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El mundo roto:

adolescencia y
cuidado del otro
A propósito de Kids

Por amor a los desesperados, conservamos aún la esperanza

WALTER BENJAMIN

Sólo puedo amar a aquellos que poseen un lenguaje


inseguro y quiero hacer inseguro el lenguaje de los que
me agradan

PETER HANDKE

1. Retrato de una generación mundo en el que los límites se


Soy distinto de ellos,
han disuelto y en el que
soy distinto de los otros, el insaciable deseo
soy distinto de mí parece dominarlo todo,
mismo. sin restricciones y
IMRE KERTÉSZ aventurándose más allá
Yo, otro
de lo establecido sin,
por eso, poner en
El mundo adolescente está allí, su
entredicho la estructura
retrato es inmisericorde, brutal, directo.
misma del sistema. La
Ni siquie- ra el mínimo gesto parece
transgresión funciona
querer ofrecernos una visión alternativa,
como desvío y no
la posibilidad de ima- ginar otra
como confrontación
oportunidad, otro camino en el derrotero
ante las injusticias del
de vidas que parecen estrellarse antes
mundo de los adultos.
siquiera de haber partido. Las imáge-
En realidad, y éste será
nes, lenguaje que domina omnipresente
un motivo omnipresente,
la cultura contemporánea, se multiplican
la agresión se descargará
para recordarnos que toda forma de
entre pares, será moneda
experiencia parece haber quedado
corrien- te de esa
clausurada mientras se expanden los
sociedad sin estatutos
modos dominantes de la violencia, la
que confor- man los
hipocresía, el prejuicio, la camaradería
jóvenes. El objetivo
autodestructiva, las mil formas de las
será el propio cuerpo o
adicciones, el vacío que va ocupando
el cuerpo del otro; eso,
cada rincón del día, las conversaciones
en reali- dad, carecerá
rapi- ñadas por un idioma rufianesco. Un
de importancia a la
CAPÍTULO3
hora de intensificar cada instante del día como si
fuera el último.
El guión de Kids es lineal, sin demasia- dos
desvíos ni sutilezas argumentativas, está allí para Afiche de Kids. retrato de una
retratar supuestamente lo que define a una adolescencia degradada.
generación, el núcleo que representa las prácticas
de aquellos que apenas si están saliendo de la
pubertad y se sumergen en las aguas enlodadas de
una realidad inclemente.

El cuidado del otro | 73


El protagonista, el antihéroe del lla (aunque, y eso con independencia de
filme, es un coleccionista de niñas los protagonistas, todo tiene su precio,
vírgenes, un seductor que pone todo su nada es gratuito en esas acciones que
deseo en sedu- cir y luego desvirgar a enloquecida- mente se van sucediendo).
púberes que lo con- templan como si Porque si algo intenta mostrar la
fuera un dulce y amante joven que no pelícu- la es una cierta fenomenología
busca sólo usar sus cuerpos para del tiempo adolescente, de ese devenir
satisfacción propia. La primera esce- na, sin sentido o cuyo sentido alcanza la
un beso interminable, profundo al que le plenitud en el ins- tante para dejar
sigue una conversación amorosa en la rápidamente su lugar a un nuevo
que nuestro héroe despliega sus técnicas estímulo. Todo se consuma y se con-
de seducción y culmina en la sume en el instante, en esa fugacidad
consumación triunfal de aquello que omní- vora en la que no parece haber ni
había ido a buscar. Después, en la calle, pasado ni futuro, apenas un presente
le va contando a su amigo-compinche su vertiginoso, único, sin horizontes en el
nueva hazaña, entre cervezas, palabras que, sin embar- go, se anuncia la llegada
atravesadas por el cinis- mo, la violencia de la peste. El sida, que se anuncia sin
y la ruptura de cualquier referencia a responder a ninguna lógica, que
valores que culmina con la combinación caprichosa y sádicamente, pare- ce elegir
de robo y de racismo cuando los dos a quien no debería, a quien guarda un
adolescentes, casi como al descui- do, se resto de inocencia, a la que lo había
llevan una bebida sin pagar de un hecho una sola vez y seducida por amor,
autoservicio chino u oriental. está allí para anunciar que la muerte
Todo está allí, en ese primer tramo reina entre esa lógica del puro instante,
que se muestra a un ritmo de imágenes que en el reino del presente adolescente,
relam- pagueantes, fugaces, en las que de ese desenfreno sin barreras ni límites,
aquello que acaba de acontecer queda el umbral no es otro que la
rápidamente olvidado, o como si hubiera contaminación, la muerte, el final de
sido un suceso del que ya no vale ni partida. Como si hubiera un correlato
siquiera la pena hablar porque parece entre la forma adolescente de
haber transcurrido allá lejos y hace experimentar el tiempo y la extraña
tiempo. Todo, absolutamente todo, pasa seduc- ción de traspasar el límite, de
en un día, desde la mañana a la noche, arriesgar la vida cuando ni siquiera se
como si el tiempo-actual, el aquí y toma conciencia de que la vida está
ahora, fuera el único escenario del verdaderamente en juego. El vértigo de
despliegue de la vida, de lo que cobra la temporalidad en la que transcurre la
alguna significación más allá de toda jornada de Kids, una jor- nada en la que
significación. Puro vértigo en el que todo puede acontecer y efec- tivamente
cada nuevo acontecimiento se devora al acontece, se asemeja a la vivencia de una
anterior como si nada dejara hue- sociedad en la que nada parece
Escena de Kids

adquirir consistencia, espesor. En el aunque de un modo algo juguetón e incons-


mundo del “aquí y ahora” el mañana ha ciente, a la cuestión del sida y a la necesidad
quedado borrado, se ha vuelto de hacerse un análisis
algo difuso, inenarra- En el mundo del “aquí y ahora” el imaginando que, en-
ble; y al suceder eso mañana ha quedado borrado, se ha tre tanto juego y
tampoco cobra im- vuelto algo difuso, inenarrable; y al goce, puede existir
portancia el otro, ni suceder un leja- no riesgo.
sus necesidades, su eso tampoco cobra importancia el Para los mucha-
fragilidad, su otro, ni sus necesidades, su chos todo empieza y
deman- da, para fragilidad, termina en una afir-
convertirse, apenas, su demanda, para convertirse, apenas, mación: lo del sida
en un objeto en un objeto usable y descartable. es
usable y descartable. mandatos, de cierto cuida-
La película elige, en su narrativa, do, y son ellas las que
cierta linealidad, cierto juego deciden enfrentarse,
documentalista en el que la cámara va
recorriendo distintos aspec- tos de las
vidas adolescentes. Se mete en las
habitaciones, escucha el diálogo picante,
sar- cástico de un grupo de amigas que,
en imá- genes simultáneas, parecen
hablar de lo mismo que ese otro grupo
de varones que mientras se fuman un
porro, aspiran alguna sustancia o toman
cerveza, hablan de un único tema
recurrente, obsesivo: el sexo. Las mujeres
son más pícaras e interesantes, los
muchachos son apenas soeces, las unas
pasan por todos los temas posibles, los
del goce y los del asco, se ríen de sus
iniciadores sexua- les, parecen restos de
niñas que juegan a las muñecas pero que
hace tiempo ya que se dedican a otra
cosa. Pero, y ésta es otra línea del filme,
mientras los muchachos viven en el
frenesí irresponsable, quebrando
cualquier pauta, sin referencias adultas,
transgrediendo permanentemente, las
muchachas son porta- doras de algunos
76 | Equipo multimedia de apoyo en la formación inicial y continua de
docentes
un invento, o acaso, pregunta uno, ¿alguien tiene un
amigo contagiado? Mentiras de la televisión, de los
adultos, que, como los cuen- tos de la infancia en los
que aparecía el cuco, ahora inventan esas historias del
sida para cui- dar la virginidad de sus hijas. La
inconscien- cia, el sentimiento de impunidad de las
accio- nes, cualesquiera que sean, atraviesan la
experiencia de esos adolescentes, que así como pueden
iniciarse en las drogas sin haber entrado todavía en la
pubertad pueden, por- que sí, golpear a otro joven casi
hasta matarlo por pertenecer a otra tribu o porque se ha
atrevido a plantarse ante uno de ellos. La esce- na de la
brutal golpiza que le propinan a un joven negro en el
parque, casi en el umbral de la escuela, da testimonio
de la fragilidad del límite que separa la vida de la
muerte, el juego de la criminalidad. Apenas, y tiempo
después, uno de ellos preguntará, para dejarlo rápida-
mente de lado, si no se les ha ido la mano y tal vez lo
hayan dejado muerto en la calle. La res- puesta que da
otro es equivalente a la del sida: no pasa nada, además
se estaba moviendo convulsivamente, lo que significa que
lo deja-

