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PASTORAL DE
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UNIDDAD 2
EDUCACIÓN
SUPERIOR

MÓDULO 1
CONTEXTOS CULTURALES Y RELIGIOSOS
EN LOS QUE SE DESARROLLA
LA PASTORAL EN EDUCACIÓN SUPERIOR

Segunda Unidad
La Misión de las Instituciones Católicas
de Educación Superior

Dr. Fernando Vergara


Filósofo
Conferencia
Episcopal
C H I L E

Instituto
de Pastoral Juvenil
UCSH

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DIPLOMADO EN
PASTORAL DE
EDUCACIÓN
SUPERIOR
MÓDULO 1

©Instituto de Pastoral Juvenil UCSH, 2021

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Título Original:
Cuaderno Nº 1.
MÓDULO 1
CONTEXTOS CULTURALES Y RELIGIOSOS
EN LOS QUE SE DESARROLLA
LA PASTORAL EN EDUCACIÓN SUPERIOR

Segunda Unidad
La Misión de las Instituciones Católicas
de Educación Superior

Santiago de Chile, julio de 2021.

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MÓDULO 1

Contenido

Introducción ................................................................... 05

Cultura latinoamericana y religión .................................. 06

Diálogo fe-razón-cultura ................................................. 11

Líneas maestras para las instituciones católicas


de educación superior: Ex corde ecclesiae ..................... 19

La misión de las instituciones católicas


de educación superior para Francisco.............................. 27

Bibliografía...................................................................... 31

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1 Introducción

Las instituciones católicas de educación superior están llamadas a


encarnar el encuentro entre la persona y Dios desde las categorías
racionales y en constante diálogo con la cultura, para la búsqueda
común de la verdad. Aquí es necesario establecer que el diálogo
entre fe-cultura, fe-razón, es un diálogo para el engrandecimiento
humano, es decir, para la humanización del trasfondo antropológico
de las grandes experiencias y convicciones de la fe cristiana
como fuente de conocimiento que se encuentra con la fuente de
conocimiento racional para el encuentro entre razón y fe, pues
se necesitan mutuamente para realizar su verdadera naturaleza y
misión. En lo siguiente, se pasa revista a los elementos esenciales
de aquello que hace que una Institución educativa sea católica en
diálogo con la cultura contemporánea. Desde la mirada de Juan
Pablo II y Francisco, se establecerán las líneas fundamentales
para la Misión e Identidad de la labora académica y pastoral de
las instituciones católica de educación superior. Sus funciones son
variadas, pero convergentes: integración del saber, es decir , la
transmisión competente de los conocimientos, con rigor científico,
diálogo entre fe y razón , ambas se interrelacionan entre sí una,
la una sin la otra están abocadas al error, la preocupación ética,
es necesario abrir un camino en las conciencias de todos los que
forman la comunidad formativa, aprender a mirar y descubrir al
otro y el diálogo intercultural, es imprescindible tomar conciencia
de la importancia de no renunciar al diálogo con la cultura moderna
y que ese diálogo construye cultura.

Fernando J. Vergara Henríquez.1

1 Es el Vicerrector de Identidad y Desarrollo Estudiantil de la


Universidad Católica silva Henríquez. Es Doctor en Filosofía por la
Universidad de Deusto, España. Magíster en Ética Social y Desarrollo
Humano por la Universidad Alberto Hurtado-ILADES. Licenciado
en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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2 Cultura latinoamericana y religión

La historia de América Latina no ha sido fácil. La lejanía en el tiempo


de los inicios del proceso de síntesis que devino en Latinoamérica
y las enormes diferencias de mentalidad con la época actual,
plantea también sus dificultades para una aproximación objetiva.
La primera evangelización se encontró con «dificultades tan
enormes como inéditas» (Puebla, 6). Se vio entonces el despliegue
de una inmensa capacidad creadora en la presencia de una vasta
legión de misioneros y constructores de cultura. Superando
obstáculos se forjó una síntesis cultural mestiza, aún inacabada,
que encontró en la fe estímulo e impulso fecundo. Así pues, como
señalan los Obispos en Puebla, «acicateada por las contradicciones
y desgarramientos de aquellos tiempos fundadores y en medio
de un gigantesco proceso de dominaciones y culturas, aún no
concluido, la evangelización constituyente de la América Latina es
uno de los capítulos relevantes de la historia de la Iglesia» (Puebla,
6). Por tanto, América e Iglesia encuentran en la evangelización
americana un accionar de fe y cultura, una acción del mismo Dios
en la cultura americana, y la Iglesia encuentra su misión.

Las creencias religiosas contenidas en la religión pueden ser


consideradas como representaciones elaboradas por los seres
humanos para afrontar y conjurar el azar, la incertidumbre,
la angustia existencial y la muerte. Su función radicaría en
consolidar una confianza existencial que bloquee la desasosegante
autointerrogación a la que conduce la inteligencia. Esta circunstancia
atestigua la urgente necesidad antropológica del ser humano para
aferrarse a ciertas representaciones supuestamente irracionales
que el evolucionismo y el positivismo, dominantes en el siglo XIX,
habían lanzado como sinónimo de anacronismo. El despliegue de
la racionalidad moderna no ha conseguido que decline lo sagrado,
bien por el contrario, se transluce una persistencia de éste que
debiera ser motivo de sugerente reflexión. Existe un doble plano en

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la condición humana que difícilmente debería entremezclarse: lo

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racional y lo irracional. Mientras el primero es fundamentalmente
racionalizador, teorético e intelectualista, el segundo lo es
fantasioso, imaginativo y a-lógico. El primero nos permite explicar
con rigor, certeza y credibilidad el funcionamiento del mundo,
mientras el segundo nos ayuda en el deambular existencial
comprometiéndose en la interioridad de nuestras vivencias, en la
significación propiamente humana de nuestra experiencia vital.

Lo sagrado constituye el nomos inviolable y aproblematizado


que nutre, en cuanto matriz de significación central, de sentido
a la vida de los individuos. La religión, pues, es una respuesta
simbólico-cultural que brota para llenar de sentido a la urgencia
humana por transcender su destino natural. Ahora bien, es preciso
reconocer que, a priori, toda elaboración de sentido responde a la
necesidad de cerrar una herida previa que es preciso suturar, pero
que, por ello, predispone a la condición humana a una fragilidad, a
un suelo siempre tornadizo y maleable que potencialmente puede
deslizarse con facilidad en el abismo del caos o la anomía. En
suma, toda construcción de sentido está inevitablemente sujeta a
la precariedad, de ahí la necesidad de connaturalizar un orden de
significación sólido.

El mundo es esencialmente caos, abismo. El hombre necesita, pues,


negar el abismo que se abre amenazante sobre su experiencia
existencial, de ahí que produzca una siempre frágil capa que lo
aísle del sinsentido, que encubra el caos que pueda socavar tanto
la integridad individual como la social. Mediante la fijación al orden
de lo sagrado, este caos es finalmente reconocido bajo una figura y
ubicado en un territorio simbólico para ser objeto de permanente
ocultación.

