Está en la página 1de 3

La poesía de Cervantes

Como la inmensa mayoría de los escritores de su tiempo, Cervantes


cultivó también la poesía. La inmensa fama de su obra en prosa, especialmente del
Quijote, han sido siempre un obstáculo para valorar la producción poética de Cervantes,
pero su obra en verso alcanza considerable extensión. En verso escribió las diez piezas
extensas de su teatro que se conservan y dos de sus entremeses, y aparte las abundantes
composiciones de esta índole que esparció por casi todas sus novelas, escribió también
numerosas poesías sueltas que aparecieron en diversos cancioneros de la época. Cultivó
por igual la poesía tradicional y la italianizante, y siempre con gran variedad de metros;
en la poesía tradicional se sirvió del romance, los villancicos, las quintillas dobles; en la
poesía italianizante escribió sonetos, églogas, canciones, octavas reales, tercetos,
sextinas, e incluso manejó el verso libre. Una égloga incluida en La Galatea está escrita
en coplas de arte mayor, metro olvidado ya por entonces.
Al comienzo de su producción poética cultivó con preferencia la poesía
italianista y tuvo a Garcilaso como maestro. Cervantes manifestó su admiración por
Garcilaso en varias ocasiones.
En La Galatea, obra de la primera época, se encuentran más abundantes
composiciones de inspiración italiana y garcilasista, que encajan muy bien con la índole
lírica y pastoril de la novela. Pero aquí se hallan también los peores versos del escritor.
Escribió también Dos Canciones a la Armada Invencible, -una entusiasta, anterior a la
expedición, y otra elegíaca, después de la derrota; pero tampoco es aquí, ni en sus escasas
poesías religiosas, donde deben buscarse sus mejores momentos.
Como sonetista, Cervantes logró magníficos aciertos, sobre todo en el tono
satírico y humorístico, en los que puede ponerse al lado de los mejores poetas de su
tiempo. Cuatro de estos sonetos, en especial, han sido siempre justamente alabados: Al
túmulo del rey Felipe en Sevilla, A la entrada del duque de Medina en Cádiz, donde
destaca la amarga sátira contra las tropas del duque, que llegaron a dicha ciudad cuando
los ingleses habían ya salido, después de saquearla durante veinticuatro días; A un
valentón metido a pordiosero, y A un ermitaño. Cualquiera de estos sonetos bastaría para
cimentar la fama de un poeta.
A la poesía de índole tradicional pertenecen numerosas composiciones
intercaladas en sus Novelas ejemplares y en el Quijote, y entre ellas sobresalen
especialmente los romances.
Hay tres poemas extensos que deben ser especialmente mencionados: el
Canto de Calíope, la Epístola a Mateo Vázquez y el Viaje del Parnaso.
El Canto de Calíope, incluido en el Libro VI de La Galatea, es un poema
laudatorio, como se escribían en la época, pero con el que Cervantes inicia la crítica
literaria de los poetas de su tiempo, ya que se refiere sólo a los vivos. Entre los poetas
aludidos figuran los mayores del Siglo de Oro, como Lope y Góngora, junto a muchos de
mediana importancia y bastantes cuyos nombres han sido olvidados por entero.
La Epístola a Mateo Vázquez era dirigida al secretario de Felipe II y fue
escrita durante los trágicos días del cautiverio. Encierra fragmentos de notable calidad
poética y verdadera inspiración y toda ella está escrita con emoción honda y sincera. Las
numerosas referencias autobiográficas le añaden otro motivo de interés.