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Escena de Kids

mos vivo. Ni siquiera aparece un dejo de En El placer y el mal, Giulia Sissa


duda moral, como si las acciones indaga el mundo de las adicciones, la
respondiesen a una finalidad que empieza presencia mayús- cula de las drogas entre
y acaba en ellas mismas, en un hacer nosotros, y lo hace destacando la
enceguecido y omnipo- tente en el que significación central de la natu- raleza
nadie debe dar cuenta de nada, apenas insaciable del deseo:
dejar que la intensidad del instante se
devore cualquier otra significación externa a El deseo (de sexo, de bebida, de comida
sí mismo. El tiempo de la adolescencia, y de dinero) es de tal índole que hacerle
tiempo absoluto, sin pasado ni futuro, caso es hundirse, abandonarse a un tirano
instalado en el aquí y ahora, es el que igno- ra la medida. La atracción por
parámetro de unas vidas que se todo objeto sensible está destinada, por
despliegan sin horizonte. naturaleza, a la insatisfacción. En busca de
No deja de ser importante esa presen- una sensación de plenitud, intentamos
cia-ausencia de la muerte en el mundo atesorar, acopiar, inge- rir. Nos volvemos
adolescente; está y no está, los atraviesa inversionistas, coleccionis- tas, sibaritas,
y permanece invisible, los habita y los seductores. Y sin embargo seguimos
deja indiferentes. Toda la película, por estando vacíos. Nunca conformes, por
diversos caminos y con distintos registros, nuestra incapacidad de contener. Nunca
se desliza por la adolescencia como una satisfechos, porque por mucho que
cultura con- quistada por la muerte y por incorpo- remos, nunca es suficiente. El
la lógica del puro instante. El goce vacío no es un estado fijo, contrario a lo
queda cubierto por el espectro del sida, lleno, y que la saciedad podría curar: se
el consumo de drogas nos conduce, en ahonda a medida que lo llenamos. El
algunas escenas del final, especialmente, deseo se despliega en este movimiento de
al umbral de la muerte que, sin embargo, sacar a flote, tan ineficaz como
queda completamente fuera de la incansable, siempre recomenzado y que
visibilidad adolescente. Se trata, antes no tiene ningún motivo para detenerse,
bien, de ciertos rituales del riesgo por el visto y considerando que la parte
riesgo mismo que le otorgan a quien se deseante de nuestra alma tiene el fondo
sumerge en ellos un aura de heroicidad
rajado.41
invencible, de inmortalidad. Lo malo
siempre le sucede al otro, nunca a mí. El
descuido, la despreocupación, están en Sin duda la película nos confronta con
la base de esos vínculos reflejados por aquello que ya sabía Platón hace 2.500
Kids. años: que la busca de la plenitud
concluye en la insatisfacción; de ahí que
el deseo sea insa-
41.Giulia Sissa, El placer y el mal. Filosofía de la droga, Manantial, Buenos Aires, 1998, p. 14.
Escena de Kids.
Todo está permitido.

ciable y el placer, en última instancia, siera mostrarnos a los adolescentes comunes


impo- sible. Difícilmente podamos hoy, y corrientes, los que no atraviesan la vida
en nues- tras sociedades de consumo, descu- biertos, desprotegidos, habitantes de
seguir el ejem- plo pedagógico de los las mise- rias suburbanas. Tal vez porque
griegos y reforzar la mesura, el cuidado lo terrible, en el filme, no es la pobreza o
de sí como equilibrio que delimita la la indigencia sino la pérdida de horizontes,
tiranía del deseo. Tal vez el mundo de la el aniquilamiento de todo sentido, el
adolescencia constituya, junto con el de naufragio de cualquier posibi- lidad de
la infancia, el paraíso consumista, la pensar en el otro, de ir un poco más
geografía preferida allá de un narcisismo
por los publicistas y Tal vez el mundo de la adolescencia autodestructivo. Es
las marcas para constituya, junto con el de la infancia, el retrato de una
cons- truir al sujeto el paraíso consumista, la geografía adoles- cencia de
de nuestra época: el preferida por los publicistas y las clase media urbana,
que permanece en marcas de barrio, que así
estado de voracidad para construir al sujeto de nuestra como transcurre en
insatis- fecha, el época: el que permanece en estado de alguna ciudad esta-
que siempre exige voracidad insatisfecha, el que siempre dounidense también
más y al que nunca exige más y al que nunca se puede puede ocurrir en
se puede satis- satisfacer. Villa Devoto o en
Almagro
facer. Sujeto objetivado, cuerpo cosificado, des- cuido y degradación.
es decir que lo que domina la Como si el director qui-
sensibilidad es precisamente la demanda
perpetua, esa que nace del mundo de las
cosas y que se dirige de mil maneras a lo
más recóndito del apa- rato psíquico de
niños y adolescentes.
No son, estos adolescentes marginales,
hijos de la pobreza extrema, habitantes de
barriadas miserables; son, más bien,
chicos comunes, de barrios de clase
media en los que no se percibe lo sórdido.
En este sentido, la estética de la película no
elige las calles oscuras y enviciadas de las
urbanizaciones marginales; sus calles están
limpias y lo que nos devuelven es una
escena de ciudad de clase media. Incluso
el interior de las casas, que parecen no
estar habitadas por adultos, no expresan
o en cualquier barrio del interior del país. No es
necesario ir a buscarla a Fuerte Apache o a La Cava. No
es un recorrido por una adoles- cencia socialmente
destruida, la cámara no se detiene en la estética de la
miseria de los már- genes ni expresa una visión de
aquellos jóve- nes perdidos, colocados fuera del sistema
que se dedican a apresurar su entrada en la nada de
sentido. Manifiesta, antes bien, una pro- funda crisis en
las representaciones normales, en la vida cotidiana de
aquellos que están integrados al sistema pero que se
descubren en la futilidad de esas mismas vidas en las
que lo único que importa, que puede importar, es el
dejarse llevar por el goce inmediato e ins- tantáneo, el
que pueden dar el sexo o las dro- gas, el que se
desvanece allí donde acaba de realizarse.
Kids nos habla de una sociedad sin
rumbo, de un mundo de adultos que se
han ausen- tado o que ya no parecen ser
portadores de nada significativo que
pueda convertirse en transmisión de

valores.

Kids nos habla de una sociedad sin lograr nada y que la batalla está perdida; o, tal vez, y peor
rumbo, de un mundo de adultos que se aún, la de la indiferencia. El director de la
han ausentado o que ya no parecen ser
portadores de nada significativo que
pueda convertirse en transmisión de
valores. Por eso no se trata, aunque ésa
pueda ser la primera impresión del
espectador, de un crudo y despiadado
relato de las miserias adolescentes, sino,
en una perspectiva más amplia y crítica,
de un intento por mostrar lo que está
aconteciendo en la sociedad, en nuestras
vidas, en la de los jóvenes en medio de
una escena urbana en la que los
acontecimientos se van devorando los
unos a los otros sin dejar ninguna marca,
volatilizándose en el aire y haciendo
imposi- ble una genuina experiencia.
Los que parecen no tener ningún lugar
ni importancia son los adultos. Apenas si
apare- cen en un par de escenas y sin que
sus pala- bras adquieran un significado
particularmen- te destacado. No hay
padres, sólo la presencia de una madre
abrumada que atina a negarle algo de
dinero a su hijo mientras éste no tiene
ningún empacho en robárselo mientras
ella amamanta a su bebé. El padre está
ausente y la voz de su mandato ni
siquiera roza al ado- lescente que surfea
sus días sin otra responsa- bilidad que la
de darle rienda suelta a sus deseos. La otra
escena significativa es la de las dos amigas
que concurren al centro asisten- cial para
hacerse análisis detectores del sida,
escena en la que la palabra de los adultos
es apenas una recomendación resignada,
como la de quien sabe que no podrá
película enfatiza esta de coleccionista, y el deambular desola- do
ausencia de los adultos de la joven, quien nos devuelve, al
cuando la joven, menos, un cierto reflejo de preocupación
angustiada al recibir la por el otro, un gesto de valentía, se
noti- cia de que está manifiesta un sin sali- da que culmina en
infectada, llama a su una escena que transcurre en un
madre por teléfono y no departamento en el que los cuerpos
la encuentra; apenas si exhaustos y arremolinados de los niños-
encuentra, del otro lado ado- lescentes han atravesado drogas,
del teléfono, la voz de su alcohol y sexo, y donde el amigo-
hermanito. Estas compinche acaba violando a la joven que,
ausencias marcan algo semidrogada, ya no responde de sí
fundamental. Ellas dan misma.
testimonio de una ruptura
entre mundos que ya no
se tocan, que ya no
convergen y que, entre
otras cosas, dejan al
adolescente solo ante una
realidad demasiado
compleja y desafiante.
Kids sigue su historia
describiéndonos otros
escenarios por los que
transcurre el mundo de
los jóvenes: la discoteca
en la que pasa de todo,
escenografía que nos
lleva directamente al
paraíso infernal en el que
todo está permitido, en el
que todo se exhibe y
todo puede probarse.
Utilizando el recurso de
un viaje-búsqueda en el
que la protagonis- ta sale
a las calles para intentar
localizar a su iniciador
sexual para contarle que
segura- mente él también
está contaminado, va
des- cendiendo a su
propio infierno. Entre la
absoluta despreocupación
e impunidad del
adolescente, quien sigue
imperturbable sus cazas
Giorgio Agamben: “No hay nada más
impúdico que reducir la miseria del mundo a
la pérdida de valores por parte de los
jóvenes”.

