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INTERCAMBIO

A la hora de dormir, cuando era niño, siempre necesitaba unos cuantos versos de mamá.
Ella tenía que cantarme para yo soñar tranquilo. Ella tenía que abrazarme para estar seguro.
Ella tenía que dejar su esencia para que otros no estuvieran.
Tal vez, esa melodiosa voz, permitía, no que olvidara el peligro, sino que me sintiera
valiente para enfrentarlo. Al final, ese peligro no llegaba.
Sí, el oscuro casi total del cuarto me asustaba. Le temía a lo lejano que se sentían las cosas
cuando no podía ver. Le temía a los sonidos, a los pasos, a todo. Todo por esa noche, sin los
versos de mamá.
Esa noche, que no hubo abrazo, que no hubo canto de su parte, mi valentía se esfumó. Su
presencia desvanecía en la penumbra de mi cuarto, y, el último cúmulo de mi esperanza se
fue con las “buenas noches” de mi hermana.
- cuida bien debajo de tu cama, mira, a veces, por tu ventana, no dejes la puerta del
armario abierta, no permitas que ellos te ganen.-
Y cumplí. Y esperé. Paciente estuve, con todo mi cuerpo dentro de cuatro cobijas. Solo con
mis ojos abiertos lo suficiente para mirar hacia el techo, a la ventana, al armario.
Sin los versos de mamá esperé paciente que empezaran los golpes en el techo. Escuché las
pisadas fuertes que iban hacia la ventana. Los rugidos que esa cosa hacía cada que venía. El
sonido de sus uñas rozando el cristal para finalmente hacer varios toques, como si estuviera
pidiendo mi permiso para entrar.
- Toc toc.-
Su voz, inolvidable, hizo eco en todo mi cuarto, mientras, mi silencio permitía su paso.
Cuando empezaba a entrar, la poca luz de la calle y de la luna que penetraba en la
habitación, iba desapareciendo. Toda esa luminosidad se trasladaba a sus ojos, que brillaban
de un pálido color gris. Era lo único que podía ver.
Eso tenía cuatro patas, dos brazos y una pequeña cola. Nunca había podido ver su cuerpo a
plenitud, sólo se identificaba su figura por ser algo más oscuro que lo oscuro. Como una
silueta, una sombra en la penumbra.
Su cuello era algo corto. Su espalda estaba ligeramente encorvada hacia el frente de sí.
Parecía tener los brazos tan largos que podía usarlos como un par más de patas. Sus manos
también eran grandes, capaces, tal vez, de descuartizar de golpe debido a las grandes, largas
y afiladas garras que poseían sus dedos.
Curiosamente, su sonrisa sí era visible. Justo cuando miraba fijamente hacia mí. Justo
cuando esas brillantes pupilas se mantenían mirando a mi cobarde cuerpo arropado en las
sábanas, esa cosa, sonreía. Sus afilados dientes que, tal vez, reflejaban el brillo gris de sus
ojos, me fueron mostrados en medio de su infinita oscuridad corporal.
Detuvo los movimientos de cada parte de su cuerpo. Mantuvo su mirada hacia mí. Luego,
como hacía siempre, empezó a hablarme.
- Tu madre no ha cantado hoy.-
Aún escucho su voz, indescriptible, incomparable, algo que, hasta ahora entiendo, no es de
este mundo. Yo sostuve fuerte mis cobijas después de su corta oración.
- Es momento de que cumplas nuestro trato.-
- ¿Nuestro trato?-
Finalmente, un poco de valor, algo que le molestaba ver en mi. Decidí que volviera a
explicar el suceso, para así perder algo de tiempo y que se hicieran rápido las 3 de la
mañana.
- Vendré a aquí, cada media noche, siempre que no recibas un canto. Debes tener
esencia de tu madre o yo podré visitarte.-
- Soy directa esencia de ella, pues es mi madre.
- Eso no basta. Hasta que no encuentres la manera de ser su esencia, no dejaré de
venir.-
- ¿Cuál es esa manera? –
Aquí la sonrisa del ser se hizo más grande, más reconocible, incluso, sus pupilas se
iluminaron aún más.
- Su sangre. Si dejas que un poco de su sangre salpique tus manos, por siempre
tendrás su esencia.
- ¿Estás loco? No puedo lastimarla así.-
- Su muerte. Si ella muere, harás un intercambio conmigo.-
Eso parecía no bromear.
- ¿Qué pasa si no hago lo que dices?-
- Te arriesgas, muchacho, a que venga siempre que no haya esencia. Y poco a poco,
me apoderaré de ti, de tu alma. Formarás parte de los seres en lamento que forman
la piel de mi cuerpo. Arderás conmigo en el infierno.
¿En qué persona me convertía si pensaba, si quiera, en que podría intentar cumplir el trato?
Sólo era un niño con miedo que pensaba lastimar a su madre un poco para poder salvarse
de las garras de un monstruo que no se aburría de mi.
- Te doy un día para que tomes la decisión y puedas librarte de mi.-
Un día de tormento, de pensar. Un día en el que abracé fuertemente a mi mamá, en que oí
su voz, mientras planeaba como lograr salvarme sin lastimarla.
