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TEMA: DESAFIOS QUE ENFRENTA LA IGLESIA EN LA EVANGELIZACION DE LA

CULTURA

PRIMERAS JORNADAS DE FE Y CULTURA

Agradezco la invitación a venir a Tucumán para compartir con ustedes algunos de los
desafíos que los cristianos viven de manera cada vez más global, pero que la vivencia de
vuestras comunidades siente de manera particular. Cuento con su capacidad para
adaptar a su propio contexto mi visión, naturalmente europea.

Divido mis reflexiones en seis tópicos. En primer lugar, conviene clarificar el concepto de
cultura. Después tratare el diálogo fe - cultura, en una época de cambio continuo. En
tercer lugar, señalo la dignidad de la persona humana como centro de una propuesta
cultural. Después de estos elementos de encuadramiento, describo los rasgos de las
recientes transformaciones culturales y propongo una lectura teológico-sapiencial y
comunitaria de la historia. Finalmente, frente a las corrientes dominantes, lanzo cinco
campos concretos de estos desafíos a la Iglesia.

1.      Noción de cultura

El término cultura ha sufrido una enorme evolución a partir del ambiente ilustrado alemán
donde se forjó. En los últimos cincuenta años se amplió el concepto y comenzó a
utilizarse el plural en orden a transmitir la variedad y la pluralidad de las culturas. Dejó de
circunscribirse a una vertiente erudita y académica para ampliarse. Podemos, por
claridad, recurrir a los tres significados que recoge hoy:

1.      Visión subjetiva: la cultura como una actividad mediante la cual el ser humano se
cultiva a sí mismo y procura acceder a la plenitud de su humanidad. Corresponde al
cuidado por la dimensión interior. Cada persona asimila los valores de lo verdadero, lo
bello, lo bueno y justo. Es cada vez más humana, de modo más pleno

2.      Visión objetiva: cultura como elaboración de un grupo humano que se torna común y
caracteriza estas personas. Incluye el patrimonio de conocimientos, valores, cualidades
del espíritu humano. Es la concepción clásica y humanista, central para la vida intelectual.

3.      Visión antropológica [1]: la cultura como sistema o escala de valores, interpretación
particular de la realidad, lenguaje y religión, sistema de elementos en continua evolución
histórica: ideas, artes, eventos, un complejo de modelos de vida socialmente
considerados y acogidos. Abarca elementos sociales como las costumbres, las leyes, las
instituciones; elementos operativos tales como técnica, economía, artefactos. Esta visión
encarna el sentido general de la vida y de las experiencias fundamentales: la familia, la
amistad, la intimidad, el trabajo, la belleza, el sufrimiento, la muerte y la relación con lo
trascendente.

Para las comunidades cristianas esta amplitud es el primer desafío en una perspectiva de
inculturación de la fe que está llamada a ampliar la visión pastoral a los diferentes niveles
referidos.

Podríamos, en una sucinta y esquemática correspondencia, señalar tres formas de


inculturación:
1.      Cultivo cristiano del ser humano llevado a cabo por cada discípulo de Jesús, en
adhesión a la antropología teológica que la Revelación ofrece a la humanidad. El prototipo
de una humanización de los seres humanos es Cristo. La inculturación lleva y procura la
contemplación del misterio del ser humano, en el misterio del Verbo encarnado. Cultura
"es lo que hace el ser humano ser más humano" (Juan Pablo II - Discurso a la UNESCO,
2-6-80, n.6), es un terreno privilegiado en el que la fe se encuentra con el ser humano (JP
II - Discurso Palermo 11-1995). Positivamente se vive una ética de autenticidad, que
rechaza como represión cualquier intento de imponer a la complejidad de la vida emotiva
rígidos criterios racionales. Se valoriza la autorrealización y la calidad de vida. Gana
importancia la atención dada a cada persona, la aproximación y acogida de cada ser en
su unicidad (singularidad). Gana nuevo vigor el anuncio del Evangelio en los lugares
ordinarios de la vida cotidiana, en el trabajo, en la familia.

2.      Como conjunto resultante de la producción de un pueblo, la cultura requiere un


proceso de inculturación, que se debe calificar como reconocimiento del papel
desempeñado por el cristianismo en 2000 años de literatura, arte, arquitectura, música,
filosofía, derecho. La comunidad creyente toma conciencia del valor de la herencia
cultural cristiana.

 3.      La valencia antropológica es la más exigente para los cristianos. No se trata de vivir
del patrimonio adquirido, sino de realizarlo, en el tejido de la historia de hoy. Sólo el
testimonio creyente y realmente vivido de los valores del Evangelio se propone y da carne
a la antropología cristiana.

