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"La (de)construcción de lo femenino en el diccionario"

Esther Forgas Berdet, Univ. Rovira i Virgili

Para J. y C. Dubois el diccionario "es un espejo en el que el lector se debe

reconocer a la vez como locutor nativo y como partícipe de una cultura". Así, el

diccionario se conforma a la vez como reflejo de una realidad y como modelo de esta

realidad que transmite, ya que se supone que el lector de un diccionario -continuando

con J. y C. Dubois- debe encontrar en él "no solamente la confirmación de sus propios

juicios de gramaticalidad, sino también los juicios de aceptabilidad que definen su

pertenencia a una cultura".1

La palabra es, lo asegura Bajtin2, "el fenómeno ideológico por excelencia", y si la

lengua es el principal vehiculador y conformador de ideología, parece obvio que el

diccionario, como compendio y definidor de las unidades de una lengua, sea el lugar de

privilegio para reconocer el componente ideológico de dicha lengua. Es a través de la

definición lexicográfica que la palabra se traduce en términos de sentido, o lo que es lo

mismo, en términos de ideología.

Hemos escrito en otro lugar que "abrir un diccionario es abrir una ventana al

mundo, a una visión de la sociedad, a un universo particular de referencias"3. De

acuerdo con ello, el contenido de un diccionario puede entenderse, en su conjunto,

como la explicitación de conceptualizaciones compartidas por los miembros de una

cultura, como la norma social de una determinada época, y, de este modo, al

asomarnos a un diccionario antiguo: en nuestra lengua el Diccionario de Autoridades o

el Tesoro de la Lengua Castellana, por ejemplo, percibimos una realidad calidoscópica

fragmentada en múltiples significaciones, mediante las cuales podemos reconstruir


todo un ensamblaje social. Las definiciones lexicográficas devienen de este modo

referentes para el estudio y la comprensión de su tiempo; estudiándolas y agrupándolas

por sectores culturales: arte, religión, economía, geografía o ciencias exactas,

llegaremos a percibir globalmente el contenido y el sentido de la cultura que lo ha

sustentado. Podemos decir, pues, que el diccionario es un útil instrumental servicio de

la antropología, la sociología y la etnolingüística.

Hasta aquí nada que objetar. Así, por ejemplo, nada mejor que un diccionario del

s. XIX para comprender, más que en ningún otro texto emanado por esa sociedad, el

estado de la cultura en ese momento. En sus páginas se reflejan tanto los avances

científicos (aparece 'oxígeno' en la 5 edición del DRAE, en 1817 y 'ferrocarril' en la 10,

en 1852) como el conjunto de cuestiones relativas a la religión, el comercio, la política

o la economía (por ejemplo, entran en la undécima edición del DRAE, en 1869, los

términos 'oferta' y 'demanda').

Ocurre, sin embargo, demasiadas veces que las definiciones del diccionario no

se modifican paralelamente a las transformaciones que se producen en la sociedad. En

el aspecto que nos ocupa, la imagen que de la mujer y de lo femenino transmite el

diccionario, podemos adelantar que, lamentablemente, este 'aggiornamento'

lexicográfico se produce en muy contadas ocasiones, y aún en esos caso, siempre mal

y tarde.

En nuestro estudio pretendemos poner de manifiesto cómo el componente

ideológico inherente al diccionario construye y organiza, conforma (o deforma), todo el

conjunto de significados sociales de 'lo femenino' en nuestra lengua y en nuestra

cultura, a la vez que emplaza a la mujer dentro de un papel social concreto y

predeterminado. Y para hacerlo rastrearemos las parcelas de esta construcción

simbólica a través de la macroestructura y de la microestructura de un diccionario.


Tomaremos como modelo, en este caso, el referente lexicográfico por excelencia, "la

madre de todos los diccionarios", el Diccionario de la Lengua Española de la real

Academia Española, en su última edición de 1992.

En el cuerpo de un diccionario, tanto en su macroestructura como en su

microestructura, hay unos componentes en los que puede detectarse especialmente la

huella ideológica. Seguiremos su pista a través de estos componentes, el primero de

los cuales se refiere, por descontado, a la elección y selección de los términos que

aparecerán en la macroestructura del diccionario. Aunque el diccionario es "el libro de

las palabras", no es "el libro de todas las palabras4, puesto que los lexicógrafos se

encuentran limitados en el espacio y en el tiempo. En el espacio porque el diccionario

es un 'objeto cultural', que como tal ocupa un espacio físico (1 o 2 volúmenes como

máximo, y mejor en uno sólo), y en el tiempo en el sentido de que, como producto

editorial, va orientado a un público contemporáneo y está sometido a una caducidad.