Las sociedades tradicionales descansan sobre una matriz de


significación última y homogénea que, encarnada en la religión,
otorga coherencia y plausibilidad al mundo. Las representaciones
religiosas contribuyen a configurar un común código de sentido
que conserva un orden social en donde no se admite la posibilidad
de fisuras o la amenaza de nuevas problematizaciones. De este

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modo, ofertan una seguridad existencial que protege, aún con un


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grado lógico de vulnerabilidad, frente a los inciertos avatares a


los que se encuentra sometido el destino de las sociedades. Los
diferentes planos en los que se desenvuelve el orden de lo cotidiano
están en estrecha ligazón y sintonía con un sentido fundante y
nuclear sobre el que se vertebra la totalidad del acontecer social.
El ámbito de lo profano adquiere una entidad propia en función
de una constelación de significado fundamental que es preciso
salvaguardar de toda intromisión externa.

En este modelo de sociedades, la religión constituye el mecanismo a


través del cual se legitima la significación de la realidad socialmente
establecida. En este sentido, la legitimación del mundo respaldada
por la religión goza de una especial firmeza y reporta una gran
seguridad, puesto que el orden y la coherencia del mundo descansa
sobre una instancia última exenta de una autointerrogadora
problematización, lo que sólo puede alcanzarse mediante la
apelación a un orden transcendente que, por definición, es inmune
a las vicisitudes del devenir histórico. En ello, radicaría su ventaja
de cara a la consecución de una firme integración social que evite
un movimiento a-nómico. Por el contrario, su desventaja funcional
radicaría en su intrínseco inmovilismo y homogeneidad que
bloquearían definiciones de realidad alternativa a la socialmente
dominante, fomentando una fuerte coacción social sobre las
conciencias individuales e impidiendo la posibilidad de elección
del destino individual y colectivo.

Como complemento al depósito de sentido último que legitima la


realidad instituida, y como ya anunciábamos anteriormente, las
sociedades tradicionales albergan un alto grado de integración y
cohesión social. Durkheim mostró cómo la religión era una unitaria
representación del mundo en torno a la que se fortalecían lazos de
congregación social que, por otra parte, era obligado reinstaurar
periódicamente para consolidar un sentimiento de comunidad. Así
pues, la religión se configura por medio de prácticas y rituales de
culto, en coordenadas espaciotemporales concretas, encargados
de reafirmar la integridad social. Las sociedades tradicionales

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descansan sobre un ideal común compartido en torno al cual se

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aglutinan la multiplicidad de conciencias individuales. Afirma
Durkheim, a este respecto: «Es porque la sociedad no puede dejar
sentir su influencia si no está en acto, y no está en acto más que si
los individuos que la componen se encuentran reunidos y actúan
en común. Es por medio de la acción común como adquiere
conciencia de sí misma y se hace presente. Es ante todo una
cooperación activa. Las ideas y los sentimientos sólo son posibles
gracias a los movimientos externos que los simbolizan, tal como
hemos demostrado. Así pues, es la acción la que domina la vida
religiosa por la sola razón de que la sociedad constituye su fuente
originaria» (Durkheim, 1982: 390).

La religión, en este contexto, construiría una identidad colectiva


sólida que impediría la desintegración social y que, al mismo
tiempo, inmunizaría a las conciencias individuales ante toda
tentativa anómica. Además, la integración social se reconstituiría
mediante una coparticipación en una simbología común, por lo
que el símbolo es el elemento emblemático en torno al cual se
nuclea un sentimiento de comunidad. Por otra parte, el símbolo nos
remitiría a un orden de inmaterialidad, a una autorrepresentación
social, sobre la que, obligatoriamente, se edifica toda sociedad.
Este tipo de sociedades albergarían un mínimo grado de desorden
explícito, de anomía, aunque nunca excesivamente preocupante
para el mantenimiento del orden social.

En directa relación con lo anterior, se encuentra el término


de cultura abordado tanto por tradiciones teóricas desde la
antropología, pasando por la filosofía, la biología, la historia,
sociología, etc. Repasemos someramente, el multisignificado, la
polisemia conceptual de cultura:

1. La cultura es aprendida. La cultura no se hereda genéticamente,


sino que se adquiere a través del aprendizaje continuado. Desde
el nacimiento hasta la muerte, el individuo va aprendiendo los
diferentes códigos culturales del grupo humano, por extensión
de la sociedad, donde vive, donde se desarrolla. El aprendizaje
se realiza, en primer lugar, por la transmisión del bagaje cultural

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de los más mayores hacia los más pequeños, pero también


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con el aprendizaje a lo largo de la vida del individuo. En el


aprendizaje intervienen diferentes medios y diversos contextos.
Los medios pueden ser formales e informales. El primero, el
formal, es el caso del aprendizaje reglado o normalizado,
que es denominado educación. El segundo, el informal, es
un aprendizaje no reglado que tiene que ver con la propia
observación o mecanismos de socialización y enculturación.
Los contextos donde se desenvuelve el individuo, desde el
grupo familiar a la escuela, pasando por el grupo de pares, el
trabajo, el espacio de ocio, etc. Esta característica de la cultura
repercute en el fenómeno de las migraciones transnacionales al
poner de relieve el bagaje cultural que porta el inmigrante: no
se trata de un ser vacío de referentes o contenidos culturales,
es portador de un “capital cultural” que les permite adaptarse
a la nueva situación del contacto cultural.

2. La cultura sirve para construir la realidad. A través de la cultura


los miembros de un grupo humano construyen la realidad,
les sirve para interpretarla y entenderla; conforma el tiempo,
el espacio, el conocimiento, las emociones, las ideas, etc. La
importancia que tiene en el mundo de las migraciones estriba en
que ayuda a comprender las percepciones del inmigrante sobre
su cultura, es decir, qué piensa y cómo puede estereotiparla en
destino y cómo ve la nueva cultura del país receptor.

3. La cultura se conforma por símbolos. Una de las características


del ser humano es su capacidad para comunicarse
abstractamente, para ello elabora símbolos que den sentido a
sus mensajes. A través de los símbolos los hombres transmiten
sus conocimientos, sus normas, sus costumbres, sus valores,
etc. De todos los sistemas simbólicos el que más importancia
presenta es el lenguaje, ya que él sólo sirve para la creación de
cultura.

4. La cultura es un sistema integrado compuesto por instituciones


y normas en interrelación, complemento y tensión de unas
con otras. Esta disposición permite entender el peso de

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determinadas acciones culturales del inmigrante, o el sentido

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de un rasgo cultural.

5. La cultura se comparte diferencialmente. Dentro de cada


grupo social sus miembros no viven la cultura de la misma
manera, hay diferencias en su acervo cultural que dependen
de factores como su distinta procedencia (rural o urbana), sus
clases sociales, su género, el grupo de edad al que pertenezca,
en definitiva, por las diferentes subculturas que se generan en
su interior.