Un gran desafío será la elaboración de una prospectiva de la sociedad futura,


estructurada en torno a los principios de la antropología cristiana. La dimensión
antropológica es el terreno de encuentro y diálogo entre la fe y las culturas.

Valores, mentalidades y costumbres, inspirados en la antropología cristiana, contrastan


con la secularización de las conciencias y el déficit de su presencia en el espacio público.

Si estos problemas implican la dificultad de la transmisión de la fe ad intra, hay también la


dimensión ad extra: la debilitación del sujeto eclesial y la progresiva secularización de la
sociedad se incrementan recíprocamente. Ahora más que nunca, será importante
desarrollar la capacidad de interpretar, estimular y enriquecer aún más las formas
culturales de lo vivido por el pueblo de Dios, juntando cultura vivida y la cultura reflejada.

Se trata de un proceso en curso, una convergencia dialógica, abierta siempre a nuevos


desarrollos, que ofrece contemporáneamente espacio a una pluralidad sinfónica de
expresiones y de itinerarios.

2.      Diálogo fe y expresiones culturales en un tiempo siempre en cambio

La relación fe y cultura experimenta, a lo largo de la historia, momentos de buenas


síntesis y, en ocasiones, de algunos conflictos. Se podría recordar: Agustín, Tomás de
Aquino, Bartolomé de las Casas, Pascal, Newman, Rosmini y otros.

Representan situaciones negativas tanto los espacios de contra-cultura, (como el típico


momento de los donatistas), cuanto las actitudes de hegemonía cultural, a pesar de
representar condiciones ideales de vida para el mensaje cristiano.
El beato Juan Pablo II aceptó la herencia conciliar y concretizo en el Consejo Pontificio de
la Cultura la preocupación esencial que fórmula: "Ya desde el comienzo de mi pontificado,
vengo pensando que el diálogo de la Iglesia con las culturas de nuestro tiempo es un
campo vital, donde se juega el destino del mundo en este ocaso del siglo XX". (JUAN
PABLO II - Acta Fundacional del Consejo Pontificio de la Cultura, 20-5-82, n.2).

La fe cristiana no se reduce a un fenómeno cultural, religión civil, herencia de una religión


poco seguida.

De hecho, la naturaleza propia de la fe necesita de la inculturación. La naturaleza de las


culturas, cuyo núcleo generador está constituido por su proximidad al misterio de Dios,
también necesita de la evangelización para redescubrir y renovar su propia autenticidad.
La Fe Cristiana ayuda a la maduración de la cultura auténticamente humana, abierta al
misterio de Dios. Si la cultura se deja animar por la fe centrada en Cristo, principio y fin de
la creación y de la historia, además de auténticamente humana será cristianamente
cualificada, no sólo un sector religioso de la cultura, sino una mentalidad evangélica en
cualquier campo de la experiencia personal y social. El vínculo vital de la fe con las
expresiones culturales se articula con actitudes básicas: la referencia a Cristo como
fundamento de la antropología cristiana; la fidelidad a la doctrina de la fe y al
enseñamiento social de la Iglesia y el respeto por la legítima autonomía de las realidades
terrenas.

Hoy, la relación cultura - fe está desgastada en el clima indefinido, líquido, intangible,


indefinible porque es siempre cambiante. Se vive una sensación de fragmentación, de
desintegración, incapaz de captar los trazos del misterio, porque está catapultada en
sucesivas emociones y pulsiones. En la gran mayoría de los cristianos de Occidente se
adivina una afasia de la fe, incapaz de diálogo crítico con lo que se ha llamado post-
modernidad. Hay una fractura evidente entre fe y cultura. Hay un patrimonio de
sensibilidad y disponibilidad religiosa propia de la Tradición que puede deslizarse hacia la
insignificancia y el formalismo o constituir un punto de partida para un enraizamiento
religioso más convencido y enriquecido. Se requiere un diálogo y un cuestionamiento.

La Iglesia se dirige a las comunidades cristianas y a la sociedad en su dimensión cultural.


Este diálogo con las culturas es esencial para que el ser humano pueda descubrir hoy
que Dios, lejos de ser un rival del ser humano, le concede una realización plena, a su
imagen y semejanza. La fe ayuda a las culturas de nuestro tiempo a liberarse de sus
límites y soltar sus virtualidades positivas.

Nosotros experimentamos que "la fe necesita de la cultura para ser vivida de modo
humano" y estamos convencidos de que "la cultura tiene necesidad de la fe para expresar
la plenitud de la vocación del ser humano[2].

