con medidas administrativas que
restringieron la disponibilidad de los depósitos bancarios, con los resultados
ya conocidos. Con particular referencia a la "confianza" y cómo ésta fue
"defraudada", cabe tener presente el consid. 37 del voto mayoritario, por el
cual se expresó que la intangibilidad de los depósitos sancionada por la ley
25.466 "no constituye un concepto reiterativo o sobreabundante respecto de
la protección constitucional al derecho de propiedad... [pues]... la enérgica
redacción de dichas normas revela innegablemente la existencia de una
política económica dirigida a captar depósitos, suscitando para lograr ese
objetivo un intenso grado de confianza que, en forma casi inmediata, el
poder público defraudó con el dictado de las normas aquí cuestionadas".
Por otra parte, no puede soslayarse un fallo que alcanzó gran repercusión
pública como "Tobar"95 , por el cual se declaró la inconstitucionalidad de una
disminución salarial para el sector público (la última, pues en total habían
sido tres los decretos en diferentes momentos, que implementaban aquellos
recortes). En "Tobar" se reprochó el dictado de una norma de emergencia
que por no tener límite temporal podía regir sine die , y que además no
fijaba una pauta previsible sobre el verdadero quantum de la rebaja. Esta
falta de previsibilidad mereció la reprobación del máximo tribunal, y
constituyó una de las justificaciones del citado pronunciamiento.
Como reflexión final, queda pensar que en una realidad compleja y rica,
aún cuando las pautas de coherencia no lleguen al límite de generar la
nulidad de lo actuado, sí servirán por lo menos como un barómetro para ir
midiendo el efectivo afianzamiento del Estado de Derecho. Ciertamente,
sería aconsejable mirar de manera atenta la evolución de estas cuestiones,
en el convencimiento de que no se formula un desideratumexc esivo o
irrealizable cuando se plantea la necesidad de coherencia del proceder
administrativo. Es que, en definitiva, el derecho sólo se legitima si busca
evitar las inj usticias96 , y en esta búsqueda no hay por qué caer en el
conformismo con un cómodo statu quo , en tanto se quiera colaborar para
lograr una mejor Administración.
porJAVIER I. LORENZUTTI
RDA 2009-69-768
I. INTRODUCCIÓN
El derecho administrativo, como régimen exo rbitante, es actualmente
entendido como un sistema equilibrado entre derechos y prerrogativas,
acorde a la Constitución y permitiendo el efectivo goce de los derechos
fundamentales del hombre1 . Señala Barra que la idea rectora o directriz del
sistema es la distribución justa del bien común y que la exorbitancia no
significa otra cosa que su sometimiento a requisitos y exigencias que
permitan la realización y la distribución del bien común, siendo el
beneficiario del bien común la persona individual2 .
Entonces, el derecho administrativo presenta, por un lado, el alcance de
los privilegios o prerrogativas estatales y, por el otro, el contenido de los
derechos de losindividuos; y como colofón deambos el equilibrio entre el
poder estatal y los derechos de las personas3.
El balance señalado no se presenta mecánicamente, sino que se obtiene
como resultado de la combinación y ponderación por parte del operador
jurídico (principalmente el administrador) de ambos componentes, los que
primeramente deben ser identificados con precisión, y en cuyo acierto o de-
sacierto se define la tensión o el balance de derechos y prerrogativas 4.
Todos los problemas jurídico-administrativos consisten en buscar ese
equilibrio, asegurarlos cuando se ha encontrado y reconstruirlo cuando se
ha perdido5.
El fallo en comentario resulta, a mi juicio, un perfecto exp onente de esa
búsqueda del justo balance entre los derechos y las prerrogativas en juego,
proponiendo efectuar este análisis bajo tal esquema.
II. HECHOS
El actor Pizarro exp resa desarrollar la venta "ambulante"6 de diversos
artículos (medias, camisetas, gorros y guantes en época invernal, y en
verano de ojotas y otros similares), sobre la vereda impar de la Av.
Pueyrredón, entre las calles Valentín Gómez y Sarmiento.
Invocando el eventual entorpecimiento de su actividad a consecuencia de
diversos operativos en la zona efectuados por la Policía Federal, temiendo
que se le labraran actas y se le secuestrara mercadería, ini ció la acción de
amparo contra el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA), a efectos
de obtener a su favor una orden de abstención de clausuras u otras
medidas que afectasen su labor comercial.
El amparo fue rechazado en primera ins tancia, en tanto la Cámara
decidió admitirlo, por lo que el GCBA int erpuso recurso
de inc onstitucionalidad ante el Superior Tribunal de Justicia de la Ciudad.
III. DERECHOS
Corresponde entonces identificar, como el contenido de uno de los
platillos de la balanza, cuáles son los derechos inv olucrados. Los derechos
que se encuentran en juego en este caso son claramente el "de trabajar y
ejercer ind ustria lícita", reconocidos para todos los habitantes por el art. 1 4
de la Constitución Nacional.
Como todo derecho reconocido por la Constitución Nacional, sabido es
que el derecho de trabajar y ejercer ind ustria lícita no resulta absoluto, sino
que su ejercicio se encuentra sujeto a la regulación que pueda ejercer la ley
en forma razonable7 .
En el caso, el actor adujo la ine xistencia de una reglamentación de la
venta ambulante de baratijas (sólo la habría cuando se tratara de alimentos,
que requiere de un permiso sanitario) y que tampoco constituye una
contravención8 ; por ello9 postuló la plenitud de los alcances de su derecho,
con lo que cualquier actuación estatal que tienda a entorpecerla o impedirla
deviene arbitraria.
La protección del derecho se encuentra asegurada, entre otros medios,
por la garantía del amparo, el cual, como toda acción judicial, requiere de
la exi stencia de un caso concreto en el que pueda recaer una decisión de
tal naturaleza10 .
IV. PRERROGATIVAS
Referidas con el derecho implicado, se presentan a mi juicio dos
prerrogativas, int errelacionadas en el caso: una, vinculada con el concepto
clásico11 del poder de policía12 , es decir, la que incide sobre los límites del
contenido del derecho13 , y la restante, relativa al uso del espacio público.
Las prerrogativas señaladas se denotan en la contestación que el GCBA
efectuara de la demanda, al sostener que el derecho a trabajar se ejerce
conforme a las leyes que reglamentan su ejercicio, puntualizando que la
venta en vía pública se encuentra, en principio, prohibida y sólo puede
accederse a ella mediante la concesión de un permiso otorgado por la
Administración.
Distintas son las formas de reglamentar14 o de incidir sobre las
condiciones de ejercicio del derecho15 , pero la prerrogativa en el caso de
fundamental incidencia no resulta del ejercicio de la libertad de comercio y
los modos de ejercerlo, sino de la utilización para tal fin de las avenidas y
calles, es decir del espacio público16 .
Con relación al punto, no puede soslayarse la norma del Código de
Habilitaciones referida a la utilización del espacio público 17 , cuya
inobservancia puede dar lugar a diversas sanciones de diferentes clases,
pudiendo considerarse la de mayor gravedad a la contravencional18 .
V. TENSIÓN Y BALANCE
La precisa identificación de las prerrogativas, que representan el int erés
de la sociedad, resulta también decisiva a los efectos de efectuar su
balance con los derechos ind ividuales en juego, ya que además del de-
sequilibrio tensión que puede producirse al dar mayor preeminencia a unos
en desmedro del otros, también puede éste producirse por directa omisión
de algunos, sean los derechos o las prerrogativas, cuyo adecuado balance
debe lograrse.
En el caso en comentario, dos son las posturas que han int entado
conjugar los derechos y prerrogativas en búsqueda de una solución justa;
por una parte, la Cámara y la minoría del Superior Tribunal, con los votos de
Ruiz y Maier, y por la otra, la mayoría del Tribunal, conformada por los votos
conjuntos de Conde y Casás, y el ind ividual de Lozano. Veamos los puntos
salientes de cada enfoque.
1. La Cámara consideró que sólo se encuentra regulada la venta
ambulante en la vía pública para alimentos, resaltando además que el
Código Contravencional no considera contravención la venta ambulante de
artículos de mera subsistencia, aun que advirtiendo una
dificultad int erpretativa entre las disposiciones de los Códigos de
Habilitaciones y Contravencional, para concluir que al no exi stir una
regulación de origen legal para la venta de baratijas en la vía pública,
calificada, a su vez, de mera subsistencia, el derecho del actor no puede ser
restringido por un acto de alcance particular. Por lo tanto, ordenó al GCBA
que se abstuviera de afectar la actividad del accionante con sustento en
la ine xistencia de habilitación, hasta tanto dicha actividad
sea exp resamente regulada por la Legislatura de la Ciudad y se establezca,
por vía legal, el procedimiento que éste deberá seguir para obtener el
correspondiente permiso.
En su voto, Ruiz señala que resulta clara la ine xistencia de una
prohibición genérica respecto de la venta ambulante que pueda sustentarse
en el Código de Habilitaciones, como que no se ha establecido aún un
régimen para los permisos para venta ambulante de artículos de mera
subsistencia, por lo que, consecuentemente, el poder de policía que el
GCBA pretende ejercer no encuentra sustento normativo. Finaliza
remarcando que en el marco constitucional la libertad es el principio y su
restricción por vía de la regulación sólo es posible cuando la ley formal lo
dispone y con los límites de la no alteración de su sustancia y de la
razonabilidad, en el sentido de que el medio debe guardar proporción y
aptitud suficientes con el fin.
Maier adh iere al voto precedente, descartando procesalmente el recurso
en tanto la sentencia exh ibe fundamento que no resulta ni irracional ni
arbitrario, postulando que si los derechos constitucionales son reconocidos
para los ciudadanos frente al Estado, no pueden fundar un recurso de la
Administración.
2. La mayoría del Superior Tribunal comienza con el voto conjunto de
Conde y Casás, cuestionando la sentencia de Cámara por razones
procesales19 como sustanciales. Entre estas últimas, la fundamental resulta
de haberse prescindido de la norma aplicable del Código respectivo 20 , cuyo
sentido es prohibir con carácter general la venta ambulante en vía pública,
salvo autorización administrativa, señalando, además, que su exclusión
como contravención no determina que la actividad no se encuentre
igualmente vedada por la ley.
Puntualizan, además, que las limitaciones a la libertad aseguran su
efectivo goce por todos los ciudadanos, lo que constituye el fundamento
basal del poder de policía inh erente a la soberanía de todo Estado.
Por último, advierten que la prohibición legal general recae sobre la
actividad en tanto ejercida sobre un bien del dominio público las calles, cuyo
uso y goce corresponde a toda la comunidad21 ; sólo mediante la técnica
concesional22 del otorgamiento de un permiso de naturaleza precaria por
parte de la Administración, mediante un acto administrativo, puede
adquirirse el uso especial de los bienes integrantes del dominio público, lo
que no ocurrió en el caso del actor, quien ni siquiera lo solicitó.
Finalmente, en su voto Lozano, adh iriendo a la postura mayoritaria,
agregó que aun que no constituya una contravención, la conducta podría
resultar antijurídica por constituir una falta y que la aus encia de sanción
penal o retributiva no supone admitir la conducta en un espacio público,
sujeto a un uso regulado de modo de que todos podamos gozar de él por
igual; cuestionado en último lugar que exi sta un caso o controversia23 .
VI. CONCLUSIÓN
Partiendo saludablemente desde la libertad, la Cámara y la minoría del
Superior tribunal no encuentran que el ordenamiento jurídico int erfiera con
el ejercicio de los derechos alegados, tal como fueron planteados. Sin
embargo, no advierten como principio que la aus encia de sanción
contravencional no es el único modo de inh ibir una conducta, confiriendo en
definitiva al actor una franquicia de uso especial sobre los bienes
comunitarios sin int ervención de la administración gestora de tales bienes.
La mayoría del tribunal advierte e identifica todos los derechos y
prerrogativas en juego, int entando arribar a una solución justa 24 por medio
del balance de todos los intereses, tanto los individuales como los de los
restantes habitantes, tutelados mediante las prerrogativas estatales.
Comparto que es necesario reconstruir el derecho administrativo desde la
perspectiva de la libertad, pues todavía quedan en algunas de
sus ins tituciones resabios aut oritarios25 , mas ello no se logra mediante la
exclusión de limitaciones a los derechos de algunos o mediante la negación
de las necesidades de todos, ni, por el contrario, el camino de la
convivencia se transita por la exacerbación o la subordinación ilimitada de
los individuos a presuntas necesidades colectivas, poniendo en definitiva en
tensión a la persona y a la sociedad.
Estimo que el tránsito al pleno y armónico desarrollo del hombre como ser
social no se alcanza sino mediante la constante aspiración a lograr siempre
el balance entre derechos y prerrogativas, entre el reconocimiento pleno de
los derechos esenciales del hombre y las necesidades de la convivencia de
todos y cada uno en sociedad.
No renuncio al afán de que tal balance es posible.
UNA INTERPRETACIÓN PRETORIANA DEL
TRIBUNAL FISCAL DE LA NACIÓN
Roberto E. Luqui
porROBERTO E. LUQUI
JA 1967-III-43
porMARCEL POCHARD1
RDA 2007-62-997
Luis M. Rebollo
porLUIS M. REBOLLO2
RDA 2004-48-289
V. CONCLUSIÓN
1. En suma, el derecho administrativo tiene ante sí algunas tareas que van
desde la prevención hasta la regulación de la int ervención pública y —
e ventualmente— hasta la reparación de los daños. Se debe inc idir en la
prevención por el procedimiento de la inv estigación y la creación de
comités científicos ind ependientes, cuidadosamente elegidos y
representativos de la comunidad científica, para que inf ormen y valoren los
riesgos. Se deben regular las actividades de las entidades potencialmente
productoras de daños exi giendo requisitos, seguros, verificaciones, fondos
de garantía de riesgos imprevisibles. Se debe inc idir en la protocolización
de procedimientos. Al fin y al cabo, más allá de la voluntad y de la
consecución de fines, el derecho es, ante todo, lenguaje y procedimiento. Y
es justamente el procedimiento, la observancia de las formas, lo que, como
dijera Benjamín Constant, preserva de la arbitrariedad. Un procedimiento
que culmina en la no menos importante cuestión de la necesaria motivación
de la decisión adoptada.
Hay, pues, un amplio espacio para el derecho en los llamados "riesgos del
desarrollo". Pero, más allá de esas cuestiones concretas, al final sobre lo
que se discute es sobre el papel del Estado, sobre los derechos ciudadanos
y sobre la coherencia del sistema jurídico con ese papel y con el propio
sistema económico.
Se trata de int roducir coherencia en la actuación administrativa, pero
también en las demandas ciudadanas, de modo que no se le pidan a los
poderes públicos acciones contradictorias. Por ejemplo, abstenerse de
vigilar, int ervenir y controlar la actividad de la sociedad civil y, al mismo
tiempo, solicitar la responsabilidad por omisión cuando se producen daños
derivados de esa misma actividad privada.
De ahí el significado central de la responsabilidad en la concepción
constitucional de las Administraciones Públicas. De ahí también que su
régimen no deba equipararse o confundirse con un sistema de asistencia
social universal. Por eso no está de más terminar aludiendo a la noción de
riesgo, a la que se han referido algunosautores tanto desde la óptica jurídica
como filosófica. Desde este último punto de vista, Pascal Bruckner, en un
librointeresante tituladoLa tentación de lainocencia(Anagrama, 1996), se
pregunta: "¿qué queda en la sociedad de la noción de riesgo, que supone el
azar de contraer un mal con la e speranza, si salimos de él, de obtener un
bien?". Y añade:"...¿qué queda de esa noción si toda eventualidad
terapéutica ha de dar paso al derecho a unaindemnización sistemática?,
¿cómoiniciar un tratamiento de alto riesgo si el enfermo plantea una
demanda jud icial en cuanto aparece la más mínima secuela o efecto
negativo?, ¿cómo conciliar la obligación de los medios... y la posibilidad de
la inn ovación?, ¿cómo evitar la aparición de una medicina defensiva [o
cualquier otra actividad, podría añadirse] en la que el temor al litigio llevaría
a renunciar a las técnicas punteras que implicaran algún peligro...?". ¿Cómo
conciliar, en definitiva, el principio de responsabilidad con la idea de una
sociedad de riesgo ine vitablemente unida a la idea de progreso y a la
tecnificación? Tal es la paradoja de nuestra situación.
Una situación que propicia la posibilidad de prever una especie de Carta
de Derechos de la ciudadanía que concrete algunos postulados
constitucionales. Porque si hay un derecho su desconocimiento implicaría
responsabilidad, aun que el daño se hubiera producido mediando un buen
funcionamiento del actuar de la Administración. El desconocimiento o
afección al derecho sería una lesión, una limitación, una reducción que
acercaría el régimen de la responsabilidad por el funcionamiento normal de
los servicios al postulado de la exp ropiación.
Pero, más allá de la faceta reaccional, el derecho en este ámbito es sobre
todo procedimiento, protocolo y metodología de control y valoración de
riesgos. Información, debates parlamentarios acerca de riesgos aceptados y
no aceptados. Educación también.
Igual que se tiene la costumbre de identificar a la
democracia exc lusivamente como un modo de elección de quien detenta el
poder sin considerar a veces que se refiere también al modo de ejercicio del
poder, se tiene la costumbre de considerar al derecho como un conjunto de
reglas observables sólo desde la óptica del proceso. Pero el derecho es
también educación, transparencia, valoración, ponderación de int ereses,
proporcionalidad, principios, medios de acción en beneficio de todos. Es lo
que pasa ex ante y lo que pasa ex post.U na visión omnicomprensiva del
derecho como valor cultural implica jugar en varios frentes, no sólo en el de
la responsabilidad. Para poner en su justo sitio la responsabilidad, que es,
ciertamente, una conquista del Estado de derecho que no cabe desconocer,
pero que tampoco cabe hipertrofiar a riesgo de hacerle perder o enmascarar
sus funciones primarias como ins trumento de garantía ind ividual y
mecanismo de control colectivo.
porJAIME F. RODRÍGUEZ-ARANA1
RDA 1990-2-531
I. INTRODUCCIÓN
El problema de la vigencia de los derechos fundamentales,
lamentablemente, siempre está en el candelero. Por una parte, debido al
elevado número de seres humanos que apenas alcanzan un mínimum
satisfactorio de dignidad personal. Y, por otro lado, porque conforme nos
acercamos al tercer milenio va siendo el momento de entrar en una fase de
calidad en el ejercicio de los derechos fundamentales y las libertades
públicas.
Sin embargo, creo que es necesario ins istir en el nuevo carácter de los
derechos fundamentales en el "Estado Social de Derecho" para llamar la
atención sobre la inc idencia de los derechos fundamentales sobre el
conjunto del derecho público.
Europa, escenario de tantos anhelos de libertad y justicia a lo largo de la
historia, encuentra precisamente en la exa ltación de la libertad y en
la inc apacidad de soportar su carencia el nervio de su plena identificación
cultural. La cultura europea se ha configurado sobre una radicalización de
lo ins oportable, es decir, sobre una ext rema capacidad de ind ignación y
una elevada resistencia a la privación de libertad, que no logra fácilmente
acostumbrarse a ella, obstinada en derribar los obstáculos que se encuentra
y abrir nuevos espacios de acción. Lo europeo es la inc apacidad de sellar
un pacto con el poder de hecho y la irresistible tentación de traicionarlo,
cuando no ha habido otra solución que aceptar ese compromiso2 .
Pero el final del siglo XX no arroja un resultado demasiado esperanzador
en esas ansias de libertad y de humanismo cristiano. Es más, considero
que, en buena parte, Europa Occidental, que tanto ha colaborado al libre
desarrollo de la persona y de sus valores fundamentales, ha caído en
manos de un progreso tecnológico que en lugar de situar al hombre en un
primer plano, ha neutralizado la dignidad personal en aras de un
materialismo consumista que impide el avance hacia la plena realización de
los derechos fundamentales.
Los derechos fundamentales y las libertades públicas, sin embargo,
empiezan a ser enarbolados como los elementos salvadores de la Europa
del Este. Y esperemos que este esperanzador movimiento inc ida de nuevo
sobre una civilización occidental que debe superar, otra vez, el papel de los
derechos fundamentales en el contexto del Estado Social de Derecho,
formulación que entendida en clave europea debe llevar a que el Estado
"int ervenga" en la vida social a fin de crear un clima adecuado para que el
libre desarrollo de la persona y los derechos fundamentales, sean el
testimonio elocuente de un continente que ha vuelto a recuperar el ritmo de
la historia.
2. PRINCIPIOS JURÍDICOS
I. INTRODUCCIÓN
Constituye para mí un alto honor haber sido inv itado a participar en este
número que conmemora el vigésimo aniversario de continuada exi stencia
de esta prestigiosa Revista, que siempre ha tenido sus páginas abiertas a
todo aquel que pretendiese efectuar algún aporte al derecho administrativo,
todo ello, vale aclararlo, sin ningún tipo de discriminación en razón de su
pertenencia a determinadas "escuelas" o ideologías.
El tema de mi colaboración —c on la que pretendo, más que exp oner su
tratamiento int egral, por sí, ina cabable, establecer int errogantes sobre lo
que, entiendo, serán los desafíos del régimen de contrataciones públicas de
los próximos años— se vincula con un proceso que ha tenido lugar en el
mundo, paradójicamente, durante similar período temporal que el que ha
guiado la vida de esta Revista.
Parece ser un hecho notorio e ind iscutido que el fin de la llamada "Guerra
Fría", el progreso y adelanto tecnológico producido durante los últimos
veinte años —e specialmente, en el campo de las comunicaciones—, así
como una clara apertura de parte de los países al comercio int ernacional y
al respeto por el sistema democrático y a los Derechos Humanos como
valores universalmente entendidos, han provocado el surgimiento de esa
relativamente "nueva realidad" que se designa con un concepto que, como
ocurre siempre con los fenómenos sociales y humanos, en sus etapas de
emergencia siempre es más fácil "describir" que "definir", y que se ha dado
en llamar "globalización"1 .
La "globalización" —q ue no pretende ser sólo económica, sino también
cultural, social y política2— ha afectado de modo sensible una serie de
paradigmas hasta hace poco tiempo muy arraigados en nuestra cultura
occidental. En lo que a nosotros nos interesa, ese fenómeno, por un lado,
ha universalizado mercados —i ncluso, deslocalizándolos— con la lógica
incidencia que ello ha tenido en su régimen jurídico y en las estructuras de
organización empresarial3 y, por otro lado, ha impactado seriamente en el
presupuesto sobre el que se asentaba —d esde aproximadamente, el siglo
XVII— el orden político mundial: la "soberanía estatal" y, por lo tanto, en el
tradicional carácter "interno" y "territorial" que se predicaba del derecho
público en general4 y del administrativo en especial 5 , incidiendo, así, en su
sistema de fuentes y poniendo en crisis, por sobre todo, la concepción
"estatalista" del derecho6 y en especial, del derecho administrativo7 .
En efecto, la "globalización" nos muestra, más que la creación de un
derecho administrativo aplicable a órganos y personas públicas de índole
"int ernacional", fenómeno este conocido desde la segunda década del siglo
pasado8 , una verdadera y creciente adopción, por parte de los derechos
internos, de normas, reglas y principios que, a la par de ser comunes a la
mayor cantidad de naciones civilizadas, encuentran su origen en ámbitos y
órganos que ya exceden el nacional, ya carecen de la nota de la
"estatalidad". Y lo que no deja de ser igualmente importante —y distintivo de
los rasgos de este fenómeno— normas, reglas y principios que son de
obligada aplicación a las relaciones jurídicas que se anudan entre entre las
Administraciones Públicas y los particulares, con independencia de su
calidad de "nacionales" o no9 .
Como se verá seguidamente, este proceso ha demostrado tener una
particular inc idencia en el campo de la contratación pública, la que,
habiendo quedado inc luida en el ámbito del comercio int ernacional, tal vez
esté desarrollando un nuevo corpus para que rija las relaciones jurídicas
entabladas a su amparo.
V. A MODO DE EPÍLOGO
Lo que he exp uesto hasta aquí me convence de que la globalización
ha inc idido —y lo continuará haciendo— de modo muy sensible en las
regulaciones aplicables a la contratación pública y ello no puede ser
ignorado.
Me parece útil concluir con una reflexión sobre el futuro de las
contrataciones públicas en un espacio global.
La pérdida de relevancia de derecho público int erno —y de la paralela
soberanía estatal— parecería compensarse, no obstante, con el surgimiento
de un derecho global que, asentado en principios generales y comunes 135 ,
poco a poco va plasmándose en los regímenes de contratación pública
nacionales. A su vez, este proceso se complementa con la circunstancia de
que ese nuevo "derecho" ya no es concebido, exclusivamente, por órganos
estatales sino que, en muy importante medida, proviene de fuentes y
órganos no estatales que han sistematizado principios y experiencias
provenientes de la práctica de las contrataciones públicas.
El proceso jurídico actual, por lo que hemos visto, difiere de una simple
"int ernacionalización" del régimen de las contrataciones y parece
asemejarse a aquello que hace más de medio siglo —y sobre la base de la
máxima ubi societas, ubi ius— el int ernacionalista Philip Jessup denominó
"derecho transnacional", es decir, un régimen inc lusivo de todo derecho
que regule acciones o eventos que trascienden de las fronteras nacionales,
comprensivo del derecho int ernacional —p úblico y privado— pero no
limitado a éste, sino abierto, también, a otras reglas que no caben dentro de
esta categoría136 . El concepto de "transnacionalidad", que deja de tener al
Estado nacional como obligado término de referencia, designa con
propiedad a la interconectada pluralidad de fuentes jurídicas y actores que
tienen lugar y que se desempeñan en el campo del comercio
internacional137 y que, como vimos, también caracteriza al nuevo régimen
"global" de contrataciones públicas. La distinción entre derecho
"internacional" y derecho "interno", en estos campos, ya no resulta fácil de
establecer, así como, tampoco, determinar cuándo una contratación debe
ser considerada "nacional" o "internacional" y sujeta, o no, al derecho
público del gobierno contratante138 . Desde ya que la fragmentación de
fuentes y de regulaciones aplicables no necesariamente coadyuva a una
mayor seguridad jurídica, pero, precisamente, en la medida en que ese
derecho "transnacional" de las contrataciones públicas esté basado en
principios de justicia comunes a todas las naciones 139 y en adecuadas
prácticas generalmente aceptadas en la materia, el riesgo apuntado debería
quedar acotado. Como siempre, se debe buscar compatibilizar la unidad
con la diversidad e integrar al principio de legalidad con el nuevo sistema de
fuentes140 .
La pregunta que, entonces, me formulo es la siguiente: ¿no estaremos
asistiendo a la formación de un ius commune de la contratación pública, de
una verdadera y nueva lex publica mercatoria que, sin perjuicio de continuar
asegurando su utilidad como vehículo de políticas públicas racionales 141 ,
integre definitivamente a aquélla dentro del amplio campo del comercio
internacional?142 . Desde ya que las implicancias que podrían derivarse de
ello son enormes y no pueden ser analizadas ahora. Si el futuro nos brinda
una respuesta afirmativa, habremos tenido la oportunidad de observar el
desmoronamiento de la presunta "estatalidad" imperiosa del derecho
administrativo. Lo que, por cierto, no sería poca cosa.
2. PRINCIPIOS JURÍDICOS
I. INTRODUCCIÓN
Constituye para mí un alto honor haber sido inv itado a participar en este
número que conmemora el vigésimo aniversario de continuada exi stencia
de esta prestigiosa Revista, que siempre ha tenido sus páginas abiertas a
todo aquel que pretendiese efectuar algún aporte al derecho administrativo,
todo ello, vale aclararlo, sin ningún tipo de discriminación en razón de su
pertenencia a determinadas "escuelas" o ideologías.
El tema de mi colaboración —c on la que pretendo, más que exp oner su
tratamiento int egral, por sí, ina cabable, establecer int errogantes sobre lo
que, entiendo, serán los desafíos del régimen de contrataciones públicas de
los próximos años— se vincula con un proceso que ha tenido lugar en el
mundo, paradójicamente, durante similar período temporal que el que ha
guiado la vida de esta Revista.
Parece ser un hecho notorio e ind iscutido que el fin de la llamada "Guerra
Fría", el progreso y adelanto tecnológico producido durante los últimos
veinte años —e specialmente, en el campo de las comunicaciones—, así
como una clara apertura de parte de los países al comercio int ernacional y
al respeto por el sistema democrático y a los Derechos Humanos como
valores universalmente entendidos, han provocado el surgimiento de esa
relativamente "nueva realidad" que se designa con un concepto que, como
ocurre siempre con los fenómenos sociales y humanos, en sus etapas de
emergencia siempre es más fácil "describir" que "definir", y que se ha dado
en llamar "globalización"1 .
La "globalización" —q ue no pretende ser sólo económica, sino también
cultural, social y política2— ha afectado de modo sensible una serie de
paradigmas hasta hace poco tiempo muy arraigados en nuestra cultura
occidental. En lo que a nosotros nos interesa, ese fenómeno, por un lado,
ha universalizado mercados —i ncluso, deslocalizándolos— con la lógica
incidencia que ello ha tenido en su régimen jurídico y en las estructuras de
organización empresarial3 y, por otro lado, ha impactado seriamente en el
presupuesto sobre el que se asentaba —d esde aproximadamente, el siglo
XVII— el orden político mundial: la "soberanía estatal" y, por lo tanto, en el
tradicional carácter "interno" y "territorial" que se predicaba del derecho
público en general4 y del administrativo en especial 5 , incidiendo, así, en su
sistema de fuentes y poniendo en crisis, por sobre todo, la concepción
"estatalista" del derecho6 y en especial, del derecho administrativo7 .
En efecto, la "globalización" nos muestra, más que la creación de un
derecho administrativo aplicable a órganos y personas públicas de índole
"int ernacional", fenómeno este conocido desde la segunda década del siglo
pasado8 , una verdadera y creciente adopción, por parte de los derechos
internos, de normas, reglas y principios que, a la par de ser comunes a la
mayor cantidad de naciones civilizadas, encuentran su origen en ámbitos y
órganos que ya exceden el nacional, ya carecen de la nota de la
"estatalidad". Y lo que no deja de ser igualmente importante —y distintivo de
los rasgos de este fenómeno— normas, reglas y principios que son de
obligada aplicación a las relaciones jurídicas que se anudan entre entre las
Administraciones Públicas y los particulares, con independencia de su
calidad de "nacionales" o no9 .
Como se verá seguidamente, este proceso ha demostrado tener una
particular inc idencia en el campo de la contratación pública, la que,
habiendo quedado inc luida en el ámbito del comercio int ernacional, tal vez
esté desarrollando un nuevo corpus para que rija las relaciones jurídicas
entabladas a su amparo.
V. A MODO DE EPÍLOGO
Lo que he exp uesto hasta aquí me convence de que la globalización
ha inc idido —y lo continuará haciendo— de modo muy sensible en las
regulaciones aplicables a la contratación pública y ello no puede ser
ignorado.
Me parece útil concluir con una reflexión sobre el futuro de las
contrataciones públicas en un espacio global.
La pérdida de relevancia de derecho público int erno —y de la paralela
soberanía estatal— parecería compensarse, no obstante, con el surgimiento
de un derecho global que, asentado en principios generales y comunes 135 ,
poco a poco va plasmándose en los regímenes de contratación pública
nacionales. A su vez, este proceso se complementa con la circunstancia de
que ese nuevo "derecho" ya no es concebido, exclusivamente, por órganos
estatales sino que, en muy importante medida, proviene de fuentes y
órganos no estatales que han sistematizado principios y experiencias
provenientes de la práctica de las contrataciones públicas.
El proceso jurídico actual, por lo que hemos visto, difiere de una simple
"int ernacionalización" del régimen de las contrataciones y parece
asemejarse a aquello que hace más de medio siglo —y sobre la base de la
máxima ubi societas, ubi ius— el int ernacionalista Philip Jessup denominó
"derecho transnacional", es decir, un régimen inc lusivo de todo derecho
que regule acciones o eventos que trascienden de las fronteras nacionales,
comprensivo del derecho int ernacional —p úblico y privado— pero no
limitado a éste, sino abierto, también, a otras reglas que no caben dentro de
esta categoría136 . El concepto de "transnacionalidad", que deja de tener al
Estado nacional como obligado término de referencia, designa con
propiedad a la interconectada pluralidad de fuentes jurídicas y actores que
tienen lugar y que se desempeñan en el campo del comercio
internacional137 y que, como vimos, también caracteriza al nuevo régimen
"global" de contrataciones públicas. La distinción entre derecho
"internacional" y derecho "interno", en estos campos, ya no resulta fácil de
establecer, así como, tampoco, determinar cuándo una contratación debe
ser considerada "nacional" o "internacional" y sujeta, o no, al derecho
público del gobierno contratante138 . Desde ya que la fragmentación de
fuentes y de regulaciones aplicables no necesariamente coadyuva a una
mayor seguridad jurídica, pero, precisamente, en la medida en que ese
derecho "transnacional" de las contrataciones públicas esté basado en
principios de justicia comunes a todas las naciones 139 y en adecuadas
prácticas generalmente aceptadas en la materia, el riesgo apuntado debería
quedar acotado. Como siempre, se debe buscar compatibilizar la unidad
con la diversidad e integrar al principio de legalidad con el nuevo sistema de
fuentes140 .
La pregunta que, entonces, me formulo es la siguiente: ¿no estaremos
asistiendo a la formación de un ius commune de la contratación pública, de
una verdadera y nueva lex publica mercatoria que, sin perjuicio de continuar
asegurando su utilidad como vehículo de políticas públicas racionales 141 ,
integre definitivamente a aquélla dentro del amplio campo del comercio
internacional?142 . Desde ya que las implicancias que podrían derivarse de
ello son enormes y no pueden ser analizadas ahora. Si el futuro nos brinda
una respuesta afirmativa, habremos tenido la oportunidad de observar el
desmoronamiento de la presunta "estatalidad" imperiosa del derecho
administrativo. Lo que, por cierto, no sería poca cosa.
EL PRINCIPIO DE PROPORCIONALIDAD EN EL
DERECHO ALEMÁN, EUROPEO Y
LATINOAMERICANO
Hermann-Josef Blanke
porHERMANN-JOSEF BLANKE1
RDA 2009-69-603
porPEDRO J. J. COVIELLO
RDA 2011-75-127
I. INTRODUCCIÓN
No hay principio que en el derecho administrativo haya tenido tanta
relevancia en su desarrollo como el de razonabilidad, que en los últimos
tiempos se confunde con el de proporcionalidad. De allí la inq uisición
puesta entre paréntesis en el epígrafe. Tanto uno como otro,
aparentemente, se referirían a un mismo proceso int electual, enderezado a
juzgar la validez jurídica de la actuación de los poderes públicos, en
concreto, el ejercicio de las potestades discrecionales, sin mella, por cierto,
del control por el juicio de razonabilidad en materia constitucional.
En la exp osición del tema no puede ser dejada de lado la inf luencia
europea, en virtud de que el principio de razonabilidad parecería, cuando
menos en nuestro país, desplazado por el de proporcionalidad donde se
puede apreciar la inf luencia española, o, aun , por el del balance o
ponderación de int ereses1 . Es por esa razón que primero trataré el
principio de proporcionalidad y, fijados sus alcances, pasaré a estudiar el de
razonabilidad y su incidencia en nuestro derecho público 2 . Luego, tornaré al
enfoque de ambos desde un estudio crítico, en busca de un enfoque
dogmático, que, adelanto, se asentará en la preeminencia del principio de
razonabilidad.
VI. CONCLUSIÓN
Más allá de las denominaciones, la valía que tiene el juicio de
razonabilidad apunta a algo más profundo que aboca en el control judicial.
En efecto, si se habla habitualmente del control de legalidad y el de
razonabilidad que ejerce el Poder Judicial, no cabe duda de que este último
adquiere relevancia fundamental cuando se trata de evaluar la actuación
marcadamente discrecional. Y ello es así, porque cuando la mera letra de la
norma (legal o reglamentaria) o decisión estatal irrumpe contra toda lógica o
valores superiores, es entonces cuando tercia el juicio de razonabilidad.
Todo lo jurídico es razonable y lo irrazonable antijurídico. Éste es el balance
o ponderación que lleva a cabo el juez al decidir frente a int ereses
contrapuestos.
Precisamente, como forma de superar el formalismo positivista en materia
jurídica, Perelman exp uso en un estudio a propósito de "lo razonable" 81 ,
que más que hablar en derecho de "racional" o "irracional", en el
razonamiento jurídico hay que referirse a lo razonable e irrazonable, por ser
estos conceptos los que suministran el cuadro dentro del cual se ejerce toda
actividad jurídica, por lo que lo irrazonable no puede ser admitido en el
derecho. De allí que cada vez que cualquier derecho o poder se ejercen,
aun en forma discrecional, tal poder o derecho será controlado si se ejerce
de una forma irrazonable. Por ello lo que "es esencial en un Estado de
Derecho, desde que un poder legítimo o un derecho cualquiera se somete al
control judicial, pueda ser controlado (censuré ) si se ejerce de forma
irrazonable, y en consecuencia, inaceptable" 82 . En definitiva, según el
destacado iusfilósofo, todo derecho, todo poder se confiere en vista de
cierta finalidad que confiera al que lo ejerce un poder de apreciación en
cuanto a la manera de su ejercicio. "Pero ningún derecho puede ejercerse
de forma irrazonable, puesto que lo que es irrazonable no es derecho"83 .
En el derecho, como en la vida, hay que hablar claro. Como decía el poeta
salteño Jaime Dávalos: "...c antar claro, / bien claro, que / se sienta la
hondura / a que llegaron las palabras / que la profundidad / cuando es
oscura / puede ser sólo dimensión negada". Y el juicio de proporcionalidad,
que puede ser útil en otras latitudes, carece de relevancia en nuestro
derecho, y, tal como resulta de su formulación europea, resulta a veces
confuso, y las exp osiciones del Viejo Continente no alcanzan a clarificar el
panorama o aportar a nuestro derecho un componente que apunte mejor el
principio de razonabilidad. Muchas denominaciones de dicho continente,
que traemos sin mayor comparación con nuestro derecho, son muestra
evidente: inv ocamos el derecho a la tutela judicial efectiva cuando ya
tenemos el bien acrisolado derecho de defensa; o hablamos de
la int erdicción de la arbitrariedad, cuando es algo que se sobreentiende de
la lectura del texto constitucional. Todo ello podrá ser útil en otros países.
Pero ya tenemos aquí similares ins tituciones, a veces con mejor
añejamiento.
Uno de los grandes problemas del derecho ha sido la importación
o ext rapolación de ins tituciones jurídicas que poco o nada tenían que ver
con el régimen jurídico local. No hemos sido los únicos. Pero en nuestro
derecho ejemplos sobran; ya adelanté algunos. Hoy aparece la moda de
hablar del principio de proporcionalidad. Lustros antes de que en Europa
aflorara el principio de proporcionalidad, en nuestro país ya hablábamos y
desarrollábamos el principio de razonabilidad, considerándose, como hasta
ahora, que la proporcionalidad forma parte de la razonabilidad.
Precisamente, para calificar como razonable a una norma o a un acto, es
necesario estudiar si hay una proporción entre el fin y el medio elegido. La
proporcionalidad es así el patrón para medir el respectivo balance y arribar
al juicio de razonabilidad. De manera que nada nuevo significa en nuestro
derecho importar una figura que ya está inc orporada al juicio de
razonabilidad.
No se trata de desmerecer un concepto o ins titución jurídica forjada en
otros ámbitos, en donde sí puede ser necesaria y tener relevancia. Se trata
simplemente de verificar si esa misma ins titución exi ste en nuestro
ordenamiento y resulta necesaria para mejorarlo. Mi respuesta, salvo mejor
opinión, es negativa.
LA DENOMINADA "ZONA DE RESERVA DE LA ADMINISTRACIÓN" Y EL PRINCIPIO DE LA
LEGALIDAD ADMINISTRATIVA1
Pedro J. J. Coviello
porPEDRO J. J. COVIELLO
RDA 1996-8-109
I. INTRODUCCIÓN
El tratamiento del tema de la presente monografía exi ge, para su debida
ubicación, el estudio previo de tres cuestiones a las que está aquél
vinculado. El primero es el concepto de Estado de Derecho, luego la división
de poderes y finalmente el principio de la legalidad administrativa.
La exp osición de estas tres cuestiones no guarda un orden histórico, sino
lógico. En efecto, la teoría de la división de los poderes y el principio de
legalidad —e n su concepción amplia— son anteriores a la aparición de la
doctrina del Estado de Derecho. Sin embargo, el genio exp ansivo de
éste —c omo Lorenzo Martín-Retortillo lo definió en una oportunidad— no
sólo determinó la inc orporación de aquéllos a su naturaleza, sino también
que tal inc orporación les confirió una nueva virtualidad2 . De modo tal que la
razón de ser de la división de poderes y el de legalidad administrativa sólo
persistirá y tendrá valor jurídico en la medida en que ellos estén inseridos en
el marco propio de un Estado de Derecho.
VII. CONCLUSIÓN
Recapitulando lo hasta aquíexpuesto, se comprueba desde mi punto de
vista que el Derecho Administrativo toma su razón de ser a partir del Estado
de Derecho107. No quiere esto decir que históricamente aquél no sea
anterior a la conformación del Estado de Derecho, pero, al igual que las
otras instituciones juspublicísticas aquí estudiadas—la división de poderes y
el principio de la legalidad administrativa—,su ser no se explica sin él.
El Estado de Derecho busca rinordendentro del cual los poderes públicos
deberán actuar conforme al marco de competencia fijado por la norma
jurídica en punto a garantizar la vigencia de los derechos humanos. A través
de este marco se distribuye el ejercicio de la potestad estatal entre los
máximos órganos—legislativo, ejecutivo y judicial, según la clásica división
—,sin que ninguno de ellos puedaexceder su esfera de actuación, pero sin
que, tampoco, puedan abstenerse de cumplir las funciones y cometidos que
el ordenamiento les impone.
Observemos que el Estado de Derecho se forjainicialmente para limitar la
actuación del poder ejecutivo; pero, a su lado también, se buscó limitar la
omnipotencia legislativa. Vemos así que la división de poderes,inserta en el
marco del Estado de Derecho, se orientó en un comienzo a garantizar los
derechos de losindividuos (más que nada de la burguesía)108, y por otro
garantizar también el ejercicio del poder, de modo que el Parlamento no
excediera su ámbito propio. ¿Lucha de poderes? Quizá. Pero la atracción
casi mágica del poder—hecho totalmente natural en todo ámbito humano—
es a mantenerlo y aumentarlo. De allí que cualquiera de los tres poderes
pueda tener—según los tiempos—una tendencia a preponderar sobre los
otros o, de otro modo, hacer sentir su influencia excediendo su propia esfera
de actuación. De allí también la búsqueda del equilibrio compensatorio que
implica la división de poderes. Y esto porque la división de poderes no se
configura sólo para organizar el Poder, sino también para algo que le da su
finalidad última: asegurar los derechos de laspersonas.
Coincido al respecto totalmente con el profesor González Navarro en el
sentido de que el Derecho es para la libertad, sobre todo el Derecho
Administrativo, que es el derecho del poder y que en esa finalidad encuentra
su justificación109 . Y, siguiendo su pensamiento, no se puede entender el
Estado social y democrático de Derecho "si no se parte de la convicción de
que por encima de cualquier valor está la vida humana", y, por tanto, "la
justicia y la libertad sólo tienen sentido cuando se ponen en conexión con la
vida"110 . Por ello, se puede decir que el fin del Derecho Administrativo es,
en definitiva, siempre la persona que está frente o en colaboración, con los
poderes públicos. Pero igualmente, al lado de ese fin se fomentan y
garantizan los derechos humanos a través del constreñimiento de la
actuación estatal en el ámbito de su propia zona de reserva establecida por
el ordenamiento jurídico.
Merece ponerse de relieve al respecto que el profesor Marienhoff
adelantó, hace bastantes años, una idea similar a la de González Navarro,
en oportunidad de presentar al entonces nuevo académico de Derecho,
Juan Francisco Linares. Allí, al referirse al denominado "derecho a la
libertad int egral del ciudadano" —q ue caracterizó como un principio
general del Derecho— dijo esta profunda idea ética: "La tranquilidad
espiritual forma parte de nuestro propio ser, de nuestra propia persona,
debiendo tenérsele como un corolario o reflejo del derecho a la "vida", que
en la escala de prerrogativas humanas ocupa el primer puesto"111 .
Pues bien, en tal conjunto de ideas se encuentra la relación del principio
de legalidad con las zonas de reserva. En efecto, por sobre éstas se halla el
ordenamiento jurídico y los valores que le dan sustento. No se trata
de exo rbitancias del poder o de resabios del absolutismo o de gobiernos no
democráticos. Se trata, simplemente, de una cuestión de competencia, o, de
otro modo, de distribución y afirmación de las potestades de los órganos
máximos del poder constitucional. Es el reconocimiento de la validez de la
actuación de los respectivos órganos estatales dentro de su propio marco
de competencia. Y nada más. Es, respecto a la Administración, reconocer,
por ejemplo, la posibilidad de su actuación discrecional, sin que los otros
poderes puedan int erferir —c on lo que, justamente, se vulneraría la
división de poderes—, salvo, claro está, que exi stiera ilegalidad o
arbitrariedad112 . Es, en definitiva, el respeto a lo decidido por cada órgano
de la trilogía estatal (y, ¿por qué no?, de los órganos extra-poder) en el
ámbito de su legítima actuación.
Por ello la locución genérica "zona de reserva" ha tenido un desarrollo
importante como manera de resaltar y garantizar las respectivas
competencias, de modo tal que es común que en el lenguaje de nuestra
Corte Suprema se hable —a parte de la ya citada— de la "zona de reserva
provincial"113 o de "zona de reserva de jurisdicción" provincial 114 . Y la Corte
Suprema, precisamente, es la que más ha utilizado el concepto con
alcances que perfilaron mejor su matiz jurídico115 .
No quiere esto decir que zona de reserva de la Administración
signifiqueexención del control jurisdiccional. Antes bien, el control
siempreexistiráaunque se trate de la denominada por Bianchi como
"zonainterna", porque tanto ésta como aquélla no dejan de ser objeto del
control judicial cuando las esferas de su competencia (entendida en su
sentido amplio: atribución legal y juridicidad en la actuación) se
hanexorbitado116.
Lo que sí debe quedar claro, en lo que a distribución de competencias se
refiere, es que la regulación de los derechos fundamentales, entre ellos la
libertad y la propiedad, constituye una zona reservada al legislador y en la
que los otros poderes no pueden int ervenir —c onforme a nuestro orden
constitucional, y, además, como consecuencia de los principios
democráticos propios del pensamiento occidental— sin habilitación legal117 .
Las "zonas de reserva" suponen, desde otro punto de vista, "zonas de
reserva jurídicas", esto es, ins ertas en el orden jurídico, "sujetas" —e n
forma análoga a las relaciones de especial sujeción— a la ley y al Derecho,
y no fuera de ellos118 .
Considero, pues, que la doctrina del maestro Marienhoff sobre las zonas
de reservas ha mostrado su fecundidad, al ser recibida por la doctrina y
obtener su consagración en la jurisprudencia nacional. Es, en definitiva, la
formulación de un concepto jurídico emanado de un hombre que luchó
desde su juventud profesional en la dura—pero apasionante, atrayente y
añorada—tierra patagónica por la afirmación de los principios del Estado de
Derecho queinsuflan vida al Derecho Público, y que buscó, en todo
momento, la vigencia permanente de los valores éticos y republicanos en él
contenidos.
porPEDRO J. J. COVIELLO1
RDA 2007-62-1087
INTRODUCCIÓN
Los principios generales del Derecho han sido el ins trumento idóneo que
permitió la realización del Derecho, atemperando la rigidez del positivismo
jurídico y colmando al mismo tiempo sus lagunas normativas. Su
trascendencia es particular en el Derecho Administrativo que, en cierto
sentido, se configura como un derecho de equidad, como lo escribió
Hauriou2 , rama jurídica ella donde en la mayoría de los casos el derecho
aplicable no estaba contemplado en la norma positiva.
En el derecho argentino su recepción y puesta en práctica ha sido amplia
y no ofreció discusiones mayores que aquellas que se refieren a su origen y
alcance. Respecto a su aplicación al derecho administrativo, otro tanto, en
especial, merece decirse. Y, agrego, puede afirmarse, como trataré de
demostrarlo más abajo, su posición frente a la ley y al reglamento aparece
claro en orden a mostrar su preeminencia, como consecuencia del camino
práctico que se ha seguido por vía de la int erpretación normativa, como se
verá más adelante.
I. Breve consideración sobre el origen y fundamentos
Se podrá discutir si en la antigua Grecia o Roma o en la Edad
Media, inc lusive en la escolástica, se contemplaba la exi stencia de los
principios generales del derecho3 , mas lo cierto es que la fórmula jurídico-
institucional pertenece a la codificación moderna4 . En nuestro derecho civil
la influencia fundamental, que ha servido de guía para su introducción en el
art. 16 del Código Civil, está dada por el Código Civil austríaco de 1812 dará
trascendencia a la fórmula en su § 7º, al hacer referencia a "los principios
naturales del derecho"5 .
Ahora bien, también sabemos que el punto neurálgico de los principios
generales está dado por sus fundamentos. Aunque se han señalado
distintas doctrinas al respecto6 , en términos generales pueden ellas
agruparse entre las corrientes positivistas , que consideran que el
fundamento de los principios generales radica en algún pretérito derecho o
en el propio ordenamiento jurídico positivo, pero negando toda base
extramuros de una realidad materializada por la tradición o la norma
escrita7 ; y los extraposivistas, en las que se comprenden tanto al realismo
jurídico, como a la Escuela del Derecho Natural y a quienes han tomado
una posición ecléctica, confluyendo todos en una idea común: el
fundamento del Derecho si sitúa en un ámbito superior al propio
ordenamiento jurídico (si sólo se entiende al positivo) o de toda tradición
jurídica positivizada8 .
En la última posición, más allá de los matices que diferencian a
sus int egrantes, hay un anhelo común de superar la mera justicia de las
normas. De allí que los aut ores contemporáneos hayan estudiado con
notable profundidad tanto los principios generales del Derecho, tratados en
ciertos casos como "principios", a secas como camino para superar el mero
sustento positivo del Derecho, como es el caso de Dworkin 9 . Ejemplo de tal
movimiento hacia los "principios" se pudo ver en forma clara en un episodio
que quizás haya constituido la tumba del positivismo kelseniano: los juicios
de Nüremberg. Como sostuvo Perelman, la idea que en ellos dominó fue
que los crímenes abominables no podían escapar a la acción de la justicia,
aunque faltaran disposiciones legales expresas, a menos que se
consideraran como tales las reglas del derecho internacional, y así, para
respetar el principio del nullum crimen sine lege , era preciso afirmar la
existencia de un principio general del derecho reconocido por las naciones
civilizadas, relativo al respeto y dignidad de la persona humana . Ello, a
juicio de Perelman, constituía más que un retorno al Derecho Natural
clásico; era un retorno a la concepción de Aristóteles que afirmaba, al lado
de las leyes especiales, la existencia de un derecho general constituido por
los principios no escritos que se consideraran reconocidos en todas
partes10 .
Ahora bien, se afirme que los principios generales del Derecho surgen del
Derecho Natural, o de las concepciones históricas de los pueblos, o de las
creencias jurídicas compartidas por los pueblos, o por la elaboración de la
ciencia jurídica o hasta los que se desprenden del entramado jurídico
positivo11 , lo cierto es que hay un duro obstáculo contra la que las
ideologías nada pueden: a partir de la propia naturaleza racional del alma
humana, el hombre aprehende una realidad externa a él, que son aquellas
leyes impuestas al mundo (o impresas en la realidad ), que no son producto
de la mera razón, sino que Alguien, distinto del hombre, allí las puso. De tal
forma, en virtud de su aptitud racional, lo único que hace el hombre es
aprehenderlas y ponerlas en práctica mediante distintas formas que
alcanzan su relieve jurídico-político mediante tradiciones, precedentes y
leyes positivas.
En definitiva, quienes buscan la fuente de los principios generales del
Derecho en otros campos fuera del Derecho Natural no hacen más que
confirmar —s alvo que el resultado del análisis jurídico conduzca a
soluciones inc orrectas éticamente— que éste se rezuma por los
distintos int ersticios del ordenamiento jurídico.
II. El derecho argentino
Los principios generales del Derecho ing resaron en el derecho argentino,
al igual que en otros ordenamientos exp uestos, a través del Código Civil,
sancionado por la ley N° 340, del 25 de setiembre de 1869.
Nuestro Codificador, Dalmacio Vélez Sarsfield, se ins piró en el
Código aus tríaco para redactar el artículo 16, en estos términos: "Si una
cuestión civil no puede resolverse, ni por las palabras, ni por el espíritu de la
ley, se atenderá a los principios de leyes análogas; y si aún la cuestión fuere
dudosa, se resolverá por los principios generales del derecho , teniendo en
consideración las circunstancias del caso" (el énfasis está añadido). En
estudios que se han realizado sobre la fuente ins piradora del jurista
cordobés se llegó a la conclusión que si bien una de las citas que hizo en su
nota al art. 1 6 fue del código aus tríaco, de ins piración en la Escuela del
Derecho Natural, en su caso fue iusnaturalista clásica, lo que se ext rae de
otras fuentes utilizadas por el aut or a lo largo de su código12 .
Los civilistas argentinos tomaron en cuanto al fundamento de dichos
principios generales, distintas posiciones, desde quienes sostienen que su
fundamento es el Derecho Natural, como Llambías y Borda (aun que en una
posición más amplia)13 , hasta quienes los encuentran en aquellos que son
propios del derecho positivo, como Salvat y Busso14 , pasando por los que
se han denominado "cientificistas", como Spota, que sindican los principios
generales del derecho como los que elabora la ciencia jurídica, descartando
al Derecho Natural y la equidad como fuentes del Derecho15 .
III. Los principios generales del derecho en el derecho
administrativo argentino
A. La doctrina
Así como la aplicación de los principios generales del Derecho en el
Derecho Civil no ofreció dudas o discusiones en nuestro país, más allá de
las distintas posiciones de los aut ores, otro tanto ocurrió en el Derecho
Administrativo, donde tanto nuestros tribunales como los aut ores acudieron
a ellos en forma repetida. No hay que olvidar en este tema que
prácticamente desde la segunda mitad del siglo pasado nuestro Derecho
Administrativo tomó su conformación legislativa, jurisprudencial y
doctrinaria, cimentada por las obras liminares de Rodolfo Bullrich y el
monumental aporte de Rafael Bielsa, a quienes siguieron aut ores de la talla
de Villegas Basavilbaso, Marienhoff, Fiorini y Diez. Ellos dieron relieve
particular a la materia, y los conocidos aut ores actuales siguen en el
camino científico que aquéllos ini ciaron.
1. Dentro de nuestros administrativistas ha habido una coincidencia en
citar al derecho natural entre los componentes de los principios generales
del derecho.
Sin embargo, uno de ellos, Fiorini, evitó su referencia, prefiriendo
remontarse a tal fin a los valores que están ínsitos en el ordenamiento
jurídico o a las necesidades de la convivencia, sin necesidad de remitirse
-sostenía- a los derechos naturales o ciertas "brumas filosóficas" o tesis
sobrenaturales16 . Mas su oposición al positivismo jurídico, que lo llevó a
asentar el sistema jurídico en los valores dimanantes de la juridicidad, no
permite, según así lo entiendo, encuadrarlo entre los positivistas17 .
2. Entre quienes, en cambio, inc luyeron al Derecho natural hay que
mencionar en primer lugar a Bielsa, que no los exp uso en su clásico
tratado, sino en una obra que no era específica del Derecho
Administrativo18 . Allí les dio un amplio enfoque, a punto de incluir en ellos al
Derecho Natural entre los comprendidos en el art. 16 del Código Civil. La
relevancia que les dio se cifra en este párrafo: "El principio de derecho se
determina por la certeza y estabilidad y por su conformidad con la
conciencia jurídica general del pueblo. Por eso ciertos principios tienen más
vitalidad y curso que las leyes emanadas del legislador"19 .
3. Villegas Basavilbaso20 , expuso en su tratado el desarrollo de los
principios generales, sin dejar de tener en cuenta al iusnaturalismo y a la
Escuela del Derecho Natural, y la realidad concreta de un pueblo en un
momento dado de su historia21 . Diez22 , de su lado, consideró que emanan
del ordenamiento jurídico del Estado y del Derecho Natural, y que los que
derivan de la Constitución prevalecen sobre las leyes, mas no los que se
desprenden del Derecho Natural23 .
4. El profesor Marienhoff24 , dentro del realismo que lo caracterizó, señaló
la amplitud de los principios generales, partiendo del Derecho Natural,
enunciando los siguientes: el derecho a la vida; los que derivan de la forma
republicana de gobierno; el de igualdad ante la ley; el de proporcionalidad o
igualdad de las cargas públicas; el debido proceso legal; el derecho a la
indemnización de todo menoscabo patrimonial por razones de interés
público; la irretroactividad de los reglamentos; la teoría que lo principal sigue
a lo accesorio; el enriquecimiento sin causa; la exigencia de sustrato ético
de todo acto jurídico; el de la libertad integral del ciudadano; el de
intangibilidad de los efectos individuales de los actos administrativos
generales; el derecho a la personalidad, entre otros el de la propia imagen y
el uso del nombre25 .
5. Se puede inc luir esos aut ores a Linares26 , quien entre otros principios
generales incluyó las valoraciones conceptuadas y tipificadas como bien
común o el orden público. El propio Escola 27 , si bien sostiene que son los
que racionalmente surgen del propio ordenamiento jurídico, como de la
consideración científica del derecho, mencionó también que entre las
distintas fuentes de procedencia se encuentran en derecho natural y el de
gentes.
6. Altamira Gigena28 en uno de los primeros trabajos específicamente
dedicados al tema, se enroló en la misma línea diseñada por Marienhoff,
agregando que debe tenerse en cuenta el momento histórico del lugar en
que se realiza la interpretación de los principios generales del derecho para
la solución del caso concreto, a fin de que dicha interpretación no esté en
desacuerdo con el derecho positivo vigente29 . En esa línea, afirma que si se
admite, según la doctrina que sigue, que el legislador no debe nunca perder
de vista esos principios generales, habrá que aceptar igualmente que el
orden jurídico es, en mayor o menor medida, realizaciones de tales
principios y que volver a ellos cuando el legislador guarda silencio, equivale
a concretar, de manera armónica y coherente, la obra legislativa30 .
Al exp oner sobre los principios específicos del Derecho Administrativo,
Altamira Gigena abre su enunciado citando a Fiorini, para quien éstos se
encuentran inc ardinados en el de juridicidad, de acuerdo al cual no hay
actividad administrativa si no hay norma aut orizativa y teniendo en cuenta
la satisfacción de int ereses públicos31 . Así, enuncia los siguientes: la
igualdad ante la ley y su desprendimiento, el de proporcionalidad ante las
cargas públicas; el de que nadie puede ser juzgado ni penado sin ser oído;
el de cosa juzgada; el de presunción de legitimidad de los actos
administrativos (que es iuris tantum ); el de buena fe, y el principio de
legalidad de la Administración32 .
Concluye Altamira su obra, considerando a los principios generales del
Derecho como una fuente subsidiaria del Derecho Administrativo, y que
frente a una laguna del ordenamiento, la Administración, al igual que el juez,
pueden acudir a un principio general del derecho para resolver el caso
cuestionado33 .
7. El profesor Gordillo también formuló un amplio criterio en este tema, a
punto de sostener con referencia al due process of law que y a la natural
justice , que ella hunde sus raíces en el derecho natural, sea en su vertiente
religiosa o laica34 .
8. De su lado, el profesor Cassagne dedicó un ya clásico estudio
específico sobre la materia35 . Partiendo de la base iusnaturalista y de la
idea que también en ella se encuentran aquellos principios fundamentales
que se desprenden del propio ordenamiento como de los institucionales a
partir de la idea organizativa, les asignó la función de ser la causa y base
del ordenamiento, de ser orientadores e informadores y por último de
cumplir una función integradora. En particular, los precisó como una
garantía jurídica y limitadora de las potestades administrativas especificadas
en el dictado de reglamentos y actos administrativos. Asimismo, pueden
constituir una fuente material del derecho, ante la ausencia de norma, o
formal cuando está receptada en el ordenamiento.
Mas, en este sentido, señala que "su vigencia como fuentes no depende
de su recepción formal por el ordenamiento positivo puesto que constituyen
el fundamento de las demás fuentes del derecho. Por lo tanto, los principios
generales del derecho,aunlos no legislados, tienen primacía tanto sobre las
normas legales y reglamentarias, como sobre la costumbre y la
jurisprudencia "36 (el énfasis me pertenece). Como se puede apreciar, la
relevancia que les asigna el autor se sitúa en la máxima altura del
ordenamiento jurídico al momento de evaluar la validez de una ley a la luz
de la Constitución. Ya volveré sobre este punto.
Entre los principios receptados en el Derecho Administrativo enuncia al
del enriquecimiento sin causa, el de la buena fe, el de la moralidad del
objeto de los actos administrativos, o el de la validez o exi gibilidad de los
pactos voluntariamente consentidos; agregando aquellos que atañen a la
responsabilidad objetiva y sin culpa del Estado y aquellos receptados en el
Derecho Penal en relación a la actividad sancionatoria. Finalmente en
cuanto a los específicos del Derecho Administrativo, menciona entre otros al
de continuidad de los servicios públicos, el del paralelismo de las
competencias, etc.
Concluye afirmando que los principios generales int egran el bloque de
legalidad y que el vicio que los afecta recae sobre el objeto del acto
administrativo, que provoca su nulidad absoluta, ello, porque "los principios
generales del derecho, por ser causa de las normas positivas y por el hecho
de constituir el reflejo de una ley natural superior asentada en la
moral, int egran el orden público administrativo que debe resguardar la
Administración, sin perjuicio de las distintas modalidades justas que pueda
admitir el desenvolvimiento o aplicación de los principios, particularmente en
el campo de las soluciones normativas"37 .
9. En un aporte relativamente reciente, Jorge Sarmiento García publicó
una obra exp resamente dedicada a los principios en el Derecho
Administrativo, cuya relevancia está dada no sólo por la calidad de
administrativista del aut or, sino también por la vena iusfilosófica que lo
caracteriza38 . El camino seguido por el autor no finca tanto en la referencia
específica a los principios generales del Derecho, sino más bien, apuntando
"más arriba" del ordenamiento positivo, asciende hacia los fundamentos
jurídicos, filosóficos y políticos de la acción estatal, descendiendo luego en
su estudio desde los principios específicos del derecho natural hasta los
propios del Derecho Administrativo, que los desgrana en tratamiento
particular de cada uno de ellos, como el de división de poderes; del carácter
local del Derecho Administrativo (en nuestro país); el de responsabilidad del
Estado; el de demandabilidad del Estado; el de la tutela judicial; el
principio pacta sunt servanda en los contratos de la Administración.