6. La cultura es adaptativa y por tanto cambiante. Su función


se manifiesta en dos sentidos: uno general, que significa
que el conocimiento transmitido socialmente es el principal
mecanismo de adaptación de la especie humana; otro
específico, que significa que cada cultura es un estilo de vida
que capacita a un grupo de gente para sobrevivir y reproducirse
en un entorno particular.

3 Diálogo fe-razón-cultura

Las instituciones católicas de educación superior están llamadas a


encarnar el encuentro entre la persona y Dios desde las categorías
racionales y relacionales para un constante diálogo con la cultura,
para la búsqueda común de la verdad. Aquí es necesario establecer
que el diálogo entre fe-cultura, fe-razón, es un diálogo para el
engrandecimiento humano, es decir, para la humanización del
trasfondo antropológico de las grandes experiencias y convicciones
de la fe cristiana como fuente de conocimiento que se encuentra
con la fuente de conocimiento racional para el encuentro entre
razón y fe, pues se necesitan mutuamente para realizar su verdadera
naturaleza y misión (Spe Salvi, 35). Ante la Universidad de Ratisbona,
Benedicto XVI en su discurso afirmaba: «En el mundo occidental
está muy difundida la opinión según la cual solo la razón positivista
y las formas de la filosofía derivadas de ella son universales. Pero

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las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que


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precisamente esta exclusión de lo divino de la universalidad de la


razón constituye un ataque a sus convicciones más íntimas. Una
razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las
subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas […]
escuchar las grandes experiencias y convicciones de las tradiciones
religiosas de la humanidad, especialmente las de la fe cristiana,
constituye una fuente de conocimiento; oponerse a ella sería una
grave limitación de nuestra escucha y de nuestra respuesta […]
Occidente, desde hace mucho, está amenazado por esta aversión
a los interrogantes fundamentales de su razón, y así solo puede
sufrir una gran pérdida. La valentía para abrirse a la amplitud de
la razón, y no la negación de su grandeza, es el programa […] En el
diálogo de las culturas invitamos a nuestros interlocutores a este
gran logos, a esta amplitud de la razón».

La filosofía y la teología son cómplices en la búsqueda de aquello


que subyace y fundamenta la realidad, le da sentido, orden,
jerarquía y valor. Como también de aquello que le trasciende al
ser humano desde la inmanencia y le proyecta a la plenitud. La
teología con las herramientas conceptuales de la filosofía ha hecho
entendible y razonable la experiencia histórica de la fe; la filosofía
con las categorías trascendentales de la teología ha evitado que
la filosofía sea capturada por la instrumentalización del saber.
Además, cada una desde su legítima diferencia, no se traicionan
en su identidad al buscar juntas las bases explicativas sobre la
experiencia que hace el ser humano en la historia y de la existencia
en comunidad. Considero que las claves coimplicativas, es la de
sentido, subjetividad y diálogo.

¿Cómo la teología busca la verdad, si resuelve todo en Dios o con


Dios? ¿Cómo la filosofía busca el fundamento, si resuelve todo
en teorías sobre teorías? Como la teología espera, la filosofía
no; pero ambas se encuentran y se distancian, no para discutir
entre ellas, discusión estéril, pues la verdadera batalla conceptual
y trascendental no es entre ellas, sino con lo inconceptuable, lo
irracional, lo maligno y contradictorio de este mundo que hay que

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comprender y darle valor y sentido. Toda resistencia e insatisfacción

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sobre el mundo genera saber y cultura. Las preguntas inmanentes de
la filosofía son reimpulsadas por la teología al plano trascendente.
Tienen una mutua dependencia, una mutua subordinación o co(i)
mplicación. Ambas interpretan impertinentemente a la realidad,
la cuestionan desde sus fundamentos, su estructura y su destino.

La filosofía desata los nudos de pensamientos hechos por Dios.


Mientras permanezcamos confinados dentro del ámbito de
los conceptos, seguiremos sin comprender la naturaleza no
permanente de la realidad. Asimismo, mientras permanezcamos
pendientes de solo mirar el horizonte descuidando lo inmanente,
seguiremos sin comprender la naturaleza trascendente de la
verdad.

Nuestra humanidad es una humanidad inacabada, por ello, se


plantea preguntas que humanizan la historia y ésta, deja lugar a
la acción de Dios en ella. La teología sin filosofía queda reducida a
una ritualidad entregada a la Gracia. La filosofía sin teología queda
reducida al discurso de la ideología.

El diálogo fe-cultura es una parte esencial de la misión evangelizadora


de la Iglesia. El Concilio Vaticano II representó un momento fuerte
de autoconciencia de la Iglesia sobre este diálogo evangelizador
ante la compleja cultura que se forjaba a fines del segundo milenio.
La constitución pastoral Gaudium et spes —aunque sin excluir
todos los otros documentos conciliares— puede ser comprendida
en su dedicación específica al tema de la cultura, dentro de esa
perspectiva dialogal. Desde entonces, la atención que los pontífices
han dedicado a la cuestión cultural ha ido in crescendo. Pablo VI,
en Evangelii nuntiandi, habiendo calificado la ruptura entre la fe y
la cultura como «el drama de nuestro tiempo», acuñó la expresión
«evangelización de la cultura» para indicar la disposición que se
hacía necesaria para que la Iglesia responda a ese drama1. Juan
Pablo II, que puso la cuestión del vínculo entre la fe y la cultura como
hilo conductor de prácticamente todo su pontificado, creó en 1982
el Consejo Pontificio de la Cultura como expresión de la conciencia
de que «el diálogo de la Iglesia con las culturas de nuestro tiempo

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es un campo vital, donde se juega el destino del mundo» (GS 53a).


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También se puede comprender la cultura en relación con el ámbito


del sentido. El ser humano habita el mundo comprendiéndolo,
creando un mundo de sentido. Cada pueblo, cada época, refleja
en la cultura su comprensión del mundo. En esta perspectiva dice
el Concilio que la persona humana no puede acceder a la “plena y
verdadera humanidad” sino a través de la cultura. La constitución
pastoral Gaudium et Spes, específicamente, el número 53, resaltó
que «el sujeto de la cultura, el protagonista, el centro fundamental
de la cultura es la persona humana». Y quiso hacer, además una
teología de la cultura (n. 57 y 58), es decir, intentó aproximarse a
ella desde la revelación para descubrir a la luz de esta el significado
de la cultura en la historia salvífica. Pero, rehusó tomar como
punto de partida el dato revelado, a fin de iniciar su diálogo por
lo más conocido al hombre de hoy, cristiano o no. En este sentido,
para los participantes del Concilio, lo primero fue ver los hechos y
preguntarse qué es la cultura (n. 53-55). La teología de la cultura
elaborada por la GS es pues el fruto del diálogo entre la Iglesia y la
cultura, entre la fe y la cultura, entre la teología y la cultura actual.

