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IMPERCEPTIBLES, DE
GUILLERMO MARTÍNEZ
14 enero, 2020 • La vida infinita (Libros y Lecturas)
A partir de
Crímenes imperceptibles, de Guillermo Martínez
No imaginó al llegar becado desde Buenos Aires para una estadía de un
año en el Instituto de Matemática de Oxford, que se encontraría con la
leyenda de las matemáticas, Arthur Seldom; que residiría en la casa de otra
leyenda, menor, la señora Eagleton, ayudante de Alan Turing para
descifrar los códigos nazis de la máquina Enigma; que debería tratar con el
inspector Petersen de Scotland Yard; ni que se vería involucrado en los
crímenes conocidos como la serie de Oxford.
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“…un crimen verdaderamente imperceptible, me di
cuenta, no necesitaba ser ni siquiera un crimen…” (Seldom).
De este modo, el narrador, utilizará su tiempo durante toda la historia para intentar descubrir
el móvil de esos crímenes, con la guía de uno de los lógicos más renombrados del siglo,
Arthur Seldom, amigo de la fallecida.
Los razonamientos que se desplegarán para resolver estos decesos, actúan a la vez como
disparadores de antiguos enigmas, atravesados, de uno u otro modo, por series matemáticas.
A partir del transcurso de la historia, se podrá ver que estos enigmas están mezclados con un
secreto, con el juego entre azar y destino y quedará de manifiesto que más allá de los
razonamientos siempre subyace la intimidad de los seres humanos, sus afectos, los cuales son
el motor de toda actividad.
Para enfatizar la idea de que hay algo más allá de la superficie mostrada, algo oculto a partir
de una marca, en suma, algo semejante a un secreto, Martínez apela a varios recursos, entre
ellos las imágenes visuales.
Es claro que lo invisible del secreto está “a la vista de todos” pero nadie puede (aún) ver. El
narrador se plantea este problema en términos de sus propias percepciones oculares: “…Creo
que ahora lo empiezo a ver…”; “…Sentí de nuevo (…) que estaba a punto de ver…”;
“¿Cuánto más había en cada uno de los casos que no habíamos sabido ver?…”
Además de este recurso Martínez narra en primera persona y en forma retrospectiva la serie
de muertes que averigua y resuelve. Interactúa con un interlocutor calificado, quien lleva
adelante la elucidación y esclarecimiento de los hechos.
El enunciador tiene menor competencia, y los sucesos que se relatan están contados desde su
punto de vista: el joven estudiante que asiste “
Este recurso es muy utilizado por Guillermo Martínez y resulta sumamente útil en este
género. La ignorancia, o el menor conocimiento del narrador agilizan un intercambio verbal
que permite la explicación o el desarrollo de temas filosóficos, literarios o científicos –
“… Pero fíjese que estamos razonando todo el tiempo sobre significados que asignamos a lo
que son en principio solamente dibujos, líneas sobre el papel. Esta es la pequeña malicia de
la serie: que resulta difícil despegar a estas tres figuras de su interpretación más obvia e
inmediata. (…)
-Lo que usted quiere decir que en nuestro caso, para determinar el contexto necesitaríamos
por lo menos un término más…”
También se puede reconocer otra estrategia enunciativa, propia del género y altamente
funcional a la dinámica del texto: las conjeturas. Dentro de la ficción se manifiestan como
suposiciones, creencias, teorías. Implican un distanciamiento que asume el investigador al
tomar una inferencia para someterla a verificación y hallar la regla general, procedimiento
inverso de la deducción, que parte de la regla e infiere un resultado necesario.
“…Por primera vez me sentí en un territorio seguro. Por primera vez podía seguir una
conjetura, tan encarnizadamente como quisiera, y al borrar el pizarrón, o tachar una página
equivocada, regresar limpiamente a cero, sin consecuencias inesperadas. Hay una analogía
teórica, sí, entre la matemática y la criminalística: como dijo Petersen, ambos hacemos
conjeturas. Pero cuando usted plantea hipótesis sobre el mundo real introduce, sin poder
evitarlo, un elemento de actividad irreversible que nunca deja de tener consecuencias…”.
Hay crímenes, pero el foco no está puesto en ellos sino en las conjeturas que se tejen
alrededor, en las versiones y suposiciones que explican en forma verosímil, la sucesión de
muertes.
Los valores de verdad son otros: saber ver no implica ir más allá de la superficie de las cosas,
sino, al contrario, estar más acá, permanecer en ellas, para volver a verlas (leerlas) de otro
modo.
