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La voluntad de creer
[ Clásicos
La voluntad de creer*
II
* "It fortifies my soul to know/ That, though I perish, Truth is so.» Fragmento del
poema «With Whom is no Variableness, Neither Shadow of Turning». (N. del t.).
48 LA VOLUNTAD DE CREER
III
* Compárese con la admirable página 310 en S.H. Hodgson, Time and Space,
London, 1865. (N. del a.).
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hasta que hayas hecho algo idóneo, como dicen los absolutis
tas, ad extorquendum assensum menm, apuesto diez contra
uno a que el aprecio no surgirá nunca. ¡Cuántos corazones
femeninos no han sido vencidos por la mera insistencia san
guínea de algún hombre en que ella debe amarle, por su nega
tiva a aceptar la hipótesis de que no pueda! El deseo de una
cierta verdad produce aquí la existencia de esa verdad es
pecífica; y lo mismo ocurre en innumerables casos de índole
distinta. ¿Quién consigue las promociones, los favores, los
nombramientos, sino el hombre que las trata como hipótesis
vivas, el hombre que las da por hechas y sacrifica otras cosas
por ellas antes de obtenerlas, el hombre que asume riesgos
anticipados para obtenerlas? Su fe actúa como un reclamo
para aquellos que tienen poder sobre él, y crea de este modo
su propia verificación.
Cualquier organismo social, ya sea grande o pequeño, es lo
que es porque cada miembro cumple con su propio deber con
fiando en que los demás miembros cumplirán simultáneamen
te con el suyo. Siempre que se alcanza un resultado deseado a
través de la cooperación de muchas personas independientes,
su existencia fáctica es una consecuencia de la fe previa de
todos los implicados entre sí. Un gobierno, un ejército, un
sistema comercial, un barco, una universidad, un equipo atlé
tico: todos ellos existen en virtud de esta condición, sin la cual
no sólo es imposible lograr nada, sino que es imposible inten
tar nada. Un tren entero de pasajeros (todos ellos bien valien
tes a nivel individual) puede ser saqueado por un pequeño
grupo de salteadores, simplemente porque estos últimos pue
den contar los unos con los otros, mientras que cada pasajero
teme que si hace un movimiento de resistencia caerá abatido
antes de recibir la ayuda de ningún otro pasajero. Si creyéra
mos que el vagón entero se iba a levantar con nosotros, todos
y cada uno de nosotros lo haríamos separadamente, y no se
podría encontrar a nadie dispuesto a intentar siquiera el robo
64 LA VOLUNTAD DE CREER
* Puesto que In creencia se mide por la acción, quien nos prohíbe creer en la v e r
dad de la religión nos prohíbe también necesariamente actuar como deberíamos si cre
yéramos en su verdad. Toda la defensa de la religión gira alrededor de la acción. Si la
acción requerida o inspirada por la hipótesis religiosa no se distingue en ninguna
medida de aquella dictada por la hipótesis naturalista, entonces la fe religiosa es algo
puramente superfluo que sería mejor purgar, y toda controversia alrededor de su legi
timidad es un ejercicio ocioso, indigno de mentes serias. Yo por mi parte creo, p o r
supuesto, que la hipótesis religiosa confiere una expresión al mundo que determina de
un modo específico nuestras reacciones, y las hace en gran medida distintas de com o
serían de acuerdo con un esquema de creencias puramente naturalista. (N. del a.).
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zas objetivas, tal vez nos parecería una traición hacia un órga
no tan perfecto no creer exclusivamente en él y no esperar a
que se pronunciara. Pero si somos empiristas, si creemos que
no suena ninguna campana dentro de nosotros para hacernos
saber con seguridad cuándo estamos en presencia de la verdad,
parece una fantasía ociosa hablar de forma tan solemne acer
ca de nuestro deber de esperar a la campana. Sin duda pode
mos esperar si queremos —confío que no piensen que estoy
negando eso— pero si lo hacemos, el riesgo va por nuestra
cuenta, igual que si creyéramos. En ambos casos actuamos,
empuñando nuestra propia vida. Ninguno de nosotros debe
emitir vetos sobre otro, del mismo modo que no debemos
intercambiar agravios entre nosotros. Al contrario, debemos
manifestar un respeto sensible y profundo hacia la libertad
mental del otro: sólo así haremos posible la república intelec
tual; sólo así adquiriremos aquel espíritu de tolerancia interior
que es la gloria del empirismo, y sin la cual toda nuestra tole
rancia interna está vacía; sólo así viviremos y dejaremos vivir,
tanto en lo práctico como en lo teórico.
Comencé con una referencia a Fitzjames Stephen; permítan
me terminar con una cita suya. «¿Qué piensas de ti mismo?
¿Qué piensas del mundo? ... Esas son preguntas con las que
cada cual debe lidiar como mejor le parezca. Son acertijos de
la Esfinge, y de un modo u otro debemos enfrentarnos a ellas...
En todas las transacciones importantes de la vida debemos dar
un salto en la oscuridad... Si decidimos dejar los acertijos sin
respuesta, realizamos una elección. Si dudamos en nuestra res
puesta, realizamos también una elección; pero sea cual sea
nuestra elección, el riesgo corre de nuestra parte. Si un hombre
elige dar la espalda a Dios y al futuro, nadie puede impedirle
que lo haga. Nadie puede demostrar más allá de una duda
razonable que se equivoca. Si un hombre piensa de otro modo,
y actúa de acuerdo con sus creencias, no veo de qué modo
podría demostrar alguien que se equivoca. Cada uno debe
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* Liberty, Equality, Fraternity, p. 353, V edición. Londres, 1874. (N. del a.)