La fe está llamada a encarnarse en las culturas contemporáneas, en todas las


dimensiones. Sólo de esta manera el mensaje del Evangelio se convierte relevante
cultural y socialmente.

Entre la fe y la cultura no puede haber contraposición. La Iglesia acepta el debate, la libre


confrontación de ideas. Se dirige con respeto, como madre, a todos y habla de Dios y
muestra compasión por los seres humanos. Habla al corazón y a la inteligencia. Es
consciente del contexto cultural específico y lejano de la visión ofrecida en Cristo,
fundamento de una antropología cristiana.
Entre las prioridades para un proyecto cultural de nuestros días, Benedicto XVI[3] colocó la
creciente importancia de las ciencias y de la tecnología, para hacer frente a la cuestión
antropológica[4]. La relación entre la matemática, la inteligencia humana y las estructuras
del universo, en las que se reconoce una estructura inteligente, debería corresponder la
relación profunda entre nuestra razón subjetiva y la razón objetiva de la naturaleza.

Por lo tanto, en la educación de la persona y en la formación de la inteligencia, la libertad


y la capacidad de amar, se sitúa la urgencia de la posmodernidad. Aquí comienza la
nueva evangelización. Sin la educación de la persona, la transmisión y la inculturación de
la fe seria impracticable.

El sentido de la conciencia cristiana implica estilos de vida, comportamientos éticos


personales y sociales, políticos y económicos. Una fe sólida y adulta lleva a una visión
ética. Además se alimentan y se refuerzan recíprocamente. Existe una relación entre la
dimensión cultural de la religión y la cuestión ética. Crecen juntas e se iluminan
mutuamente, cuando están ancladas en la verdad de la persona humana y en el bien
auténtico. Son peligrosas cuando caen en meras opiniones y demagogia. Una fe viva
fermenta el tejido social de cada región. Juan Pablo II lo dice claramente: "En el corazón
de la cuestión cultural está el sentido religioso" [5]. Un cristiano de fe adulta unifica
adhesión a Cristo, pertenencia a la Iglesia, compromiso en las actividades temporales,
conciencia misionera y apertura al diálogo.

En un contexto multicultural, de pluralismo cultural es importante encontrar valores


universales presentes en las diferentes culturas. La Iglesia se alegra de encontrar
convergencias de valores tales como: la dignidad de la persona humana; derechos
humanos; libertad religiosa; defensa de la vida, centralidad de la familia; igualdad de los
derechos y deberes entre el hombre y la mujer; atención a los pobres; justicia, solidaridad,
sobriedad; salvaguardia de la creación.

Cultura con la cualificación de cristiana no es un sistema completo y cerrado. La cultura,


inspirada en Jesús y testimoniada en la Iglesia, es clave de lectura, perspectiva abierta,
apelo a la creatividad, promueve la libertad y la vocación del ser humano, respeta la
autonomía de las realidades terrenas, se enriquece continuamente con el intercambio
intercultural.

La conciencia firme de la verdad es un don y una responsabilidad.

La diversidad de valores comienza a aparecer como uno de los mayores desafíos para los
ciudadanos del siglo XXI, que muestra posiciones contradictorias entre los grupos de la
sociedad. El conflicto de la interpretación de los valores, basada en la cultura desigual, en
trayectorias de vida, en opiniones, con enfrentamientos de los universos de referencia,
genera auténticas segmentaciones en el campo social.

3.      La dignidad de la persona humana: centro de una propuesta cultural

Hay una visión antropológica inspirada en la fe, con su sistema de valores. La dignidad de
la persona humana es el centro polarizador de cualquier propuesta cultural. En pocas
palabras podemos recurrir a las primacías de la Civilización del Amor, tarea y esperanza
de la pastoral juvenil en América Latina: primacía de la vida humana sobre cualquier otro
valor o interés, de la persona sobre las cosas, de la ética sobre la técnica, del trabajo
sobre el capital, de los significados sobre las necesidades, de los valores sobre los
consumos[6].
Enfrentar al ser humano: su ser, sus necesidades, tareas y destino comienza por
reconocer que la condición humana es limitada, marcada por la provisional. Luego puede
desarrollarse y construirse una cultura marcada por la debilidad y el fracaso de los seres
humanos.

El ser humano, tanto en su consistencia biológica, como en la conciencia de sí mismo,


está puesto profundamente en cuestión. De ahí la importancia del sentido del límite. La
acogida consciente del límite humano podría estar en el origen del fenómeno de la auto-
trascendencia que se expresa como religiosidad, como comunicación, como creatividad y
como deseo.

