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Bolaño en perspectiva

Un comentario de tres patas sobre Roberto Bolaño, autor que supo tener algunas
ideas sobre Latinoamérica, un estilo no siempre latinoamericano y ciertos gustos
discutibles en materia de literatura argentina.

por Nicolás Vilela

Un comentario de tres patas sobre Roberto Bolaño, autor que supo tener
algunas ideas sobre Latinoamérica, un estilo no siempre latinoamericano
y ciertos gustos discutibles en materia de literatura argentina.

La reciente edición de Una novelita lumpen (Anagrama, 2009) y el


próximo aterrizaje de El Tercer Reich señalan un marco apropiado para
encarar algunos aspectos de la obra de Roberto Bolaño. Indagar de qué
está hecha su literatura puede ser mejor que participar de los
interminables debates acerca de la canonización y sus efectos, los
lamentos por la apropiación perversa e indiscriminada de las
universidades estadounidenses, los pataleos de los viejos fanáticos
contra la apropiación perversa e indiscriminada de los recientemente
bolañizados, y demás epifenómenos concurrentes.

1. Latinoamérica

Un personaje: por ejemplo, Carlos Wieder, de  Estrella distante, piloto de


las Fuerzas Armadas Chilenas y poeta performático. Otro: Sebastián
Urrutia Lacroix, de Nocturno de Chile, miembro del Opus Dei, profesor de
marxismo para militares y crítico literario. Otro más: Augusto Zamora,
de La literatura nazi en América, poeta realista socialista. Dos
declaraciones: “Yo soy latinoamericano” y “Asumirse como
latinoamericano es una opción claramente política y, por otro lado,
claramente económica”. Algunas intervenciones: movimiento de poesía
infrarealista en México, mapeo de la poesía chilena en curso, artículos
sobre literatura argentina. Una impresión frontal de la producción de
Roberto Bolaño indica que Latinoamérica como noción, árbol genealógico
o perspectiva, recobra, después de cuatro décadas, algún interés para la
literatura. El probable ascendiente de la poesía francesa, los trovadores
provenzales o Jack Kerouac se aplasta bajo el peso de la referencia
específicamente regional a la historia de las vanguardias, la poesía
modernista, la militancia revolucionaria y sus contradicciones, el poder
militar y las dictaduras, el exilio. En una dirección que transitó Luis
Camnitzer con Didáctica de la liberación, Bolaño parecía sugerir
retrospectivamente el trazado de una biografía para la literatura (o el
arte) latinoamericana cuyos criterios de evaluación y comparación con
otras literaturas tengan en cuenta las distintas coyunturas sociopolíticas.
Siguiendo esta pista, que queda abierta, tal vez se logre apreciar las
condiciones locales de producción desde una perspectiva igualmente
distante del provincianismo acomplejado, la sobria poética globalizada y
la usanza irreflexiva del periferismo borgeano.

 
2. Frase y composición

Estas disquisiciones sobre Latinoamérica, que se verifican temáticamente


en la literatura de Bolaño, están sin embargo ausentes, o parcialmente
ausentes, a nivel lingüístico. En otras palabras: si Latinoamérica es
notable como referente o perspectiva general, no parece objeto de una
investigación idiomática. La frasística de sus novelas no asume como
materia el habla específica de una o distintas latitudes sino que trabaja
un registro más bien neutro, peninsular en el límite, aunque siempre
alejado de la afectación hiperliteraria. Es posible que la fácil legibilidad y
la traducibilidad exitosa a otros idiomas, cuando no parte del éxito del
fenómeno Bolaño en sí mismo, dependan de este uso de la lengua. Pero
esa cualidad es al mismo tiempo la que atenúa aspectos radicales de su
posición regionalista y a veces lo emparienta con otros celebrados
escritores de su generación, Sergio Pitol o Enrique Vila-Matas por
ejemplo, que apuestan a un registro estándar, de traducción,
impermeable a la variación sociodialectal. Una excepción la configuran
los mejores monólogos de Los detectives salvajes; ésta es una de las
razones, sin duda no la más apreciada por la crítica, por la que se la
puede considerar su novela más contundente.

Con la poesía ocurre algo similar. La poesía como género aparece


sublimado o comentado en la mayoría de las novelas, pero no comporta
ningún influjo visible en lo que respecta al lenguaje. Narrativa hasta la
demencia, la frase de Bolaño se rige por la acumulación de las acciones
o historias, y, cuando parece que por momentos adquiere un espesor o
densidad diferencial, algún núcleo argumental vuelve a monitorear el
conjunto y lo hace avanzar (no necesariamente en línea recta). El
polisíndeton actúa como correlato sintáctico de esta exasperación
narrativa, garantizando además, a nivel de la lectura, un cómodo
arrastre y encadenamiento de la prosa. El otro pivote lo constituye el
comentario de las acciones narradas, que consiste por lo general en
percepciones y emociones subjetivas no reobjetivadas en elementos
externos. Para completar el esquema conviene apelar a un tercer
género: el dramático. Si la acción de las novelas de Bolaño es, como en
el teatro clásico de preceptiva aristotélica, el motor que hace funcionar
la máquina, la unidad mínima de composición pareciera ser la escena.
Con esto la distancia entre el método del cuento y la novela se abrevia,
siendo la segunda un armado por yuxtaposición del primero o bien
siendo el primero un caldo de cultivo de la segunda. Una virtud principal
de Bolaño es la expansión absoluta de este sistema – Los detectives
salvajes, 2666– y la extraordinaria proyección imaginativa al interior del
campo de posibilidades así abierto.

