La verdad sobre el misterio de Dios estuvo presente explícitamente en la Iglesia desde
su mismo nacimiento. Esta verdad quedó plasmada especialmente en el acto del bautismo y estuvo universalmente presente en las confesiones de fe, en la liturgia y en las oraciones. Y es que, desde un primer momento, se tuvo clara conciencia de que la profesión de fe en Cristo es inseparable de la confesión de fc cn el misterio íntimo dc Dios; es decir, en el misterio de su paternidad. Y, viceversa, estuvo también claro que la confesión de fe en Dios lleva consigo la confesión de fe en Cristo, que es su Unigénito Estas afirmaciones en torno a Dios se realizan en el contexto de la historia de la salvación. El kerigma cristiano se resume en la afirmación de que en Jesús de Nazaret se ha revelado definitivamente Yahvé que salva, y que con Él ha llegado la plenitud de los tiempos. Así se ve en el primer discurso de Pedro. He aquí el núcleo esencial del mensaje cristiano: Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos y lo ha constituido Señor y Cristo. En este mensaje se condensan la experiencia y el testimonio apostólicos. La vida de la Iglesia es esencialmente trinitaria. En las Escrituras y en la primera predicación de la Iglesia, la enseñanza sobre el Dios, Uno y Trino, y la salvación en JesuCristo, constituyen unidad inseparable y el punto central de la vida cristiana, la cual consiste en participar de la Trinidad y que es comunicada por el Hijo. I. Los primeros testimonios Período preniceno La liturgia bautismal En la Iglesia primitiva, al igual que en la Iglesia de todos los tiempos, la fe trinitaria se expresa con especial fuerza en aquellos momentos en que se celebra el misterio pascual, concretamente, en el Bautismo y en la Eucaristía. Por el bautismo se entra a formar parte de la Iglesia. Como testimonia la Didaché, sólo aquellos que han sido bautizados en el nombre del Señor pueden tomar parte en la celebración de la Eucaristía. Éste comporta el nacimiento a una vida nueva que lleva consigo la salvación, ligada expresamente a la acción santificadora del Padre, del Hijo y del E.S. (esto se ve claramente a partir del s. II, ya que antes no era expresamente la formula trinitaria, pero sí implícita). La Didaché indica y prescribe la forma del bautismo: bautizar con la formula trinitaria, y además indica el modo. También Justino e Ireneo plantean la formula trinitaria. Sobre todo, éste último, que señala un papel distinto a cada una de las tres divinas Personas en la obra de la santificación insinuando así sus nociones distintivas y la relación entre ellas. En el bautismo cristiano se da una estrecha relación entre conversión, admisión en la comunidad cristiana y profesión de fe trinitaria. Esto demuestra que esta profesión de fe «fue considerada muy pronto como la caracterización cristiana decisiva. La profesión de fe trinitaria Es precisamente esta profesión de fe efectuada en el bautismo y la necesidad de una catequesis previa para poder hacer esta profesión con conciencia clara de lo que se celebra y de lo que se confiesa, el motivo de la redacción de los símbolos bautismales. Numerosos pasajes del Nuevo Testamento testimonian la existencia de una explícita profesión de fe en el momento del bautismo. Se trata de una profesión de fe que se realiza, a veces, por medio de pre guntas y respuestas. También hay pruebas suficientes de que ya a mediados del siglo III era tradicional en Oriente la estructura tripartita del símbolo bautismal. A partir de San Justino y de San Ireneo los testimonios sobre la existencia de estos símbolos comienzan a ser muy numerosos. San freneo, en su lucha contra los gnósticos, apela a la fe de la Iglesia expresada en el Símbolo. En este Símbolo no sólo se profesa la fe en la Trinidad, sino que encontramos esa estructura trinitaria tan habitual en los símbolos y en la que se facilita el distinguir la trinidad de personas, al dedicar una parte a cada una, Sobre esta base de la fe profesada solemnemente en la Iglesia se formó lo que ya en San Ireneo y Tertuliano se conoce como regla de la fe, regula fidei. La regla de la fe no se identifica con el símbolo bautismal, sino que señala la fe de la Iglesia en su conjunto. No ofrece fórmulas concretas, sino un breve resumen normativo de la fe 'transmitida por los Apóstoles. Es la exégesis decisiva de la Biblia en la Iglesia. Es la suma de la fe cristiana. La liturgia eucarística Ya San Justino testimonia en su Primera Apología que la liturgia eucarística está ligada al misterio trinitario: “A quien preside. los hermanos le traen pan y un cáliz de agua y vino, y él, después de haberlos tomado, dirige una plegaria de alabanza y gloria al Padre de todo el universo en el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y