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En la actualidad nuestra juventud impulsada por muchos factores; están

buscando y experimentado otras maneras de convivencia, ya que las instituciones


formales, convencionales ya no permiten la novedad y la unión de ellas. Se prefiere
tener un tiempo de prueba sin hijos al momento de casarse, y en caso contrario las
personas con menos recursos se casan rápidamente teniendo hijos antes de la
formalización inclusive. También en la actualidad el rol de la mujer ha cambiado
rotundamente empoderándola y haciendo en muchos cosos que la relación familia y
maternidad con conjuguen con sus intereses profesional, personales, provocando
tensión con los varones muchas veces insuperables. En este mundo globalizado ha
dejado de ver mal, a una mujer que no desea casarse ni mucho menos tener hijos
prefiriendo la convivencia.
El individualismo es un mal que aqueja al hombre y mujer en nuestra sociedad,
esto hace anteponer mis propios intereses con respecto al otro, esto destruye una
relación de pareja y familia, el artículo en cuestión nos presenta algunos ejemplos: En
Argentina hubo más de medio millón de divorcios en la última década. En el caso de
Colombia se reportan el miedo que tienen las parejas de asumir compromisos
duraderos y temor al fracaso, un gran número de parejas recurren al rito católico para
formalizar su relación en muchas ocasiones, solo por un compromiso social.
Los católicos en el mundo, aun aumentado, pero no se manifiesta en la práctica
religiosa especialmente de los sacramentos, esto podría deberse a que los matrimonios
han frenado la tasa de natalidad. El sacramento del matrimonio ha disminuido mucho,
pero los que lo hacen tiene un mayor compromiso religioso, por ello el magisterio ha
presentado cartas pastorales mostrando su preocupación sobre la realidad de la familia
y proponen la renovación pastoral matrimonial y familiar.
Los fracasos en el matrimonio piden una nueva propuesta pastoral basada en el
anuncio del Evangelio, pero inserta en sus propias culturas. Pero, cada vez menos
parejas cristianas deciden contraer matrimonio celebrando su boda en la comunidad
eclesial, y cuando lo hacen la respuesta que dan a una interrogante muy esencial ¿Por
qué en la iglesia? Las respuestas reflejan un desconocimiento real del sacramento o
tomándolo solamente como una fiesta o motivo para ello, mostrando solo un ritualismo.
Iniciar una pastoral, en virtud de la cual se invite a los novios al encuentro con Cristo en
el sacramento del matrimonio y apoyo familiar. La preparación al matrimonio debe
convertirse en un lugar donde se presenta a Cristo mediante su evangelio, donde los
novios vean a Dios como parte de este proyecto de vida.
La dimensión antropológica, se basa en la experiencia del amor humano,
muchas veces rosando el dolor o sufrimiento, pero transformado y resucitado. Esta
dimensión se enmarca en esa relación de respeto, gratuidad, entrega, un amor de dos
un amor de nosotros. El ser humano es una persona en relación que permite
incrementar su madurez y visión del mundo por ello es un ser capaz de encuentro.
Este encuentro con el otro con el amado amerita una gran responsabilidad supone
poner en juego la propia libertad, teniendo también en torno a ella ritos que la sociedad
impone. El matrimonio una realidad humana pero que se vincula con lo divino,
expresada en gesto, palabras, ritos, donde ya se impregna en el un sentido
sacramental. El matrimonio en la antigüedad era por conveniencia, la mujer quedaba
en un total ambiente desfavorable, pero en las Escrituras podemos descubrir algunas
manifestaciones sobre un amor esponsal, por ejemplo: Isaac y rebeca; Jacob y Raquel;
Elcaná y Ana. Inclusive los sabios en Israel piden vivir con pasión la vida matrimonial, si
hacemos la lectura del Cantar de los cantares donde los amantes confiesan su amor
lleno de pasión.
Otra dimensión es la cristológica, todas las cosas tienen su fundamento en
Cristo, la creación, y todo ello llega a su plenitud en Jesús, quizás en el evangelio no
hay muchos relatos sobre el matrimonio, pero es evidente la importancia y la
trascendencia que nuestro Señor le da al matrimonio, eso se evidencia en su
enseñanza de la indisolubilidad del mismo. Pablo en su carta a los corintios da una
genial y sorprendente respuesta sobre si uno debe casarse o permanecer soltero y
afirma que el matrimonio en Dios, es un medio de salvación y santificación, y que
deben amar a sus esposas como Jesús ama a su iglesia. Por ello el matrimonio es un
verdadero testimonio de la alianza de ese amor infinito de Dios que ha hecho por medio
de nuestro Señor Jesucristo.
Otra dimensión presenta que con el Espíritu Santo el matrimonio tendrá la fuerza
necesaria para poder cumplir con todo lo implica esa responsabilidad de amor, pues
asiste a los esposos en cada momento. Es el Espíritu Santo que cambia a la pareja,
que hace que los esposos se sientan comprometidos unos con otros que puedan decir;
que todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío» (Jn 17, 10). La Dimensión apostólica,
presenta al matrimonio, como iglesia doméstica, está llamada a participar en su misión
compartiendo las riquezas y experiencias espirituales con otras familias. La
espiritualidad conyugal mueve a los esposos a una vocación a la santidad, disfrutando
los dones de Dios para poder llegar a configurarse con Cristo, con la oración, la
Palabra, la Eucaristía, la celebración de los sacramentos con los hijos, la celebración
en familia, la vida al aire libre, el encuentro con amigos. En la dimensión soteriológica el
matrimonio es el sacramento que requiere de dos creyentes, conscientes de la
compañía de Jesús para continuar su proyecto, la pareja llena de amor es sacramento
de Dios en el mundo.

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