Desde esta perspectiva, hay una doble circulación de la intriga, por un lado, la búsqueda de la
verdad desde la investigación puramente policial, ensayando análisis deductivos, y la
búsqueda de la verdad en sí misma, desde la mirada lógico-matemática o filosófica.
Es Seldom quien describe y cuestiona “la mirada tradicional” de la criminología, cuando ésta
sobreestima la evidencia material:
“…Y también errores, quiero decir, errores teóricos de la criminalística, quizá mucho más
interesantes. (…) El primero, el más evidente, es la sobrevaloración de la evidencia física.
(…) Desafortunadamente [los inspectores] se guían por el principio de la navaja de
Ockham: en tanto no surjan evidencias físicas en contrario prefieren siempre las hipótesis
más simples a las más complicadas. Este es el segundo error. No sólo porque la realidad
suele ser naturalmente complicada sino, sobre todo, porque si el asesino es realmente
inteligente, y preparó con algún cuidado su crimen, dejará a la vista de todos una
explicación simple, una cortina de humo, como un ilusionista en retirada…”.
Tanto Seldom como el narrador se alejan premeditadamente de este tipo de errores más
propios del razonamiento metódico del policial clásico que de los planteos matemáticos.
“…Empecé a leer sistemáticamente historias de crímenes reales, revisé los informes de los
fiscales a los jueces, estudié la forma de valorar las evidencias y de vertebrar una sentencia
o absolución en las cortes judiciales. Volví a leer, como en mi adolescencia, cientos de
novelas policiales. Empecé a encontrar de a poco una multitud de pequeñas diferencias
interesantes, la estética propia de la investigación criminal.
Irónicamente, esto que dice Seldom sobre la criminalística, bien puede decirlo sobre la
matemática.
“…Lo que probé, básicamente, es que si una pregunta matemática puede formularse dentro
de la misma “escala” que los axiomas, estará en el mundo habitual de los matemáticos y
tendrá una demostración o una refutación. Pero si su escritura requiere una escala distinta,
entonces corre el peligro de pertenecer a ese mundo sumergido, infinitesimal, pero latente en
todos lados, de lo que no es ni demostrable ni refutable…”
“…Tal vez tenga que ver con ese capítulo de mi libro sobre los crímenes en serie – dijo
Seldom –; lo que yo sostengo allí es que, si uno deja de lado las películas y las novelas
policiales, la lógica oculta detrás de los crímenes en serie (…) es en general muy
rudimentaria, y tiene que ver sobre todo con patologías mentales. Los patrones son muy
burdos, lo característico es la monotonía y la repetición, y en su abrumadora mayoría están
basados en alguna experiencia traumática o una fijación de la infancia. Es decir, son casos
más apropiados para el análisis psiquiátrico que verdaderos enigmas lógicos. La conclusión
del capítulo era que el crimen por motivaciones intelectuales, por pura vanidad de la razón,
digamos, a la manera de Raskolnikov, o en la variante artística de Thomas de Quincey, no
parece pertenecer al mundo real…”
Sin embargo, ninguno de los métodos usados alcanza para resolver la incógnita principal:
quién comete los crímenes y por qué lo hace. El ejemplo más elocuente de esta irresolución
está en la sorprendente simpleza de la formación de la serie (“el secreto mejor guardado de la
secta”), descubierta a partir de la lectura del libro La hermandad de los pitagóricos, a cargo
del narrador: “…Uno, dos, tres, aquello era todo, la serie no era más que la sucesión de los
números naturales…” Pero esto no es lo mismo que haber encontrado un vínculo necesario
entre ese símbolo y la próxima muerte. Ni tampoco la clave de cómo evitarla:
“…Esa es la dificultad cuando usted conoce sólo el primer término de una serie: establecer
el contexto en que debe ser leído el símbolo. Quiero decir, si debe considerarse desde el
punto de vista puramente gráfico, digamos, en el plano sintáctico, sólo como una figura, o
bien en el plano semántico, por alguna de sus posibles atribuciones de significado…”
La semiótica que propone Seldom está más allá del género mismo, incluso más allá de la
literatura, desplazando la lectura al ámbito restringido del lenguaje matemático. Descubrir el
sentido de la serie implicaría un desafío sólo para los conocedores de ese lenguaje. El secreto
de la novela estaría reservado a unos pocos lectores. Entonces, ¿cómo seguir leyendo?
Sin embargo con el transcurrir del texto surge la siguiente pregunta: ¿Existe verdaderamente
un secreto? De ser así, ¿conocerlo nos llevará a la verdad?
La novela articula la presunción de un secreto con la voluntad de saber de los lectores -tanto
de los personajes-lectores como del público lector de la novela, con el fin de producir una
reflexión acerca de los distintos mecanismos de acceso a ese secreto y, extensivamente, de las
diferentes concepciones de la lectura, del sentido y de la verdad puestas en juego en esos
mecanismos.