luego hace una larga acción de gracias por los dones recibidos. Terminada la oración de acción de gracias, todo el pueblo aclama diciendo Amén”. La Tradición Apostólica, compuesta en Roma a mediados del s. III, presenta el mismo esquema presente ya en Justino en una forma desarrollada. La anáfora comienza dirigiéndose al Padre. por medio del Hijo. En su desarrollo es clara la distinción e igualdad de las tres divinas Personas. En la epíclesis se pide al Padre que envíe al Espíritu Santo para que podamos glorificarle por medio del Hijo. Así esta dimensión trinitaria de la plegaria eucarística podemos encontrarla universalmente en todos los testimonios que han llegado hasta nosotros, muestra que la Trinidad es esencial a la vida sacramental. La oración cristiana Los textos litúrgicos que se acaban de citar muestran cómo la oración cristiana, al igual que la fe, es esencialmente trinitaria. Esta hereda elementos de la oración judía, pero se distingue en que es dirigida a Dios por medio de Jesucristo, mediador y sacerdote de la Nueva Alianza. En este marco se sitúan las doxologías cristianas que tanta importancia tendrán en el desarrollo de la doctrina trinitaria. Aparecen abundantemente ya en los primeros textos litúrgicos y en los primeros escritos patrísticos. El uso de la doxología Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo está ya generalizado a mediados del siglo IV. Confesión de la fe, reflexión teológica y desarrollo dogmático Existe una gran coherencia doctrinal e incluso terminológica en las diversas manifestaciones de la fe en Dios de la primera Iglesia. Esta fe, en su sencillez de expresión, es clara y firme: existe un solo Dios, el cual es Hijo y Espíritu. Como sucede con las demás cuestiones teológicas, la doctrina cristiana, no es fruto exclusivo de la profesión de fe, sino también fruto de la reflexión sobre las relaciones existentes entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y sobre la unidad de Dios y su trinidad de personas. Este corpus doctrinal crece y se enriquece mediante la reflexión teológica y las formulaciones dogmáticas. La reflexión teológica no se encuentra al nivel de las formulaciones dogmáticas, sino a un nivel mucho más modesto: el nivel propio de la reflexión del teólogo, Se trata de una reflexión basada en la doctrina de la fe, pero realizada con el esfuerzo racional, Desde e) punto de vista de la fe, el nivel de la reflexión teológica es más modesto que la confesión de la fe, pero sin una reflexión teológica honda y duradera, sería imposible una madura formulación dogmática y sería imposible también el crecimiento del corpus doctrinal. Las fórmulas dogmáticas por las que la Iglesia llega a expresar y definir su fe en la Trinidad no son reveladas, en cuanto tales fórmulas. Incluso el mismo término Trinidad tampoco ha sido revelado. Lo que se encuentra revelado es la existencia de un uno y único Dios y la afirmación de que este Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, los cuales, aun siendo distintos entre sí, son al mismo tiempo el único y verdadero Dios. II. Los comienzos de la reflexión teológica Los escritos del Nuevo Testamento y los testimonios más antiguos de la vida de la Iglesia contienen unas netas profesiones de fe y una clara enseñanza en torno al misterio trinitario. Esta enseñanza se expresa en un lenguaje extraordinariamente concreto. Allí no se utilizan los términos de persona, de relación o de misiones. sino que todo este rico contenido doctrinal es expresado al tiempo que se narra la actuación salvadora de Dios en la historia y la santificación operada por Cristo en el Espíritu. . Casi desde el comienzo, los Santos Padres se vieron en la necesidad de acometer la tarea de expresar esta fe y de formular esta enseñanza utilizando una precisión terminológica y de conceptos que ayudasen a su mejor intelección y que evitasen toda ambigüedad o mala intelección. Como es natural, los Padres realizaron esta labor en estrecho diálogo con el ambiente cultural en que se encontraban y, muchas veces, urgidos por la necesidad de responder a las instancias planteadas por doctrinas erróneas. Así pues, la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo pertenece al núcleo mismo de la experiencia del Nuevo Testamento, y para explicar el desarrollo de la doctrina y el dogma trinitario es necesario tener presente además una larga historia de acontecimientos y de esfuerzos que convergen en la plasmación y decantación de la doctrina. El trasfondo cultural El pensamiento patrístico sobre Dios está anclado en la enseñanza de la Sagrada Escritura, y está marcado no sólo por la tarea de formación y enseñanza de los cristianos y por la lucha contra las herejías, sino también por la