10. Por último, no puede dejar de citarse a Silva Tamayo, quien en un
valioso trabajo39 que si bien no está destinado al tema, sin embargo ha
hecho, como fundamento de su tesis, un interesante estudio sobre los
principios generales del derecho, que no puede pasarse por alto. El autor,
exponiendo las distintas posiciones sobre tan debatida cuestión, al criticar al
positivismo jurídico, arriba a la siguiente idea: "nos parece insuficiente la
línea de pensamiento positivista que considera que tales Principios
Generales son tan sólo normas implícitas que se obtienen por un proceso
lógico-inductivo de las normas escritas. A ellos, a nuestro entender, deberán
adicionarse las pautas suministradas por el Derecho Natural o los «valores
humanos básicos», según se prefiera, insuflados por criterios rectores
provenientes de la Justicia y de la Moral"40 .
B. La jurisprudencia
En la jurisprudencia no se mostraron hesitaciones para aplicar los
principios generales del Derecho al Derecho Administrativo41 .
1. En materia de anulación de actos administrativos, por ejemplo, cuando
el agente público ejerció de hecho o por una decisión de la aut oridad
administrativa un cargo de mayor jerarquía (sin modificar su situación
escalafonaria) y cuando pese a ejercer la actividad, exi ste una prohibición
para hacerlo sin previa designación42 . En estos casos la jurisprudencia del
fuero contencioso administrativo —y en cierto modo también la Corte
Suprema43— ha sido constante en el sentido de reconocer las diferencias
salariales con sustento en el principio del enriquecimiento sin causa, porque
no puede negarse el derecho a percibirlas a quien efectivamente las de-
sempeñó44 .
Otro de los supuestos constituye un caso de o bien un acto viciado o de
un error material producido al abonarse en exc eso la retribución al agente.
En estos casos, tanto la jurisprudencia del fuero contencioso45 como la
doctrina de la Procuración del Tesoro de la Nación46 han aplicado el
principio de la buena fe para amparar la situación de los agentes. Así, en
base a lo dispuesto en los arts. 738, segunda parte y 1055 del Código Civil,
y en tanto no exista mala fe, se ha sostenido que las sumas percibidas de
buena fe no se restituyen47 .
Existe así en nuestro derecho un modo de amenguar los alcances de la
anulación retroactiva de los actos administrativos, formulada
pretorianamente a través de la aplicación del principio general de la buena
fe y del enriquecimiento sin causa, o también de la equidad. Vinculado con
los supuestos de anulación y revocación, la Sala IV de la CNACAF en el
caso "Asociación de Cooperativas Argentinas", del 4 de junio de
2002 inv ocó el principio de la confianza legítima, al advertir un error en la
determinación de un derecho aduanero, y ante la inv ocación por la Aduana
de que ello podía hacerlo de acuerdo a lo establecido en el artículo 792 del
Código Aduanero —s egún el cual el pago "no ext ingue la obligación
tributaria aduanera cuando su importe fuere inf erior"—, el Tribunal replicó
que "el reconocimiento a la Aduana de volver sobre sus determinaciones y
formular nuevas int imaciones por diferencias de derechos en documentos
en los que el contribuyente, con buena fe, acató la primera rectificación y
abonó el tributo resultante, afecta el valor seguridad jurídica, base de todo
sistema legal del Estado de Derecho", agregando que "[s]eguridad jurídica
significa para el ciudadano en primer lugar la protección de la confianza
legítima".
Un recentísimo caso de nuestra Corte Suprema vinculado con la
confianza legítima es el recaído el 23 de setiembre de 2003 in re "Rosello",
que, tras su aus tera factura, posee una notable riqueza sobre el tópico que
se exp one. Se trataba de una persona que había percibido una suma
mayor a la que le correspondía por acumulación de prestaciones
previsionales, ante lo cual se le exi gió por el organismo previsional, y luego,
por la Cámara Federal de la Seguridad Social, que reintegrara las sumas
percibidas en demasía. La Corte sostuvo al efecto que pese a que la ley
2 4.241 permitía a la Administración recuperar lo percibido en demasía, no
había razón para tratar en forma más gravosa al que consumió prestaciones
de naturaleza alimentaria que a otros que se encuentran obligados a
restituir por causa de otro tipo de relaciones jurídicas, como resulta de las
normas del Código Civil contempladas en los artículos 738, 786 y 1055, que
amparan a quien actuó de buena fe.
2. En relación a los contratos administrativos, su mención ha sido
constante, como por ejemplo que el contrato es ley para las partes o el de la
buena fe; también se aplicó en este campo jurídico el principio venire contra
factum propio , o el principio de razonabilidad48 .
3. Los principios generales del Derecho han tenido una manifestación y
modulación particular en el procedimiento administrativo, partiendo del ya
más que secular derecho de defensa49 , y, así, la idea de juridicidad, verdad
jurídica objetiva, de impulsión e instrucción de oficio, del informalismo, del
debido procedimiento o de celeridad, economía, sencillez y eficacia de los
trámites, plasmados en el art. 1º de la Ley Nacional de Procedimientos
Administrativos Nº 19.549, no son otra cosa que una demostración de aquél
viejo y augusto principio de defensa50 .
4. Cuando se trata de los fundamentos de la responsabilidad estatal,
nuestra Corte ha exi gido en ciertos casos la remisión a principios
superiores del ordenamiento. Así en el caso "Ferrocarril de Buenos Aires y
Puerto de Ensenada"51 , que era un supuesto de responsabilidad contractual
por actividad lícita —s e había dispuesto el levantamiento de un ramal
ferroviario—, la Corte sostuvo que la empresa debía ser indemnizada, en
base a este fundamento: "si en virtud del interés general, ó por otra causa,
se pretendiese revocar ese derecho, la justicia y la equidad reclaman sea
reparado el perjuicio que con ello ocasionare" (el énfasis me pertenece).
En el caso "Laplacette"52 , relacionado con la indemnización reclamada a
raíz de la inundación de campos producidas por obras hidráulicas llevadas a
cabo por la provincia de Buenos Aires, la Corte Suprema dijo que "es
indudable que entre nosotros esa responsabilidad nace, en los casos como
el presente, de la garantía de la inviolabilidad de la propiedad consagrada
por los arts. 14 y 17 de la Constitución Nacional y que la forma de hacer
efectiva esa garantía es necesario buscarla en los principios del derecho
común , a falta de disposición legal expresa, pues de lo contrario la citada
garantía constitucional sería ilusoria. [...] La responsabilidad del Estado por
los daños causados sin culpa, si bien con divergencia sobre los
fundamentos jurídicos que la justifican, es aceptada por la doctrina general.
(...) Esta es la única solución equitativa y justa , la que conduce a
la protección de la propiedad perjudicada por obras del Estado; equidad y
justicia que debe guiar la interpretación de los principios generales , de la
doctrina y de los textos legales, que así por analogía , son llevados a regir
los casos no previstos expresamente pero que caben dentro del contexto
general de los principios que los informan" (el énfasis me pertenece).
En el caso "Asociación Escuela Popular Germana Argentina Belgrano v.
Nación Argentina"53 , dijo que el reconocimiento parcial de la
responsabilidad que cabía en la especie al Estado era "la simple aplicación
del principio jurídico y moral que veda el enriquecimiento sin causa a costa
de otro, o sea, de la aplicación de «una de esas raras reglas de derecho
natural, que dominan todas las leyes, aun cuando el legislador no haya
tenido especialmente el cuidado de formularlas» (Planiol, Traité élémentaire
de droit civil , t. II, núm. 933). Ella rige también, por consiguiente, en relación
al Estado, tanto en su favor como en su contra, que queda así sometido a
una especie de «orden moral»...".
Finalmente, en el caso "Winkler"54 , con sustento en precedentes
anteriores dijo que "si bien el ejercicio razonable por el Estado de sus
poderes propios no puede, en principio, ser fuente de indemnización para
terceros (Fallos: 258:322 [caso "Suñé", 1964]55 ), el fundamento de la
responsabilidad estatal dentro del estado de derecho, es la justicia y la
seguridad jurídica , y la obligación de indemnizar es un lógico corolario de la
garantía constitucional de la inviolabilidad de la propiedad, consagrada por
los arts. 14 y 17 de la Constitución Nacional (docr. de Fallos: 300:144;
302:159, sus citas y otros)" (el resaltado también me pertenece)56 .
6. De la exp osición precedente, donde se observa cómo nuestra Corte
Suprema fue desgajando los principios generales del derecho a partir de
distintas fuentes, éticas o jurídicas como nuestra Constitución, lo que se
observa es, como pretendo demostrarlo cuando exp onga la posición de los
principios frente a la ley y al reglamento, que ellos ostentan una
superioridad que le viene de valores superiores, que si bien pueden
ser ind efinidos (no hay que olvidar que en nuestra Corte hubieron jueces
profundamente católicos y otros que no lo eran), puede decirse que
abrevaban en fuentes iusnaturalistas.
Y aun que no se observan referencias exp resas a esa fuente
iusnaturalista, en una sentencia de la Sala IV de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Contencioso Administrativo Federal57 se dio el
fundamento de los principios generales, cuando al sostener que el ejercicio
de la discrecionalidad no excluye el control judicial, afirmó: "Dicha revisión
ha de ejercerse a efectos de verificar si esas facultades, efectivamente, han
sido ejercidas —o , como en el caso, para asegurar que lo sean— conforme
al ordenamiento jurídico, considerado éste como un todo comprensivo de lo
que las normas expresamente prevén, de lo implícito que resulta de su
espíritu o finalidad, de los principios que surgen de ellas por analogía, y de
los principios generales del derecho (entendidos como los principios
naturales o del derecho natural o aquellos que principalmente deben
buscarse en la Constitución Nacional)" (el énfasis me pertenece).
IV. Los principios frente a la ley y al reglamento
Llegados a este punto, se nos presenta uno de las cuestiones más
difíciles -aparentemente- de la posición jerárquica que ocupan ellos ante la
ley y el reglamento. Ciertamente, el punto no sería difícil de solucionar en
pleno aug e del positivismo legalista, en la medida que no era admisible que
se pudiera el principio jurídico fuera obstáculo a la vigencia de la norma
positiva. La ley era la ley y nada podía oponérsele, máxime si se tiene
presente la idea de soberanía que ella llevaba ínsita, y a la voluntad del
pueblo nada podía oponerse.
A. Del positivismo a losprincipios
El enjuiciamiento de los crímenes del nazismo puso en jaque al
positivismo jurídico. No dudo del espíritu democrático de Kelsen, pero no
cabe duda que su doctrina, aun que él pretendió defenderse, permite
justificar desde un estado democrático de derecho hasta un régimen como
el nazista (el camino del inf ierno está empedrado con
buenas int enciones...). Si toda norma positiva, por ser tal es derecho,
ciertamente cualquier cosa puede serlo, en la medida que la ley haya sido
dictada según los cauces formales previstos58 .
Precisamente, hay que volver cuando se trata esto, a Radbruch, quien,
morigerando, como antes se vio, su posición positivista, varió hacia una
apreciación principista apenas concluida la segunda guerra, cuando en el
trabajo que aquí se publicó bajo el título de Arbitrariedad legal y derecho
supralegal ,59 escribió que "[e]l positivismo ha desarmado de hecho a los
juristas alemanes frente a leyes de contenido arbitrario y delictivo",
agregando estas agudas palabras: "El positivismo, además, no está en
condiciones de fundar con sus propias fuerzas la validez de las leyes. Tal
concepción cree haber demostrado la validez de la ley sólo con señalar el
poder de su vigencia. Pero en el poder se puede quizá fundar un «tener que
(müssen ) pero nunca un «deber» (sollen ) o un «valor» (gelten ). Estos se
fundan mas bien en un valor inherente a la ley"60 .
En el mismo sentido, nuestro gran iusfilósofo Carlos Cossio escribió que
"cada artículo de un código es sólo una concreción específica y cristalizada
de esos principios generales del derecho"61 . Se observa entonces que
subyace la idea de valor existente en el ordenamiento, de modo que aquella
norma que no contuviera un valor o principio no tendría validez.
Precisamente, dicho autor escribió: "El Derecho es conducta y una conducta
sin valor, ontológicamente no puede ser"62 .
No traigo en vano a estos aut ores. Sabemos que ellos no son en términos
tradicionales, iusnaturalistas, en el sentido del iusnaturalismo aristotélico-
tomista. Pero así como el derecho se descubre en la realidad, esa realidad
se impone a punto tal que frente a un legalismo ext remo siempre surgen las
revoluciones éticas de los valores.
B. Breve excurso sobre los principios y los valores jurídicos
Toda vez que estamos aquí hablando de valores, no resulta ocioso
precisar que si bien es cosa común identificar valores y principios, tanto en
los aut ores como en el estudio de los principios jurídicos resalta que entre
ellos exi sten diferencias.
Pérez Luño, advirtió la diferencia63 , e inspirado por el argentino Carrió 64 ,
señaló que entre los distintos significados de los principios generales se
aludía a ciertos juicios de valor que recogen exigencias básicas de justicia y
moral positivas —y que, precisaba Carrió, se dicen sustentados en la
«conciencia popular»65—. En ese sentido, considera los valores como los
criterios básicos para enjuiciar las acciones, ordenar la convivencia y
establecer sus fines; se trata de las opciones ético-sociales básicas que
deben presidir el orden político, jurídico, económico y cultural. Encuentra la
distinción entre los principios y los valores en el diferente grado de
concreción de ambos. Los valores no contienen especificaciones sobre los
supuestos en que deben ser aplicados, ni las consecuencias jurídicas que
deben seguirse en concreto: son ideas directivas generales del
ordenamiento que forman el contexto histórico-espiritual en la interpretación
de la Constitución&&&&&&66 .. . En cambio, los principios entrañan un mayor
grado de concreción y especificación que los valores respecto a las
situaciones que pueden ser aplicados y sus consecuencias, pero sin ser aún
normas analíticas. De tal modo, los valores tienden a concretarse en
principios, y éstos se incorporan en disposiciones específicas o casuísticas
en las que los supuestos de aplicación y las consecuencias se hallan
tipificadas en términos de mayor precisión. Mas tanto los valores como los
principios constitucionales no precisan estar desarrollados en normas
específicas para su aplicación, porque constituyen auténticas normas
constitucionales67 . Merece mencionarse que entre los valores jurídicos
citados por la doctrina se encuentran la justicia, la seguridad jurídica, el bien
común, la libertad, la igualdad, la paz social 68 , y también el Estado de
Derecho69 .
Tanto Prieto Sanchiz70 , como Parejo Alfonso71 han seguido, aunque con
algunas variantes, una misma dirección en relación a los valores y los
principios generales del Derecho. En nuestro país no puede dejar de
mencionarse la obra de Vigo sobre el tema72 , quien es nuestro principal
exponente en el teme, para quien los principios son la proyección al campo
del Derecho o el puente entre los valores y las reglas jurídicas, cuyo estudio
compete a los iusfilósofos73 . Los valores sirven entonces en el núcleo
básico ético-informador, orientador y legitimador ultimo del ordenamiento
jurídico, o, en otros términos tienen una función crítica y orientadora de la
producción jurídica; mientras que los principios funcionan como auténticas
fuentes del derecho a los que pueden recurrir de manera directa los juristas
al crear, interpretar o aplicar el Derecho74 .
Lo que es importante puntualizar que aun que en el lenguaje práctico es
posible equiparar los principios a los valores, con lo cual no desmerecería la
entidad de aquéllos, lo cierto es que cuando se habla del sustento de ellos
se habla de "valores" a partir de los cuales toman su razón. Y si se
observan las distintas sentencias de nuestra Corte Suprema se verá que de
su contenido se ext rae siempre la exi stencia de una referencia exp lícita o
implícita a valores superiores que dan razón al ordenamiento positivo, como
por ejemplo la justicia, la equidad, la solidaridad, etc.
Ahora bien, considero conveniente formular una breve precisión —q ue
espero algún día ampliar en otro trabajo—, Joseph Ratzinger, entonces
cardenal, hoy papa Benedicto XVI, en una pequeña obra, Verdad, valores,
poder. Piedras de toque de la sociedad pluralista 75 , incluyó un trabajo
titulado "El significado de los valores morales y religiosos en la sociedad
pluralista", donde señaló que los derechos humanos no están sujetos al
mandamiento del pluralismo y la tolerancia, sino que son el contenido de la
tolerancia y la libertad, y que un "núcleo de verdad, de verdad ética, es
irrenunciable para la democracia. En ese sentido, advirtió que hoy en día se
prefiere hablar de "valores" en vez de "verdad", para no entrar en conflicto
con la tolerancia y el relativismo democrático, precisando entonces que "los
valores derivan su inviolabilidad del hecho de ser verdaderos y
corresponder a exigencias verdaderas de la naturaleza humana" 76 . De ello
se sigue, según así lo aprecio, que los valores son tales en cuanto se
apoyan en aquello que es verdadero, o, en el marco de un régimen
democrático, donde se produce el discurso jurídico, puede ser tolerable o
admisible moralmente, en tanto no se afecte la vida y la dignidad de la
persona humana77 .
C. La posición jerárquica de los principios
Un punto preliminar a tener presente es que en nuestro derecho no se
configuró la discusión exi stente en la actualidad en el derecho
administrativo francés.
1. No resulta ocioso recordar la posición de los principios generales del
derecho en el derecho administrativo francés, donde llegó a conferírseles en
algunos casos superioridad a la misma ley formal, por ser la fuente no
escrita más importante "de la legalidad ", que constituyen la mejor
ilustración del rol creador del juez78 , llegando a constituirse en una suerte
de legalidad paralela a la cual el juez puede recurrir para someter a la
Administración a los principios esenciales del orden jurídico 79 .
Precisamente, como escribió Rivero, el juez administrativo trató de
presentarse como el "servidor de un cuerpo de reglas no escritas que no
deben su autoridad a los textos, pero que vinculan tanto como la ley su
actividad: esto es, los que él llama «principios generales del Derecho
público»"80 . (Es importante apuntar que así como se considera que fue el
caso "Blanco"81 , emanado del Tribunal de Conflictos el 8 de febrero de
1873, que "ha fundado el Derecho Administrativo" 82 , en la misma fecha
dicho Tribunal dictó el arrêt "Dugave et Bransiet" , donde hizo mención a los
principios generales del Derecho, declarando al efecto que las normas que
regían a la Administración debían ser interpretadas y aplicadas
"conciliandolas con los principios generales del Derecho "83 .)
No puede perderse de vista que el Consejo de Estado en el arrêt
"Syndicat des propriétaires de forêts de chênes-liège d'Algerie ", del 7 de
febrero de 1958, declaró que los principios generales del Derecho tienen
valor legislativo84 . Hasta que en algunos casos se les asignó una relevancia
superior a las mismas leyes85 , como ocurrió en el arrêt "Lamotte" , donde,
frente a una ley del 23 de mayo de 1943 que disponía que el otorgamiento
de una concesión no podía ser objeto de recurso administrativo o judicial
alguno, el Consejo opuso que el recurso ante él estaba abierto contra todo
acto de otorgamiento de una concesión para "asegurar conforme a los
principios generales del Derecho, el respeto de la legalidad"86 .
Pero Chapus puso en el terreno del debate la idea que los principios
generales del Derecho tienen valor "inf ralegislativo" y "supradecretal"87 , ello
es, inferior a la ley y superior a los actos del Ejecutivo. Esta posición se
muestra, con algunas variantes, uniforme en la doctrina y la jurisprudencia
del Consejo Constitucional. Lo que ocurre es que la cuestión depende si el
principio ha sido elevado al rango de un principio de valor constitucional, en
cuyo caso prevalece sobre la ley.
De su lado, el Consejo Constitucional, renuente a reconocer la
superioridad de los principios, trajo a este terreno los denominados
"principios de valor constitucional", sobre la base de los denominados
"principios fundamentales reconocidos por las leyes de la República", que
menciona el primer párrafo, última parte del preámbulo de la Constitución de
194688 . Esos principios, erigidos principalmente a partir de la década de
197089 , el Tribunal Constitucional los ha derivado de los textos escritos de
la Constitución de 1958, la Declaración del Hombre de 1789 y el preámbulo
de la Constitución de 1946, de modo que conforman los cuatro lo que se
denomina el "bloque de constitucionalidad"90 .
2. Volviendo al tema en nuestro derecho, no se observa una posición
negatoria de la superioridad que ostentan los principios generales del
derecho frente a la ley. Entre nuestros aut ores, Cassagne91 o Vigo92 , dan
enfáticamente prioridad a los principios sobre la ley formal Ciertamente, en
Argentina no es discutible que al igual de lo que ocurre en el derecho
francés, que los principios generales ostentan una superioridad evidente
frente a los reglamentos.
Ahora bien, en la doctrina argentina, no se puso en discusión la
superioridad de los principios frente a la ley, mas no tanto por la asunción
de una posición iusfilosófica, sino práctica. Creo que es precisamente en
este aspecto práctico donde se encaminó en la doctrina y en la
jurisprudencia la solución al conflicto. Veamos.
Hace unos años, hablando sobre los principios generales del derecho con
el profesor Aldo Travi, profesor ordinario de la Universidad Católica del
Sacro Cuore de Milán, me comentó que en el derecho administrativo italiano
el tema no merecía mayor trascendencia desde que ellos estaban
plasmados en el ordenamiento positivo (destaco que el profesor Travi tiene
un pensamiento profundamente católico).
Y esto lo relaciono con nuestro derecho (algo que en realidad se puede
trasmitir a todo el Derecho). La realidad, que supera cualquier ideología, es
la fuente primaria del ordenamiento jurídico positivo, puesto que a partir de
ella se ext raen las ins tituciones básicas que le dan razón. En esa realidad
la int eligencia humana aprehende los valores fundamentales que luego
permitirán estructurar la comunidad.
Es cierto que las ins tituciones que forjaron las distintas comunidades se
basan en las circunstancias donde ellas están ins taladas, y en las
tradiciones e historia del pueblo que la int egra. Pero, en definitiva, todas
esas convicciones parten de valores que surgidos en el seno de la
respectiva comunidad y que, cuando se ahonda en el fundamento de éstos,
se verá que hay una participación que es común a otros pueblos. Valga
como ejemplo lo que ocurre con el common law, y, en especial, la natural
law británica93 .
D. La jurisprudencia
En esa int eligencia, se observa que sin que haya sido
necesario exp licitar en un texto normativo, la jurisprudencia de nuestros
tribunales, en especial la Corte Suprema de Justicia de la Nación ext rajo de
los principios generales del derecho el sustento jurídico para declarar
la inv alidez de determinadas leyes. Digo "exp licitar", porque la Corte no
partió de una int erpretación textual del articulado de nuestra Constitución
para hacerlo, sino ext rayendo el sentido profundo de cada una de sus
palabras. Ello ya se ha visto precedentemente cuando se exp usieron
algunos casos jurisprudenciales donde ellos sirvieron para arribar a
soluciones justas y equitativas.
Fue la int erpretación jurídica el ins trumento que nuestra Corte Suprema
utilizó para remontarse a los principios generales del derecho, como, frente
a la exi stencia de normas legales que fueran contrarias a ellos, darles un
alcance tal que no repugnara a los valores en aquéllos ínsitos. Nuestra
Corte tiene sobre el particular una riquísima jurisprudencia sobre
la int erpretación del texto constitucional, partiendo desde el propio
preámbulo94 .
Así, entre la abundantísima jurisprudencia en materia de int erpretación, la
Corte tiene dicho que la determinación del alcance de las normas legales
constituye tarea específica judicial, que no requiere, en términos genéricos,
que se la practique en forma literal ni restrictiva 95 . Y esa interpretación no
puede partir, como lo dijo reiteradamente, de una visión estática de la
Constitución, sino dinámica96 , a punto tal de afirmar que el excesivo apego
al tradicionalismo jurídico ha sido catalogado como uno de los más serios
obstáculos al éxito de la promoción de la expansión económica y de la
justicia social97 .
En este contexto, para la Corte Suprema la int erpretación de la ley debe
practicarse computando la totalidad de sus preceptos, de manera que
armonicen con todas las normas del orden jurídico vigente y del modo que
mejor concuerden con los principios y garantías de la Constitución98 .
Ello conduce a que la int eligencia de las normas deba practicarse de
modo tal que se evite poner en pugna sus disposiciones, permitiendo
adoptar como verdadero el sentido que las concilie y deje a todas con valor
y efecto99 . Por ello ha dicho nuestro Alto Tribunal que la interpretación debe
ser armónica y conectada con las demás normas que integran el
ordenamiento jurídico100 , buscando una salida que lleve al resguardo del
bien común101 . Y si surgen dificultades interpretativas en la ponderación de
los intereses reconocidos como lícitos y que resulten contrapuestos, se
acordará preeminencia al que reviste carácter público102 .
Con esas pautas, llevan a una int erpretación dinámica de la Constitución,
la Corte, como nuestros tribunales, han ext raído de su texto el sentido
profundo de sus palabras. Y al buscar ese sentido profundo, afloraron los
valores y los principios. En cierto sentido, las palabras de la Constitución
son, precisamente, la afloración de los principios y los valores
que, exi stentes desde tiempos inm emoriales, se van adaptando y
conformando a la realidad sin por ello perder su esencia. Valgan como
ejemplo el derecho de defensa, el de los actos propios, el de razonabilidad,
el de protección de la confianza, etc.
Y es así que nuestros tribunales encontraron en el principio de
razonabilidad una forma de controlar y hasta inv alidar las leyes. Así, por
ejemplo, en una oportunidad sostuvo nuestro Alto Tribunal, haciendo suya la
doctrina del Procurador Fiscal ante la Corte que las grandes metas de la
política del Estado están fijadas en el Preámbulo de la Constitución. La
acción del poder político estatal para lograr esas metas no es revisable
judicialmente en cuanto decisión política. Pero como ésta, necesariamente,
debe ins trumentarse mediante normas jurídicas —ubi societas ibi ius—. Y
bajo este aspecto, prosiguió el Procurador en su dictamen, cabe la
valoración judicial de los medios empleados. Esto, concluyó con su criterio
el Procurador, no es otra cosa que constatar la validez del ins trumento
jurídico empleado para la consecución de lo que se considera un bien social
en un momento dado; y ese medio será admisible si no suprime ni hiere
sustancialmente otros bienes amparados por la misma estructura
constitucional103 .
Nuestros constituyentes fueron sabios al inc luir en nuestro texto supremo
dos artículos fundamentales, que dan sentido a esa posición de supremacía
de los principios. En primer lugar, el artículo 28, tomado del proyecto de
Juan Bautista Alberdi, dispone: "Los principios, garantías y derechos
reconocidos en los anteriores artículos, no podrán ser alterados por las
leyes que reglamenten su ejercicio." El artículo 33, de su lado, señala de
consuno el dinamismo de la int erpretación constitucional: "Las
declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitución, no serán
entendidos como negación de otros derechos y garantías no enumerados;
pero que nacen del principio de la soberanía del pueblo y de la forma
republicana de gobierno"104 . Ciertamente puede apreciarse que la idea que
campeó en las mentes de nuestros constituyentes fue ir más allá del imperio
exclusivo de la ley escrita y de la simple manifestación de la voluntad del
legislador para dar sustento a las leyes. Antes bien, el sustento de ellas no
sólo debía apoyarse en el texto escrito, sino en los principios que de allí
dimanan.
Como muestra de ello, basta citar la reiterada referencia hecha por
nuestra Corte a la seguridad jurídica o la principio in dubio pro actione , para
buscar el amparo de los derechos ind ividuales frente a los cambios
arbitrarios de los poderes públicos, y para asegurar el acceso oportuno y
eficaz a la justicia por parte de los administrados105 .
Otros dos ejemplos —y últimos, para no ext ender el trabajo— recientes
de la aplicación de los principios generales ext raídos de la jurisprudencia
de la Corte han sido los casos "Aquino" 106 , de 2004, e "Itzcovich"107 , de
2005. En el primero se declaró la inconstitucionalidad de la ley que había
fijado un tope indemnizatorio máximo de los infortunios laborales y allí la
Corte, a través de los distintos votos de sus ministros, invocó el
principio alterum non laedere , que los sustentó en el art. 19 de la
Constitución —q ue, en realidad, no lo contiene expresamente, pero sí
protege la vida, la salud y la privacidad de las personas—, que lo tomó
como principio general que habilitó la declaración de dicha
inconstitucionalidad. En el otro, basado en el criterio de razonabilidad,
juntamente con el criterio de la inconstitucionalidad sobreviniente, permitió
declarar la inconstitucionalidad de la norma legal que había instituido una
tercera instancia de apelación ordinaria ante la Corte en las cuestiones
previsionales.
CONCLUSIÓN
Los valores jurídicos encuentran su cauce a través de los principios y las
normas positivas. Pero si bien la norma positiva, especialmente la legal en
sentido formal, como presunta manifestación soberana del pueblo debe ser
obedecida, ello no quita que por su mera exi stencia los principios no hayan
tenido una posición relevante frente a ella. No he querido referirme en
especial a la prevalencia de los principios frente al reglamento, puesto que
tanto en nuestro derecho como en el comparado no ha sido cuestión de
mayor discusión; mas sí la situación que ocupan ante la ley formal,
emanada del Poder Legislativo.
Para dar un panorama respecto a nuestro ordenamiento, lo que se puede
observar en general que el juicio seguido por los jueces ha sido el de aplicar
criterios de razonabilidad (o proporcionalidad) entre los remedios elegidos
por el legislador en su confronte con los principios. De tal forma, en el cotejo
o ponderación se encontró el equilibrio necesario para que, de una parte, no
se quitara virtualidad a la ley, pero por otra, que los principios
fundamentales de nuestra sociedad, que la Constitución refleja, no sufrieran
menoscabo. Es decir, cuando no hubo otro remedio, se decretó
la inc onstitucionalidad de la ley, pero, en general, en aras de mantener su
vigencia, se prefirió dar a las palabras de la ley el sentido que armonizara
con los principios y los valores plasmados en la Constitución.
Creo que el manejo que se ha hecho es prudente, dando razón al
ordenamiento, ello es, como ins trumento jurídico para favorecer la
realización del bien común, a partir del texto constitucional. Se aprecia que
frente a posiciones bien firmes como las de Cassagne 108 o Vigo109 , quienes
derechamente dan prioridad a los principios sobre la ley formal 110 , la
jurisprudencia buscó el enlace de aquéllos con los que dimanan de la
Constitución111 . Ella sería, entonces, su punto de encuentro, al modo de los
"lugares comunes" a los que hace referencia Perelman 112 . Ciertamente,
aunque la Constitución recepta los valores y principios que dan sustento a
nuestra cultura — al modo de una suerte de "sentido común" del Derecho,
como propone Zagrebelsky113—, no los comprende a todos ellos, por lo que
no hay que "absolutizar" la Constitución, que no es todo el Derecho, porque
ella será siempre parcial114 .
En nuestro país, la Constitución Nacional, fue el punto de partida, a través
de una int erpretación dinámica, que ha permitido que el Derecho, entendido
como lo justo , pudiera, precisamente, encarnarse en el mundo jurídico,
encerrando en su seno aquellos principios y valores que los distintos
operadores jurídicos han ext raído a través de la ind agación de su lenguaje,
bien sea cuando ellos no se exp licitan los valores en el texto115 , evitando
así la estrechez de una interpretación textualista.
LOS PRINCIPIOS GENERALES DE DERECHO EN EL
DERECHO ADMINISTRATIVO. APLICACIÓN POR EL
LEGISLADOR, EL ADMINISTRADOR Y EL JUEZ
Augusto Durán Martínez
I.
1. Conforme a la mecánica de este foro, trataré el tema propuesto desde
la perspectiva del derecho administrativo uruguayo.
2. La referencia al derecho administrativo ind ica que mi preocupación se
centrará en esta disciplina jurídica y no en otras, como tampoco en la teoría
general del derecho, aun que muchos aspectos pueden ser aplicables a
otras ramas o provengan de la teoría general.
3. La referencia a mi país es a los efectos de circunscribir el tema al
derecho que rige actualmente en el Uruguay. Naturalmente que, por la
índole del tema, presenta muchos aspectos comunes a los de los demás
países, pero cuestiones de derecho positivo hacen que presente en todos
lados diferencias.
4. Lo exp uesto precedentemente no significa adoptar una postura
positivista, puesto que estimo que no todo el derecho que rige es positivo.
Por cierto que exi sten muchos tipos de positivismo y también de
iusnaturalismo. No corresponde ahora señalar las variantes exi stentes
entre cada una de las vertientes que aparecen dentro de cada una de esas
dos grandes corrientes doctrinarias. Lo que me int eresa a efectos de este
trabajo es destacar como rasgo esencial distintivo entre el iuspositivismo y
el iusnaturalismo el hecho de que el positivismo sólo admite como derecho
el creado o reconocido por el hombre, mientras que el iusnaturalismo
sostiene que no todo el derecho que rige en un lugar y en un momento dado
es creado o reconocido por el hombre2 .
Precisamente en el ámbito de los principios generales de derecho nos
encontramos ante un derecho que no es necesariamente creado o
reconocido por el hombre.
En consecuencia, cuando me refiero al derecho administrativo uruguayo,
comprendo al creado por el hombre, al no creado pero reconocido, y
también al no creado ni reconocido pero que igualmente rige en el Uruguay
en virtud de tener un determinado origen que luego se dirá.
5. Una muy prestigiosa doctrina sostiene que los principios generales del
derecho se ext raen del derecho positivo, es decir, del derecho creado o
reconocido por el hombre. Es el caso de Coviello 3 , y en nuestro país de
Cajarville Peluffo4 .
Cajarville Peluffo parece inc luir en este grupo a Real y a Jiménez de
Aréchaga.
La mención a Real en esta línea puede sorprender, pues es conocida su
vocación iusnaturalista. No obstante, de la lectura de su obra parecería
desprenderse que Real ext rae los principios del derecho positivo5 . Claro
que Real recibe con júbilo la recepción por parte del derecho positivo de
todos aquellos principios que derivan de la persona humana, contrariamente
a Kelsen, "firme partidario de un constitucionalismo escueto, circunscripto al
establecimiento de normas de competencia y de procedimiento", y de no
admitir la inclusión de principios sustantivos que predeterminen el contenido
material de la ley6 .
La mención a Jiménez de Aréchaga es efectuada por Cajarville Peluffo
con base en un pasaje de su obra magna en el que exp resa: "Los fines de
un sistema jurídico son los principios generales sobre los cuales ese
sistema jurídico se construye. Pero recordamos otra vez, con Carnelutti, que
los principios generales del derecho deben buscarse en el derecho positivo
mismo, y no en los sueños o en las doctrinas de los juristas"7 .
La cita de Jiménez de Aréchaga es correcta 8 . Pero, a continuación, en la
misma obra, Jiménez de Aréchaga expresa:
"Nuestra Constitución está construida con un sentido finalista, y para la
realización de una determinada concepción de la vida.
"¿Cuál es el fin, el fin de los fines, que persigue la Constitución? No lo
vamos a buscar ni en las proclamaciones de los periodistas, ni en los
discursos de los políticos, ni en los actos de los gobernantes. Lo vamos a
buscar en el texto escueto de las disposiciones constitucionales. Y poco
trabajo nos dará advertir que el fin de los fines hacia el cual está ordenada
nuestra Constitución, es el aseguramiento de la convivencia pacífica, bajo el
derecho, de todos los habitantes comprendidos en su territorio, asegurando
su libertad por laindependencia de la República, gobernada
democráticamente. Ese fin superior hacia el cual está ordenado todo
nuestro sistema constitucional resulta simplemente de la compaginación de
los arts. 1º, 2º y 72 de la Constitución.
"Si éste es el fin, ¿cuáles son las bases éticas y culturales sobre las
cuales se asienta toda esa estructura jurídica? Es fácil precisarlo a través de
los textos constitucionales.
"Debe decirse, en primer lugar, que la Constitución de la República recibe
y consagra una concepción de tipo iusnaturalista, y esto sólo basta para que
pueda rechazarse la aplicación de los métodos jurídico-formales a
suinterpretación.
"La Constitución declara que el hombre posee derechosinherentes a su
personalidad. Lo dice en su art. 63. Vale decir que, cualesquiera sean las
reservas que en la especulación puramente doctrinaria puedan merecer
algunas de las teorías del derecho natural, debe reconocerse que ellas
estánincorporadas al régimen de nuestra Constitución por textoexpreso. No
se puede decir que el hombre posee derechosinherentes a su personalidad,
sin admitir que, por encima del orden jurídico positivo,existe un orden
jurídico natural.
"Si esto es así, si los derechos esenciales soninherentes a la personalidad
del hombre, de ahí debemos derivar una reglainterpretativa fundamental
para la comprensión de toda la Sección II de nuestra Carta. Y es que esa
Sección II no es constitutiva de derechos sino meramente declarativa de
derechos; y que los derechosindividuales, para la Constitución de nuestro
país, no pueden serinterpretados como beneficios creados por la ley, sino
como calidadesinherentes a la personalidad del hombre, anteriores al
derecho, y sólo declarados por él"9.
Una lecturaintegral de este texto me hace dudar acerca de la filiación
positivista de Jiménez de Aréchaga; más bien parecería lo contrario. En
efecto, de esa lectura se derivaría que, en su opinión, los derechos
humanos rigen no por estar recogidos en la Constitución sino que son
recogidos en la Constitución por ser derechos humanos, con lo que se
desprendería que los principios generales de derecho relativos a los
derechos humanos son preexistentes al derecho positivo.
Por cierto que muchos principios generales de derecho seextraen del
derecho positivo; pero otros no. Aquellos principios que derivan de la
personalidad humana, en particular, de la dignidad humana, rigen sin
necesidad de su reconocimiento por el derecho positivo.
En esta posición vemos claramente a González Pérez10y a Cassagne11,
entre otros.
En nuestro medio, sin duda se debe inc luir en esta línea a Barbé Pérez y
a Guariglia. El primero, en cuanto exp resó: "...l os p.g.d. son fuente directa
y principal de nuestro derecho; que sería ontológicamente absurdo y
lógicamente contradictorio que siendo principios generales sólo se apliquen
si no hay texto, sino que los textos deben estar de acuerdo a los principios y
los principios de acuerdo a la naturaleza de las cosas" 12 . El segundo, en
tanto, escribió: "Resulta (...) un verdadero exceso, sostener que no
existiendo norma o principio en el ámbito del derecho, que no sea objeto de
creación por el Estado o la sociedad tales valores quedan marginados,
habida cuenta que ellos no emergen del derecho positivo"13 .
Participo plenamente de esta última opinión, y así me he pronunciado en
otras oportunidades14 .
6. De lo exp uesto se desprende que no todos los principios pueden tener
el mismo valor y fuerza. No es lo mismo un principio derivado de la
naturaleza de la persona humana que aquellos derivados del ordenamiento
jurídico positivo. Y en este último caso, al estar éste compuesto por reglas
jurídicas de diverso valor y fuerza, cabe afirmar que esos principios no
pueden tener el mismo valor y fuerza si son ext raídos de normas de diverso
valor y fuerza.
7. Aclaro que, siguiendo a Frugone Schiavone, tomo el término valor en el
sentido de fuerza pasiva o de resistencia y el de fuerza en el sentido de
fuerza activa o de inn ovación o derogatoria. La fuerza activa refiere a la
potencialidad de inn ovar en el orden jurídico preexistente venciendo toda
resistencia opuesta por cualquier otra manifestación de voluntad del Estado,
de grado semejante o inf erior, con ella contrastante; y fuerza pasiva es la
capacidad de resistencia que el acto jurídico tiene en el sentido de que no
puede ser derogado, abrogado o desaplicado si no es por un acto de fuerza
igual o superior15 .
Cajarville Peluffo adh iere a estos conceptos y los complementa
subrayando la íntima vinculación exi stente entre la eficacia formal y la
ubicación jerárquica de las normas. En tal sentido ind ica: "La eficacia formal
depende de la ubicación en la escala jerárquica: cada norma debe
acatamiento a las superiores, a las que no puede derogar y no debe
acatamiento a las iguales o inf eriores, que sí puede derogar. Pero
recíprocamente responde a la eficacia formal: cada norma se coloca por
debajo de las que no puede derogar, en el escalón más alto de las
ocupadas por aquellas que sí puede derogar"16 .
8. Conforme a lo exp uesto, el valor y fuerza de los principios varía según
su origen. Si derivan de una norma de derecho positivo tendrán el valor y
fuerza de la norma de la cual son ext raídos; si derivan de la persona
humana, tendrán valor y fuerza preeminente en el ordenamiento jurídico.
Claro que a menudo el derecho positivo recoge principios preexistentes al
propio derecho. Y, en este caso, como decía González Pérez, "cuando un
principio se positiviza, no pierde su carácter principal, no se produce una
transformación de esencia normativa que transforma un principio general en
parte de la Constitución o ley: seguirá siendo un principio general del
derecho y también norma jurídica de aplicación inm ediata y no sólo en
defecto de ley o de costumbre"17 .
Cajarville Peluffo también advertía acerca de la posibilidad de que normas
jurídicas inf ravalentes recojan principios derivados de otras normas de
superior valor y fuerza18 .
En todos estos casos, el principio tendrá el valor y fuerza no de la norma
positiva inf ravalente que lo recoge, sino de la que efectivamente deriva. Y si
no deriva de ninguna norma, sino de la persona humana, tendrá máximo
valor y fuerza. Por ejemplo, el art. 5 º del dec. 500/991, de 27/9/1991,
recoge el principio del debido procedimiento en el procedimiento
administrativo. Pero es claro que no tiene este principio valor y fuerza de
reglamento, pese a que el citado decreto es un reglamento. Para algunos,
ese principio tiene valor y fuerza de Constitución, porque está en la
Constitución (arts. 6 6 y 72); en mi opinión tiene un valor y fuerza
supraconstitucional, porque deriva de la naturaleza humana.
II.
1. Los principios generales son atributos esenciales de las cosas, de ahí
que se diga que derivan de la naturaleza de las cosas.
Si esa cosa es la persona humana, los principios tendrán una determinada
dimensión; si esa cosa es algo creado por el hombre, tendrán una
dimensión inf erior, porque nada de lo creado por el hombre es superior a sí
mismo. La fuerza de creación del hombre no es comparable con la de quien
lo creó.
2. Pacíficamente se admite que los principios son la causa y base del
ordenamiento jurídico, y por eso lo inf orman y orientan19 en procura del
cumplimiento de su fin.
De ahí se ext rae que son reglas de conducta destinadas a regular la vida
del hombre en sociedad. Son, pues, reglas jurídicas.
3. Nuestro derecho positivo reconoció esta realidad al definir la regla de
derecho mencionada en el art. 3 09 de la Constitución.
En efecto, el literal a) d el art. 2 3 del dec.-ley 1 5.524, de 9/1/1984,
recogiendo una definición ya tradicional entre nosotros proveniente del art.
3 45 de la ley 1 3.318, de 28/12/1964, consideró regla de derecho a "todo
principio de derecho o norma constitucional, legislativa, reglamentaria o
contractual".
A los ojos de nuestro legislador, pues, las reglas de derecho pueden ser
principios o normas. O sea, el ordenamiento jurídico está conformado no
sólo por normas, sino también por principios.
4. Nuestra ley reparó en la diferencia exi stente entre normas y principios,
de ahí la redacción empleada. Bien decía Cassagne: "Mientras que las
normas responden a una cierta estructura lógica, donde tanto la preposición
jurídica constituida sobre el supuesto de hecho que ella determina como la
consecuencia se encuentran formuladas ‘con similar propósito de precisión',
los principios aparecen con un margen de ind eterminación y abstracción
que les lleva a requerir siempre de un acto posterior que les precise una
formulación más detallada, ya sea en su inc orporación al derecho positivo o
a falta de éste, en su aplicación al caso concreto"20 .
5. Esa ind eterminación hace que los principios constituyan "la parte
permanente y eterna del derecho y también la cambiante y mudable que
determina la evolución jurídica"21 . Esto último, sobre todo, en épocas de la
"sociedad abierta de los intérpretes de la Constitución", como gusta decir
Häberle22 . Es que una de las características del constitucionalismo actual,
también llamado neoconstitucionalismo23 , es la incorporación al texto
constitucional de principios generales de derecho basados en la dignidad
humana24 .
Esa ind eterminación también inc ide en la técnica de int erpretación. En
efecto, según algunos aut ores, para la int erpretación de las normas debe
acudirse a una operación llamada subsunción, mientras que en el caso de
los principios procede la ponderación.25
Sin embargo, hay aut ores como Moreso que sostienen que no se puede
prescindir de la subsunción: "...l a ponderación es sólo un paso
conceptualmente previo que hace posible la ine vitable subsunción"26 . Y al
referirse a la actividad del juez constitucional indicó: "...idealmente el juez
constitucional que aplica principios constitucionales opera con un conjunto
delimitado de propiedades relevantes que permiten correlacionar de manera
unívoca determinados casos genéricos con sus soluciones normativas. La
ponderación consiste en la articulación de ese conjunto de propiedades
relevantes, en la explicitación de las condiciones de aplicación que
previamente eran sólo implícitas. Una vez realizada esta tarea, la aplicación
de los principios consiste en la subsunción de casos individuales en casos
genéricos. Si la aplicación del derecho consiste en resolver casos
individuales mediante la aplicación de pautas generales, entonces por
razones conceptuales no hay aplicación del derecho sin subsunción"27 .
Creo que la subsunción está siempre en toda actividad de int erpretación,
pero también lo está la ponderación. Es que la dialéctica está en el corazón
del método del jurista28 . No podemos olvidar, por otro lado, que en cada
caso nunca estamos sólo ante normas; en la mayoría de los casos estamos
ante normas y principios y, a veces, sólo ante principios. Cuando
predominan las normas, y en ese caso los principios están recogidos en las
normas, predominará la subsunción; cuando predominan los principios por
insuficiencia de las normas, predominará la ponderación.
6. Todos los operadores jurídicos, al aplicar los principios generales de
derecho, deben tener en cuenta su valor y fuerza; y para su int erpretación,
previo a la aplicación, deben poner especial atención en la técnica de la
ponderación.
7. Como nuestra Constitución, como la mayoría de las constituciones
contemporáneas del mundo occidental, recoge exp resamente un catálogo
de derechos humanos, efectúa un reconocimiento genérico de aquellos
derechos, deberes y garantías que derivan de la naturaleza
humana aun que no estén exp resamente mencionados en la Carta29 e
invoca expresamente a los principios generales de derecho 30 , centraré la
cuestión de la aplicación de los principios especialmente en su aplicación
por parte del legislador, del administrador y del juez que es, por otra parte,
lo que se me ha solicitado.
Pero si he sostenido que algunos principios son supraconstitucionales, no
puedo evitar realizar algunas consideraciones con relación a la aplicación
de esos principios por parte del constituyente.
III.
1. Consideraré en primer término la aplicación de los principios generales
por parte del legislador.
2. En principio, ninguna dificultad se plantea con los principios que derivan
de un acto reglamentario, pues, al tener valor y fuerza de reglamento, se
encuentran subordinados a la ley.
En consecuencia, si la ley es posterior al principio, lo puede desconocer
en virtud de su fuerza activa, y si es anterior no puede ser derogada en
virtud de su fuerza pasiva o de resistencia.
Lo exp uesto admite una solución distinta en los casos del ámbito de
reserva del reglamento.
En ese caso, el legislador carece de competencia para regular el punto.
Por tanto, no podría derogar un principio derivado de un reglamento en
materia vedada a la ley y si el principio es de aparición posterior a la ley, en
principio podría desplazarla.
Pero esta respuesta puede variar en función del derecho positivo. En
efecto, véase que si exi ste reserva de reglamento, ello surge de la
Constitución; por ende, una ley que desconozca la reserva reglamentaria
viola la Constitución.
Por consiguiente, la solución del punto dependerá de cómo está tratada
en la Constitución la cuestión del control de constitucionalidad de las leyes.
Nuestro país adoptó un sistema concentrado de control jurisdiccional de
constitucionalidad de las leyes. La Constitución, por su art. 2 57, confirió a la
Suprema Corte de Justicia "el conocimiento y la resolución originaria
y exc lusiva en la materia". Por tanto, sólo la Suprema Corte de Justicia
puede declarar inc onstitucional una ley, y sólo ella puede, según opinión
mayoritaria31 , desaplicar una ley en razón de su inconstitucionalidad.
En consecuencia, en esos casos, y conforme a la doctrina mayoritaria, la
desaplicación de la ley inc ompatible con ese principio derivado de un
reglamento dictado en el ámbito de la reserva reglamentaria sólo puede
disponerse por la Suprema Corte de Justicia al declarar inc onstitucional la
ley.
3. Si el principio tiene valor y fuerza de ley, por derivar de un acto
legislativo, una ley posterior, en virtud de su fuerza activa o de inn ovación
puede derogarlo o, sin derogarlo, apartarse de él para, sin desconocer el
principio de igualdad, efectuar alguna exc epción.
Si el principio es de aparición posterior a la ley, según Cajarville Peluffo,
no la deroga, y ésta permanecerá como norma de exc epción32 .
Esta afirmación es compartible en principio. Pero hay casos en que es
imposible la conciliación aun como norma de exc epción. En tal hipótesis,
procede admitir la derogación de la ley por un principio derivado de otro acto
legislativo posterior.
Cajarville Peluffo rechaza esta posibilidad diciendo: "La imposibilidad de
conciliación sólo ocurrirá cuando la solución legal exp resa anterior
estuviera consagrada como regla general; pero en tal caso, simplemente el
principio contrario no sería admisible en nuestro derecho positivo, porque
los comprendidos en el art. 3 32 sólo se aplican en los casos previstos a
falta de reglamentación, y los que caen residualmente en el art. 1 6 del
Código Civil también rigen en subsidio de la ley"33 .
Mi discrepancia radica en que si estamos hablando de un principio
derivado de una ley posterior que plantea una inc onciabilidad radical, la
nueva ley priva de sentido a la anterior. Y si estamos hablando de
la inc onciabilidad del principio, es porque no hay ley; de lo contrario,
estaríamos hablando de la derogación de esa ley por otra.
De manera que la posibilidad de derogación de una ley por un principio
posterior no admite una respuesta única, sino que dependerá de cada caso.
Claro que esto, si bien es un problema de aplicación de un principio o de
una ley, no es problema para el legislador, sino para el administrador o para
el juez.
4. Procederé ahora a analizar la situación del legislador ante principios
generales de derecho de valor y fuerza constitucional.
Según la vertiente positivista, ellos son los que se derivan de la
Constitución, sea por haberlos consagrado o reconocido exp resa o
implícitamente. Todos ellos, para esta corriente, tendrían valor y fuerza de
Constitución.
No participo exa ctamente de esta posición. Coincido en cuanto a que
aquellos principios consagrados exp resa o implícitamente por la
Constitución tienen valor y fuerza de Constitución, pero no aquellos que
derivan de la personalidad humana, porque éstos son solamente
reconocidos. Estos últimos son supraconstitucionales.
Por ejemplo, el art. 7 2 de la Constitución refiere a dos tipos de principios:
unos que derivan de la personalidad humana y otros de la forma
republicana de gobierno.
Como la forma republicana de gobierno está impuesta por la Constitución,
los principios que derivan de ella tienen valor y fuerza de Constitución. Pero
como la persona humana no es creada por la Constitución, sino que es
anterior a ella, la cosa es al revés; la Constitución es obra de la persona
humana, por lo que los principios inh erentes a la personalidad humana son
supraconstitucionales.
Lo que ocurre es que, al estar estos principios reconocidos por la
Constitución, en caso de su desconocimiento por parte del legislador, debe
acudirse al mismo ins tituto de protección previsto para la defensa de la
Constitución contra la ley, o sea, a la declaración de inc onstitucionalidad de
la ley ante la Suprema Corte de Justicia34 .
Lo exp uesto hace que con relación al legislador la distinción que acabo
de efectuar respecto del origen de los principios, si derivan de la
Constitución o de la persona humana, pierde relevancia en nuestro país.
En efecto, todos ellos se imponen de la misma manera al legislador.
Véase que en tiempos de neoconstitucionalismo, no se discute el valor
normativo de la Constitución y su fuerza vinculante no sólo con relación a
los órganos estatales, sino respecto de toda la sociedad35 .
Eso hace que toda int erpretación de una norma inf ravalente deba
efectuarse conforme a la Constitución, o desde la Constitución, según la
distinta terminología empleada en doctrina36 .
Esos principios, pues, al tener valor y fuerza de Constitución, hacen que
ante dos int erpretaciones posibles, una contraria al principio y otra en la
línea del principio, deba optarse por la int erpretación que más se adecue al
principio.
Por cierto que si no es posible encontrar una int erpretación conforme al
principio, la ley adolece de un vicio que afecta su juridicidad y es pasible de
la declaración de inc onstitucionalidad por parte de la Suprema Corte de
Justicia.
Estos principios, pues, tienen una fuerza pasiva o de resistencia que
impide que sean derogados por las leyes.
Esa int erpretación conforme a la Constitución hace que esos principios
también orienten al legislador a legislar, para hacer efectivo el principio
cuando se requiera la legislación respectiva.
Pero, ¿qué ocurre en caso de un principio de aparición posterior a la ley
que resulte inc ompatible con ella?
En este caso hay que distinguir dos situaciones: si el principio surge como
consecuencia de un cambio constitucional o si aparece simplemente por
una evolución del conocimiento humano, pero dentro del mismo marco
constitucional.
En el primer caso, por la mayor fuerza activa del principio, la ley queda
derogada.
En el segundo caso, como el principio no es posterior sino que preexistía
a la ley lo que ocurre es que no se lo conocía, corresponde la declaración
de inc onstitucionalidad por parte de la Suprema Corte de Justicia.
IV.
1. También el administrador debe aplicar principios generales de derecho.
Pero su situación es más compleja porque se inc rementa el número de las
categorías de principios según su valor y fuerza. En efecto, mientras que el
legislador tiene por sobre sí principios supraconstitucionales y principios de
valor y fuerza de Constitución, el administrador, además de los ind icados,
tiene por sobre sí principios de valor y fuerza de ley y algunos principios de
valor y fuerza de reglamento. Véase que no todos los reglamentos tienen el
mismo valor y fuerza; su valor y fuerza depende de la posición ins titucional
del órgano del cual emana el reglamento. Por tanto, los principios derivados
de reglamentos dictados por órganos de máxima jerarquía tienen mayor
valor y fuerza que los ext raídos de los dictados por órganos inf eriores.
2. De manera general, podemos decir que el administrador no puede
desconocer principios de superior valor y fuerza, ya sea
supraconstitucionales o de valor y fuerza de Constitución, de ley, o de
reglamento de superior valor y fuerza, y ello por emanar de un órgano de
superior posicióninstitucional que el que debe aplicar el principio. El valor de
esos principios impide su derogación por el administrador, en el ejemplo
dado.
Pero sí puede el administrador desconocer principios reglamentarios
derivados de reglamentos dictados por órganos de inf erior jerarquía en la
medida en que actúe en el ámbito de su competencia.
Si se trata de un principio derivado de un reglamento dictado por el mismo
órgano aplicador, la situación varía según ejerza potestad reglamentaria o
se trate de dictar un acto subjetivo.
Si se trata de dictar un nuevo reglamento, por el hecho de tener este
reglamento el mismo valor y fuerza que el principio, el administrador puede
perfectamente derogarlo o establecer una exc epción. En cambio, si se trata
de dictar un acto subjetivo, el administrador no puede desconocer el
principio en virtud del principio de ind erogabilidad singular del acto regla.
Si el principio es posterior al reglamento, si es de mayor valor y fuerza, el
reglamento será derogado. Si es de igual valor y fuerza, la solución variará
según los casos en función de que pueda subsistir como norma
de exc epción o de que la oposición sea tan radical que no pueda admitirse
su vigencia ni siquiera como norma de exc epción.
3. Lo exp uesto precedentemente configura los casos más simples. La
realidad es más compleja, pues a medida que descendemos en la escala
jerárquica, es más fácil encontrar más contradicciones entre normas y
principios de diverso valor y fuerza.
Si el administrador se encuentra ante un conflicto entre una ley y un
principio de superior jerarquía, conforme a la doctrina mayoritaria según se
ha visto en virtud del sistema concentrado impuesto por nuestra
Constitución para el control jurisdiccional de constitucionalidad de las leyes,
debe aplicar la ley hasta que sea declarada inc onstitucional por la Suprema
Corte de Justicia, y aun así se debe tener en cuenta que los efectos de la
sentencia no son erga omnes sino para el caso concreto37 .
Pero si el conflicto es entre un reglamento cualquiera sea la jerarquía del
mismo y un principio de mayor valor y fuerza cualquiera sea la jerarquía del
principio, el problema no se plantea en los mismos términos que cuando el
conflicto es con la ley, porque no exi ste ningún sistema concentrado para
juzgar la legitimidad de un reglamento y para proceder a su desaplicación
en caso de que no sea arreglado a derecho.
En tal hipótesis, por cierto que la Administración debe derogar el
reglamento ilegítimo; pero en tanto no lo haga, debe desaplicarlo para el
caso concreto y aplicar la regla en este caso, el principio de mayor valor y
fuerza38 . Por cierto que esa desaplicación debe hacerla en todos los casos.
Un ordenamiento jurídico jerarquizado int egrado por reglas de derecho de
diverso valor y fuerza impone esta solución39 .
Más acá en el tiempo, Cajarville Peluffo sostuvo esta posición inv ocando
con todo acierto el principio de int erpretación conforme de la
Constitución40 .
La práctica administrativa lentamente parece ir comprendiendo que debe
ajustar su accionar al derecho, y se inc rementan los casos de desaplicación
del reglamento ilegítimo y de aplicación de la regla norma o principio de
mayor valor y fuerza41 .
El Tribunal de lo Contencioso Administrativo ha anulado actos
administrativos de ejecución de reglamentos ilegítimos, por entender que el
administrador no sujeto a jerarquía tiene el deber de desaplicar el
reglamento en razón de su ilegitimidad (Trib. Cont. A dm., sentencia 548,
del 4/9/1991, recaída en los aut os: "Caja Rural de Colonia Suiza-Sindicato
Rural Ozark con Administración Nacional de Combustibles, Alcohol y
Portland, acción de nulidad", ficha nro. 1 549/1988)42 . Por lo menos en esos
casos esa jurisprudencia se acerca a nuestro pensamiento43 .
Lamentablemente, recientemente esa jurisprudencia ha inv olucionado. En
efecto, en la sentencia 755/2007 de 19/12/2007, recaída en los aut os:
"Camps, Lylian v. Estado-Ministerio de Relaciones Exteriores s/a cción de
nulidad", ficha nro. 6 28/2005, inv ocando una cita del Tratado de derecho
administrativo de Sayagués Laso, se sostuvo que la Administración carece
de potestades para desaplicar un reglamento del Poder Ejecutivo.
Al respecto cabe decir que el acto impugnado había sido dictado por el
Poder Ejecutivo, es decir, por el mismo aut or del reglamento. Por tanto,
la aut oridad administrativa actuante no estaba sometida a la jerarquía del
órgano que dictó el reglamento, era el mismo órgano. El caso encuadraba,
pues, en la hipótesis de la jurisprudencia anterior.
La otra acotación que cabe hacer a esta sentencia, además de todas las
de índole general que se desprenden de lo dicho hasta ahora, es que el
pensamiento de Sayagués Laso no es el inv ocado por el Tribunal.
Es cierto que Sayagués Laso exp resó: "Aunque el reglamento es acto de
administración, en sentido formal, materialmente es un acto regla, un acto
legislativo, pues crea normas generales, que se imponen inc luso a la propia
Administración. En consecuencia, ésta debe ajustar sus decisiones en los
casos concretos a lo establecido en los reglamentos vigentes, pues de lo
contrario inc urriría en ilegalidad y los actos serían inv álidos. Claro que la
Administración puede revocar o modificar el reglamento y entonces recobra
libertad para decidir dentro de los límites legales"44 .
Lo exp resado por el maestro en términos generales es correcto.
Sayagués Laso, al hacer esta afirmación, parte de la base de que el
reglamento es legítimo. En ese sentido, Sayagués Laso concluye, y
concluye bien, que mientras el reglamento esté vigente debe cumplirse y no
puede desaplicarse en casos ind ividuales.
Pero más adelante, en la misma obra, se plantea la hipótesis del
reglamento ilegítimo, que es precisamente la planteada en la sentencia. En
esa oportunidad, y luego de analizar la divergencia planteada entre la
Constitución y la ley, el maestro exp resó: "En caso de conflicto entre un
reglamento y una ley la solución es más simple. En este caso lo correcto es
reformar aquél para ajustarlo a ésta, pero si tal cosa no se hubiera hecho,
admítase que el acto es válido si está conforme a la ley, aun que resulte
violatorio del reglamento, pues en el conflicto prima la norma de más
jerarquía (supra , nro. 7 2, b)"45 .
Esa remisión que Sayagués Laso efectúa a su propio Tratado permite
conocer aún mejor su pensamiento. En efecto, allí él exp resa: "El
reglamento es un acto administrativo y por lo tanto se desenvuelve bajo las
normas de jerarquía superior: Constitución y ley. De ahí que toda violación
de éstas o de los principios que las inf orman inv aliden el reglamento y los
jueces puedan declarar la ilicitud, anulando el reglamento o descartando su
aplicación en los casos concretos según proceda. De igual modo, frente a
un reglamento en pugna con la ley, la Administración debe aplicar ésta y no
aquél, sin perjuicio de proceder luego a la reforma del reglamento para
ajustarlo al texto legal"46 .
De lo exp uesto se percibe claramente que la opinión de Sayagués Laso
es exa ctamente la contraria a la que le atribuye el Tribunal de lo
Contencioso Administrativo en la sentencia ind icada.
3. Si el principio es posterior al reglamento y es de aquellos de igual o
mayor valor y fuerza, deroga al reglamento, a menos que según sea el caso
pueda subsistir como norma de exc epción.
V.
1. El juez es un operador subordinado del derecho y como tal debe aplicar
principios. Pero es un operador muy especial, porque es el supremo
guardián del derecho.
2. Como lo demostró en forma inc onclusa Marshall, en el célebre fallo de
la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos de América en el caso
"Marbury v. Madison", pronunciado hace más de dos siglos, es de esencia
de la función jurisdiccional determinar cuál es la regla de derecho aplicable
en la especie. Y si hay un conflicto entre dos normas opuestas de diversa
jerarquía, el juez debe aplicar la de mayor valor y fuerza47 .