De todos estos significados, encontramos en la GS tres de ellos.


En efecto, el verbo colere, por ejemplo, aparece en el n. 53 como
cultivo de los bienes de la naturaleza y de los valores. También
encontramos el término cultus en su acepción clásica, como
«cultivo humano y civil» (GS 53c). Finalmente, la palabra cultura
acompañada del adjetivo humana, es decir, «cultura humana» (GS
53c; GS 56g).

La evangelización de las culturas es uno de los grandes temas


del magisterio de Juan Pablo II, aunque la expresión proviene de
Pablo VI. También ha sido asumida por Benedicto XVI: «la misma
Palabra puede y tiene que transmitirse en culturas diferentes,
transfigurándolas desde dentro, mediante lo que el Papa Pablo VI
llamó la evangelización de las culturas». Si la inculturación pone el
acento en la inserción del Evangelio en la cultura, la evangelización
incide especialmente en la transformación de la cultura desde el
Evangelio. Juan Pablo II indicó que la nueva evangelización pide

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«un esfuerzo lúcido, serio y ordenado para evangelizar la cultura».

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Se trata de llevar a Cristo al corazón de la vida humana. Sigue
siendo iluminador lo que dijo Evangelii nuntiandi: el objetivo es
transformar desde dentro la cultura hasta alcanzar «los criterios de
juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas
de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de
la humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios y el
designio de salvación» (EN, 19). Se trata entonces de impulsar una
cultura que tenga como centro a Cristo.

La relación entre una identidad que se construye y una misión


que se alcanza es fundamental relevarla internamente, expresarla
coherentemente, comunicarla amablemente y compartirla
comunitariamente. La identidad que nos anima deambula por
todas y cada una de las actividades de las Instituciones Católicas de
Educación Superior, expresa lo más propio, pero a la vez lo menos
visible de nuestras instituciones. La identidad es una metáfora, un
horizonte y un anhelo, pero también una certeza, un abrigo y una
complicidad. El reconocernos protagonistas en la formación de
una comunidad universitaria significa reconocernos cómplices de
un objetivo común, de una tarea colectiva que se delata en una
sintonía tácita que se expresa desde el saludo matinal, pasando
por la preocupación por el otro y otra hasta en las altas decisiones
institucionales. Los valores son decisiones, es decir, están fundados
en la libertad, pues expresan una opción, una elección que se valida
socialmente: nunca un valor es individual o autónomo, siempre
es social y vinculante, pues nunca elegimos sin considerar al otro
y menos que nuestras elecciones tengan una consecuencia en el
otro.

¿Por qué es importante la identidad? El tema de la identidad


preocupa, pues sin identidad no hay pasado, presente y menos
futuro. En la identidad se juegan factores o elementos que hoy
están seriamente puestos en entredicho, por ejemplo, la familia,
el trabajo y la religión como bases de nuestra sociedad. El
debilitamiento o transformación del modelo de familia heredado,
repercute directamente en las relaciones sociales con su marcada

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democratización de los roles en su interior como en su proyección


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comunitaria, planteando la pregunta por la estructuración de la


identidad a lo largo de historia personal de los componentes de
la familia como proyecto personal, social y cultural; el trabajo por
su parte, ha dejado de ser el lugar de realización e identificación
especialmente del adulto, donde lo que se es dependía del trabajo
realizado, donde se producía una suerte de “alineamiento” mental,
sentimental, profesional y humano bajo la forma de una “contrato
para toda la vida” entre el trabajador y la empresa o institución,
cumpliéndose la carga de sentido de lo humano. Actualmente, el
capitalismo y nuestra cultura exitista a través del consumo han
modificado nuestra perspectiva valórica y sociocultural, haciendo
del trabajo un lugar transitorio, rompiendo la estabilidad necesaria
para planificar la vida y el futuro; finalmente, lo religioso se ha
individualizado y subjetivizado, reduciendo la tradición religiosa a
una suerte de orientación vital optativa con un menú abierto según
el consumidor. Vemos cómo la identidad se opaca y se desperdiga,
afectando el entramado social como un tejido apretado en el que
lo comunitario, lo cultural, lo emocional cobran sentido personal y
colectivo como construcción de vida significativa.

Las Instituciones Católicas de Educación Superior como centros


de saberes y quehaceres, son un espacio de desarrollo intelectual,
científico, técnico y social con un profundo énfasis valórico-cultural
en sintonía con el pluralismo, la democracia y la civilidad; son una
comunidad de académicos y profesores fundada en la libertad
académica y cuya función principal es otorgar grados académicos.
Por su parte, una “institución católica”, ¿es simplemente un adjetivo
de poco peso?, ¿qué hace que la catolicidad de una institución
represente, por ejemplo, calidad académica, infraestructura,
programas, vinculación, intercambio, etc.? ¿Qué hace que una
institución de educación superior sea católica? O, mejor dicho,
¿Qué hace que sea católica en comparación con otra que no lo
es? Una institución es católica cuando esa misma comunidad
de profesores y académicos entran en constante y fructífero
diálogo con la cultura, con la ciencia y la historia. Así de simple
y así de desafiante. Una universidad no es católica simplemente

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por su expresar su confesionalidad adjetivada, ni siquiera por

UNIDDAD 2
una estética iconoclasta religiosa ni por las ceremonias religiosas
que celebra. Una universidad es católica cuando una comunidad
académica y profesional, en constante diálogo con la sociedad,
anuncia una verdad que trasciende el tiempo y nos compromete
fraternalmente. Una institución de educación superior es católica
cuando una comunidad académica tiene como horizonte al otro, a
la sociedad que necesita soluciones para problemáticas urgentes;
cuando está al servicio de la sociedad, sobre todo de aquellos que
necesitan que el saber no se restringa para algunos, sino que ese
saber esté al servicio de todos y todas. Una institución es católica
cuando recuerda las preguntas fundamentales del ser humano;
cuando plantea los grandes temas de la sociedad actual, cuando
mirando hacia atrás no pierde el presente para construir un futuro.

Las instituciones de educación superior en cuanto católicas están


llamadas en lo sustancial al diálogo con la cultura contemporánea
desde la verdad de fe; es una aproximación a la realidad de una
lectura de los signos de los tiempos con el fin de precisar la identidad
y misión como su orientación medular y función fundamental: ser
consciencia crítica de la sociedad desde las categorías del Evangelio
mencionada por Jesús en el Evangelio (Mt 16,3) y destacada por
el Concilio Vaticano II: «Es propio de todo el Pueblo de Dios,
pero principalmente de los pastores y de los teólogos, auscultar,
discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples
voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina,
a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor
entendida y expresada en forma más adecuada (Gaudium et spes,
44).» Por ellos, es fundamental un discernimiento teológico sobre
la acción de Dios en la realidad actual y situada, el cual, en diálogo
con la Palabra escrita, nos orienta con el fin de conocer la función
de la institución católica en su misión. Por su parte, la identidad de
la institución católica hace referencia a su ser o deber ser propios
y la misión a su quehacer en la sociedad en que se halla inserta
y tiene influencia. Desde esta perspectiva, la identidad sería lo
permanente y la misión lo variable de acuerdo con su ubicación
espaciotemporal y sociocultural. Lo fundamental es la relación

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entre identidad y misión al saber escuchar y reconocer los signos


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de los tiempos para una acción académica coherente y relevante


para la sociedad.

