Está en la página 1de 10

LA LEY

DEL
SEGURO

Sergio Arellano Iturriaga
En el mensaje mediante el cual, en 1865, el presidente José Joaquín Pérez envió
al Congreso Nacional el proyecto de Código de Comercio, que constituyó un paso
gigantesco en el ordenamiento de la hasta entonces difusa normativa mercantil, se
señaló que el Título VIII del Libro II, relativo al contrato de seguro, exponía, “con la
distinción que exige su novedad entre nosotros, los principios comunes al seguro
terrestre y marítimo, siguiendo la huella de la legislación de las naciones que por
mucho tiempo han practicado ese contrato, que proporciona a la propiedad civil y
comercial ventajas verdaderamente inapreciables”.
Lo que a mediados del siglo XIX era en nuestro medio una novedad legislativa devino
en todo el mundo en una disciplina con vuelo propio dentro del ámbito del derecho
comercial. Pero la necesidad de prever, compartir y traspasar riesgos es tan antigua
como el hombre en sociedad.

El rol del seguro en la economía nacional


Si bien la contratación de un seguro corresponde a decisiones individuales o
de grupos de individuos, en su conjunto esta actividad económica contribuye
significativamente al desarrollo de las naciones. Por una parte, los propietarios de los
bienes asegurados son inducidos por las compañías a adoptar sistemas de prevención
de riesgos, con el consiguiente beneficio social, toda vez que se previenen alteraciones
de las actividades económicas y, aún ante la ocurrencia de un siniestro, se genera un
resarcimiento de las pérdidas que permite una pronta reanudación, evitándose así
mayores efectos negativos en el empleo, la producción o la inversión.
Es también de destacar el rol de los seguros en el sistema previsional, por cuanto
posibilitan la jubilación por invalidez y ofrecen opciones rentables de pensiones a
quienes lo hacen por edad.
A su vez los seguros permiten a las instituciones financieras ofrecer créditos a un
gran porcentaje de la población, lo que se facilita por la posibilidad de traspasar a
las aseguradoras varios riesgos no operacionales, favoreciendo así al consumidor y al
conjunto de la economía, como sucede con los seguros de desgravamen, de incendio
relacionados con créditos hipotecarios, de vehículos motorizados, etc.
Desde una perspectiva más amplia, en su calidad de inversionistas institucionales las
compañías desempeñan un papel fundamental en el proceso de ahorro e inversión de
la economía. Recordemos que la contratación de seguros implica un sacrificio en el
consumo presente a fin de enfrentar futuras eventualidades. Así, es posible apreciar
que en los países desarrollados la mayor propensión marginal al ahorro coincide con
un alto índice de gasto per cápita en seguros, con porcentajes que llegan a superar
el 10 por ciento del producto bruto. Es por ello que, junto a las administradoras
de fondos de pensiones, las compañías de seguro han llegado a ser los mayores
inversionistas de nuestro país.
El marco legislativo
El Libro III del Código de Comercio, que regula la navegación y el comercio marítimo,
fue íntegramente reemplazado por la Ley 18.680 de 1988. Finalmente el Título VIII del
Libro II fue reemplazado por el texto de la Ley 20.667 de 2013, al cabo de dos décadas
de anteproyectos y proyectos elaborados por sucesivas comisiones de especialistas
del sector público y privado, todos ellos pertenecientes a la Sección Chilena de la
Asociación Internacional de Derecho de Seguros, AIDA Chile.
El Título VIII comprende desde el artículo 512 hasta el 601 del Código de Comercio,
divididos en tres secciones. En la Sección Primera se contienen las Normas Comunes
a todo tipo de seguros. La Sección Segunda, referida a Seguros de Daños, comprende
los subtítulos: 1. Normas Generales; 2. Del Seguro contra Incendio; 3. De los Seguros
de Robo, Hurto y otras sustracciones; 4. Del Seguro de Responsabilidad Civil; 5. Del
Seguro de Transporte Terrestre; 6. Del Seguro de Pérdida de Beneficios; 7. Del Seguro
de Crédito; 8. Del Seguro de Caución y 9. Del Contrato de Reaseguro. La Sección
Tercera está referida a Seguros de Personas.
El Título VII del Libro III de nuestro código mercantil se refiere a los Seguros Marítimos.
En la breve reseña histórica precedente hemos hecho referencia a otros cuerpos
legales directamente relacionados con la actividad aseguradora, a los que se suman
la Ley 16.744 sobre Seguros de Accidentes del Trabajo y Enfermedades Profesionales;
la Ley 18.933 sobre Instituciones de Salud Previsional o ISAPRES; el Decreto Ley
2.222 o Ley de Navegación; la Ley 18.490, que estableció el Seguro Obligatorio
de Accidentes Personales causados por la circulación de vehículos motorizados y
el Decreto de Hacienda Nº 863 de 1989, con el Reglamento sobre Auxiliares del
Comercio de Seguros.