La conciencia de los límites de una persona puede crear frustración y provocar rechazo.

Se trata de una clave antropológica que reconoce a la persona como criatura limitada,
contra otra obstinada en la perfección sin límites. La cuestión antropológica es de gran
importancia estratégica como lugar de encuentro de las diversas problemáticas culturales
posmodernas. La cuestión antropológica es fundamental para desarrollar un proyecto
sobre el futuro de la sociedad.

En la actualidad prevalece una concepción naturalista e inmanentista que quiere llegar a


la unidad humana reduciéndola a naturaleza y a materia. Estaría ausente la dimensión
trascendente, fundamental en la visión cristiana de la vida.

La penetración de la amplia visión antropológica cristiana en los contextos culturales,


cumple una llamada a la esperanza.

Es hora de recuperar la vitalidad de la relación entre razón, fe y cultura, logrando orientar


cristianamente las grandes transformaciones culturales en acto de la posmodernidad. El
diálogo del cristianismo con la postmodernidad permite que el catolicismo no se convierta
en una subcultura. Esta actitud partiría de la convicción de que la fe sería un excedente
respecto a la razón. Continúa siendo un desafío actual la necesidad de que la fe sepa
encontrar la razón, pero también que la racionalidad este abierta a la doble trascendencia
de Dios y del ser humano.

La racionalidad debe ser liberada de los estrechos límites dentro de los cuales la confinó
la ciencia y debe ocuparse de las cuestiones del sentido de la vida humana. La fe y la
razón deben redescubrir el punto de encuentro para que no se reduzcan a racionalismo o
fideísmo.

4.      Trazos de la evolución y rápida transformación cultural

Los cristianos deben conocer en profundidad las tendencias culturales del propio tiempo:
recoger las expectativas; desarrollar las instancias válidas; denunciar los peligros y
errores. Recorramos a grandes rasgos las grandes tendencias desde el Concilio hasta
nuestros días.

En los años 60 predominó el pensamiento alternativo que encontraba en Marx su profeta


y en Prometeo la figura del mito. Alimentó el gran sueño de que el sentido de la vida fuera
un futuro construido por los humanos contra los patrones del presente, a la manera de
Prometeo que había robado el fuego a los dioses para darlo a los humanos. El saber es
visto como poder, manipulación de la realidad hasta colocar la técnica encima de la ética:
todo lo posible es lítico. Los resultados están a la visa. Sofocado por el hacer y por el
tener, la persona sufrió de asfixia, con la vida reducida al cálculo, y se llenó el vacío con lo
inútil.

En los años 70's sobresalió el pensamiento negativo, ya profetizado por Nietzsche y


míticamente representado por Sísifo. Esta corriente cultural, limitándose a negar la
posibilidad de sentido, como se representa en el Sísifo de la Odisea: condenado a rodar
la piedra y, llegando a la cima de la cumbre, regresa al valle y así demuestra el trabajo
inútil e insensato.

En los años 80's crece la afirmación del pensamiento débil, después de la caída de la
razón fuerte de los maestros de la sospecha: Marx, Freud y Nietzsche. Intenta sobrevivir,
en la elipse del grande fuego del "Logos", contentándose con los pequeños fuegos, que
permiten resistir en la noche. Como emblema surge Narciso, imagen de la persona
curvada sobre sí y Pinocho, con la frenética voluntad de jugar y divertirse, con la
pretensión absurda de realizarse sin hacer caso al papá.

En los años 90's se afirma la presencia de diversas áreas culturales, marcadas por
criterios particulares de orientación en la acción social y en el proceso de construcción e
transformación de la sociedad. Ocurre el fenómeno del policentrismo cultural. Esta
diáspora cultural requiere de la Iglesia una oferta de "respuestas evangélicamente
inspiradas, culturalmente válidas e históricamente eficaces [7] . Habrá que separar
cualquier ambición de hegemonía cultural. La revolución biogenética da pasos firmes que
se comienzan a verificar en el siglo XXI.

Los orígenes del "nuevo ateísmo" podemos reencontrarlos en el 11 de septiembre de


2001. El impacto de los ataques suicidas y homicidas era señal de que el mundo cambió
de modo irreversible. Richard Dawkins y otros defendían que la religión era irracional y
peligrosa. Estos argumentos evidenciaron un fanatismo religioso islámico. Fanatismo
religioso equivalía a religión. Las señales adquieren consistencia: la caída del muro de
Berlín, el ataque a las Torres Gemelas, la imparable globalización, la revolución
informática.