Los documentos eclesiales que marcan un rumbo a las


universidades y las instituciones católicas de educación superior
en América Latina son, a nivel global, la Constitución Apostólica
Ex corde ecclasiae y, a nivel, local, las orientaciones que surgen
del Documento Final de la V Conferencia General de los Obispos
Latinoamericanos en Aparecida, Brasil (2007). En el Documento
Final de Aparecida, los puntos 341 a 346 se refieren a las
universidades y centros superiores de educación católica. Se valora
que sus actividades se centren en “una investigación realizada a
la luz del mensaje cristiano”, que preparen personas capaces de
un juicio crítico y racional que valoren la dignidad de la persona
humana y que ofrezcan una formación profesional para el servicio
en un contexto de diálogo entre fe y cultura (341). Se subraya la
responsabilidad de la universidad católica para desarrollar este
diálogo entre fe, razón y cultura y la formación en Doctrina Social
y Moral de la Iglesia (342). La pastoral universitaria debe asimismo
promover el encuentro con Jesucristo y un compromiso solidario
y misionero. También debe promover vías de comunicación con
otras universidades (343). Se aprecia el aporte de los institutos de
teología y pastoral que forman líderes (344) y se invita a profundizar
la reflexión postconciliar de la iglesia latinoamericana “a fin de
fortalecer nuestra propia identidad, desarrollar la creatividad
pastoral y potenciar lo nuestro” (345).

La Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae. Sobre las


universidades católicas define claramente el objetivo de toda
universidad católica como de toda institución católica de educación
superior: «garantizar de forma institucional una presencia cristiana
en el mundo universitario frente a los grandes problemas de la
sociedad y de la cultura» (ECE, 12). Además de promoverla en
términos generales, la institución católica de educación superior
«ayuda a trasmitir la cultura local a las generaciones futuras» y
«está abierta a toda experiencia humana, pronta al diálogo y a la

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percepción de cualquier cultura» (ECE, 43). Se puede desglosar

UNIDDAD 2
de las palabras de Juan Pablo II, que la institución católica de
educación superior es un eje de desarrollo humano e integral como
también núcleo para el surgimiento de una sociedad fraterna,
justa, participativa para la dignificación de la persona, llamada a
contribuir a la superación de la grave brecha existente entre el
progreso científico y los valores del espíritu.

Líneas maestras
para las instituciones católicas
4 de educación superior:
Ex corde ecclesiae
Los deberes o coordenadas de desarrollo tanto para las
universidades católicas como para las instituciones católicas de
educación superior son:

1. Ofrecer una aportación específica a la Iglesia y a la sociedad


en el ámbito académico sobre la cultura contemporáneo teniendo
como horizonte encontrar su significado último y profundo en
Cristo, es decir, la promoción de una cultura integral que mira al
desarrollo completo de la persona humana, en la que resalten
los valores de la inteligencia, voluntad, conciencia, fraternidad,
basados todos en Dios.

2. Ser formadora de personas realmente insignes por su saber,


dispuestos a ejercer funciones comprometidas en la sociedad
y a testimoniar su fe ante el mundo. A la formación científica de
los estudiantes se debe añadir una profunda formación moral
y cristiana. Se trata de promover y realizar en los académicos y
estudiantes una síntesis cada vez más armónica entre fe y razón,
entre fe y cultura, entre fe y vida.

3. Ser un ámbito en el que el cristianismo sea vivo y operante


con un real testimonio de ser una comunidad seria y sinceramente

19
DIPLOMADO EN
PASTORAL DE
EDUCACIÓN
SUPERIOR

comprometida en la búsqueda científica, pero también


MÓDULO 1

caracterizada visiblemente por una vida cristiana auténtica.

En resumen, el aporte de las instituciones católicas de educación


superior es promover la integración entre fe y cultura, colaborar
en el desarrollo humano integral, resguardar la primacía de la ética
sobre lo técnico, dar sentido al conocimiento orientado al bien
común y dar una formación integral y de calidad académica.

A partir de estos deberes de las instituciones católicas de educación


superior, pueden identificarse claramente los tres grandes
ejes temáticos sobre los cuales Juan Pablo II se pronunciará
seguidamente, y que por supuesto, están estrechamente
relacionados entre sí. El primero trata sobre la relación entre
educación y cultura, contexto propio de la actividad en la educación
superior. El segundo se refiere a la relación entre fe y razón, o
entre Iglesia y ciencia, y a sus implicaciones en la labor académica,
especialmente en la actividad de investigación que debe desarrollar
una Universidad o Institución de Educación Superior que quiera
ser digna de ese nombre. Por último, la evangelización es el tercer
eje temático que cubre de manera particular la reflexión del Papa
sobre la Universidad, pues más allá de lo que pueda decirse en
términos generales sobre los centros de educación superior, la
voz de Juan Pablo II se dirige particularmente a las condiciones y
responsabilidades de la Universidad como obra de la Iglesia.

Nacida del corazón de la Iglesia, la Universidad Católica se inserta


en el curso de la tradición que remonta al origen mismo de la
Universidad como institución, y se ha revelado siempre como
un centro incomparable de creatividad y de irradiación del saber
para el bien de la humanidad. Por su vocación la Universitas
magistrorum et scholarium se consagra a la investigación, a la
enseñanza y a la formación de los estudiantes, libremente reunidos
con sus maestros animados todos por el mismo amor al saber y
comparte con todas las demás Universidades el gozo de buscar la
verdad agustiniano, de descubrirla y de comunicarla en todos los
campos del conocimiento. Su tarea privilegiada es la de integrar
existencial disciplinalmente en el trabajo intelectual la búsqueda

20
de la verdad y la certeza de conocer la fuente de la verdad y su

UNIDDAD 2
transmisión desinteresada a los jóvenes y a todos aquellos que
aprenden a razonar con rigor, para obrar con rectitud y servir mejor
a la sociedad según los desafíos que la época le pone frente (ECE,
1-2). Establecer el diálogo de la Iglesia con la cultura de nuestro
tiempo se juega el destino de la Iglesia y del mundo, pues solo hay
cultura, la que sirve al hombre. La Iglesia, experta en humanidad,
según expresión de Pablo VI, investiga, gracias a sus Universidades
Católicas y a su patrimonio humanístico y científico, los misterios
del hombre y del mundo explicándolos a la luz de la Revelación.
Nuestra época, en efecto, tiene necesidad urgente de esta forma
de servicio desinteresado que es el de proclamar el sentido de la
verdad, valor fundamental sin el cual desaparecen la libertad, la
justicia y la dignidad del hombre. (ECE, 3-4). En resumen, es en el
contexto de la búsqueda desinteresada de la verdad que la relación
entre fe y cultura encuentra su sentido y significado. Intellege ut
credas; crede ut intellegas: esta invitación de San Agustín vale
para la Universidad Católica, llamada a explorar audazmente las
riquezas de la Revelación y de la naturaleza, para que el esfuerzo
conjunto de la inteligencia y de la fe permita a los hombres alcanzar
la medida plena de su humanidad, creada a imagen y semejanza de
Dios, renovada más admirablemente todavía, después del pecado,
en Cristo, y llamada a brillar en la luz del Espíritu (ECE, 5).