3. Lo exp resado precedentemente está dicho en términos generales,
puesto que el derecho positivo puede prever soluciones especiales. Es lo
que ocurre en nuestro país, al establecerse un sistema concentrado de
control jurisdiccional de constitucionalidad de las leyes.
En virtud de este sistema, cualquier juez, si para resolver un caso se
encuentra ante una ley que viola un principio de mayor valor y fuerza, no
puede desaplicar la ley sino que debe, de oficio, plantear
la inc onstitucionalidad ante la Suprema Corte de Justicia y estar a lo que
ésta resuelva. También esa remisión a la Corte se efectúa si cualquiera de
las partes plantea la inc onstitucionalidad por vía de exc epción (art. 2 58 de
la Constitución).
Si el principio es de inf erior jerarquía, no tiene fuerza activa para derogar
la ley, el juez aplica la ley sin necesidad de acudir a la Suprema Corte de
Justicia. Lo mismo ocurre si el principio tiene jerarquía legal, porque la
nueva ley lo deroga.
Si el principio es posterior, es preciso distinguir si el principio es de valor y
fuerza inf erior, o del mismo o superior valor y fuerza que la ley.
Si el principio es de inf erior valor y fuerza, no tiene fuerza activa para
derogar la ley, por lo que el juez debe aplicar la ley.
Si el principio posterior es del mismo valor y fuerza que la ley, la cuestión
dependerá de cada caso. La ley se derogará o no en función de si puede
subsistir o no como norma de exc epción. Si ese principio es de valor y
fuerza superior, la ley quedará derogada y se aplicará el principio.
4. Si el conflicto se produce entre un reglamento y un principio, el
problema no se plantea en los mismos términos porque: a) n o exi ste un
sistema concentrado como, según se ha visto, exi ste en materia de control
de constitucionalidad de las leyes; b) s ólo el Tribunal de lo Contencioso
Administrativo puede anular en vía jurisdiccional un acto administrativo (art.
3 09 de la Constitución), una de cuyas especies es el reglamento.
En virtud de lo exp uesto, cualquier juez del Poder Judicial, al entender en
una causa, si se encuentra ante un conflicto que plantea un reglamento que
desconoce un principio de valor y fuerza superior anterior no puede anular
el reglamento, pero sí debe descartar su aplicación y aplicar el principio.
Si el principio es de la misma o inf erior jerarquía, el juez aplicará el
reglamento.
Si el principio es posterior y de igual jerarquía, derogará el reglamento, si
es que éste no puede subsistir como norma de exc epción. También se
produce esa derogación si el principio es de superior valor y fuerza. Si el
principio es posterior y de inf erior jerarquía, no tiene fuerza activa para
derogar el reglamento, por lo que se aplica el reglamento.
Si el juez de la causa es el Tribunal de lo Contencioso Administrativo y el
acto impugnado es un reglamento que viola un principio de superior valor y
fuerza, el Tribunal deberá anularlo. Si el acto impugnado no es un
reglamento sino un acto subjetivo de ejecución de ese reglamento, con base
en la ilegitimidad del reglamento por el hecho de desconocer un principio, el
Tribunal no podrá anular el reglamento pero sí desaplicarlo y anular el acto
de ejecución impugnado en resguardo del principio (art. 2 5, dec.-ley
1 5.524, de 9/1/1984).
VI.
1. Plantearé por último la cuestión de los principios que derivan de la
personalidad humana.
2. En la mayoría de las constituciones modernas dichos principios
están exp resa o implícitamente recogidos.
En ese caso, para el legislador, el administrador y el juez es como si
fueran principios constitucionales.
Pero la cosa cambia si no lo están.
3. Por otro lado, se debe tener en cuenta que si los principios que derivan
de la persona humana, reconocidos por la Constitución, tienen valor y
fuerza de Constitución en virtud de ese reconocimiento, pueden ser
derogados por una Constitución posterior, porque ese acto constitucional
tiene el mismo valor y fuerza.
4. No parece admisible esa posición.
"La dignidad humana es int angible", dice el art. 1 .1. de la Ley
Fundamental de Bonn, y ésta es una de las características del Estado
Constitucional Democrático48 .
Pero como lúcidamente observó González Pérez, "esta dignidad del
hombre es int angible, no porque así lo haya decidido una
Asamblea int ernacional, un dictador o un Parlamento, sino porque así lo
prescribe la ley eterna. Es int angible porque emanada directamente de Dios
nada ni nadie se la podrá arrebatar"49 .
Esa dignidad emana de Dios por haber hecho al hombre de determinada
naturaleza, a imagen suya. De ahí se ext rae que el ser humano tiene una
dimensión superior a los otros seres creados. De ahí que los principios que
derivan de la dignidad de la persona humana tengan el máximo valor y
fuerza y no puedan ser desconocidos ni por el propio hombre, ni siquiera a
través del poder constituyente.
A esto precisamente refería Bidart Campos cuando hablaba de la
superación, en un Estado democrático, de la aut orreferencia decisionista y
su reemplazo por un mínimo objetivismo suprapositivo50 .
5. Al ser estos principios de máximo valor y fuerza, tienen una fuerza
pasiva o de resistencia tal que no pueden ser derogados por otras normas,
ni siquiera por una Constitución.
En consecuencia, la norma constitucional que desconozca uno de estos
principios debe ser desaplicada por el operador jurídico que corresponda
para aplicar el principio de mayor valor y fuerza. Ésta es la solución que
procede, pues no hay al respecto un sistema concentrado previsto a los
efectos de la tutela de estos principios ante una norma constitucional.
Ningún órgano podría en este caso anular el acto constitucional dictado en
relación con uno de estos principios derivados de la dignidad de la persona
humana. Pero cualquier operador del derecho puede desaplicar la norma
constitucional, por esa razón ilegítima, para aplicar el principio de superior
valor y fuerza.
6. De lo exp uesto se deduce que ha sido un gran avance
la int erpretación conforme a la Constitución o desde la Constitución
impuesto por el neoconstitucionalismo, en la medida en que las modernas
constituciones de los países del mundo occidental reciben en sus textos los
derechos humanos y se basan en la dignidad de la persona.
Pero, en puridad, deberíamos hablar de una int erpretación de todas las
reglas de derecho que conforman el ordenamiento jurídico desde la
dignidad de la persona humana .
I.
La jurisprudencia del Tribunal Supremo, que ha comenzado últimamente a
declarar con cierta normalidad una responsabilidad patrimonial como
consecuencia de leyes formales, ha creído encontrar en el principio de
protección de la confianza legítima (que la jurisprudencia comenzó
acogiendo por inf lujo del Tribunal de Justicia de las Comunidades
Europeas) un fundamento exp lícito para justificar dicha ext ensión de la
responsabilidad3 . También el sector de la doctrina que celebra y alienta esa
jurisprudencia ha puesto en primer término dicho principio, que, como es
sabido, el propio legislador terminó proclamando al reformar la Ley de
Régimen Jurídico y de Procedimiento Administrativo Común en 1999 4 ;
según esa doctrina, el principio habría venido a respaldar definitivamente la
responsabilidad patrimonial del legislador5 .
No parece necesario hacer en este momento una exp osición detenida del
principio de protección de la confianza legítima. Bástenos ahora decir que
es un principio procedente del Derecho alemán, en cuya jurisprudencia
ordinaria y constitucional se formó, y de donde pasó a la jurisprudencia del
Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, aun que con nuevas
matizaciones, y de aquí, con una notable precocidad, además de con una
resolución sorprendente, a la jurisprudencia de nuestro Tribunal Supremo,
que inm ediatamente pasó a aplicarlo a la justificación de la responsabilidad
patrimonial del legislador.
II.
Lo primero que debe de analizarse en nuestro Derecho es si dicho
principio de protección de la confianza legítima tiene efectivo rango
constitucional, pues si no lo tuviera no podría reprocharse al legislador,
como se comprende, que lo ignore o lo inf rinja, erigiéndose en título de
una inc onstitucionalidad y, correlativamente, de una
pretensión ind emnizatoria. No cabe, en efecto, una responsabilidad
patrimonial del Estado sin que la actividad que se reproche a éste pueda
tildarse de antijurídica (lo que, por lo demás, dispone exp resamente a
propósito de la eventual responsabilidad "por la aplicación de actos
legislativos" el poco feliz art. 1 39, inc. 3 º, Ley de Régimen Jurídico y
Procedimiento Administrativo Común, cuando dice que ha de tratarse de
una lesión que los particulares "no tengan el deber jurídico de soportar",
concepto que sólo puede exp licarse en términos de antijuridicidad del acto
legislativo)6 .
No ignoramos que en el Derecho alemán, origen inm ediato de
la ins titución de la protección de la confianza, de donde pasó al Derecho
Comunitario, el principio tiene, en efecto, rango constitucional, derivado del
principio de seguridad jurídica7 . Pero el ámbito específico del principio en
su alcance constitucional opera en Alemania, y no sin una calificada y fuerte
oposición, por cierto, como podremos ver, exclusivamente respecto del
tema de los límites de la retroactividad normativa, que en la Constitución
española tiene una mención especial, aparte del de seguridad jurídica, en el
art. 9º, inc. 3º.
Ateniéndonos a nuestro ordenamiento constitucional,aunque se ha
sostenido que en el principio de protección de la confianza debe verse una
matización o concreción del principio de seguridad jurídica, en efecto
proclamado específicamente por el art. 9º,inc. 3º, CN, resulta difícil
pretender establecer una correlación absoluta entre ambos principios. La
seguridad jurídica es un postulado con una muy amplia proyección, entre la
cual puede entenderse sin dificultad que puedaincardinarse el principio de
protección de la confianza8, pero en modo alguno cabría admitir que esa
deducción invista necesariamente de rango constitucional a este último
principio en la totalidad de sus aplicaciones. Por ejemplo: todos
absolutamente todos los plazos de recurso o de prescripción o caducidad o
de ejercicio de derechos se articulan, sin lugar a dudas, sobre el principio de
seguridad jurídica, pero carecería de sentido pretender que cualquier debate
sobre la pertinencia, y no digamos sobre la aplicación, e incluso sobre la
crítica, de cualquiera de esos plazos llegase a suscitar un problema
constitucional, capaz de justificar o un recurso de inconstitucionalidad por
los entes u órganos legitimados para interponerlo, o bien el planteamiento
de una cuestión de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional por
cualquier órgano judicial ordinario. El principio de seguridad jurídica informa,
en realidad, la totalidad del ordenamiento jurídico, del que es uno de sus-
constitutivos elementos esenciales, pero ello no impone que haya que
prestar a esa totalidad rango constitucional (¿frente a qué otra parte del
ordenamiento, entonces?). Es exactamente igual que el principio de
"justicia", enunciado por el art. 1º de la Constitución no ya sólo como
constitucional, sino, más aún, como "valor superior del ordenamiento", lo
que nadie ha entendido que lleve a que todas las pretensiones y exigencias
de justicia que se dilucidan diariamente en los miles de procesos que se
sustancian a lo largo de todo el territorio alcancen por ello rango
constitucional.
Se trata de principios que, en efecto, inf orman la totalidad del
ordenamiento, pero que sólo alcanzan verdadero rango constitucional
osupralegal, capaz de imponerse a la superioridad de las leyes y de
quebrantar o adicionar su contenido (pues conectar a una ley la necesidad
de una ind emnización como consecuencia de su aplicación inn ova
sustancialmente, como es obvio, el contenido de la misma), en casos
verdaderamente ext remos y singulares. ¿Es el principio de protección de la
confianza uno de esos casos exc epcionales, de modo que su
desconocimiento pueda acarrear una responsabilidad patrimonial por la
actividad del legislador? Esta es la cuestión y no otra.
Si consultamos la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, ya copiosa
tras veintitrés años de funcionamiento, comprobaremos que ni una sola vez
se ha proclamado el principio de protección de la confianza como un
principio capaz de imponerse a una ley formal para determinar
su inc onstitucionalidad por la aus encia, en sus determinaciones, de una
reparación patrimonial de los perjuicios económicos que por violación de tal
principio pudiesen proceder. Si repasamos, sin afán de exh austividad, la
jurisprudencia constitucional producida sobre el principio de seguridad
jurídica del art. 9 º, inc. 3 º, encontramos lo siguiente:
A) Partiendo de la recopilación formada por el profesor F. Rubio Llorente
(magistrado constitucional en los primeros doce años de funcionamiento del
Tribunal Constitucional) sobre la doctrina del Tribunal Constitucional en
materia de "derechos fundamentales y principios constitucionales" 9 ,
encontramos declaraciones de este tenor:
"La seguridad jurídica es suma de certeza y legalidad, jerarquía y
publicidad normativa, irretroactividad de lo no favorable,interdicción de la
arbitrariedad... la seguridad jurídica es la suma de estos principios,
equilibrada de tal suerte que permita promover en el orden jurídico la justicia
y la igualdad en libertad" (SSTC, 27/1981 y 227/1988).
"La exp ectativa razonablemente fundada del ciudadano en cuál ha de ser
la actuación del poder en la aplicación del Derecho" (STC, 36/1991).
"El legislador debe perseguir la claridad y no la confusión normativa, debe
procurar que acerca de la materia sobre la que legisla sepan los operadores
jurídicos y los ciudadanos a qué atenerse y debe huir de provocar
situaciones objetivamente confusas... Hay que promover y buscar la certeza
del Derecho y no provocar juegos y relaciones entre normas como
consecuencia de las cuales se produzcan perplejidades" (SSTC, 46/1990 y
146/1993)10 .
"Una legislación confusa, oscura e inc ompleta dificulta su aplicación y
además de socavar la certeza del Derecho y la confianza de los ciudadanos
puede terminar por empañar el valor de la justicia" (STC, 150/1990).
En la última cita se encuentra, como se habrá notado, la exp resión "la
confianza de los ciudadanos" como inc luida en la seguridad jurídica, pero
relativa a la certeza del Derecho y no a sus propios int ereses particulares.
Podemos encontrar otras menciones a la confianza en el mismo sentido 11 .
Pero, en todo caso, encontramos la afirmación categórica, y esencial para
nuestro problema, de que:
"El principio de seguridad jurídica no ampara la necesidad de
preservar ind efinidamente el régimen jurídico que se establece en un
momento histórico dado en relación con derechos o situaciones
determinadas" (STC, 227/1988), afirmación que veremos que se ha repetido
más veces y que nos parece decisiva al respecto.
B) En realidad, en el Derecho alemán, el principio de protección de la
confianza como un verdadero límite a la potestad legislativa juega
únicamente y no sin importantes críticas por el sector doctrinal
más aut orizado en el tema específico de la retroactividad o irretroactividad
de las leyes12 , y con importantes restricciones o limitaciones. Ahora bien, en
nuestra Constitución el principio de irretroactividad de las normas está
expresamente recogido en el art. 9º, inc. 3º, con independencia del de
seguridad jurídica, como es sabido. Existe, sin embargo, una cierta doctrina
del Tribunal Constitucional que, por una directa influencia del Tribunal
Federal Constitucional alemán, que alguna vez incluso se ha citado como
autoridad, ha invocado el principio de protección de la confianza para
abordar el problema de los límites permitidos de la retroactividad de las
normas. La primera vez que aparece esta doctrina constitucional parece ser
el voto particular del magistrado Gómez Ferrer en la sentencia 6/198313 , al
que seguirá otro del magistrado Rubio Llorente en la sentencia 324/1994 14 .
Pero, ya colectivamente, como tal Tribunal, este planteamiento se encuentra
en las sentencias 126/1987, 150/1990, 197/1992 y 205/1992, introduciendo
el principio de protección de la confianza en el problema de la retroactividad
o irretroactividad de las normas15 . Pero es importante notar que ninguna de
ellas, finalmente, objetó a la constitucionalidad de las normas enjuiciadas,
de modo que puede afirmarse ahora, con rotundidad, que el Tribunal
Constitucional español, aun admitiendo, hipotéticamente, un límite al
legislador por el principio de confianza legítima convencionalmente traído a
colación16 , aunque sólo a propósito del tema de la retroactividad de las
leyes, nunca ha anulado una ley por este motivo. Mucho menos, desde
luego, porque, en virtud de ese principio, hubiese estimado violado el art.
33, de la Constitución y declarado, consecuentemente, la responsabilidad
patrimonial de dicho legislador.
En todo caso, conviene retener dos cosas: primero, que en el Derecho
alemán el principio de protección de la confianza no ha servidoni una sola
vez,categóricamente, para declararindemnizables supuestos perjuicios
causados por las leyes; y segundo, que en el tema de los límites de la
retroactividad, tambiénincluida en el art. 9º,inc. 3º, de la Constitución, hemos
aportado ya pronunciamientosexplícitos en la anteriorexposición de esta
obra17, en los que el Tribunal Constitucional admite la validez de la
retroactividad legislativa y de las restrictivas de derechos individuales, no
obstante el límite explícito del art. 9º, inc. 3º: "fuera de ello [del campo penal
y de los derechos fundamentales],nada impide, constitucionalmente, que el
legislador dote a la ley del ámbito de retroactividad que considere
oportuno"(SSTC, 27/1981, 42/1986, etc.), no digamos ya sobre las
"expectativas" (STC, 97/1990), o situaciones legales o reglamentarias, como
veremos más adelante que el Tribunal aplicó firmemente en cuanto a la
reforma en sentido restrictivo de la legislación funcionarial (STC, 99/1987,
etc.).
En resolución, pues, el principio de protección de la confianza ni en el
Derecho alemán, donde surge, ni en el Derecho español, tras su exp lícita
recepción, ha determinado nunca en la jurisprudencia constitucional (otra
cosa ha ocurrido, como hemos visto, con la jurisprudencia del Tribunal
Supremo) una responsabilidad patrimonial por leyes formales.
III.
¿Pero puede sostenerse seriamente que una eventual violación por el
legislador del principio de confianza legítima haya generado responsabilidad
patrimonial en algún Derecho, ya que no en el alemán, como acabamos de
ver?
Antes de entrar directamente en la contestación de esa cuestión, nos será
útil retener las lúcidas palabras del profesor Hartmud Maurer18 :
"Las regulaciones por ley que afectan exc lusivamente al nacimiento futuro
de situaciones, derechos o relaciones jurídicas no colisionan con el principio
de protección de la confianza. El ciudadano no puede confiar en que las
leyes dadas en un tiempo vayan a permanecerincambiadas. Menos aún
puede pretender que el legislador actúe de una determinada manera... El
legislador tiene que estar abierto hacia el futuro, tiene que tener la
posibilidad de reaccionar sobre nuevos desarrollos o evoluciones, admitir
nuevos conocimientos e imponer nuevas concepciones políticas, como
también corregir en el futuro viejos errores... El ciudadano debe, en un
Estado democrático, confiar en que el legislador parlamentario plasme en
sus trabajos lo que le ha sido transmitido por el pueblo en su mandato
democrático. Esta confianza es la que corresponde en el ámbito político y
se realiza también con medios políticos (elecciones, opinión pública)".
Esta idea es fundamental, y su exp resión me parece particularmente feliz,
al apoyarse en conceptos políticos inf raestructurales ine quívocos. Una
democracia no podría exi stir, simplemente, si cualquier cambio en el orden
jurídico tuviese que ser ind emnizado a losbeatipossidentisins talados en la
legislación anterior. Ésa es, más bien, y precisamente, la concepción del
Derecho del Antiguo Régimen, más que la de la democracia moderna, la
que subyace a la idea de que cualquier cambio legislativo que afecte a la
confianza que en el Derecho anterior tuviesen los ciudadanos o grupos de
ellos pueda generar en favor de los mismos una pretensión ind emnizatoria,
lo que conduciría ine vitablemente, como han dicho tanto el Tribunal
Constitucional19 como el Tribunal Supremo20 , a una petrificación o
congelación del Derecho, a su inmovilización total o parcial, a su cierre
definitivo a los cambios sociales o políticos, que es una de las grandes
funciones de un poder legislativo democrático, señor indiscutido de
la legisinnovatio. Por ello ha podido formular Carbonnier un principio
esencial del sistema jurídico sobre el que vivimos: "la costumbre conserva,
la Legislación innova"21 .
Sobre ello volveremos luego; quede ahora sólo constancia de que ésta es
la posición tanto del Tribunal Constitucional Federal alemán como de la
totalidad de la doctrina alemana, sin la menor vacilación22 .
IV.
Pero surge aquí, sin embargo, una objeción de algún peso, el régimen de
la responsabilidad patrimonial en el Derecho Comunitario, que vimos
que inv oca ya alguna jurisprudencia del Tribunal Supremo, como la
sentencia de 30/6/2001 (citada en nota 3, supra ).
Aquí, en efecto, pueden inv ocarse sentencias (muy pocas, por cierto, y
además antiguas, luego rectificadas) en que el Tribunal de Justicia
ha inv ocado la protección de la confianza como fundamento de una
declaración de responsabilidad patrimonial de las ins tituciones comunitarias
como consecuencia de inn ovaciones normativas.
Como es bien sabido, el art. 2 88 del tratado CE (texto consolidado; es el
antiguo art.215) e stablece en su párr. 2 º que:
"En materia de responsabilidad ext racontractual, la Comunidad deberá
reparar los daños causados por sus ins tituciones o sus agentes en el
ejercicio de sus funciones, de conformidad con los principios generales
comunes a los Derechos de los Estados miembros".
Esta remisión a los "principios comunes a los Derechos de los Estados
miembros" no se ha entendido por el Tribunal de Justicia (competente en la
materia, según el art. 2 35 antiguo 178 del tratado) en el sentido del "mínimo
común" a todos esos Derechos, lo que hubiese arrojado la consecuencia
absurda de tener que aplicar el rasero propio del Derecho nacional menos
generoso y más limitativo en la materia, sino como un reconocimiento
general del principio de responsabilidad de la Administración, principio cuya
modulación y aplicación ha hecho luego por su cuenta el Tribunal de
Justicia, poniendo en pie un cuerpo propio de principios.
Lo primero que hay que observar es que en el Derecho Comunitario el
Tribunal de Justicia actúa con normalidad con principios generales del
Derecho que él mismo formula y cuyo rango pasa a ser equiparable, a
efectos del control de la actividad comunitaria y de la de los Estados
miembros, a las normas formuladas en los tratados originarios, que hacen
las veces de una Constitución. La observación formulada más arriba a
propósito del Derecho español de que los Tribunales ordinarios, inc luyendo
al Tribunal Supremo, no podrían reprochar al legislador la posible inf racción
de principios generales del Derecho que no tuviesen rango constitucional, y
que, en el caso de tener este rango, deberían plantear cuestión
de inc onstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional, sin que ellos mismos
pudiesen tratar de obtener de ese reproche consecuencias contra los
productos legislativos mismos, bien el de una nulidad, bien el de una
responsabilidad patrimonial derivada de la ley censurada, esta observación
no resulta aplicable, por tanto, al Tribunal de Justicia de las Comunidades
respecto de las normas comunitarias, porque ese Tribunal es una
jurisdicción única y universal, que concentra a la vez la competencia de un
Tribunal ordinario con la de un Tribunal Constitucional.
No obstante esa capital observación, que corresponde a la radical
diferencia entre la posición de los Tribunales ordinarios españoles y la del
Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, hay que decir que este
último sólo ha declarado en contadísimas ocasiones, tan pocas que sobran
dedos de una mano para enumerarlas, la responsabilidad patrimonial de
las ins tituciones comunitarias como consecuencia de normas generales
comunitarias y, de ellas, muchas menos aún por el motivo de la inf racción
del principio de protección de la confianza.
Hay que comenzar notando que no ha sido corriente en el Derecho
Comunitario (quizás por inf lujo del Derecho Administrativo francés) la
distinción en los "actos" o "decisiones" de sus ins tituciones a los que se
refiere ind istintamente el art. 2 49 del Texto consolidado (antiguo art.189)
e ntre aquellos que tienen contenido normativo general y los que son
simples actos de aplicación aun cuando puedan tener alcance general23 .
Pues bien, si la responsabilidad patrimonial del art. 288 del tratado por
simples actos administrativos de las instituciones es declarada ya muy
restrictivamente por el Tribunal de Justicia, hay que decir que cuando se
trata de declarar esa responsabilidad por verdaderas normas jurídicas la
posición del Tribunal de Justicia es ya absolutamente cenada, cierre que
apenas han podido superar algunos, muy pocos, casos aislados.
El criterio central que maneja el Tribunal de Justicia es el de actos que
implican "una opción de política económica", que serían los estrictamente
normativos, en los que se da "un amplio margen de discrecionalidad", y que
son, justamente, los equiparables a las leyes en el Derecho int erno,
esencialmente distintos de los simples actos aplicativos. La sentencia
básica es, sin duda, BayerischeHNL, de 25 de mayo de 1978 (C-83 y 94/76,
4, 15 y 40/77)24 , que invoca ya la virtual inexistencia de una responsabilidad
por actos legislativos en el Derecho interno de los Estados, de modo que no
se pongan obstáculos a la "libertad de opción política". Pero no se opone
únicamente por principio al reconocimiento de una responsabilidad; se
exige, por de pronto, no sólo una ilegalidad, que en el caso de las normas
tiene que ser una violación de los Tratados (o de los principios generales
ínsitos en los mismos), sino una "infracción suficientemente caracterizada" o
sumamente grave, una ilegalidad "rayana en lo arbitrario", que además
produzca un daño anormal y singular25 . Y todavía más y esto es importante,
que la norma violada estuviese dictada en interés subjetivo del reclamante,
según la Schutznormtheorie alemana26 , lo que rara vez se dará en una
verdadera norma general y abstracta. Sentados estos criterios, la
jurisprudencia a partir de los años ochenta no reconoce ya ni un solo caso
de responsabilidad27 . En los noventa, la exigencia de una ilegalidad
suficientemente caracterizada se convierte en un "bastión casi
inexpugnable"28 .
Y así afrontamos el supuesto de si la violación del principio general de
protección de la confianza, construido por el propio Tribunal de Justicia
sobre la inf luencia alemana, como bien sabemos, puede o no ser causa de
responsabilidad patrimonial en el Derecho Comunitario referido a normas
generales verdaderas. El Tribunal de Justicia ha dicho en su
sentencia MerkurAusenhandein GmbH, de 15 de diciembre de 1977, que
ese principio concierne esencialmente al caso en que el operador
económico hubiese obtenido la fijación previa de la suma que haya de pagar
o recibir en el momento de una operación determinada 29 . Pero aun el
Tribunal ha sostenido también que un interés público perentorio puede
legítimamente pasar por encima de tal principio 30 . El Tribunal de Justicia
invoca constantemente "las obligaciones de comportamiento que pesan
sobre los agentes económicos". Así, "la naturaleza previsible de los riesgos
que comportaban las condiciones del mercado excluye que la pérdida de
competitividad que [la empresa] ha sufrido pueda ser reparada"
(sentencia Biovilac ,de 6 de diciembre de 1984). 0, en la
sentencia UnionMalt, de 26 de febrero de 1978:
"Estas circunstancias tenían que haber hecho conscientes a los
demandantes que, vistas las condiciones del mercado de malta, la Comisión
fuese conducida a hacer uso de la posibilidad de reducir los plazos de
estancia bajo control aduanero en vista de restablecer un equilibrio".
La idea, repetida muchas veces, es que la prudencia de un comerciante
razonable ha de comprender las necesidades necesariamente evolutivas de
la política económica, cuya libertad debe ser inc oercible por reglas
abstractas.
En resolución: son mínimos, y todos antiguos, los casos en que el Tribunal
de Justicia ha reconocido una responsabilidad patrimonial de
las ins tituciones por actos de ine quívoca naturaleza normativa que
supusiesen una teórica inf racción del principio de protección de la
confianza. La obra de F. Guichot, tan circunstanciada y analítica, justamente
deja de serlo al tratar este supuesto específico, que resume en dos páginas
y sobre la base de referencias bibliográficas 31 . Al final, hace suya en
términos generales la conclusión de R. García Macho en un artículo
publicado en REDA32 , que dice, exactamente: "La actitud restrictiva del
Tribunal frente a la confianza legítima proviene del carácter perturbador que
este principio tiene frente a los objetivos de los poderes públicos, e incluso
puede cuestionar otros principios generales, especialmente el principio de
legalidad. Por ello, solamente se considera infringida la confianza legítima
cuando la normativa formada es legal, pero hasta tal punto de-
sestabilizadora que rompe los límites razonables en las relaciones entre la
Administración y los administrados". En realidad, esta conclusión general es
ya más favorable de lo que resulta del propio trabajo de García Macho,
quizás referida a toda la larga evolución jurisprudencial del tema, pero la
verdadera conclusión de este autor me parece ser la siguiente: "A partir de
entonces (sentencia Lührs , de 1 de febrero de 1978), la violación de este
principio [de protección de la confianza] no es apenas aceptada por el
Tribunal de Justicia, por lo que pierde una cierta capacidad
garantizadora"33 . Referido al fundamento de la responsabilidad por
genuinos actos normativos superiores, es nuestra propia conclusión,
eliminando el relativizador "apenas".
Nos parece más exp lícita y clara la exp osición de una inv estigadora
reciente, S. Calmes34 , que, aunque algo extensa, parece oportuno
transcribir para excluir cualquier sospecha de voluntarismo propio: "El
cuidado constante del Tribunal de Justicia de adaptar su jurisdicción a los
objetivos fundamentales de la construcción comunitaria se traduce en
materia de respeto de la confianza legítima en la primacía reconocida por
los jueces a las ‘exigencias económicas o al estatuto de la función pública,
por ejemplo sobre la protección de los individuos: para esto los jueces
deben evitar un escollo al que habría conducido una aplicación demasiado
extensa de este principio, el de una protección demasiado amplia de la
confianza de los justiciables en la estabilidad de una reglamentación en
vigor que les permitiese sustraerse a los áleas del mercado, paralizando
bien a menudo la acción administrativa comunitaria. Tal aplicación del
principio sería, en efecto, contraria al objetivo del buen funcionamiento del
Mercado común, que orienta en su conjunto la jurisprudencia del Tribunal y
que reposa a la vez sobre el respeto del libre juego de las fuerzas del
mercado, característico del funcionamiento normal de una economía de
mercado, y sobre el reconocimiento de un poder de apreciación a las
instituciones comunitarias, necesario a su intervencionismo económico, que
es el que únicamente puede permitir una defensa eficaz del interés general
comunitario... Esta primacía de las exigencias económicas sobre los
intereses de la confianza constituye un imperativo de política legislativa que
el Tribunal de Justicia debe respetar. El legislador comunitario tiene,
ciertamente, el deber de obrar cuidadosamente, facilitando las
transacciones, pero debe también responder a las evoluciones frecuentes
de la vida económica, en el interés de la mayoría. Hay aquí una exigencia
esencial a todo intervencionismo económico... Esta prevalencia dada a los
imperativos económicos se traduce en rechazar admitir la violación del
principio de protección de la confianza legítima en la hipótesis en que los
actos impugnados fuesen previsibles por un operador prudente y avisado,
pero también en la hipótesis de que los imperativos económicos prohíban
‘por naturaleza toda protección, especialmente cuando el ámbito de que se
trate sea económico... Se trata, sobre todo, de no paralizar la acción de las
autoridades comunitarias cuando intervienen sobre el mercado... Es un
principio de ‘moralidad jurídica", concluye.
En definitiva, contra lo que parece creer nuestro Tribunal Supremo y
los aut ores que le respaldan y le animan, el principio de protección de la
confianza no es hoy fundamento en el Derecho Comunitario para una
responsabilidad patrimonial por genuinos actos legislativos; otra cosa, como
sabemos, llevaría a una "petrificación" ins oportable de tales actos
legislativos y al fracaso ine vitable de toda la política comunitaria, que trata
justamente de promover el libre mercado, no de impedirlo, dando
una inj ustificada prima a los singulares beneficiarios de la
normativa exi stente en un momento dado.
Nada, pues, justifica, contra lo que se ha pretendido entre nosotros 35 , la
idea de que el Derecho Comunitario esté determinando que todos los
Derechos nacionales tengan que admitir la responsabilidad patrimonial del
Estado legislador por razón de la violación del principio de protección de la
confianza. Ningún país, fuera del nuestro, ha llegado en absoluto a tan
extremada conclusión.
V.
La idea de que la protección de los derechos o int ereses que los
particulares tengan en el mantenimiento de la situación jurídica exi stente
debe prevalecer sobre cualquier int ento de inn ovar ésta, o en otro caso
merecer una ind emnización, es, justamente, como ya notamos más atrás,
una nota característica del orden jurídico antiguo o premoderno, nota que la
nueva configuración del legislador que salió de las revoluciones
democráticas arrumbó definitivamente.
En efecto, el antiguo Derecho, el más arcaico, se basaba en la idea
esencial del alte , gute Recht, good, old Law, el viejo y buen Derecho, que
proscribía como el primer atentado a la comunidad alterar las viejas
costumbres, en el que el pueblo había encontrado el secreto de su
identidad, y que se concebían por ello como un fruto o de una revelación
divina o como la iluminación de un padre o de un héroe históricos que
habían fundado y establecido para siempre la estructura y el orden de su
funcionamiento privilegiado, en medio de un caos o de un entorno
de inimicusexi stenciales. Fritz Kern36 ha explicado luminosamente esta
concepción, que hoy puede sorprendernos. En la Edad Media el primer y
fundamental carácter del Derecho era el de ser viejo, el de estar arraigado
en las antiguas costumbres. La costumbre, en la que se había condensado
la experiencia de los padres y de las generaciones pasadas, era por ello la
fuente primaria del Derecho. El príncipe podía emitir rescriptos o privilegios
singulares, pero no alterar el ordocomunitatis establecido por las
generaciones y los padres históricos. Por eso, no el príncipe sino "Dios es el
origen de todo Derecho"37 y Dios se expresa en la costumbre sempiterna,
que acaso Él mismo reveló en los mismos orígenes de la comunidad. Por
ello, contra lo que hoy se nos aparece como un rasgo elemental del
Derecho, que el Derecho nuevo deroga al anterior, en la Edad Media regía
el principio justamente contrario, que altesRecht brichtjüngeres Recht, que
el Derecho viejo rompe o invalida el Derecho nuevo 38 . La renovación del
Derecho consistía precisamente en restaurar el viejo Derecho impurificado
por "malos usos", el "viejo y buen Derecho"39 .
Lo arraigado de esta arcaica concepción del Derecho le permitió
mantenerse hasta el momento mismo de la int roducción de las nuevas
concepciones políticas directamente vinculada a la democracia, en
Inglaterra hasta el siglo XVIII, que es cuando se ins taura el principio de
la parliamentarysupremacy40 ; en Europa continental hasta la configuración
nueva del Derecho ligada a la Revolución Francesa y a la recepción de sus
principios por todos los Estados europeos en el siglo XIX, que consagra el
"Estado legislativo"41 .
Puede traerse a colación en España (aparte de las constantes peticiones
en los pliegos de las Cortes medievales para que se restableciesen los
derechos antiguos, supuestamente ignorados o pervertidos por los
funcionarios regios), dada su significación general y su formidable
belleza exp resiva, la justamente famosa Epístola censoria de Quevedo,
dirigida al conde duque de Olivares, según la tradición 42 , que comienza: "No
he de callar, por más que con el dedo,/ya tocando la boca, ya la
frente,/silencio avises o amenaces miedo". En esta Epístola se contrasta
sistemáticamente la virtud antigua con el presente amargo:
Yace aquella virtud desaliñada,
que fue, si menos rica, más temida,
en vanidad y en ocio sepultada.
Y aquella libertad esclarecida,
que donde supo hallar honrada muerte
nunca quiso tener más larga vida.
Va describiendo las virtudes que adornaban aquel antiguo y recio orden
("aquella pura/República de grandes hombres") y termina int imando al
ministro a que restablezca el antiguo orden:
Mandadlo así: que aseguraros puedo
que habéis de restaurar más que Pelayo,
pues valdrá por ejércitos el miedo,
y os verá el cielo administrar su rayo.
Verso final. Esa "restauración" es, justamente, la del viejo y buen Derecho.
Pero al margen de esta versión literaria, y bien hermosa, nuestro antiguo
Derecho, presente todavía en la Novísima Recopilación (1804), contiene
formulaciones específicas sobre la inv alidez de los rescriptos regios contra
ius (o "cartas desaforadas"), leyes 2 a 12 del Título IVdel Libro III de dicha
Recopilación. Ley 2a : "No valgan ni se cumplan las Reales cartas dadas
contra Derecho, ley o fuero usado".
El caso ing lés es aún más perfilado. Mcllwain, en su clásico e importante
libro TheHigh Court of Parliament, 191043 , ya destacó que el Parlamento
inglés desde sus orígenes mantenía el commonLaw como fundamental
Law, inmodificable; los statutes parlamentarios eran depuraciones y
aclaraciones de ese depósito sagrado, no, como ocurre hoy, modificaciones
del mismo, y así siguió siendo hasta la primera mitad del siglo XVII. Tenía,
por ello, el Parlamento una función más judicial que legislativa. En su
espléndido libro Fundamental Law inEnglish Constitutional History44 , J. W.
Gough ha observado que en realidad-esa idea de considerar
al commonLaw como intangible se mantiene hasta el ReformBill de 1831,
que es cuando el Parlamento comienza a legislar con resolución y a
plantearse como su función propia, precisamente, alterar de forma directa y
resuelta el Derecho tradicional, que, no obstante, sigue siendo "común". De
ahí la doctrina del famoso Dr. Bonham case, de Coke, del siglo XVII, que
tanto influyó en el constitucionalismo americano, sobre el control por
elcommonLaw de los actos del Parlamento45 , que está en el origen del
control de constitucionalidad de las leyes. Esta vieja concepción, que
entraría en conflicto con la aparición de la parliamentarysovereignity en el
siglo XVIII, se mantiene aún en el imaginario colectivo de los ingleses, tanto
que en su himno nacional uno de sus párrafos pide a la Reina que "defends
our Laws ", lo que, evidentemente, dice Gough, no se refiere a las copiosas
recopilaciones legislativas (statutebooks, el equivalente de nuestro
"Aranzadi") en vigor, constantemente renovadas, sino a ese núcleo esencial
del viejo y buen Derecho (permanentvestad rights)46 , que sigue
entendiéndose que sería el secreto profundo de la libertad del pueblo inglés
y de su éxito histórico.
Más aún. En la clásica exp osición histórica del Derecho Administrativo
que hizo Otto Mayer47 , en el primer estadio, el que llama de "los derechos
de superioridad del Príncipe o regalías", las prerrogativas de éste
"encuentran un límite en los derechos individuales de los súbditos...
derechos a los que se llaman derechos adquiridos [wohlerworbenen
Rechtej, jura quaesita... El jusquasitum es el derecho fundado sobre un
título especial... una barrera verdadera que se oponía al poder público,
fuese cual fuese la forma en que éste pudiera aparecer, legislación, justicia
o administración". Ese título que origina el derecho adquirido podía tener el
mismo origen que la regalía, esto es, un "título especial" (concesión imperial
o regia, convención, prescripción), y obtienen la protección de los tribunales
imperiales48 . De ahí la normalidad con que esos derechos se convierten en
hereditarios y la fortaleza y rigidez inconmovibles de los estamentos que los
poseen.
Todo esto cambia de forma radical cuando advienen las dos grandes
Revoluciones modernas, con su gran aportación, la democracia, edificada
precisamente sobre la asignación al pueblo, a través de las cámaras
legislativas, del poder legislativo. Este poder es ya, resueltamente, un poder
de inn ovación del Derecho exi stente, sin que frente a esta potestad
soberana pueda ser opuesto ningún derecho subjetivo de nadie a
permanecer en las regulaciones que son definitivamente derogadas y
sustituidas. Este poder es, pues, absoluto, la exp resión por exc elencia de
la soberanía del pueblo. Recordemos que la Revolución Francesa comenzó
en el orden jurídico, tras laautoproclamación de la representación del Tercer
Estado como Asamblea Nacional titular del poder
49
constituyente, inc ondicionado por ninguna ley o título anterior , con la
famosa abolición de todos los privilegios, y especialmente los hereditarios,
en la desde entonces mítica fecha de la noche de 4 de agosto de 178950 .
Por ello, el "Proyecto [girondino] de Declaración de derechos naturales,
civiles y políticos de los hombres", de 1793, art. 3 3, especificaba: "Una
generación no tiene el derecho de sujetar a sus leyes a las generaciones
futuras y toda herencia en las funciones es absurda y tiránica".
De la Revolución americana podríamos citar inf inidad de declaraciones,
de actos y de leyes, pero me parece que puede ser más exp resivo recordar
los famosos párrafos de un escrito de uno de los más relevantes "padres
fundadores" o Framers , redactor él mismo de la Declaración de
Independencia y, desde 1801, presidente de la Unión durante dos períodos,
hombre capital en la configuración jurídica del sistema, Thomas Jefferson 51 .
Escribió éste en una de sus justamente famosas cartas:
"¿Puede una generación vincular a otra, a todas las demás, en sucesión
perpetua? Yo pienso que no. El creador ha hecho la tierra para los vivos, no
para los muertos. Los derechos y los poderes sólo pueden pertenecer a las
personas, no a las cosas, no a la mera materia, no dotada de voluntad. Los
muertos no son ni siquiera cosas. Las partículas de materia que
compusieron sus cuerpos forman parte ahora de los cuerpos de otros
animales, vegetales o minerales, en cientos de formas. ¿A qué, entonces,
están unidos los derechos y poderes que ellos tuvieron mientras poseyeron
forma de hombres? Una generación puede vincularse ella misma mientras
su mayor parte continúa viva; cuando ha desaparecido, otra mayoría ha
ocupado en su lugar todos los derechos y deberes que sus predecesores
habían poseído una vez y pueden cambiar sus leyes e ins tituciones para
que les sirvan a ellos. Nada, pues, es ina lterable, salvo los
derechosinherentes einalienables del hombre"52 .
Con su naturalismo un tanto ing enuo, Jefferson proclama aquí
vigorosamente que la tierra pertenece a cada generación viviente, lo que
jurídicamente significa que el legislador democrático que va representando
sucesivamente a cada generación en ejercicio no está en modo alguno
Vinculado por las leyes dictadas por otras generaciones, o aun por la misma
Cámara, supuesto que ésta, como vimos que resaltaba certeramente
Maurer, es la única int érprete capaz de exp resar jurídicamente las
necesidades o políticas nuevas, las aspiraciones cambiantes del pueblo,
que sólo así, con esa libertad plena, puede navegar en la historia.
La democracia, que es la que ha creado enteramente el concepto mismo
de Legislación sobre el que hoy vivimos 53 , no tolera la invocación de
ninguna confianza, o comodidad, o interés de nadie en mantener la
situación existente y que pueda justificar la imposibilidad de que el
legislador pueda cambiar la ley a su arbitrio. De esta omnipotencia salva
Jefferson, como se habrá notado, los derechos fundamentales del hombre,
único espacio (además de los particularismos de cada Constitución)
irreductible al mismo. "La libre configuración"54 , como facultad necesaria del
legislador, resulta insoslayable y echa por tierra definitivamente cualquier
intento de condicionarla invocando la confianza que cualquiera pudiera
haber puesto en una estabilidad normativa cualquiera o gravando su
ejercicio con cargas indemnizatorias en favor de quienes invoquen un
perjuicio derivado del cambio normativo. Es una regla esencial del sistema.
El Tribunal Constitucional ha sido en alguna ocasión categórico a este
respecto, como en su sentencia 108/1986, de 29 de julio, cuando dice:
"La teoría (calificada de "huidiza") de los derechos adquiridos no está
acogida deliberadamente en la Constitución (STC, 27/1981, de 20 de julio)...
que justifica el respeto que merece el campo de acción del legislador y las
posibilidades de reforma del ordenamiento jurídico propios de un Estado
social y democrático de Derecho (art. 1 º, inc. 1 º, CN), que hace que aunen
la hipótesis deexistencia de derechos subjetivos (y con más razón, sin duda,
tratándose de exp ectativas) no podríainvocarse el principio de seguridad
jurídica para hacerlos valer frente al legislador ante este Tribunal".
Difícilmente, como se ve, se puede ser tan claro. Hemos de hacer la
reserva de los derechos patrimoniales garantizados exp resamente (cuando
no se trata de meras "delimitaciones de su contenido de acuerdo con las
leyes", salvadas como legítimas por el art. 3 3, inc. 2 º, CN) por el art.
3 3, inc. 3 º, de esta última. Por ello, se entiende perfectamente la
categórica afirmación de J. García Luengo, en la
más aut orizada exp osición del principio de protección de la confianza
legítima con que cuenta nuestra bibliografía55 : "Creemos que la alegación
del principio en este contexto [de la responsabilidad del Estado legislador]
no tiene sentido".
VI.
Hemos acudido al reto específico que la inv ocación del principio de
protección de la confianza legítima nos ofrecía como supuesto fundamento
de una responsabilidad patrimonial del Estado legislador y creemos que
hemos podido demostrar lo ins ostenible de esa tesis, que, no obstante,
utilizan con sorprendente resolución el Tribunal Supremo y la doctrina que le
respalda y le alienta a ulteriores desarrollos aún más ext ensos.
Pero lo que quizás sea digno de notar todavía es que el aut or más
caracterizado entre quienes a principios del siglo XX postularon la
normalidad de una responsabilidad patrimonial por hecho de las leyes, en la
que veía una de las líneas de progreso del Derecho, LeónDuguit, como
vimos más atrás, es también quien formuló más lúcidamente la doctrina
sobre la ine xistencia de derechos oponibles de ningún tipo a la potestad
libre del legislador para cambiar a su arbitrio las regulaciones exi stentes.
Aludo a su famosa y lúcidaconceptualización de la doctrina de las
"situaciones jurídicas", doctrina que, formulada en su Traitéde Droit
Constitutionnel56 , pasó a ser considerada en adelante en el Derecho público
francés como la esencia misma de la "técnica jurídica"57 . La base de esta
construcción está en la distinción entre situaciones jurídicas subjetivas o
individuales y situaciones jurídicas objetivas, generales o impersonales. Las
primeras son situaciones especiales, individuales y temporales, y su
contenido y extensión están determinados por un acto singular distinto de la
ley, aunque de conformidad con ésta. Estas situaciones no pueden ser
afectadas por una ley nueva; cuando el título especial las creó eran
conformes a la ley, y la ley ulterior no puede privarlas de la validez que de la
anterior han derivado; sólo una ley con retroactividad máxima, que Duguit
considera contraria al "Derecho superior", podría hacerlo, pero la validez de
esta ley sería cuestionable. Ejemplo entre todos: un contrato válidamente
celebrado. En cambio, las situaciones jurídicas generales, impersonales y
objetivas, que son las creadas por leyes o reglamentos igualmente
generales, impersonales y objetivos, no tienen ninguna posibilidad de
perseverar ante el cambio de la ley o reglamento que las ha creado y que
puede, con la misma potestad, sustituirlas por una nueva situación general y
objetiva, frente a la cual ninguno de los incluidos en la situación legal o
reglamentaria anterior tiene absolutamente ningún derecho. Son situaciones
legales o reglamentarias, definitorias de status legales a los que están
acogidos un número indeterminado de sujetos, eventualmente todos (por
ejemplo, el status de la nacionalidad). Son, pues, el resultado de la
aplicación misma de la ley o del reglamento que las ha definido. Lo
característico es, por tanto, que si la ley o el reglamento que han creado esa
"situación objetiva" cambian, las situaciones anteriores dejan en el mismo
momento de existir y los sujetos afectados pasarán a tener los derechos
que resulten de la nueva ley, exclusivamente, sin que puedan oponerse a
esa sustitución. "La situación legal creada directamente por la ley puede ser
siempre modificada por una ley nueva. Y esto no implica ningún efecto
retroactivo"58 . Toda regla de Derecho afectará a sujetos, pero esta afección
dice Duguit59 "no constituye un carácter propio del sujeto, una modalidad de
su voluntad. Pueden variar en número y en extensión, a pesar de lo cual la
condición del sujeto no cambia, incluso ni es siquiera modificada. Su
situación continúa la que era, la de un individuo perteneciente a un grupo
social, sometido a la norma jurídica de ese grupo. La norma evoluciona,
pero el individuo miembro del grupo permanece siempre en la misma
situación; sigue siendo un ser social sometido a la ley del grupo de que
forma parte. Esto es lo que yo he querido expresar en mis obras
precedentes al decir que él está, a este respecto, en una situación
puramente objetiva".
Estos conceptos, más precisados y desarrollados por Jeze, Bonnard, y
toda la Escuela de Burdeos, pasaron a ser "la clave de bóveda de la
sistematización de los actos jurídicos y de su régimen" 60 , pasan a dominar
el Derecho público francés hasta muy recientemente.
Su punctumsaliens, como se habrá notado, se sitúa en el fenómeno de la
mutabilidad y de la intangibilidad, respectivamente, de dichas situaciones.
Lo que ahora nos interesa es que la mutabilidad es la esencia de las
situaciones legales y objetivas. Duguit lo explicaba diciendo que la ley o el
reglamento que las crean no es más que la consagración oficial de diversos
imperativos sociales, que a su vez proceden del principio primero de la
"solidaridad" social. Esta solidaridad es esencialmente variable, cambiante y
evolutiva, lo que justifica la mutabilidad de las reglas de Derecho 61 . Jèze lo
expresaba de manera especialmente pertinente para nuestra cuestión:
"Políticamente es absurdo, quimérico y criminal querer encerrar las
generaciones sucesivas en las ins tituciones políticas, administrativas,
sociales, etc., que quizás estén en contradicción absoluta con el ideal del
momento, la moral a la moda, los ideales de justicia, las necesidades,
políticas, económicas, etc.; es forzar a una generación a la revolución y a la
violencia"62 .
Sin perjuicio de que la doctrina haya merecido ciertas críticas63 , es lo
cierto que la misma ha prestado notables servicios para dilucidar el
problema de la posibilidad y de los efectos de los cambios normativos. Es
así un hecho que la explicación de los efectos de la mutación de las
situaciones generales y objetivas, legales y reglamentarias, sigue
acudiendo, aun despojándola de algunos de sus convencionales elementos,
a la explicación duguitiana.
Así, con alguna base en la doctrina propia 64 , tanto el Tribunal
Constitucional como el Tribunal Supremo la adoptaron para negar cualquier
derecho a permanecer en el régimen modificado al cambiarse en sentido
restrictivo o reductor el estatuto legal de funcionarios y jueces, fuese cual
fuese la "confianza" que los interesados pudiesen haber depositado en su
permanencia. Recordamos estos pronunciamientos.
A) Tribunal Constitucional
Sentencia 108/1986, de 29 de julio. El Tribunal Constitucional se enfrenta
con la reducción de la edad de jubilación de jueces y magistrados por la Ley
Orgánica del Poder Judicial de 1985. Dice: "El que el Estatuto de los jueces
esté fijado por una ley significa que la ley define los elementos que la
componen y que puede modificarlos, dentro, naturalmente, de la
Constitución... Sólo son exp ropiables, y por tanto ind emnizables, la
privación de bienes o derechos o inc luso int ereses patrimoniales legítimos
aún no garantizados como derechos subjetivos (por ejemplo, las situaciones
de precario); pero en ningún caso lo son las exp ectativas. Más aún, la
doctrina jurídica y la jurisprudencia consideran, casi unánimemente, que
sólo son ind emnizables las privaciones de derechos ciertos, efectivos y
actuales, pero no eventuales o futuros. En la medida en que, como se ha
dicho, no exi ste un derecho adquirido a que se mantenga una determinada
edad de jubilación, debe concluirse que de lo que se ha privado a jueces y
magistrados es de una exp ectativa, pero no de un derecho actual
consolidado, con la consecuencia de que esa privación no
es exp ropiatoria".
Sentencia 99/1987, de 11 de junio. Se enfrenta con la reducción de la
edad de jubilación de los funcionarios civiles de 70 a 65 años por la ley
3 0/1984, de 2 de agosto, de Medidas para la Reforma de la Función
Pública. "El funcionario que ing resa en la Administración Pública se coloca
en una situación jurídica objetiva, definida legal y reglamentariamente y, por
ello, modificable por uno u otro ins trumento normativo de acuerdo con los
principios de reserva de ley y de legalidad, sin que, consecuentemente,
pueda exi gir que la situación estatutaria quede congelada en los términos
en que se hallaba regulada al tiempo de su ing reso... Se ostenta el derecho
a la jubilación y al disfrute de las situaciones legalmente reconocidas, pero
no el derecho sino la exp ectativa frente al legislador a que la edad de
jubilación o el catálogo de las situaciones continúen inm odificadas por el
legislador, de modo que permanecieran tal y como él las encontró al tiempo
de su ing reso".
Sentencia 70/1988, de 19 de abril. La misma doctrina a propósito de la
misma reducción de la edad de jubilación forzosa a los profesores de EGB
(Real dec.-ley 1 7/1982, de 24 de septiembre).
Sentencia 65/1990, de 5 de abril. Idem a propósito de la agravación del
régimen de inc ompatibilidades de los funcionarios por la Ley de
Presupuestos para 1984.
B) Sentencias del Tribunal Supremo
Aquí podrían citarse inf inidad de sentencias, especialmente conocidas en
materia de los famosos "derechos adquiridos" de los funcionarios, en
nombre de los cuales éstos han solido recurrir con normalidad las
modificaciones (primero sólo las reglamentarias, dada la ine xistencia de un
control de constitucionalidad de las leyes; tras la Constitución de 1978,
también las modificaciones legislativas, como hemos podido comprobar ya
con la anterior reseña de sentencias del Tribunal Constitucional).
Pues bien, el Tribunal Supremo ha mantenido siempre, con clara
determinación, que no exi stían tales derechos adquiridos, de modo que
llegasen a impedir la modificación in pejus para sus destinatarios, del
régimen jurídico funcionarial exi stente en un momento dado.
Esta cuestión ha sido estudiada, clásicamente, por un justamente famoso
estudio de Alejandro Nieto, recientemente inc luido por el aut or en su
recopilación Estudios de Derecho y Ciencia de la Administración, 2001,
acometida con motivo de su jubilación universitaria65 .
En este trabajo se resume la jurisprudencia producida desde 1900 y su
sentido uniforme es que los funcionarios no pueden pretender la estabilidad
permanente y definitiva de la regulación funcionarial en un momento
dado66 . Unas veces bajo el imperio de la Ley de la Jurisdicción contencioso-
administrativa de 1894, en el carácter puramente discrecional de esa
reforma normativa, cuando frente a la discrecionalidad no se admitía la
protección de derechos; otras en la idea de que la norma sólo garantiza los
derechos surgidos durante su vigencia pero no su permanencia indefinida;
otras, en fin, en la doctrina duguitiana de las situaciones jurídicas objetivas
legales y reglamentarias, que se importa a España a través de la traducción
de la obra de Jèze que hizo el profesor García Oviedo y que éste mantendrá
luego en su manual67 .
No tendría demasiado int erés que adujésemos ahora toda la
jurisprudencia ulterior a la exp osición de Nieto en 1962. Baste decir que, sin
una sola exc epción, se reitera la misma doctrina. Nos int eresa ahora
solamente exp oner la posición del Tribunal Supremo ante las reformas del
régimen funcionarial que se plasman sobre todo por vía legislativa a partir
de la ley 3 0/1984, reformas ante las que conocemos ya las
reacciones exp lícitas del Tribunal Constitucional, exp uestas en el anterior
apartado.
La primera sentencia del Tribunal Supremo en esa materia es la de 30 de
noviembre de 199268 . Es la primera en que el Tribunal Supremo se enfrenta
con las restricciones a los derechos anteriores de los funcionarios que operó
la ley 30/1984, en concreto en este caso con la supresión del llamado "turno
de consorte" para los traslados en el Cuerpo de Profesores de Enseñanza
General Básica, que había operado el Real decreto de 14/6/1989, pero al
amparo de una habilitación contenida en la ley 30/1984, disposición
adicional 15. El Tribunal Supremo recuerda su doctrina sobre la inexistencia
de "derechos adquiridos" en su FJ 4º, en estos términos:
"Es doctrina jurisprudencial de esta sala, reflejada entre otras en
sentencias de 8 de mayo de 1981 y 29 de noviembre de 1986, la de que los
funcionarios públicos sujetos a un status legal y reglamentario sometido al
poder inn ovatorio de la Administración, no pueden esgrimir con éxito más
que los derechos que por consolidación hayan alcanzado la cualidad de
adquiridos, que la propia doctrina jurisprudencial ha limitado a los de orden
económico o al contenido de la función a realizar, pero no cabe
alegar exp ectativas que entran de lleno en lapotestasvariandi de la
Administración. Pretender que las meras o simples exp ectativas son
susceptibles de protección jurídica frente a la norma posterior que modifica
el régimen establecido en la anterior es desconocer la virtualidad y eficacia
de las normas, como correctivas de situaciones inn ovativas de las
relaciones jurídicas que han de ser condicionadas por las situaciones
sociales cambiantes".
Como se ve, el Tribunal Supremo conoce perfectamente la doctrina
que exp one.
Niega seguidamente la exi stencia de una exp ropiación de derechos, por
no exi stir violación del art. 3 3, de la Constitución (FJ 6º):
"En relación con la acusada vulneración del art. 3 3, de la Constitución...,
repetimos una vez más para rechazar esta presunta vulneración que el RD
895/1989 [impugnado] no priva de derechos y sí tan sólo elimina
la exp ectativa a participar en la adjudicación de plazas por el ‘turno de
consortes, por lo que siendo, según doctrina de esta sala, sólo exp ropiables
la privación de bienes y derechos e inc luso de int ereses legítimos, pero en
ningún caso las-exp ectativas y sólo ind emnizables las privaciones de
derechos ciertos, efectivos y actuales, pero no los hipotéticos y eventuales,
mal puede sostenerse que el precitado real decreto inf rinja dicho precepto
de la Constitución".
La doctrina es, pues, firme y es importante notar que la sentencia viene a
admitir que sólo por la vía de la violación del art. 3 3, de la Constitución
(que, en todo caso, en el supuesto de una ley sólo hubiese motivado el
planteamiento de una cuestión de inc onstitucionalidad ante el Tribunal
Constitucional, porque el Tribunal Supremo no podría declarar por sí solo
tal inf racción) es como puede llegarse a declarar una responsabilidad del
legislador.
Otra segunda sentencia de la misma fecha, de 30 de noviembre de
199269 , es sumamente importante: fue dictada por el pleno de la sala 3ª del
Tribunal Supremo para fijar un criterio, que luego se aplicó uniformemente
en otra serie de sentencias ulteriores, sobre las reclamaciones de
indemnización que miles de funcionarios formalizaron al ser jubilados como
consecuencia de la reducción de la edad de jubilación de 70 a 65 años que
operó la ley 30/1984, de 2 de agosto. El retraso temporal de la decisión
judicial se debió a que inicialmente el Tribunal Supremo no entró en el fondo
de las reclamaciones, para remitirlas, previa una nulidad de actuaciones, a
una reclamación previa ante el Consejo de Ministros, tras cuya decisión de-
sestimatoria se formalizaron los nuevos recursos contencioso-
administrativos cuya decisión marcó esta sentencia del pleno.
La sentencia me parece exc elentemente motivada, opinión que veremos
que no comparte toda la doctrina. Comienza rechazando que del art.
9 º, inc. 3 º, de la Constitución se derive directamente una responsabilidad
del legislador en nuestro Derecho, ante la falta de un desarrollo legislativo
del principio abstracto, como ha ocurrido en el caso de la responsabilidad de
la Administración (en desarrollo del art. 1 06, inc. 1 º, de la Constitución) y
de la actuación de los órganos judiciales (en desarrollo del art. 1 21). En
todo caso, no resulta posible la aplicación analógica del régimen de
responsabilidad de la Administración, pues todas las normas que lo rigen se
refieren al "funcionamiento de los servicios públicos", concepto en el que no
es posible subsumir al legislador. El derecho comparado ofrece soluciones
contradictorias, según tengan o no una jurisdicción constitucional, dice.
Pero, en último término:
"No podría inv ocarse como soporte para generalizar la responsabilidad a
los daños y perjuicios derivados de la aplicación de cualquier ley
noexpropiatoria70 ocasionados en meras expectativas de derechos, en los
derechos no consolidados", citando las sentencias del Tribunal
Constitucional que habían declarado constitucionales las leyes que
adelantaron la edad de jubilación de funcionarios, jueces y magistrados y
profesores de EGB:
"Admitir lo contrario conduciría a una petrificación legislativa para evitar
las importantes consecuencias económicas de modificaciones que
pretendan adaptar la Legislación anterior... a las nuevas circunstancias
políticas, económicas y sociales", concepto que ya conocemos. En fin, cita
el art. 1 39, inc. 3 º, ley 3 0/1992, aun que por su fecha no sería aplicable a
los hechos, y del que también resultaría la exc lusión de un derecho
de ind emnización.
La doctrina de esta sentencia será reiterada en cuantas reclamaciones de
responsabilidad se formularon por la reducción de la edad de jubilación y
otras restricciones de los derechos reconocidos hasta entonces en la ley por
nuevas leyes contrarias.
Merece la pena observar que contra esta sentencia, que nos parece
perfectamente correcta, se elevó una nutrida crítica, en general ins pirada
por los funcionarios afectados, directa o ind irectamente, y por quienes
defendieron sus procesos71 , Pero un autor reciente lleva su entusiasmo por
la doctrina de la responsabilidad general por hecho de las leyes hasta el
punto de llamar a esta sentencia "la anti -La Fleurette española"72 . Este
juicio carece de sentido, con todos los respetos. No hay paralelismo posible
entre el arrêtLa Fleurette, en el que el Consejo de Estado reconoció una
indemnización a una sola empresa afectada por una ley de protección de un
sector industrial determinado, supuesto que puede calificarse sin violencia
de expropiatorio (calificación que la ausencia de una jurisdicción
constitucional venía a forzar al Consejo de Estado a la decisión que adoptó,
que en todo caso no se hizo sin constatar expresamente que el legislador ni
directa ni indirectamente había excluido indemnizar), con una operación de
reconfiguración global de la función pública, afectante, pues, a millones de
personas. Operaciones de esta significación y alcance las ha realizado
Francia, como se comprende, en los casi setenta años transcurridos desde
1938 a la actualidad por docenas, sino centenas, en el convulso panorama
político que ha dominado en Francia durante ese tiempo, y ni al Consejo de
Estado, ni a ningún jurista, ni siquiera a Duguit, como hemos visto, padre
absoluto de la doctrina general de una responsabilidad por hecho de las
leyes, se les ha ocurrido gravar al Estado con indemnizaciones que
probablemente hubieran supuesto la ruina de su Hacienda.