Con la caída de las tres filosofías de los últimos dos siglos: idealismo hegeliano,
marxismo y positivismo, avanza el pensamiento débil, "enfermedad del espíritu"[8],
caracterizado por el desinterés de la búsqueda del sentido último y por la renuncia a una
visión orgánica de la vida. Se abrieron para la fe inesperadas posibilidades de
inculturación. Pueden oscilar entre los paralizantes peligros de instrumentalización de lo
religioso y las oportunidades creativas para el proceso de inculturación de la fe.

La caída de las ideologías secularistas es una oportunidad y una responsabilidad. Se


requiere mucha atención para darse cuenta de una petición dirigida a la Iglesia, de modo
casi sofocado o mudo. Medir la cantidad de medios y la calidad de los instrumentos
disponibles para corresponder a esta hora es una medida sensata y fundamental.

El pensamiento débil abre camino a una nueva inversión de la inteligencia cristiana en las
artes, en la música, en la literatura, en la poesía, en la ética pública, en el pensamiento
político. Se renueva la centralidad de la Escuela, de la Universidad y de otros agentes
formativos. Son llamados al pesado encargo de la formación integral y cristiana de las
personas.

El documento de preparación del Sínodo de 2012 verifica que muchas comunidades


andan distraídas y no percibieron la crisis del ambiente cultural, puertas adentro, el
"cambio muy acelerado de parte de la cultura" (cf. Instrumentum laboris, Sínodo 2012, n.
103). Pero el sentimiento general de los episcopados es de "preocupación" (cf.
Instrumentum laboris, Sínodo 2012, n. 49). Ser propositivo en este nuevo ambiente,
renovar energía, tener voluntad operativa, exhalar frescura de anuncio y recurrir al
ingenio, ¿qué quiere decir? El desafío es muy serio, como advierten las fuerzas de
renovación ya actuantes en el terreno. Hay posibilidad de vivir y comunicar la fe, en este
nuevo ambiente cultural. El terreno humanista serio y verdadero será la base de la Iglesia
para vivir en el tiempo de este saeculum, sin ser mundana. Encontrarse y dialogar con
quien busca la verdad será un camino a recorrer, como lo comprueba el éxito del "Atrio de
los gentiles" (cf. Instrumentum laboris, Sínodo 2012, n. 54).

5.      Lectura teológica, sapiencial y comunitaria de la historia

Se verifica, en el actual contexto, la necesidad de cultivar la capacidad para articular


objetivos nuevos y tradicionales, individuados a nivel nacional y regional, en los círculos
tanto de la dimensión antropológica de cultura, como de la dimensión académica. Las
múltiples realidades eclesiales requieren un discernimiento comunitario.

La lectura sociológica, de la que nos servimos, recurre a dos grandes métodos:


singularismo metodológico, que parte de la explicación de hechos enigmáticos
individuales, como hicieron los fundadores de la sociología, y holismo metodológico, que
abraza objetos de estudio amplios, con una mirada global. Así: Ulrich Beck [9], alemán que
creó la expresión "sociedad de riesgo" para percibir la sociedad contemporánea; Zygmunt
Bauman[10], anglo-polaco, "sociedad líquida", sin puntos fijos, donde todos los valores y
todas las instituciones pierden la solidez; Michel Maffesoli [11], francés, creó la expresión
"era de la tribu", sociedad donde no hay moral, sólo usos variados de una comunidad
para otra.

Existe una ambición científica en esta sociología holística. Puede concretizarse:


sociología descriptiva - neutralidad de observación: sociología cuantitativa, con base
estadística o de interrogatorio y cuestionario.

Ya Montaigne prevenía: "temo que tengamos más ojos que barriga, más curiosidad que
capacidad: abrazamos todo, pero apretamos sólo viento".

En la lectura que hagamos de la realidad será fundamental recurrir a un lenguaje bíblico,


no sociológico, filosófico, político. La cultura católica no es una visión del mundo al lado
de las otras, depositaria de valores, una agencia cultural, con armamento teórico.

El camino pasa por acercarse con confianza y creatividad a la fuente del Evangelio de la
caridad y jugar la carta con convicción y capacidad de convergencia. De la centralidad de
Cristo podía descenderse a una antropología y a una cultura, orientada en sentido
cristiano. Una antropología dinámica, capaz de encarnar en las diversas situaciones y
contextos históricos.

La levadura de la evangelización no teme contactar la modernidad. Lo importante es salir


del síndrome de la subalternidad o del juego de defensa o de reacción - emerger en el
evento Jesús.