controversia con los no cristianos en torno a la naturaleza del verdadero Dios, lucha contra el politeísmo, la defensa de los misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación y de la Redención frente a quienes los estiman incompatibles con la naturaleza divina, en una palabra, por el diálogo con la filosofía helénica. Al exponer el concepto cristiano de Dios, los Santos Padres han tenido que luchar contra las ideas sobre Dios difundidas en su época, tanto en el mundo pagano como en el judío. Han debido luchar en primer lugar en tomo al concepto de Dios mantenido por el judaísmo. Debían mostrar que la doctrina trinitaria no era incompatible con el monoteísmo. Debieron luchar con el dualismo, contra el politeísmo. Este diálogo con la polivalente cultura de la época, nunca hizo perder de vista a los Padres la radical novedad del mensaje cristiano sobre Dios. En efecto, el pensamiento cristiano no comienza su reflexión sobre Dios a partir del límite adonde llegó el paganismo, sino que se basa en la revelación divina que, en sus afirmaciones principales es anterior incluso cronológicamente a la filosofía clásica. Por esta razón, en su profundización del mensaje revelado, los pensadores cristianos recurren a la filosofía, que es el órgano de la razón natural. Se trata de un uso instrumental de la filosofía, que, en cuanto tal, va siendo a su vez perfeccionada por el contacto con la revelación, siendo rectificado y sanado por la luz de la revelación lo que la rayón humana ha podido descubrir en torno a Dios. a. El judeo-cristianismo El contexto en el que nace la doctrina cristiana es claramente un contexto semítico, judío. El Dios al que Jesús se dirige como a su Abbá es el Dios cuyas intervenciones en la historia se recogen en el Antiguo Testamento. No sólo Jesús es judío, sino que los Apóstoles y muchos miembros de la primera Iglesia fueron judíos y se expresaron con mentalidad judía y en un contexto de pensamiento típicamente semita. Se trata de una forma de pensamiento cristiano que se expresa dentro del marco trazado por el judaísmo, aunque, en cuanto tal, no implica ningún vínculo con la comunidad judía. Comprende a unos hombres que, aunque hayan roto por completo con el ambiente judío. siguen pensando en sus categoría. No debió ser fácil para los Padres abrir camino a la expresión justa de la fe en un Dios Trino y Uno en medio de este abigarrado mundo judeocristiano de los comienzos, en el que a muchos conversos debió resultarles verdaderamente difícil conjugar su confesión de fe en Cristo con la rotunda afirmación de la unicidad divina. El marco general de la teología judeo-cristiana es el de la apocalíptica. El hecho de que la primera teología se desarrollase en un marco de pensamiento apocalíptico facilitó la honda comprensión de la relación entre el misterio trinitario y la obra de la salvación, es decir. la estrecha relación existente entre teleología y oikonomía. Una característica muy acusada en el judeo-cristianismo es la importancia otorgada a los ángeles. Algunas veces esta angelología ha podido servir de vehículo para expresar el misterio trinitario, sobre todo, en un ambiente que encontraba verdadera dificultad para expresarse en forma abstracta, El Verbo y el Espíritu aparecen expresados algunas veces como dos ángeles supremos. Estas categorías de pensamiento y estas formas de expresión fueron desapareciendo paulatinamente, en la medida en que el cristianismo se adentraba en el mundo helénico y, en consecuencia, se abandonaba la imagen apocalíptica del mundo. b. El legado del pensamiento griego Todas las concepciones filosóficas, precisamente por su carácter de pensamiento global en torno a todo lo existente, han debido plantearse la cuestión de Dios: de su existencia y de su naturaleza. y responderla de una forma u otra. La concepción filosófica más primitiva de Dios es la de ordenador del universo (podemos ver a Anaxágoras con esta concepción y se puede seguir con Platón, Aristóteles). Con respecto al orden moral, tanto Platón como Aristóteles estiman que el orden moral encuentra en Dios su último fundamento, su última garantía. Pero. precisamente por la inmanencia con que se concibe al ser divino, Dios no aparece como el supremo legislador, y las leyes morales hay que deducirlas exclusivamente de la naturaleza del hombre. Como es lógico, la ausencia del concepto de Dios creador lleva consigo problemas insolubles en torno a la naturaleza misma de la Divinidad. En cualquier caso, con todas sus deficiencias, el pensamiento pre cristiano, en su consideración de lo divino, obtiene resultados considerables, y ofrece a los pensadores cristianos un inapreciable bagaje conceptual y lingüístico que les permite expresar con mayor perfección la enseñanza