Tres novelas contemporáneas comprendidas, relacionadas y distinguidas a partir
de la estructura frasística, el concepto de personaje, el manejo de la oralidad y la composición de la trama.
por Nicolás Vilela
Tres novelas contemporáneas comprendidas, relacionadas y distinguidas
a partir de la estructura frasística, el concepto de personaje, el manejo de la oralidad y la composición de la trama.
La charla que compartieron Iosi Havilio, Carlos Busqued y Hernán
Ronsino el pasado 23 de marzo en Eterna Cadencia reflejó o en todo caso impuso la sensación de parentesco entre Opendoor (Entropía, 2006), Bajo este sol tremendo (Anagrama, 2009) y Glaxo (Eterna Cadencia, 2009), respectivamente. En efecto se pueden reconocer algunos puntos en común que van desde la preferencia por personajes opacos o cuya psicología se explica parcamente hasta la atmósfera de ominosidad y violencia que recorre los pueblos en que la acción transcurre y la hipotética vinculación de esa atmósfera con el pasado histórico de la Argentina. Si estos motivos parecen demasiado genéricos y es posible integrar a esa serie algunas otras novelas de la última literatura argentina, quizás sea mejor determinar que lo que en última instancia cohesiona a las obras de Havilio, Busqued y Ronsino es la recepción particularmente favorable que obtuvieron tanto en el campo local como en el internacional: aprobación de escritores muy o bastante consagrados, premios, traducciones, ediciones europeas.
El problema con este consenso, por lo demás compartible, es que hizo
foco en los aspectos más indeterminados de las novelas -especialmente uno de los puntos comunes: la relación política con la historia reciente- y duplicó, en el comentario, la indeterminación referida. Basta con que en una novela haya pueblos oscuros, cadáveres o asesinatos, personajes que desaparecen y relatos fragmentarios para que se establezca algún vínculo con la historia argentina; así la crítica actualiza la ideología estética que se leía en libros como Nadie, nada, nunca, de Juan José Saer, publicado en 1980. Lo que no se formaliza, quizás a causa de la brevedad obligada por el periodismo cultural, es qué relación establecen esos elementos con el pasado histórico (por un lado) y con el presente (por otro)
El atolladero puede solucionarse si la indagación acerca de la apuesta
política deja de concentrarse únicamente en su nivel temático: el movimiento de utopía y fracaso de la colonia psiquiátrica Opendoor, las tensiones político-sentimentales y su circulación chismosa en Glaxo, las consecuencias de la descomposición político-económica en Bajo este sol tremendo. De existir, la novedad de las tres novelas se encuentra menos en motivos de esta índole que en el repertorio procedimental que aportan a sus contemporáneos.
Frase y estratos de la lengua
Opendoor, Bajo este sol tremendo y Glaxo están escritas en un
castellano común, medio, sin estridencias ni mímesis inmediata. Uno de los límites de sus vocabularios, descendiendo en la escala sociolectal, lo constituyen las flexiones orales; el otro, ascendiendo, los lenguajes específicos (en Busqued, el lenguaje científico, aunque filtrado tanto por las revistas como por la televisión, y en consecuencia moviéndose entre un estrato medio y uno medio-alto de lenguaje; en Havilio, el lenguaje veterinario) o la construcción literaria de la imagen (en Ronsino).