Se acepta la confrontación constructiva entre cristianismo y modernidad. La racionalidad


no encuentra en la fe un límite y un freno, sino una oportunidad de enriquecimiento y de
profundidad que la pone en sintonía con el complejo marco de la realidad contemporánea.
La fe cristiana puede alimentar, en óptica confesional, una visión de la vida y de los
valores éticos fundamentales que ofrecen la base de la identidad de nuestras naciones.
Hay un esfuerzo de pensamiento y trabajo de la inteligencia para hacer progresar al
creyente en la realidad, en veloz mudanza.

Solamente la razón, por la fuerza de su dimensión universal, podrá demostrar el valor


universal de las opciones y de las propuestas avanzadas en nombre de la fe.

Lo importante es ensanchar la racionalidad más allá de lo experimentable y de lo


calculable para sobrepasar el relativismo ético que aniquila al ser humano, limita la
aspiración a la libertad, que no es mero producto instintivo.

La primacía de una racionalidad amplia se identifica con la primacía del Amor - amor a
Dios y al prójimo-. El sentido de la relación entre fe y razón conforme a la ética constituye
el fundamento que la retira del maltrato del relativismo, la ancora en la verdad, no
manipulable por el subjetivismo.

Se pide "amplitud del espacio de la racionalidad" (Benedicto XVI), para permitir que las
cuestiones relativas a conceptos de verdad y a problemáticas éticas puedan recibir
fundamento universal en virtud de una justificación racional.

La razón es la base y el horizonte de una cultura viva, para hoy y para mañana. Razón no
aplastada por las conveniencias del momento, ni subalternas por representaciones
sociales más difusas. Es importante replantear, en las actuales condiciones, la verdad, la
belleza y la visibilidad del cristianismo.

La Razón surge como punto de encuentro entre creyentes y no-creyentes, moviéndose


desde los ámbitos restringidos que la circunscriben hasta a las grandes cuestiones de
verdad y de bien.

En las experiencias ordinarias todos pueden encontrar el alfabeto con el cual componer
las palabras que digan el amor infinito de Dios. La cuestión de Dios es ineludible.

6.      Interrogaciones y discernimiento sobre contextos culturales como tiempo de


salvación

Tres actitudes son posibles ante las corrientes del contexto cultural predominante:

-        resignación: estamos en camino a la catástrofe moral;

-        rigor: tolerancia cero y reforzamiento de las reglas de convivencia civil:

-        y, en tercer lugar, discernimiento: se interroga sobre el kairós de la pos-modernidad,


ya en declive en una época indescifrable.

Vivimos en terreno propicio para el redescubrimiento de la fe cristiana. Es importante


acoger los elementos de crítica y de encuentro dialéctico, las tensiones culturales de la
pos-modernidad. Será necesaria una dosis de locura, de osadía evangélica, de David
contra Goliat, para enfrentar un adversario potente, compacto, con euforia de vencedor,
como decía el Cardenal Martini.
Veamos algunos trazos característicos de la pos-modernidad, que consienten el
encuentro con una cultura inspirada en el Evangelio:

6.1 Cultura de lo inmediato, espontáneo, fragmentario, pero fuertemente emotivo.


Se vive el sentido de lo provisorio, en desconfianza para con los grandes proyectos de
vida y en rechazo de los compromisos definitivos. Se abre una instancia de experiencia
concreta, como por ejemplo: servicio gratuito a los pobres, alabanza jubilosa a Dios, obras
de voluntariado.

Se siente una afirmación de la autonomía individual y de refugio en lo privado. Cada uno


se afirma sobre los propios intereses. Escoge los valores éticos a seguir, los fines, los
medios, sin advertir la exigencia de las normas, objetivas y universales. E1 momento se
caracteriza por un eclipse creciente de la ética, en virtud del fin de la metafísica con
consecuente encierro en lo relativo y en lo experimental.

Aumenta el aprecio por valores centrados en el individuo y en su autonomía. Cada


persona busca construirse a través de relaciones próximas que salvaguarden su
aspiración y crecimiento. El individualismo gana papel en la posición social. Es patente el
declino de valores como religión, autoridad, rigor moral, obediencia, responsabilidad,
igualdad, deber, trabajo.

La manía de los sondeos de todo, los barómetros de todo, las investigaciones


multiplicadas, unas sobre otras, colocan los valores en la categoría de las modas,
perdiendo su durabilidad en frenesí opinante. Novedades, cambios, evoluciones se sitúan
a corto plazo. Pero reducir los criterios de vida a la inmediatez de la actualidad es grave
para los valores.