revelada en torno a Dios y desentrañar sus consecuencias. Tanto los Santos Padres como los teólogos posteriores, al mismo tiempo que rectificaban los conceptos precristianos. apreciaron en gran medida la argumentación utilizada por sus mejores filósofos e hicieron buen uso de ella, pues consideraban los elementos de verdad contenidos en las reflexiones precristianas como auténtica “praeparatio evangelica”. También el influjo de Aristóteles es importante en el pensamiento cristiano sobre Dios. Este influjo está relacionado fundamentalmente con estos tres aspectos: a) el haber considerado a la ciencia como un pensamiento que recibe su unidad y fuerza de los primeros principios, es decir, de algo que es metafísico, que está más allá de la física; b) el haber entendido a Dios como causa de las causas, motor inmóvil, acto puro o entendimiento del entendimiento; c) el haber dado importancia a la sustancia sobre cualquier otra categoría. Así pues, la incansable búsqueda de la verdad, que caracteriza al quehacer científico, se convierte en realidad en la búsqueda de Dios, que es la primera causa del universo, en la búsqueda de la causa de las causas, del entendimiento puro. c. Anotaciones en torno a la «helenización» del cristianismo Aun conscientes de la radical novedad de la enseñanza cristiana sobre Dios, los Santos Padres y, en concreto los Apologetas, se destacan por haber reflexionado sobre el misterio de Dios valiéndose de las aportaciones a la idea de Dios contenidas en el pensamiento helénico. Se trata de una actitud —la apertura a toda luz que pueda iluminar a la razón humana—que será habitual en la Iglesia a lo largo de estos veinte siglos. En el acontecer del pensamiento cristiano: “las dos mayores síntesis del pensamiento clásico tienen como instauradores a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino: el primero ha realizado la asimilación más audaz de la trascendencia neoplatónica con su teología del Verbo, fuente y receptáculo de aquellas formas y esencias que el Platonismo hipostasiaba; el segundo asimilaba el realismo aristotélico elaborando una concepción de las criaturas que hiciera posible, en el hombre, la expansión de la Gracia y de las virtudes en armonía con la humana libertad” Lutero rechazaba el uso de la razón —-especialmente del pensamiento griego— a la hora de hacer teología. Este rechazo pertenece no sólo a su formación nominalista, sino que se encuentra en estrecha dependencia de su pensamiento en torno a las consecuencias del pecado original en el hombre. En efecto, si el pecado ha corrompido intrínsecamente al hombre también habrá corrompido su razón que será por ello ciega con respecto a las verdades que importan para la salvación humana. Entre los autores más representativos de la época primera de esta discusión se encuentran A. von Harnack y Fr. Loofs, que quieren presentar la fe cristiana como contraria a todo pensamiento filosófico y, por tanto, estiman que los primeros teólogos cristianos habrían confundido lamentablemente los planos de la razón y de la fe. Los Apologetas fueron los primeros que, en base a sus teorías sobre el logos, comenzaron a asimilar a gran escala la teología filosófica dentro del pensamiento cristiano. Los Apologetas no pretendieron explosionar el pensamiento filosófico anterior. ya que entendían que la verdad que Dios había revelado sobre Sí mismo no es incompatible con las pequeñas verdades que, aunque mezcladas con errores. habían ido descubriendo los hombres al contemplar la creación con mirada filosófica. Es prudente una actitud de apertura al pensamiento filosófico. En cualquier caso, conviene no olvidar que quienes intentaron una ilegítima helenización de la fe cristiana no fueron los apologetas, sino los arrianos. Los Padres Apostólicos La etapa de estos padres comprende entre los siglos I y II, su enseñanza es considerada directamente recibida de los Apóstoles. Los escritos son de carácter pastoral. Exponen de manera sencilla la doctrina cristiana y están relacionados estrechamente con los escritos del NT, particularmente con las cartas paulinas y los escritos de San Juan. Los Padres Apostólicos, no pretenden ni hacer una apología de la fe cristiana, ni presentar una exposición científica de ella. Sus escritos no contienen especulación alguna, ni sobre la existencia de Dios, ni sobre su naturaleza o sus perfecciones; simplemente sintetizan la enseñanza bíblica sobre Dios, Creador y Padre de todas las cosas. Su talante primordial es el de testimonio; su escritos destilan una gran nostalgia de la presencia física del Señor. La doctrina sobre el único Dios, Padre y Creador, constituye el trasfondo y la indiscutible premisa de la enseñanza de los Padres Apostólicos. Esta doctrina de la unicidad de