2.El borramiento del adulto y Una [cierta] “filosofía de la pobreza” [en


el vacío de la experiencia el sentido de carecer de toda referencia,
…el mundo que habitamos es de una
de no establecer ningún vínculo con las
abundancia que sobrepasa nuestra generacio- nes anteriores] puede explicar
imaginación más desatada. Están los el actual rechazo a la experiencia [la
árboles, los sueños, las auroras; están
las tempestades, las sombras, los ríos; recibida, la que se hereda de los padres] de
están las guerras, las pérdidas, los parte de los jóvenes (aunque no sólo de
amores; están las vidas de las gentes,
los dioses, las galaxias enteras. La los jóvenes: indios metropolitanos y
acción humana más simple difiere de turistas, hippies y padres de familia están
una persona y de un momento a otro – mancomunados –mucho más de lo que
¿de qué otra manera, si no,
reconoceríamos a nuestros amigos sólo estarían dispuestos a recono- cer– por
por el modo en que caminan, la pose, una idéntica expropiación de la
la voz, y adivinaríamos sus cambiantes
experiencia). Pues son como aquellos
estados de ánimo? 42
perso- najes de historieta de nuestra
PAUL FEYERABEND
La conquista de la abundancia infancia que pueden caminar en el vacío
hasta tanto no se den cuenta de ello; si lo
advierten, si lo expe- rimentan, caen
Hasta aquí el relato de la película, ese
iti- nerario de un mundo adolescente que irremediablemente. Por eso, si bien su
le devuelve al espectador la sensación condición es objetivamente terri- ble,
abruma- dora del vacío, aunque no deja nunca se vio sin embargo un espectácu-
de ser proble- mática la incómoda lo más repugnante de una generación de
constatación de un cier- to prejuicio que adultos que tras haber destruido hasta la
recorre la historia allí donde ese mundo última posibilidad de una experiencia
retratado por la cámara del adul- to autén- tica, le reprocha su miseria a una
carece de cualquier otra significación que juventud que ya no es capaz de
no sea la de la inmediatez más cruda, el experiencia. En un momento en que se le
ego- ísmo, la vacuidad, la violencia quisiera imponer a una humanidad, a la
apenas atem- perada por el personaje de que de hecho le ha sido expropiada la
la joven que pare- ce ser portadora de un experiencia, una experiencia manipulada
resto de valores. y guiada como en un laberinto para ratas,
Al comienzo de un libro llamado Infancia cuando la única experiencia posi- ble es
e historia, el filósofo italiano Giorgio horror y mentira, el rechazo a la expe-
Agamben señala muy agudamente lo riencia puede entonces constituir –
siguiente: proviso- riamente– una defensa
legítima. 43

42. Paul Feyerabend, La conquista de la abundancia. La abstracción frente a la riqueza del ser, Editorial
Paidós, Barcelona, 2001, p. 23.
43. Giorgio Agamben, Infancia e historia, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2001, p. 12.
Escena de Kids

Nada resulta más “repugnante”, nos el núcleo sintomático de la cultura actual


dice Agamben, que esos adultos que y del dominio de lo que genéricamente
vociferan contra las nuevas tribus llamó “la era del vacío” que venía a
urbanas que, como bárbaros modernos, proyectar una nueva experiencia, ya no
arrasan con los últimos restos de cultura. asociada exclusi- vamente a las viejas
Hay algo de eso en la linealidad de violencias aniquilado- ras sino, ahora,
Kids, si es que simplemente la queremos entramada en lo capilar, en lo cotidiano
mirar desde esa perspectiva en la que los como expresión de una socie- dad
adolescentes deambulan sin rumbo, desprovista de aquellas formas fuertes
gastándose la vida apresuradamente, de reconocimiento e identidad.
incapacitados para hacer experiencia de Pero sigamos un poco más con
aquello por lo que están atra- vesando. Agamben quien nos da una buena pista
Pero lo sorprendente es que ni siquiera para pensarnos y auscultar los latidos de
aparece esa voz adulta para inte- rrumpir la realidad. Esa imagen de los personajes
el itinerario autodestructivo, con lo que, de historieta que mientras no se den
quizás, la película no sea una crítica a los cuenta de que están caminando en el
jóvenes, a su incontinencia, a su vacío no caen, constituye un ejemplo
nihilidad, sino, mejor mirada e extraordinario a la
hora de interrogar la
interpretada, al Algo del orden del reconocimiento trama de la
mundo de los se ha quebrado entre los adolescentes y película. Es como
adultos, a esos los adultos. Distancia, incomprensión, si los ado- lescentes
verdaderos ausentes sospecha, rechazo, todas palabras que dan estuvieran
que han renunciado a cuenta de ese equívoco que va de los repitiendo ese
cuidar a sus hijos, a hogares a las escuelas. cami- nar, como si
preocuparse genuina- cada paso dado los
mente por el otro. fuera llevando
hacia el
Literalmente los adolescentes están solos, no dernidad, Gilles Lipovetsky desarrolló la cartografía del
cuentan con nadie, apenas con el nihilismo contemporáneo,
paupérrimo consejo de un par de
enfermeras cuya inter- vención es
insignificante. Algo del orden del
reconocimiento se ha quebrado entre los
adolescentes y los adultos. Distancia, incom-
prensión, sospecha, rechazo, todas
palabras que dan cuenta de ese equívoco
que va de los hogares a las escuelas.
En un conocido texto sobre la posmo-
abismo. Es la joven, al
enterarse de que es
portadora del virus del
sida quien siente que un
mundo se le hace añicos,
que se ha quedado sola,
que apenas si atina a
buscar al causante de su
desgracia, sin saber, el
espectador, si lo hace
para prevenirlo, para
impedir que contagie a
otras o simplemen- te
porque no sabe qué
hacer. Al salir de la
clínica ya se ha dado
cuenta de que camina en
el vacío. Mientras tanto,
el resto de los jóvenes
sigue su rumbo hacia
ninguna parte, sigue
atravesando el instante
en
e desinversión por la que todas las instituciones, todos los grandes valores y finalidades que organizaron las épocas pasadas se encuentran progresivament

una suspensión de esa experiencia adulta


mientras se sigue buscando algo propio
y genuino. En Kids es la primera de las
alterna- tivas la que domina la escena, la
que se impo- ne con su descarga de
brutalidad y muerte, la que simboliza la
despreocupación por el otro, el puro
autismo de la gratificación a cualquier
precio. Entre el adolescente seduc- tor y
amoral y la joven seducida y contami-
nada se juega, en parte, el núcleo de un
con- flicto cuya resolución, en el final
de la película, no parece ser portador de
busca de otro instante que lleve, a su esperanza. El espectador siente la
vez, a una plenitud imposible. Allí desolación en el alma cuando una voz en
donde aparen- temente nada tiene el off nos dice, inme- diatamente después de
mundo adulto para ofrecer es donde con la escena de la viola- ción y del aquelarre
mayor intensidad se produce ese salto al de cuerpos-niños atrapa- dos
vacío, esa idealización del aquí y ahora, en un desenfreno incontenible y
de la pura aceleración del vivir que se brutalizador al que lo único que le
deja colonizar por la muerte. importa es el sexo a cualquier precio y de
Cuando la experiencia ha sido cualquier modo, viene a dar testimonio,
expropiada o ha sido serializada o del mundo roto de la adolescencia
convertida en ritual televisivo (es decir, contemporánea, de la terrible evidencia de
cuando los individuos que habitan este una sociedad en la que nadie parece
tiempo social y cultural se dejan llevar preocuparse por quién tiene a su lado, en
por una “experiencia manipula- da”) lo la que la indiferencia, la frivolidad, la
que acontece, nos dice Agamben, es que violencia anárquica y el aventurarse por
los jóvenes producen, en el rechazo de sen- das abismales constituyen el paisaje
esa experiencia devaluada, una inquietante de la
alternativa en la que los puentes se sociedad.
rompen y la aceleración absoluta del Pero también se podría leer la travesía
presente se deja contaminar por la de la adolescente contaminada, la que
violencia autodestructiva, en el peor de los hace el atroz descubrimiento de que la
casos, o, en el mejor, por muerte se ha instalado en su vida, como
un viaje repara- dor, como un intento por
salvarse y por sal-