Llegó la noche. Impasible, con lluvia, truenos y viento, cuando más me daba miedo. Mamá
entró a mi habitación y acomodó mis sábanas sobre mi. Se aseguró de que quedara a gusto,
cómodo.
- Mamá, ¿los monstruos existen?-
- Si tu eres fuerte, ningún monstruo podrá atacarte, Dan.-
- ¿Y si me obligan a hacer algo malo para que pueda salvarme?-
- Tu voluntad de ser bueno puede más que su maldad. No dejes que nada te haga ser
un mal chico.-
Mamá empezó a tararear la melodía de sus versos. Al tiempo que terminaba de despedirse
de mi. Me dio un beso en la frente y cantó cuatro versos.
- Duerme niño, descansa
Relaja tu mente y tu cuerpo
Así tendrás mucha fuerza
Y enfrentarás tus tormentos.
Siguió tarareando hasta que apagó las luces, salió de la habitación y cerró la puerta. Era el
momento de enfrentarme. Mientras los grillos sonaban. Mientras los destellos de los rayos
iluminaban a través de la ventana. Mientras se oían los pasos, de aquel ser sobre mi techo.
Mientras el “crack” del movimiento de su cuerpo se hacía más fuerte, más cercano. Fui a la
cocina, con total sigilo y sobre el mesón, tomé un cuchillo.
Sólo soy yo, intentando ser lo menos egoísta posible. Intentando lastimar lo menos posible.
No sé qué me asustaba más. Si el sonido de los pasos de esa cosa desde mi habitación o lo
decidido que estaba de hacer lo que había planeado hacer. Derramar la sangre de quien me
había criado para no ser más acechado.
- Toc toc-
El pálpito de mi corazón enmudeció cualquier sonido. Mis pasos eran firmes hacia mí
destino. Empecé a murmurar aquella canción que mamá siempre me cantaba antes de
dormir, eso me calmaba. Entré a la habitación de mamá, caminé hacia su cama, levanté el
cuchillo con total seguridad. Mientras, tarareaba los versos de mamá.
Vi mi rostro en el espejo a los pies de su cama, detrás de mí, aquel ser que, desde siempre,
me visitaba. Empuñé con más fuerza el cuchillo. Mientras, tarareaba los versos de mamá.
El trueno de ese instante, ensordecedor y vibrante, convirtió aquel grito desgarrador en un
silencio inquietante.
- Hasta que se acaben los versos-
Y ese cuchillo entraba y salía de su pecho. Mientras, tarareaba los versos de mamá.
La sangre salpicaba en mis manos. Mientras, tarareaba los versos de mamá.
Su grito de llanto se convertía en silencio. Mientras, tarareaba los versos de mamá.
Su rostro hacia mí, cada vez era más inexpresivo. Mientras, tarareaba los versos de mamá.
El sonido de la lluvia me calmó. Mi madre, que fuerte es, resistió tanto ese dolor, hasta que,
finalmente, sus ojos cerró.
¡Crack!
Eso seguía detrás de mí. En el espejo, con su sonrisa y sus ojos brillantes, se dejaba ver.
- Bien hecho, muchacho. Un gusto hacer este intercambio.
Con mis manos manchadas de sangre en medio de la habitación de mamá. Con mamá sin
vida en medio de tanto silencio. Con la lluvia siendo más débil cada vez. Con lágrimas
saliendo de mis ojos, pregunté.
- ¿Me dejarás en paz ahora?-
- Oh, claro que te dejaré en paz. Pero espero que hayas entendido a qué me refería
con la muerte de tu madre.
- ¿Qué quieres decir?
- Podías cortar a tu mamá, y yo te dejaría en paz…o podías hacer esto y haríamos un
intercambio. Ahora ese es el trato. Serás tú, muchacho, quien desde hoy cargue con
peso de llevar este cuerpo de lamentos. Buscando al próximo humano con el que
puedas intercambiar tu maldición. Así como lo he hecho contigo.
Ese ser, empezó a parecerse a mi, tenía mis ojos, mi estatura, mi rostro, todo lo mío ya era
suyo.
- Te atormentará en tu infierno por siempre esta escena.-
En cambio yo, que era un niño, me transformaba. Mi cabeza tomaba una extraña forma
redonda, mis dedos se alargaban, al igual que mis brazos. Mi cuello se estiró y me salieron
de la cintura dos grandes patas.
El dolor, era insoportable. Mis ojos dejaban de ser mis ojos, mi rostro dejó de ser mi rostro.
Mis dientes, ahora puntiagudos, me obligaban a mantener una perpetua sonrisa. Es mi
nuevo yo, mi castigo. En mis oídos no dejaban de sonar lamentos, llantos. Por todo mi
cuerpo había una sensación extraña, como si cientos de personas treparan en busca de
salvarse de caer.
Aparté la mirada del espejo, mientras todo parecía volverse oscuro a mi alrededor. Las
voces en lamento eran más fuertes y sus intentos de trepar sobre mi cuerpo me lastimaban
provocando un dolor intenso.
- Mamá, puedo dormir aquí hoy. Tuve una pesadilla.-
- Claro Dan. Acuéstate.-
Mi mamá estaba viva, tratando como su hijo a eso que no era yo.

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