¿Qué deberíamos ver como lectores? Así propone el mago: “¡Luz! ¡Más luz!”; “Quiero que
lo vean todo, que nadie pueda decir: era un efecto de humo y penumbras…”. En el desafío
de Lavand hacia su público resuena el desafío de Seldom hacia el narrador “…Traté de
decírtelo de todas maneras posibles…”, confiesa Seldom .
Las reflexiones que hace el narrador sobre el espectáculo de Lavand podrían tomarse como
una metáfora sobre el género en el cual se enmarca la novela:
“…Cada uno de los números que siguieron fueron extraordinariamente simples, y a la vez
extraordinariamente limpios, como si el viejo mago hubiera accedido a una instancia áurea
en la que ya no precisaba ninguna de sus manos. Parecía además divertirlo secretamente ir
quebrando una por una las reglas del oficio. Había repetido trucos, había sentado durante
toda la función gente a sus espaldas, había revelado técnicas con las que otros magos en la
historia habían intentado lo mismo que él…”
Por su parte, el mago señala las raíces comunes entre los antepasados matemáticos y la
magia, evocando los tiempos en que el saber, el conocimiento, todavía no se había
desembarazado del poder de la superstición y del ilusionismo: “…Sí, la matemática y la
magia tienen una raíz común, y custodiaron durante mucho tiempo el mismo secreto…”
Al final de la historia veremos que todo fue un ardid armado por Seldom quien, disimula un
asesinato usando las herramientas de su disciplina a fin de ocultar un secreto. La verdad
escapa a la órbita de la razón, simplemente reside en la relación paternal y sentimental entre
el célebre profesor y Beth, su hija. Esta construcción del enigma por Seldom es, en definitiva,
la puesta en escena de las coartadas que utilizan los autores de novelas policiales: como sabe
más que el resto puede manipular los acontecimientos, engañar al lector, y conducirlo
premeditadamente hacia un lugar estratégico. Así se expresa casi al final:
“…Si yo hubiera estado a solas allí – explica Seldom – supongo que hubiera intentado
borrar las huellas, limpiar la sangre, hacer desaparecer la almohada. Pero estaba con usted
y tuve que hacer el llamado…”.”…Por supuesto – declara Seldom sobre el final -no estaba
dispuesto a cometer los asesinatos. No estaba seguro de cómo resolvería esto, pero tampoco
tenía demasiado tiempo para pensarlo (…) Yo sabía que si Petersen se centraba en ella
estaba perdida. Y sabía que para instalar la teoría de la serie debía proporcionarle cuanto
antes un segundo asesinato. Afortunadamente usted me había dado en esa primera
conversación que tuvimos la idea que me faltaba, cuando hablamos de crímenes
imperceptibles. Crímenes que nadie viera como crímenes…”
Las víctimas, que en un principio parecían trece, un número bastante significativo, son sólo
once y todo se reduce a dos crímenes en lugar de cuatro: en el primero, Beth asesina a Mrs.
Eagleton, y en el segundo, mueren diez niños por culpa de Johnson.
El método matemático, en este caso, se opone a la metodología moderna del policial que
conduce hacia una Verdad única y segura; las operaciones de los matemáticos, en Crímenes
Imperceptibles, sólo gestan preguntas inestables que desembocan en el fracaso rotundo del
método. Así pues, la investigación no puede avanzar.
El nudo invisible que une a las muertes con los símbolos se encuentra más allá de los límites
del lenguaje y entendemos que “al otro lado sólo está el sinsentido”, el azar, la casualidad, la
incertidumbre, la sinrazón.