44. Gilles Lipovetsky, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Anagrama,
Barcelona, 1987, p. 35.
var al otro, como ese gesto espontáneo en sujeto del vicio, de la amoralidad, sino
el que todavía parece persistir la que los propios adultos también
preocupación por el otro, su cuidado, atraviesan y han atravesado esas
aunque cada paso dado la vaya experiencias devastadoras de toda
conduciendo hacia territorios infernales experiencia y que la cuestión de la res-
en los que nada parece salvarse, y mucho ponsabilidad no puede ni debe ser
menos ella. En su mirada, en su tris- teza, transferi- da a los jóvenes, sujetos de una
en su insistencia, pese a todo, emerge un extraordina- ria debilidad, habitantes de
gesto de reconoci- una geografía de
alto riesgo.
miento, una La cuestión de la responsabilidad El diálogo puede
perspec- tiva que no no puede ni debe ser transferida a orientarse hacia la
quiere clausurarse los jóvenes, sujetos de una realidad desfondada
en esas existencias extraordinaria en la que viven los
banales y debilidad, habitantes adolescentes, pero
desbordadas, perdidas de una geografía de alto riesgo. también puede girar
antes siquiera de
haber empezado la vida. señalando que la futilidad, el vacío, la violen- cia, la
Pero, y la pregunta surge sola, casi sin despreocupación no son males que aquejan a los
tener que formularla: ¿cómo mirar la jóvenes, que no son el puro
pelícu- la con un grupo de docentes?
¿Para qué?
¿Buscando qué? ¿Es posible sustraerse al
clima de sin salida que atraviesa el
filme? Sospechamos que la experiencia de
verla en un aula se deslizará por un
extraño desfilade- ro en el que a ambos
lados se podrá encon- trar o el abismo
del sinsentido, el prejuicio de los adultos
que no alcanzan a comprender a los
jóvenes, o la incomodidad de los alum-
nos-docentes ante una realidad que los
toca a fondo. Pero también puede abrir
un deba- te que gire alrededor del
cuidado de sí mismo y del otro, que
inaugure un espacio en el que no se trate
de moralizar, por parte del profesor-
adulto, sino de comprender, de colocarse
en el lugar de quien desea escuchar,
hacia la ausencia de los
adultos como un modo
de iniciar una
conversación que sea
capaz de eludir el
prejuicio o la
estigmatiza- ción,
alcanzando de lleno los
diversos pla- nos en los
que se desenvuelve Kids,
planos que abarcan
desde la problemática de
la adicción hasta la
pérdida de toda
referencia, sin dejar de
lado lo que también es
significa- tivo: el brutal
hiato que se ha
establecido entre la
generación actual y la de
sus padres, que también,
en gran medida, es la de
los profesores. Porque la
ausencia de los adultos
viene a representar el
agujero negro de una
generación de padres
que no sólo ha extra-
viado su relación con sus
hijos sino que también
carece de recursos
propios para transmitir
algún sentido, alguna
orientación en medio de
una cotidianidad que
gira alo- cadamente
sobre sí misma.
En este sentido, el
debate que puede lle- gar
a generar la película
atraviesa de lleno el
núcleo de la sociedad, de
las diferencias
generacionales, de lo que podríamos adolescentes el que está roto, o el que se
deno- minar una experiencia del ofre- ce como carente de cualquier
sinsentido, una suerte de época ausente recurso simbó- lico, sino que en el
de sí misma en la que los adolescentes horizonte existencial de los adultos
vienen a dar testimo- nio de la también algo se ha quebrado:
radicalidad de ese vacío, del dominio,
generalizado, de una falta de cui- dado Sin embargo hoy sabemos que para efec-
del otro, de una esencial desresponsa- tuar la destrucción de la experiencia no
bilización en la que cada vida no se necesita en absoluto de una catástrofe
responde sino a su propio deseo. y que para ello basta perfectamente con
Distintos planos que permiten trabajar la pacífica existencia cotidiana en una
diversas dimensio- nes eludiendo la gran ciudad. Pues la jornada del hombre
tentación, siempre pre- sente, de la con- temporáneo ya casi no contiene
moralización, de ese gesto hipócrita de nada que todavía pueda traducirse en
los adultos que les dicen a los experiencia: ni la lectura del diario, tan
adolescentes que viven en el desenfreno rico en noticias que lo contempla desde
y la ignorancia, que han abandonado una insalvable lejanía, ni los minutos
cual- quier referencia a valores y que se pasados al volante de un auto en un
han sumergido de lleno en el más puro embotellamiento; tam- poco el viaje a
nihilis- mo. Hipocresía y cinismo de una los infiernos en los trenes del
sociedad que proyecta en sus jóvenes las subterráneo, ni la manifestación que de
oscuridades que ella ha sabido producir. improviso bloquea la calle, ni la niebla
Por eso, cree- mos que la película ofrece
de los gases lacrimógenos que se disipa
distintas posibi- lidades y que abre el
lenta- mente entre los edificios del
espacio a una discu- sión desprejuiciada
centro, ni siquiera los breves disparos de
o, al menos, capaz de correrse de la
un revólver retumbando en alguna parte;
lógica de los prejuicios.
tampoco la cola frente a las ventanillas
De no ser así, de atenerse sólo a la de una oficina o la visita al país de Jauja
literali- dad, a aquello que se muestra en del supermerca- do, ni los momentos
su crudeza desoladora, se caería, eternos de muda pro- miscuidad con
nuevamente, en la estigmatización, en la desconocidos en el ascensor o en el
multiplicación del pre- juicio, en la ómnibus. El hombre moderno vuelve a
enervación de lo que precisa- mente la la noche a su casa extenuado por un
película intenta denunciar o mos- trar: la fárrago de acontecimientos –divertidos o
falta de cuidado del otro. tediosos, insólitos o comunes, atroces o
Es nuevamente a Giorgio Agamben a placenteros– sin que ninguno de ellos se
quien podemos cederle la palabra a la
haya convertido en experiencia.45
hora de señalar que no es sólo el mundo
de los
45. Giorgio Agamben, Infancia e historia, ob. cit., p. 8.
Trabajar con los docentes diálogo en el que cada uno pueda
desmitifican- do el lugar del saber, sentirse portador de un fragmento
destacando las pro- pias líneas de valioso de eso que llamamos mundo de
fragilidad, constituye un desafío a la la vida.
hora de buscar un territorio compartido
que eluda la tentación del moralista que, En la alteridad está la posibilidad de
por lo general, suele colo- carse como encontrarse con el otro, de iniciar
ejemplo y paradigma. Si algo nos el camino de un diálogo en el que
enseña Kids es precisamente lo contra- cada uno pueda sentirse portador
rio: que la deuda se coloca, de un fragmento valioso de eso
fundamental- mente, del lado del mundo que llamamos mundo de la
de los adultos. vida.
El olvido del cuidado del otro atraviesa de
lado a lado nuestra sociedad, la que hemos
construido los supuestos portadores de de iniciar el camino de un
una genuina experiencia y los que pode-
mos ofrecernos como ejemplos a seguir
por los muchachos que “han confundido
el camino”. Si elegimos ese camino
proba- blemente no lleguemos a ningún
lugar que valga la pena, que nos permita
con- frontarnos con la escena cruda de
nuestra época, ésa que en parte nos pinta
la pelí- cula. Claro que tampoco se trata
de diluir las diferencias generacionales, de
homoge- neizar y aplanar lo que es
distinto, lo que ha atravesado por
diversas experiencias biográficas. Así
como es impúdico respon- sabilizar a las
nuevas generaciones de los males de la
época, también resulta absurdo y
enfermizo perseguir, como muchos
adultos lo hacen con desesperación, una
suerte de juventud perpetua en la que
cada uno de los actores nunca logra
diferenciar- se, alcanzando de este
modo, una literal invisibilización del
mundo adulto. En la alteridad está la
posibilidad de encontrar- se con el otro,
3. Las miradas de la adolescen- cia sea el último momento
una genuino de la existencia de los
generación: individuos, la última experiencia que
adolescencia y busca inventarse a sí
orfandad

En otro tiempo, si mal


no recuerdo, mi vida
era un festín en el que
se abrían todos los
corazones y en el que
se derramaban todos
los vinos.
Una noche senté a la
belleza sobre mis rodillas
–y la encontré amarga–. Y
la injurié.
A
R
T
H
U
R