Dios, que el Nuevo Testamento expone en clara sintonía con el Antiguo, fue el baluarte en que Sc defendieron del politeísmo pagano, del emanacionismo gnóstico y del dualismo marcionita. Para los Padres Apostólicos, la afirmación de la divinidad de Jesucristo no supone una negación de la unicidad de Dios ni una relajación del monoteísmo del Antiguo Testamento. Los Padres Apostólicos no realizan especulación alguna sobre el misterio trinitario. Se limitan a testimoniar la predicación cristiana. Ya se han citado numerosos pasajes en su calidad de testimonio. Este testimonio trinitario está enmarcado en una perspectiva teocéntrica de la historia de la salvación, como iniciativa del Padre, que se realiza por medio del Hijo en el Espíritu. Los Apologetas Cuando entramos en el ámbito de los apologistas, se aprecia una fuerte influencia del pensamiento filosófico. Las primeras reflexiones teológicas en torno al misterio de la Trinidad, especialmente en torno a la Divinidad del Hijo, aparecen con los Apologetas. Es claro que la doctrina sobre el único Dios, Padre y Creador, ha constituido desde siempre el trasfondo y la indiscutible premisa de la fe de la Iglesia. Esta doctrina de la unicidad de Dios, que el Nuevo Testamento expone en clara sintonía con el Antiguo, fue el baluarte en que los Apologetas se defendieron del politeísmo pagano, del emanacionismo gnóstico y del dualismo marcionita. La doctrina de la unicidad de Dios, se halla ya explícitamente afirmada en los primeros Credos cristianos. Todos ellos comienzan con la declaración de la unicidad de Dios: creemos en un sólo Dios, que ha hecho el cielo y la tierra. Los Apologetas se detendrán además en mostrar la existencia de Dios y en subrayar su espiritualidad y su trascendencia a este mundo. Los Apologetas se encuentran influidos por la filosofía helénica, especialmente por el medio platonismo, e intentan expresar el misterio cristiano en el esquema de esta filosofía. Esta forma de expresar el misterio cristiano no está exenta de riesgos, entre otros el de considerar a la segunda y a la tercera persona como subordinadas a la primera, pero supieron dejar clara la existencia de tres personas en Dios, y supieron también elaborar una primera teología del Logos como persona existente en Dios. No se contentaron con señalar la distinción entre el Padre y el Hijo, sino que intentaron mostrar la razón en que se fundamenta. Y se percataron de que esta razón no es otra que la generación'. Padre e Hijo se distinguen precisamente en que el Padre engendra y el Hijo es engendrado. Destacaron decididamente la radical novedad del mensaje cristiano sobre Dios y afrontaron las dificultades que plantea a la mente la existencia de una trinidad de personas en la estricta unidad de Dios. Sin embargo, no llegaron a formular positivamente y a fijar conceptualmente esta unidad interior de la divinidad. Eso lo hará la Iglesia inmediatamente en su necesidad de defender a la fe frente a las diversas herejías. San Ireneo y la estructura trinitaria de la salvación Ireneo no es un apologista, pero sí tuvo que oponerse a la teodicea de los gnósticos. Por esta razón, Ireneo destaca ante todo la unidad absoluta de Dios. y destaca también que no ha existido jamás una materia eterna junto Dios, que sea el origen del Mal. Dios es único; no existe un dios inferior que sea el demiurgo o el hacedor de este mundo. Para Ireneo es de suma importancia la afirmación neta de la unicidad divina. Este Dios único está muy por encima de todo pensamiento humano. En este Dios único, existe una clara distinción entre Padre, Hijo y Espíritu. aunque esta diferencia no podemos conocerla más que a través de la revelación. San Ireneo subraya más que sus predecesores que la generación del Verbo es eterna y al mismo tiempo se aparta de las especulaciones filosóficas de los Apologetas, vuelve a la más primitiva tradición trinitaria, que se caracteriza, sobre todo, por hablar de la Trinidad en la forma en que se ha manifestado en la historia de la salvación: Dios Padre que crea el mundo por su Verbo; el Verbo que envía al Espíritu Santo. San Ireneo, en efecto, no es un filósofo, sino un obispo que lucha por mantener frente a la gnosis la pureza de la fe recibida. Junto a esta clara afirmación ireneana de la Trinidad y de su relación con la economía de la salvación, tan repetida en sus obras, se encuentra una constante afirmación de que el Dios cristiano -que es Trino- es el mismo que el del Antiguo Testamento, el cual eternamente ha estado dotado de inteligencia y. por tanto, de Logos. El Verbo es tan íntimo al Padre como el pensamiento es íntimo al que piensa; Él está en el Padre y posee al Padre en Sí mismo. El Hijo es coeterno con el Padre. También el Espíritu Santo es eterno.