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ESCATOLOGÍA
creada por el poder del Espíritu (Gen 1.2b) (cfr. Teología y Reino de Dios,
551). Junto a Pannenberg, el inicio del s. XXI en el ámbito italiano ha visto nacer
algunas escatologías en las que la presencia del Espíritu ha tomado un importante
relieve. Así V. Croce, vincula la acción de la Tercera persona al éschaton donde
consuma la dimensión esponsal de cada creyente en relación a Cristo y la filial
respecto al Padre, así como la dimensión fraterna respecto al resto de la humanidad
(Allora Dio sarà tutto in tutti: escatología cristiana, 199). Por su parte G. Ancona,
afirma que es la presencia del Espíritu lo característico de los «nuevos/últimos
tiempos» llevando a plenitud el itinerario del hombre en Cristo hacia el Padre, e
incorporándolo en cuanto ser-para-la-koinonia a la comunión de la Trinidad y de la
humanidad en Cristo (Escatología cristiana, 279. 347-355). Otros autores han
abordado esta relación tratado, más bien, de incluir la cuestión escatológica dentro
del tratado de Pneumatología. Un buen representante de este intento es F. Lambasi.
En su obra: Lo Spiritio Santo: mistero e presenza, contempla la entera historia de
salvación como un movimiento teleológico que afecta a todo lo creado, un exitus-
reditus, de la Trinidad a la Trinidad, que acontece bajo la acción del Paráclito que
encamina al mundo hacia su culminación, y donde la etapa final, el «éschaton» es
presentado como una «última epíclesis» (Bologna 1991, 332). Y en el ámbito
germano B.J. Hilberath sugiere volver a la intuición fundamental del Símbolo que
entiende la «nueva creación» como obra específica del Espíritu. Un Espíritu «que
obra la liberación, la renovación y la consumación de la creación», transformando al
individuo en «hombre nuevo», a la sociedad humana en koinonia y al universo «en
los nuevos cielos y tierra» (Pneumatología, Barcelona 1996, 236).
Todas estas aproximaciones apuntan a una relevancia escatológica del
Espíritu Santo que ya era manifiesta en la Biblia. El Espíritu, presente desde la
creación y activo a lo largo de toda la historia de la salvación, vivificará a la
humanidad y transformará el cosmos (Ez 37, 1-14; Rom 8,11) recreando cielos y
tierra (cfr. Ap 21,1; Gen 1,1). Su acción escatológica está íntimamente relacionada
con su actividad en la historia. Además, el Espíritu de Dios ejerce un papel decisivo
en la resurrección y la vida eterna. Esta fuerte presencia pneumatológica es
explicitada por las primeras generaciones cristianas que basan en la fe en el Paráclito
su esperanza de inmortalidad (L.F. Ladaria, Fin del hombre y fin de los tiempos, 310-
332). Y de ella se hacen eco los símbolos al culminar la sección pneumatológica con
la confesión de fe en la resurrección y en la vida eterna, y al profesar la fe y la
esperanza en el Espíritu Santo como Señor y dador de vida.
En la medida que la escatología ha ido incorporando perspectivas más
personalistas y de carácter relacional, el éschaton se comienza a pensar con
categorías tales como «participación», «encuentro» o «comunión», que
inevitablemente conducen la atención hacia el Espíritu Santo, artífice de
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II. [CREO EN JESUCRISTO]… QUE VENDRÁ CON GLORIA A JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS
1. Fundamentación cristológica de la escatología
a) La escatología hunde sus raíces en lo acontecido en Cristo
Será el artículo cristológico del Símbolo, el que nos permita percibir con
claridad la fundamentación cristológica del tratado de escatología. Como destaca
G. Uríbarri (sigo aquí Habitar en el tiempo escatológico, 254-260), este artículo, en
su estructura interna, nos presenta un entramado verbal donde se combinan
afirmaciones en pasado referidas a Cristo -«...bajó del cielo, y por obra del Espíritu
Santo y María Virgen, se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos
de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las
Escrituras, y subió al cielo»-; otras en presente -«Y está sentado a la derecha del
Padre»-; y otras en futuro -«Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y
muertos y su reino no tendrá fin». El kerigma cristológico fundamental se formula
en afirmaciones en pasado y presente. Desde ellas, nos abre en esperanza hacia otras
realidades futuras. Éste es -como ya se ha dicho- uno de los principios hermenéuticos
que regulan toda reflexión escatológica cristiana: el acceso al futuro se realiza desde
la experiencia histórico-salvífica presente. Por lo que parece lógico que desde la
realidad cristológica (pretérita y presente) el Símbolo de fe nos invite a propender
hacia el futuro de lo que vendrá.
De hecho, lo que se dice en este artículo es que la obra de Cristo no está
clausurada. Todavía ha de venir a juzgar a vivos y muertos; quedan pendientes la
parusía, el juicio final y la consumación de la historia en Cristo. Sin embargo hay
que afirmar, sin ambages, que su Reino ya ha comenzado y que no tendrá fin, es
decir, será eterno. La realidad del Reino es escatológica, no caduca con la
consumación final. El componente futuro aparece como intrínseco y fundamental a
la esperanza cristiana. De hecho, el tema del Reino de Dios, se convertirá en un eje
fundamental del pensamiento escatológico contemporáneo. Y tras no pocos intentos
de realizar este reino en su plenitud dentro de la historia, arropados por la ilusión de
que pudiera ser definitivamente cumplida por los hombres una sociedad
verdaderamente humana y justa, las escatologías actuales han asumido con
convicción, si bien con diversas acentuaciones, que la esperanza cristiana ama la
tierra (cfr. K. Rahner, Glaube, der die Erde liebt, Freiburg 1966) y ha de
comprometerse activamente con ella, pero ansía con igual fuerza y ardor, la
realización de una promesa que desborda sus posibilidades intrahistóricas.
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