Hay que precisar que el propio aut or que tan duramente critica esta
sentencia es consecuente, pues en otro lugar de su libro73 reconoce
lúcidamente que, dado que el anticipo de la edad de jubilación afectaba,
según un autor, a 200.000 funcionarios (en realidad, a muchos más, pues la
tesis de los derechos adquiridos afectaría a la totalidad de los funcionarios
activos existentes en el momento en que la ley 30/1984 se dicta, más de
dos millones, aunque no pudiesen hacerlo valer hasta el momento de la
jubilación rebajada), "el aumento del déficit público que hubiese causado la
ejecución de todas las sentencias de este tipo podría haber alejado a
España de la moneda única» y hasta causar una agravación seria de la
crisis económica iniciada justamente en 1992. Pero el autor parece
dispuesto a pagar ese precio exorbitante en favor de la sacrosanta doctrina
de la responsabilidad del Estado legislador y de la garantía patrimonial
absoluta asegurada a los beatipossidentis de los supuestos derechos
adquiridos.
El principio fiatiustitia , pereat mundus parece exc esivo como precio de
una simple convicción doctrinal, que, por lo demás, estimamos,
como int entamos justificar, que no es correcta, con todo respeto por
quienes opinan lo contrario. La coherencia del sistema político y social,
como se ve, parece exc luir esa convicción entusiasta, que no se encuentra,
rigurosamente, en ningún país occidental y que sería un obstáculo definitivo
para su desarrollo y su progreso.
Felizmente, ese riesgo quedó en esta ocasión eliminado pues la doctrina
de la sentencia del pleno del Tribunal Supremo que acabamos de resumir
fue repetida en cuantas ocasiones análogas se presentaron con motivo de
la reducción del nivel de derechos funcionariales ini ciada en 1984. No tiene
mucho int erés hacer ahora un catálogo completo de esta serie74 .
La doctrina duguitiana de las situaciones jurídicas generales,
impersonales y objetivas ha jugado, pues (certeramente, a mi juicio), un
papel decisivo para el mantenimiento tanto en el Tribunal Constitucional
como en el Tribunal Supremo en la línea correcta en ese momento clave del
problema que fue la reforma de la legislación funcionarial.
EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARIEDAD EN EL
PENSAMIENTO DE ALGUNOS ECONOMISTAS Y EN
LA DOCTRINA ECONÓMICA DE LAS ENCÍCLICAS
PAPALES
Etty Leiserson
porETTY LEISERSON
JA 1963-III-74
V. EL AMBIENTE URBANIZADO
Los lazos entre ambiente y urbanismo tienen orígenes antiguos. Las
primeras reglamentaciones urbanísticas concernientes a la seguridad y a la
salubridad de las ciudades son también reglas ambientales, y las de
las ins talaciones clasificadas14 tuvieron tempranamente (ley del 20/4/1832)
prolongaciones en el urbanismo, especialmente por la prohibición de
implantarlas en zonas residenciales. El ambiente no se limita a la protección
de la naturaleza, y el derecho del urbanismo no está restringido al espacio
urbano15 . Lo prueba bien la confusión existente en el seno de ciertos
órganos, consejos de arquitectura, de urbanismo y de ambiente,
asociaciones de defensa en materia de urbanismo y de ambiente. No
obstante, la confusión se da en los límites, y no debe extenderse a las
estructuras ministeriales que tienen interés en preservar su independencia:
la breve experiencia de una cohabitación desde 1986 a 1988 ha probado los
riesgos a los cuales estuvo expuesto el modesto Ministerio del Ambiente,
destruido por el poderoso Ministerio del Equipamiento, no pudiendo, en
adelante, jugar su rol de contrapoder.
El ambiente urbano presenta relaciones complejas y problemas
específicos que conviene tratar globalmente reforzando su coherencia. Esto
aparece en el ámbito int ernacional: el capítulo 7 de la acción 21 está
consagrado por completo a la "promoción de un modelo viable de
establecimientos humanos", que pueden ser rurales, pero que cada vez más
son urbanos. Especialmente, se prevé una vivienda adecuada para todos;
una mejor gestión de los establecimientos humanos; una inf raestructura
ambiental int egrada en lo que concierne al agua, el hacinamiento, los
deshechos; una política viable de energía y de transportes, y de una manera
general, la gestión int egrada del ambiente. Una reflexión similar ha sido
seguida igualmente por la Unión Europea. Las orientaciones del Libro
verde de 1990 se dirigen al ambiente humano, y en 1991 el Parlamento
europeo adoptó una resolución reclamando "normas mínimas en lo que
concierne al desarrollo y a la gestión urbana, así como las precauciones a
tomar para garantir en las ciudades y las aglomeraciones un ambiente que
no afecte a la salud pública", resolución que se aproxima a una verdadera
declaración de principios. La ciudad juega el rol de poderoso revelador de
los derechos fundamentales que, más fuertemente amenazados aquí que
afuera, requieren de particulares medidas de protección. La dimensión
urbana de los problemas ambientales tiene en todos los países (ricos y
pobres) un desarrollo rápido respecto del derecho del ruido, del aire, de los
deshechos, de la contaminación en general, y de los principios que le son
aplicables, especialmente el del "contaminador pagador".
En Francia, la necesidad de una gestión coherente de los espacios
urbanos, naturales y rurales se hace sentir cada vez más. Es evidente que
el ambiente es un todo y no se gestiona de manera fraccionada, del mismo
modo que el derecho del urbanismo no se aplica sólo a las ciudades.
Los grandes principios movilizantes tienen distintas finalidades. La
finalidad estética no se ha erigido en un principio general (podría ser el del
derecho a una ciudad bella), pero el legislador se preocupa de este aspecto
desde hace bastante tiempo. La ley sobre la arquitectura del 3/1/1977
proclama que "la creación arquitectónica, la calidad de las construcciones,
la ins erción armoniosa del medio ambiental (...), son de int erés público".
Para proteger sus riquezas patrimoniales sé proveerá a la ciudad de una
sector protegido, o de una ZPPAU16 , y requerirá el auxilio de
procedimientos imaginados por buenas y viejas leyes relativas a los
monumentos históricos y sus alrededores para evitar los sacrilegios y
conservar la memoria de los lugares y de los tiempos. La obligación que
pesa sobre los constructores de no afectar "el carácter o el interés de los
lugares vecinos a los sitios, a los paisajes naturales o urbanos" está
establecida en una disposición que nace de un decreto (art. R111 -21 del
Código del Urbanismo) y que puede llegar a tener el nivel de una
declaración de principios surgida de un real ámbito jurídico. La noción de
paisaje ha sido consagrada por el legislador en 1983, paisaje que, bien
entendido, puede ser tanto uno urbano como uno natural.
Pueden también ser presentados como principios comunes al ambiente y
al urbanismo los exp resados en el art. L 110 -1 que abre el Código del
Urbanismo. La consagración del territorio francés como "patrimonio común
de la Nación" se presta a diversas int erpretaciones. Si uno lo relaciona con
las disposiciones que siguen que hacen alusión a la gestión aut ónoma del
suelo, la única consecuencia sería la "gestión de un buen padre de familia"
que el derecho privado recomienda a los tenedores de un patrimonio. Pero
esta ambiciosa proclama podría inc itar a una int erpretación menos literal,
en tanto el carácter de patrimonio común de la Nación se ha ext endido. El
Código Rural (art. L 200-1) atribuye esta calidad a los espacios, recursos y
medios naturales, sitios y paisajes, a la calidad del aire, a las especies
animales y vegetales, a la diversidad y a los equilibrios biológicos; antes, en
cambio, lo limitaba al agua. Si la idea de un patrimonio
común parece exc luir, o al menos limitar, la apropiación privativa, el
principio se presentaría entonces como un derecho-deber: derecho de la
comunidad nacional a gozar de sus espacios y de los recursos, y deber
de int erés general de los responsables públicos de proteger, valorizar,
poner en estado, desarrollar el recurso utilizable (en lo que concierne al
agua) en una preocupación constante de equilibrio y de armonía. Fundado
sobre el objetivo del desarrollo sustentable y sobre la misión reguladora
confiada al conjunto de las colectividades públicas, el principio de equilibrio
no es una simple declaración de int ención, sino una fuente de obligaciones
para los responsables dulas políticas del urbanismo y del ambiente,
especialmente tratándose de la elaboración de documentos de planificación.
I. INTRODUCCIÓN
El estudio de los principios generales del derecho en el campo del
derecho administrativo puede realizarse de muy diferentes formas,
atendiendo a distintos puntos de vista. Se puede, por ejemplo, analizar su
condición de fuente del derecho y exp licar cuáles son sus peculiaridades
proyectadas sobre nuestra disciplina. Se puede, también, estudiar
específicamente su carácter de elemento inf ormador y transversal de todo
el ordenamiento jurídico-administrativo. Igualmente, se puede poner el
acento desde su conexión a la dimensión ética y a su proyección sobre el
plano de los valores. Es posible detenerse a partir del análisis de los
principios políticos que presiden el Estado social y democrático de derecho
o centrarse en el estudio de los aforismos, de las técnicas de
argumentación, de las reglas de int erpretación o de determinados criterios
procesales. Es decir, como señala Santamaría Pastor, exi ste una pluralidad
de significados y de aproximaciones en relación con los principios generales
que hacen necesario clarificar y concretar el objeto de la reflexión.
Si bien es cierto que la doctrina con frecuencia utiliza la exp resión
"principios generales del derecho" para referirse a una pluralidad
de exp resiones, en mi opinión los principios generales son principios que
hacen presente y operativa la idea de justicia. En un mundo de hipertrofia
normativa, en un mundo en el que las normas jurídicas no es que sean un
dechado de perfección técnica, en un mundo en el que exi ste una relativa
dictadura del positivismo, es menester volver a pensar en el sentido y la
función del derecho, en el sentido y la función del derecho administrativo.
Pues bien, las reflexiones que siguen parten de este convencimiento:
gracias a los principios generales el derecho sigue siendo el derecho.
Quiero con ello decir simplemente que frente a la tentación, no siempre
resistida, de convertir al derecho administrativo en una herramienta
o ins trumento del poder público o económico, la encarnación principal de la
justicia en los principios nos permite seguir alimentando la esperanza de
que el derecho administrativo sigue siendo el dique de contención, por una
parte, del poder inc ontrolado, del poder irracional, del poder que se sale de
los cánones de la moderación y la templanza en cuyo marco se debe
ejercer el poder en un Estado de Derecho. Por otra parte, los principios
generales permiten, desde una perspectiva positiva, configurar un derecho
administrativo en el que las ins tituciones, categorías y conceptos reflejen la
racionalidad, la objetividad y el sentido de servicio al int erés general que de
ellos se espera.
En las páginas que siguen, el lector va a encontrar una serie de
comentarios y meditaciones sobre la relevancia de los principios generales
en el derecho administrativo desde el exa men de la última jurisprudencia
contencioso administrativa en España. Así se ha operado porque quien
escribe es partidario desde hace tiempo de modular y contrastar la teoría
con la jurisprudencia. Es más, tantas veces la teoría surge de la
jurisprudencia como bien sabemos. En el caso presente, además, la
jurisprudencia nos ayuda a no perder de vista el sentido que entre nosotros
tiene el sometimiento pleno, como dispone el art. 1 03 de la Constitución, de
la Administración pública al derecho. Sometimiento que en buena medida se
produce gracias a la exi stencia de una serie de principios que proyectan su
luz para ver los problemas en su real y justa dimensión y que son la
atmósfera en la que ha de respirar el ordenamiento jurídico-administrativo.
La jurisprudencia, como veremos enseguida, enseña que los principios
generales son el resultado del genio jurídico de la construcción del Estado
de Derecho y la esencia del entero ordenamiento jurídico.
En el marco del derecho administrativo los principios generales, además
de ser fuente en defecto de ley o costumbre, constituyen, como señala con
carácter general el Código Civil, criterios ins piradores del entero sistema
normativo de nuestra disciplina. De este modo, los principios generales, que
son la esencia del ordenamiento, siempre nos ayudarán a realizar esa
fundamental tarea de asegurar y garantizar que el poder público en todo
momento se mueve y actúa en el marco del derecho. Es más, su
carácter ins pirador del ordenamiento nos lleva a reconocer en los principios
las guías, los faros, los puntos de referencia necesarios para que, en efecto,
el derecho administrativo no se convierta en una maquinaria normativa al
servicio del poder de turno, sin más asideros que las normas escritas y las
costumbres que puedan ser de aplicación en su defecto.
Vamos a estudiar, por tanto, algunos de los pronunciamientos de la
jurisprudencia contencioso administrativa española acerca de esta capital
cuestión. Analizaremos también, junto con las conexiones entre principios,
ética y valores, la centralidad de la dignidad del ser humano en su relación
con los principios y, más en concreto, el principio de buena fe, el de
seguridad jurídica y el de confianza legítima, el principio de la buena
Administración, así como el principio de int erdicción de la arbitrariedad.
V. EL PRINCIPIO DE BUENA FE
En efecto, el principio de buena fe es uno de los principios generales del
derecho más estudiados porque plantea el alcance y los límites de las
conductas que son propias a los sujetos en las relaciones jurídicas, sean
éstas públicas o privadas. En el caso del derecho público, la exi gencia de la
buena fe se entiende bien precisamente por la naturaleza de los poderes
que ejerce la Administración y por su especial misión de servicio objetivo
al int erés general. Efectivamente, no es posible comprender un servicio
objetivo al int erés general si no es de acuerdo con la buena fe. Buena fe
que, además, el legislador español ha int roducido en el año 1999 en la
reforma que entonces se hizo de la ley de régimen jurídico de las
administraciones públicas y del procedimiento administrativo común y que a
mí me tocó el honor de dirigir desde el Ministerio de las Administraciones
Públicas de entonces. El hoy art. 3 .1 in fine señala que "las
administraciones públicas deben respetar en su actuación los principios de
buena fe y confianza legítima".
La jurisprudencia del Tribunal Supremo es bien clara en la materia,
habiendo declarado por resolución del 18/2/1992 que uno de "los principios
que inf orman el ordenamiento jurídico es el de que los derechos deberán
ejercitarse conforme a las exi gencias de la buena fe art. 7 .1 del título
preliminar del Código Civil, que se inf ringe o falta, como dice la sentencia
de la sala p rimera del Tribunal Supremo de 29/1/1965 cuando se finge
ignorar lo que sabe (...), se realiza un acto equívoco para
beneficiarse int encionadamente de su dudosa significación o se crea una
apariencia jurídica para contradecirla después en perjuicio de quien puesto
su confianza en ella. La jurisprudencia contencioso-administrativa ha venido
haciendo frecuente uso de este principio general, en campos distintos como
el de las notificaciones, los contratos administrativos, la exp ropiación
forzosa (...) declarando que el principio de la buena fe es ins pirador tanto
para los actos de la Administración como para los actos del administrado
(sentencia de la sala c uarta de 23/1/1976)".
Esta sentencia pone de manifiesto dos cuestiones que conviene subrayar,
siquiera sea brevemente. La primera se refiere a que los principios
generales del derecho son la atmósfera en la que viven y se desarrollan las
normas jurídicas, sean del mundo del derecho privado, sean del mundo del
derecho público. La unidad del derecho y las exi gencias de que la justicia
resplandezca en el ordenamiento jurídico en su conjunto exp lican que para
el derecho administrativo los principios generales adopten exp resiones
adecuadas a su propia naturaleza pero vinculadas a la idea de la justicia. En
este sentido, hay principios que presiden las actuaciones de los sujetos de
la relación jurídica, sea ésta pública o privada. Uno de ellos es el principio
de buena fe, que está previsto en el art. 7 .1 del Código Civil y que, en
materia de derecho administrativo, es, si cabe, de mayor alcance que en el
derecho privado. Por una razón elemental: porque para el derecho
administrativo constitucional, la Administración debe cumplir sus funciones
en el marco del servicio objetivo al int erés general. Esa objetividad, esa
racionalidad, esa coherencia o congruencia que vincula la acción de la
Administración reclama de ésta que actúe siempre en el marco de la buena
fe. Buena fe de la que se deduce otro principio relevante del derecho, hoy
de gran actualidad en el derecho administrativo, como es el principio de
confianza legítima.
En segundo lugar, la evolución jurisprudencial del principio de buena fe
demuestra hasta qué punto ha sido fundamental la jurisprudencia
contencioso administrativa en orden a la recepción en la legislación de estos
principios. En este sentido puede afirmarse que así como el reconocimiento
legal del principio de confianza legítima se debe a la jurisprudencia
comunitaria, la carta de naturaleza legal del principio de la buena fe en el
derecho administrativo es la consecuencia del sentido de la anticipación y
de vanguardia que ha caracterizado, en éste como en otros temas de todos
conocidos, a la jurisprudencia contencioso administrativa española.
IX. BIBLIOGRAFÍA
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porALEJANDRO ROSSI
RDA 2006-57-834
I. EL CASO
La accionada Refinor SA operaba una planta de recepción, almacenaje y
despacho de gas licuado de petróleo en los barrios de Tres Cerritos y
Chachapoyas, densamente poblados1 , dentro del área urbana de la ciudad
de Salta. Se trata de una actividad altamente riesgosa como consecuencia
del material explosivo que estos procesos conllevan a título de materia
prima, que devino prohibida merced a la normativa que impide la radiación
de establecimientos que almacenan hidrocarburos líquidos2 .
A partir de 1998 se ini cia un período de negociaciones entre la empresa y
la Municipalidad de Salta3 para relocalizarla a la par de otras compañías no
traídas a juicio4 . Se establecieron fechas, prórrogas y hasta sanciones por
incumplimiento. Las obligaciones fueron reprogramadas en varias
oportunidades en función de los altos costos que insumía la relocalización 5 ,
y el acuerdo tuvo comienzo de ejecución. Pero hacia finales de 2003 la
planta no había sido "levantada", y es entonces cuando un grupo de vecinos
resuelve accionar por la vía del amparo.
En primera ins tancia, la acción es resuelta favorablemente a la actora
declarándose la improrrogabilidad del traslado de la planta de Refinor SA
ubicada en calle Juan B. Justo 599 de esta capital, "bajo apercibimiento de
ley y concordante res. 42 del Honorable Concejo Deliberante de la Ciudad
de Salta- art. 1 º, conc. adenda a dicho convenio del 2/4/2003".
Básicamente, los vecinos solicitaron "levantar irremisiblemente la planta
de almacenaje y despacho de la Avenida Juan B. Justo de nuestra ciudad,
Chachapoyas, en el plazo que fije VS sin posibilidad alguna de nuevas
prórrogas", sustentando la pretensión en el riesgo creado para los
habitantes del lugar por el material exp losivo. Dicha pretensión se
encontraba encaminada a cuestionar las sucesivas prórrogas negociadas
por la empresa con la Municipalidad de Salta, que terminaban por
desnaturalizar la resolución aprobada por el Concejo Deliberante.
La resolución de la Corte provincial termina por admitir el planteo de la
actora a fin de que los demandados (empresa y municipio) adopten "todas
las medidas y recaudos necesarios de planificación, proyección y ejecución
para que en el término de 2 (dos) meses, a contar de la notificación de la
sentencia, concluyan definitivamente las tareas de desmantelamiento de la
planta de recepción, almacenaje y despacho de gas licuado de petróleo,
bajo apercibimiento de aplicar sanciones conminatorias para el caso
de inc umplimiento, con costas".
II. FUNDAMENTOS
1. Configuración progresiva de la inminencia de la amenaza
El decisorio del máximo tribunal provincial comienza con una articulación
frontal y determinante relacionada con el transcurso del tiempo, destacando
que la Corte debe pronunciarse "conforme a la realidad fáctica y jurídica que
hoy se hace inc ontestable". De esta manera se consideran hechos
posteriores que naturalmente no pudieron ser inc orporados al momento
de int erponer la acción, refiriéndose a constataciones realizadas en fechas
9/8/2004, 19/8/2004 y 26/10/2004, de las cuales se desprende con claridad
el inc umplimiento de la empresa y la fundada preocupación de los actores.
De esta manera, si bien el pronunciamiento recurre a la
clásica int erpretación del amparo como vía exc epcional y la necesidad de
acreditar el agravio irreparable "en forma palmaria", la inv ocación de la
economía procesal que respalda la doctrina de la Corte nacional en Fallos
259:79 permite "actualizar" la situación fáctica antes de dictarse el
pronunciamiento.
Entendemos que tanto esfuerzo dispensado por el máximo tribunal local
tiene por finalidad apuntalar las bases de un derecho público que atraviesa,
en cierta medida, un período de transición hacia las nuevas normas en
materia de protección de derechos fundamentales y en particular
ambientales. Pero aun así, el decisorio resulta de trascendencia a la hora de
articular estrategias de litigio, donde se sabe que tarde o temprano los
acuerdos y, en general, normas de protección ambiental terminan por
ser inc umplidos, motivo por el cual la oportuna y precabida agregamos con
énfasis int erposición de la acción, sea cual fuere su naturaleza, permite
sostener la vigilia procesal necesaria, aguardando el momento oportuno
para desplegar cabalmente el pedido de protección efectiva.
En síntesis, consideramos en ext remo rescatable de la doctrina de este
pronunciamiento provincial, la visión dinámica de toda acción judicial no sólo
del amparo con un énfasis particular en la configuración progresiva, a lo
largo del tiempo, de la inm inencia de la amenaza en el caso concreto.
2. El amparo como vía idónea, en el caso, para prevenir el daño
ambiental colectivo
En el considerando quinto señala el tribunal que exi gir un prolongado
tiempo de tramitación para producir prueba y diligenciar una acción ordinaria
conculcaría en el caso los principios y garantías consagrados en la
Constitución Nacional refiriéndose a los de los arts. 4 1 y concs., toda vez
que en el caso concreto de los hechos y circunstancias aportadas se
desprende con claridad el riesgo de producción de un daño ambiental
colectivo.
Pues bien, una vez más en este punto del decisorio se advierte con
claridad el "espíritu" o "voluntad" del juzgador, aun que los medios resultan
un tanto sinuosos. En efecto, mientras que en los considerandos anteriores
se caracterizó al amparo como vía de exc epción, parecería que cuando se
trata de un amparo ambiental o, con más sujeción al caso, de un amparo
para evitar un daño ambiental, pues entonces tal regla de exc epción no se
aplicaría.
Nótese al respecto que de acuerdo con las palabras de la Corte provincial,
"no cabe exi gir a los vecinos de la comuna sometida al riesgo de la
producción de un daño ambiental colectivo que acudan a la vía ordinaria y
no a la acción de amparo, si dentro de su reducido marco de conocimiento
se ha producido un considerable debate de la cuestión litigiosa con la
producción de medidas probatorias...". Sin embargo, las medidas
probatorias a que alude la Corte son sustancialmente "formales",
encaminadas a demostrar el vencimiento de los términos comprometidos a
partir de constataciones realizadas in situ . En ese contexto, la
sola inv ocación del riesgo, que no parece haber sido probado, no fue la
detonante de la resolución comentada, sino en todo caso el inc umplimiento
de los plazos comprometidos a la luz de la normativa que prohíbe ciertas
actividades en razón del riesgo que conllevan en zonas de altas densidad
poblacional.
Es decir que, en el caso, no resultó necesario ind agar en la probabilidad o
riesgo de acontecimiento del evento dañoso, pues para eso estaba la
legislación precedente6 y el estado de conocimiento respecto de este tipo de
establecimientos. Bastaba, pues, con plantear la existencia de plazos que
terminaron por ser desnaturalizados a través de la sucesivas negociaciones
entre Administración y Empresa, olvidando la legislación que motivó la
sobre radicación industrial que generó el conflicto, así como la voluntad del
Concejo Deliberante expresada en la aprobación del acuerdo.
3. Tres Presupuestos Mínimos de Protección y un "solo corazón"
El decisorio recurre de una manera "tradicional" a los Presupuestos
Mínimos de Protección Ambiental, consagrados en la Ley Marco 25.675,
para articular un razonamiento funcional a la idea de actuar oportunamente
para salvaguardar la salud de la población, antes inc luso que la protección
del ambiente.
Por lo pronto, es de notar la inv ocación del art. 2 º, inc. k ), para
establecer procedimientos y mecanismos adecuados para la minimización
de riesgos ambientales para la prevención y mitigación de emergencias
ambientales y para la recomposición de los daños causados por la
contaminación ambientales. En este sentido, se consideró en el caso que
las operaciones de desmantelamiento de la planta de gas licuado de
petróleo importan una situación de riesgo en sí mismo.
De manera complementaria, el tribunal encuentra sustento para el
decisorio en el art. 4 º, con el establecimiento del principio precautorio , en
función del cual la aus encia de inf ormación o certeza científica no deberá
utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces en
función de los costos para impedir la degradación del medio ambiente.
Es int eresante destacar que, en el caso, el principio es aplicado a los
efectos de inv ertir la carga de la prueba, teniendo en cuenta el orden de
irreversibilidad de las acciones o la singularidad de los recursos naturales
comprometidos7 .
Y en forma coincidente con la ley provincial 7070, se menciona finalmente
el principio de prevención , con arreglo al cual las causas y las fuentes de
los problemas ambientales se atenderán en forma prioritaria e int egrada
tratando de prevenir los efectos negativos que sobre el ambiente se pueden
producir.
En rigor, el presente caso no comportaba la aplicación del principio
precautorio, pues el decisorio no da cuenta de una discusión o inc erteza
científica. De igual manera, el principio de minimización de riesgos es un
horizonte para la formulación de una política regulatoria, pero no se estaba
discutiendo la necesidad de minimizarlos, sino que el caso gira en torno a
la exi stencia de un riesgo, proyectado en las altas probabilidades
de inc endios y su propagación8 . Pero son principios que reaccionan como
por afinidad con el principio de prevención. De allí que veamos un único
propósito en el abordaje de los principios, que es justificar la actuación
oportuna de la jurisdicción.
porESTELA B. SACRISTÁN
RDA 2002-14-407
I. EL CASO
La sentencia de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Contencioso-
Administrativo Federal que motiva estas líneas 1 hace a un caso cuyas
circunstancias relevantes, según surgen de la misma, son las siguientes: el
Banco Central impuso una multa de más de seis millones de pesos, y
oportunamente se ordenó que se llevara adelante la ejecución. El Tribunal
hizo lugar a la apelación de la demandada, declarando la inexigibilidad de la
deuda por ser inaplicable, en el caso, el solo efecto devolutivo del recurso
del art. 42 de la Ley de Entidades Financieras 21.526 2 . Así, acogió la
defensa de inhabilidad de título invocada, y rechazó la ejecución.
Según se considera en el fallo —y son ellos elementos clave en la
solución que se brinda— el administrado demostró que: a) e l monto de la
multa era notoriamente superior a su patrimonio, ext remo acreditado con la
respectiva declaración de impuesto a las ganancias y la certificación de lo
que percibe; b) e sa circunstancia, y la magnitud de la multa hubieran
conducido a un gravamen de difícil reparación posterior en el caso de
haberse admitido la ejecución.
Sentado ello, nos permitiremos ind agar en algunos aspectos que
estimamos de int erés a la luz del fallo.
III. CONCLUSIÓN
En una materia que ha sido objeto de diversas int erpretaciones22 , la
solución brindada se enrola en la línea de otros sanos fallos del mismo
Tribunal que excede esta nota analizar. El holding de la sentencia puede ser
resumido como "es inexigible la deuda cuando, en virtud del art. 42 de la ley
21.526, se debe efectuar un pago previo de más de seis millones de pesos",
afirmación consecuente con el carácter excesivo23 de dicha suma, pero
dotada de la fuerza del precedente. Su valor como tal, unido a las
particularidades del caso, servirá para que se sigan delineando los alcances
de la precitada norma de cara a cada situación en particular, en el marco de
los derechos que nuestra Constitución asegura.
I. INTRODUCCIÓN
Desde tiempos pretéritos el Derecho ha procurado, en
1
su ins trumentalidad, asegurar una regulación justa de la conducta humana
en sociedad2 . Para ello se lo ha integrado con normas jurídicas que
sentaron las pautas directrices de esas conductas, ora prescribiendo cierta
línea de acción, ora creando una competencia determinada 3 . En todos los
casos tales esquemas rectores han reposado sobre una serie de ideas
basales o principios organizadores de contenido fuertemente axiológico -y a
veces también lógico- condicionantes de la fuente jurígena de que se
tratase (constituyente, legislador, juez, funcionario o sociedad, esta última a
través de la costumbre), incidiendo en ella al momento de formularse la
norma idealmente orientada a la realización de un orden social justo. Estas
ideas básicas se conocen como "principios generales de Derecho", y su
misión práctica ha sido también la de obrar como guía para el intérprete en
la significación lógica y axiológica de la norma jurídica destinada a reglar
una determinada conducta humana4 .
Uno de esos principios vertebradores es aquel que veda al titular de un
derecho valerse de él para obtener un fin distinto del previsto por la norma
que lo reconoce o que, de un modo u otro, repugna a ciertos elementales
valores de justicia que una sociedad acepta en un momento histórico
determinado. Este eje elemental, sin cuya admisión se desnaturalizaría
cualquier orden jurídico al resultar privado de su razón de ser, es lo que hoy
conocemos como "abuso de derecho" o, mejor, "ejercicio abusivo de los
derechos", giro que evita la trampa dialéctica que proponía Planiol 5 , y que
fue desarrollado y sistematizado por obra de la jurisprudencia francesa
durante el siglo XIX.
Los principios generales de Derecho -o, más llanamente, principios
jurídicos- han sido, fundamentalmente, acuñados en el ámbito del Derecho
Privado, pero proyectan su halo de inf luencia a todo el Derecho,
adquiriendo a veces, a través de su recepción normativa, un carácter
especial de concreción "sectorizada"6 . En el caso del abuso de derecho el
Derecho Administrativo ha desarrollado el principio a través de la figura de
la "desviación de poder" como su especificación más acabada. Resulta
natural que así haya sido, habida cuenta de que el ejercicio abusivo de los
derechos por parte del Estado siempre ha hallado -lógica y fácticamente- un
terreno más propicio para asentarse en el plano de la actividad
administrativa, por ser ella la que, dadas sus notas de inmediatez y
espontaneidad, exterioriza más acabadamente la expresión de la voluntad
estatal. Por ello es dable advertir, desde ahora, que entre las dos figuras,
considerando su génesis y desenvolvimiento ulteriores, median -a nuestro
juicio- significativas semejanzas, no sólo en lo que respecta a su raíz lógica
y ontológica sino también, ya situados en una perspectiva epistemológica de
abordaje, por la importancia que cobran otros condicionantes7 .
Es claro, como también habremos de referir seguidamente, que el abuso
de derecho puede verificarse asimismo en el resto de la actividad estatal.
Desde luego que parece aconsejable reservar la denominación de
"desviación de poder" para los descarríos en el fin de su actuación en
que inc urran los órganos administrativos, pero la idea, como principio
general de Derecho de que se trata, debe exp andirse a todo el accionar del
Estado. Cabe así también calificar como conductas "abusivas" a aquellas
actuaciones de los órganos legislativo y judicial apartadas de sus típicas
finalidades, resultando todas estas "abusiones", según el feliz neologismo
acuñado por Ival Rocca8 , especies comprensivas del género que
denominaremos "abuso de derecho estatal" o "abuso de derecho público".
Idéntico enfoque epistemológico nos permitirá arriesgar -al menos-
una exp licación acerca de los motivos por los cuales en sistemas jurídicos
como el nuestro y el español la desviación de poder (ni hablar de los
restantes "abusos estatales") tiene una acogida prácticamente nula en la
jurisprudencia de los tribunales, relegándosela, en el mejor de los casos, a
cumplir un mero papel subsidiario frente a los otros vicios que pueden
aquejar al acto administrativo.
Pero antes de seguir esbozaremos las razones por las cuales
consideramos que también el Estado puede erigirse en sujeto activo del
abuso de derecho.
Javier Urrutigoity
porJAVIER URRUTIGOITY
JA 2005-IV-1383
I. INTRODUCCIÓN
El principio de tutela administrativa efectiva es uno más entre los
generales del derecho que nos puede ilustrar sobre la importancia de los
"principios" en el Derecho Administrativo 2 . Me propongo concretar el
análisis de este principio específico, que me parece también de enorme
trascendencia práctica. El punto de apoyo será el caso resuelto por la Corte
Suprema de Justicia, en fecha 14/10/2004, en autos "Astorga Bracht, Sergio
y otro v. Comfer"3 .
Allí se ha dado reconocimiento exp reso y categórico al principio de tutela
administrativa efectiva. Sin embargo, antes de adentrarnos en este
precedente bien vale, a título de int roducción, dedicar unos párrafos a
justificar por qué cabe inc luir a la tutela administrativa efectiva como un
"principio" más entre los clásicos del procedimiento administrativo4 .
La diferencia conceptual entre una "norma" y un "principio" aparece ya en
el mismísimo diccionario de la Real Academia. Allí el término "norma",
etimológicamente derivado del latín, aparece significando "escuadra", en
clara analogía con su funcionalidad de servir como regla o ins trumento de
ajuste. Porque la escuadra es la herramienta que sirve a los artífices para
arreglar y ajustar las cosas que forman una determinada obra. De allí que
también se lo aplique a la regla que se debe seguir, o a la que se deben
ajustar las conductas, tareas, actividades, etcétera. Y, ya pasando a su
significación jurídica, el diccionario define a la norma como un precepto de
Derecho.
En tanto, de las varias significaciones de la voz "principio" podemos
rescatar como las más apropiadas al tema bajo estudio las referidas a
primer axioma o precepto no legal (no positivizado) y fundante de las demás
normas, supletorio de ellas, y que constituye una doctrina o aforismo que
goza de general y constante aceptación de jurisconsultos y tribunales. De
allí que los aut ores suelan definir a los principios del procedimiento como
pautas o directrices esenciales y justificantes de aquél, como sus ideas
pétreas (tal el caso de Dromi).
Y en relación con los principios generales del derecho, se los ha
conceptualizado como estándares de justicia o equidad, que no son normas,
sino que tienen mayor amplitud, porque son más abiertos que las normas
positivas (Dworkin y Cassagne). De Castro comparaba a los principios con
el aire mismo en el que jurídicamente se vive, como las ideas
fundamentales e inf ormadoras de la organización jurídica de la Nación.
Gómez de la Serna nos habla de los principios jurídicos como
algo inm utable que está en la conciencia del género humano, que en todos
los pueblos a que ha llegado la antorcha de la civilización se respetan como
leyes, y que, a pesar de que son la base misma sobre la que el legislador
levanta su obra, no han recibido sanción exp resa, tal vez porque se
considera que no puede añadirse aut oridad a lo que el asentimiento
general de las Naciones y de los siglos le han dado sin contradicción; tal vez
porque teme el legislador rebajar su importancia en el hecho de ponerles un
sello nuevo que los comprenda con leyes, que tienen carácter pasajero y
mudable. Aclara que no son leyes, sino que pueden llamarse con propiedad
"leyes de leyes"; son reglas de orden superior que siempre se
suponen, aun que no estén reducidas a fórmulas oficiales de ley, ni pasen
por las solemnidades de una publicación que nadie necesita para
conocerlos. Larenz los identificaba con los pensamientos directores de una
regulación jurídica exi stente o posible, en tanto ind ican la dirección en la
que está situada la regla que hay que encontrar. García de Enterría se
refiere a ellos como una condensación de los grandes valores jurídicos
materiales que constituyen el substractum del ordenamiento jurídico, sobre
los cuales se constituye como tal, como las convicciones ético-jurídicas
fundamentales de una comunidad. Para Suay Rincón son los soportes
primarios o básicos del derecho, que trascienden un precepto concreto y
organizan y dan sentido a muchos.
Sin embargo, no puede dejar de advertirse que han exi stido prestigiosos
administrativistas, como el maestro Linares, que han negado a los principios
su carácter de fuente del Derecho Administrativo. Aunque también
encontramos otros, como De Castro, García de Enterría, González Pérez,
Sarmiento García, Cassagne, Dromi, Marienhoff, por mencionar algunos,
que le han reconocido primacía como fuente jurídica. Los hay también,
como es el caso de Garrido Falla y Altamira Gigena, que les reconocen
carácter supletorio de la norma positiva como fuente del derecho. Esta
cuestión, sin embargo, bien puede resumirse y dada por concluida con
estas palabras de Gordillo: "Se produce de este modo el germen de un
retorno a las fuentes del Derecho anglosajón y del canónico, en que los
principios superiores a la norma son la razón, la equidad, etc. Se pone
entonces énfasis creciente contemporáneamente en los principios del orden
jurídico, tanto de la Constitución como del orden jurídico supranacional... El
primer nivel en las fuentes está claramente compuesto más de principios
que de normas. Se int egra ine xorablemente con los valores de todo orden
jurídico, del Derecho Internacional, etc. Es el momento de percibir que se
produce una ine vitable mutación del modo de conocer el derecho. Los
grandes valores de razonabilidad, justicia, buena fe, son ahora admitidos
como supremos. Los textos normativos son así ins trumentales para el logro
de tales fines"5 .
Pues bien, si miramos atentamente la funcionalidad de los principios
clásicos del procedimiento administrativo, en cuanto "fundantes",
"ins piradores", "animadores", "orientadores", "iluminadores",
"int egradores", "complementarios", "inf ormadores", "supletorios",
"vivificantes" y "estructurantes" de las normas que regulan -concreta y
positivamente- el procedimiento administrativo6 , en orden a que éste no
pierda nunca de vista su norte, que sirva sin desviaciones ni malversaciones
su finalidad garantística7 o protectora -de la juridicidad y del mérito del
accionar administrativo-, en tal caso, sostengo: bien le cabe el calificativo de
principio del procedimiento al de tutela administrativa efectiva8 .
En efecto, no debe inc urrirse en falsas escisiones o separaciones del fin
de garantía -ins isto, de tutela o protección- que el procedimiento cumple
como asegurador de la juridicidad y de la eficacia y eficiencia del accionar
de la Administración. Pues si bien es lícito "distinguir" conceptualmente
estos dos aspectos que int eresan a la Administración, no lo es su
"separación" en el plano de la praxis administrativa. El fin del procedimiento,
en cuanto mecanismo o técnica jurídica de operatividad del derecho en
sede administrativa, importa como condición sine qua non la realización del
bien común, entendido en su aut éntica significación: como efectiva
observancia de los derechos y garantías fundamentales en la actuación de
los poderes públicos, sin lo cual es falsa toda idea de progreso o bienestar
general9 .
Sólo así se concretiza el carácter servicial o vicarial de la Administración y
de la función administrativa a su cargo 10 . Y de su instrumento de
manifestación (en la etapa formativa o en la revisora), que es el
procedimiento administrativo. Entonces, lo que me propongo mostrar,
comenzando por el análisis del citado precedente de nuestra Corte y su
fundamento, es que la tutela administrativa efectiva cumple esta
funcionalidad "informadora" y "estructurante" de todo el conjunto de normas
y actos que configuran todo procedimiento administrativo, en un estado
"formal" y "sustancial" de derecho, sirviendo de directriz insoslayable en su
interpretación y aplicación a los casos concretos11 .
III. FUNDAMENTOS
De lo que llevamos dicho se deduce que el principio de tutela
administrativa efectiva encuentra fundamento -suficiente y operativo- en el
conjunto de principios y normas de nuestro Derecho Público. Esto es, que
se pueden señalar hasta cuatro planos o niveles que le brindan sustento
jurídico:
En el plano de los principios encontramos algunos receptados en el
Preámbulo. Empezando por el de "afianzar la justicia", que no se refiere
solamente al "juicio judicial" (ámbito donde se despliega el principio de
tutela judicial efectiva), sino que también abarca al "juicio administrativo". Es
decir, a todo procedimiento que vaya a concluir en una decisión o
declaración sobre derechos e int ereses de particulares, emanada de
una aut oridad administrativa competente.
También encontramos en el Preámbulo el principio de promoción del
bienestar general, que compromete la persecución y consecución, por parte
de la Administración, del int erés público12 . En su recto sentido, como
habíamos dicho, "bienestar general" e "interés público" suponen -y no se
contraponen- el respeto efectivo -no declamado, para traicionarlo en la
práctica- de los derechos y libertades fundamentales. Así lo expresa, con
claridad, el Preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos,
que considera esencial que dichos derechos sean protegidos por un
régimen de derecho, proclamando el ideal común de que todos los pueblos
y Naciones deban esforzarse a fin de que tanto los individuos como las
instituciones promuevan el respeto a estos derechos y libertades y
aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su
reconocimiento y aplicación universales y efectivos.
Esto se vincula con los principios tradicionales del procedimiento
administrativo, particularmente con el de eficacia y eficiencia, y, como
habíamos adelantado, con el carácter servicial o vicarial de toda
Administración Pública. La Administración estaría violando y traicionando
ambos aspectos constitutivos de su accionar si no observara en él la
garantía de tutela administrativa efectiva de los derechos fundamentales.
En el plano de los tratados int ernacionales con jerarquía constitucional
(art. 7 5 inc. 2 2 CN.) el fundamento del principio en trato lo encontramos en:
1. La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, que
en su art. X VII proclama que toda persona tiene derecho a que se le
reconozca en cualquier parte como sujeto de derechos y obligaciones y a
gozar de los derechos civiles fundamentales. En su art. X VIII, que tras
reconocer a toda persona el derecho de ocurrir a los tribunales para hacer
valer sus derechos agrega que se debe disponer de un procedimiento
sencillo y breve por el cual la justicia la ampare contra actos de la aut oridad
que violen, en perjuicio suyo, alguno de los derechos fundamentales
consagrados constitucionalmente. A su turno, el art. X XIV aclara que toda
persona tiene derecho de presentar peticiones respetuosas a
cualquier aut oridad competente y a obtener pronta resolución.
2. La Declaración Universal de Derechos Humanos, que en su art.
5 prohíbe los tratos degradantes; en su art. 7 consagra el derecho a la
protección de la ley; en su art. 8 , el derecho a un recurso efectivo que la
ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos
por la Constitución o por la ley; y en el art. 1 0, el derecho a ser oída
públicamente y con justicia, para la determinación de sus derechos y
obligaciones. En su art. 2 8 reconoce el derecho a un orden en el que los
derechos y libertades proclamados en esa declaración se hagan
plenamente efectivos. A su turno, el art. 2 9 ap. 2 asegura en el ejercicio de
los derechos y en el disfrute de las libertades que la persona estará
solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley, con el único fin
de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de
los demás, y de satisfacer las justas exi gencias de la moral, del orden
público y del bienestar general de una sociedad democrática. Por fin, el art.
3 0 termina diciendo que esa declaración no podrá int erpretarse en el
sentido de que confiera derecho alguno al Estado, a un grupo o a una
persona para emprender y desarrollar actividades o realizar actos
tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades
proclamados en esa declaración.
3. El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos en su preámbulo
reconoce la obligación de los Estados de promover el respeto universal y
efectivo de los derechos y libertades humanos. Su art. 2 número 1 establece
el compromiso de los Estados partes de respetar y garantizar a todos
los ind ividuos que estén sujetos a su jurisdicción los derechos reconocidos
en ese pacto. En su número 2 compromete a cada Estado parte a adoptar
las medidas oportunas de índole legislativas o de otro carácter que fueren
necesarias para hacer efectivos los derechos reconocidos en dicho pacto y
que no estuviesen ya garantizados por disposiciones legislativas o de otro
carácter. El número 3 garantiza que: (i) toda persona cuyos derechos o
libertades reconocidos en el pacto hayan sido violados podrá int erponer un
recurso efectivo, aun cuando tal violación hubiere sido cometida por
personas que actuaban en ejercicio de sus funciones oficiales (letra a); (ii)
la aut oridad competente administrativa, o cualquier otra competente
prevista por el sistema legal del Estado, decidirá sobre los derechos de toda
persona que int erponga tal recurso (letra b). Por su parte, el art. 1 4 número
1 asegura el derecho de toda persona a ser oída públicamente y con las
debidas garantías para la determinación de sus derechos u obligaciones de
carácter civil (entendido como opuesto a penal).
4. La Convención Americana sobre Derechos Humanos en su art.
1 número 1 compromete a los Estados partes a respetar los derechos y
libertades reconocidos en ella y a garantizar su libre y pleno ejercicio a toda
persona que esté sujeta a su jurisdicción13 . El art. 2 obliga a adoptar las
medidas legislativas o de otro carácter que fueren necesarias para hacer
efectivos tales derechos y libertades. El art. 8 número 1 consagra el derecho
de toda persona a ser oída con las debidas garantías y dentro de un plazo
razonable en la determinación de sus derechos y obligaciones de orden
civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter. El art. 25 número 1 reconoce
que toda persona tiene derecho a un recurso sencillo y rápido o a cualquier
otro recurso efectivo que la ampare contra actos violatorios de sus derechos
fundamentales, aun cuando tal violación sea cometida por personas que
actúen en ejercicio de sus funciones oficiales. El número 2 letra a garantiza
que las autoridades competentes decidirán sobre los derechos de toda
persona que interponga tal recurso.
Estos principios y normas de Derecho Público -nacional e int ernacional-
tienen recepción en el plano constitucional-normativo, en varias cláusulas
concretas de nuestro ordenamiento fundamental:
(i) En el art. 14 CN., en cuanto consagra del derecho de peticionar a
lasautoridades;
(ii) En el art. 1 8 CN., que, como lo ha señalado la Corte en el precedente
analizado, al consagrar la garantía del debido proceso adjetivo sirve
también de fundamento al principio de tutela administrativa efectiva14 ;
(iii) Y en el art. 4 3 CN., en cuanto consagra la garantía del amparo o
protección de los derechos, que no se limita, como ocurre con las dos
anteriores, a su ámbito de aplicación judicial. Tampoco debe ser reducido al
mecanismo o ins trumento adjetivo, específico y más heroico de protección
judicial de los derechos y garantías que dicha cláusula reconoce (lo que
conocemos como el recurso o proceso constitucional de amparo). Es que,
además, esta cláusula está reconociendo un principio más general,
ordinario y sustantivo: el de amparo o tutela de derechos y garantías
fundamentales, cualquiera sea el cauce ins trumental o procedimental en
que dicha protección deba ser actuada; cuya efectividad, vigencia u
operatividad el constituyente manda cumplir -también y previamente- en
sede administrativa;
(iv) El Derecho Constitucional provincial también sirve de sustento al
principio en trato -y no solamente en las cláusulas locales que reiteran las
garantías mencionadas en los puntos anteriormente referidos de la
Constitución Nacional-. Por ejemplo, puede mencionarse al art. 1 5 Const.
p rov. Buenos Aires (LA 1994-C-3809), que -a la par de la tutela judicial
continua y efectiva- inc luye también la "inv iolabilidad de la defensa de la
persona y de los derechos en todo procedimiento administrativo"15 .
Por último, el cuarto plano o nivel podemos ubicarlo también en el
Derecho Público provincial, sólo que en uno inf erior, en algunas Leyes de
Procedimiento Administrativo. Tal el caso de la provincia de Chubut (art. 2 6
punto 2 ley 9 20), que exp resamente consagra este principio, pero
mencionándolo como "principio de la igual tutela -o de la tutela
contemporánea- del int erés del particular administrado y del int erés
público"; mencionando como una de sus exi gencias a la Administración,
frente a los administrados, "la tutela y la realización de sus derechos, de la
manera más amplia posible".
V. CONCLUSIÓN
De esta forma, creo haber mostrado suficientemente la importancia y
virtualidades prácticas de los principios del Derecho Administrativo, que no
deben ser tomadas como música celestial -propia del Olimpo jurídico-. Por
el contrario, en manos de operadores int eligentes -prudentes- pueden
contribuir eficazmente a que sea realidad aquella célebre enseñanza del
maestro García de Enterría: "El procedimiento administrativo no ha sido
ciertamente concebido por el legislador como una carrera de obstáculos
cuya superación sea requisito necesario para la adopción de la resolución
final, sino como un cauce ordenado capaz de garantizar la legalidad y el
acierto de aquélla dentro del más absoluto respeto de los derechos de los
particulares. Pertenece, pues, a la esencia misma de la ins titución la
tendencia a la prosecución del camino en que el procedimiento consiste
hasta llegar a esa decisión final, eficaz y justa, que constituye el objetivo al
que se ordenan todos los requisitos y trámites int ermedios"28 .
3. FUENTES E INTERPRETACIÓN
X. CONSIDERACIONES FINALES
A lo largo de este trabajo se advierte la trascendencia que posee el tema
de las fuentes de la Constitución Nacional, y sus principales implicancias en
el campo del Derecho Administrativo, junto con la necesidad de profundizar
su estudio despejando los equívocos cometidos, fundados más en la pasión
que se pone en el debate que en la razón objetiva.
En las páginas que preceden creemos haber demostrado la
compatibilidad entre el Derecho Administrativo y el modelo de la
Constitución, probando que el sistema administrativo argentino -en sus
principios básicos- posee coherencia constitucional, a pesar de algunas
fallas que exh ibe en su estructura y funcionamiento.
Solemos decir que el derecho siempre fluye, y así como es importante
mantener la fidelidad al poder constituyente, la int erpretación no debe ser
estática sino dinámica187 , en cuanto ella viene condicionada por la historia y
las circunstancias de cada época, lo que no es óbice para desconocer la
fuerza normativa de la Constitución ni, menos aún, la supremacía que ésta
tiene respecto de todo el ordenamiento, incluso sobre los tratados
internacionales188 .
La Corte Suprema ha puntualizado que el método deinterpretación
constitucional que se apoyaexclusivamente en la voluntad del constituyente
posee un "relativo valorindicativo, ya que otorgarle un valor absoluto
significa atarse a una concepcióninmovilista que impide la renovación del
contenido filosófico de la norma y provoca suineptitud"189.
Pero esta tarea int erpretativa tiene límites, y no se puede traspasar el
sentido de la norma en dirección contraria a la fuente en que se basa, ni
olvidarse que, en todo caso, la int erpretación tiene que llevarse a cabo en
función de la totalidad del ordenamiento constitucional y atender a la
diversidad de fuentes que le dan origen. Al propio tiempo, para suplir las
eventuales carencias int erpretativas corresponde acudir al aux ilio que
siempre brindan los principios generales del derecho, y los datos de la
realidad sobre la que operan, con lo que se completa el enfoque trialista.
La diversidad de fuentes (en sus variadas acepciones) de nuestra
Constitución torna compleja la tarea del int érprete, máxime cuando esa
amalgama de orígenes revela la construcción de un derecho propio dotado,
en su conjunto, de cierta peculiaridad, producto de la adaptación a la
fisonomía de nuestro país190 .
En esta línea, rescatar el valor de las fuentes hispánicas y francesas 191 ,
como también los elementos vernáculos de nuestra Constitución, no implica
retacear la trascendencia que tuvo la Constitución de los Estados Unidos
como fuente de la nuestra, así como no se puede negar que los principales
redactores fueron Gutiérrez y Gorostiaga192 , ni tampoco la influencia que
tuvieron las "Bases..." de Alberdi y su Proyecto en la redacción del Proyecto
de la Comisión de Negocios Constitucionales.
Pero apunta con acierto Vanossi: "...l a mayor inf luencia del modelo
constitucional de Filadelfia ha recaído sobre las cláusulas correspondientes
a la parte orgánica de la Constitución", mientras que "en la parte dogmática
es más perceptible la inf luencia de otros antecedentes constitucionales,
especialmente europeos", si bien no deja de señalar que no se puede trazar
una línea divisoria tajante y rotunda entre ambas partes de la
Constitución193 .
La evolución operada en nuestra realidad histórica exp lica los motivos por
los cuales, en el momento de completar la organización nacional, se optó
por construir un Derecho Administrativo basado, principalmente, en las
fuentes europeas que entonces exi stían, que no eran otras que
las ins tituciones del Derecho Público imperante en las monarquías
constitucionales, mediante un proceso que tuvo origen en las primeras
obras de la doctrina administrativa argentina.
Corresponde advertir que, al haber adoptado nuestra Constitución el
principio de unidad de la legislación civil (art. 75,inc. 12, CN.), dicho proceso
constituyó una consecuencia natural de ese principio pues, en un país
donde no imperaba el common law, en el que, además, se había
sancionado un Código Civil de tipo francés, la formación de nuestro
Derecho Administrativo tenía que hacerse necesariamente en
contraposición con el Derecho Privado de ese signo, por cierto que en el
marco de los principios del sistema constitucional. Como afirma Linares, "el
derecho administrativo se edifica así como un derecho creado para llenar el
vacío que nace de considerar los casos de derecho administrativo, como un
conjunto de casos no previstos por los Códigos comunes"194.
A su vez, en la evolución posterior, la disciplina administrativa fue
cobrando aut onomía científica y normativa, dejando de ser un derecho
especial para transformarse en el derecho común de la Administración
Pública, abasteciéndose con sus propios principios, adaptados a la realidad
histórica argentina o proveniente de ella, sin perjuicio de acudir a la técnica
de la analogía para cubrir las lagunas del ordenamiento.
Es cierto, también, que actualmente se han ampliado las fuentes del
Derecho Administrativo al haberse atribuido jerarquía constitucional a
determinados tratados int ernacionales (art. 7 5, inc. 2 2, parte 2ª, CN.) y al
prescribir genéricamente que todo tratado tiene jerarquía superior a la ley
(art. 7 5, inc. 2 2, parte 1ª, CN.), junto con la posibilidad de que el Congreso
apruebe nuevos tratados y "convenciones sobre derechos humanos",
asignándoles jerarquía constitucional (art. 7 5, inc. 2 2, parte 3ª, CN.).
En cualquier caso, aun que el "status" constitucional de los tratados
plantea complejos problemas de armonización con nuestro ordenamiento
jurídico (vgr., el derecho derivado de las organizaciones int ernacionales), la
reforma constitucional de 1994 ha resguardado la supremacía constitucional
al establecer que dichos tratados no derogan artículo alguno de la parte 1ª
de la Constitución (entre los que se encuentra el art.31) y que deben
entenderse como "complementarios de los derechos y garantías por ella
reconocidos"195 .
Volvamos ahora a Linares (que suele ser citado como afín a la corriente
contraria) para describir el núcleo duro que constituye el objeto del Derecho
Administrativo. Al respecto, sostiene que "... por lo menos todo lo que se
refiere a la organización del sujeto estatal que ejerce administración, en
especial el Poder Ejecutivo y sus dependientes, a las formas del ejercicio de
esa función, a gran parte de los medios que la Administración utiliza, a su
competencia en sentido estricto y fines, tienen las características
predominantes del Derecho Público"196 , y sintetiza esas características que
traducen prerrogativas de poder público o atribuciones exorbitantes en
cuatro, a saber: "a) la función administrativa y en especial la que ejerce la
Administración, aparece a veces como conducta de imponer unilateralmente
a los particulares ciertas prestaciones, como restricciones y límites al
dominio, limitaciones de policía, pago de contribuciones y servicios
personales, facultades exorbitantes en los contratos administrativos y otras;
b) algunos actos administrativos tienen ejecutoriedad propia; c) los actos
administrativos tienen presunción de legitimidad; d) los actos administrativos
son revocables por inoportunidad si bien con pago de daños"197 .
Si la diversidad de fuentes de nuestra Constitución es un hecho
suficientemente demostrado en los estudios que llevaron a cabo
prestigiosos juristas e historiadores del derecho, si el proceso de formación
de nuestra disciplina obedeció a las razones y circunstancias históricas que
antes hemos exp licado, queda sin sustento la tesis según la cual la
construcción del Derecho Administrativo argentino resulta inc ompatible con
el modelo constitucional norteamericano. En otros términos, esa
compatibilidad debe juzgarse con arreglo a los elementos o fuentes
provenientes de ese modelo que se inc orporaron a la Constitución, y nunca
como consecuencia de una tesis dogmática y prácticamente absoluta que
no da pie, siquiera, para el desarrollo de principios propios y originales (con
la relatividad que entraña siempre la creación aut ónoma).
Lo hasta aquí exp uesto no implica, desde luego, profesar una ciega
adh esión a construcciones pretéritas cuando la inj usticia o nuevas
necesidades públicas aconsejen int roducir reajustes en las ins tituciones,
o inc luso cambios con el objeto de que éstas se ordenen al bien común.
Pero sí implica que esa tarea se lleve a cabo con el respeto que merecen
quienes construyeron el edificio del Derecho Administrativo, desde Bielsa
hasta Marienhoff, sin olvidar a Villegas Basavilbaso, Bullrich, Bosch, Fiorini,
Diez y Linares198 , así como a todos los artífices que contribuyeron a la
formación y desarrollo de las bases doctrinarias de las instituciones de
nuestro Derecho Público.
porASDRÚBAL AGUIAR2
RDA 2007-59-13
I. INTRODUCCIÓN GENERAL
Uno de los temas más sensibles y debatidos en Europa, sobre todo en el
ámbito del derecho público, es —y viene siendo desde hace unos cuantos
años— el de la regulación de los tradicionales servicios públicos, esto es,
destacadamente, el sector energético (electricidad, gas y petróleo), las
telecomunicaciones, los transportes (aéreo, ferroviario, marítimo,
navegación int erior y por carretera), los servicios postales o el suministro de
agua.
Obviamente, cada uno de estos sectores presenta unas peculiaridades
técnico-económicas y de gestión en las que no vamos a entrar ahora. Pero,
más allá de esas peculiaridades, todos ellos presentan unos elementos
objetivos o fácticos comunes. Básicamente tres: 1) e l carácter esencial para
los ciudadanos de las actividades que comprenden (estamos ante
actividades destinadas a satisfacer necesidades esenciales de los
ciudadanos —p ensemos, a título de ejemplo, en el suministro de energía
eléctrica a una hospital—) ; 2) q ue su prestación requiere o se lleva a cabo
a través de una inf raestructura en red, y 3) v inculado a ambas cosas, la
importancia de estas actividades a nivel económico, social y político-
estratégico para las zonas sobre las que se ins talan.
Partiendo de estos presupuestos comunes y, por tanto, más allá de un
análisis sectorial de cada servicio, se puede abstraer una compleja
problemática jurídica común que ha derivado esencialmente del proceso de
construcción comunitario europeo, del proceso de liberalización económica
mundial y de los revolucionarios cambios tecnológicos que también han
afectado a la regulación de estos servicios (de ello ilustra muy bien el
ámbito de las telecomunicaciones).
Todos estos factores y procesos han puesto en cuestión tradicionales
monopolios nacionales, han implicado importantes privatizaciones de
empresas públicas y, en definitiva, la exi gencia de elaborar un régimen
adaptado a las nuevas exi gencias socio-políticas y económicas, un régimen
en el que, por un lado, se garantice la libre ini ciativa empresarial, la
concurrencia de operadores en los mercados de estos servicios y, al mismo
tiempo, que la prestación o el suministro de estos servicios esté en todo
momento asegurada al conjunto de los ciudadanos conforme a una serie de
principios básicos y de una arraigada tradición (generalidad o universalidad,
continuidad, igualdad y no discriminación, calidad, adaptación al progreso
[mutabilité ], etc.)2 .
Como por todos es sabido, el debate no es ni mucho menos exc lusivo de
nuestro continente. Efectivamente, los referidos cambios tecnológicos de los
últimos tiempos y el proceso de globalización económica mundial han
venido poniendo en cuestión determinados sistemas de
regulación exi stentes en diversas regiones del planeta como Asia, Australia
o Nueva Zelanda o América latina.
Sin entrar en las peculiaridades socio-económicas de estos sistemas
jurídico-políticos y centrándonos en el caso europeo, la construcción
comunitaria europea ha constituido y sigue constituyendo uno de los
principales factores o motores de las importantes transformaciones que
desde hace ya unos cuantos decenios están afectando a las estructuras
jurídico-económicas de los Estados que en ella participan. No cabe duda de
que los cimientos sobre los que ésta se asienta (las cuatro libertades
fundamentales consagradas en el Tratado —l ibre circulación de personas,
bienes, capitales y servicios— y la creación de un gran mercado, en
definitiva, "la animación de la competencia" 3 ) han puesto en cuestión o, al
menos, replanteado o redimensionado unos cuantos de los dogmas sobre
los que se ha construido el derecho público de la economía en los distintos
Estados. Uno de los ámbitos afectados ha sido el del régimen de los
tradicionales servicios públicos y, más en concreto, los de carácter
económico para cuya prestación es necesaria una infraestructura en red.
Por razones objetivas, no entramos en el análisis de los de carácter social o
asistencial, cuyo régimen comunitario también presenta una problemática
bastante compleja, así como el estudio de otros servicios de carácter
económico (que no requieren una infraestructura en red), como el sector
bancario, las inversiones o los seguros que presentan también una difícil
problemática jurídico-económica, no solamente a nivel europeo, sino, como
no podía ser de otra manera, a un nivel geopolítico más amplio como es el
de la Organización Mundial del Comercio4 .
VII. CONCLUSIONES
El fortalecimiento de la Unión Europea se ha desarrollado en múltiples
aspectos, pero uno de los que se ha considerado de fundamental
importancia ha sido el aseguramiento de los derechos humanos de
los ind ividuos. En este aspecto, el derecho a la tutela judicial efectiva,
entendida como un acceso rápido y eficaz a un tribunal de justicia y a una
sustanciación de la causa con resguardo de los derechos de los ind ividuos,
principalmente frente al Estado, ha sido esclarecedora a partir de los
pronunciamientos del Tribunal de Estrasburgo.
De esta forma, por la evolución que se ha producido, es inn egable que
la exi stencia del tribunal de justicia que int erprete los tratados de la Unión
Europea, es de fundamental importancia no sólo para la supervivencia del
sistema sino para su consolidación, prueba de lo cual, también, han sido las
reiteradas encomiendas realizadas por el Tribunal de Estrasburgo en tal
sentido al Reino Unido.
Dentro de este aspecto, la creación de la Corte Suprema del Reino Unido
es la consecuencia directa a la adh esión del Reino Unido a la Convención
Europea de los Derechos Humanos y, conforme el Tratado de Lisboa, se
consideró Derecho primario a la Carta de los Derechos Fundamentales,
garantizando una mejor protección a sus ciudadanos.
El bloque de tratados que constituyen el sustrato de la Unión Europea es
un bloque escrito que se diferencia, por ello, del sistema del Comon Law,
pero, a pesar de ello, se han podido compatibilizar ambos sistemas en una
muestra, no sólo de sensibilidad jurídica sino también de adecuación al
nuevo sistema jurídico en el que se encuentran inm ersos.
Para ello han debido superar la concepción de supremacía del
Parlamento, aceptando la realidad que necesariamente presupone ser parte
de un concierto de naciones que se encuentran enroladas en objetivos
comunes, es decir, la pérdida de soberanía en beneficio de ese objetivo
común.
Las referencias que se han realizado de las sentencias del Tribunal de
Derechos Humanos tienden a demostrar la importancia de estos
precedentes y su aplicación vinculante con el derecho int erno, situación
que nuestra Corte Suprema de Justicia de la Nación recién ha perfilado a
partir del precedente "Giroldi"54 , respecto de los precedentes de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos.