El contrato de seguro en la ley


La Ley 20.667 modificó la definición tradicional del seguro, que exigía escrituración y
solemnidad, por una descripción funcional: “Por el contrato de seguro se transfieren
al asegurador uno o más riesgos a cambio del pago de una prima, quedando éste
obligado a indemnizar el daño que sufriere el asegurado, o a satisfacer un capital, una
renta u otras prestaciones pactadas” (artículo 512 del Código de Comercio).
Si bien existe una gran cantidad de definiciones descriptivas, sus principales elementos
son recogidos en la planteada por el insigne profesor Fernando Sánchez Calero: “El
contrato de seguro es aquel por el que el asegurador se obliga, mediante el cobro
de una prima y para el caso de que se produzca el evento cuyo riesgo es objeto de la
cobertura, a indemnizar, dentro de los límites pactados, el daño producido al asegurado
o a satisfacer un capital, una renta u otras prestaciones convenidas”.1
Nuestro Código agrega que “los riesgos pueden referirse a bienes determinados, al
derecho de exigir ciertas prestaciones, al patrimonio como un todo y a la vida, salud
e integridad física o intelectual de un individuo. No sólo la muerte sino también la
sobrevivencia constituyen riesgos susceptibles de ser amparados por el seguro”.

1
Fernando Sánchez Calero, Alberto Tapia Hermida, Francisco Javier Tirado, José Fernández Rozas y Victor
Fuentes Camacho. Ley de Contrato de Seguro. Editorial Aranzadi. Navarra, España. 4ª edición. 2010. Pág. 35.
Precisa que las normas del Título VIII no son aplicables a los seguros sociales ni al
seguro de accidentes del trabajo y enfermedades profesionales.
La existencia y estipulaciones del contrato pueden ser acreditadas por todos los
medios de prueba que contemplen las leyes, siempre que exista un principio de
prueba por escrito que emane de cualquier documento, que conste en telex, fax,
mensajes de correo electrónico y, en general, cualquier sistema de transmisión y
registro digital o electrónico de la palabra escrita y verbal (art. 515). No se admite al
asegurador prueba alguna en contra del tenor de la póliza que haya emitido luego de
la perfección del contrato.
Si la póliza no expresa el nombre de un asegurado o un beneficiario, se entiende que
tales calidades corresponden a quien la ha contratado. Sin embargo, el seguro puede
ser tomado por cuenta de un tercero, sea en virtud de un mandato o incluso sin su
autorización ni conocimiento.
El seguro puede ser también contratado colectivamente, incluyendo en una sola
póliza a un grupo determinado o determinable de personas vinculadas con o por el
tomador, que se constituye en contratante.