Por otra parte, el número de entradas o lemas de un diccionario varía según la

clase y la orientación que su autor o autores hayan querido darle. Un diccionario de los

llamados 'generales' comprenderá, necesariamente, mayor número de lemas que un

diccionario específico, a la vez que un diccionario orientado hacia un determinado

grupo de receptores,'diccionario escolar', 'medio', etc., limitará también su número de

entradas. Es evidente que ningún diccionario, por importante que sea, puede contener

en sus páginas 'todas' las palabras de una lengua, las de uso corriente y las especiales,

las actuales y las desusadas, por lo que una selección previa por parte de los autores

es indispensable en toda tarea lexicográfica. No es solamente la selección sino la

elección de los lemas que debe contener el futuro diccionario lo que está

ideológicamente determinado, puesto que la ideología del autor aflora tanto al aceptar

nuevas palabras como al mantener las viejas o desusadas. Que el diccionario se


oriente hacia los neologismos y las palabras de reciente introducción en la lengua o

que, por el contrario, contenga mayor número de arcaísmos y términos en desuso, es

ya de por sí significativo, máxime si hablamos, como lo hacemos ahora, de términos

que implican una imbricación 'fuerte' con la realidad social, como ocurre con la mayoría

de lemas que podríamos denominar del campo semántico de lo femenino.

En relación con el diccionario que nos ocupa, recordemos que el DRAE de 1970, en su

decimonovena edición, había incorporado algunas novedades de léxico vulgar o

sexual, como cabronada, coña, lesbiana, en la siguiente edición de 1984 siguió con

follar, joder, correrse y filtreo, mientras que en su última edición han aparecido polla,

ligue, mamografía, pero, en cambio, no se han incorporado diafragma como método

anticonceptivo, gai, ni travesti o francés en sus acepciones sexuales. Sin embargo, a

pesar de esta evidente 'puesta al día' se mantienen hasta esta última edición términos

claramente anticuados, aunque inofensivos, como aquende o soga5, con la misma

definición que tenían en Autoridades, juntamente con otros igualmente anticuados pero

no tan inofensivos, a los que podríamos calificar, como mínimo, de 'políticamente

incorrectos', como [zorra]. 5. [f.] Prostituta, mujer pública. (DRAE), sin marca de

'peyorativo' aún en 1992.

Pero no es este campo, tan llamativo, el que ahora nos importa destacar. Existe

otra decisión ligada a la admisión o eliminación de lemas que aunque no es tan

aparente sí es igualmente significativa por lo que representa de construcción, o

deconstrucción, como reza el título, del rol de lo femenino en el diccionario. Nos

referimos a la inclusión de lemas únicamente femeninos o masculinos por separado, y a

la aparición o no de lemas diferenciados para acepciones femeninas y masculinas. Por

qué aparecen los dos lemas alcalde y alcaldesa y por qué el diccionario emplea su

tiempo y su espacio en definir a la segunda por separado (1. f. Mujer del alcalde.2.
Mujer que ejerce el cargo de alcalde.), al igual que hace con otras 71 entradas que

siguen es uno de los misterios más inexplicables de la lexicografía patria.

Así, se definen como 'Mujer del...' los siguientes lemas: abogada, alcaidesa,

almiranta, almirantesa, asistenta, barbera, baronesa, brigadiera, boyarda, caballeriza,

cabrera, cabreriza, cacica, capataza, capitana, castellana, cochera, cohetera,

comandanta, comisaria, condesa, condestablesa, cónsula, consulesa, coronela, delfina,

dogaresa, duquesa, electriz, emperatriz, escribana, generala, hereja, herradora,

herrera, hortelana, hornera, huevera, intendenta, jardinera, jefa, jueza, letrada, maestra,

mariscala, mayora, mayorala, mayorazga, mayordoma, mercadera, montaraza,

montera, notaria, paresa, presidenta, princesa, regenta, relojera, sacristana, sargenta,

sastra, secretaria, señora, sombrerera, sultana, tenienta, tintorera, virreina y

vizcondesa, y según diferentes fórmulas ('Mujer que vende... que cuida...que tiene por

oficio, etc.) las restantes, a saber: bandolera, bañera, calabacera, callera, camarera,

camaronera, costurera, despinzadera, edila, escobera, ojaladera, salteadora.