Evidentemente, la Corte Suprema del Reino Unido no podrá efectuar un
control de constitucionalidad strictu sensu en la medida que no exi ste una
constitución escrita, pero sí podrá realizar una int erpretación de la
correlación entre el derecho int erno y la normativa de la Unión Europea y
podrá solicitar que el Parlamento disponga su ina plicabilidad si exi ste
contradicción. Como se ha exp resado, el aseguramiento de los derechos
humanos de los ciudadanos de la Unión Europea ha constituido una
preocupación constante en la evolución de la Unión y ello se ha visto
reconocido en la creación de esta Corte Suprema.
Para concluir, señalamos que esta reforma significó un verdadero cambio
de paradigmas, pues la creación de la Corte Suprema produce
un ine vitable tránsito del tradicional principio de soberanía del Parlamento
británico hacia el principio de supremacía constitucional continental,
estableciéndose una especie de constitucionalismo mixto adoptado en
razón de su pertenencia a la Unión Europea.
5. ESTADO
porLEANDRO ALARCÓN1
RDA 2007-59-225
porCARLOS A. ANDREUCCI
RDA 2003-44-397
El fallo que comentamos permite diversos enfoques pero limitaremos su alcance por espacio de
publicación y por la necesidad de difundir rápidamente la doctrina sentada en el mismo. Sin perjuicio de
ello, se podrán efectuar en futuros trabajos otros análisis.
Antecedentes: el caso resuelve la acción de amparo radicada por el Colegio de Abogados de la
Provincia de Buenos Aires contra la Provincia de Buenos Aires con la pretensión de que se repare la
omisión de poner en funcionamiento el fuero contencioso administrativo conforme fue establecido por
las leyes 12.008 (LA, 1998-A-553), 12.310 (LA, 1999-C-3523) y 12.074 (LA, 1998-A631), solicitando se
tome el juramento a los jueces designados poniendo en funcionamiento el fuero dentro del plazo de 60
días de quedar firme el decisorio hasta dar cabal cumplimiento a las disposiciones constitucionales y
legales citadas, bajo apercibimiento de hacer responsables a los miembros de la Suprema Corte de
Buenos Aires en los términos de los arts. 3 º, 57 y 176, Constitución de la Provincia de Buenos Aires (LA
1994-C-3809).
El objeto del amparo radica en reparar una "omisión oinactividad lesiva" de la Provincia —l a de poner
en funcionamiento un fuero judicial— para cumplimentar la cláusula del art. 1 66 de la Constitución local,
por arbitrariedad manifiesta.
Los fundamentos de la acción se centran en que: (a) la entidad está legitimada porque la ina ctividad
u omisión provincial es arbitraria e inc onstitucional no actuando los medios para poner en
funcionamiento el fuero, (b) manteniendo la vigencia de una ley procesal inc ompatible y (c) una
competencia que ya no pertenece a la Suprema Corte de Justicia, (d) colocando a sus representados
(los abogados bonaerenses matriculados en cada uno de los 18 departamentos judiciales) en situación
de privación de la tutela judicial continua y efectiva en la materia que nos ocupa (arts. 1 5, 166 y 215,
Const. l ocal). Además, ello lesiona a todos los ciudadanos en general de la provincia y a los abogados
en particular. Adiciona la actora que los firmantes de la acción, en representación del Colegio de
Abogados, también actúan como habitantes de la provincia lesionados en sus derechos
constitucionales.
Tales derechos se frustran por la falta de descentralización jurisdiccional, impide jueces
especializados fijados por la Constitución y lesiona laincumbencia profesional y el derecho al trabajo de
los colegiados.
Los argumentos de la demandada (provincia de Buenos Aires) niegan la legitimación activa, plantean
la ina dmisibilidad e improcedencia de la pretensión, con el consiguiente rechazo. Especifica que por
razones básicamente de emergencia económico-financiera no se han dispuesto los recursos necesarios
para el acabado cumplimiento de la puesta en funcionamiento de esta materia y que por ello no puede
hacerse lugar a la acción.
La sentencia se dicta con la int egración de los miembros permanentes de la Suprema Corte de
Buenos Aires, Dres. Juan Carlos Hitters, Hilda Kogan, Eduardo Julio Pettigiani, Eduardo de Lázzari,
Daniel Fernando Soria, Héctor Negri, Francisco Héctor Roncoroni, Juan Manuel Salas.
El decisorio se resuelve por mayoría, la que se modifica en cada uno de los tres int errogantes
propios de la técnica de juzgamiento.
Así, en el primerinterrogante en torno a la legitimación de la actora y la admisibilidad de la
acción votan en mayoría Hitters, Kogan,Pettigiani, Negri, Roncoroni, de Lázzari y Salas. Soria por su
voto trata dicho int errogante. En el segundointerrogante en torno a si es fundada la demanda, votan en
mayoría Hitters, Kogan, Pettigiani, Negri y Salas. Adh iere con sus fundamentos Soria, con más
Roncoroniy de Lázzari. En el tercerinterrogante sobre qué pronunciamiento corresponde, votan Hitters,
Kogan y Negri, y aportando una solución —q ue es la que se resolvió finalmente— vota Soria con la
adh esión de Pettigiani, Roncoroni, de Lázzari y Salas.
De estas diversas mayorías, podemosextraer conclusiones de importancia para el caso y el futuro:
1) se hace lugar parcialmente a la acción de amparo declarando manifiestamente arbitraria la demora
de la provincia de Buenos Aires en la puesta en funciones del fuero contenciosoadministrativo previsto
en la Constitución local;
2) se condena a la provincia a que realice las actuaciones que se exp licitan, en los plazos detallados:
2.a) se condena a la provincia de Buenos Aires a poner en funcionamiento el fuero
contenciosoadministrativo antes del 1 de setiembre de 2003, cumplimentando las acciones que resulten
necesarias a tal fin, inc luyendo el financiamiento que demande;
2.b) con tal objeto, el Poder Ejecutivo deberá escoger dentro de las ternas vinculantes que le ha
elevado el Consejo de la Magistratura y remitir al Honorable Senado, los pliegos concernientes a los
jueces de las Cámaras de Apelaciones en lo Contencioso Administrativo de La Plata y San Martín, todo
ello en el plazo de treinta días hábiles;
2.c) corresponderá a continuación que el Honorable Senado, en cumplimiento de la
responsabilidad ins titucional que le asigna, como aut oridad de la provincia, el primer párrafo del art. 3 º
de la Constitución Provincial, se exp ida sobre dichos pliegos adecuando su labor a lo establecido por
esta Suprema Corte en el punto 1 precedente (es decir, todo ello en el plazo de treinta días hábiles);
2.d.) en el caso, prestados los acuerdos, el Poder Ejecutivo deberá pronunciarse sobre las de-
signaciones pertinentes en el plazo de quince días hábiles;
2.e) si, por cualquier circunstancia, no fueran adoptadas las medidas ordenadas en esta sentencia en
los tiempos previstos, la Suprema Corte, a petición de parte int eresada, procederá a la ejecución de la
misma en la manera que resulte idónea, de conformidad con lo dispuesto por el art. 1 63 de la
Constitución;
2.f) notifica a las partes y hace saber al Honorable Senado y el Consejo de la Magistratura.
El decisorio resuelve sustancialmente sobre una omisión o ina ctividad estatal calificada por la justicia
de arbitraria. Además es manifiestamente arbitraria.
Esa omisión e ina ctividad consistió en no impulsar los trámites, las acciones y emisión de los actos
jurídicos ins titucionales necesarios y temporales para cumplimentar una cláusula constitucional que es
declarada operativa y no meramente programática.
La sentencia condena a cumplir tales acciones y actos jurídicos que deberán emitir cada uno de los
Poderes Ejecutivo y Legislativo y el propio Consejo de la Magistratura, para que todos coadyuven a que
se respete la Constitución.
La condena patentiza que los poderes políticos responsablesincumplieron la Constitución. En
diversas notas y editoriales denunciamos públicamente elincumplimiento de la Constitución de parte de
los responsables que generaban con ello sus propias responsabilidades políticas.
Dictada la sentencia queda probado el inc umplimiento constitucional con el consiguiente análisis de
la responsabilidad política generada.
Además de ello, el decisorio int roduce la novedad de imponerle a las restantes divisiones jurídicas
del poder provincial que dentro de plazos estipulados cumplan con las competencias que la Constitución
les asigna. Caso contrario, a requerimiento de parte, la Suprema Corte de Buenos Aires ejecutará la
misma con arreglo al art. 1 63 de la Constitución local, que regla la ejecutoriedad de las sentencias
propias de la materia contenciosoadministrativa. Esto tiende a definir el alcance de una vía de amparo
que ha tenido efectos ext ensivos en relación a la ejecución de su sentencia por aplicación del art. 1 63
definido para la materia contenciosoadministrativa.
Aunque el Senado y el Consejo de la Magistratura no hayan sido partes en el proceso, los efectos del
cumplimiento efectivo de los trámites para ins taurar el fuero le son abarcativos y resulta positivo que
una sentencia establezca pautas de trabajo concreto y efectivo en las labores que suelen verse con
demoras, rémoras o diferimientos. De esto hace mérito la sentencia para producir un efecto que
estimamos constitucionalmente valioso.
Asimismo, el alcance de la sentencia se corresponde con el principio de congruencia, debido proceso,
debida defensa en juicio y juez natural ya que fija claramente que deberá el Ejecutivo, el Legislativo y el
Consejo de la Magistratura, respectivamente, adecuar el financiamiento, la remisión de los pliegos de
las ternas que ya poseía el Poder Ejecutivo, resolver los acuerdos, efectuar las de signaciones, elevar
las ternas pendientes del Consejo y cumplimentar el mismo trámite para la cobertura y puesta en
funcionamiento del fuero antes del 1 de setiembre de 2003.
El acto judicial válido proviene de la Suprema Corte de Buenos Aires y siendo el titular máximo del
Poder Judicial de la provincia no podrá consentir que se desnaturalice o difiera el cumplimiento de dicha
sentencia. En tal sentido, el concreto alcance del decisorio es resolver los acuerdos para las Cámaras
de Apelaciones en lo Contenciosoadministrativo juntamente con el resto de los tribunales de
primera ins tancia. El proceso se resolvió sobre un modelo de tribunales con ins tancias ordinarias
(primera ins tancia y Cámara) y así deberá cumplirlo el Poder Ejecutivo y los demás poderes, so riesgo
de inc umplir la manda judicial o int roducir argumentaciones encaminadas a diluir la condena. Es por
ello que en momentos que efectuamos este análisis, frente a un proyecto de ley elevado por el Poder
Ejecutivo modificando el Código y el fuero eliminando las Cámaras de Apelaciones y manteniendo a los
tribunales contenciosoadministrativos de ins tancia única —c uyas sentencias serían recurribles por los
recursos ext raordinarios locales ante la Suprema Corte—, entendemos que ello deviene un claro dato
de inc umplimiento de la sentencia int entando por medio de la modificación del derecho objetivo, alterar
el alcance del proceso y su resolución. Sería soslayar el cumplimiento de una condena generada en la
omisión e ina ctividad manifiestamente arbitraria de la provincia—c on responsabilidad deslindada por el
proceso— que durante ocho años viene exc usando respetar y cumplir la Constitución. Avanzar en dicho
proyecto sería un escalón más en tal serie de exc usas y diferimientos, volviendo a afectar el respeto por
las ins tituciones y por el Poder Judicial, atento que, dictada la sentencia de condena, se eludiría su
cumplimiento con nuevos argumentos.
El decisorioinstala definitivamente en el marco del pro-ceso contenciosoadministrativa la condena por
omisión oinactividad de comportamientos y por la emisión de actos o resoluciones de contenido jurídico
imputable a uno de los poderes del Estado, o a la misma función administrativa; cabe recordar que en la
causa Zarlenga, la misma Suprema Corte acogió la nulidad de una elevación de ternas al Poder
Ejecutivo entendiendo que la tarea de ese cuerpo es típica función administrativa susceptible de
contralor judicial suficiente.
Refirma así, que la materia de este proceso es objeto procesal, o sea, constituye un caso o
controversia capaz de abrir la competencia judicial, superando las argumentaciones de defensa sobre la
presunta violación de la división de poderes—s i así se resolviera judicialmente— por estar en juego una
tarea propia de un poder con inv asión de otro.
En el marco de la legitimación, consolida la personería en favor de int ereses concretos, directos y
propios de una entidad de derecho público no estatal, en defensa de sus colegiados y con proyección a
todos los ciudadanos, superando así la mayoría el debate y resolución sobre la condición de
ciudadanos inv ocada también por la actora. Al respecto es int eresante la posición de Soria en cuanto
entiende que, sin perjuicio de la legitimación ins titucional del colegio, no podría configurarse
legitimación abierta por la situación de ciudadano en la medida en que no se acredite uninterés
particular, diferenciado y concreto parainstaurar la acción. Esta condición de afectado determina en esa
posición la legitimación y posible apertura de la competencia judicial, distinguiendo asimismo con los
casos de protecciones colectivas de los usuarios y consumidores.
En orden al plazo para la admisibilidad de la acción, queda implícito que siendo una omisión
oinactividad, su permanencia mantiene viva latemporaneidad de la articulación. Igualmente, luego de la
reforma de 1994, la vía del amparo en el nivel constitucional ins taurado no contiene plazo de
caducidad, reformando al respecto la ley de la materia que así lo fija. La continuidad de la omisión, en el
caso, supera cualquier problemática temporal. Así lo resuelve el decisorio.
Del fallo se aprecia una contundencia no común al tratar los argumentos de la defensa que aludieron
a la emergencia y las dificultades económico-financieras de la provincia, según ley 1 2.727 (LA, 2001-C-
3975).
Allí se deja a salvo que la cita de la emergencia no se corresponde con la realidad ni con su prueba.
Por el contrario, la misma cita de la ley 1 2.727 no alude en absoluto al fuero contenciosoadministrativo
para justificar su diferimiento, agregando en el art. 3 5 un sustento fulminante en contra de la defensa
oficial. Prevé dicho artículo —e n una ley de emergencia— que cuando se ins taure el fuero
contenciosoadministrativo se gestionará ante él el cobro de tributos provinciales y municipales con un
poder público actor. Es evidente que allí se menciona al fuero a favor de su apertura pero sin
concretarlo, además de resultar ina propiado que en una ley de emergencia se legisle sobre la
competencia del cobro de tributos que deberían quedar en la justicia civil y comercial.
Además, el criterio de los jueces es que "no se ha acreditado la exi stencia de una situación de
emergencia que impidiese a ese tiempo el cumplimiento del mandato constitucional. Y en todo caso, ello
no podía comprometer la continuidad de un procedimiento que se int errumpió por voluntad del entonces
Gobernador". Queda claro que la Suprema Corte genera un precedente de rechazo a la
reiterada inv ocación de emergencia en la provincia de Buenos Aires generando la confianza de
decisiones similares en el futuro, a la vez que define en la voluntad del entonces Gobernador
haber int errumpido la continuidad de los trámites y actos para poner en funcionamiento el fuero.
Asimismo dentro de los miles de millones de pesos de los presupuestos anuales sucesivos, es
desproporcionado argumentar que no se puede habilitar su funcionamiento por dificultades económicas
cuando poco monto se necesita para ello comparando con otras erogaciones del Estado. En esta línea
es notable que se recuerde que el fuero en análisis tiene rango constitucional a diferencia de todos los
otros fueros que siendo de rangos legales se encuentran más desarrollados que éste.
Merece un comentario particular la cita que el fallo hace del propio comportamiento del Tribunal en
torno al cuestionamiento de que no se aplicarían en los procesos concretos los contenidos materiales de
la cláusula constitucional del art. 1 66, párrafo final.
Se aprecia aquí una fundamentación personal en el análisis del voto del Dr. Soria quien se hace
cargo de los precedentes del mismo cuerpo que anteriormente no aplicaba tales contenidos materiales,
pero que a partir de cambios jurisprudenciales permitió declarar su vigencia obligatoria en la causa del
Consorcio de Gestión Puerto de Bahía Blanca o considerar implícito tal criterio en causas tales como
"Maye " del 26/6/2002, "Laluk " del 3/7/2002 o "Caja de Previsión Social para Agrimensores, Arquitectos,
Ingenieros y Técnicos" del 17/7/2002.
Similar aut oevaluación realiza el decisorio al tratar la crítica que se hace por la actora a que por vía
del art. 6 º, Código Varela, los amparos provenientes de "cualquier juez" de la provincia se
desnaturalizaron por la gran cantidad de "archivos" dispuestos al respecto. Se aprecia que las citas que
se efectúan son causas resueltas desde el año 2002 en adelante. Esto tiende a marcar el cambio de
criterios en relación al amparo (aún en los casos de amparo por mora) y el ensanche de la legitimación
activa, más allá de la ponderación o no que se pueda hacer en torno a que dicho cambio se funda
básicamente en la radicación o continuación de la vía procesal por ante la Suprema Corte y la
Secretaría de demandas originarias, en vez de disponer el archivo.
El dispositivo de condena de conferir los acuerdos y designaciones constitucionales a los jueces
elegidos, se apoya en el criterio de la mayoría que no concuerda con la otra posición de disponer la
cobertura por medio del régimen de reemplazos e int egraciones previstos en la ley especial y en la Ley
del Poder Judicial. Se considera que el fuero debe comenzar a funcionarintegralmente (código y
fuero ) no pudiendo suplirse a tales fines con reemplazos o suplencias. Sólo operará este ins tituto
cuando esté funcionando el fuero con sus propios jueces, y en particular con la especialidad que surge
de la misma Constitución local.
El gran ejemplo que rescatamos de lo analizado es que las sucesivas y reiteradas inv ocaciones de
"causas políticas" o "emergencias" para concretar la restricción o eliminación de los derechos y del
orden constitucional —s iempre en pro del bienestar general o el bien común—inc umpliendo el
texto exp reso de la Constitución local, han encontrado un freno emanado del máximo cuerpo titular del
Poder Judicial que le ha fijado claros límites en el ejercicio de las atribuciones constitucionales a los
restantes poderes, consolidando un precedente contra la omisión e ina ctividad ins titucional
manifiestamente arbitraria que de repetirse abrirá el debate de las responsabilidades políticas y demás
posibles, para que se cumpla el principio republicano de gobierno de la rendición de cuentas de los
funcionarios en el desempeño de sus funciones.
Además ha demostrado el compromiso de la abogacía en la defensa irrestricta de la Constitución y
del Estado de Derecho, al demandar ante los jueces que se respeten los derechos de los ciudadanos,
de los abogados y se logre afianzar la Justicia. Esta labor de la abogacía refirma el compromiso por la
razón y la civilización.
porJAVIER I. BARRAZA
RDA 2007-60-425
porALBERTO BIGLIERI
RDA 2006-58-991
Carlos A. Botassi
porCARLOS A. BOTASSI
JA 2007-III-1444
I. INTRODUCCIÓN
En este trabajo empleamos la exp resión "derechos humanos", "derechos
fundamentales" y "derechos esenciales" para aludir a aquellos atributos
universalmente reconocidos a las personas físicas que se relacionan con la
dignidad del ser humano, considerado en forma colectiva o ind ividual, como
el derecho a la vida; a una alimentación adecuada; a la prevención y
tratamiento de la salud; a la libertad de tránsito, pensamiento, culto
y exp resión; a un medio ambiente adecuado y a un desarrollo sustentable;
a la vivienda; a la educación; a la defensa y a un proceso justo.
Dentro de un panorama de semejante amplitud, centraremos nuestro
análisis en los denominados "derechos económicos, sociales y culturales" (a
los que consideramos una especie dentro del género "derechos humanos"),
con especial referencia a vivienda, salud y educación; ya que los mismos
resultan notoriamente vulnerados en las áreas urbanas, a pesar de las
normas y mecanismos jurisdiccionales exi stentes en el continente europeo.
Resulta una verdad evidente que una alimentación adecuada, el uso de
una vivienda que proteja de las inc lemencias del tiempo, el cuidado de la
salud y un nivel mínimo de ins trucción son parte ine scindible del derecho a
la vida, primer y máximo derecho de la persona humana. Este
reconocimiento que hoy nos parece natural ha ins umido cinco siglos de
evolución de las ideas, para consolidarse finalmente en un contexto
concreto y preciso de relaciones socioeconómicas como categorías
legitimadoras de la idea hegemónica de "vida digna" 2 . Sin embargo, lo
verdaderamente trascendente no es la enunciación teórica de aquellos
atributos sino la manera en que resultan reconocidos y amparados por las
autoridades que detentan el poder.
En el camino preindicado resulta esencial reconocer y diferenciar con el
objetivo de dispensarles un tratamiento diverso, siempre tendiente a que la
praxis se acerque a la teoría, las tres situaciones disímiles en que pueden
presentarse los derechos humanos en una sociedad determinada: 1)
c onsiderados derechos subjetivos de los ind ividuos, consagrados en
tratados int ernacionales o en una Constitución, sin norma alguna de
rango inf erior que los reglamente; 2) i gual enfoque que el anterior pero
reglados a nivel de ley formal o material; 3) d escriptos como derechos
programáticos, que carecen de efectividad mientras el Estado no adopte las
medidas legislativas y administrativas necesarias para su funcionamiento
real3 .
Lamentablemente, salvo raras exc epciones, algunas de las cuales serán
señaladas más adelante, predomina la tercera posición, luciendo abundante
anclaje teórico pero sin ningún vínculo con la realidad. Los derechos
esenciales suelen ser reconocidos en acuerdos y normas constitutivas de
Estados locales o de regiones int egradas, declarados en asambleas y
congresos, reclamados con energía en encíclicas papales, descriptos con
precisión en convenios int ernacionales y en documentos de la Organización
de las Naciones Unidas. Sin embargo, cuando una persona o un grupo de
personas acuden a los jueces demandando su efectivo respeto por parte de
terceros y, especialmente, por parte del poder público, no se obtiene la
protección esperada4 . En la mayoría de los casos, debido a que los
magistrados consideran que las cláusulas constitucionales lo único que han
hecho es establecer un programa futuro que deberá ser implementado
primero por el legislador y más tarde por el administrador local o
comunitario. Según este criterio, que nos apresuramos a condenar como
reaccionario y paralizante, mientras ello no ocurra no será posible emitir una
sentencia de condena a proporcionar vivienda, atención sanitaria o
educación.
I. INTRODUCCIÓN
La trascendente evolución de los sistemas int ernacionales de producción
y aplicación del derecho, y -en especial- de aquellos destinados a la
protección de los derechos humanos, nos ubica frente a una nueva
dinámica de las relaciones entre los distintos estamentos estatales -tanto en
el plano funcional como territorial- que se caracteriza por cuestionar y
transformar visiones arraigadas en los diferentes Estados parte.
En la Argentina la reforma constitucional de 1994 provocó un notable giro
en la prelación de las fuentes del derecho int erno, el cual se vio impactado
no sólo por la vigencia directa y de rango constitucional de diversos cuerpos
normativos, sino también por la int erpretación y aplicación que de los
mismos realizan los diversos órganos supranacionales ins tituidos para
garantizar su respeto.
El nuevo bloque de constitucionalidad ha provocado un trastocamiento del
sistema de las fuentes del derecho 1 , convirtiéndose éste en un tema de
principalísimo orden en el sistema jurídico argentino2 .
En ese marco int entaremos, brevemente, resaltar algunos
principios int erpretativos necesarios para armonizar dos facetas del
fenómeno desde el prisma del deber de protección de los derechos
económicos, sociales y culturales.
Por un lado, un diseño federal caracterizado por la diversidad en la
regulación int egral y sustancial de la organización administrativa, aplicada
en la esfera local a partir del principio residual de atribución de
competencias de los arts. 7 5 inc. 1 2 y 121 CN. (LA 1995-A-26).
Y -de modo paralelo- un sistema int ernacional novedoso que ha
comportado la alteración radical de los polos de producción y aplicación de
las normas que vinculan directamente al Estado respecto de los
ciudadanos, caracterizado por no distinguir en el plano de verificación del
acatamiento de las normas supranacionales cuál es el sujeto emisor de la
acción u omisión que lesiona derechos fundamentales, todo lo cual deriva
en que la principal fuente de vinculación de los órganos estatales int ernos
no reconozca aquella diversidad que caracteriza al federalismo.
El eje de ese análisis será un tema de permanente vigencia: la efectiva
protección de los derechos económicos, sociales y culturales desde la
perspectiva de las omisiones estatales, a partir de una premisa tan sencilla
en su enunciación como medular: el sistema mismo de los tratados de
protección de los derechos humanos "está dirigido a reconocer derechos y
libertades a las personas y no a facultar a los Estados para hacerlo"3 .
V. CONCLUSIONES
La constitucionalización en el derecho positivo argentino de los tratados
de derechos humanos con la jerarquía exp resamente brindada en el art.
7 5 inc. 2 2 cierra, quizás, una larga polémica suscitada desde la
organización del Estado bajo la Constitución de 1853-60.
En efecto, a lo largo de nuestra conformación ins titucional ha sido objeto
de arduas discusiones el alcance que -en esta temática- correspondía
asignar al art. 3 1 de la Constitución 16 , el cual ya determinaba en ese
momento el orden de prelación normativa en el marco de la federación sin
distinguir expresamente una preeminencia de los tratados sobre las leyes.
El sistema constitucional así diseñado al tiempo deinstaurarse el Estado
republicano y federal argentino imponía desde el prisma de lo arts. 31 y
10017de la Constitución tanto la superioridad de aquélla por sobre los
tratados internacionales como la igual posición de estos últimos respecto de
las leyes dictadas por el Congreso de la Nación18.
Como producto de lo anterior, resultó un criterio afincado en esta temática
hasta fines del siglo XX que siendo que la Constitución Nacional no atribuía
prelación o superioridad a los tratadosinternacionales respecto de las leyes,
noexistía fundamento normativo -interno, valga aclararlo- para acordar
prioridad de rango a ninguno de ellos.
Esta visión comenzó a recibir serios embates que se trasladaron al plano
jurisprudencial.
Efectivamente, superada la ini cial etapa marcada por el fallo "Martín y
Cía." y "Esso S.A. Petrolera Argentina" (equiparación jerárquica de leyes y
tratados int ernacionales), comenzó a desarrollarse en los fallos de la Corte
Suprema Federal la aplicación de ciertas normas convencionales a partir de
los precedentes "Ekmekdjian"19 y "Cafés La Virginia S.A."20 ,
permeabilizándose así la supremacía del derecho internacional sobre las
leyes internas.
Fue en el primer caso aludido donde la Corte encontró el fundamento
normativo exp reso de la prevalencia de los tratados que había ignorado a lo
largo de toda su evolución: el art. 2 7 Convención de Viena sobre el
Derecho de los Tratados21 .
De esa manera, con la inc orporación de la Convención de Viena22 se
configuraba -en principio- el fundamento normativo para reconocer
superioridad a los tratados internacionales.
El afianzamiento de esta línea int erpretativa alcanza su
máxima exp resión en la reforma constitucional de 1994, reafirmada
posteriormente por una serie de consolidados precedentes de la Corte
Suprema en los que la recepción de los criterios int ernacionales se
ha ext endido con magnitud considerable23 .
En efecto, los precedentes de la Corte Suprema Federal argentina
"Verbitsky"24 , "Simón"25 , "Galli"26 , "Sánchez"27 , "Llerena"28 , "Casal"29 ,
"Rodríguez, Karina"30 y "Astorga"31 , entre otros, son muestra de esa
permeabilidad del Poder Judicial frente a los pactos, siendo su característica
común la de una aplicación preeminente de aquéllos como punto de partida
de la resolución de los casos. En tales precedentes se puede observar la
efectiva "internalización" de los mínimos estándares exigidos a nuestro
sistema jurídico-político en materia de régimen carcelario, deber estatal de
persecución en los delitos de lesa humanidad, resguardo de la garantía de
la imparcialidad, mayor alcance revisor de los recursos penales por la vía
procesal de la casación, el aseguramiento de una asistencia social mínima,
protección alimentaria mínima a quienes se encuentran en estado de
indigencia y la postulación del principio de tutela administrativa efectiva en
el procedimiento administrativo, entre otros tópicos.
Por otra parte, debemos remarcar que el nuevo orden constitucional ha
direccionado exp resamente la finalidad del obrar estatal hacia la concreción
efectiva de la dignidad del hombre.
Ello provoca necesariamente la revisión de las diversas categorías del
derecho, en especial las del derecho público, a fin de amoldarlas a los
nuevos esquemas protectorios derivados del subsistema de int erconexión
normativa de los derechos humanos. Se trata de encontrar y detectar en
nuestro sistema int erno los vasos comunicantes del fenómeno de
la int ernacionalización32 del derecho producto de la decisión expresa de
nuestros constituyentes de 1994.
Los principios derivados del régimen jurídico de los derechos humanos
deben inu ndar los campos int erpretativos int ernos en la materia, obligando
al int érprete a abandonar doctrinas del derecho comparado que hoy,
decididamente, no guardan relación alguna con nuestro derecho positivo
vigente.
Debemos entonces enfatizar la obligación que pesa sobre el Estado
argentino de asegurar efectivamente el mínimo estándar
requerido int ernacionalmente en materia de derechos económicos, sociales
y culturales, y que fuera exp licitado principalmente en el Protocolo de San
Salvador33 .
La tutela de esos mínimos protegidos int ernacionalmente marca la nueva
finalidad del obrar estatal, posicionando constitucionalmente a la dignidad
del hombre en un valor superior que permite controlar la juridicidad de la
decisión estatal adoptada.
La actividad administrativa sujeta a esa juridicidad se renueva así en la
satisfacción del bien común, cuyo alcance, desde la perspectiva del régimen
de derechos humanos, debe "int erpretarse como elemento int egrante del
orden público del Estado democrático, cuyo fin principal es la protección de
los derechos esenciales del hombre y la creación de circunstancias que le
permitan progresar espiritual y materialmente y alcanzar la felicidad"34 .
EL FEDERALISMO ARGENTINO1
Ismael Mata
porISMAEL MATA
RDA 2006-55-41
I. INTRODUCCIÓN
1. Nociones sistémicas2
Con la int ención de ofrecer un panorama ordenado del federalismo
argentino, adoptaré un modelo sistémico para su exp osición y análisis.
La idea central de la visión sistémica consiste en que todos los objetos,
tanto materiales como ideales, constituyen un sistema o son partes
componentes de uno, entendiéndose por tal un conjunto estructurado,
consistente en una trama de relaciones entre sus partes componentes.
La idea ind icada permite una comprensión más acabada de los objetos
del conocimiento y supera las alternativas ext remas de los
enfoques ind ividualistas ("atomismo") y globalistas ("holismo").
"Se está tornado cada vez más evidente que la mayoría de los objetos con
que tratamos, particularmente en lo social, son sistemas multifacéticos y,
como tales, están fuera del alcance de los especialistas estrechos. Estamos
aprendiendo gradualmente, a veces a altos costos, que el mejor exp erto es
el multidisciplinario"3 .
La diferencia entre una sumatoria, grupo o conjunto de elementos y un
sistema estriba en el dato estructural, es decir, en las relaciones, enlaces o
conexiones entre dichos elementos.
Un sistema funciona como un todo y, por lo tanto, adquiere caracteres
diferentes de sus partes componentes; tales caracteres se suelen llamar
cualidades "emergentes" porque surgen cuando el sistema funciona. Las
nuevas cualidades no residen en las partes componentes ni pueden
encontrarse descomponiendo el sistema y analizando sus elementos (v.gr.,
si se hace la disección del cuerpo de un animal no se encuentra su impulso
vital).
El análisis sirve para identificar los subsistemas de un sistema mayor y,
por su parte, la síntesis resulta útil para comprender el conjunto y
determinar las propiedades emergentes4 .
Los componentes de un sistema int eractúan, estableciendo nexos que
configuran una endoestructura y, a su vez, como el sistema mantiene
vínculos de ida y vuelta con su entorno, el conjunto de tales vínculos
produce una "exo estructura", con entradas (inputs ) y salidas (outputs )5 .
Las relaciones entre los componentes y su mutua inf luencia, pueden ser
simples o complejas, inc luyéndose en la primera clase a los sistemas en
que sus partes se vinculan en forma determinada y los cambios tienen
efectos proporcionales (caso del rompecabezas), mientras que con relación
a la segunda, la inc orporación de una nueva pieza provoca un número de
efectos no previstos ni proporcionales, sino que se desenvuelven en forma
de red y de modo exp onencial (caso del juego de ajedrez y de los sistemas
jurídicos).
El funcionamiento de los sistemas complejos conduce a la teoría de
considerar que el pensamiento sistémico se desarrolla en círculos más que
en línea recta, ya que todos los componentes están conectados y si se
modifica uno de ellos, el efecto se ext iende a todos los demás que sufren
un cambio y, a su vez, afectan al componente que generó la modificación.
Dicho de otro modo, se produce un "bucle de realimentación" (feed back ),
una reacción del sistema, un estímulo que inf luye en el paso siguiente.
La realimentación es un dato sustancial en el funcionamiento de los
sistemas, a tal punto que si la misma no se da, la respuesta se inv enta; en
el mundo jurídico pueden señalarse, en tal sentido, los casos de la
confesión "ficta" y el silencio de la Administración Pública, como decisión
positiva o negativa.
Cabe añadir que la realimentación puede ser "de refuerzo" cuando
amplifica el cambio original o bien, "de compensación" si las modificaciones
se contraponen al cambio original o atenúan sus efectos. En la primera
hipótesis el sistema reconoce el cambio, produciendo modificaciones en la
misma dirección, mientras que en la segunda alternativa el efecto contrario
o de amortiguación tiende a mantener la estabilidad del sistema.
Un ejemplo de la reacción de refuerzo puede ser la sentencia judicial en
una "acción de clase", en que sus efectos se ext ienden no sólo al
demandante sino a un grupo o clase de personas que se hallan en la misma
situación del primero.
En cambio, el efecto de compensación puede advertirse en las normas de
la Constitución que establecen requisitos rigurosos para su reforma, con
miras a asegurar su permanencia.
Si bien en la int erpretación jurídica a menudo se utilizaron criterios
sistémicos, su aplicación no respondió a un modelo orgánico, empleado en
forma consciente por los operadores del derecho, ya que el enfoque
sistémico es relativamente reciente6 .
Sobre el tema me permito recordar la opinión de dos ilustres cultores de la
teoría general. Kelsen escribe: "El derecho es un orden de la conducta
humana. Un "orden" es un conjunto de normas. El derecho no es, como a
veces se dice, una norma. Es un conjunto de normas que tiene el tipo de
unidad a que nos referimos cuando hablamos de un sistema. Es imposible
captar la naturaleza del derecho si limitamos nuestra atención a una sola
norma aislada. Las relaciones entre las normas de un orden jurídico son
también esenciales a la naturaleza del derecho. Únicamente sobre la base
de una clara comprensión de las relaciones que constituyen un
ordenamiento jurídico, puede entenderse plenamente la naturaleza del
derecho"7 . Por su parte, Romano expresa que "La necessità di considerare
un ordinamento giuridico come un'unità, nel senso accennato, è stata molte
volte rilevata, anzi è divenuta una specie di luogo comune nella
formulazione delle teorie concernenti l'interpretazione delle leggi; ma è
strano che non sia stata mai usufruita e portata alle sue logiche
conseguenze per la definizione del diritto"8 .
Desde la visión exp uesta trataré de presentar el sistema federal de
Argentina, según el modelo de la Constitución Nacional de 1853/1860, con
las reformas int roducidas en 1994.
2. Antecedentes del sistema federal argentino
La Revolución de Mayo de 1810, que abrió el proceso de
la ind ependencia argentina, en una primera etapa se sujetó a dos principios
básicos: 1º) actuó con sustento en la voluntad popular, manifestada en el
Cabildo Abierto del 22 de Mayo, que dispuso la cesación del virrey ante la
prisión del monarca español Fernando VII; y 2º) representó a todas
las int endencias del Virreinato9 .
Luego, en 1812, la Revolución decide ind ependizarse del rey de España
para establecer una nueva Nación y, en tal sentido, arma un ejército para
defender su ind ependencia y en el plano jurídico, va apartándose de las
antiguas leyes de la colonia, para ir configurando un derecho constitucional
propio.
En esa línea, el "Reglamento Provisorio" de 1811 distribuyó las funciones
públicas entre los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, confiriendo al
primero, llamado Junta Conservadora, las atribuciones de declarar la
guerra, decidir la paz, celebrar tratados, crear impuestos y nombrar a los
funcionarios del Poder Ejecutivo, que era colegiado, en caso de vacancia.
Asimismo, se previeron garantías para los derechos de los habitantes, como
la prohibición al Ejecutivo de arrestar a las personas por más de 48 horas, al
cabo de las cuales debía ponerlas a disposición del juez competente.
Durante el mismo año 1812, el Reglamento referido fue reemplazado por
un "Estatuto Provisional", que amplió la protección de las libertades
personales con preceptos que se inc orporaron definitivamente a nuestro
derecho constitucional, como las prohibiciones de aplicar penas sin proceso
y sentencia legales, de arrestar sin prueba de delito, de allanar la vivienda o
los papeles privados sin orden del juez competente, y la inc orporación del
principio de que las cárceles debían ser "para seguridad y no para castigo
de los reos".
También se dictó un "Reglamento de Institución y Administración Judicial"
que sustituyó la Real Audiencia por jueces ind ependientes.
En el año 1813 se celebró una Asamblea General Constituyente, a la que
concurrieron los representantes de los pueblos que habían formado parte
del antiguo Virreinato, y que declaró solemnemente que en ella residía "la
representación y ejercicio de la soberanía de las Provincias Unidas del Río
de la Plata".
Dicha Asamblea también dictó normas orgánicas de los Poderes del
Estado y leyes de gran importancia sobre los derechos de las personas,
como la abolición de la esclavitud, la supresión de la mita, el yanaconazgo,
las encomiendas y el tributo personal de los ind ígenas, la prohibición de los
mayorazgos, la cancelación de la aut oridad de la Inquisición, la supresión
de los tormentos, etcétera.
El 9/7/1816 mediante un Congreso reunido en Tucumán se declaró
formalmente la ind ependencia y se tomó la decisión solemne de fundar una
nueva Nación. Con posterioridad continuaron los ensayos constitucionales y
así en 1817, se sancionó un "Reglamento Provisorio", que reconoció como
bases electorales a la Nación, las provincias, los ayuntamientos y villas, y
estableció un Poder Ejecutivo unipersonal a cargo de un director del Estado
elegido por el Congreso.
A su vez, los gobernadores provinciales, eran designados por el
mencionado director, de una lista formada por los cabildos del int erior.
La breve vida de los sucesivos int entos constitucionales, ponía en
evidencia un conflicto de fondo, consistente en la pugna entre unitarios y
federales sobre el modelo de país que se quería adoptar. En tal sentido, la
Constitución de 1819, de corte unitario, pese a su perfección técnica tuvo
una brevísima vigencia, causada por la aus encia de previsiones sobre los
gobiernos de provincia y su perfil marcadamente aristocrático.
La reacción de los caudillos del int erior ante esta Constitución provocó su
falta de aplicación y la caída del régimen político que había funcionado, con
sus más y sus menos, desde 1810.
A partir de 1820 el país comenzó una etapa de disolución y anarquía, en
la que las provincias funcionaron conducidas por sus caudillos y cabildos,
con el solo vínculo nacional que consistía en encomendar a la provincia de
Buenos Aires la representación ext erior.
Por su parte, esta provincia trató de convocar a las restantes a la reunión
de un nuevo Congreso con el propósito de obtener un régimen
constitucional que fuera aceptado por todas. El Congreso trabajó
largamente en la elaboración de un proyecto que finalmente fue sancionado
como "Constitución de la República Argentina" en 1826, con adopción de la
forma unitaria de gobierno, por lo que una vez más, el texto fue rechazado
por las provincias, abriéndose un largo período dominado por el caudillo
Juan Manuel de Rosas de la provincia de Buenos Aires, durante cuyo
gobierno quedaron paralizados los int entos de organizar la Nación sobre la
base de una Constitución común.
En el arduo camino hacia la organización nacional cumplieron un papel
muy importante los acuerdos celebrados por grupos de provincias,
anteriores y preparatorios de la Constitución definitiva de 1853/1860. Es por
eso que en el Preámbulo de la misma se exp resa que el Congreso General
Constituyente se reúne "en cumplimiento de pactos preexistentes".
Tales pactos fueron los que a continuación se ind ican en apretada
síntesis:
a) Pacto del Pilar (año 1820), celebrado entre los gobernadores de
Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe, que exp resó la aspiración de las
partes de organizar la Nación en forma federativa.
b) Tratado del Cuadrilátero (1822) entre las anteriores más la provincia de
Corrientes, con el propósito de asegurar su ind ependencia, la paz entre
ellas, la libertad comercial y la libre navegación. Asimismo, contrajeron el
compromiso de poner en común sus fuerzas en caso de inv asión del
territorio nacional por potencias ext ranjeras.
c) Pactos del Interior, así llamados10 los numerosos acuerdos que tuvieron
lugar, con fines similares al Tratado del Cuadrilátero, entre grupos de
provincias, casi siempre con la declaración de pertenencia a la Nación y del
propósito de lograr la unión de las provincias por medio de una Constitución.
d) Tratado el 4/1/1831, entre las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y
Entre Ríos, que estableció los lineamientos de una organización federal y,
que con posterioridad, en 1852, con la adh esión de las otras provincias,
sirvió de base para la Constitución definitiva.
e) Acuerdo de San Nicolás (1852), a través del cual las provincias
ratificaron el pacto anterior y convinieron la reunión de un Congreso General
que "con arreglo a los tratados exi stentes y el voto de todos los pueblos de
la República, ha de sancionar la Constitución política".
Finalmente, el Congreso sancionó la ansiada Constitución el 1º/5/1853,
esta vez con la separación de Buenos Aires que se negó a aceptar el
Acuerdo y la nueva Constitución, abriéndose con ello una nueva guerra civil
y quedando el país dividido entre dicha provincia y la Confederación
Argentina, int egrada por las trece restantes.
Las vicisitudes de la secesión bonaerense hasta su inc orporación a la
Nación en 1860, las describiré luego al tratar la situación de la Ciudad
Capital de la República.
porMARISA PANETTA
RDA 2003-45-713
A propósito de un dictamen emitido por la Procuración del Tesoro de la
Nación1 haremos algunos comentarios sobre las facultades de la Ciudad
para legislar en materia de impuestos de sellos y para derogar la normativa
dictada por el Poder Ejecutivo nacional en carácter de jefe inmediato y local
de la Capital Federal.
I. INTRODUCCIÓN
La Legislatura porteña legisló en materia de impuesto de sellos por ley
8 742 , y derogó el art. 2º, dec. 114/19933 del Poder Ejecutivo nacional,
dictado en su carácter de jefe inmediato y local de la Capital Federal, según
facultades otorgadas por el art. 86, CN, vigente en su momento.
En su oportunidad, en virtud de las facultades que le concedía el art.
3 4, ley 2 4.073, el Poder Ejecutivo nacional por dec. 114/1993, derogó —
s alvo las exc epciones establecidas en su art. 2 º— el impuesto de sellos
como impuesto local en la Capital Federal, con el propósito de eliminar
costos en la administración y el financiamiento de la actividad económica
(conf. consid. 1º).
Quedaron gravadas las escrituras públicas de compraventa
de inm uebles inc luyendo en tales transferencias a los aportes de capital a
sociedades, transferencias de establecimientos comerciales e ind ustriales,
la disolución de sociedades y adjudicación a los socios en cuanto a
la ins trumentación de la transferencia del dominio de inm uebles (art.
2 º, inc s. a], b] y c])4 .
A su vez, quedaron exe ntas del impuesto las escrituras públicas de
compraventa de inm uebles destinados a viviendas, inc luyendo aquellas en
que la transacción se llevare a cabo con el objeto de locar el inm ueble para
vivienda, así como la compraventa de terrenos cuyo destino sea la
construcción de viviendas (art. 2 º in fine, dec. 2291/1994, BO, 3/1/1995).
Asimismo, se inv itó a las provincias a adecuar su legislación a los
principios establecidos por el Poder Ejecutivo nacional 5 . Posteriormente por
dec. 2291/1994 el Poder Ejecutivo nacional amplió los supuestos de
exención.
Este régimen fue derogado por la Ciudad de Buenos Aires por ley 8 746 ,
la que a su vez estableció su propio régimen para el impuesto de sellos,
situación que dio origen al dictamen de la Procuración del Tesoro de la
Nación mencionado.
VII. CONCLUSIONES
La solución brindada respetó la aut onomía de la Ciudad de Buenos Aires
y resolvió correctamente la cuestión planteada.
El carácter local del impuesto de sellos y, por ende, las facultades de las
provincias y de la Ciudad de Buenos Aires para legislar sobre esta materia,
fue desde el ini cio reconocida con absoluta claridad, no así la facultad de la
Ciudad para derogar un decreto del Poder Ejecutivo nacional dictado con
anterioridad a la reforma constitucional de 1994, en su carácter de
jefe inm ediato y local de la Capital Federal cuestión sobre la cual se centró
el dictamen comentado. Finalmente, se concluyó que la Ciudad puede
derogar o modificar, total o parcialmente el dec. 114/1993 en ejercicio de las
facultades que a la Ciudad le otorgan la Constitución Nacional y la ley
2 4.588 por los fundamentos a los que hicimos referencia en el acápite VI,
c).
porGABRIELA STORTONI
RDA 2007-62-1125
6. DOMINIO PÚBLICO
porRAFAEL BIELSA
JA 45-45
6. DOMINIO PÚBLICO
porRAFAEL BIELSA
JA 45-45
I.
Como enseña Hauriou ("Précis de droit administratif et de droit public ",
11ª ed., p. 6 46), el dominio público reposa sobre la idea de la afectación
administrativa de las cosas a la utilidad pública, concepto que a través de
Mayer ("Le droit administratif alemand ", t. 3 , p.138) s e exp resa diciendo
que tal afectación se produce en virtud de una manifestación de voluntad
por la cual, cumplidas las condiciones de su estado ext erior, la cosa es
puesta en función se transforma en pública. De esta manera, como
puntualiza el último aut or citado, la afectación es un acto de voluntad que
pertenece a la esfera de la administración pública, pero sin que por esto
revista el carácter de un acto administrativo.
En la práctica, la afectación de los bienes al dominio público, suele
producirse de diversas maneras. Por una parte, un bien del dominio privado
del estado se destina a un uso público, con el carácter que marca el inc. 7 º
del art. 2 340 del código civil, es decir, para utilidad o comodidad común. En
otras ocasiones, el bien ya pertenece al dominio público y su titular, que es,
por ejemplo, el Estado general, pasa a serlo el Estado provincial o la
comuna, o a la inv ersa. En otras hipótesis, el bien se encuentra dentro del
dominio privado de los particulares y se convierte en cosa pública a mérito
de un acto del poder administrador, ya sea partiendo de una exp ropiación,
de una compra, de una donación o de cualquier otro acto jurídico que
transmita el dominio, ya de una situación de hecho que signifique consenso
general sobre el carácter público del bien, con el consiguiente acatamiento o
reconocimiento de su propietario.
Los primeros supuestos de afectación de los bienes al dominio público no
ofrecen mayor dificultad puesto que surgen de actos jurídicos claros y
categóricos. Donde surgen los problemas y se presentan las cuestiones, es
en la hipótesis final.
Por cierto, nuestra jurisprudencia tiene elaborada una verdadera doctrina
sobre la afectación de los bienes de particulares al dominio público, cuya
sistematización es tema que atrae y que ofrece sugerencias de int erés.
Vamos a ensayarla.
II.
La falta de disposiciones legales exp resas que resuelvan la cuestión
planteada, ha llevado a nuestros tribunales al estudio y asimilación de las
importantes y meditadas doctrinas que, a este respecto, ofrecen, sobre
todo, aut ores como Hauriou (op. cit.); Mayer (op. cit.), y Berthélemy
("Traité élémentaire de droit administratif ", 8ª ed., ps. 4 08 y ss.).
El principio fundamental que se sienta, y del cual arranca todo el sistema,
es el que establece que el carácter de bien del dominio público sólo se
produce en virtud de la afectación dispuesta y realizada, en forma exp resa
o tácita, por el poder administrador.
La afectación por acto de la administración implica la necesidad de una
condición previa, relacionada con la naturaleza de las cosas. En efecto, el
bien debe encontrarse preparado —a parentemente, por lo menos— para el
servicio público (Corte Sup., septiembre 15 de 1926, JA, t. 2 2, p. 6 2), es
decir, que es ind ispensable que responda a la exi gencia de que sea
factible la utilidad o comodidad común que determina el código civil (art.
2 340, inc. 7 º) para que asuman carácter de bienes del dominio público las
calles, plazas, caminos, canales, puentes y cualesquiera otras obras
públicas que satisfagan aquella utilidad o comodidad común.
El requisito previo de la adecuada naturaleza del bien, para que la
afectación sea posible, se coordina aun con otro elemento sin el cual no es
posible que la afectación se verifique. No es otro que el hecho de que la
cosa se encuentre dentro del patrimonio del Estado o, en su defecto, en una
situación tal que se considere que pertenece a aquél, de acuerdo al uso
común, conforme a la doctrina que emana de las sentencias dictadas por la
Corte Sup., el 25 de julio de 1927 y el 10 de agosto de 1932, registradas en
JA, t. 2 5, p. 4 26 y t. 3 6, p. 4 12, en un todo de acuerdo con el que figura
en la colección de fallos de ese tribunal, t. 9 8, p. 3 41.
Satisfechas estas dos condiciones, que hemos denominado de carácter
previo, sólo puede una cosa revestir la calidad de bien del dominio público
cuando la afectación se ha producido por resolución del Estado, lo cual
implica negar la posibilidad de que se produzca por el hecho de un
propietario particular. Así, la Corte suprema ha dicho que siendo esencial
para la exi stencia de la afectación la manifestación de la voluntad del poder
público, exp resada en las formas propias del derecho administrativo,
es ins uficiente la decisión tomada por un particular de convertir por sí solo
en un bien del dominio público una cosa de su dominio privado (septiembre
15 de 1926, JA, t. 2 2, página 47).
Como consecuencia de lo que acabamos de afirmar, se desprende, en
primer término, que el Estado nacional, los estados provinciales y los
municipios pueden, dentro de sus facultades constitucionales y legales,
afectar los bienes privados de las personas de exi stencia visible a un uso
público, sea aceptando el ofrecimiento del propietario particular,
sea exp ropiándolos (Corte Sup., septiembre 15 de 1926, JA, t. 2 2, p. 2 3).
Entonces, reservada al poder administrador la posibilidad de determinar la
afectación, es necesario señalar que ésta consiste en la manifestación de la
voluntad del poder público, cuya virtud cumplidos los trabajos
correspondientes a su estado ext erior, la cosa queda inc orporada al uso y
goce de la comunidad (Corte Sup., septiembre 15 de 1926, JA, t. 2 2, ps.
4 0 y 47). Y sólo en virtud de la afectación del bien al uso y goce común,
queda fijada la actividad de la administración sobre el inm ueble (Corte
Sup., septiembre 19 de 1924, JA, t. 1 4, p. 2 6).
La afectación, a la vez, es la clave de la prueba a producirse en los juicios
que versan sobre contiendas motivadas por la posesión o reivindicación de
bienes que se pretenden inc luidos en el dominio público. De ahí que la
cuestión de saber si un camino es o no un bien público del Estado nacional
o de los estados particulares, se encuentra subordinada a la determinación
previa de la afectación del inm ueble al uso y goce común (Corte Sup., julio
14 de 1926, JA, t. 2 1, p. 2 1), por lo cual corresponde al Estado despojante
la carga de la prueba, es decir, demostrar la susodicha afectación, dejando
constancia de que se produjo con anterioridad al momento en que el actor
fue desposeído (ídem, ídem). Todavía más: la prueba debe partir, según el
mismo pronunciamiento que acabamos de citar, de una de las dos
situaciones siguientes: a)adquisición mediante convenio o juicio
de exp ropiación y habilitación real para el uso público que se tuvo en
vista; b)uso común desde tiempoinmemorial, admitido y reconocido por el
propietario o por sus antecesores en el dominio.
Entramos ahora al punto fundamental de nuestro tema: el uso común
desde tiempo inm emorial.
Es conocida la divergencia de principios que exi ste entre el criterio
sustentado por la Corte suprema de la Nación y la suprema corte de la
provincia de Buenos Aires. Su exa men ha sido hecho, en estas mismas
páginas, por Raúl Etcheparre Bellocq, en una nota titulada "La prueba de
la exi stencia del camino", ins ertada en el t. 1 4, p. 2 6.
El uso común desde tiempo inm emorial es solución que se ha dado, por
lo común, en litigios sobre caminos y calles públicas. La resistencia que
Etchepare Bellocq opone a la jurisprudencia de la Corte suprema de la
Nación, y su consiguiente predilección por las doctrinas del alto tribunal
bonaerense, ofrece un blanco vulnerable —f ácilmente vulnerable— si
se exa mina con minuciosidad la forma en que la Corte nacional condiciona
el principio del uso inm emorial.
En efecto, cuando esa Corte se ha pronunciado en favor del carácter de
bien público de calles y caminos inc orporados al uso común desde
tiempo inm emorial, lo ha hecho teniendo en cuenta la concurrencia de dos
circunstancias decisivas: el sentimiento de las aut oridades y el
reconocimiento de los propietarios ("Fallos", t. 9 8, p. 3 41; julio 25 de 1927,
y agosto 10 de 1931, JA, t. 2 5, p. 4 26, y t. 2 6, p. 4 12).
El asentimiento de las aut oridades equivale a una afectación tácita, desde
que es doctrina aceptada que no es menester el acto exp reso, sino la real
habilitación del bien al uso público, a la utilidad y comodidad común (art.
2 340, inc. 7 º, del cód. civil). Mayer (op. cit., t. 3 , p.141) p roporciona un
argumento de valor para apoyar esta solución, cuando afirma que exi sten
circunstancias en que sería imposible encontrar un acto de voluntad
cualquiera en cuya virtud el dueño de la cosa hubiera ext eriorizado
la int ención de crear una situación nueva, lo cual no ocurre cuando la cosa
ha servido ya realmente al mismo int erés, antes de pertenecer a la
administración pública que la toma manteniendo el uso y dejándolo
continuar: Un camino privado, ejemplifica, que haya estado librado a la
circulación de todo el mundo y que entra en posesión del Estado o de la
comuna por un acto de derecho público —c omo la exp ropiación,
verbigracia— o por un contrato de derecho civil: venta, permuta, donación,
etc. Agrega el profesor alemán, que es por este hecho que el camino
adquiere el carácter de cosa pública, calidad que no revestía hasta
entonces; es el advenimiento del nuevo propietario el que opera el cambio
de su naturaleza jurídica; pero lo que sí, no hace falta declaración de
afectación, puesto que sucede en aquélla que su predecesor la había
efectuado realmente al dejar circular a todo el mundo, sin que, bien
entendido, ese procedimiento de un particular haya podido dar a la cosa el
carácter de público.
En segundo lugar, el reconocimiento de los propietarios resulta de la
conducta que los mismos hayan ext eriorizado con respecto al bien. Ese
reconocimiento puede encontrarse en manifestaciones categóricas, en
actos que signifiquen reconocer la calidad de bien público que asume la
cosa y, también, y muy principalmente, en las actitudes que implican
renuncia de derechos. La renuncia de derechos se presenta, en la práctica,
de dos maneras: 1ª, como olvido de las facultades de propietario, por la falta
de ejercicio de las mismas, al cual cabe asimilar la cesión voluntaria, y 2ª,
como consecuencia de la aceptación de las ventajas que resultan de
la exi stencia del bien público, en cuanto favorece la valorización y la
utilización del dominio privado.
En cuanto a la primera forma enunciada, la jurisprudencia ha establecido
que las vías de comunicación, caminos, calles o callejones, cuando han
sido inc orporados al uso y goce común con asentimiento de
las aut oridades y de los propietarios, desde tiempo inm emorial, se
convierten en bienes del dominio público (Corte Sup., agosto 10 de 1931, y
junio 15 de 1927, JA, tomo 36, p. 4 12, y t. 2 5, p. 4 26, respectivamente;
"Fallos", t. 9 8, p. 3 41).
Lo mismo ocurre cuando el propietario consiente la afectación
del inm ueble por el Estado, que éste lo destina a función administrativa
de int erés público directo e inm ediato, y reconoce posteriormente, de
hecho, el dominio del Estado, como cuando int egra la comisión
administradora del bien referido, en cuya ocasión, al ejercer el cargo que se
le había asignado dentro de la misma, eleva al Poder ejecutivo el inv entario
de los bienes pertenecientes a la ins titución en cuya
administración int erviene, y en la que figura el inm ueble que le pertenecía,
sin formular reparo alguno (Sup. Corte de la provincia de Tucumán, junio 9
de 1934, que se anota).
Cuando la actitud del propietario es firme y clara, el reconocimiento de los
derechos preexistentes para la habilitación del camino, no se inv alida por la
circunstancia de haberse venido transmitiendo el campo, que aquél
atraviesa, sin solución de continuidad, desde los causante anteriores hasta
los actuales titulares, pagándose inc lusive la contribución directa por la
totalidad del campo (Corte Sup., agosto 10 de 1931, JA, t. 3 6, página 412).
Claro está que en esta materia debe procederse con cierta prudencia en
la apreciación del reconocimiento de derechos preexistentes por parte del
propietario, a fin de evitar su confusión con ciertas circunstancias de hecho
en que sólo concurre un concepto de solidaridad humana, como en el de
facilitar el paso por sus propiedades y caminos privados. Es la hipótesis
prevista por el art. 2 248 del código civil: "Los puentes y caminos y
cualesquiera otras construcciones hechas a exp ensas de particulares en
terrenos que les pertenezcan, son del dominio privado de los
particulares, aun que los dueños permitan su uso o goce a todos".
De ahí que el hecho de que el público transite un terreno, no basta para
que éste sea considerado como bien público (Cám. Civil 1ª de La Plata,
diciembre 18 de 1925, JA, tomo 18, p. 1 308), ni significa la transferencia al
Estado de su posesión y dominio (Corte Sup., septiembre 10 de 1924, JA, t.
1 4, p. 2 6), ni mucho menos, ind uce a suponer su cesión gratuita por parte
del dueño (Cám. Civil 2ª de la cap., setiembre 30 de 1929, JA, t. 3 1, p.
2 68).
La consecuencia es que los caminos abiertos sólo por tolerancia del
propietario, pueden ser clausurados por éste (Sup. Corte de Buenos Aires,
octubre 22 de 1920, JA, t. 5 , página 477).
Y si concurren los elementos de juicio necesarios para considerar que la
hipótesis no se encuentra comprendida en los supuestos últimamente
reseñados, el reconocimiento de los derechos preexistentes adquiere una
firmeza tal que obliga a su acatamiento por parte de los sucesores del
propietario. Interesa destacar el punto porque es, generalmente, con los
sucesores a título universal o particular con quienes se produce la contienda
sobre el carácter público del bien.
Como el reconocimiento a que nos estamos refiriendo parte de un estado
subjetivo del propietario, que tiene en mira las ventajas que para él
representa el carácter de bien público y que se traduce objetivamente en la
total falta de ejercicio de sus derechos, la consolidación de la calidad
jurídica de cosa pública no se verifica en razón de un título especial de
transmisión del dominio, sino que se consagra por el uso desde
tiempo inm emorial, condicionado por el doble asentimiento del Estado y del
dueño particular.
Esta es la doctrina sostenida reiteradamente por la Corte suprema de la
Nación: cuando el propietario de un campo atravesado por caminos
considerados municipales o vecinales por el común, les ha atribuido tal
carácter por actos que importan un reconocimiento de derechos
preexistentes o una renuncia a su propiedad exc lusiva, sus sucesores en el
dominio no pueden prevalerse del hecho de no haberse otorgado título
especial al Estado o municipalidad, para dejar sin efecto dicha renuncia
("Fallos", t. 9 8, p. 2 41, octubre de 1928 y agosto 10 de 1921, JA, t. 2 8,
página 540, y t. 3 6, p. 4 12).
A veces, aun que no exi ste título suficiente para transmitir el dominio,
consta una cesión en ins trumento privado y que el derecho del Estado se
consolida por la simple aceptación que el poder administrador haya
formulado con respecto a la cesión prometida.
Por eso es que se ha resuelto que no es aplicable el art. 1 810 del código
civil, en cuanto exi ge la escritura pública para las donaciones de
bienes inm uebles, y la cesión gratuita de terrenos que han de inc orporarse
al dominio público para la apertura de calles, si la aceptación de la cesión
consta de una manera aut éntica por actos oficiales, se pagaron los
derechos relativos al trazado de las calles proyectadas y se enajenaron
lotes con frente a dichas calles (Cám. Civil 1ª de la cap., abril 18 de 1928,
JA, t. 2 7, p. 4 89).
También cabe otro camino: considerar la gestión administrativa ante la
municipalidad, cediendo gratuitamente terrenos destinados a apertura de
calles, con aceptación de ésta, como una promesa de donación que obliga
al donante a escriturar (Cám. Civil 1ª de la cap., abril 18 de 1928, JA, t.
2 7, p. 4 90).
La retractación de estas donaciones se hace sumamente difícil como
consecuencia de la doctrina exp resada, ya que la aceptación por el poder
público, repetimos, consolida, aun sin escritura pública, la cesión de bienes
con destino al uso público.
De acuerdo a estas ideas, los tribunales han declarado que la persona
que cedió gratuitamente a la municipalidad terrenos de su propiedad para la
apertura de calles, no puede retractar su donación si ésta había sido
aceptada, se pagaron los derechos relativos al trazado de calles y se
enajenaron lotes con frente a las mismas, aun que no se hubiera firmado la
escritura pública de cesión (Cám. Civil 1ª de la cap., abril 18 de 1928, JA, t.
2 7, p. 4 90).
Ahora bien. Habíamos dicho que la renuncia podía consistir, asimismo, en
la aceptación de las ventajas que resultan de la exi stencia del bien público,
en cuanto favorece la valorización y la utilización del dominio privado de los
particulares.
El caso corriente, que encuadra en esta hipótesis, es el de la exi stencia
de ordenanzas municipales que obligan a ceder gratuitamente fracciones de
terreno para calles públicas, cuando se solicita línea de edificación y
subdivisión del inm ueble.
Esas ordenanzas se han considerado eficaces. Se ha resuelto que si la
municipalidad accede a la petición del propietario para que se determine por
sus cuatro costados la línea de edificación de una manzana de terreno, "de
acuerdo a lo que prescriben las ordenanzas vigentes", y el int eresado no
protesta ni pide que se aclare esta resolución, debe entenderse que,
conforme a lo prescripto por las ordenanzas referentes a la apertura de
calles, el propietario cede gratuitamente las fracciones de su terreno
destinadas a éstas (Cám. Fed. de La Plata, septiembre 7 de 1925, JA, t.