La narradora de Opendoor, una veterinaria joven y aventurada,
establece un registro que no es estrictamente coloquial sino llano, modelado por el uso cotidiano pero con una prosodia variada según la velocidad del relato. Si es cierto que la sobriedad estilística de este lenguaje es uno de los factores que contribuyen a que el tránsito por sus casi 200 páginas se vuelva ameno, también es cierto que no se diferencia en gran medida del registro de los diálogos y que, en definitiva, no parece ser la mayor apuesta del libro. Excepto los referidos fragmentos de vocabulario específico en relación con la actividad veterinaria y con el campo, que son pocos, los personajes no se singularizan ni determinan a nivel lingüístico. Ocurre que Opendoor está movida integralmente por la potencia de su argumento y, en todo caso, por la temperatura anímica que puede actuar como correlato; esa confianza debilita la captación particular de los voces, cuyo tratamiento literario se resuelve a menudo con frases de trazo grueso como “Habló como deben hablar los gauchos, sin rodeos” o “Jaime habla un lenguaje antiguo, del interior”. De este modo, en lugar de componer la escena, se suplementa el déficit descriptivo-narrativo con la apelación a un horizonte de tipos sociales dado y compartido con el lector. El lenguaje de la narradora de Opendoor interesa cuando el autor orienta el material con un sentido del ritmo que alterna oraciones cortas y largas, de baja o mediana complejidad en función de las comas, y varía a su vez los tiempos verbales entre el pasado y el presente dependiendo de la situación enunciativa; también interesa cuando enumera objetos percibidos del contexto inmediato y cuando esa percepción rebota en las figuras de lenguaje, como en la comparación “Llegó como se ponen los caballos cuando un camión se les cruza por el camino”. Estos dos últimos recursos, además, son los que mejor, con mayor nivel de materialidad, verosimilizan el trayecto de su narradora. La fortaleza lingüística del libro, en cambio, redondea para abajo cuando su vocabulario medio discurre en comparaciones convencionales (“Aída casi no tenía piel, tan fina, como papel de seda”), superpone imágenes abstractas y concretas (“la parsimonia húmeda de la media mañana”) y, sobre todo, cuando incorpora una ingente cantidad de palabras sajonas para ganar en transparencia (reforzado, esto último, por la decisión autoral o editorial de subrayar esas palabras en cursiva, a pesar de que todas y cada una de ellas formen parte de nuestro lenguaje más habitual, como countries, fast food o pick up, desde hace mucho tiempo). Si se objeta que estas decisiones estilísticas dependen de la clase y naturaleza social del personaje narrador, entonces hay que repetir que es justamente la determinación material del personaje lo que vacila en el libro. Mejor resuelta parece esta misma cuestión expresiva en el libro de Carlos Busqued, no sólo porque la cantidad de palabras técnicas le da carnadura a Cetarti, su personaje principal, vinculándolo a su entorno de consumo (revistas científicas de segundo orden, documentales televisivos), sino también porque contrasta con el lenguaje base del narrador (a su vez identificado afectivamente con el personaje), que se apoya en giros coloquiales e imágenes directas. Entonces los diálogos se justifican porque son los encargados de proyectar y enriquecer ese aspecto coloquial del lenguaje del narrador al tiempo que especifican socialmente a los personajes. En otras palabras: la novela se mueve entre el lenguaje coloquial, mitad regional mitad urbano, y el campo léxico derivado de la ciencia y la técnica; el primero está enfatizado en los diálogos pero también presente en la voz narrativa y el segundo, exactamente lo contrario. Las imágenes y comparaciones provienen lógicamente de estos principios constructivos, por ejemplo en “Cetarti se sentía como un buzo que acabara de trabajar un año en el fondo de una ciénaga” o en “Cetarti ocupó gran parte de la mañana caminando en círculos por la casa, como un autito chocador conectado a baja tensión, fumando y deteniéndose cada tanto en la pecera”. Así se anuda la conciencia perceptiva del personaje a su consumo cotidiano, aportando no solamente un grado alto de verosimilitud -requerido por todo realismo- sino también riqueza imaginativa en el recurso literario. Es en estas variantes de imaginación donde se juega la relación política con la lengua, que precipita además en algunas preferencias lexicales como la decisión de no escribir una palabra en otro idioma (“Word”) sino encontrar un equivalente creativo en castellano (“procesador de textos”).
La opción polifónica de Ronsino también parece acertada en la medida en
que justamente el tratamiento diferencial de las conciencias de los personajes es uno de sus objetivos. En este procedimiento, y no sólo en el dato del epígrafe o en las reconocibles alusiones del texto, se tramita la relación entre Ronsino y Walsh. La decisión del narrador no focalizado sino relevado por las voces de los personajes, con la consecuente implicación ideológica de que se accede a sus conciencias a través de los propios modos de hablar, tiene su antecedente en algunos relatos de Walsh como “Cartas”, “Fotos”, “Un kilo de oro” o “Corso”. Si los primeros dos monólogos, el de Vardemann y Bicho Souza, todavía resultan, aunque más descriptivo el primero y más narrativo el segundo, tomados por un lenguaje mayor, autoral, que insiste en la modulación saereana de la frase (adjetivos entre comas, especialmente en frases de tres sintagmas; uso del pretérito perfecto compuesto), el libro despega definitivamente en los monólogos finales de Miguelito Barrios y de Folcada, donde se aumentan los matices mediante la proporción de los párrafos y el acento en el lenguaje coloquial (puteadas especialmente). En otro orden de cosas, el uso de las comparaciones tiene un valor idéntico al de Bajo este sol tremendo, por ejemplo en el caso del peluquero que dice “como cuando la navaja raspa en la zona de la nuca”. Sin embargo es escasa la apelación a la metáfora o el símil: el paisaje industrial de la zona de Glaxo involucra, en los términos del libro, una cantidad de datos y atractivos suficientes como para que ese recurso se vuelva poco necesario. La representación estándar del libro es literal y mediada por los vericuetos de la sintaxis, es decir, entrecortada, a diferencia de Busqued (donde la presentación de la imagen es directa) y de Havilio (donde también es directa, pero sobre todo intervenida subjetivamente por el sentimiento del personaje). Sin alardes, los mejores momentos fraseológicos de Ronsino (y vale agregar en este punto a los mejores momentos de Havilio) contrastan con el segundo plano al que Busqued relega -unas veces ganado por la transmisión del nervio de la imagen, otras por la velocidad del asunto- la composición de la frase.