Definiciones
El nuevo texto del artículo 513 del Código de Comercio introduce un importante
aporte conceptual a esta disciplina del derecho, al incluir las principales definiciones
involucradas en los contratos, por lo que es ineludible transcribirlas.
a) Asegurado: aquel a quien afecta el riesgo que se transfiere al asegurador.
b) Asegurador: el que toma de su cuenta el riesgo.
c) Beneficiario: el que, aún si ser asegurado, tiene derecho a la indemnización en
caso de siniestro.
d) Certificado de cobertura o certificado definitivo: documento que da cuenta de un
seguro emitido con sujeción a los términos de una póliza de seguro colectivo o
flotante.
e) Certificado provisorio: documento que da cuenta de los términos de un contrato
de seguro cuya celebración está sujeta a la condición que el asegurado cumpla
con los requisitos estipulados dentro de un plazo.
f) Contratante, contrayente o tomador: el que celebra el seguro con el asegurador
y sobre quien recaen, en general, las obligaciones y cargas del contrato.
g) Cotización: la oferta escrita del asegurador para celebrar un contrato de seguro.
h) Deducible: la estipulación por la que asegurador y asegurado acuerdan en que este
último soportará a todo evento hasta el monto de la pérdida que se hubiere pactado.
i) Dejación: la transferencia del objeto del seguro a favor del asegurador, en caso
de pérdida total.
j) Endoso: la modificación escrita de la póliza, a menos que aparezca que dicho
término ha sido empleado en su acepción común.
k) Franquicia: la estipulación por la que asegurador y asegurado acuerdan que
aquél soportará la totalidad del daño cuando éste exceda del monto que se
hubiere pactado.
l) Garantías: los requisitos destinados a circunscribir o disminuir el riesgo,
estipulados en un contrato de seguro como condiciones que deben cumplirse
para que haya lugar a la indemnización en caso de siniestro.
m)Infraseguro o seguro insuficiente: aquel en que la cantidad asegurada es inferior
al valor del objeto asegurado al momento del siniestro.
n) Interés asegurable: aquel que tiene el asegurado en la no realización del riesgo.2
o) Pérdida total asimilada o constructiva: el abandono razonable del objeto
asegurado, ya sea porque la pérdida total efectiva parezca ineludible o porque
no es posible evitarla sin incurrir en gastos que excedan las tres cuartas partes
de su valor después de efectuado el desembolso.
ñ) Pérdida total real o efectiva: la que destruye completamente o priva
irremediablemente del bien asegurado, o de tal modo lo daña, que lo hace
perder definitivamente la aptitud para el fin a que estaba destinado. Constituirá
pérdida total del bien asegurado el siniestro que ocasione un daño de a lo
menos tres cuartas partes de su valor.
p) Póliza: el documento justificativo del seguro.
q) Propuesta: la oferta escrita de contratar el seguro, formulada al asegurador por
el contratante, el asegurado o por un tercero a su nombre.
r) Póliza de seguro flotante: el contrato normativo que da cuenta, en términos
generales, de estipulaciones pactadas para relaciones específicas de seguros
que van a ser objeto de formalización posterior.
s) Prima: la retribución o precio del seguro.
t) Riesgo: la eventualidad de un suceso que ocasione al asegurado o beneficiario
una pérdida o una necesidad susceptible de estimarse en dinero.
u) Seguro a primera pérdida: aquél en el que se estipula que, aun cuando exista
infraseguro, el asegurado no soportará parte alguna de la pérdida, salvo en el
caso que ésta exceda de la suma asegurada.
v) Seguro celebrado a distancia: aquel que se ha convenido entre las partes
mediante cualquier sistema de transmisión y registro digital o electrónico de la
palabra escrita o verbal.
w) Seguros colectivos: aquellos que mediante una sola póliza cubren contra los
mismos riesgos a un grupo determinado o determinable de personas.
x) Siniestro: la ocurrencia del riesgo o evento dañoso contemplado en el contrato.
y) Sobreseguro: aquel en que la cantidad asegurada excede del valor del objeto
asegurado al momento del siniestro.

2
La disposición precisa que ello es sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 589 en relación a los seguros de
personas, en que el concepto es más amplio.
Por cierto se podrá sostener que algunas de tales definiciones resultan incompletas,
pero estimamos que, siendo breves y con espíritu didáctico, constituyen una valiosa
herramienta a la hora de interpretar el contrato, disminuyendo así la posibilidad de
equívocos derivados de extensas descripciones conceptuales. Hay otros términos que se
pudieron incluir, en especial los relacionados con la actividad reaseguradora, pero en su
mayoría se trata de conceptos del derecho anglosajón que son de aplicación universal.

En cambio, nos parece que la definición de franquicia resulta innecesaria y hasta


inconveniente, toda vez que se trata de una modalidad en desuso en nuestro país
desde hace varias décadas y cuya inclusión puede llevar a confusión con el deducible,
que en España y otros países es precisamente denominado franquicia. Cabe destacar
que la generalidad de las llamadas pólizas marco para consorcios internacionales
son redactadas en el país sede de la casa matriz y sus condicionados son aplicables
en los países en que operan, por lo que es frecuente encontrar en ellas la referencia
a deducibles con la denominación de franquicias. Será éste un aspecto a tener en
cuenta por los suscriptores nacionales.

Tampoco estamos de acuerdo con la introducción de un innecesario trámite vinculado


a la propuesta. Esta última es una solicitud que el asegurable formula al asegurador,
generalmente con asistencia de un corredor, la que debiera ser seguida de su
aceptación, rechazo o contrapropuesta por el asegurador. Los elementos incluidos en
la postrera introducción de un segundo párrafo al artículo 514 corresponden, ni más ni
menos, que a la aceptación de la propuesta y la consiguiente emisión de la póliza. El
interés del asegurado queda debidamente protegido sin necesidad de emitir un nuevo
e inútil documento (una suerte de pre-póliza), toda vez que si los términos de la póliza
no coinciden con lo planteado en la propuesta o no cumplen con sus expectativas, el
asegurado mantiene su plena libertad de rechazarla.