2 7, p. 4 72).
No ha faltado quien haya considerado inc onstitucional una ordenanza que
contiene tal prescripción. El asunto es delicado: si los propietarios solicitan
la subdivisión de su tierra, se someten a las disposiciones que reglamentan
esa operación, a base de un acto voluntario, que debe obligarles en todas
sus consecuencias. Pero ¿es posible considerar que exi ste libertad de
determinación para quien se encuentra ante el dilema de ceder tierras para
calle pública o mantener ind iviso su bien? Indiscutiblemente, no. El recurso
que debe esgrimir un propietario, en esa situación, es el de atacar
previamente la constitucionalidad de tal tipo de ordenanzas, por medio de la
consiguiente reserva de derechos y por la protesta verificada en forma. Pero
si, en cambio, solicita derechamente la subdivisión de la tierra y aun se
apoya en las ordenanzas que rigen, ya no le es posible atacar la
constitucionalidad de las mismas, puesto que ha aceptado totalmente sus
disposiciones al solicitar su aplicación. Fué en un caso así en el que se
declaró que no afecta la inv iolabilidad de la propiedad la ordenanza
municipal que establece que cuando la apertura de calles fuera solicitada
por los propietarios, ya sea presentando planos o pidiendo se hagan
efectivos los trazados por la aut oridad comunal, se entiende que aquellos
ceden el terreno de su pertenencia afectado por el trazado de las calles,
cuya apertura requirieron (Cám. Fed. de La Plata, septiembre 7 de 1925,
JA, t. 1 7, p. 4 72).
No hay que alarmarse, entonces, ante la declaración de constitucionalidad
formulada por los tribunales acerca de esas ordenanzas, porque no se trata
de otorgar poder omnímodo a la administración pública ni de olvidar el
sistema de exp ropiación, sino de confirmar una situación ya aceptada por
los mismos propietarios al acogerse a los beneficios y reglas de las
ordenanzas que luego impongan.
En el municipio de la Capital Federal, el loteo de propiedades se efectúa,
habitualmente, cediendo a la comuna el espacio necesario para las calles o
callejones que servirán de comunicación entre las nuevas manzanas que,
con frecuencia, revisten dimensiones menores que la normal, operación que
se practica en los barrios de edificación pareja, con el propósito de facilitar
la construcción y de valorizar el terreno.
En algunas ocasiones, los sucesores de quienes han efectuado el loteo
han pretendido cobrar el importe del terreno afectado al uso público. La
jurisprudencia ha sido categórica al denegarles semejante pretensión: La
subdivisión de inm uebles y venta de lotes frente a la calle y la consiguiente
cesión de terreno para ésta, importa transferir implícitamente para vía
pública la superficie necesaria para el libre tránsito de los nuevos
adquirentes, renunciando a toda ind emnización por el valor del terreno, que
queda inc orporado al dominio del Estado (Cám. Civil 1ª de la cap., julio 13 y
agosto 17 de 1918 y octubre 11 de 1926, JA, tomo 2, ps. 4 7 y 217, y t.
2 2, p. 8 34, respectivamente).
Aquí concurren dos razones: Por una parte, la necesidad comunal de
que exi stan vías de comunicación entre los lotes que se subdividen; por
otra, el beneficio que tales calles reportan al propietario, por la valorización
de los bienes que conserva en su dominio privado. Ni que decir que la
cesión del propietario consolida la situación.
Es ind ispensable, en efecto, que se ext eriorice la voluntad del dueño del
dominio privado para que aparezca el derecho del poder público. Por eso es
que el propietario de una fracción de terreno ocupado por una calle, no
pierde su derecho por la circunstancia de haber consentido la apertura de
aquélla y haber vendido un lote con frente a la misma (Cám. Civil 2ª de la
cap., febrero 27 de 1924, JA, t. 1 2, p. 1 64).
Todos estos principios suponen la imposibilidad de que si efectuare
transmisiones del derecho de dominio se inv olucren en las mismas los
terrenos cedidos para calles públicas o afectados ya a ese destino. Se trata
de cosas que están fuera del comercio y, por lo tanto, no son susceptibles
de prescripción ni pueden ser objeto de actos jurídicos, por lo cual los actos
de aparente posesión o de aparente enajenación realizados sobre ellas,
deben tenerse por ine xistentes (Corte Sup., septiembre 15 de 1926, JA, t.
2 2, ps. 2 3 y 47). Luego, el adquirente de un inm ueble no tiene derecho a
reivindicar si a exi gir el valor, ni daños y perjuicios, de la parte de
dicho inm ueble que fue ocupada para calle pública, si esa fracción había
estado afectada a ese destino con anterioridad a su adquisición (Cám. Civil
2ª de la cap., marzo 13 de 1929, t. 2 9, p. 2 21); como tampoco perjudica a
la municipalidad la reserva de acciones hecha en un contrato de
compraventa de inm uebles, con respecto a la superficie de éstos, afectados
por la apertura de calles públicas, si no ha sido notificada de esa
estipulación (Cám. Fed. de La Plata, septiembre 7 de 1925, t. 1 7, p. 4 72).
III.
En resumen, pues, la doctrina jurisprudencial ofrece los suficientes
elementos de criterio para juzgar cuándo la afectación se ha producido, de
tal modo que sus principios pueden sintetizarse en brevísimas fórmulas:
1º La afectación de bienes al dominio público
emana, ind ispensablemente, del poder administrador, ya en
forma exp resa, ya en forma tácita.
2º El carácter de bien del dominio público no se fija ni determina por el
solo hecho del particular propietario.
3º El asentimiento del poder administrador vale como consagración tácita
de la afectación realizada de hecho —y no de derecho— por el propietario.
4º El reconocimiento de derechos preexistentes o una renuncia a la
propiedad, impide reivindicar los bienes afectados al uso común, como
también reclamar el pago del valor de los mismos.
DESOCUPACIÓN DE INMUEBLES PRIVADOS DEL
ESTADO. ARTÍCULO 463 DEL CÓDIGO
CONTENCIOSO ADMINISTRATIVO Y TRIBUTARIO
DE LA CIUDAD AUTÓNOMA DE BUENOS AIRES. SU
CONSTITUCIONALIDAD
Ale jandra Petrella
porALEJANDRA PETRELLA1
RDA 2002-14-319
I. LAS NORMAS
El art. 4 63 del CCAyT dispone:
"En los casos de ocupación de bienes del dominio privado del Estado,
cualquiera sea su causa o motivo, si se ha cumplido el plazo previsto o, en
su caso, declarado la rescisión o revocación del acto por el cual se hubiera
otorgado, aquélla int ima la desocupación del/la o de tos/l as ocupantes,
quienes tienen la carga de restituir el bien dentro del término de diez (10)
días corridos.
"La aut oridad administrativa, debe requerir judicialmente el desalojo del/la
o de los/l as ocupantes. En tal caso, el tribunal, previa acreditación del
cumplimiento de los recaudos establecidos en el párrafo anterior, sin más
trámite, ordena el lanzamiento con el aux ilio de la fuerza pública, sin
perjuicio de las acciones de orden pecuniario que pudieran corresponder. La
medida no puede suspenderse sin la conformidad de la aut oridad
administrativa".
En el Código Civil argentino se diferencia entre bienes de dominio público
y dominio privado del Estado, en los siguientes términos:
Art. 2340. "Quedan comprendidos entre los bienes públicos:
"1º Los mares territoriales hasta la distancia que determine la legislación
especial, ind ependientemente del poder jurisdiccional sobre la zona
contigua;
"2º Los mares int eriores, bahías, ensenadas, puertos y ancladeros;
"3º Los ríos, sus cauces, las demás aguas que corren por cauces
naturales y toda otra agua que tenga o adquiera la aptitud de satisfacer
usos de int erés general, comprendiéndose las aguas subterráneas, sin
perjuicio del ejercicio regular del derecho del propietario del fundo
de ext raer las aguas subterráneas en la medida de su int erés y con
sujeción a la reglamentación;
"4º Las playas del mar y las riberas int ernas de los ríos, entendiéndose
por tales la ext ensión de tierra que las aguas bañan o desocupan durante
las altas mareas normales o las crecidas medias ordinarias;
"5º Los lagos navegables y sus lechos;
"6º Las islas formadas o que se formen en el mar territorial o en toda clase
de río, o en los lagos navegables, cuando ellas no pertenezcan a
particulares;
"7º Las calles, plazas, caminos, canales, puentes y cualquiera otra obra
pública construida para la utilidad o comodidad común;
"8º Los documentos oficiales de los poderes del Estado;
"9º Las ruinas y yacimientos arqueológicos y paleontológicos de int erés
científico".
Art. 2342. "Son bienes privados del Estado general o de los estados
particulares:
"1º Todas las tierras que estando situadas dentro de los límites territoriales
de la República, carecen de otro dueño;
"2º Las minas de oro, plata, cobre, piedras preciosas y sustancias fósiles,
no obstante el dominio de las corporaciones o particulares sobre la
superficie de la tierra;
"3º Los bienes vacantes o mostrencos, y los de las personas que mueren
sin tener herederos, según las disposiciones de este Código;
"4º Los muros, plazas de guerra, puentes, ferrocarriles y toda construcción
hecha por el Estado o por los Estados, y todos los bienes adquiridos por el
Estado o por los estados por cualquier título;
"5º Las embarcaciones que diesen en las costas de los mares o ríos de la
República, sus fragmentos y los objetos de su cargamento, siendo
enemigos o de corsarios".
IX. CONCLUSIONES
La tesis que pretendo sostener —prima facie— a través de este trabajo es
la inc onstitucionalidad del art. 4 63 del Código Contencioso local. Ello, por
cuanto:
1) Establece un proceso unilateral mediante el que la Administración
ocurre a sede judicial para que se disponga el lanzamiento de un inm ueble.
2) En el marco de este proceso no se prevé la int ervención de la
contraparte.
3) Resulta violatorio del derecho de defensa en juicio, y de los
pactos int ernacionales a los que nuestro país ha adh erido, no respetar la
bilateralidad del proceso judicial.
4) Tampoco garantiza una tutela judicial eficaz por cuanto exc luye la idea
de debido proceso como oportunidad y posibilidad suficientes de participar
con utilidad en el procedimiento.
5) Los bienes en cuestión pertenecen al dominio privado del Estado.
6) Desde esta óptica, el Estado no puede conservar el
régimen exo rbitante cuando se trate de la custodia de bienes del dominio
privado.
7) Tal inc onstitucionalidad surge palmaria en aquellos en los que la
relación entre el Estado y el particular surja de un título perfecto
(compraventa, locación, etc.), y resulta dudosa en los que el mismo fuere
precario.
8) En principio podría plantearse la inc onstitucionalidad a través de la
acción declarativa prevista por el art. 1 13, inc. 2 º de la CCABA, con los
alcances arriba ind icados.
9) También resulta viable el planteo formulado por el Ministerio Público en
el marco de un caso concreto, así como la declaración judicial de oficio.
10) Concretamente hoy el art. 4 63, CCAyT es una norma válida, que se
encuentra vigente en tanto no ha sido derogada y recibe aplicación efectiva
por parte de los jueces. Es desde allí que se podría plantear
la inc onstitucionalidad para el caso concreto, desde el control concentrado;
o bien desde el control abstracto ejercido por el Tribunal Superior de
Justicia.
11) En punto a las consideraciones efectuadas el artículo deviene, prima
facie,inc onstitucional.
IV. CONCLUSIONES
1) A partir de la idea de sistema, es posible exp licar el ordenamiento
jurídico por grupos normativos matrices, o leyes "cabecera" de grupos y
subgrupos normativos que corresponden a las especialidades. Éste es el
caso del derecho administrativo, que agrupa leyes generales o básicas,
aplicables a una especialidad como es el derecho de aguas.
2) Definida la matriz disciplinar del derecho de aguas con base
en ins tituciones de naturaleza jurídica claramente administrativas, el
análisis sistémico de esta disciplina específica, así como la solución de
casos particulares en caso de aporías p. ej., para salvar sus vacíos, supone
el uso de leyes de tipo administrativo, de carácter básico o general.
3) En fin, en la revisión de casos a niveles administrativo y jurisdiccional
se nota una tendencia de análisis para la solución de dichos casos desde
esta perspectiva sistémica. Sin embargo, subsisten ejemplos en sentido
contrario especialmente provenientes desde la Administración Pública
(DGA), con graves consecuencias para los derechos de los administrados-
particulares y que los tribunales de justicia pueden controlar y solucionar
adecuadamente, teniendo en consideración las categorías conceptuales de-
sarrolladas.
porALBERTO G. SPOTA
JA 53-176
porALBERTO G. SPOTA
JA 1943-I-726
porISMAEL F. TORRES
JA 2002-II-1380
I. INTRODUCCIÓN
En el desarrollo de los principales contratos administrativos, Jèze se
detiene a analizar las distintas afectaciones de dependencia del dominio
(público o privado).
En esa línea refiere que, a veces, es el presidente de la República quien
afecta un inm ueble del dominio del Estado a un servicio público
administrado por una aut oridad pública del Estado. En este caso, no hay
contrato administrativo. Se trata de actos unilaterales de distribución de las
dependencias del dominio, de actos de organización de servicios públicos.
Otras veces, se afecta una dependencia del dominio del Estado a un
servicio público departamental o municipal, o inv ersamente, una
dependencia del dominio departamental o municipal, a un servicio público
del Estado.
Este acto de afectación no es tampoco un contrato. Es, como en el primer
caso, una organización de servicios públicos, por acto unilateral, a
propuesta y con la opinión favorable de varias aut oridades administrativas.
En otras ocasiones, la afectación de una dependencia del dominio (del
Estado, de los departamentos y de los municipios) se hace a favor de una
sociedad o de un particular, colaboradores voluntarios de la administración
en las obras de int erés general (obras privadas de beneficencia,
de ins trucción, etc).
Por último, otras veces la afectación de una dependencia del dominio se
hace, no a favor de una sociedad o de un particular, sino de una ins titución
de utilidad general1 .
Es decir, que en el concepto de este aut or, la afectación traduce la idea
de asignación de destino a un bien que ya se encuentra inc orporado al
dominio del Estado.
En nuestro país Diez enseña que la creación del dominio público se hace
por medio de la afectación.
La define refiriendo que es el hecho o la declaración de voluntad de
órganos del Estado, en cuyo mérito un bien queda inc orporado al uso
directo o ind irecto de la colectividad2 .
En cuanto al modo en que podrá materializarse la ext eriorización de
voluntad, refiere que ella podrá encarrilarse a través de una ley nacional,
provincial, acto administrativo o hecho de la administración.
Sentado lo exp uesto, pasaré a ocuparme de dos fallos que han concitado
mi atención, pues abordan la significación sustantiva que tiene la
"afectación", y aut orizan a ext raer conclusiones útiles a la hora de
tutelar int ereses del Estado.
El primero de ellos dictado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
el día 19 de diciembre de 2000 en el caso "Administración de Parques
Nacionales v. Provincia del Neuquén"3 .
Y el segundo, fue producido por la Cámara Nacional Civil y Comercial
Federal, Sala 1ª, el día 5 de junio de 2001, en el caso "Femesa v. Vera,
Juan R. H. y otros"4 .
V. CONCLUSIONES
De todo lo exp uesto, pueden ext raerse las siguientes conclusiones:
1. El dominio público del Estado Nacional, así como el de los Estados
provinciales y las municipalidades, sobre los inm uebles que forman su
objeto, termina por su desafectación, es decir por sustraerlos de su destino
al uso público.
2. La naturaleza jurídica de la desafectación es correlativa a la de la
afectación, y la forma de llevarla a cabo, depende de la índole del bien de
que se trate.
3. No puede ser tenida por válida, la transferencia dominio operada, sobre
un inm ueble si no ha mediado formal desafectación previa del bien en
cuestión.
Consecuentemente, tampoco pueden ser adquiridos por medio de
prescripción, en tanto les falta la condición que exi ge el art. 3 952 CCiv.
(recuerdo que este artículo reza: "Pueden prescribirse todas las cosas cuyo
dominio o posesión pueda ser objeto de una adquisición").
4. Aunque se trate de bienes inm uebles int egrantes del dominio privado
de la Nación, si están afectados a un servicio público, corresponde
considerarlos como pertenecientes al dominio público del Estado.
5. El régimen de transmisión de dominio de los inm uebles del Estado
Nacional en los casos de provincialización de territorios es distinto del
previsto para la transferencia de esos bienes en el derecho privado,
conforme con lo establecido por los arts. 5 77, 1184 inc. 1 y 2505 CCiv.
Finalmente, es mi int ención que las inf erencias delineadas, resulten de
utilidad para quienes ejercen la abogacía pública, y puedan así, contar con
otra herramienta para una mejor defensa de la inc olumnidad del patrimonio
administrativo del Estado.
III. CONCLUSIONES
1. "Nuevos" bienes ante el sistema jurídico chileno
1º) Existe un sector de los bienes que podemos llamar de la apropriatio ,
en el que se encuentran todos aquellos bienes que el régimen jurídico
permite a los particulares apropiarlos, que es regulado por el derecho civil.
De frente, y como una bipolaridad, esto es, contraponiendo naturaleza
jurídica, principios e ins tituciones cardinales, podemos situar el sector de
los bienes que han sido publificados; éste es el sector de la publicatio , en el
que han quedado relegadas las demás cosas no susceptibles de ser
apropiadas por los particulares, que no son susceptibles de propiedad.
2º) La Constitución Política ha diseñado una clasificación de los bienes o
cosas, que los sitúa en tres posiciones: ya como comunes a todos los
hombres; ya como pertenecientes a la Nación toda (los bienes públicos); ya
como susceptibles de ser adquiridos por las personas naturales y jurídicas
de derecho privado y público (esto es, ser apropiados, susceptibles de ser
convertidos en algo propio). En esta última categoría se encuentran no sólo
los bienes de los particulares, sino también los del fisco, de los gobiernos
regionales o de las municipalidades, y de toda otra persona jurídica de
derecho público.
3º) El régimen de los bienes comunes a todos los hombres es de la no
apropiabilidad. Son los llamados bienes "libres", y su régimen jurídico
consiste precisamente en su no-regulación, salvo casos
muy exc epcionales.
4º) La Constitución Política ha dejado en una situación claramente
definida a los bienes públicos o nacionales de uso público o "que deban
pertenecer a la Nación toda", concepto éste cercano a "pueblo", en quien
reside la soberanía, pero que por eso mismo los aleja de cualquier
titularidad estatal. Por lo tanto, estos bienes que deban pertenecer a la
"Nación toda" no corresponden ni pertenecen al Estado, ni a alguno de sus
órganos.
5º) De acuerdo con la Constitución Política los bienes que deban
pertenecer a la Nación toda (en los casos en que "la ley lo declare así" y
quede afecta toda una clase o categoría de bienes a tal publicatio ) no
pueden ser adquiridos en dominio por las personas (naturales o jurídicas, de
derecho privado o público), ley ésta que debe ser de quorum calificado, y
sólo respecto de "algunos" bienes, pues la regla general para "toda clase de
bienes" es la libertad de adquirir.
6º) Los bienes privados (o sometidos a su régimen), son los de las
personas, naturales o jurídicas (particulares), y de las otras personas
jurídicas de derecho público (como el Estado/fisco, los gobiernos regionales,
las municipalidades y otras entidades con personalidad jurídica propia,
distinta del fisco, que actúan en materia de bienes igual que los
"particulares"). Todos estos bienes no publificados (esto es, que no son
públicos) están sometidos al régimen de los bienes privados, o a la
"legislación común aplicable a los particulares".
Todos estos bienes se rigen por el derecho común (esto es, el derecho
civil), y cualquier alteración de su estatuto de adquisición está regulado por
el art. 1 9, nro. 2 3, Constitución Política.
La naturaleza jurídica de los bienes privados o propios del fisco (fiscales),
de los gobiernos regionales (regionales) y de las municipalidades
(municipales) se ha de estudiar en general a la luz de los principios del
derecho privado, pues estos bienes son, en efecto, una propiedad estatal,
cuya titularidad está asignada a los servicios o reparticiones fiscales o a los
gobiernos regionales o a las municipalidades, respectivamente, a las que
está destinada.
2. La titularidad y protección jurídica (in)directa sobre estos
"nuevos" bienes
1º) Por medio de la teoría de los derechos reales administrativos se
establece la naturaleza jurídica del derecho que, sobre el dominio público,
nace a favor de un particular a partir de una concesión administrativa. En
otras palabras: califica jurídicamente el derecho que crea ex novo la
concesión, cuando se trata de un derecho sobre bienes públicos
(dependencias del dominio público, en la tradición francesa).
2º) La legislación chilena no reconoce la categoría jurídica de los derechos
reales administrativos, no otorgándoles, directamente, como tales derechos,
protección, sino sólo a través de la garantía de la propiedad. Ello ha sido
causa de constantes desnaturalizaciones por la doctrina y la legislación, la
que, ante casos que claramente configuran tal categoría, no los ha
reconocido como tales.
3º) Todo lo anterior es fundamento suficiente para estimar recomendable
la adopción por la legislación, la doctrina y la jurisprudencia de tal categoría,
prestando directamente seguridad jurídica aun titular de derechos, pura y
simplemente, como tales derechos, sin necesidad de recurrir a cobijarlos
bajo el alero de la propiedad. Ello, obviamente, requiere esfuerzos
doctrinales previos.
FUNCIÓN ADMINISTRATIVA Y COMPETENCIA
MATERIAL CONTENCIOSO ADMINISTRATIVA EN LA
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
Osvaldo H. Bezzi y Marcelo Bolaños
V. CRITERIOS JURISPRUDENCIALES
a) Las dificultades en el campo de lo extracontractual
Al momento de resolver los conflictos de competencia la Suprema Corte
de Justicia ha distinguido la materia administrativa de la civil y comercial,
resolviendo la improcedencia de acumular pretensiones que deben
articularse ante fueros diversos34 .
El universo de la casuística ha demostrado que tal distinción carece de
contornos precisos cuando se pretende hacer efectiva la responsabilidad
aquiliana del Estado.
Sobre el particular, el art. 2inc. 4ley 1 2.008 (LA 1998-A-553) designa
como contencioso administrativas a las controversias "...q ue versen sobre
la responsabilidad patrimonial, generada por la actividad lícita o ilícita de la
provincia, los municipios y los entes públicos estatales previstos en el art.
1 regidas por el Derecho Público, aun cuando se aplicaren por analogía
normas del derecho privado".
Su redacción difiere de la ley española vigente, la cual recepta el principio
de unidad patrimonial35 ; sin perjuicio de ello, la Suprema Corte se inclina
por tal principio como norte hermenéutico al momento de hacer jugar la
mencionada presunción.
Afirmamos esto porque si bien en los pronunciamientos que resuelven
conflictos de competencia se enuncia que la responsabilidad estatal "debe
ser resuelta por aplicación de normas y principios de Derecho público,
conclusión que no varía por el hecho de que deba acudirse, para su
solución, al método de int egración analógica"36 , lo cierto es que, en la
práctica, las pretensiones indemnizatorias fundadas en los arts. 1109 y 1113
CCiv. y dirigidas contra el Estado generalmente son remitidas al
conocimiento del juez en lo contencioso administrativo.
En materia de accidentes en la vía pública, la circunstancia de que la
Administración sea titular del rodado hace jugar la presuntio competenciae
fori, o también cuando la demanda se dirige inv ocando una relación de
dependencia como factor de atribución de la responsabilidad estatal37 .
De aceptar -por razones pragmáticas- que la inv ocación del actor sea
suficiente para determinar la competencia material del fuero 38 -aspecto no
ajeno a críticas-, ello no debe propiciar que el Estado responda por los
hechos personales del funcionario o empleado y/o contingencias ajenas al
cometido funcional39 .
Dirimida la competencia en esos términos, el int errogante que se plantea
es el siguiente: ¿cuál es la regla sustancial que rige para hacer efectiva la
responsabilidad ext racontractual del Estado cuando el daño se produce con
motivo o en ocasión del ejercicio de la función administrativa?
Al respecto debe tenerse presente que los mismos casos que hasta el
15/12/2003 se juzgaban en el fuero civil en la actualidad son tratados con
las modulaciones propias que el derecho público ha forjado en materia de
responsabilidadextracontractual.
En este orden de ideas, cuadra reflexionar sobre las bondades de
mantener un criterio sentado sobre la noción de falta de servicio 40 ,
fundamentalmente al momento de afrontar la problemática de la actuación
del órgano y los factores de atribución41 .
b) El problema del derecho material
Se han presentado también divergencias en aquellas controversias
suscitadas con motivo del ejercicio de funciones administrativas en las
cuales la relación jurídica sustancial se rige por el derecho privado.
En la causa "Terminello"42 la actora solicitó la nulidad de un acto
administrativo mediante el cual se disolvía un vínculo laboral regido por la
Ley de Contrato de Trabajo 20744 (t.o. 1976, ALJA 1976-A-128). Ante el
planteo de incompetencia material de la demandada, la Cámara
Contencioso Administrativa de La Plata entendió -por mayoría- que la
emisión de un acto administrativo implica el ejercicio de función
administrativa y que, por ende, corresponde su juzgamiento en el fuero43 .
Considerando que el objeto del proceso es la pretensión de la actora y no
el acto administrativo denegatorio del derecho (como ocurría en el viejo
sistema), los fundamentos de aquélla han inc idido en el criterio del tribunal.
c) La calificación jurídica de los contratos
Por otra parte, los diferendos contractuales pueden ser catalogados casos
contencioso administrativos según diversos criterios44 , los cuales pueden
verse desarrollados en los diversos votos del fallo "Utilducto"45 .
Dicha sentencia nos recuerda también la polémica sobre las sociedades
del Estado o los límites del Derecho Administrativo46 .
VI. COLOFÓN
En las diversas int erpretaciones puede advertirse la fuerza exp ansiva del
concepto de función administrativa por la mera presencia de un sujeto
público en uno de los ext remos de la relación, con prescindencia del
régimen jurídico que la rige.
No obstante, estimamos que su empleo debería tener una connotación
referencial de relaciones jurídicas regidas por un régimen preponderante de
derecho público.
Si, por el contrario, se propicia un fuero de carácter subjetivo respecto de
la Administración Pública (además de ser mixto o residual en el sentido de
que absorbe también la función administrativa realizada por otras personas),
tal circunstancia debería ser establecida sin ambages; ello, por cuanto
nuestro sistema jurídico arraiga en su tradición la dualidad derecho público -
derecho privado.
En definitiva, el derecho administrativo requiere, por la especificidad de su
materia, soluciones fundadas en sus propios principios, dado que
la aut onomía de una rama supone la de tribunales especializados47 .
7. FUNCIÓN ADMINISTRATIVA
LA ACTIVIDAD ADMINISTRATIVA Y SU RÉGIMEN
Allan R. Brewer-Carías
porALLAN R. BREWER-CARÍAS1
RDA 2006-55-15
I. CONSIDERACIÓN PREVIA
Entre los días 25 y 29 de octubre de 1977 tuvieron lugar en la ciudad de
Mendoza las sesiones del Primer Congreso Internacional y IV Jornadas
Nacionales de Derecho Administrativo, que organizaran la Universidad
Nacional de Cuyo, la Universidad de Mendoza y la Asociación Argentina de
Derecho Administrativo. El tema central de este importante evento fue:
Contratos de la Administración, en general, y Licitación Pública en
particular1 .
En la sesión ina ugural del día 25 int ervino como primer conferencista el
profesor André De Laubadere, quien exp licó la división en dos categorías
que el derecho francés hace de los contratos de la Administración: Los
administrativos propiamente dichos y los denominados de derecho
privado, ext endiéndose luego en el análisis de las pautas que la ley y la
jurisprudencia administrativa francesa sustentan para establecer la
diferencia entre uno y otro contrato.
En el trabajo previamente distribuido entre los participantes2 el profesor De
Laubedere anota que de esa distinción se derivan dos tipos de
consecuencias: una de fondo, referida a las reglas aplicables a los contratos
administrativos, que difieren a veces muy profundamente de las que rigen
los contratos de derecho privado de la administración; otra relacionada con
las consecuencias contenciosas, pues "la competencia para conocer en los
litigios relativos a los contratos de la administración pertenece a la
jurisdicción administrativa si se trata de contratos administrativos y a la
jurisdicción judicial cuando sean de derecho común", agregando a
continuación: "Estos dos tipos de consecuencias están en estrecha
relación. La particularidad de los contratos administrativos es considerada
en Francia como justificación de la competencia del Tribunal
Administrativo, siendo avalado y acentuado por el hecho de que este
derecho es elaborado por un tribunal especial" (p. 8; lo que está en
bastardilla es nuestra).
O sea que, virtualmente, es la segunda de las consecuencias la que por
su "estrecha relación" con la primera prepondera y "justifica" la competencia
de los tribunales administrativos franceses. En suma: es el ordenamiento
jurídico francés el que da su razón de ser a la mentada bipartición.
Por esa y otras razones que se exp ondrán, en el seno del Congreso fue
notoria la preocupación —m anifestada en los cuestionarios que las
comisiones de trabajo dirigieron a los panelistas— por obtener respuesta a
este int errogante: ¿resulta aplicable la distinción en nuestro país?
No exi stiendo en el ordenamiento jurídico argentino tribunales
administrativos al estilo francés, ¿se justifica la difusión y aplicación de
esquemas jurídicos que no "encajan" en nuestras ins tituciones? Incluso
la inq uietud trascendió los límites del Congreso y en la entrevista que el
profesor Agustín A. Gordillo mantuvo con el matutino "Los Andes", se le
formuló esta pregunta: "¿Aún cabe distinguir entre contratos administrativos
y privados de la administración?"3 . El entrevistado señaló que "esta es una
cuestión que puede decirse aun no está resuelta en la doctrina".
Las respuestas y opiniones dadas al respecto fueron, como la del Dr.
Gordillo, a título personal. Lamentablemente el Congreso no dio la suya,
como se esperaba. Esto nos mueve a dar la nuestra, al menos para que
sirva de acicate a la doctrina administrativa argentina para encarar y
replantear el punto en su verdadera y real dimensión.
I. INTRODUCCIÓN
1. Siendo nuestro objeto escribir sobre la competencia administrativa de
los órganos judiciales, debemos señalar ante todo que coincidimos con
Cueto Rua en que "en la Argentina se ha prestado escasa atención a la
administración de justicia como administración. Sus características,
modalidades, alcance, costos y eficacia no han sido materia de suficiente
estudio ni por parte de los legisladores, ni de los políticos ni de los jueces, ni
de los abogados, más int eresados en la función jurisdiccional de los
tribunales que en su función administrativa"1 .
Por cierto que las cuestiones sobre la organización judicial y sus funciones
deben ser penetradas y profundizadas en disciplinas especiales, entre ellas
las ciencias del derecho constitucional y del derecho procesal. Por esta
razón, nos limitaremos a unas notas elementales sobre aquellos puntos que
tienen una significación política, es decir, que guardan relación estrecha con
la Teoría del Estado, la cual, en nuestro entender, no sólo descubre y
describe estructuras, sino que también aspira a mejorar los elementos que
la realidad presenta, siempre con un nivel de generalidad superior a otros
estudios científicos: la teoría, cuyo punto de partida es la observación de los
aspectos fundamentales del Estado para un estudio abstracto y sistemático,
acaba por hacer un proceso de valoración, juzga y dice lo que es valioso o
conveniente y lo que no lo es2 .
Ha constituido un sugerente punto de arranque de nuestro análisis, el
erudito trabajo de Aída R. Kemelmajer de Carlucci sobre las "Atribuciones
de los Superiores Tribunales de Provincia" 3 , ponderando especialmente
que —c omo expresa en su prólogo Dardo Pérez Ghilhou— "la autora no ha
trepidado en detenerse en la vasta y variada jurisprudencia nacional y
provincial que alimenta los textos comentados", suministrando así, con
solvencia y completividad, la indispensable base dogmático-jurídica para un
discurso como el que aquí desarrollamos.
En este proemio no podemos dejar de formular una necesaria
advertencia: realizando el Poder Judicial una enorme cantidad de acciones
de tipo administrativo, entendemos qua tales actividades se rigen en un iodo
por el régimen jurídico propio de la función administrativa, no
correspondiendo, en principio, aplicarles el de la función jurisdiccional ó
judicial4 .
En consecuencia, nos ha parecido que el desarrollo de nociones y
conceptos estudiados por la ciencia del derecho administrativo constituye un
aporte que, aplicado a la función administrativa el Poder Judicial, habrá de
servir para brindar claridad en el planteo y la correcta solución de los
variados int errogantes que plantea el ejercicio de dicha función, en el
ámbito privativo de la tercera rama del Poder político del Estado.
VII. CONCLUSIÓN
21. Reiteramos, a modo de conclusión, que en los ordenamientos
constitucionales la denominada "división de poderes" se recoge más como
principio tendencial que como regla absoluta, es decir, solamente en el
sentido de que cada orden de órganos estatales tiene como competencia el
ejercicio de la función que determina su denominación, pero apareciendo
aliado de esa competencia -y en el caso especifico que nos ocupa, o sea el
de los órganos judiciales- otra para actos y hechos que encajan dentro de le
función administrativa.
Y es ind udablemente adecuado que, a fin de resguardar
la ind ependencia e imparcialidad en el ejercicio de la función jurisdiccional,
tengan los órganos que le desarrollan atribuciones administrativas, en
principio concentradas en el superior tribunal, en orden a garantizar el de-
sempeño de este "poder" estatal y frustrar toda ing erencia ext raña a su
órbita personal, funcional e inc luso económica, dotándola de
cierta aut onomía financiera.
Siendo el superior tribunal el órgano máximo de la "justicia como
administración", debe entonces ejercerla superintendencia general sobre
lodos los organismos int eriores que realizan función administrativa en el
ámbito del Poder Judicial; mas sin perjuicio de ello, es menester establecer
como atribuciones concernientes a los tribunales inf eriores, por ejemplo, la
de dictar normas reglamentarias (ajustándolas por cierto a los reglamentos
que dicte el superior); la de designar y promover a su personal,
estableciendo las normas a las cuales han de ajustarse las promociones; la
de decidir cualquier otra cuestión vinculada con dicho personal, como el
otorgamiento de licencias, sanciones disciplinarias, etcétera.
Así, delegando, desconcentrando y descentralizando —c on el control
administrativo que, en todos los casos y en su medida, corresponde al
superior—, se coadyuva a afianzar la ind ependencia e imparcialidad de los
jueces, su aut oridad, dignidad y decoro, a la vez que a lograr una mayor
eficacia en las tareas que inc umben al Poder Judicial, tanto jurisdiccionales
como administrativas.
Por último, aun a riesgo de ser reiterativos, hemos tratado de recordar
algunas herramientas conceptuales ind ispensables para la correcta
comprensión y el adecuado funcionamiento del aparato administrativo del
Poder Judicial. Porque el régimen jurídico de su función administrativa es el
derecho administrativo, debiendo evitarse la ind ebida aplicación a aquélla
de principios o normas propios de la función judicial.
8. FUNCIÓN JURISDICCIONAL
por PEDRO ABERASTURY
JA 2005-III-1069
I. INTRODUCCIÓN
El caso "Fernández Arias v. Poggio", fallado por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación el 19/9/19601 , se transformó en un hito en la doctrina
administrativa en razón del cambio de criterio que se produjo respecto de la
posibilidad por parte de la Administración de solucionar controversias2 .
A efectos de referirnos al caso "Ángel Estrada" 3 , que se ha ocupado de
poner la cuestión sobre el tapete, es necesario estudiar detenidamente
dicho precedente y las razones que determinaron su decisión a fin de alejar
las dudas y colocar en su justo límite la doctrina emanada de tan importante
precedente para el derecho administrativo argentino.
A partir de 1956 la nueva int egración de la Corte Suprema de Justicia de
la Nación se ocupó de reivindicar las características fundacionales de la
Constitución Nacional de 1853/1860 (ALJA 1853-1958-1-3), en oposición a
la doctrina sostenida hasta ese entonces por sus anteriores int egrantes.
El principio de libertad y el reconocimiento de los derechos de los
particulares por sobre la opresión desarrollada por el Estado permitió que la
doctrina jurisprudencial avanzara en su defensa. La garantía del derecho a
la defensa en juicio, que sólo se puede conjugar por el hecho de ser
juzgado por jueces designados por el mecanismo previsto en la Constitución
Nacional (LA 1995-A-26), marcó una clara línea de diferenciación.
En el precedente "López de Reyes", la disidencia había restablecido la
correcta int erpretación de la Constitución Nacional sobre la base de
otorgarle al entonces art. 9 5 (hoy art.109) l a importancia que el mismo
merecía, no sólo por la prohibición en él contenida sino también para limitar
la actuación del Ejecutivo, que se había ext ralimitado al impulsar la
creación y consagrar la validez de los denominados "tribunales
administrativos".
Posteriormente, en 1960, con la ampliación a siete de los miembros de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación, se volvió sobre el tema en el caso
"Fernández Arias v. Poggio". ¿Cuál sería la diferencia entre uno y otro si, en
realidad, se trataba de una línea jurisprudencial que ya se encontraba
demarcada?
El voto de la mayoría pertenece, ind udablemente, a la pluma de Julio
Oyhanarte, y se reconoce, claramente, en los consids. 9, 12, 18, 20 y 22 la
redacción del entonces secretario de la Corte, Dr. Esteban Imaz, que
posteriormente llegaría a ser juez del tribunal. El fallo de la minoría fue
redactado sustancialmente por mi padre, a quien le tocó estudiar el caso en
primer lugar. Para ello le encargó al entonces joven bibliotecario de la Corte,
Miguel Danielian, que recopilara las normas que estatuyeron los
denominados tribunales administrativos, las que fueron copiadas a
mimeógrafo y distribuidas a todos los miembros de la Corte.
El reconocimiento de mi padre al trabajo realizado por Jorge T. Bosch, por
compartir las ideas desarrolladas por este jurista y por transitar su de-
sempeño profesional y en la cátedra, en la especialidad en el Derecho
Administrativo, donde llegara a ser profesor titular de la materia, en la
Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, determinaron que
se produjera un avance en la doctrina construida por la mayoría, lo cual será
el motivo del presente trabajo.
VI. CONCLUSIONES
La mayoría de las limitaciones a los derechos de los particulares se la ha
justificado en el ejercicio del denominado poder de policía, y consideramos
que la doctrina y la jurisprudencia han tomado los conceptos elaborados a
partir del caso "Avico"23 para el análisis del ejercicio de dicho poder por
parte del Estado. Allí, para llegar a la solución que legitimaba tal ejercicio,
se consideró que el presupuesto racional de desconocer el ejercicio de los
derechos acordados por un nuevo ordenamiento no debía desconocer el
derecho sustancial afectado hasta llegar a la prohibición de su ejercicio, por
lo que la afectación debía recaer sobre lo accesorio.
Linares, al comentar el ejercicio del poder de legislación general y el de
policía de seguridad, lo denomina "la balanza de conveniencia o
racionalidad", pues en esta materia reglamentar no es destruir24 .
Sencillamente advierte que el ejercicio del poder se encuentra basado en
unos márgenes imposibles de determinar en abstracto, pero en cuyos
parámetros nos encontramos con que el derecho reconocido
constitucionalmente nunca puede ser de carácter absoluto; y, por otra parte,
la actividad reglamentaria de tal derecho, por su actividad, no puede llegar a
la privación esencial del mismo, o, lo que es lo mismo, la facultad
reglamentaria, prevista en el art. 1 4 CN., no es ilimitada.
Esta balanza oscila entre el ejercicio del poder reglamentario y la
vulneración del factor esencial del derecho que se pretende reglamentar.
Dentro de este contrapunto, nos encontramos con que la doctrina
jurisprudencial establecerá el límite en el caso "Ivanisevich"
cuando exp resa en el considerando 6: "Que la reglamentación a que se
refiere el art. 1 4 CN., basado en la necesidad de conciliar el ejercicio del
derecho de cada uno con el de los demás, está limitado por el art. 2 8 en
cuanto prohíbe alterar el derecho reconocido, o sea, como se ha observado
‘sin alterar en ningún caso sus sustancia, de modo de hacer irrisoria
su exi stencia en la Carta Fundamental' o, en otros términos, no le es
permitido al legislador ‘obrar caprichosamente de modo de destruir lo mismo
que han querido amparar y sostener'"25 (Alcorta, "Garantías
constitucionales", ps. 34 y 35; Alberdi, "Bases...", p. 176, art. 20 de su
Proyecto de Constitución).
El marco de razonabilidad entra en crisis cuando exi ste una prohibición
de ejercicio y la exp licación, la pauta de razonabilidad que lleva a admitir tal
restricción, se sostiene en que el ejercicio del derecho a través del poder
reglamentario exc ede el mero marco de int erés particular, o, lo que es lo
mismo, tiene trascendencia pública, o es de int erés público pues se
encuentra en mira el int erés general.
Linares cita como materia de análisis el denominado caso "Martínez"
(Fallos 157:28), donde se analiza la prohibición de despachar bebidas
alcohólicas en los días en que la población se entrega al descanso y
esparcimiento lícitos, es decir, ejerciendo el poder de policía, y en el caso
analizado se tiene por constitucional la norma bajo estudio en atención a
que no violenta el límite de racionalidad establecido en el art. 2 8 CN., ya
que el comercio puede ser objeto de reglamentación y, como se exp lica en
la ley, la misma no aplica conceptos meramente de Derecho Privado sino
también de orden y trascendencia pública.
Siguiendo a Kelsen, consideramos que desde el punto de vista de la
teoría jurídica, despojado totalmente de cuestiones valorativas, no
encontramos ninguna diferencia entre las normas que rigen las relaciones
entre los particulares y las que se relacionan a través del Derecho Público,
pues ambas se encuentran condicionadas al respeto al orden jurídico
previsto en la norma superadora de estas distinciones, cual es la Norma
Fundamental26 .
Es decir, la nota significante del Estado de Derecho es precisamente que
una vez creado el derecho, el Estado como tal debe someterse al mismo.
Cuando el sistema se altera asistimos a una desproporción de la norma que
afecta el sistema ins tituido por nuestros constituyentes, y cuando estos
condicionamientos afectan el debido proceso no pasan el tamiz de la
razonabilidad. Es éste, por tanto, el argumento sustancial de la Corte que
determinó la inc onstitucionalidad del régimen establecido.
En consecuencia, la atribución de competencia efectuada por el legislador
a un tribunal administrativo implica el desconocimiento del régimen
constitucional imperante. Recordando las palabras de Sánchez Viamonte,
"El problema consiste, pues, en conseguir, mediante los preceptos
constitucionales, que cada poder se mantenga estrictamente dentro de su
órbita, desde la cual ejerce el control de los otros dos poderes en la medida
en que inc umbe a su función específica, sin mengua para la coordinación y
armonía que los vincula, para lograr la unidad del gobierno. A esto se ha
llamado sistema de frenos y contrapesos"27 .
LAS FUNCIONES DE LA ADMINISTRACIÓN Y EL
DERECHO COMÚN —U N ASPECTO DEL CASO
"ÁNGEL ESTRADA"—
Pedro Aberastury
porPEDRO ABERASTURY
RDA 2006-58-951
I. INTRODUCCIÓN
El derecho común, según la terminología acuñada por la Corte Suprema
de Justicia de la Nación, se conceptualiza, usualmente, como conformado
por las leyes sancionadas por el Congreso Nacional, en virtud de las
facultades delegadas por las provincias para dictar los códigos de fondo,
previstos en el art. 7 5, inc. 1 2, CN. No obstante, es lícito afirmar que el
derecho común se opone al concepto de derecho federal en cuanto este
último es sancionado "por el legislador nacional tendiente a la consecución,
de modo inm ediato, de todos los fines que se atribuyen al Congreso y al
gobierno federal por el preámbulo y los preceptos de la Constitución, sin
perjuicio de considerar la exi stencia de int errelaciones entre ambos tipos
de leyes, atendiendo al carácter sistemático del ordenamiento jurídico y la
aplicación de uno u otro tipo de normas para resolver el conflicto
de int erpretación jurídica1 .
Otto Mayer decía que el derecho civil es aplicable al Estado, simplemente,
porque es bueno y natural el presumir que lo que es igual por naturaleza
debe ser reglado igualmente. Así exp resa que, para ello, no es necesario
que la ley civil disponga exp resamente su aplicación al Estado2 .
Villegas Basavilbaso, al respecto, exp resaba que "no toda relación
jurídica pecuniaria o patrimonial está sujeta a la ley civil; es ind ispensable
que la Administración haya obrado como un particular, esto es, realice actos
de economía privada y no pública"3 .
Pero lo ind udable, más allá de la aplicación del derecho común, ya sea
en forma directa, por analogía o por subsidiariedad a la actividad de-
sarrollada por la Administración, lo cual la doctrina no se encuentra
conteste, es que nos encontramos con una realidad, que no se puede
desconocer: el derecho común es aplicable a la Administración en
determinadas relaciones jurídicas4 .
Desde una óptica subjetiva, también podemos observar que la
Administración int erviene en un sentido inv erso al exp uesto. Esto ocurre
cuando el legislador le ha otorgado competencia para int ervenir en las
relaciones jurídicas concluidas entre los particulares.
En efecto, frente a una actividad del particular, regida enteramente por el
derecho común, muchas veces la administración debe int ervenir, con
distintos alcances, en pleno ejercicio de la función administrativa que le ha
sido otorgada por el legislador.
Por ello, vamos a exa minar una serie de actividades que desarrolla la
administración, que tienen inj erencia en aquellas actividades realizadas por
los particulares o en aquellos supuestos donde, fácticamente, tienen que
comenzar y concluir rigiéndose por el derecho común, como una manera
de int roducirnos en el objeto principal del presente.
V. CONCLUSIONES
La asignación por parte del legislador a la Administración de una
atribución de competencias para que ejerza un determinado poder de
policía reconoce limitaciones, pues deben escogerse las soluciones que
impliquen una menor restricción al principio de libertad establecido por el
juego de los arts. 1 9, 14 y 18, CN.
Cabe recordar que en el caso en el cual la Corte resolvió la
constitucionalidad de la ley de mediación 30 , expresó que el mediador no
ejercía función jurisdiccional, sino una actividad de aproximación de las
partes mediante técnicas conciliatorias, a fin de que aquéllas arriben a la
solución del conflicto, pues no sólo no se ejerce una actividad jurisdiccional,
sino que en breve tiempo se encuentra posibilitado el acceso a la justicia.
La constitucionalidad de la atribución de facultades a la Administración
para dirimir controversias no tiene por única limitación que sus
pronunciamientos no sean finales, es decir, que debe encontrarse prevista
la posibilidad de que judicialmente sea revisada la decisión en forma
acabada.
Sin embargo, la justificación de esta int ervención no puede estar
contenida en la especialidad del órgano administrativo de que se trate, pues
esta argumentación no es válida en cuanto exi ste una clara división por
competencias entre los tribunales judiciales y la falta de especialidad no es
óbice para que el juez se inf orme, en el caso sujeto a decisión, a través de
un pedido de inf ormes al propio ente de control, como asimismo, a
cualquier órgano administrativo o privado que tenga especialidad en el
tema.
La asignación de este tipo de atribuciones a un órgano administrativo,
luego de la reforma constitucional de 1994, tiene una lectura más restrictiva
en la medida en que en el art. 7 5, inc. 2 2, CN, ha inc orporado los tratados
de derechos humanos, que establecen un acceso rápido y efectivo a la
justicia.
La Corte en el caso "Siri" creó, pretorianamente, la acción de amparo y en
el caso "Kot" aclaró que se había basado para ello en la Declaración
Universal de Derechos del Hombre, aprobada por la Asamblea General de
las Naciones Unidas, con fecha 10/12/1948, en cuanto establece en su art.
8 º que: "Toda persona tiene derecho a un recurso efectivo, ante los
tribunales nacionales competentes, que la ampare contra actos que violen
sus derechos fundamentales reconocidos por la Constitución o por la ley"31 .
La Convención Americana sobre Derechos Humanos32 dispuso la
protección judicial en el art. 25 de la siguiente manera: "1. Toda persona
tiene derecho a un recurso sencillo y rápido o a cualquier otro recurso
efectivo ante los jueces o tribunales competentes que la ampare contra
actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos por la
Constitución, la ley o la presente Convención, aun cuando tal violación sea
cometida por personas que actúen en ejercicio de sus funciones oficiales".
En el caso "Ángel Estrada", luego de diez años de generado el hecho
dañoso, por la int ervención obligatoria que el legislador impuso al particular
de tener que ocurrir al ente de control, aún no ha podido el particular
afectado llegar a una decisión, por lo que no puede considerarse que se
haya cumplido con este requisito constitucional.
Consideramos, entonces, que las cuestiones sometidas al derecho común
deben ser reservadas a los tribunales judiciales competentes y no colocar
una valla que afecte al debido proceso, cuando el conflicto no tiene que ver
con el ejercicio del derecho público asignado al Estado en ejercicio del
poder de policía específico.
La Corte Suprema ha dicho que "la función judicial debe cumplirse con
sujeción a las leyes válidas que estructuran las ins tituciones, en el leal
acatamiento de aquéllas y en los términos de la propia competencia
constitucional y legal" (Fallos 155:248 y 311:1925) y "que la inv ocación de
razones ext ralegales genéricas (...) no permiten (...) prescindir de la
específica reglamentación legal de la materia sometida a decisión de los
jueces del país. Porque el servicio de justicia, que es su ministerio, debe
cumplirse por medio del derecho argentino vigente, cuya ins titución exc ede
sus atribuciones regulares" (Fallos 261:94 y 311:1925).
Es decir, la nota significante del Estado de Derecho es precisamente que
una vez creado el derecho, el Estado como tal debe someterse al mismo.
Cuando el sistema se altera asistimos a una desproporción de la norma que
afecta el sistema ins tituido por nuestros constituyentes, y cuando estos
condicionamientos afectan el debido proceso, no pasan el tamiz de la
razonabilidad.
En consecuencia, el requisito de la no definitividad de las decisiones y la
especialidad del tribunal administrativo no conforman requisitos suficientes
para constitucionalizar el funcionamiento de un tribunal de estas
características. Lo importante es que no se afecte el debido proceso y ello
ocurre cuando se inc urre en una legislación que afecta el principio de la
división de poderes, al restar competencia a los tribunales de justicia.
porARMANDO N. CANOSA
JA 2005-III-1101
III. CONCLUSIONES
De cara al panorama que se ha descripto, cabe que todos nos
preguntemos si no es mejor y más adecuado a nuestro sistema
constitucional crear tribunales judiciales especializados en las distintas
materias (vgr., servicios públicos) para resolver las controversias que se
plantean no sólo entre el Estado y los particulares sino también entre estos
últimos, sobre todo cuando se trata de materias de derecho común (civil o
comercial).
¿No responde esta solución, acaso, de una manera ind iscutible, a las
características de nuestro sistema judicialista? ¿Qué sentido tiene ubicar
tribunales en el ámbito del Poder Ejecutivo, aun cuando no se les adjudique
la decisión final de las controversias?
Finalmente, las razones de especialización que se inv ocan pueden ser
suplidas a través de peritos técnicos y/u órganos administrativos
especializados que requieran los jueces, que en nuestro sistema
constitucional siempre van a conservar la potestad jurisdiccional plena para
la decisión final de las controversias. Si, por otra parte, entre otras
divergencias, cada vez es más difícil que nos pongamos de acuerdo acerca
de lo que es o no servicio público y sobre la naturaleza de las relaciones
que vinculan a los prestadores con los usuarios, la ley que cree los
tribunales administrativos será otra fuente ina gotable de litigios, que
provocarán, además, pérdidas de tiempo, aum entando el costo de los
procesos, y, lo que es peor, exi ste la posibilidad de que la ley que los cree
sea declarada inc onstitucional si no se fundamenta debidamente su
razonabilidad y especialización, amén de los otros requisitos exi gidos por la
Corte en el caso "Ángel Estrada".
Mantenernos, pues, dentro del sistema judicialista puro, afín a la realidad
vernácula, sería lo más beneficioso para la seguridad jurídica, las libertades
y demás derechos que consagra la Constitución.
ÁNGEL ESTRADA
Agustín Gordillo
porAGUSTÍN GORDILLO
JA 2005-III-1115
porOSVALDO A. GOZAÍNI
JA 2005-III-1416
porEDUARDO MERTEHIKIAN
JA 2005-III-158
I. INTRODUCCIÓN
Con el caso en comentario ha quedado claro que en el criterio de nuestro
más alto tribunal no corresponde la int ervención del Ente Regulador de la
Electricidad (ENRE.) -criterio ext ensible a otros de igual finalidad-, en
cuestiones que exc edan la competencia estrictamente regulatoria que le ha
sido atribuida por la ley de su creación y que en ese orden no tiene
facultades para decidir acerca de una ind emnización de daños y perjuicios
reclamada con arreglo a las disposiciones del derecho común por un
usuario que se consideró damnificado por la int errupción del suministro
eléctrico.
Para ello, con una profusión de argumentos que nunca antes había
empleado cuando debió ocuparse de dichos entes, deja también en claro
cuál es el límite admisible de las facultades que el ordenamiento jurídico
puede asignarles para resolver ese tipo de conflictos, bien que en el
supuesto, y tal como surge del dictamen del procurador general (ap. IV párr.
2 º) y ha sido ya señalado por la doctrina 1 , tal intervención del Ente era
facultativa para el usuario (conf. art. 72 párr. 2º ley 24.065 [LA 1992-A-74]).
Como refiere Soto Kloss, si algún valor debe poseer desentrañar los
caracteres de una ins titución jurídica, éste es el de int entar asignarle un
concepto que todos comprendan en igual sentido, para conferirle
certeza int electual y con ella seguridad en el tráfico jurídico y justicia en la
solución de los problemas, entre otros beneficios2 , o, como también señala
Gordillo, los conceptos y definiciones tienen que tener alguna utilidad, tienen
que ser funcionales para algo3 .
Dicho lo cual uno podría int errogarse acerca de cómo deberíamos llamar
de ahora en más a la actividad que desarrollan los entes reguladores de
servicios públicos, cuando -por mandato legal- deben int ervenir en "toda
controversia" suscitada entre dos agentes de la ind ustria o actividad
regulada o entre alguno de aquéllos y un usuario, en tanto la sentencia
apela para resolver el entuerto a la denominada "jurisdicción administrativa
primaria" del derecho estadounidense y a los criterios empleados por la
jurisprudencia de ese país.
Aún más, ¿cuáles son estrictamente el ámbito de su labor regulatoria y el
valor jurídico que corresponderá asignarles a los acuerdos que en el marco
de la competencia de dichos entes puedan alcanzar los sujetos que
-encontrándose habilitados legalmente- acudan ante esa ins tancia para
-bajo el aus picio conciliatorio del Ente Regulador- dirimir los diferendos o
controversias que los inv olucren? ¿Subsisten tales atribuciones? En caso
afirmativo, ¿cuáles son sus límites? ¿Puede ins tar a la conciliación entre
los sujetos en conflicto en materias en las cuales -a partir de los límites que
le impone el fallo a su función- no tiene competencia para dirimir el conflicto
o controversia?
Considero queinterrogantes como los anteriores podrían válidamente
plantearse a partir de la decisión de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, adoptada por el voto de la mayoría de sus miembros, en el caso
"Ángel Estrada y Cía.S.A.", pronunciándose con relación a los límites que
corresponden a la denominada "función jurisdiccional" desplegada por el
ENRE., con un criterio que resultaextensible a otros entes de fiscalización y
control que, siguiendo los parámetros del modelo vigente de traspaso a la
gestión privada de servicios públicos, tenganexpresamente atribuida
competencia para entender en forma previa a lainstancia judicial en los
conflictos que se susciten entre los sujetos de la actividad regulada o entre
un usuario y aquéllos4.
El fallo -por sus implicancias- ha llevado a la doctrina a reflexionar sobre
sus alcances5 , sumándose así a los anteriores estudios6 que indagaban
acerca del fenómeno de atribuirle a dichos entes reguladores -integrantes
del complejo orgánico que se denomina Administración Pública-
competencia para entender en tales controversias.
Anticipo que -a mi modo de ver- se trata de una competencia regulatoria
que debe ser analizada como una manifestación de la "función
administrativa" de un órgano de la Administración Pública (el Ente
Regulador) inv estido por la ley de unas atribuciones que debe desplegar
conforme a criterios de naturaleza eminentemente técnica y bajo un
esquema en el cual, si bien no es -en principio- un "int eresado directo" en el
conflicto llevado a su conocimiento, su resultado no le es -en modo alguno-
ajeno, pues, como señala Fanelli Evans, siempre su misión primera es la
defensa del servicio7 .
Es a partir de esa caracterización que debe analizarse la competencia
o inc ompetencia del Ente para entender en la materia que se hubiere
sometido a su conocimiento (arg. art. 3ley 1 9.549).
porLAURA MONTI
JA 2005-III-1130
I. INTRODUCCIÓN
En la causa "Ángel Estrada" se trató, entre otras cuestiones, sobre
los ext remos para la validez constitucional y los límites del ejercicio de
funciones jurisdiccionales por organismos administrativos.
La Corte recordó en los distintos votos que conformaron la mayoría
algunos de sus precedentes en la materia, referentes a los temas que
sistematizamos a continuación, junto con otros fallos que también son de
relevancia para el asunto al que me referí en el primer párrafo.
II. ADMISIÓN DEL EJERCICIO DE FUNCIONES JURISDICCIONALES POR
ORGANISMOS ADMINISTRATIVOS. FUNDAMENTOS
La Corte ha entendido, como principio, que ciertos organismos
administrativos pueden ejercer funciones jurisdiccionales1 . Ha justificado
esa atribución al decir que el reconocimiento de facultades jurisdiccionales a
órganos administrativos es uno de los aspectos que, en mayor grado,
atribuyen fisonomía relativamente nueva al principio atinente a la división de
poderes, agregando que esta típica modalidad del Derecho público actual
constituye uno de los modos universales de responder, pragmáticamente, al
premioso reclamo de los hechos que componen la realidad de este tiempo,
mucho más vasta y compleja que la que pudieron imaginar los
constituyentes del siglo XIX; y se asienta en la idea de que una
Administración ágil, eficaz y dotada de competencia amplia es instrumento
apto para resguardar, en determinados aspectos, fundamentales intereses
colectivos de contenido económico y social, los que de otra manera sólo
podrían ser tardía o insuficientemente satisfechos2 .
Por ello ha resuelto en numerosos fallos que es compatible con la
Constitución Nacional la creación de órganos, procedimientos y
jurisdicciones especiales de índole administrativa destinados a hacer más
efectiva y exp edita la tutela de los int ereses públicos, habida cuenta de la
creciente complejidad de las funciones asignadas a la Administración. Esa
doctrina, tendiente a adecuar el principio de la división de poderes a las
necesidades vitales de la Argentina contemporánea y delinear el ámbito
razonable del antiguo art. 9 5 (actual art.109) C N. (LA 1995-A-26), se
apoya, implícitamente, en la idea de que ésta es una creación viva,
impregnada de realidad argentina y capaz de regular previsoriamente
los int ereses de la comunidad en las progresivas etapas de su desarrollo3 .
En el mismo sentido, ha dicho que es válido el ejercicio de funciones
jurisdiccionales por parte de funcionarios pertenecientes al Poder
Ejecutivo4 . "La jurisprudencia de esta Corte -se dijo en la sentencia de la p.
408 del t. 193 de la Colección de Fallos-... encarando la creciente
complejidad de las funciones de la Administración, ha encontrado admisible
que cierto tipo de negocios o infracciones, por razón de la naturaleza
pública de los intereses cuya tutela se procura, sean juzgados por
funcionarios y formalidades especiales. El tribunal ha contemplado algunos
de estos supuestos y admitido la validez de los procedimientos arbitrados,
con el fin de hacer posible y eficaz la aplicación de las disposiciones legales
que rigen o sancionan los asuntos de que se trata"5 .
Asimismo, ha sustentado la necesidad y la validez del reconocimiento del
ejercicio de funciones jurisdiccionales en la idoneidad que representa la
calidad de los int egrantes de determinados tribunales administrativos, como
el de la navegación, la que avala sus conclusiones acerca de las complejas
situaciones fácticas que le corresponde dilucidar, lo que coloca a los
magistrados que deben ejercer el control judicial ante un pronunciamiento
de naturaleza eminentemente técnica sobre los hechos acaecidos, del que
sólo cabría apartarse en ese aspecto fáctico mediando razones de grave
entidad6 .
VI. INTIMACIÓN
Para que la defensa sea un elemento efectivo del proceso y el imputado
pueda negar o exp licar el hecho que se le atribuye, o afirmar alguna
circunstancia que exc luya o atenúe su responsabilidad u ofrecer pruebas
de descargo o argumentar en sentido contrario a la imputación, es
necesario que ésta sea int imada, es decir, puesta en conocimiento de la
persona contra la cual se dirige20 .
Esta ins titución tiene por objeto: poner al sumariado y a su defensor en
conocimiento del objeto de la imputación, para que puedan ejercer
adecuada y razonablemente la actividad defensiva. Para que sea eficaz y
cumpla sus fines, la int imación debe ser: concreta,expresa, clara y precisa,
circunstanciada,integral y oportuna.
Ha de ser concreta, pues el sumariante debe inf ormarle cuál es el hecho
que se le atribuye, con todas las circunstancias jurídicamente relevantes.
La inf ormación debe ser expresa (no implícita), con ind icación de
circunstancias de lugar, tiempo y modo que se suponen concurrentes en el
momento de la int imación. Precisa y clara de modo que esté exe nta de
vaguedades y que la imputación pueda ser comprendida cabalmente por el
imputado, especialmente en la ind agatoria, donde la int imación tiene que
ser anterior y no posterior a ella; el sumariante debe usar exp resiones
sencillas y apropiadas a la cultura del presunto culpable, con simple
espíritu inf ormativo, ajeno al propósito de hacerle cargos para arrancar la
confesión y sin anticipar criterio alguno sobre su situación.
También debe ser integral o completa según los elementos supuestos en
el momento de hacerla, sin ocultarle ninguna circunstancia jurídicamente
relevante, siempre con el designio de que él pueda oponer con eficacia sus
medios defensivos a los de cargo.
Finalmente, la int imación debe ser oportuna o tempestiva, hecha en
tiempo para que el imputado tenga la posibilidad de ejercer su derecho de
defensa.
X. CONCLUSIÓN
La Const. N acional habla de la defensa en juicio y no puede quedar duda
acerca de que la exp resión "juicio" aquí empleada se refiere a los procesos
de cualquier naturaleza, tanto en sede judicial como en sede administrativa.