R
I
M
B
A
U
D
Una temporada en el infierno

El mundo
adolescente constituye
un ámbito casi
hermético para los
adultos; es un tiempo
biográfico caracterizado
por la
autorreferencialidad, el
ensimismamiento, la
invención de lenguajes
cuyo descifra- miento
sólo les compete a los
pares, la construcción de
espacios impenetrables
y de diversas formas
ritualistas que se vincu-
lan estrechamente con
las prácticas, arcai- cas,
de la iniciación. Tal vez
misma desmarcándose de las gramáticas propio que, incluso, no va más allá de
instituidas. Es un tiempo dominado por sus deseos individuales o de los de la
el rebasamiento de los límites, surcado pequeña cofradía.
de lado a lado por el deseo de En la generación anterior se
transgredir lo establecido, de poner en manifestó con particular fuerza el deseo
entredicho los mandatos paternos. Es de una trans- formación radical del
una época de la vida caracterizada por mundo; la certeza, compartida por los
la extrema debili- dad de aquellos jóvenes de aquellos años, de que los
vínculos que en los años de infancia valores de sus padres habí- an caducado
dieron amparo a la conforma- ción de la y que se volvía indispensable inventar
personalidad y que, en el extra- ño nuevas formas de vivir que fueran
mundo que se abre con la pubertad, expresión de un nuevo paisaje social y
obliga a deshacerse aceleradamente de espi- ritual. Desde el advenimiento de la
todo lo que fue llenándose en la mochila contra- cultura, del hippismo o del
de la niñez. compromiso político revolucionario, las
Tiempo de rupturas, de diversas tribus juveniles de la época del
transgresiones, de aceleramientos flower power hací- an pasar el auto-
existenciales en los que domina el todo descubrimiento por el tamiz de la
o nada, los lenguajes del absoluto y del fraternidad, por la construcción de
riesgo, en el que la confron- tación con estrechas redes de pertenencia e identi-
la muerte es apenas un juego dominado dad en las que esos descubridores de
por distintos imaginarios heroi- cos. nuevas geografías pudieran encontrarse a
Cada época tuvo sus propias lógicas sí mis- mos en la mirada de los otros. Es
adolescentes y juveniles que vuelven este, sin dudas, un punto clave a la hora
muy arduo y difícil hacer comparaciones de intentar pensar las diferencias con las
sin caer en el prejuicio o el anacronismo. formas de la cultura contemporánea.
Pero lo cierto es que la película nos En la actualidad, y eso Kids lo
confronta con una “nueva” experiencia muestra elocuentemente, el mundo
adolescente que parece tener muy poca o exterior está borrado, no parece cobrar
escasa relación con la de las generaciones ninguna significa- ción, apenas el
anteriores, en especial la de los años señalamiento de ciertas fron- teras cuya
sesenta y setenta. La actuali- dad nos transgresión puede constituir un riesgo e,
muestra un borramiento mayúscu- lo de incluso, una pérdida de los puntos de
cualquier referencialidad a gramáticas referencia por los que se desenvuelve la
provenientes del mundo exterior y nos cultura adolescente. Lo opresivo de la
ofrece el espectáculo de un ensimisma- narra- ción fílmica es esa ausencia de
miento que, en muchos casos, raya en el exterioridad que nos recuerda, como
autismo. Los adolescentes buscan, a espectadores, que ese mundo nos resulta
veces con desesperación, construir un en gran medida impenetrable y
mundo enigmático, atravesado por
códigos que nos dejan, en tanto adultos, sus- cita Kids nace de una certeza que invade al
afuera. Frente a las generaciones anteriores,
y muchos de los profesores todavía
pertenecen a ese pasado “idealizado”, al
vértigo de una época en la que vida,
acción y sentido pare- cían entrelazarse,
lo que inmediatamente surge es la
incomprensión y la tachadura. Pero lo
notable es que ese efecto de negación
proviene de ambos actores que, por lo
gene- ral, se atrincheran en sus
estructuras simbó- licas y en sus propias
figuras imaginarias. Allí se produce el
desencuentro.
Siempre que nos enfrentamos con otro
estamos ejerciendo el oficio de
traductores, y no importa que
supuestamente ese o esos otros hablen
nuestra misma lengua. Lo más difícil es
intentar colocarse en el lugar del otro,
tratar de correrse de la autorreferencia-
lidad y dejarse interpelar por la diferencia
que estando allí no necesariamente la
vemos o la alcanzamos a comprender.
Traducir es inter- pretar pero es también
incluir la alteridad modificando el
sentido. Traducimos cuando escuchamos a
los jóvenes; traducimos cuan- do buscamos
establecer comparaciones con nuestras
propias experiencias juveniles; tra- ducimos
cuando saltamos de época y trata- mos de
jugar con la imagen del espejo. En un
aula siempre se está traduciendo. Lo
hacen los estudiantes y lo hacen también
los maes- tros. Cada uno es portador de
una lengua y se ve confrontado con la del
otro. Saber escu- char no es otra cosa que
reconocer esa dife- rencia que nos habita.
Y sin embargo la incomodidad que
espectador: algo de lo allá de toda obligación y sin ninguna
que acontece en esas otra marca más que la de los deseos que
vidas adolescentes se ha se suceden vertigi- nosamente, los unos a
vuelto intraducible, el los otros. La única “obligación” es la de
delgado hilo que unía a gozar el instante, la de dejarse llevar por
las generaciones se ha una sexualidad estallada hormonalmente
roto y la incomprensión o por la búsqueda siempre imposible de
parece adue- ñarse de la paraísos artificiales.
escena actual. En los Se trata de ir de consumo en
adolescen- tes se ha consumo: de cuerpos virginales, de
desvanecido, y eso ya lo drogas, de alcohol, de violencia, en un
marcába- mos con cierta movimiento que expre- sa los estímulos
insistencia, el mundo que se despliegan brutal-
adulto como paradigma
referencial, como trama
de valores incluso para
rechazar. En los adultos
la vertiginosidad de una
adolescen- cia
transgresora emerge
como expresión de un
vacío generalizado,
como una nada que
domina las prácticas de
las tribus urbanas. De
este modo lo que se
desvanece es la
posibilidad del
reconocimiento,
literalmen- te el otro
queda borrado. Ese es,
quizás, el punto en el
que el fatal desencuentro
se materializa en los
ámbitos institucionales
en los que
supuestamente se cruzan
adultos y adolescentes.
Junto a la ausencia de
adultos, la pelícu- la
también nos plantea la
ausencia de las
instituciones, como si
esos jóvenes estuvie- ran
viviendo en un verano
permanente en el que
cada día se desliza más
mente desde los lenguajes mercantiles. reconocimiento, dejando
Vivir en el límite, ir más allá de lo vacío
acepta- do, jugar con el riesgo, correrse
de cual- quier obligación, parece
constituir el para- digma existencial de
los adolescentes retratados en el filme.
Pero es, a su vez, el paradigma que
domina la cultura del con- sumo en la
sociedad contemporánea, una cultura
caracterizada por la fluidez perma- nente
de todo, por la inmediatez y la fuga-
cidad, por la obsolescencia de lo que
hace un instante era nuevo y
resplandeciente. Los objetos están allí
para desaparecer, para ser rápidamente
consumidos y reemplaza- dos por otros.
Todo se convierte en descar- table. La
misma idea de perdurabilidad es ajena a
la cultura contemporánea, sea la de los
jóvenes como la de los adultos.
Es allí donde podemos encontrar una
de las claves para comenzar a entender,
aunque sea en parte, lo que nos está
sucediendo y lo que especialmente les
sucede a los adoles- centes que viven ese
crucial período de la vida acelerando los
estímulos que provienen de esa misma
sociedad que supuestamente desean
rechazar o a la que se oponen desde
formas brutalizadas de resistencia. La mez-
cla de aceleración sin contenido y de
trans- gresión sin finalidad expresa de
un modo extremo y duro lo que viene
sucediendo en otras esferas de la
sociedad. Del mismo modo que el
dominio de un individualismo
generalizado se proyecta directamente
sobre prácticas que tienden a
invisibilizar al otro, destituyéndole toda
posibilidad de sentido y por tanto de
el ámbito del cuidado del otro allí donde lo único que
parece funcional es el hedonismo narcisista. Incluso
nos atreveríamos a decir que todavía en la cultura de
los jóvenes, pese a todo, persiste una lógica de la
pertenencia y del reconocimiento que tiende a
borrarse aceleradamente cuando se traspasa el umbral
de la adultez.
Por eso resulta muy difícil transmitir valores, en
particular, para aquellos adultos que están al frente de
una responsabilidad pedagógica y que deben hacerse
cargo de una tradición en desuso, devaluada por la
misma sociedad a la que pertenecen. Porque el olvido del
cuidado del otro no nació entre los adolescentes, está
en el centro de las prácticas de sus padres, de esos
personajes ausentes que, dominados por las exigencias
cada vez más devoradoras del mundo del trabajo, del
dinero y del consumo, carecen de tiempo real y
psicológico para preocu- parse por sus hijos. En Kids
nadie parece interesarse por lo que le sucede al otro,
cada quien vive enfrascado en su pequeño mundo
cuyas fronteras se tocan sólo con aquellos con los que
se tiene alguna empa- tía. Pero ni siquiera esa empatía
garantiza la construcción de redes de pertenencia y soli-
daridad. En este sentido, la deriva de la ado- lescente
se va mostrando como un derrote- ro sin rumbo ni
acompañamiento (ni la amiga con la que concurrió a
hacerse los análisis la acompaña en su peregrinaje; tam-
poco intenta consolarla, más allá de un mero acto
formal, dejando que cargue sola con su dolor y su
perplejidad).
4. Final de partida o la
apuesta por el
reconocimiento

La interrupción, la incoherencia, la
sorpresa son las condiciones habituales de
nuestra vida. Se han convertido incluso en
necesidades reales para muchas personas,
cuyas mentes sólo se alimentan […] de
cambios súbitos y de estímulos
permanentemente renovados […] Ya no
toleramos nada que dure. Ya no sabemos
cómo hacer para lograr que el aburrimiento
dé fruto.
Entonces, todo el tema se reduce a esta
pregunta: ¿la mente humana puede dominar
lo que la mente humana ha creado?
PAUL VALÉRY