Otro reparo apunta al supuesto que las obligaciones y cargas del contrato recaen, en
general, en el contratante, lo que a nuestro juicio es inexacto. El contratante asume
generalmente la obligación de pagar la prima y de cumplir ciertas formalidades,
pero la mayor parte de las obligaciones contractuales están vinculadas al riesgo
transferido, el que usualmente está en la órbita de responsabilidad del asegurado.
En todo caso, será invariablemente el propio contrato de seguro el que delimite tales
cargas y obligaciones.

Características jurídicas del contrato de seguro


El Código ha zanjado la antigua discusión sobre el carácter aleatorio del contrato
de seguro mediante el simple expediente de omitirlo, es decir sin indicar si tiene o
no tal condición. En nuestro medio Sergio Baeza Pinto, entre otros, ha sostenido
categóricamente que no es aleatorio, respaldado en que la prestación a que se
obliga el asegurador es equivalente a la prima cobrada, por cuanto esta debiera
corresponder “matemáticamente a la tasación en dinero del grado de amenaza
de siniestro que soporta el objeto del seguro, más cierta suma por concepto de
financiamiento de la empresa aseguradora”. Añade que “si la empresa tiene pérdidas
en un ejercicio, ello se deberá, en términos generales, a un defectuoso cálculo de las
primas; y si obtiene más utilidades que las previstas, a que las primas son excesivas”.
En cuanto al asegurado, señala que el contrato es de mera indemnización y no podría
ser objeto de ganancia o pérdida.3
Para Sánchez Calero, en cambio, se trata de un contrato aleatorio, porque para
clasificarlo debe ser considerado individualmente y no en relación al conjunto de la
actividad aseguradora, por lo que no importa para estos efectos que esta última no
tenga tal característica. “Es aleatorio porque en el momento de su conclusión las
partes no saben cuáles podrán ser las consecuencias económicas de la verificación del
siniestro y, además, muy frecuentemente se ignora por completo si éste se verificará,
así que puede suceder que el asegurador, aun habiendo cobrado las primas, no
deba pagar la indemnización, o bien que la cuantía de la indemnización sea más
modesta que las primas o, al contrario, que sea mucho mayor”. En otras palabras, la
aleatoriedad del seguro no radica en la simple incertidumbre del resultado económico,
sino en la valoración del riesgo creado en conexión con un riesgo extracontractual.4
Nos inclinamos por esta última posición, porque pensamos que para este efecto
el contrato debe ser calificado en cuanto individualidad y no como parte de una
actividad económica, y por lo mismo desde esa perspectiva no podría ser calificado de
conmutativo, al estar una de las prestaciones vinculada a un suceso eventual, siendo
así improbable la equivalencia entre ellas.
Hemos visto que se ha eliminado su condición de solemne, que era otra de las
características que le reconocía la versión anterior del Código de Comercio.
Por consiguiente, el contrato de seguro es consensual, en cuanto el tomador o
contratante manifiesta su consentimiento mediante la propuesta o la simple solicitud
escrita o verbal, además de la suscripción de la póliza; en tanto que el asegurador
debe hacer entrega de la póliza o al menos de un certificado de cobertura, sea
provisorio o definitivo.
Es bilateral o sinalagmático, puesto que en virtud del mismo los contratantes -y
el asegurado si fuere distinto- asumen obligaciones recíprocas desde el inicio de
la convención. En esencia, uno se obliga a asumir el riesgo y el otro a pagar la
prima respectiva, pero las compañías tienen también, entre otras, obligaciones de
información y transparencia, así como de constituir y mantener provisiones en relación
a los riesgos asumidos. Por su parte, el contratante y/o asegurado tiene deberes de
sinceridad, cuidado y no modificación del riesgo, junto a otros que se establecen en
los artículos 524, 525 y 526 del Código de Comercio.
Una particularidad del seguro es que una persona que no ha suscrito el contrato -o
que incluso no tiene conocimiento del mismo- puede adquirir derechos a su respecto
y constituirse en asegurado, como suele suceder en los seguros colectivos, pero por
lo mismo también contrae obligaciones que, como hemos visto, van más allá del
pago de la prima. De igual modo un tercero puede ser indicado como beneficiario
sin necesidad de aceptación, situación habitual en seguros de vida o en los suscritos
sobre bienes constituidos en garantía hipotecaria o prendaria.