3. Borges, Cortázar, Lamborghini

Una vez descrita, la prosa de Bolaño ya no transmite la sensación de


naturalidad y transparencia que se deduce en una primera lectura.
Bolaño pertenece a esa extraña familia de escritores que inoculan en el
lector el deseo de escribir y la certeza, momentánea o no, de que
traducir ese deseo en la práctica no puede resultar demasiado difícil.
Cortázar a los 15, Fabián Casas a los 20, Bolaño a las 25. Otros dos
méritos no menores son el de convocar a la lectura a públicos más
jóvenes o que no son asiduos de la literatura y el de extender el radio de
investigación hacia otros autores bajo el mecanismo del hiperlinkeo. La
lectura de Bolaño, para el caso, parece una buena excusa para acercarse
a Enrique Lihn, Rodrigo Lira, Nicanor Parra u otros poetas chilenos,
inclusive Raúl Zurita, cuyo doble reconocible y no reconocido por Bolaño
es Carlos Wieder. Pero volvamos a Cortázar. Bolaño comparte con
Cortázar ese élan adolescente, vitalista, detectivesco a través de
personajes que persiguen, en la estela de Rimbaud, distintas entelequias
o el absoluto por geografías variadas. Si esto es cierto, también lo es
que toda la literatura de Bolaño está fiscalizada por la figura de Jorge
Luis Borges: biografías apócrifas, sobriedad estilística, primado de la
acción, mentalidad conceptual e incluso un conjunto de frases epigonales
como la quizás memorable “A partir de aquí mi relato se nutrirá
básicamente de conjeturas” (Estrella distante).

Cortázar y Borges: en el medio, Bolaño. El cuadro sinóptico parece


seductor porque Bolaño queda en el lugar de síntesis entre dos polos
supuesta o realmente hostiles de la literatura argentina. Sin embargo,
dando un rodeo por el ensayo más famoso de Bolaño desde el punto de
vista de la recepción local, podemos orientarnos en otro sentido y sacar
otras conclusiones. Se trata de “Derivadas de la pesada”, conferencia
republicada hace poco en El secreto del mal y cuya tesis explícita y
central dice: hay que releer a Borges. ¿Las razones? Después de Borges,
la literatura argentina multiplicó inúltilmente los ademanes por
sobrevivir y de los tres puntos de referencia que se desmarcaron,
Soriano, Arlt y Lamborghini, todos antiborgeanos, no resulta ninguna
escuela intelectual digna de atención. Entonces... hay que volver a
Borges. La inadecuación real de este planteo es más llamativa que su
arbitrariedad. Bolaño revela cierta mala comprensión o directo
desconocimiento de nuestra literatura ¿No hay ya bastantes imitadores
de Borges, tanto en Argentina como en México y en Chile? ¿No podemos
afirmar que las trayectorias más interesantes de la narrativa y poesía
argentina de las últimas décadas dependen en mucha mayor medida de
Lamborghini, incluso de Arlt? Es momento de volver al cuadro sinóptico y
complicarlo disponiendo a Osvaldo Lamborghini en un polo y a Cortázar y
Borges en otro (el mismo). Cortázar es marcadamente borgeano si en
lugar de oponer lúdico vitalismo a madura cerebralidad pensamos en
términos comunes de elaboración de tramas, confianza en el género
cuento, atmósferas fantásticas y, por qué no, en la progenie de
escritores de cuento clásico que idolatra a ambos. Dentro de ese
contexto, las opciones ideológicas y estilísticas de Lamborghini
constituyen una antítesis o por lo menos un modo de pensamiento
literario distinto. La inclinación de Bolaño hacia Borges y Cortázar es
clara y se resume en la siguiente frase: “Soy una rata apolínea”.
Entonces, en lugar de postular que Bolaño sintetiza las dos tendencias
centrales de la literatura argentina del siglo XX (Borges y Cortázar),
quizás se pueda concluir que Bolaño se aplica a las dos al mismo tiempo,
en detrimento de otras series literarias no menos centrales y dionisíacas
a su juicio que pasan por Lamborghini, Zelarayán o Roberto Arlt.

4. Proyección contemporánea
Sin ninguna inocencia, y más bien desde la óptica del desencanto,
Roberto Bolaño se concentró en el espíritu de una cierta edad de la
inocencia o de un sector del pasado en el que la juventud representa a
nivel etario lo que la lucha revolucionaria a nivel político. Ese vigor, que
se transmite junto con la ilusión de la literatura como campo de
exploración de la realidad y junto con la sensación de que Latinoamérica
tiene algún significado para el presente, todavía es embrionario,
potencial y hasta la fecha no proporcionó ninguna descendencia
considerable. Se puede sospechar que una forma futura de articulación
dependerá del coeficiente de conciencia lingüística que actúe como
mediador de esos impulsos.

Nicolás Vilela

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