Hasta aquí hemos llegado. Kids nos en la prueba constante, en esos umbrales que al
per- mitió reflexionar en torno a ciertas
prácti- cas y a ciertas formas de la vida
contempo- ránea. Nos abrió el mundo de
un grupo de adolescentes que si bien no
son todos los adolescentes, constituyen
la expresión de aquello que
efectivamente está ocurriendo entre
nosotros y que va determinando vida y
gustos de esa generación. El modo como
transitan sus días, la intensidad con la
que se apresuran a rebasar todos los
límites, el aislamiento en el que se
desarrollan sus vidas respecto de un
mundo de adultos que hace muy poco
para comprenderlos, para descubrir en
ellos algo más que tontería, vacío y
agresión, va señalando las escenas de una
cotidianidad que está en nosotros y que
vuelve tremendamente frágil a esos
adolescentes que con un enorme grado
de inconsciencia suelen vivir en el riesgo,
traspasarlos los arrojan a
una radical intem- perie.
La película es
destemplada, directa,
ruda, y toma pocas
precauciones para ali-
viarles el mal sabor a los
espectadores. Pero en su
calculada corrosión nos
lanza un desafío, nos
ofrece la pintura de una
reali- dad a la que
debemos mirar de frente
haciéndonos cargo de lo
que nos rodea. Para
aquellos que transitan las
instituciones educativas,
escenarios de
permanentes con- flictos
y desinteligencias, zonas
de múlti- ples colisiones
y fracasos, la posibilidad
de interrogar por
determinadas
experiencias abriéndose
a sujetos que están
pidiendo otra atención,
constituye un desafío de
pri- mer orden. Tal vez,
hoy, entre nosotros, sea
uno de los desafíos
imprescindibles a la hora
de repensar
integralmente nuestra
relación con los
adolescentes. Pero lo es
a condición de no
demonizarlos, de no
extra-
er como conclusión de una película sólo del lado de los adolescentes, que su
como Kids que todo está perdido en la mundo no es el único que está roto;
medida en que nos devuelve el retrato de impli- ca, de parte de los docentes, des-
una genera- ción extraviada y nihilista. cubrirse ante los otros, abriendo sus
Sería de poca utilidad trabajar un filme perplejidades, señalando sus carencias,
como éste con la intención de apuntalar mostrando que sólo es posible construir
nuestros prejuicios. En todo caso, lo que sentido allí donde la presencia del otro
permite es indagar por el sentido de interfiere en mi solilo- quio. Es en ese
nuestras prácticas auscul- momento, fugaz, frágil, en
tando críticamente lo el que se juega la
que en tanto adultos Para aquellos que transitan las posibilidad de abrirse
hacemos o dejamos instituciones educativas, escenarios genuinamente al
de hacer. La de permanentes conflictos cui- dado del otro.
película nos ofrece y desinteligencias, zonas de Nada más fácil
la posibili- dad de ir múltiples colisiones y fracasos, la que reducir la expe-
más allá de lo posibilidad de interrogar por riencia adolescente
literal, de la cons- determinadas a una transgresión
tatación de lo obvio, experiencias abriéndose a sujetos que ciega, sin contenido
para abrirnos hacia están pidiendo otra atención, y que subvierte
las problemáticas constituye un desafío de primer orden. cual- quier
centrales de nuestro posibilidad de
presente, allí donde la travesía encuentro; lo importante, sin embargo,
existencial de los jóvenes constituye el es trabajar en esos bordes en los que
horizonte en el que se inscribe el trazo efectiva- mente aparece el peligro pero
del futuro. Pero también, e imaginando en los que también podemos descubrir
la escena de un debate con los una oportuni- dad. Nunca está de más
estudiantes, introduce el tema decisivo recordar aquella definición del poeta:
del cuidado del otro, la pre- gunta “Donde crece el peli- gro también crece
central por el contenido de los víncu- lo que salva” (Friedrich Hölderlin),
los, por los mundos en los que se cruzan tratando de comprender las profundas
distintas subjetividades. Es desde este asimetrías que se dan entre deter-
lugar desde el que se puede construir un minadas edades de la vida, tratando de
diálogo entre aquellos que tienen la cap- tar ese fondo tumultuoso y
responsabilidad de enseñar, de transmitir cambiante que atraviesa la adolescencia
conocimientos, y aquellos que llevándola hacia zonas de alto riesgo
deambulan por el mundo girando en pero guardando dentro de sí, también, la
torno de sí mismos pero que están pasión de la búsqueda y del
reclamando una atención de la que reconocimiento. Hay en el planeta ado-
generalmente carecen. Pero supone, tam- lescente una intensidad única que suele
bién, reconocer que la fragilidad no está
vol- carse hacia los pares, una suerte de equili-
brio inestable entre la más abrumadora de
d pasada. Existe probablemen- te una enorme curva invisible, una ruta estelar, donde nuestros senderos y nuestros destinos están inscritos como cortas et
las soledades y la imperiosa necesidad
del otro. ¡Cómo no recordar esas amistades
úni- cas, increíbles, absorbentes, de la
adolescen- cia! Noches de conversaciones
infinitas, de camaraderías inolvidables
desplegadas en un momento de la vida en
la que cada palabra y cada gesto
adquieren una significación determinante,
esa diferencia, tan tenue, que separa, a
veces, lo que salva de la perdición. El
desafío, nuestro desafío en tanto adultos
hora de “aconsejar” a los desposeídos
y en tanto docentes, es precisa- mente
muchachos que van por la vida cargando
eludir la tentación moralista, aque- lla
sus confusiones.
que siempre tiene algo que decir, que no
Hay un bello fragmento de Friedrich
se cansa de aconsejar y que no es capaz
Nietzsche que logra penetrar en el
de ponerse del otro lado, en el lugar del
sentido de la amistad, de esa que se
otro. Claro que no es posible “regresar” a
enfrenta a la experiencia de volverse
la ado- lescencia y colocarse en sintonía
extraño respecto del otro, y en el que
con ese otro que no reclama que seamos
podemos visualizar lo irre- ductible del
como él, ni que enarbolemos sus mismos
vínculo entre el adolescente y el
gustos, sino que, en nuestra diferencia,
profesor, entre el muchacho y el adulto,
podamos reconocerlo, dándole legitimidad
las vías separadas, necesaria e
a su pala- bra. Aprender del otro,
indispensa- blemente separadas pero que
sabernos en nuestra ignorancia, implica
hacen posible, a su vez, el encuentro.
abrirnos a un verdade- ro diálogo que, sin
Aunque Nietzsche esté hablando de
embargo, no renuncia a esa indispensable
otra amistad es posible trasladar sus
diferencia que, entre otras cosas,
imá- genes más que elocuentes a lo que
supone que sigue habiendo una distancia
veni- mos diciendo. Es en esa extrañeza,
entre la mirada adolescente del mundo y
y no contra ella, donde podemos
la del adulto. Tal vez lo que reclame el
encontrar la posibilidad misma del
diálogo, su posibilidad, sea correrse de
diálogo, de eso que llamamos el
la tentación, siempre presente, de la
reconocimiento del otro, la cer- teza de
jerarquía, de esa perspectiva triunfan- te
que son nuestras diferencias las que nos
en la que suelen caer los adultos a la
vinculan, las que vuelven factible

46. Friedrich Nietzsche, La gaya ciencia, Olateña, Barcelona, 1979, pp. 145-146.
Una ética se funda en el instante en el
que somos capaces de salirnos de
nosotros mismos y abrirnos, como
sostiene Emma- nuel Lévinas, al rostro
del otro, a su presen- cia conmovedora.
No hay ética cuando de lo que se trata es
de cobijar sólo al igual, al que es como
yo, al que habla mi misma len- gua. Un
íntimo amigo de Lévinas, Maurice
Blanchot, escribió de un modo
incompara- ble sobre la amistad que es,
siempre, la apertura de la distancia, la
lógica del reco- nocimiento que no
clausura ese plus de diferencia que hace
posible que el otro se vuelva mi amigo:

Tenemos que renunciar a conocer a


aque- llos a quienes nos liga algo
esencial; quiero decir que tenemos que
acogerlos en la relación con lo
Para Nietzsche, el intercambio, el abrirse a la escucha desconocido en donde ellos a su vez nos
la amistad acaso del otro. Es clara, en la película, la acogen también, en nuestra lejanía. La
posibilita el
encuentro con el angustiosa búsqueda de la muchacha de amistad, esta relación sin dependencia,
otro. ese otro que pueda escucharla, que sepa sin episodio, y en donde entra sin
comprenderla y acompañarla en ese embargo toda la simplicidad de la vida,
momento de zozo- bra y de muerte pasa por el reconocimiento de la
recién descubierta. Y es ostensible la extrañeza común que no nos permite
ausencia, la brutal ausencia, de ese otro, hablar de nuestros amigos, sino tan sólo
tanto en el mundo de los pares como en hablarles, no hacer de ellos un tema de
el de los adultos. Allí, y no en otro lado, conversación (o de artículos), sino el
está el núcleo de la tragedia, la juego del entendimiento en el que, al
oscuridad con la que nos va rodeando el hablarnos, aquéllos reservan, incluso en
itinerario de la muchacha hacia su la mayor familiaridad, la distancia
propia catástrofe. No ser escuchada, no infinita, esta separación fundamental a
ser vista, pasar inadvertida, ésa es la partir de la cual aquello que separa se
entrada en la angustia junto con el dato convierte en rela- ción. Aquí la
terrible de la realidad que se multiplica discreción no está en el sim- ple rechazo
a partir de esa soledad que la rodea. a hacer confidencias (lo cual
verdaderamente sería muy grosero, y ya
el
hecho mismo de pensar en eso), sino es el punto más dificultoso, el que hace
que es el intervalo, el puro intervalo resis- tencia sobre todo del lado de los
que, de mí a ese otro que es un amigo, adultos que suelen mirar a los púberes
mide todo lo que hay entre nosotros, la como un lugar ausente o, en el mejor de
interrupción de ser que no me autoriza los casos, inquie- tante, desafiante y
jamás a dispo- ner de él, ni de mi saber peligroso.
de él (aunque sea para alabarlo) y que, Sobrepasar este prejuicio constituye la
lejos de impedir toda comunicación, nos clave desde la que una película como
pone en relación al uno con el otro en la Kids contribuiría a construir puentes entre
diferencia y a veces en el silencio de la ambas sensibilidades. En ella, y más allá de
palabra.47 sus valo- res estéticos, es posible
encontrar los mate- riales para ir
Esa amistad de la que nos habla construyendo esos puentes sin los cuales
Maurice Blanchot es, de una manera cualquier educación está destinada al
muy precisa, la que funda el fracaso, a girar sobre sí misma y a
reconocimiento y la que nos permite, al profun- dizar la mutua incomprensión.
seguir la senda de nuestras argu- Se trata, en este sentido, de rescatar el
mentaciones, entender las dificultades que lugar de la “expe- riencia” no como la
se abren en la relación con los expresión de un conoci- miento absoluto
adolescentes. Se trata, en este caso, de ir y objetivo, que quedaría del lado de los
más allá de lo dicho por Blanchot, adultos, sino como manifestación de un
entendiendo que en él se trata del núcleo saber que se va levantando en el inter-
de toda amistad, para desplazar- nos o cambio, en ese mutuo escucharse que
desviarnos a ese terreno resbaladizo en el supo- ne la apertura hacia y con el otro.
que se mueve el complejo vínculo entre Pero Kids es también un llamado a ocu-
los adolescentes y los parse y a preocuparse
adultos, o entre los Pero Kids es también un llamado del otro, de ese
estudiantes y los a ocuparse y a preocuparse del otro, de tiem- po adolescente
pro- fesores. Aquí el ese tiempo adolescente signado signa- do por la
senti- do genuino de por la fragilidad, por el caminar fragilidad, por el
la “amistad” estaría muchas veces a tientas necesitado de caminar mu- chas
dado por el la voz veces a tientas
reconoci- miento del y la mirada de aquellos necesitado de la voz
otro como alguien que deberían estar allí y y la mirada de
que también me que, por lo general, se aquellos que
enseña, que en su ausentan. deberían estar allí y
que, por lo general,
hacer y en su decir deja su marca en mí. Estese ausentan. Es desde esta perspectiva que la
47. Maurice Blanchot, L’Amitié, Gallimard, París, 1971, pp. 328-329; citado por Jacques Derrida, Políticas
de la amistad, Trotta, Madrid, 1998, p. 325.
educación no debe ser concebida pura y cual es el mundo” (Rainer
exclusivamente como un recurso técnico, Maria
como una función productiva que prepara
a los seres humanos para “entrar” con las
herramientas adecuadas a las demandas
sociales y laborales, sino que debe
recuperar su capacidad de crear espacios
de intercam- bio, de abrirse a una lógica
de la formación que incluya, en primer
lugar, ese rescate de la “experiencia”
como punto de partida del
reconocimiento. Junto y con esa
perspectiva se irán dando los otros rasgos
fundamentales de la educación que
incluye tanto la “forma- ción del
carácter” como la transmisión de
conocimientos indispensables sin los
cuales la subjetividad queda desfondada e
inerte.
Llegados a este punto de cierre,
muchos de ustedes se estarán
preguntan- do si no hemos abusado de
las posibilida- des que libera una
película como Kids, si no nos hemos
ido por las ramas tratando de poner en
discusión mucho más de lo que se ve en
la pantalla. Es probable que sea así,
pero ésa ha sido nuestra lectura y, en
todo caso, cada uno de ustedes, desde
su lugar y con su propia experiencia (de
vida y de formación, como personas
que, al mismo tiempo, están en el medio
edu- cativo), leerán e interpretarán lo
que les surja, lo que se vaya poniendo
en juego en el intercambio que
emergerá, único e intransferible, con
sus propios alumnos, con sus demandas
y sus ficciones, con sus deseos y sus
miedos. “Cada cual recrea el mundo
con su propio nacimiento; porque cada
Rilke, Diario florentino). En el descubri- miento de
esa especificidad está, sin dudas, la matriz de una
educación que alcanza a reconocer sus propios
límites allí donde la presencia del otro logra inte-
rrumpirla, es decir, logra volverla sobre sí misma
potenciando su fecundidad.
El comienzo posible de un diálogo que, vale
siempre recordarlo, supone la presencia del otro que nos
interpela desde su mirada, su palabra y sus
necesidades, no significa anular las diferencias sino,
por el contrario, volverlas materia prima de ese diálogo,
con- vertirlas en punto de encuentro, de inter- cambio,
de reconocimiento. Tal vez una de las fallas claves de
la educación radique en proyectar sobre el otro pura y
exclusivamen- te mi concepción del mundo, mi
supuesta fortaleza, mi reino intocable de valores,
haciendo de ese otro una x de ausencia, una nada a la
espera de ser convocado por quien es dueño del saber
y del sentido. Saber reco- nocer la propia fragilidad,
los propios lími- tes es, también, encontrar las formas
de la transmisión, abrir las puertas a eso que
denominamos diálogo.