3
Sergio Baeza Pinto. El Seguro. Edición actualizada por Juan Achurra Larraín. Editorial Jurídica de Chile.
Santiago, 1994. Pág. 30.
4
Sánchez Calero y otros. Op. cit. Pág. 59.
El seguro es oneroso, desde el momento que el tomador se obliga al pago de la
prima y el asegurador a asumir el riesgo transferido, lo que implica el compromiso de
pago de la eventual indemnización. También se trata regularmente de un contrato
principal, ya que no accede ni depende de otro, salvo excepciones como sucede en los
ramos de garantía, crédito o fidelidad.

Generalmente se ha considerado que los seguros de más frecuente suscripción son


contratos de adhesión, toda vez que en su mayoría son extendidos por las compañías
a base de formularios previamente incorporados en el registro respectivo (Depósito
de Pólizas) de la Superintendencia de Valores y Seguros, en cuyo caso los asegurados
se limitan a aceptar las condiciones generales, que son comunes para riesgos de
un mismo ramo, constituyéndose por lo mismo en contratos dirigidos, calificación
que nos parece más apropiada que la de adhesión, considerando que no sólo los
asegurados sino, regularmente, también los aseguradores deben operar con textos
previamente depositados en el registro respectivo, lo que constituye una forma de
aceptación de la autoridad para su comercialización.
Por cierto no sucede lo mismo con las llamadas condiciones particulares propias de
cada contrato, que contienen la individualización del contratante, y eventualmente
del asegurado y/o beneficiario, la indicación de los bienes o riesgos asegurados, el
monto de la póliza, valor de la prima, vigencia del seguro y toda otra información
relevante que el asegurador requiera.
No obstante, la Ley de Seguros admite que los seguros de transporte, de casco
marítimo y aéreo y todos aquellos del primer grupo en que tanto el asegurado como
el beneficiario sean personas jurídicas y el monto de la prima anual sea igual o
superior a doscientas unidades de fomento, contraten con modelos no depositados.
En tales casos el legislador ha considerado que ambas partes operan en un plano de
igualdad y que las estipulaciones que libremente han incorporado en el contrato han
sido debidamente analizadas y convenidas. Obviamente las pólizas así convenidas no
pueden ser calificadas como contratos de adhesión ni dirigidos.
El seguro es un contrato de duración continuada o de tracto sucesivo, porque la
obligación que asume el asegurador en orden a amparar el riesgo asegurado no
se cumple en una actuación, sino que se prolonga por todo el período de vigencia,
constituyendo una relación jurídica duradera o permanente en ese lapso de tiempo.
Ya hemos visto que el asegurado también contrae deberes adicionales al pago de la
prima y que son continuos y permanentes, como los de cuidado y no agravamiento del
riesgo.
Imperatividad de la ley
Un importante cambio se introdujo con el actual artículo 542 del Código de Comercio,
el que confiere carácter imperativo a las disposiciones que rigen al contrato de seguro
en tanto en ellas no se disponga otra cosa. No obstante, se entenderán válidas las
estipulaciones contractuales que sean más beneficiosas para el asegurado o beneficiario.
Se exceptúan de lo anterior los seguros de daños contratados individualmente, en
que tanto el asegurado como el beneficiario sean personas jurídicas y el monto de la
prima anual que se convenga sea superior a 200 unidades de fomento, así como los
seguros de casco y transporte marítimo y aéreo.
“Esta imperatividad, a nuestro parecer, es un mecanismo subyacente del denominado
orden público de protección, cuyo origen lo observamos a principios del siglo
pasado en la teoría sobre el orden público económico atribuida a Ripert. Se trata
de un criterio normativo que tiene por objeto eliminar situaciones de desequilibrio
o desproporción, tanto en el iter formativo del contrato como durante su ejecución”.
Ello por cuanto en la relación entre asegurado y asegurador podrían existir asimetrías
estructurales en las que se podrían producir desventajas injustificadas para el
primero.

Prescripción
Conforme al artículo 541, las acciones emanadas del contrato de seguro prescriben
en el término de cuatro años, contado desde la fecha en que se haya hecho exigible
la obligación respectiva. Fuera de otras causales legales, la prescripción que corre en
contra del asegurado se interrumpe por la denuncia del siniestro y el nuevo plazo rige
desde el momento en que el asegurador le comunique su decisión al respecto.
En el seguro de vida el plazo de prescripción para el beneficiario es también de cuatro
años y se cuenta desde que conoce la existencia de su derecho, pero en ningún caso
excederá de diez años desde la ocurrencia del siniestro.
El plazo de prescripción no puede ser abreviado bajo ninguna forma de caducidad o
preclusión. En los seguros de responsabilidad civil dicho plazo no será inferior al de la
acción que tenga el tercero perjudicado en contra del asegurado.
Contacto
+562 2510 5000
www.thomsonreuters.cl

También podría gustarte