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CULTURA
Agradezco la invitación a venir a Tucumán para compartir con ustedes algunos de los
desafíos que los cristianos viven de manera cada vez más global, pero que la vivencia de
vuestras comunidades siente de manera particular. Cuento con su capacidad para
adaptar a su propio contexto mi visión, naturalmente europea.
Divido mis reflexiones en seis tópicos. En primer lugar, conviene clarificar el concepto de
cultura. Después tratare el diálogo fe - cultura, en una época de cambio continuo. En
tercer lugar, señalo la dignidad de la persona humana como centro de una propuesta
cultural. Después de estos elementos de encuadramiento, describo los rasgos de las
recientes transformaciones culturales y propongo una lectura teológico-sapiencial y
comunitaria de la historia. Finalmente, frente a las corrientes dominantes, lanzo cinco
campos concretos de estos desafíos a la Iglesia.
1. Noción de cultura
El término cultura ha sufrido una enorme evolución a partir del ambiente ilustrado alemán
donde se forjó. En los últimos cincuenta años se amplió el concepto y comenzó a
utilizarse el plural en orden a transmitir la variedad y la pluralidad de las culturas. Dejó de
circunscribirse a una vertiente erudita y académica para ampliarse. Podemos, por
claridad, recurrir a los tres significados que recoge hoy:
1. Visión subjetiva: la cultura como una actividad mediante la cual el ser humano se
cultiva a sí mismo y procura acceder a la plenitud de su humanidad. Corresponde al
cuidado por la dimensión interior. Cada persona asimila los valores de lo verdadero, lo
bello, lo bueno y justo. Es cada vez más humana, de modo más pleno
2. Visión objetiva: cultura como elaboración de un grupo humano que se torna común y
caracteriza estas personas. Incluye el patrimonio de conocimientos, valores, cualidades
del espíritu humano. Es la concepción clásica y humanista, central para la vida intelectual.
3. Visión antropológica [1]: la cultura como sistema o escala de valores, interpretación
particular de la realidad, lenguaje y religión, sistema de elementos en continua evolución
histórica: ideas, artes, eventos, un complejo de modelos de vida socialmente
considerados y acogidos. Abarca elementos sociales como las costumbres, las leyes, las
instituciones; elementos operativos tales como técnica, economía, artefactos. Esta visión
encarna el sentido general de la vida y de las experiencias fundamentales: la familia, la
amistad, la intimidad, el trabajo, la belleza, el sufrimiento, la muerte y la relación con lo
trascendente.
Para las comunidades cristianas esta amplitud es el primer desafío en una perspectiva de
inculturación de la fe que está llamada a ampliar la visión pastoral a los diferentes niveles
referidos.
3. La valencia antropológica es la más exigente para los cristianos. No se trata de vivir
del patrimonio adquirido, sino de realizarlo, en el tejido de la historia de hoy. Sólo el
testimonio creyente y realmente vivido de los valores del Evangelio se propone y da carne
a la antropología cristiana.
Nosotros experimentamos que "la fe necesita de la cultura para ser vivida de modo
humano" y estamos convencidos de que "la cultura tiene necesidad de la fe para expresar
la plenitud de la vocación del ser humano[2].
La diversidad de valores comienza a aparecer como uno de los mayores desafíos para los
ciudadanos del siglo XXI, que muestra posiciones contradictorias entre los grupos de la
sociedad. El conflicto de la interpretación de los valores, basada en la cultura desigual, en
trayectorias de vida, en opiniones, con enfrentamientos de los universos de referencia,
genera auténticas segmentaciones en el campo social.
Hay una visión antropológica inspirada en la fe, con su sistema de valores. La dignidad de
la persona humana es el centro polarizador de cualquier propuesta cultural. En pocas
palabras podemos recurrir a las primacías de la Civilización del Amor, tarea y esperanza
de la pastoral juvenil en América Latina: primacía de la vida humana sobre cualquier otro
valor o interés, de la persona sobre las cosas, de la ética sobre la técnica, del trabajo
sobre el capital, de los significados sobre las necesidades, de los valores sobre los
consumos[6].