5.Para seguir sintiendo y pensando, entonces

¿Qué se nos hace posible pensar en rela- ción a la


adolescencia, con la adolescencia, en medio de la
adolescencia? ¿Cómo desci- frar ese tiempo que, a la
mayoría de los docentes, ya se nos ha escapado y del
cual
tenemos recuerdos fragmentario y, cuestiones, o nuestras
acaso, torpes y caprichosos? ¿Qué cosa
en común podríamos encontrar entre la
experiencia del adolescente y la
experiencia del adulto sin simplificar
ninguna de las dos y sin reducir, sin
asimilar la primera en la segun- da?
¿Cómo podemos pensar en una pre-
sencia nuestra que no tenga que ver con
el orden de lo moral, con el cerrado
discurso acerca de lo que estaría bien y
lo que esta- ría mal? Pero, al mismo
tiempo: ¿cómo evi- tar ese tipo de
presencia sin transformarla, como lo
hacemos habitualmente, en una forma
definitiva y taxativa de ausencia? Se nos
ocurre pensar en varias direcciones y,
aun así, reconocemos que cualquier
suge- rencia de actividades deberá ser,
por fuerza, limitada, débil e incluso
antojadiza. Pero intentémoslo.
Quisiéramos sintetizar a continuación
algunos de los principales obstáculos en
la acción y el pensar pedagógicos en
relación con la cuestión del otro, la
identidad y la diferencia, que se derivan
de una tríada tan incesante como lo es: la
exterioridad (el otro está fuera, está
alejado y es ajeno a mi), la negatividad
(el otro es todo aquello que yo no soy) y
la colonialidad (el otro depende de mi,
es mi producto, es mi subalterno). De
esa tríada constante pare- cen surgir los
siguientes problemas que puntuamos a
continuación:

 Existe una suerte de confusión


que no permite diferenciar entre
nuestra cues- tión (o nuestras
preguntas) acerca que “esa” música que escuchan los
del otro, y la cues- adolescentes sea realmente música?
tión (o las ¿Y será que esas ideas de futuro de
cuestiones, o las los adolescentes son verdaderamente
preguntas) que son ideas de futuro? Podríamos, a no
del otro. Eso dudarlo, extender estas preguntas,
significa que en la nuestras, hasta el infinito.
educación, por lo  Hay una idea generalizada
general, se han que consiste en pensar que la
impuesto como solución al “proble- ma”, por
únicas nuestras ejemplo de la adolescencia, está en
cues- tiones, la creencia de que es imprescin-
nuestras preguntas, dible poseer un discurso técnico,
nuestras racio- nal, acerca de ese otro
preocupaciones, adolescente (así, generalizado),
nuestras obsesiones prerrequisito fundamen- tal y
acerca del otro y necesario para, entonces, ir hacia la
quiere decir,
también, que las
cuestiones, las
preguntas, las
preocupaciones y
obsesiones del otro
no parecen tener
cabida en el espacio
y el tiempo
pedagógicos. Como
ya diji- mos,
nuestras preguntas
acerca del otro se
tiñen
permanentemente de
una cierta sospecha
acerca de la
“humani- dad” del
otro, es decir, una
duda siste- mática
acerca de si el otro
es humano:
¿será que “eso” que
hablan los adoles-
centes es una lengua?
¿Es acaso posible
que “eso” que visten
los adolescentes sea
en verdad una
vestimenta? ¿Será
relación con él. Eso supone que si parece que sólo se
no tenemos, por ejemplo, un trata de recono-
discurso téc- nico sobre la
adolescencia (o sobre la locura, o
sobre la pobreza, o sobre la
infancia, o sobre la drogadicción)
no habría posibilidad alguna para
relacio- narnos con esos sujetos.
 Cabe la sospecha de que se ha
vuelto por demás habitual y
necesaria, en la educación, una
transformación del otro en una
temática, en una tematiza- ción del
otro. Así, se confunde y se hace
coincidir permanentemente la
“adolescencia” con los “adolescentes”
(así como la pobreza con el pobre,
la drogadicción con los drogadictos,
la locura con los locos, la
deficiencia con los deficientes).
 La experiencia del otro acaba
por ser simplificada, reducida,
acotada y/o tipificada de un modo
artificial. Con esa banalización, se
estaría creando la ficción de que la
experiencia del otro puede ser
rápidamente capturada, ordenada en
categorías, definida sin demasiado
esfuerzo: la adolescencia es, así,
“problemática” por naturaleza y
podemos, entonces, caracterizarla,
hacerla universal para todos los
adoles- centes sin demasiados
esfuerzos.
 El otro acaba por transformarse,
entonces, sólo en un objeto de
recono- cimiento, donde la
perturbación, la sensibilidad y la
pasión de la relación quedarían
fuera de lugar. En ese senti- do
cer la adolescencia como edad, como problema,
como conflicto, pero se dice poco o casi nada
acerca de qué pasa “entre” nosotros (y no,
simplemente, qué le pasa al adolescente)
 En el debate establecido sobre esas cues-
tiones, parece que hay una vuelta cons- tante a las
preguntas: “quién es el otro adolescente”, o “cómo
es el otro adoles- cente”, o “qué hacemos con el
otro ado- lescente”, o “cómo nos preparamos para
trabajar con el otro adolescente”, a la vez que no
parecería haber demasiado lugar para poner en
tela de juicio y bajo sospecha la pregunta acerca
del “noso- tros” que está implícito en ese conjunto
de cuestiones.
 En la formación de los profesores y
profesoras se observa la tendencia a privilegiar
mucho más la imagen de un docente que sepa
hablar “acerca del otro”, “sobre el otro” pero que,
al fin y al cabo, no “puede o no sabe conversar
con ese otro adolescente”; y mucho menos se
presta atención a la idea de una formación que
esté atenta al dejar que los “otros conversen entre
ellos mismos”.

En primer lugar, nos gustaría mucho dar a pensar si


estas puntuaciones están de acuer- do con lo que les
pasa o les ha pasado en la escena pedagógica. En
segundo lugar, pensar junto con ustedes la posibilidad de
invertir esa lógica a través de las siguientes ideas o
indicios:
 Que hay una cuestión nuestra “noso- tros” y mucho menos en la insistencia
acerca del otro y que hay, también,
una cues- tión que es del otro. Quizá
la educa- ción no sea otra cosa que
mantener y sostener esa tensión, esa
separación hasta el final, sin la
pretensión de que- rer reducir la
cuestión del otro a nues- tra
cuestión, ni la de hacer demagogia,
considerando como válidas únicamen-
te las cuestiones que vienen del
otro.
 Que no es imprescindible
disponer de un discurso técnico,
racional, sobre el otro adolescente
para relacio- narnos con él en
cuanto otro. Que lo que vale la pena
es sentir y pensar la relación con la
adolescencia y de allí, si fuera
posible, elaborar algunas
reflexiones sobre las regularidades
que se encuentran.
 Que el otro no puede ser
tematizado, que el otro no es una
temática, que no podemos ni
debemos hacer del otro un tema
escolar, que el adolescente no puede
transformarse en “adolescencia”.
 Que la experiencia del otro no
puede ser simplificada, reducida,
banalizada, etc. Eso significa que la
experiencia del otro es irreductible y
que no puede ser asimilada y/o
asemejada a nuestra experiencia.
 Que el otro no es, no puede ser,
un mero objeto de reconocimiento.
 Que la cuestión de la formación
con- siste mucho más en poner bajo
sospe- cha la idea de quiénes somos
acerca de la al otro.
pregunta de quién es Es por eso que nos parece que esos
el “otro”. dis- cursos sólo podrían reconocerse no
 Que la ya por su filiación teórica, conceptual,
formación del disciplinar y/o espistemológica, sino
docente debe más bien por su referencia implícita o
redundar en una bien a una preocupa- ción y
figura de conversa- responsabilidad por el otro, o bien por
ción con el otro y denotar una suerte de obsesión en rela-
del dejar a los otros ción al otro. Y por eso tal vez sea
conversar entre sí, y interesan- te pensar acerca de si la
no en una figura de pregunta por el otro es o bien una
explicación del otro preocupación o bien una obsesión.
y hacia al otro.