Para hacer efectiva esta garantía constitucional propiciamos que
se inc luya en todos los códigos de procedimiento los siguientes artículos:
a) Antes de terminar la declaración ind agatoria deberá int errogarse al
deponente para que exp rese si tiene algo que agregar, quitar o enmendar.
b) Cuando a criterio del sumariante, por la índole de la inv estigación a
realizarse o prueba a lograr, sea necesario decretar el secreto del sumario,
total o parcialmente, podrá hacerlo por el término máximo de 30 días
hábiles.
c) En todos los sumarios y en la oportunidad inm ediatamente previo a la
declaración ind agatoria, se le hará conocer al que resulte culpable, las
actuaciones labradas hasta dicho momento, se le hará saber también que
tiene 2 días para efectuar prueba de descargo y de tacha de los testigos. El
sumariante dispondrá sobre la prueba y dejará constancia de la negativa.
El int errogatorio al sumariado se hará en forma directa, evitándose las
preguntas capciosas. No se le exi girá en ningún caso la declaración bajo
promesa de decir verdad o por cualquier otro medio de coacción.
La declaración prevista en este dispositivo, podrá ser ampliada cada vez
que así lo resuelva el sumariante o lo requiera el sumariado.
d) El sumariado tiene el derecho a la asistencia letrada en calidad de
defensores o patrocinantes, desde el acto de la ind agatoria inc lusive.
e) Las preguntas que se formulen serán siempre claras, concretas,
referidas en un solo hecho y nunca ind icativas. Las respuestas
deberán exp resar la razón de su dicho o conocimiento.
f) Todo medio probatorio es admisible.
g) Concluido el sumario, se correrá vista por el término de 2 días
improrrogables, a cada uno de los sumariados por separado, a los efectos
de que aleguen sobre el mérito de la prueba rendida, con lo que se da por
terminada la etapa sumarial.
h) Avocada la Junta o tribunal de disciplina al conocimiento de la causa,
podrá devolver todo lo actuado al sumariante, cuando de los obrados
emergiere violación a las formas que afecte el derecho de defensa,
careciendo de valor todas las actuaciones a partir de la comisión del hecho
determinado. En caso contrario y en el término de 10 días hábiles, deberá
pronunciarse sobre la causa, conforme a las reglas de la sana crítica y libre
convicción, mediante voto ind ividual fundado, por escrito de todos sus
miembros28 .
BIBLIOGRAFÍA
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administración" ("La Ley", t. 85, p. 906). Navas Negrete, Alfonso, "Derecho
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SARAVIA , Guillermo, "Proyecto de código de procedimiento administrativo".
SAYAGUÉS LASO , Enrique, "Derecho administrativo".
VÉLEZ MARICONDE , Alfredo: "Estudios de derecho procesal penal".
9. PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO
EL DERECHO DE DEFENSA EN SEDE
ADMINISTRATIVA (ARTÍCULO 18 DE LA
CONSTITUCIÓN NACIONAL)
Julio I. Altamira Gigena
VI. INTIMACIÓN
Para que la defensa sea un elemento efectivo del proceso y el imputado
pueda negar o exp licar el hecho que se le atribuye, o afirmar alguna
circunstancia que exc luya o atenúe su responsabilidad u ofrecer pruebas
de descargo o argumentar en sentido contrario a la imputación, es
necesario que ésta sea int imada, es decir, puesta en conocimiento de la
persona contra la cual se dirige20 .
Esta ins titución tiene por objeto: poner al sumariado y a su defensor en
conocimiento del objeto de la imputación, para que puedan ejercer
adecuada y razonablemente la actividad defensiva. Para que sea eficaz y
cumpla sus fines, la int imación debe ser: concreta,expresa, clara y precisa,
circunstanciada,integral y oportuna.
Ha de ser concreta, pues el sumariante debe inf ormarle cuál es el hecho
que se le atribuye, con todas las circunstancias jurídicamente relevantes.
La inf ormación debe ser expresa (no implícita), con ind icación de
circunstancias de lugar, tiempo y modo que se suponen concurrentes en el
momento de la int imación. Precisa y clara de modo que esté exe nta de
vaguedades y que la imputación pueda ser comprendida cabalmente por el
imputado, especialmente en la ind agatoria, donde la int imación tiene que
ser anterior y no posterior a ella; el sumariante debe usar exp resiones
sencillas y apropiadas a la cultura del presunto culpable, con simple
espíritu inf ormativo, ajeno al propósito de hacerle cargos para arrancar la
confesión y sin anticipar criterio alguno sobre su situación.
También debe ser integral o completa según los elementos supuestos en
el momento de hacerla, sin ocultarle ninguna circunstancia jurídicamente
relevante, siempre con el designio de que él pueda oponer con eficacia sus
medios defensivos a los de cargo.
Finalmente, la int imación debe ser oportuna o tempestiva, hecha en
tiempo para que el imputado tenga la posibilidad de ejercer su derecho de
defensa.
X. CONCLUSIÓN
La Const. N acional habla de la defensa en juicio y no puede quedar duda
acerca de que la exp resión "juicio" aquí empleada se refiere a los procesos
de cualquier naturaleza, tanto en sede judicial como en sede administrativa.
Para hacer efectiva esta garantía constitucional propiciamos que
se inc luya en todos los códigos de procedimiento los siguientes artículos:
a) Antes de terminar la declaración ind agatoria deberá int errogarse al
deponente para que exp rese si tiene algo que agregar, quitar o enmendar.
b) Cuando a criterio del sumariante, por la índole de la inv estigación a
realizarse o prueba a lograr, sea necesario decretar el secreto del sumario,
total o parcialmente, podrá hacerlo por el término máximo de 30 días
hábiles.
c) En todos los sumarios y en la oportunidad inm ediatamente previo a la
declaración ind agatoria, se le hará conocer al que resulte culpable, las
actuaciones labradas hasta dicho momento, se le hará saber también que
tiene 2 días para efectuar prueba de descargo y de tacha de los testigos. El
sumariante dispondrá sobre la prueba y dejará constancia de la negativa.
El int errogatorio al sumariado se hará en forma directa, evitándose las
preguntas capciosas. No se le exi girá en ningún caso la declaración bajo
promesa de decir verdad o por cualquier otro medio de coacción.
La declaración prevista en este dispositivo, podrá ser ampliada cada vez
que así lo resuelva el sumariante o lo requiera el sumariado.
d) El sumariado tiene el derecho a la asistencia letrada en calidad de
defensores o patrocinantes, desde el acto de la ind agatoria inc lusive.
e) Las preguntas que se formulen serán siempre claras, concretas,
referidas en un solo hecho y nunca ind icativas. Las respuestas
deberán exp resar la razón de su dicho o conocimiento.
f) Todo medio probatorio es admisible.
g) Concluido el sumario, se correrá vista por el término de 2 días
improrrogables, a cada uno de los sumariados por separado, a los efectos
de que aleguen sobre el mérito de la prueba rendida, con lo que se da por
terminada la etapa sumarial.
h) Avocada la Junta o tribunal de disciplina al conocimiento de la causa,
podrá devolver todo lo actuado al sumariante, cuando de los obrados
emergiere violación a las formas que afecte el derecho de defensa,
careciendo de valor todas las actuaciones a partir de la comisión del hecho
determinado. En caso contrario y en el término de 10 días hábiles, deberá
pronunciarse sobre la causa, conforme a las reglas de la sana crítica y libre
convicción, mediante voto ind ividual fundado, por escrito de todos sus
miembros28 .
BIBLIOGRAFÍA
ALTAMIRA, Pedro G., "Policía y poder de policía". Bielsa, Rafael, "Derecho
administrativo", 5ª ed.
CLARIÁ OLMEDO , Jorge A., "Tratado de derecho procesal penal".
COUTURE , Eduardo, "Fundamentos del derecho procesal civil". Decreto-ley
nacional Nº 6666/57.
Decreto-ley de Córdoba, Nº 17181/B/37.
FIORINI , Bartolomé, "Recurso jerárquico".
FRAGA, Gabino, "Derecho administrativo".
GONZÁLEZ CALDERÓN , Juan A., "Derecho constitucional argentino".
GONZÁLEZ PÉREZ , Jesús, "Derecho procesal administrativo". González Pérez,
Jesús, "Justicia administrativa".
GORDILLO , Agustín, "Procedimientos y recursos administrativo".
LANGROD, G., "El procedimiento administrativo no contencioso" (La Ley", t. 106,
p. 1124).
LINARES , Juan Francisco, "Efectos suspensivos de los recursos ante la
administración" ("La Ley", t. 85, p. 906). Navas Negrete, Alfonso, "Derecho
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Nacional de Córdoba.
SARAVIA , Guillermo, "Proyecto de código de procedimiento administrativo".
SAYAGUÉS LASO , Enrique, "Derecho administrativo".
VÉLEZ MARICONDE , Alfredo: "Estudios de derecho procesal penal".
porJULIO R. COMADIRA
JA 1976-IV-622
I. INTRODUCCIÓN
Antes de comenzar el desarrollo concreto del tema que motiva el presente
trabajo, hemos creído conveniente, en este capítulo int roductorio, dar
nuestro concepto del procedimiento administrativo y señalar, además,
siquiera sumariamente, algunas de las pautas que, en relación directa
o ind irecta con la cuestión en análisis, concurren para otorgar caracteres
distintivos a los procedimientos judicial y administrativo.
Ello, con el fin de esbozar un marco de referencia valorativo que sirva de
adecuado presupuesto para la merituación de las conclusiones que puedan
sentarse en el estudio específico de la temática abordada.
Así, pues, entendemos por procedimiento administrativo, la serie,
secuencia o sucesión de actos que, enmarcada en la dimensión teleológica
del proceso administrativo1 y acusando, por ende, de un modo general, la
gravitación del dato esencialmente orientador de aquél —e sto es, la
satisfacción directa e inmediata del interés público en la variedad de sus
diversas intensidades2— constituye el elemento regulador, ordenador y
sistematizador del desenvolvimiento de la actividad administrativa del
Estado (Función administrativa, sustancialmente y, también, actividad
administrativa de organización)3 .
Las normas que regulan el procedimiento administrativo constituyen
un ins trumento al servicio del Estado en su función de gestor del bien
común, finalidad ésta para la cual ha sido ins tituido por la comunidad4 y en
cuya gestión directa e inmediata debe desenvolverse irrenunciablemente el
Poder Administrador.
La prevalente gravitación del int erés público en las normas
procedimentales no implica que los derechos subjetivos e int ereses
legítimos de los particulares dejen de concurrir como datos de ine ludible
reconocimiento y protección, ni que los titulares de tales prerrogativas no
deban ser considerados como aut énticos colaboradores de la
Administración en la gestión pública que a ésta le compete. En este sentido
cabe puntualizar inc luso que, la regulación legal del procedimiento sobre la
base de pautas axiológicas de la índole de la ind icada, constituye un factor
coadyuvante al logro de la eficacia en la gestión administrativa5 .
El dato del int erés público como valor esencial inh erente a la gestión
administrativa es de importancia suma, y su operatividad inm ediata en el
ámbito del procedimiento administrativo es una de las notas que tipifica el
procedimiento administrativo con relación al judicial y justifica, además, la
imposibilidad de ext ender, ind iscriminadamente, conclusiones referidas a
éste al campo de aquél.
Fiorini ha señalado que el traslado de las pautas del procedimiento
administrativo al judicial podría concluir en un juicio político, pudiendo
agregarse que, a la inv ersa, el traslado de las pautas del segundo al
primero podría concurrir para la descalificación de la idoneidad del
funcionario que así lo hiciera, ya que ello significaría una falta de ubicuidad
en el ámbito de las valoraciones propias que deben ins pirar el accionar de
la Administración Pública6 .
En este orden de ideas cabe señalar que pese a la acentuada gravitación
de la concepción publicística del proceso en la esfera judicial (como ocurre
por ejemplo en los códigos procesales civiles y comerciales de la Nación y
la provincia de Buenos Aires), los efectos jurídicos de dicha concepción no
pueden identificarse a los vigentes en el ámbito administrativo, dado que se
oponen a tal equiparación los datos de esencia propios de ambos
procesos7 .
Es así como, si bien los aut ores de la ley 1 7.454 (código procesal civil y
comercial de la Nación), en la exp osición de motivos (punto II, lineamientos
generales del proyecto) exp resan como uno de los propósitos del
ordenamiento proyectado el de dotar a los jueces de mayores atribuciones
en lo referente a la dirección y ordenación de las causas, lo hacen dejando
aclarado que el proceso seguirá respondiendo a las exi gencias
fundamentales del principio dispositivo.
Asimismo, no obstante manifestar su adh esión al sistema de la impulsión
procesal de oficio, puntualizan que ello no supone liberar a las partes de la
carga que también les inc umbe en ese aspecto, y que continuará siendo
primordial, ejemplificando su aserción con el ins tituto de la caducidad
de ins tancia, que responde al principio dispositivo, y es mantenido en el
código.
Por otra parte, y pese a las facultades amplias que en materia de
ordenación se confieren a los jueces (particularmente, inc. 1 del art. 3 6
CPr.), las mismas suponen la concurrente actividad de las partes 8 , de modo
que, como señala Fassi, "las facultades del juez en orden al logro de la más
rápida y mejor justicia significan una atemperación del principio dispositivo y
no una supresión9 , cuyos principios estructurales siguen vigentes"10 .
En el procedimiento administrativo, por el contrario, cuando gravita
el int erés público en su gradación de primario —y a sea valorado como tal
por la propia Administración, o bien específicamente categorizado por el
legislador11— las normas pertinentes imponen al administrador la obligación
de proveer de oficio al desenvolvimiento de los trámites necesarios para el
logro de la decisión correspondiente, con o sin la concurrente actividad de
los particulares (sin perjuicio del debido respeto del derecho de defensa),
circunstancia por la cual, en esos casos, resulta excluida totalmente la
vigencia del principio dispositivo12 .
Es que, mediante el procedimiento administrativo no sólo se provee a la
satisfacción y garantía de los derechos subjetivos e int ereses legítimos de
los particulares o administrados, sino, también, y cada vez en mayor
medida, a la luz de una concepción de prevalente valor social, al
cumplimiento de la objetiva juridicidad administrativa13 .
Por eso, aun en la propia esfera recursiva14 desaparece la figura del
litigante, y resulta procedente que pese a mediar inactividad, negligencia o
desidia del particular, si la Administración estima que está comprometido el
interés público u "otra circunstancia" que aconseje seguir el mismo
temperamento, debe de oficio proseguir la tramitación del procedimiento
hasta el logro de la decisión pertinente, sin perjuicio, obviamente, del
ineludible respeto del derecho de defensa.
Tal como ha señalado Dromi15 "hay confrontación pero no contradicción
entre el interés público, representado por la Administración y el interés
privado representado por el administrado. Ante éste estamos en presencia
de un colaborador en la elaboración de la decisión administrativa, y no de
un litigante, por lo que predominan las reglas del informalismo e impulsión
de oficio".
De ahí que, aun aquellos tratadistas que como tordillo 16 incorporan como
principio del procedimiento administrativo el principio de contradicción,
señalan que, cuando ella se da (v.gr.: concursos; licitaciones; solicitud de
autorizaciones, etc.) responde también al interés público "ya que con las
observaciones y pruebas de los contra-interesados la Administración
contará con mayores elementos de juicio y estará en más adecuadas
condiciones de tomar la decisión que mejor responda a los intereses de la
colectividad".
Fin el marco de ideas que venimos exp oniendo, cabe señalar asimismo,
que con referencia, por ejemplo, a las facultades ins tructorias, si bien en el
procedimiento judicial tienden a ser amplias, las mismas
deben int erpretarse teniendo bien entendido que la potestad reconocida a
los jueces únicamente es complementaria de la actividad que deben de-
sarrollar las partes en esta etapa del proceso. Es que la ini ciativa probatoria
del juez no puede prevalecer sobre la carga impuesta a las partes sino que
solamente ha de encaminarse a int egrar la ins uficiencia de la ins trucción.
La reforma importa, en este último análisis, acordar al juez
facultades ins tructorias limitadas"17 , habiendo señalado Colombo, en el
mismo sentido, que "la medida judicial no puede suplir el error, la omisión ni
la inactividad de la parte, no importando la restitución de los plazos
procesales"18 .
Compárense las conclusiones que se derivan de las opiniones trascritas
precedentemente con el principio consagrado en el art. 1 , ap. a)ley 1 9.549
y las pautas que devienen de los arts. 4 (primera parte) 46 y 48 (primer
párrafo del reglamento aprobado por el decreto 1759/72.
Una cuestión que ha suscitado controversias en la doctrina procesal civil
es la relativa al carácter facultativo u obligatorio de las atribuciones que el
art. 3 8 CPr. vigente en el orden nacional asigna a los jueces. La mayoría de
los aut ores coinciden en señalar que se trata de simples facultades 19 , pero
es oportuno apuntar que, aun aceptando el criterio que las discierne como
deberes, tal conclusión no enerva el natural poder de disposición que las
partes siguen teniendo con relación al proceso, al que pueden extinguirlo de
común acuerdo con anterioridad a la sentencia (primer párrafo del art. 804
de dicho texto legal); por el desistimiento unilateral antes de la notificación
de la demanda; o bien, con la conformidad del demandado después de
notificada aquélla (segundo párrafo del artículo citado).
Estas posibilidades de disposición del proceso no exi sten en el ámbito
administrativo en el que, como luego veremos, el órgano competente en
cada caso, debe valorar si, frente al desistimiento del particular, no exi ste
un int erés público comprometido u otra circunstancia que, en su criterio,
torne procedente la continuación de oficio de los trámites procesales
pertinentes.
Podríamos continuar el análisis comparativo con relación a otros
aspectos, como por ejemplo, los vinculados al "thema decidendum" (art.
7,inc.c) de la ley de procedimientos y art. 163,inc. 6, CPr.), o a la "reformatio
in pejus", pero ello nos llevaría aexceder el marco que nos hemos
propuesto, al menos, para esta parte, del trabajo. Por tal razón, sólo nos
limitamos a puntualizar que las lógicas diferenciasexistentes entre ambas
cuestiones, en los procedimientos judicial y administrativo, son una
consecuencia necesaria de las distintas valoraciones en juego en los
respectivos procesos20.
I. RÉGIMEN NACIONAL
En el régimen de la ley nacional de procedimientos administrativos y de su
reglamento, no exi ste la posibilidad de que los escritos sean rechazados
por das mesas de entradas (o por las oficinas donde se encuentre
el exp ediente, tratándose de escritos posteriores, según la alternativa que
ofrece el art. 2 5 del reglamento citado).
Es evidente que la buena doctrina ha sido consagrada en el régimen
nacional. Hacemos esta afirmación a despecho de lo que los agentes
estatales, a diario, niegan con los hechos. Ya hemos tenido oportunidad de
manifestar que, a casi un lustro de vigencia de la ley, muchas de sus
disposiciones parecieran no exi stir para los organismos del Estado1 . Pero
la juridización de la Administración Pública no es tarea fácil, ni que se logre
en un día.
IV. REMEDIOS
Corresponde analizar, ahora, cuáles son los remedios para estas
situaciones.
a) En sede administrativa: la queja.
Para los regímenes legales que, como el nacional, tienen ins tituida la
queja6 ante el superior, el caso que analizamos podría incluirse,
genéricamente, entre los "defectos de tramitación" atento la latitud de la
expresión. Aunque, en rigor, lo que aquí se niega es el trámite mismo.
b) En sede judicial: amparo por mora.
Cuando la ley, decreto u ordenanza de procedimiento administrativo no
faculte a las mesas de entradas u oficinas receptoras a rechazar escritos y,
sin embargo, se les negara la entrada, el remedio no podrá ser el amparo
por mora de la Administración, pues para ejercerlo se requiere ser "parte en
un exp ediente administrativo" (conf. art. 2 8, ley 1 9.549), calidad que no
podrá revestir, careciendo en consecuencia de legitimación para accionar,
aquél a quien se le ha rechazado el escrito ini cial. Pero, aun cuando se
rechazara un escrito posterior, tampoco valdría el amparo por mora, que
tiene por objeto, en definitiva, una orden judicial de pronto despacho. Y mal
puede despacharse un escrito que no ha podido siquiera presentarse.
Acción de amparo: Entendemos que en estos casos, la solución es el
ejercicio de la acción de amparo, reglamentada por la ley 1 6.986. Claro que
el ámbito de aplicación de esa ley es la Capital Federal y el Territorio
Nacional de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur. En
provincia, sólo es aplicable por los jueces federales, cuando el acto
impugnado provenga de una aut oridad nacional (conf. art. 1 8 de la ley
mencionada)7 .
Pero este remedio no sirve en el caso de que la ley, decreto u ordenanza
sí faculte para el rechazo de escritos, pues el art. 2inc.d) d e la ley 1 6.986
veda la declaración de inc onstitucionalidad de leyes, decretos u
ordenanzas por la vía de amparo. No obstante, la jurisprudencia de la Corte
Suprema a este respecto, no ha sido uniforme. En el caso "Outon" (Fallos
267-215 ó JA 1967-II-369) hizo lugar al amparo, declarando
la inc onstitucionalidad de una norma general cuya aplicación a los actores
reputaba constitutiva de un acto lesivo8 . El criterio sustentado en "Outon"
fue seguido, aunque con disidencia, en el fallo registrado en el t. 269, p. 396
(JA 1968-II-255) y reiterado en: 270-276 (JA 1968-IV-57 en nota) y 270-291
(JA 1968-IV-57). Luego, es abandonado en los fallos registrados en: 270-
349; 271-165; 274-79; 277-377; 283-370, etc., considerando de aplicación
inexcusable lo dispuesto por el art. 2 inc. d) de la ley 76.986, no hallándose
habilitada la Corte para entrar a conocer por vía de amparo sobre
cuestiones que impliquen la declaración de inconstitucionalidad de leyes,
decretos u ordenanzas, desde que ello implicaría prescindir de una norma
vigente.
Ante este panorama, sólo cabría la acción de amparo, en el supuesto
que exa minamos, en los casos de evidente ext ralimitación de las
facultades otorgadas por las normas de procedimiento administrativo
correspondientes, pues la ley exi ge "arbitrariedad o ilegalidad manifiesta"9 .
Acción común: En consecuencia, cabe sí el ejercicio de la acción común,
ante la aut oridad judicial que corresponda, según el caso, a fin de lograr la
declaración de inc onstitucionalidad de la rey, decreto u ordenanza que
faculte el rechazo de escritos en las condiciones mencionadas.
Cabe, por último, una aclaración meramente práctica. En todos los casos,
cualquiera sea el remedio, y sea éste judicial o administrativo, deberá
constatarse el rechazo mediante acta notarial. Podrá prescindirse de ella
cuando el rechazó sea bajo la firma del funcionario aut orizado.
V. CONCLUSIONES
Cierto es que los derechos y garantías que la Constitución consagra
deben ser ejercidos conforme a las leyes que los reglamentan, pero las
disposiciones que hemos comentado exc eden todo marco de razonabilidad,
pues impiden el efectivo ejercicio de unos y de otras.
La ley 1 9.549 plasmó en norma positiva el principio del debido proceso
aplicable al procedimiento administrativo, tal como la doctrina, en este
aspecto uniforme, lo venía señalando. Así, en los tres apartados del inc.f)
d e su art. 1 , lo subdivide en los derechos a ser oído, a ofrecer y producir
pruebas y a una decisión fundada. Nos preguntamos: ¿qué queda de ellos
cuando se impide la entrada a los escritos?
La jurisprudencia tendrá, también en este tema, la última palabra. Pero
corresponde a los abogados plantear correctamente la cuestión para que
aquélla pueda sentarse.
porJORGE J. DOCOBO
JA 1977-I-705
I.
El reglamento de procedimientos administrativos aprobado por el decreto
1759/72 ha reconocido en su art. 3 8 el derecho de los int eresados, sea por
derecho propio o por representación, como a sus letrados a tener acceso a
las actuaciones.
Para ello, debe mediar una solicitación que puede ser verbal o escrita y la
vista debe ser otorgada en la misma oficina donde se encuentra
el exp ediente.
De aquí podemos deducir que todo jefe se encuentra habilitado para
acoger este tipo de petición, si bien en la realidad se ha hecho usual
la exi gencia del pedido por escrito.
A veces, no se acepta el escrito sino por vía de la Mesa de entradas, con
olvido de la opción contenida en el art. 2 5 del reglamento y pasan días y a
veces semanas hasta que la vista es concedida.
De cualquier manera, el art. 3 8 citado representa un avance de
significación para la defensa de los derechos de los administrados. Cada
vez quedan más atrás las épocas en que el pedido de vista de
un exp ediente causaba conmoción en una oficina pública. El empleado
tardaba en reaccionar y luego musitaba algunas frases rituales como "no se
puede", "no comprometa"; "hable con el jefe pero va a ser inú til"; "hay una
circular que lo prohíbe u otras de parecido jaez".
La ley de procedimientos administrativos empezó por afirmar tal derecho
en su art. 1 , inc. f ), siendo ins trumentado por el mencionado art. 3 8 del
reglamento.
Hay un plazo mínimo para dicha vista, ya que al no exi stir disposición
específica, debe jugar el término genérico de diez días hábiles fijado en el
art. I , inc. e ), ap. 4 º de la ley, el que puede ser ampliado (íd., ap. 5 º).
Este apunte tiene el propósito de exa minar el modo de computar ese
término en el caso de int erposición posterior de recursos, dadas las
diferentes int erpretaciones que se aplican en diversos sectores de la
Administración.
II.
El art. 6 del reglamento de procedimientos administrativos dispone que
cuando resulte necesario tomar vista para la articulación de recursos, el
término para la int erposición de éstos quedará suspendido.
Puede ocurrir que la solicitud de vista sea presentada luego de
trascurridos algunos días desde la notificación del acto que se pretende
impugnar. ¿Estos días anteriores a la vista se computan o, por el contrario,
el término se vuelve a contar íntegro desde la exp iración de la vista?
El art. 7 6 del reglamento es claro: el término queda suspendido
(no int errumpido), por lo que los días anteriores son válidos y se deben
sumar a los posteriores.
Entra en la diligencia de los int eresados el solicitar la vista de inm ediato,
evitando hacerlo sobre el final del término para recurrir porque pueden
recibir luego alguna "sorpresa" procesal.
Pero cabe aclarar que la suspensión se opera desde el día en que se pide
la vista, no desde que se concede o ser toma efectivamente.
Y en la hipótesis que la vista sea denegada, se reanuda el cómputo al
quedar firme el acto denegatorio, dado que la solución contraria importaría
afectar gravemente el derecho constitucional de defensa al disminuir en
alguna medida (no int eresa cuánto) el plazo legal para la impugnación del
acto.
III.
El término para la vista que, como hemos visto, nunca puede ser menor
de diez días hábiles administrativos, corre desde el día siguiente al que
el int eresado se notifica de la concesión. Este principio es válido
cualesquiera hayan sido las formas o alternativas de la solicitud, a saber:
verbal o escrita; despachada en el acto o varios días después.
Durante el trascurso del plazo, el exp ediente debe retenerse en la oficina
donde se encuentra a disposición de quien o quienes estén legalmente
habilitados para tomar la vista.
Alguien podrá argüir que la voluntad del administrado no puede paralizar
la actividad de la Administración que se desarrolla a través de esa actuación
escrita. Sin vacilaciones contestamos que en este caso sí, porque el
impulso del procedimiento cambia de dueño según las (etapas procesales
por las que se atraviesa. En general, la impulsión le cabe a la
Administración como un deber (art. 1 , inc. a ], ley procedimientos
administrativos), pero en ocasiones los papeles se inv ierten y es
el int eresado quien tiene en sus manos el progreso del trámite. Esta es una
de ellas.
Podríamos agregar que la paralización y consiguiente retención ole
un exp ediente por diez días hábiles en una oficina causan menor perjuicio
al int eresado que las reiteradas demoras en que inc urre la Administración,
que a veces se ext ienden a meses para luego despacharlo con una
providencia de dos líneas, como el consabido pase "a sus efectos". Esos
misteriosos "efectos", que nunca se sabe en concreto cuáles son, salvo,
naturalmente, los de sacarse el exp ediente de encima.
Es frecuente que el int eresado concurra una o a lo sumo dos veces a
tomar vista durante el periodo señalado, sobre todo si se trata de
actuaciones poco voluminosas. No obstante, nada aut oriza a la
Administración a considerar finalizado el término de la vista antes de
trascurridos los diez días de rigor. Encontramos dos razones fundamentales
para esta aserción: la Administración no puede-adivinar si se producirá el
regreso del int eresado dentro del término y, en segundo término, la
renuncia de un derecho no se presume.
Por supuesto que si el int eresado concurre a la vista y
manifiesta exp resamente en la diligencia que se labra su deseo de dar por
finalizada la misma, es evidente que carece de derecho para un reclamo
futuro a ese respecto. El término es renunciable y su acortamiento depende
en forma exc lusiva de la voluntad del int eresado. Sería lo mismo que
presentar un recurso tres días antes del vencimiento del plazo.
IV.
Ahora entramos a la cuestión de la vista previa a la int erposición de un
recurso. Vamos a trabajar con dos ejemplos: los recursos de
reconsideración y jerárquico, que deben int erponerse dentro de los diez
días (art. 8 4, reglamento) y quince días (art. 9 0, reglamento),
respectivamente.
A nuestro entender, el cómputo debe hacerse como mínimo:
— vista: diez días hábiles administrativos como mínimo;
— recursos: diez o quince días, según el recurso elegido, que empiezan a
correr al día siguiente del décimo o último, en su caso, consagrado a la
vista. Debe tenerse presente la salvedad exp uesta en el apartado II sobre
suspensión y no int errupción del término.
Se podría objetar que —d e este modo— el término para los recursos se
vería aum entado en diez días. Así, el recurso de reconsideración pasada a
tener veinte días y el jerárquico veinticinco para su int erposición.
En realidad, el argumento es más efectista que sólido porque no se
acrece en modo alguno un término procesal sine que se suman dos
términos ind ependientes. Tan aut ónomos son que bien puede haber vista
sin recurso posterior como recurso sin vista previa.
Además, se colocaría en idéntica situación a quien está en condiciones
de int erponer recursos sin necesidad de pedir la vista con quien debe
consultar las actuaciones como medida imprescindible para,' la defensa de
sus derechos.
Desde ya que la Administración puede entrar a juzgar sobre la necesidad
de la vista y si la considera superflua por surgir de lo actuado la
suficiente int ervención y conocimiento del trámite, tiene la facultad de
denegarla, si bien debe hacerse con sumo cuidado el análisis previo a la
decisión.
Lo mismo cabe si los pedidos de vista se reiteraran y advirtiera un
propósito de obstaculizar o dilatar el curso normal del exp ediente. En tal
caso, no sólo puede la Administración dictar un acto denegatorio de la vista
sino que debe hacer uso del régimen sancionatorio establecido en el art.
6 del reglamento de procedimientos administrativos.
LA ACTUACIÓN ADMINISTRATIVA
Jorge J. Docobo
porJORGE J. DOCOBO
JA 1975-519
V. LA FIRMA
La cuestión de la firma en los escritos ha merecido un tratamiento aparte
en los arts. 1 7 y 18, que reproducen los arts. 3 1 y 32 de la Ley de la
provincia de Buenos Aires. Además, se refieren al tema los arts. 1 5 y
16 inc. e ).
En la materia es menester remitirse a los principios generales contenidos
en el Código Civil. Se refieren a ella el art. 3 633 pero, sobre todo, la nota al
art. 3 639 que dice: "la firma no es la simple escritura que una persona hace
de su nombre o apellido; es el nombre escrito de una manera particular,
según el modo habitual seguido por la persona en diversos actos sometidos
a esta formalidad. Regularmente la firma lleva el apellido de la familia; pero
esto no es de regir si el hábito constante de la persona no era firmar de esta
manera."
Ha sido considerada como "afirmación de ind ividualidad, pero sobre todo
de voluntariedad"12 . No es necesaria la rúbrica y puede tener errores
ortográficos13 destacándose como rasgo esencial el de la habitualidad14 .
Tampoco importa para su validez que "la escritura degenere en rasgos en
los cuales se hace muy difícil encontrar semejanza con las letras que
componen el verdadero nombre"15 .
El juego de todas las normas citadas permite establecer los siguientes
principios en lo referente a la firma:
a) Todos los escritos, tanto el ini cial como los posteriores, deben ser
firmados por el int eresado o quienes hagan sus veces (representante legal
o apoderado). Como se verá luego, para el concepto de int eresado debe
recurrirse al art. 3 mientras que los arts. 3 1 y siguientes dan la noción de
representante legal y de apoderado.
b) Es pertinente la firma a ruego cuando el int eresado no puede o no
sabe hacerlo.
En estos casos, la aut oridad administrativa debe dejar constancia del
hecho, del nombre del firmante y de la aut orización dada o ratificada en su
presencia. Además, debe exi gir la presentación de los documentos que
permitan comprobar la identidad de ambos, es decir, del int eresado y del
firmante a ruego.
Aquí el Reglamento se aparta de las normas del Código Civil, que no
reconoce validez a los documentos firmados a ruego, que sí son admisibles
en material comercial (art. 2 08 inc. 3 CCom.)16 .
c) De no encontrarse persona para firmar a ruego, la aut oridad
administrativa debe leer el escrito, certificar que el int eresado conoce y
aprueba su contenido y hacerle colocar la impresión digital.
Es de señalar que si bien ha de preferirse la impresión dígito pulgar
derecho, como es costumbre, nada dice al respecto el art. 1 7. De tal
manera, sería válida la impresión de otros dedos, aun de los pertenecientes
a la mano izquierda.
Si nacieran dudas acerca de la aut enticidad de una firma, debe llamarse
al int eresado para la ratificación correspondiente, que puede abarcar no
sólo la firma sino también el texto del escrito.
La negativa, el silencio o la aus encia luego de una segunda citación
tendrán como efecto que se considere al escrito por no presentado y su
archivo o desglose, según corresponda.
IX. DOMICILIOS
Entre los recaudos exi gidos por el art. 1 6 del Reglamento se cuentan los
del domicilio real y constituido del int eresado (inc. a ). Pero los principios
sobre ellos se desarrollan en los arts. 1 9 a 23 del Reglamento, ins pirados
en los arts. 2 4 a 28 de la Ley de la provincia de Buenos Aires y con muchas
notas comunes con los arts. 4 0 a 42 del Código Procesal.
Debe exc luirse el último párrafo del art. 2 3, ind ebidamente colocado,
cuyo tratamiento pertenece a las modalidades de las notificaciones.
Conviene refrescar algunas nociones acerca del domicilio, que es el "lugar
que la ley fija como asiento o sede de la persona para la producción de
determinados efectos jurídicos"38 .
El domicilio puede clasificarse en:
a ) general u ordinario, divisible a su vez en real y legal; y
b ) especial39 .
El domicilio real, legislado en el art. 8 9 CC., se int egra con los
elementos objetivo (residencia habitual) y subjetivo (int ención de
permanencia), revistiendo los caracteres de voluntario, mutable
e inv iolable40 .
El domicilio legal (art. 9 0 CC.), tiene la nota de ser "forzoso" 41 , mientras
que el especial puede ser contractual o de elección, ad litem y comercial de
la mujer casada42 .
De acuerdo al art. 1 9 del Reglamento, es obligatoria la constitución de un
"domicilio especial" dentro del radio urbano donde se asienta la aut oridad
administrativa en oportunidad de la primera presentación.
Aquí se plantea el problema de establecer cuál es el "asiento de
la aut oridad administrativa". Para ello deben analizarse varios factores,
entre los que cabe distinguir la jurisdicción territorial donde va a tramitar el
asunto en su primera etapa y la que posee competencia para resolverlo,
dado que ambas pueden no coincidir.
Además, es menester considerar la exi stencia de organismos con sede
en la ciudad de Buenos Aires que mantienen dependencias en el int erior de
nuestro país, tal como ocurre con la Dirección Nacional de Vialidad, los
Ministerios de Cultura y Educación, de Trabajo y de Bienestar Social, entre
muchos.
En este caso, pensamos que el int eresado debe constituir tantos
domicilios como jurisdicciones territoriales vaya transitando el exp ediente y,
de operarse una inf racción a este requisito, adoptar el sistema previsto en
el Reglamento o sea la int imación en el domicilio real.
Al decir "domicilio especial" se ha mejorado el lenguaje del art. 4 0 C.Pr.;
que lo denomina "domicilio legal". En este punto, el Reglamento ha recogido
con acierto la crítica de Belluscio, quien considera que los supuestos de
domicilio legal enumerados en el art. 9 0 CC., no deben confundirse con el
domicilio "especial" legislado en el art. 1 0143 .
Este domicilio "especial" puede coincidir con el real siempre que éste se
encuentre dentro del "radio urbano" requerido pero no se puede constituir
en las oficinas públicas. Esta prohibición debe entenderse limitada a las
personas físicas y a las jurídicas privadas, por cuanto es obvio que los
organismos públicos asientan su domicilio especial en su misma sede.
Deben darse con precisión los datos que permitan la ind ividualización del
domicilio especial, es decir, "calle y número, piso, número o letra del
escritorio o del departamento", de tal manera que no ofrezca dudas a
quienes practiquen diligencias de notificación.
No es necesario el dictado de resolución alguna que tenga por constituido
el domicilio, considerándosele subsistente mientras no sea mudado (art.
2 1)44 .
Las omisiones en que inc urran los int eresados en materia de domicilio se
ciñen al régimen siguiente:
a ) Omisión en la constitución de domicilio especial: se int ima
al int eresado en el domicilio real para que proceda a hacerlo, bajo
apercibimiento de continuar el trámite sin su int ervención o disponer el
archivo.
b ) Inobservancia de los recaudos prescriptos en el art. 19: se procede de
igual manera que en el caso anterior.
c ) Desaparición del local, del edificio o de la numeración: se aplica
idéntico procedimiento que en los casos anteriores.
d ) Omisión de denuncia del domicilio real y no constitución del
especial: debe seguirse el procedimiento contenido en el art. 1 º, inc.e)
a part. 9 de la Ley de Procedimientos Administrativos, cuya
consecuencia ext rema puede ser la caducidad.
e ) Omisión de la denuncia del domicilio real: se int ima en el domicilio
especial para la subsanación del defecto y, en caso negativo, se notifican
todas las providencias en el constituido.
porBARTOLOMÉ A. FIORINI
JA 17-1971-747
I. LA SENTENCIA ANOTADA
La disidencia de la sentencia que anotamos adquiere cierta relevancia de
oportunidad en momentos en que se ha comenzado a aplicar en el ámbito
de la administración nacional, la ley de procedimientos administrativos de la
Nación. La ley 1 9.549. Si bien las normas procesales que han regido el
"decidendi " se encuentran establecidas en forma especial en la ley 1 7.401,
las ins tituciones procesales, el recurso jerárquico y el acto administrativo
que causa estado, corresponden a elementos sustanciales del novísimo
procedimiento administrativo.
El rigorismo int erpretativo que exp resa el voto de la mayoría no condice
con el espíritu conductor que alienta el procedimiento administrativo:
búsqueda de la verdad material; debilitamiento de la preclusión; control de
juridicidad; y correcta administración de las normas públicas 1 . Me permito
también opinar que es correcta la conclusión del voto del miembro de la
minoría aunque no son muy satisfacientes los argumentos esgrimidos.
Exhíbese en la sentencia un tema de esencia del procedimiento
administrativo en lo que se refiere al valor de los vencimientos de sus plazos
perentorios. La presión procesalista judicial dominada por principios
ordenativos de su sistema preclusivo parece ext enderse en el voto de la
mayoría. El plazo procesal perentorio judicial aparece identificado al plazo
de la misma significación del procedimiento administrativo. No obstante la
identidad del sistema, éste exh ibe un régimen completamente distinto. El
principio de la preclusión judicial, además del principio del buen
ordenamiento, debe amparar la garantía objetiva del trato igualitario para las
dos partes de un litigio. El plazo preclusivo se impone así por el orden y la
relación procesal paritaria. En el procedimiento administrativo priva sí el
principio del orden, y rebájase en secundario ámbito de consideración el
principio de la igualdad procesal.
El mismo aut or que menciona el voto de la mayoría, Héctor Jorge Escola,
en la parte final del capítulo que se cita aparece distinguiendo distintas
situaciones sobre la perentoriedad de los plazos procesales
administrativos2 . La clasificación y mención que hace al respecto
comprueba la relatividad de los plazos y la exclusión del rigorismo
perentorio automático y absoluto. Esta distinción de relatividad justifica
entonces que se mente la inteligencia de los plazos administrativos con un
criterio distinto al que rige en el procedimiento judicial.
El vencimiento de los plazos con carácter perentorio, más que al
ordenamiento, responde a muy otras razones donde se conjugan: el
tratamiento igualitario, la economía procesal y la continuidad. Para poder
obtener estos valores muchas veces se sacrifica la búsqueda inv estigadora
de la verdad, aplicándose el ritual formal del procedimiento. Esto no puede
enunciarse como de esencia para el procedimiento administrativo donde la
verdad material es función sustancial de la administración pública. El buen y
correcto aplicar de una norma y la satisfacción del int erés público, no
pueden ser apabullados por simple vencimiento de los plazos. El
procedimiento administrativo se sanciona para la defensa de los derechos
del administrado y para que la administración actúe dentro de la real verdad
de los hechos3 . El orden procesal impone el instituto de los plazos
perentorios, pero la razón, el derecho de defensa, los intereses públicos que
tienen carácter prioritario establecen un ajuste de razón ante la posible
pérdida de derechos fundamentales. El actual Código de Procedimientos
autoriza la presentación de escritos al día siguiente, art. 124; la actual ley de
procedimientos administrativos autoriza la posterior presentación de los
recursos siempre que no estén excedidos los plazos en forma no razonable,
y se pueda entender "que medió abandono voluntario del derecho", art. 1,
ap. 6. En el derecho judicial, el vencimiento no puede ampararse en razones
de justificación de la demora; esto no acontece en el procedimiento
administrativo. El incumplimiento de la presentación dentro del plazo puede
justificarse; conjuntamente, el valor justicia concurre para el juicio correcto
respectivo. En el caso de esta sentencia, pareciera que sólo habían pasado
unos días del plazo correspondiente. Motivo más justificado para erradicar
el rigorismo perentorio, conjuntamente con la pérdida de derechos tan
fundamentales como encierran las sanciones que impone la ley 17.401.
porBELTRÁN GAMBIER
JA 1992-II-673
I. INTRODUCCIÓN
La Ley Nacional de Procedimiento Administrativo 19.549 —A LJA 1972-A-
292— (en adelante LNPA) no contiene una enunciación acabada de los
principios de procedimiento administrativo aun que los recoge en sus
distintas normas.
Antes de la vigencia de dicha ley, la exi stencia, vigencia desarrollo de los
mismos se debía, entre otras razones, a la doctrina de un organismo clave
en nuestra materia, la Procuración del Tesoro de la Nación, que fue
delineando, poco a poco, los perfiles propios de cada principio 1 . Su
doctrina, por lo-demás, fue seguida por el legislador2 .
Los principios admitidos actualmente en nuestra doctrina son el de
legalidad o legitimidad, el del debido proceso adjetivo, el de la verdad
material u objetiva, el de oficialidad, el de eficacia, el de gratuidad y,
finalmente, el del inf ormalismo en favor del administrado, que hoy vamos a
analizar especialmente3y4 .
VII. CONCLUSIONES
1. El principio delinformalismo en favor del administrado en el
procedimiento administrativo no implica lainexistencia de formalidades, sino
que lainobservancia de éstas, en la medida que no sean esenciales, puede
serexcusada a los particulares.
2. Los fundamentos en los que se apoya este principio son variados: a)
l a exi gencia de patrocinio letrado; b) s u int errelación con los otros
principios del procedimiento (legalidad, oficialidad, verdad material y debido
proceso adjetivo); c) l a relación de colaboración entre el particular y la
administración; y d) l a vigencia de los principios de la equidad y justicia.
3. El principio del inf ormalismo constituye un principio general del derecho
administrativo.
4. El principio in dubio pro actione opera, más bien, en el ámbito del
proceso contencioso administrativo, aun que los supuestos que permiten su
aplicación se generan en el ámbito del procedimiento administrativo. Se
trata de procurar la int erpretación más favorable a la efectividad del
derecho de los administrados a que el juez enjuicie los actos
administrativos.
5: El Incumplimiento de una int imación para subsanar una deficiencia
formal no esencial no puede generar la desestimación de los recursos
administrativos.
6. Cuando se plantean dudas en el procedimiento en torno a la
legitimación del particular o respecto de si un acto es definitivo o no,
la int erpretación debe ser del modo en que más se favorezca la viabilidad
del recurso. Llegada la cuestión a la sede judicial, también debe formularse
la int erpretación que permita la revisión judicial del acto administrativo.
7. Los plazos para recurrir son perentorios. El particular que los haya
dejado trascurrir ha perdido, en principio, su derecho a hacerlo, salvo en el
caso de que se hubieren omitido los recaudos esenciales en
los ins trumentos de notificación (vgr., ind icación de los recursos y sus
plazos).
8. La denuncia de ilegitimidad es un remedio que debe emplearse como
último medio para restablecer la legalidad. Previamente, debe agotarse el
análisis de las cuestiones formales bajo las pautas int erpretativas que
permitan considerar temporáneo al recurso administrativo.
9. La deficiente calificación de los recursos por las particulares debe ser
superada en sede administrativa por la aplicación del principio
del inf ormalismo. Si así no se resuelve en esa sede, será necesaria la
aplicación del principio in dubio pro actione en sede judicial.
porDAVID A. HALPERIN
RDA 2011-75-153
I. NOCIONES LIMINARES
1. El concepto de procedimiento administrativo
La noción de "procedimiento" pertenece a la teoría general del derecho, ya
que comprende a diversas ramas del derecho y no sólo al derecho público1 .
En este sentido, la ley 1 9.550 establece un procedimiento para la
convocatoria y celebración de asambleas en las sociedades anónimas.
Se produce una situación similar a la que ocurre en la realidad de los
objetos y de la vida. En este sentido se requieren varios coches de un tren y
algunos de ellos con motor para que se conforme un tren. El coche puede
componerse de un caballo y un carruaje. En ambos casos están esos
elementos int erconectados entre sí, pero guardan cada uno de ellos
su ind ividualidad2 .
En el derecho público, se puede decir que por procedimiento se puede
entender todo el conjunto de actos que, dentro de cada una de las funciones
del Estado, va a culminar con un acto estatal propio de ella.
La ley es fruto del procedimiento legislativo, la sentencia de un
procedimiento judicial y el acto administrativo de un procedimiento
administrativo3 . Algunos autores prefieren llamar en tales casos "proceso"
en lugar de procedimiento a ese conjunto de actos4 .
De todos modos, esos procedimientos deben entenderse como un
conjunto de actos, relacionados causalmente entre sí, pero que mantienen
su ind ividualidad y que habrán de culminar con la emisión de un acto
estatal5 .
En este orden de ideas, el procedimiento administrativo es el cauce formal
de la función administrativa. González Pérez grafica en el sentido de que el
procedimiento administrativo es a la función administrativa lo que el
acueducto al agua que por él corre6 .
En ese cauce transita también la tensión permanente entre garantías y
prerrogativas, que no es otra que la misma tensión que hay entre aut oridad
y libertad, en que la prevalencia de una sobre la otra puede llevar
al aut oritarismo o a la ine ficiencia, según cuál prevalezca7 .
En definitiva, para concluir con esta breve int roducción, habrá que señalar
que por "procedimiento administrativo" se alude a ese cauce formal ya
mencionado, y que por "proceso" a la actividad desarrollada por un tercero
imparcial, dentro de la función judicial8 .
2. Los procedimientos especiales
Más allá de las discusiones históricas entre Dalmacio Vélez Sarsfield y
Manuel Quintana, por una parte, y José Benjamín Gorostiaga acerca de la
demandabilidad del Estado, lo cierto es que durante el siglo XIX predominó
la doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en el sentido de
que no se podía demandar al Estado sin su previa venia legislativa9 .
Corresponde destacar que, ya entrado el siglo XX, la ley 3 952 separó los
actos dispuestos como Poder Público y aquellos como persona jurídica, y la
distinción consecuente entre "actos de imperio" y "actos de gestión".
Cuando el Estado actuaba como persona jurídica, se le podía demandar sin
venia legislativa, sino deduciendo un reclamo administrativo previo, cuyo
régimen no tiene sentido precisar ahora. Cuando era demandado en virtud
del dictado de un acto de aut oridad, era necesaria la venia legislativa.
La ley 1 1.634 suprimió definitivamente el requisito de esa aut orización
legislativa10 .
De manera paralela, el Congreso de la Nación sancionó diversos
regímenes jurídicos, que preveían procedimientos especiales, que en
general culminaban con la aplicación de sanciones de policía11 .
Cabe destacar que una de las clasificaciones de la actividad
administrativa, según la forma de int ervención, es aquella que establece las
categorías según el medio empleado sea la "prestación" (fundamentalmente
"servicio público"), la "coacción" (esencialmente actividad de "policía") y el
"estímulo" (básicamente "fomento")12 .
Por "poder de policía" se entiende la actividad que desarrolla el órgano
legislativo, cuyo objeto es reglamentar y, por ende, limitar los
derechos ind ividuales, en ejercicio de la potestad establecida en el art. 1 4
de la Constitución Nacional y con el límite ind icado en su art. 2 8. La
actividad de policía, en tanto, es aquella que está a cargo de la
Administración, fundada en ley, que limita mediante la coacción las
actividades de los particulares, mediante la aplicación de penas, a cuyo
respecto se les aplican los principios que rigen el derecho penal y procesal
penal13 .
La actividad a cargo del Registro de la Propiedad es, en rigor, una
actividad de prestación, básicamente un servicio público.
Ahora bien, cabe recordar que como se venía ind icando en paralelo al
régimen de la ley 3 952 se fueron sancionando procedimientos
administrativos esencialmente en materia de policía, que culminaban con la
aplicación de una sanción.
En la medida en que la Corte Suprema de Justicia de la Nación aceptó
criterios amplios en materia de poder de policía y de policía, en virtud de los
cuales los derechos se limitaban con fines económicos y sociales y no sólo
para preservar la moralidad, la salubridad y la seguridad, se ampliaron
sensiblemente los procedimientos especiales.
Ello fue así hasta tal punto que en un memorable trabajo del Dr. Horacio
Heredia, escrito en 1979, pasa revista a mucho más de un centenar de
regímenes especiales14.
Ahora bien, también coexistían regímenes especiales que reglaban
actividades distintas a la de policía, cómo sería el caso que nos ocupa.
3. Los procedimientos especiales y la ley 19.549
Lo cierto es que sancionada la ley 1 9.549, su art. 2 º estableció dos
disposiciones fundamentales.
Por un lado, dispuso que el Poder Ejecutivo, en el plazo de ciento veinte
días, debía ind icar los procedimientos especiales que continuaban en
trámite. Por otro, facultó al Poder Ejecutivo a disponer la paulatina
adaptación de esos procedimientos especiales al régimen general de la ley
1 9.549.
Dentro de los mencionados ciento veinte días, el Poder Ejecutivo emitió el
dec. 9101/1972, que en más de treinta inc isos ind icó los procedimientos
que mantenían su vigencia, entre ellos los referidos al régimen
registral inm obiliario (art. 1 º, inc. 2 9, dec. 9101/1972).
En materia de procedimientos especiales regían los principios
de: generalidad , por el cual todos los órganos y entes administrativos
deben respetar las normas sobre procedimiento; exclusividad , que importa
aseverar que sólo los procedimientos ind icados en la ley son válidos y
aplicables para el trámite del obrar administrativo; y el de absorción
o extensión o subsidiariedad . Ello significa que, por vía de absorción , se
aplican a los regímenes especiales disposiciones del régimen general15 .
Con posterioridad a la sanción de la ley 1 9.549, se continuaron
sancionando regímenes especiales, a los cuales se les aplicaba en forma
supletoria las disposiciones de las normas generales16 .
4. Los procedimientos especiales y el dec. 722/1996
Mediante el dec. 722/1996 (modificado por el dec. 1155/1997) se dispuso
la aplicación exc lusiva de la ley 1 9.549 y su reglamentación aprobada por
dec. 1759/1972 (t.o. 1991), salvo las pocas exc epciones mantenidas en su
art. 2 º.
Sin embargo, por el art. 1 º, segunda parte, del dec. 722/1996 se mantuvo
la vigencia en los procedimientos especiales en lo que atañe al recurso
judicial directo para la impugnación del acto definitivo, así como la
necesidad de cumplir con los requisitos previos a la int erposición del acto
administrativo respectivo y si el régimen especial preveía el carácter
suspensivo o no de los efectos del acto, como consecuencia de
su int erposición.
La circunstancia de haber mantenido estos aspectos de las normas
especiales no puso coto a las causas del caos que la exi stencia de los
procedimientos especiales significó17 .
Ahora bien, está en claro que por el dec. 722/1996 se aplican las normas
generales de procedimiento a todo procedimiento constitutivo para la
emisión del acto administrativo definitivo (esto es, el que resuelve la
cuestión de fondo que se plantea en el procedimiento) 18 al procedimiento
constitutivo y las normas del procedimiento especial al recurso directo.
Sin embargo, hay aut ores que sostienen que el dec. 722/1996 no puede
derogar las normas de procedimiento establecidas por ley en sentido
formal19 .
No compartimos tal postura por las siguientes razones:
a) El dec. 722/1996 es fruto del ejercicio de una facultad delegada, cuya
norma delegante es la ley 1 9.549.
b) La legislación delegante preconstitucional a la sanción de la norma
fundamental de 1994 está reconocida por su cláusula transitoria octava.
c) Por su parte, el dec. 722/1996 está ratificado por el legislador por el art.
3 º de la ley 2 5.148.
Pero en la práctica, el dec. 722/1996 no se aplica en cuanto establece la
aplicación irrestricta y exc lusiva de la ley 1 9.549 y su reglamento respecto
de todos los procedimientos constitutivos, como lo ind ica su art. 1 º.
Esta circunstancia posee, a mi juicio, varias razones, pero al no ser
jurídicas, no profundizaré sobre ellas. Se refieren más a la resistencia al
cambio y a la aut odefensa de la burocracia que a otras.
5. Aplicación de las disposiciones vinculadas al debido proceso
adjetivo
Ahora bien, sea que se aplique la ley 1 9.549, por lo dispuesto en el dec.
722/1996, o la ley 1 7.801, en este caso la primera de ellas resulta de
aplicación supletoria. Ello así, en razón no sólo del principio de extensión o
absorción arriba mencionado (ver punto 1.3), sino también por cuanto no se
puede concebir a un procedimiento especial sin que se respeten
determinadas normas como las que reglan los elementos del acto
administrativo, o las que se refieren a la garantía de defensa.
Así lo ha reconocido la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de
la Nación en el caso de violaciones concretas al derecho a ser oído 20 , la
doctrina de la Procuración del Tesoro de la Nación, en una cuestión referida
al derecho a ofrecer y producir prueba21 , y la doctrina de los autores22 .
6. El debido proceso adjetivo
La ley 1 9.549, en su art. 1 º, estatuye los principios generales que regulan
a los procedimientos administrativos.
Uno de esos principios generales, e íntimamente vinculado con la garantía
de defensa, se encuentra entre otros en el denominado "debido proceso
adjetivo".
Como aplicación concreta de esa garantía, presente tanto en nuestra
Constitución Nacional como en diversos pactos de derechos humanos que
hoy poseen "estatus constitucional", va a estar conceptualizada del mismo
modo en que la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha precisado la
noción de "garantía de defensa".
En tal orden de ideas, el art. 1 º, inc. f ), aparts. 1 º a 3º, precisa que el
debido proceso adjetivo está int egrado por "el derecho a ser oído" (apart.
1 º), "el derecho a ofrecer y producir pruebas" (apart. 2 º), y "el derecho a
una decisión fundada" (apart. 3 º).
En lo que atañe al "derecho a ser oído", básicamente consiste en el
derecho a exp resar las razones de sus pretensiones y defensas, antes de
la emisión de un acto administrativo que pueda afectar los derechos
subjetivos e int ereses legítimos de un particular. Este derecho contiene
varios poderes jurídicos derivados tales como el derecho a recurrir, el
derecho a hacerse patrocinar (patrocinio letrado que es obligatorio si se
debaten cuestiones jurídicas complejas y el representante voluntario no
fuere abogado), y el derecho a la vista de las actuaciones, esto es, acceder
a ellas, que está regulado de una manera muy amplia por el art. 3 8 del
Reglamento aprobado por dec. 1759/197223 .
En lo que respecta al derecho a ofrecer prueba y que ella sea producida, a
menos que sea inc onducente, inn ecesaria o meramente dilatoria, cabe
señalar que, conforme al principio de oficialidad, rige la denominada verdad
real (sobre la formal), titulada en la ley 1 9.549 "verdad jurídica objetiva". En
tal caso, la Administración tiene el deber de requerir todos los inf ormes y
dictámenes, tanto técnicos como no técnicos para esclarecer esa verdad.
Este derecho de ofrecer y producir prueba sufre en la reglamentación
ciertas restricciones, en razón de la prevalecencia del esclarecimiento de
esa verdad material a través de los inf ormes y dictámenes24 .
Pero además, el derecho a ofrecer y producir prueba comprende también
el derecho a controlar su producción y a alegar sobre su mérito.
El "derecho a la decisión fundada" comprende el derecho a que el acto
decisorio exp rese las razones que llevan a emitir el acto, considerando los
argumentos empleados por el particular, conducentes para la decisión del
caso, respecto de cada una de las cuestiones propuestas (ver art. 1 º, inc.
f ], apart. 3 , ley 1 9.549).
Se trata de una exi gencia que conforma el "debido proceso adjetivo", que
se vincula al requisito "motivación" del acto administrativo, que en rigor
trasunta su razonabilidad, que, como es de la esencia de la actividad
jurídica pública, debe estar presente en todo acto estatal25 .
II. LOS ACTOS ADMINISTRATIVOS Y LOS PROCEDIMIENTOS
ADMINISTRATIVOS EN LA LEY17.801
1. Introducción, naturaleza y particularidades de los actos que se
emiten durante los trámites de certificaciones e informes de
dominio. Los actos de calificación
Liminarmente, es de señalar que pueden conceptualizarse a los actos
administrativos como toda declaración de un órgano del Estado en ejercicio
de la función materialmente administrativa y que produce efectos jurídicos,
directos, ind ividuales y hacia terceros ajenos a la Administración26 .
Por "declaración" debe entenderse tanto el acto voluntario que importa
una decisión, así como el acto administrativo cuyo objeto significa una
certificación o ins cripción, también llamados de registro, como aquellos que
conforman una opinión27 .
A nosotros en este estudio nos van a int eresar tanto los actos
administrativos que constituyen una decisión, respecto de los actos de
calificación dentro de la actividad registral, como aquellos que constituyen
"ins cripciones" y "certificaciones", y los actos genéricamente denominados
"de registro".
Los actos de registro para alguna doctrina aparecían denominados como
"meros actos administrativos", en contraposición con aquellos actos que a
juicio de algunos doctrinarios constituían verdaderos "negocios jurídicos
administrativos"28 .
En rigor, estos aut ores no advirtieron la importancia respecto del int erés
público que exh ibían las ins cripciones y las certificaciones.
Por ello, en un trabajo reciente, preferimos seguir por un lado a Sayagués
Laso29 , para quien desde el punto de vista jurídico no hay diferencias, por lo
que se refiere a su régimen normativo, entre las "decisiones" y las
"certificaciones". Por otro, quisimos significar que las inscripciones y las
certificaciones se vinculan directamente con el interés público, y que por ello
no correspondía desvalorizarlos respecto del resto de las "decisiones"30 .
No obstante, exi sten algunas particularidades respecto de los llamados
actos administrativos de registro, y es que ellos se ext inguen por
"cumplimiento de su objeto", o "agotamiento", desde el momento mismo de
su emisión, siguiendo así una doctrina exp resada desde 1981 por la
Procuración del Tesoro de la Nación31 .
Los actos de certificación se ext inguen con su emisión, y el certificado no
puede volver a ext inguirse por otro acto. La emisión de un certificado ilícito
generará la responsabilidad del Estado por la falta de servicio
correspondiente32 .
Los actos de ins cripción, en tanto, si bien son ins usceptibles de
ser ext inguidos en sede administrativa, sí se pueden ext inguir en sede
judicial33 .
En este último supuesto se pueden exa minar dos casos: a) q ue las
partes int ervinientes en el negocio jurídico ins cripto demanden su
anulación y, como consecuencia de la sentencia anulatoria se deje sin
efecto la ins cripción; b) q ue el acto de ins cripción adolezca de un vicio
como acto administrativo, y que el Registro ini cie la acción de lesividad34 ,
procurando su extinción en sede judicial.
Corresponde agregar que en la acción de lesividad se puede agregar una
medida cautelar, por la cual el juez limite los efectos de la publicidad
registral.
No obstante, el Registro debe haber acreditado en forma cierta el vicio del
acto de registro, de suerte tal que no queden dudas acerca de la inv alidez
absoluta. Por otra parte, el juez int erviniente debe estar persuadido de
esa inv alidez absoluta, pues nos llega a la memoria el fallo "Los lagos" de
la Corte Suprema de Justicia de la Nación, y cómo, mediante esta vía, se
puede afectar el dominio de los particulares.
Ahora bien, en tal caso no se puede alegar "el conocimiento del vicio" (ver
art. 1 8, ley 1 9.549) para revocar en sede administrativa el acto de registro
y evitar así la acción de lesividad, por las particularidades a las que hemos
hecho referencia en el párrafo anterior.
En otro orden de ideas como lo dije, los actos de los calificadores son
actos administrativos que importan una decisión y, por ende, deben cumplir
con todos los requisitos de los actos administrativos ind icados en los arts.
7 º y 8º de la ley 1 9.549.
2. Los certificados de dominio
La ley 1 7.801, que regula la ins cripción inm obiliaria, ha sido ponderada
no sólo en la República sino también en el ext erior35 .
Básicamente, cuando un certificado de dominio se requiere para
la ins trumentación notarial de una transmisión, constitución, modificación o
cesiones de derecho reales sobre inm uebles, se produce un bloqueo
registral por un plazo de quince días desde su exp edición (o un plazo
mayor, si no se tratase de escribanos de la jurisdicción), debiéndose tomar
nota en el folio respectivo de tal exp edición. La escritura
deberá aut orizarse dentro de ese plazo, y dentro de los cuarenta y cinco
días de otorgada deberá presentarse al Registro.
Las consecuencias son que durante ese lapso, desde la exp edición del
certificado hasta el vencimiento del plazo para la presentación del
documento, exi ste una "reserva" de prioridad para quien requirió el
certificado y se bloquea el registro durante ese lapso. La otra consecuencia
es que presentado el documento dentro de los cuarenta y cinco días de su
otorgamiento, se reputará ins cripto desde su ins trumentación (ver arts. 5 º
y 23 y ss., ley 1 7.801).