En el mundo de hoy, caracterizado por unos progresos tan rápidos


en la ciencia y en la tecnología, las tareas de la Universidad Católica
asumen una importancia y una urgencia cada vez mayores. De
hecho, los descubrimientos científicos y tecnológicos, si por una
parte conllevan un enorme crecimiento económico e industrial,
por otra imponen ineludiblemente la necesaria correspondiente
búsqueda del significado, con el fin de garantizar que los nuevos
descubrimientos sean usados para el auténtico bien de cada
persona y del conjunto de la sociedad humana. Si es responsabilidad
de toda Universidad buscar este significado, la Universidad católica
está llamada de modo especial a responder a esta exigencia;
su inspiración cristiana le permite incluir en su búsqueda, la
dimensión moral, espiritual y religiosa, y valorar las conquistas de

21
DIPLOMADO EN
PASTORAL DE
EDUCACIÓN
SUPERIOR

la ciencia y de la tecnología en la perspectiva total de la persona


MÓDULO 1

humana (ECE, 7). La Universidad católica, en cuanto Universidad,


es una comunidad académica, que, de modo riguroso y crítico,
contribuye a la tutela y desarrollo de la dignidad humana y de
la herencia cultural mediante la investigación, la enseñanza y los
diversos servicios ofrecidos a las comunidades locales, nacionales
e internacionales. Ella goza de aquella autonomía institucional que
es necesaria para cumplir sus funciones eficazmente y garantiza a
sus miembros la libertad académica, salvaguardando los derechos
de la persona y de la comunidad dentro de las exigencias de la
verdad y del bien común (ECE, 12). Puesto que el objetivo de una
universidad católica es el de garantizar de forma institucional una
presencia cristiana en el mundo universitario frente a los grandes
problemas de la sociedad y de la cultura, ella debe poseer, en cuanto
católica, las características esenciales siguientes: una inspiración
cristiana por parte, no sólo de cada miembro, sino también de la
comunidad universitaria como tal; una reflexión continua a la luz
de la fe católica, sobre el creciente tesoro del saber humano, al que
trata de ofrecer una contribución con las propias investigaciones; la
fidelidad al mensaje cristiano tal como es presentado por la Iglesia;
el esfuerzo institucional a servicio del pueblo de Dios y de la familia
humana en su itinerario hacia aquel objetivo trascendente que da
sentido a la vida (ECE, 13).

La labor investigativa de toda universidad católica es, por


consiguiente, ser el lugar donde los estudiosos examinan a fondo
la realidad con los métodos propios de cada disciplina académica,
contribuyendo así al enriquecimiento del saber humano. Cada
disciplina se estudia de manera sistemática, estableciendo después
un diálogo entre las diversas disciplinas con el fin de enriquecerse
mutuamente. Tal investigación, además de ayudar a los hombres
y mujeres en la búsqueda constante de la verdad, ofrece un eficaz
testimonio, hoy tan necesario, de la confianza que tiene la Iglesia
en el valor intrínseco de la ciencia y de la investigación. En una
universidad católica la investigación abarca necesariamente:
a) la consecución de una integración del saber; b) el diálogo
entre fe y razón; c) una preocupación ética y d) una perspectiva

22
teológica (ECE, 15). Y tiene como finalidad la integración del saber

UNIDDAD 2
cómo un proceso que siempre se puede perfeccionar. Además,
el incremento del saber en nuestro tiempo, al que se añade la
creciente especialización del conocimiento en el seno de cada
disciplina académica, hace tal tarea cada vez más difícil. Por
tanto, una universidad católica, está llamada a ser una “unidad
viva” de organismos dedicados a la investigación de la verdad
que promueva una síntesis del saber (ECE, 16). Esta integración
se expresa en el compromiso por establecer un diálogo entre fe
y razón, de modo que se pueda ver más profundamente cómo fe
y razón se encuentran en la única verdad. Aunque conservando
cada disciplina académica su propia identidad y sus propios
métodos, este diálogo pone en evidencia que la investigación
metódica en todos los campos del saber, si se realiza de una forma
auténticamente científica y conforme a las leyes morales, nunca
será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas
y las de la fe tienen su origen en el mismo Dios (ECE, 17). Toda
investigación debe considerar las implicaciones éticas y morales,
inherentes tanto a los métodos como a sus descubrimientos.
Aunque presente en toda investigación, esta preocupación es
particularmente urgente en el campo de la investigación científica
y tecnológica (ECE, 18).

Toda universidad católica tiene como eje central a una comunidad


universitaria auténticamente humana, animada por el espíritu de
Cristo. La fuente de su unidad deriva de su común consagración
a la verdad, de la idéntica visión de la dignidad humana y, en
último análisis, de la persona y del mensaje de Cristo que da a
la Institución su carácter distintivo. Como resultado de este
planteamiento, la comunidad universitaria está animada por un
espíritu de libertad y de caridad, y está caracterizada por el respeto
recíproco, por el diálogo sincero y por la tutela de los derechos
de cada uno. Ayuda a todos sus miembros a alcanzar su plenitud
como personas humanas. Cada miembro de la comunidad, a
su vez, coadyuva para promover la unidad y contribuye, según
su propia responsabilidad y capacidad, en las decisiones que
tocan a la Comunidad misma, así como a mantener y reforzar

23
DIPLOMADO EN
PASTORAL DE
EDUCACIÓN
SUPERIOR

el carácter católico de la institución (ECE, 20). Tanto docentes


MÓDULO 1

como universitarios están llamado a ser parte sustantiva de este


organismo vivificante del saber y de la búsqueda de la verdad
(ECE, 22-23). Asimismo, el gobierno de las universidades católicas,
como sus dirigentes, personal administrativo y todo aquel que
componga la comunidad universitaria debe desarrollo constante
de la universidad y de su comunidad mediante una esmerada
gestión de servicio. La dedicación y el testimonio del personal
no académico son indispensables para la identidad y la vida de la
universidad (ECE, 24).