La instancia positiva será la búsqueda de originalidad, de singularidad y de la opción


personal, a pesar de ser estructural mente frágil, porque no está fundada sobre la verdad
subjetiva. Aquí el creyente cristiano puede encontrar la raíz para la libertad espiritual y
para el desprendimiento en orden a seguir adelante.

6.2 El paradigma del individualismo marca terreno en todos los planos: político (crisis
de las democracias) socio-económico (sociedad de consumo), religioso (personalización
de la fe), emocional (importancia de la autenticidad de las relaciones), operativo (crisis de
las instituciones). La defensa de los intereses individuales y de grupo es regulada por
normas que garantizan a todos oportunidades iguales. La diversidad de modelos de
comportamiento es tolerada como normal. Lo positivo de esta característica de la pos-
modernidad está en la observancia de reglas y en la tolerancia de la diversidad. Era
evidente, con todo, cómo tal actitud escondiese peligros: de indiferencia y extrañeza entre
las personas, de que los derechos humanos no fueran objetivos y permanentes, sino
merece  consenso social. La convivencia civil, para tener bases sólidas, necesita de
valores compartidos, capaces de superar el escepticismo, sobre todo ético.

En este contexto, las comunidades cristianas no temen ser y aparecer como pequeño
rebaño y optan por la acción capilar, a modo de levadura, sin espectáculos, pero apta
para formar cristianos adultos.

6.3 Se desarrolla la especialización sectorial, con la fragmentación de los varios


ámbitos de la experiencia humana. Se exalta la racionalidad científica y tecnológica.
Otras formas de conocimiento son confinadas al ámbito de la subjetividad. Con todo, la
ciencia y la técnica no apagan la sed de felicidad inscrita en el corazón humano. Esto será
un elemento para la inculturación de la fe.

La progresiva aceleración de la ciencia moderna y su fecundidad tecnológica operan una


revolución antropológica. La denominada "tecno-ciencia", de amplia base disciplinar,
obliga a una reflexión teológica. La educación deriva de la cultura y produce cultura. En la
educación se verifica hoy una distancia entre el cuestionamiento de razones para vivir y
las respuestas que a esta cuestión son ofrecidas por el relativismo y nihilismo, por el
evolucionismo cósmico y biológico, por las neurociencias; por la relevancia siempre
creciente de las ciencias empíricas. Estas contribuciones atenían contra la dimensión
personal del ser humano, reducido a mero resultado de la evolución o a objeto "medible",
considerando la inteligencia y la libertad simples funciones del cerebro.

Sobresale la importancia del papel de la racionalidad como enlace entre las opciones en
nombre de la fe y las tendencias del fondo cultural. Las motivaciones racionales son
fundamentales en las opciones personales, legislativas, institucionales.

6.4 En este contexto, es importante pensar la cuestión de la religión, de lo


espiritual, esto es, del sentido de la vida. En un mundo colmado de incertidumbre, la
cuestión del sentido no es dada. Ni para el Estado, ni para las Iglesias, ni para otras
instituciones, ni para la Ciencia. Se vive la incertidumbre de lo condicional, multiplicadora
de eclecticismo, de variadas pertenencias y de crecimiento de los agnósticos, del anti-
dogmatismo, haciendo la tolerancia intocable. Es el individuo quien escoge según sus
criterios. Cada persona quiere experimentar y reivindicar un período de ensayo antes de
aceptar creer. Desea testar la apropiación personal para creer. La sinceridad y la
intensidad de la experiencia tienen supremacía en relación a la pertinencia y a la
veracidad. Se busca el sentido de las cosas a través de una conquista personal.

Una propuesta de sabiduría exige, por lo tanto, a los educadores, a la escuela, a la


familia, a las instituciones con finalidades de pedagogía social, una apertura para guiar,
aconsejar, testimoniar, sin juzgar o reglamentar a los peregrinos de sentido de este
nuestro tiempo. Porque la cuestión del sentido será base para la recomposición de un
nuevo mundo.

Se verifica un cierto despertar de la sensibilidad espiritual y de una religiosidad difusa,


pero poco eficaz, para el tercer mundo. Entre los factores del contexto cultural pos-
moderno se sitúa esta tendencia para espiritualidades privadas y ecléticas.

Se requiere solidez espiritual, o sea, apertura de espíritu a la trascendencia, al Absoluto.


Este rasgo para la universalidad del Ser quebrará la multi-diversidad que enclaustra cada
persona, cada grupo, cada país en su círculo. Inspirados en el único Absoluto, los
políticos quedan aptos a acoger la presencia de Dios en la historia actual y entregar
nuestra pobreza al servicio de la vida en abundancia, que el Absoluto ofrece a todos los
vivientes.