Volvamos, entonces,
una vez más, otra vez
más a la cuestión y a la
obsesión por el otro.
Desde hace tiempo
venimos pensando que
los discursos sobre
identidad, diversi- dad,
diferencia y alteridad,
están siendo demasiado
pomposos y latosos, y
que hoy en día nos cuesta
un enorme esfuerzo
discri- minar su
naturaleza, procedencia,
intencio- nalidad y
destino. Nos da la
sensación de que hay
como una suerte de
consenso alre- dedor de
la idea de que
“mencionar” al otro ya es
entendido, por sí mismo,
como una virtud
democrática imposible
de ser puesta bajo
sospecha. Así, discursos
de muy varia- do origen y
de muy dudosa
configuración teórica,
pueden parecer casi lo
mismo en su referencia
e dirige la primera pregunta. Como si el extranjero fuera el ser-en- cuestión, la pregunta misma del ser-en-cuestión, el ser-pregunta o el ser- en-cuestión

viene del otro? ¿La pregunta primera en


relación al otro es nuestra o es del otro?
Derrida escribe acerca de la
Digamos que la preocupación con el necesidad de pensar en la pregunta
otro denota una ética que es, que debe acerca del extranjero, aunque quizá se
ser anterior al otro conocido, a cualquier trata de una muy parecida necesidad a
otro específico, a su rostro, a cualquier aquella de pen- sar en la pregunta
rostro, a su nombre, a cualquier nombre, acerca del adolescente. Antes de ser
a su perte- nencia, a cualquier una cuestión a tratar, antes de
pertenencia (racial, nacional, lingüística, naturalizarse como pregunta, antes,
social, corporal, gene- racional, sexual, inclusive, de designar un concepto, una
etc.); la obsesión, a su vez, denota la temática, un problema, un programa,
necesidad de saber el nombre del otro, Derrida nos dice que esa pregunta es, al
de cada otro, de conocer específica- mismo tempo, una pregunta del
mente su rostro, cada rostro y, entonces, extranje- ro, que viene del extranjero y,
de poder establecer un discurso acerca también, una pregunta al extranjero,
de la responsabilidad con ese otro que, dirigida al extranjero (o también, una
así, se torna material, concreto y pregunta del adolescente, que viene del
específico. adolescente y, también, una pregunta al
Sin embargo nos da la sensación de adolescente, dirigida al adolescente).
que hay, todavía, una pregunta que es Más allá de la voluntad de definir
inclusi- ve anterior a aquella de la qué es un extranjero, o de responder a la
preocupación y la obsesión por el otro. pre- gunta falsa y falaz de quién es el
En buena parte de los discursos sobre la otro, o de querer saber de quién es la
alteridad, en muchos de los textos que se primera pre- gunta, Derrida sugiere que
refieren al cuidado del otro, de los otros, es la hospitali- dad –y, entonces, la
en muchas de las escri- turas en que acogida, la atención, el rostro, la
emerge, puntual, la pregunta en relación responsabilidad, etc.–, aque- llo que
al otro, hay que decir: ¿de quién es esa designa la relación con el otro-
pregunta? ¿Es una pregunta que es extranjero, con cualquier otro-
nuestra sobre el otro? ¿Una pregun- ta extranjero, con todo/s lo/s otro/s-
que es dirigida hacia el otro? ¿Una pre- extranjero/s. Por eso la palabra
gunta que presupone que el otro es hospitalidad tiene que ver con la
aquel que debe, obligatoriamente, bienvenida que se le da al otro, una
responder? bienvenida que es, decididamente, el
¿O se trata de una pregunta que es del ini- cio ético del cuidado del otro:
otro, de su propiedad, una pregunta que

48. Jacques Derrida, La hospitalidad, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2000, p. 11.
La palabra “hospitalidad” viene aquí a a imponer condiciones: es el otro quien
tradu- cir, a llevar hacia adelante, re- tiene que pedir hospedaje, es el otro quien
producir, las otras dos palabras que le han debe revelar sus intenciones como
precedido, “atención” y “acogida” […] una huésped de nuestra probable hospitalidad,
serie de metonimias dicen la hospitalidad, es el otro quien tiene que presentarnos su
el rostro, la acogida: la tensión para con el documenta- ción, decirnos su nombre,
otro, intención atenta, atención hablar nuestra len- gua, aun siendo
intencional, sí al otro. La intencionalidad, extranjero a ella. Dice Derrida:
la atención a la palabra, la acogida al
rostro, la hospitalidad, son la misma cosa, Acoger al otro en su lengua es tener en
pero lo mismo en cuanto acogi- da al cuenta naturalmente su idioma, no
otro.49 pedir- le que renuncie a su lengua y a
todo lo que ésta encarna, es decir, unas
La hospitalidad se presenta, ante normas, una cultura (lo que se denomina
todo, como el acto de recibir al otro, un una cultura), unas costumbres, etc. La
acto des- mesurado en el cual se recibe lengua es un cuerpo, no se le puede
más allá de la “capacidad del yo”,50 pero pedir que renuncie a eso […] Se trata de
también se nos revela con una doble una tradición, de una memoria, de
cara, con una ambi- güedad que le es nombres propios. Evidentemente,
constitutiva, como si se tratara de una también resulta difícil pedirle hoy en día
capacidad que es, al mismo tiempo, a un Estado-nación que renuncie a
tanto ilimitada cuanto limitada, tanto exigirles a aquellos a los que acoge que
incondicional como condicional: esto se aprendan su lengua, su cultura en cierto
traduce en la necesaria distinción entre modo […] Por consiguiente, tanto en el
la Ley, con mayúsculas, y las leyes, con terreno político como en el terreno de la
minús- cula, de la hospitalidad. traducción poética o filosófi- ca, el
Es posible decir que la Ley de la acontecimiento que hay que inven- tar
hospitali- dad es incondicional: se trata de es un acontecimiento de traducción. No
abrir las puertas de la casa, de nuestras de traducción en la homogeneidad
casas, sin hacer ninguna pregunta; es la unívoca, sino en el encuentro de
actitud de ser anfi- triones sin establecer idiomas que se aceptan sin renunciar en
ninguna condición. Se puede decir, la mayor medida posible a su
además, que las leyes de la hos- pitalidad singularidad.51
imponen condiciones, nos obligan

52. Jacques Derrida, La hospitalidad, ob. cit., p.


49. Ibídem, p. 14. 34.
50. Jacques Derrida, Adiós a Emmanuel Lévinas, Editorial Trotta, Madrid, 1998, p. 44.

100 | Equipo multimedia de apoyo en la formación inicial y continua de


docentes
51.Ibídem, p. 47.

El cuidado del otro |


99
Es bien cierto que esa doble ley de la
LA HOSPITALIDAD
hos- pitalidad puede deslizarse hacia otra
duali- dad bien diferente: es la dualidad
¿La hospitalidad consiste en interrogar a quien recién llega? ¿Comienza por la pregunta dirigida a quien recién llega? […] ¿O bien la hospitalida
que Derrida nos presenta entre la
Hay algo por demás significativo en hospitalidad y la hostilidad; dualidad
esa última parte de la cita y es aquello que, en verdad, podría también
expresado como “acontecimiento de traducirse en una única expresión, en una
tra- ducción”. Pensemos, entonces, en la única relación con el otro: la hospitalidad
nota- ble dificultad de comprender al (hospes) que es hostil (hostes) al otro, en
adoles- cente y de atribuirle al otro, al fin, la hospitalidad hostil para con el otro.
adolescente, esa dificultad. Valdría la ¿Y qué es esa hospitalidad hostil?
pena, aquí, preguntarse por el Digamos, simplificadamente, que se trata
encuentro de “idiomas” sin que se de una invitación que impone
pierda la especifi- cidad de cada permanentes y ambiguas condiciones al
“lengua” (la del adulto, la del otro, una suerte de convite pero que
adolescente; la de uno, la del otro; la exige al otro, al mismo tiempo, tener que
del profesor, la del alumno). ser como el “dueño de casa”, como quien
Pero, volviendo a lo anterior: ¿hay expresa la invitación. Así, muchas veces
una pregunta a hacerle al otro-extranjero invitamos en las instituciones a los
en rela- ción a la hospitalidad? ¿O no adolescentes a expresar con sus palabras su
hay preguntas para hacerle? ¿Ningún sentir y pensar pero, a la vez, con ciertas
tipo de preguntas? exigencias acerca del modo, el ritmo, el
tiempo, la forma de hacerlo.
Y es en función de todas las
cuestiones que acabamos de escribir y
detallar, que nos parecería oportuno
proponerles algunas preguntas y algunos
problemas para “tradu- cir” y compartir
en situaciones específicas de trabajo
institucional.

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