Cabe señalar, por si la simple enumeración de todos estos lemas no fuera

suficiente, la extrañeza de algunas construcciones como consulesa o hereja, la

desconexión social que supone definir aún en 1992 a jefa como 'Mujer del jefe',

letrada con una única acepción de 'Mujer del letrado' o incluso secretaria, paradigma

de las profesiones femeninas, como 'Mujer del secretario', y la curiosa -por llamarla de

algún modo- disparidad existente entre la definición de costurera: 'Mujer que tiene por

oficio coser ropa blanca y algunas prendas de vestir' y la de la forma masculina

costurero, esta vez calificado como: 'Modista, que diseña o hace vestidos de mujer'

2. Adscripción al género femenino o masculino de algunos sustantivos y


adjetivos, especialmente los profesionales

Una vez situados en la microestructura del diccionario podremos comprobar

como en cada uno de los pasos lexicográfico sucesivos se evidencia la huella

ideológica, incluso en los apartados como el gramatical en los que no se espera que

ofrezcan posibilidades para que aflore la ideología. Después del lema e inmediatamente

contigua a él aparece la información gramatical, mediante la cual el diccionario

adscribe cada palabra a una u otra tipología morfológica: palabra con flexión de género

masculino y femenino ([director]3. m. y f. Persona a cuyo cargo está el régimen o

dirección de un negocio, cuerpo o establecimiento especial.), palabra invariable sin

marca de femenino ([chófer]1. m. Persona que, por oficio, conduce un automóvil.) o

palabra invariable pero con marca de común (com.) que permite su combinación con

uno u otro género.([accionista]1. com. Dueño de una o varias acciones en una

compañía comercial, industrial o de otra índole).

En este aspecto no podemos sino denunciar, una vez más, la falta de coherencia

interna del diccionario a la hora de tratar los sustantivos y adjetivos referentes a

profesiones, y, por tanto, sujetos a un referente sexuado. Las variantes que se dan son

múltiples, pero cabe resumirlas brevemente en algunos apartados:

a) Gran número de lemas que por su estructura aceptarían la doble posibilidad

morfemática (-a,-o, como, ejemplo, abogado) se mantuvieron con una única referencia

masculina (m.) hasta la edición de 1984, como señalé en su tiempo en el artículo "Sexo
6
y sociedad en el último DRAE", aparecido en 19 , entre ellos, inspector, biólogo,

procurador, etc. De este grupo, se corrigieron en la edición de 1992 doscientos siete

lemas, tal como ha señalado Álvaro García Meseguer en un estudio posterior7, como

biólogo-a, basurero-a, gobernadora-a, ladrillero-a, pero continúan todavía trescientos

tres lemas con una única e injustificada posibilidad morfemática en masculino, entre
ellos, anticuario, campanero, dramaturgo, vinatero, magistrado, consignatario, oleicultor

o azulejero

b) En los lemas de forma única, que pueden ser considerados o bien comunes

(com.) o bien solamente masculinos (m.) se ha producido alguna variante significativa

en la edición de 1992. Por ejemplo, términos que no aceptaban la calificación de

comunes, como espía, figurinista, quinielista, perista, sufragista, y sacadineros, han

pasado a ser calificados como tales en la actual edición. En total, ciento veinticinco

lemas que aceptan m. y f., mientras ciento treinta y cinco, como analista, alfombrista,

fiscal, picapleitos y transportista, que continúan calificados exclusivamente como

masculinos. Cualquier intento de encontrar alguna justificación morfosintáctica, léxica o

cultural a la selección resulta, evidentemente, infructuoso.

3. Marcas pragmáticas o de uso y marcas sociolingüísticas

El diccionario tiene la posibilidad de calificar a las palabras según sus usos y según las

características sociales de sus usuarios. para ello dispone de las llamadas 'marcas

pragmáticas' y de las socilingüísticas o 'de registro'. El uso y abasto de estas marcas

no está fijado en metalexicografía, y por ello los diccionarios distan bastante entre sí en

cuanto al número y al tipo de las marcas que incluyen8, pero en su mayoría manejan

las marcas diastráticas de 'vulgar', coloquial, malsonante, culto o literario más alguna

que otra marca específicamente pragmática, como 'afectivo', 'despectivo', 'insulto', etc.