Enfrentar al ser humano: su ser, sus necesidades, tareas y destino comienza por
reconocer que la condición humana es limitada, marcada por la provisional. Luego puede
desarrollarse y construirse una cultura marcada por la debilidad y el fracaso de los seres
humanos.
La conciencia de los límites de una persona puede crear frustración y provocar rechazo.
Se trata de una clave antropológica que reconoce a la persona como criatura limitada,
contra otra obstinada en la perfección sin límites. La cuestión antropológica es de gran
importancia estratégica como lugar de encuentro de las diversas problemáticas culturales
posmodernas. La cuestión antropológica es fundamental para desarrollar un proyecto
sobre el futuro de la sociedad.
La racionalidad debe ser liberada de los estrechos límites dentro de los cuales la confinó
la ciencia y debe ocuparse de las cuestiones del sentido de la vida humana. La fe y la
razón deben redescubrir el punto de encuentro para que no se reduzcan a racionalismo o
fideísmo.
Los cristianos deben conocer en profundidad las tendencias culturales del propio tiempo:
recoger las expectativas; desarrollar las instancias válidas; denunciar los peligros y
errores. Recorramos a grandes rasgos las grandes tendencias desde el Concilio hasta
nuestros días.
En los años 80's crece la afirmación del pensamiento débil, después de la caída de la
razón fuerte de los maestros de la sospecha: Marx, Freud y Nietzsche. Intenta sobrevivir,
en la elipse del grande fuego del "Logos", contentándose con los pequeños fuegos, que
permiten resistir en la noche. Como emblema surge Narciso, imagen de la persona
curvada sobre sí y Pinocho, con la frenética voluntad de jugar y divertirse, con la
pretensión absurda de realizarse sin hacer caso al papá.
En los años 90's se afirma la presencia de diversas áreas culturales, marcadas por
criterios particulares de orientación en la acción social y en el proceso de construcción e
transformación de la sociedad. Ocurre el fenómeno del policentrismo cultural. Esta
diáspora cultural requiere de la Iglesia una oferta de "respuestas evangélicamente
inspiradas, culturalmente válidas e históricamente eficaces [7] . Habrá que separar
cualquier ambición de hegemonía cultural. La revolución biogenética da pasos firmes que
se comienzan a verificar en el siglo XXI.
Con la caída de las tres filosofías de los últimos dos siglos: idealismo hegeliano,
marxismo y positivismo, avanza el pensamiento débil, "enfermedad del espíritu"[8],
caracterizado por el desinterés de la búsqueda del sentido último y por la renuncia a una
visión orgánica de la vida. Se abrieron para la fe inesperadas posibilidades de
inculturación. Pueden oscilar entre los paralizantes peligros de instrumentalización de lo
religioso y las oportunidades creativas para el proceso de inculturación de la fe.
El pensamiento débil abre camino a una nueva inversión de la inteligencia cristiana en las
artes, en la música, en la literatura, en la poesía, en la ética pública, en el pensamiento
político. Se renueva la centralidad de la Escuela, de la Universidad y de otros agentes
formativos. Son llamados al pesado encargo de la formación integral y cristiana de las
personas.
Ya Montaigne prevenía: "temo que tengamos más ojos que barriga, más curiosidad que
capacidad: abrazamos todo, pero apretamos sólo viento".
El camino pasa por acercarse con confianza y creatividad a la fuente del Evangelio de la
caridad y jugar la carta con convicción y capacidad de convergencia. De la centralidad de
Cristo podía descenderse a una antropología y a una cultura, orientada en sentido
cristiano. Una antropología dinámica, capaz de encarnar en las diversas situaciones y
contextos históricos.