La misión fundamental de la universidad es la constante búsqueda


de la verdad mediante la investigación, la conservación y la
comunicación del saber para el bien de la sociedad. La universidad
católica participa en esta misión aportando sus características
específicas y su finalidad. Mediante la enseñanza y la investigación
la universidad católica da una indispensable contribución a la
Iglesia. Ella, en efecto, prepara hombres y mujeres, que, inspirados
en los principios cristianos y motivados a vivir su vocación
cristiana con madurez y coherencia, serán también capaces de
asumir puestos de responsabilidad en la Iglesia. Además, gracias
a los resultados de las investigaciones científicas que pone a
disposición, la universidad católica podrá ayudar a la Iglesia a dar
respuesta a los problemas y exigencias de cada época (ECE, 30-
31) y comunicar a la sociedad de hoy aquellos principios éticos y
religiosos que dan pleno significado a la vida humana. Es ésta una
ulterior contribución que la universidad puede dar al desarrollo de
aquella auténtica antropología cristiana, que tiene su origen en la
persona de Cristo, y que permite al dinamismo de la creación y de
la redención influir sobre la realidad y sobre la justa solución de los
problemas de la vida (ECE, 33).

En el servicio a la sociedad el interlocutor privilegiado será


naturalmente el mundo académico, cultural y científico de la
región en la que trabaja la universidad católica. Se deben estimular
formas originales de diálogo y colaboración entre las universidades
católicas y las otras universidades de la nación para favorecer el

24
desarrollo, la comprensión entre las culturas y la defensa de la

UNIDDAD 2
naturaleza con una conciencia ecológica internacional (ECE, 37).

La pastoral universitaria es aquella actividad de la Universidad que


ofrece a los miembros de la Comunidad la ocasión de coordinar
el estudio académico y las actividades para-académicas con los
principios religiosos y morales, integrando de esta manera la
vida con la fe. Dicha pastoral concretiza la misión de la Iglesia en
la universidad y forma parte integrante de su actividad y de su
estructura. Una comunidad universitaria preocupada por promover
el carácter católico de la institución debe ser consciente de esta
dimensión pastoral y sensible al modo en que ella puede influir
sobre todas sus actividades (ECE, 38). Como natural expresión de su
identidad católica, la comunidad universitaria debe saber encarnar
la fe en sus actividades diarias, con momentos significativos para
la reflexión y la oración (ECE, 39). La pastoral universitaria es una
actividad indispensable; gracias a ella los estudiantes católicos,
en cumplimiento de sus compromisos bautismales, pueden
prepararse a participar activamente en la vida de la Iglesia. Esta
pastoral puede contribuir a desarrollar y alimentar una auténtica
estima del matrimonio y de la vida familiar, promover vocaciones
para el sacerdocio y la vida religiosa, estimular el compromiso
cristiano de los laicos e impregnar todo tipo de actividad con el
espíritu del Evangelio (ECE, 41).

Por su misma naturaleza, la universidad promueve la cultura


mediante su actividad investigadora, ayuda a transmitir la cultura
local a las generaciones futuras mediante la enseñanza y favorece
las actividades culturales con los propios servicios educativos.
Está abierta a toda experiencia humana, pronta al diálogo y a la
percepción de cualquier cultura. La universidad católica participa
en este proceso ofreciendo la rica experiencia cultural de la Iglesia.
Además, consciente de que la cultura humana está abierta a la
Revelación y a la trascendencia, la universidad católica es el lugar
primario y privilegiado para un fructuoso diálogo entre el Evangelio
y la cultura (ECE, 43).

La universidad católica debe estar cada vez más atenta a las

25
DIPLOMADO EN
PASTORAL DE
EDUCACIÓN
SUPERIOR

culturas del mundo de hoy, así como a las diversas tradiciones


MÓDULO 1

culturales existentes dentro de la Iglesia, con el fin de promover


un constante y provechoso diálogo entre el Evangelio y la sociedad
actual. Entre los criterios que determinan el valor de una cultura,
están, en primer lugar, el significado de la persona humana, su
libertad, su dignidad, su sentido de la responsabilidad y su apertura
a la trascendencia. Con el respeto a la persona está relacionado
el valor eminente de la familia, célula primaria de toda cultura
humana. Las universidades católicas se esforzarán en discernir y
evaluar bien tanto las aspiraciones como las contradicciones de la
cultura moderna, para hacerla más apta para el desarrollo integral
de las personas y de los pueblos. En particular se recomienda
profundizar, con estudios apropiados, el impacto de la tecnología
moderna y especialmente de los medios de comunicación social
sobre las personas, las familias, las instituciones y el conjunto de
la cultura moderna. Se debe defender la identidad de las culturas
tradicionales, ayudándolas a incorporar los valores modernos sin
sacrificar el propio patrimonio, que es una riqueza para toda la
familia humana. Las universidades, situadas en ambientes culturales
tradicionales, tratarán cuidadosamente de armonizar las culturas
locales con la contribución positiva de las culturas modernas (ECE,
45). Un campo que concierne especialmente a la universidad
católica es el diálogo entre pensamiento cristiano y ciencias
modernas. Esta tarea exige personas especialmente competentes
en cada una de las disciplinas, dotadas de una adecuada formación
teológica y capaces de afrontar las cuestiones epistemológicas a
nivel de relaciones entre fe y razón. Dicho diálogo atañe tanto a
las ciencias naturales como a las humanas, las cuales presentan
nuevos y complejos problemas filosóficos y éticos. El investigador
cristiano debe mostrar cómo la inteligencia humana se enriquece
con la verdad superior (ECE, 46).

La misión primaria de la Iglesia es anunciar el Evangelio de manera


tal que garantice la relación entre fe y vida tanto en la persona
individual como en el contexto sociocultural en que las personas
viven, actúan y se relacionan entre sí (ECE, 48). Según su propia
naturaleza, toda universidad católica presta una importante

26
ayuda a la Iglesia en su misión evangelizadora. Se trata de un

UNIDDAD 2
vital testimonio de orden institucional de Cristo y de su mensaje,
tan necesario e importante para las culturas impregnadas por
el secularismo o allí donde Cristo y su mensaje no son todavía
conocidos de hecho. Además todas las actividades fundamentales
de una universidad católica deberán vincularse y armonizarse con
la misión evangelizadora de la Iglesia: la investigación realizada a la
luz del mensaje cristiano, que ponga los nuevos descubrimientos
humanos al servicio de las personas y de la sociedad; la formación
dada en un contexto de fe, que prepare personas capaces de un
juicio racional y crítico, y conscientes de la dignidad trascendental
de la persona humana; la formación profesional que comprenda
los valores éticos y la dimensión de servicio a las personas y a
la sociedad; el diálogo con la cultura, que favorezca una mejor
comprensión de la fe; la investigación teológica, que ayude a la fe
a expresarse en lenguaje moderno (ECE, 49).