Tenemos, entonces, en un plano general, que la idea que atraviesa toda la novela, la coartada
de Seldom, provienen de maniobras del azar. Luego, en lo que atañe a los crímenes y a la
serie correspondiente que los une a todos, encontramos, de pronto, la presencia irrefutable de
la casualidad. La muerte de Clark, en el hospital, puede ser considerada como una muerte
natural, predecible; mas la muerte del percusionista, sólo se debe a la fatalidad. Sabemos que
Seldom había pensado en el tercer símbolo, el triángulo, como continuación de la serie; sin
embargo, él estaba esperando un accidente automovilístico en el “triángulo ciego”, la
autopista en donde había fallecido su mujer. La irrupción del destino es evidente:
“…El concierto… el concierto fue la primera señal de lo que más temía. La maldición que
me persigue desde siempre. Dentro de mi plan, yo estaba esperando que se produjera un
accidente de tránsito exactamente en el lugar que eligió Johnson para despeñarse. Era el
lugar donde yo mismo me había accidentado y la única posibilidad que se me ocurría para el
tercer símbolo de la serie, el triángulo. Pensaba en enviar un mensaje a posteriori que
reclamara ese accidente vulgar como un crimen, un crimen que había llegado a la máxima
perfección: la de no dejar ningún rastro. (…) Pero entonces ocurrió lo del concierto. Era
una muerte y yo estaba buscando muertes. (…) Quizá lo más extraordinario es que aquel
hombre que moría estaba tocando el triángulo. Parecía una señal benévola, como si mi plan
hubiera sido aprobado en una esfera más alta y la vida me allanara el camino. (…) Había
tenido una ayuda extraordinaria del azar. (…) Pero al día siguiente [Johnson] seguramente
leyó en el diario la historia completa. Vio la serie de símbolos, una serie de la que él sabía la
continuación. Sintió, como yo, que desde alguna esfera superior le daban una posibilidad
para su plan. El número de chicos del equipo de básquet coincidía con el número del
Tetraktys. Todo parecía decirle: esta es la oportunidad y es la última oportunidad. Esto es lo
que trataba de explicarle en el parque, la pesadilla que me acompaña desde la infancia: las
consecuencias, las derivaciones infinitas, los monstruos que producen los sueños de la
razón. Sólo quería evitar que ella fuera a prisión y ahora llevo once muertos sobre mí…”
Como diría el propio Guillermo Martínez: ¿No creen acaso los matemáticos en las
casualidades?
“…Me temo que tiene que ver con uno de los libros que le presté yo mismo al inspector
Petersen. Un libro sobre la historia del teorema de Fermat. Es el problema abierto más
antiguo de la matemática (…) Hace más de trescientos años que los matemáticos luchan
contra él y posiblemente mañana en Cambridge logren por primera vez demostrarlo. En el
libro se rastrea el origen de la conjetura a las ternas pitagóricas… El libro sostiene que el
propio Fermat pertenecía a una logia más moderna, pero no menos estricta, de pitagóricos.
Había anunciado en la famosa anotación en el margen de la Aritmética de Diofantes que
tenía una demostración de su conjetura, pero después de su muerte ni esa ni ninguna otra de
sus demostraciones pudo ser encontrada entre sus papeles. Aunque supongo que lo que
alarmó a Petersen son algunas muertes curiosas que rodean la historia del teorema…”
El crimen perfecto, nos enseña Martínez, no es la vana utopía inalcanzable que persigue el
policial; el crimen perfecto, y acaso este es el rasgo deconstructivo más importante, es posible
y Seldom lo imagina: “Nos topamos, finalmente, con la fatalidad: “…En el fondo, todo
crimen, toda muerte, agitaba apenas las aguas y se volvía pronto imperceptible…”
EL TEOREMA DE GÖDEL, SOBRE LA VERDAD Y LA DEMOSTRABILIDAD
Gödel probó que cualquiera fuera el sistema de axiomas que se propusiera para la aritmética,
si ese sistema era consistente (es decir, si no llevaba a contradicciones) había enunciados
verdaderos que no podían ser demostrados por el sistema.
Es decir, el teorema de Gödel replica la situación del crimen con dos sospechosos: para cada
sistema axiomático propuesto para la aritmética, hay enunciados que, por la exigencia del
protocolo fijado, el sistema no puede ni probar ni refutar.
El teorema de Gödel destruyó una por una todas las esperanzas de Hilbert: en primer lugar
mostró la imposibilidad de fundar toda la aritmética sobre axiomas. Aún peor, uno de los
enunciados no demostrables exhibidos por Gödel fue, justamente, la propiedad de
consistencia, lo que liquida también el plan de Hilbert de dar una fundamentación última y
absoluta para la matemática a partir de la aritmética. Como una última ironía, la demostración
dada por Gödel para su teorema sí es perfectamente “segura” y cumple todos los requisitos
formales.
Bibliografía
Ayer, Alfred, “Introducción”, “Capítulo III: La naturaleza del análisis filosófico”, “Capítulo
V: Verdad y probabilidad”, “Capítulo VII: El sujeto y el mundo común”, “Capítulo VIII:
Solución de las más importantes disputas filosóficas”, en Lenguaje, verdad y lógica, Buenos
Aires, Orbis, 1984.
Borges, Jorge Luis, “Abenjacán el bojarí, muerto es su laberinto”, “La muerte y la brújula”,
“El jardín de senderos que se bifurcan”, “Emma Zunz”, en Obras completas, Buenos Aires,
Emecé, 2002.
1986.
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