La primacía de una racionalidad amplia se identifica con la primacía del Amor - amor a
Dios y al prójimo-. El sentido de la relación entre fe y razón conforme a la ética constituye
el fundamento que la retira del maltrato del relativismo, la ancora en la verdad, no
manipulable por el subjetivismo.
Se pide "amplitud del espacio de la racionalidad" (Benedicto XVI), para permitir que las
cuestiones relativas a conceptos de verdad y a problemáticas éticas puedan recibir
fundamento universal en virtud de una justificación racional.
La razón es la base y el horizonte de una cultura viva, para hoy y para mañana. Razón no
aplastada por las conveniencias del momento, ni subalternas por representaciones
sociales más difusas. Es importante replantear, en las actuales condiciones, la verdad, la
belleza y la visibilidad del cristianismo.
En las experiencias ordinarias todos pueden encontrar el alfabeto con el cual componer
las palabras que digan el amor infinito de Dios. La cuestión de Dios es ineludible.
Tres actitudes son posibles ante las corrientes del contexto cultural predominante:
6.2 El paradigma del individualismo marca terreno en todos los planos: político (crisis
de las democracias) socio-económico (sociedad de consumo), religioso (personalización
de la fe), emocional (importancia de la autenticidad de las relaciones), operativo (crisis de
las instituciones). La defensa de los intereses individuales y de grupo es regulada por
normas que garantizan a todos oportunidades iguales. La diversidad de modelos de
comportamiento es tolerada como normal. Lo positivo de esta característica de la pos-
modernidad está en la observancia de reglas y en la tolerancia de la diversidad. Era
evidente, con todo, cómo tal actitud escondiese peligros: de indiferencia y extrañeza entre
las personas, de que los derechos humanos no fueran objetivos y permanentes, sino
merece consenso social. La convivencia civil, para tener bases sólidas, necesita de
valores compartidos, capaces de superar el escepticismo, sobre todo ético.
En este contexto, las comunidades cristianas no temen ser y aparecer como pequeño
rebaño y optan por la acción capilar, a modo de levadura, sin espectáculos, pero apta
para formar cristianos adultos.
Sobresale la importancia del papel de la racionalidad como enlace entre las opciones en
nombre de la fe y las tendencias del fondo cultural. Las motivaciones racionales son
fundamentales en las opciones personales, legislativas, institucionales.
El Cardenal Martini (Progetto, p. 153) señalaba como actitudes de respuesta para vivir en
tiempo de la cultura pos-moderna: cultivar la interioridad y la oración, buscar la
familiaridad con la Sagrada Escritura. La propuesta de una espiritualidad sólida, creíble y
cristalina será un servicio de la Iglesia a la cultura contemporánea.
Las ciencias sociales tienden a privilegiar una posición laicista, como si fuera neutral y
equilibrada. Es evidente en la metodología educativa, donde se afirma que la participación
religiosa es un obstáculo al progreso pedagógico. Algunas tendencias culturales
consideran la religión como irrelevante y a la fe como extraña. Otras, advirtiendo la
necesidad religiosa, no están preocupadas por los contenidos específicos de la fe y de la
Moral. Otras, todavía, prefieren un sincretismo religioso, con base en la búsqueda
individual del bienestar propio y emotivo.
El modo más apropiado para enfrentar la secularización de la fe es uno sólo: "el empeño
sincero en el seguimiento del Señor, la tentativa humilde de dar respuesta positiva al Dios
absolutamente santo".
Concluyendo: el terreno tiene dificultades, pero es propicio para el redescubrimiento de la
fe. Un ejercicio de discernimiento reconoce en la cultura de lo inmediato y de lo
espontáneo, en la tolerancia, en la diversidad, en el recurso a la racionalidad, en la
incertidumbre y en la búsqueda de sentido, de espiritualidad, en la irrelevancia de la
religión en el espacio público, auténticos desafíos a la osadía evangélica. Tener hoy
conciencia misionera significa la audacia humilde del diálogo, la convicción firme de llevar
una propuesta de plenitud humana.