La misión de las instituciones católicas


5 de educación superior para Francisco

La finalidad de la universidad debe contribuir a la superación


de la injusticia y desigualdad, «no basta con realizar análisis,
descripciones de la realidad; es necesario generar los ámbitos,
espacios de verdadera búsqueda, debates que generen alternativas
a las problemáticas existentes, sobre todo hoy. Que es necesario
ir a lo concreto» (Francisco, 2015b). Lo concreto es salvaguardar
los principios de autonomía para la búsqueda de la verdad, la
libertad de espíritu y la honestidad intelectual (Francisco, 2020)
para la formación integral, ya que «una universidad hoy en día
debe preguntarse siempre si está en peligro de verse limitada
por influencias de diversa índole en la libertad de investigación y
enseñanza. La presión de poder e intereses, la cuestión de la utilidad,
las subvenciones gestionadas y la correspondiente asignación de

27
DIPLOMADO EN
PASTORAL DE
EDUCACIÓN
SUPERIOR

fondos amenazan con convertirse en criterios finales» (Francisco,


MÓDULO 1

2015a).

Las universidades, por su naturaleza, están llamadas a ser


laboratorios de diálogo y de encuentro al servicio de la verdad,
de la justicia y de la defensa de la dignidad humana en todos los
niveles (Francisco 2018a). Las universidades en su diálogo con la
cultura contemporánea deben ser espacios de encuentro como
antídoto a la fragmentación social, desafíos que están en la misma
esencia de la universidad: ser una comunidad de académicos y
estudiantes que se respetan en su diversidad y ser también, un
espacio de superación de los límites de las disciplinas particulares,
ser un campo de crecimiento espiritual y humano, donde a
través de una verdadera comunidad de maestros y estudiantes
y un intercambio fructífero entre personas de diferentes países y
culturas, se hace posible la formación de la mente, así como la
formación del corazón (Francisco, 2016).

En vista de la interdependencia de las grandes cuestiones del futuro,


se necesita más que nunca una interdisciplinariedad ejercida con
sabiduría y creatividad. En un diálogo estrecho y una auténtica
convivencia de disciplinas, surge una síntesis de conocimiento, que
puede responder de manera más integral a los desafíos actuales y
proporcionar orientación (Francisco, 2019b). La universidad está
llamada a educar a una cultura de la sabiduría, capaz de armonizar
el enfoque técnico y científico con el humanista, con la convicción
de que la búsqueda de la verdad y la bondad es, en última instancia,
única (Francisco, 2017b).

El diálogo con la cultura contemporánea en lo que podría denominar


el areópago cultural contemporáneo, abierto y plural exige un
«discipulado misionero» se debería percibir de un modo especial
en las universidades católicas, que, por su naturaleza misma, están
comprometidas en mostrar la armonía entre fe y razón y poner en
evidencia la relevancia del mensaje cristiano para una existencia
humana vivida en plenitud y autenticidad. (Francisco, 2014).
Educar, en general, pero sobre todo en las universidades, no es

28
sólo llenar la cabeza de conceptos. Se necesitan los tres lenguajes.

UNIDDAD 2
Es necesario que entren en juego los tres lenguajes: el lenguaje de
la mente, el lenguaje del corazón y el lenguaje de las manos, para
que se piense en armonía con lo que se siente y se hace; se sienta
en armonía con lo que se piensa y se hace, se haga en armonía con
lo que se siente y se piensa. (Francisco, 2019a). Pero también hace
un llamado a interrogarse por el sentido del trabajo educativo de la
universidad: ¿se están formando sus estudiantes para el servicio?

Ningún estudiante de esta universidad debería graduarse sin


haber aprendido cómo elegir, responsable y libremente, lo que en
conciencia sabe que es lo mejor. Que, en cada situación, incluso
en las más complejas, se interesen por lo que en su conducta es
justo y humano, cabal y responsable, decididos defensores de los
vulnerables. (Francisco, 2019c).

Es justo que nos interroguemos: ¿Cómo ayudamos a nuestros


alumnos a no mirar un grado universitario como sinónimo de mayor
posición, sinónimo de más dinero o mayor prestigio social? No son
sinónimos. (Francisco, 2017c). Coincidente con la convocatoria que
hace a las universidades, el papa Francisco llama a los estudiantes
a colocar su formación al servicio de los demás, a ser protagonistas
de una sociedad más justa que aquella que reciben en sus manos.

El estudio universitario es un servicio para la justicia y el bien común


(Francisco, 2019b): Los estudios que hagas en esta universidad serán
fructíferos y útiles sólo en la medida en que no os desaconsejarán
de esta pertenencia consciente a la historia del pueblo y de la
humanidad en su conjunto. (Francisco, 2019b). Nos alienta la
creencia de que las nuevas generaciones, educadas cristianamente
en el diálogo, saldrán de las aulas universitarias motivados para
construir puentes y, por lo tanto, para encontrar nuevas respuestas
a los muchos desafíos de nuestro tiempo. (Francisco, 2017a). La
universidad es una frontera que os espera, una periferia en la que
hay que acoger y aliviar las pobrezas existenciales del hombre.
(Francisco, 2014): ciertamente no significa alterar el sentido
institucional y las tradiciones consolidadas de nuestras realidades
académicas, sino más bien orientar su función en la perspectiva

29
DIPLOMADO EN
PASTORAL DE
EDUCACIÓN
SUPERIOR

de una Iglesia más marcadamente «en salida» y misionera […].


MÓDULO 1

Ésta es, pues, la tarea que nos ha sido encomendada: encarnar


la Palabra de Dios para la Iglesia y para la humanidad del tercer
milenio (Francisco, 2018b).

Las universidades católicas deben responder constantemente a


los procesos internos de desarrollo académico, investigativo y de
relación significativa con su territorio, pero también debe estar
constantemente atenta a las transformaciones socioculturales
para responder desde sus propios carismas a la animación
evangelizadora de la Iglesia. La formación universitaria está
tensionada por el pluralismo y la autonomía, que deben dialogar,
pues la pluralidad de la sociedad contemporánea en diálogo con
la autonomía valórica de la misión de las universidades católicas,
tienen como horizonte la formación integral de toda persona para
una cultura de paz y desarrollo igualitario.

30
UNIDDAD 2
6 Bibliografía

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DIPLOMADO EN
PASTORAL DE
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“Nuevas fronteras para líderes universitarios” de la Federación
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www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2019/november/
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Universität Rostock. Disponible en http://www.vatican.va/content/
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francesco_20191112_giubileo-fondazione-universita-rostock.html

Francisco (2019g). Discurso: Visita a la Universidad Sofía


de Tokio. Disponible en http://www.vatican.va/content/
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33
DIPLOMADO EN
PASTORAL DE
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35
UNIDDAD 2
DIPLOMADO EN
PASTORAL DE
EDUCACIÓN
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MÓDULO 1

Instituto
de Pastoral Juvenil
UCSH

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