El Cardenal Martini (Progetto, p. 153) señalaba como actitudes de respuesta para vivir en
tiempo de la cultura pos-moderna: cultivar la interioridad y la oración, buscar la
familiaridad con la Sagrada Escritura. La propuesta de una espiritualidad sólida, creíble y
cristalina será un servicio de la Iglesia a la cultura contemporánea.

6.5 Un gran desafío será el reconocimiento de los antídotos y de las líneas de


resistencia que nacen en el corazón de una sociedad a la deriva. Verificamos un
contexto cultural extraño e indiferente o hasta hostil, en rápida transformación. El
Documento de preparación del Sínodo no deja de observar que "varios sectores de la
cultura actual manifiestan una especie de aversión hacia todo lo que es afirmado como
verdad, en contraposición al concepto moderno de libertad entendida como autonomía
absoluta, que encuentra en el relativismo la única forma de pensamiento adecuada a la
convivencia entre diversidades culturales y religiosas." (Instrumentum laboris, Sínodo
2012, n. 126). Esta actitud hostil requiere insistente acompañamiento en el camino hacia
la verdad y la paz, renunciando a cualquier violencia.

El valor de la libertad degeneró en opción individualista en todos los campos de la vida,


de lo afectivo a lo económico, de lo político a lo sexual. La libertad no muestra unión con
la verdad. La libertad no conoce otros límites si no la libertad del otro. Pero la libertad
cristiana fue conquistada por Cristo para nosotros. Cristianismo y pos-modernidad difieren
en el significado de libertad.

Las ciencias sociales tienden a privilegiar una posición laicista, como si fuera neutral y
equilibrada. Es evidente en la metodología educativa, donde se afirma que la participación
religiosa es un obstáculo al progreso pedagógico. Algunas tendencias culturales
consideran la religión como irrelevante y a la fe como extraña. Otras, advirtiendo la
necesidad religiosa, no están preocupadas por los contenidos específicos de la fe y de la
Moral. Otras, todavía, prefieren un sincretismo religioso, con base en la búsqueda
individual del bienestar propio y emotivo.

Nosotros, por lo tanto, conscientes de las ideologías agnósticas y hostiles a la Tradición


cristiana y declaradamente ateas, debemos ser más persistentes en el diálogo, para
permitir descubrir a Dios, que no es rival del ser humano (Juan Pablo II - Carta de
Fundación del PCC).

El ateísmo se asume y se presenta como la "categoría racional predefinida", respecto a la


cual todas las otras creencias deben ser justificadas. Se pretende que el ateísmo ofrezca
una posición de neutralidad en relación a los valores. De ahí se parte para examinar e
evaluar los comportamientos religiosos. La creencia religiosa es muchas veces
presentada como separación de las normas sociales prevalentes, incomprensible
persistencia de ideas y prácticas del pasado, o algo que revele hábitos mentales
irracionales.

La libertad religiosa considera la religión un conjunto de ideas, de prácticas y valores


privados. Pero se excluye de la esfera pública, de expresiones visibles. Los laicismos
también son sistemas de creencias: no son neutrales, son movidos por una ideología que
invade el espacio público. El laicismo niega, excluye y suprime ideas y valores morales de
los otros, defendiendo el mito de la propia neutralidad[12]. Hay pretensión de elaborar y
transmitir una cultura neutra e ilusoria.

Vivimos en un contexto cultural fuertemente marcado por el pluralismo secularista.


Asistimos a los procesos de secularización y descristianización, relativismo, nihilismo e
indiferentismo ético. Hay interrogantes e inquietudes levantadas por tales fenómenos
culturales.

El modo más apropiado para enfrentar la secularización de la fe es uno sólo: "el empeño
sincero en el seguimiento del Señor, la tentativa humilde de dar respuesta positiva al Dios
absolutamente santo".
Concluyendo: el terreno tiene dificultades, pero es propicio para el redescubrimiento de la
fe. Un ejercicio de discernimiento reconoce en la cultura de lo inmediato y de lo
espontáneo, en la tolerancia, en la diversidad, en el recurso a la racionalidad, en la
incertidumbre y en la búsqueda de sentido, de espiritualidad, en la irrelevancia de la
religión en el espacio público, auténticos desafíos a la osadía evangélica. Tener hoy
conciencia misionera significa la audacia humilde del diálogo, la convicción firme de llevar
una propuesta de plenitud humana.

+ Carlos Azevedo, Delegado

Pontificio Consejo de la Cultura

Tucumán, Argentina, 20/09/12

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