1
El Viaje del Parnaso, extenso poema en tercetos, de casi tres mil versos,
escrito por Cervantes en sus años de madurez, pertenece al mismo género que el Canto de
Calíope, y es su obra poética de mayor empeño. El escritor imagina un viaje a la
residencia de las musas y asiste a una asamblea de poetas presidida por Apolo. Sus
opiniones sobre escritores abundan también en lugares comunes, pero mucho menos que
en el Canto de Calíope; aquí encontramos ya muchos juicios individualizadores y
precisos de notable agudeza. Aquí destacan la nota satírica y el tono amargo y
desengañado, propios de Cervantes en sus años postreros, aunque –también como en sus
grandes obras en prosa- siempre entrañablemente suavizado por su incomparable y
humanísimo humor. Los poetas toman rápidamente asiento en los escaños de mayor
dignidad, mientras Cervantes queda en pie por no hallar ya acomodo. Expone a Apolo la
relación de sus escritos y Apolo le contesta:

Mas si quieres salir de tu querella


Alegre, y no confuso, y consolado,
Dobla tu capa y siéntate sobre ella…

Pero Cervantes no tiene capa siquiera:

-Bien parece, señor, que no se advierte


-Le respondí- que yo no tengo capa.

Aunque la obra es demasiado prolija en muchos pasajes, tiene, en cambio,


bellos fragmentos, el poeta maneja el terceto con soltura, saltan por doquiera las
punzantes ironías, y ofrecen especial interés los datos autobiográficos y las ideas
literarias del autor sobre su propia obra y los géneros entonces más discutidos y en boga.
Hay alusiones de particular gracejo, como la dirigida a Quevedo: Mercurio pide que los
poetas se apresuren, exigencia imposible para los pies del gran satírico, pero el dios
asegura que no saldrá sin él. Entre los más destacables episodios deben mencionarse: la
despedida que el escritor hace de Madrid; las descripciones de la Poesía y de la
Vanagloria; la descripción ingeniosísima del bajel de Mercurio, en que viajan los poetas,
todo construido de sustancias poéticas.
De especial movimiento y colorido es el pasaje de la tempestad en que
Apolo, irritado por la innúmera turba de poetas, trata de ahogarlos; por orden suya,
Neptuno agita el mar y da caza a los náufragos con su tridente. Al fin Venus,
compadecida de los poetas, los convierte en calabazas o en odres para que floten.
Después de aquella curiosa metamorfosis, dice el escritor,

No veo calabaza o luenga o corta


Que no imagine que es algún poeta…

Y no menos curiosa es también la batalla entre los poetas, en la que


Cervantes derrocha la ironía.
Al final de la obra, que consta de ocho capítulos, Cervantes añadió una
Adjunta al Parnaso, en prosa, donde prosigue las ironías contra los poetas; pero su parte
más importante hace referencia al teatro.

2
A pesar de todas estas composiciones, el Cervantes prosista ha eclipsado
al poeta en la estimación general. Es verdad –decía Marcelino Menéndez y Pelayo- que
sus versos son muy inferiores a su prosa, y ¿cómo no han de serlo, si su prosa es
incomparable?
Francisco Manuel de Melo había ya calificado a Cervantes de poeta
infecundo, cuanto felicísimo prosista. Abundan los juicios poco favorables para los
versos de Cervantes. El escritor mismo, con su habitual modestia y preocupado por su
poesía (también con su no menos arraigada tendencia al riguroso autoanálisis de su vida y
escritos) precisamente porque la cultivaba con tanto amor, expresó su atormentadora
inseguridad en estos versos del Viaje del Parnaso:

Yo, que siempre trabajo y me desvelo


Por parecer que tengo de poeta
La gracia que no quiso darme el cielo…

Pero no se puede negar el talento de Cervantes para escribir poesía


satírica.
Hay dos opiniones interesantes sobre la poesía de Cervantes. La primera
pertenece a González de Amezúa: La característica de Cervantes como poeta es la
desigualdad…, condición suya que ha provocado la desfavorable opinión tanto de sus
contemporáneos como de los críticos modernos sobre su talento poético, más hecho para
lo irónico y burlesco que para lo serio y grave.
La otra es de Rodríguez Marín: Cervantes fue casi siempre un mediano
versificador, pero siempre, y al mismo tiempo, un admirabilísimo poeta.

Bibliografía
ALBORG, Juan Luis, Historia de la literatura española, Gredos, Madrid, 1993.
CANAVAGGIO, Jean, dir., Historia de la Literatura Española. III. El Siglo
XVII, Barcelona, Ariel, 1995.

También podría gustarte