Estructura y personaje
Las novelas de Busqued, Havilio y Ronsino presentan un formato afín,
sustentado en capítulos relativamente breves y párrafos cortos –con la excepción del último monólogo de Glaxo- y en la estratificación de voces sea en discurso directo, indirecto o como voz narrativa central. En esta convergencia estructural reside uno de los méritos de las novelas porque sugiere un pacto de lectura –de corrido o por tramos- que se vuelve fluido y cuya fuerza centrípeta es el enigma que aparece y desaparece: trapicheo delictivo en Bajo este sol tremendo, culpables de la infidelidad en Glaxo, desaparición de Aída en Opendoor. Al mismo tiempo, el carácter fragmentario de las construcciones exige un trabajo de corte y elisión que no siempre alcanza buenos resultados.
El impulso compositivo de Opendoor parece venir del cine moderno; las
escenas se truncan en fundidos a negro de carácter más bien aleatorio, lo cual quiere decir, en otros términos, que los espacios en blanco entre párrafo y párrafo no están justificados globalmente sino que van encontrando distintas resoluciones. Pero no sólo distintas: también desparejas, porque si en los mejores casos la elipsis mantiene el suspenso, en los peores se constituye en un recurso artificioso o enfático. Ejemplo de los primeros: “Ya no atiende la voz de Aída grabada en el contestador. Las cosas se precipitan”, donde el punto y aparte es el movimiento para una distensión del relato hasta volver a abrazar el núcleo anterior; ejemplo de los segundos: “Antes de irme, el médico de guardia me preguntó si consumía drogas”, donde el punto y aparte –en este y otros momentos equivalentes- elude el interés por el conocimiento del personaje y simultáneamente lo exhibe. La narradora de Havilio reflexiona poco sobre sus actos o bien la información se escatima con frecuencia: esto se llama “falta de profundización psicológica”, lo cual no es un procedimiento valioso en sí mismo sino de acuerdo a sus contextos diegéticos de aparición. El rasgo es compartido por el personaje de Busqued y también, a veces, por los personajes de Ronsino. Las consecuencias, sin embargo, son distintas. En el caso de Opendoor, a la falta de precisión socio-cultural y lingüística se le agrega un rechazo a interrogar los móviles y efectos de las acciones desde el punto de vista del personaje narrador; la resultante es que algunas escenas logradas técnicamente, como la comida de pedazos de yeso, se vuelven poco verosímiles. En Bajo este sol tremendo, por el contrario, como el personaje está determinado en su relación con el entorno (no sólo Cetarti; se trata de un gesto expresivo que llega incluso a los personajes de paso: “En el depósito del cementerio los recibió un empleado municipal vestido con shorts, una camiseta de Chaco Forever con lamparones de transpiración y barbijo alrededor del cuello”), el efecto antipsicologista se revela como un dato más, esto es, como integrante de los atributos de un personaje arruinado, que piensa poco, y que cuando lo hace recurre a su archivo documental de imágenes bizarras. Glaxo, por su parte, despliega mayores vaivenes en este sentido; algunos personajes reflexionan más que otros sobre sus propias impresiones, pero como el mundo narrativo de la novela es chico y cada personaje también comenta a los demás, las psicologías se deducen en escala sistémica, cuando el libro termina y obliga a la relectura cronológica. De cualquier manera, a los efectos de una consideración de conjunto sobre el problema del personaje, es posible que no sea tanto la veterinaria de Opendoor ni los pretéritos vecinos de la Glaxo los que ostenten la mayor marca de actualidad, sino Cetarti, el anestesiado perdedor de una generación que comprueba que a pesar de algunos progresos la estructura de las relaciones socio-económicas del país no se transformó sustancialmente.