Está en la página 1de 3

LOS ENTREMESES DE CERVANTES

Como autor de entremeses, Cervantes es el maestro insuperable, nunca


aventajado en la historia de las letras españolas. Desafortunadamente, es posible que
Cervantes no haya visto jamás representar uno solo de ellos.
Resulta problemático establecer la cronología de los entremeses
cervantinos. Se supone que Cervantes escribió también entremeses en su primera época,
pero no hay pruebas de ello.
Cervantes proclamó su admiración por Lope de Rueda. Pero Cervantes
excede a Lope de Rueda en la variedad de temas, en la animación de los cuadros y
diversidad de personajes, en la observación de la realidad y sobre todo en la agudeza
satírica, que apunta a muchos aspectos de la vida social, a prejuicios y rutinas, a veces a
espinosos problemas, a conflictos de clases, y a todo género de hipocresías, intereses y
egoísmos humanos. Cervantes dibuja con asombrosa seguridad, en breves palabras, un
personaje o plantea una situación, animando una vivísima escena de la vida real. Por eso,
sus entremeses son calificados de verdaderos cuadros de costumbres.
Según Asensio, Cervantes remoza el entremés importando a su campo
temas y técnicas de la novela. El crítico añade, un poco más adelante: Cervantes alía en
el entremés la continuidad de la narración, la consistencia imaginativa de las situaciones
con la variedad de personajes rápida e inolvidablemente esbozados. […] Pinta no entes
de una pieza –lo que llamo figuras-, sino seres con una sombra de complejidad, con una
alternancia de sentimientos que con intención moderna tendríamos la tentación de
llamar caracteres. Muchos cervantistas, extremando la nota, han ponderado la
«profundidad psicológica», la verdad de los caracteres.

En El juez de los divorcios, se plantean jocosamente ante un juez diversos


casos de incompatibilidad matrimonial. El juez, prudente, da largas a los solicitantes, y
los músicos –ofrecidos por unos desavenidos ya apaciguados- cantan un estribillo
optimista:
Más vale el peor concierto
que no el divorcio mejor…
El juez desea la paz entre los matrimonios, pero el procurador responde:
Dessa manera moriríamos de hambre los escrivanos y procuradores desta Audiencia.
Que no, no, sino todo el mundo ponga demandas de divorcio: que, al cabo, al cabo, los
más se quedan como estavan, y nosotros avemos gozado del fruto de sus pendencias y
necedades.

El rufián viudo
Es uno de los dos entremeses cervantinos escritos en versos. Presenta una
vez más el mundo picaresco de Cervantes, captado también en Rinconete y en el acto
primero de El rufián dichoso.
El viudo Trampagos, en versos de afectada gravedad, entona el panegírico de la difunta
Pericona, que su misma ironía y las observaciones del criado Vademecum se encargan de
desmoronar; luego llegan otros dos rufianes amigos, que consuelan al viudo con palabras
equívocas. A continuación se presentan tres busconas que aspiran a suceder a Pericona y

1
exponen sus diferentes aptitudes. El entremes se cierra con la llegada de Escarramán,
recién salido de galeras, y el baile final.

La elección de los alcaldes de Daganço


También en verso libre, es una pieza apenas sin acción, que en forma
caricaturesca ridiculiza a varios pretendientes, que alegan pintorescas cualidades para
aspirar al puesto de alcalde.

En La guarda cuidadosa, un soldado y un sacristán se disputan los


favores de una joven fregona; pero aunque el soldado le guarda la calle para espantarle
todos los galanes, la moza se va al fin con el sacristán como partido más seguro. Es, tal
vez, la nunca extinguida antinomia entre las armas y las letras, que en la pluma de
Cervantes encierra una resonancia personal: el dolorido fracaso del soldado heroico,
perdido en una nueva sociedad de políticos y vividores; aunque siempre el humor
cervantino endulza y humaniza el triste rescoldo.

El vizcayno fingido es una divertida pieza, de corte a lo Rueda, aunque


muy superior por la consistencia de los caracteres y lo bien urdido de la trama. Un par de
pícaros estafa a una mujer del rumbo, aprovechando su equívoca posición, que no le
permite recurrir a la justicia; aunque los burladores descubren luego su juego y todo se
remedia con el baile y la alegría final.

El retablo de las maravillas es un entremés inspirado en el exiemplo


XXXII del Conde Lucanor de Juan Manuel: de lo que contesció a un rey con los
burladores que fizieron el paño. En El retablo de las maravillas, los protagonistas
Chanfalla y Chirinos pretenden presentar al público un retablo de muñecas invisibles para
los hijos no legítimos y para los descendientes de conversos.
El retablo representa el punto más alto del humor y de la sátira de
Cervantes como autor dramático. El gobernador y el escribano se limitan a simular, por
temor a la opinión ajena, que ven los títeres de Chanfalla; pero los aldeanos apoyan con
mímica y ruido las imaginarias escenas y se entusiasman con el baile de la invisible
Herodías, a la que acompañan.

La cueva de Salamanca incide en la vieja situación de la burla del marido


ausente, pero no con las severidades dramáticas de la época, sino bajo la forma de
parodia, en la que el estudiante, con su picardía, parece esbozar una burla del sentimiento
del honor. Cervantes construye una auténtica farsa: un barbero y un sacristán se disponen
a aprovechar la ausencia del marido para remediar la urgencia sexual de la esposa y de su
criada; un estudiante de viaje, que pide albergue para una noche, se mezcla
inesperadamente en la aventura, y es él quien, con sus artes de Salamanca, saca a todos
con bien cuando el marido regresa de improviso. La pieza está hábilmente trazada, y las
escenas de regocijante comicidad la llenan por entero.

En El viejo celoso, Cervantes transpone al plano del entremés el nudo


anecdótico de su novela El celoso extremeño, es decir vuelve al tema del adulterio. Esta

2
vez lo hace en forma más atrevida que en La cueva de Salamanca, donde todo queda en
un propósito frustrado.
En El viejo celoso, el adulterio parece consumarse, y, por si fuera poco,
delante del marido. El espectador se queda con la incertidumbre: la esposa entra en la
habitación donde acaba de esconderse el galán, y, a través de la puerta, grita su ventura
con palabras no exentas de cierta procacidad. El galán escapa, sin que el breve tiempo
que ha permanecido encerrado con la atrevida esposa permita suponer la consumación del
adulterio, o tan sólo una broma cruel con la que la joven mujer trata de castigar los celos
asfixiantes del marido anciano.
Hay en la obra una incisiva sátira contra los matrimonios entre
contrayentes de distinta edad (tema grato a Cervantes), pero también contra la hipocresía
a la que nada importa la moral en sí, pero mucho la apariencia y la honra exterior.

Bibliografía
ALBORG, Juan Luis, Historia de la literatura española, Gredos, Madrid, 1993.
CANAVAGGIO, Jean, dir., Historia de la Literatura Española. III. El Siglo
XVII, Barcelona, Ariel, 1995.

También podría gustarte