Cabe preguntarse si el procedimiento desde la solicitud del certificado que
bloquea el título hasta la ins cripción del título a través del acto de toma de
razón, es un procedimiento administrativo o no. La cuestión no es menor, ya
que si es un procedimiento administrativo se aplicará la ley 1 9.549, y los
plazos se contarán por días hábiles administrativos. De no serlo serán de
aplicación los plazos del Código Civil, entre otras razones que por el
momento no profundizaremos.
Soy de la opinión de que se trata de un procedimiento que se ini cia con
una petición especial, que continúa con la emisión de un acto administrativo
de registro, la certificación, que se agota con su emisión y que
es ins usceptible de modificación en sede administrativa y judicial. Sin
embargo, ese acto de registro va a generar un efecto, que es habilitar un
nuevo procedimiento que va a culminar con otro acto de registro, cual es
la ins cripción, por la toma de razón, derivada de la rogación, para ins cribir
una modificación en la ins cripción registral.
Es, pues, un conjunto de procedimientos administrativos complejos y
coordinados, que tienen por finalidad dar seguridad jurídica a las
operaciones inm obiliarias.
Por otra parte, el Registro es público para quienes posean int erés
legítimo en averiguar el estado jurídico de los bienes, documentos y demás
limitaciones o restricciones ins criptas, etc. (ver art. 2 1, ley 1 7.801).
En este orden de ideas, debe pensarse que las variaciones registrales, en
lo que atañe a la constitución, transmisión, modificación o ext inción de
derechos reales, sólo pueden ser realizadas con int ervención del titular del
dominio, y en consecuencia no puede haber respecto de éste
transgresiones a la garantía de defensa.
Es que el certificado que da ini cio a la reserva de prioridad y bloqueo
registral será requerido por el escribano aut orizante, y al ser éste a quien el
Estado (lato sensu ) le ha inv estido con la atribución de dación de fe pública
como materia típicamente estatal36 , se producen determinadas certezas.
En este orden de ideas, por un lado, da certeza de que el "bloqueo
registral" no se habrá de realizar animus iocandi , y que en el negocio
jurídico se habrá de ins trumentar si se respetan todos los principios del
régimen registral y que dicho negocio jurídico es prima facie lícito.
No se me escapa que el sistema registral argentino deposita la esencia de
su funcionamiento en la presencia de los escribanos públicos como usuarios
primarios del Registro. Así han sido calificados por la ley 1 7.050. Entiendo,
además, que la no afectación básicamente al derecho a ser oído es porque
el escribano que int erviene en el negocio jurídico de creación, modificación,
transmisión y ext inción de derechos reales, tiene frente a sí el ins trumento
suscripto en los términos del art. 1 185 del CCiv., y colabora en
la int erpretación de la voluntad de las partes y en la redacción del negocio
jurídico37 , que presupone la presencia del titular de dominio inscripto y por
ende la marginación de toda circunstancia que pudiere afectar la garantía
de defensa, fundamentalmente el derecho a ser oído.
Está en claro que esa suerte de garantía de tal marginación es la
presencia del notario. En esta aseveración cobra relevancia el control que
sobre el notariado realicen los colegios profesionales, que constituyen una
pieza fundamental del notariado latino38.
Con más razón en estos momentos, en que la moral media de la sociedad
ha caído, las corporaciones profesionales y los tribunales de
superintendencia y/o quienes poseen el contralor de legalidad respecto de
los actos administrativos que aplican sanciones a los notarios que se alejen
del obrar lícito y/o ético, deben ser sumamente celosos en el cumplimiento
de sus funciones.
Por otro lado, hay variaciones registrales que tienen su origen en trámites
judiciales, en los cuales la garantía de defensa debió estar asegurada en
sede judicial, y por ello el derecho a ser oído ha sido oportunamente
protegido.
No se me escapa que hay una serie de circunstancias en las
cuales exi sten ilícitos, como las llamadas "sustituciones de personas", en
las que el titular de dominio es reemplazado por otro, o que verdaderas
"bandas de guantes blancos" aprovechan la circunstancia de inm uebles
que carecen o carecieron de variaciones registrales durante años,
parainscribir títulos u oficios judiciales fraguados.
Si bien la proporción de estos actos ilícitos debe ser menor frente al total
de operaciones, para quien lo sufre representa el 100% del daño. Para él no
hay estadísticas.
Los jueces deberán estar atentos, los escribanos también, y deberán
tomarse medidas para mitigar la posibilidad de que se configuren estos
ilícitos. Por otro lado, los escribanos al menos en las jurisdicciones más
numerosas han tomado seguros de responsabilidad civil.
En fin, la "patología" no parece ser numerosa, pero para quien la sufre es
un empobrecimiento que, como en todo daño que sufre un miembro de la
sociedad, repercute sobre ella toda, ya que una sociedad cuyos daños no
se reparan es una sociedad que se empobrece, al decir de López
Olaciregui39.
Quizás por ese lado pueda encontrarse una solución transitoria al
problema patológico enunciado.
3. Los informes de dominio
En el caso de losinformes de dominio, se trata de la facultad que posee
todointeresado de conocer el estado de determinado bien, con los alcances
del art. 21 de laley 17.801.
En razón del carácter público del registro, no parece haber aquí afectación
a la garantía de defensa.
4. Los actos de calificación
Como ya adelanté, se trata de actos administrativos cuyo objeto es una
decisión.
Ingresado un documento al Registro para suinscripción, el Registro de la
Propiedad debe observar la legalidad de las formasextrínsecas de los
documentos presentados para lainscripción (art. 8º,ley 17.801).
Realizado eseexamen, rechazará los documentos viciados de nulidad
absoluta y manifiesta (art. 9º,inc. a],ley 17.801), o si el defecto fuere
subsanable, devolverá el documento al solicitante dentro de los treinta días
de presentado, para que lo rectifique, sin perjuicio de lainscripción provisoria
del documento (art. 9º,inc. b]).
En esteinc.b) también se prevé que el acto de calificación sea recurrible
conforme al régimen local.
El dec. 2080/1980, que constituye el régimen local para la Ciudad de
Buenos Aires, recién mencionado, establece que si elinteresado entendiera
que lainscripción provisoria debiera ser definitiva, deberá solicitar al
calificador una recalificación (art.39) presentando su recurso ya que
técnicamente así lo es en forma fundada y ofreciendo toda la prueba de
queintenta prevalerse. Éste es un recurso de "reconsideración", pues
seinterpone ante el mismo registrador y dentro de los noventa días de la
presentación del documento para suinscripción (art. 39, cit.).
La prueba debe producirse dentro del plazo de quince días deinterpuesto
el recurso, prorrogables por un plazo similar (art. 40, dec. 2080/1980). El
recurso debe resolverse dentro de los quince días deinterpuesto (art. 40,
cit.).
Contra el acto que deniegue la recalificación seinterpone una apelación
ante el Director del Registro, dentro de los quince días, a computar a partir
del día siguiente al de su notificación. Si hiciese lugar a la impugnación,
lainscripción primaria se transforma en definitiva (arts. 4 2 y 43, dec.
2080/1980).
Conforme al art. 4 2 del dec. 2080/1980, la no resolución del recurso por
parte del registrador genera el plazo para recurrir ante el Director del
Registro.
Si el Director del Registro rechazare el recurso, podrá acudirse mediante
apelación ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil de la Capital
Federal. Esta impugnación se int erpone por escrito fundado ante el
Registro, dentro de los diez días de su notificación. Este órgano debe
elevarlo dentro de los cinco días de su int erposición (art. 5 2, dec.
2080/1980).
Si el calificador rechazara el documento por ser la nulidad absoluta y
manifiesta, el int eresado deberá ocurrir directamente a la Cámara Civil
dentro de los diez días de notificado el acto del Director General, que es el
competente para disponer la calificación prevista en el art. 9 º, inc. a ).
Ahora bien, sin perjuicio de que entiendo que el dec. 722/1996 derogó a
su similar 2080/1980, como también dije que el dec. 722/1996 de hecho no
se aplicaba, voy a formular algunas reflexiones vinculadas al dec.
2080/1980 y a la garantía de defensa:
a) Los actos que rechacen la ins cripción por ser nulos absolutos y
manifiestos, así como los que ins criban provisoriamente los documentos,
deberían contar con todos los requisitos de los arts. 7 º y 8º de la ley
1 9.549, pues por más procedimiento especial que resulte el del dec.
2080/1980 y el de la ley 1 7.801, no se concibe un acto administrativo que
no cuente con sus elementos esenciales40 .
b) No se prevé exp resamente oír al int eresado antes de la emisión del
acto de calificación; sí lo exi ge genéricamente el art. 1 º, inc. f ), apart.
1 (derecho a ser oído) establecido por la ley 1 9.549.
c) No se prevé la notificación del acto que ins cribe provisoriamente el
documento conforme al art. 9 º, inc. b ). Ello tiene el inc onveniente de que
la notificación debe ind icar los plazos para recurrir, conforme al art. 4 0 del
reglamento aprobado por dec. 1759/1972, aplicable a los procedimientos
especiales.
d) Sí se prevé la notificación41 de la denegatoria del recurso de
recalificación, del de apelación y el del acto administrativo que rechaza el
documento por ser nulo absoluto. En todos los casos debe indicarse,
conforme al art. 40 del Reglamento General, el recurso que procede y el
plazo para interponerlo, bajo los apercibimientos allí establecidos.
e) También se puntualiza el deber de motivar los actos que rechazan los
recursos de un modo similar a como lo establece el art. 1 º, inc. f ), apart. 3 º
de la ley 1 9.549 (ver art. 4 5, dec. 2080/1980).
f) Las disposiciones sobre notificación se asemejan a las establecidas por
los arts. 3 9 a 45 del dec. 1759/1972 a partir del texto ordenado por el dec.
1883/1991, salvo en lo atinente a los requisitos ya mencionados de ind icar
los recursos que proceden contra los actos que se notifican y el plazo para
deducirlos.
g) La circunstancia de que el silencio del calificador en el recurso de
recalificación genera un plazo para recurrir es contrario a los principios
básicos del silencio administrativo, como el quebrantamiento al deber de
resolver, y afecta la garantía de defensa42.
porDAVID A. HALPERIN
RDA 1990-2-289
I. INTRODUCCIÓN
Los temas de la actividad aseguradora y bancaria se hallan abarcados por
distintas ramas del quehacer científico, comprendiendo no sólo disciplinas
denominadas como "sociales", sino también a otras que son conocidas
como ciencias exa ctas.
Acaece algo similar a lo que planteaba José Girón Tena respecto de las
empresas públicas. Decía el distinguido catedrático de Derecho Mercantil de
la Universidad de Valladolid: "Sucede que el tema de las empresas públicas
se encuentra en las zonas límites de varias disciplinas sociales. Esto tiene
su importancia. Interesa a la política, a la sociología, a la ciencia económica,
al derecho público y ciencia de la administración, al derecho mercantil. Esto
es un síntoma que inv ita a pensar que la preparación especializada de
muchos inc lina al desconocimiento de las facetas que están fuera de una o
alguna de esas materias"1 .
Pero si exa minamos el estudio del régimen de la actividad bancaria y
aseguradora desde el ángulo exc lusivamente jurídico, él ha dejado de
ser exc lusivo del derecho privado, comercial en la especie, y se ha teñido
del fenómeno de la "publicización" que alcanza al objeto del derecho
mercantil2 . Lo que sucede, en rigor, es que los administrativistas en nuestro
país no han ahondado estos temas —e n rigor no han avanzado sino
puntualmente en el llamado "derecho público de la economía"— 3 , y desde
hace años ha sido —y es— patrimonio de los especialistas en derecho
comercial.
Ello no es ni bueno ni malo, sino que es así, pero se corre el peligro,
parafraseando a Girón Tena, de que la preparación especializada haga que
se pierdan las facetas que están fuera de la especialidad.
Por eso, celebro y felicito a los organizadores de las XV Jornadas
Nacionales de Derecho Administrativo, en primer lugar por
haberincursionado en esta temática, y en segundo término, que no sea éste
un debateexclusivo entre administrativistas, sino que se hayainvitado—
además—a participar a comercialistas deindudables méritos académicos,
así como también a quienes en la tarea diaria, tanto en la función pública
como en la defensa sectorial deintereses, conocen en profundidad los
temas enexamen.
El tema que desarrollaremos está vinculado a los "procedimientos", está
comprendido, por su esencia, dentro del derecho administrativo4 .
II. LOS PROCEDIMIENTOS ESPECIALES FRENTE A LA LEY19.549
El art. 2 de la ley 1 9.549 (en adelante, L.N.P.A. ), además de postular la
progresiva adaptación de los regímenes especiales al procedimiento que
ella estatuye, estableció dos normas muy importantes:
a ) facultar al Poder Ejecutivo para determinar qué procedimientos
administrativos especiales continuaban vigentes;
b) disponer que la L.N.P.A. será de aplicación supletoria a los
procedimientos especiales que se determine que han de subsistir.
El Poder Ejecutivo ejerció la facultad antes mencionada mediante el
decreto 9101/72. Para ello, en el art. 1ind icó en 31 inc isos qué
procedimientos especiales mantenían sus vigencias, y en el art. 2 se refirió
a la aplicación de la ley a determinados entes descentralizados.
En ambos artículos, el decreto 9101/72 dispuso que las disposiciones de
la L.N.P.A. y del R.L.N.P. A. se aplicarían supletoriamente a los
procedimientos especiales que mantenían su vigencia. Ahora bien, se ha
admitido que las disposiciones generales de procedimiento también se
apliquen a los procedimientos especiales sancionados con posterioridad a la
sanción de la L.N.P. A5. .
Pero, de todos modos, los principios del procedimiento administrativo—
como los vinculados a la garantía de defensa, como es el del debido
proceso adjetivo—6, o los que se refieren a los elementos del acto
administrativo7, son de aplicación insoslayable. Ello así, ya que resulta
jurídicamente inadmisible que, amparándose en que su trámite
administrativo se funda en un procedimiento especial, un determinado
órgano o ente administrativo no respete el derecho a ser oído, por ejemplo,
o resulta inconcebible que por idénticas razones se pretenda defender la
validez de un acto dictado con falsa causa.
Nos hallamos en el tema en análisis, ante procedimientos especiales, ya
que los contemplados en las leyes 20.091, 21.526 y 22.529 han sido
sancionados con posterioridad a la sanción de la L.N.P.A. y el decreto
9101/72.
A ellos, entonces, se le aplican supletoriamente las disposiciones de
la L.N.P.A. y del R.L.N.P. A.
Ahora bien: cabe agregar que si bien los recursos especiales previstos en
las leyes de las cuales trata, desplazan a los recursos previstos en las
normas generales8 , no se puede desestimar, por esa razón, un recurso de
reconsideración interpuesto dentro del plazo previsto para deducir el recurso
indicado en el procedimiento especial.
Ello así, por cuanto si la administración advierte, con motivo de
la int erposición de ese recurso, que la decisión es ilegítima, está
constreñida a revocar el acto respectivo 9 , ya que el principio de legalidad
del obrar de la administración10 en el cual se funda la obligación de revocar
el acto irregular, el que adolece de nulidad absoluta 11 , prevalece sobre
cualquier norma que limite la labor del organismo administrativo a conceder
o no el recurso, como el caso del art. 83 de la ley 20.091. Esto es, frente a
aquel principio, una norma como la citada no puede ser interpretada de
modo tal que limite la potestad revocatoria de la administración.
I. GENERALIDADES
1. El dictamen es opinión fundada en ciencia o arte emitida por un
especialista; si versa sobre cuestión jurídica debe apoyarse en derecho.
Etimológicamente quiere decir opinión o juicio que se forma o emite sobre
una cosa. Viene del verbo dicto.
No hay reglas que determinen la forma y mucho menos la substancia de
los dictámenes, lo cual importa un inc onveniente para los profesionales
sin exp eriencia en esta especie de trabajos.
Algunos suponen que dictaminan dando un parecer; otros piensan que es
la escueta o inc ondicional adh esión a un inf orme o petición, entre los que
no faltan aquéllos que se exp iden diciendo: "Me parece que puede hacerse
tal o cual cosa". Todas estas son formas inc ipientes. Y pecan por exc eso
los dictámenes que en prolijidad compiten con los trabajos de seminario, de
modo que en el afán de agotar la inv estigación, agobian al lector y no de-
sempeñan su función propia.
El dictamen es una pieza técnica donde más cuidado debe ponerse para
procurar un adecuado equilibrio en punto a la forma, ext ensión y contenido.
Debe recordarse que las consultas fueron la que originaron el jure
consultorum, de donde proviene la voz jurisconsulto 1 . La ciencia jurídica se
renueva y perfecciona, entre otros medios, por gravitación de los
dictámenes, que también coadyuvan en el mejoramiento del derecho
positivo. En el ámbito de la Administración pública el dictamen representa el
fundamento legal de las resoluciones de la importancia.
A pesar de cumplir función de gran valía, el dictamen no ha merecido
trabajos profundos, a diferencia de otras piezas que salen de los abogados.
2. Dado que el dictamen es opinión de un exp erto, es prudente tener en
cuenta que el diploma de abogado no importa una certificación de idoneidad
en todas las numerosas y complejas asignaturas de la carrera.
Verdad es que para ser asesor se requiere estar graduado en las
facultades de derecho, pero el conocimiento a fondo de la especialidad
relacionado con las tareas de la repartición administrativa en que el asesor
se desempeña, sólo se logra con el esfuerzo personal, cuya eficacia, está
asegurada en virtud de la ilustración básica que el diploma de abogado
acredita. Con dedicación un abogado en poco tiempo puede desenvolverse
satisfactoriamente en sus tareas de asesoramiento, cualquiera sea la
especialidad requerida por los servicios que desempeñe la ins titución
pública o la repartición administrativa a que pertenezca.
Quienes tienen que ini ciarse en tareas de asesoramiento legal
encuentran escasos elementos ilustrativos acerca de cómo deben hacerse
los dictámenes en la Administración pública. Buenos modelos son los
compilados en la obra publicada por el Ministerio de Educación Dictámenes
en lo administrativo de los procuradores generales de la Nación (1862-1917)
y los Dictámenes de la Asesoría Legal de la Municipalidad de Bs.
Aires (1887-1910; 1932 y 1938-1939); también los dictámenes del Dr.
Faustino Legón, publicados bajo el título En la defensa fiscal de Buenos
Aires (1945) y las Vistas Fiscales del Dr. Gerónimo Cortéz, que no obstante
relacionarse con dictámenes en la esfera judicial cabe mencionarlos por su
mérito doctrinario.
Naturalmente, un principiante no puede exi girse, a sí mismo, llegar a la
altura de los ilustres maestros a quienes pertenecen los trabajos señalados.
Y además de la pericia, esos dictámenes son la flor y nata de un ing ente
caudal de donde han sido seleccionados por la complejidad del asunto o por
el exc epcional mérito de cada uno de ellos. Estas reflexiones sirvan para no
dejarse deprimir por tan depurados modelos, ya que lo usual es que la tarea
no exi ja planear a tanta altura.
Lo cierto es que sobre la materia no hay reglas ni formas corrientes, por lo
que la personalidad del asesor tiene menos trabas para adoptar el estilo de
dictámenes que mejor cuadre a su personalidad.
VI. CONCLUSIÓN
22. El dictamen jurídico no es otra cosa, substancialmente considerado,
que la proposición de una solución legal a una cuestión de derecho.
El asesor debe mirar todas las consecuencias que pueden resultar de su
proposición, tanto desde el punto de vista del Estado como de los
particulares.
Son relaciones humanas las que crean las situaciones jurídicas; aquéllas
por ser la fuente deben estar siempre presentes en el espíritu del asesor,
quien tiene la obligación de tratarlas con la imparcialidad que una recta
moral impone, no con la frialdad con que el ejercicio profesional conduce
muchas veces a escarnecer los sentimientos, por puros que sean.
En todo dictamen exi ste de por medio un problema de la vida, con todas
las pasiones e int ereses que presionan la actividad de los hombres; el
acierto con que el asesor contribuya a resolverlos será el único medio de no
perturbar la tranquilidad de su conciencia, que está por encima de
los ine vitables reparos y reproches que dicte el despecho de los de-
sahuciados.
Por sobre todo esto, de por sí fundamental para cumplir honrosamente el
delicado cargo que el gobierno confiere a los asesores, está la seguridad
del Estado, la que se consolida mediante la justa y equitativa aplicación del
derecho, actuando con la prudencia que es el rasgo distintivo de esta
profesión milenaria9 .
porMIGUEL S. MARIENHOFF
JA 22-1914-554
por ROBERTO D. MORA
RDA 2010-73-559
I. INTRODUCCIÓN
La afirmación de que el procedimiento administrativo constituye una
garantía tanto para el administrado como para el int erés público
comprometido en la actuación estatal resulta hoy no sólo un principio de
recibo generalizado sino una inc ontrastable realidad.
Las funciones de transparencia, imparcialidad y equidad que, como tales,
han servido de pilares fundacionales a este ins tituto, no sólo apoyan lo
anterior sino que lo definen como una herramienta esencial en pos de la
consecución de los objetivos de todo Estado de Derecho.
Sentado lo exp uesto, el objeto de la presente ind agación se centrará en
determinar básicamente si la vulneración de la exi gencia del tránsito previo
por un procedimiento administrativo dado o su devenir irregular, constituyen
meras violaciones al principio de legalidad administrativa o, por el contrario,
contradice la garantía del debido proceso, consagrada en los textos
constitucionales contemporáneos.
Este análisis, nacido al amparo de las reflexiones del profesor Ricardo
Rivero Ysern en el marco del XXIV Curso de Especialización en Derecho
organizado por la Fundación de la Universidad de Salamanca, abarcará
tanto el estudio comparado de normas de Derecho Público español y
argentino en este último caso, de los órdenes nacional y de la provincia de
Buenos Aires, así como en unexamen de la jurisprudencia vigente sobre el
tema, como forma de contribuir modestamente alintercambio de
conocimientos y de ideas en el amplio espacio del Derecho Administrativo
Iberoamericano.
VIII. CONCLUSIONES
He resaltadointencionalmente los párrafos anteriores, en la convicción de
que contribuyen en gran medida a las conclusiones que apoyarán este
modesto trabajo deinvestigación.
La temática abordada, a cuya complejidadintrínseca se anuda la trama de
principios einstituciones del Derecho Administrativo en una zona de
contacto conceptual con el Derecho Constitucional, se encuentra en franco
desarrollo evolutivo y, a la vez,expansivo.
La evolución se evidencia con claridad, a partir de laincorporación de la
garantía de la tutela judicial efectiva o del debido proceso a los textos
constitucionales.
Laexpansión se concreta con la labor de la doctrina de losautores y la
jurisprudencia de los tribunales, especialmente estos últimos, en ejercicio de
la función deinterpretar y hacer realidad los postulados que mandan
observar los textos magnos.
El proceso deextensión de la garantía ha recorrido un largo camino, desde
aquellas épocas en que comenzó a aplicarse para hacer efectivos los
postulados de la libertad y la defensa en los procesos penales. Pero lo
cierto es que este esfuerzo deberá mantenerse hasta tanto no quede
derecho constitucional reconocido alguno sin la cobertura del debido
proceso, en toda actuación donde la relación libertad-autoridad quede
patentizada.
Comoexpresaba al comienzo, el procedimiento administrativo constituye
prevalentemente una herramienta de garantía para el administrado al
momento de hacer valer sus derechos en sede de la Administración.
Noexisten razones sustanciales para que esta actividad deba desarrollarse
al margen de la tuición que proporcionan las prerrogativas constitucionales
que conforman el derecho al debido proceso o la tutela judicial efectiva y
que sí se contemplan para los procesos judiciales. En consecuencia,
deviene necesario un replanteamiento de la cuestión en pos de no
establecer discriminaciones que la norma constitucional por sí noautoriza.
El estudio comparativo que aquí finaliza y que pretende resultar un
disparador de futuras, mayores y mejores reflexiones sirve para mostrar que
el estado actual de la cuestión debatida ha alcanzado diversos grados de
consagración en los distintos sistemas y que la tendencia afortunadamente
seinclina hacia una profundización yexpansión de la garantía constitucional
al procedimiento administrati vo.
I.
El Código Contencioso Administrativo y Tributario (CCAyT.) -ley 189 (LA
1999-C-3407)- vigente en la Ciudad regula el régimen de notificaciones en
sus arts. 117 al 132, estableciendo como principio general que salvo los
casos en que proceda la notificación por cédula, las resoluciones quedan
notificadas en todas lasinstancias, los días martes y viernes, o el siguiente
día hábil, si alguno de ellos fuere feriado.
Se analizarán las principales prescripciones que surgen de la citada
normativa, a saber:
El art. 119 enumera las resoluciones que serán notificadas personalmente
o por cédula. El acápite 16 del mencionado artículo otorga al juez la facultad
de notificar otras resoluciones no enumeradas allí, señalando que ello será
viable "cuandoexcepcionalmente el juez lo disponga por resolución
fundada".
El art. 126autoriza a solicitud de parte a notificar por telegrama
colacionado o recomendado, o por carta documentada,excluyendo las
resoluciones que disponen el traslado de la demanda, la reconvención y la
sentencia.
El art. 128 CCAyT. de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires contempla la
notificación por edictos, en los casos de que se trate de personasinciertas o
cuyo domicilio se ignore, debiendo manifestar bajo juramento que se han
realizado sin éxito las gestiones tendientes a conocer el domicilio de la
persona a quien se debe notificar.
El art. 131 del mencionado cuerpo legal establece la notificación por
radiodifusión, debiendo hacerse por una emisora oficial. Se acreditará su
diligencia agregando una certificación emanada de la empresa radiodifusora
en la que conste el anuncio y los días y horas en que se difundió.
Todas estas prescripciones generales deben completarse con lo
establecido por el Reglamento General de Organización y Funcionamiento
del Poder Judicial de la Ciudad de Buenos Aires, aprobado mediante
resolución 152 del 9/9/1999 (del Consejo de la Magistratura de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires), al que luego se hará referencia.
II.
Sin perjuicio de lo que establecen los lineamientos generales en la
materia, las contingencias que pueden derivar de un acto de notificación son
diversas en la práctica diaria y pueden acarrear numerosas co nsecuencias.
Cabe resaltar que el Reglamento General de Organización y
Funcionamiento del Poder Judicial de la Ciudad de Buenos Aires prevé un
mecanismo que detalla los requisitos para que las notificaciones sean
válidas y el acto no sea nulo.
Así las cosas, el capítulo IV de dicha normativa menciona el
procedimiento para el diligenciamiento de documentos al domicilio
denunciado, tales como: a) n otificar a cualquier persona de la casa o
edificio, cuando se responda a los llamados y el requerido habite el lugar, b)
d evolver sin diligenciar, cuando se inf orme que el requerido no vive
allí, c)int entar una segunda vez, cuando nadie responda a los llamados y
por inf orme de vecinos el domicilio pareciera ser el de la persona
requerida, d) f ijar el documento requerido, cuando los vecinos le ind ican
que el requerido vive allí, e) d evolver el documento sin diligenciar, cuando
de la consulta de los vecinos surja que el requerido no vive en ese lugar o
no lo conocen, f) d evolver el documento sin diligenciar, si se encontrare la
chapa municipal en un poste o puerta tapiada o ventana o lugar similar, g)
d iligenciar el documento, cuando se compruebe la numeración pintada o
confeccionada de otra forma, h) D ejar aviso por escrito a persona de la
casa o fijarlo en la puerta correspondiente al domicilio ind icado, y en el acta
que se labre debe constar su cumplimiento, i) s i el día fijado no se
encontrase el requerido, se practica la notificación.
III.
El art. 1 32 CCAyT. estipula que "es nula la notificación que se hiciere en
contravención a lo dispuesto en los artículos anteriores, siempre que la
irregularidad sea grave e impida al int eresado cumplir oportunamente los
actos procesales vinculados a la resolución que se notifica. Cuando
del exp ediente resulte que la parte ha tenido conocimiento de la resolución,
la notificación surte sus efectos desde entonces.
"El funcionario o empleado que hubiese practicado la notificación
declarada nula, inc urre en falta grave cuando la irregularidad le sea impu-
table".
Para la exi stencia de la nulidad se establecen dos requisitos básicos: 1)
q ue sea grave la irregularidad; 2) q ue impida al int eresado cumplir
oportunamente los actos procesales vinculados a la resolución que se
notifica. Como la nulidad por la nulidad misma no exi ste, ni está para
satisfacer pruritos formales (C. Nac. Civ., sala C , LL 125-771, sum. 14846),
el hecho debe tener tal trascendencia que perjudique a la parte,
conculcando su defensa en juicio. La sola irregularidad, cualquiera sea la
gravedad que tenga, no va a provocar la nulidad de la notificación si no se
da el segundo supuesto, que, para producirse, tiene que contener al primero
(conf. Falcón, Enrique M., "Código Procesal Civil y Comercial de la Nación.
Anotado, concordado y comentado", t. I I, Ed. Abeledo-Perrot, p. 9 7).
El Reglamento General de Organización y Funcionamiento del Poder
Judicial de la Ciudad de Buenos Aires establece, en su capítulo IV, las
obligaciones del oficial notificador al efectuar la diligencia de notificación,
como hemos mencionado en los párrafos precedentes. Sin embargo, la
práctica nos enfrenta ante inn umerables supuestos, que no podemos
soslayar y que pueden generar inc identes. En este ensayo, int entaremos
dilucidar y analizar sólo algunos de ellos.
Es dable recordar que, tal como lo ha entendido la sala 2 ª de la Cámara
Contenciosa Administrativa y Tributaria de la Ciudad de Buenos Aires, en
los aut os "Hippo S.R.L. v. D.G.R. " (resolución 3789/DGR/2000 v.
decisiones de D.G.R.s/inc idente de redargución de falsedad), "los dichos
del oficial notificador, quien reviste el carácter de fedatario público, respecto
de los hechos que ha anunciado como cumplidos o que han pasado en su
presencia, hacen plena fe por lo que no puede promoverse con éxito la
redargución de falsedad con sustento en meras discrepancias con
lo inf ormado por quien, en ejercicio de sus funciones, ha dejado constancia
de su proceder".
Subrayamos, respecto de esto, que resulta admisible impugnar de
falsedad una cédula por vía de inc idente en el proceso, con sustento en
la ine xactitud de los hechos que dijo haber cumplido el oficial notificador.
Sin embargo, dicho inc idente deberá tramitar por separado, sin suspensión
del trámite de la causa principal, toda vez que, como la referida nulidad
depende de una inv estigación de hecho, el acto se reputa válido mientras
no sea anulado (conf. art. 1 046 CCiv.).
Se hace menester mencionar que "los actos procesales están viciados si
vulneran gravemente la sustanciación regular del procedimiento o carece de
algún requisito que les impide lograr la finalidad a la cual están destinados,
sea en el aspecto formal, sea en cuanto a los sujetos o al objeto del acto, o
por la exi stencia de un vicio que afecta dichos requisitos. La finalidad de las
nulidades procesales es asegurar la garantía constitucional de la defensa en
juicio, es decir que donde hay ind efensión, hay nulidad" (Conf. LL 1996-C-
491).
La nulidad derivada del acto de la notificación importa redargüir de
falsedad el ins trumento público, correspondiendo aplicar el art. 3 23
CCAyT. local, que exp resamente prevé el caso y dispone que el pedido de
nulidad deberá tramitarse por inc idente.
Sin embargo, es preciso puntualizar la improcedencia de la redargución
de falsedad, cuando no se cuestiona la veracidad en los actos cumplidos
por el oficial público o en su presencia, sino la de las manifestaciones
efectuadas a éste, lo cual puede ser desvirtuado por simple prueba en
contra.
Cabe subrayar que la falsedad del ins trumento debe quedar
acabadamente demostrada por quien la sostiene, pues hasta tanto ello no
ocurra, se mantiene la fuerza de convicción casi irrefragable que deriva de
la fe del funcionario público que consagran los arts. 9 94 y 995 CCiv.
Gran parte de la doctrina ha seccionado el tipo de falsedad que puede
derivar de un acto de notificación, según las circunstancias del caso. Así, se
ha distinguido la falsedad material, la int electual y la ideológica.
La falsedad material afecta al ins trumento público a través de
adulteraciones, supresiones o modificaciones en su texto. La
llamada int electual concierne a la realidad de los hechos o actos que el
oficial público declara acontecidos en su presencia; en tanto la falsedad
ideológica se refiere a las circunstancias que se inv ocan o producen frente
al oficial público, cuya aut enticidad no puede éste avalar.
En los casos de argüirse falsedad material o int electual, el ins trumento
es susceptible de ser atacado mediante el inc idente de redargución de
falsedad, regulado en el art. 3 23 CCAyT. local, mas ello no ocurre en el
caso de alegarse la exi stencia de falsedad ideológica, en que los hechos o
actos de que da cuenta el oficial público admiten prueba en contrario de
su aut enticidad por la pertinente vía inc idental (art. 1 58 del mencionado
cuerpo normativo).
Sin embargo, lo atinente a la vía procesal adecuada para alcanzar la
nulidad de una notificación, cuando se imputa falsedad int electual
al inf orme efectuado por el funcionario int erviniente en su diligenciamiento,
dista de ser una cuestión zanjada, tanto en la doctrina como en la
jurisprudencia. En efecto, si bien exi ste consenso en que la documentación
de las diligencias realizadas por el oficial aludido en el trámite de
notificación por cédula, constituye un ins trumento público de acuerdo con
los términos del art. 9 79 inc s. 2 y 4 CCiv. (conf. sala 1 ª de la Cámara Civil
y Comercial Federal, causa 27508 del 30/11/1995; sala 2 ª de la Cámara
Civil y Comercial Federal, causa 8318 del 30/10/1979; sala 3 ª de la Cámara
Civil y Comercial Federal, causas 3298 del 8/7/1988 y 15789 del 24/2/1995;
Maurino, A. L., "Notificaciones procesales", 1985, Ed. Astrea, p. 1 06, n. 6 1
y sus citas de jurisprudencia en nota 304; Belluscio y Zannoni, "Código civil
comentado, anotado y concordado", t. 4 , p. 4 88, n. 1 3 y sus citas de
jurisprudencia en nota 78), una corriente de opinión estima que se debe
utilizar la vía aut ónoma de la redargución de falsedad (conf. art. 9 93 CCiv.;
fallos citados en JA 1987-IV-1083, sums. 136/146; C. Nac. Civ., sala B , in
re "Caneva v. Rama", del 19/3/1992, en LL 1993-A-518; C. Nac. Com., sala
E , in re "Rojas y Esteves S.R.L. ", del 9/2/1990, en LL 1990-C-264; entre
otros), mientras que otra sostiene que se debe promover el inc idente de
nulidad de la notificación, con arreglo a lo previsto por el art. 1 32 CCAyT.
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (conf. Maurino, A. L., "Nulidades
procesales", Ed. Astrea, ps. 1 25/126; Rivas, Adolfo A., "De las
notificaciones y la redargución de falsedad", en JA 1987-IV-1083, LL 1993-
A-518, sums. 107/109 y 115).
José M. Leonardi1 enseña que "el oficial público da fe sobre los hechos
que él realizó y de los hechos o circunstancias que él presenció; hasta allí
llega la protección que otorga. No se encuentran cubiertas por esa garantía
de autenticidad las manifestaciones de las partes en el acto de la diligencia;
los hechos simplemente relatados por los comparecientes, es decir, aquello
que no le consta en forma directa al funcionario".
A mayor abundamiento, corresponde recordar que; "en materia de
nulidades debe primar un criterio de int erpretación restrictiva y sólo cabe
pronunciarse por la anulación de las actuaciones cuando exi sta un derecho
o int erés legítimo lesionado, de modo que cause un perjuicio irreparable,
mas no cuando falte una finalidad práctica en su admisión (Corte Sup.,
Fallos 323:329, ED síntesis de Jurisprudencia, febrero-mayo 2000)".
Se ha señalado que "las Actas confeccionadas por los Oficiales de
Justicia -designados por la Corte Suprema- en el ejercicio de sus funciones
cumpliendo el diligenciamiento de mandatos judiciales y otorgadas con las
formalidades correspondientes, son ins trumentos públicos (art. 9 79 inc.
2párr. 2 º CCiv.) y hacen plena fe hasta que sean argüidos de falsedad, por
acción civil o criminal (conf. art. 9 93 CCiv.), y sólo en cada caso se las
podrá anular -según doctrina- cuando el exa men respectivo descubra
alguna irregularidad tan importante como para persuadir al juez de
su inv alidez" (Corte Sup., "Novogrudsky, César", 1/1/1978, Fallos 300:877).
El peticionante de la nulidad deberá acreditar con cierto grado de
verosimilitud que el vicio procesal le ha causado un daño cierto e
irreparable, que no puede subsanarse sin declarar su nulidad2 .
Lo precedentemente apuntado se refiere al principio de conservación.
Este principio impide perturbar un proceso por meras cuestiones formales.
Es decir que, esencialmente, la nulidad no puede prosperar si el acto, a
pesar de su vicio, cumplió con su finalidad, y, en caso de dudas, debe
estarse a favor de la validez del acto.
La sala 2 ª del fuero Contencioso Administrativo y Tributario local, en
los aut os "GCBA. v. Sr. Propietario Dep. E Osvaldo Benedetti
14 s/e jecución fiscal", ha sentenciado que "en materia de notificaciones
procesales, la seguridad jurídica siempre está referida a evitar sorpresas y
descuidos, a preservar el principio de bilateralidad... y garantizar el derecho
de defensa".
IV.
Con estos elementos, veamos, pues, algunos casos que, por
resultar int eresantes, no dejan de suceder a menudo en las diligencias de
notificación que se efectúan. Desde ya adelantamos que resultaría
impertinente, absurdo y pretencioso dar una exp osición, aquí, acerca
del ins tituto de la nulidad; tan sólo reseñaremos algunos casos que pueden
presentarse:
* a) C uando los errores surgen en la confección de la cédula: allí la
responsabilidad le cabe también al tribunal, quien tiene la obligación de
controlar dichas piezas, más allá de que lleven la suscripción del
letrado int erviniente. De ahí que el control formal de las mismas ha sido
regulado exp resamente en las normas administrativas (conf. Fenochietto y
Arazi, "Código Procesal...", t. 1 , 1985, Ed. Astrea, p. 4 68 y ss.)
entendiéndose que, en virtud de la doctrina que emerge de las facultades
judiciales en el comando de la litis (art. 2 7 inc. 5 Código ritual de la Ciudad
de Buenos Aires), tal contralor resulta necesario.
* b) C uando el accionado ataca la validez de una cédula, sosteniendo que
a la fecha en que se realizó la notificación no tenía domicilio en ese lugar:
aquí, el nulidicente no cuestiona la sinceridad del oficial público cuando
declaró que una persona que dijo ser el encargado del edificio compareció
ante su presencia y que con tal persona celebró la diligencia, quien le
manifestó que allí vivía el accionado, sino los dichos de la persona a quien
le deja la diligencia, y que el oficial no puede avalar (falsedad ideológica).
Aquí el requerido podrá aportar cualquier prueba para refutar los dichos del
entrevistado y plantear la nulidad del acto.
* c) C uando la cédula es recibida por otra persona: tal el ejemplo de un
empleado del requerido. Aquí, si de la cédula de notificación surge que su
diligenciamiento se efectuó en el domicilio denunciado por la actora y fue
recibida por un empleado de conformidad con el art. 1 24 CCAyT. local, con
cumplimiento de los recaudos exi gidos por el art. 1 23 del mismo cuerpo
normativo, y no habiéndose redargüido de falsedad el inf orme del oficial
notificador, no corresponde declarar su nulidad.
Cuando la cédula de notificación es recibida por el encargado, tal
diligencia es, en principio, válida, pero tal conclusión debe ser analizada con
estrictez cuando una de las partes inv olucradas en la contienda es el propio
consorcio respecto del cual el encargado es un dependiente, pues esta
circunstancia podría generar una convicción distinta (Conf. C. Nac.
Civ., sala 1 ª, 14/11/1995, "Consorcio de Propietarios Av. Santa Fe
1714/18/22 v. Fitipaldi, Ricardo").
* d) C uando el oficial notificador manifiesta que no exi ste chapa
municipal en el domicilio a notificar: debe ser admitido el inc idente de
redargución de falsedad de la constancia asentada en el reverso de la
cédula de notificación por el oficial de Justicia, si se ha probado
acabadamente que el número de la finca exi stía desde antes y no había
sido removido del lugar en que originariamente fuera empotrado.
* e) L a notificación bajo responsabilidad de la parte actora: la notificación
bajo responsabilidad de la parte actora debe ser admitida, pues, aun cuando
la ley no la contemple, forma parte de una costumbre arraigada en nuestras
prácticas forenses. Es que esta creación jurisprudencial tiende a facilitar el
normal desenvolvimiento del proceso y a superar las maniobras dilatorias,
en particular el ocultamiento del domicilio por el demandado, amén de que
será la actora peticionante la que soportará las costas y las consecuencias
de una eventual nulidad para el supuesto de demostrarse la falsedad de ese
domicilio atribuido a la contraria (conf. art. 1 7 CCiv.). Por ello, en los
supuestos de cédulas libradas bajo responsabilidad de parte, quien
pretende su nulidad debe demostrar la falsedad del domicilio consignado en
la misma, a la fecha en que se diligenció la respectiva notificación. Es
requisito, para justificar la notificación bajo responsabilidad de la parte
actora, que una primera diligencia no haya podido ser efectuada (conf.
Leonardi, José M., "Notificaciones y mandatos procesales", Ed. Jurídica
Nova Tesis, p. 1 96).
* f) E n los casos en que deba dejarse aviso (conf. Reglamento General
de Organización y Funcionamiento del Poder Judicial de la Ciudad de
Buenos Aires, cap. IV, puntos: 2.18.8, 2.18.8.1 y 2.18.8.2, 2.18.8.3): si se
dio cumplimiento al aviso mencionado y comparece el oficial notificador al
día siguiente, dentro del horario previsto en el aviso, se constituye en el
domicilio ind icado en la diligencia y requiere la presencia del int eresado,
respondiendo una persona que diga ser encargado, con quien se
cumplimenta la notificación, es válida, en virtud de que las manifestaciones
del oficial de Justicia equivalen a las mencionadas en el art. 9 93 CCiv. con
relación a los ins trumentos públicos y hacen plena fe de la exi stencia
material de los hechos que el notificador afirma haber cumplido
personalmente, hasta tanto no se redarguya tal acto y sea declarada su
falsedad.
* g) C uando la notificación es personal: se inf iere que se refiere a las
personas físicas, ya que respecto de las personas jurídicas no procede la
notificación personal en virtud de su carácter ideal, teniendo entidad la
diligencia que se practique con alguna persona que haga la recepción en
nombre de la misma, por lo que no podría pretenderse que se obligara al
representante legal de la entidad -poder en mano- a esperar al día siguiente
al notificador. Si de la diligencia realizada -que reviste carácter
de ins trumento público- surgiere que fue recibida por un dependiente de la
parte demandada, tal acto es plenamente válido. Por lo tanto, si hubiese
sido recibida la cédula por una persona de la empresa, la diligencia en
cuestión guarda los recaudos para que produzca el emplazamiento
perseguido.
* h) C uando el oficial notificador no identifica claramente a la persona que
lo atendió, ni dónde fijó la cédula: aquí corresponde hacer lugar a
eventuales planteos de nulidad, no por el primer supuesto, ya que el
Reglamento General de Organización y Funcionamiento del Poder Judicial
de la Ciudad de Buenos Aires, cap. IV, punto 2.18.1, señala que el oficial
notificador debe "notificar a cualquier persona de la casa o edificio, cuando
se responda a los llamados y el requerido habite el lugar", y nada menciona
acerca de la ind ividualización de la persona que entrevista. Respecto de la
falta de identificación acerca de dónde dejó la cédula, la sala 1 ª del fuero
Contencioso Administrativo y Tributario local, en los aut os "Compañía
Meca S.A. v. DGR. (resolución 429/2000) s/r ecurso de apelación judicial",
ha destacado que "en materia de diligenciamiento de notificaciones, la
irregularidad constatada -que genera inc ertidumbre acerca de la modalidad
de su realización- es suficientemente grave como para impedir
al int eresado cumplir oportunamente con el acto procesal vinculado a la
resolución motivo de la notificación".
* i) C uando la persona que recibe la notificación resulta ser un inc apaz:
aquí resulta más difícil evaluar la validez del acto. ¿Se aparta de los
lineamientos establecidos en el Reglamento General de Organización y
Funcionamiento del Poder Judicial de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires? En principio, debemos tener en cuenta lo normado por el acápite
2.18 de la precitada norma, que establece que el oficial notificador deberá
"notificar a cualquier persona de la casa o edificio cuando se responda a los
llamados y el requerido habite el lugar".
Establecido lo anterior, surge palmariamente que el hecho de que la
cédula fuera recepcionada por un inc apaz, per se, no inv alida el acto,
puesto que si el inc apaz estaba aut orizado por sus padres para recibir la
correspondencia, son ellos quienes deben hacerse responsables si
el inc apaz no les ha entregado la pieza. Todo ello en el supuesto de que no
se discuta acerca de que la persona a quien debía notificarse viva en el
domicilio.
En cuanto al supuesto de que la pieza sea recibida por un menor,
Borda3 señala que no es exacto que los menores de catorce años carezcan
de discernimiento; por el contrario, lo tienen para numerosos e importantes
actos lícitos; a partir de los diez años, los menores pueden tomar la
posesión y tienen responsabilidad por los actos ilícitos y, además, están
capacitados para realizar un sinnúmero de pequeños contratos que aunque
considerados aisladamente tienen poca entidad, tomados en conjunto
revisten fundamental importancia en la vida cotidiana. Por ello, no sería nula
la cédula que fuera recibida por un menor. Por otra parte, es dable señalar
que -en principio- si un padre autoriza a su hijo a abrir la puerta, ello implica
que lo considera facultado para recibir, por ejemplo, correspondencia; por
ende, también sería idóneo para recibir una cédula que -se sobreentiende-
el menor entregará a sus progenitores.
* j) O tros casos: la simple omisión no causa nulidad cuando el aut o no es
apelable (C. Civ., sala B , LL 127-1124, sum. 15558), o cuando la
providencia no requiere la notificación por cédula (C. Civ., sala D , LL 135-
171: íd., sala A , LL 135-200, sum. 21549), ni cuando se notifica
directamente al accionante, si el apoderado se presentó al proceso como
consecuencia de ese acto y en tiempo (C. Civ., sala B , LL 140-827, sum.
25078), o cuando no se cuestiona la forma de notificación dispuesta por el
juez, dentro del término para hacerlo, y luego se discute sobre otra forma
para el mismo acto (como cuando se ordena notificar por nota y queda firme
y se discute la notificación defectuosa por cédula) (C. Civ., sala C , LL 147-
727, sum. 29190)4 . No es causal de nulidad la cédula firmada por letrado
patrocinante distinto del que actuó con anterioridad por la actora (C. Civ.,
sala B, LL 134-1-17, sum. 19900)5 .
Los casos especiales se podrían suceder ind efinidamente, pero tal vez la
garantía constitucional de derecho de defensa en juicio se vería
perfectamente tutelada si, al efectuar el acto de la notificación, se combinara
el buen criterio con las normas vigentes. O, al menos, se vería disminuida la
posibilidad de dictar nulidades de notificaciones, y con ello se vería
respetado el principio de celeridad procesal que debe imperar en todo
proceso.
Sin dudas, debe prevalecer la forma de notificación que mejor garantice la
defensa en juicio6 .
Deberán armonizarse los criterios hasta aquí exp uestos, conjugando el
carácter de funcionario público que ostenta el oficial notificador y el
consiguiente de ins trumento público que porta la cédula, con el respeto por
una tutela judicial efectiva.
Así lo ha entendido la Cámara del fuero en los fallos ya citados (entre
otros, sala 1 ª, "Fliguer v. GCBA. s/a mparo", sent. 1 65 del 17/7/2001).
La normativa precedentemente mencionada nos lleva a la conclusión de
que la discrepancia respecto de la validez de una notificación debiera darse
sólo en forma esporádica.
Sin embargo, en la práctica no es así, ya que durante la diligencia, el
oficial notificador debe decidir por sí solo -sobre la marcha- cuestiones y
circunstancias muchas veces no previstas en ninguna norma legal, y sería
de cumplimiento imposible el contemplar toda la casuística en una
normativa única. Así las cosas, ello queda librado al funcionario aludido,
quien debe aplicar su exp eriencia y su sentido común en la calle, fuera de
los tribunales, sin compañía y sin el escudo protector de la solemnidad. Por
cierto, tarea nada fácil. Tal vez la función nuestra de decretar la nulidad de
una diligencia desde nuestros escritorios, es mucho más sencilla que la de
ellos. Sin embargo, esto no puede llevarnos al ext remo de aceptar algunos
errores en que inc urren, en base a esta situación desventajosa en la que se
encuentran los oficiales notificadores. Por ende, no podemos soslayar que
algunas diligencias transcurren en forma rutinaria y sin dramatismo, y otras
tantas no.
No cabe duda de que en los departamentos judiciales de mayor
litigiosidad, a los funcionarios les resulta imposible disponer de tiempo para
realizar la diligencia cuidando todos los detalles que se hacen menester
para lograr la efectividad deseada.
Es por ello que debe buscarse un equilibrio entre los oficiales
notificadores, quienes deberán emplear al máximo sus habilidades y sentido
común para lograr eficacia en sus tareas; y los tribunales, que deberán
contemplar la situación desventajosa en la que se encuentran éstos, antes
de hacer efectiva la sanción prevista en la última parte del art. 1 32 CCAyT.
local, que prevé imputar al funcionario la responsabilidad, ya sea por acción
o por omisión, por dolo o por culpa, es decir, negligencia7 .
Pero, más allá de lo exp uesto, todas las partes int ervinientes en el
proceso notificatorio deberán respetar la máxima sentada por nuestra Corte
en relación con el concepto de notificaciones esenciales y su correlato con
la defensa en juicio: "Tal garantía fundamental (vgr., la defensa en juicio) se
traduce en el principio de contradicción o bilateralidad, el cual supone, en
sustancia, que las decisiones judiciales deben ser adoptadas previo traslado
a la parte contra la cual se pide, es decir, dándole oportunidad de defensa"
(Corte Sup., A.25 XXVII, 17/11/1994).
III. CONCLUSIONES
El efectivo control del respeto administrativo del derecho al procedimiento
administrativo debido es crucial. La concienciación administrativa del valor e
importancia del procedimiento también ha de pasar, no nos engañemos, por
la constatación cotidiana de que el inc umplimiento de su deber de buena
administración tiene consecuencias concretas. El estudio ha exp uesto las
diversas vías por las que ese control puede lograrse, dedicando especial
atención a la función que pueda ejercer la jurisdicción contencioso-
administrativa.
En un contexto de cambio tecnológico continuo y de ampliación de las
esferas de discrecionalidad técnica -el ámbito medioambiental es
un exc elente ejemplo en este sentido-, el control judicial se va a ver
abocado ante un posible dilema: o int ensificar el control sobre el resultado
del ejercicio de las potestades administrativas, mediante una escalada en el
uso agresivo de principios generales del Derecho limitadores, o abdicar de
todo control sobre el núcleo último de las decisiones del gobierno y de la
Administración. Ambos caminos, como se adivina, están llenos de sombras:
bien una posible inv asión de esferas constitucionalmente vedadas, bien
una renuncia al necesario papel judicial de control de la actividad
administrativa y de defensa de los derechos e int ereses de los ciudadanos,
respectivamente.
Ante este posible dilema exi ste otra opción. Se trata de considerar que la
dicotomía exp uesta no es cierta y que queda abierta una tercera vía: el
control efectivo sobre el modo de ejercicio de la discrecionalidad, a través
del procedimiento y la motivación, como modo judicial de garantizar que el
resultado discrecional final es razonable, como producto del cumplimiento
de los deberes jurídicos conectados a los principios constitucionales de
buen administración, y que el derecho a un procedimiento debido, a una
gestión de calidad, transparente, democrática y respetuosa con
los int ereses minoritarios, ha sido respetado. Este modo de control judicial
no exi ge, en ningún caso, la inv asión de ámbitos funcionales
correspondientes al Poder Ejecutivo. El control del procedimiento
administrativo, en este sentido, puede contribuir a compensar las
limitaciones int rínsecas del control judicial de la discrecionalidad
administrativa, puestas de relieve unánimemente por la doctrina, al hilo
del int eresante debate doctrinal comenzado en los años noventa del
pasado siglo, ya aludido.
Éste, consideramos nosotros, debería ser el camino que cautelosamente,
con conciencia de los riesgos, también aquí presentes y aludidos en el
trabajo, debiera recorrer el control judicial, si quiere mantenerse a la altura
de las exi gencias que una realidad cambiante y compleja y una sociedad
plural culturalmente van a imponer a nuestro Estado de Derecho.
Por otro lado, en nuestra opinión, los nuevos enfoques jurídicos
propuestos en este trabajo deberían permitir que el Derecho Administrativo,
sin abandonar en ningún momento su preocupación por la garantía de los
ciudadanos que se relacionan con la Administración, avance en la dirección
de contribuir al logro de decisiones administrativas de calidad y
acertadas149 .
En este sentido, como ya se apuntó, parece un rasgo del proceso de
globalización jurídica que está dando lugar al llamado Derecho
Administrativo Global o Derecho Administrativo Internacional el surgimiento
de diversos principios jurídicos procedimentales, más aún, de aut énticas
obligaciones jurídicas procedimentales ligadas al surgimiento de un derecho
a una buena administración150 .
Para concluir, debemos aclarar que si bien el trabajo es consciente de que
no todos los males administrativos tienen remedio mediante el
procedimiento de toma de decisiones -así como de que esta ins titución en
sí misma, como todas, es capaz de generar otros si se
utiliza ina decuadamente-, sólo pretende poner de relieve que una parte de
esos problemas, en nuestra opinión, nada despreciable, podría hallar alivio
si, jugando con el título de la conocida obra de Dworkin, el legislador, la
Administración, los órganos judiciales y la sociedad en general nos
tomáramos el derecho al procedimiento administrativo debido en serio.
Sólo así el Derecho Público podrá contribuir activamente a una evolución
histórica paulatina, que ha supuesto el tránsito desde las inm unidades del
poder al pleno control judicial, y que ha de culminar con el salto desde la
mera evitación de arbitrariedades al logro de una buena administración.
La posibilidad de impugnar judicialmente el acto que resuelve una denuncia de ilegitimidad, por
I. LA DECISIÓN JUDICIAL
El fallo dictado por la sala 2 ª de la Cámara en lo Contencioso
Administrativo y Tributario de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
en la causa "Frávega S.A. v. GCBA. s/i mpugnación actos
administrativos", aborda una int eresante cuestión a la que nos
hemos referido en algunas oportunidades 1 . Es aquella vinculada a
la posibilidad de impugnar judicialmente el acto a través del que se
resuelve una denuncia de ilegitimidad.
Conforme surge del relato efectuado en la sentencia, la actora
había impugnado ante la Administración el acto por medio del cual
aquélla le había impuesto una multa. Lo hizo, sin embargo, ocho
días hábiles después de haber vencido el plazo previsto
para int erponer el respectivo recurso. Ello provocó que no se le
habilitara la ins tancia judicial, al entender el a quo que se
encontraba firme la resolución contra la que ext emporáneamente
recurrió la accionante.
La sentencia dictada por la sala 2 ª de la referida Cámara,
conforme al voto de los jueces que formaron la mayoría, declaró
la inc onstitucionalidad del art. 9 4 Ley de Procedimientos
Administrativos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (LA 1997-
D-4350), en cuanto prescribe que "...l a decisión que resuelva la
denuncia de ilegitimidad será irrecurrible y no habilitará la ins tancia
judicial".
Tal int erpretación es coincidente con la que hemos venido
sosteniendo2 , conforme a la cual el acto que rechaza una denuncia
de ilegitimidad agota la vía administrativa y es posible interponer
contra aquél los recursos administrativos que correspondan o acudir
a la justicia si se encontrare agotada tal vía.
2. Control administrativo
La PTN, en el dictamen en comentario, avanza sobre la línea jurisprudencial reseñada al sostener
que ni siquiera la propia Administración en su sede puede volver sobre un recurso que ha sido tratado y
resuelto como tal, para calificarlo como denuncia de ilegitimidad.
El argumento dado por la jurisprudencia, analizado en el punto anterior, no resulta aplicable por la
propia Administración, razón por la cual la PTN funda su doctrina en la "teoría del acto propio" y en el
"principio de no retroacción". El alto organismo int erpreta que el Estado es "el primer obligado ético y
jurídico"6 a actuar en forma coherente con el comportamiento jurídico que ha sostenido en el pasado.
IV. CONCLUSIONES
La doctrina de la PTN aquí reseñada preocupada por garantizar al justiciable que una vez que se
halla dado curso a un recurso y se le dé tratamiento como tal resulte imposible dejar dicha decisión sin
efecto en sede administrativa, para tratarlo como denuncia de ilegitimidad y los diferentes precedentes
jurisprudenciales citados que más allá de las diferentes situaciones sobre las que deciden comparten la
finalidad de habilitar el control de una decisión administrativa, ind ependientemente de la temporaneidad
del recurso administrativo inc oado a su respecto permiten conjeturar que el ins tituto de la denuncia de
ilegitimidad abrirá en lo sucesivo nuevos horizontes a la garantía de defensa en juicio y el derecho de
acceso a la justicia.
En definitiva, se encuentra en crisis la denominada perentoriedad del término para int erponer
recursos administrativos. Una nueva sensibilidad jurídica, puesta de manifiesto en los
casos exa minados, parece contraria a aceptar que por el transcurso de un breve lapso, durante el curso
de un procedimiento en el que el particular puede haber participado sin asesoramiento, se pierda
definitivamente el derecho a la jurisdicción27 .
EL RECURSO DE ALZADA1
V. TRÁMITE
Presentado el recurso de alzada, el órgano superior del ente aut árquico
debe proceder a su inm ediata remisión a la ins tancia superior ante la que
tramitará el recurso78 . No puede examinar si el recurso reúne los requisitos
formales, ni puede intimar a su cumplimiento, pues las facultades
ordenatorias del procedimiento corresponden a la referida instancia
superior79 .
En caso de que el recurso de alzada se hubiera deducido en subsidio de
los recursos de apelación o de reconsideración, la elevación deberá
producirse de inm ediato de rechazados exp resamente estos recursos, o a
petición de parte en caso de denegatoria tácita80 .
La int erposición del recurso carece de efectos suspensivos, salvo que
dispusiere lo contrario la aut oridad con facultades para resolverlo81 .
La ins tancia encargada de tramitar el recurso es, en principio, la
subsecretaría o secretaría pertinente, del ministerio en cuya jurisdicción
actúe la entidad aut árquica cuyo órgano superior emitió el acto recurrido 82 .
En ceso de deficiencias formales del recurso, ella puede intimar al
recurrente a subsanarlas, en un plazo perentorio, bajo apercibimiento de de-
sestimar la impugnación83 . Ante ella, y dentro de los cinco días de que
hubiera recibido las actuaciones, el recurrente puede ampliar los
fundamentos de su recurso, en caso de tratarse de un recurso de alzada
deducido en subsidio de los recursos de apelación o de reconsideración 84 .
La misma instancia, debe disponer en su caso la apertura a prueba y poner
el expediente para alegar85 . Debe también requerir, en forma obligatoria, el
dictamen de su servicio jurídico permanente; y el de la Procuración del
Tesoro de la Nación, si mediaran cuestiones jurídicas complejas, o
estuviese comprometido el erario público o fuere preciso establecer
jurisprudencia administrativa uniforme86 . Cuando el recurso de alzada verse
sobre cuestiones vinculadas al personal civil, el dictamen de la Procuración
del Tesoro de la Nación sólo puede solicitarse cuando corresponda
establecer jurisprudencia administrativa uniforme, cuando la índole del
interés económico lo justifique, o cuando el Poder Ejecutivo lo requiera87 .
El recurso debe ser resuelto dentro de los sesenta días de recibidas las
actuaciones por la ins tancia superior, o de presentados los alegatos, o de
haber vencido el término para hacerlo, en caso de que el recurso se hubiera
abierto a prueba88 .
VI. RESOLUCIÓN
La resolución del recurso de alzada corresponde en principio al ministro
en cuya jurisdicción actúa la entidad aut árquica, en virtud de la trasferencia
de las facultades al respecto, del presidente de la Nación89 .
Es habitual que la resolución exa mine, en primer término, si el recurso de
alzada es o no formalmente procedente. Si lo considera admisible, el
pronunciamiento debe limitarse, en principio, a la revocación o confirmación
del acto cuestionado90 . Aunque puede modificarlo o sustituirlo, si existen
razones para ello91 . En caso de que la resolución se limite a anular el acto
recurrido, y sea preciso que el ente autárquico dicte un nuevo acto para
sustituirlo, este nuevo acto deberá ajustarse a la declaratoria que haya
efectuado la instancia superior92 .
En el recurso de alzada no cabe imposición de costas 93 por lo que debe
considerarse que éstas se soportan por su orden.
En caso de que venciera el plazo para dictar resolución, el int eresado
puede considerar el recurso denegado tácitamente, sin necesidad de
requerir pronto despacho94 . Sin embargo, mientras el interesado no inicie la
acción o recurso judicial, la instancia superior continúa obligada a resolver el
recurso95 .
También se considera como denegatoria tácita, la orden que dispone
archivar las actuaciones, pendiente (le resolución el recurso96 .
VII. QUEJA
Si la entidad aut árquica no eleva el recurso a la ins tancia superior, sea
por simple demora, o por considerarse aut orizada para requerir el
cumplimiento de recaudos formales, o directamente por
declarar ina dmisible el recurso, el int eresado puede recurrir en queja al
superior, por inc umplimiento del plazo legal para la elevación o por defectos
de la tramitación97 .
La queja se deduce directamente ante la ins tancia superior, y debe ser
resuelta en cinco días, previo requerimiento de un inf orme a la
entidad aut árquica, si se considera necesario98 .
Sin embargo, la deducción de la queja puede generar una cuestión
disciplinaria, para el agente que debió proceder a la remisión y para su
superior jerárquico99 . Por ello, resulta aconsejable recurrir a esta vía con
particular mesura.
Al río Paraná. "Por doquiera que pase este río, todo ser viviente
que en él se mueva vivirá; los peces serán muy abundantes,
porque hasta donde lleguen estas aguas todo quedará saneado;
la vida prosperará hasta donde llegue este río"(Sagrada Biblia,
libro Ezequiel, 47, 9).