En el DRAE aparecen las marcas pragmáticas de 'admirativo' 'afectuoso' 'amenazador'

despectivo injurioso, peyorativo, para señalar la intención del hablante y la carga

emocional que la palabra conlleva. Sin embargo encontramos esas marcas muy

irregularmente repartidas, y, una vez más sospechamos que la ideología agazapada

entre las marcas aporta su grano de arena a la construcción lexicográfica del rol
femenino. Veamos: si bien el DRAE incluye la marca 'despectivo' en 249 entradas,

entre ellas esquirol, gabacho, ricachón, pero con relación a los términos vejatorios

dirigidos a la mujer solamente aparece la marca 'despectivo' en 'furcia'. Así, de los más

de 50 sinónimos con que el DRAE de 1992 obsequia a las prostitutas (bagasa,

buscona, cotorrera, fulana, golfa, hurgamandera, lumia, meretriz, pelandusca, pelleja,

perra, rabiza, zorra, etc.) solamente uno, furcia, merece según el diccionario llevar la

marca de 'despectivo'. Los demás no son sino lindos adjetivos no marcados

pragmáticamente. Es más, digamos, a modo de curiosidad, que este mismo diccionario

introdujo en el Apéndice de 1970, entre las 'novedades' dignas de aparición, el lema

[zorrear] 2. Dedicarse una mujer a la prostitución.

Aunque por si sirve de consuelo señalemos que la insensibilidad lexicográfica

no afecta solamente a las mujeres, ya que tampoco la definición 'Que estafa u obra con

engaño' aplicada al lema gitano lleva marca pragmática alguna en la última edición del

DRAE9.

5. La selección de los ejemplos.

Este apartado nos ha ocupado anteriormente en varias ocasiones, por lo que nos

limitaremos a reproducir algunos de los casos ya seleccionados. En el ejemplo

asistimos al entroncamiento de las palabras aisladas de un diccionario con la

realidad social del habla. Resultado de esta función es la inevitable introducción de

ideología, eso es, de modelización y conformación de la realidad externa al

diccionario Se podría escribir un manual de sociología solamente con atender a los

ejemplos lexicográficos de una determinada época, puesto que enunciados que

sirven de ejemplo responden a un estereotipo de uso, representan los lugares

comunes, los tópicos de cada sociedad de recepción. En nuestro caso, el DRAE


introduce pocos ejemplos, algunos son heredados, pero la mayoría representan una

visión de la sociedad totalmente acorde con lo que venimos denunciando. De los

nombres propios que entran en los ejemplos del DRAE la mayoría son masculinos ("

Mateo es hombre de edad", "Juan permaneció extraño a aquellas maquinaciones"),

como masculino es el referente de la mayoría de ellos:

[esfera] 4. "Fulano es hombre de alta esfera"

[entraña] "Hombre de buenas entrañas"

Mientras que en aquellos en los que no interviene una persona concreta, se

evidencia también la óptica masculina del lexicógrafo de una manera palpable:

[echar] 45. "Echarse novia"

[estudiar] 4. "Cuando yo era pequeño mi hermana me estudiaba las lecciones"

4. Los hiperónimos y el contenido de la definición

Hemos dejado para lo último el contenido explícito de la definición, ya que es

evidente que ahí es donde más se aprecia la óptica sesgada del lexicógrafo académico

y donde más claramente aflora su personalidad -de sexo masculino, de moral

tradicional y políticamente conservadora- y, dentro de la definición, muy especialmente

en los hiperónimos. A pesar de que el concepto de lo 'políticamente correcto' en lengua

va imponiéndose entre sus usuarios, incluso entre los más recalcitrantes, al lexicógrafo

se le escapan todavía numerosos tics, en su mayoría heredados, hacia los que no

muestra la sensibilidad sociolingüística deseada. Decimos que son heredados en su

mayoría porque los rastreamos a lo largo de las sucesivas ediciones del DRAE sin

apenas modificación, es más, algunos se remontan todavía al Diccionario de

Autoridades, pero el caso es que, de manera intencionada, por falta de precisión o,


simplemente por desidia, continúan en nuestro diccionario actual. Entre las definiciones

claramente sexistas y discriminatorias y las incorrectas o descuidadas, cabe distinguir

los siguientes grupos:

a) Hiperónimos que discriminan u ocultan a la mujer.

Continúa la ocultación sistemática de la mujer en muchos lemas, aunque es cierto que

se han modificado algunas entradas, especialmente las de profesiones, en las que el

hiperónimo era 'Hombre que...' o, simplemente' 'El que...' y se ha introducido el

hiperónimo no sexista 'Persona que...'

b) Definiciones desfasadas o anacrónicas no señaladas como tales

Abundan en todo el diccionario, pero muy especialmente en el campo relativo a la

mujer. Se ha introducido en algunas definiciones la marca temporal 'desus.'; en otras

se explicita en el texto la temporalidad con fórmulas como 'antiguamente' o 'antes', y en

otras se ha cambiado el tiempo de los verbos empleados en la definición. A pesar de

ello, muchas otras definiciones permanecen todavía lastrando el diccionario de

anacronismos sospechosos, sobre todo en relación con el universo de la mujer:

[ajuar] 2. Conjunto de muebles, alhajas y ropas que aporta la mujer al matrimonio

[pantalón] 2. Prenda interior de la mujer, más ancha y corta que el pantalón de los

hombres

c) Definiciones desiguales para lo femenino y lo masculino

Un buen número de definiciones carece del equilibrio deseable entre su acepción

masculina y femenina. Su definición se orienta exclusivamente hacia la mujer, la

mayoría pertenecen al ámbito de lo erótico-sentimental, y siempre son vocablos que o

bien toman a la mujer como objeto y posesión del varón o bien le niegan la autonomía

suficiente para realizar paralelamente la acción atribuida al hombre. En conclusión,

carecen del equilibrio social entre los roles femenino y masculino en los que
afortunadamente está implicada nuestra sociedad:

[babosear] 2. Obsequiar a una mujer con exceso

[dar calabazas] 2. Desairar o rechazar la mujer al que la pretende o requiere de amores

[cornudo,a] 2. Dícese del marido cuya mujer le ha faltado a la fidelidad conyugal

[celambre] 1. Celos que uno tiene de la mujer amada10

[perder] 25. Padecer un daño o ruina espiritual o corporal, y especialmente quedar sin

honra una mujer

d) Por último, y lo más importante, aunque la última edición de 1992 ha mejorado

sustancialmente en este aspecto, hemos de señalar que lamentablemente quedan

todavía en el diccionario demasiadas definiciones claramente vejatorias hacia la mujer

y lo femenino, definiciones que representan un verdadero alarde de insensibilidad

lexicográfica. Que el adjetivo doctor se defina todavía en 1992 en su séptima acepción

y en su versión únicamente femenina, doctora, como 'La que blasona de sabia y

entendida' nos parece que traspasa los límites del anacronismo para entrar en el

campo de lo socialmente inaceptable. Otro tanto ocurre con un número limitado,

aunque excesivo, de vocablos vejatorios, de los que sorprende, sobre todo, la inutilidad

de su desagradable presencia:

[meón,a] 4. f. fam. p. us. Mujer, y, más comúnmente, niña recién nacida

[hazana] 1. faena casera habitual y propia de la mujer

[jarro] 4. El que grita mucho hablando sin propósito, principalmente si es mujer11

Hasta aquí un breve pero sustancioso repaso al papel que el diccionario otorga a lo

femenino en la sociedad española actual. es cierto que se observan algunas

modificaciones y, sobre todo, que los diccionarios actuales no académicos han

introducido de manera casi sistemática el factor corrector femenino, pero dado que el
Diccionario de la real academia española continúa siendo la obra lexicográfica de

referencia en el ámbito hispano, es de desear que con la introducción de la informática

en la docta institución ésta disponga de una nueva arma que poner al servicio de una

lengua que refleje esa sociedad más justa e igualitaria hacia la que todos y todas

caminamos.

1. J. et C. Dubois 1971. Introduction à la lexicographie. Le dictionnaire,Paris:Larousse

2. Bajtin, M. 1977. Le marxisme et la philosophie du langage, Paris: Minuit. p. 31

3. E. Forgas Berdet . 1998."Diccionario e ideología: tres décadas de la sociedad española a través


de los ejemplos lexicográficos", en El diccionario: depósito y vehículo de normas, ideologías,
Augsburgo: ISLA, en prensa.

4. 7o,ooo palabras del GDLE de Larousse

5.[aquende]:1. adv. l. De la parte de acá.


[soga ]: 6. m. fig. y fam. Hombre socarrón, por la paciencia que tiene en sufrir, a trueque de
hacer su negocio.

6. E. Forgas. 1986. "Sexo y sociedad en el último DRAE", Universitas Tarraconensis. 71- 105

7. Á. García Meseguer. 1993 ΑGénero y sexo en el nuevo diccionario de la Real


Academia≅. Política Científica 37. 51-56

8. E. Forgas y J. Fernández. 1998. ΑLa inclusión del componente pragmático en el


diccionario monolingüe≅. Perspectivas aplicadas de la lingüística moderna,.
Zaragoza: Anubar Ediciones

9.Tanto zorra como gitano llevan la correspondiente marca 'peyorativo' o 'despectivo' en el DSLE
y en la mayoría de los diccionarios de reciente aparición

10. Nótese la curiosa 'implicación del yo' por parte del lexicógrafo, que delata su pertenencia al
mundo masculino con el uso de este 'uno' personal y subjetivo.

11.Nótese lo absurdo de la definición que se introduce por un hiperónimo masculino 'El que..',
para terminar especificando su uso dirigido a la mujer

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